Miguel de Cervantes Saavedra

LOS BAÑOS DE ARGEL

Personas que hablan en ella:

  • CAURALÍ, capitán de Argel
  • YZUF, renegado
  • Cuatro MOROS
  • Otro MORO
  • UNO
  • Dos OTROS
  • Un VIEJO
  • JUANICO, [un hijo suyo]
  • FRANCISQUITO, [otro hijo suyo]
  • Un SACRISTÁN
  • COSTANZA, cristiana
  • CAPITÁN cristiano
  • Dos ARCABUCEROS cristianos
  • Don FERNANDO
  • GUARDIÁN Bají
  • Un CAUTIVO
  • Un CRISTIANO cautivo
  • Don LOPE, cautivo
  • VIVANCO, cautivo
  • HAZÉN, renegado
  • ZARAHOJA, moro
  • HAZÁN Bají, rey de Argel
  • El CADÍ
  • HALIMA, mora, mujer de Cauralí
  • ZARA, mora
  • Tres MOR[ILL]OS pequeños
  • AMBROSIO
  • La señora CATALINA
  • Un JUDÍO
  • OSORIO
  • GUILLERMO, pastor

JORNADA PRIMERA


CAURALÍ, capitán de Argel; YZUF, renegado; otros
cuatro MOROS, que se señalan así: 1, 2, 3, 4


YZUF:                De en uno en uno y con silencio vengan,
                 que ésta es la trocha, y el lugar es éste,
                 y a la parte del monte más se atengan.
CAURALÍ:             Mira, Yzuf, que no yerres, y te cueste
                 la vida el no acertar.
YZUF:                                   Pierde cuidado; 
                 haz que la gente el hierro y fuego apreste.

CAURALÍ:             ¿Por dó tienes, Yzuf, determinado
                 que demos el asalto?
YZUF:                                   Por la sierra,
                 lugar que, por ser fuerte, no es guardado.
                     Nací y crecí, cual dije, en esta tierra, 
                 y sé bien sus entradas y salidas
                 y la parte mejor de hacerle guerra.
CAURALÍ:             Ya vienen las escalas prevenidas,
                 y están las atalayas hasta agora
                 con borrachera y sueño entretenidas. 
YZUF:                Conviene que los ojos de la aurora
                 no nos hallen aquí.
CAURALÍ:                               Tú eres el todo:
                 guía, y embiste, y vence.
YZUF:                                      Sea en buen hora,
                     y no se rompa en cosa alguna el modo
                 que tengo dado; que con él, sin duda, 
                 a daros la victoria me acomodo,
                     primero que socorro alguno acuda.


[Vanse].  Suena dentro vocería de moros; enciénde[n]se hachos, 
pónese fuego al lugar, sale un VIEJO a la muralla medio desnudo 
y dice


[VIEJO]:             ¡Válame Dios! ¿Qué es esto?
                 ¿Moros hay en la tierra?
                 ¡Perdidos somos, triste! 
                 ¡Vecinos, que os perdéis; al arma, al arma!
                 De los atajadores
                 la diligencia ha sido
                 aquesta vez burlada;
                 las atalayas duermen, todo es sueño. 
                 ¡Oh si mis prendas caras,
                 cual un cristiano Eneas,
                 sobre mis flacos hombros
                 sacase deste incendio a luz segura!
                 ¿Que no hay quien grite al arma? 
                 ¿No hay quien haga pedazos
                 esas campanas mudas?
                 ¡A socorreros voy, amados hijos!


[Vase].  Sale el SACRISTÁN a la muralla, con una sotana vieja 
y un paño de tocar


SACRISTÁN:           Turcos son, en conclusión.
                 ¡Oh torre, defensa mía!, 
                 ventaja a la sacristía
                 hacéis en esta ocasión.
                     Tocar las campanas quiero,
                 y gritar apriesa al arma;


Toca la campana


                 el corazón se desarma 
                 de brío, y de miedo muero.
                     Ningún hacho en la marina
                 ninguna atalaya enciende,
                 señal do se comprehende
                 ser cierta nuestra rüina. 
                     Como persona aplicada
                 a la Iglesia, y no al trabajo,
                 mejor meneo el badajo
                 que desenvaino la espada.


Torna a tocar y éntrase.  Salen al teatro CAURALÍ,
YZUF y otros dos MOROS


YZUF:                Por esta parte acudirán, sin duda, 
                 los que del monte quieran ampararse;
                 sosiégate, y verás medrosa y muda
                 gente que viene por aquí a salvarse;
                 y, antes que aquella del socorro acuda,
                 conviene que se acuda al retirarse. 
CAURALÍ:         ¿Los bajeles no están bien a la orilla?
MORO 1:          Y estibados de gusto y de mancilla.


Sale el VIEJO que salió a la muralla, con un niño en brazos medio 
desnudo y otro pequeño de la mano


VIEJO:               ¿Adónde os llevaré, pedazos vivos
                 de mis muertas entrañas? Si a ventura
                 tendría, antes que fuésedes cautivos, 
                 veros en una estrecha sepultura.
CAURALÍ:         De aquesos tus discursos pensativos
                 te sacará mi espada, que procura,
                 sin acudir al gusto de tu muerte,
                 darte la vida y ensalzar mi suerte. 
FRANCISQUITO:        ¿Para qué me sacó, padre, del lecho?
                 ¡Que me muero de frío! ¿Adónde vamos?
                 Llégueme a mí, como a mi hermano, al pecho.
                 ¿Cómo tan de mañana madrugamos?
VIEJO:           ¡Oh, deste inútil tronco ya y deshecho, 
                 tiernos, amables y hermosos ramos!
                 No sé dó voy; aunque, si bien se advierte,
                 deste camino el fin será mi muerte.
CAURALÍ:             Llévalos tú, Bairán, a la marina,
                 y mira bien que esté la armada a punto, 
                 porque, según os muestra la bocina,
                 la esposa de Titón ya viene junto.


[Vase] el VIEJO; sale el SACRISTÁN


VIEJO:           Huir el mal que el Cielo determina,
                 es trabajo excusado.
SACRISTÁN:                            Yo barrunto,
                 si el cielo mi agudeza no socorre, 
                 que estaba más seguro yo en mi torre.
                     ¿Quién me engañó? Y más si, a dicha, yerro
                 el camino o atajo de la sierra.
CAURALÍ:         ¡Camina, perro, a la marina!
SACRISTÁN:                                    ¿Perro?
                 Agora sé que fue mi madre perra. 
CAURALÍ:         Aguija tú con él, y zarpe el ferro
                 la capitana, y vaya tierra a tierra,
                 hasta la cala donde dimos fondo.
                 

[Vase] el MORO y el SACRISTÁN


[YZUF]:          ¿Qué es lo que dices Cauralí?
MORO 2:                                        Yo no respondo.
YZUF:                Escucha, Cauralí, que me parece 
                 que una trompeta a mis oídos suena.
CAURALÍ:         Sin duda, es el temor el que te ofrece
                 el son que tus bravezas desordena.
YZUF:            Toca tú a recoger, que ya amanece,
                 y está tu armada de despojos llena, 
                 y creo que el socorro se avecina.
                 ¡A la marina!
CAURALÍ:                         ¡Hola, a la marina!


[Vanse].  Suena una trompeta bastarda; salen cuatro MOROS, 
uno tras otro, cargados de despojos


[MORO] 1:            Aunque la carga es poca, es de provecho.
[MORO] 2:        Yo no sé lo que llevo, pero vaya.
[MORO] 3:        Lo que hasta aquí está hecho, está bien hecho. 
[MORO] 4:        ¡Permita Alá que esté libre la playa!


Sale un MORO con una doncella, llamada COSTANZA, medio
desnuda


COSTANZA:        Saltos el corazón me da en el pecho;
                 falta el aliento, el ánimo desmaya.
                 Llévame más despacio.
MORO:                                  ¡Aguija, perra,
                 que el mar te aguarda!
COSTANZA:                               ¡Adiós, mi cielo y tierra! 


[Vase] COSTANZA.  Sale UNO a la muralla


UNO:                 ¡A la marina, a la marina, amigos,
                 que los turcos se embarcan muy apriesa!
                 Si aguijáis, dejarán los enemigos
                 la mal perdida y mal ganada presa.


[Sale] un ARCABUCERO cristiano


ARCABUCERO:      Sólo habremos llegado a ser testigos 
                 de que Troya fue aquí.
OTRO [1]:                             ¡Fortuna aviesa,
                 pon alas en mis pies, fuego en mis manos!
OTRO [2]:        Nuestros ahíncos han salido vanos,
                     porque ya los turcos son embarcados
                 y en jolito se están cerca de tierra. 


[Sale] el CAPITÁN cristiano


CAPITÁN:         ¡Oh! ¡Mal hayan mis pies, acostumbrados,
                 más que a la arena, a riscos de la sierra!
                 ¿Qué han hecho los jinetes?
UNO:                                          Desmayados
                 llegaron los caballos tierra a tierra,
                 a tiempo que zarpaban las galeras, 
                 y tras ellos llegaron tres banderas.
                     Los dos atajadores de la playa
                 muertos hallé de arcabuzazos, creo.
                 La oscuridad disculpa al atalaya
                 del mísero suceso que aquí veo. 
OTRO [1]:        ¿Qué habemos de hacer?
CAPITÁN:                                La gente vaya
                 tomando por el monte algún rodeo,
                 y embósquese en la cala allí vecina,
                 por ver lo que el cosario determina.
UNO:                 ¿Qué ha de determinar, si no es tornarse 
                 a Argel, pues que su intento ha conseguido?
CAPITÁN:         ¿Quién puede a tan gran hecho aventurarse?
OTRO [1]:        Si él es Morato Arráez, es atrevido;
                 cuanto más, que bien puede imaginarse
                 que de algún renegado fue traído, 
                 plático desta tierra.
CAPITÁN:                                Désta hay uno
                 que en ser traidor no se le iguala alguno.
                     ¿Adónde está mi hermano?
UNO:                                          Llegó apenas,
                 cuando, despavorido y sin aliento,
                 se arrojó en el lugar.
CAPITÁN:                                Hallará estrenas 
                 triste[s] de su esperado casamiento.


Parece en la muralla Don FERNANDO


D. FERNANDO:     Puntas de cristal claro, y no de almenas,
                 murallas de bruñido y rico argento
                 que guardastes un tiempo mi esperanza,
                 ¿dónde hallaré, decidme, a mi Costanza? 
                     Techos que vomitáis llamas teosas,
                 calles de sangre y lágrimas cubiertas,
                 ¿adónde de mis glorias ya dudosas
                 está la causa, y de mis penas ciertas?
                 Descubre, ¡oh sol!, tus hebras luminosas; 
                 abre ya, aurora, tus rosadas puertas;
                 dejadme ver el mar, donde navega
                 el bien que el cielo por mi mal me niega.
CAPITÁN:             Vámosle a socorrer, no desespere;
                 que en lo que dice da de loco indicio. 
UNO:             Bien dices; vamos, que su mal requiere
                 fuerte y apresurado beneficio.


[Vanse]


D. FERNANDO:     Mas, ¿qué digo, cuitado? Bien se infiere
                 de las reliquias deste maleficio
                 que va cautiva mi querida prenda, 
                 y es bien que a dalle libertad atienda.


[Vase] Don FERNANDO, y parece el CAPITÁN en la muralla con 
otro soldado


                     Desde aquel risco levantado, quiero
                 hacer señal; quizá querrá el vil moro
                 trocar la hermosura por dinero
                 a quien no pagará ningún tesoro. 
CAPITÁN:         Ya no está aquí mi hermano; el dolor fiero
                 temo que no le saque del decoro
                 que debe a ser quien es. ¡Oh caso extraño!
UNO:             Señor, por allí va, si no me engaño.


[Vase] el CAPITÁN; sale Don FERNANDO, y va subiendo por un
risco


D. FERNANDO:         Subid, ¡oh pies cansados!; 
                 llegad a la alta cumbre
                 desta encumbrada y rústica aspereza,
                 si ya de mis cuidados
                 la inmensa pesadumbre
                 no os detiene en mitad de su maleza. 
                 Ya a descubrir se empieza
                 la máquina terrible
                 que con ligero vuelo
                 la carga de mi cielo
                 lleva en su vientre tragador y horrible; 
                 ya las alas estiende,
                 ya le ayudan los pies, ya al curso atiende.
                     No será de provecho
                 esta señal que muestro
                 de rescate, de paz y de alïanza; 
                 ni la voz de mi pecho,
                 aunque a gritar me adiestro,
                 ha de alcanzar do mi deseo alcanza.
                 ¿Ah, mi amada Costanza!
                 ¡Ah, dulce, honrada esposa! 
                 No apliques los oídos
                 a ruegos descreídos,
                 ni a la fuerza agarena poderosa
                 os entreguéis rendida,
                 que aún yo para la vía tengo vida. 
                     Volved, volved, tiranos,
                 que de vuestra codicia
                 ofrezco de llenar con gusto y gloria
                 los senos; y las manos,
                 ajenas de avaricia, 
                 sin duda aumentarán vuestra victoria.
                 Volved, que es vil escoria
                 cuanto lleváis robado,
                 si no lleváis los dones
                 que os ofrezco a montones 
                 en cambio de mi sol, que va eclipsado
                 entre las pardas nubes
                 que tú del mar, ¡oh blando cierzo!, subes.
                     De Arabia todo el oro,
                 del Sur todas las perlas, 
                 la púrpura de Tiro más preciosa,
                 con liberal decoro
                 ofrezco, aunque el tenerlas
                 os venga a parecer dificultosa.
                 Si me volvéis mi esposa, 
                 un nuevo mundo ofrezco,
                 con todo cuanto encierra
                 todo el cielo y la tierra.
                 Locuras digo; mas, pues no merezco
                 alcanzar esta palma, 
                 llevad mi cuerpo, pues lleváis mi alma.


Arrójase del risco. Sale el GUARDIÁN Bají y un 
CAUTIVO con papel y tinta


GUARDIÁN:            ¡Hola; al trabajo, cristianos!
                 No quede ninguno dentro;
                 así enfermos como sanos,
                 no os tardéis, que, si allá entro, 
                 pies os pondrán estas manos.
                     Que trabajen todos quiero,
                 ya [pá]paz, ya caballero.
                 ¡Ea, canalla soez!
                 ¿Heos de llamar otra vez? 


Sale un CAUTIVO, y van saliendo de mano en mano los que
pudieren


UNO:             Yo quiero ser el primero.
GUARDIÁN:            Éste a la leña le asienta;
                 éste vaya a la marina;
                 ten en todo buena cuenta;
                 treinta aquel burche encamina, 
                 y a la muralla sesenta;
                     veinte al horno, y diez envía
                 a casa de Cauralí.
                 Y abrevia, que se va el día.
[CAUTIVO]:E      Por cuarenta envió el cadí; 
                 dárselos es cortesía.
GUARDIÁN:            Y aun fuerza. En eso no pares;
                 enviarás otros dos pares
                 a los ladrillos de ayer.
[CAUTIVO]:       Para todos hay qué hacer, 
                 aunque fueran dos millares.
                     ¿Dónde irán los caballeros?
GUARDIÁN:        Déjalos hasta mañana,
                 que serán de los primeros.
[CAUTIVO]:       ¿Y si pagan?
GUARDIÁN:                      Cosa es llana 
                 que hay sosiego do hay dineros.
[CAUTIVO]:           Yo con ellos me avendré,
                 de modo que se te dé
                 gusto y honesta pitanza.
GUARDIÁN:        Despacha a la maestranza. 
[CAUTIVO]:       Ve con Dios, que sí haré.


[Vase].  Salen don LOPE y VIVANCO, cautivos, con sus cadenas a los
pies


D. LOPE:             Ventura, y no poca, ha sido
                 haber escapado hoy
                 del trabajo prevenido.
VIVANCO:         Cuando no trabajo, estoy 
                 más cansado y más molido.
                     Para mí es grave tormento
                 este estrecho encerramiento,
                 y es alivio a mi pesar
                 ver el campo o ver la mar. 
D. LOPE:         Pues yo en verlo me atormento,
                     porque la melanconía
                 que el no tener libertad
                 encierra en el alma mía,
                 quiere triste soledad 
                 más que alegre compañía.
                     Trabajar y no comer,
                 bien fácil se echa de ver
                 que son pasos de la muerte.


Sale un CRISTIANO cautivo, que viene huyendo del GUARDIÁN,
que viene tras él dándole de palos


GUARDIÁN:        ¡Oh chufetre! ¿Desta suerte 
                 siempre os habéis de esconder?
                     Que os crïastes en regalo,
                 inútil perro, barrunto.
CRISTIANO:       ¡Por Dios, fende, que estoy malo!
GUARDIÁN:        Pues yo os curaré en un punto 
                 con el sudor deste palo.
CRISTIANO:           Con calentura contina,
                 que me turba y desatina,
                 estoy ha más de dos días.


[Vanse], dándole de palos, estos dos


GUARDIÁN:        ¿Y por eso te escondías? 
CRISTIANO:       Sí, fende.
GUARDIÁN:                    ¡Perro, camina!
D. LOPE:             ¡Por Dios, que es un buen soldado,
                 y no lo hace de vicio
                 el mísero apaleado!
VIVANCO:         Mirad, pues, qué beneficio 
                 ha en su enfermedad hallado.
                     ¿No es notable desatino
                 que está un cautivo vecino
                 a la muerte y no le creen?
                 Y, cuando muerto le ven, 
                 dicen: "¡Gualá, que el mezquino
                     estaba malo, sin duda!"
                 ¡Oh canalla fementida,
                 de toda piedad desnuda!
                 ¿Quién, al perder de la vida, 
                 queréis que al mentir acuda?
                     De nuestra calamidad
                 con vuestra incredulidad,
                 la muerte es testigo cierto;
                 más creéis a un hombre muerto, 
                 que al vivo de más verdad.
D. LOPE:             Alza los ojos y atiende
                 a aquella parte, Vivanco,
                 y mira si comprehende
                 tu vista que un paño blanco 
                 de una luenga caña pende.


