Luis Vidart Schuch (1833-1897)
La filosofía española, indicaciones bibliográficas (1866)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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XXI.

Salomón ben-Gabirol (Avicebrón) nació en Málaga por los años de 1025, estudió en Zaragoza, que era a la sazón uno de los principales centros de la cultura española, y según aparece probable, su muerte hubo de acaecer a fines del siglo XI.

Para juzgar las doctrinas de Avicebrón tenemos [33] que atenernos solamente a su obra titulada: Fuente de la vida o Fuente de la sabiduría, que parece ser una misma, aun cuando con estos dos nombres diferentes se halla citada por los autores escolásticos del siglo XIII. Avicebrón había escrito también un libro que completaba la doctrina expuesta en la Fuente de la vida que llevaba por título: Origo largitatis et causa essendi{12}, pero este libro ha desaparecido y hasta ahora han sido inútiles todas las investigaciones que se han llevado a cabo con el fin de encontrarle.

Las doctrinas contenidas en la Fuente de la vida pueden reducirse a tres partes principales: primera, la teoría aristotélica sobre la forma y la materia: segunda, la concepción alejandrina acerca de la creación por medio de las emanaciones, reducida a los límites del universo visible: tercera, la tentativa de levantar un Dios personal, una teodicea creyente, sobre una metafísica puramente panteísta.

Para venir a la unidad fundamental, que toda filosofía intenta hallar, Avicebrón empieza por decir que el espíritu, lo mismo que la [34] naturaleza, tiene forma y materia; y por este camino llega a encontrar un principio único, donde puede decirse que se hallan virtualmente toda materia y toda forma. De aquí, la doctrina de la creación por emanaciones sucesivas de esta unidad primera, y parece natural que la idea de un Dios-todo sea el término final de esta serie lógica. Sin embargo, no sucede así: Avicebrón se detiene antes de llegar a la concepción panteística y proclama un Dios personal, incomprensible dentro de las condiciones que había expuesto en su sistema cosmogónico.

XXII.

¿Qué valor científico tiene la doctrina filosófica de Avicebrón? Según nuestro juicio, este pensador vislumbró el problema fundamental de la ciencia, el ser y sus atributos, aun cuando sólo de un modo parcial y reducido a un concepto segundo, la materia y la forma. Por esta causa la teoría de Avicebrón es principalmente idealista, y según ha observado un crítico extranjero, quizá la Fuente de la vida, fue la inspiración que produjo a fines del siglo XII y principios del XIII los sistemas resueltamente [35] panteístas de Amadeo de Chartres y de David de Dinant.

Pero si recordamos la época en que se escribió la Fuente de la vida, si tenemos en cuenta los obstáculos que en aquel entonces se oponían a toda investigación filosófica, no aparecerán exageradas las siguientes frases con las cuales termina Mr. Franck la monografía de Avicebrón que se halla en sus Estudios orientales. Después de exponer y juzgar la doctrina contenida en la Fuente de la vida, dice así:

«Tal es considerado en su enlace interior uno de los más célebres sistemas de filosofía que han aparecido, no solo entre los judíos del siglo XI, sino también entre los cristianos y los árabes.»

«Este sistema coloca a Avicebrón en un puesto separado de sus contemporáneos y de sus sucesores. Avicebrón se distingue de los escolásticos propiamente dichos, y así es, que estos le consideran como un adversario, un novador peligroso, una inteligencia rebelde que se atreve a contrariar la doctrina, o que destruye bajo una forma encubierta la autoridad de Aristóteles. Avicebrón también se distingue de los averroístas que le sucedieron en el estadio de la ciencia, pues defiende con energía la libertad como una perfección de la existencia, y sostiene la [36] personalidad de la naturaleza divina y de la naturaleza humana. Sin duda que considerando tan solo los elementos de que está formado este sistema, nada tiene de original. La doctrina de las emanaciones pertenece a la escuela de Alejandría, que a su vez la había tomado del Oriente, para reunirla con las teorías de Platón y Aristóteles. La idea de un Dios personal y creador, de una voluntad soberana, omnipotente, que no es sólo el origen, sino la causa efectiva de todos los seres, se halla en el fondo de todos los dogmas y de todas las tradiciones bíblicas. Pero la tentativa de reunir y conciliar estos dos principios no ha sido jamás realizada, antes ni después de Avicebrón.»

