EL TESORO DE LA JUVENTUD

 

 

 

 

 

LA POESÍA ES LA MÚSICA DE LAS PALABRAS

 

 

 

 

 

 

Todos sabemos, porque es algo que se descubre intuitivamente, lo que es poesía y lo que es prosa. En nuestro lenguaje familiar ya establecemos la separación entre lo bonito y lo feo, lo armónico y lo estridente, lo poético y lo prosaico. Mil veces habremos oído hacer referencia a la prosa de la vida, es decir, a aquellos episodios de nuestra propia existencia que, por ser comunes a todo los humanos y repetirse cotidianamente, no tienen un verdadero interés sentimental. La prosa de la vida la constituyen los actos materiales, comunes también a las bestias, la lucha por el pan de cada día, la repetición machacona de un mismo sistema de vivir, la vulgaridad, en fin. Pero, aunque  de la  vulgaridad necesitamos, debemos apartarnos de ella siempre que se nos presente ocasión.

Lo que hay en nosotros que más nos acerca a Dios, está en el alma y en el corazón; y los sentimientos nobles y elevados, que han existido siempre y han impulsado el progreso del mundo, crearon la necesidad de un lenguaje especial que se elevara por encima de este otro lenguaje que usamos todos los días. Esta idea la ha expresado admirablemente Ramón de Campoamor, diciendo: Lengua de Dios, la poesía es cosa que oye siempre cual música enojosa. Todo hombre superior en lo mediano, y en cambio escucha con placer la prosa, que es la jerga animal del ser humano. En el hombre hay sentimientos vulgares y los hay nobles y dignos; y, por tanto, según sean sus sentimientos y su cultura, gustará de expresare vulgar o hermosamente. Esos sentimientos elevados con los que hallaremos bellamente expresados en las mejores obras poéticas que se han escrito; v así, hemos de leerlas procurando que nuestro espíritu se asimile su regenerador contenido, porque ellas nos enseñaran a ser buenos y felices.

En este libro se expondrán algunas nociones sobre el modo de escribir versos,

y una selecta colección de hermosas poesías. Y, a poco que nos aficionemos a ellas, veremos que cada vez nos gustarán más, porque la belleza siempre enamora

y cautiva.

ORIGEN DE LA POESÍA

Acaso comenzó la poesía la primera vez que el hombre sintió el deseo de cantar, para dar desahogo a un poderoso sentimiento de alegría o de tristeza. El instinto poético, el sentimiento, tiene sus raíces en el fondo de la naturaleza

humana; y aunque en edades remotísimas no se supiera leer ni escribir, de alguna manera se buscó expresión adecuada para los diversos estados de ánimo, y ahí tuvo su origen la poesía. Desde luego se nos habla de los bardos, poetas que celebraban las victorias obtenidas por los guerreros, y que cantaban sus versos al son de la lira, escogiendo siempre las palabras más musicales, es decir, las que, en su rudo lenguaje primitivo, tenían un sonido más agradable. El príncipe de la poesía griega, Homero, que se supone vivió ocho siglos antes de Jesucristo, recitaba en público sus composiciones poéticas, describiendo las guerras de aquellos tiempos, que hoy conocemos generalmente con el nombre de tiempos heroicos. Todos los héroes legendarios de la antigua Grecia figuran en las poesías de Homero,  el poeta ciego que iba de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo haciendo oír sus cantos épicos. Y pues ya sabemos cómo comenzó la poesía, digamos algo de lo que significa  ésta en nuestro lenguaje, en oposición con la prosa.  En prosa nos expresamos comúnmente, y en prosa también escribimos de ordinario, cuidando sólo, al escribir, de que nuestro lenguaje sea más correcto que cuando hablamos. Podríamos hablar y escribir en prosa poéticamente, o sea, sirviéndonos de bellas imágenes, procurando escoger siempre las palabras más bellas, y atentos a la corrección más pura; es decir, que puede hablarse y escribirse como los poetas, pero sin hacer versos. ¿Y que son versos? Unos renglones cortos y desiguales, de palabras bellas que tienen cierta música, porque dichas palabras están ordenadas de modo que sus acentos se suceden conforme a ciertas leyes, y algunas coinciden en su sonido, produciendo una asonancia o consonancia y halagando nuestro oído con su armonía. Por ejemplo, podríamos decir en prosa poética: “¿Qué se hicieron las auras llenas de delicia, henchidas de perfume, que se perdían entre los lirios y frescas rosas que rodeaban el ameno huerto?” Y en verso escribió D. José Zorrilla:

