En cierta tribu de las grandes llanuras los hombres pensaban que el Gran Espíritu era su primo. Por eso es por lo que se habían autodenominado Idatsa*.

Convencidos de que su pariente les había hecho los más fuertes, los más inteligentes, los más valientes hombres de la tierra, no paraban de proclamar sus inestimables cualidades.

Una mujer ya no podía pedir a un valiente que fuera a buscar madera sin escuchar:

-¿Qué tienes en la cabeza para atreverte a pedirme una cosa parecida? ¿No sabes que estoy únicamente consagrado a una vida gloriosa? ¡Haz tú misma esa infamante tarea!

Algunos, para singularizarse, formaron un clan. El jefe de los elegidos declaró una noche en el consejo:

-Ahora somos los Perros Guerreros. Unicamente nos interesan los combates peligrosos. Haremos voto de no morir en nuestros lechos y fallecer, las armas en la mano, durante un enfrentamiento.

Para que no se les confundiera con los cazadores de la tribu, estos orgullosos se confeccionaron un enorme tocado de plumas y pusieron sobre sus cuerpos desnudos largas tiras de piel teñidas de rojo.

Y llegó el momento en el que todos los jóvenes valientes no tenían más que un deseo: proclamar bien alto el valor que sentían invadirles para que se les admitiera en el clan de los Perros Guerreros.

Así que en la aldea ya sólo se veían mujeres sobrecargadas de trabajo y hombres moviéndose como pavos.

Una guapa muchacha que se llamaba Aquella que no ha Conocido Hombre Alguno , quería casarse. Comunicó sus deseos a una vieja tía:

-¿Cómo voy a poder encontrar un marido? Los jóvenes de esta tribu no se fijan en mí. No piensan más que en las matanzas y ni siquiera se les ocurre mirar a las mujeres.

La vieja, viuda por quinta vez, tenía mucha experiencia. Le aconsejo:

-Ponte guapa. Colócate tu traje de bisonte blanco, tus collares más lujosos y paséate por la plaza al atardecer.

Por la tarde, Aquella que no ha Conocido Hombre Alguno dio vueltas por la plaza de la aldea, sonrío a los hombres, hizo tintinear sus joyas; ningún resultado.

Al día siguiente comunicó su desengaño a la tía.

La vieja le dijo:

-Vuelve a hacerlo esta tarde, y mañana también si hace falta. Llegará un día en que un hombre se interesará por ti.

Pero fue en vano. Pasaban las estaciones. Aquella que no ha Conocido Hombre Alguno se sentía envejecer y cada año se desesperaba un poco más. Cuando hubo visto caer sesenta nieves, su tía exclamó:

-Esto no puede continuar así. Con todos esos hombres pretenciosos, en esta aldea pronto no tendremos más que chicas solteras. Enseñame al valiente que te interesa. Vamos a hechizarlo.

Hacía ya largo tiempo que Aquella que no conocía Hombre Alguno había puesto sus miras en Esquirla de Hueso. Se lo señalo a su tía. Esta preparó un tabaco especial a base de hierbas misteriosas y dijo a su pariente:

-Toma este saquito. Contiene un filtro de amor. Esta noche, cuando los valientes estén alrededor del fuego, ofreceras este tabaco a Esquirla de Hueso. Vigila que lo fume todo, pues de otro modo no actuará el poder de estas hierbas.

Cuando cayó la noche, los hombres formaron un círculo alrededor de la lumbre. Aquella que no ha Conocido Hombre Alguno se acercó a Esquirla de Hueso y le tendió el saquito.

-Esto es para ti -le dijo-. Fuma este tabaco, es muy oloroso y te gustará mucho.

Pero el joven la miró de arriba a abajo, coléricamente.

-Me tomas por un ser corriente para que fume ese tabaco. Un hombre de mi condición no disfruta con placeres tan vulgares.

Desorientada, Aquella que no ha Conocido Hombre Alguno fue a contárselo a su tía.

-Está bien -dijo ésta-. Ya que este hombre no quiere fumar lo haré yo por él.

La vieja llenó su pipa con el tabaco mágico y la encendió. A cada chupada la vieja se hacía más transparente. Casi desapareció. Pero, en realidad, lo único que hacía era cambiar de aspecto. Una vez consumido por completo el tabaco, la vieja tomó la apariencia de un hermoso joven. Este valiente tenía el corazón tierno y sólo pensaba en casarse.

-Ya que buscas esposa yo seré tu mujer -dijo. Aquella que no ha Conocido Hombre Alguno.

El valiente constestó tristemente:

-Por desgracia eso es imposible. Aunque tenga la apariencia de un hombre sigo siendo tu pariente.

A una joven no le conviene casarse con su tía.

-Entonces no ha cambiado nada -gimió Aquella que no ha Conocido Hombre Alguno.

-¡Sí! -dijo el hombre-mujer-. Vas a verlo. Acompáñame hasta el fuego del campo.

Al ver a este joven valiente al que no conocían, los hombres ironizaron. Uno de ellos se burló:

-Mirad a este extranjero. No lleva el tocado redondo en la cabeza y, desde luego, no es un Perro Guerrero.

Otro añadió:

-Debe ser un hombre normal. El fuego se va a apagar, vamos a decirle que vaya a recoger madera.

En lugar de contestar, el hombre-mujer aspiró fuertemente y lanzó el aire con fuerza en dirección al fuego. El humo del tabaco mágico le salió por la boca y por la nariz y cubrió por entero a la asamblea.

El viento del Norte lo disipó y Aquella que no ha Conocido Hombre Alguno lanzó un grito.

Todos los hombres presentes se habían convertido en pavos.

Todos menos uno: Esquirla de Hueso. Pero estaba tan viejo que ya no podía pretender seguir siendo un Perro Guerrero.

Al expulsar el humo por la nariz, el hombre-mujer volvió a convertirse en la tía de Aquella que no ha Conocido Hombre alguno. Dijo a esquirla de Hueso:

-A tu edad necesitas una mujer que te prepare la comida. Te propongo a mi pariente. Debería ser muy adecuada para ti pues ha visto caer tantas nieves como tú.

El viejo se declaró satisfecho y Aquella que no ha Conocido Hombre Alguno vivió muy feliz con él.

Los descendientes de aquellos idatsa siguen siendo igualmente pretenciosos. Pero, hoy en día, tienen un rostro humano. Y si, por casualidad, uno de ellos encuentra un pavo, oculta una sonrisita y se va a su tienda a meditar.



* Los Seres Verdaderos