28 de abril de 1774

LA REVOLUCIÓN DEL COMÚN

 

 

Se trata Del Común, la primera sublevación colonial, rebelión anterior a la de Nueva Granada y realmente un antecedente patrio de nuestro país, en la lucha contra la ocupación realista, que debe ser conmemorado oficialmente.

Eran sencillos criollos cansados de los abusos a que eran sometidos por las autoridades españolas, moradores del Curato de Traslasierra, donde estaba destinado uno de los cinco regimientos que custodiaba la frontera cordobesa; quienes decidieron sublevarse contra las autoridades designadas por el Cabildo de Córdoba. Encabezados por Basilio Quevedo y asesorados por Enrique Olmedo y Joaquín Güemes Campero, los vecinos de Traslasierra se sublevaron primero contra la remoción de su Cura Párroco, el Dr. Simón Tadeo Funes e inmediatamente después, con la defensa del Dr. Dalmacio Vélez, contra el despotismo de los peninsulares y Maestres de Campo José de Isasa y Ayesta y José Tordesillas, protegidos del Maestre de Campo Juan Tiburcio de Ordóñez, así como contra el servicio gratuito en la frontera, el Estanco del Tabaco y el pago de la Sisa y la Alcabala (Alcabala:Tributo del tanto por ciento del precio que pagaba al fisco el vendedor en el contrato de compraventa y ambos contratantes en el de permuta. Sisa: Parte que se defrauda o se hurta, especialmente en la compra diaria de comestibles y otras cosas. Diccionario de la Real Academia Española)

(Citado de Saguier--Tomo-IX-Capitulo-01. La milicia como campo de lucha en las estructuras políticas colonial y nacional)

Pero quien se ha ocupado de este tema, en la obra anteriormente referida, es  Barrionuevo Imposti, lamentablemente   fallecido  y que donara a Bibliotecas Rurales Argentinas siete juegos de dicha obra, para ser destinados a cada una de las primeras siete bibliotecas populares que la Entidad fundó en el departamento Pocho, con dicha Asociación, allá por 1964.  Por ello y como un homenaje al mismo de reproduce textualmente su relato del suceso, obrante  en la página 86 del tomo mencionado, respetando la antigua grafía en los textos citados por el autor:

 

      “A principios de 1774 un grupo de moradores del valle de Traslasierra, harto de los abusos de sus mandones, se sublevaron bajo la sugestiva denominación de “El Común”, contra las autoridades constituidas.

      Por decreto del 14 de abril se designó Comisionado para pacificar a los revoltosos, al Maestre de Campo General de la Plaza, don Juan Tiburcio Ordóñez, Alcalde la Santa Hermandad, y se solicitó la cooperación del cabildo para asegurar el éxito de la empresa.

       Las gestiones del pacificador tropezaron con las indeclinables reclamaciones de los sublevados, presentadas como única condición de paz. El comisionado tuvo que ceder, y aquellas exigencias quedaron estipuladas en un notable documento: pacto que guarda extraordinaria analogía con el similar de la famosa revolución de Nueva Granada, al cual le precedió en más de siete años.

       En un informe remitido posteriormente al Cabildo, Ordóñez explica así su proceder: “Después de varias conferencias que he tenido conlosque avoz de común tenían infestado el Valle de tras la sierra, y considerándome sin las necesarias facultades para ocurrir al exterminio desus bullicios, con el mas vivo y ponto y eficaz remedio, que por sus circunstancias exigían, me vi enla precisión de  adherir asus pretensiones, en los términos que ministra el adjunto testimonio, haviendo logrado antes el apartarlos de la loca themeridad con que intentavan que se les quitase el Estanco de tabacos, la Sissa y Alcavala, o que  se les pagase sueldo siempre que tomasen las armas en servicio del Rey, y en defensa de las Fronteras que acostumbraban auxiliar.”

         Las condiciones establecidas por lo Comuneros comprendían ocho puntos, a cada uno de los cuales el comisionado tuvo que acceder; acordado lo cual, el pacto fue suscripto en Los Chañares el 28 de abril de 1774.