¿Que se hicieron las auras deliciosas,

Que henchidas de perfume se perdían

Entre los lirios y las frescas rosas,

Que el huerto ameno en derredor ceñían?

De igual manera, se escriben versos que no son verdaderamente poéticos, ya por falta de inspiración y sentimiento, o bien porque tratan un asunto vulgar o festivo; pero, ello no obstante, en verso se expresan generalmente las ideas más hermosas, aquellas que, por su elevación moral, por su contenido de soñación, porque son hijas de lo que llamamos nuestro mundo ideal, o reino de la fantasía, requieren ser expresadas en un lenguaje que se parezca a la música, el más puro y divino de los lenguajes.

Téngase presente que ahora, al tratar de la poesía en particular, nos referimos al lenguaje en verso y exclusivamente a los versos poéticos.

Hay tres clases de poesía: la dramática, que la que se escribe para el teatro; la épica, que se inspira en los grandes acontecimientos de la historia de los pueblos y nos habla de los héroes y las más famosas batallas, y la lírica, la más musical de todas, inspirada en hermosos sueños, en los más puros ideales, la que canta la vida. Se llama lírica porque con esta palabra se recuerda la lira de los primeros poetas, que no escribían sus versos, sino que los cantaban en la plaza pública.

 

CÓMO SE HACE LA RIMA

Generalmente, los versos son rimados, es decir, coinciden al final con uno determinado, por ejemplo:

¡Pobres hojas caídas de la arboleda;

Sin su verdor, el alma desnuda queda!

Éste es un pareado de Federico Balart. Esta coincidencia del sonido final se llama consonancia; pero adviértase que los versos, además de ser consonantes, han de tener medidas las sílabas, y convenientemente distribuidos los acentos, lo cual es parte principalísima de su música, pues en esa distribución de los acentos está el ritmo. Los versos más comunes son de 8 y 11 sílabas (octosílabos y endecasílabos); pero los hay también de 16 sílabas y de 15,14, 13,12, 10, 9, 7, 6, 5, 4, 3, y hasta de dos y una sílaba.

Vamos a contar las sílabas de un verso octosílabo tomado de una obra bien conocida: Don Juan Tenorio:

                        Quien nunca a ti se volvió...

Parece que aquí hay ocho sílabas, y las hay, en efecto, pero no son aquellas que contaría un principiante, poco enterado de estas cosas. Porque cuando se juntan dos vocales, como sucede en nunca a... las dos sílabas sólo valen por una, de suerte que nun-ca-a, en vez de ser tres sílabas, son dos solamente, por la sinalefa que forman las a a. En cambio, volvió es una palabra aguda, y cuando un verso termina por una palabra aguda, la última sílaba vale por dos. Así la sílaba que perdimos en la a la recobramos al final del verso, que mediremos del siguiente modo:

                        Quien-nun-caa-ti-se-vol-vió

                          1    2   3   4  5  6  7-8

Veamos ahora un endecasílabo:

                        El verso azul y la canción profana....

