Castilla,
lugar común del 98

Carlos Moreno Hernández
morenoc@hp9000.cpd.uva.es
Universidad de Valladolid


El texto que sigue es la versión ampliada de una comunicación presentada al congreso '1898. Entre la crisis de identidad y la modernización', organizado por la Generalitat de Cataluña y celebrado en Barcelona entre el 20 y el 24 de abril de 1998. Una versión más reducida ha aparecido posteriormente en el número 210 (Noviembre 1998, pp. 39-64) de Revista de Occidente

Comparando las páginas de Ortega y Azorín de 1913 que van a consolidar 1898 como año 'generacional', puede apreciarse que el primero trata en ellas del relevo inevitable entre ideas y edades, mientras que el segundo se ocupa, sobre todo, de lo que esa fecha representa en las letras, al tiempo que defiende a los 'viejos' maestros precursores. El interés de Ortega es, ante todo, histórico y político, pues para él la generación es un nuevo cuerpo social; el de Azorín, estético, de ahí que entienda su generación como un grupo de gente destacada. Sin embargo, a pesar de las diferencias, los dos convergen, y otros escritores de principios de siglo con ellos, en algunos presupuestos derivados de la influencia del determinismo que dominó las ciencias sociales, la geografía y la historia sobre todo, durante la segunda mitad del siglo XIX. Uno de esos presupuestos es el concepto mismo de generación, como cuerpo social o como grupo de personas egregias, 'elaborado inicialmente -dice Cacho Viu (15)- por la sociología positivista y convertido ya en lugar común del lenguaje intelectual'.

Otro de esos lugares comunes, no sólo en el sentido retórico sino en el propio, a la vez histórico y geográfico, es Castilla; y ambos, Castilla y generación, son complementarios, pues si un espacio de tierra, de acuerdo con esos presupestos, determina el carácter del hombre que lo habita, el tiempo, o la época en que se nace, determina a su vez, en palabras de Ortega (III:146-8), la 'variedad humana', es decir, la 'sensibilidad vital' que distingue a los 'hombres de su tiempo' de los anteriores. Este sería el motivo subyacente, por el que autores como Ortega y Antonio Machado sean a veces incluidos, juntos o por separado, en la generación del 98 de Azorín, y no sólo, en el caso de Ortega, porque sea un hombre precoz de la generación siguiente (Marías 216). Tanto él como Machado comparten tardíamente, y consolidan, el lugar común castellano, complementado, además, genéricamente, en el ensayo y en el poema.

Entre 1895 y 1922, años del Modernismo a nivel internacional, un grupo de literatos, en el sentido propio decimonónico del que escribe un poco de todo en los periódicos, entre los que destacan Unamuno, Azorín, Maeztu, Antonio Machado y Ortega, presentan esta peculiaridad. Apoyados en doctrinas deterministas todavía en boga, encuentran, esto es, inventan, una Castilla mesetaria cuya geografía es el espejo en el que miran el pasado y explican la presente decadencia de la nación entera. Entre ellos, además, y con ellos otros escritores, polemizan sobre su adscripción y prelación en torno a una generación que tiene el año 1898 como referente.

La 'realidad física' de Castilla como rasgo definitorio de algunos de estos escritores fue hecha, de pasada, por Ramsden, pero sin ir más lejos, quizás por su excesivo empeño en incluir a Ganivet en la generación, o movimiento, del 98, y a quien, no obstante, atribuye una abstracta y demasiado simplista visión de España que los otros no pueden compartir, viajeros entusiastas como son de una Castilla 'real'. Refiriéndose a Maeztu, Azorín y Baroja afirma:

As in En torno al casticismo, their emphasis is on the physical realities of Castile: Castile, the area of Spain's most distinctive landscapes (and therefore likely to hold the key of the nation's distinctive character); Castile, the forger of Spanish unity and the traditional guide to its destinies (and therefore likely to be the area most relevant to an understanding of the nation's history).

y anota este pasaje de la siguiente manera:

Traditionally the main (and even exclusive) emphasis is placed on the latter point. I suspect myself that the former was more important. (...) To a geographical determinist the meseta landscape especially gives an assurance of Spain's unique character. (1974a: 143)

A esto matiza que Baroja y Azorín describen a veces paisajes mesetarios que no son castellanos, como Yecla (Yécora), por ejemplo, y cita luego un artículo del geógrafo Hernández Pacheco en la Revista Nueva (1899), que atestigua la moda de meseta, o las mesetas, castellanas a finales de siglo: 'antes -precisa el geógrafo- se decía simplemente la Tierra de Campos o la Mancha', a la vez que clama contra la incursión de los literatos en cosas de especialistas. Efectivamente, el punto crucial sería más bien el geográfico y no el histórico, aunque uno dependa del otro, según la perspectiva del determinismo imperante en Europa en la segunda mitad del siglo XIX.

Dos libros franceses de título y tema parejos marcarían el principio y el fin del lugar común castellano aquí propuesto como particularidad del 98: La Nouvelle Geographie Universelle: La Terre et les hommes, de Elisée Reclus (1876), y La terre et l'évolution humaine, de Lucien Febvre, de 1922, el año modernista por excelencia (Bradbury 33). Unamuno, como iniciador, marca su distancia, también este mismo año, junto a Ortega, con sus ideas anteriores al respecto, como si el libro de Febvre les hubiera influido al mismo tiempo, justo cuando aparece la edición francesa de En torno al casticismo.

La Geografía de Reclus, se tradujo en España entre 1888 y 1894, y fue reeditada en compendio por su hermano en 1906, con prólogo y traducción de Blasco Ibáñez, con el título de Novísima, ya muerto su autor. Equidistante entre esa obra y el libro de Febvre que desmonta sus presupuestos se sitúa 1898, año que marca el espacio generacional caracterizado por una peculiar visión de Castilla, identificada con la Meseta. Los antecedentes -Taine, sobre todo- los indica el propio Unamuno en 1922 en una carta a Marcel Bataillon, su editor en Francia, en la que Unamuno se retracta de sus ensayos de 1895. Aparte de Taine, Reclus y sus seguidores en España influyen en el aspecto geográfico, decisivo para forjar una imagen -prestada- de Castilla, la marca distintiva del 98 en el sentido estricto aquí propuesto.

En la gestación del 98 es evidente esa influencia de Taine, ya estudiada en detalle por el mismo Ramsden (1974a) y reconocida ampliamente en la época en todos los campos, empezando por su propio país, donde, al decir de Febvre (19-20), dió lugar a la aparición de un auténtico género literario. Pero Taine, añade, no hizo sino tomar de nuevo y utilizar, para una construcción sistemática, ideas vulgares entonces y profesadas por todos. Lo mismo cabría decir de las ideas aplicadas a la construcción sistemática de Castilla por parte de algunos escritores de entre siglos entre 1895 y 1922.


La invención de Castilla

Según Fox (1997) es el nuevo estado liberal, desde mediados del siglo XIX, el que articula el espíritu nacionalista en torno al problema de España, acentuado a finales de siglo por diversos factores: el fracaso de la Restauración, el desastre del 98 y las ideas deterministas y evolucionistas, entre ellas, la Völkerpsychologie alemana, o la idea de decadencia de las razas latinas. La 'originalidad histórica de Castilla' que une a los del 98 es una cierta idea de Castilla conformada por esos factores.

Así por ejemplo En torno al casticismo (1895/1902), libro clave del Unamuno todavía 'anticastellano', es inseparable del debate sobre la identidad nacional de su época, en España y en Francia (Renan), dirigido en buena parte contra las ideas de Menéndez Pelayo. Este debate es inseparable, según Fox, de toda la historiografía del siglo XIX, en la que prevalece la idea luego tópica de que Castilla llevó a cabo la unificación de España.

Pero Fox, como muchos otros críticos e historiadores antes, no sólo ignora la polisemia del término Castilla, sino que apenas tiene en cuenta el aspecto geográfico, apuntándose a la confusión a la que el 98 ha contribuido de manera especial durante todo el siglo XX y que es, según pretendemos argumentar aquí, su principal peculiaridad: la de identificar Castilla con el centro mesetario, metafórica fortaleza núcleo del reino de Castilla y, por extensión, de España entera, confundiendo un concepto geográfico determinista del siglo XIX, basado retóricamente en una metonimia -la parte por el todo-, con una entidad histórica, variable en el tiempo y ya desaparecida. Esto parece confirmarlo el que Fox aluda a la meseta como si fuera evidente su identificación con Castilla (1997a: 51). Y es esto justamente, insistimos, lo heredado del 98, si se toma este rótulo en un sentido más amplio que el de la 'invención' generacional de Azorín .