          “Los puntos que pide este Común- comenzaba diciendo el petitorio –son los siguientes: Primer punto es que salgan el Mre de Campo Don. Jph. de Isasa y Don Tordesillas desterrados con familias y bienes fuera de la jurisdicción con el limitado término de un mes que se contara desde el dia veinte y ocho de Abril de este presente año de setenta y quatro  y pasado dicho Término ´les peligra la vida “

           Acaso el tal Maestre de Campo José de Issasa haya cometido abusos valiéndose de las facultades que le otorgaba esa graduación militar, vista con muy poca simpatía por la gente del pueblo. Por eso se añadía el siguiente: “Tercer Punto: que no conbiene  qe aiga Mre de Campo en heste valle.” Y más adelante, en el séptimo punto “piden los soldados las armas que tienen pagadas al Mre. De campo Dn Jph. de Isasa qe resivió su importe en plata y Cavallos.”

            En la cláusula segunda de aquel notable pacto, los sublevados habían  desplegado su mayor audacia al establecer: “Segundo punto es que no hade  gobernar en este  valle ningún hombre europeo”

             En otros de los puntos los insurrectos pretendían, a semejanza de Nueva Granada, que  la nombradía de los Capitanes quede a la disposición del sargento maior actual Dn Basilio Quevedo para quitar y poner otros al gusto de su gente “

              Estas y otras exigencias terminaban con el “Octavo punto es que piden el común el perdón General y seguro para qe. No selos culpe a ninguno ni haga cargo en ninguno ni haga cargo en ningún tiempo haver levantado este Común y qede vos publica lo levantó el Mre de Campo Dn Jph.de Isasa como consta por los señores Vicarios=Común”.

               Como se ve, la multitud atribuye la causa de su sublevación a la actuación del tal Isasa, y por eso propone una amnistía que los exima de toda responsabilidad ulterior.

El cabildo de Córdoba por su parte, le supuso al alzamiento otras causas. En realidad los móviles del suceso donac.php inducirse de las exigencias propuestas.

                El pacto de Ordoñez celebró “ como único medio para restablecer por prompto remedio la paz y sosiego de los que la havían corrompido”, fue desaprobado por el Cabildo de Córdoba, pues en su opinión aquellos ocho puntos contenían “cada qual asumpto de la maior gravedad en que los que son delinquentes del atroz delito desublevados  ponen ley para berificar los fines dedicho tumulto;  pues todos los sobredichos capítulos conducen a inhibirse de los superiores; y de los oficiales militares; y justicias ordinarias conel pernicioso exemplar dequelos demas  Partidos de la jurisdicción subciten los mesmos tumultos, para la consecución de los propios tratados”

                 La última palabra quedó para el gobernador de Armas, a cuya prudencia los cabildantes insinuaban entre otras cosas, que “no se innobe en estos asumptos”.

                 No conocemos el desenlace, que acaso haya sido trágico. Pero de todos modos el Valle de Traslasierra, adelantándose en varios años a la memorable sublevación del Socorro con reclamaciones semejantes, venía a inquietar a la omnipotencia realista y a verter anhelos americanos que quedarían latentes en las conciencias para contribuir en su oportunidad a perfilar los propósitos definidos de la soberanía popular.

                  No nos referimos con mayor detenimiento a este suceso y a su significación americanista, por haberlo dado ya a publicidad en 1944 (64). Pero nos place evocar aquella memorable sentencia surgida de la multitud Paraguaya en una de sus famosas rebeliones: “Señor Previsor: ¿ que quiere decir vox pupuli vox Dei?. Usted respondera lo que quisiere; pero sepa que ése es el comun. (65)

                  He aquí de cómo en este secreto rincón de América la voz del Común levantó su protesta presintiendo_ como un vaticinio __ el derecho inalieanable de los pueblos (66)-“

 

(64)   VICTOR BARRINOEVO I. “Una desconocida sublevación colonial tras la sierra cordobesa”. Villa Dolores 1944.

 

(65)    RICARDO LEVENE. “Orígenes de la democracia argentina” Buenos Aires, 1911.

 

(66)      Arch.Hist. Cba. Sec.Gob., Tomo 5, Leg. 28, años 1771-1775

 

Otro enjundioso artículo, publicado por la Voz del Interior también trata este tema, con mayores detalles, quizás consultando antiguos archivos  y con datos tomados del otro libro de Barrionuevo Imposti, arriba citado, dedicado únicamente a dicha sublevación; obra de muy difícil acceso.

 

 

 

Una desconocida Fuenteovejuna en Traslasierra

Por Isabel Lagger | Escritora (Especial).

