En un poblado de tiendas situado al pie de las Montañas Resplandecientes vivía una joven con su familia. al nacer, el astro de la noche sólo mostraba su cuarto más menguante; su madre la llamó entonces Pequeña luna.

Pequeña Luna tenía siete hemanos y cuatro hermanas. Su padre era un buen cazador y podía alimentar a varias mujeres.

Había una cosa que sorprendía a la familia de Pequeña Luna: aunque la joven estaba en edad de casarse no podía interesarse por los jóvenes de la tribu. Sus hermanas le hacían bromas sobre ello pero nunca las contestaba. Si bien esa cierto que Pequña Luna hablaba poco y no participaba de sus jugueteos.Con frecuencia la joven se aislaba en la cumbre de la montaña , allí donde ni siquiera los cazadores se atrevían a aventurarse. cuando iba con sus hermanas a buscar leña, Pequeña Luna les decía: <<Recoged vuestra leña, yo voy a dar una vuelta. Volveré antes de que hayáis terminado.>> Luego se alejaba sin especificar nunca adónde iba.

Intrigadas por una actitud tan curiosa, las hermanas decidieron un día observarla sin que se diera cuenta. Esperaron que Pequeña Luna se alejara y la siguieron de lejos. Así llegaron ante una caverna y descubrieron a su hermana en compañia de un oso. Se escondieron y vieron que el gran animal lamía la cara de Pequeña Luna mientras ésta le acariciaba la piel murmurándole al oído dulces palabras.

Las jóvenes huyeron austadas.

Una vez en la aldea, la mayor de las hermanas dijo a su padre:

-Sucede algo horrible. ¡Pequeña Luna es la mujer de un oso!

El padre reunió a sus siete hijos y les dijo:

-Tomad vuestras armas. Resulta que vuestro cuñado es un oso. Ese sucio animal ha debido embrujar a vuestra hermana y lo mejor será matarlo. Pequeña Luna os lo agradecerá.

Los jóvenes partieron hacia el bosque y descubrieron el rastro del oso gracias a las huellas dejadas por el paso de sus hermanas.

Mediante gritos provocadores hicieron salir al animal fuera de la gruta y lo atacaron. El oso era grande y especialmente malvado. Los hermanos tuvieron que librar una dura batalla. Cuando traspasaron al animal con las lanzas, los siete hermanos lo arrojaron a una gran hoguera para que no quedara nada.

Pero Pequeña Luna vio toda la escena desde lo alto de un árbol. Lloró la muerte de su marido. De regreso a la tribu se cubrió el rostro de ceniza y se cortó los largos cabellos en señal de duelo, como si su difunto esposo hubiera sido un hombre.

Esa misma noche su padre dijo a sus mujeres:

-Ojalá ese maldito oso no le haya dado un don mágico a Pequeña Luna. Quizá ese extraño emparejamiento oculta un maleficio.

Las mujeres tranquilizaron a su marido y éste olvidó el mal comportamiento de su hija.

Tras un período de tiempo conveniente, consagrado por entero a su duelo, Pequeña Luna decidió vengar la muerte vergonzosa de su enamorado. Una mañana dijo a sus hermanas:

-Venid conmigo. Ya no estoy de duelo, vamos a jugar al bosque.

Una vez entre la maleza llegaron a un mimbreral. Pequeña Luna volvió a decir:

-Quedaos aquí. Me esconderé y vosotras trataréis de encontrarme.

Desapareció entre los matorrales.

Las muchachas esperaron un rato. Luego se precipitaron hacia los matorrales gritando:

-¿Donde estás, Pequeña Luna? ¡Te vamos a encontrar!

En ese instante salió un horroroso gruñido de detrás de los arbustos. Una osa fuerte y furiosa saltó en medio de las hermanas petrificadas y las mató a zarpazos.

Sólo la más joven consiguió escapar. Corrió hasta el poblado y dio la alarma. La tribu en pleno levantó el campo y corrió a refugiarse en la montaña.

Cuando Pequeña Luna recobró su forma humana y regresó a la aldea no encontró a nadie. Pensó: <<Mi hermana menor ha debido contar que me transformé en oso y la gente tiene miedo.>>

Ya en la montaña, la joven que se había salvado encontró a sus siete hermanos que volvían de una expedición de caza. Les dijo:

-Pequeña Luna tiene un don mágico. Se ha transformado en oso y ha matado a mis hermanas.