Lo característico de la 'generación del 98' es, dice Ayala en línea con Fox, que 'ha constituido en último extremo la expresión más clara de un nacionalismo español' (2) y '"construye" con formidable energía creadora una imagen de nación española centrada en el castellanismo'. Sus miembros, 'se vuelven encantados, a contemplar con exaltación el depauperado centro, descubriendo -esto es, inventando- los valores estéticos del paisaje castellano'. Además, para ellos, 'la lengua castellana alberga el espíritu, o es la sangre, de la nación española' (4). Pero también, para Ayala, la generación siguiente, la de Ortega, aunque diverge de la anterior en cuanto a la necesidad de que España se abra a Europa, continúa el nacionalismo de ésta de forma más rigurosa y menos emocional.

Si aceptamos lo que Ayala y Fox sostienen en común, ni Ganivet ni Valle o Benavente pueden considerarse del 98 en este sentido castellanista, poco Baroja y sí en cambio otros de la siguiente generación, como Ortega o Menéndez Pidal, que continúan y amplían la idea de nacionalismo español centrada en el castellanismo. Más aún, son éstos los que confirman la idea en su carácter de dato observable, en el sentido positivista, científico; el proyecto de Ortega es, en 1913, atraer a la generación de Unamuno y Azorín hacia la suya, que es lo mismo que llevarlos a la ciencia europea (Cacho Viu).

Según la teoría de las generaciones que el propio Ortega elaborará más tarde (Marías 105-6), la distinción entre coetáneos y contemporáneos permite albergar, en cada momento histórico, a tres generaciones solapándose. A comienzos de siglo encontramos aún escritores viejos que, como Galdós, ven con simpatía las ideas nuevas, hasta el punto de que, sin dejar de criticarlas o matizarlas, son influidos por ellas, y cuyas opiniones y apoyo son a menudo solicitadas. Suele hacerse coincidir la aparición pública de la 'generación' de Azorín en 1901, con motivo de el estreno de Electra; así mismo, tras la publicación de Camino de Perfección, de Baroja, en 1902, se celebra un convite presidido por Galdós y por el padre de Ortega, escritor naturalista.

Por otro lado, desde fuera del campo estrictamente literario, las ideas de Giner de los Ríos y los institucionistas (Varela 12) y las teorías de Menéndez Pidal sobre la historia y la lengua españolas van a consolidar, desde los presupuestos del positivismo histórico y filológico, el castellanocentrismo noventayochista. Los estudios de éste último sobre los orígenes del castellano y su sustrato vasco reafirman, como dice Juaristi (1997: 194-5) la idea de intrahistoria de Unamuno en En torno al casticismo. Su edición y trabajos sobre el Poema del Cid complementan la visión de Castilla como centro superior, o superador, que el concepto geográfico de meseta no hace sino apoyar físicamente. Las teorías pidalianas son matizadas hoy por lingüistas como Emilio Alarcos o Angel López García en el sentido de que el mal llamado castellano pudo ser, en origen, una koiné o lingua franca vascorrománica de comunicación entre el este y el oeste primero, a lo largo del valle del Ebro, y el norte y el sur después; el nombre de castellano se debería más bien a su apropiación oficial como lengua escrita en su variedad castellana por Alfonso X.

La Castilla mesetaria es una creación de la geografía determinista del siglo XIX, otra importación francesa más. Basta repasar los orígenes del concepto geográfico de meseta (Solé Sabarís) para darse cuenta de la imprecisión del término mismo y de su aplicación a Castilla, las Castillas con o sin León, La Mancha, Extremadura, su prolongación en Portugal o en el sur de Aragón, etc. Febvre señala ya esa imprecisión y añade:

En la época ya lejana, pero no tanto como se creería, en que Eliseo Reclus escribía La Tierra, le parecía que en el poderoso edificio de los continentes las mesetas era lo que más importancia tenía para la historia de la Humanidad. Nos las presenta elevándose en medio de las llanuras con un sistema, del todo particular, de montañas, ríos y lagos, con una fauna que les pertenece como propias, con un clima siempre más frío y de ordinario mucho más seco que el de las tierras bajas: en resumen, existe a sus ojos, un "género meseta" perfectamente definido.
Sólo que si se sigue su análisis nos damos pronto cuenta de que para él la importancia de las mesetas es muy variable según los lugares y las épocas, y que el papel que les atribuye tan pronto es puramente negativo como ampliamante positivo. (...) Eliseo Reclus concluía hace tiempo: "Según las latitudes y la configuración de las tierras vecinas, las mesetas tienen una acción favorable o desfavorable para los destinos de la humanidad". Conclusión prudente, pero que contrastaba con la declaración del principio: "las mesetas es lo que tiene más importancia para la historia de la humanidad". Lo que equivale a decir: todos los casos son casos particulares que es preciso tratar como tales; (...) pero no hay reglas generales y menos todavía un concepto único y necesario de "meseta"... (1925: 254-7)

Hay desde antiguo una tradición erudita y otra perceptiva que no se ponen de acuerdo sobre la delimitación del espacio castellano (García Fernández), como no podía ser menos, dada la fluctuación histórica entre reinos y territorios, límites y provincias. La metonimia geográfica de Castilla como meseta, pars pro toto, viene precedida por la metonimia histórica de Castilla como reino desde Fernando III, en 1230; pero la situación de desacuerdo no deja de prolongarse hasta nuestros días, con la división autonómica (Moreno, 1991). Son las circunstancias culturales que preceden y siguen a 1898 las que contribuyen al encuentro del 'lugar común', a su invención.


Castilla, lugar común

La invención es utilizada en sentido propio, geográfico, y figurado, retórico, el de tópico, incluyendo el sentido translaticio que ha adquirido este término en América por inflluencia del inglés topic , tema o asunto. Y los dos sentidos confluyen, pues a la metonimia de Castilla como meseta se le aplica la metáfora de la fortaleza interior arruinada frente a la periferia, como puede verse en la Nouvelle Geographie Universelle de Reclus :

L'interieur de la contrée (peninsule ibérique) consiste pour la plus grande partie en plateaux fort elevés qui se terminent au-dessus du litoral par des escarpements brusques ou même par des crêtes de montagnes comparables aux remparts extérieurs d'une citadelle. (I: 648)

Está ya aquí desarrollada la identificación de las mesetas con "las Castillas" ('les plateaux qui de nos jours sont appelés les Castilles', p. 667), incluyendo León y Extremadura, y su papel histórico predominante. El subrayado indica que el concepto plateaux -mesetas- es reciente; según Solé-Sabarís:

La Meseta fue realmente descubierta por Humboldt, a fines del siglo XVIII, pero este concepto no se incorporó hasta medio siglo más tarde a las ideas en curso sobre la Península. (...) Macpherson [en 1873] es el primero que al verse obligado, a causa de escribir indistintamente en español o inglés, a buscar un término para traducir el concepto de plateau central, adopta sin vacilación el de Meseta Central. En esta acepción me parece que es el introductor del término en la literatura española, siendo curioso que haya sido precisamente un español de origen inglés a quien se deba su adopción. Un gran y definitivo avance sobre el concepto y delimitación de la Meseta española se debe a Reclus en su monumental tratado de Geografía Universal, obra que lamentablemente tan poco asimilaron los geógrafos españoles, lo que hubiese supuesto una anticipación de casi medio siglo en las ideas geográficas sobre la Península. Reclus no utiliza nunca la palabra Meseta, sino la de "plateau", lo que no sería de extrañar tratándose de un texto francés, pero como Reclus recoge sistemáticamente la terminología española (rambla, etc.), eso indica que, según acabamos de ver, el término todavía no se había generalizado (13 ss.).