Parece una caña, atado un paño blanco en ella, con un
bulto


VIVANCO:             Bien dices, y atado está.
                 Quiérome llegar allá
                 para ver esta hazaña.
                 ¡Por Dios, que se alza la caña! 
D. LOPE:         Ve, quizá se abajará.
VIVANCO:             No es para mí esta aventura,
                 don Lope; ven tú a proballa,
                 que no sé quién me asegura
                 que han de venir a alcanzalla 
                 las manos de tu ventura.
D. LOPE:             Algún muchacho habrá puesto
                 cebo o lazo allí dispuesto
                 para cazar los vencejos.
VIVANCO:         No está hondo, ni está lejos; 
                 ven, y verémoslo presto.
                     ¿No ves cómo se te inclina
                 la caña? ¡Vive el Señor,
                 que ésta es cosa peregrina!
D. LOPE:         En el trapo está el favor. 
VIVANCO:         Si es favor, desata aína.
D. LOPE:             Once escudos de oro son;
                 entrellos viene un doblón
                 que parece necesario
                 paternóster del rosario. 
VIVANCO:         ¡Bien propria comparación!
D. LOPE:             La caña se tornó a alzar.
                 ¿Qué maná del cielo es ésta?
                 ¿Qué Abacuc nos vino a dar
                 en nuestra prisión la cesta 
                 deste que es más que manjar?
VIVANCO:             ¿Por qué, don Lope, no acudes
                 a dar gracias y saludes
                 a quien hizo esta hazaña?
                 ¡Oh caña, de hoy más no caña, 
                 sino vara de virtudes!
D. LOPE:             ¿A quién quieres que las dé,
                 si en aquella celosía
                 estrecha nadie se ve?
VIVANCO:         Pues alguien aquesto envía. 
D. LOPE:         Claro está, mas quién, no sé.
                     Quizá será renegada
                 cristiana la que se agrada
                 de mostrarse compasiva,
                 o ya cristiana cautiva 
                 en esta casa encerrada.
                     Mas, quienquiera que ella sea,
                 es bien que las apariencias
                 de agradecidos nos vea:
                 hazle dos mil reverencias, 
                 porque nuestro intento crea;
                     yo a lo morisco haré
                 ceremonias, por si fue
                 mora la que hizo el bien.
                 

[Sale] HAZÉN, renegado


D. LOPE:         Calla, porque viene Hazén. 
VIVANCO:         ¡Noramala venga el pe...!
                     Las dos erres y la o
                 me como contra mi gusto.
D. LOPE:         Creo, por Dios, que te oyó.
VIVANCO:         Si él me oyó, por Dios, fue justo 
                 no acabar su nombre yo.
HAZÉN:               Con vuestras dos firmas solas
                 pisaré alegre y contento
                 las riberas españolas;
                 llevaré propicio el viento, 
                 manso el mar, blandas sus olas.
                     A España quiero tornar,
                 y a quien debo confesar
                 mi mozo y antiguo yerro;
                 no como Yzuf, aquel perro 
                 que fue a vender su lugar.


Dales un papel escrito


                     Aquí va cómo es verdad
                 que he tratado a los cristianos
                 con mucha afabilidad,
                 sin tener en lengua o manos 
                 la turquesca crüeldad;
                     cómo he a muchos socorrrido;
                 cómo, niño, fui oprimido
                 a ser turco; cómo voy
                 en corso, pero que soy 
                 buen cristiano en lo escondido,
                     y quizá hallaré ocasión
                 para quedarme en la tierra,
                 para mí, de promisión.
D. LOPE:         Es la enmienda en el que yerra 
                 arras de su salvación.
                     Echaremos de buen grado
                 las firmas que nos pedís,
                 que ya está experimentado
                 ser verdad cuanto decís, 
                 Hazén, y que sois honrado.
                     Y quiera el cielo divino
                 que os facilite el camino
                 como vos lo deseáis.
VIVANCO:         A mucho os determináis. 
HAZÉN:           Pues a más me determino;
                     que he de procurar alzar
                 la galeota en que voy.
D. LOPE:         ¿Cómo lo pensáis trazar?
HAZÉN:           Ya con otros cuatro estoy 
                 convenido.
VIVANCO:                     Temo azar,
                     si es que entre muchos se sabe:
                 que no hay cosa que se acabe
                 aquí en Argel sin afrenta
                 cuando a muchos se da cuenta. 
HAZÉN:           En los que digo, más cabe.
D. LOPE:             ¿Sabrías decir, Hazén,
                 quién mora en aquella casa?
HAZÉN:           ¿En aquella?
VIVANCO:                       Sí.
HAZÉN:                             Muy bien.
                 Un moro de buena masa, 
                 principal y hombre de bien,
                     y rico en extremo grado;
                 y, sobre todo, le ha dado
                 el cielo una hija tal,
                 que de belleza el caudal 
                 todo en ella está cifrado.
                     Muley Maluco apetece
                 ser su marido.
D. LOPE:                        Y el moro
                 ¿qué dice?
HAZÉN:                       Que la merece,
                 no por rey, mas por el oro 
                 que en la dote el rey ofrece:
                     que en esta nación confusa
                 que dé el marido se usa
                 la dote, y no la mujer.
VIVANCO:         ¿Y ella está del parecer 
                 del padre?
HAZÉN:                       No lo rehúsa.
D. LOPE:             ¿Está acaso alguna esclava,
                 ya renegada o cristiana,
                 en esta casa?
HAZÉN:                         Una estaba
                 años ha, llamada Juana. 
                 Sí, sí; Juana se llama[ba],
                     y el sobrenombre tenía,
                 creo, que de Rentería.
D. LOPE:         ¿Qué se hizo?
HAZÉN:                          Ya murió,
                 y a aquesta mora crïó 
                 que denantes os decía.
                     Ella fue una gran matrona,
                 archivo de cristiandad,
                 de las cautivas corona;
                 no quedó en esta ciudad 
                 otra tan buena persona.
                     Los tornadizos lloramos
                 su falta, porque quedamos
                 ciegos sin su luz y aviso.
                 Por cobralla, el cielo quiso 
                 que la perdiesen sus amos.
D. LOPE:             Vete en paz, y aquesta tarde
                 ven por tus firmas, Hazén.


Vane HAZÉN


HAZÉN:           La Trinidad toda os guarde.
VIVANCO:         Bien podemos deste bien 
                 hacer otra vez alarde.
                     ¿Cuántos son?
D. LOPE:                           ¿Once no dije?
                 Pero lo que aquí me aflige
                 es no ver [a] quien los dio.
VIVANCO:         ¿Quién? Para mí tengo yo 
                 que fue Aquél que el cielo rige,
                     que por no vistos caminos
                 su pródiga mano acorre
                 a los míseros mezquinos;
                 y ansí, a nosotros socorre, 
                 aunque de tal gracia indignos.


Parece la caña otra vez, con otro paño de más
bulto


                     Mira que otra vez asoma
                 la caña.
D. LOPE:                   Trabajo toma
                 de ir a ver si se te inclina.
VIVANCO:         Aquesta pesca es divina, 
                 aunque sea de Mahoma.
                     Mas, apenas muevo el pie
                 hacia allá, cuando levantan
                 la caña, y no sé por qué;
                 si es que de mí se espantan, 
                 díganlo y me volveré.
                     Para ti, amigo, se guarda
                 esta ventura gallarda;
                 ven y veremos lo que es;
                 y no empereces los pies, 
                 que, si el bien llega, no tarda.


Inclínase la caña a don LOPE, y desata el
paño


D. LOPE:             Más peso tiene, a mi ver,
                 que el de denantes aquéste.
VIVANCO:         Más numos debe de haber.
D. LOPE:         ¡Ta, ta, billetico es éste! 
VIVANCO:         ¿Quiéresle agora leer?
                     Mira si es oro o argento,
                 primero, que de contento
                 estoy para reventar.
                 ¿Que no lo queréis mirar? 


Pónese don LOPE a leer el billete; y, antes que le acabe de leer,
dice


D. LOPE:         ¡Por Dios, que pasan de ciento,
                     y son los más de a dos caras!
VIVANCO:         ¿Para qué a leer te paras?
                 A contarlos te apresura.
D. LOPE:         Cierto que es esta aventura 
                 rarísima entre las raras.
VIVANCO:             ¿Qué es lo que dice el papel?
D. LOPE:         En lo poco que he leído,
                 milagros he visto en él.
VIVANCO:         Oye, que siento rüido. 
D. LOPE:         Gente viene de tropel;
                     en el rancho nos entremos,
                 adonde a solas podremos
                 ver lo que el billete dice.
VIVANCO:         ¿Despedístete?
D. LOPE:                         Sí hice. 
VIVANCO:         Desorejado tenemos.


Sale el GUARDIÁN Bají y un moro llamado CARAHOJA,
y un CRISTIANO atadas las orejas con un paño sangriento, como que las trae
cortadas


CARAHOJA:            ¿No os dije, perro insensato,
                 que, si huíades por tierra,
                 que os haría aqueste trato?
CRISTIANO:       Es grande el gusto que encierra 
                 voz de libertad.
CARAHOJA:                        ¡Oh ingrato!
                     Por la mar te he aconsejado
                 que huyas; mas tú, malvado,
                 que en los estorbos no miras,
                 siempre a huir por tierra aspiras. 
CRISTIANO:       Hasta quedar enterrado.
CARAHOJA:            Tres veces por tierra ha huido
                 este perro, y treinta doblas
                 di aquellos que le han traído.
CRISTIANO:       Si las prisiones no doblas, 
                 haz cuenta que me has perdido:
                     que, aunque me desmoches todo,
                 y me pongas de otro modo
                 peor que éste en que me veo,
                 tanto el ser libre deseo, 
                 que a la fuga me acomodo
                     por la tierra o por el viento,
                 por el agua y por el fuego;
                 que, a la libertad atento,
                 a cualquier cosa me entrego 
                 que me muestre este contento.
                     Y, aunque más te encolerices,
                 respondo a lo que me dices,
                 que das en mi huida cortes,
                 que no importa el ramo cortes, 
                 si no arrancas las raíces.
                     Si no me cortas los pies,
                 al huirme no hay reparo.
GUARDIÁN:        Carahoja, ¿éste no es
                 español?
CARAHOJA:                 ¿Pues no está claro? 
                 ¿En su brío no lo ves?
GUARDIÁN:            Por Alá, que, aunque esté muerto,
                 estás de guardallo incierto.
                 ¡Éntrate, perro, a curar!
                 Aqueste le habrás de dar 
                 a la limosna.
CARAHOJA:                      Está cierto.


[Vase] el CRISTIANO


GUARDIÁN:            Oye, que un tiro han tirado
                 en la mar.
CARAHOJA:                    No le he sentido.


[Sale] un CAUTIVO


CAUTIVO:         Fendi, Cauralí es llegado,
                 y viene, según he oído, 
                 rico, próspero y honrado;
                     y el rey sale a la marina,
                 que ver allí determina
                 los cautivos y el despojo.
GUARDIÁN:        ¿Quieres venir?
CARAHOJA:                          Yo estoy cojo. 
GUARDIÁN:        Pues poco a poco camina.



                [Vanse].  Vuelven a salir Don LOPE y VIVANCO


VIVANCO:             Léele otra vez, que me admira
                 la sencillez que contiene
                 y el grande intento a que aspira.
D. LOPE:         Mira bien si alguno viene, 
                 y a esta parte te retira.
                     El billete dice así;
                 en toda mi vida vi
                 razones así sencillas.
                 ¡Éstas son tus maravillas, 
                 gran Señor!
VIVANCO:                     Acaba, di.


Lee el billete Don LOPE


[D. LOPE]:       Mi padre, que es muy rico, tuvo por cautiva 
                 a una cristiana, que me dio leche y me enseñó 
                 todo el cristianesco. Sé las cuatro oracio-nes, 
                 y leer y escribir, que ésta es mi letra. Díjome 
                 la cristiana que Lela Marién, a quien vosotros 
                 llamáis Santa María, me quería mu-cho, y que un 
                 cristiano me había de llevar a su tierra. 
                 Muchos he visto en ese baño por los agujeros 
                 desta celosía, y ninguno me ha parecido bien, 
                 sino tú. Yo soy hermosa, y tengo en mi poder 
                 muchos dineros de mi padre. Si quieres, yo te
                 daré muchos para que te rescates, y mira tú 
                 cómo podrás llevarme a tu tierra, donde te has de 
                 casar conmigo; y, cuando no quisieres, no se me
                 dará nada: que Lela Marién tendrá cuidado de 
                 darme marido. Con la caña me podrás responder 
                 cuando esté el baño sin gente. Envíame a decir 
                 cómo te llamas, y de qué tierra eres, y si eres 
                 casado; y no te fíes de ningún moro ni renegado. 
                 Yo me llamo Zara, y Alá te guarde.

                     ¿Qué te parece?
VIVANCO:                              Que el cielo
                 se nos descubre en la tierra
                 en este tan santo celo.
D. LOPE:         Sin duda, en Zara se encierra 
                 toda la bondad del suelo.
VIVANCO:             Quizá nos está mirando.
                 Vuelve, y haz, de cuando en cuando,
                 señales de agradecido.
                 Mas, ¿en qué te has suspendido? 
D. LOPE:         La respuesta estoy pensando.
VIVANCO:             ¿Pues hay más que responder,
                 sino que harás todo cuanto
                 fuere al caso menester?


[Sale] HAZÉN


D. LOPE:         Hazén vuelve.
HAZÉN:                          Estimo en tanto 
                 el bien que me habéis de hacer,
                     que, hasta tenerle en mi pecho,
                 no puedo tener sosiego.
                 

Vuélvele el papel


D. LOPE:         Amigo Hazén, ya está hecho;
                 y, así como yo os lo entrego 
                 con gusto, os haga el provecho.
VIVANCO:             ¿Es verdad que ya ha llegado
                 Cauralí?
HAZÉN:                      Ya se ha mostrado
                 al cabo de Metafús.
D. LOPE:         ¿En qué piensas?
HAZÉN:                            Ahora, ¡sus!, 
                 yo he de ver al renegado
                     y decirle de mí a él
                 quién es.
VIVANCO:                     ¿Por Yzuf dirás?
HAZÉN:           Por ese perro crüel
                 digo.
D. LOPE:                 Pues muy mal harás 
                 en tomarte, Hazén, con él.
VIVANCO:             Déjale; Dios le maldiga.
HAZÉN:           El alma se me fatiga
                 en ver que este perro infame
                 su sangre venda y derrame 
                 como si fuera enemiga.
                     Dios me ayude, a Dios quedad,
                 que jamás no me veréis,
                 y Dios os dé libertad.
VIVANCO:         ¡Mirad, Hazén, lo que hacéis! 


[Vase] HAZÉN


HAZÉN:           ¡Dios mueve mi voluntad!
VIVANCO:             ¿Apostaréis que se toma,
                 según la ira le doma,
                 con Yzuf?
D. LOPE:                     Ya le acabase,
                 porque del suelo quitase 
                 este rayo de Mahoma.
                     ¿No será bien que escribamos,
                 por si otra vez se aparece
                 esta estrella que miramos?
VIVANCO:         Así a mí me lo parece, 
                 ya, y ahora.
D. LOPE:                     Vamos.
VIVANCO:                            Vamos.


[Vanse].  Sale[n] Hazán BAJÁ, rey de Argel, y el CADÍ y CARAHOJA, 
y HAZÉN, el GUARDIÁN bají y otros MOROS de acompañamiento; 
suenan chirimías y grita de desembarcar


BAJÁ:                ¡Bueno viene Cauralí!
                 De alegría da gran muestra.
                 ¿Qué dices, guardián Bají?
GUARDIÁN:        De su industria y de su diestra 
                 siempre estos efecto vi;
                     es valiente, y fue guïado
                 por un bravo renegado.
BAJÁ:            ¿No fue Yzuf?
GUARDIÁN:                      Yzuf se llama,
                 a quien pregona la fama 
                 por buen moro y buen soldado.


[Salen] CAURALÍ y YZUF


CAURALÍ:             Dame tus pies, fuerte Hazán,
                 como mi rey y señor.
BAJÁ:            Mis pies por jamás se dan
                 a labios de tal valor 
                 y a tan bravo capitán.
                     Del suelo os alzad.
YZUF:                                    A mí
                  darás lo que a Cauralí
                 niegas con justa razón.
BAJÁ:            De entrambos mis brazos son. 
CADÍ:            Y también los del Cadí.
                     En buen hora seas venido.
CAURALÍ:         En la mesma estés.
CADÍ:                               Pues bien:
                 ¿haos España enriquecido?
                 Porque lo suele hacer bien 
                 con el cosario atrevido.
YZUF:                Mi pueblo se saqueó,
                 y, aunque poca, en él se halló
                 ganancia y algún cautivo.
HAZÉN:           ¡Oh, más que Nerón esquivo, 
                 ni al que a [S]icilia asoló!
BAJÁ:                Haz venir alguno dellos
                 en mi presencia, y advierte
                 que sean de los más bellos.
CAURALÍ:         Yo mesmo, por complacerte, 
                 quiero ir, señor, a traellos.


[Vase] CAURALÍ


BAJÁ:                ¿Cuántos serán?
YZUF:                                Ciento y veinte.
BAJÁ:            ¿Hay entre ellos buena gente
                 para el remo? ¿Hay oficiales?
YZUF:            Yo creo que vienen tales, 
                 que el más ruin más te contente.
CADÍ:                ¿Hay muchachos?
YZUF:                                Dos no más;
                 pero de belleza extraña,
                 como presto lo verás.
CADÍ             Hermosos los cría España. 
[YZUF]:          Pues désto[s] te admirarás.
                     Y son, a lo que imagino,
                 uno y otro mi sobrino.
CADÍ:            Hasles hecho un gran favor.
HAZÉN:           ¿Que tal hiciste, traidor, 
                 alma fiera de Ezino?


Vuelve CAURALÍ con el padre [VIEJO], que trae al niño de
la mano y otro chiquito en los brazos, que no ha de hablar; 
y vienen asimismo el SACRISTÁN, Don FERNANDO y otros 
dos CAUTIVOS


CAURALÍ:             De aquestos dos niños creo
                 que este honrado viejo es padre.
YZUF:            El mío en su rostro veo.
BAJÁ:            ¿Viene cautiva su madre? 
CAURALÍ          No, señor.
CADÍ:                        Éste no es feo.
BAJÁ:                Son muy chiquitos.
CAURALÍ                                 Con todo,
                 con el tiempo me acomodo,
                 sin que lo estorbe su Roma,
                 dar dos pajes a Mahoma 
                 que le sirvan a su modo.
[VIEJO]:             ¡Cuitado! ¿Qué es lo que escucho?
CADÍ:            Llegad éste acá.
[VIEJO]:                           Señor,
                 no nos aparte; ya lucho
                 con los brazos del temor, 
                 y venceránme, que es mucho.
CAURALÍ:             Éste es un desesperado,
                 que él mismo al mar se arrojó
                 ya después de haber zarpado,
                 y un gancho que le eché yo 
                 le pescó como pescado.
BAJÁ:                ¿Pues quién le movió a tal hecho?
CAURALÍ:         Amor que reina en su pecho
                 de un hijo que él se temía
                 que en nuestra armada venía. 
BAJÁ:            Y el muchacho, ¿qué se ha hecho?
YZUF:                No parece.
CADÍ:                            ¿Cómo ansí?
CAURALÍ:         Debió de quedarse allá.
D. FERNANDO:     ¡Ay Costanza! ¿Qué es de ti?
BAJÁ:            ¿Qué es lo que dices?
D. FERNANDO:                          ¡Quizá 
                 en el lugar le perdí!
BAJÁ:                Cordura fuera buscalle
                 primero, y, al no hallalle,
                 el rescate lo suplía;
                 y fue mala granjería 
                 el perderte por ganalle.
                     ¿Éste quién es?
CAURALÍ:                                    No sé cierto.
CAUTIVO:         ¿Yo, señor? Soy carpintero.
HAZÉN:           ¡Oh cristiano poco experto!
                 No te sacará el dinero 
                 desta tormenta a buen puerto.
                     El que es oficial, no espere,
                 mientras que vida tuviere,
                 verse libre destas manos.
CAURALÍ:         ¿Vendrán todos los cristianos? 
BAJÁ:            Muestra alguno, y sea quien fuere.