La Voz del Interior 6 de junio de 2004.

 

 

“Hace exactamente 260 años, cuando Córdoba pertenecía al Virreinato del Perú y desconocía los límites interprovinciales actuales, tuvo lugar, en un rincón de Traslasierra, una revolución comunera de la que poco se habla.

El alzamiento, minúsculo en número pero de marcada significación respecto a las ideas libertarias, estrenaría la efervescencia revolucionaria mucho antes del 25 de mayo de 1810. Si Fuente Ovejuna, de Lope de Vega, significa una toma de conciencia del poder popular frente al despotismo de un comendador, ésta bien puede considerarse la réplica autóctona del mismo hartazgo. Conviene evocar tales acontecimientos porque constituyen los primeros pasos hacia la libertad. Son, en definitiva, un auténtico gateo de nuestra civilidad.

Los acontecimientos

“Haciendo averiguación/ del cometido delito, / una hoja no se ha escrito/ que sea en comprobación; pues conformes a una, / con un valeroso pecho, / en pidiendo quien lo ha hecho, / responden: Fuente Ovejuna”, dice en sus tramos finales la tragedia de Lope de Vega.

Dos siglos después de haber sido publicada, se produciría la mencionada epopeya libertaria en Traslasierra. Aún no se había declarado la independencia de los Estados Unidos, ni había estallado la Revolución Francesa y restaban cuatro años para que se produjera el nacimiento del general San Martín. Unos 260 años atrás, la idea del “Común” cobraría fuerza y valor –aunque por breve lapso– al dejar de lado los dolores individuales para fortalecerse junto al otro. A ese sentimiento conjunto debemos la compulsiva acción del grupo de serranos que enfrentaría a un déspota virreinal en nuestras tierras (Córdoba pertenecía entonces al Virreinato del Perú y habría de esperar dos años todavía para que se creara el Virreinato del Río de la Plata, que la incluiría dentro de su jurisdicción). Pero el acontecimiento protagonizado por un puñado de hombres alzados que clamaban “Vox populi… vox Dei” ha sido misteriosamente olvidado en Córdoba.

A principios del siglo XVIII, en el austero caserío de la región de Pocho, el constructor Juan Pedro Perales levantaba la capilla de San Francisco Javier, a pedido de doña Flora Brizuela, sin saber que esa casa de oración habría de ser después el epicentro de un incendio revolucionario que alteraría el resignado ambiente rural. Unos 27 años antes, en un rancho escondido en las inmediaciones –más precisamente en Punta de Agua– había llegado al mundo Basilio Quevedo, protagonista de relevancia de esta historia. Este “Quijote” serrano lideraría a campesinos hartos del vasallaje, sin conocer, como el manchego, libros de caballería ni de ninguna otra especie. Contaba sí con 200 escuderos armados con chuzas, cuchillas, macanas y boleadoras para emprender la gesta. No uno solo, como Sancho Panza, sino dos centenas de iguales –aferrados a la idea del “Común”– y dispuestos a alzarse contra las arbitrariedades de las autoridades locales. Como su émulo de Fuente Ovejuna, el Maestre de Campo, José de Isasa, ejercía función de juez Civil y Comercial con sentido despótico. Su palabra, por lo tanto, no admitía réplicas.

Desde ese absolutismo, dos meses antes del acontecimiento en cuestión, dispondría no aceptar al párroco enviado por el Obispado en reemplazo del cura del lugar, el doctor Tomás Tadeo Funes. Sus deseos jamás se cuestionaban. No obstante, y debido a la dimensión del oponente, difundió entre los vecinos y capitanes de milicia la idea del “común”. Se proponía involucrarlos para que ellos impidieran que el nuevo prelado, doctor Alberto Guerrero, tomara contacto con la feligresía. El “amo y señor” sentenció –en alianza con el también déspota y antojadizo juez Pedáneo, José de Tordesillas, y ni un “aleluya” pudo exclamar el designado párroco Guerrero ante quienes proferían a gritos que la suya era la voz de Dios, a instancias de Isasa.