Sin embargo, tanto los geógrafos españoles como los literatos se hacen eco pronto de las ideas de Reclus. Además, el uso del término plateau es general durante todo el siglo XIX por parte de los extranjeros que se ocupan de España, como se deduce del trabajo citado, desde la traducción al francés de Humboldt, en 1808. Richard Ford lo utiliza en su Manual para viajeros, de 1845, al decir que las dos Castillas constituyen una gran parte de él, e incluye, también, un apartado sobre el carácter castellano, que escasamente relaciona con la tierra. De manera significativa, añade que 'castellano' es sinónimo de español en general, pars pro toto, y da su nombre al del reino, la nación y el idioma (18). Ford resalta también la variedad del paisaje, y en cuanto a las 'llanuras', los campos de Castilla y de León, destaca su riqueza en trigo, azafrán, garbanzos y vino (10-12). Por las mismas fechas, Théophile Gautier, en su Voyage en Espagne (1843-5) sólo utiliza el término plateau para referirse a los alrededores de Vitoria, mientras que el paisaje al salir de Valladolid hacia el sur es comparado con las landas francesas de Burdeos: la misma aridez, la misma soledad, el mismo aspecto de desolación (cap. IV-VI, pp. 59 y 98). Los alrededores de Madrid le merecen el mismo juicio (pp. 100-104, 166 y 228-9).

El paso adelante, ya en Reclus, consiste en identificar estrictamente meseta, Castilla, pobreza del suelo y carácter de sus habitantes, y en función de ello caracterizar España y pasar a explicar su historia. Sobre el carácter español, por ejemplo, reconoce Reclus que existen grandes variedades dentro de una uniformidad, pero opone ya claramente al viejo castellano, taciturno, al resto feliz y estoico a la vez (p. 658). La relación hombre-medio es clara: Los castellanos, amos dominantes, lo son por su valor tenaz y la posición central que ocupan (p.689); son graves, breves en su lenguaje, majestuosos en su andar e iguales en su humor, con un parecido singular a la tierra que los soporta, cuya pobreza es en gran parte un resultado histórico, lo que ha provocado su despoblación (pp. 688-690). Es lo contrario de lo ocurrido en Europa, donde las felices condiciones de suelo y clima, según Reclus han sido determinantes para labrar su prosperidad y su superioridad.

Algunos de los tópicos de Reclus sobre el carácter español, ya antiguos entonces, son recogidos por Unamuno en los ensayos de En torno al casticismo traduciéndolos desde las apreciaciones de Taine -quien apenas trata de España, país que nunca visitó- sobre el carácter de otros países europeos; así se trasmiten a los que luego quedarán en su misma órbita, o espacio, generacional: Maeztu y Azorín, sobre todo; luego Antonio Machado y Ortega, también.

La repetida cita de Azorín, con su distinción entre una Castilla literaria y una geográfica, contribuye también a la confusión, pues la primera no se construye a partir de una Castilla geográfica definida desde antiguo, con límites físicos y contenido humano preciso, sino de una de sus versiones, la de la geografía determinista decimonónica, dominante hoy en la percepción que tenemos de ella como espacio físico y humano, frente a otras en pugna (García Fernández). La invención de España de que habla Fox, la España castellanocéntrica, es primero invención de Castilla como meseta.

A la vez, Castilla es, desde una perspectiva retórica, como tópico, un término caracterizador de estos escritores, el locus eremus, por contraposición al locus amoenus de la periferia, el territorio diverso del que proceden todos sus miembros, excepto, sólo en parte, Ortega, ya sea el país vasco, levante o Andalucía. Con el tiempo, el locus eremus se convierte para casi todos, si no en amoenus, en locus cordialis, o spiritualis.

En inglés, el locus eremus se denomina wasteland, título del famoso poema de T. S. Eliot publicado en 1922. En sus propias notas al poema, confiesa Eliot haber tomado no sólo el título, sino el plan y buena parte del simbolismo de la obra, de un libro sobre la leyenda del Santo Grial. Todo remite al mito de la caída, en este caso de la cultura occidental (Spengler, La caída de Occidente, 1918-1922):

the conceptual system of The Waste Land, however personal, rests upon an austere orthodoxy; an act of impurity has dried up the lifegiving water, and the land will not bloom again until it has been atoned (Hyde 346)

Otra fuente, facilitada por un verso (306) del poema, son las Confesiones de San Agustín, al final de su libro II:

I wandered, O my God, too much astray from Thee my stay, in these days of my youth, and I became to myself a waste land (Holloway 76)

En una versión española la relación con la visión noventayochista de Castilla es aún más clara:

Yo me aparté de vos, Dios mío, y anduve errante y descaminado (...) durante mi juventud; de ese modo llegué a hacerme a mí mismo una solitaria región y país desierto, donde reinan la pobreza y la necesidad (San Agustín 45)

Eliot puede considerarse, según Aguirre (53), un epígono del simbolismo con su teoría del correlato objetivo, la forma, o fórmula, para expresar la emoción proyectándola sobre algo concreto. No otra cosa es Castilla para el 98, su tema poético recurrente. Por lo mismo, el locus amoenus y su opuesto irían asociados al tema o motivo arcádico. No debe olvidarse, a este respecto, la adaptación cervantina del tema en el Quijote, con las historias de la primera parte en las que La Mancha, la llanura, se complementa en sus lugares fragosos, lugares arcádicos de retiro frente a las imposiciones sociales (historia de Cardenio y Dorotea). La recuperación ambivalente de los temas -o mitos- de la decadencia y de la edad de oro en la mentalidad regeneracionista propia del 98 no sería sino un caso particular dentro del Modernismo, en el sentido amplio, o global, del término.


La retórica del 98

Desde el punto de vista estrictamente retórico, si aplicamos todo lo anterior, un texto noventayochista plantea el caso España, es decir, su decadencia, a partir de un lugar común, Castilla, desde los presupuestos del determinismo histórico-geográfico dominante en la segunda mitad del siglo XIX. Pero esto no significa que su autor pertenezca a una generación en el sentido orteguiano, ni tampoco que todos los autores que Azorín incluye en su generación hayan escrito textos de esta clase: Ni Rubén, por supuesto, ni Valle, ni Benavente, ni siquiera Baroja.

Barthes (55 ss.) se pregunta: ¿Qué es un lugar? Según Aristóteles, aquello en que coinciden una pluralidad de razonamientos oratorios. Para Dumarsais, los lugares son las células a donde todo el mundo puede ir a buscar, por así decir, la materia de un discurso y argumentos sobre toda clase de temas. En principio, añade, se trata de una forma vacía, que luego tiende a llenarse siempre de la misma manera, como pasa con los tropos. De ahí que, en la práctica, la tópica se convierta en una reserva de estereotipos, temas consagrados o fragmentos que se repiten al tratar un tema. De ahí la ambigüedad histórica de la expresión lugares comunes. Pueden ser, en sentido 'propio', formas vacías comunes a todos los argumentes, cuanto más vacías, más comunes; pueden ser, también, estereotipos, es decir, tópicos históricos o tradicionales, consagrados por el uso. Entre ellos, el de el locus amoenus, o paisaje ideal, y su contrario, el locus eremus, con origen judicial en el argumentum a loco.

Tal como había señalado Curtius (I, 277-9) y repite Barthes, la retórica judicial o forense, para hallar demostraciones o argumentos, ofrece categorías o 'lugares' (loci) referidos a personas o cosas. Entre esos argumentos, los de lugar (a loco), que se esfuerzan por hallar pruebas en la configuración del lugar de los hechos. El discurso epidíctico, el de censura o elogio, se ocupa también de los lugares.

Todo esto pasó luego a la descripción de lugares, o topografías, de las poéticas, aunque la antigua retórica los estudiaba ya en el apartado de la elocutio sobre las figuras: "El orador, el poeta, el historiador podían tener necesidad de trazar el escenario de un hecho, esto es, de 'situar' un lugar (real o ficticio; en griego esto se llama topothesía o topografía ('situación' o 'descripción' de un lugar), en latín positus locorum o situs terrarum " (Curtius 286). Y añade en nota dos citas, una de Lucano (X, 177: Phariae primordia gentis / terrarumque situs uolgique edissere mores) y otra de Séneca el retórico (Controversiae, II, prefacio: Locorum habitus fluminumque decursus et urbium situs moresque populorum) que comenta así: 'Aquí la topografía llega a convertirse en etnografía'. Lo mismo cabe decir del 98.

Así pues, quisiéramos sugerir que el lugar común Castilla alberga los argumentos de lugar que utilizan algunos escritores de principios del siglo XX, tomando como referente 1898, para explicar y explicarse el caso España. Castilla es, pues, tanto un espacio geográfico según las coordenadas deterministas como un lugar común retórico, una reserva de fragmentos y estereotipos transferibles de un discurso, o género, a otro, y de un autor a otro, sobre todo en lo que afecta a la descripción o ekfrasis.