[Sale] el SACRISTÁN


                     ¿Éste es pápaz?
SACRISTÁN:                                   No soy Papa,
                 sino un pobre sacristán
                 que apenas tuvo una capa.
CADÍ:            ¿Cómo te llaman?
SACRISTÁN:                         Tristán. 
BAJÁ:            ¿Tu tierra?
SACRISTÁN:                   No está en el mapa.
                     Es mi tierra Mollorido,
                 un lugar muy escondido
                 allá en Castilla la Vieja.
                 (¡Mucho este perro me aqueja!   [Aparte]
                 ¡Guarde el cielo mi sentido!
BAJÁ:                ¿Qué oficio tienes?
SACRISTÁN:                               Tañer;
                 que soy músico divino,
                 como lo echaréis de ver.
HAZÉN:           O este pobre pierde el tino, 
                 o él es hombre de placer.
BAJÁ:                ¿Tocas flauta o chirimía,
                 o cantas con melodía?
SACRISTÁN:       Como yo soy sacristán,
                 toco el din, el don y el dan 
                 a cualquiera hora del día.
CADÍ:                ¿Las campanas no son esas
                 que llamáis entre vosotros?
SACRISTÁN:       Sí, señor.
BAJÁ:                        Bien lo confiesas:
                 música para nosotros 
                 divina es la que profesas.
                     ¿No sabrás tirar un remo?
SACRISTÁN:       No, mi señor, porque temo
                 reventar: que soy quebrado.
CADÍ:            Irás a guardar ganado. 
SACRISTÁN:       Soy friolego en extremo
                     en i[n]vierno, y en verano
                 no puedo hablar de calor.
BAJÁ:            Bufón es este cristiano.
SACRISTÁN:       ¿Yo búfalo? No, señor: 
                 antes soy pobre aldeano.
                     En lo que yo tendré maña
                 será en guardar una puerta
                 o en ser pescador de caña.
CADÍ:            Bien tus oficios concierta; 
                 no fuérades vos de España.


[Sale] un MORO


MORO:                Los jenízaros están
                 aguardándote en palacio.
BAJÁ:            Vamos. ¡Adiós, capitán!,
                 y veámonos despacio. 
CAURALÍ:          (¡Oh, qué bien mis cosas van!  [Aparte]
                     Escapado he la cristiana;
                 ya la fortuna me allana
                 los caminos de mi bien.)


[Vanse] todos; quedan HAZÉN y YZUF


YZUF:            Agora hablaré yo a Hazén. 
HAZÉN:           De hablarte tengo gana.
                     Deja ir a Cauralí,
                 porque los cautivos lleve,
                 y quedémonos aquí.
YZUF:            En tus razones sé breve, 
                 que tengo que hacer.
HAZÉN:                               Sea ansí.
                     Dejo aparte que no tengas
                 ley con quien tu alma avengas,
                 ni la de gracia ni escrita,
                 ni en iglesia ni en mezquita 
                 a encomendarte a Dios vengas.
                     Con todo, de tu fiereza
                 no pudiera imaginar
                 cosa de tanta estrañeza
                 como es venirte a faltar 
                 la ley de naturaleza.
                     Con sólo que la tuvieras,
                 fácilmente conocieras
                 la maldad que cometías
                 cuando a pisar te ofrecías 
                 las esp[a]ñolas riberas.
                     ¿Qué Falaris agraviado,
                 qué Dionisio embravecido,
                 o qué Catilina airado,
                 contra su sangre ha querido 
                 mostrar su rigor sobrado?
                     ¿Contra tu patria levantas
                 la espada? ¿Contra las plantas
                 que con tu sangre crecieron
                 tus hoces agudas fueron? 
YZUF:            ¡Por Dios, Hazén, que me espantas!
HAZÉN:               ¿No te espanta haber vendido
                 a tu tío y tus sobrinos
                 y a tu patria, descreído,
                 y espántate...?
YZUF:                              Desatinos 
                 dices, Hazén fementido.
                     Sin duda que eres cristiano.
HAZÉN:           Bien dices; y aquesta mano
                 confirmará lo que has dicho
                 poniendo eterno entredicho. 
                 a tu proceder tirano.


Da HAZÉN de puñaladas a YZUF


YZUF:                ¡Ay, que me ha muerto! ¡Mahoma,
                 desde luego la venganza,
                 como es tu costumbre, toma!
HAZÉN:           ¡Tu llevas buena esperanza 
                 a los lagos de Sodoma!


Vuelve el CADÍ


CADÍ:                ¿Qué es esto? ¿Qué grito oí?
HAZÉN:           ¡Por Dios, que vuelve el Cadí!
YZUF:            ¡Ay, señor! ¡Hazén me ha muerto,
                 y es cristiano!
HAZÉN:                             Aqueso es cierto: 
                 cristiano soy, veisme aquí.
CADÍ:                ¿Por qué le mataste, perro?
HAZÉN:           No porque éste fue de caza
                 de la vida le destierro,
                 sino porque fue de raza 
                 que siempre cazó por yerro.
CADÍ:                ¿Eres cristiano?
HAZÉN:                                 Sí soy;
                 y en serlo tan firme estoy,
                 que deseo, como has visto,
                 deshacerme y ser con Cristo, 
                 si fuese posible, hoy.
                     ¡Buen Dios, perdona el exceso
                 de haber faltado en la fe,
                 pues, al cerrar del proceso,
                 si en público te negué, 
                 en público te confieso!
                     Bien sé que aqueste conviene
                 que haga a aquél que te tiene
                 ofendido como yo.
CADÍ:            ¿Quién jamás tal cosa vio? 
                 ¡Alto, su muerte se ordene!
                     ¡Ponedle luego en un palo!
HAZÉN:           Mientras yo tuviere aquéste,
                 con quien el alma regalo,
                 lecho será en que me acueste, 
                 el tuyo, Sardanápalo.
                     Dame, enemigo, esa cama,
                 que es la que el alma más ama,
                 puesto que al cuerpo sea dura;
                 dámela, que a gran ventura 
                 por ella el cielo me llama.


Saca una cruz de palo HAZÉ


                     No le mudes la intención,
                 buen Jesús; confirma en él
                 su intento y mi petición,
                 que en ser el cadí crüel 
                 consiste mi salvación.
CADÍ:                Caminad; llevadle aína,
                 y empalalde en la marina.
HAZÉN:           Por tal palo, palio espero;
                 y así, correré ligero. 
MORO:            ¡Camina, perro, camina!
HAZÉN:               Cristianos, a morir voy,
                 no moro, sino cristiano;
                 que aqueste descuento doy
                 del vivir torpe y profano 
                 en que he vivido hasta hoy.
                     En España lo diréis
                 a mis padres, si es que os veis
                 fuera de aqueste destierro.
CADÍ:            ¡Cortad la lengua a ese perro! 
                 ¡Acabad con él! ¿Qué hacéis?
                     Carga tú con éste, y mira
                 si ha acabado de expirar.
MORO:            Paréceme que aún respira.
CADÍ:            Tráele a mi casa a curar. 
                 Este suceso me admira:
                     en él se ha visto una prueba
                 tan nueva al mundo, que es nueva
                 aun a los ojos del sol;
                 mas si el perro es español, 
                 no hay de qué admirarme deba.


[Vanse] todos



FIN DE LA PRIMERA JORNADA





 

JORNADA SEGUNDA




HALIMA, mujer de CAURALÍ, y doña COSTANZA


HALIMA:              ¿Cómo te hallas, cristiana?
COSTANZA:        Bien, señora; que en ser tuya
                 mucho mi ventura gana.
HALIMA:          Que gana más la que es suya, 
                 bien se ve ser cosa llana.
                     Al no tener libertad,
                 no hay mal que tenga igualdad:
                 sélo yo, sin ser esclava.
COSTANZA:        Yo, señora, esto pensaba. 
HALIMA:          Piensas contra la verdad.
                     Sólo por estar sujeta
                 a mi esposo, estoy de suerte
                 que el corazón se me aprieta.
COSTANZA:        Blando del marido fuerte 
                 hace la mujer discreta.
HALIMA:              ¿Eres casada?
COSTANZA:                          Pudiera
                 serlo, si lo permitiera
                 el cielo, que no lo quiso.
HALIMA:          Tu gentileza y aviso 
                 corren igual la carrera.


[Salen] CAURALÍ y Don FERNANDO como
cautivo


CAURALÍ:             Ella es hermosa en extremo;
                 mas llega a su hermosura
                 su riguridad, que temo.
                 ¡Ya, amor, desta piedra dura 
                 saca el fuego en que me quemo!
                     Hete dado cuenta desto,
                 para que en mi gusto el resto
                 eches de tu discreción.
D. [FERNANDO]:   Más pide la obligación, 
                 buen señor, en que me has puesto.
                     Muéstrame tú la cautiva;
                 que, aunque más exenta viva
                 del grande poder de amor,
                 la has de ver de tu dolor, 
                 o amorosa, o compasiva.
CAURALÍ:             Vesla allí; y ésta es Halima,
                 mi mujer y tu señora.
D. [FERNANDO]:   ¡A fe que es prenda de estima!
HALIMA:          Pues, amigo, ¿qué hay ahora? 
CAURALÍ:         Más de un ¡ay! que me lastima.
HALIMA:              ¿Á:lzase el rey con la presa?
CAURALÍ:         No fuera desdicha aquésa.
HALIMA:          Pues, ¿qué daño puede haber?
CAURALÍ:         ¿No es mal mandarme volver 
                 en corso con toda priesa?
                     Mas Alá lo hará mejor.
                 Aqueste esclavo os presento,
                 que es cristiano de valor.
D. [FERNANDO]:   (¿Juzgo, veo, entiendo, siento?  [Aparte]
                 ¿Éste es esfuerzo, o temor?
                     ¿No están mirando mis ojos
                 los ricos altos despojos
                 por quien al mar me arrojé?
                 ¿No es ésta, que el alma fue, 
                 la gloria de sus enojos?)
CAURALÍ:             ¿Con quién hablas, di, cristi[a]no?
                 ¿Por qué no te echas por tierra
                 y Halima besas la mano?
D. [FERNANDO]:   Más acierta el q[ue] más yerra, 
                 viendo un dolor sobrehumano.
                     Dame, señora, los pies,
                 que este que postrado ves
                 ante ellos es tu cautivo.
HALIMA:          Ahora esclavo recibo 
                 que será señor después.
                     ¿Conoces a esta cautiva?
D. [FERNANDO]:   No, por cierto.
COSTANZA:                        (Bien dijiste;    [Aparte]
                 y si de memoria priva
                 un dolor, muera ésta triste, 
                 porque olvidada no viva.
                     Pero quizá disimulas
                 y mentiras acomulas
                 que ser de provecho sientes.)
CAURALÍ:         ¿Por qué, hablando entre los dientes, 
                 las razones no articulas?
D. [FERNANDO]:       ¿Cómo os llamáis?
COSTANZA:                              ¿Yo? Costanza.
D. [FERNANDO]:   ¿Sois soltera, o sois casada?
COSTANZA:        De serlo tuve esperanza.
D. [FERNANDO]:   ¿Y estáis ya desesperada? 
COSTANZA:        Aún vive la confïanza;
                     que, mientras dura la vida,
                 es necedad conocida
                 desesperarse del bien.
D. [FERNANDO]:   ¿Quién fue vuestro padre?
COSTANZA:                                  ¿Quién? 
                 Un Diego de la Bastida.
D. [FERNANDO]:       ¿No estábades concertada
                 con un cierto don Fernando
                 de sobrenombre de Andrada?
COSTANZA:        Así es; mas nunca el cuándo 
                 llegó desa suerte honrada:
                     que mi señor Cauralí
                 del bien que en fe poseí,
                 merced a Yzuf el traidor,
                 trujo de su borrador 
                 el original aquí.
D. [FERNANDO]:       Señora, trátala bien,
                 porque es mujer principal.
HALIMA:          Como ella me sirva bien,
                 no la trataré yo mal. 


[Sale] ZAHARA, muy bien aderezada


ZAHARA:          Ya queda empalado Hazén.
HALIMA:              Señora Zara, ¿qué es esto?
                 No te esperaba tan presto.
ZAHARA:          No estaba el baño a mi gusto,
                 y víneme con disgusto 
                 de aqueste caso funesto.
HALIMA:              ¿Pues qué caso?
ZAHARA:                               A Yzuf mató
                 Hazén, y el Cadí, al momento,
                 a empalarle sentenció.
                 Vile morir tan contento, 
                 que creo que no murió.
                     Si ella fuera de otra suerte,
                 tuviera envidia a su muerte.
CAURALÍ:         ¿Pues no murió como moro?
ZAHARA:          Dicen que guardó un decoro 
                 que entre cristianos se advierte,
                     que es el morir confesando
                 al Cristo que ellos adoran.
                 Y estúvemele mirando,
                 y, entre otros muchos que lloran, 
                 también estuve llorando,
                     porque soy naturalmente
                 de pecho humano y clemente;
                 en fin, pecho de mujer.
CAURALÍ:         ¿Que tal te paraste a ver? 
ZAHARA:          Soy curiosa impertinente.
CAURALÍ:             ¿Estarás aquí esta tarde,
                 Zahara?
ZAHARA:                   Sí, porque he de hacer
                 con Halima cierto alarde.
CAURALÍ:         ¿De soldados?
ZAHARA:                         Podrá ser. 
CAURALÍ:         Quedad con Alá.
ZAHARA:                            Él te guarde.


Vase CAURALÍ


HALIMA:              No te vayas tú, cristiano.
CAURALÍ:         Quédate.
D. [FERNANDO]:            Término llano
                 es éste de Berbería.
COSTANZA:        ¡Dichosa desdicha mía! 
HALIMA:          ¿Por qué?
COSTANZA:                    Porque en ella gano.
ZAHARA:              ¿Qué ganas?
COSTANZA:                        Un bien perdido
                 que cobré con la paciencia
                 de los males que he sufrido.
ZAHARA:          ¡Mucho enseña la experiencia! 
COSTANZA:        Mucho he visto, y más sabido.
ZAHARA:              ¿Nuevos son estos cristianos?
HALIMA:          Sus rostros mira y sus manos,
                 que están limpios y ellas blandas.
D. [FERNANDO]:   Saldréme fuera si mandas. 
HALIMA:          No tengas temores vanos,
                     porque no tiene recelo
                 de ningún cautivo el moro,
                 ni cristiano le dio celo.
                 Guarda ese honesto decoro 
                 para tu tierra.
D. [FERNANDO]:                     Harélo.
HALIMA:              No hay mora que acá se abaje
                 a hacer algún moro ultraje
                 con el que no es de su ley,
                 aunque supiese que un rey 
                 se encubría en ese traje.
                     Por eso nos dan licencia
                 de hablar con nuestros cautivos.
D. [FERNANDO]:   ¡Confïada impertinencia!
ZAHARA:          Matan los bríos lascivos 
                 el trabajo y la dolencia,
                     y el gran temor de la pena
                 de la culpa nos refrena
                 a todos; que, según veo,
                 doquiera nace un deseo 
                 que un buen pecho desordena.
                     Ven acá; dime, cristiano:
                 ¿en tu tierra hay quien prometa
                 y no cumpla?
D. [FERNANDO]:                  Algún villano.
ZAHARA:          ¿Aunque dé en parte secreta 
                 su fe, su palabra y mano?
D. [FERNANDO]:       Aunque sólo sean testigos
                 los cielos, que son amigos
                 de descubrir la verdad.
ZAHARA:          ¿Y guardan esa lealtad 
                 con los que son enemigos?
D. [FERNANDO]:       Con todos; que la promesa
                 del hidalgo o caballero
                 es deuda líquida expresa,
                 y ser siempre verdadero 
                 el bien nacido profesa.
HALIMA:              ¿Qué te importa a ti saber
                 su buen o mal proceder
                 de aquéstos, que en fin son galgos?
ZAHARA:          Haz, ¡oh Alá!, que sean hidalgos 
                 los que me diste a escoger.
HALIMA:              ¿Qué dices, Zara?
ZAHARA:                                Nonada;
                 déjame a solas, si quieres,
                 con esta tu esclava honrada.
HALIMA:          ¡Qué amiga de saber eres! 
ZAHARA:          ¿A quién el saber no agrada?
HALIMA:              Habla tú con ella, y yo
                 con mi esclavo.
COSTANZA:                          Al fin salió
                 verdad lo que yo temía.
                 ¿Si ha de acabar Berbería 
                 lo que España comenzó?
                     Allá comencé a perder,
                 y aquí me he de rematar;
                 porque bien se echa de ver
                 que este apartarse y hablar 
                 se funda en un buen querer.
ZAHARA:              ¿Cómo te llamas, amiga?
COSTANZA:        Costanza.
ZAHARA:                      ¿Tendrás fatiga
                 de verte sin libertad?
COSTANZA:        Más, si va a decir verdad, 
                 otra cosa me fatiga.
HALIMA:              La blandura o la aspereza
                 de las manos nos da muestra
                 de la abundancia o pobreza
                 de vosotros. Muestra, muestra: 
                 no las huyas, que es simpleza,
                     porque, si eres de rescate,
                 será ocasión que te trate
                 con proceder justo y blando.
ZAHARA:          ¿Qué miras?
COSTANZA:                     Estoy mirando 
                 un extraño disparate.
D. [FERNANDO]:       Señora, a mi amo toca
                 el hacer esa experiencia,
                 aunque a risa me provoca
                 que a tan engañosa ciencia 
                 deis creencia mucha o poca;
                     porque hay pobres holgazanes
                 en nuestra tierra galanes
                 y del trabajo enemigos.
HALIMA:          Estas manos son testigos 
                 de quién eres; no te allanes.
COSTANZA:            (¡Ay, embustera gitana!  [Aparte]
                 En esas rayas que miras
                 está mi desdicha llana.
                 ¡Qué despacio las retiras, 
                 enemigo!)
ZAHARA:                     ¿Qué has, cristiana?
COSTANZA:            ¿Qué tengo de haber? Nonada.
ZAHARA:          ¿Fuiste, a dicha, enamorada
                 en tu tierra?
COSTANZA:                        Y aun aquí.
ZAHARA:          ¿Aquí dices? ¿Cómo ansí? 
                 ¿Luego a moro estás prendada?
COSTANZA:            No, sino de un renegado
                 de fe poca y fe perjura.
D. [FERNANDO]:   Harto, señora, has mirado.
ZAHARA:          Has dado en una locura 
                 en que cristiana no ha dado.
                     Amar a cristianos moras,
                 eso vese a todas horas;
                 mas que ame cristiana a moro,
                 eso no.
COSTANZA:                 Dese decoro 
                 reniego.
HALIMA:                    ¿De qué te azoras?
                     Además eres esquivo.
D. [FERNANDO]:   Rico, pobre, blando o fuerte,
                 señora, soy tu cautivo,
                 y tengo a dichosa suerte 
                 el serlo.
COSTANZA:                   ¡Muriendo vivo!
ZAHARA:              ¿Que tanto le quieres, triste?
                 ¿Hoy quieres, y ayer veniste?
                 ¡Cómo amor tu pecho enciende!
                 Mas, ¿cómo te reprehende 
                 la que tan mal le resiste?
                     Lo que en esto siento, amiga,
                 es que me cansa y afana
                 sentir que tu lengua diga
                 que una tan bella cristiana 
                 le causa un moro fatiga.
COSTANZA:            No es sino mora.
ZAHARA:                                Dislates
                 dices; de aqueso no trates,
                 que es locura y vano error.
COSTANZA:        Son en los casos de amor 
                 extraños los disparates.
ZAHARA:              Bien el que has dicho lo allana.
HALIMA:          ¿Qué habláis las dos?
ZAHARA:                                 ¡Es de precio
                 y discreta la cristiana!
HALIMA:          ¡Pues el cristiano no es necio! 
COSTANZA:        Es de fe perjura y vana.
HALIMA:              Entremos, que ya has oído
                 el azar, y el encendido
                 sol demedia su jornada.
D. [FERNANDO]:   ¡Oh, por mi bien, prenda hallada! 
COSTANZA:        ¡Oh, por mi mal, bien perdido!


