«El Mundo al día»
número 18, 15 agosto 1949
Ediciones Universo, Toulouse
El testimonio de un general alemán en reserva sobre los anormales sexuales. – Las prácticas homosexuales. – Su influencia en la vida social y en la política interior y exterior de Alemania. – Los familiares de Guillermo II. – El conde von Eulemburg y von Holstein, la Eminencia gris. – La prostitución masculina. – El chantaje alrededor del artículo 175. – La diplomacia y los secretos de estado. – La consanguinidad en las esferas monárquicas.
«El historiador que desee estudiar los errores y los extravíos de la política interior y exterior de Alemania de la época que precedió a la guerra (1914-1918), no puede ser indiferente a los problemas morales.»
Es así como empieza un «capítulo penoso» del libro «Mein Damaskus» (Edit. FackeIreiter, Hamburgo 1929), que contiene los testimonios y las memorias de un antiguo general de dragones, Dr. H. C. Paul Freiherr von Schoenaich uno de los jefes del pacifismo activo y presidente de la «Deustche Friedensgesellschaft» que reunía a centenares de grupos y asociaciones que expresaron, en la medida de lo posible, el espíritu de la «otra Alemania», finalmente estrangulada por la tiranía nazi.
El autor añade que los problemas morales que han sido cubiertos con el manto del silencio, se relacionan particularmente con las prácticas homosexuales, que tuvieron un papel mucho más importante de lo que se cree habitualmente. Después de haber esbozado el problema desde el punto de vista científico, es decir, de la evolución biológica, que tuvo necesidad de centenas de millares y de millones de años para llegar a la diferenciación de los sexos, Von Schoenaich muestra que, incluso hoy día, ciertos hombres están animados de sentimientos y de impulsiones de naturaleza femenina y algunas mujeres experimentan el mismo fenómeno sexual, exactamente como los hombres.
La mayoría de los hombres son normales, –es decir, heterosexuales– pero en ciertos periodos de su vida, se sienten atraídos por el mismo sexo y sienten inclinaciones anormales (homosexuales). [4] Estos períodos pueden durar semanas, meses, años, sea en la época de la juventud o a una edad más avanzada, sea en el hombre, sea en la mujer, incluso en la época de su vida común, lo que no excluye los «matrimonios dichosos». El artículo 175 del Código Penal alemán que castiga con la cárcel las relaciones anormales entre «las personas del sexo masculino» (pero no entre las mujeres) ha suscitado grandes discusiones en todos los medios. Por este artículo represivo, numerosos individuos pertenecientes a todas las clases sociales alemanas teniendo predisposiciones sexuales anormales, y no solamente los que practican la homosexualidad, han sido considerados suspectos, perseguidos, puestos al margen de la sociedad. Todas estas personas han debido sufrir moralmente, obsesionados por el peligro de ser denunciadas y traducidas ante los tribunales.
Según el autor que más arriba citamos y que durante numerosos años hizo investigaciones en los medios homosexuales, ¡el 10 por ciento de la población alemana sería presa de estas anomalías! Leímos en 1930, en una revista científica, que, según ciertas estadísticas, contábanse en Alemania, que aún no había llegado a ser el gran Reich nazi, alrededor de dos millones de homosexuales; estos tenían sus clubs y sus asociaciones, sus cafés, sus publicaciones y su literatura específica.
Surgidos de esos medios, algunos han ascendido a las funciones más influyentes del Estado. Se han escrito numerosos volúmenes de «historias» sobre las relaciones eróticas de los grandes hombres de Estado con sus amantes y su influencia sobre la vida política. Pero se han silenciado las relaciones entre los hombres de Estado homosexuales, cuya influencia sobre la vida social interior y la política exterior ha sido puesta al descubierto en ocasión de numerosos grandes escándalos, como el del conde von Eulenburg, perteneciente a los servidores de Guillermo II. Como oficial, Schoenaich pudo observar de cerca estas costumbres, en el medio en el cual se desenvolvía, desde la escuela de cadetes hasta el regimiento de la guardia en Berlín; se interesó especialmente en las consecuencias nefastas de estas relaciones anormales en la política interior y en la internacional, así como sus repercusiones morales sobre el pueblo alemán.
Acompañado de un policía vestido de civil, visitó un día una sala de baile de los alrededores de Berlín. «El cuadro no se borrará nunca de mis ojos. Varios centenares de hombres y mujeres de toda edad y de todas las clases, la mayoría maquillados, un cierto número de hombres vestidos de mujer y unas cuantas mujeres vestidas de hombre. Desde el momento que entramos en la sala bien alumbrada, todos se dieron cuenta que éramos visitantes guiados por la policía. Según parece, el servicio [5] de información funcionaba perfectamente. Pero aparte bastantes figuras antipáticas, marchitadas por el vicio, vi semblantes de rasgos finos, de expresión espiritualizada. Algunos querían probablemente ganar la benevolencia de mi amigo el policía, pues nos hicieron la descripción brutal y sincera de las cosas más cínicas.» Cuando el autor de la obra pidió al policía por qué se autorizaban tales bailes y reuniones, cuando el artículo 175 del Código Penal estaba todavía en vigor, se le dijo que estas «distracciones» estaban permitidas intencionadamente para que las autoridades pudiesen conocer mejor los medios homosexuales. «El chantaje juega un papel muy importante en ese medio. Numerosos son los que van guiados solamente por sus inclinaciones íntimas. Pero hay también un gran número que hace un negocio con los sentimientos y las predisposiciones de los otros... La prostitución masculina juega un papel muy importante. ¡Desgraciado del extranjero que tiene la desgracia de caer entre las manos de estos vampiros! Lo comprimen como a un limón.» La amenaza del artículo 175 tiene efectos desastrosos que llevan hasta el suicidio –y la policía, por una vez con razón, ataca con mayor saña a los autores del chantaje, a los profesionales, que a sus víctimas.