Castilla sería, pues, un 'lugar', a la vez físico y mental, adonde se acude para hallar ideas o argumentos sobre el presente y el pasado de la nación o, también, para proyectar el estado de ánimo. Si la inventio retórica es un encaminarse -via argumentorum- un método o vía, un recorrido por lugares a la búsqueda de contenidos, pruebas -objetivas o subjetivas, razones o emociones- (Barthes, 44-5), entonces Castilla es el lugar que esos escritores del 98 encuentran, esto es, inventan, para explicar -juzgar- el caso España de finales del siglo XIX y principios del XX, en consonancia con el pesimismo ambiente. De ahí que Azorín pueda decir, sobre Campos de Castilla, que el poeta, en la manera de describir el paisaje, nos da su propio espíritu.


Hacia otra España

En su libro de 1899, Hacia otra España, Maeztu defiende como remedio la industrialización capitalista de la meseta, su colonización por el capital periférico, lo que ya ha triunfado en Cataluña y en el País Vasco; de ahí vendrá, sostiene, la solución a los separatismos, cosa para él de intelectuales y funcionarios a la búsqueda de puestos políticos y administrativos. Pero al decir industrializar, Maeztu lo entiende siempre en sentido agrario: construir canales, regar, rentabilizar los cultivos y sustituir las chozas del labriego por 'chalets multicolores' y desterrar el tétrico garbanzo, que hace meditar sobre las penas del infierno (1967:175). Castilla, la meseta, tiene que volver a ser el granero que fue, que es todavía, aunque venida a menos; Ford (12) decía ya que podría ser el granero de Europa. No es industrializar como en el País Vasco o Cataluña, industria del acero, textil o editorial, por ejemplo, aunque Castilla dominara con las armas, con la lana, con la lengua. En Barcelona, en 1902, publican Unamuno su En torno al casticismo y Azorín La voluntad ; el libro de Maeztu, recopilación de artículos anteriores, se edita en Bilbao. En uno de estos artículos 'La meseta castellana', de 1898, encontramos que, para Maeztu, esa meseta es algo más amplia que la de sus coetáneos y contemporáneos:

¿Y qué se encuentra en la inmensa meseta que se extiende desde Jaén hasta Vitoria, desde León hasta Albacete, desde Salamanca hasta Castellón, desde Badajoz hasta Teruel? (...) ¿Qué es hoy Castilla? Recórrase en cualquier dirección. ¿Qué es hoy Castilla? Un páramo horrible poblado por gentes cuya cualidad característica aparente es el odio al agua y al árbol; ¡las dos fuentes de futura riqueza! (1967: 176)

De hecho, la extensión de la meseta -de las mesetas- fluctúa, como Castilla misma, no sólo según el punto de vista del literato e historiador, sino incluso del geógrafo, que la trate, desde Macpherson hasta Lautensach; unas veces meseta se entiende en sentido estricto, otras incluye las montañas: véase una muestra en el trabajo citado de Solé Sabarís.

En 'Cataluña y las vascongadas ante España', publicado en Las Noticias el 16 de Agosto de 1899, la imagen de Castilla como meseta es muy gráfica, por hiperbólica:

Convengo en que el atraso de Castilla es harto disculpable. En Cataluña, como en todo el universo, los montes están en lo alto y los valles en lo bajo; así el agua montañesa es fuerza para las fábricas y riego para el campo. En Castilla, por una paradoja del destino, los valles están en lo alto y las montañas resultan escalones, por los que del llano se desciende. Es lógico que una estepa inacabable, lejos de la costa, situada a seiscientos metros sobre el nivel del mar, donde no llueve y apenas hay ríos, víctima de un calor tropical y de un frío de polo, sea pobre, y por pobre despoblada e ignorante. Pero no por ser lógico deja este atraso castellano de atar los brazos y ahogar las iniciativas de las regiones prósperas. Y ya tenemos una de las causas del regionalismo: el natural deseo de defender la riqueza propia frente a la miseria del vecino.
Hay muchas otras, sin hablar de las garambainas etnológicas, históricas y literarias, que para nada influyen en el destino de los pueblos. (1977:124)

En la reseña que Maeztu dedica a En torno al casticismo en La Lectura (5-II-1903) hay una de cal y otra de arena. La cal va para su idea de Castilla, que comparte:

Cuando Unamuno nos habla de la tradición eterna, se sumerge su pensamiento en metafísicas contradictorias. No es censura que dirijamos particularmente al maestro; ocurre lo propio a cuantos tratan de cosas semejantes. Ojos que no ven, pluma que debe estarse quieta. Cuando pasa de lo eterno inasequible a lo circunstancial que le rodea, el estilo de Unamuno cobra vida y color. Lo castizo español es Castilla. El libro En torno al casticismo hubiera podido llamarse El alma castellana ó Psicología del pueblo español, á no haber puesto estos títulos los señores Martínez Ruiz y Altamira á obras muy estimables, pero que no se consagraban enteramentea a tal estudio.
¿Cómo llegar al espíritu castellano?... Unamuno, no obstante su galofobia, sigue en este respecto los buenos métodos, los métodos de Taine. Somos productos de la Tierra; adheridos a su costra como imperceptibles animáculos, sus movimientos nos arrastran. La Tierra hace a sus hijos enérgicos o muelles, laboriosos u holgazanes, sobrios ó voluptuosos, pacíficos ó aguerridos: luego los hombres la transforman; pero la tierra es anterior y en ella hay que buscar el origen de lo castizo. el castellano se explica en Castilla.
Las páginas en que Unamuno describe las estepas centrales, fuera de algunos párrafos, son dignas del mismo Taine. (282-3)

Maeztu, como luego Ortega, no comparte esas metafísicas contradictorias del escritor bilbaíno ni su manía de pensar en voz alta y de escribir cuanto piensa, pero sí su castellanismo. Lo que ocurre es que, para entonces, Unamuno va ya por otro camino, y en ese mismo prólogo de la edición que reseña Maeztu detalla su nuevo determinismo, posterior a 1895, apoyado en geógrafos, o geólogos, como Hernández Pacheco, que habían negado que las mesetas pudieran recuperarse con regadíos: La tierra castellana, la meseta, no es para ser cultivada, no sirve para eso, de ahí que el espíritu castellano sea de ganadero, más que de labrador; el castellano es pastor, trashumante y andariego, por vocación, y sólo agricultor por necesidad. De ahí que prefiera, entes que trabajar encorvado, meterse buhonero, aventurero o conquistador. Todo ello con una fundamentación ab ovo en el relato bíblico de Caín y Abel.

En realidad, Unamuno ya había contestado a Maeztu en 1899 en sus artículos 'La conquista de las mesetas' ratificando a Hernández Pacheco y argumentando, además, que al capital periférico no le interesa invertir en Castilla, no le es rentable hacerlo.

En Hacia otra España critica Maeztu al Unamuno místico y triste y apuesta por el progresista y lógico. Aunque venza el primero, dice, algo quedará que aproveche a 'una generación de literatos'. Si venciera el otro, 'brotarán de su pluma los evangelios de la patria nueva' (1967: 219). Vencerá el Unamuno místico y triste, y algo dejará que aproveche a los literatos. Él es el primero en todo, también en el cambio, ya desde el mismo fin de siglo; Ortega, enfrentado a él en otros aspectos, no lo está en muchos de los presupuestos castellanistas que, en sentido positivo o negativo, definen el lugar común, como puede verse en los ensayos viajeros de El Espectador. Esto es tanto más sorprendente cuanto que, dada su preparación y evolución intelectual, cabría esperar que hubiese superado, en este aspecto como en otros, el determinismo de raíz positivista; los presupuestos que mantiene le llevan a producir obras como España invertebrada (1920-21) que, con los inevitables malentendidos, se convertirá, a su pesar, en el breviario del fascismo español.

En la visión de Castilla que tiene el 98 hay una evolución desde posiciones negativas -Castilla frente a la periferia y frente a Europa- a positivas, las más tempranas en Unamuno, a quien podría aplicarse una medievalización cristiana del tópico: Castilla como locus para contemplar el otro mundo. Ya en su artículo de 1889 'En Alcalá de Henares', Unamuno identifica Castilla con la Meseta, por oposición al País Vasco, y la compara a las estepas asiáticas y la Arabia. La imagen negativa de Castilla se mantiene en los ensayos de En torno al casticismo (1895) escritos desde la Geografía de Reclus y la Historia de Taine, y desde la invención de la tradición vasca, también (Juaristi). Unamuno transmitirá la idea con la invención alternativa de una tradición castellana que juzgará negativamente en sus ensayos de 1895, para luego ir viéndola de forma cada vez más positiva. En su artículo de 1905 'La crisis actual del patriotismo español' predica la vasconización y la catalanización de Castilla, pero no a la manera de Maeztu, sino en un sentido intrahistórico. Su idea de Castilla como 'casta' hacedora de España sigue siendo la misma; pero la labor de esa casta ha concluido: les toca ahora a las otras el imponerse.