[Vanse] todos.  Sale el VIEJO, padre de los niños, y el SACRISTÁN. 
El VIEJO con vestido de cautivo, y el SACRISTÁN con su mesmo vestido 
y con un barril de agua


SACRISTÁN:           No hay sino tener paciencia
                 y encomendarnos a Dios;
                 porque es necia impertinencia
                 dejarse morir.
VIEJO:                         Ya vos 

                 tenéis ancha la conciencia;
                     ya coméis carne en los días
                 vedados.
SACRISTÁN:                   ¡Qué niñerías!
                 Como aquello que me da
                 mi amo.
VIEJO:                    Mal os hará. 
SACRISTÁN:       ¡Que no hay aquí teologías!
VIEJO:               ¿No te acuerdas, por ventura,
                 de aquellos niños hebreos
                 que nos cuenta la Escritura?
SACRISTÁN:       ¿Dirás por los Macabeos, 
                 que, por no comer grosura,
                     se dejaron hacer piezas?
VIEJO:           Por ésos digo.
SACRISTÁN:                      Si empiezas,
                 en viéndome, a predicarme,
                 por Dios, que he [de] deslizarme 
                 en viéndote.
VIEJO:                         ¿Ya tropiezas?
                     Que no caigas, plega al cielo.
SACRISTÁN:       Eso no, porque en la fe
                 soy de bronce.
VIEJO:                          Yo recelo
                 que si una mora os da el pie, 
                 deis vos de mano a ese celo.
SACRISTÁN:           Luego, ¿no me han dado ya
                 más de dos lo que quizá
                 otro no lo desechara?
VIEJO:           Dádiva es que cuesta cara 
                 a quien la toma y la da.
                     Pero dejémonos desto.
                 ¿Quién es vuestro amo?
SACRISTÁN:                              Mamí,
                 un jenízaro dispuesto
                 que es soldado y dabají, 
                 turco de nación y honesto.
                     Dabají es cabo de escuadra
                 o alférez, y bien le cuadra
                 el oficio, que es valiente;
                 y es perro tan excelente, 
                 que ni me muerde ni ladra.
                     Y así, a mi desdicha alabo
                 que, ya que me trujo a ser
                 cautivo, mísero esclavo,
                 vino a traerme a poder 
                 de jenízaro, y que es bravo:
                     que no hay turco, rey ni Roque
                 que le mire ni le toque
                 de jenízaro al cautivo,
                 aunque a furor excesivo 
                 su insolencia le provoque.
VIEJO:               Más cautiverio y más duelos
                 cupieron a mis dos niños,
                 por crecer mis desconsuelos.
                 Conservad a estos armiños 
                 en limpieza, ¡oh limpios cielos!
                     Y si veis que se endereza
                 de Mahoma la torpeza
                 a procurar su caída,
                 quitadles antes la vida 
                 que ellos pierdan su limpieza.


[Salen] dos o tres muchachos MORILLOS, aunque se tomen de la calle, los
cuales han de decir no más que estas palabras


MORILLO [1]:         ¡Rapaz cristïano,
                 non rescatar, non fugir;
                 don Juan no venir;
                 acá morir, 
                 perro, acá morir!
SACRISTÁN:       ¡Oh hijo de una puta,
                 nieto de un gran cornudo,
                 sobrino de un bellaco,
                 hermano de un gran traidor y sodomita! 
[MORILLO 2]:     ¡Non rescatar, non fugir;
                 don Juan no venir;
                 acá morir!
SACRISTÁN:       ¡Tú morirás, borracho,
                 bardaja fementido; 
                 quínola punto menos,
                 anzuelo de Mahoma, el hideputa!
[MORILLO 3]:     ¡Acá morir!
VIEJO:           No mientes a Mahoma,
                 ¡mal haya mi linaje!, 
                 que nos quemarán vivos.
SACRISTÁN:       Déjeme, pese a mí, con estos galgos.
[MORILLO 1]:     ¡Don Juan no venir;
                 acá morir!
VIEJO:           Bien de aqueso se infiera 
                 que si él venido hubiera,
                 vuestra maldita lengua
                 no tuviera ocasión de decir esto.
[MORILLO 2]:     ¡Don Juan no venir;
                 acá morir! 
SACRISTÁN:       Escuchadme, perritos;
                 venid, ¡tus, tus!, oídme,
                 que os quiero dar la causa
                 por que don Juan no viene: estadme atentos.
                 Sin duda que en el cielo 
                 debía de haber gran guerra,
                 do el general faltaba,
                 y a don Juan se llevaron para serlo.
                 Dejadle que concluya,
                 y veréis cómo vuelve 
                 y os pone como nuevos.
VIEJO:           ¡Gracioso disparate! Ya se han ido.


[Sale] un JUDÍO


                 ¿No es aquéste judío?
SACRISTÁN:       Su copete lo muestra,
                 sus infames chinelas, 
                 su rostro de mezquino y de pobrete.
                 Trae el turco en la corona
                 una guedeja sola
                 de peinados cabellos,
                 y el judío los trae sobre la frente; 
                 el francés, tras la oreja;
                 y el español, acémila,
                 que es rendajo de todos,
                 le trae, ¡válame Dios!, en todo el cuerpo.
                 ¡Hola, judío! Escucha. 
JUDÍO:           ¿Qué me quieres, cristiano?
SACRISTÁN:       Que este barril te cargues,
                 y le lleves en casa de mi amo.
JUDÍO:           Es sábado, y no puedo
                 hacer alguna cosa 
                 que sea de trabajo;
                 no hay pensar que lo lleve, aunque me mates.
                 Deja venga mañana,
                 que, aunque domingo sea,
                 te llevaré docientos. 
SACRISTÁN:       Mañana huelgo yo, perro judío.
                 Cargaos, y no riñamos.
JUDÍO:           Aunque me mates, digo
                 que no quiero llevallo.
SACRISTÁN:       ¡Vive Dios, perro, que os arranque el hígado! 
JUDÍO:           ¡Ay, ay, mísero y triste!
                 Por el Dío bendito,
                 que si hoy no fuera sábado,
                 que lo llevara. ¡Buen cristiano, basta!
VIEJO:           A compasión me mueve. 
                 ¡Oh gente afeminada,
                 infame y para poco!
                 Por esta vez te ruego que le dejes.
SACRISTÁN:       Por ti le dejo; vaya
                 el circunciso infame; 
                 mas, si otra vez le encuentro,
                 ha de llevar un monte, si le llevo.
JUDÍO:           Pies y manos te beso,
                 señor, y el Dío te pague
                 el bien que aquí me has hecho. 


Vase el JUDÍO


VIEJO:           La pena es ésta de aquel gran pecado.
                 Bien se cumple a la letra
                 la maldición eterna
                 que os echó el ya venido,
                 que vuestro error tan vanamente espera. 
SACRISTÁN:       Adiós, que ha mucho tiempo
                 que estoy contigo hablando,
                 y, aunque mi amo es noble,
                 temo no le avillane mi pereza.


Toma su barril y vase.  Salen JUANICO y FRANCIS[QUIT]O, que ansí se 
han de llamar los hijos del VIEJO.  Vienen vestidos a la turquesca de 
garzones, saldrá con ellos la señora CATALINA, vestida de garzón, 
y un cristiano, como cautivo, COSTANZA y Don FERNANDO, de cautivo, 
y JULIO, de cautivo, que traen las tersas y vestidos de los garzones, 
y las guitarras y el rabel. Don FERNANDO ha de hacer salida


VIEJO:               ¿No son mis prendas aquéstas? 
                 ¿Cómo vienen adornadas
                 de regocijo y de fiestas?
                 Prendas por mi bien halladas,
                 ¿qué bizarrías son estas?
                     Harto costoso ropaje 
                 es éste. ¿Qué se hizo el traje
                 que mostraba en mil semejas
                 que érades de Cristo ovejas,
                 aunque de pobre linaje?
JUANICO:             Padre, no le pene el ver 
                 que hemos vestido trocado,
                 que no se ha podido hacer
                 otra cosa; y, bien mirado,
                 de aquesto no hay que temer,
                     porque si nuestra intención 
                 está con firme afición
                 puesta en Dios, caso es sabido
                 que no deshace el vestido
                 lo que hace el corazón.
FRANCISQUITO:        Padre, ¿tiene, por ventura, 
                 qué darme de merendar?
VIEJO:           ¿Hay tan simple criatura?
JUANICO:         ¿Simple? Pues déjenlo estar,
                 que él mostrará su cordura.
JULIO:               Amigo, no nos detenga; 
                 y, si gusta dello, venga
                 con nosotros.
JUANICO:                        No, señor;
                 quedarse será mejor.
FRANCISQUITO:    Padre mío, tome, tenga.
                     Una cruz que me han quitado 
                 me ponga en este rosario.
VIEJO:           Yo os la pondré de buen grado,
                 depósito y relicario
                 de mi alma.
JUANICO:                     Padre honrado,
                     déjenos ir, que tardamos. 


[Habla] Ambrosio, que es la señora CATALINA


[CATALINA]:      Pues, amigos, ¿Dónde vamos?
JULIO:           Aunque está de aquí un buen rato,
                 al jardín de Agimorato.
D. [FERNANDO]:   Pues, ¡sus!, no nos detengamos.
JULIO:               Allí podremos a solas 
                 danzar, cantar y tañer
                 y hacer nuestras cabrïolas:
                 que el mar no suele tener
                 siempre alteradas sus olas.
                     Demos vado a la pasión, 
                 cuanto más, que es la intención
                 del Cadí que nos holguemos,
                 y que los viernes tomemos
                 honesta recreación.
D. [FERNANDO]:       ¿Quién le dijo que tenía 
                 yo buena voz?
JULIO:                          No sé, a fe;
                 algún cautivo sería,
                 y el cadí me dijo: "Ve,
                 y dile de parte mía
                     a Cauralí que me mande 
                 a su cristiano el más grande,
                 de la buena voz." Yo fui,
                 habléle, envióos aquí;
                 no se más.
JUANICO:                     No se desmande,
                     padre, en venirnos a ver, 
                 que se enojará nuestramo
                 y nos dará en qué entender.
FRANCISQUITO:    Padre, Francisco me llamo,
                 no Azán, Alí ni Ja[e]r;
                     cristiano soy, y he de sello, 

                 aunque me pongan al cuello
                 dos garrotes y un cuchillo.
JUANICO:         ¿Veis cómo sabe decillo?
                 Pues mejor sabrá hacello.
D. [FERNANDO]:       No pasemos adelante, 
                 que bien estamos aquí.
JULIO:           Sea ansí, y algo se cante.


[Habla] Ambrosio, que le ha de hacer la señora
CATALINA


[CATALINA]:      ¿Qué decís, que no os oí?
JULIO:           Que cantes, porque me encante.
D. [FERNANDO]:       ¿Es sordo?
JULIO:                             Un poco es teniente 
                 de los oídos.
[CATALINA]:                    ¿No hay gente
                 que nos oiga? Bien decís;
                 y, pues que todos venís,
                 comencemos tristemente.
                     Aquel romance diremos, 
                 Julio, que tú compusiste,
                 pues de coro le sabemos,
                 y tiene aquel tono triste
                 con que alegrarnos solemos.


Cantan este romance


                     A las orillas del mar, 
                 que con su lengua y sus aguas,
                 ya manso, ya airado, llega
                 del perro Argel las murallas,
                 con los ojos del deseo
                 están mirando a su patria 
                 cuatro míseros cautivos
                 que del trabajo descansan;
                 y al son del ir y volver
                 de las olas en la playa,
                 con desmayados acentos 
                 esto lloran y esto cantan:
                 ¡Cuán cara e[re]s de haber, oh dulce España!
                     Tiene el cielo conjurado
                 con nuestra suerte contraria
                 nuestros cuerpos en cadenas, 
                 y en gran peligro las almas.
                 ¡Oh si abriesen ya los cielos
                 sus cerradas cataratas,
                 ya en vez de agua aquí lloviesen
                 pez, resina, azufre y brasas! 
                 ¡Oh, si se abriese la tierra,
                 y escondiese en sus entrañas
                 tanto Datán y Virón,
                 tanto brujo y tanta maga!
                 ¡Cuán cara eres de haber, oh dulce España!


FRANCISQUITO:        Padre, hágales cantar
                 aquel cantar que mi madre
                 cantaba en nuestro lugar.
                 ¿Qué dice? ¿No quiere, padre?
VIEJO:           ¿Cómo decía el cantar? 

FRANCISQUITO:        Ando enamorado,
                 no diré de quién;
                 allá miran ojos
                 donde quieren bien.

VIEJO:               Bien al propósito fuera, 
                 pues que los del alma miran
                 desde esta infame ribera
                 la patria por quien suspira[n],
                 que huye y no nos espera.
JULIO:               ¡Extremado es Francisquito! 
                 Canta tú, Ambrosio, un poquito
                 lo que sueles a tus solas,
                 que te escucharán las olas
                 del mar con gusto infinito.


[CATALINA] cante solo


[CATALINA]:          Aunque pensáis que me alegro, 
                 conmigo traigo el dolor.
                     Aunque mi rostro semeja
                 que de mi alma se aleja
                 la pena, y libre la deja,
                 sabed que es notorio error: 
                 conmigo traigo el dolor.
                     Cúmpleme disimular
                 por acabar de acabar,
                 y porque el mal, con callar,
                 se hace mucho mayor, 
                 conmigo traigo el dolor.


Entran el CADÍ y CAURALÍ



JUANICO:             No más, que viene el Cadí.
                 Padre, no os halle aquí a vos.
D. [FERNANDO]:   Con él viene Cauralí.
VIEJO:           ¡Queridas prendas, adiós! 
CADÍ:            Perro, ¿vos estáis aquí?
                     ¿No te he dicho yo, malvado,
                 que te quites del cuidado
                 del ver tus hijos?
FRANCISQUITO:                       ¿Por qué?
                 ¿No es mi padre? ¡A buena fe, 
                 que he de verle, mal su grado!
JUANICO:             Calla, Francisquito, hermano,
                 que, en lo que dices, incitas
                 en nuestro daño al tirano.
FRANCISQUITO:    ¿Ver nuestro padre nos quitas? 
                 Nunca tú eres buen cristiano.
                     Padre, lléveme consigo,
                 que me dice este enemigo
                 tantas de bellaquerías.
CAURALÍ:         ¡Qué discretas niñerías! 
                 Decid: ¿qué esperáis, amigo?


Vase el VIEJO


CADÍ:               Perro, si otra vez dejáis
                 que los hable aquel perrón,
                 vos veréis lo que lleváis.
JULIO:           Pedazos del alma son. 
CADÍ:            Perro, ¿qué me replicáis?
CAURALÍ:             Tente, que no dice nada.
FRANCISQUITO:    ¡Válame Dios, qué alterada
                 está la mora garrida!
JUANICO:         ¡Calla, hermano, por tu vida! 
CAURALÍ:         Él tiene gracia extremada.
CADÍ:                ¿Veisle? Sabed que le adoro,
                 y que pienso prohijalle
                 después que le vuelva moro.
FRANCISQUITO:    Pues sepa que he de burlalle, 
                 aunque me dé montes de oro;
                     y, aunque me dé tres reales
                 justos, enteros, cabales,
                 y más dos maravedís.
CADÍ:            Destas gracias, ¿qué decís? 
CAURALÍ:         Que son sobrenaturales.
CADÍ:                Veníos tras mí a la ciudad.
CAURALÍ:         Yo quiero hablar con mi esclavo.
CADÍ:            Pues, ¡sus!, con Alá os quedad.
CAURALÍ:         Con Él vais. Ya estáis al cabo 
                 de mi gran necesidad.


Va[n]se el CADÍ y todos, sino Don FERNANDO [y
CAURALÍ]


D. [FERNANDO]:       Digo que yo la hablaré
                 en yendo a casa, y haré
                 por servirte lo posible,
                 aunque más dura o terrible 
                 que un áspid o un monte est[é].
                     Dame lugar para hablalla,
                 y déjame hacer, señor.
CAURALÍ:         Si vienes a conquistalla,
                 llevarás, cual vencedor, 
                 el premio de la batalla.
D. [FERNANDO]:       Yo lo creo.
CAURALÍ:                          Decir quiero
                 que, amén de mucho dinero,
                 te daré la libertad.
D. [FERNANDO]:   De tu liberalidad, 
                 aun más mercedes espero.


[Vanse].  Salen Don LOPE y VIVANCO


D. LOPE:             Veisnos aquí en libertad
                 por el más estraño caso
                 que vio la cautividad.
VIVANCO:         ¿Pensáis que esto ha sido acaso? 
                 ¡Misterio tiene, en verdad!
                     Dios, que quiere que esta mora
                 vaya a tierra do se adora
                 su nombre, movió su intento
                 para ser el instrumento 
                 del bien que a los tres mejora.
D. LOPE:             Dijo en su postrer billete
                 que un viernes quizá saldría
                 al campo por Vavalvete,
                 y que se descubriría 
                 con cierta industria promete.
                     También escribió en el fin
                 que sepamos el jardín
                 de su padre, Agimorato,
                 do a nuestra comedia y trato 
                 se ha de dar felice fin.
VIVANCO:             Tres mil escudos han sido
                 los que en veces nos ha dado.
D. LOPE:         En libertarnos se han ido
                 los dos mil.
VIVANCO:                       Más se ha ganado 
                 de lo que habemos perdido.
                     Y más, si acaso se gana
                 esta alma, en obras cristiana,
                 aunque en moro cuerpo mora.
                 ¿Mas, si fuese ésta la mora? 
D. [LOPE]:       Si es ella, ¡a fe que es lozana!


