CARTA DE UN MAGISTRADO ANCIANO A SU HIJO RECIÉN DESIGNADO JUEZ
ESPAÑA SIGLO
XVIII
No sé,
hijo mío, si celebrar o llorar la noticia que me das de haberte honrado su
majestad con la toga de juez. Te contemplo en una esclavitud. Ya no eres mío, ni
tuyo, sino de todo el público. Las obligaciones de este cargo no solo te
emancipan de tu padre, también deben desprenderte de ti mismo. Ya se acabó el
mirar por tu comodidad , por tu salud, por tu reposo, y en el futuro, si llegas
a desposarte, por la compañera de tu vida y por los hijos que Dios te dé, pues
sólo podrás mirar por tu conciencia. Tu bien propio, lo has de considerar como
ajeno, y solo el público como propio, ya no habrá para ti paisanos, amigos y
parientes, ya no tendrás patria, ni carne ni sangre.
Si
dudas contar con la ciencia suficiente o la salud necesaria para cargar con tan
grave peso, si no sientes en ti un corazón robusto e insensible a los problemas
y las amenazas de los poderosos. Si estas muy enamorado de la hermosura del oro,
si te conoces muy sensibles a los ruegos de los parientes y amigos, no puedes,
en mi sentir, entrar con buena conciencia en la
judicatura.
Más si
has decidido tu ingreso, una vez que la toga te sea impuesta sobre tus hombros
deberás ser como la encina, a trueque de cuajo derribada, y nunca inclinarte
como la débil caña al soplo del viento. Tus pasiones, que has de tenerlas sino,
de hombre no fuera, deberás dejarlas en los estrados del Tribunal, pues has de
juzgar sin afecto y sin odios. Tampoco deberás considerarte, por grande que sea
tu talento, genio inspirador, sino modesto servidor de la justicia. El aplauso y
la gloria, han de estar lejos de ti y solo la conciencia del deber cumplido
constituirá tu más cara satisfacción.
Podrás
equivocarte, por ser el error servidor de lo humano, mas en este punto, siempre
deberás recordar dos cosas. Que lo malo no es equivocarse, sino persistir en el
error, y que dos errores jamás hacen una verdad.
También
quiero prevenirte de que a veces el bien y el mal están tan mezclados, que hay
que mantener limpio el corazón para distinguirlos. Sin embargo, junto a zonas
confusas, hay otras que son muy claras, la misericordia será siempre mejor que
la violencia, ayudar al desvalido, mejor que hacerle daño u olvidarlo, actuar
según la conciencia, mejor que hacerlo según el
capricho...
La
templaza ha de serte esencial, porque si la justicia es medida, equilibrio,
ponderancia, balanza y mediatación serena, solo puede alcanzarla el juez con
mente clara y espíritu sereno. La fortaleza también debes tenerla contigo.
Porque si el momento te lo exige, deberá sacrificar en aras de la justicia tu
propia reputación, heroísmo supremo que de ordinario no se valora. Que ni la
frase ligera, ni el concepto atrevido, que propalan las más de las veces hechos
falsos, te orillen a torcer el sentido de la justicia, que deberás hacer
prevalecer a trueque del escarnio, del cargo o de la propia
vida.
Te
escribo todo esto pensando que, si en lo cronológico hay un día y una noche,
también en el camino del que hace justicia hay días y noches, horas de intensa
satisfacción y de profunda amargura y ambas son parte de una misma realidad.
Claro que para entender la noche, hace falta tener mayor agudeza del alma porque
es durante la noche cuando resulta más hermoso creer en la
luz.
Por
último debes saber que algún día más o menos lejano, que para mí ya se ha hecho
presente, cuando hayan cesado las voces de quienes ocurren a ti en demanda de
justicia, cuando te veas envuelto en la penumbra por un sol que, aunque dorado y
brillante, ya se empieza a perder en el ocaso, cuando no tengas más compañía que
un conjunto de libros en el anaquel, y que algunos papeles de trabajo sobre tu
escritorio, habrás de enfrentarte al acto de justicia más terrible, pero también
ineludible, el dictado de la sentencia en tu propia causa, y para ese efecto,
habrá de pasar junto a ti toda tu vida, que habrás de valorar imparcial y
objetivamente sin recurrir al abuso de excluyentes o atenuantes con la misma
imparcialidad que debes a los asuntos de otros.
Quiera
Dios que esa sentencia no solo resulte absolutoria, sino que te declare digno de
la profesión, para mí, más noble y querida, con la que has sido distinguido LA
PROFESIÓN DE JUEZ
Reproducción
textual de la carta proporcionada por la doctora Zulita Fellini y publicada
por la revista de la Asociación de
Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional. República
Argentina.
Digitalizado
por Raúl Eduardo Irigoyen