DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO
RECUERDOS DE PROVINCIA
ÍNDICE
o A mis
compatriotas solamente
o Las palmas
o Juan
Eujenio de Mallea
o Los
Huarpes
o Los hijos
Jofré
o Mallea
o Los
sayavedras
o Los
albarracines
o Los Oro
o F R. Justo
de S. ta María de Oro
o Domingo De
Oro
o El
historiador Funes
o El obispo
de Cuyo
o ¡La
historia de mi madre!
o ¡El hogar
paterno!
o Mi
educación
o La vida
pública
o Chile
o Diarios i
publicaciones periódicas
o Folletos
o Biografías
o Libros
o
Traducciones
o Casas de
educación
Es este un cuento que con aspavientos
i gritos
refiere un loco, i que no significa
nada.
(Shakespeare, Hamlet).
Decir de si menos de lo que hai, es
necedad i no modestia; tenerse en menos de lo uno vale es cobardía y
pusilanimidad según Aristóteles.
(Montaigne, Essais).
A mis compatriotas solamente
La palabra
impresa tiene sus límites de publicidad como la palabra de viva voz. Las
pájinas que siguen son puramente confidenciales, dirijidas a un centenar de
personas i dictadas por motivos que me son propios. En una carta escrita a un
amigo de infancia en 1832, tuve la indiscreción de llamar bandido a Facundo
Quiroga. Hoi están todos los arjentinos, la América i la Europa, de acuerdo
conmigo sobre este punto. Entonces mi carta fue entregada a un mal sacerdote,
que era presidente de una sala de Representantes. Mi carta fue leída en plena
sesión, pidiose un ejemplar castigo contra mí, i tuvieron la villanía de
ponerla en manos del ofendido quien, más villano todavía que sus aduladores,
insultó a mi madre, llamola con torpes apodos i le prometio matarme donde
quiera i en cualquier tiempo que me encontrase.
Este suceso, que me ponía en la
imposibilidad de volver a mi patria, por siempre, si Dios no dispusiese las
cosas humanas de otro modo que lo que los hombres lo desean; este suceso,
decía, vuelve a reproducirse diesiséis años más tarde, con consecuencias al
parecer más alarmantes. En Mayo de 1848 escribí también una carta a un antiguo
bienhechor, en la cual también tuve la indiscreción de que me honro, de haber
caracterizado i juzgado al gobierno de Rosas según los dictados de mi
conciencia, i esta carta como la de 1832, fue entregada al hombre mismo sobre
quien recaía este juicio.
Lo que se ha seguido a aquel paso sábenlo
hoi todos los arjentinos. El gobernador de Buenos-Aires publicó aquella carta,
entablo un reclamo contra mí cerca del gobierno de Chile, acompañó la nota
diplomática i la carta con una circular a los gobernadores confederados; el
gobierno de Chile respondió a la solicitud, replicó Rosas, se repitieron las
circulares, vinieron las contestaciones de los gobernadores del interior,
continuó el sistema de dar publicidad a todas aquellas miserias que deshonran
más que a un gobierno a la especie humana, i parece que continuará la farsa,
sin que a nadie le sea posible preveer el desenlace. La prensa de todos los
países vecinos ha reproducido las publicaciones del gobierno de Buenos-Aires, i
en aquellas treinta i más notas oficiales que se han cruzado, el nombre de D.
F. Sarmiento ha ido acompañando siempre de los epítetos de infame, inmundo,
vil, salvaje, con variantes a este caudal de ultrajes que parecen el fondo
nacional, de otros que la sagacidad de los gobernadores de provincia ha sabido
encontrar, tales como traidor, loco, envilecido, protervo, empecinado i otros
más.
Caracterízanme así hombres que no me
conocen, ante pueblos que oyen mi nombre por la primera vez. Desciende el
vilipendio de lo alto del poder público, reprodúcenlo los diarios arjentinos,
lo apoyan, lo ennegrecen, i sábese que en aquel país la prensa no tiene sino un
mango, que es el que tiene asido el gobierno; los que quisieran servirse de
ella como medio de defensa, no encuentran sino espinas agudas, el epíteto de
salvaje, i los castigos discrecionales.
I sin embargo, mi nombre anda envilecido
en boca de mis compatriotas; así lo encuentran escrito siempre, así se estampa
por los ojos en la mente, i si alguien quisiera dudar de la oportunidad de
aquellos epítetos denigrantes, no sabe qué alegarse a sí mismo en mi escusa,
pues no me conoce, ni tiene antecedente alguno que me favorezca.
El deseo de todo hombre de bien de no ser
desestimado, el anhelo de un patriota por conservar la estimación de sus
conciudadanos, han motivado, la publicación de este opúsculo que abandonó a la
suerte, sin otra atenuación que lo disculpable del intento. Ardua tarea es sin
duda hablar de sí mismo i hacer valer sus buenos lados, sin suscitar
sentimientos de desdén, sin atraerse sobre sí la crítica, i a veces con harto
fundamento; pero es más duro aún consentir la deshonra, tragarse injurias, i
dejar que la modestia misma conspire en nuestro daño, i yo no he trepidado un
momento en escojer entre tan opuestos estremos.
Mi defensa es parte integrante del
voluminoso protocolo de notas de los gobiernos arjentinos en que mi nombre es
el objeto i el fondo envilecido. Mi contestación que se rejistra en el número
19 de la Crónica, mi Protesta en el número 48, i este opúsculo, deberán pues
ser leídos por los no quieran juzgarme sin oírme, que eso no es práctica de
hombres cultos.
Mis Recuerdos de Provincia son nada más
que lo que su título indica. He evocado mis reminiscencias, he resucitado, por
decirlo así, la memoria de mis deudos que merecieron bien de la Patria,
subieron alto en la jerarquía de la Iglesia, i honraron con sus trabajos las
letras americanas: he querido apegarme a mi provincia, al humilde hogar en que
he nacido; débiles tablas sin duda, como aquellas flotantes a que en su
desamparo se asen los náufragos, pero que me dejan advertir a mí mismo, que los
sentimientos morales, nobles i delicados existen en mí, por lo que gozo en
encontrarlos en torno mío en los que me precedieron, en mi madre, mis maestros,
i mis amigos. Hai una nobleza democrática que a nadie puede hacer sombra,
imperecedera, la del patriotismo i el talento. Huélgome de contar en mi familia
dos historiadores, cuatro diputados a los congresos de la república Arjentina i
tres altos dignatarios de la Iglesia, como otros tantos servidores de la
Patria, que me muestran el noble camino que ellos siguieron. Gusto a más de
esto, de la biografía. Es la tela más adecuada para estampar las buenas ideas;
ejerce el que la escribe una especie de judicatura, castigando el vicio
triunfante, alentando la virtud oscurecida. Hai en ella algo de las bellas
artes, que de un trozo de mármol bruto puede legara la posteridad una estatua.
La historia no marcharía sin tomar de ella sus personajes, i la nuestra hubiera
de ser riquísima en caracteres, si los que pueden recojieran con tiempo las
noticias que la tradición conserva de los contemporáneos. El aspecto del suelo
me ha mostrado a veces la fisonomía de los hombres, i éstos indican casi
siempre el camino que han debido llevar los acontecimientos.
El cuadro jenealójico que sigue, es el
índice del libro. A los nombres que en él se rejistran lígase el mío por los
vínculos de la sangre, la educación i el ejemplo seguido. Las pequeñeces de mi
vida se esconden a la sombra de aquellos nombres, con algunos de ellos se
mezclan, i la oscuridad honrada del mío, puede alumbrarse a la luz de aquellas
antorchas, sin miedo de que revelen manchas que debieran permanecer ocultas.
Sin placer, como sin zozobra, ofrezco a
mis compatriotas estas pájinas que ha dictado la verdad, i que la necesidad
justifica. Después de leídas, pueden aniquilarlas, pues pertenecen al número de
las publicaciones que deben su existencia a circunstancias del momento, pasadas
las cuales, nadie las comprendería. ¿Merecen la crítica desapasionada? ¡Qué he
de hacer! Esta era una consecuencia inevitable de los epítetos de infame,
protervo, malvado, que me prodiga el gobierno de Buenos-Aires. ¡Contra la
difamación, hasta el conato de defenderse es mancha!
Las palmas
A pocas cuadras de la plaza de Armas de
la ciudad de San Juan hacia el norte, elevábanse no ha mucho tres palmeros
solitarios, de los que quedan dos aun, dibujando sus plumeros de hojas
blanquiscas en el azul del cielo, al descollar por sobre las copas de
verdinegros naranjales, a guisa de aquellos plumajes con que nos representan
adornada la cabeza de los indíjenas americanos. Es el palmero planta exótica en
aquella parte de las faldas orientales de los Andes, como toda la frondosa
vejetación que entremesclándose con los edificios dispersos de la ciudad i
alrededores, atempera los rigores del estío, i alegra el ánimo del viajero,
cuando atravesando los circunvecinos secadales ve diseñarse a lo lejos las blancas
torres de la ciudad sobre la línea verde de la vejetación.
Pero los palmeros no han venido de Europa
como el naranjo i el nogal, fueron emigrados que traspasaron los Andes con los
conquistadores de Chile, o fueron poco después entre los bagajes de algunas
familias chilenas. Si el que plantó alguno de ellos a la puerta de su
domicilio, en los primeros tiempos, cuando la ciudad era aún aldea, i las
calles i caminos, i las casas chozas improvisadas, echaba de menos la patria de
donde había venido, podía decirle como Abderahman el rei árabe de Córdova:
"Tú
también, insigne palma, eres aquí forastera,
De Algarbe
las dulces auras, tu pompa halagan i besan,
En fecundo
suelo arraigas, i al cielo in cima elevas
Tristes
lágrimas lloraras, si cual yo sentir pudieras."
Aquellos palmeros habían llamado desde,
temprano mi atención. Crecen ciertos árboles con lentitud secular, i a falta de
historia escrita, no pocas veces sirven de recuerdo i monumento de
acontecimientos memorables. Me he sentado en Boston a la sombra de la encina
bajo cuya copa deliberaron los peregrinos sobre las leyes que se darían en el
nuevo mundo que venían a poblar. De allí salieron los Estados Unidos. Los
palmeros de San Juan marcan los puntos de la nueva colonia que fueron
cautivados primero por la mano del hombre europeo.
Los edificios de la vecindad de aquellos
palmeros están amenazando ruina, muchos de ellos ya destruido i pocos sido
reedificados. Por los apellidos de las familias que los habitaron caese en
cuenta que aquel debió ser el primer barrio poblado de la cuidad naciente: en
las tres manzanas en que están aquellas plantas solariegas, está la casa de los
Godoyes, Rosas, Oro, Albarracines, Carriles, Maradonas, Rufinos, familias
antiguas, que compusieron la vieja aristocracia colonial. Unir de aquellas
casas i la que sirve de asilo al mas joven de los palmeros, tiene una puerta de
calle antiquísima i desbaratada, con los cuencos en el umbral superior donde
estuvieron incrustradas letras de plomo, i en el centro el signo de la Compañía
de Jesús. En la misma manzana i dando frente a otra calle, está la casa de los
Godoyes, donde se conserva un retrato romano de mi Jesuita Godoi, i entre
papeles viejos encontrose, al hacer inventario de los bienes de la familia, una
carpeta que envolvía manuscritos con este rótulo: "Este legajo contiene la
historia de Cuyo por el Abate Morales, una carta tipográfica i descriptiva de
Cuyo, i las probanzas de Mallea." Hubo de caer alguna vez bajo mis miradas
esta leyenda, i yo quise ver aquella suspirada historia de mi provincia. Pero
¡ai!, no contenía sino un sólo manuscrito, el de Mallea, con fechas del año
1570, diez años después de la fundación de San Juan. Más tarde leía en la
historia natural de Chile del Abate Molina, describiendo unas raras piedras que
se encuentran en los Andes amasadas en arcilla, que el Abate don Manuel de
Morales, "intelijente observador, de la provincia de Cuyo su patria,"
las había estudiado con esmero en su obra titulada: Observaciones de la
cordillera i llanuras de Cuyo
He aquí, pues, el leve i desmadrado
caudal histórico que puede por muchos años reunir sobre los primeros tiempos de
San Juan. Aquellas palmas antiguas, la inscripción Jesuítica i la carpeta casi
vacía. Pero una de las palmas está en casa de los Morales, la inscripción de
plomo señala la morada del Jesuita, i la leyenda quedaba para mí esplicada.
Practícanse dilijencias en Roma i Bolonia en busca de los manuscritos
abolengos, i no pierdo la esperanza de darlos a la luz pública un día.
Juan Eujenio de Mallea
En el año del señor de 1570, es decir,
ahora unos doscientos ochenta años "en la ciudad de San Juan de la
Frontera, por ante el mui magnífico señor don Fernando Díaz, Juez de ordinario
por su Majestad, Don Juan Eujenio de Mallea, vecino de dicha ciudad, pareció,
por aquella forma i manera que más conviniese a su derecho i dijo: que teniendo
necesidad de presentar ciertos testigos para hacer ad perpetuam rei memoriam,
una probanza, pedía i suplicaba que los testigos que ante Su Merced ansí
presentará, tomándoles juramento en forma debida i de derecho, so cargo del
cual fuesen preguntados i examinados por el tenor del interrogatorio atrás
contenido, i lo que ansí dijeren i espusieren signado i formado por escribano,
interponiendo Su Merced su autoridad i decreto judicial, se lo mandase ante
toda cosa citar i suplicar a los Oficiales Reales de esta ciudad para que se
hallasen presentes a ver jurar i conocer a los dichos testigos, i decir i
contradecir lo que vieren que les conviene.
Fecha i evacuada la probanza i no
teniendo más testigos que presentar i "habiéndose acabado el papel en la
ciudad," pasó a la ciudad de Mendoza de Nuevo Valle de Rioja a continuar
su dilijencia. Los testigos presentados en San Juan, e interrogados por ante el
escribano público Diego Pérez, lo fueron Diego Lucero, Gaspar Lemos, Procurador
i mayordomo de ciudad, Francisco González, Fiscal de la Real Justicia, Gaspar
Ruis, Anse de Fabre, Lucas de Salasar, Juan Contreras, Ernando Ruis de Arce
Factor i Veedor, Ernán Daria de Sayavedra, Juan Martín Jil, Diego de Laora, un
Bustos, Juan Gómez isleño, i otros dos. Del tenor de las respuestas, dadas a
las veinte i cuatro preguntas del interrogatorio, resulta a fuerza de
confrontaciones i de conjeturas la historia de los primeros diez años de la
fundación de San Juan i la biografía interesantísima del fijodalgo Don Juan
Eujenio de Mallea que habla sido Juez ordinario i era a la sazón Contador de la
Real Hacienda i Alférez Real, teniendo en su casa el Estandarte, i manteniendo
a sus espensas sus jentes i caballos. Dejando a un lado el enojoso estilo i
fraseolojía de la escribanía, haré breve narración de los hechos que en dicho
interrogatorio quedan probados. La mayor parte de los testigos vecinos entonces
de San Juan conocen a Mallea de diez i seis años antes, i han militado con él
en las campañas del sur de Chile, habiendo Mallea venido del Perú con el
Jeneral Don Martín Avendaño en 1552.
En 1553 Cuando acaeció la muerte de Pedro
Valdivia, Mallea se hallaba en la hallaba en la Imperial a las órdenes de
Francisco de Villagra que tan notable papel hizo en las guerras de Arauco.
Aquel sabiendo la situación desastrosa en que había quedado Concepción después
de la derrota de Tucapel, acudió con su jente a aquella ciudad, puso orden a
los negocios, i salió de nuevo a campaña con ciento ochenta hombres, entre los
cuales contaba Mallea, quien se hallaba en la triste jornada del cerro de
Mariguiñu, llamado desde entonces de Villagra en conmemoración del desastre.
Pasó en seguida a Concepción i más tarde fue destacado a repoblar Villarica. En
1556 pasa a Valdivia en compañía de don García Hurtado de Mendoza, hasta que en
1558, sale entre los ciento cincuenta soldados que mandó García con el capitán
Jerónimo de Villegas a la repoblación de Concepción, que había sido abandonada
desde la derrota de Villagra. Es fijodalgo, i se le vio siempre entre los
capitanes; había servido durante veinte años a sus propias espensas "con
sus armas i caballos, i hecho cuanto en la guerra le había sido mandado que
hiciese como bueno i leal vasallo de su Majestad," hasta que casado en San
Juan con la hija del cacique de Angaco que se llamó doña Teresa de Asensio i le
trajo en dote muchos pesos de oro i dádole varios hijos, estaba por fin
adeudado en pesos de oro, habiendo perdido la hacienda de su mujer en el
mantenimiento de su jente i casa, en servicio del Rei, i no pagándole tributo
los indios que le habían caído en encomienda en Mendoza, i que después de la
fundación de San Juan, cayeron en los términos i jurisdicción de la última
ciudad.
El año de 1560 pasó con cien hombres de
guerra el capitán Pedro del Castillo, la cordillera nevada hacia el Oriente de
Chile, i fundó la ciudad de Mendoza de Nuevo Valle de Rioja, que así está
nombrada en los autos seguidos en 1571 por el escribano público don N. Herrera
en la dicha ciudad. Por las declaraciones de los testigos resulta que se
distribuyeron en Mendoza los habitantes que allí encontraron, siendo presumible
que a Mallea le tocasen algunas de las lagunas de Guanacache por lo que
pudieron más tarde caer dentro de los términos de San Juan. Poco tiempo después
salió de Mendoza el Jeneral don Juan Jofré, con alguna jente a descubrimiento
hacia el norte, i descubrió en efecto varios, valles que no se nombran, si no
es el de Tulun en el cual, volviendo a Mendoza i regresando a poco tiempo,
fundó la ciudad de San Juan de la Frontera. La semejanza de Tulun, Ullun i
Villicun, nombres que se conservan en las inmediaciones, permite suponer eran
estos los valles i el de Zonda, "que se hallaron mui poblados de
naturales, i la tierra parecía ser mui fértil," como lo es en efecto. En
1561 gobernando en Chile don Rodrigo de Quiroga, pasó a la provincia de Cuyo el
Jeneral don Gonzalo de los Ríos con su nueva jente de guerra a sufocar un
alzamiento de indios. Después de trazada la ciudad, se alzaron los huarpes sus
habitantes i la tierra fue pacificada de nuevo. Tres leguas hacia el norte de
la ciudad hai un lugar llamado las Tapiecitas, a causa de los restos de un
fuerte cuyas ruinas eran discernibles ahora veinte o treinta años, i su
colocación en aquel lugar parece esplicar el nombre de San Juan de la Frontera,
por no estar reducidos los indios de Jachal, i Mogna, cuyo cacique último vivió
hasta 1830, habiendo llegado a una senectud que pasaba de ciento veinte i más
años.
Aquel Jeneral de los Ríos, vuelto a
Mendoza de su campaña, supo por un indio prisionero que había un país lejano en
cuyas montañas se encontraba oro en abundancia tal, que la imajinación de los
españoles lo bautizó desde luego con el nombre de Nuevo Cuzco. La espedición de
descubrimiento del Dorado pasó de Mendoza de San Juan Eujenio de Mallea
"salió con su jente i muchos caballos." Marcharon algunos días,
siguiendo al indio que los conducía, dieron vueltas i revueltas, los víveres
escasearon, i una mañana al despertar para emprender nueva jornada encontraron
que el indio había desaparecido. Hallábanse en medio de un desierto sin agua,
sin atinar a orientarse del rumbo a que quedaban las colonias, i después de
padecimientos inauditos, llegaron tristes i mohínos a San Juan los chasqueados,
habiendo perecido de sed i de hambre quince de entre ellos. I cosa singular! La
tradición de este suceso vive hasta hoi entre nosotros, i no se pasan diez años
en San Juan, sin que se organicen espediciones en busca de montones de oro, que
están por ahí sin descubrirse, i que intentaron los antiguos en vano,
habiéndose concluido los víveres, o fugándoseles el indio baqueano, en el
momento en que habían encontrado una de la señas dadas por el derrotero. Como
fue la preocupación de los conquistadores, hallar por todas partes oro tan
abundante como en el Perú i en Méjico, la poesía colonial, los mitos populares
están reconcentrados en toda América en leyendas manuscritas que se llaman
Derroteros. El poseedor de uno de estos itinerarios misteriosos lo cela i
guarda con ahínco, esperando un día tentar la peregrinación prelada de
incertidumbre i peligros, pero rica de esperanzas de un hallazgo fabuloso. Hai
tres o cuatro de estos en San Juan, siendo el más popular el de las Casas
Blancas, en el que después de vencidas dificultades infinitas, a las que sólo
faltan para ser verdaderos cuentos árabes, espantables dragones y jigantes
descomunales que cierren el paso, i sea fuerza vencer, ha de encontrarse
terminado el ascenso de una elevadísima i escarpada montaña, las suspiradas
Casas Blancas, de cuya techumbre cuelgan en pescuezos de guanacos, sacos de oro
en pepitas que dizque dejaron allí escondidos los antiguos; habiéndose caído i
derramado muchos, dice el derrotero, a causa de haberse podrido el cuero de los
susodichos pescuezos. Me figuro a los primeros colonos de San Juan, en corto
número en los primeros años, careciendo de todas las comodidades de la vida,
bajo un cielo abrazador, i establecidos sobre un suelo árido i rebelde, que no
da fruto si no se lo arranca el arado, descontentos de su pobre conquista,
ellos que habían visto los tesoros acumulados por los Incas, inquietos por ir
delante, i descubrir esa tierra inmensa que deja, desde las faldas orientales
de los Andes, presumir un horizonte sin límites. Las indicaciones dudosas de
algún huarpe, acaso de las minas de Gualilan o de la Carolina, reunían en
corrillos a los conquistadores condenados a abrir azequias para regar la tierra
con aquellas manos avezadas solo a manejar el mosquete i la lanza. ¡Labradores
en América! Valiera más no haber dejado la alegre Andalucía, sus olivares
inmensos y sus viñedos. La ubicación de la mayor parte de las ciudades
americanas está revelando aquella preocupación dominante de los espíritus.
Todas aquellas son escalas para facilitar el tránsito a los países de oro;
pocas están en las costasen situaciones favorables al comercio. La agricultura
se desarrolló bajo el tardío impulso de la necesidad i del desengaño, i los
frutos no hallaron salida desde los rincones lejanos de los puertos, donde
estaban las ciudades.
Los Huarpes
Grande i numerosa era sin duda la nación
de los huarpes que habitó los valles de Tulun, Mogna, Jachal i las Llanuras de
Guanacache. La tierra estaba en el momento de la Conquista "mui poblada de
naturales" dice la probanza.
El historiador Ovalle, que visitó el Cuyo
sesenta años después, habla de una gramática i de un libro de oraciones
cristianas en el idioma huarpe, de que no quedan entre nosotros más vestijios
que los nombres citados, i Puyuta, nombre de un barrio, i Angaco, Vicuña,
Villicun, Guanacache, i otros pocos. Ai de los pueblos que no marchan! Si sólo
se quedaran atrás! Tres siglos han bastado para que sean borrados del catálogo
de las naciones los huarpes. Ai de vosotros colonos españoles resagados! Menos
tiempo se necesita para que hayáis descendido de provincia confederada, a
aldea, de aldea a pago, de pago a bosque inhabitado. Teníais ricos antes como
don Pedro Carril, que poseía tierras desde la calle honda hasta el Pie-de-Palo.
Ahora son pobres todos!. Sabios como el abate don Manuel Morales, que escribió
la historia de su patria i las observaciones, sobre la cordillera i las
llanuras de Cuyo; teólogos como Fr. Miguel Albarracín, políticos como Laprida
presidente del Congreso de Tucumán, gobernantes como Ignacio de la Rosa i
Salvador M. del Carril. Hoi no tenéis ya ni escuelas siquiera, i el nivel de la
barbarie lo pasean a su altura los mismos que os gobiernan. De la ignorancia
jeneral, hai otro paso, la pobreza de todos, i ya lo habéis dado. El paso que
sigue es la oscuridad, i desaparecen en seguida los pueblos sin que se sepa a dónde
ni cuando se fueron.
Los Huarpes tenían ciudades. Consérvanse
sus ruinas en los valles de la cordillera. Cerca de Calingasta en una llanura
espaciosa subsisten más de quinientas casas de forma circular, con atrios hacia
el Oriente todas, diseminadas en desorden i figurando en su planta, trompas, de
aquellas que nuestros campecinos tocan haciendo vibrar con el dedo una lengüeta
de acero. En Zonda en el cerro Blanco hai las piedras pintadas, vestijios rudos
de ensayos en las bellas artes; perfiles de huanacos i otros animales, plantas
humanas talladas en la piedra, cual si se hubiese estampado el rastro sobre
arcilla blanca. Los médanos i promontorios de tierra suelen dejar escapar de
sus flancos, pintadas cántaras de barro, llenas de maíz carbonizado que las
viejas sirvientes creen que es oro, encantado para burlar la codicia de los
blancos. Esto no estorba que en la ciudad Huarpe de Calingasta se encontrasen
dos platos toscos de oro maciso que sirvieron largo tiempo de pasar fuego por
lo bonitos, hasta que un pasajero dio un peso por cada uno de ellos, i los
vendió después en Santiago a D. Diego Barros, al fiel de la balanza.
Vivían aquellos pueblos de la pesca en
las lagunas de Guanacache, en cuyas orillas permanecen aun reunidos i sin
mezclarse sus descendientes los Laguneros; de la siembra del maíz sin duda en
Tulun, hoi San Juan, según lo deja sospechar un canal borrado pero discernible
aun que sale desde el Albardón, i puede llevar hasta Causete las aguas del Río.
Últimamente hacia las cordilleras se alimentaban de la caza de las vicuñas, que
pacen en manadas a gramilla de los faldeos. Hasta hoi se conservan
tradicionalmente las leyes i formalidades de la gran cazería nacional que
practicaban los Huarpes todos los años. Nada se ha alterado en las costumbres
huarpes sino la introducción del caballo. "Un correjidor i Capitán Jeneral
que fue de la provincia de Cuyo, dice el Padre Ovalle, me contó que luego que
los indios huarpes reconocen a los venados se les acercan, i van en su
seguimiento a pie a un medio trote, llevándolos siempre a una vista, sin
dejarles parar ni comer, hasta que dentro de uno o dos días se vienen a cansar
i rendir, de manera que con facilidad llegan i los cojen i vuelven cargados con
la presa, a su casa, donde hacen fiesta con sus familias... haciendo blandos i
suaves pellones de los cueros, los cuales son mui calientes i regalados en el
invierno"
En los primeros meses de primavera,
cuando las vicuñas se preparan a internarse en las cordilleras, humedecidas i
fertilizadas por el agua de los desyelos, córrese la voz en Jachal, Guandacol,
Calingasta i demás parajes habitados, señalando el día i el lugar donde ha de
hacerse la reunión para la grande cazería de las vicuñas. Los jóvenes i
mocetones acuden presurosos, trayendo consigo sus mejores caballos que han
estado de antemano preparando, para aquella fiesta en que han de lucirse i
quedar pagados en reses muertas la destreza del jinete, lo certero del pulso
para lanzar las bolas, i la seguridad i lijereza del caballo. El día designado
vénse llegar a una espaciosa llanura los grupos de jinetes, los cuales reunidos
a caballo, tienen consejo, para nombrar el juez de la caza, que es lo que es el
indio más esperimentado, i trazar el plan de las operaciones. A su orden se
divide su dócil i sumisa comitiva en los grupos que él dispone, los cuales se
separan en direcciones diversas, cuales a cerrar el boquete de una quebrada,
cuales a manguear las manadas de vicuñas hacia la parte del llano donde de
hacerse la correría. Dos días después los polvos que levantan los fujitivos
rebaños, indican la aproximación del momento tan deseado. Los cazadores toman
distancias, i cuatro pares de libes, lijeros cuanto basta para bolear vicuñas,
empiezan con gracia i destreza infinita a voltejear a un tiempo en torno de las
cabezas de los jinetes. Huyen las vicuñas despavoridas, sueltan a escape los
caballos, sin aflojarse la rienda, por temor de las rodadas que son mortales a
veces, pero que el gaucho indio evita aunque cuente de seguro salir parado, por
temor de quedarse atrás; i cuando los más bien montados han logrado ponerse a
tiro, cuatro pares de bolas reemplazan a la carrera del caballo las que ya
fueron empleadas, i el cazador diestro puede asegurar así diez, quince i aun
más vicuñas en la correría. Si la provisión de bolas se ha agotado, salta listo
a tierra, ultima su presa, desembaraza los libes, i saltando de nuevo sobre el
enardecido redomón, se lanza tras la nube de polvo, los gritos de los cazadores
i los relinchos de los caballos, hasta lograr si puede tomar posiciones. Suele
ocurrir una o dos desgracias por las caídas; vuelven los cazadores a reunir sus
reses, que cada uno reconoce por las bolas que las amarran; i si acaece alguna
disputa, lo que es raro, pues es inviolable la propiedad de cada uno, el juez
de la caza la dirime sin apelación. Vuelven los grupos a dispersarse en
dirección a sus pagos; las mujeres aguardan con ansia los cueros de vicuñas
cuya lana sedosa están viendo ya en ponchos de listas matizadas, sin contar con
la sabrosa carne que va a llenar la despensa, cuidado primoldial de toda ama de
casa. Los chicuelos hacen mil fiestas a un cervatillo de vicuña que cayó el
primero en poder de los cazadores, i los alegres mocetones cuentan en
interminable historia todos los accidentes de la caza i las rodadas que dieron
y las paradas.
Otra costumbre huarpe sobrevive, hija de
la antigua i fatigosa caza a pie. Repetiré lo que observó el historiador Ovalle
en su tiempo, i ahórrame el lector entendido el trabajo de esplicárselo.
"No dejaré de decir, una singularísima gracia que Dios dio a estos indios,
i es un particularísimo instante para instinto para rastrear lo perdido o
hurtado. Contaré un caso que pasó en la ciudad de Santiago a vista de muchos.
Habiendo faltado a cierta persona unos naranjos de su huerta llamó a un Huarpe,
el cual le llevó de una parte a otra, por esta i la otra calle, torciendo esta
esquina, i volviendo a pasar por aquella, hasta que últimamente dio con él en
una casa, i hallando la puerta le dijo: toca i entra, que ahí están tus
naranjos. Hízolo así, i halló sus naranjos. De estas cosas hacen todos los días
muchas de grande admiración, siguiendo con gran seguridad el rastro, ora sea
por piedras lisas, ora por yerbas o por el agua
Ilustre Calibar! no habéis dejenerado un
ápice de tus abuelos! El célebre rastraeador sanjuanino, después de haber hecho
con su ciencia devolver a muchos lo hurtado, i dejando salir de las cárceles
los presos, como sucedió con mi primo M. Morales, sin acertar a cortarle el rastro,
que había prometido no hallar, se ha retirado a morir a Mogna, morada de su
tribu, dejando a sus hijos la gloria de su nombre; gloria que ha llegado a
Europa, de folletín en Revista, copiando el parágrafo del Rastreador de
Civilización i Barbarie, dejando Calibar más duradero recuerdo en Europa que
las barbaridades de Facundo, el blanco perverso e indigno de memoria.
¿Habéis visto por ventura unas
canastillas de formas variadas que contienen los útiles de costura de nuestras
niñas, cerradas de boca a veces a guisa de cabeza de cebolla, o bien abiertas
por el contrario como campana, con bordes brillantes i curiosamente rematados,
salpicadas de motas de lana de diversos colores? Estas canastillas son restos
que aun quedan en las Lagunas de la industria de los Huarpes. Servíanse en
tiempo de Ovalle de ellas, como vasos para beber agua, tan tupido es el tejido
de una paja lustrosa, amarilla, i suave que crece a orillas de las Lagunas de
Huanacache. Pobres lagunas! destinadas a servir mejor que las de Venecia a
poner en contacto sus lejanas riberas, llevando i trayendo en barquillas de
vela latina aun goletas los productos de la industria i los frutos de la
tierra! El huarpe todavía hace flotar su balsa de totora, para echar sus redes
a las regaladas truchas; el blanco embrutecido por el uso del caballo, desfila
por el lado de los lagos con sus mulas, cargadas como las del contrabandista
español; i si vais a hablarle de canales i de vapores como en los Estados
Unidos, se os ríe, contento de sí mismo i creyendo que vos sois el necio, i el
desacordado! I sin embargo, en Pie-de-Palo está el carbón de piedra, en Mendoza
el hierro, i entre ambos estremos mecese la superficie tranquila de las
sinuosas Lagunas, que el zabullidor risa con sus patas por desaburrirse. Todo
está allí, menos el jenio del hombre, menos la intelijencia i la libertad. Los
blancos se vuelven huarpes, i es ya grande título para la consideración pública
saber tirar las bolas, llevar chiripá, o rastrear una mula!
La idea que el jesuita Ovalle echaba a
rodar, en los reinos españoles, sobre las bendiciones del suelo privilejiado de
San Juan, es todavía doscientos años después un clamor sin ecos, un deseo
estéril... "no hai duda que si comienza a acudir jente de afuera, aquella
tierra será una de las más ricas de las Indias, porque su grande fertilidad i
grosedad no necesita de otra cosa que de jente que la labre, i gaste la grande
abundancia de sus frutos i cosechas." Pobre patria mía! Estáis en guerra
por el contrario para rechazar a las jentes de afuera que acudieran; i arrojáis
además de tu seno, a aquellos de tus hijos que os aconsejan bien!
Los hijos
Jofré
¿De dónde descienden los hombres que
vemos brillar en nuestra época, en ministerios, presidencias cámaras, cátedras
i prensa? De la masa de la humanidad. ¿A dónde se encontrarán sus hijos más
tarde? En el ancho seno del pueblo. He aquí la primera i la última pájina de la
vida de cada uno de nuestros contemporáneos. Aquellas antiguas castas
privilejiadas que atravesaban siglos, contando el número de sus antepasados,
aquel hombre inmortal que se llamaba Osuna, Joinville u Orleans, ha
desaparecido ya por fortuna. ¡Cuánto ha debido depurarse la masa humana, para
arribar a sacar de su seno, los candidatos que han de llamarse Pitt,
Washington, Arago, Franklin, Lamartine, Dumas, ser nobles de su país i aun
reyes de la tierra, sin que su elevación haya costado un jemido! Las antiguas
familias coloniales han desaparecido en la República arjentina; en Chile se
agarran todavía de la tierra i resisten al nivel del olvido, que quiere pasar
por ellas.
Luminoso rastro de sus proezas i
valimiento había dejado el capitán Juan Jofré en la conquista e historia civil
de Chile. En 1556 el cabildo de Santiago, sabedor del plan de un levantamiento
jeneral de indios que había urdido Lautaro, ordena a Juan Jofré, entrar con
treinta soldados a la tierra de los Promaucaes i acudir con sus lanzas donde
quiera que el incendio estalle; habiendo el capitán logrado el objeto i dado
tiempo a precaverse i prepararse para más decisiva jornada.
Mucha fama i peso debió darle esta
proeza, pues que el 9 de julio del mismo año, decretando el cabildo de
Santiago, fuese fiesta solemne, como patrón de la capital, nombró Alférez Real
a Juan Jofré, con encargo de presentar en el día del Santo el real estandarte
en que salieron bordadas de oro las armas de la ciudad, i en su cima las armas
del apóstol a caballo; cuya ceremonia quedó desempeñada el 24 del mismo mes,
diciendo los Alcaldes desde una ventana al alférez que estaba en la calle.
"Este estandarte entregamos a Vuesa Merced, Señor Alférez de esta ciudad
de Santiago del Nuevo Estremo, en nombre de Dios i de S. M. nuestro rei i señor
natural, i de esta ciudad i del cabildo, justicia i rejimiento de ella, para
que con él sirváis a S. M. todas las veces que se ofreciere; i el dicho capitán
Jofré dijo que así lo recibía i prometía de hacerlo i de lo cumplir, i lo
recibió a caballo, i se fueron todos juntos con otros caballeros, acompañándolo
a la iglesia mayor, a donde oyeron vísperas, i después de acabadas tornaron a
cabalgar i anduvieron por las calles de esta ciudad hasta que volvieron a la
casa de este capitán a donde se quedo el estandarte," Cuál fuese su
influencia i valimiento en los complicados negocios de aquella época puede
traslucirse del hecho, de que siendo don Juan Jofré alcalde de Santiago en
1557, recibió orden de convocar el cabildo el 6 de mayo, ante quien fueron
presentados los poderes i despachos de don García Hurtado de Mendoza, quien
después de reconocido en la autoridad de Justicia Mayor, puso en su empleo de
alcalde a Diego Araya, no sin quejas de injusticia hacia Jofré que fue
depuesto.
Yo alcancé al último descendiente de don
Juan Jofré fundador de San Juan. Era D. Javier un grueso i ostentoso señor,
digno representante en 1820 de su ilustre abuelo. Su casa está contigua al
consistorio municipal como es jeneral en las colonias, en que la cárcel i el
gobernador ocupaban el mismo frente de la plaza de armas. La revolución de la
Independencia lo halló vivo, i se dieron un abrazo; haciendo él la inauguración
solemne de la nueva época, en su salón, espacioso, decorado de molduras de
estuco degusto delicado, obra de arquitectos de mérito que solían penetrar a
las colonias, i aun producirse entre los jesuitas. Este salón a que daban
solemnidad colgaduras de damasco pendientes de perchas doradas, sirvió de sala
para la inauguración de la representación provincial. Sus sillas de nogal i sus
sofaes de terciopelo carmesí, han servido hasta ahora poco en todas las grandes
solemnidades políticas, degradados ya i hechos trizas por la incuria
gubernativa. El mismo salón sirve hoi de sala de villar, después de haber sido
consagrado a funciones de teatro. Un álamo robusto se alzaba en el límite norte
de su espacioso solar, que el hacha de la codicia no habrá respetado quizá. Era
el padre de esos millones de álamos que hacen barata i fácil la construcción
civil; era el primer emigrante de su especie que se estableció en San Juan. A
diez cuadras de la plaza hacia el occidente se levanta unir aguja o pirámide,
que hoi eleva su punta truncada en medio de un erial desapacible. Dos veces a
he visto por las tardes rodeada de dos o tres vacas que iban a buscar abrigo
bajo su sombra contra los rigores del sol. La pirámide aquella es a tumba de la
revolución, muerta en la infancia; ruina ya a los treinta años de erijida.
También señala la propiedad de don Javier Jofré i su patriotismo. De noche,
cuando el aire reseco, tostado, se anda azotando por el rostro que baña, sin
refrescarlo, en el verano, mi madre en 1816, iba con nosotros niños aun a
pasearse en las alamedas en cuyo centro estaba la pirámide. Partían de allí dos
diagonales a los estremos de un cuadrado, flanqueado de lindas alamedas, a
cuyos, pies corrían líneas de lirios blancos i de rosas encarnadas. Cuatro
pilastras, a guisa de basamentos de estatuas señalaban los cuatros ángulos, i
no sé qué idea confusa recuerdo de laberinto de callejuelas i círculos en
varias direcciones. Viénenme aun las ráfagas de aire fresco i perfumado, i
diviso grupos de faroles que arrojaban su luz por entre el follaje de los
árboles. Construyó la pirámide el injeniero español Días, de que quedan tan
chuscos recuerdos en la historia de la guerra de la independencia, i debía conmemorar
la espedición del ejército libertador a Chile.
En 1839 uno de los herederos de don
Javier Jofré reclamaba el terreno en que había estado el paseo público, por
haber faltado la condición i el objeto con que fue donado, i no encontrando
objeción de parte del gobierno, el interesado preguntaba en mi presencia al
ministro ¿i el Piráme señor?... Quería decirle ¿qué hacemos con aquel
monumento; a lo que el ministro contestaba con una bondad infinita. "En
cuanto al piráme, puede U. echarlo abajo!...
Yo
lo he oído! Pocos días después escribí en el Zonda un artículo titulado la
Pirámide, primera vez que las fantásticas ficciones de la imajinación me
sirvieron a encubrir la indignación de mi corazón! No la han destruido todavía
los bárbaros; se necesita comenzar por la cúspide i no sabrían armar un
andamio.
Mallea
Las familias españolas venidas
posteriormente a establecerse a San Juan se vengaron del fijodalgo Mallea, en
los hijos de la india, reina de Angaco. Decíanles mulatos! i yo los he alcanzado
luchando todavía contra esta calumnia que se trasmitió de padres a hijos. Mi
madre, que no sabe que Don Eujenio de Mallea servía a sus espensas con sus
propias armas i caballos, me cuenta que don Luciano Mallea, a quien decían tío
Luciano Mallea, era mui conocedor en jenealogías, i sostenía que eran ellos
mestizos de pura i noble sangre. Fue aquel viejo el tipo de la colonia
española, especie de patriarca pobre i severo, sentencioso en sus palabras, i
además poeta, que tenía un adajio o un verso para cada ocurrencia de la vida.
Los pueblos que no piensan viven de la tradición moral; i el libro de Los
Proverbios anda desparramado entre los ancianos. Así decía con tono modulado el
viejo Mallea, a los jóvenes novios.
Cásate i
tendrás mujer
Si es bonita
que celar,
Si es fea
que aborrecer,
Si es rica
que obedecer,
Si es pobre
a quien mantener.
Cásate i
tendrás mujer.
Cuando oía palabras descompuestas en boca
de persona respetable increpándolo, decía con sorna: "No se ve el moco,
sino de donde cuelga." Lo cual me trae a la memoria el haber visto a un
personaje respetable de Chile hacer un jesto de asco al leer en una nota
oficial estas palabras, asqueroso, infame, vil. Este no veía el moco sino de
donde colgaba.
Otra rama de Mallea se debió establecer
en Mendoza, pues el padre de don Alejo Mallea, hoi gobernador de aquella
provincia, era su descendiente i se llamaba como el Juan Eujenio. En fin, los
actuales representantes del Alférez Real entraron en nuestra familia por doña
Anjela Salcedo, esposa de don Domingo Soriano Sarmiento i don Fermín Mallea
marido de doña Mercedes. Doria Anjela, viuda, me encargó de los negocios de su
marido i de la primera educación de su hijo. Una esclava suya alzada la
denunció en mi ausencia por unitaria, prueba de ello que tenía en un agujero
escondidas unas cuantas talegas de plata. Acudió la policía i el ministro de
gobierno a verificar el hecho, i los primeros funcionarios del estado
federalizado, atraídos irresistiblemente, seducidos por aquellos pesos
fuertes... se llenaban los bolsillos en presencia de la inocente víctima de
aquel salteo. Facundo, el ladrón de pueblos, tuvo asco esta vez de los suyos, i
Benavides quince anos después ha pagado parte del robo, por un movimiento de
pudor que le honra.
Don Fermín Mallea, a quien aludo en mis
Viajes con motivo de las ruinas de Pompeya, tuvo el fin más desdichado. Su
muerte acaecida en 1848, la deben los tribunales de justicia, i un día han de
pagarla en la ignominia de sus hijos, los jueces, escribanos, partidores que
fueron de ello causa. En ellos, en la común ignorancia, en la torpeza de los
jueces, en las pasiones desenfrenadas que asusa en lugar de contener un sistema
de iniquidad que trae escrito, ya en la frente el crimen, encabezando todos sus
actos con el sacramental MUERAN!...; que al lanzar el decreto deja escapar como
la baba del leproso, la injuria salvaje, inmundo, malvado. Ah! la pagaréis en
vuestros hijos, pueblos inmorales, víctimas degradadas que os hacéis cómplices
del vicio que desciende de lo alto! Era mi tío Fermín de carácter áspero i de
condición dura. Harto me lo hizo sentir en mi juventud; pero estas jenialidades
no alcanzaban a empañar algunas dotes de corazón, mui laudables. Creó a su lado
un dependiente, Oro de apellido, que era la dulzura por excelencia, i tan
honrado i laborioso, que Mallea en recompensa hubo de asociarlo en su negocio
de tienda que ambos a dos manejaban. Discurrieron los años, los negocios
marchaban, Mallea distraía fondos para sus necesidades, i jamás una sola
nubecilla turbó la harmonía que resultaba de la estrema oposición de sus
caracteres. Un día hubieron de balancear el negocio, i resultó que todo él
pertenecía por cuenta de utilidades al dependiente. Mallea se mezaba los
cabellos, echaba pestes, i negaba la evidencia; pero las cifras estaban ahí,
matadoras, inflexibles. Él había sacado en diez años tanto, i el joven no había
tocado nada. I aquí de la tenacidad de Mallea. Del balance se pasó al contador,
del contador a los jueces, i a los escritos, i de allí a la exasperación, las
alcaldadas i el pleito interminable. La naturaleza suave i amorosa de Oro no
pudo resistir a tan dura prueba. Amaba entrañablemente a Mallea, i aquella
tierna planta empezó a doblarse sobre su tallo marchito; a la hipocondría del
ánimo se sucedió la postración física, i a la enfermedad, la muerte; porque el
triste murió de pena, de ver la injusticia que le hacía su patrón i protector.
Los médicos abrieron su cadáver i aseguran que le hallaron el corazón seco!
Mallea en tanto que ajitaba aquel
malhadado pleito, un mes antes de la muerte del joven, había dejado de salir a
la calle; hablaba a cuantos veía de su negocio, i a cada momento se le
sorprendía abstraído, sacando una cuenta, cuyos números figuraba con el dedo en
el aire. Los feudos i reyertas en las ciudades de provincia son como todos
saben asuntos que glosan todas las mañanas los corrillos, de comadres; i bajo
aquel sistema de gobierno, donde no hai vida pública, donde es bueno callarse
sobre todo, las cuestiones domésticas ocupan la atención pública i llenan en
lugar de periódicos, debates, partidos, proyectos, noticias i leyes, los ocios
de las personas más graves. La muerte del joven Oro conmovió hasta los cimientos
la ciudad entera. Larga procesión de vecinos condolidos acompañaba al panteón
el fúnebre carro, cuando cruje el rodado, rómpese, i es fuerza descender el
féretro en la puerta misma del infortunado Mallea, que estaba a la sazón
sacando afanado aquella fatal cuenta que lo traía confundido. La maledicencia
se decía por lo bajo, con ojos espantados, "castigo de Dios!
"mientras que los jueces que habían con su inepcia traído este desenlace
de una cuestión de cifras, que no habían sabido aclarar en seis años, echaban
plantas también de creer que hai una Providencia que castiga las malas
acciones. Ya se ve, el crimen allí no es crimen si lo comete el funcionario! El
último resto de razón abandonó desde entonces a Mallea, i llorando día i noche,
i borrajeando papel sin tregua, se fue desfigurando, carcomido por la duda,
sacando su cuenta siempre por aclararla, abultando, cuando el llanto de sus
ojos se había agotado, hasta que espiró después de un suplicio de muchos años,
que hacían mas agudo, el amor i la estimación que conservaba por el joven que
había mirado como hijo, i su propia honradez; pues que en todo este triste
negocio, no hubo más que terquedad de carácter, i pasiones desbordadas, que no
supo ni quiso refrenar la injusticia e ineptitud de los jueces.
Los sayavedras
En el barrio de Puyuta había antes un
antiguo pino, cuyo tronco sirve de sostén del presbiterio en la iglesia de los
Desamparados, el único edificio público construido en estos tiempos de
barbarie, i un modelo de ignorancia de las reglas de la arquitectura, que un
día será visitado con asombro por jeneraciones más lustradas. Conocí a los dos
últimos descendientes del soldado de este apellido; fue el uno sentenciado a
muerte por asesinato. El otro llamado el indio Saavedra de talla jigantezca, de
alma torba, fue bandido de profesión en Mendoza i San Juan, i llamado por su
fama de desalmado al servicio de la Federación en 1839, cuando el desembarque
de Lavalle. Hubo de lancearme el 18 de Noviembre de 1840 en la plaza
apellidándome salvaje, i fue seis años después ajusticiado por crimen de
asesinato. Así las cualidades guerreras de los abuelos dejeneran en vandalismo,
cuando las sociedades decaen i se degradan. Ai de los hijos que se están
educando en la escuela de los mueras, i de la violencia!
Los albarracines
A mediados del siglo XII un Jeque
sarraceno Al Ben Razin conquistó i dio nombre a una ciudad i a una familia que
después fue cristiana M. Beauvais, el célebre sericicultor francés, ignorando
mi apellido materno, i sin haberme visto con el bornoz, me hacía notar que
tenía la fisonomía completamente árabe; i como le observase que los
Albarracines tenían en despecho del apellido los ojos verdes o azules,
replicaba en abono de su idea que en la larga serie de retratos de los Montmorency,
aparecía cada cuatro o cinco jeneraciones el tipo normal de la familia. En
Arjel me ha sorprendido la semejanza de fisonomía del gaucho arjentino i del
árabe, i mi Chauss me lisonjeaba al verme, todos me tomarían por un creyente.
Mentele mi apellido materno que sonó grato a sus oídos, por cuanto era común
entre ellos este nombre de familia; i digo la verdad que me halaga i sonríe
esta jenealojía que me hace presunto deudo de Mahoma. Sea de ello lo que fuere,
los viejos Albarracines de San Juan tenían en tan alta estima su alcurnia, que
para ellos el hijo del Alba, habría sido a su lado, cuando más, un cualquiera.
Una tía mía cuasi mendiga solía llegar a casa desde sus tierras de Angaco,
coronando, sobre un rocín mal entrazado i huesoso, unas grandes alforjas
atestadas de legumbres i pollos, echando pestes contra Don Fulano de tal, que
no la había saludado, porque ella era pobre! i entonces se seguía la reseña de
los cuatro abuelengos del infeliz que no escapaba a la segunda o tercera
jeneración de ser mulato por un lado, i zambo por el otro, i además
excomulgado. Yo he encontrado a los Albarracines sin embargo en el borde del
osario común de la muchedumbre oscura i miserable. A más de aquella tía había
otro de sus hermanos inbécil que ella mantenía; mi tío Francisco ganaba su vida
curando caballos, esto es, ejerciendo la veterinaría sin saberlo, como M.
Jourdain escribía prosa sin haberlo sospechado. De los otros once hermanos i
hermanas de mi madre, varios de sus hijos andan ya de poncho con el pie en el
suelo, ganando de peones real i medio al día.
I sin embargo esta familia ha ocupado un
lugar distinguido durante la colonia española, i de su seno han salido altos i
claros varones que han honrado las letras en los claustros, en la tribuna en los
congresos, i llevado las borlas de doctor o la mitra. Distínguense los
Albarracines aun entre la plebe por los ojos verdes o celestes como antes dije,
i la nariz prominente, afilada i aguda sin ser aquilina. Tienen la fama de
trasmitir de jeneración en jeneración aptitudes intelectuales que parecen
orgánicas i de que han dado muestras cuatro o cinco jeneraciones de frailes
dominicos padres presentados i que terminan en F. Justo de Santa María, Obispo
de Cuyo. Los jefes de esta familia fundaron el Convento de Santo Domingo en San
Juan, i hasta hoi se conserva en ella el patronato i la fiesta del Santo, que
todos hemos sido habituados a llamar, Nuestro, Padre. Hai un Domingo en cada
una de las ramas en que se subdivide, como hubieron siempre dos i aun tres frailes
dominicos Albarracines a un tiempo. Fuelo un hermano de mi madre, secularizado
Don Juan Pascual, cura de la Concepción, exelente teólogo, i empecinado
unitario, i hasta la clausura del Convento en 1825, se halló entre sus coristas
un representante de la familia patrona de la orden. Sábese que en aquella edad
media de la colonización de la América, las letras estaban asiladas en los
conventos, siendo una capucha de fraile signo reconocido de sapiencia, talismán
que servía a preservar acaso el cerebro contra todo pensamiento herético. No
celó del todo, no obstante al del célebre Frai Miguel Albarracín, cuya gloriosa
memoria se ha conservado hasta hoi como la gala i alarde del convento. Hai
raras manías que aquejan el espíritu humano en épocas dadas; curiosidades del
pensamiento que vienen no se sabe porqué, como si en los hechos presentes
estuviese indicada la necesidad de satisfacerlas. A la piedra filosofal que
produjo en Europa la química, se sucedió en América la cuestión famosa del
milenario, en que todo un San Vicente Ferrer había quedado chasqueado. Sobre el
milenario han escrito varios, haciéndose notar Lacunza, chileno cuya obra se
publicó en Londres no ha muchos tiempos. Mucho antes que él había ensayado su
sagacidad en resolver tan arduo problema, el docto Frai Miguel, de quien es
tradición conventual que tenía ciencia infusa, tanto era su saber. El infolio
que escribió sobre la materia, fue examinado por la inquisición de Lima, et
autor citado ante el Santo Oficio, acusado de herejía; i con ansiedad de sus
cofrades, fue a aquella remota corte a responder a tan temible cargo. Era la
inquisición de Lima un fantasma de terror que había mandado la España a
América, para intimidar a los estranjeros, únicos herejes que temía; i a falta
de judaizantes, i heretizantes la inquisición cebaba de cuando en cuando alguna
vieja beata que se pretendía en santa comunicación con la virjen María por el
intermedio de ángeles i serafines, o alguna otra menos delicada que preferiría
entenderse con el ánjel caído. La inquisición se hacía la desentendida por
largo tiempo, jugaba a la gata muerta, i cuando la fama de santidad o de
endiablamiento estaba madura, caía sobre a infeliz ilusa, traíala al Santo
Tribunal, i después de largo i erudito proceso, hacía de su flaco cuerpo
agradable i vivaz pábulo de las llamas, con grande contentamiento de las
comunidades, empleados i alto clero que por millares asistían a la ceremonia.
Existen en Lima varios procesos de Autos de fe, entre ellos uno mui notable
contra Anjela Carranza, natural de la ciudad de Córdova del Tucumán, quien paso
a la ciudad de Lima por los años de 1665, i empezó a adquirir fama de santidad
i de favorecida del cielo. Diose a escribir sus revelaciones ocho años más
tarde, diciéndose asistida e inspirada por los Doctores de la iglesia. Estos
escritos llegaron a componer más de 7,500 fojas, en forma de diario hasta el
mes de diciembre de 1688, época en que cayeron en poder del Santo Oficio de
Lima, el cual los calificó de heréticos i blasfemos. Encerrada en las cárceles
de la inquisición el 21 de diciembre de 1668 entablaron contra ella un proceso
que duró por espacio de seis años, resultando condenada a "salir en auto
de fe público en forma de penitente con vela verde, soga a la garganta i a
estar encerrada en un monasterio por espacio de cuatro años." La ejecución
de esta sentencia tuvo lugar a 20 de Diciembre de 1693, como consta de una
relación publicada en Lima por la imprenta real el año 1695. El nombre de esta
mujer se conserva aun en todos los pueblos del Perú, i la dicha descripción del
auto de fe, en que se habla de ella, es uno de los libros más raros de cuantos
se han impreso en Lima.
El gran delito de esta beata fue
prendarse de un amor místico mui subido de dos personajes pacíficos de nuestra
historia cristiana. Santa Ana i San Joaquín a quienes describe con todos sus
pormenores. Era nuestra señora Santa Ana, "mui hermosa, algo metida en
carnes, befa de labios, las manos mui blancas i San Joaquín de facciones toscas
i nariz grande aunque viejo no inspiraba asco a su esposa porque era aseado i
se vestía bien.
"Del preñado de la señora santa Ana
nacieron Cristo i María pero Cristo como cabeza de María, i cuando Cristo nació
de la Señora Santa Ana renacieron también Joaquín i Ana; i cuando Santa Ana
alimentó con su leche a la Virjen Santísima, Jesucristo también la mamaba, i de
los pechos de Santa Ana solamente mamaron Cristo i María; pero quien primero
mamó fue Jesucristo."
Después de las beatas venían los
estranjeros, de los cuales, entre otros hai un Juan Salado, francés, que fue
quemado, sin otra causa racional que la novedad de ser francés, rara avis
entonces en las colonias i objeto de odio para los pueblos españoles. Pero como
sucede siempre con todos los poderes absolutos e inicuos, en Lima entre las
víctimas de la inquisición cayó una vez un deudo de San Ignacio de Loyola,
quien acusado de Judío judaizante por sus criados que querían robarlo, murió en
la prisión, i el Santo Tribunal le hizo enterrar secretamente. Andando el
tiempo, empero, hubo de morir uno de los criados, i declaró en artículo de
muerte, su villanía, i la inquisición se propuso reparar el daño con el cadáver
que se hizo exhumar al efecto. De las costumbres, horriblemente pueriles de
aquella época, podrá formarse idea por los estractos de la sentencia
absolutoria que sigue: Don Juan de Loyola Haro de Molina, natural de la ciudad
de Ica donde obtuvo los honrosos empleos de maestre de campo del batallón, i
varias veces el de alcalde ordinario, siendo de primer voto en su Ilustre
Cabildo i rejimiento, de poco más de 60 años de edad, de estado soltero, que
preso por este santo oficio, murió. Salió al auto en estatua, i estando en
forma de inocente con palma en las manos i vestido de blanco se le leyó su
sentencia absolutoria, dándole por libre de los delitos de herejía i judaísmo,
que por maliciosa conspiración i falsa calumnia se le imputaron. Restituido,
pues, al buen nombre, opinión i fama que antes de su prisión gozaba, se mandó:
saliese en el acompañamiento entre dos sujetos distinguidos, que el Santo
Tribunal señaló para que le apadrinasen en la procesión de reos: i que al
tiempo de alistarse la función en la iglesia, se colocase la estatua en medio
de los más calificados del concurso: i levantádose cualesquiera secuestros, i
embargos hechos en sus fincas i bienes, se entregasen del todo, según el
inventario que de ellos se hizo cuando se secuestraron i que si sus hermanos,
sobrinos i parientes quisiesen pasear la estatua por las calles públicas i
acostumbradas, en un caballo blanco hermosamente enjaezado, lo ejecutasen el
día siguiente al auto, en que los ministros del Santo Tribunal habiendo de
hacer cumplir la pena de azotes que se impuso a cada reo, i que en atención a
haberse de orden del Santo Tribunal sepultado secretamente su cadáver en una
capilla de la iglesia de Santa María Magdalena Recolección de Santo Domingo,
pudiesen exhumarlo para hacerle públicas exequias, trasladándole al hogar que
por su última voluntad señaló por su entierro; i que a sus hermanos i parientes
se despachasen testimonios de este hecho, para que en ningún tiempo la padecida
calumnia les sea embarazo a obtener los más sobresalientes empleos, así
políticos, como cargos del Santo Oficio, honrándoles el Tribunal con las
gracias, que juzgaré proporcionadas para comprobar la inocencia del espresado
Don Juan de Loyola, difunto. Fueron sus padrinos Don Fermín de Carbajal, Conde
del Castillejo i Don Diego de Hesles Campero, Brigadier de los reales ejércitos
de S. M. i Secretario de Cámara del Excmo. Sr. Conde de Super Unda, Virrei de
Lima.