En el ejército, donde el general Von Schoenaich pudo observar mejor la prostitución masculina, ésta se había extendido de forma tan alarmante que los comandantes se vieron obligados a tomar medidas enérgicas. Simples soldados llegaron a venderse, no por gusto, sino únicamente por dinero. Esta «práctica asquerosa», tuvo, desde el punto de vista moral, las consecuencias más desastrosas en la vida militar y ganó a su vez los medios civiles –e incluso las capas profundas de la nación. Las relaciones entre los grados estaban en general turbadas por la obsesión de este vicio; la autoridad de los oficiales homosexuales –y eran muy numerosos– se ejerció sobre sus subordinados, y no solamente en lo que concierne a la disciplina aparente. La mayoría de los soldados que se prostituían así, por venalidad, por deseo de lucro, estaban completamente perdidos; no podían volver ya jamas a un oficio normal, pues «¿por qué fatigarse en trabajos difíciles, cuando obtenían un beneficio apreciable, sin la menor fatiga?».
Con ocasión de un gran proceso que hizo escándalo, se conocieron cosas «verdaderamente horribles». La corrupción en la vida pública –política y mundana–tenía sus raíces en una anomalía que la hipocresía de «la moral perseguía gracias a un artículo de la ley, raramente aplicado en todo su vigor, pero siempre utilizado como amenaza por bandas enteras de entretenidos y de chantajistas.
Los efectos eran más profundos en la política interior de lo que se creía. «La estrecha solidaridad de todos los intereses era [6] funesta. Toda la vida política, económica y social estaba misteriosamente rodeada por una red de individuos que, por su naturaleza y por su ley, estaban ligados el uno al otro por una poderosa comunidad de destino.» En general el secreto era bien guardado y verdaderos homosexuales sabían comprometer a personas honorables con virtudes intelectuales y artísticas excepcionales, pero normales en su vida sexual. En los consejos de ministros se discutía con frecuencia este problema. El mismo Von Schoenaich fue llamado por el ministro de la guerra para facilitar aclaraciones sobre ciertos casos que podían ser objeto de interpelaciones en el Reichstag. La forma como se desarrolló el proceso contra el conde Eulenburg manchó el prestigio de la justicia oficial, y no solamente el de la casta militar imperial.
En cuanto a las repercusiones sobre la política exterior, ellas fueron más graves todavía. En la época de la «crisis marroquí», una revista reveló el hecho de que en una casa de prostitución masculina tenían lugar entrevistas íntimas entre un alto funcionario del Estado alemán y un diplomático extranjero –y que los proyectos más secretos de la política alemana habían sido así entregados al «enemigo». Pero esta «traición» sólo provocó un «silencio de muerte», pues apareció que existían intereses de Estado mayores, tanto de un lado como del otro, que exigían que el escándalo fuese ahogado con cuidado especial.
«Solo en un porvenir lejano, –escribe el general Von Schoenaich– será aclarado uno de los capítulos más turbios de la nueva historia alemana, y este capítulo es el del ministro von Holstein, llamado la Eminencia Gris. Se sabe que durante treinta años este hombre tuvo, bajo cuatro cancilleres diferentes, una influencia decisiva sobre nuestra política exterior. La mayoría de nuestros diplomáticos del extranjero, que no eran tan tontos como se pretende, le contemplaban, incluso en el ejercicio de su función, como una persona espiritualmente enferma. Hoy aparece como seguro que fue él el culpable de la situación política que hizo que, al fin de cuentas, fuésemos precipitados en una guerra mundial.»
El autor muestra cómo se procedió durante la guerra contra los conocidos como infractores del artículo 175. El juicio se pronunciaba según el grado y el rango social: exclusión del ejército, degradación o «desaparición combinada» para evitar el escándalo; los oficiales en activo pasaban a la reserva o eran enviados al frente como simples soldados. Insiste sobre la gravedad de este estado de cosas para «todos los Estados monárquicos». En tanto que las leyes sobre el matrimonio en los medios monarquistas se mantengan sobre la igualdad de rango e incluso el aparentamiento de la sangre, el peligro de la degeneración de la familia subsiste. Por la consanguinidad (que puede [7] llevar hasta el incesto) se acentúan ciertas virtudes hereditarias, pero igualmente las anomalías. Y el pueblo adivina los vicios del soberano antes que sus virtudes. Ciertamente, las buenas cualidades pueden coexistir con las malas inclinaciones. «El gran Napoleón era epiléptico; Federico el Grande era desde el punto de vista sexual un anormal. El fin trágico de los Romanov degenerados por exceso de consanguinidad es, quizá, el signo de advertencia del fin de la forma del Estado monárquico.»
