Fernando Garrido (1821-1883)
La República democrática federal universal (1855)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
<<<  >>>

Capítulo IV

La bandera de la Democracia o el programa del siglo XIX

La bandera de la Democracia es el programa de la civilización moderna; es la ardiente aspiración de las generaciones, que de conquista en conquista, de progreso en progreso, marchan simultáneamente hacia el completo dominio de la materia, que debe hacer a la humanidad señora del mundo, y hacia la realización de un ideal de justicia, de amor y Libertad, risueña esperanza que nos sonríe en el horizonte, brillando al través de las ensangrentadas nubes que nos rodean.

Por eso en el glorioso estandarte de la Libertad y el progreso, que la Democracia tremola, ha escrito esas tres mágicas palabras que resumen el dogma de la política de la humanidad: [112]

LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD.

Y desenvolviendo en su CREDO esta misteriosa trinidad, que encierra la Constitución del orden social nuevo; del reinado de la justicia, prometida a los hombres por todos los reveladores, soñada por los poetas y entrevista por los sabios, la Democracia proclama:

LA SOBERANÍA INDIVIDUAL con todos sus atributos:

DERECHO DE LIBRE EXAMEN Y DE LIBERTAD DE ACCIÓN.

Libertad de cultos, de enseñanza, de imprenta, de reunión, de asociación, de industria y de tráfico.

INTERVENCIÓN DIRECTA EN LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA.

Sufragio universal, sanción de las leyes por el Pueblo.

SER JUZGADO POR SUS IGUALES.

Institución del Jurado; derecho de libre defensa. [113]

DERECHO A LA CONSERVACIÓN DE LA VIDA.

Derecho a la asistencia, a la instrucción, al trabajo y a la propiedad.

La Democracia cree y espera que la aplicación de estos principios, y el establecimiento de las instituciones que son su consecuencia, producirán

LA PAZ PERPETUA.

La perfección moral y material del hombre, de las que resultará la felicidad de la especie, y una no interrumpida serie de progresos, adelantos y perfeccionamientos tales, que, comparados con ellos los verificados hasta nuestros días, podrán calificarse de un atraso, de una ignorancia verdadera.

Estos principios constituyen el Decálogo, el CREDO de la Democracia en el siglo XIX.

Para llegar a esta era feliz, que debe ser el lote que leguemos a nuestros hijos, la Democracia, vanguardia de la humanidad, declara guerra a muerte a todos los privilegios, errores, preocupaciones, instituciones y sistemas que sirven de estorbo al progreso, [114] y después de apagar sus fuegos en la esfera de la discusión, los destruirá en el terreno de los hechos.

La Democracia, que acabó con los castillos feudales emancipando al siervo; que destruyó las inquisiciones y conventos, que como losa sepulcral pesaban sobre la inteligencia; que relegó a la historia los regidores perpetuos, que en pueblos y ciudades perpetuaban la falta de policía y de ornato público; y que abriendo las puertas al derecho dio paso franco a todas las carreras, monopolizadas antes por los pretendidos nobles; que poniéndose frente a frente de los reyes, que se suponían ser de divina procedencia, representantes de Dios en la tierra, les obligó a doblar ante el Pueblo la rodilla, y les despojó de la divina investidura, haciéndolos abdicar su celeste soberanía, ante la humana Soberanía del Pueblo, continuando su obra de regeneración; la Democracia pide hoy para mejorar la administración pública:

La abolición de las quintas;
De las matriculas de mar;
De las contribuciones indirectas;
Del papel sellado;
De las loterías;
Del estanco de la sal y del tabaco; [115]
De las aduanas y registros en el interior;
De la centralización;
De los fueros y tribunales privilegiados;
De los estados de sitio;
Del actual sistema de procedimientos judiciales;
De la pena de muerte.

¿Cómo la Democracia, que reclama la destrucción de todos los abusos, la aplicación de todos los principios útiles al Pueblo, puede dejar de triunfar a pesar de los desesperados esfuerzos de sus enemigos?

La Democracia no es un partido, no es una reunión de hombres, que tiene por objeto mejorar su condición, independientemente de la suerte de los demás: la Democracia es la expresión de la idea generadora del progreso, que se realiza y se desenvuelve en el espacio y en el tiempo.

Luchar contra ella, es luchar contra el destino.

He aquí por lo que ni la ciencia, ni la fuerza de sus adversarios, ni la inerte ignorancia de las masas, ni las traiciones o torpezas de sus defensores han podido ni podrán matarla. Ella reaparece más vigorosa y más fuerte tras cada derrota, renaciendo como el fénix de sus cenizas. [116]

Vencida y muerta, espanta a los reyes vencedores, que rodeados de soldados y cañones, tiemblan sobre sus tronos cuando escuchan su nombre.

¿Quién, sino el miedo a la Democracia, vencida y desarmada, ha llevado a Crimea la guerra de los déspotas, que se temen menos unos a otros que todos juntos a la idea democrática?

Napoleón I ha dicho que la Europa sería cosaca o republicana a mediados del siglo. La solución no puede hacerse esperar mucho tiempo.

El triunfo de la Democracia es infalible; pero si la clase media (que no piensa más que en enriquecerse), comprendiendo su misión, su deber y sus intereses, abandona un solo instante sus negocios y especulaciones del momento, y se lanza a la lucha poniendo en el platillo de la libertad y del progreso su riqueza, su saber y su influencia, entonces la balanza caerá instantáneamente del lado de la revolución, y la lucha sangrienta y terrible, en que esa misma clase media sufrirá más que ninguna otra, no merecerá el nombre de lucha: será un triunfo sin sangre; será la apoteosis de la justicia, de la razón y del derecho. Los ejércitos del despotismo, [117] sus cañones y ciudadelas, se desvanecerán en algunas horas, como las tinieblas de la noche a los primeros rayos del sol naciente.

La clase media es hoy árbitra, si no del triunfo de la reacción, de los accidentes de la lucha.

Emancipada por las revoluciones, ilustrada y enriquecida por la libertad, encaramada en el poder en hombros del Pueblo, la clase media tiene el deber de terminar la lucha conforme a los principios revolucionarios y a la libertad de que ha nacido. La época de las contemplaciones y de los términos medios ha pasado.

Para concluir, diremos que la reacción es la muerte, la revolución la vida. La causa de los reyes, es la causa de las tinieblas y de la ignorancia. La causa del Pueblo es la causa de la Razón.

LA REPÚBLICA DEMOCRATICA, FEDERAL, es la solución del doble problema político y social que nuestros padres plantearon.

No leguemos a nuestros hijos un problema por resolver.

FIN.


www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
www.filosofia.org

© 2000 España
Fernando Garrido
La República democrática federal universal
Barcelona 1868, páginas 111-117