Describiendo un autor limeño esta rara
rehabilitación, dice: En la procesión del Santo Oficio desde su casa hasta
Santo Domingo... "dos lacayos vestidos de costosa librea, cargaban una
estatua, que trayendo al pecho un rótulo, gravado en una lámina de plata de
delicado buril, espresaba el nombre i apellido del inocente Don S. de L. -que
falsamente calumniado de los abominables delitos de Hereje i judío judaizante,
murió por los años de 745 preso por este Santo Tribunal aunque poco antes de su
fallecimiento ya había empezado a descubrirse la inicua conspiración de los
falsos calumniantes. Era el vestido que llevaba de lama blanca, color que
simboliza su inocencia, guarnecido de finísimos sobrepuestos de oro de Milán
con botonaduras de diamantes, i salpicado de varias joyas de cuantioso precio,
que hermoseaban toda la tela. En la una mano traía la palma, insignia de su
triunfo y i en la otra su bastón de puño de oro con riquísima pedrería, por
haber obtenido en la ciudad de Ica de donde era nativo (siendo orijinario de la
ilustrísima casa de Loyola en el lugar de Aspeytia de la Provincia de
Guipureda) los honores i distinguidos cargos de Maestre de Campo de la
Caballería, varias veces el de alcalde ordinario"
Así el verdugo de la pobre Confederación,
cuando ya no encuentra algún salvaje unitario que entregar al Santo oficio de
la Masorca, coje una Camila O'gorman, un niño de vientre, i un cura en pecado,
para hacerlos matar, como a perros, a fin de refrescar de cuando en cuando el
terror adormecido por la abyecta sumisión de los pueblos envilecidos. El
despotismo brutal nunca ha inventado nada de nuevo. Rosas es el discípulo del
D. Francia i de Artigas en sus atrocidades, i el heredero de la inquisición
española en su persecución a los hombres de saber i a los estranjeros. Los tres
han embrutecido el Paraguai, la España i la República Arjentina, dejándoles en
herencia la nulidad i la vergüenza para años i siglos. La Bruyére el moralista
francés escribía ahora cerca de un siglo. "No se necesita ni arte ni
ciencia para ejercer la tiranía, i la política que no consiste más que en
derramar sangre es por demás limitada, i sin refinamiento: ella inspira matar a
aquellos cuya vida es un obstáculo a nuestra ambición; i un hombre que ha
nacido cruel, hace eso sin dificultad. "Es esta la manera más horrible i
más grosera de sostenerse o de elevarse"
¿Qué más podremos ahora decir de Rosas,
pobre remendón de viejo, con algunas brutalidades de su propia invención? La
cinta colorada mandola usar Tiberio, en su retrato, i ahora dos mil años eran
en Roma azotados los ciudadanos en las calles, cuando no llevaban en su pecho
la efijie del emperador, según nos lo refiere Tácito. La Inquisición tenía sus
frases de proscripción, herejes judaizantes como el salvajes unitarios de
ahora; i tan inerrable es la filiación de estas ideas, que el coronel Ramires,
me ha llamado judío para adular al inquisidor arjentino. Pobres españoles!
Vuelvo a Fr. Miguel Albarracín. Ante
aquel tribunal debía presentarse el docto Fr. Miguel Albarracín, i justificar
osadas doctrinas que sobre el Milenario había emitido. Afortunadamente, era
dicen elocuente el fraile como un Cicerón, cuyo idioma poseía sin rival,
profundo como un Tomás, sutil como un Scott, i Dios mediando a lo que yo creo,
no entendiendo ni él ni la inquisición jota de todo aquel fárrago de conjeturas
sobre una profecía que anuncia un cambio en los destinos del mundo, salió
victorioso de la lucha, maravillando a sus jueces, por instituto dominicos
también, con aquellos tesoros de la escolástica argucia de que hizo ostentación
i alarde. Lo que es digno de notarse es que pocos años después de producidos
los Milenarios, apareció la Revolución de la Independencia de la América del
Sur, como si aquella comezón teolójica, hubiese sido solo barruntos de la
próxima conmoción.
Mi tío Frai Pascual, viéndome niño
entendido i ansioso de saber, me esplicaba la obra de Lacunsa, diciéndome con
orgullo indignado: estudia este libro, que esta es la obra del grande Frai
Miguel mi tío, i no de Lacunsa que le robó el nombre, sacando el manuscrito de
los archivos de la inquisición donde quedó depositado; i me mostraba entonces
la alusión que Lacunsa hace de una obra sobre el Milenario de autor americano
que no osó citar. Después he creído que la vanidad de familia hacía injusto a
mi tío con el pobre Lacunsa.
El maese de campo Don Bernardino
Albarracín venía dicen de Esteco, la ciudad sumerjida, en cuyos alrededores
poseía la familia centenares de leguas de una donación real, i que heredó mas
tarde una señora Balmaceda; apellido estinto hoi que ha dejado el nombre de un
puente, i dado por la línea materna un Gobernador a San Juan. El hijo del maese
de campo, Don Cornelio, casó con hija de Don José de la Cruz Irarrázabal
oriundo de Santiago de Chile, familia estinta allá también, que ha de jado el
templo de Santa Lucía, fundado i rentado por la munificencia de doña Antonia
Irarrázabal, i la fiesta del Dulce Nombre de María, cuyo patronato se conserva
en una rama de nuestra familia. Las casas del Dulce Nombre, degradadas hoi a
fuerza de servir de cuarteles a las tropas a causa de su estensión, sirvieron
de habitación suntuosa a la rica i poderosa doña Antonia, a quien no teniendo
hijos, iban sucesivamente a acompañar mi madre u otras de sus sobrinas. Hai
pormenores tan curiosos de la vida colonial que no puedo prescindir de
referirlos. Servían a la familia bandadas de negros esclavos de ambos sexos. En
la dorada alcoba de doña Antonia, dormían dos esclavas jóvenes para velarla el
sueño. A la hora de comer, una orquesta de violines i harpas, compuesta de seis
esclavos, tocaba sonatas para alegrar el festín de sus amos; i en la noche dos
esclavas después de haber entibiado la cama con calentadores de plata, i
perfumado las habitaciones procedían a desnudar al alma de los ricos
faldellines de brocato, damasco o melania que usaba dentro de casa, calzando su
cuco pie media de seda acuchillada de colores, que por canastadas enviaba a
repasar a casa de sus parientes menos afortunadas; que en los grandes días las
telas preciosas recamadas de oro que hoi se conservan en casullas en Santa
Lucía daban realce a su persona, que entre nubes de encaje de holanda,
abrillantaban aun más sarcillos enormes de topacios, gargantillas de coral, i
el rosario de venturinas, piedras preciosas de color café entremezcladas de oro
i que divididas de diez en diez por limones de oro torneados en espiral, i
grandes como huevos de gallina, iba a rematar cerca de las rodillas en una
grande cruz de palo tocado en los Santos Lugares de Jerusalén i engastada en
oro e incrustrada de diamantes. Aun quedan en las antiguas testamentarias,
ricos vestidos i adornos de aquella época que asombran a los pobres habitantes
de hoi, i dejan. sospechar a los entendidos, que ha habido una dejeneración.
Montaba a caballo con frecuencia, precedida i seguida de esclavos para dar una
vista por sus viñas, cuyos viejos troncos vense aun en las capellanías de Santa
Lucía. Una o dos veces al año tenía lugar en la casa una rara faena. Cerrábanse
las gruesas puertas de la calle, claveteadas de enormes clavos de bronce, i
poníanse en incomunicación ambos patios, para apartar a la familia menuda
cuéntame mi madre que la negra Rosa, ladina i curiosa como un mico, la decía en
novedoso cuchucheo, " hoi hai asoleo! Aplicando con tiento en seguida una
escalera de mano a una ventanilla que daba hacia el patio, la astuta esclava
alzaba a mi madre aun chicuela, cuidando que no asomase mucho la cabeza, para
atisbar lo que en el gran patio pasaba: Cuan grande es, me cuenta mi madre que
es la veracidad encarnada, estaba cubierto de cueros en que tendían al sol en
gruesa capa, pesos fuertes ennegrecidos, para despejarlos del moho; i dos
negros viejos que eran los depositarios del tesoro, andaban de cuero en enero
removiendo con tiento el sonoro grano. ¡Costumbres patriarcales de aquellos
tiempos, en que la esclavitud no envilecía las buenas cualidades del fiel
negro! Yo he conocido a tío Agustín i a otro negro Antonio, maestro albañil, pertenecientes
a la testamentaria de Don Pedro Carril, el último ricohome de San Juan, que
guardaban hasta 1840 dos tejos de oro i algunas pocas talegas. Fue la manía de
los colonos atesorar peso sobre peso, i envanecerse de ello. Aún se habla en
San Juan de entierros de plata de los antiguos, tradición popular que recuerda
la pasada riqueza, i no hace tres años que se ha escavado la bodega i patios de
la viña de Rufino en busca de los miles que ha debido dejar i no se encontraron
a su muerte. ¡Que se han hecho, oh colonos, aquellas riquezas de vuestros
abuelos! I vosotros gobernadores federales, militares verdugos de pueblos,
podríais reunir estrujando, torturando a toda una ciudad, la suma de pesos que
ahora sesenta años no mas encerraba el solo patio de doña Antonia Irarrázabal!
Yo me he asombrado en los Estados-Unidos
al ver en cada aldea de mil almas uno o dos bancos, i saber que existen por
todas partes propietarios millonarios. En San Juan no ha quedado una fortuna en
veinte años de federación Carriles, Rosas, Rojos, Oro, Rufinos, Jofré, Limas, i
tantas otras familias poderosas yacen en la miseria, i descienden de día en día
a la chusma, desvalida. Las colonias españolas tenían, su manera de ser i lo
pasaban bien, bajo la blanda tutela del rei; pero vosotros habéis inventado
reyes con largas espuelas nazarenas, i apenas desmontados de los potros que
domaban en las estancias, creyendo que el más negado es el que mejor gobierna.
La riqueza de los pueblos modernos es hija sólo de la intelijencia cultivada.
Foméntanla caminos de hierro, vapores, máquinas, fruto de la ciencia: danla
vida, la libertad de todos, el movimiento libre, los correos, los telégrafos,
los diarios, la discusión, la libertad en fin. Barbaros! os estáis suicidando,
dentro de diez años, vuestros hijos serán mendigos o salteadores de caminos.
Ved la Inglaterra, la Francia, los Estados-Unidos, donde no hai Restaurador de
las leves, ni estúpido héroe del desierto armado de un látigo, de un puñal i de
una banda de miserables, para gritar i hacer efectivo el mueran los salvajes
unitarios, es decir los que ya no existen, i entre quienes se contaron tantos
ilustres arjentinos! Habéis oído resonar en el mundo otros nombres que los de
Cobden el sabio reformador inglés, o et de Lamartine el poeta, o los de Thiers
i Gaste historiadores, i siempre por todas partes, en la tribuna, en los
congresos, en el gobierno sabios, i no labriegos o pastores, rudos como los que
vosotros habéis armado del poder absoluto para vuestro daño?
Los Oro
Casose doña Helena Albarracín con don
Miguel de Oro, hijo, según tradición de la familia del capitán don José de Oro
que vino a la conquista después de terminadas las guerras del Gran Capitán en
Italia. Llevole en dote bienes de fortuna i el patronato de Santo Domingo que
se conserva aun entre sus descendientes; i si dos jeneraciones no habían
desmentido la reputación de sesudos que traía la sangre Albarracín, por la
línea de don Miguel vínoles a sus hijos, una imajinación ardiente, caracteres
osados, i tal actividad de espíritu de acción, que hasta las mujeres de aquella
casa se distinguen por cualidades notabilísimas en que el conato de la ambición
i la sed de gloria corren parejas. Tenía don Miguel un hermano clérigo loco,
está loca hoi una de sus hijas, monja, i el presbítero don José de Oro, mi
maestro i mentor tenía tales rarezas de carácter que a veces por disculpar sus
actos, se achacaba a la locura de familia, las estravagancias de su juventud.
Capellán del número 11 del ejercito de los Andes, Jinete como el primero,
compañero de camorras i locuras del célebre Juan Apóstol Martines, no
estorbándole la sotana por llevar el uniforme de su batallón, i el sable largo
de la época tenía desenfado bastante para atravesar su caballo con una real
moza en ancas, a la puerta, de un baile, i desnudar su alfanje i chirlear al
más pintado, si tenía la rara ocurrencia de hallárselo a mal. Compañeros suyos
de francachela me ha asegurado que había en esto más malicia i travesura que
verdadero libertinaje.
Lígase mi infancia a la casa de los Oro
por todos los vínculos que constituyen al niño miembro adoptivo de una familia.
Era mi madrina i esposa de don Ignacio Sarmiento mi tío, la matrona doña Paula,
blanda de carácter como una paloma, grave i afectuosa a la par como una reina,
i un tipo de la perfección de la madre de familia entre nosotros. Don José el
presbítero, llevome de la escuela a su lado, enseñome el latín, acompañele en
su destierro en San Luis, i tanto nos amábamos maestro i discípulo, tantos
coloquios tuvimos, él hablando i escuchándole yo con ahínco, que a hacer de
ellos uno solo, reputo que daría un discurso que necesitaría dos años para ser
pronunciado. Mi intelijencia se amoldó bajo la impresión de la suya, i a él
debo los instintos por la vida pública, mi amor a la libertad i a la patria, i
mi consagración al estudio de las cosas de mi país, de que nunca pudieron
distraerme ni la pobreza, ni el destierro, ni la ausencia de largos años. Salí
de sus manos con la razón formada a los quince años, valentón como él,
insolente contra los mandatarios absolutos, caballaresco i vanidoso, honrado
como un ánjel, con nociones sobre muchas cosas, i recargado de hechos, de
recuerdos, i de historias de lo pasado i de lo entonces presente, que me han
habilitado después para tomar con facilidad el hilo i el espíritu de los
acontecimientos, apasionarme por lo bueno, hablar i escribir duro i recio, sin
que la prensa periódica me hallase desprovisto de fondos para el despilfarro de
ideas i pensamientos que reclama. Salvo la vivacidad turbulenta de su juventud,
que yo fui siempre taimado i pacato, su alma entera trasmigró a la mía, i en
San Juan mi familia al verme abandonarme a raptos de entusiasmo decía: ahí está
don José Oro hablando; pues hasta sus modales i las inflecciones de voz alta i
sonora se me habían pegado. Creilo durante el tiempo en que vivimos juntos un
santo, i me huelgo de ello, que así pudo transmitirme sus sabios consejos, sin
que embotara su eficacia, la duda que trae el ejemplo contrario. De hombre
barbado i por la voz pública supe de otros su historia. Era insigne domador, de
apostárselas, a don Juan Manuel Rosas, i a la fiesta del Acequión, descendía de
las montañas donde tenía su hacienda de ganados de los Sombreros cabalgando un
potro, garantidas sus piernas por espesos guardamontes que le permitían salvar
barrancos i esteros, i arremeter con los altos i tupidos espinos que embarazan
et tránsito en nuestros campos. La enerjía de su físico le acompañaba hasta la
vejez, i una vez le vi cojer a un español cuadrado i hacerlo rodar diez varas
por el suelo. Era valiente i se preciaba de serlo, gustaba de las armas, i una
chapa de pistolas adornaba siempre la cabecera de su silla. Vestía de paisano
con chaqueta, i no rezaba el breviario por concesión especial del Papa. Gustaba
con pasión de bailar, i él i yo hemos fandangueado todos los domingos de un año
enredándonos en pericones i contradanzas en San Francisco del Monte en la
Sierra de San Luis, en cuya capilla estando él de cura, reunía por las noches
después de la plática de la tarde, las guacitas blancas o morenas, que las hai
de todo pelaje i lindas como unas Dianas, para domesticarlas un poco, porque
ningún pensamiento deshonesto se mezcló nunca a estos recreos inocentes. No
digo que no hiciese de las suyas cuando joven, que eso no me atañe. Tenía un
profundo enojo con la sociedad, de que huía, no viéndosele en la ciudad sino en
la fiesta de Santo Domingo, o en el púlpito. Díjome una vez que llevaba
predicados setenta i seis sermones hasta 1824; i como yo le escribí tres o
cuatro de ellos, puedo hablar de su oratoria concisa, llena de sensatez i de
ideas elevadas, espresadas, en lenguaje fresco, i sin aquel aparato de citas
latinas i palabras abibliadas. Señores; decía al comenzar su sermón
dirijiéndose al público, desde el fondo del púlpito, donde permanecía inmóvil,
cruzados los brazos sobre el pecho, para evitar el manoteo de ceremonial; i
pronunciaba su oración en tono de conversación, parecido al sistema que Mr.
Thiers ha introducido con tanto brillo en la Cámara francesa. Una vez
dictandome un sermón de San Ramón recordó una escena de infancia en que había
sido aplastado por una tapia, i sido necesario desmoronada sobre sus hombros, a
golpes de azadón, para desembarazarlo. Salváronlo los huesos de hierro en que
estaba armado su cuerpo, colocado de bruces sobre pies i manos, i la
intercesión de San Ramón a quien invocaba llorando su madre, sobre cuyo corazón
resonaba cada golpe de azada, temiendo que le reventaran el hijo de sus
entrañas, mientras que el fornido travieso gritaba desde abajo: "den no
más que todavía, aguanto." Hacía alusión a este milagro del santo, i el
llanto de la gratitud empezó a humedecer su voz, a medida que me iba dictando;
anublabánseme a mí los ojos, i caían sobre el papel gruesas lágrimas que
echaban a perder lo escrito e impedían continuar, hasta que soltando él el
llanto de recio, pude yo desahogarme, i oyéndome él, me llamó con sus brazos, i
lloramos i sollozamos, juntos largo rato, hasta que me dijo, dejémoslo para
mañana... somos unos niños!
La manera de trasmitirme las ideas,
habría hecho honor a los más grandes maestros. Llevábamos un cuaderno, con el
título de Diálogo entre un Ciudadano i un Campesino que siento haber perdido no
hace mucho tiempo. Era yo el ciudadano, i sabiendo la gramática, castellana, i
comparando con ella la latina, me iba enseñando las diferencias. Declinaciones
distintas de las de Nebrija servían de tema, i al estudio de las leyes de la
conjugación se seguía, el de los verbos regulares formados por mi sobre las
radicales. De mis preguntas i de sus respuestas, íbase de día en día engrosando
el diario, i a poco, i siempre estudiando los rudimentos, empecé a traducir en
lugar de Ovidio i Cornelio Nepos, un libro de jeografía de los Jesuitas. Dábale
lección casi siempre a la sombra de unos olivos, i más que del latín me
aficionaba a la historia de los pueblos que animaba con digresiones sobre la
tela jeográfica de la traducción. Así olvidé i volví a estudiar varias veces el
latín, pero desde niño fue mi estudio favorito la jeografía. Pasábamos en
pláticas variadas el tiempo, i de ellas algún dato útil se quedaba siempre
asentado en mi memoria. Todos los accidentes de la vida subministraban asidero
a alguna observación, i yo sentía, de día en día que el horizonte se me
agrandaba visiblemente. Una vez me dijo: pásame tal libro de sobre la cómoda.
Al tomarlo hube de remover el mueble, i mi crucifijo de bella escultura que
había en ella, se estremeció, escurriéndosele la corona de cordel entretejido
sobre el cabello de madera hasta detenerse sobre los hombros. Qué le ha
sucedido al Señor, me preguntó con tono blando? -Es que yo fui a tomar el
libro, i la cómoda... -No importa, me replico, esplícame lo que ha sucedido i
por qué? -Hícelo en efecto, i añadió: en Chile sucedió en un temblor lo mismo
que tú has visto; i me contó la historia del Señor de Mayo, con comentarios que
al vulgo de los creyentes habrían parecido impíos, citándome las disposiciones
del concilio de Trento sobre imájenes innobles i sobre la autenticidad de los
milagros i los requisitos legales diré así, para estar en el deber de darles
crédito. No hace muchos años que dando cuenta de una pieza de teatro, añadí sin
saberlo, qué sé yo que frase en que entraba la monja Sañartu. Grande alboroto
en Santiago; gruesas i gordas injurias me llovieron sobre la calumnia, i hasta
un personaje de la Iglesia metió su cucharada contra el escándalo. ¿De dónde
diablos, me decía yo a mí mismo confundido, he sacado yo este maldito cuento?
Era según pude recordarlo, historia que me había contado mi tío José; pero que
yo creía pasada en autoridad de cosa juzgada i de ahora cien años. Guardeme mi
esplicación para mí mismo, mandando de retirada algunas merecidas andanadas a
mis adversarios.
Cuidábase Don José de espulgar mi tierno
espíritu de toda preocupación dañina, i las candelillas, los duendes i las
ánimas desaparecieron después de largas dudas i aun resistencias de mi parte.
Estábamos una noche solos ambos en nuestra solitaria habitación de San
Francisco del Monte, i había velándose en la vecina Iglesia el cadáver de una
mujer hidrópica. Anda Domingo, me dijo, i tráeme de la sacristía el misal que
necesito ver un speibus que hai, contra lo que dice Nebrija. Tenía yo que
entrar por la puerta de la Iglesia, dejar atrás el atahud rodeado de velas,
tomarle una, o resolverme a engolfarme en el cañón oscuro del edificio i entrar
en la sacristía. Estuve sudando a mares en la puerta gran rato, avanzando un
paso i retrocediendo, hasta que desenvolviéndose el miedo que se estimula a sí
mismo i multiplica sus fuerzas, yo renuncié a entrar, i me volvía cola entre
piernas, a confesarle a mi tío que tenía miedo a los difuntos; iba resuelto
como un baladrón puesto a prueba, a pasar por la vergüenza de humillarme hasta
merecer el desprecio, cuando por una ventanilla vi la cara plácida, tranquila
de mi tío que dejaba deslizar lentamente el humo de una reciente fumada del
cigarro. Al ver esta fisonomía noble me creí un vil, i volviendo sobre mis
pasos entré a la iglesia, dejé atrás al difunto, i en alas del sentimiento del
honor que no ya del miedo, tomé a tientas el libro i salí levantandolo alto,
como si dijera ya a mi maestro: he aquí la prueba de que no tengo miedo. De
regreso empero, parecíame de lejos que no había espacio suficiente para pasar
sin esponerme a que el difunto me echase garra de las piernas. Esta seria
reflexión me conturbó un momento, i describiendo en torno suyo un círculo,
vuelto el cuerpo i los ojos hacia él, rozando la espalda contra la muralla,
marchando de lado, después para atrás por no perderlo de vista, hasta tomar la
puerta, yo salí de aquella aventura sano i salvo, i mi tío recibió el libro, i
buscó en él i halló el caso. Pero él ignoró toda su vida las peripecias que
habían ajitado mi espíritu en seis minutos. Yo había sido vil, grande, heroico,
valiente i miedoso, i pasado por un infierno, por no sentirme indigno de su
aprecio.
La historia de don José de Oro puedo
recomponerla de mis recuerdos. Estudio i se ordenó en Chile i sé casi todos los
accidentes de su vida de colejio. Clérigo joven, ardiente i gaucho, hacía
arreos de mulas para Salta cuando la reconquista de Chile hubo de ofrecer a su
ardorosa virilidad campo más digno. Hallose en la batalla de Chacabuco i
ausilió a varios moribundos en medio de la metralla. Nunca pude hacer a San
Martín en Francia entrar en pormenores sobre sus desagrados con el clérigo Oro
pero ellos habían chocado i los Oros sido presos como partidarios de los
Carreras, o más bien como enemigos de San Martín i don Ignacio de la Rosa, su
teniente en San Juan. Conservábales una profunda enemiga i me hablaba siempre
de sus feudos. Algo de serio debió sin embargo ocurrir, puesto que cuando nos
reunimos hacía años que estaba sepultado en su viña, sin relaciones, i separado
de toda injerencia en las cosas públicas. Durante la administración ilustrada
de D. Salvador M. del Carril, fue nombrado representante de la junta
provincial, i su presencia bastó para cortar una grave cuestión que se debatía
de mucho tiempo, i traía alborotado al público que acudía a las ventanas i
puertas del salón de Jofré, en que se tenían las sesiones. Tratábase de abolir
el derecho de óleos, aquel peaje que pagamos a la entrada de la vida, i el
clérigo Astorga, que habla sido godo empecinado i era entonces católico rancio,
para ser después federal neto, asusaba el fanatismo de los mismos pobres a
quienes, se quería alijerar de aquella gabela, ni más ni menos como ahora los
bárbaros llaman salvajes, i estranjeros, a los que se interesan por volverlos a
contar entre los pueblos civilizados. El Presbítero Oro no bien hubo prestado
juramento, pidió la palabra, apartó la cuestión de relijión de lo que era
puramente financiero, confundió a Astorga que arañaba la silla con sus dedos
crispados, i los óleos fueron abolidos i continúan así hasta hoi.
Más tarde don José se separó del partido
de los hombres de progreso de entonces que eran centenares, i se disgustó con
Carril, no tanto por las ideas liberales, cuánto por algunas susceptibilidades
heridas. He oído contar un hecho de entonces, que muestra la rara mezcla de
cualidades altas, con las más injustificables estravagancias. Dábase un convite
en el Tapón de los Oros, represa hecha sobre un arroyo a que asistían Carril i
medio San Juan para sondear la opinión sobre la Carta de Mayo: D. José no había
sido invitado, i en despique desnudose en su casa como para echarse en el baño,
montó en pelo un caballo, i presentose a la vista de los convidados al
arrojarse a la represa de agua; bañose tranquilamente buen rato, i saltando con
gracia en el caballo negro en que resaltaban sus formas blancas i nerviosas
como un atleta antiguo, tomó la vuelta hacia su casa, sin responder a los que
lo llamaban. No respondo de la veracidad del hecho, que yo nunca le vi hacer
nada estravagante.
Estos incidentes lo echaron en el partido
federal de entonces que contaba en su seno hombre de pro, e ilustrados. Era el
Dr. don Salvador María del Carril el mayor de los hijos de don Pedro del
Carril, graduado en la Universidad de Córdoba, discípulo aventajado del célebre
Dean Funez, lleno del espíritu de Rivadavia i trasluciendo en sus modales i
altaneros la cultura de la época i la hidalguía de su familia.
Su palabra era breve, precipitada, como
la del jefe que se escusa de esplicarse ante sus subalternos, acompañada de
movimientos rápidos, i jesticulaciones desdeñosas e impacientes. Era Carril el
jeneroso aristócrata, que otorgando instituciones a la muchedumbre, parecía
estar de antemano convencido de que no sabrían apreciar el don, i se cuidaba
poco de hacerlo aceptable. Sed libres, les decía en la Carta de mayo, que sois
demasiado inhábiles para que os tome por esclavos. Tenía razón! Los colonos
españoles, han mostrado el mismo sentimiento de los negros viejos emancipados
que prefirieron la esclavitud a la sombra del techo de sus amos, desechando una
libertad, que habría exijido que pensasen por sí mismos. Carril dictaba con una
rapidez que traía atareados a sus escribientes, dando en esto muestra de la
claridad i fuerza con que se sucedían sus ideas.
Ejerció en San Juan tal influencia que
llegaba hasta la fascinación. Tenía fe la población en masa en sus talentos i
saber, i todas las reformas que adoptó eran de antemano apoyadas i sostenidas
por el asentimiento público. Tal debía ser su popularidad en los primeros
tiempos de su gobierno, que para oponerse a la sanción de la Carta de mayo, se
corrieron listas entre las mujeres, tan conocido, era de sus opositores mismos
su escaso número. Las altas cuestiones de organización que propuso, le
suscitaron descontentos, i una guarnición de cincuenta hombres bastante apenas
para cubrir las guardias, se sublevó contra él i lo depuso del mando. Carril
con los suyos emigró a Mendoza de donde vino una división i sufocó el motín.
Tuvo lugar entonces un hecho que muestra la noble escuela política a que
pertenecía. La víspera de la batalla de las Leñas, reunió en su tienda de
campaña a todos los que le seguían, i les espuso la necesidad de costear de sus
bolsillos los gastos de la espedición que serían reembolsados por el tesoro
nacional. Mas el triunfo cegó aquellos ánimos visoños, i el resentimiento por
las injusticias, exacciones i violencias de que habían sido víctimas, les
aconsejo imponer multas a los vecinos implicados en el motín del 26 de julio.
La mayoría inmensa de votos sufocó su voz; i no queriendo mancharse, renunció
el mando. ¡Harto caro la han pagado los que desoyéndolo, se dejaron arrastrar
por las pasiones del momento! Las medidas de persecución de entonces, tuvieron
horrible desquite más tarde, i todos, con lijerísimas excepciones han espiado
después una primera falta.
Don Salvador María fue llamado al
Ministerio de Hacienda por Rivadavia, i mostró en aquel destino poderes a la
altura de su situación. Renunció con Rivadavia, hasta que con la revolución del
1.º de diciembre fue nombrado de nuevo ministro por el Gobierno provisorio,
siguiendo más tarde la suerte de su partido. Casose en Mercedes en la Banda
Oriental, ejerció la profesión del comercio algún tiempo, reapareció en 1840
con Lavalle como comisionado de los Arjentinos de Montevideo; asistió a las
conferencias tenidas en Martín García, con los jefes de la escuadra francesa;
fue nombrado después intendente del ejército; i a haber seguido Lavalle sus
consejos, otro rumbo hubiera tomado la revolución. Reside hoi en el Brasil en
Santa Catalina, respetado de cuantos le conocen.
San Juan le debe la creación de su única
imprenta, inutilizada ya después de veinte i cuatro años de rudo servicio, la
fabricación del Rejistro Oficial, la delineación de la ciudad, una alameda, i
la vana tentativa de dar una carta fundamental, que contuviese i reglamentase
los poderes. Rodeose de los hombres más eminentes que la provincia tenía, i
entonces eran muchos, i la época de su gobierno fue sin duda la más brillante
de San Juan. Su memoria está hoi olvidada, como la de Laprida, la de Oro, i
tantos otros hombres de jenio de que debiera honrarse aquella provincia.
Cinco familias de Carriles hermanos de
don Salvador María, están hoi establecidas definitivamente en Copiapó, Santa
Catalina i Coquimbo, rayando en cosa de medio millón de pesos la fortuna que
entre todos han sabido reunir en el destierro; la casa paterna en San Juan ha
servido hasta este año de Palacio Episcopal, i los cuantiosos bienes del
antiguo jefe de la familia, el ricacho de San Juan, don Pedro, se han consumido
i desmoronado en una partición, que la impericia, la pereza i las malas
pasiones prolonga inconclusa hace ya doce años. Miden sesenta i seis cuadras
cuadradas las viñas de la testamentaria, i las tierras incultas describen una
línea de siete leguas de costado desde la calle, Honda hasta, las faldas del
Pie-de-Palo.
Después de la batalla de las Leñas en que
los suyos fueron vencidos, Don José de Oro emigró a San Luis, i fui yo a poco a
reunírmele abandonando la carrera de injeniero que había participado. Nos
queríamos como padre e hijo, i yo quise seguirlo, i mi madre por gratitud lo
aprobaba. Algunos rastros han debido quedar en San Francisco del Monte de
nuestra residencia allí. Introdujimos flores i legumbres que nosotros
cultivábamos, pasando horas enteras en derredor, de un alhelí sencillo, el
primero que nos nació. Fundamos una escuela, a que asistían dos niñitos
Camargos de edad de veinte i dos i de veinte tres años, i a otro discípulo fue
preciso sacarlo de la escuela porque se había obstinado en casarse con una
muchacha lindísima i blanca, a quien yo enseñaba el deletreo. El maestro era
yo, el menor de todos pues tenía quince años; pero hacían dos por lo menos a
que era hombre, por la formación del carácter i ai! del domador de aquellos,
que hubiese osado salirse de los términos de discípulo a maestro, a pretesto de
que tenía unos puños como perro de presa! La capilla estaba sola en medio del
campo como acontece en as campañas de Córdova i San Luis. Yo tracé, pues, que
tenía unos tres meses de injeniero, el plano de una villa, cuya plaza hicimos
triangular para darnos buena maña con la escasa tela; delineose una calle en
cuyo costado trabajó un señor Maximiliano Gatica, si no fue olvido. Demolimos
el frente de la Iglesia que había pulverizado un rayo, i construimos un primer
piso de una torre, i coro, compuesto de pilares robustos de algarrobos coronado
de un garabato natural encontrado en los bosques que describía tres curbas, la
del centro más elevada que las otras, en a cual tallé yo en grandes letras de
molde, esta inscripción: San Francisco del Monte de Oro 1826. ¡Porqué rara
combinación de circunstancias mi primer paso en a vida era levantar una escuela,
i trazar una población, los mismos conatos que revelan hoi mis escritos, sobre
Educación popular i colonias?
Vagaba yo por las tardes a la hora de
traer leña por los vecinos bosques, seguía el curso de mi arroyo trepando por
as piedras; internábame en las soledades, prestando el oído a los ecos de la
selva, al ruido de las palmas, al chirrido de las víboras, al canto de las
aves, hasta llegar a alguna cabaña de paisanos, donde conociéndome todos por el
discípulo del cura i el maestro de la escuelita del lugar, me prodigaban mil
atenciones, regresando al anochecer a nuestra solitaria capilla, cargado con mi
hacesillo de leña, algunos quesos o huevos de avestruz con que me habían
obsequiado estas buenas jentes. Aquellas correrías solitarias, aquella vida
selvática en medio de jentes agrestes, ligándose sin embargo a la cultura del
espíritu por las pláticas i lecciones de mi maestro, mientras que mi físico se
desenvolvía al aire libre, en presencia de la naturaleza triste de aquellos
lugares, han dejado una profunda impresión en mi espíritu, volviéndome de
continuo el recuerdo de las fisonomías de las personas, del aspecto de los
campos, i aun hasta el olor de la vejetación de aquellas palmas en abanico i
del árbol peje tan vistoso i tan aromático. Por las tardes vuelto a casa, oía
en la cocina cuentos de brujos a una Na Picho i volvía más tarde al lado de mi
tío a promover conversación sobre lo pasado, a leer un libro juntos i preparar
las lecciones del día siguiente. Una mañana apareciose uno de mis deudos que
venía a llevarme a San Juan para mandarme de cuenta del Gobierno a educarme a
Buenos-Aires. Dejome obtar libremente, mi tío, i escribí a mi madre la carta
más indignada i más llena de sentimiento que haya salido de pluma de niño de
quince años. Todo lo que en ella decía, era sin embargo un puro disparate! Vino
a poco por mí mi padre, i entonces no había que replicar. Nos separamos tristes
sin decirnos nada, estréchandome él la mano i volviendo los ojos para que no lo
viera llorar. Ah! Cuando nos juntamos después de su regreso de a Convención de
Santa Fe a que fue nombrado diputado en 1827 era yo... unitario! La razón que
él había desenvuelto, con tanto esmero, había visto claro i una vez que tocamos
el asunto, vio él que habían de mi parte convicciones profundas, lójicas,
razonadas que pedían ser respetadas. Después nos veíamos como amigos;
visitábalo yo después en su viña de noche, i ya hombre i teniente de línea
pasaba las más gratas horas al lado de su lecho en que estaba postrado,
oyendolo hablar i abandonarse sin reserva a los recuerdos de lo pasado. Alguna
vez le vi poseído de tal preocupación, que dudé por la primera vez en aquel
momento estaba fresca su razón. Más tarde supe que los vapores del vino
avivaban aquella existencia monótona, para remontar su alma cuando el cuerpo
decían. Mientras vivimos juntos, nunca le vi señal ninguna de exaltación
estraordinaria, sin embargo, de que usaba del vino en cantidades moderadas, i
en San Juan es esta una enfermedad que se lleva a centenares de vecino... Al
declinar de la edad, desencantados de la vida, sin esperanzas, sin emociones,
sin teatros, sin movimiento por que no hai educación, ni libertad, dan muchos
en irse temprano a sus viñas. A soledad i el vacío del espíritu traen el tedio,
este llama al vino, como antídoto i concluyen por perderse de la sociedad i
darse a la embriaguez misantrópica solitaria i perenne.
Murió Don José de Oro en 1836, como había
vivido, el hijo de la naturaleza, el campecino como, gustaba a apellidarse en
el Diálogo conmigo. Dormía entre dos puertas en el invierno, bajo la techumbre
celeste en el verano. Saltaba de la cama a las tres de la mañana en todos los
tiempos, i su tos mui conocida, se oía en la soledad de la noche, mientras
vagaba por las vecindades de su viña. Jamás el sol pudo sospechar que se
acostaba en la cama. Cuando su fin se aproximaba fuese a las cordilleras donde
estaba su hacienda, para respirar aires más puros, i allí murió rodeado de
algunos de sus deudos, bendecido de todos, i casi sin sentirlo. La bondad de
este hombre rarísimo, pasaba todos los límites conocidos. Preveníanle una vez
que su mayordomo le robaba; i contestaba riéndose: Ya lo sé; pero qué diablos
quieren que haga? tiene este canalla un cardumen de hijos i si lo despido se
mueren de hambre. Siendo ministro de gobierno de Don José Tomás Albarracín el
año 30, cúpole a mi madre por mi cuenta una contribución de seis bueyes gordos,
a tres días vista. Había firmado mi tío José la implacable orden, i cuando mi
madre se desolaba no sabiendo de donde pintar seis bueyes, ella que no tenía
que comer, el ministro entraba en su casa diciéndole: no llore, no sea sonsa;
hace media hora que partió un propio para bajar de los Sombreros ocho novillos
gordos que le traerán para que pague la contribución i haga sus provisiones de
invierno. Últimamente Facundo le echaba una contribución de vestuarios i el
buen clérigo sabiéndolo, trajo a casa su guarda ropa de pantalones, levitas i
manteos, él se dio maña i trazó media docena de piezas de guarnición.
FR. Justo de S.ta María de Oro
De entre aquellos sabandijas vivarachos,
turbulentos i traviesos de los hijos de Don Miguel, el mayor de todos, Justo,
contrastaba por el reposo de su espíritu reflexivo, i la blandura de su
carácter. Era la víctima de la malicia inquieta de sus hermanos José i Antonio
en la niñez; tirábanle con las almohadas cuando dormía, meábanle las botas
cuando iba a levantarse, i a toda hora del día suscitábanle tropiezos,
tendíanle asechanzas, i lo acusaban a su severa madre de diabluras que ellos
hacían exprofeso para ponerlo en aprietos.
El niño Justo fue llamado así para
perpetuar el nombre de Fr. Justo Albarracín su tío, que era cuando nació la
lumbrera del Convento de Santo Domingo i el timbre de la familia; i en aquellos
tiempos en que las familias aristocráticas estaban debidamente representadas en
los claustros, el primojénito de a familia Oro fue destinado a seguir bajo el
hábito dominico la no interrumpida cadena de frailes sabios de la familia.
Mostrose desde luego, digno sucesor de sus antepasados; i en prosecución de sus
estudios fue enviado a Santiago, capital entonces de las provincias de Cuyo,
donde distinguiéndose por su capacidad desempeñaba cátedras de teolojía a la
edad de 20 años; recibió las órdenes sagradas a los 21 años por dispensa de Pío
VI, i pasó a la Recoleta Dominica luego en prosecución de a perfección
monástica. Sus prendas de carácter, saber i costumbres debían ser mui
relevantes, puesto que los Recoletos lo pidieron a pocos años de incorporado en
su orden por Director vitalicio, i que el Jeneral de la Orden en España acordó
esta solicitud.
El nuevo prelado se entregó desde luego
al instinto creador de su jenio. La hacienda de Apoquindo perteneciente a la
comunidad, debía transformarse en una sucursal de la Recoleta Dominica, i para
obtener los permisos necesarios o hacer adoptar sus planes al Jeneral de la
Orden, hizo un viaje a España, la Europa de aquellos tiempos, en donde lo
sorprendió la revolución de la Independencia. Como Bolívar, como San Martín i
todos los que se sentían con fuerza para obrar, voló a incorporarse a los
suyos, desembarcó en Buenos-Aires, aplaudió la revolución, vio de paso a su
familia, regresó a Chile a su convento, i después de haber prestado su
cooperación a los patriotas hasta 1814, emigró a las Provincias Unidas en el
momento de la restauración de la dominación española. Nombrado Diputado al
Congreso de Tucumán por la provincia de San Juan con el ilustre Laprida que fue
electo Presidente, tuvo la gloria de poner su forma en el Acta de la
Declaración de Independencia de las Provincias Unidas, tomando parte en todos
los audaces trabajos de aquel Congreso; siendo suya la moción que adoptó el
Congreso de aclamar por Patrona de la América i Protectora de la Independencia
Sur-Americana, a Santa Rosa de Luna.
La reconquista de Chile abría de nuevo a
su actividad el teatro de sus primeros honores, acrecentados ahora con el
prestijio que daba la participación en las decisiones del Congreso de Tucumán,
que a lo lejos inspiraban una especie de estupor a fuerza de ser solemnes i
decisivas. En 1818 zanjó una de las mas graves cuestiones que embarazaban la
marcha de los negocios. Las Órdenes relijiosas divididas en realistas i
patriotas dependían del Jeneral de la Orden establecido en España; i la
influencia popular del fraile podía echarse de través en la marcha de la
revolución aun no bien asegurada. El Provincial Fr. Justo de Santa María
declaró la Independencia de la Provincia de San Lorenzo Mártir de Chile en la
Orden de Predicadores, como los patriotas chilenos habían declarado la
Independencia civil i política de la nación, como él mismo había firmado la
Acta de la emancipación de las Provincias Unidas. Al leer las Actas Capitulares
del Definitorio de la Orden de Predicadores, se reconoce que han sido
inspiradas por el jenio del Congreso de Tucumán. "Fr. Justo de Santa María
de Oro, dicen, Profesor de Sagrada Teolojía i humilde Prior i Provincial de la
misma Provincia. Venerables Padres i hermanos carísimos: Conforme a los
principios inmutables de la razón i de la justicia natural, declaró Chile su
libertad dada por el Creador del Universo, decretada por el orden de los
sucesos humanos, i confirmada por la gracia del Evanjelio. A despecho de la
ambición i del fanatismo del antiguo trono español, despedazó las cadenas de su
esclavitud, rompió todos los vínculos que lo ligaban a la triste condición de
una colonia, i declaró ser, según los designios de la Providencia, un Estado
soberano, independiente de toda dominación estranjera. Revindicando su libertad
i en ejercicio de ella misma constituyó los altos poderes que han de regular, i
dirijir a su felicidad a la nación."
"La Iglesia ha seguido en todos
tiempos los progresos de la civilización i engrandecimiento de los imperios
para apoyar i sostener la Independencia Nacional. Desde que un Estado recobra
su libertad, al punto caduca al respecto del clero secular i del regular toda
la jurisdicción que ejercían en ellos los prelados de otro territorio. Esta se
devuelve al Sumo Pontífice, &c..."
Sobre tan sólida base se declaró la
Independencia de la Provincia de Santiago, quedando reasumidas las atribuciones
de Jeneral de la Orden en el mismo Fr. Justo, Provincial de la Recoleta
Dominica.
El convento había dado pues, todo lo que
podía en honores, trabajos, i títulos. El D.r Fr. Justo necesitaba un nuevo
campo, una mitra sentaría bien sobre la cabeza del Prior, Provincial i Jeneral
de la Orden. León XII trabajaba por entonces en anudar las relaciones
interrumpidas por la revolución entre la Sede apostólica i las colonias
americanas; una buena política le aconsejaba congraciarse la América
independiente para cohonestar el cargo que sobre la Sede apostólica pesaba de
complicidad i connivencia con los Reyes de España. El por tantos títulos digno
Diputado de uno de los Congresos americanos, era pues un candidato para el
episcopado, que acreditaría aquellas buenas disposiciones de la Santa Sede.
Sabíalo el padre Oro, i tenía sus ajentes en Roma que le avanzaban la jestión
de sus negocios. En 1827, le vine recomendado por su hermano Don José, como un
miembro de la familia; acojiome con bondad, i a la segunda entrevista me inició
en sus proyectos, contándome todo lo obrado, a fin de que pudiese a mi regreso
a San Juan, satisfacer plenamente la curiosidad de sus deudos. Sus Bulas de
Obispo Taumacense no tardaron en llegar en efecto. Consagrolo en San Juan el
Señor Cienfuegos en 1830, i poco después fue creado Obispo de Cuyo por Gregorio
XVI, que al efecto segregó esta provincia del Obispado de Córdova.
Esta erección de un nuevo Obispado dio
motivo a que Oro volviese a tomar la pluma para desbaratar los obstáculos que a
sus designios querían oponerse. Era por entonces Vicario capitular en sede
vacante de la Catedral de Córdova el Dr. D. Pedro Ignacio de Castro Barros,
antiguo diputado del Congreso de Tucumán i Cura titular de la Matriz de San
Juan, la misma que iba a ser elevada a Catedral. Desde 1821 en que había sido
nombrado cura, los gobiernos sucesivos de la Provincia le habían prohibido
entrar en funciones, por librarse de las malas artes de aquel caudillo del
fanatismo; desempeñandolo como cura sufragáneo el Presbítero Sarmiento hoi
Obispo de Cuyo, i para quien venían Bulas que lo elevaban a la dignidad de Dean
de la nueva Catedral. El Dr. Castro Barros, fuese ambición, fuese terquedad, se
negó a reconocer las Bulas pontificias, reunió el Cabildo de Córdova, i por una
serie de irregularidades, poniendo aun en duda la autenticidad de los diplomas,
elevó una representación a la Curia, para que desistiese de la segregación ya
ordenada i consumada. El Obispo Oro mandó imprimir a Chile un folleto El Dr.
Castro Barros ha publicado su Recurso al respaldo de un Panejérico de San
Vicente Ferrer, Buenos-Aires 1835, Imprenta Arjentina. En los documentos
publicados por el Obispo Oro, nótase esta frase del oficio del Gobernador de
San Juan, dictado por el mismo Obispo: "-Por lo cual el Gobierno advierte
al Sr. D. Pedro Ignacio de Castro, que considera atentatoria a la Relijión,
Unidad de la Iglesia, obediencia al Romano Pontífice, i consideraciones debidas
a este gobierno de San Juan, las pretensiones que promueve en la nota de 15 de
agosto, que se le dirije de Córdova, i deja terminantemente contestada con la
reserva, en el archivo secreto de esta administración." Barros por la nota
así contestada había querido sublevar la autoridad civil como lo consiguió en
Mendoza, a fin de oponerse a la decisión de la Silla apostólica. El párafo 31
de la impugnación del Obispo Oro lo dice terminantemente. "Se ha puesto
igualmente el reparo de faltar al Breve de que se trata, el plácito de la
autoridad temporal; i para ello se dice, que este es un asunto esencialmente
nacional, que exclusivamente pertenece al Congreso Jeneral; se incita a los
Sres. Gobernadores de Cuyo (a protestar contra la Bula); se toca el influjo del
Exmo. de Córdova, encareciendo la eminencia del puesto que ocupa; i recordando
a los demás Exmos. Sres., hallarse constituidos en los mismos deberes."
Por fin en la nota añade: "El Sr.
Castro Barros escribió proponiendo una transacción entre aquella Curia i el
Vicario Apostólico, sin que cosa alguna se hiciera trascendental. En 6 de
agosto propone al Capítulo ajenciar este negocio con los Gobiernos de Cuyo
(esta no ha remitido en copia); hace suspender la primera sobre el
obedecimiento del Cabildo en 25 de julio; con sus oficios de ajenciamiento
alarma a dichos Gobernadores, provocándolos a un desobedecimiento a la Silla
Apostólica, da al público impreso su dictamen de resistencia al Santo
Padre."
Estas intrigas del Dr. Castro Barros
fueron fatales a su ambición. Un año después recibió de Roma el aviso de estar
nombre inscrito en las notas negras de la Curia Romana, como sacerdote rebelde
a la autoridad pontificia, i por tanto inhábil para desempeñar durante su vida
función ninguna eclesiástica. En vano Castro Barros envió a sus espensas al
clérigo Allende su amigo a Roma, a sincerar su conducta: todas las puertas se
cerraban a la aproximación de Allende, quien tuvo que regresar a América, sin
una palabra de consuelo para su amigo, fulminado por los rayos de la Iglesia.
Desde entonces el Dr. Castro Barros se echó en el ultramontanismo más
exajerado, gastó mas de cinco mil pesos en reimprimir cuanto panfleto cayó en
sus manos, contra el Patronato Real, en defensa de los Jesuitas, de la estinta
inquisición, i cuanto absurdo puede sujerir el deseo de congraciarse con la
autoridad pontificia, a cuyo reconocimiento él había querido poner trabas,
cuando aquel reconocimiento no convenía a sus intereses particulares. En 1847,
cuando estuve en Roma, me preguntaron por Castro Barros personas que tenían
injerencia en la Curia Romana, repitiéndome la proscripción irrevocable que
pesaba i pesaría sobre él hasta su muerte. Las principales obras espiatorias de
Castro Barros son el Triario literario o tres sabios dictámenes sobre los
poderes del sacerdocio i del imperio, reimpreso en Buenos-Aires a expensas del
Dr. Castro Barros con el loable objeto de que se salve su recíproca
independencia. -Restablecimiento de la Compañía de Jesús en la Nueva Granada,
reimpreso a solicitud del Dr. Castro Barros, con notas suyas que dicen:
"Los Papas, Inquisición, Compañía de Jesús, i todos los Institutos
relijiosos, han sido siempre impugnados i zaheridos por los herejes, impíos i
demás, enemigos de la relijión católica." "Con más razón los Jesuitas
serán los granaderos del Papa en la Nueva Granada..." equívoco ridículo,
al que puede añadirse el verso de Beranger: Les Capucins sont nos cosaques,
etc. "Nada de esto agrada a los filósofos del día, sigue, porque dicen
que, no hai Dios cielo, ni infierno. Ah Bestias! "Estos i otros desahogos
del ambicioso condenado por la Iglesia, le merecieron a su muerte en Chile los
honores de Santo i uno de sus panejiristas esclamaba al fin: "Si no
temiese anticiparme a los fallos de la iglesia, yo solicitaría la protección de
San Pedro Ignacio Castro." Pero como no se hacen santos, sin la
beatificación de la Iglesia, podemos estar seguros de no tener que doblar la rodilla
ante uno de los majaderos que más sangre han hecho derramar en la República
Arjentina por fanatismo, por ambición personal, por intolerancia i por
hipocresía. Abandoné su biografía por no contrariar los propósitos de sus
adoradores, pero aquí me permito estampar la verdad en asuntos que son
puramente domésticos i que atañen a mi familia.
Después de consagrado i reconocido
Obispo, Fr. Justo se entregó a la multiplicidad de creaciones accesorias a la
Catedral que había levantado, i en esta tarea de todos los instantes de su vida
mostró la enerjía de aquel carácter, i la pertinacia de designio que enjendra
las grandes cosas. En una provincia oscura, destituida de recursos, debía
establecerse una Catedral, un seminario conciliar, un colejio para laicos, un
monasterio abierto a la educación de las mujeres, un coro de canonigos dotados
de rentas suficientes; i todo esto lo emprendía Fr. Justo, a un tiempo, con tal
seguridad en los medios, i tan clara espectación del fin, que se le habría
creído poseedor de tesoros, no obstante que a veces i casi siempre faltábanle
los medios de pagar el salario de los peones. Quería construir un Tabernáculo,
i faltábale el modelo i el artista que debía ejecutarlo; pero él tenía todo lo
demás, la idea i la voluntad, que son el verdadero plano i el artista.
Llamábame entonces a mí, tenido por él i por su familia por mozo injenioso, i a
tientas i con mal delineados borrones, tomando de un libro un capitel de
columna i aun consultando a Vitrubio, llegamos al fin a trazarnos nuestro tabernáculo
sobre seis columnas dóricas i una cúpula a guisa de linterna de Diójenes, para
que un carpintero menos idóneo aun, realizase aquel imperfecto bosquejo ¡Pero
ai! que el Tabernáculo estaba destinado para servir de docel a más humilde
objeto de veneración. Estrenélo yo en el catafalco, hecho en sus exequias, i en
el cual, simbolizando las dos grandes faces de su vida, se apoyaban la estatua
de la Libertad con la Acta de la Independencia en la mano, i la de la Religión
con la Bula que le constituía Obispo, esfuerzos de voluntad más que de arte,
hechos en honor de aquella vida tan llena, i sin embargo, interrumpida tan
adeshora. Todos sus trabajos estaban ya a punto de concluirse, cuando lo
sorprendió la muerte; i en los momentos de expirar, "dese prisa, decía, al
notario que le servía de escribiente, "dese prisa que quedan pocas horas,
i tenemos mucho que escribir;" i en efecto, en aquel momento supremo, daba
disposiciones para la terminación de la iglesia del monasterio; la manera como
debía enmaderarse; los recursos i materiales que tenía acumulados; sobre su
correspondencia a Roma, idea de un adorno para la construcción del coro, el
destino de algunas sumas de que le era deudora la Recoleta Dominica, detalles
de familia, testamento, su alma entera i su pensamiento prolongándose al través
de la muerte; i como se lo decía al Sr. Dean que lo acompañaba en sus últimos
momentos "mi corazón está en Dios, pero necesito mi pensamiento aquí, para
arreglar la continuación i terminación de mi obra." La muerte interrumpió
aquel dictado, dejando cortada una frase!
Su instrucción era vastísima para su
tiempo. Había aprendido el francés, el italiano i el inglés; era profundo
teólogo, esto es filósofo, i de sus pláticas frecuentes pude colejir que sus
ideas iban más adelante, sin traspasar los límites de lo lícito, de aquello que
exijía su estado. La cualidad dominante de su espíritu era la tenacidad,
tranquila a la par que persistente. Sabía esperar, aguantándose a palo seco sin
perder camino, cuando las dificultades arreciaban. Si solicitaba una concesión
necesaria, ensayaba su influencia para obtenerla; desesperanzado pedía otra que
conducía al mismo fin, i después la primera bajo una nueva forma. Diez años más
de vida habrían dado a San Juan, por conducto del Obispo Oro, progresos que
todos sus gobiernos no han sido parte a asegurarle. Quiroga le estorbó fundar
un colejio, i la muerte terminar su monasterio docente; i como él debía toda su
importancia a la estensión de sus luces, i a la claridad de su injenio, habría
puesto toda aquella fuerza de voluntad, que hacia el caudal de sus medios de
acción, en jeneralizar la instrucción. El Obispo Oro ha muerto pues,
permaturamente a los 65 años, habiendo gastado toda su vida en el penoso
ascenso que de humilde fraile de un convento lo llevaba al Obispado; mala
estrella común a muchos hombres de mérito que tienen que levantar uno a uno
todos los andamios de su gloria, crearse el teatro, formar los espectadores,
para poder exhibirse en seguida. ¡Cuantas veces es destruida la obra, que es
fuerza volver a comenzar! Cuántos días i años pasados en presencia de un
obstáculo que embaraza el paso!
El monasterio que intentó fundar revelaba
la elevación de sus miras, i los resultados de una larga esperiencia,
ausiliados i bonificados por el estudio de las verdaderas necesidades de la
época. Los votos de las monjas no debían ser obligatorios sino por cierto
numero de años, concluidos los cuales, debían volver a la vida civil, si así lo
tenían por conveniente, o renovar sus votos por otro periodo determinado. El
monasterio debía ser mi asilo, i además una casa de educación pública. Debía
fundarlo una monja hermana suya que estaba en el monasterio de las Rosas en
Córdova i que hoi ha vuelto a San Juan... loca.
Algunos años después, yo emprendí con
Doña Tránsito de Oro, hermana del Obispo, i digno vástago de aquella familia
tan altamente dotada de capacidad creadora, la realización de una parte del
vasto plan de Fr. Justo, aprovechando los claustros concluidos, para fundar el Colejio
de Pensionistas de Santa Rosa, advocación patriótica dada por él al monasterio
i que cuidamos de perpetuar nosotros. Hija única de doña Tránsito i de uno de
mis maestros era una niña que desde su más tierna infancia revelaba altas dotes
intelectuales. Fr. Justo, habiéndome conocido en Chile en 1827, i gustado mucho
de hallarme mui instruido en jeografía i otras materias de enseñanza, escribió
más tarde a su hermana que me confiase la educación de su hija; i de mi
aceptación i de los resultados obtenidos, salió entero el programa de
educación, i el intento del colejio de Pensionistas de Santa Rosa, que abrimos
el 9 de julio de 1839, para conmemorar la Declaración de la Independencia, en
que Fr. Justo había tenido parte, i hacer de los exámenes públicos del Colejio,
una fiesta cívica provincial, puesto que Láprida el Presidente del Congreso de
Tucumán, era nuestro compatriota i aun deudo mío.
En el discurso de apertura del colejio
que se rejistra en el núm. 1.º del Zonda, dando cuenta de la escena el
malogrado joven Quiroga Rosas decía. "La primera voz que sonó fue la del
joven Director, Don Domingo Faustino Sarmiento, que leía el Acta de la
Independencia, lo que el concurso escuchó con místico silencio. El mismo en
seguida pronunció el siguiente discurso, modesto por su forma, inmenso por el
fondo. "Señores: un día clásico para la Patria, un día caro al corazón de
todos los buenos, viene a llenar las espectaciones de los ciudadanos amantes de
la civilización. -La idea de formar un establecimiento de educación para
señoritas no es enteramente mía. Un hombre ilustre cuya imajen presencia esta
escena (El retrato del Obispo estaba colocado en la sala) i cuyo nombre
pertenece doblemente a los anales de la República, había echado de antemano los
cimientos a esta importante mejora. En su ardiente amor por su país, concibió
este pensamiento, grande como los que ha realizado, i los que una muerte
intempestiva ha dejado solo en bosquejo. Por otra parte, yo he sido el
intérprete de los deseos de la parte pensadora de mi país. Una casa de
educación era una necesidad que urjía satisfacer, i yo indiqué los medios;
juzgué era llegado el momento i me ofrecí a realizarla. En fin señores, el
pensamiento i el interés jeneral lo convertí en un pensamiento i en un interés
mio, i esta es la única honra que me cabe". El Colejio aquel cuya piedra fundamental pusimos entonces,
vivió dos años, i alcanzó a dar frutos envidiables. Oh, mi colejio! cuanto te
quería! Hubiera muerto a tus puertas por guardar tu entrada! Hubiera renunciado
a toda otra afición por prolongar más años tu existencia! Era mi plan hacer
pasar una jeneración de niñas por sus aulas, recibirlas a la puerta, plantas
tiernas formadas por la mano de la naturaleza, i devolverlas por el estudio i
las ideas, esculpido en su alma el tipo de la matrona romana. Habríamos dejado
pasar las pasiones febriles de la juventud, i en la tarde de la vida vuelto a
reunirnos para trazar el camino a la jeneración naciente. Madres de familia un
día, esposas, habríais dicho a la barbarie que sopla el gobierno: no entraréis
en mis umbrales que apagaríais con vuestro hálito el fuego sagrado de la
civilización i de la moral que hace veinte años nos confiaron: i un día aquel
depósito acrecentado i multiplicado por la familia desbordaría i transpiraría
hasta la calle, i dejaría escapar sus suaves exalaciones en la atmósfera. Es
posible, Dios mío! que hayamos de hacernos una relijión del conato de conservar
restos de cultura en los pueblos arjentinos i que el deseo de instruir a los
otros tome los aires de una vasta i meditada conspiración! Vuélvenme en los
años maduros las candorosas ilusiones de la intelijencia en las primeras
manifestaciones de su fuerza; i aun creo en todo aquello que la juvenil
inesperiencia me hacía creer entonces, i espero todavía.