Si precisa castigar con severidad los abusos y las perversiones ejercidas por los adultos sobre la juventud, es quizá excesivo –según el autor– que todos los anormales sexuales, con los que la naturaleza se mostró tan avara, sean puestos a la picota como criminales. Ello acarrearía consecuencias más nefastas todavía. No debemos, por un falso pudor, correr el velo del silencio sobre estos problemas psico-físicos, sino buscar abiertamente sus causas, a fin de aligerar el fardo de tantas taras hereditarias, de anomalías innatas que residen en la estructura íntima de los homosexuales –así como de la mala educación que recibieron en la infancia, en una sociedad dominada por el culto de la fuerza y por el orgullo de una casta que se estimaba ser de la raza inmaculada de los Elegidos. [8]
De Guillermo II a Hitler. – Las aberraciones psíquicas, sexuales e «ideológicas.» – Las costumbres de los jefes nazis. – «El Drama Roehm.» – Consideraciones psico-sexuales del Dr. Magnus Hirschfeld. – Paralelo entre Eulenburg y Roehm. – Psicología de los favoritos invertidos. – La camaradería de los «Caballeros» en el pasado y en el presente. – La amistad pasional, según F. Schiller y Ricardo Wagner. – «Los uranianos.»
El testimonio del ex-general Freiherr von Schoenaich, al que conocí entre 1925 y 1932 y con el que conviví en diversos congresos pacifistas internacionales, hombre considerado como un espíritu luminoso y ponderado, pero enérgico en sus acciones, no se refiere solamente a la época de Guillermo II. En este momento, la megalomanía imperial encontraba en la casta militarista –sostenida por el feudalismo agrario de los Junkers y por el gran capitalismo industrial– el medio ambiente favorable para su exaltación, tanto en el plano social: interior como en el de la política mundial. Y ya hemos visto como en este medio, oculto en la superficie por las maneras duras, en cierto modo, de la nobleza y de la diplomacia, fermentaban los residuos de ciertas aberraciones psíquicas y sexuales que se habían infiltrado incluso en las capas populares, no solamente bajo la forma de la «prostitución masculina», sino también, por así decirlo, bajo formas «ideológicas»: teorías absurdas de pureza racial, máximas provocadoras de hegemonía política, es decir, de sujeción de las otras clases y de los otros pueblos. Todos hemos leído o escuchado esos discursos imperialistas que magnificaban «la fuerza alemana», tomando como pretexto la necesidad de «espacio vital», o atribuyéndose una misión civilizadora, terriblemente brutal y cínica cuando ella chocaba con alguna resistencia por parte de la verdadera cultura, universalmente humana.
Entre el régimen autocrático de un Guillermo II y el absolutismo sanguinario de un Hitler, sólo hay una diferencia de grado y de «organización». Esos errores y esos horrores, que no pudieron [9] barrer las aguas fangosas de una República muerta antes de nacer en la Revolución de noviembre de 1919, se acrecentaron inevitablemente. El tercer Reich reemplazó a la nobleza del Kaiser y conservó solamente los elementos de la vieja mentalidad. Exhumó, justamente, de los bajos fondos populares, esos residuos infiltrados durante la larga dominación monárquica, esas impulsiones turbias, verdaderamente milenarias con frecuencia rechazadas desde la época de los «bárbaros» alemanes, cuyo culto viril, excesivamente masculino, está representado por las divinidades guerreras y por los jefes legendarios evocados en las trilogías wagnerianas.
El régimen nazi instaurado en Alemania en 1933 y que desencadenó en 1939 la segunda guerra mundial para desaparecer después de seis años de indecibles hecatombes y de inauditas destrucciones, no será comprendido por los historiadores del porvenir sin una búsqueda atenta de las psicosis selectivas y, al mismo tiempo, de las costumbres sexuales de los jefes, y de sus numerosos partidarios. De la misma manera que el período guillermino no podrá ser completamente explicado sin las aberraciones del séquito imperial donde «brillaron» un Von Eulenburg y un Von Holstein.
Lo mismo que Freiherr von Schoenaich, nosotros, tristes supervivientes de ese diluvio de odio, de sangre y de fuego, nos preguntamos, cuando pronunciamos el nombre de Hitler, cómo fue posible que un enfermo mental, un neurasténico, un paranoico, un loco atacado de accesos de locura –tal como será clasificado por la ciencia de la patología nerviosa– haya podido ser el dueño absoluto durante más de diez años, de un pueblo de decenas de millones de almas. Lo que hemos dicho de Von Holstein, la eminencia gris, se aplica, en una medida mayor todavía, al plebeyo Adolfo Hitler, la sup-eminencia parda. No sabremos a qué atenernos en lo que a él respecta hasta «el día que saldrán de la sombra sus papeles, escondidos nadie sabe donde». Numerosos datos fortifican la creencia de que «él también pertenecía a esos círculos» (de anormales sexuales). Para Von Schoenaich, «él», es Von Holstein; para los historiadores objetivos del tercer Reich, «él» es Hitler. Y la frase siguiente, se aplica tanto al uno como al otro: «El paso brusco del amor al odio y del odio al amor, que es el rasgo característico de todos aquellos en los cuales el momento sexual tiene una gran influencia, hace a estos hombres completamente impropios para ocupar situaciones influyentes».
Del mismo modo que el proceso de von Eulenburg, a principios de siglo, podía ser considerado como el absceso, por el cual se escapaba el pus del hipócrita homosexualismo del régimen imperial, el «drama Roehm» es la expresión brutal, sangrienta, [10] de las mismas costumbres, pero amplificadas, excesivas, casi públicas, apropiadas al régimen nazi.
Un especialista de la patología sexual, cuyos trabajos son luminarias que atraviesan los subterráneos donde hormiguean los monstruos de las degenerescencias humanas, el Dr. Magnus Hirschfeld, ha escrito algunos comentarios psico-sexuales sobre el caso Roehm, pero sin dar detalles sobre el asesinato en masa ordenado y ejecutado en su mayor parte por el mismo Hitler, en junio de 1934, cuando alrededor de 400 miembros de las secciones de Asalto (S.S.) fueron fusilados con su jefe.