Este verso es de Rubén Darío, y como también se juntan dos vocales, el verso-azul, y no termina con una palabra aguda, lo mediremos así:

El-ver-soa-zul-y-la-can-ción-pro-fa-na

1   2   3   4  5  6  7   8    9  10 11

Naturalmente, que las personas acostumbradas a componer poesías, no necesitan medir los versos, pues según como les suenan al oído, bien o mal, ya saben si su medida es correcta o no. También hay que tener habituado el oído a los acentos, para mejor acertar con el ritmo de las palabras; pero esto no se explica tan fácilmente, y ya lo aprenderán nuestros jóvenes lectores cuando estudien literatura. Aquí no podemos dar más que algunas reglas muy elementales y que pueden ser aprendidas inmediatamente.

 

LA RIMA IMPERFECTA Y EL VERSO LIBRE

 

Hay una rima perfecta o consonante, que es la que ya conocemos y otra imperfecta, o asonante, que vamos a explicar. Sabemos que consonantes son, por ejemplo: caballo y gallo, montaña y cabaña, ilusión y corazón, horizonte y monte, etc. Las palabras asonantes coinciden únicamente en el sonido de las dos letras vocales últimas, es decir que son asonantes: caramillo y pistilo, convento y anhelo, espada y coraza, pureza y puerta, etc. Esto es cosa que debe aprenderse de oído, porque si las dos vocales últimas estuvieran juntas, como venía, mía, Lucía o feo, deseo torneo, etc., entonces hay rima perfecta o consonancia. También puede suceder que baste una sola vocal para asonantar, si dicha vocal está acentuada, a semejanza de lo que ocurre con los consonantes: Potosí, mi, así; acabó, no, llegó, etc. Pero en los asonantes la rima ha de ser menos significada, es decir, son asonantes las palabras: Inés, también, Ariel; colosal, encontrar, estás, etc.; pues el acento carga sobre la misma vocal, aunque las consonantes sean distintas. En suma, asonancia significa la imperfecta semejanza de los sonidos en la terminación de las palabras.

Hay, además, versos libres o sin rima, cuyas sílabas están correctamente medidas, pero para los cuales no hace falta buscar ni consonantes ni asonantes. En la poesía épica se usan muy frecuentemente, evitándose con ellos la musicalidad demasiado acentuada, o, como si dijéramos, el sonsonete, que es la manera más vulgar de decirlo. La poesía épica, que tiene un carácter de grave y solemne elevación, con versos libres parece más digna y majestuosa. Veamos Tres ejemplos, que acabarán de ilustrarnos sobres las rimas.

 

De rima perfecta:

            ¡Que descansada vida

            La del que huye el mundanal ruido,

            Y sigue la escondida

            Senda por donde han ido

            Los pocos sabios que en el mundo han sido!

 

De rima imperfecta:

¿Quién pudiera imaginar,

Viendo tus golpes crüeles

Que cupiera alma tan tierna

En pecho tan duro y fuerte?

 

De versos libres:

Desde el oculto y venerable asilo

Do la virtud austera y, penitente

Vive ignorada y, del liviano mundo

Huída, en santa soledad se esconde,

El triste Fabio al venturoso Anfriso

Salud en versos flébiles envía

 

Hemos tomado estos ejemplos, respectivamente, de Fray Luis de León, Luis de Góngora y Gaspar M de Jovellanos. En ellos pueden apreciarse diferencias de sonidos y también ritmos variados.

 

BUENOS VERSOS Y ADMIRABLES POETAS

 