Fue solemne i tierna nuestra despedida.
Seis u ocho niñas de diez i seis años, cándidas i suaves como los lirios
blancos, agraciadas como los gatillos que triscan en torno de su madre, fueron
a darme lección al último asilo que me ofreció mi patria en 1839, la cárcel
donde me tenía preparando para arrojarme de su seno por la muerte, la
humillación o el destierro; i en aquel calabozo infecto, desmantelado i cuyas
paredes están llenas de figuras informes, de inscripciones insípidas, trazadas
por la mano inhábil de los presos, seis niñas, la flor de San Juan, el orgullo
de sus familias, la promesa del amor, recitaban a la luz de una vela de sebo,
colocada sobre adoves, sus lecciones de jeografía, francés, aritmética,
gramática, i enseñaban los ensayos de dibujo de dos semanas. De vez en cuando
una rata disforme que atravesaba el pavimento, tranquila, segura de no ser
incomodada, venía a arrancar chillidos comprimidos de aquellos corazones
susceptibles a las impresiones como la temblorosa sensitiva. Las lágrimas de la
compasión habían arrasado al principio aquellos ojos destinados a suscitar más
tarde tormentas de pasiones; i terminada la lección, i depuesta la gravedad del
maestro, abandonádose sin reserva a la charla interminable, precipitada curiosa
e inconexa, que hace santas i anjelicales las efusiones del corazón de la
mujer. Algunas golosinas enviadas al preso por las amigas, fijaron el ojo
codicioso de alguna; i a la indicación de estarles abandonadas, echáronse sobre
ellas como banda de avecillas, charlando, comiendo, riendo i estirando los
blancos cuellos en torno del plato, de cuyo centro salían por segundos dedos de
marfil, escapándose con un bocado. Cantáronme un cuarteto del Tancredo de que
yo gustaba infinito, i despidiéronse de mí, sin pena, i animadas de nuevo
anhelo para continuar sus estudios. No nos hemos vuelto a ver más! Ni volveré a
verlas nunca, cuales las tengo en mi mente aquellas cándidas imájenes de la
nubilidad abierta a las castas emociones, como el cáliz de la flor que aspira
el rocío de la noche. Son hoi esposas, madres, i el roce áspero de la vida ha
debido ajar aquel cutis aterciopelado cual la manzana no tocada por la mano del
hombre, i la pérdida inocencia quitar a sus fisonomías la espansión curiosa i
presumida que muestra por su desenfado mismo a veces, que ni aun sospecha que
hai pasiones en su alma, a las que bastaría acercar una chispa para hacerlas
estallar con estrépito.
Domingo De Oro
Es el hijo mayor de Don José Antonio Oro,
hermano del Presbítero i del Obispo Domingo de Oro, cuyo nombre ha oído todo
hombre público en la República Arjentina, en Bolivia i en Chile, i de quien
Rosas escribía "es una pistola de viento que mata sin hacer ruido," i
a quien los arjentinos no han podido clasificar, viéndolo asomar en cada pájina
de la historia de la guerra civil, a veces en malas compañías, i casi siempre
rodeado del misterio que precede a la intriga; i como sus actos no pueden
inspirar terror porque nada hubo jamás de cruento en su carácter, desconfían de
él a lo lejos, prometiéndose huir de las seducciones irresistibles, de las
artes encantadoras de este Mefistófeles de la política. I sin embargo, Domingo
de Oro pudiera apostar que saldría sano i salvo de la caverna de una tigre
parida, si las tigres pueden ser sensibles a los encantos de la voz humana, a
la elocuencia blanda, risueña, sin aliño, pérfida si es posible decirlo, como
los espíritus que atacando una a una las fibras adormecen el cerebro i entregan
maniatada la voluntad. Este ensalmo se ha ensayado con el mismo éxito sobre
Bolívar i sobre Portales, sobre Rosas i sobre Facundo Quiroga, sobre Paz i
sobre Ballivian, sobre unitarios i federales, sobre amigos i enemigos; i en los
consejos del gabinete, como en los estrados i en las tertulias, la palabra de
Oro ha resonado única, dominante, atractiva, haciéndose un círculo de
auditores, domeñando todas las aversiones, acariciando artificiosamente las
objeciones para poder desnudarlas de sus atavíos, i así en descubierto
entregarlas al ridículo. Oro, de quien todos los hombres que de él han oído
hablar, han pensado mucho mal, i a quien han amado cuantos lo han tratado de
cerca, no es el pensador más sesudo, no es el político más hábil, no es el
hombre más instruido, es sólo el tipo más bello que haya salido de la
naturaleza americana. Oro es la palabra viva, rodeada de todos los accidentes
que la oratoria no puede inventar. Yo he estudiado este modelo inimitable; he
seguido el hilo de su discurso, descubierto la estructura de su frase, la
maquinaria de aquella fascinación májica de su palabra. Sus medios son simples,
pero la ejecución es tan artística, tan peculiar del maestro como la pincelada
de Rafael o la más rápida de Horace Vernet. La nobleza de su fisonomía entra
por mucho en los efectos de su dialéctica, como las decoraciones de la Ópera de
París, en Roberto el Diablo. Su alta estatura, sostenida con abandono i
flexibilidad está ya protestando contra la idea de arte o aliño en la frase; su
cara oval, pálida, morena, prolongada, se baña por segundos en emanaciones de
sonrisas que se derraman de su boca acentuada i graciosa, como el perfume de la
palabra que va a abrir su capullo, como las luces crepusculares que preceden a
la salida de la luna, convidando a todos los concurrentes a estar alegres. Sus
ojos llenos de bondad, de animación i de escepticismo, dan a aquella fisonomía
alegre, juguetona, un alegre melancólico al mismo tiempo, lo que dobla la
fascinación ejercida por una frente que prematuramente ha invadido toda la
parte superior del cráneo, limpio i brillante cual si nunca hubiese tenido
cabellos. Así creé uno estar oyendo a un sabio, a un anciano quebrantado por
los sinsabores del desencanto, i que se ríe de lástima i de pena de que haya
tanto de que reírse en esta vida.
He aquí, pues, uno de los grandes
secretos de Oro; los otros son de ejecución i no son menos certeros. Pronuncia
las palabras nítida i pausadamente, modulando cada una con el finido de una
miniatura, con un esmero que se conoce ser obra de un estudio largo i perseverante,
que ha concluido por convertirse en segunda naturaleza. La pasión, el fervor de
una réplica fulminante no lo harán jamás precipitar la frase, dar inapercibida
una coma, sin rotundidad un período, aunque no se trate sino de dar órdenes a
su criado. Si combate la idea ajena, Oro la adopta, la prohíja, i teniéndola en
sus brazos la presenta al que la emite, preguntándole con cariño, si tal otra
forma no la convendría mejor, si no la reconocerla por hija suya con tales o
cuales lunares menos, i el padre embobado empieza a negar a su criatura, i a
acariciar i adoptar la que Oro supone ser la lejítima; si asiente; lo hace de
tal manera que preste al pensamiento ajeno, la fuerza de un axioma, de un
resultado confirmado por su experiencia de los hombres i de las cosas; si
discute, oye las réplicas con interés, con mil sonrisas de benevolencia hasta
que la impertinencia de su adversario le deja tomar la palabra, i entonces, si
la cosa no vale la pena de discutirla, ni el contrario de convencerlo, lleva
por rodeos infinitos la conversación a mil leguas de distancia, a pretesto de
digresiones involuntarias, sembrando el camino de los dichos más picantes, de
los chistes más risibles; porque Oro sabe todo lo ridículo que ha sucedido en
América, i posee la tradición íntegra de cuanto la lengua posee inventado para
reír, historias de frailes enamorados, de zafios consentidos, de decretos i
leyes dictadas por estúpidos, con un repertorio de cuentos eróticos, para solaz
i animación de mozos i solterones, que harían de él siempre un compañero de
pagar a tanto el minuto de francachela, en la cual hace entrar al neófito, por
una exclamación de sarjentón, lanzada oportunamente a fin de que cada uno se
halle a sus anchas, desprendido de todo encojimiento i sujeción.
Este hombre tan espléndidamente dotado ha
abierto a Don Juan Manuel Rosas su camino, i abandonándolo con estrépito, el
día que se lanzó en la carrera de violencias inútiles de donde no puede salir
hoi; ha combatido al lado del caudillo López, sido el predilecto de Bolívar, el
amigo del Jeneral Paz, figurado en los más ruidosos acontecimientos de la
República arjentina, i hoi si no me engaño, es mayordomo en una casa de
amalgamación, lidiando con patanes que muelen metales, como lidió toda su vida
con patanes jenerales, gobernadores i caudillos que demolían pueblos. Estos
pueblos no le han perdonado, no, sus actos, sino su superioridad. Nos vengamos
siempre hablando mal de nuestros amos, i el rato de fascinación involuntaria
ejercida por Oro la paga en las desconfianzas que suscita, porque nadie se cree
realmente tan pequeño i tan tonto como se ha visto al lado de él, sino porque
ha de haber habido de parte del embaucador un engaño i un fraude manifiesto,
pero que no se puede esplicar en qué consiste. Oro con las cualidades de
esposición que lo adornan, sería un hombre notable entre los hombres notables
de Europa. Jóvenes he visto, que acaban de salir del seno de la sociedad más
culta de Madrid i a quienes dejaba azorados aquella distinción esquisita de
maneras, hechas aun más fáciles por el tinte americano, arjentino, gaucho, que
da Oro a las modales cultas sin hacerlas descender a la vulgaridad; porque Oro
salido de una de las familias más aristocráticas de San Juan, ha manejado el
lazo i las bolas, i cargado el puñal favorito como el primero de los gauchos.
Vilo una vez en la fiesta del Corpus en San Juan con un hachón en la mano i
envuelto en su poncho, que caía en pliegues llenos de gracia artística. Estas
predilecciones adquiridas en su contacto con las masas de jinetes en
Corrientes, Santa Fe, Córdova i Buenos-Aires, han subido hasta su cabeza i
organizándose en sistema político, de que aun hasta hoi puede curarse. Pero
estas predilecciones gauchas en él son un complemento sin el cual el brillo de
su palabra habría perdido la mitad de su fascinación. El despejo adquirido por
el roce familiar con los hombres más eminentes de la época, el conocimiento de
los hombres, la seguridad de juicio adquirido en una edad prematura, i los
dotes que traía ya de la naturaleza, toman aquel tinte romanezco que dan a la
vida americana las peculiaridades de su suelo, sus pampas, sus hábitos medio
civilizados. Oro ha dado el modelo i el tipo del futuro arjentino, europeo
hasta los últimos refinamientos de las bellas artes, americano hasta cabalgar
el potro indómito, parisiense por el espíritu, pampa por la enerjía i los
poderes físicos. Conocí a Don Domingo de Oro en Santiago de Chile en 1841, i
tal era la idea que de la República arjentina traía de su superioridad, que
cuando publiqué en el Mercurio mi primer escrito en Chile, mandé secretamente
un amigo a la tertulia en que Oro solía hallarse, para que leyese en su
fisonomía qué efecto le causaba su lectura. Si él hubiese desaprobado mi
ensayo, si él lo hubiese hallado vulgar o ridículo, c'en était fait, yo habría
perdido por largo tiempo mi aplomo natural i mi confianza en la rectitud de mis
ideas, única cualidad que puede formar escritores. El amigo volvió después de
dos horas de angustiosa espectativa, diciéndome, desde lejos: Bravo! Oro lo ha
aplaudido. Yo era escritor, pues, i lo he probado hasta cierto punto. Después
vi en él uno de los dotes que más lo distinguen. A diferencia de muchos, Oro, a
medida que yo salía de mi obscuridad, iba dejando agrandarse en su espíritu la
pequeña idea que había tenido al principio de mi valimiento. Creo que un día
empezó a creer que yo le llegaba a la barba ya, sin manifestar otra cosa que
placer e induljencia, i llegaría a persuadirse de que puedo continuar sin
desdoro la carrera que él ha abandonado, sin que esta persuasión le causase
pena ni descontento.
La vida de Oro es una prueba de mi modo
de comprender su rara elocuencia, obra toda de una naturaleza rica i
esplendorosa. Su carácter político es el mismo en todos tiempos, i en medio de
aquellas contradicciones aparentes de las diversas faces de su vida, hai una
unidad tal de intento que constituye la serie mas lójica de actos.
Oro cuenta los años con el siglo diez i
nueve. Su infancia se desliza sin aquellas sujeciones que debilitan las fuerzas
de acción por el conato mismo de educar la intelijencia que ha de dirijirlas:
un poco de latín en San Juan, algo de áljebra i jeometría en Buenos-Aires i el
conocimiento del francés, he aquí todo el caudal que hasta los diez i nueve
años tenía atesorado cuando la vida política se levantó a su lado para lanzarlo
en una serie de actos que debían trazarle su porvenir. El presbítero Oro su tío
había incurrido en el desagrado de los partidarios de San Martín. La familia de
los Oros se halló bien pronto comprometida i sobreviniendo la revolución de
Mendizábal, Oro de 20 años fue el intermediario entre aquel oficial sublevado i
San Martín, para proponer una transacción que firmada en Mendoza por el Coronel
Torres, hoi residente en Rancagua, San Martín rehusó ratificar. Vuelto Oro a
San Juan, encontró una segunda revolución del número l.º de Cazadores de los
Andes, i habiendo acercádose a los sublevados, fue preso desterrado por el
Gobierno a Valle Fértil o Jachal. La nueva faz sin embargo que la revuelta
tomaba, cambiando de promotores, reconciliaba al gobierno de San Juan con Oro.
En 1821, i apenas se había visto San Juan
libre de los amotinados, un peligro nuevo imprevisto, hacía echar menos la
cooperación de aquellos valientes desertores del ejército de los Andes,
estraviados por intrigas que venían desde lejos. Don José Miguel Carreras
emprendía su campaña para pasar a Chile a vengar la esclusión hecha de su bando
i la muerte de sus hermanos.
Carreras inspirado por la venganza, se
presentó en la tienda de Ramírez el montonero teniente de Artigas, tocó un
resto de hidalguía que no falta nunca en el alma del bandolero, i de entre sus
jinetes tomó los guías, i de su fogón la tea con que iba a correr la Pampa,
incendiar los pajonales para trazar un horizonte de llamas i humo que avanzase
con él tierra adentro, hasta descubrir en el occidente las crestas nevadas de
los Andes, que se proponía escalar con sus jinetes. La montonera, como
avalanche de hombres desalmados se desplomaba sobre las villas de las campañas
arjentinas, degollaba los rebaños, saqueaba las habitaciones, i robaba las
mujeres; i de la orjía del festín que iluminaban los campos i las techumbres
incendiadas, partían vencedores i vencidos, hombres i mujeres poseídos la del
mismo vértigo de pillaje i de sangre de que acababan los unos de ser víctimas.
Las mujeres peleaban como furias en los combates, i sé de lance en que un
montonero tomando por un estremo un escuadrón que estaba formado esperando
órdenes, lo deshizo, a fuerza de estarle matando cabos en el estremo.
El terror de los pueblos dura aun en las
tradiciones locales; muéstranse en los caminos las osamentas blancas de los
ganados que degolló a su tránsito, por aquel esquisito sentimiento del mal que
aguijoneaba a aquellos flibusteros que traían a la cabeza su heroico Morgan que
había echado llave a su corazón, para que no oyese el clamor de las víctimas ni
el espanto de las poblaciones. Pero para aquellos pueblos el patriota chileno,
i sus feudos con San Martín desaparecieron en presencia del pavoroso nombre de
la montonera. Carreras, en efecto, para atravesar con seguridad la Pampa, se
había hecho arjentino, i tomado el tinte nacional, en su color más negro.
Fuerzas imponentes de San Juan i Mendoza se adelantaron a salirle al encuentro,
i en el Río IV fueron destrozadas, aumentando los dispersos con la abultada
relación de las atrocidades de la montonera de Carreras, el terror que precedía
ya a su nombre. Carrera habría ocupado a San Juan i Mendoza, los dos pueblos
que tienen las llaves de los Andes, sin que sus propios elementos bastasen a
salvarlos. A Oro le ocurrió lanzar a la circulación una buena idea, i el terror
pánico se asió de ella como de la última tabla de salvación; Oro mismo fue
encargado de hacerla efectiva; yendo en busca de Urdininea i ocho oficiales más
bolivianos que se hallaban en la Rioja, para rogarles que viniesen a organizar
la resistencia. Urdininea vino, i aquella provincia tan desolada cambió su
abatimiento en exaltación como no la ha presentado después: todos los hombres
en estado de llevar las armas se presentaron sin distinción de clases ni de
edad. Urdininea traía consigo la ciencia militar que había faltado en el Río
IV, i todos se creyeron salvados. Como una de las reminiscencias de mi niñez
recuerdo la figurita estravagante i diminuta de Rodríguez que se atraía la
atención de los muchachos. Este es el mismo Rodríguez que se encontró asesinado
en la playa de Buenos-Aires, quedando su muerte un arcano entre los muchos que
aclarara más tarde el tiempo que recompone i endereza la historia.
Carreras llegó a seis leguas de San Juan,
un soldado chileno, Cruz, que se le pasó en la Majadita le instruyó del aspecto
nuevo que las cosas habían tomado, i cambió de rumbo hechándose sobre Mendoza,
por campos áridos que destruyeron sus caballos, i le hicieron caer en manos de
sus enemigos. A San Juan le cupo la menos gloriosa parte en los hechos de
armas, recojer prisioneros, los cuales por un decreto de venganza fueron
condenados a muerte con todos los que hubiesen acompañado a Carreras, como
oficiales, amigos o consejeros. Cúpole la mala suerte de caer entre los
prisioneros a Urra, joven de veinte i ocho años, secretario de Carreras, dotado
de talentos rarísimos, lleno de instrucción, i como era raro entonces, poseedor
de muchos idiomas. Más que su mérito i su juventud abogaban por Urra la causa
misma que se le había seguido, por la cual constaba que lejos de haber
participado en los crímenes de la montonera que eran horribles, había estorbado
muchos por su influencia. Oro se puso en campaña para salvar la vida de aquel
malhadado joven que se había cautivado la voluntad de la población entera,
intercedió el clero en su favor, i pidiéronlo las tropas mismas que habían
hecho la campaña. Pero líbrenos Dios de los gobiernos i de los hombres a
quienes aconseja, el miedo; son implacables con los vencidos. Urra fue fusilado
de noche al fin de unos muros viejos, como aquel Duque d'Enghien tan estimable.
La vida de Oro estuvo por horas pendiente de un hilo, por haber interesado a
las tropas en favor de Urra, i no estuvo libre de cuidados sino cuando se hubo
alejado de su provincia, para principiar aquella romanesca peregrinación que
aún no ha terminado todavía. Visitó a Córdova, a donde lo persiguieron las
asechanzas de sus enemigos, pasó a Buenos-Aires donde Agrelo lo hizo
trasladarse a Corrientes; i allí al lado del Jeneral Mancilla, gobernador de
aquella provincia, concluyó de formarse su fisonomía especial, revistiendo el
fondo aristocrático que traía de su familia, con aquel barniz que da el
contacto inmediato con los pastores arjentinos. Allí había visto Oro levantarse
de nuevo la montonera, en su suelo nativo, por decirlo así, sobre la huella
fresca aun de Artigas i Ramírez; allí se le presentaba por la primera vez aquel
odio de las provincias contra los porteños, odio de pura descomposición i de
desorden; pero que tan poderoso instrumento político había de ser más tarde;
allí debía educarse, sirviendo al partido de las ciudades en la lucha impotente
contra la montonera, i de allí sacar aquel profundo convencimiento, de que era
desesperada la oposición de los hombres de la cultura europea, contra aquellos
titanes de la tierra, que estaban destinados a vencer; convicción que Oro ha
conservado hasta 1842, en que disputábamos largamente sobre este punto, i que
conserva según entiendo hasta hoi. Oro por separación del mando de Mancilla
quedó de secretario de un Sola Gobernador del partido gaucho, con quien como
era de esperarlo, Oro no pudo entenderse jamás, como que era imposible poner
coto a las estúpidas voluntariedades de aquellos hijos de la naturaleza, que
desde Artigas hasta el último capataz de pueblos tienen las ideas de Aaroun al
Raschild en materia de gobierno. En esta época sin embargo, tuvo el joven Oro hospedado
en su casa a otro joven de Buenos-Aires, gaucho también, i cuyo nombre debía
ser conocido aunque de una manera bien triste de todos los pueblos del mundo.
Este joven estanciero era un tal Don Juan Manuel Rosas, con quien Oro hizo
desde entonces conocimiento.
Don Domingo de Oro había, sin embargo,
desde aquella polvorosa oscuridad que en torno suyo hacían en Corrientes las
montoneras interiores, los brasileros i orientales que las instigaban, llamado
la atención del gobierno de Rivadavia que cuidaba mucho de poner de relieve
todos los hombres notables que veía a lo lejos despuntando en el horizonte
político. Era el ánimo de Rivadavia enviar a Bolívar, cuyo nombre aspiraba a
eclipsar el de la República Arjentina, una misión, i para ello escojió al
Jeneral Alvear el más brillante militar de la época, al Dr. Díaz Veles i a Don
Domingo de Oro, nombrado secretario. La Legación arjentina llegó a Chuquisaca,
i por lo que respecta a Oro, Bolívar, Sucre, Miller, Infante i Morán, hallaron
en él un digno representante en la diplomacia de aquella juventud arjentina que
habían visto representada en la guerra por Necochea, Lavalle, Suárez, Pringles
i tantos calaveras brillantes, los primeros en las batallas, los primeros para
con las damas, i si el caso se presentaba nunca los postreros en los duelos, la
orjía i en las disipaciones juveniles. Bolívar i Sucre se disputaban
sucesivamente las horas de aquella charla, amena como una mañana de primavera,
vivaz i picante como espumosa copa de champaña, nutrida ya de la savia que dan
los riesgos corridos, las dificultades vencidas en la vida política tan
tormentosa de la República Arjentina, sol que agosta las plantas débiles pero
que zazona i madura el fruto que anticipa en las bien nacidas.
Oro, malogrado el objeto de la misión,
recibió despachos de secretario de legación en Lima; i aun antes de pasara
desempeñar este nuevo destino, recibió los de secretario del diputado que debía
enviarse al Congreso de Panamá, que tampoco tuvo lugar.
Aún no había regresado a la República
Arjentina, cuando fue nombrado Diputado al Congreso Constituyente por San Juan,
al cual no se incorporó sin embargo De aquellos comienzos de carrera política i
diplomática de Oro, había quedado en todos los espíritus la persuasión de que veía
claro en todos los negocios, i que su palabra era un poder que podía oponerse a
las fuerzas materiales que empezaban a desencadenarse, en torno de la
presidencia de Rivadavia.
En Santiago del Estero encontró Oro
cartas de los Ministros de Rivadavia que le ordenaban pasar a San Juan, a
organizar la resistencia contra Facundo Quiroga. Facundo había entrado ya en
San Juan, por faltar un hombre que como Oro, supiese señalar donde estaba la
parte débil de la situación política, para reforzarla. Pasó sin embargo a
Córdova i Mendoza, donde encontró que los amigos mismos del Gobierno jeneral
conspiraban con los Aldaos. Mandó a Buenos-Aires el cuadro estadístico de la
opinión pública i de los intereses que se rosaban sin que acto ninguno
posterior revelase que aprovechaban de su consejo. La presidencia cayó, i en
aquel punto final que se ponía a uno de los más brillantes capítulos de la
historia arjentina, Oro volvió a ver a su familia en San Juan, cargado de años,
puesto que desde su partida habían corrido siete, i transformado de fisonomía
con aquel barniz que dejan sobre el rostro humano, el contacto con los hombres
notables i los grandes acontecimientos.
Oro regresó a Buenos Aires, cuando
Dorrego, su conocido i su compañero de viaje un año antes, estaba a la cabeza
del Gobierno. Dorrego era la realización de la idea política que Domingo Oro
había sacado de su largo aprendizaje en Corrientes, i que sus viajes por las
provincias no habían hecho más que corroborar, el gobierno de los hombres
cultos a nombre de los caudillos; pero los hombres de principios no gobiernan
en nombre de lo que destruye esos principios; los gobiernos en América son
aprobados o reprobados por la minoría culta de la nación en que está la vida
política. Fuera de este terreno no se gobierna a la manera de los pueblos
cristianos, se desquicia i se extermina todo lo que se opone: así lo había
hecho Artigas, así lo hizo Facundo, así lo hizo más tarde Rosas. Oro se
equivocaba, como se equivocó Dorrego, i Oro tuvo que ir bien pronto a poner el
dedo en la herida que ya empezaba a sangrar. Detrás de Dorrego, la mentira
constitucional i culta, estaba Rosas, la verdad horrible, que encubrían las
formas i los nombres de los partidos. Oro no simpatizaba con el partido caído,
ni acababa de decidirse por Dorrego, quién lo llamó pocos días después de su
llegada a Buenos-Aires a servir en un ministerio, que rehusó por entonces, si
bien aceptó otro destino más tarde en el ministerio de la guerra, bajo la
espresa condición de no escribir en la prensa política. Renunció aquel destino
en un momento en que sus simpatías personales por la mayoría de los hombres
públicos lo empezaban a inclinar a decidirse por el partido unitario. Tomó una
imprenta, la del Río de la Plata, publicó como Editor el primer número del
Porteño, periódico de oposicion, i hubiera publicado el Granizo, si sus RR.
hubiesen consentido en darle una firma abonada.
Rosas era entonces Comandante Jeneral de
Campaña, estaba encargado de fundar la nueva frontera, i del Negocio pacífico
que era un arreglo hecho con los salvajes, por el cual mediante cierta
subvención del Gobierno, los bárbaros ocuparían ciertos lugares, sometiéndose a
la jurisdicción del gobierno. Rosas solicitó a Oro, a quien había conocido en
Corrientes, para correr con la contaduría de aquel negocio, i Oro aceptó
creyendo salvar así de la decisión que lo determinado de los partidos políticos
exijía imperiosamente de todo hombre notable. Pero Rosas se ocupaba ya de traer
la frontera a la plaza de Buenos-Aires, i Dorrego menos temía la oposición de
los amigos del Congreso i la Presidencia que había desbaratado, que la
insurrección abierta del Comandante de Campaña. Oro empleó su influjo por
evitar o postergar el rompimiento. Dorrego quería separar a Oro del lado de
Rosas, por temor de que a la astucia i tenacidad de su adversario, viniese a
añadirse la sagacidad i claridad de percepción del joven, cuya capacidad había
tenido ocasión de apreciar antes; insistiendo Rosas en conservarlo a su lado,
seguro de haber encontrado lo que hasta entonces le faltaba, un barniz culto a
sus designios. En este quita-hijos, o como lo ha dicho Oro una vez, entre
aquellas dos piedras de molino, él trató de ponerse a salvo, aprovechando la
ocasión que el Gobierno le ofreció de ir a interponer su influencia en
Corrientes para estorbar que estallase una revolución que se preparaba, por
instigaciones de Rivera, quien debía apoderarse de aquella provincia, lo cual
se logró completamente, si bien reapareció más tarde. Dominola algunos
momentos, hasta que nuevas complicaciones hicieron imposible todo esfuerzo. Oro
se retiró a Santa Fe, desde donde reunido a Mancilla volvió a desbaratar la
revolución, hasta que apoderado de ella aquel Sola, antiguo gobernador de
Corrientes, entró en su verdadero terreno, la esclusión de toda idea política,
la saciedad de las pasiones egoístas.
En Santa Fe, Oro formó un proyecto de
esplotación de los bosques de dominio público, i pasó a Buenos-Aires a formar
una compañía para el efecto. Buenos-Aires ardía en aquel momento, i a sus
amigos de Santa Fe escribió cuanta conmoción sentía bajo sus pies i los rumores
que anunciaban la crisis. El l.º de diciembre era apenas el estallido de las
fuerzas que habían estado hasta aquel momento comprimidas. La conducta de Oro
en este momento supremo, fue sublime a fuerza de ser franca, audaz i
estraviada. Hoi que nos hemos reunido en el destierro, arrojado, por la misma
mano los que sostenían la revolución, i él que la combatió, puede convencerse
él de que el esfuerzo, por ser bien intencionado no era menos inútil. Oro venía
de las provincias, i estaba en contacto con todas las fuerzas desorganizadoras;
las había compulsado i sentídoles su peso; la revolución del 1.ºde diciembre no
hacía más que provocar toda su enerjía i hacerlas aparecer en la superficie.
Oro combatió el intento, después de consumado, desaprobó el hecho, i en la
plaza de la Victoria, en medio de aquel pueblo embriagado por la esperanza de
triunfo que le daba la presencia del ejército, delante de dos mil ciudanos apiñados
en torno suyo, asombrados de tanta audacia i de tanta elocuencia, i de Salvador
María del Carril, Oro rodeado de aquellos militares que acariciando su vigote i
apoyados en sus tizonas imperiales sonreían de lástima de los que osasen
avistar sus lanzas, hizo la más elocuente, la más desesperada protesta contra
aquella revolución, que parecía ser el fin de todos los males pasados, i que
según él, no era sino el precursor de todas las calamidades que iban a
sobrevenir. Hablábale Carril de derechos ultrajados, de violencias cometidas, i
Oro le oponía el detalle de violencias, de crímenes i de males aun ignorados,
como la muestra del hecho dominante, irresistible. Oro no defendía la justicia
de los procedimientos inculpados, sino la ineficacia de los medios adoptados
para derribarlos. Dorrego fue vencido, fusilado; i el 14 de diciembre en el
café de la Victoria Oro volvió a insistir en su teoría, calificando en medio de
los vencedores, de asesinato, aquel acto que parecía por el momento desmentir
sus anteriores predicciones. Sostenía él que los gobernadores no eran causa
sino efecto de un mal que venía trabajando ala República desde los tiempos de
Artigas. Que este mal había invadido poco a poco la República entera; que la
elevación de Dorrego al gobierno de Buenos-Aires era el complemento de su
triunfo, i su toma de posesión de la República. -Que la revolución parecía
poner en cuestión lo decidido entonces, pero que en realidad no era más que
provocar al vencedor. -Que desenfrenado el elemento gaucho iba a hacer ahora lo
que no había hecho antes; que degollaría al partido que contenía más hombres de
luces i de dinero i nos llevaría a la barbarie. -Que debía combatirse la
revolución en Buenos-Aires antes que prendiera en el interior i la desolación
se hiciese jeneral.
Esta versión de la cuestión me la hizo
Oro en 1842, i sin duda que era yo el más dispuesto entonces a comprenderla,
puesto que de largos años venía estudiando la misma cuestión, i cuya solución
intenté dar en Civilización i Barbarie, solución que han adoptado todos los
partidos, i que hoi se abre paso en Europa, disipando la nube de oscuridades
que ha levantado la astucia de Rosas. Esta teoría dará bien pronto sus frutos,
como la enfermedad crónica ha dado sus últimos resultados; su término está
menos lejos de lo que se cree. Lo único en que disentíamos con Oro, era, en la
posibilidad de haber dado un nuevo rumbo a la marcha de los negocios públicos.
Dorrego había conculcado el edificio político, apoyándose en las fuerzas
desorganizadoras del interior: si los hombres de luces i el ejército,
depositario hasta entonces de las tradiciones de la Independencia, no
intentaban un esfuerzo, ellos i Dorrego hubieran sucumbido en presencia del
Comandante de Campaña, el Artigas del Sur de Buenos-Aires; si la capital se
reconcentraba dentro de sí misma como en 1820, los hombres de luces de las
provincias eran abandonados a Quiroga i los demás bárbaros, sin caridad i sin
justicia, i así como Dorrego había coordinado i disciplinado aquellas fuerzas
brutas, así los amigos de la presidencia estaban en todas partes en evidencia i
no podían romper la cadena fatal que los ligaba a Buenos-Aires. Lo que hicieron
en 1829 era, pues, fatal, lójico i necesario. Debieron jugar el último albur, a
trueque de combatir el mal, cuán hondo fuese
No triunfaron porque no debían triunfar;
faltáronles hombres a la cabeza del ejército, menos valientes i arrogantes, i
más conocedores del asunto que tenían entre manos; faltoles el tiempo i la
fortuna, faltoles que triunfase el mal mismo, para que produjese todos sus
horrores i su esterilidad. Faltaban veinte años de administración de Rosas,
para enseñarles a los pueblos a comprender a dónde conduce el sistema iniciado
por Artigas, seguido por Facundo, i completado por Rosas; en fin faltaba que
Oro i viniese al odio i a la exageración del caudillaje, cuyo desenfreno brutal
creyó poder retardar para que hoi estuviésemos, desde el último hombre de Rosas
hasta el más alto de los unitarios, de acuerdo en un sólo sentimiento i es que
gauchos i hombres cultos todos necesitan hoi protección i seguridad contra las
violencias i el terror.
Don Domingo de Oro, libre de todo
compromiso con los revolucionarios, conocido de los caudillos, salió de Buenos
Aires en febrero de 1829 i se reunió con López, el de santa Fe, para prestarle
sus consejos, ya que su triunfo era para Oro claro como la luz del día.
En el Rosario hubo de encontrar a don
Juan Manuel Rosas, el tirano predestinado de Buenos-Aires. Entonces Oro valía
más que él: Rosas estaba desconcertado, indeciso i Oro le inspiró confianza.
Temía Rosas acercarse a López que le tenía una aversion invencible, i Oro le
allanó el camino. Destalle a Rosas, a pedido de Oro, un gran título en el
ejército de López pero sin funciones, i volviendo a revivirse en el ánimo del
gaucho santafecino sus antiguas antipatías, a cada momento quería despedirlo
con vejamen, i Oro era entonces su padrino i su amparo. Hai cosas que los
hombres sin mérito real no perdonan cuando han llegado al poder. Ai del que los
haya visto pequeños, humillados i sometidos! Ai de los que los hayan visto
temblar! Huyan a mil leguas de distancia, esos no obtendrán perdón jamás! Qué
odio le profesa Rosas a Oro!
Las vicisitudes de la campaña no son aquí
del caso. La derrota de Puente de Márquez, fue para Oro una ocasión de penetrar
solo en Buenos-Aires i abocarse a los ministros a rogarles que se salvasen por
un tratado con López. Todavía era tiempo, pero los unitarios no estaban aun
convencidos de su impotencia. Oro después de hacer los últimos esfuerzos para
persuadirlos regresó a su campo a terminar el triunfo de sus partidarios. El
Jeneral Paz había sido más feliz en Córdova que Lavalle en la campaña de
Buenos-Aires, i Oro llevando adelante su sistema, volvió desde aquel momento
sus miradas al Jeneral Paz, como una incorporación necesaria de aquel hecho en
la masa de hechos victoriosos en todas partes. Paz afirmándose en Córdova era
todavía un dique contra la barbarie del interior encabezada por Quiroga. Paz
era, pues, una barrera que convenía no destruir, una áncora que aún quedaba sin
garrear. Oro fue enviado a Córdova, i aunque Paz i Oro no pudieron entenderse
sobre lo que había en el fondo de la terrible cuestión, se estimaron ambos
desde entonces i su relación dura hasta hoi íntima.
En estas circunstancias Lavalle cedía en
Buenos-Aires a la presión de la campaña que en el Puente de Márquez había
ahogado más bien que vencido al ejército con sus millares de jinetes. El
consejo de Oro prevalecía ahora, pero impuesto por la victoria, i la orgullosa
revolución del 1.º de diciembre se había contentado con una capitulación que
garantía la vida de los unitarios i de los militares. Oro llegó a Buenos-Aires
cuando Rosas mandaba, aquel Rosas a quien él había recojido en el Rosario, i
quitádole de la cabeza el pensamiento de emigrar a San Pedro en el Brasil. El
Gobernador Rosas ostentó para con su protector toda la solicitud de un amigo; i
sin embargo, Oro empezó a comprender que en aquella alma fría, helada como el
vientre de una víbora, no había sentimiento ninguno humano. Oro era todo para
don Estanislao López, bajo cuya ala se había levantado Rosas, i en Oro acataba
simplemente al poder que esperaba ocasión de avasallar. Después de la batalla
del Puente de Márquez, López i Rosas habían suscrito a un plan político
sujerido por Oro, que tenía por base el respeto de la vida, las propiedades i
la libertad del partido vencido, siguiendo Oro en esto su sistema de contener
al vencedor en el último límite de su carrera. Los actos posteriores de Rosas
han mostrado la sinceridad con que suscribía a aquel plan, de cuya sujeción
trataba de safarse desde luego.
En 1830 se reunieron en San Nicolás de
los Arroyos los Gobernadores de las cuatro provincias litorales, a cuya reunión
fue invitado Oro por López i Rosas. Por Corrientes asistía Ferré, por
Entre-Ríos un enviado no recuerdo quién, i aquel desgraciado Maza, degollado en
el seno de la representación en Buenos-Aires, i cuya docilidad se prestaba
mejor que la de Oro para los designios secretos de la zabandija. En aquel
Congreso de Gobiernos, se convino en enviar al Jeneral Paz una misión
confidencial, i se designó a Oro para desempeñarla. Redactáronse las notas bajo
la influencia de Rosas, i Oro rehusó hacerse el portador de ellas si no se
modificaban. López, Ferré i Oro obraban de acuerdo, i de buena fe querían
terminar la guerra, mientras que el designio apenas disimulado de Rosas era
prolongarla, suscitar dificultades, i ganar tiempo. En este conflicto López i
Ferré exijieron de Oro que aceptase la misión, por temor de que cayese en manos
menos bien intencionadas, lo que hizo al fin logrando modificar en parte las
notas i las instrucciones. Oro gozando en Córdova de la confianza completa del
Jeneral Paz, solo trató de evitar que Rosas esterilizase por bajo de cuerda el
avenimiento proyectado. Oro entonces preparó una entrevista entre Rosas, el
Jeneral Paz, López, Ferré, etc., lo puso en conocimiento de estos últimos i
guardó a Rosas el secreto hasta que la realización estuviese próxima, para
evitar que fuese frustrada. Pero la cosa transpiró, i el Jeneral Paz recibió un
anónimo que le prevenía que se trataba de asesinarlo en la entrevista. A López
le envió Rosas ajentes en el mismo sentido. Afectaba prestarse al proyecto;
pero postergaba su ejecución, suscitando disputas con el Gobierno de Córdova,
hasta que las provincias de Catamarca i Salta invadieron a Santiago del Estero,
¡quebrantándose, aunque mui a pesar del Jeneral Paz i sin su participación, el
statu quo base ofrecida para el arreglo, toda tentativa de negociación fue
interrumpida.
Desde este momento Don Domingo de Oro
abandona toda iniciativa política. La túnica de la República Arjentina iban a
jugarla a los dados, i cualquiera que la ganase érale indiferente. El mal que quiso
evitar se había consumado en su despecho; desde entonces viaja por las
provincias belijerantes, bien recibido de todos, porque es un estraño a las
cuestiones que se ajitan. Va a Buenos-Aires i Santa Fe, vuelve a Córdova de
tránsito para San Juan, i da al Jeneral Paz un mensaje insidioso de Rosas; pero
diciendo como Ulises a Telémaco. "Atended para que no os engañen mis
palabras." Aquellos dos proscritos, los últimos, hombres sinceros i bien
intencionados que iban a dejar el campo de la política arjentina para dar lugar
al esterminio de un partido, conversaron tristemente sobre lo pasado i sobre el
porvenir de la lucha. Paz, minado ya por la discordia i por la falta de
recursos, conocía su situación. "Su deber era, decía, morir combatiendo;
no siéndole permitido abandonar al cuchillo a los hombres a quienes Rosas
pretendía hacer desaparecer a millares."
Después de algunos meses de residencia en
San Juan, Quiroga se apodera de Mendoza, i no siendo el ánimo de Oro pasar
plaza de unitario, aguarda que entre el caudillo para evadirse con disimulo.
Tiene con Quiroga, el terrible Facundo, una estrepitosa entrevista i este otro
bárbaro cree haber encontrado en él, corno Rosas, un complemento necesario;
pero Oro ya no espera nada del desenfreno de aquellas pasiones brutales i se
pone en marcha para Chile. Hácelo alcanzar Quiroga en Huspallata, rogándole que
volviese a encargarse de la secretaría de gobierno, a lo que se negó
formalmente, regresando sin embargo para no dejar creer que su partida era una
fuga, con lo que recibió del gobierno encargo de reclamar en Chile las armas i
caballos traídos por los emigrados. Esto motivó una entrevista entre Oro i
Portales, que principió bajo los auspicios más amenazadores para el primero, i
concluyó pacifica i cordialmente. Regresó en seguida a San Juan, en
circunstancias que Quiroga preparaba la espedición a Tucumán; viéronse poco;
pasó después a Buenos-Aires i visitó a Rosas en su campamento del Arroyo del
Medio, donde Rosas para engañarlo sobre lo que ambos no podían engañarse ya, lo
hospedó en su propia tienda. Volviéronse a ver más tarde en Buenos-Aires, i
está vez rompieron para siempre de un modo claro i solemne. La Gaceta de
Buenos-Aires publicaba un decreto por el cual se faltaba con los militares del
ejército de Lavalle a todas las garantías que les había asegurado la
capitulación de Buenos-Aires. Oro veía venir a Rosas a este punto, pero aún
dudaba de que tuviese cinismo bastante para consignar en un documento público
aquella violación flagrante de un tratado. Oro sin poder contenerse, desgarró
la Gaceta en presencia de muchos, exhalándose en imprecaciones contra el
malvado. Súpolo Rosas, i afectando serenidad, encubriendo bajo aquella máscara
helada el volcán de pasiones cruentas i vengativas que lo roen, trató de
atraerlo a una reconciliación. El Jeneral Mancilla era el encargado, de pedir a
Oro que se viese con Maza para este fin. D. Gregorio Rosas intercedió también,
pero sin lograr de parte de Oro otra cosa que la protesta pública, reiterada,
contra los actos de perversión del que había traicionado sus esperanzas. Este
acto era de su parte una justificación ante su conciencia i ante la historia,
de la sinceridad de sus miras al prohijar la causa de los caudillos. El día que
Rosas inició su nueva política, ese día Don Domingo de Oro hizo saber a todos
que él no era cómplice en ninguno de los actos de demencia sangrienta que se
veían en jermen en aquel decreto. Oro ha sido el único federal de los que
elevaron a Rosas, que no se haya prostituido, manchado i degradado, dejándose
llevar por la corriente de los sucesos; el único hombre de principios que haya
dicho hasta aquí es mi obra; para en adelante yo me lavo públicamente las manos
prefiriendo ser víctima que cómplice. Sublime esfuerzo de conciencia para mantenerse
puro en medio del lodo que iba a caer sobre todos.
Una duda me ha asaltado al espíritu
muchas veces, i es qué rumbo habría tomado la revolución de 1.º de Diciembre,
si Don Domingo de Oro la hubiese prohijado en lugar de combatirla, con tal que
él hubiese podido llevar al gobierno el convencimiento que los decembristas no
tenían de la fuerza de resistencia que poseían los caudillos. En cuanto a López
lo habría inducido a encerrarse en sus tolderías de Santa Fe: Rosas no habría
sufrido tan pronto sin López i sin él, i Oro conocía ya su situación para
desarmarle pacíficamente la máquina de destrucción que estaba preparando en la
Campaña del Sur. Buenos-Aires, asegurado, Santa Fe quieta, Córdova ocupada por
Paz, la República estaba salvada; pero la hipótesis es imajinaria, i no hai que
pedir condiciones imposibles de realizarse. En tal caso la revolución del 1.º
de Diciembre no habría tenido lugar, i entonces no es posible adivinar la
marcha que habrían seguido los negocios.
La vida posterior de Oro es ya la de una
luz que se estingue, la de una existencia perdida. Oro para ser, necesitaba
patria, gobierno con formas europeas, i en el caos de barbarie i de violencia
que comienza desde entonces sus talentos políticos, su carácter eminentemente
diplomático, su brillante elocuencia, todo debía hacerle un objeto de
desconfianzas, de zelos, de persecución. Los unitarios no podían perdonarle
haberlos vencido; los bárbaros el no haber querido sancionar sus crímenes. A
dónde pues encontrar lugar para reposarse en la inacción i en la oscuridad
siquiera?
Oro vuelve a San Juan a su casa, labrado
secretamente de una enfermedad de espíritu que ocultaba cuidadosamente. Oro
temía que un puñal lo alcanzase, i se guardaba. Facundo regresa de Tucumán,
tratalo bien algún tiempo, i de repente se vuelve sombrío. Oro pasa a Chile en
1833 comprendiendo de donde parten las asechanzas que amenazan su vida. En
Chile lo persiguen las desconfianzas del Gobierno i de Santa Cruz, uno i otro
creyéndolo un ajente de los caudillos arjentinos. En 1835 vuelve a San Juan a
recojer su herencia por muerte de su padre, i con aquella hidalguía del que
tantas cosas había hecho sin tocar de los despojos de los vencidos, cambia sin
inventario las viñas de sus padres, bodegas, aperos de labranza, por una
hacienda de pastos. Gobernaba entonces Yanzón en San Juan, un bárbaro que tenía
sin embargo el corazón sano, i este, quiso entregar a Oro el gobierno,
ignorando que Oro estaba ya bajo la cuchilla de la proscripción de Rosas.
Cartas de Rosas llegan luego en efecto, denunciando a Oro a la animadversión de
los caudillos. Oro acepta un ministerio i entonces tiene lugar un acto que ha
prestado asidero al primer cargo hecho contra él. El coronel Barcala, estaba
asilado en San Juan i Oro había garantido ante Yanzón su buena conducta.
Barcala fragua una conspiración en Mendoza, es traicionado i descubierto, i el
fraile Aldao pide su estradición, en virtud del tratado cuadrilátero aceptado
por aquellos gobiernos. Una partida se presenta repentinamente en San Juan, las
cartas de Barcala sorprendidas no dejan lugar a subterfujio alguno; Barcala no
trata de escaparse, i Yanzón que quiere salvarse de una ruptura con todos los
gobiernos federales, i Oro que no es unitario, entregan a Barcala, que es fusilado
en Mendoza, inculpando a Oro de complicidad en su conspiración. Oro se hace
sospechoso para con Yanzón, lo juzgan, lo condenan, lo absuelven en apelación i
lo destierran.
D. Domingo de Oro llegó a Copiapó en
1835.En la Puerta estaban a su llegada reunidos muchos arjentinos notables, que
le oyeron entonces hacer la pintura de todos los horrores que iban a seguirse a
la dominación absoluta de Don Juan Manuel Rosas. Recuerdo algunas de sus
palabras. "La América va a estremecerse de espanto; la inquisición en sus
épocas más tenebrosas no ha presentado espectáculos iguales. La conciencia de
los hombres que han visto ya a Quiroga i a otros, no podrá creer en lo que va a
verse luego. Conozco a este horrible malvado; no tiene entrañas; no se inmuta
por nada; su cara no traiciona jamás una sola chispa de la sed de venganza que
aqueja sus hijares; esta hablando con U. sobre cosas frívolas, i mirándole el
lugar del cuello en donde ha de entrar el cuchillo que le prepara. Udes van a
verlo luego; un solo hombre importante no quedará vivo, un solo militar sobre
todo; lo he visto mandar matar a veinte i siete prisioneros en San Nicolas i
gozarse en ello como el tigre harto de sangre... Algunos meses después llegó a
Chile la noticia de la carnicería de los ochenta indios en la plaza del Retiro
i todos repetían instintivamente, Oro lo decía; los asesinatos en las casas, i
los prisioneros degollados i todos repetían espantados, lo predijo Oro, en la
Puerta en 1835! Estos conceptos los reprodujo por la prensa.
Desde entonces Oro se confunde con los
desterrados en Chile, siente como ellos, vive con ellos, pero sin esperar como
ellos, por que todavía no cree que ha pasado el letargo en que ha caído la
enerjía moral de las poblaciones espantadas por el cúmulo de males de que han
sido víctimas; triste marasmo en que caen los espíritus que han visto
desenvolverse el jermen, crecer, estenderse i cubrir como de una lepra la
República entera.
En 1840, Oro escribía en Chile estas
notables palabras: "La naturaleza concedió a Don Juan Manuel Rosas una
constitución robusta, que su ejercicio de ganadero i labrador desenvolvió
completamente, habilitándole por más de un respecto para desempeñar el tremendo
papel que representa. Su semblante en el círculo de los hombres de su confianza,
o de aquellos cuyas simpatías le interesa conquistar es agradable, i cuando se
le habla, hai en su rostro una espresión de atención i de seriedad que halaga;
pero en el trato de otros hombres, se nota una tosquedad de maneras i
descompostura de lenguaje, que concuerda con cierto aire de taciturnidad que
parece en él característico. En estos casos rara vez mira la persona con quien
habla, i si lo hace con intervalos por movimientos rápidos de los ojos, es para
ver el efecto de sus palabras. Por lo demás ninguna señal revela jamás contra
su voluntad los afectos de su alma; i nadie al mirarlo sospechará cuanta es la
bastardía de las pasiones brutales que fermentan en su pecho. Pero aunque tiene
el disimulo que se atribuye a Tiberio, el miedo en el momento del peligro pone
descolorido su semblante, que es encendido, sin que carezca del valor necesario
para arrostrar aquel, citando es indispensable o mui urgente. Es verdad que
entonces sus facultades se perturban, i cae en cierto estado de entorpecimiento
mental o casi estupidez. Rosas es frugal i parco en alto grado, i lo era antes
que el temor de un envenenamiento viniese a atormentarlo. Es pensador,
reflexivo, laborioso como pocos. ¡No tiene ideas relijiosas ni morales, i todas
las facultades de su alma están subordinadas a la pasión del mando absoluto i
la pasión de la venganza, las dos calidades dominantes de su carácter. En la
historia del nuevo mundo hasta nuestros días no se encuentra el nombre de un
tirano tan reflexivamente atroz i cruel como Rosas. La actividad febril con que
trabaja, dejenera en una extravagancia loca i feroz en sus momentos de descanso
i distracción."
Pertenece a Oro este pensamiento digno de
Labruyère: "Los que no conocen a Rosas se inclinaría a creer que este
bosquejo es exajerado... La especie humana rechaza instintivamente la idea de
que puedan existir tales seres, i la inverosimilitud de los horrores de que se
han hecho culpables, i que deberían atraerles el odio universal, pone en
problema la verdad, i se convierte en un refujio protector de los perversos
Bellísimo pensamiento el último, i que se está realizando hace veinte años. La
América i la Europa han dudado largo tiempo de la verdad; la historia viene
empero en pos de los hechos, i cuando las pasiones, los intereses i las
opiniones del momento callen, presentará a los ojos del mundo espantado, la
pájina más negra de la criminalidad humana. Ni un solo hecho, entre mil,
escapará de ser verificado, aclarado, comprobado; i la verdad, la terrible
verdad, avergonzara entonces a una jeneración entera. "La verdad no se
entierra con los muertos; triunfa de la lisonja de los pueblos, i del miedo de
los poderosos, que nunca lo son bastante para sufocar el clamor de la sangre:
la verdad transpira al travez de los calabozos i hasta el travez de la tumba
Oro en sus peregrinaciones fue a Bolivia
donde el Gobierno del Jeneral Ballivian reclamó sus consejos. El último que le
dio fue el de dejar el mundo, si no quería aguardar a que se lo arrebatase la
triste revolución que está labrando hoi a Bolivia, mui parecida en lo
desorganizadora, a aquella otra que él había estudiado en su cuna i seguido
hasta perderla de vista. La conducta de Oro, i de algunos otros arjentinos
emigrados, arrancó al jeneral Ballivian en su refujio en Valparaíso, esta
esclamación: "Sin la noble abnegación de estos arjentinos, yo habría
llegado a maldecir de la especie humana.
Oro escapando de esta revolución, asilado
en Tacna, sentíase abrazado por detrás en el puerto de Arica en 1848, por
persona que intentaba hacerse reconocer, por solo el acento de su voz. Libre
del lazo que retenía su curiosidad, volviose, i entonces; pudimos abrazarnos de
nuevo, él que tendía por tercera vez las idas para lanzarse al incierto mar del
destierro, yo que volvía de rodear el mundo, para entrar, de nuevo a Chile, de
donde por vía opuesta había partido; i en pláticas animosas en las banquetas
calientes del vapor, viendo desfilar la desierta ribera americana en el
horizonte, i hundiendo nuestras miradas en la desierta superficie del Océano,
recojí de su boca la mitad de los datos que forman estas memorias para
complemento de otros que ya poseía. Oro está barado cual casco abandonado que
sé yo donde, mientras yo sigo sin rumbo, sin blanco fijo cediendo a impulsos
que me llevan adelante.
La última noticia que de él he tenido, es
la que contiene la siguiente carta:
"Sr. D. Domingo F. Sarmiento.
-Copiapó, noviembre 6 de 1849. Mi apreciado amigo: He recibido un ejemplar de
su libro Educación popular. El carácter de su Crónica me había ya llamado la
atención, por su tendencia a traducir en práctica, en hechos, las teorías sobre
que no se ha cesado de charlar. Me parece que U. la concibió como una máquina
para empujar a obrar en el sentido de la industria, i del movimiento mecánico i
material. Su libro es la máquina de dar el mismo impulso al movimiento
intelectual, i diré así, a la industria intelectual i moral, que a su tiempo
aumentará con su fuerza el resorte del movimiento material e industrial.
Su libro ha exaltado tanto mis antiguos
sentimientos de filantropía i de patriotismo, que casi han revivido mis pasadas
ilusiones, estando a pique de creer en la felicidad venidera de nuestros
países. No le diré cuántos sueños llevaron a pasar por mi cabeza! Han sido los
movimientos de la vida, ejecutados por un cadáver, al favor del galvanismo.
Desalentado i escéptico, he llegado a tener un momento fe en los inmensos
bienes que nos iba a traer la jeneralidad de la instrucción que brotaría de la
lectura de su libro. Pero la exaltación ha pasado, i sólo me queda mucha
admiración por los esfuerzos de U., mucha simpatía por la jenerosidad i
elevación de sus sentimientos, muchísimo i mui vivo afecto por su persona, i
ninguna esperanza de que el éxito corone, tan nobles, jenerosos i sabios
trabajos." Suyo, ORO.
El historiador Funes
Tiene esto por lo menos de interesante el
examen de los individuos notables de las familias, que a medida, que pasan
jeneraciones, ve uno transformarse poco a poco los personajes, cambiar de forma
el atavío de hechos de que se revisten, i presentar casi completas las
diversas, faces de la historia. Si tomamos la familia de los Albarracines por
ejemplo desde Fr. Miguel, Fr. Justo de Santa María i Domingo de Oro, nos dan
por resultado estos hechos: el convento, la teolojía, el milenario, la
inquisición, viajes a España, la declaración de la independencia, Bolívar que
la termina, la guerra civil, los caudillos, Rosas i el destierro. Tres
jeneraciones han bastado para consumar estos hechos, tres individuos los han
reflejado en sí por actos notables i significativos. Hai un momento como hai
una persona que es a la vez el término medio entre la colonia i la República.
Todos los hombres notables de aquella época son como el dios Término de los antiguos
con dos caras, una hacia el porvenir otra hacia lo pasado.
Distinguida muestra de este hecho fue el
Dean Funes. El sacerdocio fue, cual convenía a la situación de las colonias
españolas, el teatro en que iba a desenvolverse su carrera. Educado por los
Jesuitas, conservoles siempre afición, no obstante las diversas
transformaciones que más tarde tomaron sus ideas; a ellos debió la afición a
las letras que aun entre el sacerdocio ellos solos cultivaban con provecho. A
los pocos años de ordenado el Presbítero Don Gregorio Funes, negocios de
familia o sed de instrucción lo llevaron a España en los últimos años del
reinado de Carlos III, en que las letras españolas fueron cultivadas con
esmero. Doctórose en España en derecho civil, i gracias a la alta posición de
su familia i a su mérito conocido, obtuvo una canonjía de merced para regresar
así condecorado a su patria Era Córdova entonces el centro de las luces i de
las bellas artes coloniales. Brillaban sus universidades i sus aulas; estaban
poblados de centenares de monjes sus varios conventos; las pompas religiosas
daban animado espectáculo a la ciudad, brillo al culto, autoridad al clero, i
prestigio i poder a sus Obispos. El Canónigo Funes venía de la Corte, había
estudiado en Alcalá, gozado del trato de los sabios, i traía además tesoros de
ciencia en una escojida cuanto rica biblioteca, cual no la había soñado la
Universidad de Córdova. El siglo XVIII entero se introducía así al corazón
mismo de las colonias. Su prestijio de ciencia debió ser desde aquel momento
inmenso; pruébalo más que todo la enemiga del canónigo Majistral de Córdova,
después Obispo del Paraguay, Don Nicolás Videla del Pino, que veía en el
canónigo de merced un rival temible para optara las altas dignidades de la
Iglesia. Desde entonces comienza una lucha sorda, o estrepitosa entre ambos
canónigos que produce resultados políticos, no sin atravesarse el primero
varias veces al paso del segundo para desviarle, o embarazarle su marcha.
Elevado a la mitra de Córdova el Sr. Don
Ánjel Moscoso, hijo de una ilustre familia de Arequipa, por traslación del
Obispo San Alberto a la metropolitana de Charcas, el canónigo Funes, en
despacho del Majistral Videla, fue nombrado Provisor, Vicario Jeneral i
Gobernador del Obispado. En aquel gobierno teocrático, el Provisorato era como
en nuestros tiempos un Ministerio del Interior, que daba sanción a las
reputaciones que se estaban formando, i medios de justificarlas por los hechos,
llevándolas a los confines del Obispado. Funes fue durante toda la vida de
Moscoso el árbitro supremo en materias eclesiásticas, i después de su muerte,
elejido Dean de la Catedral, ejerció por algunos años más el gobierno de la
diócesis en sede vacante, sin temer, rivalidad posible, desde que Videla había
sido nombrado ya Obispo del Paraguay.
A la muerte de Carlos III pronunció Funes
una oración fúnebre que debía acrecentar más su prestijio literario. Rico de
erudición en las más célebres obras de los autores franceses que él sólo
poseía, i lleno de ideas de otro jénero que las limitadas que circulaban en las
colonias, el orador sagrado había sabido elevarse a la altura de su asunto,
apreciando en frases pomposas las medidas gubernativas que habían hecho notable
el reinado del muerto rei. Hablaba del comercio libre en las colonias con el
aplomo de un financista, describiendo la desolación de sus vasallos con
palabras que por desgracia no eran suyas.