[Salen] ZA[HA]RA y HALIMA, cubiertos los rostros con sus almalafas 
blancas; y vienen con ellas, vestidas como moras, COSTANZA y la 
señora CATALINA, que no ha de hablar sino dos o tres veces


                     Mas, ¿cuál será de las dos?
                 Que las otras son cautivas.
HALIMA:          Con todo, yo sé de vos
                 que si le habláis...
COSTANZA:                              No vivas 
                 sin esperanza, por Dios,
                     que yo me ofrezco de hablalle,
                 de inclinalle y de forzalle
                 a que te venga a adorar;
                 mas hasme de dar lugar 
                 para que pueda tratalle.
HALIMA:              Cuanto quisieres, amiga,
                 tendrás; por eso no quedes
                 de remediar mi fatiga.
ZAHARA:          Camina, [H]alima, si puedes. 
COSTANZA:        A más tu bondad me obliga.
ZAHARA:              Mira, Costanza, y advierte
                 si de aquellos dos, por suerte,
                 es tu conocido alguno.
COSTANZA:        Yo no conozco ninguno. 
VIVANCO:         Si es ella, es dichosa suerte,
                     porque parece en el brío
                 hermosa sobremanera.
ZAHARA:          Perritos son de buen brío.
                 ¡Oh, quién hablarlos pudiera! 
HALIMA:          Como allí estuviera el mío,
                     yo me llegara a hablallos.
ZAHARA:          Costanza, vuelve a mirallos,
                 y dime si echas de ver
                 que es noble su parecer. 
CATALINA:        ¿Para qué?
ZAHARA:                      Para comprallos.
COSTANZA:            Éste de la izquierda mano
                 me parece caballero;
                 y aun el otro no es villano.
ZAHARA:          Verlos de más cerca quiero. 
HALIMA:          ¡Que no esté aquí mi cristiano!
ZAHARA:              Entrambos me satisfacen.
VIVANCO:         ¡Qué de represas me hacen!
                 Lleguémonos hacia allá.
D. LOPE:         No, que ellas vienen acá. 
VIVANCO:         Su brío y su vista aplacen.
ZAHARA:              ¡Ay, Alá! ¿Quién me picó?
                 Mira por aquí, Costanza,
                 si es avispa. Amarga yo,
                 que parece que una lanza 
                 por el cuello se me entró.
                     Sacude bien esa toca,
                 que casi me vuelvo loca
                 en ver lo que veo.¡Ay, triste!
                 ¿Matástela? ¿No la viste? 
                 Sacude más; mira y toca.
                     ¡Si está aquí!
COSTANZA:                           Yo no veo nada.
ZAHARA:          ¡Llegado me ha al corazón
                 esta no vista picada!
COSTANZA:        Del avispa el aguijón 
                 es cosa muy enconada;
                     mas temo no fuese araña.
ZAHARA:          Si fue araña, fue de España;
                 que las de Argel no hacen mal.
D. LOPE:         ¿Hase visto industria tal? 
                 ¿Hay tan discreta maraña?
HALIMA:              Zara, no estés descompuesta;
                 torna a ponerte tu toca.
ZAHARA:          Aun el aire me molesta.
HALIMA:          Esta desgracia, aunque poca, 
                 turbado nos ha la fiesta.
VIVANCO:             ¿Qué os parece?
D. [LOPE]:                           Que parece
                 que la ventura me ofrece
                 cuanto puedo desear.
VIVANCO:         Volvióse el sol a eclipsar; 
                 ya su luz desaparece.
ZAHARA:              ¿No sabrás de aquel cautivo,
                 Costanza, si es español?
COSTANZA:        En eso, gusto recibo.
D. LOPE:         Torna a descubrirte, ¡oh sol!, 
                 en cuyas luces avivo
                     el ser, el entendimiento,
                 la ventura y el contento
                 que en tu posesión se alcanza.
ZAHARA:          Pregúntaselo, Costanza. 
HALIMA:          ¿Cómo estás?
ZAHARA:                       Mejor me siento.
COSTANZA:            Gentilhombre, ¿sois de España?
D. LOPE:         Sí, señora; y de una tierra
                 donde no se cría araña
                 ponzoñosa, ni se encierra 
                 fraude, embuste ni maraña,
                     sino un limpio proceder,
                 y el cumplir y el prometer
                 es todo una misma cosa.
ZAHARA:          Pregúntale si es hermosa, 
                 si es casado, su mujer.
COSTANZA:            ¿Sois casado?
D. LOPE:                           No, señora;
                 pero serélo bien presto
                 con una cristiana mora.
COSTANZA:        ¿Cómo es eso?
D. [LOPE]:                    ¿Cómo es esto? 
                 Poco sabe quien lo ignora.
                     Mora en la incredulidad,
                 y cristiana en la bondad,
                 es la que ha de ser mi dueño.
COSTANZA:        Yo os entiendo como un leño. 
ZAHARA:          ¡Plega Alá digáis verdad!
HALIMA:              Pregúntale si es esclavo,
                 o si es libre.
D. [LOPE]:                      Ya os entiendo;
                 de ser cautivo me alabo.
ZAHARA:          Cuanto dice comprehendo, 
                 y de todo estoy al cabo.
D. [LOPE]:           Presto pisaré de España,
                 con gusto y con gloria extraña,
                 las riberas, y mi fe
                 firme entonces mostraré. 
ZAHARA:          Gracias a Alá y a una caña.
HALIMA:              Cristianos, quedaos atrás,
                 porque en la ciudad entramos.


[Vanse] las MORAS



VIVANCO:         Obedecida serás.
D. [LOPE]:       En escuridad quedamos. 
                 Sol bello, ¿cómo te vas?
                     De cautividad sacaste
                 el cuerpo que rescataste
                 con tu liberalidad;
                 pero más con tu beldad 
                 al alma yerros echaste.
                     En fe de lo que en ti he visto,
                 del deseo que te doma,
                 de adorarte no resisto,
                 no por prenda de Mahoma, 
                 sino por prenda de Cristo.
                     Yo te llevaré a do seas
                 todo aquello que deseas,
                 aunque mil vidas me cueste.
VIVANCO:         Vamos, que el dolor es éste; 
                 no por ahí, que rodeas.


[Vanse].  Sale[n] el SACRISTÁN con una cazuela 
mojí, y tras él el JUDÍO


JUDÍO:               Cristiano honrado, así el Dío
                 te vuelva a tu libre estado,
                 que me vuelvas lo que es mío.
SACRISTÁN:      No quiero, judío honrado; 
                 no quiero, honrado judío.
JUDÍO:               Hoy es sábado, y no tengo
                 qué comer, y me mantengo
                 de aqueso que guisé ayer.
SACRISTÁN:       Vuelve a guisar de comer. 
JUDÍO:           No, que a mi ley contravengo.
SACRISTÁN:           Rescátame esta cazuela,
                 y en dártela no haré poco,
                 porque el olor me consuela.
JUDÍO:           No puedo en mucho ni en poco 
                 contratar.
SACRISTÁN:                   Pues llevaréla.
JUDÍO:               No la lleves; ves aquí
                 lo que costó.
SACRISTÁN:                     Sea ansí,
                 que a los dos es de provecho.
                 ¿Dó el dinero?
JUDÍO:                          Aquí, en el pecho 
                 lo tengo, ¡amargo de mí!
SACRISTÁN:           Pues venga.
JUDÍO:                             Sácalo tú,
                 que mi ley no me concede
                 el sacarlo.
SACRISTÁN:                    ¡Bercebú
                 así te lleve cual puede, 
                 decendiente de Abacú!
                     Aquí tienes quince reales
                 justos de plata y cabales.
JUDÍO:           No contrates tú conmigo;
                 conciértalo allá contigo. 
SACRISTÁN:       Di, cazuela: ¿cuánto vales?
                     "Paréceme a mí que valgo
                 cinco reales, y no más."
                 ¡Mentís, a fe de hidalgo!
JUDÍO:           ¡Qué sobresaltos me das, 
                 cristiano!
SACRISTÁN:                   Pues hable el galgo.
                     ¿Que no quieres alargarte?
                 Mas quiero crédito darte:
                 tomadla, y andad con Dios.
JUDÍO:           ¿Los diez?
SACRISTÁN:                   Son por otras dos 
                 cazuelas que pienso hurtarte.
JUDÍO:               ¿Y pagaste adelantado?
SACRISTÁN:       Y, aun si bien hago la cuenta,
                 creo que voy engañado.
JUDÍO:           ¿Que hay Cielo que tal consienta? 
SACRISTÁN:       ¿Que hay tan gustoso guisado?
                     No es carne de landrecillas,
                 ni de la que a las costillas
                 se pega el bayo que es trefe.
JUDÍO:           ¡Haced, cielos, que me deje 
                 este ladrón de cosillas.


[Vase] el JUDÍO


SACRISTÁN:           ¿De cosillas? ¡Vive Dios,
                 que os tengo de hurtar un niño
                 antes de los meses dos;
                 y aun si las uñas aliño...! 
                 ¡Dios me entiende! ¡Vámonos!


[Vase].  Salen Don FERNANDO y COSTANZA


D. FERNANDO:         Subí, cual digo, aquella peña, adonde
                 las fustas vi que ya a la mar se hacían.
                 Voces comencé a dar; mas no responde
                 ninguno, aunque muy bien todos me oían. 
                 Eco, que en un peñasco allí se esconde,
                 donde las olas su furor rompían,
                 teniendo compasión de mi tormento,
                 respuesta daba a mi postrero acento.
                     Las voces reforcé; hice las señas 
                 que el brazo y un pañuelo me ofrecía;
                 Eco tornaba, y de las mismas peñas
                 los amargos acentos repetía.
                 Mas, ¿qué remedio, Amor, hay que no enseñas
                 para el dolor que causa tu agonía? 
                 Uno sé me enseñaste, de tal suerte,
                 que hallé la vida do busqué la muerte.
                     El corazón, que su dolor desagua
                 por los ojos en lágrimas corrientes,
                 humor que hace en la amorosa fragua 
                 que las ascuas se muestren más ardientes;
                 el cuerpo hizo que arrojase al agua
                 sin peligros mirar ni inconvenientes,
                 juzgando que alcanzaba honrosa palma
                 si llegaba a juntarse con su alma. 
                     Arrojando las armas, arrojéme
                 al mar, en amoroso fuego ardiendo,
                 y otro Leandro con más luz tornéme,
                 pues iba aquella de tu luz siguiendo.
                 Cansábanse los brazos, y esforcéme, 
                 por medio de la muerte y mar rompiendo,
                 porque vi que una fusta a mí volvía
                 por su interese y por ventura mía.
                     Un corvo hierro un turco echó, y asióme,
                 inútil presa, y con muy gran fatiga 
                 al bajel enemigo al fin subióme,
                 y de mi historia no sé más qué diga.
                 Entre los suyos Cauralí contóme;
                 su mujer me persigue y mi enemiga,
                 él te persigue a ti. ¡Mira si es cuento 
                 digno de admiración y sentimiento!

COSTANZA:            Si tú a los ruegos de Halima
                 estás fuerte, cual espero,
                 yo me mostraré a la lima
                 de Cauralí duro acero, 
                 impenetrable y de estima.
                     Aunque será menester,
                 para que nos dejen ver,
                 alivio de nuestro mal,
                 darles alguna señal 
                 de amoroso proceder.
                     Rogóte a ti Cauralí
                 que me hablases, y Halima
                 me pidió que hablase a ti.
D. FERNANDO:     Otra cosa me lastima 
                 más que su pena.
COSTANZA:                          Y a mí.
D. FERNANDO:         Pues rompan estos abrazos
                 sus designios en pedazos;
                 que, mientras esto se alcance,
                 no hay temer desvelo o trance, 
                 pues tengo al cielo en mis brazos.


[Salen] CAURALÍ y HALIMA, y venlos
abrazados


                     Aprieta, querida esposa,
                 que, en tanto que en este cielo
                 mi afligida alma reposa,
                 no hay mal que me dé en el suelo 
                 la Fortuna rigurosa.
CAURALÍ:             ¡Oh perro! ¿Tú con mi esclava?
                 ¿Cómo el cielo no te acaba?
HALIMA:          ¡Perra! ¿Tú con mi cautivo?
                 ¿Cómo sin matarte vivo? 
                 ¡Esto es lo que yo esperaba,
                     perra!
CAURALÍ:                     ¡Perro!
HALIMA:                             ¡Perra!
CAURALÍ:                                   ¡Perro!
HALIMA:          Desta perra es la maldad;
                 que no nació dél el yerro.
CAURALÍ:         Dél nació, y esto es verdad, 
                 y sé bien que no me yerro.
                     ¡Yo os sacaré el corazón,
                 perro!
HALIMA:                 ¡Perra, esta traición
                 me pagarás con la vida!
D. [FERNANDO]:   ¡Oh, cuán mal está entendida, 
                 señores, nuestra intención!
                     Aquel abrazo que viste,
                 Costanza a ti le enviaba.
CAURALÍ:         ¿Qué dices?
D. [FERNANDO]:               Lo que oyes, triste.
COSTANZA:        En tu nombre se fraguaba 
                 el favor que interrumpiste.
                     ¡Colérica eres, a fe!
D. [FERNANDO]:   Esto entiende y esto cree.
HALIMA:          ¿Qué dices, amiga mía?
COSTANZA:        Si éste se perdió, otro día 
                 otros cuatro cobraré.
CAURALÍ:             ¿Es lo que has dicho verdad?
D. [FERNANDO]:   Pues, ¿a qué te he de mentir?
CAURALÍ:         Ten cierta tu libertad.
HALIMA:          Más os pudiera reñir 
                 este amor o liviandad;
                     pero déjolo hasta ver
                 si proseguís en hacer
                 esto que he visto y no creo.
CAURALÍ:         Halima, en mil cosas veo 
                 que eres prudente mujer,
                     y más en esto; que pienso
                 que éstos, cual nuevos cristianos,
                 dieron a su gusto el censo;
                 que a cautivos y paisanos, 
                 les da el verse gusto inmenso;
                     y, como solos se hallaron,
                 sus penas comunicaron.
HALIMA:          Y aun las ajenas también.
CAURALÍ:         Esto no me suena bien. 
COSTANZA:        Entrambos adivinaron.
CAURALÍ:             ¿Por ventura sabe Halima
                 cosa desto?
HALIMA:                      ¿Por ventura
                 a Cauralí le lastima
                 tu amor?
COSTANZA:                  ¡Aqueso es locura! 
D. [FERNANDO]:   Tal sospecha no te oprima,
                     que no ha caído en la cuenta.
COSTANZA:        Señora, vive contenta
                 y sin sospecha en tu daño.
CAURALÍ:         Fácil se cae en un engaño. 
COSTANZA:        Y tarde se alza una afrenta.
CAURALÍ:             Haz cuanto puedes y sabes.
HALIMA:          No te descuides en nada.
CAURALÍ:         Bien es tu cólera acabes.
HALIMA:          Tenla ya por acabada. 
                 Entra y dame aquellas llaves.


[Vanse] HALIMA y COSTANZA


CAURALÍ:             Tú vente al Zoco conmigo.
D. [FERNANDO]:   ¡Amor, puesto que te sigo
                 con el alma y con los pasos,
                 tus enredos y tus pasos 
                 bendigo en parte y maldigo!


[Vanse.  Salen] JUANICO y FRANCISQUITO, trompando con un
trompo


FRANCISQUITO:        Tú, que turbas mi quietud,
                 porque los sollozos rompo
                 que nacen de tu virtud,
                 ¿has visto más lindo trompo, 
                 ansí Dios te dé salud?
JUANICO:             Deja de echar esos lazos,
                 que otros de más embarazos
                 esperan nuestras gargantas.
FRANCISQUITO:    ¿Pues desto, hermano, te espantas? 
                 Yo los haré mil pedazos.
                     No pienses que he de ser moro,
                 por más que aqueste inhumano
                 me prometa plata y oro,
                 que soy español cristiano. 
JUANICO:         Eso temo y eso lloro.
FRANCISQUITO:        Como tengo pocos días,
                 de mi valor desconfías.
JUANICO:         Ansí es.
FRANCISQUITO:             Pues imagina
                 que tengo fuerza divina 
                 contra humanas tiranías.
                     No sé yo quién me aconseja
                 con voz callada en el pecho,
                 que no la siento en la oreja,
                 y de morir satisfecho 
                 y con gran gusto me deja;
                     dícenme, y yo dello gusto,
                 que he de ser un nuevo Justo
                 y tú otro nuevo Pastor.
JUANICO:         Hazlo ansí, divino amor, 
                 que con tu querer me ajusto.
                     Deja aquesta niñería
                 del trompo, ¡por vida mía!,
                 y repasemos los dos
                 las oraciones de Dios. 
FRANCISQUITO:    Bástame el Avemaría.
JUANICO:             ¿Y el Padrenuestro?
FRANCISQUITO:                            También.
JUANICO:         ¿Y el Credo?
FRANCISQUITO:                  Séle de coro.
JUANICO:         ¿Y la Salve?
FRANCISQUITO:                 ¡Aunque me den
                 dos trompos, no seré moro! 
JUANICO:         ¡Qué niñería!
FRANCISQUITO:                   Pues bien:
                     ¿Piensa[s] que me estoy burlando?
JUANICO:         Estamos cosas tratando
                 como si fuésemos hombres,
                 ¿y es bien que el trompo aquí nombres? 
FRANCISQUITO:    ¿[He de] estar siempre llorando?
                     Mi fe, hermano, tened cuenta
                 con vos, y mirad no os hunda
                 de Mahoma la tormenta;
                 que yo encubro en esta funda 
                 un alma de Dios sedienta;
                     y ni el trompo, ni el cordel,
                 ni las fuentes que en Argel
                 y en sus contornos están,
                 mi sed divina hartarán, 
                 ni se ha de hartar sino en él.
                     Y así, os digo, hermano mío;
                 que, por ver mis niñerías,
                 no penséis que estoy sin brío,
                 porque en las entrañas mías 
                 no hay lugar de Dios vacío.
                     Tened cuidado de vos,
                 y encomendaos bien a Dios
                 en la afrenta que amenaza;
                 si no, yo saldré a la plaza 
                 a pelear por los dos.
                     Tengo yo el Ave María
                 clavada en el corazón,
                 y es la estrella que me guía
                 en este mar de aflicción 
                 al puerto del alegría.
JUANICO:             Dios en tu lengua se mira,
                 y por eso no me admira
                 el ver que hables tan alto.
FRANCISQUITO:    No os turbará sobresalto 
                 si en ella ponéis la mira.
JUANICO:             ¡Ay de nosotros, que viene
                 el Cadí con su porfía!
                 Mostrar ánimo conviene.
FRANCISQUITO:    Acude al Ave María; 
                 verás qué fuerzas que tiene.