Aconsejamos a nuestros jóvenes amigos que se aficionen especialmente a los buenos versos de índole clásica, esto es, a los que más se asemejan por su forma a los que escribieron los grandes poetas españoles de los siglo de oro, que así se han llamado los siglos XVI y XVII. Modernamente hemos conocido poetas que, llevados de su afán de innovación, han escrito versos con un número ilimitado de sílabas, inventando además palabras extrañas que nunca fueron castellanas. Dichos poetas, llamados modernistas o decadentistas, han vuelto casi todos al buen camino, cultivando la forma clásica. Uno de los más célebres poetas modernos que ha tenido la América Latina es Rubén Darío, quien, a pesar de sus excentricidades y rarezas métricas, ha escrito lindísimas poesías. Leopoldo Lugones, argentino, también se ha hecho notar mucho por su extraordinario talento poético. Sin embargo, quien en América ha hecho versos más correctos, aunque no fueran los más inspirados, es Andrés Bello, más sabio que poeta, pero cuya composición La agricultura de la zona tórrida es un excelente modelo de castizo decir, hermosa versificación y acabada armonía entre el pensamiento y la forma, que es el constitutivo esencial de la belleza en toda producción literaria y artística.

Ya iremos conociendo en este mismo libro a los grandes poetas hispanoamericanos, es decir, a los que mejores versos han hecho en la lengua de Cervantes.

 

UN POCO DE HISTORIA

 

Para decir algo de los orígenes de la poesía castellana, hay que remontarse a los tiempos de la formación de la lengua, cuando los moradores de España habían salido de la dominación romana y sentían la influencia visigoda, junto con la de varios dialectos del árabe; de suerte que el castellano que entonces se hablaba era muy distinto del que hablamos ahora, pues estaba el idioma en sus primeros balbuceos. Así, en el poema castellano más antiguo que se conoce, el Poema del Cid, donde se refieren los hechos de don Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid Campeador, el héroe español más famoso, se leen versos como los siguientes:

            Allí piensan de aguiar, llí sueltan las riendas,

            a la exida de Biuar ouieron la corneia diestra,

            E entrando a Burgos ouieron la siniestra...

A nuestros jóvenes lectores les resultaría difícil la lectura de este poema, que además es rudo y fuerte, como todos los de aquellos tiempos de guerras y de escasa cultura.

Algo arduo de entender nos parece también Gonzalo de Berceo, el más antiguo de los poetas castellanos conocidos, quien dice de sí mismo:

Demas si saber quieres do vengo la raíz,

En Berçeo fui nado, çerca es de Madriz,

Millan me puso nomne la mi buena nodriz,

Fasta aqui mie vida con obeias la fiz.

 

Por aquellas remotas épocas también escribió Juan Ruiz, llamado el Arcipreste de Hita, que floreció un siglo después de Gonzalo de Berceo, y en quien hallaremos ya nuevas rimas y más madurado el idioma. Véase un ejemplo:

Santa Virgen escogida,

de Dios madre muy amada,

en los çielos ensalzada,

del mundo salud e vida,

de muerte destruimiento,

de graçia llena cumplida,

de coytados salvamiento,

de aqueste dolor que siento,

en presion sin meresçer,

tu me denna estorçer

con el tu defendimiento.

 

Con mayor corrección y lenguaje más perfecto y armonioso, escribe algo más tarde el poeta rabino Don Santo de Carrión:

Por nasçer en espino

la rrosa, yo non syento

que pierde, nin el buen vyno

por salir del sarmiento.

Nyn vale el açor menos

por que en vil nido syga,

nin los enxenplos buenos

por que judio los diga...

Sólo entrando en el siglo XV encontraremos ya poetas españoles de gran inspiración y verdadera elegancia de estilo, como el Marqués de Santillana, y Jorge Manrique. Toda la poesía anterior al siglo XV (entre la que se cuenta también el famoso Poema de Alfonso Onceno) viene a ser algo así como ensayos, más o menos felices, de la musa castellana. Son versos rudos, o de carácter religioso, porque eran tiempos aquellos de guerra contra los moros, en que España sirvió de valladar para que la oleada musulmana no se extendiera por el resto de Europa.