Pero las ideas suelen tener un efecto bumerán en ocasiones. Descubrir que unidos tenían otra entidad produjo enorme sorpresa entre el campesinado, aun cuando secundaran al todopoderoso señor de la región. Pero no todo estaba dicho. Cuando las autoridades eclesiásticas amenazaron denunciarlos como sediciosos ante el Santo Tribunal de la Inquisición, se produjo un notable viraje en la actitud de José de Isasa. El terror que le infundían los inclementes jueces lo impulsaría a proponer una tregua, que consistiría en la promesa de envío, como prenda de paz, de 200 de sus milicianos a la frontera sur. Todo esto sin consultar a sus “comuneros”.

“La sobrada tiranía/ y el insufrible rigor/ del muerto comendador ,/ que mil insultos hacía,/ fue el autor de tanto daño. Las haciendas nos robaba/ y las doncellas forzaba/ siendo de piedad extraño/”, parecía dictar Lope de Vega en los oídos comuneros.

Ninguno había leído el libro, ni siquiera conocían su existencia, pero reaccionaron al saberse poseedores de un poder desconocido. Se rebelan entonces contra los designios del Maestre de Campo y del propio juez Pedáneo, y el 3 de abril de 1774 un clamor desconocido se escucha en Traslasierra. Un clamor que hace caer los primeros eslabones de una cadena, tras el cual pasan de ser dominados a dominadores.

Los poderosos son llevados prisioneros. Isasa a San Luis de la Punta, y el juez Tordesillas a Río de la Punta. Un odio momentáneo irrumpe entre los comuneros y no falta quien proponga atar al juez a la cola de un caballo como escarmiento, pero alguien controla la barbarie. Seis años más tarde, en la plaza principal de Cuzco sería descuartizado el inca Túpac Amaru por encabezar una rebelión semejante. La de Traslasierra, es pues, el antecedente pocas veces nombrado de la rebelión popular más importante de la historia colonial de América. “Cuando se alteran los pueblos agraviados, y resuelven,/ nunca sin sangre o sin venganza vuelven”.

Los comuneros serían comandados por Cipriano Hurtado de Lara, pero al producirse la fuga de Isasa, cede el bastón de mando a Basilio Quevedo. (Isasa llega hasta Punta de Agua para denunciar el alzamiento. Necesitaba suavizar con ese gesto sus “pecados demagógicos”). Un nativo del lugar, Quevedo, ocupa entonces el centro de la escena, secundado por valientes campesinos y por el cura de San Javier, el presbítero Bartolomé Moreno. “Juntad el pueblo a una voz/ que todos están conformes/ en que los tiranos mueran”.

Luego de rápidas gestiones del común, el Obispado admite que el padre Guerrero no ocupe el cargo en la región. Los rebeldes –temiendo posibles argucias– se amparan en la jurisdicción de San Luis, logrando el apoyo del Justicia Mayor del Ayuntamiento, doctor Rafael Miguel Vilchez. No sabían los ingenuos comuneros que la nota en que se les daba generosa acogida había sido escrita por el propio Hurtado de Lara para estimularlos en su rebeldía.

En Córdoba, en tanto, se nombraría mediador a Juan Tiburcio Ordóñez, con la consigna de realizar tratativas para lograr un acuerdo con el “Común”. El emisario envía una nota anunciando que su campamento se instalaría “al naciente de la capilla de Pocho”. El encuentro reviste particular significación pues Basilio Quevedo no sólo exige la expulsión definitiva del Maestre de Campo Isasa y del Juez Tordesillas, por el ejercicio discrecional y despótico de sus cargos, sino además un largo petitorio que sorprendió al comisionado. Ninguna exigencia popular y comunitaria se había dado en aquella jurisdicción, ni en otra del Virreinato. La letra manuscrita exudaba el estado de exaltación victoriosa de la gleba serrana, exigiendo, entre otros aspectos importantes, que “ningún hombre europeo gobernara el valle”; que no se necesitaban maestres de campo; y que la designación de los capitanes debía corresponder al “Común”, y en particular a Basilio Quevedo, porque conocía a su gente. Todo ello sin auxilio de ningún juez. Y en un acto extremo del arrojo utópico que intuye su poca duración, solicita se les entreguen las armas pagadas con anterioridad –con plata y caballos– a Isasa, como también un perdón general y seguro para que no se culpe a ninguna persona en particular del levantamiento.