[Sale] el CADÍ y el CARAHOJA, amo del
desorejado


CADÍ:                Pues, hijos, ¿en qué entendéis?
JUANICO:         En trompear, como veis,
                 mi hermano, señor, entiende.
CARAHOJA:        Es niño y, en fin, atiende 
                 a su edad.
CADÍ:                        Y vos, ¿qué hacéis?
JUANICO:             Rezando estaba.
CADÍ:                                ¿Por quién?
JUANICO:         Por mí, que soy pecador.
CADÍ:            Todo aqueso esta muy bien.
                 ¿Qué rezábades?
JUANICO:                           Señor, 
                 lo que sé.
FRANCISQUITO:                Respondió bien.
                     Rezaba el Ave María.


Trompa FRANCIS[QUIT]O


CADÍ:            Dejar el trompo podría
                 delante de mí, Bairán.
FRANCISQUITO:    ¡Buen nombre puesto me han! 
CARAHOJA:        Todo aquello es niñería.
CADÍ:                Este rapaz me da pena.
                 Deja, Bairán, la porfía,
                 que a gran daño te condena.
                 ¿Qué dices?
FRANCISQUITO:                 Ave María. 
CADÍ:            ¿Qué respondes?

FRANCISQUITO:                      Gracia plena.
CARAHOJA:            Este mayor es maestro
                 del menor.
JUANICO:                     Yo no le muestro:
                 que él, por sí, habilidad tiene.
FRANCISQUITO:    ¡Oh, cuán de molde que viene 
                 decir aquí el Padrenuestro!
JUANICO:             Pues faltan los de la tierra,
                 bien es acudir al cielo.
                 ¿Dó nuestro padre se encierra?
FRANCISQUITO:    A su tiempo llamarélo. 
JUANICO:         Ya se comienza la guerra.
FRANCISQUITO:        Porque todo al justo cuadre,
                 lo postrero que mi madre
                 me enseñó quiero decir,
                 que es bueno para el morir. 
CADÍ:            ¿Qué has de decir?
FRANCISQUITO:                       Creo en Dios Padre.
CADÍ:                ¡Por Alá, que a su rüina
                 me dispongo!
FRANCISQUITO:                 ¿Ya os turbáis?
                 Pues si es que aquesto os indina,
                 ¿qué hará cuando me oyáis 
                 decir la Salve Regina?
                     Para vuestras confusiones,
                 todas las cuatro oraciones
                 sé, y sé bien que son escudos
                 a tus alfanjes agudos 
                 y a tus torpes invenciones.
CARAHOJA:            Con no más de alzar el dedo
                 y decir: "Ilá, ilalá",
                 te librarás deste miedo.
FRANCISQUITO:    En la cartilla no está 
                 eso, que decir no puedo.
JUANICO:             Ni quiero, has de añadir.
FRANCISQUITO:    Ya yo lo iba a decir.
CADÍ:            ¡Esto es cansarnos en balde!
                 Éste, a mi instancia llevadle, 
                 y estotro, que han de morir.


Arroja el trompo y desnúdase [FRANCISQUITO]


FRANCISQUITO:        ¡Ea!, vaya el trompo afuera,
                 y este vestido grosero,
                 que me vuelve el alma fiera,
                 y es bien que vaya ligero 
                 quien se atreve a esta carrera.
                     ¡Ea!, hermano, sed pastor
                 con esfuerzo y con valor,
                 que tras vos irá con gusto
                 un pecadorcito justo 
                 por la gracia del Señor!
                     ¡Ea!, tiranos feroces,
                 mostrad vuestras manos listas,
                 y bien agudas las hoces,
                 para segar las aristas 
                 destas gargantas y voces;
                     que en esta estraña porfía,
                 adonde la tiranía
                 toda su rabia convoca,
                 no sacaréis de mi boca 
                 sino...
JUANICO:                 ¿Qué?
FRANCISQUITO:                  Un Avemaría.
CARAHOJA:            Entremos, que ya el regalo
                 les hará mudar de intento
                 más que el azote y el palo.
CADÍ:            Por cien mil señales siento 
                 que va mi partido malo;
                     que el mayor es en extremo
                 callado y sagaz. ¡Blasfemo
                 seré del mismo Mahoma,
                 si estos rapaces no doma! 
FRANCISQUITO:    ¿No le temes?
JUANICO:                        No le temo.


FIN DE LA SEGUNDA JORNADA


      


      

 

 

JORNADA TERCERA

Salen [el] GUARDIÁN bají y otro MORO


GUARDIÁN:            Por diez escudos no daré mi parte.
                 Sentaos y no dejéis entrar alguno,
                 si no pagan dos ásperos muy buenos.
MORO:            La Pascua de Natal, como ellos llaman, 
                 venticinco ducados se llegaron.
GUARDIÁN:        Los españoles, por su parte, hacen
                 una brava comedia.
MORO:                               Son saetanes;
                 los mismos diablos son; son para todo.
                 Ya descuelgan cristianos a su misa. 


[Salen] Vivanco, don FERNANDO, don LOPE, el SACRISTÁN, el 
[VIEJO] padre de los niños; trae Don FERNANDO los calzones 
del SACRISTÁN


D. FERNANDO:     Veislos aquí, que no me los he puesto;
                 antes Costanza les echó un remiendo
                 en parte do importaba, y de su mano.
SACRISTÁN:       De molde vienen para la comedia;
                 agora me los chanto. ¡Sus, entremos! 
GUARDIÁN:        ¿Adónde vais, cristiano?
[VIEJO]:                                  Yo, a oír misa.
MORO:            Pues paga.
[VIEJO]:                     ¿Cómo, paga? ¿Aquí se paga?
GUARDIÁN:        ¡Bien parece que es nuevo el padre viejo!
MORO:            Dos ásperos, o apártate, camina.
[VIEJO]:         No los tengo, por Dios.
MORO:                                   Pues ve y ahórcate. 
D. LOPE:         Yo pagaré por él.
MORO:                               Eso en buen hora.
SACRISTÁN:       Fende, déjeme entrar, y este pañuelo,
                 que no ha media hora que hurté a un judío,
                 tome por prenda, o déme lo que vale,
                 que lo daré no más de por el costo, 
                 o muy poquito más.
GUARDIÁN:                           Con otros cuatro
                 quedas muy bien pagado.
SACRISTÁN:                              Vengan, y entro.
[MORO:]          ¡Ea!, acudid a entrar, que se hace tarde.
                 Con los del rey, yo apostaré que pasen
                 de dos mil los que están en el banasto. 
                 Entremos a mirar desde la puerta
                 cómo dicen su misa, que imagino
                 que tienen grande música y concierto.
GUARDIÁN:        Poneos tras el postigo, y veréis todo
                 cuanto hacen los cristianos en el patio, 
                 porque es cosa de ver.
MORO:                                   Ya los he visto.
                 Hoy dicen que tornó a vivir su Cristo.


[Vanse].  Salen al teatro todos los cristianos que haya, y 
OSORIO entre ellos, y el SACRISTÁN, puestos los calzones 
que le dio Don FERNANDO


OSORIO:              Misterio es éste no visto.
                 Veinte religiosos son
                 los que hoy la Resurreción 
                 han celebrado de Cristo
                     con música concertada,
                 la que llaman contrapunto.
                 Argel es, según barrunto,
                 arca de Noé abreviada: 
                     aquí están de todas suertes,
                 oficios y habilidades,
                 disfrazadas calidades.
VIVANCO:         Y aun otra cosa, si adviertes,
                     que es de más admiración, 
                 y es que estos perros sin fe
                 nos dejen, como se ve,
                 guardar nuestra religión.
                     Que digamos nuestra misa
                 nos dejan, aunque en secreto. 
OSORIO:          Más de una vez, con aprieto
                 se ha celebrado y con prisa;
                     que una vez, desde el altar,
                 al sacerdote sacaron
                 revestido, y le llevaron 
                 por las calles del lugar
                     arrastrando; y la crueldad
                 fue tal que con él se usó,
                 que en el camino acabó
                 la vida y la libertad. 
                     Mas dejémonos de aquesto,
                 y a nuestra holgura atendamos,
                 pues que nos dan nuestros amos
                 hoy lugar para hacer esto.
                     De nuestras Pascuas tenemos 
                 los primeros días por nuestros.
D. LOPE:         ¿Y qué? ¿Hay músicos?
OSORIO:                                Y diestros;
                 los del Cadí llamaremos.
VIVANCO:             Aquí están.
OSORIO:                           Y aquél que ayuda
                 al coloquio ya está aquí. 
D. FERNANDO:     ¡Bien cantan los del Cadí!
OSORIO:          Antes que más gente acuda,
                     el coloquio se comience,
                 que es del gran Lope de Rueda,
                 impreso por Timoneda, 
                 que en vejez al tiempo vence.
                     No pude hallar otra cosa
                 que poder representar
                 más breve, y sé que ha de dar
                 gusto, por ser muy curiosa 
                     su manera de decir
                 en el pastoril lenguaje.
VIVANCO:         ¿Hay pellicos?
OSORIO:                         De ropaje
                 humilde; y voime a vestir.
VIVANCO:             ¿Quién canta?
OSORIO:                            Aquí el sacristán, 
                 que tiene donaire en todo.
VIVANCO:         ¿Hay loa?
OSORIO:                      ¡De ningún modo!


[Vanse] OSORIO y el SACRISTÁN


VIVANCO:         ¡Oh, qué mendigos están!
                     En fin: comedia cautiva,
                 pobre, hambrienta y desdichada, 
                 desnuda y atarantada.
D. LOPE:         La voluntad se reciba.


[Sale] CAURALÍ


CAURALÍ:             Sentaos, no os alborotéis,
                 que vengo a ver vuestra fiesta.
D. FERNANDO:     Quisiera que fuera ésta, 
                 fe[n]de, cual la merecéis.
D. LOPE:             Aquí os podéis asentar,
                 que yo me quedaré en pie.
CAURALÍ:         No, no, amigo, siéntate,
                 que salen a comenzar. 
D. LOPE:             Ya salen; sosiego y chite,
                 que cantan.
VIVANCO:                      Mejor sería
                 que llorasen.
D. FERNANDO:                    Este día
                 lágrimas no las permite.


Canten lo que quisieren


VIVANCO:             La música ha sido hereje; 
                 si el coloquio así sucede,
                 antes que la rueda ruede,
                 se rompa el timón y el eje.


En acabando la música, dice el SACRISTÁN (Todo cuanto dice agora el
SACRISTÁN, lo diga mirando al soslayo a CAURALÍ)


SACRISTÁN:           ¿Qué es esto? ¿Qué tierra es ésta?
                 ¿Qué siento? ¿Qué es lo que veo? 
                 De réquiem es esta fiesta
                 para mí, pues un deseo
                 más que mortal me molesta.
                     ¿Dónde se encendió este fuego,
                 que tiene, entre burla y juego, 
                 el alma ceniza hecha?
                 De Mahoma es esta flecha,
                 de cuya fuerza reniego.
                     Como cuando el sol asoma
                 por una montaña baja, 
                 y de súbito nos toma
                 y con su vista nos doma
                 nuestra vista y la relaja;
                     como la piedra balaja,
                 que no consiente carcoma, 
                 tal es el tu rostro, Aja,
                 dura lanza de Mahoma,
                 que las mis entrañas raja.
CAURALÍ:             ¿Es esto de la comedia,
                 o es bufón este cristiano? 
SACRISTÁN:       Si mi dolor no remedia
                 su bruñida y blanca mano,
                 todo acabará en tragedia.
                     ¡Oh mora la más hermosa,
                 más discreta y más graciosa 
                 que la fama nos ofrece,
                 desde do el alba amanece
                 hasta donde el sol reposa!,


Dice esto mirando a CAURALÍ


                     Mahoma en su compañía
                 te tenga siglos sin cuento. 
CAURALÍ:         ¿Este perro desvaría,
                 o entra aquesto en el cuento
                 de la fiesta deste día?
D. FERNANDO:         Calla, Tristán, y ten cuenta,
                 porque ya se representa 
                 el coloquio.
SACRISTÁN:                    Sí haré;
                 pero no sé si podré,
                 según el diablo me tienta.


Sale GUILLERMO, pastor


GUILLERMO:           Si el recontento que trayo,
                 venido tan de rondón, 
                 no me le abraza el zurrón,
                 ¿cuales nesgas pondré al sayo,
                 y qué ensanchas al jubón?
SACRISTÁN:           ¡Vive Dios, que se me abrasa
                 el hígado, y sufro y callo! 
GUILLERMO:       Si es que esto adelante pasa,
                 muy mejor será dejallo.
SACRISTÁN:       ¿Quién encendió aquesta brasa?
D. LOPE:             Tristán, amigo, escuchad,
                 pues sois discreto, y callad, 
                 que ésa es grande impertinencia.
SACRISTÁN:       Callaré y tendré paciencia.
[GUILLERMO]:     ¿Comienzo?
D. LOPE:                     Sí, comenzad.
GUILLERMO:           Si el recontento que trayo,
                 venido tan de rondón, 
                 no me lo abraza el zurrón,
                 ¿cuales nesgas pondré al sayo,
                 o qué ensanchas al jubón?
                     Y si, al contarlo estremeño,
                 con un donaire risueño, 
                 ayer me miró Costanza,
                 ¿qué turba habrá ya o mudanza
                 que no le pase por sueño?
                     Esparcíos, las mis corderas,
                 por las dehesas y prados; 
                 mordey sabrosos bocados,
                 no temáis las venideras
                 noches de nubros airados;
                     antes os and[áis] exentas,
                 brincando de recontentas. 
                 No os aflija el ser mordidas
                 de las lobas desambridas,
                 tragantonas, malcontentas;
                     y, al dar de los vellocinos,
                 venid simpres, no ronceras, 
                 rumiando por las laderas,
                 a jornaleros vecinos,
                 o al corte de sus tijeras;
                     que el sin medida contento,
                 cual no abarca el pensamiento, 
                 os librará de lesión,
                 si al dar del branco vellón
                 barruntáis el bien que siento.
                     Mas, ¿quién es este cuitado
                 que asoma acá entellerido, 
                 cabizbajo, atordecido,
                 barba y cabello erizado,
                 desairado y mal erguido?
SACRISTÁN:           ¿Quién ha de ser? Yo soy, cierto,
                 el triste y desventurado, 
                 vivo en un instante y muerto,
                 de Mahoma enamorado.
                 ................... [-erto].
CAURALÍ:             ¡Echadle fuera a este loco!
SACRISTÁN:       ¡Tu divina boca invoco,
                 Ajá, de mil azahares, 
                 boca de quitapesares
                 a quien desde lejos toco!
CAURALÍ:             ¡Dejádmele!
D. FERNANDO:                       No, señor,
                 que cuanto dice es donaire,
                 y es bufón el pecador. 
SACRISTÁN:       ¡Dios de los vientos! ¿No hay aire
                 para templar tanto ardor?
GUILLERMO:           ¡Ya es mucha descortesía
                 y mucha bufonería!
                 ¡Échenle ya, y déjenos! 
SACRISTÁN:       Yo me voy. ¡Quédate a Dios,
                 argelina gloria mía!
GUILLERMO:           ¿Dónde quedé?
VIVANCO:                            No sé yo.
D. LOPE:         Mas, ¿quién es este cuitado...?,
                 fue el verso donde paró. 
D. FERNANDO:     Los calzones han obrado.
GUILLERMO:       ¿Vuelvo a comenzar?
D. FERNANDO:                         No, no;
                     no nos turben a deshora.
                 Prosigue el coloquio ahora.
                 

Un MORO dice desde arriba


MORO:            ¡Cristianos, estad alerta; 
                 cerrad del baño la puerta!
GUILLERMO:       ¡Vengas, perrazo, en mal hora!


MORO:                ¡Abrid aquese cristiano,
                 que va herido, y cerrad presto!
CAURALÍ:         ¡Válame Alá! ¿Qué es aquesto? 
MORO:            ¡Oh santo Alá soberano!
                     Dos han muerto, y del rey son.
                 ¡Oh crueldad jamás oída!
                 A todos quitan la vida
                 sin ninguna distinción. 


[Sale] un CRISTIANO herido, y otro [CRISTIANO] sin
herir


D. FERNANDO:         Pasad, hermano, adelante.
                 ¿Quién os ha herido?
CRISTIANO [1]:                          Un archí.
D. FERNANDO:     ¿La causa?
CRISTIANO [1]:               Ninguna di.
VIVANCO:         ¿Es la herida penetrante?
CRISTIANO [1]:       No sé; con manera fue, 
                 y será mortal, sin duda.
CRISTIANO [2]:   Otra traigo yo más cruda,
                 y en parte do no se ve.
CAURALÍ:             ¿No dirás qué es esto, Alí?
MORO:            Grande armada han descubierto 
                 por la mar.
D. FERNANDO:                 ¿Y aqueso es cierto?
                 ¿Vaste, fende Cauralí?


Vase CAURALÍ


MORO:                Y los jenízaros matan
                 si encuentran algún cautivo,
                 o con furor duro esquivo 
                 malamente le maltratan;
                     y aquestas voces que oís
                 las dan judíos, de miedo.
GUILLERMO:       ¡Todo el mundo se esté quedo!
                 Yo creo, Alí, que mentís, 
                     pues no ha mucho que en España
                 no había ninguna nueva
                 de armada.
MORO:                        Pues esta prueba
                 os desmiente y desengaña;
                     que a fe que dicen que asoman 
                 más de trecientas galeras,
                 con flámulas y banderas,
                 y que el rumbo de Argel toman.
GUILLERMO:           Quizá por encant[a]mento
                 aquesta armada se ha hecho. 


[Sale] el GUARDIÁN Bají


GUARDIÁN:        ¡El corazón en el pecho
                 no cabe, y de ira reviento!
OSORIO:              Pues, ¿qué hay, fendi?
GUARDIÁN:                                   Yo me alisto
                 a contar la crueldad,
                 igual de la necedad 
                 mayor que jamás se ha visto.

