ROBERTO J. PAYRÓ

 

Celos

A Joaquin de Vedia

 

 

I

Crispín era un pobre hombre: su mujer lo había hecho cornudo y sus congéneres desgraciado. Humilde, en su oficio de zapatero, doblado sobre el banquillo, trabaja desde el amanecer hasta la noche para reunir centavos. Y reunía centavos: pocos centavos, naturalmente... Tres hijos tenía, tres de diferentes pelajes, y no le daban sus hormas espacio para acariciar al primero, el auténtico...Sonreía á los tres por encima de sus anteojos, y se daba dos minutos para abrazar á su mujer, cuando ya no podía más de fatiga, después de la cena y del gran vaso de vino carlón... En torno se burlaban porque Ernesta era bonita, de largos cabellos rubios, presumida y relativamente joven. La vecindad, dada á los escándalos, escarnecía aquella candidez y le confiaba sus zapatos viejos para que les pusiese medias suelas. Y corrían los meses iguales, el manso claveteaba y cosía y engrudaba, con los ojos tristes tras de los anteojos turbios.

Y pasó el tiempo. Pasó...

II

-Ahora que somos viejos y que ya nada puede importarme, ¿has sido... infiel alguna vez!

Ernesta, bajo su copo de algodón, rió con la boca desdentada. Hubiera reído, sarcástica, largo rato.

-Don Pedro fué uno... el que más...-dijo él.

-¡Aaaah!-contestó confiada y burlona la boca vieja.

-Y Luisito...

-¡Oooh!-carcajearon los labios sobre el hueco sonoro.

Y no hubo más, porque el martillo que ablandaba la suela había ido á romper el cráneo, ya sin la antigua égida rubia, guarnecido sólo por la helada é insuficiente defensa de las canas...

 

 

 

 

III

-Y usted la mató...-decía el juez.

-Con estas manos, sí, señor.

-¿Y por qué lo hizo?

-Por celos, señor- contestó humildemente.

-Tiene usted ochenta y dos años...

-Así es...

-Ella tenía más de sesenta...

-Es verdad.

-Y si es así, ¿qué temía usted?

Crispín permaneció un instante en silencio.

chispeáronle las pupilas bajo los párpados sin pestañas, levantó la cabeza, vagó amarga sonrisa por los pellejos de su rostro, y exclamó:

-Yo no temía...¡me acordaba!...

 

 

 

 

El presente libro ha sido digitalizado por la voluntaria SILVINA GALLO.