Otro sermón congratulatorio al
advenimiento de Carlos IV, i algunos pleitos que sostuvo en defensa del Sr.
Moscoso ante la Real Audiencia de Buenos-Aires, i que pasaron en apelación al
Supremo Consejo de Indias en España, eran más que sobrados motivos para darle
una reputación colosal, que desbordaba de los límites del virreinato.
Pero otra querella, mui en el espíritu de
aquellos tiempos, debía proporcionar al sabio Dean, materia de nuevos trabajos,
campo vasto a su actividad, i poner en sus manos un arma poderosa de que hacia
tiempo trataba de apoderarse. Con motivo de la espulsión de los Jesuitas, el
Colejio i Universidad de Córdova donde él mismo había adquirido los primeros
rudimentos del saber, habían sido encargados provisoriamente a la orden de los
frailes franciscos, que eran los que en el cultivo de las ciencias seguían de
cerca a los espulsos. Pertenecía a esta orden el célebre padre García a quien
en 1821, o 22 oí predicar un sermón de 25 de mayo, en presencia de Bustos,
gobernador de Córdova, que dejó azorados a los oyentes, por las incriminaciones
que el fraile patriota le dirijía desde el púlpito, recordando la revolución de
Arequito al hacer reseña de la marcha de la revolución. Tengo presente la
estructura del trozo oratorio a que aludo, el cual comenzaba así: 25 de mayo de
1810! Día memorable &c. 25 de mayo de 1811! i seguía concretando los hechos
históricos, hasta que llegando al año 20, cambió el encomio en ataque,
mostrando avergonzado al sol de mayo de aquel año por lo hechos que había
presenciado. Las jentes se miraban unas a otras en la catedral; a Bustos veíalo
yo jugar con una borla del almohadón de terciopelo que tenía por delante de su
mesa apoyando el misal, mientras que el fraile implacable, revestido de las
insignias doctorales de ambos, derechos, seguía fulminando al poderoso
mandatario, sobre quien tenía fijas sus miradas.
El clero secular de Córdova había en
tiempo atrás reclamado para sí la dirección de los estudios, ocurrido a los
virreyes, apelado a la Corte de España, la que al cabo de veinte o treinta años
de lucha entre a ambos cleros, expidió una Pragmática Real, ordenando que
pasase la jestión de la enseñanza a los clérigos seculares. Pero, una
pragmática era poca fuerza para desasir a los poderosos e influyentes frailes
de la dirección que por tantos años habían ejercido, i cuyo despojo amenazaba
eclipsar el brillo de la orden seráfica. Córdova estaba dividida en partidos,
los monasterios seguían a los frailes, la juventud estudiante arrastraba en pos
de sus maestros a las familias, i gobernadores i aun virreyes ganados por las
intrigas i las influencias franciscanas, mostrábanse tardos i remisos para
hacer efectivos los reales decretos. "El espíritu monástico, dice un
manuscrito que consulto, el aristotelismo, i las distinciones virtuales i
formales de Sto. Tomás i de Scott, habían invadido los tribunales, las tertulias,
de señoras i hasta los talleres de los artesanos. Con pocas excepciones los
clérigos eran frailes, los jóvenes coristas, i la sociedad toda un
convento." Todavía conozco algunos cordoveces que no han dejenerado de sus
abuelos. Tal era el espíritu que presidía a los estudios universitarios de
Córdova, que los directores franciscanos, tomaban entre ojos, envilecían i aun
castigaban al malhadado joven que prefería el estudio del derecho civil, al de
la teología de aquel tiempo, que pretendía esplicar por la esencia i la forma
las cuestiones naturales que hoi resuelve la química por las afinidades i las
cristalizaciones.
El Dean Funes tomó parte activa en la
querella; marchó dos veces a Buenos-Aires a reclamar denodadamente el
cumplimiento de las reales Cédulas; pero las nuevas provisiones obtenidas
venían a estrellarse ante las dilatorias opuestas por el Dr. Don Victorino
Rodríguez, gobernador de Córdova, entregado a la influencia de los
franciscanos, i enemigo de Funes por celos literarios i rencores de familia.
El año 1806 empero, habiendo después de
la reconquista de Buenos-Aires ocupado la silla del virreinato Liniers, amigo
de Funes i francés ilustrado, se espidieron nuevas órdenes en confirmación de
las anteriores, que aunque fueron eludidas al principio motivaron la
reiteración de ellas en 1807, con encargo al Dr. Don Ambrosio Funes, hermano
del Dean, de intimar al gobernador, si a los tres días no estaban ejecutadas,
el cese de sus funciones, en virtud de la orden escrita que para ello se le acompañaba.
Traspirolo el gobernador, i en el acto puso en posesión al clero secular en la
persona del Dean Funes del Rectorado del Colejio de Montsserrat i del
Cancelariato de la Universidad de Córdova en diciembre de 1807. Así la edad
media había librado la más cruda batalla para no dejarse desposeer de la
dirección de los espíritus; cuarenta años de lucha; la orden real desobedecida;
eludidos cinco mandatos de ejecución consecutivos, no cediendo sino cuando un
hijo de la Francia estuvo a la cabeza del virreinato. ¡No ha sido tan renitente
la ciudad sapiente en los últimos tiempos, cuando a sus antiguos doctores se
sucedieron en el mando, los hiesos venidos de las campañas pastoras.
Las ideas rejeneradoras, pues, habían
tomado aquella ciudadela de las colonias. El Dr. Funes, al aceptar cargos que
tanto había codiciado, dio muestra de pureza de intención renunciando a las
rentas que les estaban afectos, destinándolas a la dotación de una cátedra de
matemáticas que se abrió con aprobación de Liniers, i no obstante órdenes
precedentes de la Corte de España que lo prohibían formalmente.
Este primer paso dado dejaba ya traslucir
la marcha nueva que la conspiración del espíritu americano iba a imprimir a los
estudios universitarios, bajo la influencia de Funes. El Dean formuló entonces
un reglamento de estudios que pasado a la Corte de España para la superior
aprobación fue mandado seguir en las demás Universidades de América. "No
teniendo entonces, dice en su Ensayo Histórico, que respetar la barbarie de los
tiempos a que con cuatro años de teolojía escolástica lo sujetaban los
preceptos del ministerio eclesiástico, se propuso dar una mejor disciplina al
hombre intelectual. A más de haberse introducido el estudio de las matemáticas,
i mejorado el de las facultades mayores y se procuró también promover la
cultura de las bellas letras, i el renacimiento del buen gusto. Es innegable
que bajo este método ha debido ganar mucho la educación i que promete buenos
frutos el árbol del saber
La educación dejó de ser teocrática en
sus tendencias, i degradante en su disciplina. En lugar de la filosofía
aristotélica de Goudin i la teolojía de Gonet i Polanco, entraron a servir de
testo más modernos autores, sostituyéndose a la teolojía escolástica la
dogmática de Gott, Bergien i otros, la moral por Antoine, la física por Brison,
Sigaud de la Fond, Almeida i los más modernos autores conocidos en aquella
época. Estableciéronse cátedras de matemáticas, Física esperimental, i Derecho
canónico; subdividiéndose en dos la que hasta entonces comprendía el Derecho
romano, civil i español. Estableció Funes a sus espensas en el interior del
colejio clases de jeografía, música i francés, i como si quisiera dejar
traslucir la importancia que daba a estos ramos, reputados indignos del sabio
entonces, el Dean de la Catedral i Gobernador del Obispado, el valido del
Virrei, el Canciller de la Universidad en persona las asistía i profesaba!
La fama de la saludable revolución se
esparció por toda la América. El virrei Liniers envió sus tres hijos a recibir
lecciones del profundo sabio, dos jóvenes de Filipinas les siguieron bien
pronto; el Jeneral Córdova mandó el suyo que tanto ha figurado después en
España; un joven romano Arduz, que ha servido más tarde en la majistratura de Bolivia
i centenares de Americanos del Perú i del Paraguai, de Montevideo i de Chile
les siguieron. Lo que para la libertad de la República Arjentina, para las
letras i el foro produjo la revolución obrada en las ideas, apreciarálo el
lector arjentino pasando en revista los siguientes nombres, de otros tantos
discípulos formados bajo la inspiración del Dean Funes.
Juan Cruz Varela, el más severo de los
poetas arjentinos en su tiempo, a quien cupo la suerte de permanecer orijinal
sin apartarse de los grandes modelos. Es el Quintana del Río de la Plata: así
como este rejuveneció la lira española llamando a la independencia i cantando
la invención de la imprenta, así Varela introdujo nuevos asuntos dignos de la
musa moderna, entonando odas sublimes a los actos de Beneficencia pública, a
las empresas de reforma social i particularmente flajelando al fanatismo,
enemigo que persiguió encarnizadamente durante su vida entera. Fue Diputado al
Congreso que debió reunirse en Córdova el año de 1816; secretario del Congreso
ele Buenos-Aires, hasta su disolución; oficial primero en una de las
secretarías de Estado. Redactó muchos periódicos durante las administraciones
de Rodríguez, Las Heras i Rivadavia, el Centinela, el Tiempo, el Granizo i el
Patriota desde los calabozos de la cárcel jeneral de Policía, después de haber
salvado la vida, merced a la entereza de su espíritu, en tiempo del gobernador
Dorrego, cuya marcha retrograda, atacaba con burlas que todos conservan en la
memoria como muestras de chiste i de agudeza ática. Murió desterrado en
Montevideo ocupado de una traducción en verso de la Eneida, cuyos dos primeros
cantos dejó concluidos i limados con el esmero que le era característico.
El doctor Alsina es otro digno discípulo
del Dean Funes; uno de los más brillantes abogados del foro de Buenos-Aires,
como lo ha mostrado en la defensa del coronel Rojas, en la de los Yañes,
acusados de un asesinato, i en la defensa del derecho que asiste al gobierno
arjentino sobre las islas Malvinas ocupadas por los ingleses. Catedrático de
derecho en la Universidad hasta 1840, en que preso i en víspera de ser
entregado a la mazorca, su mujer, hija del Dr. Maza, Presidente de la Junta de
Representantes i de la Suprema Corte de Justicia i degollado por Rosas en la
sala misma de las sesiones, lo sacó del pontón en que estaba preso i huyó con
él a Montevideo. Ha defendido causas célebres en ambos foros del Plata. Acaba
de traducir i anotar a Chitty, i desde su juventud, en su patria i en el
destierro, ha consagrado su vida a la defensa de la libertad de su país, de lo
que da noble prueba el apartar el cadáver aún caliente de su amigo Varela, para
sentarse en el puesto peligroso que le costaba la vida. Al día siguiente del
asesinato del honrado escritor leíase en el tema del Comercio del Plata.
"Su Fundador i Redactor Don Florencio Varela, fue asesinado traidoramente
el 20 de marzo de 1848. "Lo dirije hoi Don Valentín Alsina, su Redactor
principal."
Salud Alsina! La República que tales
hijos tiene no está aún perdida!
El
D.r Gallardo, Redactor del Tiempo i otros diarios de la época de Rivadavia.
Ejerce hoi con brillo su profesión de abogado en el puerto de Valparaíso, que
honra sus talentos con una numerosa clientela.
Los doctores Ocampo, residentes en
Santiago de Chile, en Copiapó i en Concepción. El nombre solo de Ocampo es ya
en Chile un testimonio de la importancia i profundidad de los estudios.
Salvador M. del Carril, Gobernador de San
Juan, residente hoi en Río Grande. Javier i Joaquín Godoi, muerto el primero en
la emigración, residente el segundo en Copiapó.
Los Bedoyas, dos de ellos en Copiapó, uno
de los cuales en Santiago arrancó del pecho a uno i pisoteó el trapo colorado
que ostentaba aun en Chile el brutal mueran los salvajes unitarios.
El
doctor Zorrilla, emigrado en Bolivia diez i ocho anos, muerto seis meses ha, en
camino, habiéndosele desterrado de Chuquisaca.
Subiría, ciudadano distinguido de Salta
que ha permanecido emigrado diez i ocho años. Olañeta de Chuquisaca.
Ellauri de Montevideo, enviado del
Uruguai, en Francia.
Lafinur, célebre poeta, músico
aventajado, el primero talvez que introdujo en estas partes de América, las
doctrinas modernas en puntos de filosofía, cuya ciencia profesó en
Buenos-Aires. Los Agüeros de Buenos-Aires i en otros de menor significancia
política. Saravia, Orjera, Colinas, Villafañe, los Fragueiro, Allende, Cabrera,
Urtubec, Aguirre, el Dr. Vélez de Córdova, Uriburu, Alvarado, Indebeirus i
Pinedo.
De estos arjentinos, los más ilustres,
todos los que han desempeñado cargos públicos, están en el destierro o han
muerto en las matanzas i en las persecuciones que les ha suscitado Don Juan
Manuel Rosas, que no había estudiado bajo la dirección del Dean Funes, sino que
aprendió a leer con el Dr. Maza, degollado en la sala de Representantes de
Buenos-Aires.
Olvido aun dos discípulos de aquel
maestro, que como uno de los de Jesús, se apartaron de la escuela, i se
pusieron de acuerdo con los fariseos. Echagüe doctor en teolojía hecho Jeneral
por López de Santa Fe, que se sentaba en los talones a conversar, i hoi
gobernador de la aldea donde antes hubo una ciudad. De su instrucción teolójica
puede dar muestra este trozo de estilo, de una nota oficial suya "el
infrascrito ha leído el contenido de la sediociosa anárquica irritante carta
del contumaz salvaje unitario lojista Sarmiento..."
El otro es un señor Otero de Salta, que
está nombrado enviado estraordinario a Chile, i a quien Rosas improbó en nota
oficial "usar de la i latina en los casos que su gobierno usaba de la y
griega" ordenándole abstenerse en adelante de incurrir en desliz tan
imperdonable! -Pero cerremos esta dolorosa pájina de las perdidas que la
República ha hecho de aquella cosecha de claros varones que produjo Córdova
bajo la inspiración del sabio Dean. El martirio, el destierro o el
envilecimiento han dado ya cuenta de ellos!
No por haber desposesionado a los
franciscos de la Universidad i colejio de Monsserrat, la lucha de las viejas
ideas fue menos tenaz. La edad media se parapetaba en los numerosos claustros,
i desde allí lanzando sus guerrilleros calzados o descalzos, de blanco o de
negro uniforme, traían turbadas las familias i las conciencia, espantadas como
estaban de que en un colejio se enseñase francés. En España misma solo a
mediados del siglo diez i siete, sino a fines, viose por la primera vez en un
libro, una cita en aquel idioma. Acusábase al venerable Dean, con sobradísima
razón, de estar abriendo el campo a Voltaire, Dalamberto, Diderot i Rouseau, i
a los Jacobinos franceses. Acusábasele con mayor razón de la preferencia que
daba al estudio del Derecho sobre el de la Teolojía escolástica dejando así
desguarnecida de toda defensa el alma de sus discípulos contra la temida, i
posible impiedad. Ni las matemáticas merecían induljencia, atendida su afinidad
con la Nicromancia i la Majia, que existían aun en algunos doctos cerebros. Era
la música, distracción mundana, camino de flores que conducía bailando i
cantando a la perdición eterna, sin dejar de ser por eso habilidad asaz
plebeya, puesto que solo los esclavos de los conventos se ejercitaban en
violines, harpas i guitarras. últimamente el Dean Funes cuan blando i suave de
carácter era, que su induljencia paternal llegó a relajar la disciplina del colejio,
había dejado establecer una clase de esgrima que provocaba a las pendencias i
desafíos. ¿Pero adónde iba este santo varón, con todas aquellas innovaciones,
que traían alborotada la jente tonsurada, i la larga cola de beatas que anda
siempre en torno de conventos i monasterios? El Dean se guardaba para sí su
secreto, i seguía adelante su obra. El D.r Don Leopoldo Allende, Rector del
colejio de Loreto, que gozaba de una grande influencia en la ciudad, se opuso
formalmente a que sus alumnos asistiesen a las nuevas clases de derecho,
matemáticas, francés, jeografía, &c, El Cancelario de la Universidad llamó
al altivo i fanático Rector para reconvenirlo, encontrando sin sorpresa de su
parte que hacía público alarde de la oposición a la reforma, bien apoyados sus
razonamientos en testos sagrados que probaban que el sacerdote no debía saber
jeografía ni francés, para mejor combatir la herejía, Funes salió esta vez de
su habitual mansedumbre i lo mandó preso a su colejio de Loreto, orden que
afectó tanto al orgulloso Rector que cayó desmayado i fue preciso conducirlo en
brazos. Pocos días después, el Dr. Allende, en casa del Obispo Orellana, al pie
de una boleta de examen de órdenes que prestaba el D.r Caballero, de Córdova,
escribió D.r Leopoldo All... i cayó muerto. Como era de temerlo, este triste
incidente abultado, desfigurado, fue a engrosar la lista de los cargos contra
el innovador, que había quebrantado la fatuidad del ignorante Doctor. La
vacante que aquella muerte dejó en el rectorado de Loreto fue llenada no
obstante por persona idónea i la reforma se introdujo entonces sin dificultad.
Por este tiempo (estamos en el año
nueve), empezaban a sentirse lijeros movimientos en el mundo político de la
España. Ventilábanse con ardor en Chuquisaca entre la Audiencia i su presidente
Pizarro los derechos de la Carlota, al trono de España i América durante la
cautividad de Fernando; i Monteagudo, Otero, Bustamante, Postillo, i otros
porteños o arjentinos, no pudieron estorbar los movimientos revolucionarios que
retardaban planes que se estaban urdiendo en Buenos-Aires i tenían
ramificaciones en la Paz, Chuquisaca, Lima i otros puntos de América. Muchos
hilos de la trama sino todos pasaban por Córdova bajo la mano suave i entendida
del Dr. i Dean. Su fama de sabiduría, su influencia en el clero, sus relaciones
con todos los hombres distinguidos de ambos Virreinatos, la reunión misma de
tantos alumnos de tan varios países, hacia del célebre Dean el centro natural
de todos los movimientos preparatorios de la Revolución de la Independencia.
El primer aviso que se tuvo en Córdova de
la Revolución del 25 de mayo de 1810, llegole al Dean, circunstancia que lo
comprometía sobremanera ante las autoridades reales. Hallábase a la sazón en
Córdova, su amigo el exvirrei Liniers, i habiéndose reunido una junta para
deliberar sobre el cambio obrado en Buenos-Aires, a consecuencia de las
circulares que el nuevo gobierno enviaba a las provincias, presidida por
Liniers i compuesta en su mayor parte de peninsulares, del gobernador Concha,
el Obispo Orellana, españoles, el Dean Funes invitado, como era debido, a dar
su voto en tan solemne deliberación, en presencia do su Obispo, como ante el
cónclave de cardenales Sixto V, arrojó las muletas del disimulo i se declaró
americano, arjentino, patriota i revolucionario. A su amigo Liniers pudo
decirle entonces como Franklin a Lord Strahane. "Vos sois Miembro del
Parlamento i de esa mayoría que ha condenado mi país a la destrucción... Vos i
yo fuimos largo tiempo amigos. Vos sois ahora mi enemigo!"
Ni un solo voto reunió el Dean en favor
de su idea de que se reconociese simplemente la Junta Gubernativa de
Buenos-Aires. Liniers, el Obispo, el Jeneral Concha, el Coronel Allende, Don
Victorino Rodríguez, asesor de gobierno i hombre de grande i merecida
influencia, apoyados en todos los europeos de Córdova i en la momentánea
turbación de los ánimos no preparados para golpe tan osado, declararon su
oposición al gobierno de Buenos-Aires i la guerra al ejército que había salido
en protección de las provincias. Pero el mal estaba ya hecho, i lanzado el
dardo que dejaba herido de muerte el sistema español. Como en todas las grandes
revoluciones no eran ni decretos, ni soldados los instrumentos que debían
preparar los acontecimientos, eran sanciones morales, eran prestigios,
principios; la revolución se dirijía al espíritu i no al cuerpo, i el voto
único del Dean Funes del sabio americano, era el voto de los pueblos. El Dean,
mandó ejemplares de su voto a todas las provincias i aun a Lima, sede del más
poderoso de los virreinatos, i cuando el Virrei Abascal decía en sus proclamas
i Gacetas que la revolución de Buenos-Aires era hecha por unos cuantos hombres
perdidos, por algunos salvajes criollos, la conciencia, pública de un estremo a
otro de la América, repetía el nombre del Dr. Don Gregorio Funes, Cancelario de
la Universidad de Córdova, que había educado en las nuevas ideas una jeneración
de atletas. El Virrei Abascal, como es frecuente en estos casos, mandó
confiscar en el Perú los bienes pertenecientes a los salvajes revolucionarios
arjentinos, ascendiendo la cosecha a cerca de cuatro millones de pesos, en los
valores que tenían arjentinos residentes en Lima i transeúntes que a la sazón
se encontraban con cuantiosos arreos de mulas. Tocole al Dean perder sesenta
mil pesos de su fortuna, que manejaba su sobrino Don Sixto, i responder por
créditos que habían quedado abiertos en Córdova i Buenos-Aires, participando
igualmente del contraste Don Ambrosio su hermano, Don Domingo i otros deudos que
poseían grandes intereses en Lima. Un señor Candiote de Santa Fe perdió él sólo
seiscientos mil pesos. Por lo que hace al Dean, este golpe de habilidad
despótica, sin apartarlo de su propósito, que no se inquieta mucho el cerebro
que piensa por la calidad de los alimentos que han de entrar en el estómago,
ejerció, sin embargo, una triste influencia sobre los últimos días de su vida.
El gobierno español de Córdova puso en actividad sus medios de acción sobre los
otros pueblos para inducirlos a desconocer la Junta Gubernativa de
Buenos-Aires. Dependían entonces de Salta las ciudades de Santiago del Estero,
Tucumán i Catamarca. Era Obispo de aquella Diócesis, aquel majistral Videla que
había pasado del Paraguai a Salta, por apartar de la cabeza de Funes esta
mitra; i decidiose por rivalidad con el Dean en favor de la pasiva obediencia a
los reyes; i el rencoroso Obispo apoyado por el gobernador Isasmendi hubiera
arrastrado a aquellas provincias a declararse por la resistencia, si Moldes,
Gurruchaga, Catellano, Cornejo i Saravia, amigos i admiradores de Rines no
hubieran hecho viva oposición al desacordado intento, en despecho de la
Intendencia de Potosí, que se habla dejado arrastrar por las sujestiones de
Córdova.
El ejército de Buenos-Aires penetró por
fin en Córdova, i la influencia moral del Dean Funes, i sus principios
empezaron a prevalecer en la ciudad, pudiendo desde entonces estenderse, sin
dificultad i sin trabas, sus doctrinas a todas las clases de la sociedad, i
diseminarse por las otras provincias. Por esta época, su sobrino Don Juan Luis
Funes, miembro de la rama de su familia establecida en San Juan, siendo oficial
de milicias, depuso, mediando mi discurso hecho al frente de la tropa cívica, a
todos los españoles que aún estaban en el servicio público, con lo cual quedaba
consumada en San Juan la revolución iniciada en Buenos-Aires i triunfante ya en
Córdova.
Pero aún había campo más digno para que
se ejerciese su pacífica influencia. La Revolución iniciaba su triunfo
abandonándose a movimientos terribles de cólera, señalando ya ilustres víctimas
espiatorias, dignas de su culto, i en Córdova iba a levantarse el altar en que
debían ser inmoladas. Es el Dean mismo quien nos ha conservado los detalles del
suceso.
"La junta, dice, había decretado
cimentar la revolución con la sangre de estos hombres aturdidos, e infundir con
el terror un silencio profundo en los enemigos de la causa. En la vijilia de
esta catástrofe pude penetrar el misterio. Mi sorpresa fue igual a mi aflicción
cuando me figuraba palpitando tan respetables víctimas. Por el crédito de una
causa, que siendo tan justa iba a tomar desde este punto el carácter de atroz,
i aun de sacrílega, en el concepto de unos pueblos acostumbrados a postrarse
ante sus Obispos; por el peligro de que amortiguase el patriotismo de tantas
familias beneméritas; en fin, por lo que me inspiraban las leyes de la
humanidad, yo me creí en obligación de hacer valer estas razones, ante Don
Francisco Antonio Ocampo i Don Hipólito Vieytes, jefe de la espedición
suplicándoles suspendiesen la ejecución de una sentencia tan odiosa. La
impresión que estos motivos i otros que pudo añadir mi hermano Don Ambrosio
Funes, produjo el efecto deseado pocas horas antes del suplicio
Los presos fueron trasladados a
Buenos-Aires; pero en el camino encontraron en lugar aciago, al terrible
Representante del Pueblo, que hizo ejecutar la implacable sentencia de la Junta
Gubernativa, contra los que habían osado encender la primera chispa de la
guerra civil, como si desde entonces hubiesen previsto, que allí estaba el
cáncer que más tarde debía devorar las entrañas de la República.
La Junta Gubernativa para dar sanción a
sus actos, había convocado un Congreso de Diputados de las Provincias, i el
Dean Funes acudió a Buenos-Aires por la ciudad de Córdova a prestar el concurso
de sus luces i de su influencia al nuevo gobierno. Cuáles debían ser las
funciones de este Congreso? Continuaría la Junta Gubernativa como hasta
entonces ejerciendo el poder bajo la sanción, pero separadamente del Congreso
incompleto que acaba de reunirse? He aquí un atolladero, de donde no pudieron
salir sin desmoralización, i sin dejar hondas brechas abiertas en la armonía de
las provincias i de la capital. Traída a discusión la materia "el diputado
por Mendoza dijo: que se incorporasen los diputados a la junta para ejercer las
mismas funciones que los vocales que hasta entonces la habían formado."
El secretario de la junta Dr. Don Juan
José Passo dijo: "que los diputados de las provincias no debían
incorporarse a la junta, ni tomar parte activa en el gobierno provisorio que
ésta ejercía."
El Presidente de la junta Don Cornelio
Saavedra dijo: "que la incorporación de los diputados a la junta no era
según derecho; pero que accedía a ella por conveniencia pública."
El secretario de la junta Don Mariano
Moreno dijo: "que considera la incorporación de los diputados en la junta
contraria a derecho, i al bien jeneral del Estado, en las miras sucesivas de la
gran causa de su constitución, etc. Sobre estos diversos pareceres, i la
petición formal que habían hecho los nueve diputados de las provincias
reclamando "el derecho que les competía para incorporarse en la Junta
provisional, i tomar una parte activa en el mando de las provincias hasta la
celebración del Congreso que estaba convocado," se decidió la
incorporación, formándose un gobierno ejecutivo de veinte i dos miembros,
preñado de tempestades, de celos de provincia, más que todo lleno de una
inesperiencia candorosa en todo lo que concernía a las prácticas de los
gobiernos libres. "El más influyente de todos los diputados, dice un autor
contemporáneo, i que más concurría a esta falta, Funes se esplica así, en su
Ensayo sobre la revolución. "Dando a los diputados una parte activa en el gobierno,
fue desterrado de su seno el secreto de los negocios, la celeridad de la acción
i el vigor de su temperamento
Pero era aun mayor el cúmulo de males que
ésta medida i los desaciertos que la provocaron i siguieron iban a traer para
el porvenir de la República. La cuestión apenas despertada en aquella junta
indefinible, se diseñó bien claro i se deslindó en la opinión, que se dividió
en bandos de provincialistas i ejecutivistas, jermen ya de la cuestión de
federales i unitarios que había de enjendrar el monstruoso hibride que se ha
llamado Héroe del Desierto, porque ha sabido despoblar en efecto a su patria.
¿Qué es ese gobierno, federal o unitario? Qué responda él, el torpe!
Como debía esperarse, la Convención
ejecutiva se desmoralizó bien pronto, viendóse forzada a disolverse por su
impotencia, delegando en una comisión los no deslindados poderes hasta la
reunión de una Asamblea Nacional. El descontento público se cebó bien luego
contra la comisión, i una tentativa de subversión, atribuida a influencias de
Funes trajo a éste su encarcelamiento. Entonces reapareció en Córdova la
antigua ojeriza con Buenos-Aires, a quien disputaba la supremacía la docta
ciudad central. El clero de Córdova, la Universidad i el colejio de
Monsserratt, en despecho de los ejecutivistas que estaban en el gobierno,
enviaron sus respectivas diputaciones a Buenos-Aires a pedir por la libertad
del que llamaban su Padre común. El Gobierno de Buenos-Aires desoyó aquellas
peticiones, i la ciudad de Córdova se echó en la contra-revolución, apegándose
i favoreciendo a cuanto caudillo quería ahogar la libertad en el crimen; desde
Artigas, el bandido montevideano, hasta Bustos, el desertor de Arequito. La
lucha de ideas entre las dos ciudades pasó dejenerándose de la ciudad a la
campaña, i el último representante del orgullo doctoral de Córdova, es hoi un
pastor de ganados, gobernador federal.
El Dean Funes olvidado bien pronto por
Córdova i Buenos-Aires, por ejecutivistas i provincialistas a cuyos desmanes no
quería prestar su sanción, se consagró al estudio de la historia de su patria,
i en 1816 la imprenta de Gandarillas i socios emigrados chilenos, dio a luz el
Ensayo histórico de la historia civil del Paraguai, Buenos-Aires i Tucumán,
escrita por el Dr. Don Gregorio Funes, Dean de la Santa Catedral de Córdova en
tres volúmenes encuarto, i terminada en 1817, por Benavente, hoi Presidente del
Senado de Chile; que así anduvieron siempre chilenos i arjentinos en sus
respectivas emigraciones.
Esta obra que venía confeccionando de
treinta años atrás, pues ya tocaba a los setenta de edad cuando la publicó,
revela que ha sido escrita en los tiempos coloniales, i preparada para recibir
el sello de la censura oficial sin mancharla. Hai, sin embargo, en su
introducción conceptos dignos de memoria. "Había de llegar por fin, dice
el ilustre patriota, el día en que no fuese un crimen el sentimiento tierno i
sublime del amor a la Patria. Bajo el antiguo réjimen el pensamiento era un
esclavo, i el alma misma del ciudadano no le pertenecía. Siempre en acción la
tiranía, los vicios de los que nos han gobernado nos servirán de documentos
para discernir el bien del mal, i elejir lo mejor."
"Los Reyes de España, bajo cuyo
cetro de acero hemos vivido, temían la verdad; el que se hubiese atrevido a
proferirla habría sido tenido por un mal ciudadano, por un traidor! Ya pasó esa
época tenebrosa...
Ah! aun no ha pasado, para vuestros
descendientes, ilustre Funes! La negra nube que pesó sobre las colonias tres
siglos, rompiose un día para dejar escapar de su seno el 25 de mayo, Chacabuco,
Maipú, la libertad de cultos, i los varios congresos arjentinos i se cerró otra
vez, torba, hedionda, sangrienta! Desde entonces, como antes, se temió la
verdad; i el que se atreve a proferirla es llamado mal ciudadano, traidor. Oid
a vuestro discípulo renegado, el Dr. Echagüe, a cuyo asentimiento ha apelado el
tirano para finjir que hai una opinión pública que me condena, realizando lo
que vuestra ciencia de la historia os había revelado cuando decíais "Que
no se nos hable de ratificación de los pueblos. La fuerza en el que manda i la
hipocresía en el que obedece, caminan por lo común a pasos paralelos Precusor
ilustre de la Revolución! seguiré yo i seguirán otros tus consejos "Sólo
para los pueblos pusilánimes, decíais, sirven de desaliento los peligros. Los
varoniles cuentan el número de sus esfuerzos por el de sus desgracias. La
fortuna entra en el cálculo de las cosas dudosas no confían sino en su virtud
En 1819 vuelve a aparecer en la vida
pública el Dean Funes, Presidente del Congreso Constituyente, En el Manifiesto
en que daba cuenta de los trabajos del Congreso que había sancionado la
Constitución de las Provincias Unidas de Sud América, i mandada publicar por el
Soberano Congreso Constituyente en 30 de Abril de 1819, decía entre otras
cosas. "La escasa población del estado pedía de justicia que nos
acercásemos al orijen de un mal que nos daba por resultado nuestra común
debilidad. Este no era otro que el despotismo del antiguo réjimen cuyos
estragos son siempre la incultura, la esterilidad, i el desierto de los campos.
Autorizando el Congreso al Supremo Director del Estado, para adjudicar tierras
valdías, dio la señal de que se rejía por un espíritu reparador."...
"La ignorancia es la causa de esa inmoralidad que apoca todas las
virtudes, i produce todos los crímenes que aflijen las sociedades. El Congreso
escuchó con el mayor interés i aprobó la solicitud de varias ciudades, en orden
a recargar sus propios haberes, para establecer escuelas de primeras letras, i
otras benéficas instituciones. No hai cosa más consoladora que ver propagado el
cultivo de la educación pública. Los trabajos consagrados por el Supremo
Director del Estado al progreso de las letras en los estudios de esta capital,
i los que se emplearon en las demás provincias servirán con el tiempo para
formar hombres i ciudadanos. Sensible el Congreso a sus laudables conatos,
aplicó la parte del erario en las herencias transversales a la dotación de los
profesores
Este era el último acto de la vida
pública del Dean Funes. En pos del Congreso Constituyente venla aquella
descomposición de la vieja sociedad, aquella lucha de todos los elementos de
organización aquel frenesí que llevaba a la discusión a bayonetazos en las calles
de Buenos-Aires, la resolución de las más frívolas personalidades, i que
terminó en 1820 con el triunfo de Martín Rodríguez, i el principio de una nueva
era de nuestra historia. Había dicho al principio que los hombres de la época
de Funes tenían dos caras, dos existencias, una colonial, otra republicana.
Desde Martín Rodríguez adelante, esta jeneración intermediaria se oscurece i
anonada en presencia de hombres nuevos, que parece no han conocido las
colonias; porvenir puro, si es posible decirlo, pues no tienen en cuenta nada
de lo pasado. El Dean Funes comprende menos lo que se pasa desde entonces a su
vista, como no es ya comprendido él, ni estimado por la nueva jeneración de
literatos, de escritores, filósofos, poetas, i políticos que se eleva. Su papel
tan grande, tan espectable en 1810, se apoca, se anonada en presencia de la
olvidadiza ingratitud de la jeneración próxima ¿Ni que podía quedar ya para el
anciano Cancelario de la Universidad de Córdova, i diputado a aquellos primeros
congresos, ensayos casi infantiles de la impericia gubernativa? Su estado lo
alejaba de los negocios seculares, su edad apartaba de su mente la idea de
esperar del tiempo la realización de todo designio, i hai nombres que nada
puede salvar de la muerte, por que se ha modificado la atmósfera en que se
habían desenvuelto.
Todavía circunstancias accidentales
precipitaban en los animos su decaecimiento. La reacción de Córdova, que a
nombre suyo, i por laudables motivos había sido preparada por él en 1812, se
había ensañado contra él mismo, en sus estravíos posteriores. El virrei Abascal
le había quitado toda su fortuna, la catedral de Córdova renegado a su Dean; i
él que durante tantos años había sido la gloria de sus letras, la joya de su
coro, i el árbitro del destino de tantos hombres, desde 1819 adelante tuvo para
vivir necesidad de vender uno a uno los libros de su biblioteca, deshacerse de
su enciclopedia francesa tan estimada i rara entonces, desbaratar su colección
de raros manuscritos, cambiando por pan para el cuerpo lo que había servido
para alimentar su alma. Aquella moralidad que le había permitido encabezar la
más difícil de las reformas, que es aquella que cambiando el objeto i la idea
de la ciencia, deja ignorante i sin valimiento a una jeneración entera, flaqueaba
esta vez en los conflictos de una vida miserable, sin rehabilitación posible,
sin objeto ya, i trasplantada a otro terreno. Hablábase de pasiones amorosas
encendidas en aquel corazón que había ya resistido a sus seducciones durante
sesenta i cinco años; i cuando la pobreza suma había entrado a su hogar, una
mujer vino a apartar de aquel espíritu fuerte, la desesperación, que sucede al
desencanto. Debilidad humana! si estos hechos merecen consignarse en el
recuerdo de los contemporáneos, debemos agradeceros, que hubieseis atacado el
cadáver del ilustre reformador, después que estuvieron consumados los frutos de
su alta i noble misión.
Otra circunstancia aún venía a amenguar
en la opinión pública su antiguo valimiento. La cosmopolita República que había
palpitado con todas las emociones de la América, i hallado por tanto tiempo su
sangre i sus tesoros tan bien empleados en Chile, como en Montevideo, en Lima
como en su propio seno, empezaba entonces a concentrarse en sí misma para darse
una nacionalidad arjentina. A su paso había encontrado un hombre grande en
gloria, en servicios a la Independencia, que en influencia sobre la América
pretendía oscurecerla i anonadarla; aquel hombre grande i aquel hombre
República habían empezado a odiarse i a perseguirse. El anciano Dean no
comprendía nada de estas esclusiones i de aquellas antipatías, i como si aún
estuviera en el siglo de oro de la revolución cuando se aunaban en un propósito
los colonos, ya residiesen en Charcas, Buenos-Aires o Santiago de Chile, aceptaba
candorosamente el cargo de ajente caracterizado de Bolívar en la República
arjentina, i en recompensa la renta de un deanato en Charcas, sustraída por
aquel a la circunscripción de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Hartos
motivos todos i sobrados para justificar la decadencia de su influjo en los
dominios de la política.
Su reputación literaria no debía escapar
tampoco a la lima del tiempo i del progreso. Tenemos una preocupación en
América que hace a hombres bien intencionados dar suma importancia al estudio
de nuestra historia de colonos. Pero aquella historia ha sido repudiada por la
revolución americana que es la negación i la protesta contra la lejitimidad de
los hechos, i la rectitud de las ideas del pueblo de que procedernos. Norte-América
se separaba de la Inglaterra sin renegar la historia de sus libertades, de su
jurados, sus parlamentos, i sus letras. Nosotros, al día siguiente de la
revolución debíamos volver los ojos a todas partes buscando con que llenar el
vacío que debían dejar la Inquisición destruida, el poder absoluto vencido, la
esclusión relijiosa ensanchada.
Una historia de las colonias para
incorporarse en nuestra vida actual necesita, pues, un grande i severo estudio
de nuestro modo de ser, i el Ensayo de la Historia civil del Paraguai estaba
mui lejos de llenar aquellas condiciones. Nutrido su autor de la lectura de
cerca de cuarenta cronistas que sobre aquellas rejiones han hablado, flaqueaba
su trabajo por la parte crítica, dejándose llevar del pésimo gusto de los
antiguos historiadores de las cosas americanas de intercalar prodijios,
milagros i patrañas de su invención o recojidas entre las vulgares tradiciones,
en la narración de hechos, que por ser mezquinos i materiales, alejan toda
simpatía i cansan la curiosidad del lector. Añádase a esto que el autor usa de
los tesoros de su erudición, tanto en las americanas crónicas, como en los
libros clásicos de la Europa, que casi él sólo poseía, con un total olvido de
que escribía en el albor de una época, que iba a poner al alcance de todos, los
elementos mismos de su saber. Así, el lector empezó a apercibirse en muchos de
sus trabajos que ocurrían frases, períodos, que ya habían sonado gratos a sus
oídos, i pájinas que los ojos se acordaban de haber visto. Sobre el Dean Funes
ha pesado el cargo de plajiario, que para nosotros se convierte más bien que en
reproche en muestra clara de mérito. Todavía tenemos en nuestra literatura
americana autores distinguidos que prefieren vaciar un buen concepto suyo, en
el molde que a la idea imprimió el decir clásico de un autor esclarecido.
García del Río es el más brillante modelo de aquella escuela erudita, que lleva
en sus obras incrustados como joyas, trozos de amena literatura i pensamientos
escojidos. Una capa anterior a este bello aluvión de los sedimentos de la buena
lectura dejó la compilación, la apropiación de los productos del injenio de los
buenos autores a las manifestaciones del pensamiento nuevo. Campmany en España
pertenece a esta familia de escritores que traducen pájinas francesas i las
emiten a la circulación bajo la garantía de su nombre, i engalanadas con el
ropaje de un lenguaje castizo. El Médico a palos de Moratín era le Médecin
malgré lui de Molière.
Aquello, pues, que llamamos hoi plajio,
era entonces erudición i riqueza; i yo prefiriera oír segunda vez a un autor
digno de ser leído cien veces, a los ensayos incompletos de la razón i del
estilo que aun están en embrión, porque nuestra intelijencia nacional no se ha
desenvuelto lo bastante, para rivalizar con los autores que el concepto del
mundo reputa dignos de ser escuchados.
Los escritos del Dean Funes muestran que
hubiera podido vivir sin tomar de nadie nada de prestado. Así lo juzgaron
jueces competentes, entre ellos el Obispo Gregoire rindiendo el más alto
homenaje a su talento i vasta instrucción, motivó con su crítica la refutación
del Dean Funes sobre el papel que Las Casas había desempeñado en la propagación
de la esclavatura; querella literaria sostenida con lucimiento i cortesanía desde
Francia i Buenos-Aires, i que hizo conocer en Europa la obra del Dean Funes,
que le había dado motivo.
En medio de tantas atenciones profanas,
su ciencia de las cosas sagradas no quedó ociosa tampoco, dedicando a Bolívar
su refutación de Un proyecto de Constitución relijiosa, propuesto por el señor
Llorenti, sabio español, célebre por sus Anales de la Inquisición.
Ensayose en la Biografía, tomando por
asunto la interesante vida del Jeneral Sucre, en lo que servía sus
predilecciones por Bolívar.
Rivadavia encargó al anciano Dean la
traducción de la obra de Daunou, Ensayo sobre las garantías individuales que
reclama el estado actual de la sociedad, con cuyo motivo decía en el prólogo en
nota del traductor elojiando aquella solicitud de un gobierno de propagar entre
sus gobernados los principios que sirven de sustentáculo a la libertad: "
no hai tirano tan incauto que abra los ojos a aquellos a quienes tiraniza i les
ponga las armas en las manos con que lo deban combatir." Acompañó su trabajo
de anotaciones propias, muchas de ellas de un raro mérito. Parece estudiada
esta observación colocada al fin de la nota 2.ª "El temor de las leyes es
saludable; el temor a los hombres es orijen funesto i fecundo de
crímenes." ¡Cuán amarga confirmación ha tenido este axioma en su pobre
patria, ahora que la voluntad de un estúpido brutal es la suprema lei del
Estado. Su tolerancia en materias relijiosas las ha dejado espresada, con una
profundidad de miras que sorprende en su nota 8.ª, que merecería ser reproducida
íntegramente. "La emulación, en todas materias, dice, es lo que da un
nuevo ser i una nueva vida. Ella ha sido siempre la fuente de un zelo ardiente,
i de esos jenerosos sentimientos que elevan el alma, i la llenan de una noble
altivez i de una confianza magnánima. ¿Quién puede dudar que ésta se dejaría
sentir en un estado entre profesores de diversos cultos?" i en la nota 13,
justificando las reformas necesarias añade. "No hai que temer esas
ajitaciones que escandalizaron los siglos pasados. El volcán del Vaticano se
apagó ya, i pasó el tiempo en que con un pliego de papel se podían conmover los
sentimientos de un Estado."
El Dr. Anchoris, editor de la edición
segunda de la traducción de Daunou, aseguró en aquella época a un respetable
señor que nos comunica algunas noticias acerca de Funes, que éste había
merecido la aprobación del autor francés, en cuanto a las doctrinas que rebatió
en las notas de la traducción: "muchas de las opiniones de Ud., le decía
desde París, son preciosas, i han servido para rectificar mis juicios."
-En aquellos tiempos, el nuevo i el antiguo mundo estaban anillados por el
pensamiento. Rivadavia era el amigo i el corresponsal de Lafayette i de Bentham
cuyas máximas de derecho se enseñaban en la Universidad de Buenos-Aires; i el
Dean Funes, levantaba la cabeza hasta la altura de Daunou i de Gregoire con
quienes discurría de igual a igual.
También redactó el Argos en Buenos-Aires
cerca de cuatro años por proporcionarse medios de vivir, i en aquella colección
de escritos puede el lector entendido encontrar reflejadas las preocupaciones
de la época i el tinte especial del prisma de su intelijencia.
Después de estos trabajos el ilustre
patriota se esclipsa entre los dolores de la vejez, de la miseria i el olvido.
El Dean Funes hacía tiempo que había muerto en la opinión pública de sus
contemporáneos, no obstante que las colonias no han presentado quizá vida más
larga ni más completamente llenada. Sus trabajos literarios pueden ser por el
progreso de las luces eclipsados, no obstante que su Ensayo es hasta hoi la
única historia escrita de la colonización de las comarcas a que se contrae; la
única que la Europa ha recibido de la América, mostrando este hecho cuán fácil
i pretensiosa es la crítica que destruye, sin poner nada en cambio de lo que
declara de poca lei. Sus teorías políticas han pasado con su época, i sus
trabajos en congresos i gobiernos, confundido su nombre en el catálogo de
tantos otros ilustres obreros; pero su reforma de los estudios de la Universidad
de Córdova, la rara intelijencia que mostró en época en que tan pocos conocían
en América el nuevo campo en que se había lanzado la intelijencia humana,
constituyen al Deán Funes el Precursor de la Revolución americana en su
manifestación más bella, en Reformador de las ideas coloniales; i en este
sentido su lugar en la historia no debe ceder en nada la preferencia a Bolívar,
Moreno, San Martín, i tantas otras poderosas palancas de acción. Son muchos los
que pueden pararse en medio del camino de la historia para hacerla cesgar por
el rumbo que le señalan las ideas nuevas, poquísimos, empero, los que tienen la
previsión de tomar la intelijencia misma para inocularla un principio grande, i
lanzarla en el mundo a dar nueva faz a los pueblos; i el célebre Deán pertenece
a este número. ¡Cuántos esfuerzos debió costarle la realización de su
pensamiento! ¡Cuánto amor para fecundarlo! ¡Cuánta entereza para llevarlo a
cabo! ¿I a quién sino a él le ha cabido la gloria de sembrar la semilla, i ver
florecer la planta, aunque hubiesen de clavar sus manos las espinas de que
venía rodeada?
En 1830 preludiaba una nueva era en la
historia de la República arjentina, indecisa aun como la frontera que divide
dos naciones distintas. A la década de la independencia, que alcanzó hasta el
Congreso de 1819, se había seguido la de la libertad hasta 1829; a esta se
sucedía otra preñada de amenazas i de peligros. El aire se había sosegado ya de
traer a los oídos las detonaciones del combate de los partidos: habíase
disipado la densa nube de polvo de las masas de jinetes que Rosas había
empujado sobre la altiva Buenos-Aires para compelerla a recibirlo. En una de
esas noches tristemente tranquilas que ofrecen las capitales después de
sometidas, paseábase el más que octojenario Deán Funes en las callejuelas
tortuosas del Wauxhall, jardín inglés en el corazón de Buenos-Aires, fundado
por una sociedad como lugar de recreo, i propiedad entonces de Mr. Wilde, que
lo había creado. Aquel espacio de tierra cultivado con la gracia, del arte inglés,
aquellas flores que se combinan con arbustos florescentes, aquellos zotillos en
que la mano del hombre remeda las gracias de la naturaleza, eran hasta entonces
el mejor contraste que la cultura europea podía hacer con la desierta Pampa;
era un fragmento de la Europa trasportado a la América, para mostrarle cuál
deben ostentarse un día sus campañas, cuando al abandono de la naturaleza
silvestre se haya sucedido la ciencia i los afanes del labrador intelijente. Al
Wauxhall acudían las familias de Buenos-Aires a creerse civilizadas, en medio
de aquellos árboles, frutas i flores tan esmeradamente cultivados; a Wauxhall
pedían circo i espectadores los equilibristas, equitadores, i saltimbanquis que
llegaban de Europa; a Wauxhall en fin asistía de vez en cuando el octojenario
Deán Funes a aspirar los últimos perfumes de la vida, a engañar sus miradas i
sus oídos en aquel oasis de civilización que tardaba en estender sus
ramificaciones sobre el agreste erial de la Pampa; i en aquellas callejuelas
sinuosas que esconden a la vista una sorpresa convidando a la plácida
contemplación de la naturaleza, rodeado de aquella familia, póstuma a su vida
pública, a las virtudes de su estado, i aun a la edad ordinaria de las
emociones más suaves del corazón, al aspirar el perfume de una flor, el Deán se
sintió morir i lo dijo así a los tiernos objetos de su cariño, sin sorpresa, i
como de un acontecimiento que aguardaba. Murió a pocos minutos, en los últimos
días de la República que él había mecido en su cuna, en el seno de la
naturaleza, menos feliz que Rousseau, que dejaba la tierra preñada de un jermen
fecundo, que él no debía ver agostarse. Moría la víspera de triunfar Rosas,
divisando a lo lejos la sangrienta orla de llamaradas que anunciaba la vuelta
del antiguo réjimen, rejuvenecido, barbarizado en el caudillo salvaje de la
Pampa, como si hubiese querido salirse del teatro de la vida en que tan
horrible drama iba a representarse, como si cerrase los ojos para no ver a sus
discípulos los Carriles, Alsinas, Varelas, Gallardos, Ocampos, Zorrillas
proscritos; las Universidades cerradas, envilecida la ciencia, i una pájina
horrible de baldón agregada a la historia que él había escrito. Un día iré a
buscar con recojimiento relijioso, entre otras tumbas de patriotas, el lugar que
ocupa la que el siguiente decreto mandó erijir a su memoria:
DECRETO.
MONUMENTO
SEPULCRAL.
Se dedica a
la buena memoria del Dr. D. Gregorio Funes.
Buenos-Aires,
noviembre 29 de 1830.
Teniendo el Gobierno en vista los
distinguidos servicios que prestó a la causa de nuestra independencia el Sr.
Dr. Don Gregorio Funes, i no siendo justo que el recuerdo de este virtuoso i
venerable patriota, cuyos eminentes servicios honrarán siempre su memoria, sea
consignado al olvido, cuando por tantos títulos se supo hacer acreedor a la
gratitud i reconocimiento de sus conciudadanos, he acordado i decreto:
Art. 1. En el cementerio del norte se
levantará por cuenta del Gobierno un monumento, en donde se depositarán los
restos del Dr. D. Gregorio Funes.
2.
Se archivará en la Biblioteca pública un manuscrito autógrafo del mismo Dr.
Funes, con arreglo a lo que previene el decreto de 6 de octubre de 1821.
3. Comuníquese, publíquese, e insértese
en el Rejistro Oficial.
BALCARCE.
Tomás
M. de Anchorena.
COLECCIÓN
AUTÓGRAFA.
Buenos-Aires, octubre 6 de 1821.
Así como toda persona que obra con el
noble fin de obtener un lugar en la posteridad, da a su alma mayor elevación i
enerjía, en la misma proporción crece el valor de toda cosa, cuando no se le
considera sólo con respecto a la estimación que tiene en la época en que es
producida, sino a la que adquirirá a medida que se aleje de ella. Por otra
parte toda nación presta una especie de culto a cuanto pertenece a la época de
su independencia i del principio de su civilización i siempre acusa a sus
antepasados de omisión por lo que no le han transmitido. Los depósitos públicos
deben satisfacer a este justo sentimiento. Estas consideraciones inducen al
gobierno a decretar lo siguiente:
Art. 1. Entre los manuscritos de la
Biblioteca pública, se formará una colección autógrafa de las letras de todos
los ciudadanos que hayan rendido i rindan servicios distinguidos a la patria.
2. El Ministro Secretario de Gobierno i
Relaciones Esteriores queda encargado de la ejecución de este decreto.
Rodríguez-Bernardino
Rivadavia
El obispo de Cuyo
José Manuel Eufracio de Quiroga
Sarmiento, hijo de doña Isabel Funes i de Don Ignacio Sarmiento, hoi Obispo de
Cuyo, rayando en los setenta i tres años, es uno de los caracteres más modestos
que pueden ofrecerse a la consideración de los hombres.
A mediados del siglo pasado el apellido
Sarmiento se estingue en San Juan por la línea masculina. Entonces los hijos de
una señora Doña Mercedes Sarmiento i de un Quiroga toman el apellido de la
madre, tradición que perpetua el actual Obispo de Cuyo apellidándose de Quiroga
Sarmiento. En 1650 encuéntrase en los archivos rejistrado el nombre de una
señora Doña Tránsito Sarmiento. De ahí para adelante se me pierde la traza de
esta familia, i los más laudables esfuerzos de mi parte no han alcanzado a
ligarla al adelantado Sarmiento, fundador de la colonia de Magallanes de aciaga
memoria, no obstante haber tradición de que los Sarmientos de San Juan eran
viscaínos como aquel. Habría saltado de contento de haber podido referir a tan
noble orijen mis esfuerzos por repoblar el Estrecho. Entonces reclamaría como
propiedad de familia, aquel imponente pico llamado Monte Sarmiento que alza su
majestuosa frente en la punta de la América del Sud, contemplando ambos mares,
desolado por las tormentas del Cabo, i engalanado de cascadas sublimes que se
despeñan al mar desde sus cimas. Pero, debo decirlo en conciencia, no me
considero con títulos suficientemente claros para tan altas i polares
pretensiones.
El Obispo Sarmiento es simplemente un
viejo soldado de la Iglesia, que ha hecho centinela durante medio siglo a la
puerta de la casa del Señor, sin que los trastornos de que ha sido testigo lo
hayan distraído un momento de sus tareas evanjélicas. Clérigo, Sota Cura,
Vicario sufragáneo, Cura Rector, Deán, i Obispo de aquella Iglesia Matriz i
después Catedral de San Juan, él ha sido el administrador solícito en la
conservación del templo, el ejecutor pasivo de los progresos obrados por otros
más osados. Su vida pública se liga sólo a las grandes calamidades que han
pesado sobre San Juan; entonces el Cura es el representante nato del pueblo, la
Iglesia el refujio de los perseguidos, i el Obispo el paño de lágrimas de los
que padecen. Cuando el núm. 1 de Cazadores de los Andes se sublevaba, cuando
Carrera invadía con su espantable montonera, cuando Quiroga erizaba la plaza de
banquillos, en todos los días de conflicto, la casa del Cura o del Obispo era
el campo neutro en que perseguidores i perseguidos, verdugos i víctimas podían
verse sin temor i sin saña. He aquí toda la historia política de este hombre,
miembro i jefe, de todas las comisiones enviadas por el pueblo delante de todos
los opresores a pedir gracia por las familias, gobernador de la ciudad en los días
de acefalía, a la mañana siguiente de una derrota, la víspera de la entrada del
enemigo, en aquellas tristes horas en que la luz del sol parece opaca, i se
aguza instintivamente el oído para escuchar rumores que se espera oír a cada
momento, como ruido de armas, como tropeles de caballos, como puertas que
despedazan, corno alaridos de madres que ven matar a sus hijos.
I sin embargo del modesto papel de este
tímido siervo, hai en San Juan una historia suya escrita en caracteres
indelebles, la única que las pasiones del momento no amancillan, la única que
sobrevive a las visicitudes de la opinión, más destructoras que las del tiempo
mismo. Lo que hoi es Catedral de San Juan, fue antes el templo de la Compañía
de Jesús, hermoso edificio de arquitectura clásica, correctísima en el
interior, si bien su frontis terminado más tarde, es menos severo, aunque
gracioso. Todos los antiguos templos de San Juan han desaparecido uno a uno,
desmoronados por la incuria, desiertos por la muerte natural de las órdenes relijiosas
que atraían a los fieles a frecuentarlos con sus novenas, maitines, i
solemnidades. La construcción civil i relijiosa ha tenido un día en San Juan en
que ha hecho alto, para que comenzase desde entonces la destrucción rápida que
la barbarie de los que gobiernan obra por todas partes. La Pirámide de Jofré
fue la última obra pública acabada; las casas consistoriales construidas en
1823, en la esquina de la plaza i a punto de terminarse, son hoz un hediondo
montón de ruinas, guarida de sabandijas; i archivos públicos, imprenta,
hospitales, escuela de la Patria, alamedas, todo ha sucumbido en veinte años,
todo ha sido destruido, robado, aniquilado. En medio de esta disolución
universal, de aquel destrozo de todo cuanto es la incumbencia de la autoridad
pública conservar i mejorar, grande esfuerzo habría sido resistir al mal
espíritu dominante; pero es muestra sublime de consagración la de aquella
autoridad que ella sola adelanta mientras las otras dejan destruir o impulsan
la destrucción; i este es el raro mérito del Dr. Don José Manuel Eufracio de
Quiroga Sarmiento, ya sea que se le haya apellidado Cura, Deán u Obispo de la
Iglesia encargada a su cuidado. En 1824 emprendió estucar el hermoso frontis, i
levantar la segunda torre que había quedado sin terminar. En 1826, encomendó a
Don Juan Espada, herrero i armero español de extraordinario mérito, la
construcción de una gran puerta de hierro forjado para el Bautisterio que es
una obra de arte i la única que puede ostentar San Juan. En 1830 habilitó, parapetándolas
de balaustradas las tribunas que los Jesuitas habían preparado entre los claros
de las columnas toscanas que embellecen de distancia en distancia los lienzos
de las murallas del templo, i que en las grandes solemnidades, dan, cuando
llenas de jente, graciosa animación al espectáculo. En el entretanto reunía una
colección esquisita de ornamentos bordados de realce, como pocas catedrales
pueden ostentar hoi en América, figurando entre ellos los ternos de un fastuoso
cardenal de Roma, que se hizo procurar. Las columnas han sido revestidas de
colgaduras en 1847, i artistas italianos fueron llamados de Buenos-Aires no ha
mucho, para renovar o completar el dorado de los altares que son de una
construcción elegantísima; i la Catedral hoi en su ornato, belleza i frescura,
se muestra como el único oasis de civilización i de progreso, en aquella
malhadada provincia que desciende a pasos rápidos a aldea, indigna de ser
habitada por hombres cultos.
Dícese que el anciano Obispo ha testado
ya en favor de su iglesia, como -aquellos navegantes que han envejecido
mandando su buque, i hacen al casco su legatario universal; i a punto estoi de
perdonarle esta que parecería estraviada caridad con la compañera de su vida,
el instrumento de su elevación, i el objeto de sus desvelos durante medio siglo
de existencia. Es preciso que en la sociedad haya virtudes de todo jénero, i no
hai que exijirle, aunque nos dañe, al que ejerce una especial, que atienda a un
tiempo a todas las otras.
El antes Cura Sarmiento, ha confesado
cuatro horas al día durante cuarenta años; cantado la misa del Sacramento,
todos los jueves; predicado todos los domingos, no obstante su tartamudeo, a
veces invencible, diversificando este trabajo diario, uniforme como el de las
ruedas de un reloj, con la conmemoración de las Ánimas, el Corpus, la Semana
Santa i las funciones de San Juan-Bautista patrono de la Ciudad, i la solemne
de San Pedro, con su correspondiente banquete dado a los magnates de la ciudad;
i como si estas tareas no fuesen bastantes a desobligar su celo, a la Escuela
de Cristo instituida por él, añadió después la Salve, cantada los sábados,
tierna devoción que dejaron huérfana los frailes dominicos, cuando se
desbandaron después de la destrucción del templo, i que él recojió i trajo a su
casa para honrarla. Otro tanto hizo con la Via Sacra, que se celebraba en la
iglesia de Santa Ana, i que hubo de interrumpirse por la ruina de aquel
edificio.