El escándalo Eulenburg se parece en parte al asunto Roehm por el hecho de que estos dos «héroes», cuyo origen social es diametralmente opuesto, formaban parte de las altas esferas gubernamentales; los dos disfrutaban de los mayores favores de su jefe supremo y los dos finalizaron en el desfavor y la abyección. Sus inclinaciones homosexuales han sido explotadas por sus adversarios, para hacer caer el oprobio que de las mismas deriva sobre sus «protectores». ¿Cómo explicarse –se pregunta el Dr. Hitschfeld– por qué naturalezas dominadoras como Guillermo II y como Hitler se sienten con tanta frecuencia atraídas por los homosexuales? La causa debe encontrarse «mejor en motivos de carácter que en las afinidades sexuales».
La mayoría de los invertidos adoran la adulación y el bizantinismo, ceden fácilmente a sus guías, hombres llenos de energía que no toleran la menor resistencia. En su fanatismo por sus jefes, son tanto más manejables cuanto más fácilmente se despedazan entre ellos y sólo se sienten tranquilos y seguros cuando benefician por igual de los favores de su amo. Pero habitualmente surgen ambiciosos, adversarios intrigantes, con frecuencia asimismo anormales sexuales, que envidian a los «mignons» su significación privilegiada. Si los medios directos no les dan satisfacción, estos envidiosos se sirven de alusiones envenenadas que no erran nunca el blanco: descubren secretos de alcoba, representando el papel de indignados, calumnian para que nadie se aperciba que ellos ocupan el mismo sitio, engañan a la multitud sirviéndola historias de complots y de peligros hasta que ella cree realmente que es un absceso purulento lo que ellos han abierto, cuando efectivamente es el cuerpo del Estado el que está enfermo». [11]
Es una explicación psico-sexual del drama Roehm para aquellos que lo conocen en sus detalles abyectos. Los «héroes» de estas hazañas no son suprimidos por el hecho de ser homosexuales, si no por otros motivos morales, por altas razones de Estado. Eulenburg fue acusado de perjuro; Redl, oficial del Estado Mayor austríaco, fue condenado por simples fraudes; Roehm, el jefe de los famosos S.S., fue acusado de felonía con el Furher, a quien quería reemplazar. De hecho, los tres, y muchos otros semejantes a ellos, tenían los mismos vicios y debían ser apartados o suprimidos desde el momento que fuesen descubiertos.
Un fanático teórico racista, Hans Blücher, y un noble prusiano que se escondía bajo el pseudónimo de Lexow, autor de un folleto sobre «El ejército y la sexualidad», se habían ya ocupado antes de estas costumbres, relacionándolas con una antigua cofradía de sangre y de armas, tal como la legión sagrada de Tebas y las ordenes de la Caballería medioeval: la Orden Teutónica y la Orden de los Templarios, cuyo gran Maestre, UIrich van Jungingen, pasaba por ser un homosexual –lo mismo que lo que se refiere a diversas asociaciones de camaradas, más o menos homoeróticas. En «Los Caballeros de Malta», el drama sin mujeres de Franz Schiller (no terminado) es descrita la amistad pasional tal como ella se manifiesta en estas asociaciones de hombres. El propio Schiller pinta a sus dos héroes Crequi y Saint-Priest como «caballeros que se aman», añadiendo:
«El amor de dos caballeros, el uno por el otro, debe tener todos los caracteres del amor sexual.»
Ricardo Wagner, muy apreciado, como se sabe, por Hitler y su camarilla se expresa resueltamente en su libro «Obra de arte del Porvenir» sobre «el valor pasional de las relaciones homosexuales en ciertos grupos». Desprecia las amistades «epistolares-literarias» interesadas y prosaicas, alabando por el contrario el amor basado sobre los «nobles placeres sensuales-espirituales» y que eran entre los espartanos «la única educación de la juventud». Este amor vigoroso reglamentaba los placeres y las diversiones públicas, estimulaba las acciones audaces. Las asociaciones masculinas de camaradería amorosa eran reunidas en unidades de combatientes cuya ley suprema, espiritual, era el desprecio de la muerte «para socorrer al amado en peligro o vengarlo si mordía el polvo».
El Dr. Magnus Hirschfeld cree, pues, que lo que ocurrió en 1934 en el tercer Reich, cuando las Secciones de Asalto y la guardia personal de Hitler se entreasesinaron, no tiene nada de extraordinario. Como tampoco es nueva la difamación de los [12] adversarios caídos en desgracia, poniendo en evidencia sus vicios y depravaciones. La ferocidad y la amplitud de la masacre no constituyen asimismo un hecho «inédito» en la historia alemana. Pisoteando los cadáveres de los jefes de la juventud homosexual, Hitler se creó un nuevo grupo de adversarios, el de los «uranianos», enrolados en el partido nazi, engañados por la tolerancia que mostraba el Furher con relación a Roehm. [13]
La juventud nazi. – De los «Vandervogel» a la «Hitlerjugend». – Algunos libros reveladores (Salomón Asch, Odon de Horvath, Hans Blücher). – El neo-paganismo alemán. – De la mitología teutónica al falso budhismo. – Hitler, verdadero budhista. – La protección de los animales y la vivisección de los hombres. – «La educación» de la juventud hitleriana. – Bajo «el signo de Piscis». – El ipsismo. – Las mujeres virilizadas. – Venus con el saco a la espalda. – Las seudo-amazonas. – Jóvenes y muchachas – Como aman. – Padres e hijos.