Durante aquellos siglos de constante guerrear, la poesía servía de aliento a los combatientes en muchos caos y como, además, ya hemos dicho que el idioma estaba en su formación, por esto no se escribieron entonces verdaderas obras maestras. Pero ya en el siglo XV, bajo los reinados de D. Juan II y de los Reyes Católicos, Don Fernando y Doña Isabel, florecieron la lírica cortesana o poetas de la corte; los famosos Romances populares (poesías que hacían los trovadores del pueblo); y poetas como Jorge Manrique, de quien son estos conocidísimos versos:

Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte,

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando:

cuán presto se va el placer,

cómo después de acordado

da dolor,

cómo, a nuestro parecer,

cualquiera tiempo pasado

fue mejor.

 

Con el poeta que acabamos de citar despunta la aurora radiante, como anunciando los siglos de oro (XVI y XVII)de la letras castellanas. Nunca hubo en España, no los hubo antes ni lo ha habido después, mejores poetas que aquellos que florecieron bajo los reinados de Carlos V y de los Felipes (II, III y IV). Entonces nuestro idioma alcanzó su plenitud, triunfando igualmente la poesía, la novela y el teatro. Puede considerarse a Fray Luis de LEÓN como el más grande los líricos españoles, de todos los tiempos, porque lo fue en aquellos tan gloriosos. En importancia y por orden cronológico, le siguen Garcilaso de la Vega, Fernando de Herrera, Lope de Vega y Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola.

Otro admirable poeta fue Luis de Góngora, de estilo muy enrevesado, que dió origen al gongorismo. No pocos poetas de menos talento que Góngora le imitaron, lo cual fue de lamentar, porque se adquirió un vicio muy feo en el modo de manejar el idioma. Una de las más felices imitadoras del maestro, fue la mejicana Sor Juana Inés de la Cruz, que vivió en la segunda mitad del siglo XVII, y en cuyas obras, como en las del propio Góngora, se descubre verdadera inspiración.

En los siglos de oro llegó a su apogeo la poesía dramática, con Lope de Vega, a quien se llamó el Fénix de los Ingenios, y cuya portentosa fecundidad produjo a millares los dramas y comedias; Tirso de Molina, autor del primitivo Don Juan Tenorio, o sea El burlador de Sevilla; Juan Ruiz de Alarcón, mejicano como Sor Juana Inés de la Cruz (esta también escribió para el teatro, pero mucho más tarde); Pedro Calderón de la Barca, a quien se debe el famoso drama La vida es sueño, y otros varios que todavía se representan; Francisco de Rojas Zorrilla, Luis Vélez de Guevara y tantos otros, que no citamos por no extendernos más de lo debido.

No debemos olvidar, entre los poetas de aquellos tiempos, a Don Francisco de Quevedo, poeta muy ingenioso y divertido a veces, pero serio cuando quiso serlo, y que escribió poesías inmortales. Le atribuyen a Quevedo muchos lances y chistes que no son verdaderos, pues tan célebre se hizo por su ingenio, que parece que todo lo jocoso y festivo de su época lo escribió su pluma. Repetimos, sin embargo, que también escribiendo en serio fue muy gran poeta y notable prosista, pues tenía una vasta cultura y mucha inspiración.

A fines del siglo XVII decayó mucho la poesía castellana, casi todos los poetas que quedaban seguían haciendo malas imitaciones de Góngora. Mejoró a mediados del siglo XVIII, con Moratín, Meléndez Valdés, Quintana y Juan Nicasio Gallego, que tomaron mejores modelos y se llamaron por esto seudoclásicos. Después vino la época del romanticismo (primera mitad del siglo XIX), y en ella florecieron el Duque de Rivas, Espronceda, Zorrilla, la cubana, Gertrudis Gómez de Avellaneda, y otros muchos que sería fatigoso enumerar..

Los tiempos románticos, que se caracterizaron por un desbordamiento de la fantasía y por apartarse demasiado los escritores de la realidad, eran muy a propósito para que abundaran los poetas. Hemos citado los más notables.