                     Salió el sol esta mañana,
                 y sus rayos imprimieron
                 en las nubes tales formas,
                 que, aunque han mentido, las creo. 
                 Una armada figuraron
                 que venía a vela y remo
                 por el sesgo mar apriesa,
                 a tomar en Argel puerto.
                 Tan claramente descubren 
                 los ojos que la están viendo,
                 de las fingidas galeras
                 las proas, popas y remos,
                 que hay quien afirme y quien jure
                 que del cómitre y remero 
                 vio el mandar y obedecer
                 hacerse todo en un tiempo.
                 Tal hay que dice haber visto
                 a vuestro profeta muerto
                 en la gavia de una nave, 
                 en una bandera puesto.
                 Muestra tan al vivo el humo
                 su vano y escuro cuerpo,
                 y tan de cerca perciben
                 los oídos fuego y truenos, 
                 que, por temor de las balas,
                 más de cuatro se pusieron
                 a abrazar la madre tierra:
                 tal fue el miedo que tuvieron.
                 Por estas formas que el sol 
                 ha con sus rayos impreso
                 en las nubes, ha en nosotros
                 otras mil formado el miedo.
                 Pensamos que ese don Juan,
                 cuyo valor fue el primero 
                 que a la otomana braveza
                 tuvo a raya y puso freno,
                 venía a dar fin honroso
                 al desdichado comienzo
                 que su valeroso padre 
                 comenzó en hado siniestro.
                 Los jenízaros archíes,
                 que están siempre zaques hechos,
                 dieron en matar cautivos,
                 por tener contrarios menos; 
                 y si acaso el sol tardara
                 de borrar sus embelecos,
                 no estábades bien seguros
                 cuantos estáis aquí dentro.
                 Veinte y más son los heridos, 
                 y más de treinta los muertos.
                 Ya el sol deshizo la armada;
                 volved a hacer vuestros juegos.
OSORIO:          ¡Mal podremos proseguir
                 tan sangrientos pasatiempos! 
CRISTIANO [2]:   Pues escuchad otra historia
                 más sangrienta y de más peso.

                     El Cadí, como sabéis,
                 tiene en su poder a un niño
                 de tiernos y pocos años, 
                 el cual se llama Francisco.
                 Ha puesto toda su industria,
                 su autoridad y jüicio,
                 mil promesas y amenazas,
                 mil contrapuestos partidos, 
                 para que de bueno a bueno
                 esta prenda del bautismo
                 se deje circuncidar
                 por su gusto y su albedrío.
                 Su industria ha salido vana; 
                 su jüicio no ha podido
                 imprimir humanas trazas
                 en este pecho divino.
                 Por esto, según se entiende,
                 como afrentado y corrido, 
                 su luciferina rabia
                 hoy ha esfogado en Francisco.
                 Atado está a una coluna,
                 hecho retrato de Cristo,
                 de la cabeza a los pies 
                 en su misma sangre tinto.
                 Témome que habrá espirado,
                 porque tan crüel martirio
                 mayores años y fuerzas
                 no le hubieran resistido. 
[VIEJO]:         ¡Dulce mitad de mi alma,
                 ay de mis entrañas hijo,
                 detened la vida en tanto
                 que os va a ver este afligido!
                 ¡En la calle de Amargura, 
                 perezosos pies, sed listos;
                 veré en su ser a Pilatos
                 y en figura veré a Cristo!



Vase el [VIEJO] padre


[CRISTIANO] 2:   ¿Éste es su padre, señores?
D. [FERNANDO]:   Su padre es este mezquino, 
                 hidalgo y muy buen cristiano,
                 y somos de un pueblo mismo.
                 Acábense nuestras fiestas,
                 cesen nuestros regocijos,
                 que siempre en tragedia acaban 
                 las comedias de cautivos.


[Vanse] todos.  Salen ZAHARA, HALIMA y COSTANZA


HALIMA:              Tu padre me rogó, amiga,
                 que viniese en un momento
                 a componerte.
ZAHARA:                        ¡Su intento
                 todo el cielo le maldiga! 
HALIMA:              ¿Pues cásaste con un rey
                 y muéstraste desabrida?
                 Y más, que es cosa sabida
                 que es gentilhombre Muley.
                     Sin duda que estás prendada 
                 en otra parte.
ZAHARA:                         No hay prenda
                 que me halague ni me ofenda,
                 porque de amor no sé nada.
HALIMA:              Pues esta noche sabrás,
                 en la escuela de tu esposo, 
                 que es amor dulce y sabroso.
ZAHARA:          ¡Amargas nuevas me das!
HALIMA:              ¡Qué melindrosa señora!
ZAHARA:          No es melindre, sino enfado:
                 que había determinado 
                 no casarme por ahora,
                     hasta que el cielo me diese
                 con otro compás mi suerte.
HALIMA:          Calla, que reina has de verte.
ZAHARA:          No aspiro a tanto interese. 
                     Con otro estado menor,
                 con mayor gusto estaría.
HALIMA:          Yo juro por vida mía,
                 Zara, que tenéis amor.
                     Ahora bien, mostrad las perlas 
                 que tenéis, que quiero ver
                 cuántos lazos podré hacer.
ZAHARA:          Allí dentro podrás verlas.
                     Éntrate, y déjame un poco,
                 que quiero hablar con Costanza. 
HALIMA:          ¡Vos gustaréis de la danza
                 antes de mucho y no poco!


[Vase] HALIMA


COSTANZA:            Dime, señora, qué es esto.
                 ¿Tanto te enfada el casarte,
                 y con un rey?
ZAHARA:                         No hay contarte 
                 tantas cosas y tan presto.
COSTANZA:            ¿De dónde el enfado mana
                 que muestras tan importuno?
ZAHARA:          Pasito, no escuche alguno.
                 ¡Soy cristiana, soy cristiana! 
COSTANZA:            ¡Válame Santa María!
ZAHARA:          Esa Señora es aquella
                 que ha de ser mi luz y estrella
                 en el mar de mi agonía.
COSTANZA:            ¿Quién te enseñó nuestra ley? 
ZAHARA:          No hay lugar en que lo diga.
                 Cristiana soy; mira, amiga,
                 qué me sirve el moro rey.
                     Di: ¿conoces, por ventura,
                 a un cautivo rescatado 
                 que es caballero y soldado?
COSTANZA:        ¿Cómo ha nombre?
ZAHARA:                            Mal segura
                     estoy aquí, y con temor
                 de algún desgraciado encuentro.
COSTANZA:        Pues entrémonos adentro. 
ZAHARA:          Sin duda, será mejor.


[Vanse].  Salen el rey [HAZÁN], el CADÍ,
[y] el GUARDIÁN Bají


CADÍ:                ¡Extraño caso ha sido!
[HAZÁN]:                                     Y tan extraño
                 que no sé si jamas le ha visto el mundo.
CADÍ:            Ya se han visto en el aire muchas veces
                 formados escuadrones espantables 
                 de fantásticas sombras, y encontrarse
                 con todo el artificio y maestría
                 que en la mitad de una campaña rasa
                 se suelen embestir los verdaderos;
                 las nubes han llovido sangre y malla, 
                 y pedazos de alfanjes y de escudos.
[HAZÁN]:         Esos llaman prodigios los cristianos,
                 que suelen parecer algunas veces;
                 pero que acaso, y sin misterio alguno,
                 del sol los rayos, que en las nubes topan, 
                 hayan formado así tan grande armada,
                 nunca lo oí jamás.
GUARDIÁN:                           Yo así lo digo;
                 pues a fe que te cuesta la burleta
                 más de treinta cristianos.
[HAZÁN]:                                    No hace al caso;
                 mas que pasaran a cuchillo todos. 
CADÍ:            Quitóme el sobresalto de las manos
                 el corbacho y la furia.
[HAZÁN]:                                   ¿Qué hacías?
CADÍ:            Azotaba a un cristiano...
[HAZÁN]:                                   ¿Por qué causa?
CADÍ:            Es de pequeña edad, y no es posible
                 que regalos, promesas ni amenazas 
                 le puedan volver moro.
[HAZÁN]:                                ¿Es, por ventura,
                 el muchacho español del otro día?
CADÍ:            Aquese mismo es.
[HAZÁN]:                           Pues no te canses,
                 que es español, y no podrán tus mañas,
                 tus iras, tus castigos, tus promesas, 
                 a hacerle torcer de su propósito.
                 ¡Qué mal conoces la canalla terca,
                 porfiada, feroz, fiera, arrogante,
                 pertinaz, indomable y atrevida!
                 Antes que moro, le verás sin vida. 
                 

[Sale] un MORO asido de un [CRISTIANO] cautivo


                 ¿Que ha hecho este cristiano?
MORO:                                          En este punto,
                 en una extraña y nunca vista barca,
                 casi una legua al mar, en este punto
                 le acabé de coger.
[HAZÁN]:                            Pues, ¿de qué modo
                 era la barca extraña?
MORO:                                   Era una balsa 
                 hecha de canalejas, sustentada
                 sobre grandes y muchas calabazas,
                 y él, puesto en medio en pie, de árbol servía,
                 y sus brazos, de entena, en cuyas manos
                 servía de vela una camisa rota. 
[HAZÁN]:         ¿Cuándo entraste en la barca?
CRISTIANO:                                     A media noche.
[HAZÁN]:         Pues, ¿cómo en tanto tiempo no pudiste
                 alejarte de tierra más espacio?
CRISTIANO:       Sultán, no me servía de otra cosa
                 sino de no anegarme, y sólo iba 
                 confïado en el cielo y en el viento
                 que, próspero y furioso arrebatado,
                 la mal formada barca la aportase
                 en cualquiera ribera de cristianos;
                 que ningún remo o vela fuera parte 
                 a hacerla tomar curso ligero.
[HAZÁN]:         ¡En fin, español eres!
CRISTIANO:                              No lo niego.
[HAZÁN]:         Pues desto que no niegas yo reniego.


[Sale] el SACRISTÁN con un niño en las mantillas, fingido,
y tras él el JUDÍO de la cazuela


                 ¿Es aquésta otra barca?
JUDÍO:                                   Este cristiano
                 me acaba de robar a este mi hijo. 
CADÍ:            ¿Para qué quiere el niño?
SACRISTÁN:                                ¿No está bueno?
                 Para que le rescaten, si no quieren
                 que le críe y enseñe el Padrenuestro.
                 ¿Qué decís vos, Raquel o Sedequías,
                 Fares, Sadoc, o Zabulón o diablo? 
JUDÍO:           Este español, señor, es la rüina
                 de nuestra judería; no hay en ella
                 cosa alguna segura de sus uñas.
[HAZÁN]:         Di: ¿no eres español?
SACRISTÁN:                             ¿Ya no lo sabes?
[HAZÁN]:         ¿Quién es tu amo?
SACRISTÁN:                          El dabají Morato. 
[HAZÁN]:         Tocadle, por mi vida.
CADÍ:                                   Por la mía,
                 que tienes gran razón en lo que has dicho
                 de la canalla bárbara española.


[Sale] otro MORO con otro CRISTIANO, muy roto y llagadas las
piernas


[HAZÁN]:         ¿Quién es éste?

MORO:                              Español que se ha hüido
                 tantas veces por tierra, que con ésta 
                 son veinte y una vez las de su fuga.
[HAZÁN]:         Si diésemos audiencia cuatro días,
                 serían de españoles todos cuantos
                 se entrasen a quejar.
CADÍ:                                  ¡Extraño caso!
[HAZÁN]:         Pápaz, vuélvele el niño a este judío, 
                 y no le hagan mal a este cristiano,
                 que, pues a tal peligro entregó el cuerpo,
                 en grande cuita debe estar su alma.
                 Y tú, ¿eres español?
CRISTIANO:                              Y de Valencia.
[HAZÁN]:         Vuélvete, pues, a hüir, que si te vuelven, 
                 yo te pondré en un palo.
SACRISTÁN:                                 Señor, haga
                 que este puto judío dé siquiera
                 el jornal que he perdido por andarme
                 tras él para robarle este hideputa.
CADÍ:            Bien dice; desembolse cuarenta ásperos 
                 y délos al pápaz, que los merece.
SACRISTÁN:       ¿Oye, amigo judío?
JUDÍO:                               Muy bien oigo;
                 mas no los tengo aquí.
SACRISTÁN:                              Vamos a casa.
CADÍ:            Con españoles, esto y más se pasa.


[Vanse] todos, [quedando] el [VIEJO] padre solo


[VIEJO]:             ¿Si osaré entrar allá dentro? 
                 ¡Oh temor impertinente!
                 ¡Vamos; que no teme encuentro
                 piedra que naturalmente
                 va presurosa a su centro!


Córrese una cortina; descúbrese FRANCISQUITO, atado a una coluna 
en la forma que pueda mover a más piedad


FRANCISQUITO:        ¿No me quieran desatar, 
                 para que pueda, siquiera,
                 como es costumbre expirar?
[VIEJO]:         No, que de aquesa manera
                 más a Cristo has de imitar.
                     Si vas caminando al cielo, 
                 no has de sentarte en el suelo;
                 más ligero vas ansí.
FRANCISQUITO:    ¡Oh padre, lléguese a mí,
                 que el velle me da consuelo!
                     ¡Ya la muerte helada y fría 
                 a dejaros me provoca
                 con su mortal agonía!
[VIEJO]:         ¡Echa tu alma en mi boca,
                 para que ensarte la mía!
                     ¡Ay, que expira!
FRANCISQUITO:                        ¡Adiós, que expiro! 
[VIEJO]:         ¡Dios, a quien tu intento aspira,
                 nos junte adonde yo aspiro!
                 ¡Qué poco a poco respira,
                 ya dio el último suspiro!
                     ¡Vete en paz, alma hermosa, 
                 y al que te hizo dichosa,
                 pues ya le ves, pídele
                 que nos sustente en su fe
                 pura, santa, alegre, honrosa!
                     ¡Quién supiese el muladar 
                 adonde te han de enterrar,
                 reliquia pequeña y santa,
                 para que pueda mi planta
                 con mis lágrimas regar!


[Vase].  Aquí ha de salir la boda desta manera: HALIMA con un velo 
delante del rostro, en lugar de ZAHARA. Llévanla en unas andas en 
hombros, con música y hachas encendidas, guitarras y voces y grande 
regocijo, cantando los cantares que yo daré. Salen detrás de todos 
VIVANCO y don LOPE, y entre los moros de la música va OSORIO, el 
cautivo. Como acaban de pasar, pregunta don LOPE a OSORIO


D. LOPE:             ¿Quién es esta novia!
OSORIO:                                    Zara, 
                 la hija de Agimorato.
D. LOPE:         ¡No es posible!
OSORIO:                            ¡Cosa es clara!
VIVANCO:         Su rostro y el aparato
                 de la boda lo declara.
OSORIO:              Por Dios, señores, que es ella, 
                 y que es la mora más bella
                 y rica de Berbería!
D. LOPE:         Por el velo que traía
                 no podimos conocella.
OSORIO:              Muley Maluco es su esposo, 
                 el que pretende ser rey
                 de Fez, moro muy famoso,
                 y en su secta y mala ley
                 es versado y muy curioso;
                     sabe la lengua turquesca, 
                 la española y la tudesca,
                 italïana y francesa;
                 duerme en alto, come en mesa,
                 sentado a la cristianesca;
                     sobre todo, es gran soldado, 
                 liberal, sabio, compuesto,
                 de mil gracias adornado.
D. LOPE:         ¿Qué dices, amigo, desto?
VIVANCO:         Que habemos bien negociado,
                     pues, siendo una caña vara, 
                 y otro nuevo Moisén Zara
                 deste Egipto disoluto,
                 pasamos el mar enjuto
                 a gozar la patria cara.
OSORIO:              Gasta en Pascuas el judío 
                 su hacienda; en bodas, el moro;
                 el cristiano a su albedrío,
                 sigue en esto otro decoro,
                 de todo gusto vacío,


[Sale] ZAHARA a la ventana


                     porque en pleitos le da cabo. 
ZAHARA:          ¡Ce, hola, cristiano esclavo!
OSORIO:          ¡Adiós, señores, que quiero,
                 hasta el término postrero
                 ver esto!
D. LOPE:                     Tu gusto alabo.
ZAHARA:              ¡Cristiano o moro enemigo! 
VIVANCO:         ¿Quién nos llama?
ZAHARA:                             Quien merece
                 que le oyáis.
D. LOPE:                       ¡Por Dios, amigo,
                 que esta Zara me parece
                 en la voz!
VIVANCO:                     Yo ansí lo digo,
ZAHARA:              Decidme qué cosa es ésta 
                 deste regocijo y fiesta.
D. LOPE:         Con Zara, la desta casa,
                 Muley Maluco se casa.
ZAHARA:          Desvarïada respuesta.
D. LOPE:             Y allí va sobre unas andas 
                 con música y vocería.
                 Mira si otra cosa mandas.
ZAHARA:          Ya veo, Lela María,
                 cómo en mis remedios andas.
D. LOPE:             ¿Eres Zara?
ZAHARA:                            Zara soy. 
                 Tú, ¿quién eres?
D. LOPE:                           ¡Loco estoy!
ZAHARA:          ¿Qué dices?
D. LOPE:                      Que soy, señora,
                 un tu esclavo que te adora.
                 Soy don Lope.
ZAHARA:                        A abrirte voy.


Quítase de la ventana y baja a abrir


VIVANCO:             De misterio no carece 
                 estar Zara aquí y allí.
D. LOPE:         Este bien su fe merece,
                 y el estar tan sola aquí
                 la admiración en mí crece;
                     adonde hay tanto criado, 
                 tal soledad se ha hallado;
                 todo es milagro y ventura.
VIVANCO:         El regocijo y holgura
                 de la boda lo ha causado.
                     Quien le hace parecer 
                 en lugares diferentes
                 muy más que esto puede hacer,
                 por quitar inconvenientes
                 al bien que ha de suceder.