Desde del drama personal, pero simbólico, del jefe de las Secciones de Asalto, hasta la gran matanza de la segunda guerra mundial –con sus horrores, que Dante no hubiera sabido describir– el camino recorrido en algunos años es, sin embargo, inmenso, con su cortejo de monstruosidades y de catástrofes. No podemos referirnos aquí más que a ciertos aspectos de las aberraciones y de las perversiones morales y sexuales en el seno de las jóvenes generaciones alemanas, bajo todas las formas posibles de violencia, de odio y de destrucción –apenas veladas por dogmas absurdos, por consignas amenazadoras, parecidas a las excitaciones que se prodigan a los perros que se quiere lanzar sobre la caza: divisas de asesinos que querían esclavizar a su propio pueblo, despojar y masacrar todas las naciones que no se sometían ciegamente a su orgullo y a su frenesí de «dominadores elegidos», de jefes y de guías conducidos ellos mismos por el jefe supremo de una locura colectiva.
Para comenzar, recordemos la existencia de la juventud alemana, esta «Hitlerjugend» que sobrepasó de mucho el famoso movimiento llamado «Wandervogel» («Pájaros de paso») formado de grupos de adolescentes alemanes de los dos sexos que se iban de excursión viviendo una vida «sana, libre y amical». Los principios educativos, éticos, sportivos, &c., de estos grupos no son los de los scouts de la ante-primer guerra mundial, tales como los han conocido Inglaterra, Francia y América. Estos [14] grupos son militarizados. Su «disciplina» está subordinada a una ideología política de partido que prepara los cuadros de partidarios fanáticos, de combatientes prestos a realizar, por orden de sus jefes, no importa qué acciones heroicas –que no difieren en nada de los atentados cometidos por las asociaciones de bandidos de gran camino o los asesinos a sueldo dispuestos a perpetrar los atropellos más abyectos.
Existe, en ese dominio, una rica literatura. Algunas novelas, verdaderas crónicas basadas sobre una abundante documentación ideológica, psicológica y táctica, son extremadamente instructivas. Recordemos la gran novela de Salomón Asch: «Der Krieg geht weiter» (La guerra continua), consagrado en gran parte al periodo de post-guerra de la Alemania vencida y revanchista (1920-1932) y a los síntomas raciales que debían conducir a la masacre de los judíos (1939-1945). La juventud hitleriana está ahí representada por los tipos más significativos, no solamente en el plano político y ultranacionalista sino también en su concepción «de la vida social y erótica». Una escena reveladora es la de la iniciación de un adolescente a la «mística» del amor masculino en el curso de una noche sombría, en un bosque: uno de los jefes da al fin al tembloroso novicio el beso viril, apasionado y bestial.
Esta «Hitlerjugend» llevó hasta el extremo las prácticas anormales del antiguo «Wandervogel», hablando del cual Hans Blücher escribió en 1912 un libro que lo expresa todo en su título: «El movimiento Wandervogel como fenómeno erótico. Contribución al estudio de la inversión sexual».
Entre las numerosas novelas relativas a los años de la dominación nazi (1933-1939), mencionaremos, por su dinamismo, por los cuadros que se suceden cinematográficamente y por sus diálogos brillantes y «sabrosos», «Juventud pagana», por Odon de Horvath, un escritor emigrado que tuvo un fin trágico en París.
* * *
Antes de extraer algunas escenas de esta novela, precisemos que el neopaganismo alemán es, de hecho, un retorno a un primitivismo exaltado –a este salvajismo disfrazado que no renuncia a las apariencias de la ciencia «asesina» de la cultura dogmática, de la técnica monopolizada por el Estado con finalidades guerreras. Thor, Odin-Wotan y los demás dioses nórdicos, son demasiado «puros», es decir, demasiado naturales para la época [15] en que fueron engendrados por la imaginación primaria, instintiva, por los sentidos ávidos de los bárbaros vestidos con la piel de las bestias muertas en las selvas negras de Alemania. Para los «Paganos» de hoy, los dioses antiguos de los teutones son solamente máscaras bajo las cuales se esconden los semblantes equívocos, con frecuencia degenerados, de las generaciones atormentadas que han vivido entre las dos guerras mundiales. El sentido inmediato de este vago paganismo impulsivo, que confunde el odio con el amor, el gesto criminal con la acción noble y creadora, es el anti-cristianismo –pero inseparable de esta panacea con la cual tanta gente quería curar al mundo de todos los males y que, dicha de otra manera, se llama «antisemitismo».
Esto no impide a los neo-paganistas el dirigirse titubeando, en su vida moral, hacia esas religiones asiáticas en las que creen encontrar una confirmación del apostolado ario y de la quimérica pureza de la raza. Así el profesor Wilhelm Hauser, jefe del movimiento llamado: «La fe alemana», ha atacado al Sermón de la Montaña, denunciando su ética de dulzura y de resignación, extraña al alma alemana. Este apóstol del paganismo alemán es un ex-misionero de las Indias, convertido al budhismo (¿a cual? pues existen centenares de sectas y numerosos ritos y dogmas en la selva virgen de la mitología indúe). «La fe alemana», o, más exactamente, la falta de fe, lleva muy lejos, incluso al budhismo. Pero el verdadero budhismo es la expresión de una ética inaccesible a los «salvajes de la cultura» occidental. Otro profesor confusionista, Bergmann, hacía a favor del budhismo una propaganda tan lógica y encarnizada como la de Hauser, sosteniendo que Hitler era un verdadero budhista, porque era... vegetariano, no fumaba, no bebía alcohol, &c.