Pasemos ya a ocuparnos del autor del Guía de los extraviados.

XXIII.

Moisés ben-Mayemon (Maimónides), nació en Córdoba el 30 de Marzo de 1135. Estudió y cultivó a la vez la teología, la filosofía y la medicina. Temiendo la intolerancia y el fanatismo de los árabes españoles, pasó a Fez, de aquí a San Juan de Acre y después a Jerusalén; por último, se estableció en Egipto, y por la intervención y buenos oficios del ministro Al-Fadhel fue [37] nombrado médico del sultán Saladino, en cuya corte llegó a adquirir Maimónides notable influencia y consideración extremada por su gran ingenio y profundísima ciencia.

Hechas estas ligeras indicaciones sobre el hombre, ocupémonos del escritor. ¿Cuál fue el problema que se propuso resolver Maimónides en El guía de los extraviados? He aquí cómo contesta a esta pregunta Mr. Emilio Saisset en su artículo titulado Maimónides y Espinosa, publicado en la Revue des Deux-Mondes, del 15 de Enero de 1862: –«El problema que Maimónides se propuso fue el mismo que un siglo más tarde trataron de resolver todos los más grandes doctores cristianos; la conciliación de la sabiduría divina, representada por la Biblia, con la sabiduría humana, encarnada en Aristóteles. Maimónides, en este sentido, es el precursor de Santo Tomás de Aquino, y El guía de los extraviados anuncia y prepara la Summa Thologicae.»{13} [38]

XXIV.

Conformes con la primera parte de la apreciación de Mr. Saisset, no lo estamos tanto en la segunda, sino bajo cierto concepto que ahora explicaremos. Verdad es que Maimónides se propone concordar la fe bíblica con la razón aristotélica, pero lo hace subordinando la fe a su personal criterio, negando la verdad de las enseñanzas de la fe allí donde se ofrece alguna duda a su razón; diferencia muy notable entre el filósofo judío y el santo doctor católico, que siempre buscó el acuerdo de la fe y la razón en la idea primera y superior de Dios, que todo lo comprende y que todo lo abraza.

Sin embargo, dado que El guía de los extraviados se separa del juicio estrecho del pueblo judío, que siempre ha pretendido tomar las enseñanzas bíblicas según su letra, y no según su verdadero e inmortal espíritu, bajo este concepto, y sólo bajo este concepto, puede encontrarse alguna relación entre la obra de Maimónides y las de los doctores católicos que han tratado de armonizar la fe y la razón, la religión y la ciencia.

Respecto a la opinión recientemente sostenida [39] por Mr. Cousin, de que las teorías de Maimónides son el origen del sistema de Espinosa, contra los que siguen creyendo que su fundamento se halla en las doctrinas de Descartes, y repiten aun el dicho de Leibnitz: «el cartesianismo es un espinosismo corrompido», sólo diremos algunas breves palabras, que no pretendemos imponer como un dogma, pero que nos parece que encierran una idea verdadera.

En el fondo el error tiene que ser sólo uno, como la verdad es sólo una. En toda especulación filosófica, como en toda obra humana, hay parte de verdad y parte de error. En la nunca interrumpida elaboración científica, la parte de verdad de una obra sirve de fundamento y origen de las obras siguientes en que predomina la verdad; y contrariamente, la parte de error es origen de nuevos y más trascendentales errores. El subjetivismo de Espinosa, que no dice como el antiguo panteísmo griego, todo es Dios, sino por el contrario, Dios es todo, con el fin de convertir más pronto y más claramente en Dios la idea del pensador, resume en sí la errónea concepción de la sustancia que explicó Descartes y el gran predominio dado al criterio individual de El guía de los extraviados. [40]

XXV.

Después de la gran extensión que nos hemos visto obligados a dar a nuestros juicios sobre Avicebrón y Maimónides, nos limitaremos a citar, como los nombres más ilustres de los filósofos rabínicos, los de Jehudá Halevi, Aben-Ezra, José ben-Caspi, Abraham Bibago, Bahía ben-Joseph, Schem-Tob, Aben-Tibbon, Abravanel, y pasaremos a ocuparnos de las teorías filosóficas de los árabes españoles.{14}

Considerar la fe sobrenatural como el único fundamento de todas las verdades conocidas, es una de las teorías filosóficas que hemos indicado como primarias y fundamentales. Pero para afirmar la revelación religiosa, hay dos caminos [41] enteramente opuestos y ninguno acertado. Negar la razón y sostener que la letra del texto escrito por el enviado de la divinidad es el exclusivo fundamento de toda la ciencia humana; o por el contrario, decir que la razón individual en su punto más elevado llega a confundirse con la razón universal, con la razón divina, y puede decirse, que hasta con la esencia misma de Dios. El primero de estos sistemas bien podría llamarse materialismo sobrenaturalista y análogamente el segundo, idealismo sobrenaturalista.

