Cuadernos de Ruedo ibérico
París, agosto-septiembre 1965
número 2
páginas 132-136

[Alfonso Sastre, José Ángel Valente, Ramón J. Sender, &c.]
Correo del lector

Hemos recibido numerosas cartas de diversa procedencia. De entre ellas, hemos seleccionado para darlas a conocer al conjunto de nuestros lectores las publicadas a continuación.
La carta firmada por «Un lector» nos ha llegado sin indicio formal alguno que permita determinar su origen. Nada nos obligaba, pues, a hacer público lo que no es sino un anónimo irresponsable. No la mandamos, sin embargo, «al cesto de cabeza», pero señalamos el carácter excepcional que tiene para la Redacción de Cuadernos de Ruedo ibérico la publicación de un texto de esta índole. Cuando la seguridad personal de nuestros corresponsales –como de nuestros autores en general– lo exija, la Redacción se impondrá la más absoluta [133] discreción en lo que concierne a la identidad del corresponsal, respetando públicamente su anonimato o utilizando el pseudónimo que se nos proponga. Pero somos responsables de cuanto se imprime en las páginas de Cuadernos de Ruedo ibérico y por ello no podemos renunciar al derecho a conocer la identidad de sus autores. Y en lo sucesivo las cartas que no cumplan este requisito no serán publicadas.
Contestamos y contestaremos personalmente a todos nuestros corresponsales –¡cuando ello nos sea posible! Pero, de manera general, renunciamos a la polémica pública –en algunos casos ya fácil y tentadora– por respeto al estricto derecho a juzgar por sí mismos que tienen nuestros lectores. La redacción.

* * *

París, 13 de agosto de 1965. Lo que me ha extrañado en el primer número de Cuadernos de Ruedo ibérico ha sido la presentación en la cual se proclama, reiteradamente, la autonomía y la rigurosidad de la Revista a la vez que se la considera órgano de expresión del pluralismo socialista, &c. Yo no creo que haya ninguna publicación autónoma o libre, ni siquiera los «tebeos» lo son. Todo depende de algo, de alguien. Una revista que se confiesa partidaria de la «necesaria transformación socialista de la Sociedad» no puede ser autónoma, a menos que los redactores-jefe consideren que este compromiso se puede adoptar y cumplir al margen de las clases y de los intereses de estas clases. Hay una clase y capas interesadas en «esta transformación socialista». Por otro lado, hay una clase empeñada en impedir esta transformación socialista. ¿O es que los redactores-jefe de Cuadernos de Ruedo ibérico consideran que dicha transformación se hará sin la actuación de ninguna fuerza social y sin tropezar con los obstáculos de los de enfrente? Aclaren esto, por favor.

En cuanto a la rigurosidad, el primer número de Cuadernos de Ruedo ibérico no tiene rigor y sí mucha aspereza y acrimonia, sinónimos de rigurosidad según el Diccionario. Diríase, leyendo algunos de los trabajos de Cuadernos de Ruedo ibérico, que un grupo de señores más o menos eruditos, aprovechan el ruedo de los Cuadernos como lavadero público en el cual «desahogar cóleras privadas». Y así, el lector menos avisado, se da cuenta de que el rencor y la antipatía personal predominan sobre la erudicción (sic) y el rigor científico. Otros artículos hay más serios y ecuánimes pero el chirriar de dientes de los otros lo llena todo. Sólo se les oye a ellos.

El señor Triguero, en un estilo desenvuelto y amargado, nos dice, en doce páginas {(1) Juan Triguero, La generación de Fraga y su destino.}, que Fraga era un mozalbete rubicundo y empollón con más suerte que otros mozos menos rubicundos, menos empollones y más inteligentes a los que nombra con los dos apellidos y con una fastidiosa minuciosidad en la que abunda la chismografía, más apropiada para una tertulia de café que para una revista seria.

El señor MM aprovecha su artículo sobre la coyuntura económica española {(2) Manuel Martínez. Algunos aspectos de la coyuntura española.} para meterse con los «profetas de las crisis», que, como se sabe, son los comunistas. Se relame de gusto el señor MM aportando datos y cifras que desmienten las «profecías» y lo hace de tal manera que parece alegrarse de que la oligarquía vaya viento en popa en ese mar que los «profetas» califican de borrascoso.

En el artículo sobre los «olvidos» de Julián Marías {(3) Francisco Fernández-Santos. Julián Marías y el «liberalismo».}, el señor FS se mete a fondo con Alfonso Sastre porque éste, al arremeter en «Cuadernos para el Diálogo» contra los «comisarios culturales secretos de España» no mete en el mismo saco a los que FS califica de «comisarios jdanovistas». O sea: Sastre no hizo diversionismo ni anti-comunismo pero FS lo hace, sirviéndose de Cuadernos de Ruedo ibérico y del propio Sastre. En su «objetividad», el señor FS dice cosas como ésta: «La presión burocrática sobre la cultura en Moscú me hace a mí, intelectual español, tanto daño como la presión tecnocrática o censorial en París o la presión dictatorial en Madrid.» Esto es muy gordo, FS.

