JOSÉ MARTÍ
LA EDAD DE ORO
A los niños
que lean "La Edad de Oro
Para los niños es este periódico, y para
las niñas, por supuesto. Sin las niñas no se puede vivir, como no puede vivir
la tierra sin luz. El niño ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser
fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso aunque sea feo; un niño
bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca es un niño más bello
que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga, o
cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la ofenda: el niño crece
entonces, y parece un gigante: el niño nace para caballero, y la niña nace para
madre. Este periódico se publica para conversar una vez al mes, como buenos
amigos, con los caballeros de mañana, y con las madres de mañana; para
contarles a las niñas cuentos lindos con que entretener a sus visitas y jugar
con sus muñecas; y para decirles a los niños lo que deben saber para ser de
veras hombres. Todo lo que quieran saber les vamos a decir, y de modo que lo
entiendan bien, con palabras claras y con láminas finas. Les vamos a decir cómo
está hecho el mundo: les vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta
ahora.
Para eso se publica La Edad de Oro: para
que los niños americanos sepan cómo se vivía antes, y se vive hoy, en América,
y en las demás tierras; y cómo se hacen tantas cosas de cristal y de hierro, y
las máquinas de vapor, y los puentes colgantes, y la luz eléctrica; para que
cuando el niño vea una piedra de color sepa por qué tiene colores la piedra. y
qué quiere decir cada color; para que el niño conozca los libros famosos donde
se cuentan las batallas y las religiones de los pueblos antiguos. Les
hablaremos de todo lo que se hace en los talleres, donde suceden cosas más raras
e interesantes que en los cuentos de magia, y son magia de verdad, más linda
que la otra: y les diremos lo que se sabe del cielo, y de lo hondo del mar y de
la tierra: y les contaremos cuentos de risa y novelas de niños, para cuando
hayan estudiado mucho, o jugado mucho, y quieran descansar. Para los niños
trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la
esperanza del mundo. Y queremos que nos quieran, y nos vean como cosa de su
corazón.
Cuando un niño quiera saber algo que no
esté en La Edad de Oro, escríbanos como si nos hubiera conocido siempre, que
nosotros le contestaremos. No importa que la carta venga con faltas de
ortografía. Lo que importa es que el niño quiera saber. Y si la carta está bien
escrita, la publicaremos en nuestro correo con la firma al pie, para que se
sepa que es niño que vale. Los niños saben más de lo que parece, y si les
dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían. Por eso
La Edad de Oro va a tener cada seis meses una competencia, y el niño que le
mande el trabajo mejor, que se conozca de veras que es suyo, recibirá un buen
premio de libros, y diez ejemplares del número de La Edad de Oro en que se
publique su composición, que será sobre cosas de su edad, para que puedan
escribirla bien, porque para escribir bien de una cosa hay que saber de ella
mucho. Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que
piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros.
Las niñas deben saber lo mismo que los niños,
para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo; como que es una
pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar, porque
las mujeres de la casa no sepan contarle más que de diversiones y de modas.
Pero hay cosas muy delicadas y tiernas que las niñas entienden mejor, y para
ellas las escribiremos de modo que les gusten; porque La Edad de Oro tiene su
mago en la casa, que le cuenta que en las almas de las niñas sucede algo
parecido a lo que ven los colibríes cuando andan curioseando por entre las
flores. Les diremos cosas así, como para que las leyesen los colibríes, si
supiesen leer. Y les diremos cómo se hace una hebra de hilo, cómo nace una
violeta, cómo se fabrica una aguja, cómo tejen las viejecitas de Italia los
encajes. Las niñas también pueden escribirnos sus cartas, y preguntarnos cuanto
quieran saber, y mandarnos sus composiciones para la competencia de cada seis
meses. ¡De seguro que van a ganar las niñas!
Lo que queremos es que los niños sean
felices, como los hermanitos de nuestro grabado; y que si alguna vez nos
encuentra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano, como a un
amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: "¡Este hombre de La Edad
de Oro fue mi amigo!"