Podría decirse, pues, que Unamuno traspasa su creencia juvenil en una tradición vascuence, inventada en buena parte por la imaginación novelística decimonónica, a la creencia en otra tradición, la castellana, también inventada -en parte, por él mismo- tradición castiza que critica en principio, en los ensayos que compondrán En torno al casticismo, para luego, progresivamente, identificarse con ella.

Azorín, por su parte, no deja de preocuparse por la decadencia de Castilla hasta muy tarde, una Castilla libresca desde el principio, incluyendo, por supuesto a Taine, a quien dedica un capítulo en La evolucíon de la crítica, obra de 1899 que repasa las principales tendecias de la crítica literaria de entonces. En El alma castellana, de 1900, se limita a hacer una descripición de la vida y costumbres de la España del Antiguo Régimen, sacada de fuentes que registra al final de cada capítulo. 'Castellana' es aquí sólo un equivalente de casta dominante, como si quisiera ilustrar la idea de casta histórica de En torno al casticismo, que ejemplifica también en algunos pasajes de La voluntad, novela en la que el personaje Azorín se declara determinista convencido (2, IV-V). Repite ideas de Unamuno sobre el 'genio castellano', ejemplificado en el Quijote y los místicos, todavía en 1912, en Lecturas españolas (II: 544-48); repite también, mezclando arbitrariamente labriegos y pastores, los tópicos deterministas y las soluciones del regadío, situando el alma castellana en 'libros raros' como el de Manuel del Río sobre la Mesta ('Tópicos del momento', 1909; 'En la meseta', 1911, ed. Fox).

En Un pueblecito (1916) se lee:

España: un país donde nadie sabe geografía. Poco, la geografía del mundo. Nada, la geografía de España. (...) España ahora, como en 1721, cuando Montesquieu escribía sus Cartas Persas, está por explorar. Regiones enteras (naciones, como dice exactamente Montesquieu) nos son desconocidas. La base del patriotismo es la geografía. No amaremos nuestro país, no le amaremos bien, si no le conocemos. Sintamos nuestro paisaje; infiltremos nuestro espíritu en el paisaje. (III: 557 ss.)

Vuelve a reiterar aquí también lo que aparece ya en 1913, en su reseña al libro de Machado. Y de 1917, en el capítulo sobre Castilla de El paisaje de España visto por los españoles , es uno de sus pasajes más citados:

A Castilla, nuestra Castilla, la ha hecho la literatura. La Castilla literaria es distinta, acaso mucho más lata, de la expresión geográfica de Castilla. (III: 1186)

Encontramos aquí también lo que es, para Azorín, el 98:

Sería interesante examinar en qué grado el amor a Castilla, a las viejas ciudades, a los pueblos, al paisaje, suscitado por la generación de 1898, ha influido en el maestro. Si Galdós ha influido en los aludidos escritores, esos escritores han ejercido a su vez influencia sobre Galdós. (Ibid. 1188)

Ya en el artículo de 1913, en respuesta a Ortega, había señalado la importancia de Galdós:

La protesta de la generación del 98 -que Ortega y Gasset ha recordado- no hubiera podido producirse sin la labor crítica de una anterior generación. (...) Galdós iba paso a paso dándonos sus libros repletos de meduda realidad: las nuevas generaciones fuimos acercándonos, solidarizándonos, compenetrándonos con la realidad. En adelante, la tragedia de España había de saltarnos a los ojos... (II, 902/6)

Niega Azorín que la literatura regeneradora sea una consecuencia del desastre colonial del 98; todo había sido preparado antes. Por eso, cita en el libro de 1917 una descripción de Galdós de las llanuras rasas entre Medina y Madrigal que, según él, adelantan ya ese amor a los viejos pueblos y al paisaje característicos de la generación. Se trata del prólogo del libro Vieja España, de José Mª Salaverría, de 1907, obra ésta que se reduce a describir Burgos y sus alrededores en un viaje del autor desde Francia a Madrid en tren, pero que incluye, de segunda mano, todos los tópicos del momento sobre Castilla y es un excelente compendio de todos esos lugares comunes, históricos y geográficos, que Galdós no puede por menos que corregir, en parte, en el prólogo. Así, mientras que Salaverría no ve más que llanuras desde que el tren sale del País Vasco, matiza aquel:

Tal es la tierra de Burgos, épica, montuosa, guerrera (...), llana tan sólo desde Burgos hasta la confluencia de Arlanzón y Arlanza con el Pisuerga, embocando ya el país de Campos (Shoemaker 81)

Luego se refiere a la 'imponente llanura' o 'meseta histórica', 'entre Burgos y Avila, Zamora y Aranda', teatro de lo que considera la ascensión y caída del reino castellano con los Reyes Católicos, a cuya evocación histórica dedica la segunda parte del prólogo, tras demorarse en la zona entre Medina y Madrigal citada por Azorín:

Entre la Mota y Madrigal, caminando hacia la cuna de doña Isabel, sentí la llanura con impresión hondísima. Es la perfecta planimetría sin accidentes, como un mar convertido en tierra. (...) Es el paisaje elemental, el descanso de los ojos y el suplicio de la imaginación. (...) Entre dos miras lejanas y verticales rodamos derechamente, sin desviarnos a un lado ni otro. No vamos llevados por la fantasía, sino por la razón pura... Poca gente encontramos en este camino de la verdad matemática. (Ibid. 86)

Ortega luego, en su 'De Madrid a Asturias' (1915) parece 'copiar' a Galdós, en el apartado 'Geometría de la Meseta' en el que se lee aquello de: '-¡Caballero, en Castilla no hay curvas!' (II: 251). No faltan tampoco los ecos de Unamuno:

El ti-ti-ti de la abubilla es la suma sencillez musical, como el campo, el camino y el suelo son la suma secillez topográfica. El alma del viajero se adormece en dulce pereza. Por un camino psicológico, igualmente rectilíneo, se va al ascetismo y al desprecio de todos los goces. (...) La llanura absorbe el espíritu del viandante, lo hace suyo. El hombre se siente ciudadano del país intuitivo, del mirar en sí. (Ibid. 86-7)

Tampoco comparte Galdós el pesimismo de Salaverría sobre lo que ve, por lo que, desde su magisterio, anima a los nuevos escritores

que gustan de husmear en las ciudades viejas, para que desentrañen la existencia ideal y positiva del pueblo castellano (Ibid. 84)

Obsérvese la conjunción de ideal y positivo. La larga evocación histórica, guiada por Mariana, hace caer a Galdós también en los tópicos consagrados por la historiografía decimonónica, la madre Castilla y sus heroicas grandezas pasadas, que mezcla con las pretensiones regeneracionistas sobre su recuperación agrícola por medio del regadío. El determinismo decimonónico también le alcanza y se refiere, aquí y allá, a la raza castellana y a su ser castizo, al genio de Castilla dormido que es preciso recuperar con un 'querer intenso'. En el entorno del 98, pues, también él encuentra el lugar común castellano.

Comparemos con la narración del viaje de Pedro A. de Alarcón 'De Madrid a Santander', fechado en 1858. Entre Madrid y Valladolid, 23 horas de diligencia, en verano, no hay la menor alusión al paisaje; sólo un leve apunte histórico sobre

el país clásico de los infanzones de Castilla, la tierra que pisaron los Condes, los Reyes y los Caballeros, el lugar de mil batallas portentosas y de treinta Cortes que hoy son pobres y oscuras villas' (1179-80)

Salido ya de Valladolid, ciudad que elogia por su riqueza agrícola, ganadera e industrial, con gran futuro, añade:

Desde que se entra en la provincia de Palencia el suelo se quebranta y empieza a rizarse en valles y colinas. Las llanuras castellanas se accidentan. que diría un francés. todo anuncia la proximidad de las grandes montañas cantábricas. (1182).

Azorín, en su artículo de 1913, llama 'abstracto' a Alarcón. La Pardo Bazán, más propiamente, en La cuestión palpitante (1882-3), le llama idealista y romántico, frente al naturalismo, un idealismo al revés, dice, que sólo se ocupa de lo feo. En medio sitúa al realismo, a Galdós y a ella misma, seguidores por igual de lo ideal y lo positivo. Los del 98, por su parte, oscilan de uno al otro extremo, sin conjugarlos, lo que explicaría el vaivén generacional del modernismo al positivismo, y viceversa, que Ramsden (1974b) les atribuye o que Fox (1976) relaciona con la influencia krausista.