Comenzó a enseñarme a leer mi tío a la
edad de cuatro años; fui su monacillo durante mi infancia, i en los últimos
años de mi residencia en San Juan su sobrino predilecto, atributo que conservo
sin duda hasta hoi, si no es que el pobre viejo, sobre cuyos nervios obra tan
fácilmente el miedo, no se lastimara de verme espuesto a quedar un día en las
hastas del toro, como les ha sucedido a tantos otros que han pagado caro el
tener un alma más bien puesta que la del afortunado tirano que me fuerza a
contar todas estas cosas.
El Obispado que su antecesor el Illmo.
Oro había creado, no ha ganado mucho durante la administración del segundo
Obispo de Cuyo. La sublevación contra las disposiciones de la Santa Sede obrada
en 1839, por el Dr. Don Ignacio de Castro Barros, continúa hasta hoi. Las
provincias de Mendoza i San Luis no reconocen circunscripción alguna en el mapa
de la jeografía católica. Separadas por el Papa de la Diócesis de Córdova, no
han querido reconocer como cabeza de la Iglesia al Obispo de Cuyo. Alienta i
santifica estas querellas el espíritu de aldea, que hace cuestión de amor
propio provincial, pertenecer a la jurisdicción de Córdova con preferencia a la
de San Juan; i tal es la subversión de las ideas, que personas timoratas i aun
el clero viven en paz con su conciencia, en aquel estado de cisma i acefalía
que no tiene razón que pueda justificar. Este asunto ha sido una fuente
inagotable de pesares i de disgustos que han agriado la vida del anciano
Obispo.
Debido a estos pueriles disentimientos,
el Obispado que tantos bienes preparaba ha sido una manzana de discordia echada
en aquellos pueblos. Tengo entendido que entre las Bulas del Obispo hay una
jeneral i como inherente a la fundación del Obispado para celebrar matrimonios
mistos, en cambio de una prohibición de no permitir libertad de cultos,
prohibición que viola el tratado con Inglaterra, como lo hizo notar Rosas al
Gobernador de San Juan. El Ilustrísimo Oro, fundador del Obispado, manifestó en
1821 al Canónigo Don Julián Navarro de la Catedral de Santiago, de cuya boca lo
he obtenido, su firme creencia de que la Iglesia no podía oponerse a las leyes
civiles que asegurasen el libre ejercicio de su culto a los cristianos
disidentes, habiéndole subministrado datos i razones en que fundar el escrito
titulado: El Sacerdote Cristófilo, Doctrina moral cristiana, sobre los
funerales de los protestantes, que dicho canónigo dio a luz en defensa de un
decreto de O'Higgins que permitía establecer en Santiago i Valparaíso
cementerios para protestantes, i contra cuya medida habían elevado una
representación treinta i nueve sacerdotes de Santiago, empeñados en su celo
estraviado en negar sepultura a los hombres que no habían nacido católicos, i
tuviesen la desgracia de morir en Chile. Recuerdo estos antecedentes, porque no
ha mucho se ha negado en San Juan dispensa al único estranjero protestante que
la ha solicitado para contraer matrimonio con una señorita de Mendoza sin
abandonar su culto; i aunque este acto esté mui en los instintos de esclusión
que nos han legado nuestros padres, no es menos funesto para la población de
aquellos países, i establecimiento en ellos de europeos industriosos, morales e
intelijentes. El Señor Cienfuegos, Obispo más tarde de Concepción, dio en caso
semejante en 1818, por causal de la dispensa la escasez de población; i esta
será siempre una razón en su abono en los pueblos americanos.
¡La historia de mi madre!
Siento una opresión de corazón al
estampar los hechos de que voi a ocuparme. La madre es para el hombre la
personificación de la Providencia, es la tierra viviente a que adhiere el corazón,
como las raíces al suelo. Todos los que escriben de su familia hablan de su
madre con ternura. San Agustín elojió tanto a la suya, que la Iglesia la puso a
su lado en los altares; Lamartine ha dicho tanto de su madre en sus
Confidencias, que la naturaleza humana se ha enriquecido con uno de los más
bellos tipos de mujer que ha conocido la historia; mujer adorable por su
fisonomía i dotada de un corazón que parece insondable abismo de bondad de amor
i de entusiasmo, sin dañar a los dotes de su intelijencia suprema que han
enjendrado el alma de Lamartine, aquel último vástago de la vieja sociedad
aristocrática que se transforma bajo la ala materna para ser bien luego el
ánjel de paz que debía anunciar a la Europa inquieta el advenimiento de la
República. Para los afectos del corazón no hai madre igual a aquella que nos ha
cabido en suerte; pero cuando se han leído pájinas como las de Lamartine, no
todas las madres se prestan a dejar en un libro esculpida su imajen. La mía,
empero, Dios lo sabe, es digna de los honores de la apoteosis, i no hubiera
escrito estas pájinas, si no me diese para ello aliento el deseo de hacer en
los últimos años de su trabajada vida esta vindicación contra las injusticias
de la suerte. ¡Pobre mi madre! En Nápoles, la noche que descendí del Vesuvio,
la fiebre de las emociones del día me daba pesadillas horribles en lugar del
sueño que mis ajitados miembros reclamaban. Las llamaradas del Volcán, la
oscuridad del abismo que no debe ser oscuro, se mezclaban qué sé yo a qué
absurdos de la imajinación aterrada, i al despertar de entre aquellos sueños
que querían despedazarme, una idea sola quedaba tenaz, persistente como un
hecho real. ¡Mi madre había muerto! Escribí esa noche a mi familia, compré
quince días después una misa de réquiem en Roma, para que la cantasen en su
honor las Pensionistas de Santa Rosa mis discípulas, e hice el voto i perseveré
en él mientras estuve bajo la influencia de aquellas tristes ideas, de
presentarme en mí patria un día i decirle a Benavides, a Rosas, a todos mis
verdugos: Vosotros también habéis tenido madre: vengo a honrar la memoria de la
mía; haced pues un paréntesis a las brutalidades de vuestra política; no
manchéis un acto de piedad filial. ¡Dejadme decir a todos quién era esta pobre
mujer que ya no existe! ¡vive Dios! Que lo hubiera cumplido, como he cumplido
tantos otros buenos propósitos, ¡i he de cumplir aún muchos más que me tengo
hechos!
Por fortuna, téngola aquí a mi lado, i
ella me instruye de cosas de otros tiempos ignoradas por mí, olvidadas de
todos. A los setenta i seis años de edad, mi madre ha atravesado la Cordillera
de los Andes, para despedirse de su hijo, ¡antes de descender a la tumba! Esto
sólo bastaría a dar una idea de la enerjía moral de su carácter. Cada familia
es un poema, ha dicho Lamartine, i el de la mía es triste, luminoso i útil como
aquellos lejanos faroles de papel de las aldeas, que con su apagada luz enseñan
sin embargo el camino a los que vagan por los campos. Mi madre en su avanzada
edad, conserva apenas rastros de una beldad severa i modesta. Su estatura
elevada, sus formas acentuadas i huesosas, apareciendo mui marcadas en su
fisonomía los juanetes, señal de decisión i de enerjía, he aquí todo lo que de
su esterior merece citarse, sino es su frente llena de desigualdades
protuberantes, como es raro en su sexo.
Sabia leer i escribir en su juventud,
habiendo perdido por el desuso esta última facultad cuando era anciana. Su
intelijencia es poco cultivada o más bien destituida de todo ornato, si bien
tan clara, que en una clase de gramática que yo hacía a mis hermanas, ella de
sólo escuchar, mientras por la noche escarmenaba su vellón de lana, resolvía
todas las dificultades que a sus hijas dejaban paradas, dando las definiciones
de nombres i verbos, los tiempos, i más tarde los accidentes de la oración, con
una sagacidad i exactitud raras.
Aparte de esto, su alma, su conciencia
estaban educadas con una elevación que la más alta ciencia no podría por sí
sola producir jamás. Yo he podido estudiar esta rara beldad moral, viéndola
obrar en circunstancias tan difíciles, tan reiteradas i diversas, sin
desmentirse nunca, sin flaquear ni contemporizar en circunstancias que para
otros habrían santificado las concesiones hechas a la vida, i aquí debo
rastrear la jenealojía de aquellas sublimes ideas morales, que fueron la
saludable atmósfera que respiró mi alma mientras se desenvolvía en el hogar
doméstico. Yo creo firmemente en la transmisión de la aptitud moral por los
órganos: creo en la inyección del espíritu de un hombre en el espíritu de otro
por la palabra i el ejemplo. Los hombres perversos que dominan a los pueblos
infestan la atmósfera con los hálitos de su alma, sus vicios i sus defectos se
reproducen. Jóvenes hai, que no conocieron a sus padres i ríen, accionan i
jesticulan como ellos; pueblos hai, que revelan en todos sus actos quiénes los
gobiernan; i la moral de los pueblos cultos, que por los libros, los monumentos
i la enseñanza conservan las máximas de los grandes maestros, no habría llegado
a ser tan perfecta si una partícula del espíritu de Jesucristo por ejemplo, no
se introdujera por la enseñanza i la predicación en cada uno de nosotros para
mejorar la naturaleza moral.
Yo he querido saber, pues, quién había
educado a mi madre, i de sus pláticas, sus citas, i sus recuerdos, sacado casi
íntegra la historia de un hombre de Dios, cuya memoria vive en San Juan, cuya
doctrina se perpetúa más o menos pura en el corazón de nuestras madres.
A fines del siglo XVIII, ordenose un
clérigo sanjuanino Don José Castro, i desde sus primeros pasos en la carrera
del sacerdocio mostró una consagración a su ministerio edificante, las virtudes
de un santo ascético, las ideas de un filósofo, i la piedad de un cristiano de
los más bellos tiempos. Era además de sacerdote, médico, quizá para combinar
los ausilios espirituales con los corporales, que a veces son más urjentes.
Padecía de insomnios o los finjía en la edad más florida de la vida, i pasaba
sus noches en el campanario de la Matriz sonando las horas, para ausilio de los
enfermos; i tan seguro debía estar de sus conocimientos en el arte de curar,
que una vez llamado a hacer los honores del entierro de un magnate, descubrió
como tenía de costumbre el rostro del cadáver, i levantando la mano hizo señal
de callar a los cantores, mandando en seguida deponer el cadáver en tierra al
aire libre, i rezando en su breviario hasta que viendo señales de reaparecer la
vida, nombrándole en alta i solemne voz por su nombre "levántese, le dijo,
que aún le quedan luengos años de vida", con grande estupefacción de los
circunstantes i mayor confusión de los médicos que lo habían asistido, al ver
incorporarse el supuesto cadáver, paseando miradas aterradas sobre el lúgubre
aparato que le rodeaba.
Vestía Don José Castro con desaliño, i
tal era su abandono, que sus amigos cuidaban de introducirle ropa nueva,
finjiendo que era el fruto de una restitución hecha por un penitente en el
confesionario, u otras razones igualmente aceptables. Sus limosnas disipaban
todas sus entradas, diezmos, primicias i derechos parroquiales eran
distribuidos entre las personas menesterosas. Don José Castro predicaba los
seis días de la semana, en Santa Ana los lunes, en la Concepción los martes, en
los Desamparados los miércoles, en la Trinidad los jueves, en Santa Lucía los
viernes, en San Juan de Dios los sábados i en la Matriz los domingos.
Pero estas pláticas doctrinales, en que
sucesivamente tenía por auditorio la población entera de la ciudad, tienen un
carácter tal de filosofía, que me hacen sospechar que aquel santo varón conocía
su siglo XVIII, su Rousseau, su Feijoo i sus filósofos, tanto como el
evanjelio.
En los pueblos españoles, más que en
ningunos otros de los cristianos, han resistido a los consejos de la sana razón
prácticas absurdas, cruentas i supersticiosas. Existían procesiones de Santos i
mojigangas que hacían sus muecas delante del Santísimo Sacramento; penitentes
aspados en Semana santa, disciplinantes que se enrojecían los lomos con azotes
desapiadados; otros enfrenados que se pisaban las riendas al marchar en cuatro
pies, i otras prácticas horribles que presentan el último grado de degradación
a que puede el hombre llegar. Don José Castro apenas fue nombrado Cura,
descargó el látigo de la censura i de la prohibición sobre estas prácticas
brutales i depuró el culto de aquellas indignidades.
Existían entonces en la creencia popular
duendes, aparecidos, fantasmas, candelillas, brujos i otras creaciones de otras
creencias relijiosas e interpoladas en todas las naciones cristianas a la
muestra. El Cura Castro las hizo desaparecer todas, perseguidas por el ridículo
i la esplicación paciente, científica, hecha desde la cátedra de los fenómenos
naturales que daban lugar a aquellos errores. Fajábanse los niños, como aún es
la práctica en Italia i otros países de Europa, ricos en preocupaciones i
tradiciones atrazadas. El Cura Castro (acaso con el Emilio escondido bajo su
sotana) enseñaba a las madres a la manera de criar a los niños, las prácticas
que eran nocivas a la salud, a la manera de cuidar a los enfermos, las
precauciones que debían guardar las embarazadas, i a los maridos en
conversaciones particulares o en el confesionario, enseñaba los miramientos que
con sus compañeras debían tener en situaciones especiales.
Su predicación se dividía en dos partes:
la primera sobre los negocios de la vida, sobre las costumbres populares, i su
crítica hecha sin aquella grosería de improbación que es común en los
predicadores ordinarios, obrada efectos de corrección tanto más seguros, que
venían acompañados de un ridículo lleno de sal i de espiritualidad a punto de
ser jeneral la risa en el templo, de reírse él mismo a llenarse los ojos de
lágrimas, para añadir en seguida nuevos chistes que interrumpían la plática,
hasta que el inmenso concurso atraído por los goces deliciosos de esta comedia,
descargado el corazón de todo resabio de mal humor, tranquilizado el ánimo, el
sacerdote decía, limpiándose el rostro: Vamos hijos, ya nos hemos reído
bastante, prestadme ahora atención. Por la señal de Santa Cruz... &c.; i a
continuación venía es testo del evanjelio del día, seguido de un torrente de
luz plácida y serena, de comentarios morales, prácticos, fáciles, aplicables a
las situaciones todas de la vida. ¡Ai!, i que lástima es que aquel Sócrates,
propagador en San Juan de los preceptos más puros de la moral evanjélica, no
haya dejado nada escrito sobre su interpretación del espíritu de nuestra
relijión, hallándose sólo en los recuerdos de las jentes de su época fragmentos
inconexos, i que demandan perspicacia, estudio i discernimiento para darle
forma de doctrina seguida. La relijión de mi madre es la más jenuina versión de
las ideas relijiosas de Don José Castro, i a las prácticas de toda su vida
apelaré para hacer comprender aquella reforma relijiosa intentada en una
provincia oscura, i donde se conserva en muchas almas privilejiadas. Alguna vez
mis hermanitas solían decir a mi madre rezemos el rosario; i ella les
respondía: esta noche no tengo disposición, estoi fatigada. Otra vez decía
ella: ¡rezemos, niñitas, el rosario que tengo tanta necesidad! I convocando la
familia entera, hacía coro a una plegaria llena de unción, de fervor, verdadera
oración dirijida a Dios, emanación de lo más puro de su alma, que se derramaba
en acción de gracias, por los cortísimos favores que le dispensaba, porque fue
siempre parca la munificencia divina con ella. Tiene mi madre pocas devociones,
y las que guarda revelan las afinidades de su espíritu a ciertas alusiones, si
puedo espresarme, así de su situación con la de los santos del cielo. La virjen
de Dolores es su Madre de Dios, San José el pobre carpintero su Santo patrón; i
por incidencia Santo Domingo i San Vicente Ferrer, frailes dominicos, ligados
por tanto a las afecciones de familia por la orden de predicadores. Dios mismo
ha sido en toda su angustiada vida el verdadero Santo de su devoción bajo la
advocación de la Providencia. En este carácter, Dios ha entrado en todos los
actos de aquella vida trabajada; ha estado presente todos los días viéndola
luchar con la indijencia, i cumplir con sus deberes. La Providencia la ha
sacado de conflictos, por manifestaciones visibles, auténticas para ella. Mil
casos nos ha contado para edificarnos, en prueba de esta vijilancia de la
Providencia sobre sus criaturas. Una vez que volvía de casa de una hermana suya
más pobre que ella, desconsolada de no haber encontrado recurso para el hambre
de un día que había amanecido sin traer consigo su pan, halló sobre el puente
de una azequia, en lugar aparente i visible una peseta. ¿Quién la había
conservado allí si no es la Providencia? Otra vez sufrían ella i sus hijos los
escozores del hambre i a las doce del día abre con estrépito las puertas un
peón trayendo un cuarto de res que le enviaba uno de sus hermanos a quien no
veía hacía un año. ¿Quién sino la Providencia había escojido aquel día aciago
para traer a la memoria del hermano, el recuerdo de su hermana? I en mil
coyunturas difíciles he visto esta fe profunda en la Providencia no desmentirse
un solo momento, alejar la desesperación, atenuar las angustias, i dar a los
sufrimientos i a la miseria el carácter augusto de una virtud santa, practicada
con la resignación del mártir, que no protesta, que no se queja, esperando
siempre, sintiéndose sostenida, apoyada, aprobada. No conozco alma más
relijiosa; i sin embargo no vi entre las mujeres cristianas otra más
desprendida de las prácticas del culto. Confiésase tres veces en el año, i
frecuentara menos las iglesias si no necesitara el domingo cumplir con el precepto,
el sábado ir a conversar con la virjen, i el lunes, encomendar a Dios las almas
de sus parientes i amigos. El Cura Castro aconsejaba a las madres no descuidar
el decoro de su posición social por salir a la calle para ir a misa; debiendo
una familia presentarse siempre en público con aquel ornato i decencia que su
rango exije; i este precepto practicábalo mi madre en sus días de escasez, con
la modestia llena de dignidad que ha caracterizado siempre sus acciones.
Todas estas lecciones de tan profunda
sabiduría eran parte diminuta de aquella simiente derramada por el santo varón,
i fecundada por el sentido común i por el sentimiento moral que encontró en el
corazón de mi madre.
Para mostrar una de las raras
combinaciones de las ideas añadiré que el Cura Castro, cuando estalló la
revolución de 1810, joven aún, liberal instruido como era, se declaró
abiertamente por el rei abominando desde aquella cátedra que había sido su
instrumento de enseñanza popular, contra la desobediencia al lejítimo soberano,
prediciendo guerras, desmoralización i desastres que por desgracia el tiempo ha
comprobado. Las autoridades patriotas tuvieron necesidad de imponer silencio a
aquel poderoso contrarevolucionario; la persecución se cebó en él, por su
pertinacia fue desterrado a las Brucas de triste recuerdo i volvió de allí a
pie hasta San Juan, herido de muerte por la enfermedad que terminó sus días.
Sepultose en Angaco, i allí, en la miseria, en la oscuridad, abandonado e
ignorado de todos, murió besando alternativamente el crucifijo i el retrato de
Fernando VII el deseado. Mostrómelo llorando una vez mi madre, al pasar cerca
de él por la casa de su refujio, i algunos años después, a fuer de muchacho que
anda rodando por los lugares públicos, vi desenterrar su cadáver, enjuto,
intacto, i hasta sus vestiduras sacerdotales casi inmaculadas. Reclamó una de
sus hermanas el cadáver, i durante muchos años ha sido mostrado a las personas
que obtenían tanta gracia, para contemplar todavía aquellas facciones plácidas,
en cuya boca parece que un chiste se ha helado con el frío de la muerte o en
algún consejo útil a las madres, alguna receta infalible de un remedio casero,
o bien una buena máxima cristiana se han quedado encerrados en su pecho por no
obedecer ya su lengua ni sus labios endurecidos por la acción de la tumba que
ha respetado sus formas, como suele hacerlo con las de los cuerpos que han
cobijado el alma de un Santo. Recomiendo a mi tío Obispo de Cuyo, recojer esta
reliquia i guardarla en lugar venerado, para que sus cenizas reciban reparación
de los agravios que a su persona hicieron las fatales necesidades de los
tiempos.
La posición social de mi madre estaba
tristemente marcada por la menguada herencia que había alcanzado hasta ella.
Don Cornelio Albarracín, poseedor de la mitad del Valle de Zonda i de tropas de
carretas i de mulas, dejó después de doce años de cama la pobreza para
repartirse entre quince hijos i algunos solares de terrenos despoblados. En
1801 Doña Paula Albarracín su hija joven de veinte i tres años emprendía una
obra, superior no tanto a las fuerzas, cuanto a la concepción de una niña
soltera. Había habido en el año anterior una grande escasez de anascotes,
jénero de mucho consumo para el hábito de las diversas órdenes relijiosas, i
del producto de sus tejidos reunido mi madre una pequeña suma de dinero. Con
ella i dos esclavos de sus tías Irrazavales, echó los cimientos de la casa que
debía ocupar en el mundo al formar una nueva familia. Como aquellos escasos
materiales eran pocos para obra tan costosa, debajo de una de las higueras que
había heredado en su sitio, estableció su telar i desde allí, yendo i viniendo
la lanzadera asistía a los peones i maestros que edificaban la casita, i el
sábado vendida la tela hecha en la semana, pagaba los artífices con el fruto de
su trabajo. En aquellos tiempos una mujer industriosa, i lo eran todas aun
aquellas nacidas i creadas en la opulencia, podía contar consigo misma para
subvenir a sus necesidades. El comercio no había avanzado sus facturas hasta lo
interior de las tierras de la América, ni la fabricación europea había
abaratado tanto la producción como hoi. Valía entonces la vara de lienzos
crudos hechizos, ocho reales los de primera calidad, cinco los ordinarios, i
cuatro reales la vara de anascote dando el hilo. Tejía mi madre doce varas por
semana, que era el corte de hábito de un fraile, i recibía seis pesos el
sábado, no sin trasnochar un poco para llenar las canillas de hilo que debía
desocupar al día siguiente.
Las industrias manuales poseídas por mi
madre son tantas i tan variadas, que su enumeración fatigaría la memoria con
nombres que hoi no tienen ya significado. Hacía de seda suspensores; pañuelos
de mano de lana de vicuña para mandar de obsequio a España algunos curiosos, i
corbatas i ponchos de aquella misma lana suavísima. A estas fabricaciones de
telas se añadían añasjados para albas, randas, miñaques, mallas i una multitud
de labores de hilo que se empleaban en el ornato de las mujeres i de los paños
sagrados. El punto de calceta en todas sus variedades, i el arte difícil de
teñir poseyolo mi madre a tal punto de perfección que en estos últimos tiempos
se la consultaba sobre los medios de cambiar un paño grana en azul, o de
producir cualquiera de los medios tintes oscuros del gusto europeo,
desempeñándose con tan certera practica, como la del pintor que tomando de su
paleta a la ventura colores primitivos, produce una media tinta igual a la que
muestra el modelo. La reputación de omnisciencia industrial la ha conservado mi
familia hasta mis días; i el hábito del trabajo manual es en mi madre parte
integrante de su existencia. En 1842 en Aconcagua la oímos esclamar: ¡esta vez
es la primera de mi vida que me estoi mano sobre mano! i a los setenta i seis
años de su edad es preciso para que no caiga en el marasmo, inventarla
quehaceres al alcance de su fatigada vista, no escluyéndose de entre ellos,
labores curiosas de mano de que hace aun adornos para enaguas, i otras
superfluidades.
Con estos elementos la noble obrera se
asoció en matrimonio a poco de terminada su casa con don José Clemente
Sarmiento mi padre, joven apuesto, de una familia que también decaía como la
suya, i le trajo en dote la cadena de privaciones i miserias en que pasó largos
años de su vida. Era mi padre un hombre dotado de mil calidades buenas, que
desmejoraban otras, que sin ser malas, obraban en sentido opuesto. Como mi
madre, había sido educado en los rudos trabajos de la época; peón en la
hacienda paterna de la Bebida, arriero en la tropa, lindo de cara, i con una
irresistible pasión por los placeres de la juventud, carecía de aquella
constancia maquinal que funda las fortunas, i tenía con las nuevas ideas
venidas con la revolución un odio invencible por el trabajo material,
inintelijente i rudo en que se había creado. Oíle decir una vez al Presbíterio
Torres, hablando de mí: ¡oh!, no; ¡mi hijo no tomaría jamás en sus manos una
azada! I la educación que me daba mostraba que era esta una idea fija nacida de
resabios profundos de su espíritu. En el seno de la pobreza crieme hidalgo, i
mis manos no hicieron otra fuerza, que la que requerían mis juegos i
pasatiempos. Tenía mi padre encojida una mano por un callo que había adquirido
en el trabajo. La revolución de la Independencia sobrevino, i su imajinación
fácil de ceder a la exitación del entusiasmo, le hizo malograr en servicios
prestados a la Patria las pequeñas adquisiciones que iba haciendo. Una vez en
1812 había visto en Tucumán las miserias del Ejército de Belgrano, i de regreso
a San Juan emprendió una colecta en favor de la Madre Patria, según la llamaba,
que llegó a ser cuantiosa, i por sujestión de los godos, fue denunciada a la
Municipalidad como un acto de espoliación. La autoridad habiéndose enterado del
asunto, quedó de tal manera satisfecha, que él mismo fue encargado de llevar
personalmente al ejército su patriótica ofrenda, quedándole desde entonces el
sobrenombre de Madre Patria, que en su vejez fue orijen en Chile, de una
calumnia con el objeto de deslucir a su hijo. En 1817 acompañó a San Martín a Chile
empleado como oficial de milicias en el servicio mecánico del ejército, i desde
el campo de batalla de Chacabuco fue despachado a San Juan llevando la
plausible noticia del triunfo de los patriotas. San Martín lo recordaba mui
particularmente en 1847, i holgose mucho de saber que era yo su hijo.
Con estos antecedentes, mi padre pasó
toda su vida en comienzos de especulaciones, cuyos proventos se disipaban en
momentos mal aconsejados; trabajaba con tezón i caía en el desaliento; volvía a
ensayar sus fuerzas, i se estrellaba contra algún desencanto, disipando su
enerjía en viajes largos a otras provincias, hasta que llegado yo a la
virilidad, siguió desde entonces en los campamentos, en el destierro o las
emigraciones la suerte de su hijo, como un ánjel de guarda para apartar si era
posible los peligros que podían amenazarle.
Por aquella mala suerte de mi padre i
falta de plan seguido en sus acciones, el sostén de la familia recayó desde los
principios del matrimonio sobre los hombros de mi madre, concurriendo mi padre
solamente en las épocas de trabajo fructuoso con accidentales auxilios; i bajo
la presión de la necesidad en que nos criamos, vi lucir aquella ecuanimidad de
espíritu de la pobre mujer, aquella resignación armada de todos los medios
industriales que poseía, i aquella confianza en la Providencia, que era sólo el
último recurso de su alma enérjica contra el desaliento i la desesperación.
Sobrevenían inviernos que ya el otoño presajiaba amenazadores por la escasa
provisión de muestras i frutas secas que encerraba la despensa, i aquel piloto
de la desmantelada nave se aprestaba con solemne tranquilidad a hacer frente a
la borrasca. Llegaba el día de la destitución de todo recurso, i su alma se
endurecía por la resignación, por el trabajo asiduo contra aquella prueba.
Tenía parientes ricos, los curas de dos parroquias eran sus hermanos, i estos
hermanos ignoraban sus angustias. Habría sido derogar a la santidad de la
pobreza combatida por el trabajo, mitigarla por la intervención ajena; habría
sido para ella pedir cuartel en estos combates a muerte con su mala estrella.
La fiesta de San Pedro fue siempre acompañada de un espléndido banquete que
daba el cura nuestro tío, i sábese el derecho i el deseo de los niños de la
familia a hacer parte de la estrepitosa fiesta. No pocas veces el Cura
preguntaba ¡i Domingo que no lo veo! ¿i la Paula? i hasta hoi sospecha que esta
dolorosa ausencia, era ordenada e hija de un plan de conducta de parte de mi
madre. Tuvo mi madre una amiga de infancia de quien la separó la muerte a la
edad de 60 años. Doña Francisca Banegas, última de este apellido en San Juan, i
descendiente de las familias conquistadoras, según veo en el interrogatorio de
Mallea. Una circunstancia singular revelaría sin eso, la antigüedad de aquella
familia que establecida en los suburbios conservaba peculiaridades del idioma
antiguo. Decían ella i sus hijas, cojeldo, tomaldo, truje, ansina, i otros
vocablos que pertenecen al siglo XVII, i para el vulgo prestaban asidero a la
crítica. Visitábanse ambas amigas, consagrando un día entero a la delicia de
confundir sus familias en una, uniendo a las niñas de una i otra la misma
amistad. Poseía cuantiosos bienes de fortuna Doña Francisca, i el día que mi
madre iba a pasarlo con ella, su criada pasaba a la cocina a disponer todas las
provisiones de boca que debía consumir en el día, sin que la protesta de veinte
años contra esta práctica de mi madre hubiese alterado jamás en lo más mínimo
su firme e inalterable propósito, de que al placer inefable de ver a su amiga
se mezclase la sospecha, de salvar así por un día siquiera al rudo deber de
sostener a sus hijos, i doblar la frente ante las desigualdades de la fortuna.
Así se ha practicado en el humilde hogar de la familia de que formé parte la
noble virtud de la pobreza. Cuando Don Pedro Godoi, estraviado por pasiones
ajenas, quiso deshonrarme, tuvo la nobleza de apartar a mi familia del alcance
de sus dardos emponzoñados, porque la fama de aquellas virtudes austeras había
llegado hasta él, i se lo agradezco.
Cuando yo respondía que me había creado
en una situación vecina de la indijencia, el Presidente de la República en su
interés por mí deploraba estas confesiones desdorosas a los ojos del vulgo.
¡Pobres hombres, los favorecidos de la fortuna, que no conciben que la pobreza
a la antigua, la pobreza del patricio romano, puede ser llevada como el manto
de los Cincinatos, de los Arístides, cuando el sentimiento moral ha dado a sus
pliegues la dignidad augusta de una desventaja sufrida sin mengua. Que se
pregunten las veces que vieron al hijo de tanta pobreza, acercarse a sus
puertas sin ser debidamente solicitado, en debida forma invitado, i
comprenderán entonces los resultados imperecederos de aquella escuela de su
madre, en donde la escasez era un acaso i no una deshonra. En 1848 encontreme
por accidente en una casa con el Presidente Bulnes, i después de algunos
momentos de conversación, al despedirnos, díjele maquinalmente, tengo el honor
de conocer a Su Exelencia. Disparate impremediato que llamó su atención, i que
bien mirado no carecía de apropósito, puesto que en ocho años era la segunda
vez que estaba yo en su presencia. ¡Bienaventurados los pobres que tal madre
han tenido!
¡El hogar paterno!
La casa de mi madre, la obra de su industria,
cuyos adoves i tapias pudieran computarse en varas de lienzo tejidas por sus
manos para pagar su construcción, ha recibido en el transcurso de estos últimos
años algunas adiciones, que la confunden hoi con las demás casas de cierta
medianía. Su forma orijinal, empero, es aquella a que se apega la poesía del
corazón, la imajen indeleble que se presenta porfiadamente a mi espíritu,
cuando recuerdo los placeres i pasatiempos infantiles, las horas de recreo
después de vuelto de la escuela, los lugares apartados donde he pasado horas
enteras i semanas sucesivas en inefable beatitud, haciendo santos de barro para
rendirles culto en seguida, o ejércitos de soldados de la misma pasta para
engreírme de ejercer tanto poder.
Hacia la parte del Sud del sitio de
treinta varas de frente por cuarenta de fondo, estaba la habitación única de la
casa, dividida en dos departamentos; uno sirviendo de dormitorio a nuestros
padres, i el mayor, de sala de recibo con su estrado alto i cojines, resto de
las tradiciones del diván árabe que han conservado los pueblos españoles. Dos
mesas de algarrobo indestructibles, que vienen pasando de mano en mano desde
los tiempos en que no había otra madera en San Juan que los algarrobos de los
campos, i algunas sillas de estructura desigual, flanqueaban la sala, adornando
las lisas murallas dos grandes cuadros al oleo de Santo Domingo i San Vicente
Ferrer, de malísimo pincel, pero devotísimos i heredados a causa del hábito
dominico. A poca distancia de la puerta de entrada elevaba su copa verdinegra
la patriarcal higuera que sombreaba aún en mi infancia aquel telar de mi madre,
cuyos golpes, y traqueteo de husos, pedales, i lanzadera nos despertaba antes
de salir el sol para anunciarnos por el trabajo frente a sus necesidades.
Algunas ramas de la higuera iban a frotarse contra las murallas de la casa, i
calentadas allí por la reverberación del sol, sus frutos se anticipaban a la
estación, ofreciendo pare el 23 de noviembre, cumpleaños de mi padre, su
contribución de sazonadas brevas para aumentar el regocijo de la familia.
Deténgome con placer en estos detalles,
porque Santos e higuera, fueron personajes más tarde de un drama de familia en
que lucharon porfiadamente las ideas coloniales con las nuevas.
En el resto de sitio que quedaba de
veinte varas escasas de fondo, tenían lugar otros recursos industriales. Tres
naranjos daban fruto en el otoño, sombra en todos tiempos. Bajo un durazno
corpulento, había un pequeño pozo de agua para el solaz de tres o cuatro patos,
que multiplicándose, daban su contribución al complicado i diminuto sistema de
rentas sobre que reposaba la existencia de la familia; i como todos estos
medios eran aún insuficientes, rodeado de cerco, para ponerlo a cubierto de la
voracidad de los pollos había un jardín de hortalizas, del tamaño de un
escapulario, i que producía cuantas legumbres entran en la cocina americana, el
todo abrillantado e iluminado con grupos de flores comunes, un rosal morado, i
varios otros arbustillos florescentes. Así se realizaba en una casa de las
colonias españolas la exquisita economía de terreno, i el inagotable producto
que de él sacan las jentes de campaña en Europa. El estiércol de las gallinas i
la bosta del caballo en que montaba mi padre, pasaban diariamente a dar nueva
animación a aquel pedazo de tierra que no se cansó nunca de dar variadas i
lozanas plantas; i cuando he querido sujerir a mi madre algunas ideas de
economía rural, cojidas al vuelo en los libros, he pensado merecida plaza de
pedante, en presencia de aquella ciencia de la cultura que fue el placer i la
ocupación favorita de su larga vida. Hoi a los setenta i seis años de edad,
todavía se nos escapa de adentro de las habitaciones, i es seguro que hemos de
encontrarla aporcando algunas lechugas, respondiendo en seguida a nuestras
objeciones, con la violencia que se haría, de dejarlas, al verlas tan mal
tratadas.
Todavía había en aquella arca de Noé
algún rinconcillo en que se enjebaban o preparaban los colores para teñir las
telas, i un pudridor de afrecho de donde salía todas las semanas una buena
proporción de esquisito i blanco almidón. En los tiempos prósperos, se añadía
una fábrica de velas hechas a mano, alguna tentativa de amacijo que siempre
terminaba mal, i otras mil granjerías que sería superfluo enumerar.
Ocupaciones, tan variadas, no estorbaban que hubiese orden en las diversas
tareas, principiando la mañana con dar de comer a los pollos, desherbar antes
que el sol calentarse las heras de legumbres i establecerse en seguida en su
telar que por largos años hizo la ocupación fundamental. Está en mi poder la
lanzadera de algarrobo lustroso i renegrido por los años, que había heredado de
su madre, quien la tenía de su abuela, abrazando esta humilde reliquia de la
vida colonial un período de cerca de dos siglos en que nobles manos la han
ajitado casi sin descanso; i aunque una de mis hermanas haya heredado el hábito
i la necesidad de tejer de mi madre, mi codicia ha prevalecido i soi yo el
depositario de esta joya de familia. Es lástima que no haya de ser jamás
suficientemente rico o poderoso, para imitar a aquel rei persa que se servía en
su palacio de los tiestos de barro que le habían servido en su infancia, a fin
de no ensobervecerse i despreciar la pobreza.
Para completar este mensaje debo traer a
colación dos personajes accesorios. La Toribia, una zamba, criada en la
familia, la envidia del barrio, la comadre de todas las comadres de mi madre,
la llave de la casa, el brazo derecho de su señora, el ayo que nos crió a
todos, la cocinera, el mandadero, la revendedora, la lavandera, i el mozo de
manos para todos los quehaceres domésticos. Murió joven, abrumada de hijos,
especie de vejetación natural de que no podía prescindir no obstante la
santidad de sus costumbres; i su falta dejó un vacío que nadie ha llenado
después, no sólo en la economía doméstica, sino en el corazón de mi madre;
porque eran dos amigas, ama i criada, dos compañeras de trabajo, que discurrían
entre ambas sobre los medios de mantener la familia, reñían, disputaban,
disentían i cada una seguía su parecer, ambos conducentes al mismo fin. ¡Qué
pensar en sorprender a la cocinera los niños de vuelta de la escuela, con su
mendruguillo de pan escondido, introduciéndonos en vía i forma de visita, para
soparlo en el caldo gordo del puchero! Si el tiro se lograba, era preciso tener
listas las piernas i correr sin mirar para atrás hasta la calle, so pena de ser
alcanzado por el más formidable cucharón de palo que existió jamás, i que se
asentó por lo menos treinta veces en mi niñez sobre mis frájiles espaldas. La
otra era Ña Cleme, el pobre de la casa; porque mi madre como la Rigoleta de
Sue, que no se mezquinaba nada, tenía también sus pobres a quienes ayudaba con
sus desperdicios a vivir. Pero el pobre de la familia era como la criada, un amigo,
un igual i un mendigo. Sentábanse mi madre i Ña Cleme en el estrado,
conversaban de gallinas, telas i cebollas, i cuando la infeliz quería pedir su
limosna decía invariablemente "pues, vóyeme yo", frase que repetía
hasta que algún harapo caído en desuso, en concideración a sus muchos
servicios, alguna cemita redonda i sabrosa, una vela si las habían en casa,
unos zapatos viejos, i allá por muerte de un Obispo en medio en plata a falta
de menores subdivisiones de la moneda, acudían a hacer cierto e inmediato al
sacramental vóyeme yo, que no era al principio más que una voz preventiva.
Según he podido barruntar aquella Ña
Cleme, india pura, renegrida por los años que contaba por setenta, habitante de
los confines del barrio de Puyuta, había sido en sus mocedades querida de uno
de mis deudos maternos, cuyas relaciones pecaminosas dejaban traslucir los ojos
celestes i la nariz prominente i afilada de sus hijas. Lo que había de más
notable en esta vieja es que se la creía bruja, i ella misma trabajaba en sus
conversaciones por darse aires de tal bruja, i confirmar la creencia vulgar.
¡Rara flaqueza del espíritu humano, que después el conocimiento de la historia
me ha hecho palpar! Más de tres mil de los brujos de Logroño que quemó por
centenares la inquisición, i los de Maryland en Norte-América, se confesaban i
ostentaban brujos de profesión i estaban contestes en sus declaraciones sobre
el conciliábulo, el cabro negro que los reunía, i la escoba en que viajaban por
los aires, i esto en presencia de los suplicios, a que la imbecilidad de los
jueces los condenaba. Tenemos decididamente una necesidad de llamar la atención
sobre nosotros mismos, que hace a los que no pueden más de viejos rudos i
pobres hacerse brujos, a los osados sin capacidad volverse tiranos crueles, i a
mí acaso, perdónemelo Dios, el estar escribiendo estas pájinas. Ña Cleme
contaba sus historias en casa, escuchábala mi madre con induljencia i finjiendo
asentimiento para no mortificarla; atisbábamos nosotros sus misteriosas
palabras, hasta que cuando se había alejado, mi madre hacía farsa de los
cuentos de la vieja, i disipaba con su buen sentido los jérmenes de
superstición que hubiesen podido abrigarse en nuestras almas, para lo que
venía, si el caso lo hacia necesario, el testo favorito, las pláticas del
inolvidable Cura Castro, que había perseguido a las brujas i desacreditádolas
en San Juan a punto de no causar su trato inquietud ninguna. No fue nunca
perseguida Ña Cleme por sus creencias relijiosas a este respecto, aunque lo
fueron más tarde i en épocas no mui remotas varías brujitas del barrio de
Puyuta, afamado hasta hoi en la creencia del vulgo por servir de escondite a
varias sectarias del maldito. No hace en efecto doce o catorce años que la
policía (eran los federales los que mandaban) anduvo en pesquizas tras de un
hecho de embrujamiento, sacando en limpio un enredo de cuentos que dejaron
perplejas a las autoridades. Hablábase mucho en el pueblo de una muchacha
bruja, i la policía quiso averiguar la verdad del caso. Al efecto, trajeron a
la acusada i en presencia de numerosos testigos se confesó en relación ilícita
con el diablo; i como se preparasen a azotarla, no dice la historia si por su
impudente descaro, o para correjirla de sus malos hábitos, dijo llorando: ¡Es
bueno que me castiguen a mí que soi pobre!, a fe que no han de castigar a Doña
Teresa Funes (mi tía) a Doña Bernarda Bustamante i otras respetables señoras
ancianas que fue nombrando, i que según declaró, asistían los sábados al Campo
Santo, donde se practicaban los ritos consabidos de la brujería. Espantados i
boquiabiertos hubieron de quedarse al oír nombres tan respetables, i temerosos
de cometer una grave injusticia, dejaron escapar a la taimada, dejando en mui
mal olor, en el concepto de muchos, la reputación de aquellas matronas. ¡Qué
sabemos, pues, en cosas tan escondidas!
Tal ha sido el hogar doméstico en que me
he creado, i es imposible que a no tener una naturaleza rebelde no haya dejado
en el alma de sus moradores, impresiones indelebles de moral, de trabajo i de
virtud, tomadas en aquella sublime escuela en que la industria más laboriosa,
la moralidad más pura, la dignidad mantenida en medio de la pobreza, la
constancia, la resignación, se dividían todas las horas. Mis hermanas gozaron
de la merecida reputación de las más hacendosas niñas que tenía la provincia
entera, ¡cuánta fabricación femenil requería habilidad consumada, fue siempre
encomendada a estos supremos artífices de hacer todo lo que pide paciencia i
destreza, i deja poquísimo dinero. El confesado intento de denigrame de un
escritor chileno, se detuvo hace algunos años en presencia de aquellas
virtudes, i pagó su tributo de respeto a la laboriosidad respetable de mis
hermanas, no sin sacar partido de ello, para hacer de mí un contraste.
Nuestra habitación permaneció tal como la
he descrito hasta el momento en que mis dos hermanas mayores llegaron a la edad
núbil, que entonces, hubo una revolución interior que costó dos años de
debates, i a mi madre gruesas lágrimas, al dejarse vencer por un mundo nuevo de
ideas, hábitos i gustos que no eran aquellos de la existencia colonial de que
ella era el último i más acabado tipo. Son vulgarísimos i pasan inapercibidos
los primeros síntomas con que las revoluciones sociales que opera la
intelijencia humana en los grandes focos de civilización, se estiende por los
pueblos de orijen común, se insinúan en las ideas, i se infiltran en las
costumbres. El siglo XVIII había brillado sobre la Francia i minado las
antiguas tradiciones, entibiando las creencias, i aun suscitado odio i
desprecio por las cosas hasta entonces veneradas. Sus teorías políticas
trastornado los gobiernos, desligado la América de la España, i abierto sus
colonias a nuevas costumbres, i a nuevos hábitos de vida. El tiempo iba a
llegar en que había de mirarse de mal ojo i con desdén la industriosa vida de
las señoras americanas, propagarse la moda francesa, i entrar el afán en las
familias de ostentar holgura, por la abundancia i distribución de las
habitaciones, por la hora de comer retardada de las doce del día en punto, a
las dos i aun a las cuatro de la tarde. ¿Quién no ha alcanzado a algunos de
esos buenos viejos del antiguo cuño, que vivían orgullosos de su opulencia en
un cuarto redondo, con cuatro sillas pulvurulentas de baqueta, el suelo
cubierto de cigarros, i la mesa por todo adorno con un enorme tintero, erizado
de plumas de pato, sino de cóndor, sobre cuyos cañones, de puro antiguas, se
habían depositado cristalizaciones de tinta endurecida? Este ha sido sin
embargo el aspecto jeneral de la colonia, este el menaje de la vida antigua.
Encuéntrasele descrito en las novelas de Walter Scott o de Dumas, i vense
frecuentes muestras vivientes aun en España i en la América del Sur, los
últimos de entre de los pueblos viejos que han sido llamados a rejuvenecerse.
Estas ideas de rejeneración i de mejora
personal, aquella impiedad del siglo XVIII, ¡quién lo creyera! Entraron en casa
por las cabezas de mis dos hermanas mayores. No bien se sintieron llegadas a la
edad en que la mujer siente que su existencia está vinculada a la sociedad, que
tiene objeto i fin esa existencia, empezaron a aspirar las partículas de ideas
nuevas de belleza, de gusto, de confortable, que traía hasta ellas la atmósfera
que había sacudido i renovado la revolución. Las murallas de la común
habitación fueron aseadas i blanqueadas de nuevo, cosa a que no había razón de
oponer resistencia alguna. Encontrola la manía de destruir la tarima que
ocupaba todo un costado de la sala, con chuse i sus cojines, diván como he dicho
antes, que nos ha venido de los árabes, lugar privilejiado en que sólo era
permitido sentarse a las mujeres, i en cuyo espacioso ámbito, reclinadas sobre
almohadones (palabra árabe), trataban visitas i dueños de casa, aquella
bulliciosa charla que hacía de ellas un almácigo parlante. ¿Por qué se ha
consentido en dejar desaparecer el estrado, aquella poética costumbre oriental,
tan cómoda en la manera de sentarse, tan adecuada para la holganza femenil, por
sostituirle las sillas en que una a una i en hileras, como soldados en
formación, pasa el ojo revista en nuestras salas modernas? Pero aquel estrado
revelaba que los hombres no podían acercarse públicamente a las jóvenes,
conversar libremente, i mezclarse con ellas, como lo autorizan nuestras nuevas costumbres,
i fue sin inconveniente repudiado por las mismas que lo habían aceptado como un
privilejio suyo. El estrado cedió pues su lugar en casa a las sillas, no
obstante la débil resistencia de mi madre, que gustaba de sentarse en un
estremo a tomar mate por las mañanas, con su brasero i caldera de agua puesto
en frente en el piso inferior, o a devanar sus madejas, o bien llenar sus
canillas de noche para la tela del día siguiente. No pudiendo habituarse a
trabajar sentada en alto, hubo de adoptar el uso de una alfombra, para suplir
la irremediable falta del estrado, de que se lamentó largos años. El espíritu
de innovación de mis hermanas atacó en seguida objetos sagrados. Protestó que
yo no tuve parte en este sacrilejio que ellas cometían, las pobrecitas,
obedeciendo al espíritu de la época. Aquellos dos santos, tan grandes, tan
viejos, Santo Domingo, San Vicente Ferrer, afeaban decididamente la muralla. Si
mi madre consintiera en que los descolgasen i fuesen puestos en un dormitorio,
la casita tomaba un nuevo aspecto de modernidad i de elegancia refinada; porque
era bajo la seductora forma del buen gusto, que se introducía en casa la
impiedad iconoclasta del siglo XVIII. ¡Ah! Cuántos estragos ha hecho aquel
error en el seno de la América Española. Las colonias americanas habían sido
establecidas en la época en que las bellas artes españolas enseñaban con
orgullo a la Europa los pinceles de Morillo, Velásquez, Sambrano, a par de las
espadas del Duque de Alba, del Gran Capitán, i de Cortez. La posesión de Flandes
añadía a sus productos los del grabado flamenco, que pintaban en toscos
lineamentos i con crudos colores las escenas relijiosas que hacían el fondo de
la poesía nacional. Murillo en sus primeros años hacía facturas de vírjenes i
santos para esportar a la América; los pintores subalternos la enviaban vidas
de santos para los conventos, la pasión de J. C. en galerías inmensas de
cuadros, i el gravado flamenco, como hoi la litografía francesa, ponían al
alcance de las fortunas moderadas, cuadros del Hijo pródigo, vírjenes, i santos
tan variados como puede subministrar tipos el calendario. De estas imájenes
estaban tapizadas las murallas de las habitaciones de nuestros padres, i no
pocas veces entre tanto mamarracho, el ojo ejercitado del artista podía descubrir
algún lienzo de mano de maestro. Pero la revolución venía ensañándose contra
los emblemas relijiosos. Ignorante i ciega en sus antipatías, había tomado
entre ojos la pintura, que sabía a España, a colonia, a cosa antigua e
inconciliable con las buenas ideas. Familias devotísimas escondían sus cuadros
de Santos, por no dar muestras de mal gusto en conservarlos, i ha habido en San
Juan i en otras partes, quienes remojándolos, hicieron servir sus lienzos mal
despintados para calzones de los esclavos. ¡Cuántos tesoros de arte han debido
perderse en estas estúpidas profanaciones de que ha sido cómplice al América
entera, porque ha habido un año o una época al menos en que por todas partes
empezó a un tiempo el desmonte fatal de aquella vejetación lozana de la pasada
gloria artística de la España! Los viajeros europeos que han recorrido América
de obras inestimables de los mejores maestros que hallaban entre trastos,
cubiertos de polvo i telarañas; i cuando el momento de la resurrección de las
artes ha llegado en América, cuando la benda ha caído de los ojos, las
iglesias, los nacientes museos, i los raros aficionados, han hallado de tarde
en tarde algún cuadro de Murillo que esponer a la contemplación, pidiéndoles
perdón de las injusticias de que han sido víctimas, rehabilitados ya en el
concepto público, i restablecidos en el alto puesto que las correspondía. No de
otra manera i por las mismas causas, una jeneración próxima venerara el nombre
de los unitarios en nuestra patria, vilipendiado hoi por una política estúpida,
i aceptado el vilipendio por uno de esos errores vertijinosos que se apoderan
de los pueblos. Pero ¡cuántos de los cuadros de aquella escuela culta, habrán
ya desaparecido, i cuán pocos, degradados por las injurias del tiempo merecerán
los honores de la apoteosis, en la resurrección del buen sentido i de la
justicia que se les debe!
El mejor estudio que de las bellas artes
hice durante mi viaje en Europa, aquel curso práctico de un año consecutivo
pasando en reseña cien museos sucesivamente, me sujerió la idea de escribir a
Procesa, el artista capaz de traducir mi pensamiento, para que tomando las
precauciones imajinables a fin de que no se traslujese el objeto, recolectase
poco a poco los cuadros dispersos, i formase la base de un Museo de pintura.
¡Vano empeño! No bien manifestó interesarse en algún cuadro, cuando los que los
tenían abandonados en algún aposento oscuro, los hallaron interesantes, ni más
ni menos como el labriego que no ha podido deshacerse de sus trigos, si le
hacen propuestas de compra, les sube de precio, sospechando que el trigo vale,
puesto que lo buscan. Trigo i cuadros se quedan en el granero.
En la capilla de la Concepción había seis
cuadros de santos obispos de buen pincel que han sido no ha mucho devorados por
las llamas. En los Desamparados hai una virjen de pintura i ropajes de la edad
media. En San Clemente existía un gran depósito de cuadros sobre asuntos
varios, entre los cuales descollaba un Jesús en el huerto, antes de la
resurrección. Limpiolo Procesa, restaurolo i después de barnizado a sus
espensas, la galantería del donador lo halló digno adorno de su casa i lo
reclamó. Las Sras. Morales tienen una Magdalena enviada de Roma por el Jesuita
Morales. En casa de los Oros hai un San José de buena escuela italiana; en la
casa de los Cortínez un San Juan excelente. En materia de retratos hai
poquísimo pero selecto. El retrato romano del Jesuita Godoi, compañero del
Padre Morales: el de San Martín, feo mamarracho, no tanto sin embargo como el
que se conserva en el Museo de Lima, pero digno de memoria por ser tomado del
orijinal. Los retratos de los Papas León XII i Gregorio XVI, obra ambos del
pincel de un pintor napolitano de bastante mérito; el de Pío IX, de mano
inhábil i que no pude evitar en Roma fuese enviado a San Juan; i los de los
Obispos Oro i Sarmiento, de Graz el primero i de Procesa el segundo.
Sobre todo lo primero i aun otros cuadros
más que omito daba a mi hermana desde Roma detalles de ubicación i de asunto.
Sobre los retratos de Papas i Obispos, sujería a mi tío Obispo la buena idea de
formar una galería de Papas, contemporáneos al obispado, i de los obispos de
San Juan. Pocos años habrían bastado para enriquecerla de muchos personajes.
Hai en San Juan todavía algo que mereciera examinarse. Un Miguel Ánjel,
americano, si la comparación fuese permitida, ha dejado allí numerosas obras de
la universalidad de su talento. Escultor, arquitecto, pintor, en todas partes
ha puesto su mano. San Pedro el Pontífice, la Nuestra Sra. del Rosario del Trono,
como la Virjen de la Purísima del Sagrario, i la visitación de Santa Isabel son
dignas obras del cincel o de la paleta que sucesivamente manejaba. Un altar de
San Agustín, varios de la catedral, no sé si el mayor, que es obra de gusto i
una torre o el frontis de la iglesia, bastante de mal gusto es verdad,
constituyen las obras de Cabrera, Salteño, compañero de Laval, Grande i otros
vecinos de aquella ciudad, artistas i ebanistas no obstante su excelente
educación. El Obispo de San Juan puede todavía reunir en una galería todas
aquellas obras de arte, cuyo mérito principal estaría en formar una colección,
i fomentar el naciente arte de la pintura que cuenta entre aficionados, dos
retratistas, Franklin Rawsson i Procesa. Una virjen del primero, para reemplazar
la de Cabrera mui estropeada i un Belisario de la segunda, pidiendo limosna,
víctima de los celos de un tirano, podrían con el tiempo, añadirse como
ensayos. Pero el mal espíritu que reina allí, como en todas partes, dejará al
diente de las ratas, i a las injurias del tiempo, espuestos aquellos pobres
restos del antiguo gusto por la pintura que formó parte de la nacionalidad
española, i que nosotros hemos repudiado, por ignorancia i a fuer de malos
españoles, como lo son los que en la Península se han dejado desposeer de uno
de sus más claros títulos de gloria.
La lucha se trabó, pues, en casa entre mi
pobre madre que amaba a sus dos santos dominicos, como a miembros de la
familia, i mis hermanas jóvenes, que no comprendían el santo orijen de estas
afecciones, i querían sacrificar los lares de la casa al bien parecer, i a las
preocupaciones de la época. Todos los días, a cada hora, con todo pretesto, el
debate se renovaba; alguna mirada de amenaza iba a los santos; como si
quisieran decirles, han de salir para afuera; mientras que mi madre
contemplándolos con ternura, esclamaba: ¡pobres santos! Que mal les hacen,
donde a nadie estorban. Pero en este continuo embate, los oídos se habituaban
al reproche, la resistencia era más débil cada día; porque visto bien la cosa,
como objetos de relijión, no era indispensable que estuviesen en la sala,
siento mucho más adecuado lugar de veneración el dormitorio, cerca de la cama
para encomendarse a ellos; como legado de familia militaban las mismas razones,
como adorno eran de pésimo gusto; i de una concesión en otra, el espíritu de mi
madre se fue ablandando poco a poco, i cuando creyeron mis hermanas que la
resistencia se prolongaba no más que por no dar su brazo a torcer, una mañana
que el guardián de aquella fortaleza salió a misa o a una dilijencia, cuando
volvió, sus ojos se quedaron espantados al ver las murallas donde había dejado
poco antes dos grandes parches negros. Mis santos estaban ya alojados en el
dormitorio, i a juzgar por sus caras, no les había hecho impresión ninguna el
desaire. Mi madre se hincó llorando en presencian de ellos, para pedirles
perdón con sus oraciones, permaneció de mal humor i quejumbrosa todo el día,
triste el subsiguiente, más resignada al otro día, hasta que al fin el tiempo i
el hábito trajeron el bálsamo que nos hace tolerables las más grandes
desgracias.
Esta singular victoria dio nuevos bríos
al espíritu de reforma; i después del estrado i los santos, las miradas cayeron
en mala hora, sobre aquella higuera viviendo en medio del patio, descolorida i
nudosa en fuerza de la sequedad i los años. Mirada por este lado la cuestión,
la higuera estaba perdida en el concepto público; pecaba contra todas las
reglas del decoro i de la decencia; pero para mi madre era una cuestión
económica, a la par que afectaba su corazón profundamente. ¡Ah! ¡Si la madurez
de mi corazón hubiese podido anticiparse en su ayuda, como el egoísmo me hacía
o neutral o inclinarme débilmente en su favor, a causa de las tempranas brevas!
Querían separarla de aquella su compañera en el albor de la vida i el ensayo
primero de sus fuerzas. La edad madura nos asocia a todos los objetos que nos
rodean; el hogar doméstico se anima i vivifica; un árbol que hemos visto nacer,
crecer i llegar a la edad provecta es un ser dotado de vida, que ha adquirido
derechos a la existencia que lee en nuestro corazón, que nos acusa de ingratos,
i dejaría un remordimiento en la conciencia, si lo hubiésemos sacrificado sin
motivo lejítimo. La sentencia de la vieja higuera fue discutida dos años; i
cuando su defensor cansado de la eterna lucha la abandonaba a su suerte, al
aprestarse los preparativos de la ejecución, los sentimientos comprimidos en el
corazón de mi madre estallaban con nueva fuerza, i si se negaba obstinadamente a
permitir la desaparición de aquel testigo i de aquella compañera de sus
trabajos. Un día, empero, cuando las revocaciones del permiso dado habían
perdido todo prestijio, oyose el golpe mate del hacha en el tronco añoso del
árbol i el temblor de las ojas sacudidas por el choque, como los jemidos
lastimeros de la víctima. Fue este un momento tristísimo, una escena de duelo i
de arrepentimiento. Los golpes del hacha higuericida sacudieron también el
corazón de mi madre; las lágrimas asomaron a sus ojos como la savia del árbol
que se derramaba por la herida, i sus llantos respondieron al estremecimiento
de las hojas; cada nuevo golpe traía un nuevo estallido de dolor, i mis
hermanas i yo arrepentidos de haber causado pena tan sentida nos deshicimos en
llanto, única reparación posible del daño comenzado. Ordenose la suspensión de
la obra de destrucción, mientras se preparaba la familia para salir a la calle
i hacer cesar aquellas dolorosas repercusiones del golpe del hacha en el
corazón de mi madre. Dos horas después la higuera yacía por tierra enseñando su
copa blanquecina, a medida que las hojas marchitándose, dejaban ver la armazón
nudosa de aquella estructura que por tantos años había prestado su parte de
protección a la familia.
