Rafael Gambra Ciudad 1920

Rafael Gambra Ciudad

Ideólogo tradicionalista español y profesor de filosofía, nacido en Madrid el 21 de julio de 1920. Estudió en el Colegio del Pilar de Madrid. De familia oriunda del valle del Roncal (Navarra) al iniciarse la guerra civil en España se alistó en los tercios navarros, en los que se ganó el grado de oficial (y distintas condecoraciones, como la Medalla de la Campaña 1936-1939, Cruz Roja del Mérito Militar, Cruz de Guerra, Medalla de Voluntarios de Navarra, &c.). Terminada la guerra cursó Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, junto a los profesores Zaragüeta, García Morente y el P. Ibeas, y en 1942, en sólo tres años, obtuvo la licenciatura. El 3 de agosto de 1943 se incorpora, como Catedrático de Filosofía, al Cuerpo de Catedráticos Numerarios de Institutos Nacionales de Enseñanza Media de España, iniciando el desempeño de su cometido como funcionario en el Instituto «Príncipe de Viana» de Pamplona (durante once años), de donde pasa a los institutos «Cervantes» y «Lope de Vega» de Madrid.

Doctor en Filosofía en 1945 por la Universidad de Madrid, con la tesis La interpretación materialista de la historia (una investigación social-histórica a la luz de la filosofía actual), dirigida por Juan Zaragüeta Bengoechea, defendida el 30 de junio de 1945 ante un tribunal formado además por Ciriaco Pérez Bustamante, Manuel Ferrandis Torres, Juan Francisco Yela Utrilla y Manuel Mindán Manero. Editada por el Instituto «Balmes» de Sociología, del CSIC, Madrid 1946, 262 págs. Resumen: «Comienza situándose a la Interpretación Materialista dentro del tema general de la Historia y delimitando lo que por ella debe entenderse. En la gran empresa de la filosofía moderna, que ha sido la de someter toda la realidad a una estructura racional, necesaria (racionalismo), fue la Historia la última conquista, ya que no se intentó reducir a sistema hasta Hegel. Pero al advenir la crisis del sistema de la razón pura con las nuevas corrientes indeterministas y existenciales, fue la Historia la primera en desasirse, poniendo de manifiesto la radical alogicidad o facticidad de su objeto. La imposibilidad de sistematizar (reducir a sistema) la Historia no supone, sin embargo, que no pueda ser interpretada, es decir, penetrada intelectualmente en su naturaleza y en su sentido. Entre las tesis modernas de interpretación histórica destaca el Materialismo Histórico, por su inmensa repercusión y porque, aunque forjada bajo la inspiración del idealismo hegeliano, contiene elementos de antítesis y reacción que han determinado su pervivencia hasta nuestros días. Señálase la diferencia entre el Materialismo Histórico propiamente tal y el economismo y realismo históricos con que frecuentemente se le pretende englobar, tesis estas últimas fácilmente aceptables a las que el Materialismo trasciende claramente. Analízase después la génesis concreta de la teoría a cuya formación se han de unir tres nombres: Hegel, que depara a Marx el fondo filosófico; Saint Simon, a quien debe una actitud general ante la realidad, y Feuerbach, que le dota de sus propios elementos de discordia y reacción para la concreción de una tesis original y propia. Llégase, por fin, a dos formulaciones de la teoría, una desde el punto de vista de la existencia del hombre, y otra desde el de los factores sociales influyentes en el proceso histórico. Desde éste puede definirse como la teoría que sienta como decisivo el factor técnico-material, causa en primer término de la estructura económica, y después de todas las demás que resultan sólo de su superestructura. En una segunda parte se hace un cotejo entre la Teoría y la realidad histórica misma, a través de las objeciones capitales que opone el Materialismo Histórico a la existencia de una pluralidad entrecruzada de motivaciones históricas de índole diversa. Son éstas: el valor pragmático de las ideologías, la heterogeneidad de los fines y el disfraz de los motivos. Dedúcese de este cotejo una insuficiencia de la tesis, que, si bien los motivos de diferente orden se funde estrechamente en cada motivación concreta, mantiene en su realidad originaria o abstracta una clara irreductibilidad. Sin embargo, como tratándose de hechos pretéritos siempre es posible una escapatoria para cualquier interpretación, se hace necesario para esta discusión un análisis de los supuestos implícitos en el Materialismo Histórico, lo que es objeto de la tercera parte. En ella se parte de la pregunta de si el Materialismo Histórico es un materialismo de tipo eficientista o finalista. En el primero, lo que los marxistas llaman superestructura de la vida humana sería un simple epifenómeno de una realidad que se mueve impulsivamente desde las primeras necesidades vitales; en el segundo, existiría realmente ese orden de la superestructura, pero sometido teleológicamente al interés vital-material a cuyo servicio estaría. A través de un análisis del concepto de naturaleza en Feuerbach y de la obra de Marx y de los principales marxistas, llégase a la conclusión de que se trata de un materialismo eficientista, de una teoría mecanicista de la Historia. Del mismo modo que el asociacionismo en psicología quiso dar con una mecánica del espíritu a partir de unos átomos o primeros elementos inmutables del pensamiento, así el Materialismo Histórico pretende explicar mecánica o científicamente la vida histórico-social sobre la base de unos elementos y unas fuerzas conocidas que actúan eficientemente. En la cuarta parte se ensaya una superación de la Interpretación Materialista a la luz de la filosofía de hoy. El pensamiento actual reacciona contra la concepción general del racionalismo. Diversos descubrimientos en la ciencia, en la filosofía y en la historia han producido, con la aguda percepción de la existencia, un mundo de categorías nuevas. Esto arruinó el asociacionismo psicológico en una reacción que va desde Royer-Collard hasta Bergson. La realidad espiritual posee un modo de durar radicalmente distinto del que rige en el mundo de los cuerpos. Una. extensión de esta nueva concepción a la realidad espiritual histórico-social nos permite concebir el orden histórico como «la duración espiritual, acumulativa e irreversible, que se desarrolla con vista a fines atemporales, es decir, respondiendo a un contenido concreto de ideales que la penetra y otorga sentido en todos sus momentos y obras». Esta concepción añade a la teoría de la corriente de la conciencia bergsoniana la idea de finalidad, que, limitándola en su teoría al orden humano, parece no sólo compatible, sino necesaria. La última parte se enfrenta con un posible materialismo finalista, aunque no sea el que históricamente se conoce por Materialismo de la Historia. Para ver si es posible esa reducción de los sectores superiores de la cultura a una finalidad vital se observa el coexistente interés vital y desinterés vital o interés espiritual en el hombre primeramente, a través de sus distintas funciones, y en la naturaleza, en general, más tarde. Conclúyese, por fin, que el Materialismo Histórico, aunque haya constituido en casos un método útil de economía del pensamiento y a su luz se hayan logrado frutos científicos en la historia concreta, conduce como teoría de interpretación histórica a la deshistorificación de la Historia, y constituye la culminación, en este orden, del caducado espíritu del racionalismo cientificista.» (Tomado de Sumarios y extractos de las Tesis Doctorales leídas desde 1940 a 1950 en las secciones de Filosofía y Pedagogía, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Madrid, páginas 61-66.)