Lo mismo podría decirse de la crónica de JR {(4) Joan Roig, Realismo y formalismo.} sobre realismo y formalismo en pintura. La circunstancia de que cinco pintores españoles hayan expuesto en París le ha venido de perillas a JR para meterse... con J. Ortega y con Moreno Galván. Hay que reconocer, sin embargo, que JR es comedido, cauto y muy «poli». Nada de perder los estribos. Unos cuantos «camelos» de crítica artística bien enrevesada para que nadie pueda discutirla y luego, con toda claridad, dejar constancia de que J. Ortega es un disco rayado con su «eterno campesino rugiente» y Moreno Galván un teorizante de arte que no sabe lo que dice. Saura ya es otro cantar. Saura, según JR, ha demostrado, con sus 67 obras expuestas en Stacher (sic), una «elevada emotividad... Por eso Saura es un gran pintor realista».

También yo fui a la Galería de la rue de la Seine a ver la exposición del «realista Saura». En el libro donde los visitantes escriben sus impresiones leí: «Monsieur Saura: Vous ferez [134] beaucoup de sous», y firmaba un tal Jean Soriano. Si yo estuviera en la piel de Saura esto no me haría ni pizca de gracia.

Ahora bien, de todos los que escriben en el primer número de Cuadernos de Ruedo ibérico quién da el espectáculo más lamentable es Jorge Semprún. Los que lo habíamos leído antes le creíamos ecuánime y lo suficientemente culto y frío para no caer en la vulgaridad y en el histerismo. Su crónica «clave» {(5) Jorge Semprún, Las ruinas de la muralla.} de la novela «clave» de JI no es una crítica, ni siquiera una bronca. Es un berrinche de niño consentido que no puede salirse con la suya.

En la crónica de JS no falta nada de lo que los críticos no marxistas han reprochado a los escritores marxistas pero JS lo repite en un tono de rabieta que dice muy poco en su favor. Las rabietas sacan a flote cosas que pueden haberse tenido ocultas durante años de serenidad o disimulo. La rabieta de JS ha sido una válvula de escape, un «desahogo» –dice él– que viene a demostrar, entre otras cosas, la falta de autonomía y de rigor de Cuadernos de Ruedo ibérico.

No tengo la pretensión de ver esta carta en su sección «Correo de los lectores». Sé que voy al cesto de cabeza pero tendrán ustedes que leerme y esto me sobra para considerarme «desahogado» pues da mucha rabia ver que nos quieren dar ustedes gato por liebre. Si buscan un público morboso, un público de boxeo, no cuenten conmigo y si Cuadernos de Ruedo ibérico va a ser una revista anticomunista más les auguro un mal negocio. El anti-comunismo va de capa caída.

Un lector

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Distinguidos amigos: He leído con mucho interés, de cabo a rabo, el número 1 de Cuadernos de Ruedo ibérico. ¡Ojalá consigan realizar en ellos el propósito –libertad y rigor– que declaran en su primer editorial!

Con la intención de asistirles de algún modo en ese sentido me permito enviarles ahora dos aclaraciones sobre sendos asuntos que me conciernen muy de cerca: uno de ellos, por tratarse de mi propia persona, y el otro por referirse a un artículo mío.

1º El artículo La generación de Fraga, firmado por Juan Triguero, notable en varios aspectos y también por su desenfado verbal, me parece agudo y feliz en el retrato de algunas particularidades y en el recuerdo de «las ilusiones de aquella gente» –la gente, que según él, constituye lo que él llama, ay, «la generación de Fraga»– que hoy le aparece como «un grupo muy heterogéneo», «pero que entonces, con leves variantes (sigo citando sus palabras), tenía mucha homogeneidad»; pero contiene alguna inexactitud, por lo menos en lo que a mí concierne.

«Todo ese conjunto de jóvenes –resume el autor del artículo– contaba, pues, con un arsenal de mitos muy sugestivos para dinamizar su vida: la catolicidad, el retorno al sentido cristiano de la vida, la revitalización del concepto de aristocracia, la hispanidad, &c.» Poco antes, y sobre la general actitud falangista del conjunto, Juan Triguero ha matizado: «Ellos son (presente histórico) capaces de admirar la gallardía juvenil de José Antonio y, sobre todo, su aristocrática exigencia de estilo (los subrayados son suyos), pero no les gusta Raimundo Fernández Cuesta», &c.