Después de estas grandes reformas, la
humilde habitación nuestra fue lenta i pobremente ampliándose. Tocome a mí la
buena dicha de introducir una reforma sustancial. A los pies de nuestro
solarsito estaba un terreno espacioso que mi padre había comprado en un momento
de holgura. A la edad de diez i seis años era yo dependiente de una pequeña
casa de comercio. Mi primer plan de operaciones i mis primeras economías,
tuvieron por objeto rodear de tapias aquel terreno para hacerlo productivo.
Esta agregación de espacio puso a la familia a cubierto de la indijencia, sin
hacerla traspasar los límites de la pobreza. Mi madre tuvo a su disposición
teatro digno de su alta ciencia agrícola; a la higuera sacrificada se
sucedieron en su afección cien arbolillos que su ojo maternal animaba en su
crecimiento; más horas del día hubieron de consagrarse a la creación de aquel
plantel, de aquella viña de que iba a depender en adelante gran parte de la
subsistencia de la familia.
Cuando yo hube terminado esta obra, pude
decir en mi regocijo de haber producido un bien et vidi quod esset bonum, i
aplaudirme a mí mismo.
Mi educación
Aquí termina la historia colonial llamaré
así de mi familia. Lo que sigue es la transición lenta i penosa de un modo de
ser a otro; la vida de la República naciente, la lucha de los partidos, la
guerra civil, la proscripción i el destierro. A la historia de la familia se
sucede como teatro de acción i atmósfera la historia de la patria. A mi
projenie, me sucedo yo; i creo que siguiendo mis huellas como las de cualquiera
otro en aquel camino, puede el curioso detener su consideración en los
acontecimientos que forman el paisaje común, accidentes del terreno que de
todos es conocido, objetos de interés jeneral, i para cuyo examen mis apuntes
biográficos sin valor por sí mismos servirán de pretesto i de vínculo, pues que
en mi vida tan destituida, tan contrariada, i sin embargo tan perseverante en
la aspiración de un no sé qué elevado i noble me parece ver retratarse esta
pobre América del sud, ajitándose en su nada, haciendo esfuerzos supremos por
desplegar las alas, i lacerándose a cada tentativa, contra los hierros de la
jaula que la retiene encadenada.
Estrañas emociones han debido ajitar el
alma de nuestros padres en 1810. La perspectiva crepuscular de una nueva época,
la libertad, la independencia, el porvenir, palabras nuevas entonces, han
debido estremecer dulcemente las fibras, exitar la imajinación, hacer agolpar
la sangre por minutos al corazón de nuestros padres. El año 10 ha debido ser
ajitado, lleno de emociones, de ansiedad, de dicha i de entusiasmo. Cuéntase de
un rei que temblaba como un azogado a la vista de un puñal desnudo, efecto de
las emociones que lo conmovieron en las entrañas de su madre, en cuyos brazos
apuñalearon a un hombre. Yo he nacido en 1811, el noveno mes después del 25 de
mayo, i mi padre se había lanzado en la revolución, i mi madre palpitado todos
los días con las noticias que llegaban por momentos sobre los progresos de la
insurrección americana. Balbuciente aún empezaron a familiarizar mis ojos i mi
lengua con el abecedario, tal era la prisa conque los colonos que se sentían
ciudadanos acudían a educar a sus hijos, según se ve en los decretos de la
Junta Gubernativa i los otros gobiernos de la época. Lleno de este santo espíritu
el gobierno de San Juan en 1816 hizo venir de Buenos-Aires unos sujetos dignos
por su instrucción i moralidad de ser maestros en Prusia, i yo pasé
inmediatamente de la apertura de la escuela de la Patria a confundirme en la
masa de cuatrocientos niños de todas edades i condiciones, que acudían
presurosos a recibir la única instrucción sólida que se ha dado entre nosotros
en escuelas primarias. La memoria de Don Ignacio i Don José Jenaro Rodríguez,
hijos de Buenos-Aires, aguarda aún la reparación que sus inmensos, sus santos
servicios merecen, i no he de morir, sin que mi patria haya cumplido con este
deber sagrado. El sentimiento de la igualdad era desenvuelto en nuestros
corazones por el tratamiento de señor que estábamos obligados a darnos unos a
otros entre los alumnos, cualquiera que fuese la condición, o la raza de cada
uno; i la moralidad de las costumbres, estimulábanla el ejemplo del maestro,
las lecciones orales, i castigos que sólo eran severos i humillantes para los
crímenes. En aquella escuela de cuyos pormenores he hablado en Civilización i
Barbarie, en Educación popular, i conoce hoi la América, permanecí nueve años,
sin haber faltado un solo día bajo pretesto ninguno, que mi madre estaba ahí,
para cuidar con inapelable severidad de que cumpliese con mi deber de
asistencia. A los cinco años de edad leía corrientemente en voz alta, con las
entonaciones que sólo la completa intelijencia del asunto puede dar, i tan poco
común debía ser en aquella época esta temprana habilidad que me llevaban de casa
en casa para oírme leer, cosechando grande copia de bollos, abrazos i encomios,
que me llenaban de vanidad. Aparte de la facilidad natural de comprender, había
un secreto detrás de bastidores que el público ignoraba, i que debo revelar
para dar a cada uno lo que le corresponde. Mi pobre padre, ignorante pero
solícito de que sus hijos no lo fuesen, aguijoneaba en casa esta sed naciente
de educación, me tomaba diariamente la lección de la escuela, i me hacía leer
sin piedad por mis cortos años la Historia Crítica de España por Don Juan de
Masdeu, en cuatro volúmenes, el Desiderio i Electo, i otros librotes
abominables que no he vuelto a ver i que me han dejado en el espíritu ideas
confusas de historia, alegorías, fábulas, países i nombres propios. Debí pues a
mi padre, la afición a la lectura, que ha hecho la ocupación constante de una
buena parte de mi vida, i si no pudo darme después educación por su pobreza,
diome en cambio por aquella solicitud paterna el instrumento poderoso, con que
yo por mi propio esfuerzo suplí a todo, llenando el más constante, el más
ferviente de sus votos.
Siendo alumno de la escuela de lectura,
construyose en uno de sus estremos un asiento elevado como un solio, a que se
subía por gradas, i fui yo elevado a él, con el nombre de ¡PRIMER CIUDADANO! Si
el asiento se construyó para mí, diralo Don Ignacio Rodríguez que aún está
vivo; sucediome en aquel honor un joven Domingo Morón, i cayó después en
desuso. Esta circunstancia, la publicidad adquirida desde entonces, los elojios
de que fui siempre objeto i testigo, i una serie de actos posteriores, han
debido contribuir a dar a mis manifestaciones cierto carácter de fatuidad de
que me han hecho apercibirme más tarde. Yo creía desde niño en mis talentos
como un propietario en su dinero, o un militar en sus actos de guerra. Todos lo
decían, i en nueve años de escuela no alcanzaron a una docena entre dos mil
niños que debieron pasar por sus puertas, que me aventajasen en capacidad de
aprender, no obstante que al fin me hostigó la escuela, i la gramática, el
áljebra, la aritmética, a fuerza de haberlas aprendido en distintas veces. Mi
moralidad de escolar debió resentirse de esta eterna vida de escuela, por lo
que recuerdo que había caído al último en el disfavor de los maestros. Estaba establecido
el sistema seguido en Escocia de ganar asientos. Proponíase una cuestión de
aritmética i los que no sabían bien me miraban. Si habían de perder en la
votación los que se paraban, yo finjía pararme para precipitarlos; si por el
contrario convenía pasarse, yo me repantigaba en el asiento i me paraba
repentinamente, para soplarles el lugar a los que me habían estado atisbando.
Últimamente obtuve carta blanca para ascender siempre en todos los cursos, i
por lo menos dos veces al día llegaba al primer asiento; pero la plana era
abominablemente mala, tenía notas de policía, había llegado tarde, me
escabullía sin licencia, i otras diabluras con que me desquitaba del
aburrimiento, i me quitaban mi primer lugar, i el medio de plata blanca que
valía conservarlo un día entero, lo que me sucedió pocas veces.
Dábanme además una superioridad decidida
mis frecuentes lecturas de cosas estrañas a la enseñanza, con lo que mis
facultades intelijentes se habían desenvuelto a un grado que los demás niños no
poseían. En medio de mi abandono habitual prestaba una atención sostenida a las
esplicaciones del maestro, leía con provecho, i retenía indeleblemente cuanto
entraba por mis oídos i por mis ojos. Contó en una serie de días el maestro, la
preciosa historia de Robinson, i repetíala yo, tres años después, íntegra sin
anticipar una escena, sin olvidar ninguna delante de Don José Oro i toda la
familia reunida.
Hiciéronme sombra sin embargo, de tiempo
en tiempo, niños altamente dotados, de brillante intelijencia i mayor
contracción al estudio que yo. Entre ellos Antonino Aberastain, José Álvarez,
un Leites de capacidad asombrosa, i otros cuyos nombres olvido.
En aquel naufrajio de mis cualidades
morales de los últimos tiempos de la escuela, por desocupación de espíritu,
salvé una que me importa hacer conocer. La familia de los Sarmientos tiene en
San Juan una no disputada reputación que han heredado de padres a hijos, direlo
con mucha mortificación mía, de embusteros. Nadie les ha negado esta calidad, i
yo les he visto dar tan relevantes pruebas de esta innata i adorable
disposición que no me queda duda de que es alguna calidad de familia. Mi madre,
empero, se había premunido para no dejar entrar con mi padre aquella polilla en
su casa, i nosotros fuimos criados en un santo horror por la mentira. En la
escuela me distinguí siempre por una veracidad ejemplar, a tal punto que los
maestros lo recompensaban proponiéndola de modelo a los alumnos, citándola con
encomio, i ratificándome más i más en mi propósito de ser siempre veraz;
propósito que ha entrado a formar el fondo de mi carácter, i de que dan
testimonio todos los actos de mi vida.
Concluyó mi aprendizaje de la escuela por
una de aquellas injusticias tan frecuentes, de que me he guardado yo cuando me he
hallado en circunstancias análogas. Don Bernardino Rivadavia, aquel cultivador
de tan mala mano, i cuyas bien escojidas plantas debían ser pisoteadas por los
caballos de Quiroga, López, Rosas i todos los jefes de la reacción bárbara,
pidió a cada provincia seis jóvenes de conocidos talentos para ser educados por
cuenta de la nación, a fin de que concluidos sus estudios volviesen a sus
respectivas ciudades a ejercer las profesiones científicas, i dar lustre a su
patria. Pedíase que fuesen de familia decente aunque pobres, i Don Ignacio
Rodríguez fue a casa a dar a mi padre la fausta noticia de ser mi nombre el que
encabezaba la lista de los hijos predilectos que iba a tomar bajo su amparo la
Nación. Empero se despertó la codicia de los ricos, hubo empeños; todos los
ciudadanos se hallaban en el caso de la donación, i hubo de formarse una lista
de todos los candidatos; echose a la suerte la elección i como la fortuna no
era el patrono de mi familia, no me tocó ser uno de los seis agraciados. ¡Qué
día de tristeza para mis padres aquel en que nos dieron la fatal noticia del
escrutinio! Mi madre lloraba en silencio, mi padre tenía la cabeza sepultada
entre sus manos!
I sin embargo, la suerte que había sido
injusta conmigo, no lo fue con la provincia, sino es que ella no supo
aprovechar después de los bienes que se le prepararon. Cayole la suerte a
Antonino Aberastain, pobre como yo, i dotado de talentos distinguidos, una
contracción férrea al estudio, i una moralidad de costumbres que lo ha hecho
ejemplar hasta el día de hoi. Llamó la atención en el colejio de Ciencias
Morales por aquellas cualidades, aprendió inglés, francés, italiano, portugués,
matemáticas i derecho, graduose en esta facultad i regresó a su país, donde fue
compelido al día siguiente de su llegada por la Junta de Representantes a
desempeñar la primera majistratura judicial de la provincia. En 1840, emigró de
su país para no volver a él, fue nombrado ministro del Gobierno de Salta, por
la fama de capacidad de que gozaba, salió el último de aquella provincia por
entre las lanzas de las montoneras; pasó a Chile, fue hecho secretario del
Intendente de Copiapó, i reside hoi en aquella provincia viviendo de su
profesión de abogado, i gozando de la estimación de todos. Nadie mejor que yo
ha podido penetrar en el fondo de su carácter, amigos de infancia, su protejido
en la edad adulta, cuando en 1836, llegábamos ambos a un tiempo a San Juan,
desde Buenos-Aires él, de Chile yo, i empezó a poco a conocerme, a prestarme el
apoyo de su influencia, para levantarme en sus brazos, cada vez que la envidia
maliciosa de aldea echaba sobre mí una ola de disfavor o de zelos, cada vez que
el nivel de la vulgaridad se obstinaba en abatirme a la altura común.
Aberastain, Doctor, Juez supremo de Alzadas, estaba ahí siempre, defendiéndome
entre los suyos, contra la masa de jóvenes ricos, o consentidos que se me
oponía al paso. He debido a este hombre bueno hasta la médula de los huesos,
enérjico sin parecerlo, humilde hasta anularse, lo que más tarde debí a otro
hombre en Chile, la estimación de mí mismo por las muestras que me prodigaban
de la suya; sirviéndome ambos, a enaltecerme más que no lo hubiera hecho la
fortuna. La estimación de los buenos es un galvanismo, para las sustancias
análogas. Una mirada de benevolencia de ellos puede decir a Lázaro levántate i
marcha. Nunca he amado tanto como amé a Aberastain; hombre alguno ha dejado más
hondas huellas en mi corazón de respeto i aprecio.
Desde su salida de San Juan, el Supremo
Tribunal de Justicia, es desempeñado por hombres sin educación profesional i a
veces tan negados los pobres, que para arrieros serían torpes. Últimamente, la
Honorable Sala de Representantes, ha declarado que ni a defecto de abogados
sanjuaninos, pueda ser juez un estranjero, es decir, un individuo de otra de
las provincias confederadas, i basta citar este acto lejislativo para mostrar
la perversión de espíritu en que han caído aquellas jentes.
Don Saturnino Salas fue otro de los
agraciados: dedicose a las matemáticas para las que lo había dotado la
naturaleza de una de aquellas organizaciones privilejiadas que hacen los Pascal
i los D'Ampère. Cultivó aquella ciencia con pasión, daba lecciones a sus
concolegas para vestirse, haciendo uso de su habilidad fabril para
confeccionarse zapatos, i remendar sus vestidos en la suma pobreza i horfandad
en que lo dejó la destrucción del Colejio de Ciencias Morales, que es uno de
los mil crímenes cometidos por el partido reaccionario, por vengarse Arana i
Rosas de la malquerencia que justamente les profesaban los colejiales, como la
luz debe aborrecer al apaga-lámparas.
Aquella cualidad industrial es inherente
i orgánica en la familia de los Salas. Su padre Don Joaquín Salas inventaba
máquinas i aparatos para todas las cosas, i perdió una inmensa fortuna heredada
de Doña Antonia Irarrázabal, parte en aquellos ensayos de su injenio. Don Juan
José Salas, su hijo, despunta por la misma capacidad fabril que en San Juan,
dados los hábitos de rutina española se malogran en curiosidades improductivas.
En fin, las señoras Salas solteras, viven en una honesta medianía del producto
de una industria que ellas han inventado, perfeccionado en todos sus detalles,
i elevado a la categoría de una de las bellas artes. Son célebres en San Juan
las flores artificiales de mano de las Salas, que sin exajeración rivalizan con
las más bellas de París, cuyas muestras estudian a fin de adivinar los
procederes fabriles; que en cuando a la belleza artística, imitan ellas a la
naturaleza misma, i no pocas veces la harían aceptar una rosa de sus manos, o
una rama de azahares, tal es la paciente habilidad que han puesto en copiarla
hasta en los más mínimos accidentes. Su hermano Don Saturnino ha continuado por
largos años estudiando por vocación las matemáticas, enseñándolas por
necesidad, enrollado en el cuerpo de Injenieros en Buenos Aires, i contento en
la miseria, única recompensa hoi en su patria del saber que no se hace
delincuente e inmoral. Mientras que aquel profundo matemático vejeta en la
miseria, el Gobierno de San Juan pagaba tres mil pesos anuales a un zafio
desvergonzado que se daba por hidráulico, maquinista, injeniero, abogado i
entendido en cuanto materia se mencionaba. Defendió pleitos, fue empresario de
teatro, escritor, coronel, mashorquero, Director de obras públicas, Juez de
aguas; el amigo de los federales, el terror de los unitarios, i en verdad, el
ser más vil que ha deshonrado la especie humana; habiendo para oprobio de
aquella ciudad durado diez años esta innoble farsa. Salud Federación! por el
fruto se conoce el árbol!
Era el tercero Don Indalecio Cortínez que
se consagró a las ciencias médicas, con aplauso de la clase entera, i tal
dedicación a la cirujía, que tenía concesión especial de cadáveres, hecha por
los catedráticos, a fin de que pudiese en su cuarto entregarse a sus estudios
favoritos sobre el organismo humano. Volvió a San Juan a ejercer su profesión
científica, después de doctorado en tres facultades, levantó una casa de altos
en la plaza, adquiriendo el local de la iglesia de Santa Ana arruinada, i
emigró a Coquimbo abandonando cuanto poseía, para salvar de la persecución que
se cebaba sobre todos los que tenían ojos para preveer el abismo de males en
que iba a ser sepultada la República por el triunfo de los caudillos, que no
saben hoi por dónde salir del pantano en que ellos mismos se han metido. El Dr.
Cortínez, refresca hasta hoi sus conocimientos, teniéndose por las Revistas a
que está suscrito al corriente de los progresos que la ciencia hace en Europa;
i San Juan ha perdido en él un médico hábil, i la fortuna que acumula hoi en
Coquimbo, recompensa de sus aciertos i a que han disipado sus perseguidores de
San Juan.
Esperando por momentos estoi la lei que
prohíba en San Juan a los médicos estranjeros curar a los enfermos, prefiriendo
como en los tribunales a los curanderos nacidos i criados en la Provincia. Los
tres restantes fueron Don Fidel Torres, que no ha vuelto a su país, Don Pedro
Lima que murió i Don Eufemio Sánchez que profesa, a lo que he oído, la medicina
en Buenos -Aires. Lo único que hai claro, es que ninguno de los seis jóvenes
educados por Don Bernardino Rivadavia ha permanecido en San Juan; privándose
esta provincia de recojer el fruto de aquella medida que por sí sola bastaría
para hacer perdonar a aquel gobierno muchas otras faltas.
Quiero antes de entrar en cosas más
serias, echar una mirada sobre los juegos de mi infancia, porque ellos relevan
hábitos solariegos, de que aún se resiente mi edad madura. No supe nunca hacer
bailar un trompo, rebotar la pelota, encumbrar una cometa, ni uno solo de los
juegos infantiles a que no tomé afición en mi niñez. En la escuela aprendí a
copiar zotas i me hize después de un molde para calcar una figura de San Martín
a caballo que suelen poner los pulperos en los faroles de papel, i de
adquisición en adquisición, yo concluí en diez años de perseverancia con
adivinar todos los secretos de hacer mamarrachos. En una visita de mi familia a
casa de Doña Bárbara Icasate, ocupé el día en copiar la cara de un San
Jerónimo, i una vez adquirido aquel tipo, yo lo reproducía de distintas maneras
en todas las edades i sexos. Mi maestro cansado de correjirme en este
pasatiempo, concluyó por resignarse i respetar esta manía instintiva. Cuando
pude por el conocimiento de los materiales de la enseñanza del dibujo, faltome
la voluntad para perfeccionarme. En cambio esparcí más tarde en mi provincia la
afición a este arte gráfico, i bajo mi dirección o inspiración se han formado
media docena de artistas que posee San Juan. Pero aquella afición, se convertía
en mis juegos infantiles en estatuaria, que tomaba dos formas diversas, hacia
Santos i soldados, los dos grandes objetos de mis predilecciones de niñez.
Creábame mi madre en la persuasión de que
iba a ser clérigo i Cura de San Juan, a imitación de mi tío, i a mi padre le
veía casacas, galones, sable i demás sarandajas. Por mi madre me alcanzaban las
vocaciones coloniales; por mi padre se me infiltraban las ideas i
preocupaciones de aquella época revolucionaria; i obedeciendo a estas
impulsiones contradictorias yo pasaba mis horas de ocio en beata contemplación
de mis Santos de barro debidamente pintados, dejándolos en seguida quietos en
sus nichos, para ir a dar a la casa del frente una gran batalla entre dos
ejércitos que yo i mi vecino habíamos preparado un mes antes, con grande acopio
de balas, para ralear las pintorreadas filas de monicacos informes.
No contara estas bagatelas, si no
hubiesen tomado más tarde formas colosales, i proporcionádome uno de los
recuerdos que hasta hoi me hacen palpitar de gloria i de vanidad. Por lo que
hace a mi vocación sacerdotal, asistía cuando niño de trece años a una devota
capilla, en casa del jorobado Rodríguez, capaz de contener veinte personas, i
dotada de sacristía, campanario i demás requisitos, con una dotación de
candeleros, incensarios, i campanas sonoras, hechas por el negro Rufino de Don
Javier Jofré, i de que hacíamos enorme consumo en repiques i procesiones.
Estaba consagrada la capilla a nuestro Padre Santo Domingo, desempeñando yo
durante dos años por aclamación del capítulo, i con grande edificación de los
devotos, la augusta dignidad de Provincial de la orden de Predicadores. Acudían
los frailes del convento de Santo Domingo a verme cantar misa, para lo que
parodiaba a mi tío el Cura que cantaba mui bien, i de quien siendo yo
monacillo, atisbaba todo el mecanismo de la misa, no sin marcar la pájina del
misal en que estaban el evanjelio i epístola del día para reproducirlos
íntegros en mi misa particular.
Por la tarde de los domingos, el
Provincial se tornaba en jeneral en jefe de un ejército de muchachos, i ai! de
los que quisiesen hacer frente a aquella lluvia de piedras que salía del seno
de mi falanje.
Andando el tiempo yo había logrado
hacerme de la afección de una media docena de pilluelos, que hacían mi guardia
imperial, i con cuyo ausilio repetí una vez la hazana de Leónidas, a punto de
que el lector al oírla la equivocara con la del célebre Espartano. Este es un
caso serio, que requiere traer uno a uno los personajes que brillaron en aquel
día memorable.
Había en casa de los Rojos un mulato
regordete que tenía el sobrenombre de barrilito; muchacho inquieto i atrevido,
capaz de una fechoría. Otro del mismo pelaje, de Cabrera de once años,
diminuto, taimado i tan tenaz que cuando hombre, elevado a cabo por su bravura,
desertó de las filas de Facundo Quiroga con algunos otros, i en lugar
de fugarse
tiroteó al ejército en marcha hasta que se hizo
cojer i fusilar. A este llamábanle piojito.
Descollaba el tercero, bajo el
sobrenombre de Chuña, ave desairada, un peón chileno de veinte a más años, un
poco imbécil i por tanto mui bien hallado en la sociedad de los niños. Era el
cuarto José I. Flores mi vecino i compañero de infancia, a quien también
distinguía el sobrenombre de velita que él ha logrado quitarse a fuerza de buen
humor i de jovialidad. Era el quinto el Guacho Riberos, excelente muchacho i mi
condiscípulo, i agregose más tarde Dolores Sánchez, hermano de aquel Eufemio, a
quien por envolverse el capote en el brazo para defenderse de las piedras,
llamábamos capotito. Este nuevo recluta se educó a mi lado, i probó mui luego
ser digno de la noble compañía en que se había alistado. En el año pues, del
Señor no sé cuantos, que los niños no saben nunca el año en que viven, hicimos
tres o cuatro jornadas más o menos lucidas, con más o menos pedradas i palos
dados i recibidos, terminando un domingo en deshacer un ejército i tomar
prisioneros jenerales, tambores i chusma, que paseamos insolentemente por algunas
calles de la ciudad. Esta humillación impuesta a los vencidos trajo su
represalia, i no más tarde que el miércoles, o jueves de la semana siguiente
supimos que los barrios de la colonia i de Valdivia, cuan grandes son, i
poblados de cardúmenes de muchachos, se aprestaban a volvernos la mano al
domingo siguiente. Viernes i sábado me llovían los avisos cada vez más
alarmantes de los progresos de la Liga colono-valdiviana, mientras que yo
citaba a toda mi jente para hallarme en aptitud de recibirlos dignamente.
Sobrevino el domingo tan esperado por los unos, tan temido por los otros, i
llegó la tarde i se avanzaba la hora i mis soldados no parecían, tanto miedo
les ponía la noticia de los preparativos i amenazas de nuestros enemigos.
En fin, convencidos de la imposibilidad
de aceptar el combate, dirijímosnos yo i aquellos seis de que he hecho mención
i que no habrían dejado de reunirse aunque se hubiera desplomado el cielo, acia
los puntos por donde era presumible viniese el ejército aliado para tener el
gusto de verlos siquiera. Así marchando a la aventura llegamos hasta la
Pirámide en donde oímos ya el fragor de las aclamaciones i gritos de entusiasmo
de los chiquillos i el sonido de los tambores de calabazas o de cuero que los
precedían. Momentos después apareció la columna i se derramó en el erial
vecino. Dios mío! eran quinientos diablejos con veinte banderas, i picas i
sables de palo que no reflejaban los rayos del sol. Contamos más de treinta
adultos mezclados entre la imberbe turba, tanta era la novedad que causaba
aquella inusitada muchedumbre.
Nosotros instintivamente retrocedimos,
temerosos de ser sepultados por aquel avalanche de muchachos ávidos de hacer
una diablura, sobre todo en venganza de lo pasado en el domingo anterior.
Tomamos los siete por la calle de
atravieso que conduce acia el molino de Torres, desconcertados, cabizbajos, i
punto menos que huyendo. Precede al puente echado sobre el ladrón del molino
acia el norte un terreno sólido gredoso i unido, mientras que en torno del
puente había una enorme cantidad de guijarros sacados del fondo de la acequia.
Una idea me vino, que Napoleón me la habría aplaudido, que Horacio Cocles me
habría disputado como suya. Ocurriome, que parados los siete en el estrecho
puente i con aquella bendición de piedras a la mano, podíamos disputar el paso
al ejército aliado de la Colonia i de Valdivia. Detengo a los míos; les esplico
el caso, los arengo, i concluyo arrancándoles un está bueno firme, i
chisporroteando de entusiasmo. Me prometen obediencia ciega, tomo yo con dos
más, Riberos i el Barrilito, el centro del puente, distribuyo dos de cada lado
de la trinchera hecha por la acequia, i todos nos ocupamos dilijentemente en
acopiar piedras, de manera de suplir el número por la vivacidad del fuego.
Habíannos apercibido en tanto, i el aire se estremecía con los gritos de
aquella muchedumbre que se avanzaba rápidamente sobre nosotros. Mi plan era no
disparar una piedra hasta tenerlos a tiro. Acercose la turba i de repente
arrojamos tal granizada de piedras que los chillidos de diez o doce a quienes
en el montón alcanzaron dieron prueba sonora de que no se habían malogrado del
todo. Huyó aquella chusma desordenada, querían lanzarse los unos a la
persecución, pero el jeneral lo había calculado todo, i visto que la
interposición del puente era el único medio posible de defensa.
Cuando digo que lo había calculado todo,
olvidaba que lo mejor no se me había pasado por las mientes i era que las
mismas piedras que habíamos tirado podían volvérnoslas a su turno, i que a su
retaguardia tenían la inmensa columna la calle de San Agustín, rica en
guijarros a despear los caballos que la transitan. Vueltos en efecto de su
espanto los agresores, i mandando muchachos por centenares a traer piedras a
ponchadas, se trabó el más rudo combate de que hayan hecho jamás mención las
crónicas de los pilluelos bagabundos, Acercose a la trinchera que yo defendía
un muchacho Pedro Frías, i me propuso a fuer de parlamentario, que peleásemos a
sable. ¡Nosotros siete contra quinientos! Después de bien reflexionada la
propuesta, la deseché terminantemente, i un minuto después el aire se veía
cubierto de piedras que iban i venían; a tal punto que había un riesgo de
tragarlas. Al piojito le rompieron la cabeza, i destilando sangre i mocos de
llorar, i echando sendas puteadas disparaba piedras a centenares como una
catapulta antigua: el Chuña había caído desmayado ya dentro de la acequia a
riesgo de ahogarse; estábamos todos contusos, i la refriega seguía con
encarnizamiento creciente; la distancia era ya de cuatro varas i el puente no
cedía el paso hasta que el negro Tomás del Don Dionisio Navarro, que estaba en
primera línea, gritó a los suyos. "No tiren, vean al Jeneral que no puede
mover los brazos." Cesó con esto el combate i se acercaron los más
inmediatos acia mí, silenciosos i más contentos de mí que de su triunfo. Era el
caso, que a más de las pedradas sin cuento que yo tenía recibidas en el cuerpo,
habíanme tocado tantas en los brazos, que no podía moverlos, i las piedras que
aún lanzaba por puro patriotismo, iban a caer sin fuerza a pocos pasos. De mis
valientes habían flaqueado i huido dos, que no nombro por no comprometer su
reputación, que no ha de exijirse a todos igual constancia. Estaba aún a mi
lado Riberos, chillaba i puteaba todavía el piojito, i sacamos al Chuña de la
acequia a fin de cuidar de nuestros heridos. Quisieron algunos desalmados
compelerme a seguir en clase de prisionero; opúseme yo con el resto de enerjía
que me quedaba, teniendo mis dos brazos caídos i empalados; intervinieron en mi
favor los hombres que venían en la comitiva, dando su debido mérito i todo el
honor de la jornada a los vencidos, i retireme bamboleándome de estenuación a
casa, donde con el mayor sijilo me administré durante una semana frecuentes
paños de salmuera para hacer desaparecer aquellas negras acardenaladuras que me
habrían hecho aparecer, si me hubiese desnudado, a guisa de poroto overo, tan
frecuentes i repetidas eran. ¡O vosotros compañeros de gloria en aquel día
memorable! O vos piojito, si vivierais! Barrilito, Velita, Chuña, Guacho i
Capotito, os saludo aún desde el destierro, en el momento de hacer justicia al
ínclito valor de que hicisteis prueba! Es lástima que no se os levante un
monumento, en el puente aquel para perpetuar vuestra memoria. No hizo más
Leónidas con sus trescientos Espartanos en las famosas Termópilas. No hizo
menos el desgraciado Acha en las acequias de Angaco, poniendo con la barriga al
sol a tanto imbécil que no sabía apreciar lo que vale una acequia puesta de por
medio cuando hai detrás una media docena de perillanes clavados en el suelo.
Volviendo a mi educación, puede decirse
que la fatalidad intervenía para cerrarme el paso. En 1821, fui al seminario de
Loreto en Córdova, i hube de volverme sin entrar. La revolución de Carita me
dejó sin maestro de latín. En 1825 principié a estudiar matemáticas i
agrimensura bajo la dirección de Mr. Barreau, injeniero de la Provincia.
Levantamos juntos el plano de las calles de Rojo, Desamparados, Santa Bárbara, i
de allí rodeando hacia el Pueblo Viejo; i yo solo, por haberme abandonado el
maestro, la de la Catedral, Santa Lucía, i Legua. En el mismo año fui a San
Luis a continuar con el clérigo Oro la educación que había interrumpido la
revolución del año anterior. Un año más tarde era llamado por el gobierno para
ser enviado al colejio de Ciencias Morales, i llegaba a San Juan, después de
haberme negado una vez, en el momento que las lanzas de Facundo Quiroga venían
en bosque polvoroso ajitando sus siniestras banderolas por las calles.
En 1826 entraba tímido dependiente de
comercio en una tienda, yo que había sido educado por el presbítero Oro, en la
soledad, que tanto desenvuelve la imajinación, soñando congresos, guerra,
gloria, libertad, la república en fin. Estuve triste muchos días, i como
Franklin a quien sus padres dedicaban a jabonero, él que debía "robar al
cielo los rayos i a los tiranos el cetro", tomele desde luego ojeriza al
camino que solo conduce a la fortuna. En mis cabilaciones en las horas de ocio
me volvían a aquellas campañas de San Luis en que vagaba por los bosques con mi
Nebrija en las manos estudiando mascula sunt maribus, e interrumpiendo el
recitado para tirarle una pedrada a un pájaro. Echaba menos aquella voz sonora
que había dos años enteros sonado en mis oídos, plácida, amiga, removiendo mi
corazón, educando mis sentimientos, elevando mi espíritu. Las reminiscencias de
aquella lluvia oral que caía todos los días sobre mi alma, se me presentaban
como láminas de un libro, cuyo significado comprendemos por la actitud de las
figuras. Pueblos, historia, jeografía, relijión, moral, política, todo ello
estaba ya anotado como en un índice; faltábame empero, el libro que lo
detallaba, i yo estaba solo en el mundo, en medio de fardos de tocuyo i piezas
de quimones menudeando a los que se acercaban a comprarlos vara a vara. Pero
deben haber libros, me decía yo, que traten especialmente de estas cosas, que
las enseñen a los niños; i entendiendo bien lo que se lee, puede uno
aprenderlas sin necesidad de maestros; i yo me lanzé en seguida en busca de
esos libros, i en aquella remota provincia, en aquella hora de tomada mi
resolución, encontré lo que buscaba, tal como lo había concebido, preparado por
patriotas que querían bien a la América, i que desde Londres habían presentido
esta necesidad de la América del Sur de educarse, respondiendo a mis clamores,
enviándome los catecismos de Ackermann, que había introducido en San Juan Don
Tomás Rojo. ¡Los he hallado! podía esclamar como Arquímedes, por que yo los
había previsto, inventado, buscado aquellas catecismos, que más tarde en 1829
regalé a Don Saturnino Laspiur para la educación de sus hijos. Allí estaba la
historia antigua, i aquella Persia, i aquel Ejipto, i aquellas Pirámides, i
aquel Nilo de que me hablaba el clérigo Oro. La historia de Grecia la estudié
de memoria, i la de Roma en seguida, sintiéndome sucesivamente Leónidas i
Bruto, Arístides, i Camilo, Harmodio, i Epaminondas; i esto mientras vendía
yerba i azúcar, i ponía mala cara a los que me venían a sacar de aquel mundo
que yo había descubierto para vivir en él. Por las mañanas, después de barrida
la tienda yo estaba leyendo, i una señora Laora pasaba para la iglesia i volvía
de ella i sus ojos tropezaban siempre, día a día, mes a mes, con este niño,
inmóvil, insensible a toda perturbación, sus ojos fijos sobre un libro, por lo
que meneando la cabeza decía en su casa "este mocito no debe ser bueno! si
fueran buenos los libros no los leería con tanto ahínco"!
Otra lectura ocupome más de un año, la
Biblia! Por las noches después de las ocho, hora de cerrar la tienda mi tío Don
Juan Pascual Albarracín, presbítero ya, me aguardaba en casa, i durante dos
horas, discutíamos sobre lo que iba sucesivamente leyendo, desde el Jénesis,
hasta el Apocalipsis. ¡Con cuánta paciencia escuchaba mis objeciones para
comunicarme en seguida la doctrina de la iglesia, la interpretación canónica, i
el sentido lejítimo i recibido de las sentencias!; donde decía blanco, no
obstante que yo leía negro, i las opiniones diverjentes de los Santos Padres.
La Teolojía natural de Paley, Evidencia del Cristianismo por el mismo,
Verdadera idea de la Santa Sede, i Feijoo que cayó por entonces en mis manos,
completaron aquella educación eminente i razonadamente relijiosa, pero liberal,
que venía desde la cuna trasmitiéndose desde mi madre al maestro de escuela,
desde mi mentor Oro hasta el comentador de la Biblia, Albarracín.
Por entonces pasó a visitar a San Juan el
Canónigo D. Ignacio Castro Barros, e hizo su misión pública, predicando quince
días sucesivamente en las plazas, a la luz de la luna, teniendo por auditorio
cuanta jente cabe apiñada en una cuadra cuadrada de terreno. Yo asistía con
asiduidad a estas pláticas, procurando ganar desde temprano lugar favorecido.
Precedíale la fama de gran predicador, i durante muchos días me tuvo en febril
exitación. Había logrado despertar en mi alma el fanatismo rencoroso que vertía
siempre de aquella boca, espumosa de cólera contra los impíos i herejes, a
quienes ultrajaba en los términos más innobles. Furibundo, frenético, andaba de
pueblo en pueblo encendiendo las pasiones populares contra Rivadavia i la
reforma, i ensanchando el camino a los bandidos como Quiroga i otros a quienes
llamaba los Macabeos. Hice confesión jeneral con él, para consultarme en mis
dudas, para acercarme más i más a aquella fuente de luz, que con mi razón de
dies i seis años, hallé vacía, oscura, ignorante, i engañosa. Los estragos que
aquel iluso hizo en San Juan, pueden colejirse del decreto de 28 de julio de
1827, espedido por el gobierno enemigo de Rivadavia i sus partidarios.
"Una funesta esperiencia, dice, ha enseñado cuánta es la facilidad con que
se pasa de la diferencia de opiniones, a la discordia i de esta a la guerra.
Esta misma esperiencia es la que ha producido en el gobierno el convencimiento
de que, si bien debe asegurarse a cada individuo la libertad de manifestar
decorosa i legalmente su opinión, es también necesario impedir que procure
estender aquella atacando a los que piensan de otro modo, por medios reprobados
i sumamente peligrosos. Cuando se han tocado estos arbitrios, cuando ciertas
instituciones santas i venerables se han hecho hablar en favor de lo que se
llama una disputa política, se halla minada la tranquilidad publica. En fuerza
de estas consideraciones i por haberse llegado a entender, que algún ministro
del Santuario ha hablado directa i aun personalmente en la Cátedra del Espíritu
Santo de las mismas cuestiones políticas, que ya han ocasionado otra vez
derramamiento de sangre en San Juan, el gobierno ha venido en decretar:
1.º Queda prohibido hacer mención de
cuestiones políticas en ningún discurso público relijioso, que se pronuncie en
el templo del Señor, donde no debe oírse sino la moral santa del Evanjelio, los
preceptos del Redentor del mundo, los consuelos de la relijión divina i los
ruegos de los fieles.
4.º Comuníquese al venerable clero i dese
al rejistro. -Quiroga (Manuel Gregorio). José Antonio de Oro secretario
(hermano del Obispo Oro).
Hízome dudar de su sinceridad el
espectáculo de una de esas farsas que le habían valido su celebridad. Terminaba
una prédica dentro de la iglesia, ensañándose contra Llorente, a quien llamó
impío, vivorezno, por haber calumniado al Santo Tribunal de la inquisición,
asegurando al auditorio que había muerto comido de gusanos en castigo de sus
iniquidades. Seguíale yo con avidez en aquellas imprecaciones destilando
veneno, sangre, maldiciones i ultrajes, contra Rousseau, i otra retahíla de
nombres, para mí desconocidos, i su bilis se iba exaltando, i la rabia de un
poseído se asomaba a sus ojos inyectados de sangre, i a su boca en cuyos
estremos se colectaban babas resecas; cuando derepente se levanta, i
estendiendo los brazos i levantando su voz estentórea a que respondían los ecos
de las bóvedas del templo, invocó al demonio mandándole presentarse ante él,
asegurando en términos positivos i terminantes que él tenía potestad del cielo
para hacerlo comparecer, i que iba a presentarse en el acto; i sus ojos lo
buscaban i sus manos crispadas señalaban los lugares oscuros de la iglesia, i
las mujeres inquietas se movían i volvían la cara para huir mientras yo clavaba
los ojos en aquella fisonomía del clérigo descompuesta i cárdena, esperando
encontrar en ella signos de fascinación, por no atreverme todavía a creer todo
aquello una patraña. Después he visto a Casacuberta hacer con igual pasión
papeles más difíciles, i he sentido bullir mi sangre de indignación contra
aquella prostitución de la cátedra. El Padre Castro Barros echó en mi espíritu
la primera duda que lo ha atormentado, el primer disfavor contra las ideas
relijiosas, en que había sido creado, ignorando el fanatismo, i despreciando la
superstición. Después he sabido la historia de aquel insano. Era su resorte favorito
en las campañas entre las jentes incultas, arrojar desde el púlpito una
plumilla, i decirla el alma de un condenado, i asegurar que aquella persona a
quien se le asentase la pluma estaba ya predestinada a los suplicios eternos; i
las infelices mujeres, a quienes había hecho apiñarse en torno de la cátedra
con sus llantos i movimientos ajitaban el aire i la agorosa plumilla
revoloteaba i cambiaba de dirección, paseando el espanto i la desolación por
sobre las cabezas de la muchedumbre, que al fin se ponía de pie, enajenada de
terror, dando alaridos i desbandándose por los campos. Omito mil escenas
horribles de este jénero i la calavera i el crucifijo, para entablar coloquios,
risibles sino fueran odiosos entre dos objetos tan venerandos, i hacer cantar a
la calavera tonaditas mundanas, i describir después sus tormentos en el
infierno i gozarse él en ellos, recordándole entonces uno a uno sus deslices
pasados. De esa escuela de predicadores salen en las colonias españolas los
terroristas políticos, de sus blasfemias contra los impíos ha salido él mueran
los salvajes unitarios. De allí han salido las chispas que apasionaron a la
muchedumbre, i la lanzaron a los crímenes, a las matanzas de que hemos sido
víctimas. De la boca de Castro Barros, como de la de los Puritanos de
Inglaterra salía siempre la Sagrada Escritura empapada en sangre, azuzando las
pasiones brutales de la muchedumbre. Afortunadamente para la gloria de Castro
tuvo la fuerza de alma de volver más tarde sobre sus pasos, cuando se mostraron
los crímenes i la barbarie que él había armado de un pretesto santo. Prestó en
1829 su ardorosa cooperación al Jeneral Paz en Córdova, le atrajo las simpatías
de sus compatriotas, i algunas arrobas de plata labrada de conventos i
monasterios fueron por influjo suyo, a engrosar el desmedrado caudal del
ejército, como muestra decidida de su adhesión. En los diarios de la época
publicó el Dr. Castro una esposición de las razones que lo habían hecho cambiar
de partido i volver sobre Facundo Quiroga i sus partidarios las mismas armas
con que había preparado la sangrienta lucha. Después siguió la suerte de los
unitarios, escapó de ser azotado por Quiroga, fue más tarde echado en un pontón
por Rosas, donde para vivir le era necesario achicar la bomba todos los días, por
meses enteros, para conservar su cansada i enfermiza existencia. Llegó más
tarde a Chile, donde volviendo con la vejez a los escesos de fanatismo de la
primera época de sus predicaciones, abogó con calor por la inquisición i otras
ideas estremas, hasta que la muerte dio reposo el año pasado a aquella vida por
tantas pasiones ajitada, la Revista Católica hallole en olor de santidad, i de
paso, se sirvió insinuar con caridad evanjélica que el muerto Doctor tenía
émulos, aludiendo a mí que había principiado a escribir su biografía, con otros
conceptos menos equívocos, si bien más injuriosos. Perdóneles Dios su
petulancia, que no era el pobre clérigo, digno objeto de mi emulación.
Desde aquella época me lanzé en la
lectura de cuanto libro pudo caer en mis manos, sin orden, sin otro guía que el
acaso que me los presentaba o las noticias que adquiría de su existencia en las
escasas bibliotecas de San Juan. Fue el primero la vida de Cicerón por
Middleton, con láminas finísimas, i aquel libro me hizo vivir largo tiempo
entre los romanos. Si hubiese entonces tenido medios habría estudiado el
derecho, para hacerme abogado, para defender causas, como aquel insigne orador,
a quien he amado con predilección. El segundo libro fue la vida de Franklin, i
libro alguno me ha hecho más bien que este. La vida de Franklin fue para mí lo
que las vidas de Plutarco para él, para Rousseau, Enrique IV, Mma. Roland i
tantos otros. Yo me sentía Franklin; i porqué no? Era yo pobrísimo como él,
estudioso como él, i dándome maña i siguiendo sus huellas podía un día llegar a
formarme como él, ser doctor ad honorem como él, i hacerme un lugar en las
letras i en la política americana. La vida de Franklin debiera formar parte de
los libros de las escuelas primarias. Alienta tanto su ejemplo, está tan al
alcance de todos la carrera que él recorría, que no habría muchacho, un poco
bien inclinado que no se tentase a ser un Franklincito, por aquella bella
tendencia del espíritu humano a imitar los modelos de la perfección que
concibe. Escribir una vida de Franklin adaptada para las escuelas ha sido uno
de los propósitos literarios que he acariciado largo tiempo; i ahora que me
creía en aptitud de realizarlo, llevado de las mismas ideas, la ha efectuado
Mr. Mignet por encargo de la Academia francesa con un éxito completo, aunque mi
plan era diverso, más popular i más adaptable a nuestra situación. Tal como es
el libro de Mignet pedilo a Francia, i lo he hecho poner en castellano para
jeneralizarlo, porque yo sé por esperiencia propia cuánto bien hace a los niños
esta lectura. ¡Santas aspiraciones del alma juvenil a lo bello i perfecto!
¿dónde está entre nuestros libros el tipo, el modelo práctico, hacedero,
posible, que puede guiarlas i trazarlas un camino? Los predicadores nos
proponen los santos del cielo para que imitemos sus virtudes ascéticas i sus
maceraciones; pero por más bien intencionado que el niño sea, renuncia desde
temprano a la pretensión de hacer milagros, por la razón sencilla que los que
lo aconsejan se abstienen ellos mismos de hacerlos. Pero el joven que sin otro
apoyo que su razón, pobre i destituido trabaja con sus manos para vivir,
estudia bajo su propia dirección, se da cuenta de sus acciones para ser más
perfecto, ilustra su nombre, sirve a su Patria, ayudándola a desligarse de sus
opresores, i un día presenta a la humanidad entera un instrumento sencillo para
someter los rayos del cielo, i puede vanagloriarse de redimir millones de vidas
con el preservativo con que dotó a los hombres; este hombre debe estar en los
altares de la humanidad, ser mejor que santa Bárbara abogada contra rayos, i
llamarse el Santo del Pueblo.
Para los pueblos del habla castellana
aprender un idioma vivo, es solo aprender a leer, i debiera uno por lo menos
enseñarse en las escuelas primarias.
El clérigo Oro al enseñarme el latín que
no sé, me había dotado de una máquina sencilla de aprender idiomas, que he
aplicado con suceso a los pocos que conozco. En 1829, escapado de ser fusilado
en Mendoza por el fraile Aldao, por la benéfica i espontánea intercesión del
coronel Don José Santos Ramírez, a cuyo buen corazón no deben perjudicar las
flaquezas de su juicio, tuve en San Juan mi casa por cárcel, i el estudio del
francés por recreo. Vínome la idea de aprenderlo con un francés soldado de Napoleón,
que no sabía castellano, i no conocía la gramática de su idioma. Pero la
codicia se me había despertado a la vista de una biblioteca en francés,
perteneciente a Don José Ignacio de la Rosa, i con una gramática i un
diccionario prestados, al mes once días de principiado el solitario
aprendizaje, había traducido doce volúmenes, entre ellos las memorias de
Josefina. De mi consagración a aquella tarea, puedo dar idea por señales
materiales. Tenía mis libros sobre la mesa del comedor, apartábalos para que
sirvieran el almuerzo, después para la comida, a la noche para la cena: la vela
se estinguía a las dos de la mañana, i cuando la lectura me apasionaba, me
pasaba tres días sentado, rejistrando el diccionario. Catorce años he puesto
después en aprender a pronunciar el francés que no he hablado hasta 1846,
después de haber llegado a Francia. En 1833, estuve de dependiente de comercio
en Valparaíso, ganaba una onza mensual, i de ella destiné media para pagar al
profesor de inglés Richard, i dos reales semanales pagados al sereno del barrio
para que me despertase a las dos de la mañana a estudiar mi inglés. Los sábados
los pasaba en vela para hacerlos de una pieza con el domingo; i después de mes
i medio de lecciones, Richard me dijo que no me faltaba ya sino la
pronunciación que hasta hoi he podido adquirir. Fuime a Copiapó, i mayordomo
indigno de la Colorada, que tanta plata en barra escondía a mis ojos, traduje a
volumen por día los sesenta de la colección completa de novelas de Walter
Scott, i otras muchas obras que debí a la oficiosidad de Mr. Eduardo Abott.
Conservan muchos en Copiapó el recuerdo del minero, a quien se encontraba
siempre leyendo, i aun en Lima el Sr. Codecido recordome, a mi vuelta de
Europa, un suceso relativo a aquellos tiempos. Por economía, pasatiempo i
travesura había yo concluido por equiparme completamente con el pintoresco
vestido de los mineros, i habituado a los demás a mirar este disfraz como mi
traje natural. Calzaba gabucha i escarpín; llevaba calzoncillo azul i cotón
listado, engalanando este fondo, a más del consabido gorro colorado, una ancha
faja de donde pendía una bolsa capaz de contener una arroba de azúcar i en la
que tenía yo siempre uno o dos manojos de tabaco tarijeño. Por las tardes
ascendía de la mina del Desempeño Don Manuel Carril, juntos pasábamos al Manto
de los Cobo, en cuya cocina reunidos, discutíamos política media docena de
mayordomos, patrones o peones arjentinos, añadiéndose a este parlero i ahumado
congreso un joven parisiense a quien dábamos lecciones de un castellano tan
castizo que una vez que encontró señoras dejó lastimados sus oídos, i a
nosotros que éramos sus maestros, confundidos de los progresos que en tan corto
tiempo había hecho el alumno, no sin reconvenirlo después i esplicarle todas
las frases, palabras e interjecciones castellanas, que no tenían fácil curso en
otra sociedad que aquella de la cocina del Manto de los Cobo de que él formaba
parte.
Era juez de minas en 1835, el mayor
Mardones que había militado en la República Arjentina en los tiempos de la
guerra de la Independencia, su señora tenía trato, costumbres, aseo, i algunos
muebles que nos reconciliaban con la vida civilizada, i solíamos por la noche
bajar a su habitación en la Placilla i pasar allí agradablemente el rato. Una noche
encontramos hospedado un señor Codecido, pulero i sibarita ciudadano que se
quejaba de las incomodidades i privaciones de la jornada. Saludáronlo todos con
atención, toqueme yo el gorro con encojimiento, i fui a colocarme en un rincón
por sustraerme a las miradas en aquel traje que me era habitual, dejándole ver
sin embargo al pasar mi tirador alechugado, que es la pieza principal del
equipo. Codecido no se fijó en mí, como era natural con un minero a quien sus
patrones consentían que los acompañase, i a haber estado yo más a mano, me
habría suplicado que le trajese fuego, u otra cosa necesaria. La conversación
rodó sobre varios puntos, discreparon en una cosa de hecho que se refería a
historia moderna europea, i a nombres jeográficos, e instintivamente Carril,
Chenaut i los demás se volvieron hacia mí para saber lo que había de verdad.
Provocado así a tomar parte en la conversación de los caballeros dije lo que
había en el caso, pero en términos tan dogmáticos, con tan minuciosos detalles,
que Codecido abría a cada frase un palmo de boca, viendo salir las pájinas de
un libro de los labios del que había tomado por apir. Esplicáronle la causa del
error en medio de la risa jeneral, i yo quedé desde entonces en sus buenas
gracias,
Divertía a los mineros en Punta Brava con
dibujos de animales i pájaros, daba lecciones de francés a unos jóvenes, i
encontré allí un mayordomo con tan estraordinaria facultad de retener lo que
leía, que recitaba libros enteros sin olvidar una coma. Este tenía los ojos
prominentes como lo requiere Gall. Pertenece a mis estudios de Chañarcillo la
edición de un libro sobre emigración desde San Juan i Mendoza a las orillas del
Colorado acia el sur, que a falta de prensa recité una vez a Manuel Carril,
teniéndolo durante dos horas de tal manera embobado con mi cuento, que cuando
me paraba a cobrar aliento me decía continúe, continúe, i al fin esclamó
entusiasmado, yo pongo hasta la camisa para llevar a cabo el proyecto; pues yo
solo pedía ochenta mil pesos, para que un millar de muchachos de buena voluntad
nos fuésemos al sur, i fundásemos una colonia, en un río navegable, i nos
enriqueciésemos. Recuerdo esto, porque me complace mostrar, cuán antigua es la
manía de mi espíritu por continuar la obra de la ocupación de la tierra, que paralizó
la revolución de la independencia, i despueblan hoi la ignorancia e incapacidad
de aquellos gobiernos.
En 1837 aprendí el italiano en San Juan,
por acompañar al joven Rawson cuyos talentos empezaban desde entonces a
manifestarse. Últimamente en 1842, redactando el Mercurio me familiarizé con el
portugués que no requiere aprenderse. En París me encerré quince días con una
gramática i un diccionario i traduje seis pájinas de alemán a satisfacción de
un intelijente a quien di lección, dejándome desmontado aquel supremo esfuerzo,
no obstante que creía haber cojido ya la estructura del rebelde idioma.
He enseñado a muchos el francés, por el
deseo de propagar la buena lectura i a varios de mis amigos sin darles
lecciones. Para echarlos en el camino que yo había seguido les decía; primero:
U. no se ha de contraer a estudiar, ya lo estoi viendo; i cuando los veía
picados de amor propio, les daba algunas lecciones sobre la manera de estudiar
por sí solos. Bustos el de la Escuela Normal i P... mi tierno amigo, me
avisaron un mes o dos después, que ya sabían francés, i en efecto lo habían
estudiado.
¡Cómo se forman las ideas? Yo creo que en
el espíritu de los que estudian sucede como en las inundaciones de los ríos,
donde las aguas al pasar depositan poco a poco las partículas sólidas que traen
en disolución, i fertilizan el terreno. En 1833 yo pude comprobar en Valparaíso
que tenía leídas todas las obras que no eran profesionales, de las que
componían un catálogo de libros publicados por el Mercurio. Estas lecturas,
enriquecidas por la adquisición de los idiomas, habían espuesto ante mis
miradas el gran debate de las ideas filosóficas, políticas, morales i
relijiosas, i abierto los poros de mi intelijencia para embeberse en ellas. En
1838 fue a San Juan mi malogrado amigo Manuel Quiroga Rosas, con su espíritu
mal preparado aún, lleno de fe i de entusiasmo en las nuevas ideas que ajitaban
el mundo literario en Francia, i poseedor de una escojida biblioteca de autores
moderno. Villemain i Schlegel en literatura, Jouffroi, Lerminnier, Gaste,
Cousin, en filosofía e historia; Tocqueville, Pedro Leroux en democracia; La
Revista Enciclopédica como síntesis de todas las doctrinas, Charles Didier i
otros cien nombres hasta entonces ignorados para mí, alimentaron por largo
tiempo mi sed de conocimientos. Durante dos años consecutivos prestaron estos
libros materia de apasionada discusión por las noches en una tertulia en la que
los Doctores Cortínez, Aberastain, Quiroga Rosas, Rodríguez i yo discutíamos
las nuevas doctrinas, las resistíamos, las atacábamos, concluyendo al fin por
quedar más o menos conquistados por ellas. Hice entonces, i con buenos maestros
a fe, mis dos años de filosofía e historia, i concluido aquel curso, empezé a
sentir que mi pensamiento propio, espejo reflector hasta entonces de las ideas
ajenas, empezaba a moverse i a querer marchar. Todas mis ideas se fijaron clara
i distintamente, disipándose las sombras i vacilaciones frecuentes en la
juventud que comienza, llenos ya los vacíos que las lecturas desordenadas de
veinte años habían podido dejar, buscando la aplicación de aquellos resultados
adquiridos a la vida actual, traduciendo el espíritu europeo al espíritu
americano, con los cambios que el diverso teatro requería.
En todos estos esfuerzos estuvo siempre
en actividad el órgano de instrucción i de información que tengo más espedito
que es el oído. Educado por medio de la palabra por el Presbítero Oro, por el
cura Albarracín, buscando siempre la sociedad de los hombres instruidos, entonces
i después mis amigos Aberastain, Piñero, López, Alberdi, Gutiérrez, Oro,
Tejedor, Fragueiro, Montt, i tantos otros han contribuido sin saberlo a
desenvolver mi espíritu, trasmitiéndome sus ideas, o dando asidero a las mías
para un desenvolvimiento que viene de suyo a completarlas. Así preparado
presenteme en Chile en 1840, maduro, puedo decir por los años, el estudio i la
reflexión, i los escritos que la prensa ponía a mi vista, me hicieron creer
desde luego que los hombres que habían recibido una educación ordenada, no
habían atesorado mayor número de conocimientos, ni masticádolos más despacio.
No al principio de mi carrera de escritor, sino más tarde, levantose en
Santiago un sentimiento de desdén por mi inferioridad, de que hasta los
muchachos de los colejios participaron. Yo preguntara hoi si fuera necesario, a
todos esos jóvenes del Semanario ¿habían hecho realmente estudios más serios
que yo? También a mí querrían embaucarme con sus seis años del Instituto
Nacional? Pues qué! no sé yo, hoi examinador universitario lo que en los
colejios se enseña?