Pero el profesor neo-budhista olvidaba que este «abstinente» total, era presa de una sed inextinguible de poder que podían aplacar, solamente de vez en cuando, la sangre derramada y las crisis de destrucción. «Un Budha moderno», osó llamar a Hitler un Herr Profesor, imbuido de literatura, pero al mismo tiempo de un servilismo nefasto: el de los «escribas traidores», pues, según este seudo-sabio, el Furher promulgó ciertas leyes que prohibían la crueldad con los animales, lo que no le impidió hacer disecar de vivo en vivo, por sus legiones de verdugos y de técnicos, millones de hombres, culpables únicamente de pertenecer a otra raza, a otra religión, a otra nacionalidad. Esto, ciertamente, en bien de las investigaciones «científicas» (lo mismo que la vivisección de los animales, pues la verdad es que en la Alemania nazi la propaganda particular por la protección de los animales estaba prohibida)... ¡Hay que ser fuertes! ¡Hay que ser despiadados!». He ahí a donde lleva el neo-paganismo [16] indígena o usurpado, que se injertó en un cerebro intoxicado de odio y de orgullo, implantado en un alma poseída por pasiones desnaturalizadas y por el sueño insensato y sin límites de la dominación universal.
* * *
Pero volvamos a esa novela tan reveladora de «La Juventud pagana». No podemos examinarla aquí ampliamente. Pero reproduciremos solamente algunos fragmentos que caracterizan la mentalidad de esta juventud formada por una educación especial. El centro de la acción es un liceo de muchachos. Uno de los profesores, el único que ha conservado su libertad de pensamiento, tiene el valor de decir en clase que los negros son también hombres. Denunciado por sus alumnos, es objeto de una investigación policiaca, seguida paso a paso. Durante las vacaciones, sale de excursión con su grupo de escolares. En realidad, se trata de un periodo de instrucción pre-militar. Un muchacho, en el cual han encontrado asilo todos los vicios de su edad, roído por una curiosidad mórbida, mata en el bosque a uno de sus camaradas. El crimen es atribuido pérfidamente al profesor, que, al fin, consigue desenmascarar al asesino. Las escenas se desarrollan rápidamente, dramáticas, brutales.
¡Cuánta tristeza, amargura, repugnancia, se apodera del lector que cree aún en la pureza y la inocencia de la adolescencia! Estos muchachos son violentos, crueles, cínicos, los unos dominados por la bestialidad, la mayor parte corrompidos, un gran número mentalmente anormales, de una sexualidad precoz, obsesionados por la idolatría del partido, por los slogans del orgullo racial. Repiten a coro las fórmulas que exigen solamente un gesto para convertirse en acciones «heroicas»: de la delación al terror sistemático, de las querellas al crimen sádico, todas sus hazañas no tienen otra finalidad confesada que el deseo de complacer al jefe de grupo, y, a través de él, al jefe supremo, al Furher. Servilismo consumado por la ambición, el descaro, engendrados por el odio y la mentira. Y un orgullo macho, el orgullo del sexo fuerte, de la camaradería que no es más que una servidumbre dirigida en todas las circunstancias, grandes o pequeñas, de la vida social o de la vida individual. Esta existencia no es más que una parodia de la disciplina espartana, alterada por vicios patentes o ocultos.
La juventud fascista y nazi vive bajo el «signo de Piscis», como decía un sacerdote filósofo al profesor perseguido por sus pequeños tiranos: «Así pues, usted y yo, mi querido colega, representamos, desde el viejo Adán, dos generaciones, y los pillastres [17] de su clase representan, así mismo, otra generación... Yo tengo sesenta años; usted tiene cerca de treinta y esos condenados cuentan alrededor de catorce. Ahora, ¡cuidado!: son las experiencias de la época de la pubertad, sobre todo en el sexo masculino, las que son decisivas para la formación general de toda la vida.»
Para la generación a la que pertenece el mencionado filósofo, el problema más importante, casi el único problema general de la pubertad, era la mujer, pero ella le faltaba. De suerte que la experiencia más visible de estos años, era la auto-satisfacción con todas sus consecuencias de antaño (salud quebrantada, &c.). «En otros términos, nosotros tropezamos con la mujer y nos deslizamos en la guerra mundial. Durante nuestra pubertad, querido colega, la guerra llegó precisamente a su apogeo. Los hombres faltaban y las mujeres eran más acogedoras. Uno no tenía mucho tiempo para pensar en él mismo, porque la especie femenina mal alimentada sexualmente había invadido nuestra juventud. ¡La mujer no era ya una santa para vuestra generación! he aquí por qué los hombres de su edad no serán jamás dichosos, porque en el rincón escondido de vuestra alma languidecéis, sumidos en el sueño ideal de una mujer pura, sublime, ilusoria –dicho de otra manera, en la rebusca de vuestra propia satisfacción. Esta vez las mujeres han chocado con ustedes, jóvenes, y se han deslizado hacia la masculinización.»