El mayor analizó la situación y declaró:

-Ahora es una muchacha muy peligrosa. Tenemos que matarla a nuestra vez; de otro modo, hará más estragos.

-No será fácil -señaló la jovencita-. Cuando se convierte en oso, Pequeña Luna es muy fuerte. Y en ese estado es seguramente invulnerable.

-Tiene que tener un punto débil -dijo el mayor de los hermanos-. Encuéntralo y avísanos. Toma, aquí tienes una liebre. Regálasela a Pequeña Luna para engatusarla.

No muy convencida, la joven volvió a la aldea. Pequeña Luna estaba bajo su tipi. La muchachita entró prudentemente y dijo a su hermana mayor:

-No seas mala conmigo, soy tu hermana pequeña. Mira, te traigo una buena liebre.

Pero Pequeña Luna contestó:

-Quita a ese animalucho de mi vista. Me huele a hombre y eso me irrita.

Al caer la noche, la jovencita se tumbó en una esquina del tipi y esperó a que se durmiera la mujer oso.

Cuando estuvo segura de que su hermana dormía se deslizó junto a sus lecho y le murmuró al oído:

-Alguien quiere hacerte daño. ¿A qué tienes más miedo?

Pequeña Luna soltó un gruñido y contestó:

-No te preocupes por mí. Tengo una medicina muy poderosa. Los tomahawks y las lanzas no pueden nada contra mí. Tengo el poder de destrozarlos con un golpe de pata.

La muchachita insistió:

-¿Entonces no hay ningún arma que pueda matarte?

-Sí -respondió Pequeña Luna-. Me dan miedo las flechas fabricadas con cañas de mimbre.

Al día siguiente la niña fue a ver a sus hermanos.

-Ya sé lo que tenéis que emplear contra la mujer-oso. Las cañas de mimbre.

Los siete jóvenes valientes fueron inmediatamente al mimbreral y cortaron ramas para hacer flechas.

Después, armados así, se introdujeron en la aldea y rodearon el tipi de Pequeña Luna.

Los siete valientes esperaban para sorprenderla cuando por debajo de la tienda se oyó un desagradable gruñido. Pequeña Luna salió. Se había convertido en oso una vez más. Gritó:

-¡El aire apesta a olor a hombre! ¡Dejaos ver y os romperé los huesos!

Avanzaba hacia sus hermanos con las garras extendidas, los belfos entreabiertos mostraban los terribles colmillos.

Los siete hermanos tiraron al mismo tiempo y Pequeña Luna cayó muerta.

Los jóvenes quemaron los restos del oso y comprobaron que desaparecía en las llamas hasta el último vestigio.

Pasados unos días construyeron un nuevo tipi y se instalaron con su hermana pequeña. Pero les invadían los remordimientos. Una noche el mayor dijo:

-No puedo seguir viviendo así. Hemos matado a nuestra hermana y su espíritu me acosa sin cesar.

El más joven añadió:

-Todas las noches me parece oírla gemir detrás de la tienda.

Conjuntamente decidieron aplacar el alma de su hermana haciéndole una ofrenda. Esa noche depositaron una pipa y tabaco ante la entrada del tipi.

Las quejas procedentes del exterior les impidieron dormir durante toda la noche. Al alba, el mayor de los siete hermanos salió y vio que la pipa estaba colocada al revés y el tabaco desparramado por el suelo. Volvió a entrar en la tienda y dijo:

-Pequeña Luna rechaza nuestros regalos. No quiere hacer la paz con nosotros. Tenemos que irnos lejos de aquí si no queremos seguir oyendo sus gemidos.

-¿Pero a dónde? -preguntó el más joven-. Su espíritu nos perseguirá a todas partes.

El mayor afirmó:

-La mejor forma de escabullirnos es metamorfoseándonos nosotros también.

-Convirtámonos en estrella -propuso el más joven-. Ella nunca podrá alcanzarnos en el cielo.

Se aceptó la proposición. Los hermanos encendieron una pipa sagrada. Cada uno de ellos lanzó una voluta de humo hacia la cima del tipi. A continuación el humo los envolvió y los jóvenes se elevaron por los aires.

Subieron... subieron... Y llegados a lo más alto de las nubes formaron una constelación.

Esas siete estrellas* siguen aún brillando. Cerca de ellas hay otra más muy pequeña. Es la hermanita que no ha querido abandonar a sus hermanos.


*Se refiere sin duda a la constelación de la Pléyade.