Modernamente, es decir, partiendo de 1850, las figuras de poetas españoles que más se destacan son: Ramón de Campoamor, Gustavo A. Bécquer, Gaspar Nuñez de Arce, Federico Balart, Teodoro Llorente y Salvador Rueda; pudiéndose decir que desde este último hasta la revelación e José María Gabriel y Galán (1905), ha predominado la poesía hispano-americana sobre la española, sintiendo esta especialmente la influencia de Rubén Darío, quien como Góngora en su tiempo, ha tenido y tiene aún incontables imitadores. Gabriel y Galán, un pobre maestro de escuela que vivía ignorado en un pueblo de Castilla, fue descubierto después de su muerte, y parece que sus versos, de estilo clásico, han dado a los poetas más modernos una nueva orientación, haciéndoles volver los ojos hacia los siglos de oro, donde se encuentran los verdaderos maestros del verso y del idioma castellanos.

 

LA PRODUCCIÓN POETICA HISPANO-AMERICANA

 

La producción poética de la literatura hispano-americana es tan rica y variada, que puede ponérsela en primera línea entre las más copiosas del mundo. Todos los grandiosos, terribles y risueños espectáculos de la Naturaleza y sus admirables producciones, todos  los arrojos del heroísmo, todos los grandes triunfos de la inteligencia humana, todas las alegrías y tristezas del ánimo, todos los afectos del corazón y los matices del sentimiento, todos los anhelos del alma “a su origen primera esclarecida”, en suma, cuanto de elevado y hermoso hay en los órdenes físico, intelectual y moral, ha sido cantado, con estro insuperable, en armoniosas composiciones de singular mérito artístico. En cuanto a la pompa y galanura de lenguaje, riqueza de color y variedad de metros y de rima, la literatura hispano-americana no tiene rival en lengua alguna, antigua ni moderna. Fácilmente puede comprobarse esto, admirando los bíblicos acentos de Herrera y Fray Luis de León; las viriles y robustas estrofas de Jovellanos, Olmedo y Bello, o las doctas y clásicas de Baralt; las admirables descripciones de Heredia y Altamirano; el insinuante lirismo de Andrade; la entonación grandilocuente de Pombo, en nada inferior a la de Quintana y Gallego; la impetuosa vehemencia de Mármol; el apasionado romanticismo de Espronceda y Jorge Isaacs; las picarescas agudezas e intencionada travesura de Quevedo, Bretón de los Herreros, Vital Aza y Ricardo Palma; las íntimas y delicadas melancolías de Casal y de Bécquer; la corrección, brío y elevación de pensamiento de la Avellaneda; la ternura moralizadora de Aurelia Castillo de González; la fácil y delicada gracia de Guido y Spano; los macizos y cincelados versos de Luaces Lillo y Nuñez de Arce; la fantasía soñadora y brillante de los Uhrbach; el fuego y osadía de Díaz Mirón; la sencilla y simpática naturalidad de Peza, que a veces recuerda la de Trueba; las vibrantes sonoridades de Chocano; la facilidad armoniosa de Zorrilla y García de Quevedo; las bellísimas y suaves trovas de Zorrilla de San Martín; las fascinadoras y originales melopeas de Rubén Darío, con sus aspiraciones a interpretar el lenguaje misterioso de ritmos, colores, sonidos, formas y lejanías, y con sus afán de dar cuerpo a vaporosas irrealidades de ensueño... Pero, como no es posible que hagamos mención de todos, omitimos muchos nombres que, sin embargo, tienen indiscutible derecho a ocupar un puesto honroso en la historia de nuestra literatura.

Guardemos siempre amorosa memoria de esos hombres, que supieron expresar, con las palabras más bellas, lo más noble y puro de los sentimientos propios y ajenos. Su poesía nos enseña a sentir todo lo hermoso, a levantar el alma, a ennoblecer e idealizar el amor como un bien inefable que nos viene del cielo.

 

 

 

 

DIGITALIZADO POR LA VOLUNTARIA ADRIANA VIOLA