La mujer deportiva, la mujer soldado, la mujer mecánico, la mujer llena de una erudición estéril: tantos otros tipos «que destruyen la imagen ideal de la feminidad. ¡Quién podrá entusiasmarse a la vista de una Venus que lleva un saco a la espalda!» –exclama el viejo pastor. «La desgracia de la juventud de hoy es que no remonta la crisis de la pubertad, como debería: lo erótico, lo político, lo moral... todo ha sido metido en el mismo saco y mezclado. Además, demasiados desastres han sido festejados como victorias». «Los sentimientos más íntimos de la juventud han sido explotados por todos los charlatanes, a la vez que, por otra parte, se les sirve todo en bandeja: no tienen más que copiar cuanto se les explica por la radio, y reciben así los mejores puntos». «Si los muchachos leen todavía, es para tener algo de qué burlarse. Viven en el paraíso de la estupidez y su ideal es la burla. Pronto hará frío; es el signo de Piscis... El alma del hombre tiende a inmovilizarse, como las escamas de un pescado.»
En cuanto a las muchachas de la misma edad, he aquí como las ve un chico cuando pasan en grupos por la calle (ellas también son llevadas de excursión y obligadas a buscar por los matorrales el cadáver de un aviador). [18]
«Señor profesor, mire usted lo que viene allá abajo, esa tropa en marcha.»
Unas veinte muchachas avanzan al paso militar: llevan una pesada mochila a la espalda y cuando están cerca nuestro oímos sus cantos. Cantan con voz aguda, con voz de grillo, canciones militares. B. ríe estruendosamente. Cuando las muchachas se detienen ante el campo de los chicos, el profesor habla con la cheftana: «Las señoritas nos miran fijamente, como vacas en el pasto... A decir verdad, estas criaturas no tienen nada de atrayente. Sudorosas, sucias y mal arregladas, no ofrecen ninguna imagen agradable.» La maestra, adivinando el pensamiento del profesor, le explica: «Nosotras no tenemos en cuenta los adornos ni las tonterías; nosotras somos las amazonas. Pero las amazonas no son más que una leyenda, mientras que vosotras sois una realidad. Solo somos pobres muchachas mal guiadas...»
Pero existen también legiones de Evas que viven libremente en el bosque con una banda de jóvenes atrevidos. Una de ellas, una huérfana, se convierte en una pequeña salvaje, audaz y desvergonzada. Uno de los chicos la encuentra en el bosque sola y ella no hace aspavientos cuando se trata del amor.
He aquí un extracto del «Diario» del alumno:
«He llegado a la ladera del bosque y desde allí podemos distinguir el cantonamiento en la lejanía. Ella se ha detenido y me ha dicho que debía regresar y que me daría un beso, si le prometía no decir a nadie que la había encontrado allí.
—¿Por qué? –le he preguntado.
—Porque no quiero –me ha contestado.– Le he dado la seguridad necesaria y me ha dado un beso en la mejilla.
—Esto no cuenta –le he dicho– Un beso vale solamente cuando se da en la boca.
Me lo ha dado, pero al mismo tiempo me ha metido la lengua dentro de la boca. Le he dicho que era una cerda para permitirse hacer algo semejante. Ella se ha echado a reír y me ha besado nuevamente. Yo la he dado un empellón. Entonces ha cogido una piedra y me la ha tirado. Si me hubiese dado en la cabeza, me habría matado. Se lo he hecho observar. Me ha contestado que poco le importaba.
—Te habrían ahorcado.
Ha confesado que descontaba terminar así, un día u otro.»
Es esto, sin duda, lo que llaman amar en la Hitlerjugend. Violencia, bestialidad, cinismo. Pero la escena continua: [19]
«De nuevo me ha metido la lengua en la boca. Yo me he enfadado, he cogido una rama de árbol y la he golpeado... sobre el dorso, en las espaldas. Ella se ha caído sin dar un grito. He tenido miedo, creyendo que la había matado, pues no se movía.
—Si está muerta –pensaba yo– la dejaré ahí y haré como si no supiese nada... Pero debe fingir. He visto muchos muertos, y tienen otro aspecto. Cuando era un niño, vi a un policía y a cuatro obreros yaciendo sin vida. Era en el curso de una huelga. –Espera, pensaba yo– quiere solamente hacerme miedo... Levanté poco a poco los bajos de su vestido... Ella se estremeció y me atrajo salvajemente sobre su cuerpo... Cerca de nosotros, había un gran hormiguero. Yo le prometí no decir a nadie lo que habíamos hecho. Ella echó a correr y yo olvidé preguntarle como se llamaba.»
«Nos hemos amado» escribe el muchacho en su diario, en el que incluso anota la ausencia de ropa interior en su «partenaire» de un momento. Pero ni él, ni ninguno de los de su edad, saben lo que es el verdadero amor.
—¿Qué sensación es, pues, la del amor? –se pregunta– «Creo que se parece a la del vuelo. Pero sin duda, volar es más bonito.» Desgraciadamente, esta juventud no vuela nunca. Se arrastra por el fango, aplasta a los débiles, pega en lugar de pensar; busca fuertes sensaciones, en vez de cultivar nobles sentimientos.
En cuanto a la vida de familia, se conocen suficientemente los graves conflictos que estallaron entre padres e hijos bajo el régimen nazi. Los padres y sus amigos son los prisioneros de estos pequeños chantajistas y delatores. ¡Cuán inmenso es el número de padres desaparecidos a consecuencia de una denuncia de sus vástagos, sujetos a sus verdugos con camisa parda!
En el tribunal donde se juzga el crimen del joven de «ojos de pez», antes citado, la madre mira fijamente a Z:
«–¿Pretendes que miento?
—Si.
—Yo, no miento nunca –grita ella de pronto, muy fuerte– No, yo no he mentido en mi vida; pero tu mientes siempre. Yo digo la verdad, nada más que la verdad; mientras que tú solo quieres defender a esa guarra de hembra, a esa mala pécora.
