XIV

EL BUDA


CONQUISTA
y no es conquistado:
porque está despierto y sabe,
la victoria es suya.

Sus ojos se han abierto,
sus pasos son libres
y no deja huellas...
¿Quién lo podrá seguir?

El mundo nada le puede reclamar,
ni lo puede apartar de su camino.
Las redes del deseo no pueden con él.
Está despierto y los dioses lo admiran.
Está despierto y halla placer
en la quietud de su meditación
y en la paz de su renunciamiento,

¡Qué difícil es nacer!
¡Qué difícil es vivir!


Pero más duro es descubrir el camino
despertar y seguir a los iluminados.

Y, sin embargo, la enseñanza es simple:
haz lo que está bien. Sé puro.
Al final del camino está la libertad;
ten un poco de paciencia.

Paciencia con el sufrimiento,
pues nada es más alto que la iluminación.
Un monje no roba, un asceta no hace daño.

No ofendas de hecho ni de palabra.
Come y duerme con moderación.
Concéntrate en los mejores pensamientos
y vive la vida más sencilla,
tal es la enseñanza del despierto.

Ya puede ser de oro la lluvia,
que no puede apagar la sed.
El sabio lo sabe:
el placer es poco y pasajero
y al final son puras lágrimas.

Ni siquiera los placeres divinos
acaban con la pasión.
El que despierta lo sabe:
el único placer es acabar con el deseo.

El hombre que tiene miedo
busca refugio en los montes,
en los bosques sagrados, en los templos...

Pero nada es seguro,
pues allí a donde vaya
sus pasiones lo acompañan.

Sólo el qué busca refugio en el camino
y viaja con aquellos que lo siguen
logra descubrir las cuatro nobles verdades:

El sufrimiento,
la causa del sufrimiento,
el fin del sufrimiento
y el óctuple camino sagrado
que acaba con el sufrimiento.

Éste es el verdadero refugio.
Sólo aquí esta seguro:
ha trascendido el dolor y es libre.

Los iluminados son pocos
y es difícil encontrarlos.
Bienaventurados los hogares
donde hay uno que despierta.

Pues dichoso es el que despierta,
dichosa es la enseñanza de la ley,
dichosos los que siguen el camino
con fe, con devoción y en armonía.

Y bienaventurados los que reconocen
al hombre que ha despertado,
al maestro y sus discípulos.

Bienaventurado el que respeta
a todos aquellos que han cruzado
el río de dolor y las tribulaciones,
pues sus méritos son incontables.
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