Pues bien, y de ello se trataba, esas notas, y otras varias con las que Juan Triguero trata de caracterizar aquel «conjunto» de gentes –notas bien perfiladas, a pesar de algún exabrupto de estilo, y muy ajustadas a la realidad en términos generales– difícilmente pueden indicarse como características de algunos de los que figuramos en su lista.

Debo decir que en el criterio de la confección de esa lista me parece advertir una secuela de lo que, entonces, fue una fuente de equívocos y malentendidos para algunos de los que publicábamos en aquellas revistas: la opinión, generalizada entonces en los medios antifranquistas, de que era políticamente condenable todo trabajo intelectual en el interior de España: el cambio de las cosas había de dejarse a cargo de la presión política del exilio y del silencio interior: de la inhibición.

Yo, que jamás he sido «aristocratizante», que nunca he entendido a los «paladines» y teorizantes de la hispanidad, y oía, ya por entonces, mis últimas misas –si bien, fuera ya del catolicismo (pues de la «catolicidad» nunca he sabido, tampoco, nada), había de seguir siendo «cristiano» durante bastante tiempo– carecía de cualquier vínculo de adhesión a los «vencedores», pues ni siquiera los «ardores juveniles» y el despiste ideológico me llevaron a ser, en [135] ningún momento, falangista, y tomé, ya entonces, la consciente –y casi solitaria– posición de denunciar la injusticia constitutiva de la sociedad española a la que habíamos sido arrojados, evidenciando, por medio de la actividad en el campo del teatro, las contradicciones y lo asfixiante de la situación. (Un caso cualquiera, que mi compañero José María de Quinto recordará perfectamente: Cuando el diario Arriba dijo que en España se podía hacer el teatro social más avanzado, nosotros intentábamos el «teatro de Agitación Social», no tanto para hacer inmediatamente ese teatro –no nos hacíamos ninguna ilusión a ese respecto– como para probar el campo real de nuestra libertad: para contrastar la mala fe de nuestros antagonistas o, de haber algún residuo de buena fe, forzarlos al cambio: a la aceptación de nuestro trabajo.)

Recuerdo aún una discusión que mantuvimos José María de Quinto y yo con otra persona (partidaria ella del exilio o, por lo menos, de la inhibición intelectual en el interior), en la que nosotros, por nuestra cuenta y riesgo, manteníamos ya –cargando así con la ambigüedad que pudiera derivarse de nuestra posición– la postura que luego había de generalizarse: la de que había que trabajar por la revolución española aquí y ahora, con los medios y dispositivos a nuestro alcance. (Sin que yo quiera, por eso, olvidar el alto grado de nuestro –o por lo menos del mío– despiste ideológico y político en muchas cuestiones, algunas fundamentales. Nuestra formación intelectual y política, en el autodidactismo forzado por las penosas circunstancias, es una tragedia más de nuestro tiempo.)

Quería decir, en suma, que aquel «conjunto de nombres» que Juan Triguero cita, no era tan homogéneo como él supone. A la lista, en una palabra, le faltan y le sobran nombres. En cuanto a Sánchez FerIosio, por ejemplo, ni siquiera tuvo con esos nombres la relación mecánica de colaborar –como Aldecoa o yo– en La Hora.

Se trataba tan sólo de indicar esto y de agradecer a Juan Triguero las, por otra parte, amabilísimas palabras que luego me dedica.

2º Me refiero también al P.S. de mi buen amigo Francisco Fernández-Santos a su trabajo sobre Marías y su dudoso diccionario, para decirle en qué sentido empleo esos términos –¡claro que sí!– convencionales: Oriente y Occidente o, mejor dicho, a qué viene mi distingo entre lo uno y lo otro. A la pregunta de Fernández-Santos: «¿Qué significa, para un intelectual, esa distinción entre Oriente y Occidente?», he de responder: Esa distinción, aunque convencional, mienta, ni más ni menos, la existencia objetivamente antagónica de dos mundos: el mundo socialista –con todos sus problemas– y el mundo capitalista, con sus «reos» y sus supervivencias y rebrotes de carácter fascista. (¿Qué significa hoy, para un intelectual y para cualquiera –le preguntaría yo a F.F.S.– esa entidad: «Europa»? ¿Qué quiere decir: vivimos en Europa?) Y pienso que los problemas que en el campo socialista tengan los intelectuales, no pueden asimilarse mecánicamente a los que tenemos los que vivimos en este área. No creo mucho en esa especie de comunión de los santos (intelectuales), y rechazo –¡en lo cual es bien seguro el acuerdo entre Fernández-Santos y yo!– luchar al estilo del «Congreso por la libertad de la Cultura» por la libertad intelectual concebida a imagen y semejanza de la «libertad» que «reina» en el «mundo libre». Escribir aquí –con nuestra precariedad de datos y los filtros interesados a que son sometidos hasta llegar a nuestra mesa– por la libertad de los intelectuales checoslovacos, por ejemplo, no sirve para nada a la causa de su libertad real, y resulta, objetivamente, algo como hacer un poco de anticomunismo; y ello es así por el típico aprovechamiento capitalista y fascista (y «neo») de la ingenuidad revolucionaria. Ese papel, amigo Francisco Fernández-Santos, ya lo desempeñan profusamente otros. No es lo mismo, en fin, luchar (como yo decía) «desde dentro» –con la entera vivencia del problema y las posibilidades concretas de intervención en el proceso– que desde fuera. Por eso, yo trato de trabajar por nuestra libertad concreta ahora y aquí –la libertad de los que vivimos en el área capitalista– y aplazo la conversión de lo que hoy es mi profunda simpatía por la definitiva conquista de la libertad intelectual en el campo del socialismo, en una lucha concreta por esa definitiva conquista, para cuando yo viva concretamente esos problemas. Lo que (les) ocurre en los países socialistas –en el proceso del deshielo– me (nos) afecta, en cierto sentido, más que lo que (me) ocurre en España, pero no puedo, hoy por hoy, intervenir en ello.