Sale ZA[HA]RA


                     ¿Vesla, don Lope, a dó asoma? 
                 Mira si es bien que a Mahoma
                 este tesoro quitemos.
D. LOPE:         ¡Oh extremo de los extremos
                 de amor que la almas doma!
                     ¡Salud de mi enfermedad, 
                 arrimo de mi caída,
                 de mi prisión libertad,
                 de mi muerte alegre vida,
                 crédito de mi verdad,
                     archivo donde se encierra 
                 toda la paz de mi guerra,
                 sol que alumbra mis sentidos,
                 luz que a míseros perdidos
                 los encamina a su tierra,
                     vesme aquí a tus pies postrado, 
                 más tu esclavo y más rendido
                 que cuando estaba aherrojado;
                 por ti ganado y perdido,
                 preso y libre en un estado;
                     dame tus pies sobrehumanos 
                 y tus alejandras manos,
                 donde mis labios se pongan!
ZAHARA:          No es bien que se descompongan
                 con moras labios cristianos.
                     Por mil señales has visto 
                 cómo yo toda soy tuya,
                 no por ti, sino por Cristo,
                 y así, en fe de que soy suya,
                 estas caricias resisto;
                     para otro tiempo las guarda, 
                 que ahora, que se acobarda
                 el alma con mil temores,
                 comedimientos y amores
                 mal los atiende y aguarda.
                     ¿Cuándo te partes a España, 
                 y cuándo piensas volver
                 por quien queda y te acompaña?
                 ¿Cuándo fin has de poner
                 a tan glorïosa hazaña?
                     ¿Cuando volverán tus ojos 
                 a ver los moros despojos
                 que ser cristianos desean?
                 ¿Cuándo en verte harás que vean
                 fin mis temores y enojos?
D. LOPE:             Mañana me partiré; 
                 dentro de ocho días, creo,
                 señora, que volveré;
                 que a la cuenta del deseo,
                 que han de ser siglos bien sé.
                     En el jardín estarás 
                 del tu padre, a do verás
                 mi fe y palabra cumplida,
                 si me costase la vida
                 que con tu vista me das.
                     Y no te asalte el recelo 
                 que te he de faltar en esto,
                 pues no ha de querer el cielo,
                 para caso tan honesto,
                 negar su ayuda en el suelo.
                     Cristiano y español soy, 
                 y caballero, y te doy
                 mi fe y palabra de nuevo
                 de hacer lo que en esto debo.
ZAHARA:          Asaz satisfecha estoy;
                     pero, si me quieres bien, 
                 porque quede más segura,
                 júrame por Marién.
D. LOPE:         ¡Juro por la Virgen pura,
                 y por su Hijo también,
                     de no olvidarte jamás 
                 y de hacer lo que verás
                 en mi gusto y tu provecho!
ZAHARA:          ¡Grande juramento has hecho!
                 Basta; no me jures más.
VIVANCO:             ¿Qué es lo que tu padre dice 
                 desto de tu casamiento
                 con Muley Maluco?
ZAHARA:                             Hice
                 esta noche un sentimiento,
                 con que la boda deshice.
                     Hoy me mandó aderezar 
                 para haberme de llevar
                 esta noche a ser esposa;
                 vino, y hallóme llorosa;
                 fuese sin quererme hablar,
                     y por toda la ciudad 
                 se suena que me desposo
                 esta noche.
VIVANCO:                     Así es verdad.
D. LOPE:         ¡Éste es caso milagroso!
                 No la apuréis más; callad.
                     Dame tus manos, señora, 
                 hasta que llegue la hora
                 que con abrazos las des.
ZAHARA:          No, sino dame tus pies,
                 que eres cristiano y yo mora.
                     Vete en paz, que yo, entre tanto 
                 que vas y vuelves, haré
                 plegarias al cielo santo
                 con las voces de mi fe
                 y lágrimas de mi llanto,
                     rogándole que tranquile 
                 el mar, que viento asutile
                 próspero y largo en tus velas,
                 que te libre de cautelas,
                 que en su fe mi ingenio afile.
                     Y, adiós, que no puedo más, 
                 y mañana iré al jardín,
                 donde te espero.
VIVANCO:                           Verás
                 deste principio buen fin.
ZAHARA:          ¿Que me dejas y te vas?
D. LOPE:             No puedo hacer otra cosa. 
ZAHARA:          ¿Llegará la venturosa
                 hora de volver a verte?


Vase ZA[HA]RA


D. LOPE:         Sí llegará, si la muerte
                 no es, cual suele, rigurosa.
                     No será el irme cordura, 
                 hasta ver el fin que tiene
                 aquesta boda en figura.
VIVANCO:         El misterio que contiene,
                 mi buen suceso asegura.


[Vanse].  Descúbrese un tálamo donde ha de estar HALIMA, cubierta 
el rostro con el velo; danzan la danza de la morisca; haya hachas; 
esténlo mirando don LOPE y VIVANCO, y, en acabando la danza, 
entran dos MOROS


MORO 1:              La fiesta cese, y a su casa vuelva 
                 la bella Zara, que Muley lo ordena,
                 con prudencia admirable, desta suerte.
MORO 2:          ¿Pues no pasa adelante el casamiento?
MORO 1:          Sí pasa; pero quiere que entre tanto
                 que él va a cobrar su reino de Marruecos, 
                 Zara se quede en casa de su padre,
                 entera y sin tocar; que deste modo
                 quedará más segura, y él espera
                 gozarla con sosiego allá en su reino,
                 a cuya empresa aún bien no habrá salido 
                 el sol cuando se parta; que esta priesa
                 le dan dos mil jenízaros que lleva
                 en su campo, que ya sabes que marcha.
MORO 2:          Si esto pensaba hacer, ¿para qué quiso
                 que el paseo de Zara se hiciese? 
                 ¿Qué dirá el pueblo? Pensará, sin duda,
                 que no quiere casarse ya con ella.
MORO 1:          Diga lo que dijere, éste es su gusto,
                 y no hay sino callar y obedecelle;
                 y más, que Agimorato gusta dello. 
[MORO] 2:        ¿Ha de volver con pompa?
[MORO] 1:                                ¡Ni por pienso!
[MORO] 2:        Vamos, pues, a volvella.
VIVANCO:                                   ¡Oh Dios inmenso!


[Vanse] todos y ciérrase la cortina del tálamo; quedan en el 
teatro don LOPE y VIVANCO


                 ¡Grandes son tus misterios! Ya seguro
                 puedes partir, pues ves cuán fácilmente
                 esta fantasma y sombra se ha deshecho. 
D. LOPE:         Premisas son de nuestro buen suceso.
                 Yo me voy a embarcar; tened cuidado
                 de acudir al lugar donde os he dicho,
                 y de hacer nuevas señas cada noche
                 como pasen seis días, en los cuales 
                 pienso poder volver, como deseo;
                 y procurad con maña y con aviso,
                 sin descubrir jamás vuestro designio,
                 que el padre de aquel mártir se recoja
                 en el jardín con otro algún amigo; 
                 que si toca a Mallorca este navío
                 en que parto, bien será posible
                 que dentro de seis días vuelva a veros.
VIVANCO:         Partid con Dios, que yo haré de suerte
                 que más de dos la libertad alcancen. 
                 Las señas no se olviden. Abrazadme,
                 y ánimo, y diligencia, y Dios os guíe.
D. LOPE:         De nadie este secreto se confíe.


[Vanse].  Sale[n] OSORIO y el SACRISTÁN


OSORIO:              El cuento es más gracioso
                 que por jamás se ha oído: 
                 que los judíos mismos
                 de su misma hacienda os rescatasen.
SACRISTÁN:       Así como os lo cuento
                 ha sucedido el caso:
                 ellos me han rescatado 
                 y dado libertad graciosamente.
                 Dicen que desta suerte
                 aseguran sus niños,
                 sus trastos y cazuelas,
                 y, finalmente, su hacienda toda. 
                 Yo he dado mi palabra
                 de no hurtarles cosa
                 mientras me fuere a España,
                 y por Dios que no sé si he de cumplirla.


[Sale] un CRISTIANO


CRISTIANO:       La limosna ha llegado 
                 a Bujía, cristianos.
OSORIO:          ¡Buenas nuevas son éstas!
                 ¿Quién viene?
CRISTIANO:                     La Merced.
OSORIO:                                   ¡Dios nos las haga!
                 ¿Y quién la trae a cargo?
CRISTIANO:       Dícenme que un prudente 
                 varón, y que se llama
                 fray Jorge de Olivar.
SACRISTÁN:       ¡Venga en buen hora!
OSORIO:          Un fray Rodrigo de Arce
                 ha estado aquí otras veces,
                 y es desa mesma Orden, 
                 de condición real, de ánimo noble.
SACRISTÁN:       Por lo menos, me ahorro
                 reverencias y ruegos,
                 gracias a Sedequías
                 y al rabí Netalim, que dio el dinero. 
                 Si la esperanza es buena,
                 la posesión no es mala.
                 Muy bien está lo hecho;
                 venga cuando quisiere la limosna.
                 ¡Oh campanas de España!, 
                 ¿cuándo entre aquestas manos
                 tendré vuestros badajos?
                 ¿Cuándo haré el tic y toc o el grave empino?
                 ¿Cuándo de los bodigos
                 que por los pobres muertos 
                 ofrecen ricas viudas
                 veré mi arcaz colmado? ¿Cuándo, cuándo?
CRISTIANO:       ¿Adónde vais agora?
OSORIO:          Pidióle Agimorato
                 al Cadí que nos fuésemos 
                 a su jardín por tres o cuatro días;
                 que con su hija Zara
                 y con la bella Halima,
                 de Cauralí consorte,
                 piensa pasar allí todo el verano. 
CRISTIANO:       Podrá ser que algún día
                 yo vaya a entretenerme
                 con vosotros un rato.
OSORIO:          Serás bien recebido.
CRISTIANO:                            ¡Adiós, amigos!


Vase
 

SACRISTÁN:       También, pues estoy libre, 
                 iré yo, Osorio, a veros.
OSORIO:          Pues lleva la guitarra,
                 y, si es posible, vente luego.
SACRISTÁN:                                     Harélo.


[Vanse].  Salen HALIMA, ZA[HA]RA, COSTANZA, y al entrar se le cae a 
ZA[HA]RA un rosario, que lo alza HALIMA


HALIMA:              ¿Cómo es esto, Zara amiga?
                 ¿Cruz en tus cuentas?
COSTANZA:                               M[í]as son. 
HALIMA:          Si aquésta no es devoción,
                 no sé qué piense o qué diga.
ZAHARA:              ¿Qué cosa es cruz?
HALIMA:                                  Este palo
                 que sobre estotro atraviesa.
ZAHARA:          Pues bien: ¿qué señal es ésa? 
HALIMA:          ¡No está el disimulo malo!
                     Es la señal que el cristiano
                 reverencia como a Alá.
COSTANZA:        Señora, déjamela,
                 que es mía.
HALIMA:                      Tu intento es vano, 
                     que a Zara se le cayó,
                 y yo lo vi por mis ojos.
ZAHARA:          Eso no te cause enojos,
                 que Costanza me la dio
                     cuando estaba el otro día 
                 en tu casa, y yo no sé
                 lo que es cruz.
COSTANZA:                          Ello ansí fue,
                 y fue inadvertencia mía
                     no quitalle esa señal.
                 Pero, ¿qué importa al decoro 
                 de vuestro rezado moro?
ZAHARA:          Gualá que no dice mal.
HALIMA:              Con todo, quítala, hermana;
                 que si algún moro la ve,
                 dirá que guardas la fe, 
                 en secreto, de cristiana.


[Salen] VIVANCO y don FERNANDO


VIVANCO:             He fïado este secreto
                 de vos por ser caballero.
D. FERNANDO:     Ser agradecido espero
                 al peso de ser secreto. 
                     Éstas son Halima y Zara,
                 que yo las conozco bien.
VIVANCO:         Nuestro negocio va bien.
HALIMA:          Repara, amiga, repara,
                     que viene allí mi cristiano, 
                 y en él viene un mi enemigo
                 a quien adoro y maldigo.
ZAHARA:          ¿Qué dices?
HALIMA:                      No está en mi mano
                     disimular más.
COSTANZA:                           ¡Ay triste!
                 ¿Si se quiere declarar 
                 con él?
HALIMA:                   Quiérole hablar.
COSTANZA:        En vano a amor se resiste.
ZAHARA:              ¿Quiéresle bien?
HALIMA:                                La vergüenza
                 me perdone: adórole,
                 y él lo sabe, y yo no sé 
                 cómo a su dureza venza.
ZAHARA:              ¿Y no se humana contigo?
HALIMA:          Costanza dice que sí;
                 pero yo siempre en él vi
                 asperezas de enemigo. 
                     Llégate; dime, cristiano:
                 ¿sabes que eres mi cautivo?
D. FERNANDO:     Señora, sí, y sé que vivo
                 por ti.
HALIMA:                  ¿Pues cómo, inhumano?
                     ¿Nunca te han dicho mis ojos 
                 y la lengua de Costanza
                 que tienes de mi esperanza
                 en tu poder los despojos?
                     ¿Has aguardado a que haga
                 de tanta gente en presencia 
                 esta costosa experiencia,
                 descubriéndote mi llaga?
                     Mira qué fe desdichada,
                 que esto que llaman amor
                 ya es incendio, ya es furor, 
                 cuando no repara en nada;
                     mira bien que podría ser,
                 si desprecias lo que digo,
                 hicieses, hombre, enemigo
                 de tan amiga mujer. 
D. FERNANDO:         Tres días pido no más
                 de plazo, señora mía,
                 para dar a tu porfía
                 el dulce fin que verás.
                     Vete con Dios al jardín 
                 de Zara y allí me espera:
                 verás de tu pena fiera,
                 como he dicho, un dulce fin.
HALIMA:              ¡Soy contenta!
ZAHARA:                            Y yo la mano
                 doy por él que ansí lo hará. 
COSTANZA:        ¡Muy bien negociado está!
HALIMA:          Si has de venir, ve temprano.
ZAHARA:              ¿Qué viento es éste que corre,
                 cristiano?
VIVANCO:                      Norte parece,
                 y en él la ventura ofrece 
                 el que nos guía y socorre.
ZAHARA:              ¿Fuese ya tu compañero
                 a España?
VIVANCO:                     Ya habrá seis días.
ZAHARA:          ¿Solo sin él quedarías?
VIVANCO:         Sí quedé; mas verle espero 
                     con brevedad.
ZAHARA:                            ¿Qué tan presto?
VIVANCO:         Partiríame mañana,
                 si hubiese bajel.
HALIMA:                            Cristiana,
                 alza el rostro. ¿Qué es aquesto?
                     Muy melancólica estás. 
                 ¿Qué tienes? ¿Qué sientes? Di.
COSTANZA:        Vámonos, señora, de aquí,
                 aunque he de morir do vas,
                     porque me da el corazón
                 saltos que me rompe el pecho. 
ZAHARA:          El madrugar lo habrá hecho.
COSTANZA:        Y haber visto una visión
                     que, si no es cosa fingida,
                 y en buen discurso trazada,
                 el fin de aquesta jornada 
                 ha de ser el de mi vida.
D. [FERNANDO]:       Todas son fantasmas vanas;
                 Constanza, no hay qué temer.
COSTANZA:        Presto lo echaré de ver.
ZAHARA:          ¡Medrosas son las cristianas! 
COSTANZA:            No mucho, puesto que hay tal
                 que se espanta de los cielos,
                 iba a decir de los celos,
                 y no dijera muy mal.
HALIMA:              Queda con Alá, mi Hernando, 
                 y mira que vengas luego;
                 que te lo mando y lo ruego.
COSTANZA:        Basta decir te lo mando.


[Vanse] las tres


VIVANCO:             Vamos; quizá la ventura
                 habrá tan próspera sido, 
                 que don Lope sea venido,
                 y no hay perder coyuntura.


[Vanse] VIVANCO y don FERNANDO.  Sale el padre [VIEJO] con un paño 
blanco ensangrentado, como que lleva en él los huesos de
FRANCISQUITO


[VIEJO]:             Osorio haré que los guarde.
                 Temo que esta escuridad,
                 o me turbe, o lleve tarde. 
                 ¡Oh, cuán propio es de mi edad
                 ser temeroso y cobarde!
                     Mas estas reliquias santas
                 encaminarán mis plantas
                 al jardín de Agimorato. 
                 Menester es gran recato
                 donde hay asechanzas tantas.


[Vase].  Sale[n] Don FERNANDO y VIVANCO


VIVANCO:             En la mar está, sin duda:
                 que haber a tierra llegado
                 muestra este plato quebrado. 
                 A nuestra señal se acuda:
                     hiere, amigo, el pedernal,
                 porque saques dé[l] la lumbre
                 que traiga, guíe y alumbre
                 todo el bien de nuestro mal. 
D. FERNANDO:         ¿No ves cómo otras centellas
                 corresponden a las nuestras?
VIVANCO:         Llama a tan alegres muestras,
                 no centellas, sino estrellas.
                     Sosiega y escucha el son 
                 manso de los santos remos.
D. FERNANDO:     Más a la orilla lleguemos.
                 No hay que dudar, ellos son.


[Salen] don LOPE y el PATRÓN de la barca


D. LOPE:             ¿Es Vivanco?
VIVANCO:                           El mismo soy.
D. LOPE:         ¿Está Zara en el jardín? 
VIVANCO:         Sí, amigo.
D. LOPE:                     ¡Felice fin
                 da el cielo a mis males hoy!
VIVANCO:             ¡Abrázame!
D. LOPE:                           No hay lugar
                 de cumplimientos agora.
                 Ve por ella.
VIVANCO:                      Sea en buen hora. 
                 Poco podrás esperar.
D. [FERNANDO]:       ¿Quieres que vaya contigo,
                 amigo?
VIVANCO:                No hay para qué:
                 que yo solo las traeré
                 en un instante conmigo; 
                     que todos están a punto,
                 sin dormir, esto esperando.
D. LOPE:         Pues parte, amigo, volando.
PATRÓN:          ¿Están lejos?
VIVANCO:                        Aquí junto.


[Vase] VIVANCO


PATRÓN:              ¡Oh, si no tardasen mucho, 
                 que es el viento favorable!
D. LOPE:         Sosegaos, ninguno hable,
                 que cierto rumor escucho.
PATRÓN:              A la barca nos volvemos
                 hasta ver lo que es, señor. 
D. LOPE:         Quedito, no hagáis rumor,
                 que aquí seguros est[e]mos.


[Salen] VIVANCO, HALIMA, ZA[HA]RA, COSTANZA, el padre, con un paño
blanco, dando muestra que lleva los huesos de FRANCISQUITO; 
OSORIO, el SACRISTÁN y otros CRISTIANOS que pudieren
salir


VIVANCO:             Estaban alerta, y vieron
                 las señales en la mar,
                 y, sin poderme esperar, 
                 a la marina corrieron.
                     Ahorráronme el camino.
OSORIO:          ¡Ésta es suerte milagrosa!
D. LOPE:         ¿Dó está mi estrella hermosa?
HALIMA:          ¿Dó está mi norte divino? 
PATRÓN:              No es tiempo de cumplimientos;
                 a embarcar, que el viento carga.
                 ¡Oh liviana y santa carga,
                 haced propicios lo vientos!
SACRISTÁN:           Ya yo estaba rescatado; 
                 pero, con todo, me iré.
PATRÓN:          ¿Hay más cristianos?
D. FERNANDO:                            No sé.
VIVANCO:         Los que he podido he juntado.
COSTANZA:            ¡Vamos, no despierte Halima!
D. FERNANDO:     ¿Quieres que por ella vuelva? 
PATRÓN:          Todo el mundo se resuelva
                 de embarcarse.
COSTANZA:                        ¿Te lastima
                     dejar tu ama?
D. FERNANDO:                       Y mi amo
                 quisiera que aquí se hallara.
D. LOPE:         Vamos, Zara.
ZAHARA:                        Ya no Zara, 
                 sino María me llamo.
D. LOPE:             No de la imaginación
                 este trato se sacó,
                 que la verdad lo fraguó
                 bien lejos de la ficción. 
                     Dura en Argel este cuento
                 de amor y dulce memoria,
                 y es bien que verdad y historia
                 alegre al entendimiento.
                     Y aún hoy se hallarán en él 
                 la ventana y el jardín.
                 Y aquí da este trato fin,
                 que no le tiene el de Argel.


FIN DE LA COMEDIA