A comienzos del siglo XXI se ha convertido en uno de los teóricos indiscutidos del tradicionalismo político español, e incluso el 17 de julio de 2001 uno de los aspirantes al trono de España desde las filas del carlismo difundió entre el pueblo expectante el siguiente comunicado: «Despacho de Su Alteza Real Don Sixto Enrique de Borbón. La necesidad de reorganizar nuestra Comunión Tradicionalista para un mejor servicio de las Españas y de la Cristiandad toda, en estos tiempos de confusión y desconcierto, me han movido a intervenir personalmente de nuevo a través de una Secretaría Política, cuya dirección he decidido confiar a don Rafael Gambra Ciudad, siempre leal, exponente como pocos de la inteligencia volcada al servicio de la Causa durante un dilatado quehacer. Por lo mismo, Vengo en nombrar a don Rafael Gambra Ciudad jefe de mi Secretaría Política, requiriendo de todos le presten la más leal y pronta colaboración. En el exilio, a diecisiete de julio de dos mil uno. Sixto Enrique de Borbón.» Pero esta decisión no fue bien recibida por la organización Comunión Tradicionalista Carlista, que dejó al pueblo muy preocupado con su comunicado: «Conocido este presunto despacho: [...] la Junta de Gobierno de la Comunión Tradicionalista Carlista –para evitar posibles malentendidos– informa que no tiene ninguna responsabilidad sobre este asunto. Nuestra organización continúa con su trabajo diario para llevar a la vida pública la voz de los católicos españoles. Madrid, 21 de julio de 2001.»

 

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