RICARDO GÜIRALDES
RECUERDOS
¡Qué blancos eran los muros de las casas,
qué heroicos los hombres!
El campo entraba hasta dos aposentos y
algo grande se acostaba en todas las sombras. Cualquier brisa tenía leguas de
pampa y los sonidos llegaban sin rotura del llano, puro como un cielo.
La tarde agrandaba los troncos del monte
y el medio día nos volvía centro de nuestra sombra, caída como un sudor.
Los árboles estaban más solos ante el
firmamento.
Y el sol estaba más presente en nuestras
carnes y nuestros sudores.
El toro, con sus guampas, rompía viento
como los mástiles.
Y todo era más abierto:
El pampero silbaba millones de silbidos
tajeándose en los pajonales, que se clareaban a listones como si la tierra
acosada de felino enojo alisara el pelo del lomo.
Y los ñanduces no hallaban límite a su
andar medidor de desiertos.
La madrugada asistía a todos los
despertares en los cuartos y la tarde a todos los retiros en la defensa del
rezo.
Concluida la jornada, la silla del
patrón, manchada en la sombra de los paraísos, tenía brazos de trono. Mientras
el relato del capataz, resumía los trabajos del día.
Y ya cuando el hombre callaba ante la
noche, la luna, se perdía en las huellas que dudan.
"La Porteña"
Febrero de
1922.