La vida pública
A los diez i seis años de mi vida entré a
la cárcel, i salí de ella con opiniones políticas, lo contrario de Silvio
Péllico, a quien las prisiones enseñaron la moral de la resignación i del
anonadamiento. Desde que cayó en mis manos por la primera vez el libro de Las
Prisiones, inspirome horror la doctrina del abatimiento moral que el preso
salió a predicar por el mundo, i que hallaron tan aceptable los reyes, que se
sentían amenazados por la enerjía de los pueblos. Ya anduviera adelantada la
especie humana, si el hombre necesitase para comprender bien los intereses de
la Patria, tener ejercisios espirituales por ocho años en los calabozos de
Espiberg, la Bastilla i los Santos Lugares. Ai del mundo, si el Czar de Rusia,
el Emperador de Austria o Rosas pudiesen enseñar moral a los hombres! El libro
de Silvio Péllico es la muerte del alma, la moral de los calabozos, el veneno
lento de la degradación del espíritu. Su libro i él han pasado por fortuna, i
el mundo seguido adelante en despecho de los estropeados, paralíticos i
valetudinarios que las luchas políticas han dejado. Era yo tendero de profesión
en 1827, i no sé si Cicerón, Franklin, o Temístocles, según el libro que leía en
el momento de la catástrofe, cuando me intimaron por la tercera vez cerrar mi
tienda e ir a montar guardia en el carácter de Alférez de milicias a cuyo rango
había sido elevado no hacía mucho tiempo. Contrariábame aquella guardia i al
dar parte al gobierno de haberme recibido del principal sin novedad, añadí un
reclamo en el que me quejaba de aquel servicio, decía "con que se nos
oprime sin necesidad". Fui relevado de la guardia, i llamado a la
presencia del Coronel del ejército de Chile D. Manuel Quiroga, gobernador de
San Juan, que a la sazón tomaba el solsito, sentado en el patio de la casa de
gobierno. Esta circunstancia, i mi estremada juventud autorizaban naturalmente
el que, al hablarme, conservase el gobernador su asiento i su sombrero. Pero
era la primera vez que yo iba a presentarme ante una autoridad, joven,
ignorante de la vida, i altivo por educación i acaso por mi contacto diario con
César, Cicerón i mis personajes favoritos; i como no respondiese el gobernador
a mi respetuoso saludo, antes de contestar yo a su pregunta ¿es ésta señor su
firma? levanté precipitadamente mi sombrero, calémelo con intención, i contesté
resueltamente, sí Señor. La escena muda que pasó en seguida habría dejado
perplejo al espectador, dudando quién era el jefe, o el subalterno, quién a
quién desafiaba con sus miradas, los ojos clavados el uno en el otro, el
gobernador empeñado en hacérmelos bajar a mí, por los rayos de cólera que
partían de los suyos, yo con los míos fijos, sin pestañear, para hacerle
comprender, que su rabia venía a estrellarse contra una alma parapetada contra
toda intimidación. Lo vencí, i enajenado de cólera llamó un edecán i me envió a
la cárcel. Volaron algunos a verme, entre ellos Laspiur, hoi ministro, i que me
tenía cariño, quien me aconsejó hacer lo que él ha hecho siempre, cejar ante
las dificultades. Mi padre vino en seguida, i contándole la historia, me dijo:
ha hecho U. una tontera; pero ya está hecha; ahora sufra las consecuencias, sin
debilidad. Siguióseme causa, preguntóseme si había oído quejarse del gobierno,
respondí que sí, i a muchos. Preguntado quiénes son; respondí que los que han
hablado en mi presencia no me han autorizado para comunicar a la autoridad sus
dichos. Insisten; me obstino; me amenazan, sácoles la lengua, i la causa fue
abandonada, yo puesto en libertad, e iniciado por la autoridad misma en que
habían partidos en la ciudad, cuestiones que dividían la República, i que no
era en Roma ni en Grecia donde había de buscar yo la libertad i la Patria sino
allí, en San Juan, en el grande horizonte que abrían los acontecimientos que se
estaban preparando en los últimos días de la presidencia de Rivadavia. Hasta la
casualidad me empujaba a las luchas de los partidos que aún no conocía. En una
fiesta del Pueblo-viejo, disparé un cohete a las patas de un grupo de caballos,
i salió de entre los jinetes a maltratarme mi Coronel Quiroga ex-gobernador
entonces, atribuyendo a ultraje intencional lo que no era más que
atolondramiento. Hubimos de trabarnos de palabras, i estrecharnos él a caballo
i yo a pie. Hacíanle a él voluminosa cauda cincuenta jinetes, i yo que tenía en
él i en su ájil caballo fijos los ojos, para evitar un atropellón, empezé a
sentir un objeto que me tocaba por detrás de una manera premiosa e indicativa.
Estiro una mano a reconocerlo, i toco... el cañón de una pistola que me
abandonaban. Yo también era en aquel instante la cabeza de una falanje que se
había apiñado en mi defensa. El partido federal encabezado por Quiroga Carril,
estaba a punto de irse a las manos con el partido unitario, a quien yo servía
sin saberlo en aquel momento de punta. El ex-gobernador se retiró confundido
por la rechifla, i acaso asombrado de tener segunda vez que estrellarse en
presencia de un niño que ni lo provocaba con arrogancia, ni cedía con timidez
una vez metido en el mal paso. Al día siguiente era yo unitario; algunos meses
más tarde conocía la cuestión de los partidos en su esencia, en sus personas i
en sus miras, porque desde aquel momento me aboqué el proceso voluminoso de las
opiniones adversas.
Cuando la guerra estalló, entregué a mi
tía Doña Ánjela la tienda que tenía a mi cargo, alisteme en las tropas que se
habían sublevado contra Facundo Quiroga en las Quijadas, hice la campaña de
Jachal, halleme en el encuentro de Tafín, salvé de caer prisionero con las
carretas i caballadas que había tomado yo el primero en el Pósito, bajo las
órdenes de Don Javier Angulo, escapeme con mi padre a Mendoza, donde se habían
sublevado contra los Aldaos las tropas mismas que nos habían vencido en San
Juan, i a poco fui nombrado con Don J. M. Echegarai Albarracín ayudante del
Jeneral Albarado, quien hizo donación de mi persona al Jeneral Moyano que me
cobró afición, i me regaló un día, en cambio de una buena travesura, el caballo
bayo obero en que Don Albín Gutiérrez había dado la batalla en que fue vencido
Don José Miguel Carrera. Después he sido ayudante de línea incorporado al 2.º
de Coraceros del Jeneral Paz, instructor aprobado de reclutas, de lo que puede
dar testimonio el Coronel Chenaut, bajo cuyas órdenes serví quince días; más
tarde declarado segundo director de Academia militar por mi conocimiento
profundo de las maniobras i táctica de caballería, lo que se esplica fácilmente
por mi hábito de estudiar; pero la guerra con todas las ilusiones que enjendra,
i el humo de la gloria que ya embriaga a un capitán de compañía, no me han
dejado impresiones más dulces, recuerdos más imperecederos que aquella campaña
de Mendoza, que concluyó en la trajedia horrible del Pilar. Fue para mí aquella
época la poesía, la idealización, la realización de mis lecturas. Joven de diez
i ocho años, imberbe, desconocido de todos, yo he vivido en el éxtasis
permanente del entusiasmo, i no obstante que nada hice de provecho, porque mi
comisión era la de simple ayudante sin soldados a su mando, era o hubiera sido
un héroe, pronto siempre a sacrificarme, a morir donde hubiese sido útil, para
obtener el más mínimo resultado. Era el primero en las guerrillas, i a media
noche el tiroteo lejano me hacía despertar, escabullirme, i lanzarme por calles
desconocidas, guiándome por los fogonazos, hasta el teatro de la escaramuza,
para gritar, para meter bulla i azuzar el tiroteo. Últimamente me había
proporcionado un rifle con que hacía donde había guerrillas un fuego endemoniado,
hasta que me lo quitó el Jeneral Moyano, como se le quita a los niños el
trompo, a fin de que hagan lo que se les manda i de cuyo cumplimiento los
distrae el embeleco. Mi padre que me seguía como el ánjel tutelar, se me
aparecía en estos momentos de embriaguez, a sacarme de atolladeros, que sin su
previsión habrían podido serme fatales. De día en día iba haciéndome de mayor
número de amigos en la división, i en la mañana del 29 de setiembre día de la
derrota nuestra, después de haber por mi vijilancia i previsión salvado el
campo de un ataque, por un lienzo de muralla que habían echado abajo en la
noche, un joven Gutiérrez me prestó su partida de veinte hombres para ir a
escaramuzear con el enemigo por otro lado. Era yo esta vez dueño de una fuerza
imponente, i la calle de paredes larga como una flauta ahorraba al Jeneral la
necesidad de trazarse un plan estratéjico mui complicado. Avanzar para
adelante, i huir para atrás, he aquí las dos operaciones jefes, pivotales de la
jornada. Los soldados de ambos bandos, milicianos por lo jeneral, lo que menos
deseaban era irse a las manos, i esta era la curiosidad que yo tenía i que me
proponía satisfacer. Ordeno un tiroteo que sirva de introducción al capítulo:
avánzome en seguida a provocar de palabras, diciéndole montonero, avestruz i
otras lindezas al oficial adverso, quien sin avanzarse mucho, me hace fusilar
con tres o cuatro de los suyos, que se estaban un minuto apuntándome los tiros.
Me injenio del modo más decente que puedo, para no seguir sirviendo de blanco
después de haberme aguantado quince tiros a veinte i cinco pasos. Mando cargar,
nos entreveramos un segundo, i los míos i los ajenos retroceden a un tiempo
cada partida por su lado, dejando en el fugaz campo de batalla al pobre
jeneral, mohíno de que no siguiera un rato más la broma. Reúnome a los míos, i
siento en todas las evoluciones del caballo, que me acompaña un soldado.
Estrañan su fisonomía los otros, reconócenlo enemigo que se ha quedado entre
los nuestros, siendo el poncho el uniforme de todos; lo atacan, lo defiendo,
insisten en matarlo, se dispara, salgo a su alcance i al reunirse a los suyos,
logro metérmele de por medio, i al cesgar el caballo, acomodarle un chirlo en
buena parte, echarlo dentro de la azequia que corría al costado de la calle, i
dejar a disposición de los nuestros el caballo ensillado, mientras yo hacía
frente a los que venían en su socorro. He aquí la hazaña más contabile que
hecho en mis correrías militares. Después era ya hombre hecho, capitán de línea
i por necesidad circunspecto.
Asistía con frecuencia a los debates que
tenían el Jeneral Albarado con el pobre Moyano. Albarado no tenía nunca razón,
pero tenía el prestijio de la guerra de la Independencia i oponía a todo la
fuerza de inercia, que es el poder más temible. Moyano fue fusilado, i Albarado
se retiró tranquilo a San Juan, después de vencido. Más tarde mandaba decir al
señor Sarmiento, escritor en Chile, que en la vida de Aldao hacía alusión a su
conducta de entonces, que ya él se había vindicado de esos cargos. Mucha
sorpresa causó a Frías mi respuesta: Sígale al Jeneral que un ayudantito que
dio él a Moyano, i reprendió una vez por el ahínco con que oía las
conversaciones entre los jefes, es el señor Sarmiento a quien se dirije ahora.
Oh! diez veces han perdido la República hombres honrados, pero fríos, incapaces
de comprender lo que tenían entre manos. Tomome afición Don José María Salinas,
ex-secretario de Bolívar, patriota entusiasta, adornado de dotes eminentes i
que fue degollado por Aldao, mandado mutilar, desfigurado con una barbaridad
hasta entonces sin ejemplo. Últimamente en los dos días que precedieron a la
derrota del Pilar, por la amistad del Dr. Salinas, i las simpatías de los
Villanuevas i de Zuloaga que había tomado el mando de la división, fui admitido
a los consejos de guerra de los jefes, no obstante mi poca edad, contando con
mi discreción, debo creer que suponiéndome rectitud de juicio, pues que de mi
resolución no había que dudar.
Terminaron este episodio incidentes que
son necesarios al objeto de esta narración. Saben todos el orijen de la
vergonzosa catástrofe del Pilar. El fraile Aldao borracho, nos disparó seis
culebrinas al grupo que formábamos sesenta oficiales en torno de Francisco
Aldao su hermano, que había entrado en nuestro campo después de concluido un
tratado, entre los dos partidos belijerantes. El desorden de nuestras tropas,
dispersas, merced a la paz firmada, se convirtió en derrota en el momento, en
despecho de esfuerzos inútiles para restablecer las posiciones. Jamás la
naturaleza humana se me había presentado más indigna, i solo Rosas ha escedido
en cinismo a los miserables que le preparaban así el camino. Yo estaba
aturdido, ciego de despecho; mi padre vino a sacarme del campo i tuve la
crueldad de forzarlo a fugar solo. Laprida, el ilustre Laprida, el Presidente
del Congreso de Tucumán vino en seguida i me amonestó, me encareció en los
términos más amistosos el peligro que acrecentaba por segundos. Infeliz! fui yo
el último de los que sabían estimar i respetar su mérito, que oyó aquella voz
próxima a enmudecer para siempre! Si yo lo hubiera seguido, no pudiera deplorar
ahora la pérdida del hombre que más honró a San Juan, su patria, i ante quien
se inclinaban los personajes más eminentes de la República, como ante uno de
los Padres de la Patria, como ante la personificación de aquel Congreso de
Tucumán que declaró la Independencia de las Provincias Unidas. A poco andar lo
asesinaron, sanjuaninos, se dice, i largos años se ignoró el fin trájico que le
alcanzó aquella tarde. Yo salí del campo del Pilar, después de haber visto
morir a mi lado al ayudante Estrella, i haber ultimado uno de los nuestros a un
soldado enemigo que me cerraba el paso, mientras bregábamos con la lanza i el
sable con que ya había logrado herirlo. Salí por entre los enemigos, por una
serie de peripecias i de escenas singulares, entrando en espacios de calle en
que nosotros éramos los vencedores, para pasar a otro en que íbamos
prisioneros. Más allá dos hermanos Rosas, de partidos contrarios, se disputaban
un caballo; más adelante junteme con Joaquín Villanueva que fue luego lanzeado,
reuniéndome con José María su hermano, que fue degollado tres días después; i
todos estos cambios de situación se hacían al andar del caballo, porque el
vértigo de vencedores i vencidos que ocupábamos en grupos, media legua en una
calle, apartaba la idea de salvarse por la fuga. Pocos sabían lo que pasaba
realmente atrás, i de esos pocos era uno yo. Cuando la hora de la reflexión, de
la zozobra i del miedo vino para mí, fue cuando habiendo salido de aquel
laberinto de muertes, por un camino que entre ellas me trazó mi buena estrella,
vine a caer en manos de las partidas que se dirijían a la ciudad a saquear, i
una de ellas después de haberme desarmado i desnudado me entregó al Comandante
Don José Santos Ramírez, en cuyo honor debo decir, que venía cargado de noble
botín, hecho en el campo de batalla, heridos i prisioneros que traía a salvar
de la carnicería bajo el techo doméstico. El Comandante Ramírez me salvó
entonces, i cuatro días después, cuando llegó de San Juan orden de fusilar a
los jóvenes sanjuaninos que habían sido tomados prisioneros, entre los cuales
cayeron Echegarai Albarracín, Carril, Moreno i otros, la mayor parte
pertenecientes a las primeras familias, que por convicciones habían
momentáneamente tomado las armas, Don José Santos Ramírez, contestó a los que
me reclamaban para matarme "ese joven es el huésped de mi hogar, i solo
pasando sobre mi cadáver llegarán hasta él." Entregome a poco a Villafañe
para que uno de mis tíos me restituyese al seno de mi familia. De mi padre,
salvado al principio de la derrota, hai un hecho digno de recuerdo. La
ignorancia de mi paradero, llevábalo en su fuga, inconsolable, fuera de sí, i
como avergonzado de haber salvado su existencia. Parábase a cada momento a
esperar los últimos grupos de fujitivos, para ver si su hijo venía entre ellos,
hasta ser el último de los que precedían a las partidas enemigas. Llegado a
lugar de salvamento, no quiso seguir hacia Córdova a los prófugos, i permaneció
días enteros rondando en torno de las avanzadas enemigas, hasta que cayó en su
poder, como aquellas tigres a quienes han robado sus cachorros i vienen
llevadas del instinto maternal a entregarse a los cazadores implacables.
Trajéronlo a San Juan, pusiéronlo en capilla, i escapó de ser fusilado mediante
una contribución de dos mil pesos.
Paso en blanco el riesgo de que salvé de
ser asesinado en el cuartel en la revolución de Panta, Leal i Herreras, todos
bandidos de profesión, i fusilados después por Benavides, i el peligro mayor
aún que corrí al día siguiente de manchar mis manos con la sangre de algunos de
entre los miserables sublevados, peligro de que me libraron circustancias
independientes de mi voluntad. Paso así mismo en blanco otras peripecias;
ascensos militares i campañas estériles, hasta el triunfo de Quiroga en Chacón,
que nos forzó en 1831 a emigrar a Chile, i a mí a pasar de huésped de un
pariente en Putaendo, a maestro de escuela en los Andes, de allí a bodegonero
en Pocuro con un pequeño capitalito que me había enviado mi familia;
dependiente de comercio en Valparaíso, mayordomo de minas en Copiapó, tahúr por
ocho días en el Huasco, hasta que en 1836, regresé a mi provincia, enfermo de
un ataque cerebral, destituido de recursos i apenas conocido de algunos, pues
con los desastres políticos, la primera clase de la sociedad había emigrado, i
hasta hoi ha vuelto. Una complicada operación de aritmética, que necesitaba el
Gobierno púsome a poco en evidencia, i pasando los días, i comiéndome
privaciones, llegué por la amistad de mis parientes a colocarme entre los
jóvenes que descollaba en San Juan, siendo más tarde el compañero inseparable
de mis antiguos condiscípulos de escuela los Doctores Quiroga Rosas, Cortínez,
Aberastain, hombres de valer, de talento i de luces, dignos de figurar en todas
partes de la América. De aquella asociación salieron ideas utilísimas para San
Juan, un colejio de señoras, otro de hombres que hicieron fracasar, una
sociedad dramática i mil otros entretenimientos públicos, tendentes a mejorar
las costumbres i pulirlas, i como capitel de todos estos trabajos
preparatorios, un periódico, el Zonda que fustigaba las costumbres de aldea,
promovía el espíritu de mejora, i hubiera producido bienes incalculables, si el
Gobierno, a quien el Zonda no atacaba, no hubiese tenido horror a la luz que se
estaba haciendo; i de aquí vino mi segunda prisión, por haberme negado a pagar
veinte i seis pesos, que en violación de las leyes i decretos vijentes, se
proponía robarme el Gobierno. Débenme D. Nazario Benavides, i D. Timoteo
Maradona, de mancomún et in solidum, veinte i seis pesos todos los días que
amanece, i me los pagarán ¡vive Dios! uno u otro, ahora o más tarde, el segundo
más bien que el primero, porque un ministro está ahí para prestar su consejo al
gobernador, poco conocedor de las leyes de su país, demasiado voluntarioso para
detenerse ante esas frájiles barreras opuestas al capricho, pero que se hacen
insuperables por el respeto que entre los hombres cultos merecen los derechos
ajenos. La lei de Imprenta de la provincia, siendo la única imprenta que hai
propiedad pública, provee a los medios de pagar las publicaciones dejando a
beneficio de la imprenta la venta de periódicos, para facilitar de este modo su
publicación. El Gobernador de San Juan, queriendo librar a la provincia de los
graves males que podría acarrearle la publicación de un periódico, redactado
por cuatro hombres de letras, mui competentes; esto es, para no tener quien
examinase sus actos ni ilustrase la opinión pública, mandome decir que valía
doce pesos el pliego de papel impreso, desde el número 6.º del Zonda adelante.
Ordené al impresor que tirase el tal número i el Zonda murió así sofocado. Un
día recibo orden de comparecer ante el gobierno. ¿Ha satisfecho U. el valor del
último número del Zonda? -Satisfacer? a quién? -A la imprenta. -A la imprenta?
Porqué? -Porque así está mandado. -Mandado, por quién? -A U. se le ha
comunicado la orden. -A mí? no es cierto. -Que se haga venir al impresor Galaburri.
Entra Galaburri. -No ha comunicado al señor la orden de pagar doce pesos por
pliego de impresión del núm. 6 del Zonda? -Sí Señor. -Cómo dice U. señor
Sarmiento que no? -Repito que no se me ha comunicado orden. -Sí señor, se la he
comunicado. -Repito que no he recibido orden ninguna; Galaburri me ha dado un
mensaje de D. Nazario Benavides. Galaburri es lo mismo en este caso que la
cocinera de Su Exa., con quien no querrá permitirse hacerla intermediario entre
el Gobierno i los ciudadanos. Sobre asuntos de imprenta i de cosas públicas, el
gobierno se entiende por decretos, i mientras las leyes existentes no estén
abolidas por otra lei que las modifique, no tengo nada que ver con los chismes
que Galaburri me traiga de lo que dice el gobernador o el ministro.
El Ministro. ¿Dónde están esas leyes que
U. invoca? -Vergüenza es que un ministro me pregunte eso; él que está encargado
de hacerlas cumplir, vaya, rejistre el archivo.
El Gobernador. U. pagará lo que se ha
mandado.
-Su Exa. me permitirá asegurarle que no.
El Gobernador. Señor Edecán Coquino: a
las cuatro de la tarde, ocurrirá U. a casa del señor, a recojer la suma que
adeuda.
-A las cuatro de la tarde, recibirá S.
Exa. la misma respuesta. No es la pequeña suma de dinero la que resisto; sino
la manera de cobrarla i la ilegalidad del cobro. Defiendo un principio, no me
someto a la arbitrariedad del gobierno que no tiene facultades estraordinarias.
A las cuatro de la tarde se presenta el
edecán, i con mi negativa, me intima la orden de acompañarle a la prisión.
Estando en el calabozo, me dice: tengo orden de intimarle que si no paga a la
oración se prepare para salir desterrado a donde el gobierno lo mande. -Bien.
-Pero qué respondo al Gobierno? -Nada. -Pero señor, se pierde U. -Le agradezco
su interés. -Pero qué le digo? -Qué le ha de decir U.?, que me ha comunicado la
orden.
El oficial salió triste i desconsolado:
Benavides i Maradona pasaron luego a caballos, preocupados también ellos del
rumbo que tomaría el asunto. Llegaron a poco mis amigos Rodríguez, Quiroga,
Cortínez i Aberastain; tuvimos consejo, i la mayoría decidió que transijiese en
atención a que era preciso salvar el colejio de que era Director; siendo el
íntegro, el animoso Aberastain, el único que me apoyaba en mi propósito de
hacer frente hasta el último a aquella arbitrariedad. Vino el edecán, i recibió
un libramiento contra un comerciante, con el cual i su firma al pie, me procuré
un documento por donde cobrar a su debido tiempo, en vista de las leyes i
decretos violados en mi daño, la suma espoliada, con daños i perjuicios. D.
Timoteo Maradona, hoi presbítero!, U. que se confesaba cada ocho días, i que
hoi perdona a los otros sus pecados, interrogue su conciencia, i si no le dice,
que ha robado, arrancando por la violencia veinte i seis pesos, que debe U. a
todas horas, si no pesan éstos sobre su conciencia, le diré yo que U. señor
presbítero es un corrompido malvado.
Mi situación a fines de 1839 se hacía en
San Juan cada vez más espinosa, a medida que el horizonte político se cargaba
de nubes amenazadoras. Sin plan ninguno, sin influencia, rechazando la idea de
conspirar, en cafeés i tertulias, como en la presencia de Benavides decía mi
parecer, con toda la lisura que me es propia, i los recelos del gobierno me
rodeaban en todas partes, como una nube de moscas, zumbando a mis oídos.
Un incidente vino a complicar la
situación. El fraile Aldao fue derrotado i se anunció su llegada instantánea a
San Juan. Los pocos hombres que hacían sombra al gobierno temieron por su vida.
El Dr. Aberastain era el único que no quería fugar. Yo lo decidí, se lo pedí, i
se resignó. Yo solo entre todos conocía a Aldao de cerca. Yo solo había sido
espectador en Mendoza de las atrocidades de que habían sido víctimas doscientos
infelices, veinte de entre ellos, mis amigos mis compañeros. Cuando se me habló
de prepararme para la intentada fuga, yo di las razones de conveniencia i de
deber que me imponían la obligación de permanecer en San Juan, i tuvieron que
asentir a ellas.
Aldao no vino, pero sobre mí se
reconcentraban los temores del gobierno, i la rabia de los hombres nuevos,
desconocidos, en cuyas manos había puesto las armas. Aberastain defendía a una
pobre mujer, a quien un propietario había asesinado el hijo ebrio, en una
tentativa de robarle una oveja. El juez de Alzadas decía a la madre: "Vaya
U. mujer. Al ladrón se le mata, i se le arroja de una pata a la calle." I
con esta formidable sentencia, se la negaba audiencia, i hacía un año que estaba
dando pasos, porque se levantara información sumaria del caso. Como Aberastain
faltase, el juez puso un proveído, ordenando a la mujer que si dentro de cuatro
días no presentaba acusación en forma se sobresería en la causa. Al segundo día
la mujer desvalida presentó la pieza requerida, estableciendo el delito, por un
lado, i por otro recapitulando todas las iniquidades del juez, comprobadas por
la causa misma. El juez empezó a mirar con ojo serio el asunto, i fue a verme a
casa, para probarme que la Carta de Mayo, es decir, la Constitución política,
autorizaba a matar al que penetrase en la casa de un particular!
Los escritos arreciaban, la evidencia del
crimen del propietario se hacía más palpable, i a faltar al juez el apoyo del
poder, lo que no era imposible en aquellos momentos, el tal podría ser
declarado cómplice. Entonces, un personaje federal i mi amigo, me escribió
diciéndome que yo defendía el crimen contra la propiedad, i que él era desde
entonces el defensor del homicida. Contestele que le sentaba bien a él que era
rico, defender la propiedad, que yo defendía el derecho a conservar la vida que
teníamos los pobres; que por tanto cada uno estaba en su terreno, dependiendo
del éxito de la causa i de la importancia de las pruebas, el saber si había un
ladrón o un asesino en ella. Un tercer escrito de la mujer puso en campaña al
juez para obrar una transacción entre partes, a condición que ese escrito no se
incorporase en la causa. El juez se veía convicto, confeso de complicidad i
sentenciado. La mujer era menesterosa, su hijo muerto no podía volver a la
vida, hicieron lucir ante sus ojos un poco de oro, i convino en la transacción.
De ese oro tomé quince pesos para mí por mis tres escritos que hubieran podido
costarme la cabeza, i cincuenta que mandé al destierro al Dr. Aberastain, que
había defendido a la pobre un año, i que le supieron a talega de pesos, tan
bien venidos le fueron.
Por entonces hice un esfuerzo supremo. Vi
a Maradona ex-ministro, a los representantes de la Sala, a cuanto hombre podía
influir en el ánimo de Benavides, para que lo contuviesen si era posible, en la
pendiente en que ya lo veía lanzado, el despotismo, el caudillaje, el trastorno
de todos los fundamentos en que reposan las sociedades. Llamome el naciente
tiranuelo a su casa. -Sé que U. conspira Don Domingo. -Es falso señor, no
conspiro. -U. anda moviendo a los Representantes. -Ah! Eso es otra cosa! S.
Exa. ve que no hai conspiración; uso de mi derecho de dirijirme a los
majistrados, a los representantes del pueblo, para estorbar las calamidades que
S. Exa. prepara al país. S. Exa. está solo, aislado, obstinado en ir a su
propósito, i me intereso en que los que pueden, los que deben, lo contengan en
tiempo. -Don Domingo, V. me forzará a tomar medidas! -I qué importa! -Severas!
-I qué importa? -U. no comprende lo que quiero decirle? -Sí comprendo,
fusilarme! i qué importa? -Benavides se quedó mirándome de hito en hito; i juro
que no debió ver en mi semblante signo ninguno de fanfarronada; estaba yo
poseído en aquel momento del espíritu de Dios; era el representante de los
derechos de todos, próximos a ser pisoteados. Vi en el semblante de Benavides
señales de aprecio, de compasión, de respeto, i quise corresponder a este
movimiento de su alma. -Señor, le dije, no se manche. Cuando no pueda tolerarme
más, destiérreme a Chile; mientras tanto, cuente S. Exa. que he de trabajar,
por contenerlo, si puedo, en el estravío a donde lo lleva la ambición, el
desenfreno de las pasiones; i con esto me despedí.
Algunos días después, fui llamado de
nuevo a casa de gobierno. -He sabido que ha recibido U. papeles de Salta i del
campamento de Brizuela. -Sí señor, i me preparaba a traérselos. -Sabía que le
habían llegado esos papeles, pero ignoraba, añadió con zorna, que quisiese
mostrármelos. -Es que no había puesto en limpio la representación de mi parte,
con que quería acompañárselos. Aquí tiene S. Exa. lo uno i lo otro. -Estas
proclamas son impresas aquí. -Se equivoca señor, son impresas en Salta. Hum! a
mí no me engaña U. -Yo no engaño jamás señor. Repito que son impresas en Salta.
La imprenta de San Juan no tiene esta letra versalita, este otro tipo, aquel...
Benavides insistía, hizo llamar a
Galaburri, i se convenció de su error. -Deme U. el manuscrito ese. -Yo guardaba
silencio. -Léalo pues. -Haga S. Exa. salir para afuera al señor Jefe de
Policía, a quien no es mi voluntad hacerle confidencias.
I cuando hubo salido, echándome miradas
que eran una amenaza de muerte, como si yo debiese pagar por su mala educación,
que lo hacía permanecer de tercero, yo leí mi factum con voz llena, sentida,
apoyando en cada concepto qué quería hacer resaltar, dando a aquellas ideas que
me proponía hacer penetrar más adentro. Cuando concluí la lectura que me tenía
exaltado, levanté los ojos, i leí en el semblante del caudillo... la
indiferencia. Una sola idea no había prendido en su alma, ni la duda se había
levantado. Su voluntad i su ambición eran una coraza que defendía su corazón i
su espíritu.
Benavides es un hombre frío; a eso debe San
Juan el haber sido menos ajado que los otros pueblos; tiene un excelente
corazón; es tolerante, la envidia hace poca mella en su espíritu; es paciente i
tenaz. Después he reflexionado que el raciocinio es impotente en cierto estado
de cultura de los espíritus; se embotan sus tiros, i se deslizan sobre aquellas
superficies planas i endurecidas. Como la jeneralidad de los hombres de
nuestros países, no tiene conciencia clara del derecho ni de la justicia. Le he
oído decir candorosamente, que no estaría bien la provincia si no cuando no
hubiese abogados, que su compañero Ibarra vivía tranquilo, i gobernaba bien,
porque él solo en un dos por tres decidía las causas. Rosas tiene en Benavides
su mejor apoyo; es la fuerza de inercia en ejercicio, llamando todo al
quietismo, a la muerte, sin violencia, sin aparato. La provincia de San Juan,
salvo la Rioja, San Luis i otras, es la que más hondamente ha caído; porque
Benavides le ha impreso su materialismo, su inercia, su abandono de todo lo que
constituye la vida pública, que es lo que el despotismo exije. Coman, duerman,
callen, rían si pueden, i aguarden tranquilos que en veinte años más... sus
hijos andarán en cuatro pies.
Benavides tenía prisa de desembarazarse
de toda traba; quería salir a campaña, ser jeneral de ejército, i puso todos
los medios que Rosas había ya puesto en juego para llegar a sus fines. Hízose
conceder facultades estraordinarias, reclutó jente i puso a su cabeza hombres
oscurísimos, sin que un solo federal de algún valer en la provincia entrase a
componer el personal del ejército. Mandábalo en jefe un Espinosa, tucumano que
había sido teniente o capitán con Quiroga, joven valiente, borracho
consuetudinario, i sin roce alguno. Fue sacado de la cárcel uno de los
Herreras, el último de tres bandidos chilenos del mismo nombre, condenados a
muerte por asesinatos i salteos, ajusticiados dos ya, i este último más tarde
por Benavides mismo, cuando recayó en su profesión de salteador. Llamose al
servicio al indio Saavedra, salteador i asesino, muerto después de una puñalada
en una borrachera, i no ajusticiado como, por error, dije hablando al principio
de su familia. Fue capitán un cómico limeño Mayorga, que murió borracho a manos
del Jeneral Acha. Llamó Benavides a su lado como edecán para repartir
contribuciones a Juan Fernández, joven de buena familia, descendido
voluntariamente a la chusma con quien vivía encenagado en la borrachera, el
juego, la criatura más despreciable i despreciada de todos que había entonces
en San Juan. Un italiano embustero, corrompido, zafio e ignorante, fue hecho
mayor. Bajo las órdenes de estos jefes, la escoria de la sociedad, habían sido
llamados al servicio muchos jóvenes oscuros, pero que tenían el noble deseo de
surjir i elevarse, todos sin educación, salidos muchos de las clases abyectas
de la sociedad, i de entre los cuales se han formado después, aunque en tan
mala escuela, buenos militares, i ciudadanos honrados. Los Estados Unidos son
federales i la igualdad de todos los hombres es, como debe ser, la base de las
instituciones; pero la oficialidad del ejército se prepara en la Academia
militar de West Point, célebre en el mundo hoi, por la ciencia que profesan,
por la distinción de los cadetes salidos de las familias más influyentes, hijos
de los hombres más notables. Chile mismo no ha gozado de reposo i de
prosperidad, sino el día en que ennobleció el ejército llamando a sus filas,
por la educación, a los hijos de las familias más elevadas. Así han trastornado
la sociedad en la República Arjentina, elevando lo que está deprimido,
humillando i apartando lo que es de suyo elevado; así triunfó la Federación i
así se sostiene, llena de miedo siempre, teniendo necesidad para vivir de
humillar, de aterrar, de cometer nuevas violencias i nuevos crímenes. Benavides
no tenía ministro entonces, todos los federales le huían el bulto i él solo con
sus tropas llevaba adelante su insano designio. Así toman el nombre de los
pueblos para llamarse gobiernos, después que los han envilecido i ajado!
Últimamente, una cuarta vez fui llamado a
casa de gobierno. Esta vez estaba yo prevenido! sabía que se preparaba un golpe
de terror i que yo era la víctima designada. Era domingo i me había despedido
de casa de algunos, entre chanzas i veras, i escrito a fuera que mi existencia
estaba en peligro. Fui no obstante al llamado, haciéndome acompañar de un
sirviente para que diese la noticia de mi prisión en caso de ocurrir. Vi de
paso a uno de mis amigos i resistí a sus ruegos, a sus súplicas, de que
desistiese de presentarme. "Lo van a prender, todo está dispuesto."
Deje U., me, ha hecho llamar Benavides por un edecán, i tendría vergüenza de no
asistir al llamado. Me prendieron! i a la oración al presentarse la escolta que
debía conducirme a la cárcel, el ruido de sables me hizo estremecer los
nervios; zumbábanme los oídos, i tuve miedo, pavor. La muerte, que creí
decretada en ese momento, se me presentó triste, sucia, indigna; i no tuve
valor para recibirla en aquel carácter. Nada sucedió sin embargo, i en mi
calabozo me remacharon una barra de grillos. Pasaron los días, i como los ojos
a la oscuridad, el espíritu se habituó a dominar las zozobras, i el desencanto.
Era una víctima pasiva, i si no es mi familia, nadie estaba cuidadoso de mi
suerte. Mi causa era la mía no más. Sufría porque había sido indiscreto, porque
había deseado atajar el mal sin poner los medios de atajarlo; a los hechos
materiales oponía protestas, abnegación aislada; i los hechos seguían su
camino.
La noche del 17 de Noviembre a las dos de
la mañana un grupo de a caballo gritó parándose en frente de la cárcel ¡mueran
los salvajes unitarios! Tan sin antecedentes era esta aclamación, tan helado i
acompasado salía aquel grito de las bocas de los que lo pronunciaron, que se
conocía que era una cosa calculada, convenida, sin pasión. Comprendí que algo
se urdía. A las cuatro repitieron la misma dosis, mientras yo velaba
escribiendo una sonsera que me tenía entretenido. Al alba se introdujo en la
prisión un andaluz que la echaba de borracho, i entre agudezas i bromas risibles
para distraer a los centinelas, al pasar, haciendo equis cerca de otro preso
que me acompañaba, dejaba caer en frases entre cortadas. -Los van a
asesinar!... -Las tropas vienen a la plaza!... El comandante Espinosa los va a
lanzear... al Sr. Sarmiento!!!... salven si pueden!!!
Esta vez, estaba yo montado a la altura
de la situación: pedí a casa un niño, escribí al obispo que no se asustase, i
que tratase con su presencia de salvarme..., pero el pobre viejo hizo lo
contrario, se asustó, i no pudo hacer que sus piernas lo sostuviesen. Las
tropas llegaron i formaron en la plaza; el niño que estaba a la puerta del
calabozo, a guiza de telégrafo, me comunicaba todos los movimientos. Algunos
gritos se oyeron en la plaza, carreras de caballos; vi pasar la lanza de
Espinosa que la pedía. Hubo un momento de silencio! i luego ochenta oficiales
se agruparon bajo la prisión, gritando ¡abajo los presos! El oficial de guardia
subió i me ordenó salir. -De orden de quién? -Del Comandante Espinosa. -No
obedezco. Entonces pasó al calabozo vecino, i estrajo a Oro, i lo exhibió; pero
al verlo gritaron de abajo. A ese no! a Sarmiento! -Vaya pues, me dije yo, no
hai manera de escusarse aquí; porque ya le había a mi compañero jugado otra vez
el chasco de hacerle poner los grillos más gordos, por una negativa imperiosa a
recibirlos antes en mis delicadas piernas. Salí i me saludaron con un hurra de
mueras i denuestos aquellos hombres que no me conocían, salvo dos que tenían
razón de aborrecerme. Abajo! abajo! Crucifige eum! -No bajo! UU. no tienen
derecho de mandarme. -Oficial de guardia! bájelo a sablazos! -Baje U., me decía
éste, con el sable enarbolado. -No bajo, tomándome yo de la baranda. -Baje U. i
me descargaba sablazos de plano. -No bajo, respondía yo tranquilamente. -Dele
U. de filo... c... gritaba Espinosa, espumando de cólera. Si subo yo lo lanceo,
señor oficial de guardia. -Baje U. señor, por Dios, me decía bajito el buen
oficial, verdugo a su pesar i medio llorando mientras me descargaba sablazos,
voi a darle de filo ya. -Haga U. lo que guste, le decía; yo quedo, no bajo.
Algunos gritos de espanto de dos ventanas de la plaza, salidos de bocas que me
eran conocidas, al ver subir i bajar aquel sable, me habían conturbado un poco.
Pero quería morir como había vivido, como he jurado vivir, sin que mi voluntad
consienta jamás en la violencia. Había además en aquella situación una pillería
de mi parte, que debo confesar humildemente. Yo me había cerciorado de que
Benavides no estaba en la plaza, i este dato me había servido para combinar
rápidamente mi plan de defensa. La baranda de los altos de cabildo era
realmente mi tabla de salvación. Las tropas han venido a la plaza, me decía yo,
luego Benavides tiene parte en la broma; no está aquí para achacarla al
entusiasmo federal, i decir como Rosas, al asesinar a Maza, que era aquel un
acto de "atroz licencia en un momento de inmensa profunda irritación
popular." Ahora la cárcel está en línea recta, a cuadra i media de casa de
Benavides. El sonido corre a tantas leguas por minuto, i para llegar a 225
varas solo se necesitaba un segundo. En vano el gobernador habría querido
lavarse las manos de aquella tropelía anónima, que ahí estaba yo, en lugar alto
i espectable, para enviar a su fuente i orijen el delito. Los criados de la casa
de Benavides, uno de sus escribientes, su edecán corrieron al ver brillar el
sable que revoloteaba sobre mi cabeza, gritando despavoridos uno en pos de
otro, señor, señor! están matando a D. Domingo! Tenía pues, cojido en su propia
red a mi gaucho taimado! O se confesaba cómplice o mandaba la orden de dejarme
en paz, i Benavides no tenía coraje entonces para cargar con aquella
responsabilidad; mi sangre habría estado destilando sobre su corazón gota a
gota toda su vida!
Cuando los furibundos de abajo se
convencieron que no quería morir en las patas de los caballos, gustándome más
hacerlo en lugar decente i despejado, subieron diez o doce de ellos, i
cojiéndome de los brazos, me descendieron abajo, en el momento que llegaban
doce cazadores que Espinosa había pedido para despacharme. Pero Espinosa quería
verme la cara, i aterrarme. El cómico limeño a quien yo silbaba en el teatro,
por ridículo, hecho capitán de la federación, me tenía apoyada la espada en el
pecho, con los ojos fijos en Espinosa para empujarla; el Comandante en tanto me
blandía la lanza, i me picaba en el corazón, gritando blasfemias. Yo tenía
compuesto mi semblante, estereotipado en él el aspecto que debía conservar mi
cadáver. Espinosa picó más fuerte entonces, i mi semblante permaneció impasible
a juzgar por la rabia que le dio, pues recojiendo su lanza me mandó una
horrible lanzada. La moharra tenía media vara de largo i un palmo de ancho, i
yo conservé por muchos días el cardenal que me quedó en la muñeca de rebotarle
la lanza lejos de mí. Entonces el bruto se preparaba para saciar su rabia
burlada, i yo inspirado por el sentimiento de la conservación, i calculando que
debía Benavides mandar su edecán, levantando la mano estendida, le dije con
imperio: oiga Ud. Comandante! i como él prestase atención, yo di vuelta, metime
debajo del corredor para rodear el grupo de los caballos, llegué al estremo,
cayeron sobre mí, aparteme una nube de bayonetas del pecho con ambas manos, i
llegó el edecán de Gobierno que mandó suspender la farsa, consintiendo
solamente en que me afeitasen, cosa que habían hecho con otros. Si en el fondo
no hubo permiso para más, Espinosa había perdido ya el dominio de sus pasiones
de bandido, i yo habría tenido frescura suficiente para hacer caer la máscara
con que Benavides quería ocultarse. Metiéronme a la cárcel baja, i entonces
ocurrió una escena que dobló el terror de la población: mi madre i dos de mis
hermanas atropellaron las guardias, subieron a los altos; veíaseles entrar i
salir de los calabozos vacíos, descendieron como una visión i fueron a rematar
a casa de Benavides a pedirle el hijo, el hermano! Oh! también el despotismo
tiene sus angustias! Lo que pasó en seguida, sábenlo varios, i no fui yo sin
duda quien suplicó ni dio satisfacciones! holgándome todos los días de que en
aquella prueba no se desmintiese la severidad de mis principios, ni flaquease
mi espíritu.
Algo más hai sobre este suceso, i quiero
consignarlo aquí, para consuelo de los que desesperan de que los atentados
cometidos impunemente hace diez años reciban su condigno castigo en la tierra.
Los ejecutores de aquella farsa sangrienta, todos sin escapar uno han muerto de
muerte trájica. A Espinosa lo atrevesó una bala, en Angaco. En la oscuridad de
la noche viendo Acha un bulto en la calle, hizo disparar algunos tiros al
retirarse de la chacarilla a la plaza i cayó muerto del caballo el cómico aquel
que esperaba la orden de atravesarme; el indio Saavedra que me había dado un
puntazo acabó su carrera asesinado. I el gaucho Fernández tullido, encenagado
en la borrachera i en la crápula, si vive todavía, es para mostrar quién fue
ayudante del Gobernador en aquellos días de vértigo i de infamia. Como mi
madre, yo creo en la Providencia, i Bárcena, Gaetán, Salomón i todos los
mashorqueros, asesinados entre ellos mismos, ajusticiados por el que les puso
el puñal en las manos, carcomidos por el remordimiento, la desesperación, el
delirio i el oprobio, atormentados por la epilepsis o disueltos por la
pulmonía, me hacen esperar todavía el fin que a todos aguarda. Rosas está ya
desahuciado! Su cuerpo es un cadáver, tembloroso i desencajado. El veneno de su
alma está royendo el vaso que la contiene, i vais a oírlo estallar luego, para
que la podredumbre de su existencia deje lugar a la rehabilitación de la moral
i de la justicia, a los sentimientos comprimidos por tantos años. ¡Ai entonces
de los que no hayan hecho penitencia de sus pasados delitos! El mayor castigo
que puede dárseles es el de vivir! i yo he de influir para que a todos sin
excepción se les castigue así.
Mi residencia de cuatro años en San Juan,
i esta es la única época de mi vida adulta que he residido en mi patria, fue un
continuo i porfiado combate. También quería yo como otros elevarme, i la menor
concesión de mi parte me habría abierto de par en par las puertas de la
administración i del ejército de Benavides; él lo deseaba, i tenía al principio
grande estimación por mí. Pero quería elevarme sin pecar contra la moral, i sin
atentar contra la libertad i la civilización. Bailes públicos, sociedades,
máscaras, teatros me tuvieron siempre a la cabeza; a la ignorancia creciente i
en voga, oponía, colejios; al conato de gobernar sin trabas respondía con un
periódico; contra la prisa de suprimirlo ilegalmente, entregaba mi persona a las
prisiones; contra las facultades estraordinarias hacía valer de palabra i por
escrito el derecho de petición a los representantes para hacerlos cumplir con
su deber; a la intimidación, la entereza i el desprecio; al cuchillo del 18 de
noviembre, un semblante impasible i la paciencia para dejar burladas maulas i
trapacerías innobles. Todo se ha dicho de mí en San Juan, algún mal han creído;
pero nadie ha dudado nunca de mi honradez ni de mi patriotismo, i apelo de ello
al testimonio de los que han escojido llamarse mis enemigos. Viví
honorablemente haciendo de perito partidor, para lo que me habilitaban algunos
rudimentos de jeometría práctica i el arte de levantar planos que había
adquirido en mi infancia. Forzado por falta de ahogados, defendí algunos pleitos,
i siendo el Dr. Aberastain Supremo Juez de Alzada i mi amigo íntimo, perdí ante
su tribunal los dos más importantes. Si este hecho no aboga por mi capacidad
leguleya, muestra al menos la incorruptibilidad del juez.
Chile
En 19 de noviembre de 1840, al pasar
desterrado por los baños de Zonda, con la mano i el brazo que habían llenado de
cardenales el día anterior, escribí bajo un escudo de armas de la República: On
ne tue point les idées, i tres meses después en la prensa de Chile, hablando a
nombre de los antiguos patriotas: "Toda la América esta sembrada de los
gloriosos campeones de Chacabuco. Unos han sucumbido en el cadalso; el
destierro o el estrañamiento de la patria han alejado a los otros; la miseria
degrada a muchos; el crimen ha manchado las bellas pájinas de la biografía de
algunos; tal sale de su largo reposo (aludía a Cramer) i sucumbe por salvar la
patria de un tirano horroroso; i cual otro lucha casi sin fruto contra el
colosal poder de un suspicaz déspota, que ha jurado esterminio a todo soldado
de la guerra de la independencia, porque él no oyó nunca silbar las balas
españolas; porque su nombre oscuro, su nombre de ayer, no esta asociado a los
inmortales nombres de los que se ilustraron en Chacabuco, Tucumán, Maipo,
Callao, Talcahuano, Junín i Ayacucho
Los que han recibido una educación
ordenada, asistido a las aulas, rendido exámenes, sentídose fuertes por la
adquisición de diplomas de capacidad, no pueden juzgar de las emociones de
novedad, de pavor, de esperanza i de miedo que me ajitaban al lanzar mi primer
escrito en la prensa de Chile. Si me hubiese preguntado a mí mismo entonces, si
sabía algo de política, de literatura, de economía i de crítica, habríame
respondido francamente que no, i como el caminante solitario que se acerca a
una grande ciudad ve solo de lejos las cúpulas, pináculos i torres de los
edificios excelsos, yo no veía público ante mí, sino nombres como el de Bello,
Oro, Olañeta, colejios, cámaras, foro, como otros tantos centros de saber i de
criterio. Mi oscuridad, mi aislamiento, me anonadaban menos que la novedad del
teatro i esta masa enorme de hombres desconocidos, que se me presentaban a la
imajinación cual si estuvieran todos esperando que yo hablase para juzgarme.
Bajo el aguijón de la duda, como el dramatista novel, aguardé la llegada del
Mercurio del 11 de Febrero de 1841. Un solo amigo estaba en el secreto; yo
permanecía en casa escondido de miedo. A las once trájome buenas noticias; mi
artículo había sido aplaudido por los arjentinos; esto era ya algo. A la tarde
se hablaba de él en los corrillos, a la noche en el teatro; al siguiente día
supe que Don Andrés Bello i Egaña lo habían leído juntos, i halládolo bueno.
Dios sea loado! me decía a mí mismo, estoi ya a salvo. Atrevime a presentarme
en casa de un conocido, i a poco de estar allí entra un individuo: i bien, le
dice, qué dice U. del artículo? Arjentino no es el autor, porque hai hasta
provincialismos españoles. Yo me atreví a observar, tomando parte en la
conversación, con timidez que podía creerse mal disimulada envidia, que no era
malo, sin embargo de ciertos pasajes en que el interés se debilitaba. Rebatiome
con indignación académica mi interlocutor que según supe después era un señor
Don Rafael Minvielle, i por cortesanía tuve yo que asentir al fin en que el
artículo era irreprochable de estilo, castizo en el lenguaje, brillante de
imájenes, nutrido de ideas sanas revestidas con el barniz suave del
sentimiento. Esta es una de las veces que me he dejado batir por Minvielle. El
éxito fue completo i mi dicha inefable, igual solo a la de aquellos escritores
franceses, que desde la desmantelada guardilla del quinto piso, arrojan un
libro a la calle i recojen en cambio un nombre en el mundo literario i una
fortuna. Si la situación no era igual, las emociones fueron las mismas. Yo era
escritor, por aclamación de Bello, Egaña, Olañeta, Orjera, Minvielle, jueces
considerados competentes. Cuántas vocaciones erradas había ensayado antes de
encontrar aquella que tenía afinidad química, diré así, con mi esencia!
En 1841 se batían como hoi partidos
chilenos en vísperas de las elecciones; como hoi con más razón se presentaba al
Gobierno como un tirano; como el único obstáculo para el progreso del país. Yo
salía de aquel infierno de la República Arjentina; frescas estaban aún las
amorataduras que el despotismo me había hecho al echarme garra. Con mi
educación libre, con mis treinta años llenos de virilidad, las ideas liberales
debían ser un hechizo, cualquiera que fuere el que las pronunciara. El partido
pipiolo me envió una comisión para inducirme a que tomase en la prensa la
defensa de sus intereses, i para asegurar el éxito, el Jeneral Las-Heras fue
también intermediario. Pedí ocho días para responder, i en esos ocho días,
medité mucho, estudié a ojo de pájaro los partidos de Chile, i saqué en limpio
una verdad que confirmaron las elecciones de 1842, a saber, que el antiguo
partido pipiolo no tenía elementos de triunfo, que era una tradición i no un
hecho; que entre su pasada existencia i el momento presente, mediaba una
jeneración para representar los nuevos intereses del país. Pasados los ocho
días reuní a varios arjentinos, cuya opinión respetaba, entre ellos a Oro, i
haciéndoles larga esposición de mi manera de mirar la cuestión, les pedí su
parecer. En cuanto a mi carácter de arjentino había otras consideraciones de
más peso que tener presentes. Estábamos acusados por el tirano de nuestra
patria de perturbadores, sediciosos i anarquistas, i en Chile podían tomarnos
por tales, viéndonos en oposición siempre a los gobiernos. -Necesitábamos, por
el contrario, probar a la América, que no era utopías lo que nos hacía sufrir
la persecución, i que dada la imperfección de los gobiernos americanos,
estábamos dispuestos a aceptarlos como hechos, con ánimo decidido, yo al menos,
de inyectarles ideas de progreso; últimamente que estando para decidirse por
las elecciones el rumbo que tomaría la política de Chile, sería fatal para
nuestra causa habernos concitado la animadversión del partido que gobernaba en
aquel momento, si triunfaba como era mi convicción íntima que debía suceder.
Oro, que había sido encarcelado i perseguido por ese gobierno, fue el primero
en tomar la palabra i aprobar mi resolución, i así apoyado en el asentimiento
de mis compatriotas, me negué a la solicitud de los liberales chilenos.
Entonces podía acercarme a los amigos del
Gobierno, a quienes estaba encargado de introducirme aquel Don Rafael
Minvielle, que acertó a encontrarme en un cuarto desmantelado, debajo del
Portal, con una silla i dos cajones vacíos que me servían de cama. Fui, pues,
introducido a la presencia de Don Manuel Montt, Ministro entonces, i jefe del
partido que de pelucón había pasado rejuveneciéndose en su personal e ideas, a
llamarse moderado. Es don del talento i del buen tino político, arrojar una
palabra como al acaso, i herir con ella la dificultad. "Las ideas, señor,
no tienen patria" me dijo el Ministro al introducir la conversación, i
todo desde aquel momento quedaba allanado entre nosotros, i echado el vínculo
que debía unir mi existencia i mi porvenir al de este hombre. Estaba en 1841
curado ya, o afectaba estarlo, que es un tributo rendido a la verdad, de la fea
mancha de las preocupaciones americanas, contra las cuales he combatido diez
años; i de las que no se mostraban libres hasta 1843, Tocornal, García Reyes,
Talavera, Lastarria, Vallejo i tantos jóvenes chilenos que en el Semanario,
estampaban este concepto esclusivo: "Todos los Redactores somos chilenos,
i lo repetimos, no nos mueven otros alicientes que el crédito i la prosperidad
de la patria." Ellos dirán hoi, si todos ellos han hecho en la prensa más
por la prosperidad de esa patria, que el solo estranjero a quien se imajinaban
escluir del derecho de emitir sus ideas, sin otro aliciente tampoco que el amor
del bien.
Un punto discutimos larga i porfiadamente
con el Ministro, i era la guerra a Rosas que yo me proponía hacer, concluyendo
en una transacción que satisfacía por el momento los intereses de ambas partes,
i me dejaba espedito el camino para educar la opinión del Gobierno mismo, i
hacerle aceptar la libertad de imprenta lisa i llanamente como después ha
sucedido.
Lo que hice en la prensa política de
Chile entonces, los principios e ideas con que sostuve al Gobierno, tuvieron la
aceptación de los hombres mismos a quienes ayudaba a vencer i fueron formulados
por el viejo Infante, Juez intachable de parcialidad al gobierno. Hablando el
Valdiviano Federal de mi periódico de la época decía. "Entre la multitud
de periódicos, que desde los principios de la República se han dado a luz,
difícilmente habrá habido alguno que haya emitido opiniones más peligrosas a la
causa de la libertad: en este concepto haremos desde nuestro siguiente número
lijeras observaciones sobre algunas de sus pájinas; no obstante que poco habrá
que añadir a la sabia i filantrópica impugnación del Mercurio, en varios puntos
cardinales que sostienen". Revindico para mí aquella gloria del Mercurio
de haber impugnado al lado del Gobierno las ideas peligrosas a la libertad. No
me envanece menos el haber merecido entonces la adhesión del patriota Salas,
que se hacía llevar el Mercurio al lecho en que estaba muriendo, i se inquiría
con interés de lo que me tocaba, sin conocerme, pues me negué a visitarlo por
una falta de cortesanía que no me perdono hasta hoi; creyéndolo, por ignorar
sus bellos antecedentes, algún poderoso que se ahorraba la molestia de
buscarme.
Para tomar el hilo de los hechos volveré
a Don Manuel Montt, mi arrimo antes, mi amigo hoi. Su nombre es uno de los
pocos que de Chile hayan salido al esterior con aceptación, i jeneralizádose en
el país, suscitando impresiones diversas de afecto o de encono como hombre
público, sin tacha del carácter personal que todos tienen por circunspecto,
moral, grave, enérjico i bien intencionado. Su encuentro en el camino de mi
vida ha sido para mí una nueva faz dada a mi existencia; i si ella hubiese de
arribar a un término noble, deberíalo a su apoyo prestado oportunamente.
Algunas afinidades de carácter han debido cimentar nuestras simpatías,
confirmadas por diferencias esenciales de espíritu, que han hecho servir el
suyo de peso opuesto a la impaciencia de mis propósitos, no sin que alguna vez
haya yo quizá estimulado i ensanchado la acción de su voluntad en la adopción de
mejoras. El aspecto grave de este hombre, de quien hai persona que cree que no
se ha reído nunca, está dulcificado por maneras fáciles, que seducen i
tranquilizan al que se acerca, encontrándolo más tratable que lo que se había
imajinado. Habla poco, i cuando lo hace, se espresa en términos que muestran
una clara percepción de las ideas que emite. Es tolerante más allá de donde lo
deja sospechar a sus adversarios, i yo tendría más encojimiento de dar rienda
suelta a la imajinación delante de un poeta o un proyectista destornillado, que
delante de Don Manuel Montt, que oye sin sorpresa mis novelas, con gusto muchas
veces, tocándolas con la vara de su sentido práctico, para hacerlas evaporarse
con una palabra cuando las ve mecerse en el aire. Tiene una cualidad rara, i es
que se educa: el tiempo, las nuevas ideas, los hechos no se azotan en vano
sobre su sien, sin dejar vestijios de su pasaje. Don Manuel Montt pretende no
saber nada, lo que permite a los que le hablan esponer sin rebozo su sentir, i
poder contradecirlo sin que su amor propio salga a la parada, a diferencia en
esto de la jeneralidad de los hombres con poder i con talento, que se aferran a
su propia idea, negando hasta la existencia a las adversas; i un Ministro
letrado o un orador que no sea pedante, es una rara bendición en estos tiempos,
en que cada hombre público está haciendo la apoteosis de su fama literaria en
decretos i discursos. Durante muchos años nos hemos entendido por signos, por
miradas de intelijencia, sin que hayan mediado esplicaciones sobre puntos
capitalísimos, de los que yo tocaba en la prensa. Nunca me habló de mis
rencillas literarias, i cuando más por Don Ramón Vial, llegaba a mis oídos
alguna palabra que me dejaba sospechar que sentía que me estraviase. Si me oía
elojiar por otros, guardaba silencio; si me vituperaban con injusticia,
buscando su asentimiento, les entregaba a examinar su semblante, impasible,
frío, tabla rasa, i los desconcertaba. Una vez que me tiranizaba la opinión por
lo de estranjero, mandome decir con Don Rafael Vial, que le diese al público
sin piedad; i cuando me di por vencido, dejando la redacción del Progreso por
la primera vez, me dijo con imperio: es preciso que U. escriba un libro, sobre
lo que U. quiera, i los confunda! Si él no tenía fe en mí, hacía de manera que
yo lo creyese, i esto me alzaba del suelo. De él dependió que en 1843 no me
fuese a Copiapó a buscar fortuna, afeándome tan negro propósito. Delante de Don
Miguel Barra me ha rogado, me ha suplicado, que no atacase al ajente de Rosas,
resignándose él, Ministro, a aceptar mi repulsa formal de acceder a su deseo.
Algunas veces nos entendimos de antemano para tratar en la prensa algunos
puntos en vía de esploración, i duraron una vez un mes las negaciones suyas
para apartarme de una lucha peligrosa en que había entrado con la Revista
Católica, a condición de que ella se retiraría sin ajarme. Quejándome yo de un
artículo de la Revista, es decir como me quejo yo por la prensa, que es
mandándole con lo más duro al adversario, me escribía Don Manuel Montt.
"Algunos clérigos de la Revista han prometido dejar toda cuestión, i quizá
el artículo a que U. se refiere i que yo no he visto, se ha publicado antes de
esta promesa". Cuando en 1845, resigné de nuevo el puesto de escritor
público por escapar a la vileza de los medios puestos en ejercicio para
fatigarme, Don Manuel Montt me dijo, lo siento; pero yo habría hecho otro
tanto. No se sacrifica la fama en defensa de ninguna causa; i como le
comunicase mi idea de marcharme a Bolivia desde donde me hacía propuestas el
Gobierno para ir a establecerme, se opuso redondamente a ello. Eso parecería
una caída. Bolivia está mui a trasmano: No pensaba U, antes ir a Europa?... I
al despedirme para aquel destino U. "volverá a su país probablemente,
según el aspecto que hoi ofrecen los negocios; si alguna vez quiere volver a
Chile, será U. aquí lo que U. quiera ser. Desengáñese: esos odios que lo
alarman andan en la superficie; nadie lo desprecia a U. i muchos lo
estiman."