El 28 de abril de 1774 se produce el llamado “Pacto de los Chañares”, en el que se concede lo exigido. Pero no todo iba a terminar bien. Los cabildantes de Córdoba rechazaron el convenio por considerar a los sublevados “delinquentes de atroz delito”, designando inmediatamente al coronel de milicias, José Benito Acosta, como gobernador de Armas, quien debe trasladarse hasta el lugar para exigir la rendición de los alzados. La desautorización de Ordóñez inquietó a los comuneros, dispuestos a enfrentar a las fuerzas militares con lanzas y a caballo. Desde Panaholma, el Gobernador de Armas envió un emisario para intimarlos pacíficamente a que se presentaran de a dos, pero los amotinados respondieron por carta que no resultaba conveniente ese trámite individual, temían ser burlados, pero Acosta les hizo saber que si no se retiraban a sus casas serían sentenciados a la pena de muerte. Basilio Quevedo y sus hombres ansiaban ser escuchados por las verdaderas autoridades y no por simples emisarios que actuaban en nombre de ellas. “Los reyes han de querer/ averiguar este caso, / y más tan cerca del paso y jornada que han de hacer./Concertaos todos a una en lo que habéis de decir./ ¿Qué es tu consejo?/Morir/diciendo Fuente Ovejuna”/

Desde un cielo lleno de nubarrones oscuros los cóndores desafiaban con sus vuelos a los rústicos hombres que cruzaban la Sierra Grande rumbo a Córdoba. No alcanzaron a llegar porque fueron interceptados y muchos despachados hacia la frontera. “Dividir para reinar”, había aconsejado el gobernador de Armas, sin saber que aquellos baquianos –conocedores de todos los rincones y quebradas– burlarían a sus captores para reunirse otra vez a los comuneros. Apelando a una estrategia perversa, el coronel Acosta envía a un chasqui hacia Córdoba, anunciando que los rebeldes bajaban hacia la ciudad para tomar represalias en el propio corazón mediterráneo. La gente se alarma tanto que el gobernador Martínez solicita que se preparen para la defensa. Los cordobeses capitalinos sacan a relucir poderosas armas para enfrentar a un reducido grupo de desarrapados rebeldes.

No conforme con su maquiavélica estrategia, Acosta les corta el paso con sus milicianos en cercanías de Copina, y pide allí al vicario Pedro José Gutiérrez que convenza a los rebeldes a que entreguen las armas. Los revoltosos aceptan.

“Su majestad habla, en fin/ como quien tanto ha acertado. / Y aquí, discreto senado/Fuente Ovejuna da fin”, dice Lope de Vega al concluir su tragedia.

No sucede lo mismo con nuestros autóctonos revolucionarios. Desprovistos de armamento y fatigados, pronto comprenden que es ilusorio pedir justicia al otro lado del cordón de piedra. Ingresan a la ciudad arrastrando grillos en sus pies para quedar prisioneros en el Colegio de los Jesuitas.

Desaparecen las esperanzas, pero el cabecilla, Basilio Quevedo, no declina en su intención de exponer la verdad del “Común” ante los doctos magistrados. Aquellos lo observan como a un canalla insurrecto. Como a un subversivo. ¿Conclusión? De los iniciales 200 comuneros alzados quedan sólo 16 hombres vencidos que se arrinconan en una celda oscura. Comprenden que han creado un espejismo efímero de libertad. En tanto, el Maestre de Campo, José de Isasa, es reintegrado a sus funciones, y el juez Tordesillas repuesto en su cargo.

Vuelta a la normalidad

Un año después, el abogado que se encarga de la defensa de los comuneros asegura que “el estado de Basilio Quevedo es tan miserable que horroriza mirarlo”. El reo, postrado en un rotoso camastro, es una suma de heridas infectadas. En Traslasierra, en tanto, se acentúa el hostigamiento. Nadie protesta. Aislados como nunca, los hombres y mujeres deciden guardar sus semillas de rebeldía en cacharros de arcilla o en tejidos de lana, pues el futuro les ha dado la espalda.

Al perder vuelo, el eco de sus voces se acurruca dócil en los ranchos. Fuenteovejuna es sinónimo de sublevación popular pero Córdoba desconoce, o amordaza, su propio patrimonio heroico en ese terreno.”

 

Proponemos que el 28 de abril de 1774, Pacto de los Chañares,  sea declarada como primera fecha patria y don Basilio Quevedo héroe de aquella jornada, ingrese a la galería de próceres nacionales.