LUIS DE GÓNGORA
ANTOLOGÍA
Soneto
Mientras por
competir con tu cabello
oro bruñido
el sol relumbra en vano,
mientras con
menosprecio en medio el llano
mira tu
blanca frente al lilio bello,
mientras a
cada labio, por cogello,
siguen más
ojos que a clavel temprano,
y mientras
triunfa con desdén lozano
del luciente
cristal tu blanco cuello,
goza cuello,
cabello, labio y frente,
antes que lo
que fue en tu edad dorada
oro, lilio,
clavel, cristal luciente,
no sólo en
plata o vïola truncada
se vuelva,
mas tú y ello juntamente
en tierra,
en humo, en polvo, en sombra, en nada.
.
A Córdoba
¡Oh excelso
muro, oh torres coronadas
de honor, de
majestad, de gallardía!
¡Oh gran
río, gran rey de Andalucía,
de arenas
nobles ya que no doradas!
¡Oh fértil
llano, oh sierras levantadas
que
privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre
glorïosa patria mía,
tanto por
plumas cuanto por espadas!
Si entre
aquellas rüinas y despojos
que
enriquece Genil y Dauro baña
tu memoria
no fue alimento mío,
nunca
merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro,
tus torres y tu río,
tu llano y
sierra, ¡oh patria!, ¡oh flor de España!
La brevedad
engañosa de la vida
Menos
solicitó veloz saeta
destinada
señal, que mordió aguda;
agonal carro
por la arena muda
no coronó
con más silencio meta,
que
presurosa corre, que secreta
a su fin
nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que
sea de razón desnuda,
cada sol
repetido es un cometa.
¿Confiésalo
Cartago y tu lo ignoras?
Peligro
corres, Licio, si porfías
en seguir
sombras y abrazar engaños.
Mal te
perdonarán a tí las horas;
las horas,
que limando están los días,
los días,
que royendo están los años.
Soneto
De pura
honestidad templo sagrado,
cuyo bello
cimiento y gentil muro
de blanco
nácar y alabastro duro
fue por
divina mano fabricado;
pequeña
puerta de coral preciado,
claras
lumbreras de mirar seguro,
que a la
esmeralda fina el verde puro
habéis para
viriles usurpado;
soberbio
techo, cuyas cimbrias de oro
al claro
sol, en cuanto en torno gira,
ornan de
luz, coronan de belleza;
ídolo bello,
a quien humilde adoro,
oye piadoso
al que por tí suspira,
tus himnos
canta y tus virtudes reza.
Al
nacimiento de Cristo Nuestro Señor
Pender de un
leño, traspasado el pecho
y de espinas
clavadas ambas sienes,
dar tus
mortales penas en rehenes
de nuestra
gloria, bien fue heroico hecho;
pero más fue
nacer en tanto estrecho
donde, para
mostrar en nuestros bienes
a dónde
bajas y de dónde vienes,
no quiere un
portalillo tener techo.
No fue esta
más hazaña, oh gran Dios mío,
del tiempo,
por haber la helada ofensa
vencido en
flaca edad con pecho fuerte
(que más fue
sudar sangre que haber frío),
sino porque
hay distancia más inmensa
de Dios a
hombre, que de hombre a muerte.
Soneto
La dulce
boca que a gustar convida
un humor
entre perlas destilado
y a no
invidiar aquel licor sagrado
que a
Júpiter ministra el garzón de Ida,
amantes no
toquéis, si queréis vida;
porque entre
un labio y otro colorado
Amor está,
de su veneno armado,
cual entre
flor y flor sierpe escondida.
No os engañen
las rosas, que a la aurora
diréis que,
aljofaradas y olorosas,
se le
cayeron del purpúreo seno;
manzanas son
de Tántalo, y no rosas,
que después
huyen del que incitan ahora,
y sólo del
Amor queda el veneno.
Soneto
Ni en este
monte, este aire, ni este río
corre fiera,
vuela ave, pece nada,
de quien con
atención no sea escuchada
la triste
voz del triste llanto mío;
y aunque en
la fuerza sea del estío
al viento mi
querella encomendada,
cuando a
cada cual de ellos más le agrada
fresca
cueva, árbol verde, arroyo frío,
a compasión
movidos de mi llanto
dejan la
sombra, el ramo y la hondura,
cual ya por
escuchar el dulce canto
de aquel
que, de Estrimón en la espesura,
los
suspendía cien mil veces. ¡Tanto
puede mi
mal, y pudo su dulzura!
Al Conde-Duque
de Olivares
En la
capilla estoy, y condenado
a partir sin
remedio de esta vida;
siento la
causa aún más que la partida,
por hambre
expulso como sitïado.
Culpa sin
duda es ser tan desdichado;
mayor, de
condición ser encogida.
Dellas me
acuso en esta despedida,
y partiré a
lo menos confesado.
Examine mi
suerte el hierro agudo,
que a pesar
de sus filos me prometo
alta piedad
de vuestra excelsa mano.
Ya que el
encogimiento ha sido mudo
los números,
señor, de este soneto
lenguas sean
y lágrimas no en vano.
Soneto
Tres veces
de Aquilón el soplo airado
del verde
honor privó las verdes plantas
y al animal
de Colcos otras tantas
ilustró Febo
su vellón dorado,
después que
sigo, el pecho traspasado
de aguda
flecha, con humildes plantas,
¡oh bella
Clori!, tus pisadas santas
por las
floridas señas que da el prado.
A vista voy
-tiñendo los alcores
en roja
sangre- de tu dulce vuelo,
que el cielo
pinta de cien mil colores.
Tanto, que
ya nos siguen los pastores
por los
extraños rastros que en el suelo
dejamos, yo
de sangre, tú de flores.
Soneto
Cosas,
Celalba mía, he visto extrañas:
cascarse
nubes, desbocarse vientos,
altas torres
besar sus fundamentos
y vomitar la
tierra sus entrañas;
duras
puentes romper, cual tiernas cañas,
arroyos
prodigiosos, ríos violentos,
mal vadeados
de los pensamientos
y enfrenados
peor de las montañas;
los días de
Noé, gentes subidas
en los más
altos pinos levantados,
en las
robustas hayas más crecidas.
Pastores,
perros, chozas y ganados
sobre las aguas
vi, sin forma y vidas,
y nada temí
más que mis cuidados.
A los ríos
de Valladolid
Jura
Pisuerga a fe de caballero
que de
vergüenza corre colorado
sólo en ver
que de Esgueva acompañado
ha de entrar
a besar la mano a Duero.
Es sucio
Esgueva para compañero
-culpa de la
mujer de algún privado-
y perezoso
para darle el lado,
y así ha
corrido siempre muy trasero.
Llegados a
la puente de Simancas
teme
Pisuerga, que una estrecha puente
temerla
puede el mar sin cobardía.
No se le da
a Esguevilla cuatro blancas;
mas, ¿qué
mucho, si pasa su corriente
por más
estrechos ojos cada día?