Un ministro así, puede hacer como Deucalión,
hombres de las piedras. En Europa a todas partes me alcanzaron sus cartas, con
más frecuencia que las de mi familia i en cada una de ellas está apuntada de
paso alguna materia útil de estudiar, una esperanza de que haría tal cosa, que
es indicación para que la hiciera. Don Manuel Montt tiene todas las dotes del
hombre público, faltándole la única que debiera darle complemento i objeto, la
ambición decidida, sin la cual la fama adquirida, el prestijio, la estimación
pública, no son sino un mal hecho al país, una desviación de fuerzas que se
alejan del punto céntrico a donde son llamadas, i establecen un contrapeso
esterior que puede causar perturbaciones al Estado, como aquellos planetas que
desvían a los otros de sus órbitas, haciéndoles hacer aberraciones
injustificables. Los errores de ideas que le atribuyen dependen de las
preocupaciones nacionales, o más bien del estado de las ideas jenerales que es
malísimo, i que los flojos estudios filosóficos i políticos de los
establecimientos de educación no alcanzan a correjir.
Yo creo haber estudiado la conciencia
política de los que han escrito en Chile i de personajes públicos a quienes he
escuchado, i podría hacer la escala en que deben colocarse unos con respecto a
otros, si esto tuviese un objeto útil. Don Manuel Montt, cree en la educación
popular; i las discusiones de la Cámara en 1849 han mostrado hasta la
evidencia, que entre jóvenes i viejos, entre liberales i retrógrados, no hai en
Chile un solo estadista que vaya más adelante a este respecto. Lastarria,
Bello, Sanfuentes, han tenido esta vez que presentarse al público como hombres
más moderados, menos utopistas, más prácticos, i más cachacientos que Don
Manuel Montt; cosa que revela lo falso de la posición, i puede ser que un día
les pese haber tomado este papel que tan mal sienta a sus juveniles años, i a
su ultra-liberalismo. En materia de emigración europea, hablome de ello en 1842
i desde entonces no hemos perdido de vista este asunto. Tres o cuatro ideas
simples pero capitales hacen todo el caudal político de Don Manuel Montt,
abandonando con gusto a otros la explotación de las demás. Como todos los
hombres esencialmente gubernativos, deplora la desmoralización de los elementos
lejítimos de fuerza i estabilidad en el gobierno, si bien la mala escuela de
Luis Felipe que dominó desde 1830 hasta 1848 en todos los gabinetes de la
tierra, i mui acatada en Chile, tuvo paralizada en él la espansión que de debe
darse al progreso, única cosa que hace santa i útil la conservación del orden.
La revolución actual del mundo le ha sido en este sentido útil. Tiene todos los
jéneros de coraje que traen las glorias difíciles de alcanzar; el coraje de
hablar pocas veces en la Cámara, no obstante la lucidez que sus enemigos le
conceden; el coraje de no ir adelante de la popularidad, como aquellos
diputados a quienes se ve afanados, raspando su bola para hacerla correr: el
coraje en fin, de ser honrado, el más difícil de todos, en estos momentos en
que el vértigo del cinismo político, viene desde Barrot abajo, hasta oradores
estraviados que me repugna nombrar. Don Manuel Montt, marcha a rehabilitar en
esta América española, podrida hasta los huesos, la dignidad de la conciencia
humana tan envilecida i pisoteada por los poderes mismos destinados a
representarla. El cinismo en los medios, ha traído por todas partes el crimen
en los fines; i vense tartufos imberbes haciendo muecas en la senda de fango
que ha seguido Rosas, a nombre también de algún fin honesto. Dos veces ha
traído a sus pies en la Cámara de este año propósitos culpables, que se han
dejado vencer por solo los prestijios de la moralidad más severa. La elocuencia
es inútil arma aún, en pueblos i en hombres toscos de corazón i duros de
cerebro, cuando la voluntad tenaz del bárbaro con fraque endereza acia algún
rumbo. Ojalá que el cielo alumbre el camino de mi digno amigo, i después de los
astutos tiranuelos apoyados a nombre del pueblo, en chusma de soldados,
mashorqueros o diputados, nos dé una escuela de políticos honrados, que está
pidiendo la América, para lavarse del baño de crímenes, inmundicias i sangre en
que se ha revolcado de cuarenta años a esta parte. Es la única revolución digna
de emprenderse. ¿Llaman revolución, continuar siendo siempre la canalla que
somos por todas partes hasta hoi? Hombres hai, que creen que tienen coraje en
ser inmorales, pillos i arteros en la América del Sud! Sed virtuosos si os
atrevéis!
En 1841, a principios de noviembre,
terminada la campaña electora, i seguros ya del triunfo de nuestro candidato,
despedime del ministro Montt i de la redacción del Nacional i del Mercurio,
para regresar a mi patria. -Qué! se vuelve U.? oh no! No hai seguridad. La
situación del jeneral Madrid es crítica. -Es por eso señor que quiero ir a
prestarle la ayuda de mis esfuerzos en Cuyo. Mi resolución era irrevocable, i
yo partí luego premunido para el jeneral Madrid de esta carta de introducción.
"Setiembre 19 de 1841. A S. E. el Director de la Coalición del Norte,
Jeneral en jefe del 2.º ejército libertador. -La Comisión Arjentina se permite
recomendar a S. Exa. al Sr. D. D. F. Sarmiento. A sus antecedentes tan
favorables, se agrega la circunstancia de haber sido miembro suyo, i haber
desempeñado honrosamente sus funciones. Adornado de patriotismo i entusiasmo
por la libertad, su capacidad es otro título para que se aproxime a V. Exa. i
para que S. Exa. le proporcione ocasión de hacer a nuestra causa los servicios
que puede. Tiene confianza de sus compatriotas aquí i merece la de S. Exa. La
comisión reitera &c. -J. Gregorio de Las Heras. -Gregorio Gómez. -Gabriel
Ocampo. -Martín Zapata. -Domingo de Oro.
En la tarde del 25 de Setiembre yo i tres
amigos más asomábamos sucesivamente las cabezas sobre la areta principal de la
cordillera de los Andes. El penoso ascenso de un día a pie, hundiéndonos en la
nieve reblandecida por los débiles rayos del sol, nos traía fatigados, i
reclamaban nuestros miembros un momento de reposo, en aquel páramo batido por
la brisa glacial que ha desenvuelto el deshielo del día. La vista descubre acia
el oriente cadenas de montañas que achican i orlan el horizonte, valles blancos
como cintas que fueran serpenteando por entre peñascos negros que brillan al
reflejarse el sol; i abajo, al pie de la eminencia como una cabeza de alfiler
la casucha de ladrillo que ofrece amparo i abrigo al viajero. Salud República
arjentina, esclamábamos cada uno, saludándola en el horizonte i tendiendo acia
ella nuestros brazos!
En aquel piélago blanco i estrecho que se
estiende abajo, divisó uno de nosotros bultos de caminantes, i este encuentro
de seres humanos, que tan bien venido es siempre en aquellas soledades, nos
conturbó instintivamente a todos, i nos miramos unos a otros, sin atrevernos a
comunicar la idea siniestra que había atravesado nuestro espíritu. Descendimos
acia el lado arjentino menos gozosos que antes, i apenas i aun antes de llegar
a la casucha, la palabra derrota, hizo de dolor zumbar largo rato mis oídos.
Los restos del ejército de Madrid venían a poco marchando a pie, a asilarse en
Chile.
Era preciso obrar. Despaché en el acto un
propio a los Andes para que subieran mulas a la Cordillera; i después de hablar
con los primeros prófugos volvimos a remontar aquella montaña que creí haber
dejado atrás para siempre. Llegado a los Andes establecí mi oficina en casa de
un amigo; desde la una de la tarde, fui un poder ejecutivo con la suma del
poder público, para favorecer a los infelices arjentinos que quedaban
comprometidos en la cordillera. Un anciano, vecino de los Andes, respetable por
sus cualidades morales, mi amigo íntimo desde la edad en que yo tenía veinte
años, i él sesenta, D. Pedro Bari, era mi secretario jeneral. He aquí los actos
de aquel gobierno de doce horas de trabajo: buscar, contratar i despachar a la
Cordillera esa misma tarde, doce peones de cordillera, para ausiliar a los que
se fatigasen. -Comprar, reunir i despachar seis cargas de cueros de carnero
para forro de pies i piernas, sogas, charqui, ají, carbón, algunas velas,
tabaco, yerba, azúcar &c. &c. &c. Despachar un propio a San Felipe,
avisando al Intendente la catástrofe ocurrida, i pidiendo protección para los
necesitados. Hablar a varios vecinos con el objeto de mover su filantropía. Un
espreso a la Comisión arjentina para ponerla en movimiento. -Carta al ministro
Montt, reclamando la asistencia del gobierno, pidiendo médicos, i otros
ausilios. -Carta a los Viales i al señor Gana para que excitasen la caridad
pública; al Director del teatro para que se diese una función a beneficio de
los que sufrían. Un artículo al Mercurio de Valparaíso para alarmar a la nación
entera i despertar la piedad. Cuando todo estuvo hecho, las cargas en marcha,
los correos despachados i agotada la bolsa hasta el último maravedí, yo resigné
el puesto buscando el reposo que reclamaban el pasar i repasar la Cordillera
como por apuesta, descender corriendo desde los Ojos de Agua hasta los Andes,
para sentarme a escribir largo i tendido. Contestáronme dos días después el
señor Gana i el Jeneral las Heras, en términos que recuerdo para su honra.
Sr. D. Domingo Sarmiento
Santiago,
Octubre 1.º de 1841.
COMPATRIOTA I AMIGO:
Por toda respuesta a la mui apreciable
carta de U. le acompaño esa orden para que con su resultado atienda U. a dar
carne i pan a los infelices arjentinos hambrientos que vienen. Es preciso que
se limite U. a carne i pan, porque para ese mezquino socorro hemos agotado
todos los recursos i vencido dificultades de que solo tendrá idea cuando venga
i se imponga.
Ahora mismo excitamos a los de Valparaíso
a ver cómo nos ayudan a socorrer a nuestros infelices compatriotas. Ha sido
solicitado el gobierno i nos ha prometido para esta noche las órdenes que
pudiéramos desear para socorrer la aflijida humanidad.
El espreso ha sido despachado antes de la
hora de llegado.
Nada diré a U. de lo que ha conmovido la
relación de los horrores que U. no ha hecho más que indicar. Esto dejémoslo
para sentido.
Abraze U. a mi nombre a los valientes i
desgraciados. Somos arjentinos i son arjentinos. Algún día Dios nos dará
patria, i habrá gratitud para los beneméritos, o no merecerá aquel país tener
tales hijos.
Adiós amigo. Siempre afectísimo de U.
J. Gregorio de las Heras.
El
escribiente saluda a U. i a
todos los
valientes desgraciados.
Sr. D. Domingo F. Sarmiento.
Santiago,
1.º de Octubre de 1841.
APRECIABLE SEÑOR:
Espantado de la catástrofe que U. me
anuncia salí al momento a casa de Orjera, donde acabaron de imponerme de las
desgracias sucedidas en Mendoza. Estremamente sensibles a tantos males, no
hemos hallado otro arbitrio para detener el progreso de los más urjentes, que
levantar una suscripción implorando la jenerosidad de nuestros compatriotas en
favor de las infelices víctimas de la causa de la civilización. Ya se están
dando los primeros pasos; i debe U. creer que si el éxito corresponde a nuestro
empeño e interés, se remediarán sin duda las más premiosas necesidades. Jamás
he deseado tanto como ahora en este instante el ser hombre de influjo i
fortuna; pero para qué hemos de poner en cuenta los deseos? Hacemos lo posible;
o solo me atrevo a ofrecer por ahora, juntamente con mi amistad, como su más
apasionado servidor Q. B. S. M.
José Francisco Gana.
Octubre 2 de
1941.
Regresa el propio que hoi hemos recibido
de U.... El gobierno nos ha hecho entender que hará cuando esté de su parte
respecto al objeto de la comunicación.
He entregado también su carta para el
Ministro Montt i estoi esperando su contestación para incluírsela.
Aquí se están corriendo algunas
suscripciones entre los ciudadanos chilenos, en auxilio de nuestros
compatriotas que vienen. I creo que el gobierno hará algo por su parte aquí
mismo. Se trabaja con suceso.
En este momento va a despachar el
gobierno otro propio con comunicaciones para el Intendente. Le remito un bulto
que contiene varias piezas de ropa, que entre la mía i la de algunos amigos he
podido reunir para que pueda habilitar a los que vengan desnudos.
Le incluyo una correspondencia del
Gobierno para el Intendente, entréguela en el acto, porque su contenido
interesa a los desgraciados que vengan enfermos.
Amigo: le estoi envidiando la suerte que
le ha cabido esta vez. Continúe U. sus nobles esfuerzos; es U. un héroe; no
desista ni afloje un solo instante. Ánimo amigo!
Martín Zapata.
2 de
Octubre.
SARMIENTO:
Los Viales se han portado como unos
grandes hombres. D. Antonio me encargó de hacer un encabezamiento de la
suscripción, que ahora mismo va a imprimirse: varios personajes escojidos por
él, i él mismo, van a correr la suscripción entre el clero, el comercio etc.,
los empleados, los ministros, etc. etc.
Toda la compañía dramática está pronta a
dar los beneficios que desea Casacuberta. Ya el público ansía por ver a éste en
las tablas. El Otelo, el Marino Faliero, i no sé que otra pieza han sido
escojidas con este objeto, i con el de hacer admirar los talentos de dicho
actor.
Se trata también por los Viales de hacer
dar un concierto a las Stas. Principales, a beneficio de la emigración.
Ojalá se viniese Casacuberta cuanto
antes.
Pregunte por mi familia; i dígame algo de
ella; de D. Hilarión Godoi, de nuestros amigos, de Villafañe, &c.
Todo suyo.
Quiroga Rosas.
Cuando llegué más tarde a Santiago, tuve
que responder en la prensa al cargo de haberme quejado de la dureza de muchos,
al mismo tiempo que hacía el elojio de cuantos lo habían merecido; i después al
de haber malversado aquellos escasísimos fondos destinados para acudir a tantas
necesidades. El hombre que me hacía este cargo, no era mi compatriota, no había
contribuido a aquella suma, no sabía qué uso había yo hecho de ella, i solo por
la más esquisita mala intención, me inventaba aquella calumnia para dañarme. El
Jeneral Las-Heras contestó, vindicándome, i yo quedé largo tiempo espantado de
aquel acto gratuito, espontáneo de depravación, i helado como si me hubiesen
echado un jarro de agua fría.
Poco después volví a tomar la redacción
del Mercurio i desde entonces principió una de las faces de mi vida más activa,
más ajitada, i más fructuosa para mí i quizá también para otros. Poco a poco
fui sublevando preocupaciones, enconos, zelos, odios, no sé si envidia, hasta
que aquel volcán de pasiones que había humeado todos los días escapándose por
comunicados, venía a estallar en algún ruidoso acontecimiento que tenía
preocupados los espíritus por quince días. Hoi he triunfado completamente; la palabra
estranjero está proscrita de la prensa; proscritos i oscuros andan los tres que
de ella se hicieron una arma para vulnerarme en lo más íntimo que el hombre
tiene, aquello que nadie tiene derecho de tocar, i ahora es posible recordar
aquellas luchas que nos trajeron a tantos conmovidos, hostiles i preocupados.
Dejo a un lado las muchas palabras descorteses, i ofensivas, que debieron
escaparse de mi pluma, joven, ardiente en la lucha, sensible a las ofensas,
poco ceremonioso para decir la verdad. Había una causa de todos los días, de
todas las horas, que destilaba su veneno lento para exacerbar mi espíritu i
predisponerlo a endurecerse contra las resistencias. Nada hai que pula tanto la
rudeza del escritor público, como la frecuencia de la sociedad para la cual
escribe. El cortesano Voltaire, tenía encantada a la nobleza entre la cual
vivía, i no era cáustico sino para el sacerdocio con quien no trataba. El
solitario Rousseau por el contrario, ha dicho las verdades más crudas, i
conservado su independencia selvática en medio de la sociedad más frívola. Yo
me he mantenido seis años en Chile en el aislamiento, para no dejarme influir
por las ideas ajenas, i este es el sacrificio más duro que me imponía. Había
por otra parte hasta descortesía en ciertos mozalvetes que me alargaban su
amistad en vía de protección, a fuer de nobles i emparentados los unos, de
ricos los otros, i hasta de literatos, que me sacaban de paciencia, i me
forzaban a disimular mi disgusto. Pero lo que me tenía en la exasperación, era que
por ser estranjero, yo debía ser más prudente, más medido que los hijos del
país. Hoi me parece que es un hecho conquistado la convicción íntima del
público, de la sinceridad de mis miras, del exceso de amor al bien que dirijió
siempre mi pluma; mas entonces no era así. Atribuíaseme a envidia, a zelos, a
deseo de abajar el país en la crítica de las cosas que son del dominio de la
prensa, i el público se obstinaba en no querer leer Mercurio donde decía
Mercurio, i si, Sarmiento, estranjero, arjentino, cuyano i demás; i yo me
exaltaba contra esta injusticia pública, i seguía cada día con más amargura.
Era un diario chileno quien hablaba i yo creí siempre i creo que no debe el
público traslucir a través de las pájinas los encojimientos que una situación
particular impone al Redactor. Yo he hecho triunfar este principio en vers et
contre tous i hoi es la regla de la prensa.
Qué lucha aquella, tan obstinada i tan
cruenta! El patriotismo esclusivo era una hidra que asomaba diez cabezas
nuevas, cuando yo creía haberle cegado i quemado otras tantas. A cada paso se
personificaba con nuevos atributos. En el Desmascarado, se reunió en mi daño
todo lo que hai de encono en el corazón del hombre; la calumnia confesada, el
tizne, el barro, la inmundicia arrojada al rostro como armas dignas de combate.
El Desmascarado quedó ahí, yo seguí adelante, i los autores de aquella
producción, hoi que las pasiones que los estraviaron se han calmado, dirán si
el Desmascarado me dañó efectivamente, i si la posición social de ellos mejoró
en un ápice. Uno de ellos estaba entonces en vísperas de ser nombrado
intendente, i el otro gozó de la fama de escritor, hasta la aparición del
Diario de Santiago que tantas infamias publicó contra mí. Es la detracción arma
de dos filos envenenados, i cada golpe que descarga hiere de rechazo la mano
del que la maneja, i la herida supura largos años i arroja mal olor. Aquellos
dos hombres están borrados de la lista de los hombres públicos, sin que sea
difícil que en adelante se restablezcan de su caída, a que yo no he contribuido
por ataque personal ninguno.
Las letras tuvieron también su
representante en el Semanario, i nadie puede darse idea del placer que tuve,
cuando vi engolfarse a sus autores, en el terreno escurridizo del romanticismo
i el clasicismo. Fuime a casa de López, ajitando en el aire el número
consabido, i combinamos un plan de ataque por el cual yo debía hacer guerrillas
desde el Mercurio i él desde la Gaceta venir con el bagaje pesado de erudición,
para aplastar al que quedase parado. García del Río estaba apostado en la
prensa de Valparaíso; i cuando yo escribía a Rivadeneira, espantado del
alboroto que causaba esta lucha en Santiago, que limasen algunas puntas
incisivas, García del Río las palpaba, las sentía su fuerza, i las mandaba así
punzantes a Santiago. El rival más formidable, empero, que se alzó en la prensa
fue Jotabeche, a quien inspiró en sus principios la pasión de los celos. Tanto
talento ostentaba en sus ataques, tan agudo era su chiste incisivo, que hubiera
dado al traste con mi petulancia, si él no hubiese flaqueado por el fondo de
ideas jenerales de que carecen sus artículos, i por el lado de la justicia que
estaba de mi parte. Jotabeche digno representante del esclusivismo nacional,
era un Viriato, que debía concluir por ser vencido. Venciéronlo los arjentinos
de Copiapó, en quienes halló sostenedores zelosos i largos para fundar el
Copiapino; vencilo yo, tomando la defensa del Sr. Vallejo, víctima de una
tropelía de un gobernador; i acabó de vencerlo la reputación merecida que se
conquistó, siéndole inútiles los andamios de odio i persecución que estimularon
su pluma. Hoi somos amigos, i pudiera insertar aquí una de sus cartas como
muestra de laconismo incisivo i decidor.
Dejo a un lado la nube de comunicados en
que un chileno, dos chilenos, diez chilenos, mil chilenos, me estuvieron
fastidiando durante cinco años con las sandeces i las chocarrerías más
vulgares; los españoles que tenían el candor de creer que yo les guardaba
rencor; los clérigos que me denunciaban por impío; los estudiantes que se
sublevaban contra quien los estimulaba al estudio i les abría ancha huella para
elevarse, haciendo espectables las letras; todos, unos primero, otros después,
por este o el otro motivo; cuál por haber nombrado a la monja Zañartu, quién
por haber dicho que la constitución era un letrero escrito con carbón, i quién
otro por haberle escupido la cara, sin otro inconveniente que aguantarme un
tirón de cabellos, i todos por intolerancia, por ociosidad, i por tiranía me zaherían
i martirizaban. Un día la exasperación tocó en el delirio; estaba frenético,
demente, i concebí la idea sublime de desacierto, de castigar a Chile entero,
de declararlo ingrato, vil, infame. Escribí no sé qué diatriba; púsele mi
nombre al pie, i llevela a la imprenta del Progreso poniéndola directamente en
mano de los compositores, hecho lo cual me retiré a casa en silencio, cargué
mis pistolas, i aguardé que estallase la mina que debía volarme a mí mismo;
pero que me dejaba vengado i satisfecho de haber hecho un grande acto de
justicia. Las naciones pueden ser criminales i lo son a veces, i no hai juez
que las castigue sino sus tiranos, o sus escritores. Quejábame del Presidente,
de Montt, de los Viales, para que no escapase uno solo de mi justicia, i a los
escritores i al público en masa, los ponía overos, con verdades horribles,
humillantes, suficientes para amotinar una ciudad ponerla demente de cólera, i
hacerla pedir la cabeza del osado que tales injurias la hacía.
Salvome de este peligro cierto, la bondad
de Don Antonio Jacobo Vial, a quien los cajistas espantados mostraron el
manuscrito que estaban componiendo. Don Antonio Vial se dirijió a casa, triste,
i me habló con la voz dulce i compasiva con que se habla a los enfermos.
Ninguna señal de encono, de resentimiento se traslucía en su semblante. D.
Domingo, me dijo, me han mostrado los impresores el artículo dado para mañana.
-Lo siento. -Ha calculado U. las consecuencias? -Perfectamente, mostrándole con
los ojos las pistolas. -Inútil. -Ya lo sé; déjeme en paz. -Ha visto López esto?
-No. D. Antonio tomó su sombrero i se fue a casa de López i al ministerio a
avisar a Don Manuel Montt lo que sucedía, i desde aquel momento no puso el pie
hasta dejar zanjado aquel atolladero. López vino, i me hizo consentir en que él
revisaría el escrito i quitaría algunas palabras demasiado inaguantables, i
consentí en que lo hiciera. Esto era a las tres de la tarde: a las doce de la
noche, Don Antonio me trajo una esquela de López en que me decía, que había desistido
de quitar palabras porque eso mostraba ya que se hacían concesiones; que si no
obstante la desaprobación de mis amigos, insistía, tornase en el acto un
birlocho i me fuese a Valparaíso. López con su sagacidad ordinaria había tocado
la tecla para hacerme ceder: 1.º no contrariarme abiertamente, lo que se hace
con los dementes: 2.º desaprobarme, i esto me hacía impresión: 3.º mostrarme
una debilidad en atenuar la frase, i yo habría huido de dar muestra de
flaqueza: 4.º señalarme el camino de la fuga, i esto me anonadaba. No; yo no
entendía la cosa así: herirlos de muerte, en su orgullo necio a todos i esperar
i sufrir las consecuencias. La almohada vino a traerme sus consejos ya que no
el sueño. Al día siguiente bien temprano mandome llamar el ministro; me habló
de cosas indiferentes, de la Escuela Normal, de no sé qué asunto de actualidad.
Al fin descendió con tiento a tocar la herida, esforzándose en aplicarla el
bálsamo, mostrándome cuántas personas me distinguían i respetaban en cambio de
esas injurias sin consecuencia. Tomé yo la palabra, me fui exaltando, me paré,
i en el momento en que iba a perder todos los miramientos debidos al ministro i
al amigo, abrió la puerta Don Miguel de la Barra, que por acaso o de intento
llegaba en el momento preciso para evitar un escándalo, por aquello de que
palabra i piedra suelta no tienen vuelta. Así este Chile a quien quería
ensambenitar, me mostraba en aquel momento virtudes dignas de respeto,
delicadeza i tolerancia infinita i muestras de simpatía i aprecio, que hacían
injustificable el suicidio que yo me había preparado. Desde entonces acá, el
público i el escritor se han educado recíprocamente. Él ha aprendido a ser
tolerante, ha hecho justicia a la sanidad de la intención, i yo me he habituado
a mirarlo como parte necesaria de mi existencia, a no temer sus cóleras ni a
provocarlas i yo estoi declarado por unanimidad bueno i leal chileno. Ai! del
que persista en llamarme estranjero! Este tiene que espatriarse a California.
De aquellas luchas nada ha quedado
tanjible, i los escritos que las motivaron se harán cada día que pasa más
insignificantes, porque esa es la condición del progreso humano. Lo que está al
principio es imperfecto, mirado desde más adelante, cuando aquellas ideas han
pasado al sentido común, i nuevos escritores más bien preparados, han dejado
atrás a los que no hicieron más que trazar el camino. Pero desde 1841, la
prensa de Chile fue adquiriendo en el Pacífico mayor reputación, i Chile ganó
mucho en ello, por la vivacidad de su polémica, i por el combate de las ideas
que trajeron todos a la discusión. El Mercurio ensanchó sus columnas; las
cuestiones literarias sostenidas en él, i en la Gaceta, provocaron la aparición
del Semanario. El Semanario trajo la idea de crear el Progreso en Santiago
donde no había hasta entonces diario. De aquellas luchas salieron poetas, para
probar lo infundado de los cargos; salió Jotabeche, revindicando con éxito la
aptitud nacional para los escritos lijeros.
La Escuela Normal, las instituciones que
han querido hacer progresar la educación primaria no pueden desligarse
absolutamente de aquel orijen común, que calentaba todas las cuestiones, i daba
fuerza de hecho i de necesidad a las cosas que estaban en la cabeza de todos,
como desiderátum, como cosas posibles pero no inmediatamente hacederas. Porque
debe notarse esto, que son raros los casos en que un escritor puede imprimir a
una sociedad su pensamiento propio; pero es condición de la prensa tomar de la
sociedad las ideas que están en jermen e incubarlas, animarlas, i allanarles el
camino para que marchen; i el redactor del Mercurio, del Nacional, del
Progreso, de la Crónica, pudiera señalar la huella de muchas ideas que han sido
avanzadas así, hasta convertirlas en preocupación pública. Desde 1842, el Mercurio,
por ejemplo tomó los caminos como materia de ridículo, de burlas pesadas, i
punzantes, de que quedan trazas en Un Viaje a Valparaíso i otros escritos de la
época. El ministro Irarrázabal, llamó a los RR. del Progreso, para quejarse de
la injusticia que le hacían -los caminos de Chile son hoi los mejores de la
América del Sur. Mercurio i Progreso tomaron sucesivamente las municipalidades
por delante; cuando la de Valparaíso daba señales de vida, se la hacía servir
de azote a la de Santiago; cuando iba a lejislarse la materia, el Progreso
amenazaba formalmente hacer cruda oposición a las ideas del gobierno. ¿Quién se
ha olvidado de aquel fastidioso, aldeano aaavee maaría del sereno? Aquellas
bombas rotas i cojas que nunca acababan de llegar al lugar donde eran
necesarias, aquellas calles sin nombre i sin número? Todas esas mejoras tienen
su antecedente en la prensa, que ha hecho tanto en Chile, por el bien público,
como las autoridades mismas. La ocupación de Magallanes ha salido de los
trabajos del Progreso como la revindicación de los títulos de posesión de
Chile, salió después de las investigaciones de la Crónica. El Congreso
americano, fue sentenciado a muerte por el Progreso, i en vano fue que todos
los gobiernos del Pacífico se propusiesen ponerlo en pie.
Si fuera permitido a un escritor
caracterizarse a sí mismo, yo no trepidaría en señalar los rasgos principales
de mis trabajos en la prensa diaria. Salido de una provincia mediterránea de la
República Arjentina al estudiar a Chile, había encontrado no sin sorpresa la
similitud de toda la América española, que el espectáculo lejano de Perú i
Bolivia no hacía más que confirmar. A principios de 1841 escribía en el
Nacional a estos conceptos. "Treinta años han transcurrido desde que se inició
la revolución americana; i no obstante haberse terminado gloriosamente la
guerra de la Independencia, vese tanta inconsistencia en las instituciones de
los nuevos estados, tanto desorden, tan poca seguridad individual, tan limitado
en unos i tan nulo en otros el progreso intelectual, material o moral de los
pueblos, que los europeos miran a la raza española, condenada a consumirse en
guerras intestinas, a mancharse con todo jénero de delitos i ofrecer un país
despoblado i exhausto, como fácil presa de una nueva colonización
europea." Este triste concepto forma el fondo filosófico de mis escritos,
i se halla reproducido en el Mercurio, el Progreso, Viajes por Europa, La
Crónica &c., i sin duda que nadie me disputará en América la triste gloria
de haber ajado más la presunción, el orgullo i la inmoralidad
hispano-americana. Persuadido de que menos en las instituciones que en las
ideas i los sentimientos nacionales es preciso obrar en América una profunda
revolución, si queremos salvarnos de aquella muerte, cuya agonía sonó en el
Paraguay, da ya las últimas boqueadas en Méjico, i está a la cabecera de la
República Arjentina i de Bolivia. De ahí también el doble remedio indicado con
igual anticipación, emigración europea i educación popular, que serían seguro
antídoto, si no hubiesen de administrárselo los mismos enfermos, que le hacen
perder su eficacia a fuerza de volver la cara, haciéndoles ascos, no obstante
estar persuadidos de su acierto.
Esto en la política trascendental, que en
cuanto a la de circunstancias, i que se liga a las personas i a los partidos,
mi carácter en la prensa de Chile venía marcado desde el principio, asociándome
espontánea i deliberadamente al partido de los de Chile, en que militan Montt,
Irarrázaval, García Reyes, Varas, i tantos otros jóvenes distinguidos, i al que
no son hostiles Aldunate, Blanco, Benavente, i otros políticos. El movimiento
en las ideas, la estabilidad en las instituciones; el orden para poder ajitar
mejor; el gobierno con preferencia a la oposición, he aquí lo que puede de mis
escritos colejirse con respecto a mis predilecciones. Puedo lisonjearme de no
haber cortejado pasión vulgar ninguna, para hacerme propicio el público; i no
haber sostenido en política nada que repruebe la sana moral, transacciones que
a nombre de las ideas liberales se han permitido no pocos escritores.
Al terminar esta rápida reseña de los
actos que constituyen mi vida pública, siento que el interés de estas pájinas
se ha evaporado ya, aun antes de haber terminado mi trabajo; i le diera de mano
aquí si teniendo que responder con estas pájinas a la detracción sistemada de
un gobierno, no me fuese necesario mostrar mi hoja de servicios por decirlo
así, que son las diversas publicaciones que de mis ideas i pensamientos ha
hecho la prensa. El espíritu de los escritos de un autor, cuando tiene un
carácter marcado, son su alma, su esencia. El individuo se eclipsa ante esta
manifestación, i el público, menos interés tiene ya en los actos privados que
en la influencia que aquellos han podido ejercer sobre los otros. He aquí,
pues, el desmedrado índice que puede guiar al que desee someter a más ríjido
examen mis pensamientos:
Diarios i publicaciones periódicas
Las publicaciones periódicas son en
nuestra época como la respiración diaria; ni libertad, ni progreso, ni cultura
se concibe sin este vehículo que liga a las sociedades unas con otras, i nos
hace sentirnos a cada hora miembros de la especie humana, por la influencia i
repercución de los acontecimientos de unos pueblos sobre los otros. De ahí nace
que los gobiernos tiránicos i criminales necesitan para existir apoderarse
ellos solos de los diarios, i perseguir en los países vecinos a los que pongan
de manifiesto sus iniquidades. Rosas a espensas de las rentas nacionales que
pagan los pobres pueblos arjentinos ha establecido una red de diarios pagados
en todos los países para que lo defiendan i cohonesten sus atrocidades. El
Defensor de la Independencia Americana en el Campamento de Oribe, O americano
en el Brasil, el Courrier du Havre i la Presse en Francia, estos cuatro
periódicos i la Gaceta Mercantil cuestan a la República Arjentina más de
cuarenta mil pesos al año. Toda la persecución de que soi víctima hoi nace de
que con la aparición de la Crónica hice que la redacción del Progreso entregada
a la influencia de Rosas, tuviese que pasar a otras manos i cambiar de
espíritu. Rosas teme más a la prensa que a las conspiraciones; una conspiración
puede ser ahogada en sangre; pero un libro, una revelación de la prensa, aunque
haya un puñal como el que dio fin con Varela, queda ahí siempre; porque lo que
está impreso queda estampado para siempre, i si en el momento presente es
inútil i sin efecto, no lo es para la posteridad que, juzgando por el examen de
los hechos i libre de toda preocupación i de toda intimidación, pronuncia su
fallo inapelable.
1839
He fundado, acompañado por jóvenes
instruidos i competentes, el Zonda en San Juan, cuya publicación cesó, por una
tropelía i una espoliación de Benavides, poniéndome en la cárcel como queda
referido, no obstante no ocuparse aquel periódico sino de costumbres, educación
pública, cultivo de la morera, millas, literatura etc.
1841
Bajo el seudonombre de Un teniente de
artillería publiqué un artículo en Chile, que me valió ser solicitado para la
Redacción del Mercurio, que conservé hasta la fundación del Progreso. Entre las
cuestiones de literatura, caminos, municipalidades, i cuestiones políticas
suscitadas entonces, hai algunos artículos que aún pueden ser leídos con
interés, no obstante los progresos jenerales que la prensa periódica ha hecho
en Chile.
En la misma época fui encargado por los
amigos del Jeneral Bulnes, entonces candidato para la Presidencia, de la
redacción del Nacional, en Santiago, periódico que ejerció grande influencia en
la fusión obrada entonces entre los jefes del partido pipiolo i el del Jeneral
Bulnes.
1842 hasta
1845.
La Capital de Chile había hasta esta
época permanecido sin tener un diario. Yo emprendí con suceso la redacción del
primero que se estableció bajo el nombre de Progreso, acompañado en este
trabajo por Don Vicente López. La primera redacción que duró ocho meses, tuvo
una alta importancia por la gravedad de las materias tratadas en él, entre
otras la cuestión de colonización de Magallanes. Desagrados de empresa nos
hicieron abandonar la redacción, hasta que habiéndose desacreditado el diario,
fui solicitado de nuevo para rehabilitarlo, lo que se consiguió.
Al mismo tiempo redacté el Heraldo
Arjentino para combatir a Rosas, cuya publicación abandoné cuando llegó la
noticia de la derrota de Rivera en el Arroyo grande, creyendo que la lucha
estaba terminada.
1846 i 1847
Durante mis viajes, escribí en el
Comercio del Plata una serie de artículos defendiendo a los arjentinos residentes
en Chile de las difamaciones de Rosas; en Río Janeiro en el Courrier du Bresil,
sobre el Americanismo, en el Courrier de la Gironde, en Burdeos publicose una
descripción de los toros en España. En Madrid varios artículos contra la
espedición del Jeneral Flores, que fueron reproducidos en toda América i con un
artículo mui encomiástico en la Gaceta de Buenos Aires, que me tendía sus
redes, i me hallaba un buen americano, sin nada de salvaje ni asqueroso, porque
le habían hecho concebir a Rosas desde París, la esperanza de que yo me
plegaría a su sistema de iniquidades. Se hablaba públicamente bien de mí en
Buenos Aires i en la tertulia de la Manuelita, hasta que llegó la Revista de
Ambos Mundos que cambió de nuevo en cólera i despecho los elojios que me habían
prodigado.
1849
Publiqué la Crónica, en la que me propuse
llamar la atención del público sobre emigración, educación pública, cultivo de
la seda, i jeneralmente sobre todas las cuestiones americanas que no he dejado
de ajitar desde 1839. La colección de documentos sobre emigración que contiene
la Crónica, es única en América i puede ser consultada con provecho. La Crónica
se ha terminado con el primer año, por evitar la necesidad de contestar a todas
las inepcias que contra mí escribe Rosas en sus notas al Gobierno de Chile, i a
las majaderías de los gobiernos de las provincias que hacen coro a todas
aquellas torpezas.
La importancia de las cuestiones
suscitadas por la Crónica, puede inferirse de este hecho que sobre cada uno de
sus tópicos, educación, moneda, inmigración, pasaportes, se ha dictado o
propuesto una lei.
Folletos
Programa de un Colejio de señoritas en
San Juan. Esposición de la necesidad, las ventajas i el conjunto de la
educación de las mujeres en las provincias apartadas de la República Arjentina.
Mi primer escrito, lleno de reflexiones que no carecen de oportunidad. La
provincia de San Juan oyó mis consejos, i coadyuvó poderosamente a mi intento.
Método de lectura, en quince cuadros por
Bonifaz, joven español, residente hoi en Montevideo: publiquelo en 1841 a mis
espensas, para hacerlo conocer en el país, i fue adoptado en colejios i
escuelas con buen éxito para la enseñanza primaria.
Análisis de las cartillas, silabarios, i
otros métodos de lectura conocidos i practicados en Chile, 1842.
Trabajo encargado por el gobierno i que
tenía por objeto mostrar la imperfección de los métodos usados, i que podía
conducir, "a suscitar las observaciones de los intelijentes para formar un
método de lectura fácil i espeditivo; a despertar el interés de todos sobre la
mejora de las escuelas, introduciendo en ellas nuevos medios de
instrucción."
Memoria leída a la Facultad de
Humanidades 1843.
Esta memoria produjo después de un
luminoso debate en la Universidad i en la prensa una sanción sobre la cuestión
de ortografía i un acuerdo en favor del autor. En Educación Popular se
encuentra al fin tratada estensamente esta cuestión. Los estudios del autor
sobre la cuestión de la Ortografía castellana son nuevos en el idioma español.
Su objeto fue simplificar la enseñanza de la lectura i la escritura, i habiendo
sido violadas por la Academia todas las reglas etimolójicas, sujetar la
ortografía a la pronunciación como lo han deseado todos los ortólogos españoles.
Si el resultado no ha correspondido a sus esfuerzos, la utilidad del objeto, i
la inatacable lójica en que están fundados sus argumentos lo pone a cubierto de
los ataques del ridículo. Ha remitido a la Academia española sus últimos
trabajos, suplicándola i apercibiéndola, que se esplique en la cuestión.
Método de lectura gradual, adoptado por
la Facultad de Humanidades, i mandado seguir por el gobierno en las escuelas
públicas. Este es un sistema nuevo de enseñar a leer el castellano; fundado en el
estudio de las dificultades que ofrece a los niños, i de las analojías de que
ellos se sirven para vencerlas. El señor Aribau en España había llegado a las
mismas conclusiones que el autor.
Instrucción a los Maestros de Escuela,
con el objeto de hacer intelijible el Método de lectura gradual.
Memoria sobre la cría del gusano de seda.
Enviada de París a la Sociedad de Agricultura de Santiago de Chile, i publicada
en el Agricultor. A este trabajo se han debido algunos progresos en esta
industria.
Sociedad Sericícola Americana. Contiene
una esposición del autor sobre la conveniencia i oportunidad de jeneralizar
esta industria i los estatutos de la Sociedad que se fundó al efecto.
Mi Defensa. Colección de escritos
biográficos, en que el autor difamado como ahora, respondió a los ataques,
haciendo conocer los principales rasgos de su vida.
Programa de estudios del Liceo de
Santiago. Redactado en compañía de Don Vicente López; contiene algunas ideas
nuevas, sobre el orden i la elección de los estudios, colocando el latín en el
lugar que le corresponde. El público i los jóvenes de los colejios aceptaron
con interés nuestra reforma; pero el clero i algunos directores de Colejio nos
minaron con calumnias, i no quisimos luchar contra enemigos tan desleales i
encapotados.
Discurso pronunciado en Francia al
recibirse miembro del Instituto histórico publicado por el Investigateur. Su
asunto es una apreciación de los motivos i consecuencias de la entrevista de
Guayaquil entre Bolívar i San Martín.
Memoria sobre Emigración alemana al Río
de la Plata. 1846
Publicada en Alemán por el Dr. Wappaüs,
profesor de Jeografía i Estadística de la Universidad de Gotinga, acompañada de
notas i comentarios por el editor, a quien el autor dejó la obra del injeniero
i jeógrafo arjentino Arenales, i otros papeles i libros para mayor ilustración
del asunto. El Dr. Wappüs se espresa en estos términos en la introducción:
" La disertación siguiente sobre las Provincias del Río de la Plata, es
una agregación hecha por el autor, el señor Sarmiento, a un pequeño folleto que
publiqué en 1846 sobre colonización i emigración alemana, páj. 105. El deseo
del autor de hacer conocer en Alemania las ventajas de aquellos países motiva
este trabajo complementario."
El Dr. Wapaüs acompañó la Memoria con
ciento sesenta i nueve pájinas de anotaciones ilustrativas sobre las estensas
comarcas de cuya riqueza, si estuviesen pobladas en proporción de sus recursos,
apenas me era posible dar una idea compendiada. Para juzgar la importancia de
estas notas, basta enumerar los autores que el erudito sabio alemán consultó
para ilustrar su juicio sobre la materia. Arenales -Diario de Matorras
-Colección de Angelis -Arredondo -Azara -Viaje de Soria -Sir Woodvine Parish -Núñez
-Félix Frías -Lozano -Viaje en la América del Sud por Lindau -Tadeo Aenke
-Walkenaer -Rengger, viaje al Paraguai -D'Orbigny -King, veinte i tres años de
residencia en la República Arjentina -Robertson, cartas sobre el Paraguai -De
Baralt -Codazi -Gay.
La publicación de esta obra sería de la
mayor importancia para la República arjentina; pues contiene los más preciosos
detalles sobre la topografía de las provincias, sus rutas de comercio, sus
ríos, i las ventajas que para el comercio del mundo i la riqueza del país
traería su navegación. Pero no me es posible publicarla en Chile, donde no
tiene interés, estando prohibidos hoi en la Confederación Arjentina mis
escritos, i espuestos a penas discrecionales los que los lean.
Sírvame de disculpa la necesidad de
oponer a las difamaciones de Rosas los conceptos con que me han honrado sabios
europeos, la triste necesidad de intercalar aquí lo que el Dr. Wappaüs dice en
su obra respecto de mí. "No podemos dar a nuestros lectores idea más
completa de esto, que citando las mismas palabras del señor Sarmiento,
arjentino dotado de conocimientos variados como profundamente instruido, el
cual siguiendo con toda la pasión ardiente del americano del Sud la historia de
su patria, de la cual lo desterraron persecuciones políticas, presenta en todas
sus manifestaciones de palabra i de obra, i en su manera de ver el mundo, la
idea del verdadero republicano de Sud-América, aspirando a la completa
realización de la libertad. A él, debemos a más de la memoria que da principio
a esta obra, muchas instrucciones variadas sobre la República Arjentina, (por
lo cual le damos aquí las más sinceras gracias) principalmente por sus animadas
esplicaciones verbales. El bosquejo siguiente que sacamos de las obras de este
escritor, el cual para darse idea de la situación íntima de la Europa, ha
visitado recientemente la Italia, Francia, Alemania etc...."
Biografías
Apuntes Biográficos. Bajo este nombre se
publicó la vida del fraile Aldao, apóstata, jeneral de Rosas; obrita mui
gustada por los intelijentes, como composición literaria. El autor se propone
para más tarde bajo el título de VIDAS AMERICANAS, colectar las diversas
biografías que ha publicado, de personajes chilenos o arjentinos, dignos de
recuerdo. La biografía es el libro más orijinal que puede dar la América del
Sur en nuestra época, i el mejor material que haya de suministrarse a la
historia. Los Apuntes biográficos, fueron traducidos al francés por Mr. Eugène
Tandonnet, candidato dos veces a la Asamblea Nacional, quien, aunque partidario
de Rosas por amistad personal con Oribe, se esplica en estos términos con
respecto al autor. "Sin pretender a la perfección literaria ha querido
solamente poner de relieve algunas de las figuras mas enérjicas de la era de la
Independencia, i dejarnos entrever la fisonomía jeneral de las provincias
arjentinas, las costumbres, las preocupaciones, las pasiones, en una palabra,
la vida de aquellos pueblos a la vez guerreros i pastores. Hai bajo este
aspecto un mérito superior, incontestable en los Apuntes Biográficos del Sr.
Sarmiento. Es ciertamente un estudio al natural, aunque trazado al correr de la
pluma i de la pasión. En la marcha del estilo i en el movimiento jeneral de las
ideas, se encuentra el abandono melancólico, i los raptos de violencia que
caracterizan a los habitantes de las provincias arjentinas El Sr. Sarmiento,
por la elevación de espíritu, por sus estudios serios, se separa completamente
de los principales jefes del bando unitario..."
"Pero cuando los recuerdos de la
Patria se presentan a la imajinación del desterrado, cuando recapacita en el
papel brillante i útil que sus facultades le habrían asegurado en aquella
Patria tan cara, entonces la cólera desborda de su corazón, i se derrama en
maldiciones ardientes contra el afortunado adversario, cuyo triunfo ha causado
su destierro."
Otras biografías he publicado en los
diarios, tales como:
Biografía del Presbítero Balmaceda.
Íd. del Presbítero Irarrázaval.
Íd. del Coronel Pereira arjentino,
fundador de la Escuela Militar de Chile.
Biografía del Senador Don Manuel
Gandarillas.
Íd. de José Dolores Bustos, sanjuanino,
Visitador Jeneral de Escuelas en Chile.
El Facundo, o Civilización i Barbarie i
estos Recuerdos de Provincia pertenecen al mismo jénero.
Libros
Civilización i Barbarie.- Escribí
este libro que debía ser trabajo meditado i enriquecido de datos i documentos
históricos, con el fin de hacer conocer en Chile la política de Rosas. Cada
pájina revela la precipitación con que está escrito, dándose materiales a
medida que se imprimía, i habiéndose perdido manuscritos que no pude
reemplazar. Este libro sin embargo me ha valido un nombre honroso en Europa, a
consecuencia del Compte rendu de la Revista de Ambos Mundos. Publicolo el
Nacional de Montevideo; ha sido traducido al alemán, ilustrado por Rugendas, i
ha dado a los publicistas de Europa la esplicación de la lucha de la República
arjentina. Rosas i la Cuestión del Plata, i muchas otras publicaciones europeas
están basadas en los datos i manera de ver de Civilización i Barbarie. Este
libro contiene en jermen muchos otros escritos i está destinado a perder a
Rosas en el concepto del mundo ilustrado. Él mismo ha sentido que era un golpe
mortal a su política, i en cinco años de injurias dirijidas contra mí, la
Gaceta Mercantil no ha nombrado jamás este libro; no obstante que no hai en
Buenos Aires un federal de importancia que no lo tenga o no lo haya leído, i
que circulen en la República más de quinientos ejemplares; no habiendo libro
alguno quizá, que haya sido más buscado i leído allí. Rosas solo afecta no
saber que tal libro exista por miedo de despertar la atención sobre él.
La Revista de Ambos Mundos en un
artículo, del americanismo i de las Repúblicas del Sud, sociedad arjentina.
-Quiroga i Rosas. -1.º Civilización i Barbarie. -Aspecto físico, costumbres i
hábitos de la República Arjentina. -2.º Cuestiones americanas por Don Domingo
Sarmiento, dijo con respecto al libro i al autor. "Durante su mansión en Santiago
que ha precedido a sus viajes por Europa, el Sr. Sarmiento ha publicado esta
obra, llena de atractivo i novedad, instructiva como la historia, interesante
como un romance, brillante de imájines i de colorido. Civilización i barbarie
no es solamente uno de aquellos escasos testimonios que nos llegan de la vida
intelectual de la América meridional, es un documento precioso... Sin duda, la
pasión ha dictado más de una de aquellas pájinas vigorosas; pero hai en el
talento aun cuando se muestra exaltado por la pasión, yo no sé qué fondo de
imparcialidad de que no puede deshacerse, i con cuyo ausilio deja a los
personajes su verdadero carácter, a las cosas su color natural..."
"No habría menos interés en someter
la América del sur, al mismo análisis que la América del norte. Sería esta la
obra del filósofo i del viajero, del poeta i del historiador, del pintor de
costumbres, i del publicista. El Sr. Sarmiento ha intentado realizarla en un
libro publicado en Chile, que prueba que si la civilización tiene enemigos en
aquellas rejiones, puede contar también con elocuentes órganos."
VIAJES POR
EUROPA, ÁFRICA I AMÉRICA
La prensa de Chile ha juzgado
favorablemente esta obra que revela el pensamiento íntimo del autor, i las
impresiones que le ha dejado el espectáculo de los pueblos que ha recorrido.
Cúpome la buena fortuna de tocar de cerca todos los hilos de la política
europea sobre la cuestión del Río de la Plata, i maravillarme de la mezquindad
de las miras, de la ignorancia de los antecedentes, i de la incapacidad de los
hombres que más alto papel han hecho en aquel asunto. Los viajes son el
complemento de la educación de los hombres, i si el contacto con personajes
eminentes eleva el espíritu, i perfecciona las ideas, puedo vanagloriarme de
haber sido mui feliz en mi escursión; pues que he podido acercarme, no sin
haber sido favorablemente introducido, a los hombres más eminentes de la época.
A Mr. Gaste, fui presentado por recomendación del Gobierno de Chile, siendo
intermediario el señor Rosales; a Mr. Thiers por el ajente de Montevideo; al
célebre Cobden, al Mariscal Bugeaud en África por Mr. Lesseps, que ha sido
embajador en España i después Representante del pueblo en Roma; a Alejandro
Dumas, por Mr. Blanchard i Girardet pintores célebres; a Gil de Zárate por el
coronel Sesé, a Bretón de los Herreros, Ventura de la Vega, Aribau i otros
literatos españoles, por recomendaciones que llevaba de literatos franceses, i
por Rivadeneira. Al célebre Barón de Humboldt i a los ministros del rei de
Prusia que me prodigaron mil atenciones en honor al gobierno de Chile, por el
Dr. Wappaüs i el jefe de la oficina de estadística Mr. Dieterice; a Pío IX por
la recomendación de ser sobrino de los obispos de Cuyo, Oro i Sarmiento,
habiendo conocido en América al primero; a Mr. Merimée por el pintor Rugendas;
a Mme. Tastu por Mr. Laserre; a San Martín por los arjentinos que me había
recomendado con encarecimiento a él; a Mr. Mann en los Estados Unidos por un
Senador del Congreso a quien Mr. Ward de Valparaíso dio los más favorables
informes, i a cien personas más, que sería prolijo enumerar, con quienes he
pasado horas enteras tratando de los asuntos más graves, habiendo merecido de
todos las más lisonjeras distinciones, i muchos de ellos gozado de la mayor
intimidad. Dos gobernadores de provincia, un tal Tamayo, un Ministro Laspiur i
otros nombres que no puedo retener en la memoria, pueden esplayarse enhorabuena
en decirme vil, protervo, inmundo, i todas esas porquerías dignas de sus
autores, con toda seguridad de que si nos vemos alguna vez les guarde rencor
alguno. Tengo por el contrario certeza de más de ocho de entre ellos, de que me
estiman en mucho, i Rosas puede reconocerlos en la virulencia de su lenguaje.
Cuanto más me aprecian más subidos son los epítetos, para que el amo no
sospeche sus afectos.
Educación Popular. Este libro es
aquel que más estimo. Cada pájina es el fruto de mi dilijencia, recorriendo
ciudades, hablando con hombres profesionales, reuniendo datos, consultando
libros, estados i folletos, mirando i escuchando. Es el fruto sazonado de
aquella semilla que en mi niñez asomó en la escuela de San Francisco del Monte
en la campaña semibárbara de San Luis. Desde allí venía caminando en la
enseñanza de escuela en escuela, hasta llegar a la Normal de Versailles, i a
los seminarios de Prusia, que son el pináculo de la humilde profesión del
maestro. La ciencia i la carrera de la enseñanza primaria me la he inventado
yo, i en despecho de la indiferencia jeneral, he traído a la América del Sud el
programa entero de la Educación Popular. No sé qué crítico deploraba que no
hubiese indicado los medios de hacer efectivas las observaciones i doctrinas en
esta obra acumuladas. Una sola palabra bastaría a completarla i satisfacer este
deseo. Denme patria, donde me sea dado obrar, i les prometo convertir en hechos
cada sílaba, i eso en poquísimos años. A aquel libro con preferencia a
cualquiera otro de los míos, apenas lejible para el común de las jentes,
confiara la guarda de mi nombre. El mejor elojio que me ha valido es la
aplicación de las palabras dirijidas al autor de una obra francesa en favor de
la civilización: "Su libro no atestigua solamente laboriosas
investigaciones i estudios hechos con conciencia, sino que revela también el
alma de un pensador honrado i el corazón de un buen ciudadano." Si el
amigo que me dirijió estas palabras quería complacerme, muestra en su elección
que conoce lo más íntimo de mi corazón. En la desmoralización de ideas i de
sentimientos obrada por nuestro tirano, es la más difícil pero la más necesaria
de las reputaciones la del honrado, i la única que puede oponerse a la astucia
del verdugo i al disimulo de las víctimas.
Traducciones
Todas las traducciones que he hecho
tienen por objeto dotar a la instrucción primaria de tratados útiles,
descollando entre ellas los libros que tienen un espíritu eminentemente moral i
religioso. Hai en Chile personas candorosas que temen mis ideas, un poco libres
en materias filosóficas, lo que lejos de ocultar, me hago un deber i un honor en
mostrar a todos; porque la idea solo del disimulo me indigna. Jamás aceptaré
sujeción ninguna, impuesta por preocupaciones estúpidas del vulgo, o por la
intolerancia de los clérigos españoles. Pero para la educación primaria son
otros los principios que me guían. Las altas cuestiones filosóficas,
relijiosas, políticas i sociales pertenecen al dominio de la razón formada; a
los niños, solo debe enseñárseles aquello que eleva el corazón, contiene las
pasiones, i los prepara a entrar en la sociedad. Esta esplicación di al Obispo
de San Juan para aquietar sus temores, en ocasión análoga, i el resultado
justificó mis asertos.
Pertenecen a estos libros: Conciencia de
un Niño; libro precioso de moral i de relijión para despertar en el corazón de
los niños las primeras nociones del conocimiento de Dios, i los deberes del
hombre.
La Vida de Jesucristo, que no existía en
castellano, i que es una historia sencilla a la par que una luminosa esposición
de la doctrina del Evanjelio.
Manual de la Historia de los Pueblos.
Excelente tratado elemental de Leví Álvarez, que contiene en jermen todos los
desarrollos ulteriores de la historia.
El Por qué o la Física popularizada, que
bien comprendida su lectura bastaría para abrir la intelijencia de los niños,
revelándoles las causas naturales de todos los fenómenos que se ofrecen a cada
paso a su consideración.
Vida de Franklin. Encomendé a un amigo su
traducción, a fin de popularizar el conocimiento de este hombre estraordinario,
porque sé cuánto bien puede obrar en el alma impresionable de los niños, el
ejemplo de sus virtudes i de sus trabajos. Si los catorce gobernadores de las
Provincias Arjentinas creen que deben prohibir la circulación de este libro
pueden encargar a Angelis que escriba una vida de Don Juan Manuel Rosas, desde
que se escapó de la casa paterna, hasta que se hizo domador, i todas las
bellezas de aquella vida, i mandarla adoptar en las escuelas, para que sus
propios hijos imiten aquel sublime modelo.
Casas de educación
El primer acto administrativo de Rosas
fue quitar a las escuelas de hombres i de mujeres en Buenos-Aires las rentas
con que las halló dotadas por el Estado; haciendo otro tanto con los Profesores
de la Universidad, no teniendo pudor de consignar en los mensajes, el hecho de
que aquellos ciudadanos beneméritos continuaban enseñando por patriotismo i sin
remuneración alguna. Los estragos hechos en la República Arjentina por aquel
estúpido malvado, no se subsanarán en medio siglo; pues no solo degolló o forzó
a espatriarse a los hombres de luces que contaba el país, sino que cerró las
puertas de las casas de educación; porque tiene el olfato fino, i sabe que las
luces no son el apoyo más seguro de los tiranos.
El instinto natural me llevó desde los
principios a echarme en un camino contrario. Desde niño he enseñado lo que yo
sabía a cuantos he podido inducir a aprender. He creado escuelas donde no las
había; mejorado otras existentes; fundado dos colejios, i la Escuela Normal me
debe su existencia. De allí han salido una multitud de jóvenes distinguidos que
se han hecho una profesión relijiosa de la enseñanza, i prometen a Chile nuevos
i más seguros progresos en la carrera de la civilización-
Tal es el cuadro modesto de mis pequeños
esfuerzos en favor de la libertad i del progreso de la América del sud, i como
ausiliares poderosos la educación de todos i la inmigración europea. Esfuerzos,
es preciso decirlo, hechos a la par que luchaba con las dificultades de la vida
para vivir, que combatía a los instrumentos de Rosas para tener patria, que
educaba mi espíritu para completar mis ideas; esfuerzos que en la América del
Sud no son comunes ni por la constancia i tenacidad de ellos, ni por la
homojeneidad; esfuerzos que desde el primer día hasta el último, desde el
primer artículo de un diario, hasta la última pájina de un libro, forman un
todo completo, variantes infinitas de un tema único, cambiar la faz de la
América, i sobre todo de la República Arjentina, por la sostitución del
espíritu europeo a la tradición española, i a la fuerza bruta como móvil, la
intelijencia cultivada, el estudio i el remedio de las necesidades.
En estos ensayos informes en que domina
la buena intención i la perseverancia de propósito, he alcanzado al último
término de la juventud, tomado estado, después de haber recorrido la tierra, i
llegado con el estudio, la discusión de las ideas, el espectáculo de los
acontecimientos, los viajes, el contacto con hombres eminentes i mis relaciones
con los jefes de la política de Chile, a completar aquella educación para la
vida pública que principiaba en 1827, entre las prisiones i los calabozos. No
he llegado sin duda a la virilidad de la razón, sin que el corazón haya perdido
nada de su entereza para anonadarme en el ocio, el día que he vencido las
dificultades, como aquel tirano que se hace facultar para no despachar en
muchos años los negocios públicos, cuando ha logrado en diez i ocho años de
violencias anular toda otra voluntad que la suya. Nuestra suerte es distinta,
luchar para abrirnos paso a la Patria; i cuando lo hayamos conseguido trabajar
por realizar en ella el bien que concebimos. Este es el más ardiente i el más
constante de mis votos.
Este opúsculo, pues, es el prólogo de una
obra apenas comenzada. Llámase el primer volumen Viaje por Europa, África i
América. El segundo está todavía en manos de la Providencia. D. Juan Manuel
Rosas pretende que no ha de publicarse sin su visto bueno, i que él sabe
desparpajar los libros en su fuente. Florencio Varela! estáis también en el
secreto?
FIN