Esta es, amigo Fernández-Santos, mi sincerísima posición...

Alfonso Sastre

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Hay en este número muchas cosas que me gustan y coincido en términos generales con su orientación... Difiero, en cambio, en algún aspecto particular. A uno de ellos quiero [136] referirme brevemente. Se trata del artículo firmado por Juan Triguero. Creo conocer el tema con tanta abundancia como el autor. Sé pues que hay precisión y veracidad en bastantes elementos del retrato de la generación o promoción de que se ocupa. Por eso me parece especialmente lamentable que, dejándose llevar tal vez por lo que Semprún llama en otro lugar de la revista «una cólera privada», el autor haga dimitir en algunos momentos a sus propias palabras de la función que en principio les corresponde para darles impulso de coz. Por añadidura, no cabe considerar como gesto especialmente digno o valeroso el de recurrir al insulto personal protegiéndose tras un pseudónimo... Supongo que es misión vuestra, como redactores de la revista, cuidar la higiene mental y moral de ésta.

José Ángel Valente

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...Un buen primer número... De todas formas sus defectos son ciertos. Notas demasiado largas y demasiado literarias. A mí me gustó la de la Muralla* {(*) «Las ruinas de la muralla» o los escombros del naturalismo (Jorge Semprún).} y se salva Cemento. El artículo que firma «Triguero» me parece estupendo. Y a todos los que a mi alrededor lo han leído. Posiblemente es el que haya decidido a varios de ellos a suscribirse. Creo que ese artículo dice más cosas bajo su apariencia desenfadada que muchos otros aparentemente sesudos. No me gustan cosas como «el gobernador-gángster». Lo que no tiene nada que ver con un artículo planteado y desarrollado como el de «Triguero». El artículo de Ramírez me parece un error. Creo que se pierden unas cuantas páginas en algo que, en todo caso, daba para tres líneas.

Alguno de mis amigos ha reprochado a Cuadernos de Ruedo ibérico el no tener una línea definida. ¡Claro que no la tiene! Pero, ¿cómo podría tenerla en su primer número? No podemos esperar que una revista se haga sola, sin esforzarnos los demás. A mí me parece que los amigos de Cuadernos de Ruedo ibérico son un grupo de «outsiders» –lo cual no quiere decir que hayan hecho una revista a «la contra»– que precisamente lo son porque no pueden desarrollarse plenamente dentro de otras líneas ya estructuradas. Se puede pensar en que gracias a esfuerzos como Cuadernos de Ruedo ibérico algunas disciplinas –pienso en una concretamente nada más– recuperen mucha parte del camino abandonado por necesidades tácticas que eran momentáneas pero que se están ulcerando. Se pueden pensar otras muchas cosas. Pienso en la posibilidad –y en la necesidad para todos los que se vayan incorporando, leyendo o escribiendo– de que Cuadernos de Ruedo ibérico, hechos en común y a partir de importantes coincidencias y con la libertad de no deberse a ninguna táctica ni a ningún dogma de cartón piedra, de que retrace la línea determinada hoy sólo sospechada. O mejor, hoy «sabida» pero no «ejercida»... Así es como yo lo veo.

G.J.L.
Madrid

* * *

Echo de falta en la revista una definición de posiciones concretas dentro del panorama entero de la oposición y en relación con otros grupos de fuera y de dentro de España –socialistas de izquierda, derecha o centro, anarquistas, socialcristianos, comunistas soviéticos, chinos, &c.– porque de otro modo un grupo más parece representar un elemento de disociación y añadir algo a la confusión general. Supongo que en los números próximos la posición de la revista será más evidente y explícita. Los que llevamos tantos años en el exilio comenzamos a fatigarnos de la tendencia a la atomización y disgregación.

Ramón J. Sender
Los Ángeles


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