Un filósofo árabe de la edad media, el célebre Al-Gacel (1038), escribió un libro titulado: Destrucción de los filósofos, destinado a demostrar la radical impotencia de la razón humana y la absoluta necesidad de recurrir a la letra del Corán para hallar la verdadera ciencia; libro que puede considerarse como una clara manifestación de la primera escuela sobrenaturalista que ahora acabamos de indicar. La gloria de haber contrariado esta doctrina pertenece a los árabes españoles. Veamos en qué forma.{15} [42]

XXVI.

Como una protesta contra la tendencia materialista de las teorías de Al-Gacel se presenta la escuela idealista y creyente fundada en el siglo XII por los árabes españoles Avempas y Tofail,{16} los cuales afirmaban que los sentidos sólo pueden dar noticia de lo transitorio y perecedero, y que por lo tanto la razón debe prescindir de estos medios de conocimiento y reconcentrándose en lo íntimo de su ser llegar a la verdad por intuición maravillosa y de todo punto infatigable.

Avempas desenvolvió sus teorías fundamentales en una obra titulada: Régimen del solitario, [43] en que se propuso hallar la conjunción entre la inteligencia pasiva (humana) y la inteligencia activa (divina).

Tofail fue discípulo de Avempas, y bajo los mismos principios que su maestro escribió un libro titulado: El hombre de la naturaleza o el filósofo instruido por sí mismo, que ha merecido grandes encomios del ilustre Leibnitz, y del cual dice un erudito historiador, que es la obra más filosófica y de más exacta y sublime doctrina de cuantas escribieron los filósofos árabes.

El libro de Tofail es conocido también bajo el título de: El filósofo autodidáctico, y ha sido traducido al hebreo, al latín, al holandés, al inglés y al alemán. No ha sido traducido al español: Tofail nació en España.{17}

XXVII.

Enfrente del idealismo creyente de Avempas y Tofail se presenta el sistema ecléctico fundado por el gran pensador Averroes (1126){18} que, [44] admitiendo la coexistencia de la idea y del hecho, del pensamiento y de la sensación, como reductibles en último término a un principio superior, ponía muy en duda la validez de las creencias instintivas, llegando a sostener que una misma proposición puede ser verdadera en filosofía y falsa en teología, sin duda alguna con el fin de salvar esta doctrina de la nota de heterodoxia que tan fácilmente pudiera aplicársele.

Averroes estableció una división entre el alma individual que sólo conocía lo fenomenal y transitorio, y el entendimiento que como facultad general, es lo único que puede elevarnos al conocimiento de lo universal y de lo invariable, teoría que tiene gran semejanza a la distinción que hoy enseñan algunas escuelas alemanas entre la inteligencia, facultad falible e individual, y la razón, facultad infalible y universal, puesto que la constituye la verdad en Dios y la suma de todos los juicios acertados del individuo y de la humanidad.

El P. Fernández Cuevas en su Historia philosphia ad usum academicae juventutis comprende en la escuela averroista, a los filósofos árabes Ali-ben-Ragel, Ali-Albucacen, Iben-Arabi e Ibnu Saigh, todos nacidos en tierra española y [45] cuyas obras tenían gran celebridad entre los escritores de la edad media.

Ha poco tiempo el célebre Mr. Renan publicó un libro titulado Averroes y el averroismo, donde son juzgadas las doctrinas del filósofo español con gran ciencia y erudición, si bien deslucidas estas dotes por el vacilante criterio de su autor, que en esta, como en todas sus obras, sigue la teoría de que toda verdad es relativa, o lo que es lo mismo, que el afirmar y negar al propio tiempo es el modo de no caer en el error, en lo cual no va descaminado, pues el que emite dos juicios tiene más probabilidades de acertar que el que sólo emite uno, si bien acontece lo mismo en las probabilidades de equivocarse.

