RICARDO GÜIRALDES

 

 

MI CABALLO Y EL HOMBRE QUE PASÓ

 

 

 

      

 

Mi caballo

 

     Es un flete criollo, violento y amontonado, vive para el llano.

     Sus vasos son ebrios de verde y la tarde, en crepúsculo orificado, se enamoró de sus ojos.

     Comió pampa, en gramilla y trébol, y su hocico resopla vastos galopes, en sed de horizonte.

     La línea, la eterna línea, allá, en que se acuesta el cielo.

     Contra el amanecer, cuando la noche olvida sus estrellas, golpeose el pecho de oro, y en la tarde, enancó chapas de luz.

     Iluso, la tierra rodó al empuje de sus cascos; fue ritmador del mundo.

     ¿Realidad? ¡Qué importa si vivió de inalcanzable!...

 

 

"La Porteña", 1914.    

 

                          

 

Al hombre que pasó

 

 

                            

Símbolo pampeano y hombre verdadero.

 

          

 

Generoso guerrero,

 

 

 

amor, coraje,

 

 

 

¡Salvaje!

 

 

 

 

Gaucho, por decir mejor.

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Ropaje suelto de viento,

 

 

 

protagonista de un cuento

 

 

 

vencedor.

 

 

 

 

Corazón

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de afirmación.

 

 

 

Voluntad

 

 

 

de lealtad.

 

 

 

Cuerpo "morrudo" de hombría,

 

 

 

peregrina correría

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que va tranqueando los llanos,

 

 

 

con la vida entre las manos

 

 

 

potentes de valentía.

 

 

 

Vagabunda rebeldía.

 

 

 

Carne de orgullo y destreza,

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alma que tiene corteza,

 

 

 

pues no hay viento

 

 

 

ni lamento,

 

 

 

que penetre en su rudeza,

 

 

 

ni doble, de su cabeza,

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la arremangada fiereza.

 

 

 

 

En su melena asoleada,

 

 

 

que va de luz revolcada,

 

 

 

a la oración,

 

 

 

flotando está una intención.

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Quiso libertad; la tuvo

 

 

 

y en su batallar, no hubo

 

 

 

quien le impusiera derrota.

 

 

 

Su sangre, gota por gota

 

 

 

demostró que era ilusoria,

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para otros la victoria,

 

 

 

y escribió roja su historia.

 

 

 

Pero hoy el gaucho, vencido,

 

 

 

galopando hacia el olvido,

 

 

 

se perdió.

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Su triste ánima en pena

 

 

 

se fue, una noche serena,

 

 

 

y en la cruz del Sur, clavado,

 

 

 

como despojo sagrado,

 

 

 

lo he yo.

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"La Porteña", 1915.