VICENTE ALEIXANDRE
ANTOLOGÍA
CANCIÓN A
UNA MUCHACHA MUERTA
Dime, dime
el secreto de tu corazón virgen,
dime el
secreto de tu cuerpo bajo tierra,
quiero saber
por qué ahora eres un agua,
esas orillas
frescas donde unos pies desnudos se bañan con espuma.
Dime por qué
sobre tu pelo suelto,
sobre tu
dulce hierba acariciada,
cae,
resbala, acaricia, se va
un sol
ardiente o reposado que te toca
como un
viento que lleva sólo un pájaro o mano.
Dime por qué
tu corazón como una selva diminuta
espera bajo
tierra los imposibles pájaros,
esa canción
total que por encima de los ojos
hacen los
sueños cuando pasan sin ruido.
Oh tú,
canción que a un cuerpo muerto o vivo,
que a un ser
hermoso que bajo el suelo duerme,
cantas color
de piedra, color de beso o labio,
cantas como
si el nácar durmiera o respirara.
Esa cintura,
ese débil volumen de un pecho triste,
ese rizo
voluble que ignora el viento,
esos ojos
por donde sólo boga el silencio,
esos dientes
que son de marfil resguardado,
ese aire que
no mueve unas hojas no verdes.
¡Oh tú,
cielo riente que pasas como nube;
oh pájaro
feliz que sobre un hombro ríes;
fuente que,
chorro fresco, te enredas con la luna;
césped
blando que pisan unos pies adorados!
LOS BESOS
No te
olvides, temprana, de los besos un día.
De los besos
alados que a tu boca llegaron.
Un instante
pusieron su plumaje encendido
sobre el
puro dibujo que se rinde entreabierto.
Te rozaron los dientes. Tú sentiste su
bulto,
En tu boca
latiendo su celeste plumaje.
Ah, redondo
tu labio palpitaba de dicha.
¿Quién no
besa esos pájaros cuando llegan, escapan?
Entreabierta tu boca vi tus dientes
blanquísimos.
Ah, los
picos delgados entre labios se hunden.
Ah, picaron
celestes, mientras dulce sentiste
que tu
cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.
¡Cuán
graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas!
Luz o
pájaros llegan, besos puros, plumajes.
Y oscurecen
tu rostro con sus alas calientes,
que te
rozan. revuelan, mientras ciega tú brillas.
No lo olvides. Felices, mira, van, ahora
escapan.
Mira:
vuelan, ascienden, el azul los adopta.
Suben altos,
dorados. Van calientes, ardiendo.
Gimen,
cantan, esplenden. En el cielo deliran.
MIRADA FINAL
(MUERTE Y
RECONOCIMIENTO)
La soledad,
en que hemos abierto los ojos.
La soledad
en que una mañana nos hemos despertado, caídos,
derribados
de alguna parte, casi no pudiendo reconocernos.
Como un
cuerpo que ha rodado por un terraplén
y, revuelto
con la tierra súbita, se levanta y casi no puede reconocerse.
Y se mira y
se sacude y ve alzarse la nube de polvo que él no es, y ve aparecer sus
miembros,
y se palpa:
"Aquí yo, aquí mi brazo, y este mi cuerpo, y esta mi pierna, e intacta
está mi cabeza";
y todavía
mareado mira arriba y ve por dónde ha rodado,
y ahora el
montón de tierra que le cubriera está a sus pies y él emerge,
no sé si
dolorido, no sé si brillando, y alza los ojos y el cielo destella
con un
pesaroso resplandor, y en el borde se sienta
y casi
siente deseos de llorar. Y nada le duele,
pero le
duele todo. Y arriba mira el camino,
y aquí la
hondonada, aquí donde sentado se absorbe
y pone la
cabeza en las manos; donde nadie le ve, pero un cielo azul apagado parece
lejanamente
contemplarle.
Aquí, en el
borde del vivir, después de haber rodado toda la vida como un instante, me
miro.
Esta tierra
fuiste tú, amor de mi vida? Me preguntaré así cuando en el fin me conozca,
cuando me
reconozca y
despierte,
recién
levantado de la tierra, y me tiente, y sentado en la hondonada, en el fin, mire
un cielo
piadosamente
brillar?
No puedo concebirte a ti, amada de mi
existir, como solo una tierra que se sacude al levantarse,
para acabar
cuando el largo rodar de la vida ha cesado.
No, polvo
mío, tierra súbita que me ha acompañado todo el vivir.
No, materia
adherida y tristísima que una postrer mano, la mía misma, hubiera al fin de
expulsar.
No: alma más
bien en que todo yo he vivido, alma por la que me fue la vida posible
y desde la
que también alzaré mis ojos finales
cuando con
estos mismos ojos que son los tuyos, con los que mi alma contigo todo lo
mira,
contemple
con tus pupilas, con las solas pupilas que siento bajo los párpados,
en el fin el
cielo piadosamente brillar.
LAS MANOS
Mira tu
mano, que despacio se mueve,
transparente,
tangible, atravesada por la luz,
hermosa,
viva, casi humana en la noche.
Con reflejo
de luna, con dolor de mejilla, con vaguedad de sueño
mírala así
crecer, mientras alzas el brazo,
búsqueda
inútil de una noche perdida,
ala de luz
que cruzando en silencio
toca carnal
esa bóveda oscura.
No fosforece tu pesar, no ha atrapado
ese caliente
palpitar de otro vuelo.
Mano volante
perseguida: pareja.
Dulces,
oscuras, apagadas, cruzáis.
Sois las amantes vocaciones, los signos
que en la
tiniebla sin sonido se apelan.
Cielo
extinguido de luceros que, tibios,
campo a los
vuelos silenciosos te brindas.
Manos de amantes que murieron,
recientes,
manos con
vida que volantes se buscan
y cuando
chocan y se estrechan encienden
sobre los
hombres una luna instantánea.