XXVIII.

Entramos en el tercero y último periodo en que hemos considerado dividida la vida científica de la península ibérica durante la edad media. Después de la toma de Sevilla, realizada por San Fernando el año de 1248, comenzó a decaer rápidamente el poderío de los conquistadores, y las flores de la inteligencia, que [46] antes nacían en los dominios de los árabes, brotaron a la sombra del laurel de la victoria en los palacios y en las cortes de los monarcas castellanos.

Pruebas son de la verdad de nuestro aserto, el monumento más insigne de la legislación en el siglo XIII, el código de las Siete Partidas del rey de Castilla D. Alonso X, en cuya parte expositiva se ven reunidas las enseñanzas de la moral estoica, popularizada en España por las obras de Séneca, y las teorías escolásticas del derecho canónico; el romancero del Cid, que sería el primero de los poemas que produjo la edad media, si no existiera la Divina Comedia; las tablas Alfonsinas, donde el genio del monarca castellano presiente la teoría astronómica de Copérnico, siendo este presentimiento la causa de aquel dicho impío que tan mal se aviene con su profunda sabiduría y cristianas virtudes; y por último, aquella ilustre pléyade de preclaros ingenios que formaba la corte de D. Juan el Segundo, entre los cuales se cuentan escritores tan sesudos como el bachiller Cibdad-Real y mossen Diego de Valera, y poetas tan apasionados como Juan de Mena, Jorge Manrique y el Marqués de Santillana. [47]

XXIX.

Viniendo a la historia de la filosofía española en el siglo XIII, aparece ante nuestros ojos la gigantesca figura del mallorquín Raimundo Lulio (1235), que ocupa un puesto eminente entre los primeros sabios del mundo, según el meditado juicio de doctos críticos e imparciales historiadores.

Cortesano galanteador y católico misionero, viajero infatigable y estudioso solitario, soldado pendenciero en sus juveniles años y doctor científico en su edad madura, tales son los contrastes que presenta la vida de Raimundo Lulio.

Considerado por muchos como digno de ser santificado; anatematizado por otros como hereje y hechicero, tales son los juicios opuestos que alcanzó de sus contemporáneos.

No es menor la diversidad de opiniones que ha reinado acerca del valor real de sus doctrinas, hasta que la justa posteridad ha pronunciado su último e inapelable juicio. El P. Mariana ha dicho que las obras de Lulio «más parecían deslumbramientos y trampantajos con que la vista se engaña, burla y escarnio de las ciencias, que verdaderas artes y ciencias.» Saavedra [48] Fajardo, en su República literaria describiendo el edificio que llama la casa de los locos, dice: «En unos salones grandes había notables humores; allí estaban los discípulos de Raimundo Lulio volteando unas ruedas con que pretendían en breve tiempo acaudalar todas las ciencias:» aludiendo en son de mofa a las ruedas del «arte combinatoria,» ideadas por el filósofo mallorquín.

El marqués de Saint-Aubin, en su Tratado de la opinión, afirma «que la lógica de Raimundo Lulio no es más que una algarabía, verdadera colocación de palabras en un orden arbitrario y que nada tiene de real.»

El P. Juan de Mabillon, en la segunda parte de sus Estudios monásticos, al tratar de las ciencias a cuyo estudio deben dedicarse los sacerdotes, exceptúa el arte de Raimundo Lulio, que para nada sirve, la astrología judiciaria, la quiromancia, y las otras especies de adivinar que son reliquias del paganismo.

Por último, el erudito Muratori llegó a decir que en la filosofía luliana, «no se encuentra nada que exceda de un vulgar ingenio.» [49]

XXX.

Se hace palpable la injusticia de los juicios que anteceden; cuando se considera el especial estudio que merecieran las obras de Raimundo Lulio de jueces tan competentes en materias filosóficas como el P. Kircher, Giordano Bruno y Leibnitz; y así es, que el ilustrado catedrático de la Universidad central, Sr. Canalejas, al exponer los merecimientos de este insigne escritor, termina diciendo, que «si Alejandro de Hales, Alberto el Grande y Santo Tomás de Aquino salvaron la ciencia católica de los sectarios de Averroes, bien puede colocarse junto a estos venerandos nombres el de nuestro Raimundo Lulio, que sobrepuja a Alberto, y es quizá más original y sintético que el mismo Santo Tomás de Aquino.»