—No es una mala pécora.
—Cállate –prorrumpe la madre, más y más excitada– Sólo piensas en esa miserable haraposa, pero nunca en tu pobre madre.
—Esa muchacha vale más que tú –replica Z. [20]
—¡Silencio! –grita el presidente, sublevado– Y condena a Z. a dos días del cárcel por insultos a testigos. Es incalificable tu actitud para con tu madre. Esto me dice lo bastante!»
Creo estas citaciones suficientes para mostrar lo que es «la educación de la juventud en un Estado totalitario». Pero el libro de Odon de Horvath es una novela. Y la novela es antes una ficción que una realidad –se puede objetar. Al contrario, novelas como esta son demasiado pálidas, demasiado ordenadas y estilizadas, incluso cuando están rigurosamente documentadas y ponen en escena personajes y hechos reales. El film mismo no podría reproducir completamente la ignominia de estas generaciones podridas, de máscaras herméticamente cínicas, arrastradas por el torbellino de todas las Negaciones. [21]
La juventud nazi durante la guerra mundial. – De la Hitlerjugend a los S.S. y a los S.A. – La voluptuosidad de matar y de destruir. – La locura fría, la crueldad convertida en una segunda naturaleza. – «Lustmord». – «Los Golems» asesinos. – «Cuentos de esos años», por Ilya Ehrenburg. – Correlaciones psico-psíquicas entre los horrores de la guerra y las anomalías sexuales. La jerarquía de los verdugos. – Virilización y militarización. – Un símbolo del sadismo sexual; el «affaire» del campo de Domtau. – La carrera hacia el abismo. – Auto-destrucción y suicidio colectivo.
Si alguien duda todavía de la realidad de un mundo tan fuera de eje como el de la juventud fascista y nazi, de una deshumanización que sobrepasa todos los límites de la animalidad (pues el animal, incluso la bestia salvaje de los bosques, obedeciendo a sus instintos que son limitados, no se preocupa de sublimizar su bestialidad, haciendo de ella un dogma racial, forjando divisas de exterminación, creando «ideales» de esclavización y de hegemonía universales), si alguien cree todavía que el turbio período de la adolescencia educada bajo el signo de la cruz gamada será seguido por la aparición de la razón y por el equilibrio de los sentidos, cabe recordar entonces las acciones de la «Hitlerjugend» durante la guerra mundial.
Después de una severa «preparación», el adolescente era enrolado en los batallones de la muerte, en esos famosos regimientos S.S. y S.A., es decir, de asesinos iniciados en el arte de matar, no solamente por medio de todas las torturas que manchan la historia de los pueblos guerreros de la antigüedad, sino también por los medios más crueles y refinados de destrucción «científica», aplicados sin ningún escrúpulo en los países invadidos por las hordas motorizadas.
Esta juventud hitleriana, que, sabía matar a pedradas a los compañeros de liceo, «amar» en los bosques a huérfanas salvajes, ha satisfecho abundantemente, durante la guerra y la [22] ocupación de los países invadidos, su sed de sangre, ese «Lustmord» ese odio lleno de voluptuosidad, que consiste en hacer picadillo de sus enemigos, sin distinción de edad ni de sexo. Desde los niños cogidos por la pierna, y estrellados contra la pared, o lanzados al aire como pelotas, para ser «fusilados» durante su caída o cogidos en el aire con la punta de las bayonetas, hasta las centenas de millares y de millares de internados en los campos de la muerte (¡cuantos murieron en ruta!) dejados morir de hambre, de frío, presa de las enfermedades, o martirizados con toda suerte de torturas, asfixiados en las cámaras de gases, enterrados vivos, sirviendo de cobayos para los nuevos venenos descubiertos por sabios diabólicos... Es incalculable el número de víctimas de tal locura fría y sin embargo lúcida, de una crueldad convertida en segunda naturaleza, que se prodigaba en excesos, arrastrada por su propio frenesí hacia todos los abismos de la destrucción, de la muerte repugnante que no conservaba ni aún las formas humanas de la descomposición.
La economía de guerra nazi industrializaba las masas de cadáveres para extraer de ellos el jabón que servía para lavar las camisas de los verdugos, para empavesar con huesos calcinados las calzadas que atravesaban los autos de los «vencedores», para abonar con las cenizas de los hornos crematorios las tierras laborables que debían nutrir a los aprovechadores del régimen y a sus esbirros, sumisos como robots.
Aún no se ha reunido todo el material documental de estos desafueros, a los que yo no llamaré infernales, sino pura y simplemente nazis. Solo dentro de algunas decenas de años se escribirá la verdadera historia de esta «guerra total» que solo fue una matanza furiosa perseguida entre convulsiones rabiosas y abyecciones sin cuento. Y si los escépticos o los cínicos se extrañan de algo que niegue la realidad de la generosidad humana, se preguntarán cómo fueron posibles semejantes horrores, cómo quedaron todavía víctimas supervivientes de los campos de exterminación, al llegar «los años Iibertadores».
Citemos, por ejemplo «Cuentos de esos años», de Ilya Ehrenburg, testimonios que no son florilegios literarios, sino gritos patéticos de la conciencia humana herida y expoliada. Abramos el libro al azar. He aquí «El fin del Ghetto», donde los primeros condenados se resuelven, en el exceso de su sufrimiento, a rebelarse contra los verdugos; quieren a lo menos morir como hombres dignos y lúcidos, y no como bestias en el matadero. Fomentan un complot, reúnen armas, combaten hasta el último suspiro.