IV

LAS FLORES


¿QUIÉN
conquistará este mundo
y el mundo de la muerte y de los dioses?
¿Quién ha de descubrir como una flor
el espléndido camino de la ley?

¡Tú! El discípulo que busca las flores
y encuentra la más bella, la más rara.

Comprende que tu cuerpo
es apenas la espuma de una ola,
la sombra de una sombra apenas.
Rompe las floridas flechas del deseo
y escapa del reino de la muerte.

Pues la muerte sorprende al hombre
que corta flores distraídamente,
que busca en vano la felicidad
en los placeres de este mundo.

La muerte se lo lleva como la riada
que arrasa al pueblo que duerme.

La muerte avasalla al hombre
mientras recoge flores despreocupado.
En realidad nunca estuvo satisfecho
con los placeres de este mundo.

La abeja liba néctar de las flores
sin ajar su belleza o su perfume:
así vive el maestro donde vive.

Observa tus propios errores,
lo que has hecho o dejado de hacer.
No te fijes en los errores de los demás.

Como una bella flor sin perfume,
así son las hermosas palabras
de aquel que no hace lo que dice.

Como una bella flor llena de aroma
son las palabras ciertas del hombre
que sabe y hace lo que dice.

Como guirnaldas trenzadas con flores
son para tu vida las buenas acciones.
No existen límites en su variedad.

El perfume del sándalo, de la rosa y el jazmín
no puede viajar en contra del viento.
Mas la fragancia de un hombre bueno
viaja a donde quiera: está en todas partes.

La fragancia de la virtud es mucho más fina
que el sándalo y la rosa, el loto y el jazmín.

Pues el aroma del sándalo y la rosa
es delicado: no puede viajar muy lejos.
Pero la fragancia de la virtud
se eleva hasta los mismos dioses.

La tentación no se cruza en el camino
del hombre virtuoso y bien despierto:
el verdadero hombre de conocimiento.

El loto crece a la sombra del camino
sobre los desperdicios arrojados:
su dulce aroma deleita el corazón.

Así resplandece el discípulo
del verdadero y perfecto maestro
que brilla sobre la ciega multitud.
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