El libro de Salaverría es objeto también de un artículo de Unamuno titulado 'Otro escritor vasco', fechado en Salamanca en diciembre de 1907 y publicado en La Nación de Buenos Aires el 21 de Enero del año siguiente. En su obsesión castellana, el profesor de Salamanca repasa todas las figuras históricas de origen vasco que fueron grandes por servir a Castilla y a su espíritu, desde el Canciller Ayala hasta Zumalacárregui, pasando por Loyola, que encarna el alma castellana del siglo XVI. La geografía no podía faltar en su apreciación:

... nos gusta la estepa, la llanura eterna, poderosa tentación de todo montañés, como dice Salaverría en su Vieja España, hermoso libro cuya lectura me sugiere esta correspondencia a La Nación. Creo que los vascos somos los que mejor hemos sentido a Castilla y no me dejarán mentir los cuadros de Zuloaga y las novelas de Baroja. Creo más, y es que hay más de un aspecto íntimo de Castilla y de su espíritu que se lo hemos revelado a los castellanos mismos. (III: 1266)

La óptica del 98 sobre Castilla, con Unamuno al frente, oscila de lo negativo degradante -tierra y carácter baldíos- a lo positivo sublimador, proyectando el nombre histórico de un reino, al que el País Vasco pertenecía, sobre una superficie plana y elevada, mera abstracción geográfica. Desde el punto de vista retórico, la oscilación va de la metáfora -el guerrero y la fortaleza, u otras análogas, símbolos del poder dominante que hubo- a la metonimia, pars pro toto , -la meseta por el reino y el país, etc. Es conocida la distinción de Jakobson entre proceso metafórico, dominante en poesía, en el romanticismo y en el simbolismo, y el proceso metonímico que gobierna y define la corriente literaria llamada realismo.

Si comparamos el pasaje antes citado de Azorín de 1913, sobre Galdós, con el de éste animando a los jóvenes, y los artículos de Ortega -'Competencia I y II'- a los que alude Martínez Ruiz, parece claro que éste anima a Ortega, a la vez que se deja animar por él, en la tarea de regeneración que los 'viejos' como Galdós, Campoamor y Echegaray, habían ya iniciado, a los que defiende de la protesta de la 'gente nueva' contra ellos, motivo del artículo. Y desde el punto de vista de la consideración del paisaje castellano la defensa que hace Azorín de Galdós es comprensible, como lo es su actitud hacia el ensayista madrileño, pues nadie mejor que Ortega sabe continuar con la identificación entre la llanura mesetaria, Castilla y el carácter nacional.

En efecto, encontramos sucesivos ensayos de Ortega dedicados a temas de viaje, donde no sólo continúa la obsesiva identificación entre Castilla y meseta, paisaje y carácter, sino que la amplía y diversifica. 'Temas de viaje' (1911) y 'De Madrid a Asturias o los dos paisajes' (1915-16) entran de lleno en el determinismo noventayochista, mientras que 'Temas de viaje (Julio de 1922)' supone ya una retractación; otros ensayos 'viajeros' de El espectador como 'Pepe Tudela vuelve a la Mesta' (1921), 'Notas del vago estío' (1925) o 'Cuaderno de bitácora' (1927) apenas contienen restos de esa asociación entre carácter nacional y marco geográfico.

Nada de todo esto encontraremos en Baroja, quien 'responde' a Azorín en su Nuevo tablado de Arlequín, recopilación de artículos escritos entre 1914 y 1917. Niega los rasgos caracterizadores del hombre español que se vienen usando, o que haya una base en la literatura aúrea para sostenerlos; niega también la idea de decadencia: España, dice, nunca estuvo muy arriba y su cultura ha sido siempre periférica, con esporádicos brotes de genio. En cuanto a la llamada generación del 98, dice en sus Divagaciones apasionadas (1924) que no cree que haya habido, ni que haya, tal cosa, invento de Azorín. En cualquier caso, él no pertenecería a ella; sólo la protesta contra la Restauración, añade, unía en 1898 a un grupo de escritores.

Baroja casi siempre habla de España en general, no de Castilla. En 'Triste país', ensayo de El tablado de Arlequín (1904) referido a España, dice, a propósito del País Vasco, que todos los paisajes se dan en él, también llanuras extensas, hacia Castilla, que hay un fondo guerrero en los vascongados y que en San Ignacio se aprecia la voluntad de la raza, hecha de gente silenciosa y antisocial. Casi lo mismo, le sirve a Unamuno para definir el espíritu castellano o para justificarlo como derivado del vasco. En 'Vieja España, patria nueva', del mismo libro, trata Baroja de la redención de España, a la que ve como un viejo árbol desmochado o como una vieja iglesia estropeada; hay que recuperar y restaurar, no derribar para hacer de nuevo. Para ello es preciso conocer el pasado, pero es el caso que no hay historia, no sabemos lo que era España en su época más grande y queremos hacer revivir su espíritu, pero ¿cómo, si no lo hemos descubierto todavía? La redención de España es muy difícil porque ni siquiera hemos llegado a descubrir España.

Nada hay tampoco en las descripciones de Baroja que permita atribuirle alguna clase de castellanocentrismo mesetario de tipo determinista; no es castellanista ni vasquista, a diferencia de Unamuno. Su viaje de 1900 a Soria, por ejemplo, descrito en 'A orillas del Duero' sólo puede relacionarse con algunos versos de 'Campos de Soria' y, por el espacio geográfico que describe, montañoso, boscoso y ganadero, con la versión en prosa de La tierra de Alvargonzález. Camino de Perfección, la novela de 1902 que más ha contribuido a su caracterización como noventayochista, apenas utiliza la palabra Castilla, y la peregrinación del personaje a El Paular, Toledo o Yécora, 'en medio del paisaje castellano' (Varela 12), no es equiparable al lugar común castellano invención del 98: Yécora, la Yecla azoriniana es, además, un enclave mesetario de Murcia, muchas de cuyas características proyecta luego el escritor levantino sobre La Mancha en general.

Unos pocos poemas, un título, Campos de Castilla, y sus 'maestros' -Unamuno, Azorín, Ortega- hacen a Machado 'castellanista'. La heterogeneidad del libro confirma, sólo a veces, el contagio de Unamuno y otras, en cambio, la evolución de Machado y su adelanto, en este tema, respecto a Ortega. A la altura de 1912, tras su vivencia soriana, Castilla no está bien definida en él como territorio: se vale a veces del lugar común, pero en otros casos su experiencia personal le hace huir del tópico. Tampoco usará del término meseta -sí el 'alto llano numantino'-como abstracción terminológica que es, y varias Castillas están y se hacen en él, del pasado al futuro. Poco antes de sus artículos sobre la generación, Ortega reseña Campos de Castilla alabando precisamente el poema 'A orillas del Duero' desde el punto de vista más historicista y tópico: la tierra de Soria, 'nuestra tierra santa de la vieja Castilla', alegorizada bajo la figura de un guerrero con casco (I: 573). Azorín también hace su reseña ('El paisaje en la poesía'), y define el libro como una colección de paisajes castellanos y, a diferencia de Ortega, destaca los 'Campos de Soria' como lo más característico. Su teoría sobre el paisaje adelanta lo del 'correlato objetivo' de Eliot, en línea con el simbolismo.

La heterogeneidad del libro de Machado hace necesaria la pregunta: ¿cuales son, propiamente, los poemas sobre el lugar común castellano? Aunque admitiéramos a 'Campos de Soria' entre ellos, ¿qué hay, aparte de éste y de 'A orillas del Duero'? Sólo aquellos que alternan hombre y paisaje sugiriendo una caracterología determinista, es decir, 'Por tierras de España', 'Un criminal', y 'La tierra de Alvargonzález', un poema éste de relleno que domina el libro desde el centro, un pastiche, fabricado sobre un relato de crímenes rurales, propio de cantares de ciego o de aleluyas trajineras. Es un poema de circunstancias en sentido estricto, pues justificaba, por su longitud, la publicación del libro, anunciado mucho antes, y el adelanto recibido por su autor de la editorial Renacimiento. En su interior, asociado a la montaña que describe, surge a veces el tópico, a la vez geográfico e histórico: "La hermosa tierra de España / adusta, fina y guerrera / Castilla, de largos ríos,/ tiene un puñado de sierras /entre Soria y Burgos como /reductos de fortaleza, /como yelmos crestonados, /y Urbión es una cimera."