No se limitó Raimundo Lulio a los estudios filosóficos; su aplicación buscaba alimento en todos los órdenes de los conocimientos humanos, pero muy particularmente en la medicina y en las ciencias naturales, en las cuales llegó a sobresalir casi tanto como en la filosofía, según puede verse en los elogios que ha merecido de los Agrippas, Paracelsos y Boerhaaves, cuya [50] sabiduría médica y química es universalmente reconocida y entre todos los doctos acatada.


{12} Mr. Franck presume que este libro debe ser el mismo que cita Guillermo d'Autvergue bajo el título: Librum singularem de verbo Dei agente omnia, del cual ya hicimos mención nosotros al comenzar estos apuntes sobre Avicebrón. (véase: Franck, Estudios orientales.)

{13} El gran mérito de Maimónides está reconocido por todos los modernos críticos e historiadores de la filosofía. «Considerado Maimónides como escritor, dice Mr. Franck, puede colocarse entre las más grandes inteligencias del siglo XII y entre los que han ejercido una influencia más señalada en las ciencias filosóficas.» (Franck, Estudios orientales.)
También se tributan grandes elogios a Maimónides en la noticia sobre su vida y escritos de Cf. Geiger, publicada en Breslau el año de 1850.
Mr. Renan en su libro: Averroes y el averroísmo, considera a Maimónides como el más importante entre los pensadores de las escuelas judaicas de la edad media.

{14} Entre las obras de estos autores se citan principalmente en las historias de la filosofía la que compuso hacia 1140 Jehudá Halevi (Abraham ben-David ha-Levi) titulada: Cosri o mejor Khozari, donde se presenta la cábala como el camino seguro de llagar a la verdad, y la que escribió Bahia ben-Joseph bajo el nombre de: Los deberes del corazón, en la que se sostiene la superioridad de la moral práctica sobre la especulación científica.
El escritor José Gugenheimer publicó en Hamburgo el año de 1850 una monografía del primero de los autores que acabamos de citar.
El libro de Halevi ha sido traducido al latín por Buxtorf y al español por Jacob Avendaño. Algunos críticos lo consideran, como el origen de las investigaciones bíblicas del célebre Aben-Hezra destinadas a contrariar los sueños de la cábala que tanto preocupaban a los judíos españoles de aquella época.

{15} La influencia de la cultura arábiga de los siglos medios sobre la civilización europea ha sido negada completamente por algunos escritores fanáticos, y por esta causa dice Muratori en la disertación XLIV de las Antigüedades italianas: «nosotros sólo al oír el nombre de los árabes o sea sarracenos, concebimos horror a aquella nación y la imaginamos siempre cruel, inmunda, infiel e ignorante. De otro dictamen [42] fueron nuestros mayores que siempre estimaron su literatura.»
El famoso astrónomo Bailly, en odio a la civilización cristiana, exageraba los méritos de la cultura arábiga y decía que: «Las naciones de Europa divididas y ocupadas por espacio de muchos siglos en destruirse, después de haber envejecido en la barbarie sólo fueron iluminadas por la invasión de los moros y por el arribo de los griegos.»
Por último Mr. Renan en su libro Averroes y el averroísmo afirma que: «La introducción de los textos árabes en los estudios occidentales divide la historia científica y literaria de la edad media en dos épocas enteramente distintas.»

{16} Avempas nació en Zaragoza a fines del siglo XI y murió el año de 1138. Tofail nació en Guadix en el primer tercio del siglo XII y murió en Marruecos en 1185, asistiendo a sus funerales el rey Almanzor, lo que prueba la estimación que entre los árabes alcanzaba el estudio de las ciencias filosóficas.

{17} Juzgando el mérito de El filósofo autodidáctico, dice Mr. Renan: «De todos los monumentos de la filosofía arábiga quizá es el único que puede ofrecernos un interés más que histórico. (Renan, Averroes y el averroísmo.

{18} El gran poeta florentino considera al filósofo Averroes como una de las mayores lumbreras de la humana ciencia y exclama:
          Averrois che'l gran comento feo.
(Dante Divina comedia, El infierno, canto IV.)


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Luis Vidart Schuch
La filosofía española
Madrid 1866, páginas 32-50