Luego, Machado, entre 1913 y 1917, cuando más relacionado está con Ortega y se percibe su influjo, dará de vez en cuando algún poema que otro sobre el tema, como los dedicados a Castilla de Azorín, fechados en 1913, como si hablara en ellos por Ortega, y poca cosa más. Los pocos poemas que sitúan a Machado en el lugar común son todos poemas de circunstancias, no de sus circunstancias personales en la tierra de Soria, sino de las que lo relacionan con sus 'maestros'. En su oscilación, la influencia -más bien negativa- de éstos sobre una Castilla alterna con su propia vivencia de otra Castilla, fuera del lugar común.


El 98 como espacio generacional

Así pues, la generación del 98 de Azorín se complementa con la de Ortega en un espacio generacional, entre 1895 y 1922; ésta es, quizás, una de las razones por las que su propuesta no encuentra oposición y prospera. Dejando aparte la influencia determinista, quizás lo más característico de este espacio generacional es la ambivalencia sobre Castilla, una relación de amor-odio, un rechazo, más bien racional, que alterna con una identificación, más bien emocional. 'Porque -dice Varela (16)- ya fueran sucesivas, ya simultáneas, las actitudes de amor y odio, de esperanzas y desasosiego, el mito era capaz de conciliar todas las oposiciones'. Mito de Castilla, es decir, narraciones, historias en torno al lugar común, en oscilación.

Para Morón, esta ambivalencia se daría ya en En torno al casticismo, cuyo final interpreta como una palinodia, con la dificultad de discernir lo nativo de lo adventicio en un pueblo. De ahí la fórmula 'europeizarnos y chapuzarnos de pueblo' y las dos versiones de lo castizo, lo cerrado y exclusivista frente a lo intrahistórico y eterno, que oscilarán entre lo positivo y lo negativo.

Es Ortega, según Morón (29), quien dará el golpe de gracia a la idea de 'alma nacional' de Unamuno con su idea neokantiana de cultura, en 1908 ('Asamblea para el progreso de las ciencias', I: 102): La cultura es esfuerzo mental, inteligencia, ciencia, ética y estética (obra de los mejores?) y Europa equivale a ciencia. Entre 1908 y 1913 Ortega polemiza con Azorín, Maeztu y Unamuno en torno a este tema. Sin embargo, Ortega mantiene en su etapa perspectivística, hasta 1922, posiciones castellanistas, incluida la ambivalencia y la palinodia.

El principio y modelo es siempre Unamuno, con su primera etapa vascófila de rechazo, hasta 1897, año en que tiene lugar su 'conversión', a la vez religiosa y castellana. Castilla equivale a trascendencia a partir de ahora. Dice Juaristi (1997: 94-5):

El Unamuno de 1895-98, en quien resucita el antiguo interés en la ciencia del folclore o demología (término éste introducido en España por Machado Alvarez) parece creer en la existencia de unos primitivos sustratos raciales y culturales que, bajo la influencia de un determinado medio geográfico, explicarían ciertos comportamientos atávicos de las sociedades.

Y añade las influencias de Spencer y Taine en esta 'visión positivista' que se va sofisticando con el influjo de la Volkerpsychologie, o psicología de los pueblos, de Wundt. Es significativa la mención del padre de los Machado, que heredaron, escindido, su folclorismo, lo mismo que Unamuno traspasó su vasquismo primitivo a un castellanismo no menos folclórico que influyó, a su vez, en el Machado castellanista.

El primer texto donde se nota el cambio de Unamuno es 'Puesta del sol: recuerdo del 16 de diciembre de 1897', texto que Laitenberger (64) sitúa a unos ocho meses (después?) de la crisis religiosa. El paisaje, ahora, eleva hacia Dios, hay una valoración y un sentimiento religiosos del paisaje. En paralelo se sitúa su actitud sobre Don Quijote, que no cambiará hasta más tarde (1902-3). De ensalzar a Alonso Quijano, el bueno, se pasa a hacerlo con Don Quijote, el loco, héroe negativo antes. Caballero y tierra, con los que se identifica, se hacen así inseparables. Sin embargo, La Mancha como tal tiene un papel subordinado en Unamuno, cuyo punto de vista es la tierra de Salamanca, al contrario que Azorín, quien, en La ruta de don Quijote (1905) 'quería explicar la psicología del caballero loco a la luz de los paisajes y ambientes manchegos' (Laitenberger 68).

Y en la valoración positiva del paisaje castellano en la segunda etapa de Unamuno aparecen las montañas, al contrario que antes. De hecho, la meseta se hace también montaña, 'cima', y las ciudades tienen un papel más importante, incluso Madrid, antes odiado; puede esto comprobarse desde 'Avila de los caballeros', de 1909, a 'Castillos y palacios', de 1931, artículo en el que dice: 'Madrid (...) es también cima; que toda Castilla es cumbre, y algunas de sus ciudades; tal Avila, dechado del Castillo interior de Santa Teresa...' (I: 377).

No deja de haber, sin embargo, ambivalencias en Unamuno en su segunda etapa: En 'La soledad de la España castellana', de 1916, culpa de la no intervención de España en la guerra mundial al espíritu aislacionista, de tierra adentro, y añora una 'España total' que integre lo de dentro, lo castellano, y lo de fuera, marítimo y europeo. Véase, también, 'Las dos vertientes de España' (1932), escrito desde Alicante, tras recorrer La Mancha. Don Quijote es aquí, como Unamuno, hombre de las dos vertientes.

Ortega, 'castellano' de Madrid, con raíces andaluzas, es el punto de confluencia, ensayista que es de todos ellos. A todos los trata en algún trabajo e intenta atraerlos con el marchamo generacional. Y ellos le responden, de una u otra manera. Desde el enfrentamiento con Unamuno en 'Unamuno y Europa' (1909; I: 128-32) hasta el artículo necrológico 'En la muerte de Unamuno' (1937; V: 264-5) las convergencias no faltan. El primer ensayo está motivado por un ataque antieuropeísta de Unamuno a Azorín en ABC. Ortega se apoya en una larga cita de Américo Castro, en favor de los hispanistas extranjeros, a los que Unamuno ataca, y se muestra en favor de la lógica y de la responsabilidad intelectual, y en contra del personalismo. Es la etapa 'objetivista' de Ortega, la de su fe en la ciencia, atemperada en la segunda década del siglo.

En el ensayo de 1937 Ortega dice que Unamuno ha muerto del 'mal de España' y le llama 'ese gran celtíbero', pues según Tito Livio los celtíberos eran el único pueblo que vestía de negro y adoraba a la muerte. Toda su generación -dice- conservaba e ingrediente de juglar que adquirió el intelectual en los comienzos del romanticismo, 'no habían descubierto la táctica y la delicia que es para el intelectual ocultarse e inexistir' (265). Su castellano era aprendido, lo que es inexacto, pues no comenzó a estudiar vasco hasta sus últimos años de bachillerato (Juaristi 224), y de ahí, según Ortega, su obsesión por la etimología y por la opacidad del lenguaje. Concluye:

En esto también se diferencia su generación de las siguientes, sobre todo de las que vienen, para las cuales la misión inexcusable de un intelectual es ante todo tener una doctrina taxativa, inequívoca y, a ser posible, formulada en tesis rigorosas, fácilmente inteligibles. Porque los intelectuales no estamos en en el planeta para hacer juegos malabares con las ideas y mostrar a las gentes los bíceps de nuestro talento, sino para encontrar ideas con las cuales puedan los demás hombres vivir. No somos juglares: somos artesanos, como el carpintero, como el albañil. (267)

Sin embargo, Ortega padecerá toda su vida de lo mismo que achaca a Unamuno. Es curioso que diga 'sobre todo las (generaciones) que vienen', como si él mismo todavía no, y sí las que vienen ahora, cuando escribe, en 1937. De hecho, como ha señalado algún crítico (Shaw: 255) respecto al problema de España, Ortega parece prolongar el enfoque del 98 más que ofrecer una alternativa.

Los artículos clave de Ortega sobre Castilla-España pertenecen a su fase perspectivística, publicados en El Espectador, coincidiendo con los libros desde Meditaciones del Quijote (1914), desde la famosa frase Yo soy yo y mi circunstancia a El tema de nuestro tiempo (1923). La circunstancia de Ortega es Castilla: ser castellano, es decir, mesetario, implica un punto de vista peculiar, una manera particular de estar en el mundo: Véase, al respecto, 'De Madrid a Asturias' (España, 1915-16) y compárese con 'Temas de viaje', de 1922, donde le da la vuelta al asunto, el mismo año de la carta de Unamuno a Bataillon en la que el vasco reniega del determinismo, y del libro de Febvre citado, crítica demoledora de ese determinsimo medioambiental, ya antes en otro geógrafo francés, Vidal de la Blanche (Moreno,1991).

Pero como en el caso de Unamuno, no deja de haber en Ortega ambivalencias, con apoyo en los especialistas. Si el geógrafo de Unamuno es Reclus, Ortega se apoya en Dantín Cereceda, discípulo de Hernández Pacheco, con quien Maeztu polemiza. En 'De Madrid a Asturias', después de citar a Giner para destacar la belleza superior, la 'irrealidad visual' del paisaje castellano (II: 254), anota dos libros de Dantín y apoya su idea de 'región natural'. Frente a España como abstracción política e histórica, dice, la región natural afirma su calidad real, es algo que entra por los ojos, y

Sólo bajo la especie de región influye de un modo vital la tierra sobre el hombre. La configuración, la escultura del terreno, poblada de sus plantas familiares, y sobre ella el aire húmedo o seco, diáfano o perlúcido es el gran escultor de humanidad. Como el agua da a la piedra, gota a gota, su labranza, así el paisaje modela su raza e hombres, gota a gota; es decir, costumbre a costumbre. Un pueblo es, en primer término, un repertorio de costumbres. (II: 259)

En España invertebrada ('El Sol',1920; Madrid: Calpe, 1921) el determinismo geográfico cede su paso al histórico:

Porque no se le dé vueltas: España es una cosa hecha por Castilla y hay razones para ir sospechando que sólo cabezas castellanas tiene órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral (...) Para quien ha nacido en esta cruda altiplanicie que se despereza del Ebro al Tajo, nada hay tan conmovedor como reconstruir el proceso incorporativo que Castilla impone a la periferia peninsular. Desde un principio se advierte que Castilla sabe mandar (III: 61-2) (...)
Para mí esto no ofrece duda: cuando una sociedad se consume víctima del particularismo, puede siempre afirmarse que el primero en mostrarse particularista fue precisamente el Poder central. Y esto es lo que ha pasado en España. Castilla ha hecho a España, y Castilla la ha deshecho. (...) si nos asomamos a la España de Felipe III advertimos una terrible mudanza (...) Castilla se transforma en lo más opuesto a sí misma: se vuelve suspicaz, angosta, sórdida, agria. Ya no se ocupa en potenciar la vida de otras regiones; celosa de ellas, las abandona a sí mismas y empieza a no enterarse de lo que en ellas pasa. (69-70)

'Castilla se hizo España' -decía Costa- y avanzó la idea de una España enferma que hay que curar, si se deja, con la terapia del cirujano de hierro; Ortega propone minorías egregias que gobiernen los espíritus y orienten las voluntades, pues hay que ponerse a forjar un nuevo tipo de hombre español:

No basta con mejoras políticas: es imprescindible una labor mucho más profunda que produzca un mejoramiento de la raza.
Mas ese asunto debe quedar aquí intacto para que lo meditemos en otro ensayo de ensayo. (127)

En el prólogo a la segunda edición (1922) ya teme malas interpretaciones, por 'lectores no previstos', a la vez que, como en 'Temas de viaje', canta la palinodia: Lo mismo que Baroja años antes, se muestra en contra de la idea prevaleciente de que fuimos grandes y ahora estamos en una inevitable decadencia; y añade que la enfermedad de España también la tiene Europa, en cuanto al predominio de las masas, lo que confirma en el prólogo a la cuarta edición, de 1934.

'Temas de viaje' está fechado en julio de 1922. Vuelve a citar a Dantín, con la obsesión de siempre, la España árida, casi toda España. Si antes era Castilla frente a Asturias, ahora se trata de España frente a Francia, aridez frente a verdor; no abandonamos todavía el determinismo: con tantas estepas salinas,

¿Cómo podrán extrañar la sequedad, la salinidad de las almas españolas? "El animal o la planta -dice Dantín- parecen reflejar la fisonomía de la región, al punto de aparecer totalmente concertados con su paisaje..." (II: 368)

Hasta aquí todo parece seguir las pautas anteriores, pero Ortega guarda una sorpresa; es como si quisiera poner fin al 98:

Al menos durante un siglo apenas hay idea más popular, más obvia, que tan cómodamente se encaje en las mentes al uso como ésta de la influencia soberana del "medio" sobre el hombre. (...) Taine, personaje sin genio, pero exacto receptor de los tópicos de su época, popularizó la idea de milieu, que ya había servido a Buckle para explicar la inspiración metafísica de los indos por el enorme consumo que hacen de arroz.
Sin embargo, en un ensayo de ensayo sobre la historia de España, publicado por mí hace unos meses, no se mienta siquiera el factor geográfico. (...) Pío Baroja, de cuyo espíritu agudo no logramos nunca desalojar cierto materialismo contraído en la mocedad, echaba de menos en mi decoración histórica las usuales estadísticas sobre suelo y clima.
Es que, a mi juicio, la interpretación geográfica de la historia, según ha sido empleada, carece de valor científico. Es una de tantas ideas lanzadas por el siglo XVIII (no se olvide que ésta viene de Montesquieu) y que a pesar de no cumplir la promesa intelectual que nos hicieron se han instalado en los espíritus como dogmas íntimos. (...)
La tierra influye en el hombre, pero el hombre es un ser reactivo cuya reacción puede transformar la tierra en torno. (...) Por eso, cuando el tren ha dejado atrás Burdeos y corre entre los viñedos sonrientes ha cesado dentro de mí la depresión mágica que un instante me produjera el materialismo geográfico.
El dato geográfico es muy importante para la historia, pero en sentido opuesto al que Taine le daba. No es aprovechable como causa que explica el carácter de un pueblo, sino, al revés, como síntoma y símbolo de ese carácter. (...) Castilla es tan terriblemente árida porque es árido el hombre castellano. Nuestra raza ha aceptado la sequía ambiente por sentirla afín con la estepa interior de su alma. (...) En el castellano (...) todo emerge de un fondo saturado de desdén a la vida. (...) El campo de Castilla no es sólo árido, desértico, áspero; hay en él, además, la huella del abandono. Es un campo desdeñado.
Dentro de los límites de España aparece el desdén castellano rodeado de voluptuosidades por todas partes. (...) Frente a la España real que ha sido, que es, hay muchas Españas posibles, todas ellas brote diversamente orientado de un mismo germen, estilo o temperamento. (...) la manera española es múltiple. Hasta ahora se ha usado una, tal vez la peor.
Tal vez siempre se ha sentido que los pueblos son modos de existir radicalmente distintos. (...) es inútil buscar el origen de la variedad étnica en influencias externas (...) La causa de la diversificación tuvo que ser, pues, espiritual (...) Porque no cabe pensar en pueblos diferentes sin lenguajes diferentes, y el lenguaje es, por cierto, algo espiritual. (...) cada pueblo es una mitología diferente, un repertorio exclusivo de maneras intelectuales y afectivas. (II: 369-73)

¿Ha abandonado Ortega el determinismo? ¿Sólo el geográfico? ¿Está leyendo, en su viaje por Francia, a Vidal de la Blanche y a Febvre? De España como Castilla, hemos pasado a la manera múltiple de ser español; pero Castilla ha sido, sigue siendo, algo real, tal vez la manera peor de ser España, y si antes el hombre castellano era árido por culpa de la tierra, ahora sucede al revés. Cambiemos la mentalidad, la mitología, y cambiaremos el país.

'Temas de viaje' ha de leerse, inseparablemente, con España invertebrada. Los dos textos clausuran el 98 como espacio generacional de escritores, jóvenes o viejos, que mantienen la ambivalencia, u oscilación, entre idealismo y positivismo, de raíz krausista. Con la Restauración tocando a su fin, Ortega abandona el determinismo geográfico que hace de Castilla un lugar común, pero no la idea de generación, fundada en el positivismo de Comte: su primera formulación explícita aparece en el primer capítulo de El tema de nuestro tiempo (1923).


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© Carlos Moreno Hernández 1998


Facilitado por Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid