Domingo F. Sarmiento

 

El Chacho

 

 

 

     

 

 

Ultimo caudillo de la montonera de los Llanos

 

 

¡En Chile y a pie!

 

 

      En septiembre de 1842, cuando todavía no dan paso las nieves que se

      acumulan durante el invierno sobre la areta central de los Andes, un grupo

      de viajeros pretendía desde Chile atravesar aquellas blancas soledades, en

      que valles de nieve conducen a crestas colosales de granito que es preciso

      escalar a pie, apoyándose en un báculo, evitando hundirse en abismos que

      cavan ríos corriendo a muchas varas debajo; y con los pies forrados en

      pieles, a fin de preservarse del contacto de la nieve que, deteniendo la

      sangre, mata localmente los músculos haciendo fatales quemaduras.

 

      Los Penitentes ; columnas y agujas de nieve que forma el desigual

      deshielo, según que el aire o el sol hieren con más intensidad, decoran la

      escena, y embarazan el paso cual escombros y trozos de columnas de ruinas

      de gigantescos palacios de mármol. Los declives que el débil calor del sol

      no ataca, ofrecen planos más o menos inclinados, según la montaña que

      cubren, y descenso cómodo y lleno de novedad al viajero, que sentado se

      deja llevar por la gravitación, recorriendo a veces en segundos distancias

      de miles de varas. Este es quizá el único placer que permite aquella

      escena, en que lo blanco del paisaje sólo es accidentado por algunos

      negros picos demasiado perpendiculares para que la nieve se sostenga en

      sus flancos, formando contraste con el cielo azul-oscuro de las grandes

      alturas.

 

      Los temporales son frecuentes en aquella estación, y aunque hay de

      distancia en distancia casuchas para guarecerse, si no se ha tenido la

      precaución de examinar el aspecto del campanario, que es el más elevado

      pico vecino, y asegurarse de que ninguna nubecilla corona sus agujas, o

      vapores cual lana desflecada empiezan a condensarse a sus flancos, grave

      riesgo se corre de perecer, perdido el rumbo entre casucha y casucha, casi

      cegadas por la caída de copos de nieve tan densa que no permite verse las

      manos.

 

      Aquella vez no eran los viandantes ni el correísta que lleva la valija a

      espaldas de un mozo de cordillera, ni transeúntes, de ordinario

      extranjeros que buscan este arriesgado paso del Atlántico al Pacífico.

      Eran emigrados políticos que, a esa costa, regresaban a su patria contando

      con incorporarse al ejército del general La Madrid, antes que se diese la

      batalla que venía a librarle el general Oribe a marchas forzadas desde

      Córdoba.

 

      Al asomar las cabezas sobre la cuesta de Las Cuevas, desde donde se divisa

      la estrecha quebrada hasta la Punta de las Vacas, tres bultos negros como

      negativos de fotografía fue lo primero que vieron destacarse sobre el

      fondo blanco del paisaje. Los viajeros se miraron entre sí y se

      comprendieron. ¡Nada bueno auguraban aquellas figuras! Mirando con más

      ahínco hacia adelante, creyeron descubrir otros puntos negros más lejos, y

      allá en lontananza otro al parecer más largo, porque largas sin ancho son

      las líneas que describen los viandantes por las nieves, poniendo el pie

      los que vienen en pos sobre la impresión que deja el que les precede.

      ¡Derrotados!, exclamó uno meneando con desencanto profundo la cabeza; y

      precipitándose por el declive, descendieron hasta la casucha que está al

      pie, del lado argentino de la cordillera, donde a poco se acercaron los

      que de Mendoza venían. ¿Derrotados?, preguntáronles aquéllos a éstos desde

      lejos, poniéndose las manos en la boca para hacer llegar la voz;

      ¡derrotados!, repitieron los ecos de las montañas y las cavernas vecinas.

      Todo estaba dicho.

 

      Luego se supieron los detalles de la batalla de la Ciénaga del Medio;

      luego llegaron otros y otros grupos, y siguieron llegando todo el día, y

      agrupándose en aquel punto inhospitalario, sin leña, sin más abrigo que lo

      encapillado, sin más víveres que los que cada uno podría traer consigo. Al

      caer de la tarde, llegaron noticias de la retaguardia, donde venían La

      Madrid, Alvarez y los demás jefes, de haber sido degollados los rezagados

      en Uspallata, entre ellos el comandante Lagraña y seis jefes más.

 

      Sólo los familiarizados con la cordillera podían medir el peligro que

      corrían aquellos centenares de hombres, entre los que se contaban por

      cientos, jóvenes de las primeras familias de Buenos Aires y las provincias

      del norte, restos del Escuadrón Mayo formado de entusiastas, que a tales y

      a mayores riesgos se exponían luchando contra el tirano Rosas. No había

      que perder un minuto, y los mismos viajeros en hora menguada para ellos,

      pero providencial para los otros, volvieron a desandar el penoso camino,

      sin darse descanso hasta llegar al valle de Aconcagua, del otro lado de

      Los Andes.

 

      Fue en el acto dada la alarma, montada una oficina de auxilio, y merced a

      sus antiguas relaciones, y de algún dinero de que podían disponer, horas

      después partían para la cordillera baqueanos cargados de carbón, cueros de

      carneros, charqui, cuerdas, ají, y demás objetos indispensables en

      aquellos parajes, a fin de acudir a lo más urgente; mientras que la pluma

      corría con rapidez febril, invocando el patriotismo de los argentinos, la

      filantropía de los chilenos, la munificencia del gobierno a que podían

      apelar seguros de que las simpatías personales harían grato el desempeño

      de un deber de humanidad; y así puestas en acción la opinión por la

      prensa, la caridad por asociaciones, y la administración, en tres días

      empezaron a llegar médicos, medicinas, dinero, ropas, abrigo y comodidades

      para mil hombres que decían ser los desgraciados.

 

      ¡Harta necesidad habría de médicos! El temido temporal se había declarado,

      y era preciso ser vecino de Los Andes, donde la cordillera es un libro que

      hasta los niños saben leer, para imaginarse la angustia general de los que

      con pavor vieron sustituirse pardas nubes a los nevados picos de Los Andes

      centrales que se cubrieron, dejando al sol en el valle iluminar la escena

      sólo para que los extraños pudiesen contemplarla de lejos sin poder

      prestar auxilio a las víctimas. Mídese la fuerza del temporal por la

      intensidad de las nubes y su color sombrío, y cada hora, transcurrido el

      primer día, como cuando se oye de lejos el fuego de la batalla,

      calculábase el número de helados entre mil. Espectáculo sublime y

      aterrador, tranquilo en sus efectos, afligente hasta desgarrar el corazón

      del que lo contempla, como se ve venir la nave a estrellarse fatalmente en

      las rocas; o cundir el incendio sin la última esperanza de ver echarse por

      las ventanas, o poner escaleras para los que rodean las llamas.

 

      El cielo se apiadó al fin, y un día después de tres de angustia, se supo

      que sólo habían perecido siete, y sido necesario amputar otros tantos,

      pues que los médicos estaban ya al pie de la cordillera. Un cuadro del

      pintor sanjuanino Rawson ha idealizado la escena del arribo de los

      primeros chilenos que rompieron la nieve, y se abrieron paso hasta el

      teatro de la catástrofe. El calor o el techo de la casucha habían salvado

      dentro y fuera a trescientos, una roca inclinada abrigado a ciento, los

      ponchos al resto conservando el calor apiñ ados estrechamente. Salvada la

      vida, el hombre tenía a mano con qué saciarse.

 

      Entre aquellos prófugos se encontraba el Chacho, jefe desde entonces de

      los montoneros que antes había acaudillado Quiroga; y ahora, seducido su

      jefe por el heroísmo desgraciado del general Lavalle, habíase replegado a

      las fuerzas de La Madrid, y contribuido no poco, con su falta de

      disciplina y ardimiento, a perder la batalla. Llamaba la atención de todos

      en Chile la importancia que sus compañeros generalmente cultos daban a

      este paisano semibárbaro, con su acento riojano tan golpeado, con su

      chiripá y atavíos de gaucho. Recibió como los demás la generosa

      hospitalidad que les esperaba, y entonces fue cuando, preguntado cómo le

      iba, por alguien que lo saludaba, contestó aquella frase que tanto decía

      sin que parezca decir nada: ¡Cómo me a dir, amigo! ¡En Chile y a pie!

 

      Este era el Chacho en 1842, y ése era el Chacho en 1863 en que terminó su

      vida. Ni aun por simple curiosidad merece que hablemos de su origen.

      Dícese que era fámulo de un padre, quien al llamarlo, para acentuar el

      grito, suprimía la primera sílaba de muchacho , y así se le quedó por

      apodo Chacho; y aunque no sabía leer, como era de esperarse de un familiar

      de convento, acaso el haberlo sido le hiciese valer entre hombres más

      rudos que él. Firmaba sin embargo con una rúbrica los papeles que le

      escribía un amanuense o tinterillo cualquiera, que le inspiraba el

      contenido también; porque de esos rudos caudillos que tanta sangre han

      derramado, salvo los instintos que les son propios, lo demás es obra de

      los pilluelos oscuros que logran hacerse favoritos. Era blanco, de ojos

      azules y pelo rubio cuando joven, apacible de fisonomía cuanto era moroso

      de carácter. A pocos ha hecho morir por orden o venganza suya, aunque

      millares hayan perecido en los desórdenes que fomentó. No era codicioso, y

      su mujer mostraba más inteligencia y carácter que él. Conservóse bárbaro

      toda su vida, sin que el roce de la vida pública hiciese mella en aquella

      naturaleza cerril y en aquella alma obtusa.

 

      Su lenguaje era rudo más de lo que se ha alterado el idioma entre aquellos

      campesinos con dos siglos de ignorancia, diseminados en los llanos donde

      él vivía; pero en esa rudeza ponía exageración y estudio, aspirando a dar

      a sus frases, a fuerza de grotescas, la fama ridícula a que las hacía

      recordar, mostrándose así cándido y el igual del último de sus muchachos .

      Habitó siempre una ranchería en Guaja, aunque en los últimos años

      construyó una pieza de material, para alojar a los decentes , según la

      denominación que él daba a las personas de ciertas apariencias que lo

      buscaban. Hacía lo mismo con sus modales y vestidos: sentado en posturas,

      que el gaucho afecta, con el pie de una pierna puesto sobre el muslo de la

      otra, vestido de chiripá y poncho, de ordinario en mangas de camisa, y un

      pañuelo amarrado a la cabeza. En San Juan se presentaba en las carreras,

      después de alguna incursión feliz, si con pantalones colorados y galón de

      oro, arremangados para dejar ver calcetas caídas que de limpias no

      pesaban, con zapatillas a veces de color. Todos estos eran medios de

      burlarse taimadamente de las formas de los pueblos civilizados. Aun en

      Chile, en la casa que lo hospedaba, fue al fin preciso doblarle las

      servilletas a fin de salvar el mantel que chorreaba al llevar la cuchara a

      la boca. En los últimos años de su vida consumía grandes cantidades de

      aguardiente, y cuando no hacía correrías, pasaba la vida indolente del

      llanista, sentado en un banco, fumando, tomando mate, o bebiendo. Las

      carreras son, como se sabe, una de las ocupaciones de la vida de estos

      hombres, y en los Llanos ocasión de reunirse varios días seguidos gentes

      de puntos distantes. Las nociones de lo tuyo y lo mío no son siempre

      claras en campañas donde el dios Término no tiene adoradores, y menos

      debían estarlo en quien vivía de los rescates, auxilios, y obsequios que

      recibía en las ciudades que visitaba con sus hordas disciplinadas.

      Entregadas éstas en San Juan al saqueo e incendio de las propiedades, en

      presencia de Derqui, que así preparó su candidatura a la presidencia,

      queriendo poner coto a desórdenes que amenazaban arrasar con todo, dióse

      una orden de pena de la vida a quienes fuesen sorprendidos saqueando.

      Tomados cinco, el Chacho solicitó, en nombre de sus servicios, y obtuvo el

      perdón de todos, no obstante que el Comisionado nacional contaba con un

      regimiento de línea mandado por el general Pedernera, que fue

      vicepresidente; y todos los degüellos, salteos y asesinatos, que tuvieron

      lugar después, sin que pueda culpársele de ordenarlos, obtuvieron siempre

      la bondadosa y obtemperante indulgencia del Chacho.

 

      Su papel, su modo de ganar la vida, digámoslo así, era intervenir en las

      cuestiones y conflictos de los partidos, cualesquiera que fuesen, en las

      ciudades vecinas. Apenas ocurría un desorden el Chacho acudía, dándose por

      interesado de alguna manera. Así había servido a Quiroga, Lavalle, la

      Madrid, Benavides, Rosas, Urquiza y Mitre. A favor o en contra de alguien

      había invadido cuatro veces a San Juan, tres a Tucumán, a San Luis y

      Córdoba una. Su situación en la República Argentina, con su carácter y

      medios de acción, era la de los cadíes de las tribus árabes de Argel,

      recibiendo de cada nuevo gobierno la investidura, y cerrando el último los

      ojos a las razzias que tenía hechas para robar sus ganados a las otras

      tribus.

 

      Y sin embargo, este jefe de bandas que subsiste treinta años no obstante

      los cambios que el país experimenta, y mientras los gobiernos que lo

      emplean o toleran sucumben, fue derrotado siempre que alguien lo combatió,

      sin que se sepa en qué encuentro fue feliz, pues de encuentros no pasaron

      nunca sus batallas, sin que esta mala estrella disminuyese su prestigio

      con los que lo seguían, ni su importancia para los gobiernos que lo

      toleraban.

 

      Conocido este singular antecedente, la mente se abisma buscando la

      atracción que ejercía sobre sus secuaces, sometiéndose por seguirlo a

      privaciones espantosas, al atravesar desiertos sin agua, experimentando

      derrotas en que perecen siempre los que por mal montados no pueden escapar

      a la persecución de sus contrarios. Tiene en los Llanos la misma

      explicación que en los países árabes la vida del desierto, pues aquella

      parte de La Rioja lo es, aunque tiene pastos; es de privaciones, pobreza y

      monotonía. Las excursiones hacen sentir la vida, despiertan esperanzas,

      llenan la imaginación de ilusiones. Irán a las ciudades, donde hay goces,

      alimentos variados, vino, caballos excelentes, vestido; y estos estímulos

      bastan para hacerles afrontar peligros posibles, privaciones, que al fin

      de cuenta, son las mismas a que están habituados diariamente.

 

      El bárbaro es insensible de cuerpo, como es poco impresionable por la

      reflexión, que es la facultad que predomina en el hombre culto; es por

      tanto poco susceptible de escarmiento. Repetirá cien veces el mismo hecho

      si no ha recibido el castigo en la primera. El bárbaro huye pronto del

      combate; y seguro de su caballo, la persecución que no lo alcanza, no

      ejerce sobre su ánimo duraderos terrores. Volverá a reunirse lejos del

      peligro, sin echar muchas cuentas sobre los que más tarde pudieran

      sobrevenirle. ¿Concíbese de otro modo cómo Peñalosa emprende una guerra,

      cuando, sometida toda la República en 1862, había cuerpos de ejército

      victoriosos en Catamarca al norte, en Córdoba al Este, en San Juan al sur?

      Y sin embargo, esto lo repite cada uno de esos campesinos a su turno.

      Oyendo Elisondo el tiroteo de Las Lomas Blancas, interceptando el parte

      del combate que da por aniquilado al Chacho, él, que había permanecido

      tranquilo hasta entonces, levanta una montonera que nunca contó cien

      hombres, y molesta y fatiga largo tiempo a los ejércitos regulares. Cuando

      el coronel Arredondo seguía la pista al Chacho supo, decía, por los

      licenciados que alcanzaba, que se dirigía a San Juan. Los licenciados eran

      los que por favor, ocupaciones o enfermedad no lo habían seguido antes;

      pero al saberse que iba a San Juan, es decir, a Orán o Bujía, de

      quinientos hombres que llevaba, su número ascendió a más de mil, con los

      que no estaban para eso ni enfermos ni ocupados.

 

      De los prisioneros tomados, sólo quince en más de ciento, no tuvieron

      quien solicitase su libertad, y los acreditase de honrados, lo que probaba

      que eran todos gente conocida y con familia. El robo, que era esta vez el

      estímulo, era sólo reputado un botín legítimamente adquirido. La tradición

      es, por otra parte, el arma colectiva de estas estólidas muchedumbres

      embrutecidas por el aislamiento y la ignorancia. Facundo Quiroga había

      creado desde 1825 el espíritu gregario; al llamado suyo, reaparecía el

      levantamiento en masa de los varones a la simple orden del comandante o

      jefe: la primitiva organización humana de la tribu nómade, en país que

      había vuelto a la condición primitiva del Asia pastora. El sentimiento de

      la obediencia se trasmite de padres a hijos, y al fin se convierte en

      segunda naturaleza. El Chacho no usó de la coerción, que casi siempre los

      gobiernos cultos necesitan para llamar los varones a la guerra. Pocos son

      los intereses que los retendrían en sus casas miserables; la familia vive

      de un puñado de maíz o de la carne de una cabra, y la guerra es la vida,

      las emociones, las esperanzas; y el caballo, el ferrocarril que suprime

      las distancias y convierte en realidad el sueño dorado, hacer algo,

      sentirse hombres, vivir en fin. Esta organización se ha visto reaparecer y

      perfeccionarse en los pueblos formados por la raza guaraní, en Entre Ríos,

      Corrientes y Paraguay; y puesto a dos dedos de su pérdida en varias

      ocasiones a los de descendencia más puramente española que habitan la

      provincia de Buenos Aires, en la embocadura del Plata, y la provincia

      agrícola de Cuyo, poblada por españoles venidos de Chile y que

      extinguieron o absorbieron a los Huarpes, antiguos habitantes del suelo.

      Los quichuas, que pueblan la provincia de Santiago, se conservan casi

      desde los primeros años de la independencia bajo esta disciplina primitiva

      e indígena, y sólo gracias a la buena intención de sus jefes, es más bien

      que un peligro, un elemento de orden. De estos resabios salió la montonera

      , pronunciándose, al expirar en el movimiento final del Chacho, bajo las

      formas de un alzamiento de campañas, que bien examinado en sus localidades

      y propósitos, era casi indígena, como se verá por los hechos que vamos a

      referir. Por eso siempre que usemos la palabra caudillo para designar un

      jefe militar o gobernante civil, ha de entenderse uno de esos patriarcales

      y permanentes jefes que los jinetes de las campañas se dan, obedeciendo a

      sus tradiciones indígenas, e impusieron a las ciudades, embarazando hasta

      1862 la reconstrucción de la República Argentina bajo las formas de los

      gobiernos regulares que conoce el mundo civilizado, cualquiera que sea la

      forma de gobierno, con legislaturas, ejecutivo responsable y amovible, y

      tribunales que administren justicia conforme a las leyes escritas, que la

      montonera había abolido en todas las provincias argentinas durante treinta

      años en que, como aquellos hicsos del Egipto, logró enseñorearse de las

      ciudades.

 

 

 

 

Las travesías

 

      Las faldas orientales de la cordillera de Los Andes, desde Mendoza hasta

      la cuesta de Paclin que divide a Catamarca de Tucumán, pocas corrientes de

      agua dejan escapar para humedecer la llanura que se extiende hasta las

      sierras de Córdoba y San Luis, al Este, que limitan este valle superior.

      La pampa propiamente dicha, principia desde las faldas orientales de estas

      últimas montañas. Desierto es el espacio que cubren los llanos de La

      Rioja, las Lagunas de Huanacache, hasta las faldas occidentales de las

      dichas sierras. E1 Bermejo, de San Juan, que rueda greda diluida en agua y

      se extingue en el Zanjón; los ríos de San Juan y Mendoza, y el Tunuyán,

      que forman los lagunatos de Huanacache e intentan abrirse paso por el

      Desaguadero, y se dispersan y evaporan en el Bebedero, he aquí los

      principales cursos de agua que humedecen aquel desolado valle, sin salida

      al océano por falta de declive del terreno. Veinte mil leguas cuadradas

      que forman las Travesías , están más o menos pobladas según que el agua de

      pozos, de baldes, o aljibes, ofrece medios de apacentar ganados. A la

      falda de Los Andes están dos ciudades, San Juan y Mendoza, que no

      modifican con su lujosa agricultura, sino pocas leguas alrededor, el

      desolado aspecto del país llano, ocupado en parte por médanos, en parte

      por lagunas, y al norte cubierto de bosque espinoso, garabato y uña de

      león , que desgarran vestidos o carne, si llegan a ponerse en contacto.

      Estas espinas corvas o encontradas como el dardo, dejarían al paso como a

      Absalón, colgado a un hombre si la rama no cediese a su peso. Los

      campesinos habitantes de estos llanos llevan a caballo un parapeto de

      cuero para ambos lados, que cubre las piernas y sube alto lo bastante para

      tenderse y cubrirse cuerpo y rostro tras de sus alas. Por escasez de agua,

      ni villa alcanza a ser la ciudad de La Rioja, que está colocada a la parte

      alta de los Llanos; igual inconveniente al que retarda el crecimiento de

      San Luis, no obstante que ambas cuentan tres siglos de fundadas.

 

      A estas facciones principales de la fisonomía del teatro del último

      levantamiento del Chacho,  agréganse otras que por imperceptibles al ojo,

      pasarían sin ser notadas.

 

      Las lagunas de Huanacache están escasamente pobladas por los descendientes

      de la antigua tribu indígena de los huarpes. Los apellidos Chiñinca,

      Juaquinchai, Chapanai, están acusando el origen y la lengua primitiva de

      los habitantes. El pescado que es allí abundante, debió ofrecer

      seguridades de existencia a las tribus errantes. En los Berros, Acequión y

      otros grupos de población en las más bajas ramificaciones de la

      cordillera, están los restos de la encomienda del capitán Guardia, que

      recibió de la corona aquellas escasas tierras. En Angaco descubre el

      viento, que hace cambiar de lugar los médanos, restos de rancherías de

      indios de que fue cacique el padre de la esposa de Mallea, uno de los

      conquistadores. Entre Jáchal y Valle Fértil hay también restos de los

      indios de Mogna, cuyo último cacique vivía ahora cuarenta añ os.

 

      Pero es en La Rioja misma donde se encuentran rastros más frescos de la

      antigua reducción de indios. Al recorrer esta parte del mapa, la vista

      tropieza con una serie de nombres de pueblos como Nonogasta, Vichigasta,

      Sañogasta y otros con igual terminación, que indican una lengua y

      nacionalidad común que ha dejado recuerdo imperecedero en los nombres

      geográficos. Discurriendo estos nombres por faldas de las montañas, uno de

      ellos penetra en San Juan por Calingasta. Un filologista noruego al leer

      estos nombres entregábase a conjeturas singulares, a que lo inducía la

      averiguada semejanza de los cantos indígenas llamados yaravíes con las

      baladas populares escandinavas, y la frecuente ocurrencia en América de la

      terminación marca , significativa de país o región en el gótico,

      Catamarca, Cajamarca, Cundinamarca y otros que recuerdan a Dinamarca, o

      país de los danos, y las marcas de Roma, que son denominaciones dadas por

      los lombardos: creía encontrar en las terminaciones en gasta la misma en

      ástad de Cronstad, Rastad y cien más que, fuera de toda duda, son la misma

      de Belukistán, Afganistán, Kurdistán, cuya raíz significativa se halla en

      el sánscrito, ramificación como el gótico, de un idioma común al pueblo

      ariano que dio origen a las naciones occidentales por sucesivas

      emigraciones.

 

      Más asombroso y de más reciente data, encontraba el nombre de Gualilán,

      que tiene en las inmediaciones de San Juan un mineral de oro trabajado

      desde tiempo inmemorial; gúel o gold es en gótico oro , y land , la

      terminación conocida de Shetland, Ireland, Island ; Gualilán, significa,

      pues, literalmente tierra de oro, importando poco las vocales, que se

      cambian según la ley llamada de Grimm; reputando imposible que la

      casualidad hubiese dado al mineral el nombre significativo que lleva,

      desde que se sabe que todos los nombres antiguos de lugares expresaron

      circunstancias y accidentes locales, como Uspachieta o Uspallata, en

      quichua significa montañ as de ceniza, color que en efecto asumen las

      circunvecinas y cuyo nombre dieron los conquistadores peruanos que

      invadieron a Chile por el camino del Inca, visible aún a lo largo del

      valle de Calingasta, y cuyas pascanas de piedras, a guisa de villorrios,

      se encuentran en la quebrada que conduce al paso de la cordillera de

      Uspallata y pasa por el Puente y la Laguna del Inca.

 

      En Calingasta se encuentran numerosos vestigios de las poblaciones

      indígenas y restos visibles de la conquista. Por allí estaban las célebres

      Labranzas de Soria , minas de plata cuyos derroteros se encontraron en el

      Cuzco en poder de los indios, y que más tarde en su busca trajeron el

      descubrimiento de las minas del Tontal y Castaño, como la alquimia tras la

      piedra filosofal reveló los principios de la química. En Calingasta la

      tradición oral da al capitán Soria una epopeya que termina en la muerte,

      mandado ajusticiar por los reyes de España por haberse rebelado con las

      indianas. Quizá éste es sólo el eco lejano del fin trágico de Gonzalo

      Pizarro, ajusticiado por La Gasca, y cuyo rumor se extendió por toda la

      América. En apoyo del hecho muéstranse varios lugares donde en

      excavaciones naturales a lo largo de la falda de ciertos cerros, están

      hacinados por millares esqueletos de indios, muertos, según se dice, de

      hambre, por no someterse a los conquistadores españoles. Un examen

      inteligente de estos curiosos restos, muestra, sin embargo, que son

      cementerios de antiguas y numerosas poblaciones indígenas que poblaron el

      fértil valle de Calingasta, y que han desaparecido con la conquista. Más

      al norte y en dirección hacia el punto de donde vino el pueblo de las

      terminaciones en gasta , se encuentra una montaña de sal gema con cavernas

      prolongadas a extensiones aún no reconocidas en su interior. Estas

      cavernas son un vasto osario de momias de indios, que conservan el cabello

      en trenzas y las carnes acartonadas, preservadas acaso por las emanaciones

      salinas del lugar o por algún procedimiento de embalsamar.

 

      Más significativos restos se conservan en el valle mismo de Calingasta,

      cerca de las actuales poblaciones cristianas. En las extremidades de los

      espolones de un conglomerado antiguo de guijarros unidos por un cemento,

      en que el río se ha excavado su actual lecho, vense unas depresiones

      circulares de origen artificial, hasta quince en un solo lugar. Estas

      depresiones corresponden a la entrada de otras tantas criptas o tumbas

      excavadas dentro del conglomerarlo, en bóvedas, llenas hasta la altura de

      la entrada de esqueletos de indios. En los que se han sacado, todos con

      cabello rojizo por la acción del tiempo, se encontraron algunos objetos de

      arte indígena, tales como agujetas de oro con un guanaco figurado, y

      algunos de cobre. Un esqueleto de niño en una canastilla de esparto de las

      Lagunas, preciosa industria que se conserva aún en Guanacache, y en

      Valdivia de Chile. Una espada toledana con empuñadura de plata encontróse

      en otro punto, y es variado el surtido de vasijas de barro que abundan por

      todas partes.

 

      A lo largo del río por leguas, vense de ambos lados en el terreno alto,

      dos bandas o listas blancas que señalan los vestigios de antiguos canales

      de irrigación, que sirvieron al cultivo del maíz, pues las piedras

      llamadas conanas en que lo molían, y agujereadas por el uso abundan por

      todas partes. La vega es igualmente fertilísima y produce hoy el preferido

      trigo de Calingasta. Aquellas indicaciones de canales sirvieron al

      gobernador de San Juan en 1863 para fijar el lugar donde habían de

      erigirse las fundiciones de Hilario, que empiezan a dar nueva vida y

      riqueza mayor que las Labranzas de Soria a aquellos lugares despoblados

      por la conquista.

 

      Hacia el centro del valle está la Tambería, que los habitantes muestran

      como población indígena, y el nombre haría creerla colonia peruana; pero

      inspeccionándola de cerca, vese que es Reducción, según el plan de los

      jesuitas, y la explicación no sólo de la desaparición de los indios, sino

      de hechos iguales en La Rioja, y que van a entrar luego en la historia del

      movimiento indígena campesino suscitado por el Chacho.

 

      La Tambería de Calingasta, compónela una serie de ruinas, siguiéndose unas

      a otras para construir una plaza en cuadro, visiblemente como medio de

      defensa. En la parte más alta del terreno hay un edificio de piedras

      toscas, pirca , de diez varas de ancho y veinte de largo. Esta ha sido la

      iglesia, aunque no se descubre cómo ha sido techada, no habiendo a los

      alrededores maderas naturales. El tamaño del edificio indica que la

      Reducción no pasó de cuatrocientas almas.

 

      Como se ve, pues, la Tambería es una misión jesuítica o de frailes

      franciscanos que seguían sus planes. Pero aquella población facticia está

      contando los crímenes de la conquista. Los cementerios indios, las

      catacumbas excavadas en la piedra, las largas acequias a lo largo del

      valle, las conanas y vasijas de barro que por todas parten abundan, están

      mostrando que aquel valle de leguas de largo, estaba densamente poblado

      por una nación indígena que tenía asegurada su subsistencia en el

      abundantísimo pescado del río, y en el maíz que producía un terreno feraz,

      irrigado por canales. La caza de vicuñas y guanacos, que todavía se hace

      en las cordilleras, a más de carne abundante, debía proporcionarles lana

      para tejerse telas, si las artes peruanas les eran conocidas, o envolverse

      de la cintura abajo en sus pieles, pues las pinturas indígenas de indios

      que se ven en las Piedras Pintadas de Zonda, otro valle inferior e

      igualmente irrigado, muestran que así vestían, aunque lo imperfecto del

      diseño no deje distinguir si es de tela o piel el chiripá que figuran.

 

      Estas numerosas poblaciones desparramadas a ambas orillas a lo largo del

      río, fueron desalojadas por los conquistadores para hacer de las tierras

      de labor estancia y propiedad de algún capitán, acaso de apellido Tello,

      pues a los Tellos pertenece hoy aquel país indiviso aún, y semillero de

      pleitos, como los terrenos eternamente indivisos de Acequión y Berros

      dados a otro capitán Guardia; el Ponchagual, Mogna y casi todos los campos

      de San Juan. Los indios fueron a consecuencia reducidos a población, y

      como era de esperarlo, en tres siglos desaparecieron, pues hoy apenas se

      ven descendientes de raza pura indígena. En vano las Leyes de Indias

      quisieron proteger a los naturales contra la rapacidad de los

      conquistadores, que despoblaban de hombres el suelo a fin de crear ganados

      que les asegurasen la opulencia sin trabajo. Hasta hoy en Buenos Aires

      mismo se nota esta tendencia de los poseedores de suelo inculto, a

      despoblarlo, no ya de indios, sino de familias españolas allí nacidas, y

      reducirlas a villas, que son nidos de vicio y pobreza.

 

      Que Calingasta fue un señorío, lo revelan las antiguas plantaciones de

      árboles frutales que alcanzan a una altura prodigiosa, y las ricas

      capellanías de que está dotada. Lo mismo y peor se practicó en La Rioja

      donde, siendo escasa el agua, los indígenas vivían a la margen de las

      escasas corrientes, y fueron reducidos en lo que hoy se llaman los Pueblos

      , villorrios sobre terreno estéril, cuyos habitantes se mantienen

      escasamente del producto de algunas cabras que parecen ramas espinosas; y

      están dispuestos siempre a levantarse para suplir con el saqueo y el robo

      a sus necesidades. El coronel Arredondo, que recorrió los Pueblos para

      someterlo, los encontró siempre en poder de mujeres medio desnudas, y sólo

      amenazando quemarlos consiguió que los montaraces varones volviesen a sus

      hogares. El pensamiento le vino alguna vez de despoblarlos, y sólo la

      dificultad de distribuir las gentes en lugares propicios lo contuvo. A

      estas causas de tan lejano origen, se deben el eterno alzamiento de La

      Rioja, y el último del Chacho. La familia de los Del Moral hace medio

      siglo que viene condenada a perecer víctima del sordo resentimiento de los

      despojados. Para irrigar unos terrenos los abuelos desviaron un arroyo, y

      dejaron en seco a los indios ya de antiguo sometidos. En tiempo de Quiroga

      fue esta familia, como la de los Ocampo y los Doria, blanco de las

      persecuciones de la montonera. Cinco de sus hijos han sido degollados en

      el ú ltimo levantamiento, habiendo escapado a los bosques la señora con

      una niñita y caminado a pie dos días para salvarse de estas venganzas

      indias.

 

      ¿Cómo se explicaría, sin estos antecedentes, la especial y espontánea

      parte que en el levantamiento del Chacho tomaron, no sólo los Llanos y los

      Pueblos de La Rioja, sino los laguneros de Guanacache, los habitantes de

      Mogna y Valle Fértil, y todos los habitantes de San Juan diseminados en el

      desierto que se extiende al Este y norte de la ciudad y hasta el pie de

      las montañas por la parte del sur, con el Flaco de los Berros que tanto

      dio que hacer?

 

      Para terminar con este cuadro en que, en país estéril y mal poblado, va a

      trabarse la lucha de aquellas poblaciones semibárbaras por apoderarse de

      las ciudades agrícolas, comerciantes y comparativamente cultas que están

      al pie de Los Andes, Mendoza, San Juan, Catamarca, debe añadirse que esta

      parte de la República a que hemos dado el nombre de Travesía, estaría

      condenada a eterna pobreza y barbarie por falta de agua y elementos que

      fomenten la futura existencia de grandes ciudades, si por el sistema de

      las compensaciones de la Infinita Sabiduría, no hubiese en su suelo otros

      ramos con que la industria humana pudiese compensar tantas desventajas.

 

      El valle que ocuparon los pueblos de la terminación en gasta , divide de

      la cadena central granítica de Los Andes, otra paralela de terreno

      secundario y metalífero. Desde Uspallata hasta Catamarca, abundan los

      veneros de oro, plata, cobre, plomo, níquel, estaño y otras sustancias

      minerales, siendo ya asientos conocidos de minas Uspallata, El Tontal,

      Castaño, Famatina, y varios en Catamarca, de donde compañías inglesas

      extraen abundante plata y cobre. En ramificaciones inferiores, otra cadena

      de montañas en Guayaguaz, Huerta, Marayes, y aun las sierras de los

      Llanos, ofrecen el mismo recurso y aun depósitos de carbón de piedra

      apenas explorados.

 

      El censo de Chile en 1855 dio en el número de habitantes de Copiapó,

      provincia esencialmente minera, diez mil habitantes argentinos, que son

      riojanos en su mayor parte, por ser ésta la provincia colindante. Este

      aprendizaje de los que se expatrian en busca de trabajo, y los irregulares

      laboreos de los antiguos minerales de Famatina, ofrecieran medios de

      cambiar los hábitos semibárbaros que la dispersión en el desierto ha hecho

      nacer, si con los capitales que requiere aquella industria, una política

      conocedora de las necesidades peculiares de esta vasta región que ocupan

      cinco provincias, se contrajese a remediarlas. Desde San Juan se intentó

      algo con tolerable y animador éxito durante la azarosa época que vamos a

      recorrer, y en la esfera que podía hacerlo un gobierno de provincia que

      estuvo condenado a mantenerse en armas, para evitar la disolución completa

      que amenazaba a la sociedad culta, tan mal colocada en aquel extremo

      apartado de la República. Pero algo más vasto ha de emprenderse, y ésta es

      la tarea que viene deparada al gobierno nacional, citando se halle

      desembarazado de los conflictos que en la hoya del Paraná le dejaron otros

      errores de la colonización española con las misiones del Paraguay. E1

      ferrocarril central, que ya está trazado hasta Córdoba y el límite

      occidental de la pampa, no se aventurará a internarse más al oeste de la

      Travesía, si las faldas de los Andes no le preparan carga de metales para

      trasportar a los puertos del Atlántico, y los mantos de carbón de piedra

      que en varias partes asoman a la superficie pábulo abundante y barato para

      el consumo de la locomotiva.

 

 

 

 

Reconstrucción

 

 

      En 1861, la victoria de las armas de Buenos Aires sobre las autoridades de

      la Confederación que habían rechazado a los diputados enviados al congreso

      después de enmendada y jurada la nueva Constitución, traía por

      consecuencia la necesidad de una reconstrucción general de la República, a

      fin de hacer prácticas las instituciones federales que esa constitución

      proclamaba. La caída de Rosas y el ensayo de una confederación sin Buenos

      Aires, habían tenido el mismo mal éxito que la confederación de los

      Estados Unidos, aunque por distintas causas. Cuando en 1853 hubo de darse

      una constitución federal, el congreso se encontraba con un caudillo de

      provincia dueño del poder que llamaban nacional, sostenido por los mismos

      caudillos que habían como él apoyado la larga tiranía de Rosas. La

      constitución ni constituía la nación, ni regía a su propio ejecutivo,

      quedando la provincia más importante fuera de la nación, y el presidente

      fuera de la constitución.

 

      San Juan había luchado diez años para desasirse de la mano de su caudillo

      de veinte años atrás, que el presidente caudillo apoyaba por analogía de

      posición. La época constitucional fue para San Juan precisamente la época

      de las violencias, las intervenciones armadas, las invasiones del Chacho,

      con su acompañamiento de saqueos y aun de incendios, hasta que aquel

      empeño de amalgamar la constitución y el caudillo, supliendo la falta de

      uno con detestables procónsules, acabó en una gran catástrofe, y en el

      sacrificio del virtuoso doctor Aberastain, muerto por improvisados

      caudillejos, salidos apenas de las tolderías de los indios, a quienes el

      gobierno confiaba misiones judiciales o ejecutivas, como la España al juez

      La Gasca en los primeros tiempos.

 

      El término de la guerra y el fruto de la batalla de Pavón era, pues,

      despejar a las provincias del personal de las antiguas y modernas

      criaturas de aquella política bastarda, y hacer práctica en sus efectos la

      constitución que ya regía a Buenos Aires. Un esfuerzo de los ciudadanos de

      la ciudad de Córdoba, derrocando el gobierno que aún adhería a los

      vencidos de Pavón, y la actitud armada que Santiago del Estero había

      conservado, simpática a la causa ya victoriosa, facilitaban la obra por

      esa parte, no requiriéndose el empleo de las armas, que sólo serviría para

      dar confianza a los pueblos, mientras se organizaban nuevas

      administraciones. No sucedía lo mismo con respecto a las provincias

      situadas a las faldas de los Andes. Los Saa se mantenían en armas en San

      Luis, Mendoza estaba gobernada por un miembro de la familia de los Aldaos,

      San Juan por un teniente de Benavides, La Rioja virtualmente por el

      Chacho.

 

      El ejército que a fines de 1861 avanzó hacia Córdoba no llevaba

      instrucciones para extender sus operaciones hacia aquella parte; pero

      retirándose hacia ese lado las únicas fuerzas confederadas que se

      mantenían en pie de guerra, una pequeña división fue siguiéndolas de

      estación en estación hasta la ciudad de San Luis. En previsión de los

      sucesos, el general en jefe de este ejército había dado misión al Auditor

      de Guerra, por ser uno de los hombres públicos que habían traído el

      desenlace de aquella cuestión y pertenecer a aquellas provincias, de

      dirigir los primeros actos civiles de los pueblos que el ejército fuese

      librando del dominio de la caída confederación.

 

      No tardó mucho en hacerse sentir el acierto de esta medida. El jefe de un

      regimiento de línea perteneciente a la confederación, y que se había

      retirado desde Córdoba al acercarse el ejército de Buenos Aires, ofició al

      jefe de la vanguardia, que estaba ya en San Luis, que el pueblo de Mendoza

      había depuesto al gobernador y nombrándolo a él en su lugar, con lo que

      creía quitada la ocasión y el motivo de avanzar fuerzas hasta aquella

      provincia. Fuele contestado que él como jefe de fuerza nacional que

      guarnecía a Mendoza de años atrás, era el único hombre que no podía ser

      nombrado gobernador de la provincia que dominaba con tropa de línea, y que

      el Auditor de Guerra, con poderes para representar al general en jefe,

      marchaba incontinente, seguido de una fuerza, para conocer la verdad de

      los hechos, y poner al pueblo en aptitud de darse un gobierno.

 

      Compréndese que este lenguaje quitaba la tentación de inventar sofismas, y

      apenas conocido en Mendoza, el nuevo y el depuesto gobernador pusieron la

      cordillera de por medio, desbandándose todas las fuerzas, inclusas las de

      línea. Una copia de la misma nota enviada a San Juan, produjo los mismos

      efectos, desde que el círculo de los benavidistas supo, a no dudarlo, que

      el autor de aquella nota era don Domingo F. Sarmiento, y que éste se

      dirigiría bien pronto a San Juan.

 

      El 1° de enero de 1862 atravesaban en efecto el puente medio destruido del

      Zanjón de Mendoza los primeros treinta hombres del ejército de Buenos

      Aires, enmudecidos y espantados ante la pavorosa escena que se presentaba

      a sus ojos en las ruinas de una ciudad hasta donde la vista podía

      alcanzar. Las convulsiones de la naturaleza habían sido más severas para

      con aquella antigua y civilizada ciudad que los diversos tiranuelos que

      por treinta años la habían detenido en sus progresos. El temblor de marzo,

      diez meses antes, había arrasado hasta los cimientos, pulverizado los

      edificios, y desgranado los templos en menudos fragmentos. Podían

      discernirse las que fueron calles por estar acumuladas sobre ellas mayores

      masas de ruinas. Las techumbres hacían con sus palizadas, una especie de

      inmunda espuma que cubría la tierra, como aquellas basuras que las

      crecientes arrastran y remolineando hacen una superficie sólida sobre el

      agua de los grandes ríos; el pino del convento de San Agustín elevaba su

      solemne y negra copa, visible ahora hasta el tronco de todos los puntos

      del horizonte; la alameda plantada por San Martín tendía su línea de

      verdura al extremo opuesto del lúgubre paisaje, señalando el término de

      tanta desolación.

 

      Debajo de aquellas ruinas estaban sepultados quince mil habitantes, entre

      ellos la parte más inteligente y acomodada de la población de provincia y

      ciudad tan importantes. Los partidos políticos habían perdido hasta su

      significado, puesto que sus próceres habían desaparecido en su mayor parte

      de la escena; y sólo como muestra de los intereses personales que

      envolvían las cuestiones políticas, debe recordarse que del seno de esas

      ruinas había salido una división de tropas, tres meses antes, a llevar la

      guerra a otras provincias, con el mismo espíritu que cuarenta días antes

      del temblor había encendido la saña del representante de la política de

      exterminio del fraile Aldao y empapado en sangre a San Juan. Mendoza tenía

      un importante rango entre las ciudades argentinas. Colocada en la línea de

      comunicación del Atlántico al Pacífico a través de los Andes, recibía de

      ambas costas la acción civilizadora, y no hay viajero célebre, compañía de

      teatro o de ópera, que no hubiese visitado esta ciudad. Allí se había

      formado el ejército de San Martín; allí hallaba el comercio de Chile y de

      Buenos Aires un mercado vastísimo y productos valiosos. A la hora de su

      muerte Mendoza ostentaba edificios, como el pasaje Soto, que habrían

      decorado dignamente a Buenos Aires.

 

      La calamidad más duradera empero, era la desaparición de una ciudad

      agricultora, como centro de civilización, en aquella grande extensión de

      territorio que hemos llamado la Travesía; San Luis en uno de sus límites

      permanecía después de tres siglos un trazado de ciudad; La Rioja, al

      norte, una villa sin importancia. Arrasada Mendoza como baluarte, el

      desierto pesaba todo entero sobre San Juan, mal colocado para resistir a

      su acción disolvente. Los vecinos de la destruida ciudad que salvaron de

      la catástrofe, encontraron en sus fincas abrigo, pues que la intensidad

      del sacudimiento se sintió bajo la ciudad misma, perdiendo, como la luz,

      su fuerza a medida que irradiaba; y la provincia se había convertido en

      una campaña agrícola sin centro, como las campañas pastoras que tanta

      influencia han ejercido en la desorganización de la República. Veíase esto

      en el traje de los ciudadanos más cultos, que teniendo que servirse

      habitualmente del caballo como medio de locomoción, llevaban hasta la

      afectación y como un buen tono creado por el temblor, el desaliño del

      vestido, el poncho y los arreos del gaucho. La desaparición de Mendoza, en

      el momento en que más se necesitaba de una fuerte ciudad en el interior,

      sobrevenía tan en mala hora, como la muerte del general Paz cuando Buenos

      Aires resistía victoriosamente a las últimas oleadas de los jinetes en

      armas; su existencia sólo habría alejado muchos malos pensamientos por lo

      improbable de su realización.

 

      Con la falta de vistas que vayan más allá del momento presente, de la

      simple idea de fijar un local para la reconstrucción de una nueva ciudad,

      habían surgido dos partidos, cada uno armado de razones más o menos

      plausibles, de acuerdo sólo en no ceder un ápice de sus encontradas

      pretensiones. El uno tuvo al destronado déspota por jefe, decíase que con

      miras interesadas; el otro a la oposición liberal. Más tarde la

      legislatura sostenía a los unos, y el gobernador a los otros. Cuando el

      gobierno nacional nombró un comisionado para designar lugar para los

      edificios nacionales, y con eso dirimir la cuestión de galgos y podencos,

      no fue aceptada esta arbitración que habría terminado por lo mejor, que

      era hacer lo menos malo, pero fijar lo que era urgente, un plano de

      ciudad.

 

      Y este comisionado tenía, a más del encargo oficial para misión tan

      aceptable, no diremos títulos a la consideración personal de todos, sino

      lo que es más influente, enormes sumas de dinero a su disposición, para

      que fuesen empleadas en edificios e instituciones públicas en Mendoza.

      Cuando en Buenos Aires se supo la horrible suerte de la ciudad, la caridad

      pública, allí como en Chile y en toda América, se excitó en favor de las

      víctimas; pero estos sentimientos, por vivos que sean, no producen

      espontáneamente todos los benéficos resultados que se desearía, si no se

      organizan medios de acción, que administren , por decirlo así, la

      filantropía, la caridad, el patriotismo. Mucho se hizo espontáneamente o

      por asociaciones existentes, como los Masones, la de San Vicente de Paúl,

      etc.; pero nada, ni todo esto junto, pudo compararse con los resultados

      obtenidos por la oficina de socorros que aquel comisionado improvisó,

      sirviéndose de la prensa, los colegios, las adhesiones políticas mismas, y

      todos los medios de obrar poderosamente sobre la opinión. Médicos,

      medicinas, dinero, ropas, abrigos, salieron de ese taller en ayuda de los

      desgraciados; obteniendo veinte años después para Mendoza por el mismo

      mecanismo, lo que había obtenido en Chile para los derrotados argentinos,

      y sesenta mil pesos quedaron depositados en el banco, a disposición de

      otro gobierno más moral que el que había disipado los primeros auxilios

      enviados de todas partes. El de Chile habría mandado los que retenía por

      iguales temores, y el agente español perdido todo pretexto para guardar

      otra suma. Así, pues, un pueblo por no discutir francamente una cuestión

      de conjeturas más o menos posibles, renunciaba a recibir cien mil fuertes

      que le ofrecían sus amigos y el comisionado podía decretar en una tira de

      papel.

 

      Reunido lo que era posible de un pueblo tan disperso el 3 de enero,

      procedióse a nombrar un gobernador interino, habiendo limitado su

      ingerencia el Auditor de Guerra a crear un jefe de policía que mantuviese

      el orden.

 

 

 

 

San Juan

 

 

      El 4 de enero treinta hombres de Guías al mando del capitán Irrazábal,

      varios oficiales sanjuaninos y el Auditor de Guerra, se dirigieron a San

      Juan, contando ya no encontrar resistencia armada, por tener anuncios,

      aunque inciertos, de un cambio de autoridades.

 

      En Guanacache salióles al encuentro un comisionado de San Juan, trayendo

      comunicaciones oficiales del nuevo gobernador establecido, por haber huido

      los comprometidos en la serie de violencias de que aquella provincia había

      sido víctima por diez años, sin intermisión, como si la constitución

      hubiese sido una túnica de Dejanira mandádale por una venganza atroz, a

      causa de la parte que algunos de sus hijos habían tomado en la caída de la

      tiranía de Rosas. El pueblo de San Juan, una vez libre de sus oscuros

      carceleros, restableció la administración del doctor Aberastain, tal como

      estaba el día de su muerte; gobernador interino, ministros, tribunales,

      jueces de paz, policía, etc. La tranquilidad era perfecta, como la del

      agua que ha encontrado su nivel después de tentativas inexpertas que la

      han hecho precipitarse y causar estragos con su corriente.

 

      Para entrar en San Juan, desde Mendoza, se atraviesa el campo llamado la

      Rinconada, teatro de aquel drama horrible que preparó un acto discrecional

      del gobierno nacional, obrando contra texto expreso de la constitución, y

      sin datos suficientes; y que explotaron las malas pasiones, confiando una

      misión judicial a un bárbaro que con ella se hacía aparecer en la escena

      política.

 

      Los que sobreviven a las grandes catástrofes como la de Mendoza o la

      Rinconada, olvidan con el tiempo las impresiones que experimentaron,

      cuando las ruinas están todavía bamboleándose o la sangre de las víctimas

      no se ha secado aún. Se vive entre ruinas, y lo pasado se olvida, aunque

      algún tinte, sólo discernible para los extraños, deje en las fisonomías el

      recuerdo de una grande desgracia. Dios ha hecho este beneficio a la

      humanidad haciéndola flaca de memoria. Pero la escena donde han ocurrido

      tales acontecimientos, vista por la primera vez, evoca los fantasmas de la

      imaginación, y el drama sangriento o aterrante vuelve a representarse con

      la vista de los lugares, mudos testigos de los hechos. En la calle de

      cuatro leguas sombreada de álamos que desde aquel campo de sangre conduce

      a la ciudad, en frente de un jardín de laureles rosas entonces en flor,

      con la profusión peculiar a esta planta de las riberas del Jordán, una

      cruz negra, alta, labrada, señala el lugar en que fue fusilado el doctor

      Aberastain. ¿Por qué? ¿Para qué? Nunca supieron decir los autores del

      crimen ni aun sus motivos. Era un hombre educado, y los bárbaros les

      tienen especial rencor. Saa, improvisado hombre público, creyó mostrar en

      ello grande capacidad y energía. ¡No era culpa suya!

 

      Allí habían venido a recibir al representante de tantas esperanzas, por

      tantos años frustradas, con las armas de Buenos Aires triunfantes al fin,

      los restos del batallón de guardias nacionales que se halló en la

      Rinconada; y si a las escenas de los lugares se añaden aclamaciones que

      acentuaban manos mutiladas alzadas al aire, se formará una idea de las

      torturas morales que debían producir por el momento, aunque más tarde el

      nivel del olvido viniese a hacer plácido lo que nunca deja de serlo, la

      vista del país asociada a los recuerdos de la infancia, la patria, la

      familia, en fin. Después de veinte años de ausencia de un joven, San Juan

      recibía en medio de manifestaciones de júbilo a un viejo, cuyo espíritu,

      por la prensa, la tribuna o la guerra, nunca estuvo, sin embargo, fuera

      del estrecho, oscuro y pobre recinto de su provincia.

 

      Es excusado decir que fue aclamado gobernador, destino que, dadas las

      necesidades especiales de hombres que han vivido largos años consagrados a

      la gestión de la cosa pública, a la discusión de las grandes cuestiones

      sociales, en grandes centros de población, con el bullicio y los goces de

      las capitales, no habría tentado a muchos, creyendo descender de

      posiciones conquistadas. Había, sin embargo, perspectivas que entraban a

      completar una grande obra comenzada, para quien no tuviese a menos

      solicitar un departamento de escuelas, a fin de poder hacer dar un paso en

      la organización de la futura república. ¿ Había gobiernos provinciales en

      aquella confederación en que el presidente se había ocupado exclusivamente

      en estorbarles toda acción propia, si no estaban subordinados a algunos de

      sus agentes personales? Después de haber borrado de la Constitución todo

      lo que a esta coacción concurría, ¿no valdría la pena de ofrecer en la

      práctica la sencilla armonía de poderes nacionales y provinciales, cada

      uno obrando en su legítima esfera? Y luego, ¿no hay una deuda contraída, y

      que una vez ha de pagarse, para con aquellos que sin tener estímulos ni

      recompensas que ofrecer, reclaman como propias, experiencias, ideas,

      nociones adquiridas por los suyos, que los grandes centros les

      arrebataran? Tres años inmolados honrosamente pasan luego y dejan una

      satisfacción, si tal puede obtenerse, la de intentar el bien. El coronel

      Sarmiento, hasta entonces Auditor de Guerra del primer cuerpo de ejército,

      aceptó así el gobierno que sus compatriotas le imponían como un deber, y

      como un honor que estimaba en mucho.

 

      San Juan era, como Mendoza en lo material, un montón de escombros en lo

      moral. Casi treinta años de gobierno de hombres oscuros, sin educación ni

      principios, habían hecho de la autoridad pública algo menos que una

      decepción, un objeto de menosprecio. Sin rentas, sin sistema de

      administración, servían las que se cobraban a satisfacer necesidades

      siempre apremiantes, objeto de especulación su cobro para algunos

      agraciados, de resistencia y de fraude para el pueblo, que encontraba en

      ello el medio de hostilizar al enemigo, el poder irresponsable y

      arbitrario. Sin industria que pudiera con la paz desenvolver riqueza en

      grande escala, la guerra, las revueltas, las invasiones del Chacho, las

      intervenciones nacionales, la incuria del gobierno, el retraimiento de los

      ciudadanos, habían destruido más propiedades y fortunas que las que el

      lapso del tiempo y el fruto del trabajo venían pacientemente acumulando.

      Ni un solo edilicio público debía la generación presente a las pasadas,

      seis templos yacían en ruinas, y ni la antigua Escuela de la Patria se

      había conservado como único establecimiento de educación. El desaliño de

      la aldea colonial, las señales de los estragos de las aguas, excavaciones

      en la plaza como muestras de tentativas de mejoras, indicaban bien a las

      claras que el gobierno no era hasta entonces el agente de la sociedad

      misma para proveer a sus necesidades colectivas, como cada uno provee a

      las individuales. No habiendo un centavo en caja y estando por cobrarse

      desde principio de año todas las rentas, el nuevo gobierno tuvo desde

      luego que estrellarse contra aquellos hábitos inveterados de resistencia,

      contra el hereditario descrédito que le legaban las administraciones

      pasadas, contra la falta de autoridad moral del gobierno para hacer

      cumplir las leyes. A fin de proveer a las necesidades financieras, llamó a

      los prestamistas de dinero para procurarse el necesario para esos días,

      ofreciendo un interés crecido, y nadie, habiendo entre ellos quienes

      giraban centenares de miles, ni todos juntos, tuvieron dinero disponible,

      porque el deudor era el gobierno. Un mes después, cobrado uno de los

      impuestos retardados con la multa que la ley imponía a los morosos, muchos

      se presentaron reclamando de esta severidad inusitada, pues era la

      práctica ganar tiempo y retardar el pago, por negligencia muchas veces,

      por resistencia casi siempre. Fenecido el primer año de administración, la

      contaduría presentó en caja un sobrante de seis mil pesos, no obstante la

      variedad de trabajos públicos emprendidos, porque en el lapso de ese año

      se había obrado una revolución en las ideas, comprendiendo todos que el

      gobierno era su propio gobierno y no el antiguo enemigo, idea que nos es

      común a todos los pueblos sudamericanos, y que en los Estados Unidos hace

      que hoy emprenda el gobierno pagar una deuda de tres mil millones que la

      Inglaterra y la Francia no habrían soñado posible.

 

      El nombre del Chacho había, desde pocos días después de operado el cambio,

      empezado a resonar de nuevo. Cuando el gobierno de la confederación, que

      lo había condecorado con el título de general, requirió fuerzas para

      invadir a Buenos Aires, había este caudillo de la montonera de los Llanos

      permanecido tranquilo e indiferente a la suerte de sus aliados, hasta que

      el ejército vencedor hubo ocupado a Córdoba, y la lucha cesado por todas

      partes. Entonces, por motivos y con objetos que él mismo no sabría

      explicarse, se lanzó sobre Tucumán, desde donde rechazado, volvió a los

      Llanos. Allí le aguardaba ya una división de ejército que lo batió por

      segunda vez, quitándole la poca infantería, y un cañón que andaba

      trayendo; y tras este combate, que habría bastado para pacificar el país,

      se siguió una guerra de escaramuzas, que fue atrayendo refuerzos de tropa

      de línea, de la que había venido a Mendoza y San Juan, y levantando en

      masa los Llanos hasta tomar proporciones alarmantes, desmontar la

      caballería regular en correrías sin resultado, y poner a rescate la ciudad

      de San Luis, a donde fue a aparecer la montonera, a cien leguas del punto

      en que el ejército la buscaba.

 

      Una nueva fuga y nueva persecución del ejército acercó aquellas bandas de

      descamisados a treinta leguas de San Juan, y no cambiaron de rumbo, sino

      cuando obtuvieron, por pasajeros, la certeza de que eran debidamente

      esperados. Sepultados de nuevo en los bosques de los Llanos, la

      persecución seguía, agotados de una y otra parte los caballos, pero el

      ejército con facilidad de remonta de San Juan, cuando recibió del jefe de

      las fuerzas nacionales ya , orden del gobierno general de aceptar las

      propuestas de sumisión que el Chacho había dirigido desde San Luis, lo

      cual dio lugar a lo que el Chacho llamó tratado, y dejarlo tranquilo en su

      casa con los honores de general de la Nación.

 

      La distancia a que el gobierno nacional se hallaba, la poca importancia

      que en el litoral se daba a este caudillejo que apenas tenía casa en que

      vivir en medio de bosques de garabatales , la necesidad sobre todo de

      presentar la República en paz para darle formas, reunir el congreso y

      elegir presidente, ocultaban el peligro, que para lo futuro quedaba, de

      dejar establecido, como parecía, que el ejército regular era impotente

      contra la movilidad de la montonera; y la alarma en que quedaban las

      provincias vecinas con aquel perturbador en posesión siempre de los medios

      y posición que por tantos años le habían servido para sus depredaciones y

      correrías.

 

      Cualesquiera que fuesen las condiciones del tratado, si tratados era

      posible que hubiese entre un gobierno y un general suyo, basta ver cómo lo

      entendía y practicaba el Chacho, para comprender la situación en que

      quedaban las provincias vecinas y el gobierno de La Rioja mismo.

      Habiéndose creado en esta provincia un gobierno civil, quiso, como era de

      esperarse, tener en su poder las armas que habían servido a prolongar la

      guerra sin motivo aparente y sólo por la voluntad del general establecido

      en los Llanos, y al efecto ordenó a los comandantes de los departamentos

      recogerlas. A la solicitud del de Malangan contestó el Chacho lo

      siguiente:

 

 

 

            "Malangan, julio 13 de 1862.

      "Al señor comandante don Joaquín González:

 

      "Acabo de recibir una comunicación del capitán don José María Suero en que

      me da cuenta que un señor García comisionado de V. S. le pide entregue el

      armamento y animales del Estado que tiene en su poder, quedando sin efecto

      la comisión que a estos fines le confié, dando su dicho comisionado por

      razón los tratados míos con el gobierno de Buenos Aires.

 

      "Con sentimiento veo, señor comandante, que usted no está al cabo de esos

      tratados, como veo no conoce sus atribuciones. Por esos tratados, señor,

      y de acuerdo con el jefe del primer cuerpo de ejército de Buenos Aires,

      estoy yo encargado de garantir el orden en la provincia, a cuyo efecto

      queda en mi poder el armamento que he tenido; y tengo a más instrucciones

      que ni siquiera es dado comunicarlas a usted. Su gobierno mismo, señor

      comandante, no puede exigir de mí lo que no está en su derecho, como lo

      que usted exige. Cada uno en su puesto y no tomar las atribuciones ajenas,

      porque de lo contrario no nos entenderemos.

 

      "Por fin, mis convenios son exclusivamente con el gobierno nacional, cuyas

      órdenes obedezco, y a él exclusivamente corresponde exigir, tanto el

      cumplimiento de lo pactado, como darme las órdenes e instrucciones que

      estime convenientes.

 

      "En vista de los antecedentes que tengo manifestados, y para guardar la

      armonía que deseo con usted como con todas las demás autoridades, espero

      que usted no exigirá lo que por su dicho comisionado lo hace, puesto que

      en ningún caso se le entregará, y cuento que será bastante prudente para

      conocer su posición y la mía.

 

      "Al dejar así cumplido el objeto de ésta, me es grato ofrecer a usted las

      consideraciones de mi aprecio. ? Dios guarde a usted. - Angel Vicente

      Peñalosa" .

 

 

 

            "Guaja, julio 2 de 1862.

      "Señores capitanes don Santos Carrizo y señor Castro:

 

      "He recibido la apreciable nota de ustedes, y en su contestación digo que

      el comisionado nacional coronel Baltar marcha en este momento a La Rioja a

      dejar todo arreglado. El se dirigirá a ustedes sobre lo que han de hacer,

      entretanto es preciso que se sostengan hasta que reciban sus órdenes. Soy

      como siempre, etc., Peñalosa.

 

 

 

            "Bichigasta, julio 16 de 1862.

      "Señor comandante don Domingo García:

 

      "A pesar de estar impuesto de los documentos que acreditan su comisión, y

      estar a mi vista exactos, en contestación de ellos tengo una orden del

      general Peñalosa, fecha 2 del presente, en la que me dice retenga las

      armas basta que él me ordene, esto sin fijarse para nada de las

      disposiciones del supremo gobierno. El 10 del presente hice un propio al

      general Peñalosa por si me ratificaba la orden; y como hasta ahora no he

      recibido contestación, me veo en el caso de retenerlas hasta aguardar la

      disposición del señor coronel Baltar, comisionado, que también estuvo

      presente cuando se me dio la orden. Dios guarde, etc. J. María Suero.

 

      "En estos momentos recibo la contestación del general Peñalosa con el

      propio que hice, y me dice que retenga las armas hasta recibir órdenes de

      él en el sentido contrario. Vale."

 

 

 

      ¿Supo el Gobierno Nacional estos hechos?

 

      ¿Fue engañado su comisionado?

 

      El hecho real es que no había gobierno civil posible en La Rioja, y que

      continuando el Chacho en la situación de barón feudal que el supuesto o

      real tratado le creaba, San Juan no tenía hora segura de nuevas

      incursiones, como si nada se hubiese cambiado en la condición y

      circunstancias del país después de veinte años.

 

      Ya se había expuesto en términos generales al Gobierno Nacional la

      situación precaria de aquella parte del territorio argentino, y en

      correspondencia íntima indicádosele con insistencia al gobernador de San

      Juan la necesidad de hacer de esta ciudad, la única existente en más de

      diez mil leguas cuadradas, un centro de poder material y de educación, a

      fin de contener los progresos de la barbarie, que aquellos desiertos

      habían creado, y reparar los estragos de treinta años de retroceso y de la

      reciente desaparición de Mendoza, so pena de ver suprimido del país

      poblado y civilizado un quinto del mapa argentino, si se dejaba por

      algunos años más obrar las agencias disolventes. Pedía cañones, un

      batallón de línea y permiso para crear fuerzas de caballería, educadas en

      país agrícola y con caballos preparados al efecto, según ideas que sobre

      la reorganización de la caballería argentina había tratado de generalizar,

      no siendo ellas en definitiva más que volver a las tradiciones de los

      antiguos granaderos y cazadores a caballo de San Martín, frescas aún en

      las provincias de Cuyo donde aquellos famosos regimientos se remontaron.

      Estas indicaciones no encontraron una formal aceptación, si bien por la

      insistencia de otros, se obtuvo al fin que un batallón viniese a

      acuartelarse en San Juan.

 

      Quedando La Rioja, como quedaba, y el Chacho establecido en Guaja, que

      sólo dista quince leguas de la villa de Valle Fértil de San Juan, era

      conveniente cultivar las mejores relaciones diplomáticas con aquel cacique

      que aconsejaba a los prudentes tener en cuenta las situaciones

      respectivas. Felizmente había acompañado al ejército de Buenos Aires un

      capitán de línea, hombre muy circunspecto, y además pariente muy cercano

      de Peñalosa. Este fue nombrado subdelegado de Valle Fértil, con encargo de

      cultivar la amistad del Chacho y evitar toda ocasión de desacuerdo, tan

      frecuentes en las fronteras, e inevitables en aquel asilo de vagabundos y

      cuatreros que eran el azote de San Juan.

 

      Del tono de estas relaciones dará idea la carta del Chacho que contestaba

      a las primeras del subdelegado que más tarde fue a Guaja y pasó algunos

      días con él.

 

 

 

            "Guaja, setiembre 22 de 1862.

      "Señor sargento mayor don Sixto Fonsalida:

 

      "Tengo a la vista sus dos muy apreciables, una oficialmente y la otra

      particular, la que tengo el placer de contestar, diciendo a usted que

      parece que la Providencia ha tomado una parte activa en la reconciliación

      de nuestros desgraciados sucesos, para que terminen las disensiones y sea

      una realidad el sostenimiento de una paz que nos dará por resultado el

      sosiego de las pasiones exaltadas y la calma de tantos sufrimientos

      debidos a nuestros propios desvíos.

 

      "El párrafo de la carta que me trascribe textualmente del señor gobernador

      de San Juan, me lisonjea en alto grado, y creo que siguiendo esas máximas,

      habremos logrado el afianzamiento de nuestras instituciones, corrigiendo

      los daños y desórdenes causados por la guerra. Los sentimientos nobles que

      abriga el gobierno de San Juan no me son desconocidos, por lo que presagio

      un venturoso porvenir, estrechando una relación sincera entre las dos

      provincias, prometiendo a usted que todo lo que esté en la esfera de mis

      atribuciones, lo emplearé contribuyendo con el contingente de mi poco

      valer, a fin de conseguir tan importantes fines...

 

      "Por lo demás, descuide usted que siempre observaré la conducta que me es

      característica, no dejándome sorprender de suposiciones falsas e

      imaginarias que jamás tienen lugar en mi imaginación. Mucho gusto tengo en

      que haya arribado a ésa con los sobrinos mis amigos, entretanto quisiera

      que disponga como siempre de la inutilidad de su afectísimo amigo. - Angel

      Vicente Peñalosa" .

 

 

 

      Esta carta había sido precedida, meses antes, por otra dirigida al

      gobernador de San Juan en que recordaba con arte los servicios que había

      de él recibido en Chile. "Por mi parte, le decía, no esquivaré la ocasión

      de serle útil, tanto más cuanto es un deber en mí para con uno de los más

      valerosos campeones de la causa que en otro tiempo sostuve con el

      malogrado ilustre general Lavalle, y de la que no he desertado." Estas

      manifestaciones tomarán luego, en vista de los hechos, una singular

      importancia.

 

      No sería fácil decir si estos conceptos de la cancillería de Guaja, el

      rancho del Chacho, eran suyos o del amanuense. Hay, sin embargo, una

      palabra cuyo origen es curioso recordar. El adjetivo venturoso no entra en

      la común parlanza de la gente llana. Rivadavia, en sus conversaciones, se

      extasiaba al arrullo de la esperanza en el venturoso porvenir que

      aguardaba al país. Sus enemigos hicieron de esta frase un apodo de

      ridículo, y el que esto escribe la oyó en 1829 andando de boca en boca

      entre los parciales de Quiroga. ¡Triste cosa! ¡Después de treinta años de

      desastres, en lugar del venturoso porvenir anunciado, encuéntrase la frase

      en el fondo de los Llanos, en boca de uno de los bárbaros que alejaron ese

      porvenir con sus violencias, como encontraríamos en los matorrales un

      jirón del vestido de un viajero que fue robado y muerto en ellos!

 

      Estos dares y tomares ocurrían en septiembre. En noviembre siguiente una

      partida de vagabundos, desertores o salteadores que se asilaban en los

      Llanos, salió de allí y dirigiéndose a las Lagunas de San Juan, saqueó la

      casa del juez de paz, arreó caballos y ganados, arrebató a una recua de

      mulas las mercaderías que traía de Buenos Aires, desnudó y despojó de su

      dinero y vestidos a dos transeúntes franceses, y después de aporrearlos

      malamente, los llevó con el botín a los Llanos.

 

      Era esto un salteo de caminos calificado, y la revelación de un peligro

      nuevo para provincia como la de San Juan, separada de las otras por

      desiertos y soledades que no pueden ser custodiadas. El importante

      comercio de ganado con Chile exige que la plata boliviana con que se

      compra en Tucumán y Salta, vaya en cargas, a la vista de todos y

      conducidas por dos o tres mozos. El salteo de caminos, que no había hasta

      entonces entrado en los desórdenes de la guerra civil, iba, a no ser

      reprimido enérgicamente, a paralizar la industria y el comercio de que

      aquel pueblo vivía.

 

      Iniciada la causa criminal por la deposición de los robados, el gobierno

      de San Juan se dirigió al de La Rioja pidiendo la aprehensión y entrega de

      Agüero, Almada, Carrizo, Potrillo, Pérez y cómplices. El gobernador de La

      Rioja, a su turno, los pidió al general Peñalosa, acompañándole los

      documentos, y éste le contestó lo que sigue:

 

 

 

            "Cuaja,diciembre 12 de 1862.

      "El General de la Nación:

 

      "En su mérito (la nota del Gobierno), quedan disueltas esas fuerzas que

      hostilizaban la tranquilidad de San Luis y Córdoba. Los jefes han

      entregado las armas que quedan en mi poder, y ellos bajo mi vigilancia.

      Otras medidas más graves hubiera tomado, señor gobernador, si no estuviera

      persuadido que esos hombres aleccionados por la experiencia y mejor

      aconsejados, podrán ser útiles a la nación, pues que son soldados

      valientes y amigos buenos y leales a la causa a que se adhieren; y que de

      consiguiente una vez adheridos a la nuestra, nos ayudarán a sostenerla con

      la decisión que han sostenido la que acaba de expirar. Permítame, señor

      gobernador, que yo abrigue la convicción que al soldado valiente y al

      amigo bueno que se desvía, es más prudente de encaminarlo que de

      destruirlo. - Angel Vicente Peñalosa."

 

 

 

      ¿Era subterfugio estudiado confesar desórdenes en Córdoba y San Luis, en

      lugar del salteo de las Lagunas? Lo que hay de curioso son las virtudes de

      condottieri que sostendrían una causa con el mismo ardor que habían

      sostenido la contraria. ¿No era el Chacho mismo el más feliz dechado de

      esta acomodaticia virtud?

 

      De todo esto se dio cuenta al gobierno nacional. La constitución federal

      tenía establecido "que los actos públicos y judiciales de una provincia

      gozan de entera fe en las demás", y si los reos de un crimen cometido en

      una provincia no son entregados por la autoridad de otra, al gobierno

      nacional incumbe allanar el obstáculo, a fin de que la administración de

      justicia no sufra embarazo. En el caso presente era más urgente su acción,

      porque el embarazo provenía de un funcionario suyo, que principiaba sus

      notas llamándose el General de la Nación, aun en aquella misma que

      encubría salteadores de camino a mano armada que no tienen asilo ni en las

      naciones extranjeras. El delito de este jefe, que recibía salario de la

      Nación, este vez estaba agravado por el ejercicio de la facultad de

      indultar y conmutar penas que es sólo privativo del poder ejecutivo.

 

      No sabemos que se tomase en consideración en los consejos del gobierno

      nacional este asunto que tanta inmoralidad encerraba, no obstante que

      todos los diarios reprodujeron las notas con la novedad que tales

      ocurrencias, apenas concebibles, debían causar.

 

      El gobernador de La Rioja acompañó este extraño documento, con cuatro

      palabras que revelaban la desairada posición que ocupaba.

 

 

 

            "La Rioja, diciembre 26 de 1862.

      "Aunque con bastante atraso por su fecha, se ha recibido por este gobierno

      la nota de 12 del corriente del general Peñalosa, que en copia legalizada

      le adjunto, para el conocimiento y resolución de S. E., según el mérito

      que ella arroja. - Francisco S. Gómez. - José Manía Ordóñez, oficial

      mayor."

 

 

 

      ¿Qué iba a resolver el gobierno de San Juan? Así terminó el año 1862. Dos

      millones de pesos y un millar de vidas sacrificadas iban a ser el

      resultado de todos estos antecedentes.

 

 

 

 

Reacción

 

 

      Bajo los más siniestros auspicios se abría el año 1863 en la región que

      hemos descrito entre las sierras de San Luis y Córdoba al oriente y la

      cadena de los Andes hasta Catamarca. La tempestad tiene precursores en el

      lejano relampagueo de la nube que corona las montañas, ecos en el tronar

      sordo que precede a la borrasca. La prensa, las discusiones de las

      cámaras, el tono y el carácter de las reuniones públicas, están mostrando

      en las sociedades civilizadas el grado de citación de los partidos y los

      propósitos de sus prohombres. Pero imaginaos una conspiración de oscuros

      cabecillas, de masas ignorantes que se agitan sordamente en las campañas,

      o en las más bajas capas sociales de las ciudades, sin ideas, sin

      periódicos, sin órganos audibles, porque lo que pasa entre peones y

      paisanaje no llega a oídos de la sociedad culta que vive de otras ideas y

      de otros intereses, y os daréis cuenta de los síntomas exteriores de este

      estado de cosas, de los rumores que corren, de algo que se siente y no se

      ve, sino por la fisonomía insolente de uno, por una palabra que a otro se

      le escapó por la amenaza de un tercero de lo que ha de suceder después.

 

      Los comerciantes que regresaban de Chile repetían lo que en Los Andes

      decían sin embozo tres ex gobernadores y varios coroneles de Benavides,

      Saa o Nazar, los depuestos caudillos de Cuyo que se agitaban allí y

      recibían mensajeros, noticias y avisos de los movimientos del Chacho, que

      a la fecha estaría en San Juan, y de Urquiza que había ya ocupado el

      Rosario. De los Llanos corrían los mismos rumores: la citación sería para

      la Pascua, contaban con Catamarca y Córdoba; en San Juan con los oficiales

      de Benavides, en todas partes con partidarios. En San Juan la agitación

      tomaba formas extrañas y llenas de la malicia candorosa de la ignorancia.

      El gobierno era masón, según los rumores que corrían entre la gente llana,

      y había llevado la impiedad hasta hacer de una iglesia una escuela; de una

      capellanía una quinta normal. La fotografía recientemente introducida,

      prestaba con sus imágenes asidero a invenciones supersticiosas; y

      sacerdotes paniaguados con el partido antiguo de Rosas, a quien debían

      posición y honores, explicaban devotamente desde el púlpito toda la

      abominación de la masonería, subentendido que el gobernador era masón, y a

      él se dirigían aquellas hipócritas conminaciones.

 

      En este estado de fermentación en el interior, uno de los ministros del

      gobierno nacional escribía al gobernador de San Juan: "Marzo 12. Vamos

      navegando por un mar de rosas. Viviremos tranquilos. Progresaremos. Usted

      se contentaría con que viviésemos tranquilos; pero eso es contentarse con

      poco".

 

      Con motivo de elecciones ocurridas en Chilecito, asiento y plaza de minas,

      el Chacho había mandado fuerzas, apoderándose de sesenta fusiles y

      pólvora, añadiéndose prisiones de comerciantes que rescataron su libertad

      con mercaderías y erogaciones de dinero. Los despojados pidieron auxilio a

      San Juan donde se estacionaba un batallón de línea; pero habiendo el

      gobierno nacional apresurádose a declarar seis meses antes que toda la

      República estaba bajo el régimen constitucional, y no teniendo

      instrucciones el gobierno provincial para el empleo de aquella fuerza, se

      limitó a darle cuenta de los desórdenes de Chilecito.

 

      Era claro y sabido que se preparaba una insurrección cuyo centro estaba en

      Guaja, y cuyos aliados se movían activamente en Aconcagua, de Chile, desde

      donde mantenían inteligencias con San Juan, Mendoza y San Luis.

 

      El subdelegado de Valle Fértil, encargado de observar los movimientos del

      Chacho, daba en marzo cuenta de la agitación que reinaba por aquellos

      pagos, y de las conferencias tenidas en Chepes entre diversos cabecillas

      adonde había concurrido el Chacho a solemnizar con su presencia la

      dedicación de una capilla, fiesta que daba ocasión a octavario de

      carreras, reunión de gentes, y discusión de aquellos negocios que con el

      salteo de caminos conducían derecho a la destrucción del gobierno

      nacional.

 

      "En un paraje de la sierra llamado la Jarilla, escribe el subdelegado, Lú

      car Llanos, Pueblas y Agüero tienen reunidos doscientos hombres, desde

      donde algo intentan sobre San Luis. Están reuniendo caballadas y citando

      la gente, dando por pretextos que los Echegarayes se preparaban a invadir

      los Llanos.

 

      "Conocedor de estos lugares, no extrañe que le diga que el gobierno de San

      Juan no puede contar con la decisión de estas gentes, y que me considero

      expuesto el momento menos pensado, no obstante el disimulo con que espían

      mis movimientos.

 

      "Acabo de saber que ha pasado por la costa de Astica un Ruiz, de Mogna,

      con gente que dice viene a trabajar a una represa de Peñalosa. Por lo que

      no trepido en decir a S. E. que se precava, y no esté tan solo, sin una

      guardia, pues están en inteligencia con los de San Juan. Se habla de una

      revolución y de la posibilidad de asesinar al coronel Arredondo...

 

      "Me tomo la libertad de suplicar a S. E. no se fíe de nadie y ponga

      cuidado en la elección de los hombres que lo rodean...

 

      "El chasque sólo sabe que va a ésa, sin conocer objeto, y convendría que

      V. E. reservase éstas porque importa algo que aquí no se aperciban de

      nada".

 

      El coronel Sandes, pocos meses antes, había recibido, saliendo de la casa

      del gobernador en San Luis, una puñalada que le dejó tres pulgadas de

      hierro clavado milagrosamente en una costilla, y el asesino asiládose en

      los Llanos, a cuya política servía.

 

      El gobierno de San Juan hacía tiempo se preparaba para hacer frente al

      desquiciamiento que se veía venir. Podía contarse con la guardia nacional

      de infantería; pero la milicia de caballería que se forma en los

      departamentos rurales, simpatiza ahora como siempre con el Chacho.

 

      Como en Buenos Aires hasta Cepeda y Pavón, en San Juan en todos tiempos,

      la caballería se había desbandado al presentarse todo enemigo, si no se

      pasaba en grupos a sus filas. Un día después de presentarse Quiroga o

      Chacho, millares de voluntarios dejaban el trabajo para aclamarlo y tomar

      parte en las escenas de violencia que seguían. Esta era la tradición

      local, y el coronel Sarmiento había en muchas ocasiones mostrado la

      necesidad de obrar un cambio en las ideas y en la organización de la

      caballería. Vencido en Rosas, en Urquiza, el sistema que la montonera

      había levantado; establecida en los campos de batalla la superioridad de

      la infantería, la montonera no había sido vencida sin embargo, pues que en

      Cepeda triunfó, y en Pavón se retiró ordenadamente, mientras que nuestras

      enormes masas de caballería se habían desbandado al principio de la

      batalla. La montonera nos había comunicado e impuesto el levantamiento en

      masa, sin darnos su espíritu. En San Juan se había creado un plantel de

      caballería con el nombre de Escolta de gobierno; y probado en encuentros

      cuerpo a cuerpo con bandidos, se había logrado animarlo de otro espíritu.

      Al concluirse la campaña de La Rioja, el coronel Arredondo, devolviendo

      este puñado de soldados, los recomendaba como los que le habían con más

      decisión servido en todas las operaciones de aquella laboriosa

      persecución. Desgraciadamente eran sólo un piquete.

 

      Tratóse de crear un escuadrón de Guías, tomando un nombre que el valor del

      coronel Sandes había hecho célebre, y pidiéronse a los jueces de paz

      hombres especiales. Del cuartel se fueron una noche trece, con vestuarios

      de paño, y aun con las armas. Ya podía inferirse el espíritu que reinaba.

      Al día siguiente, el Gobernador fue al cuartel, reunió la tropa y dijo a

      los soldados sin rodeos lo que había sucedido, pretextando haber sido mal

      servido por los jueces de paz; y recorriendo las filas dijo a uno:

      retírese Ud. por viejo; Ud. por enfermo, el otro por andrajoso, lo que

      demostraba que debía ser vicioso, y cinco más según que lo hacía plausible

      algún motivo aparente. La deserción cesó, y con otras medidas y mayor

      organización, se formó al fin el escuadrón de Guías, con cuyo espíritu se

      podía contar. Era sargento de este cuerpo uno que en la Rinconada se había

      pasado al enemigo, a vista y paciencia de ambos ejércitos, golpéandose la

      boca en burla de sus jefes. Cuando hubo de sometérsele a consejo de

      guerra, el fiscal nombrado insinuó al Gobernador que un su pariente creía

      impolítico castigar aquel crimen; y sometido a juicio, resultó que los

      testigos que una hora antes decían de voz en cuello la verdad de tan

      notorio hecho, en la causa declararon que les parecía haber visto, pero no

      podían asegurarlo. Esto había bastado para el fiscal, y el reo fue

      absuelto. ¿Qué hacer contra desmoralización que llegaba a tal extremo? Los

      Guías, sin embargo, sirvieron bien. Más tarde se organizó un escuadrón de

      granaderos, cuyas clases eran oficiales de milicia, a fin de darle

      consistencia, y romper aquella fatal tradición del desbande en presencia

      de la montonera, que había condenado a perecer a los ciudadanos en la

      Rinconada un año antes y entregado la provincia al saqueo de cuantos

      querían invadirla. Persuadir al paisanaje de que el Chacho no entraría a

      San Juan esta vez, ni frailes descalzos lo hubieran conseguido.

 

      Se había encargado a Chile armas, paños, plomo, traídose dos mil cabos de

      lanza de Tucumán, y se procedía a organizar medios de defensa.

 

      A mediados de marzo aparecieron grupos de montonera en las fronteras de

      Córdoba, San Luis y Catamarca, logrando sublevar los departamentos de San

      Javier y San Rafael en las faldas occidentales de la sierra de Córdoba,

      tomando la villa del Río Seco en San Luis. El 2 de abril pasaba desde

      Chile la cordillera de los Andes un coronel Clavero y sorprendía los

      fuertes de San Rafael y San Carlos al sur de Mendoza, avanzando hacia la

      desmantelada ciudad y amontonando gentes de a caballo. Así, pues, San Juan

      se encontraba a principios de abril encerrado entre La Rioja, oeste y

      norte de San Luis en armas, Mendoza amenazada al sur, y el levantamiento

      de las Lagunas y de Mogna en la misma provincia; no más seguro de los

      departamentos rurales contiguos a la ciudad y suburbios, y encerrando en

      la ciudad misma el personal de jefes y oficiales de Benavides cuyos

      compañeros en Chile o en las filas del Chacho estimulaban la rebelión, que

      ellos podrían secundar prestando a la montonera el auxilio de alguna

      práctica militar, o encabezar un movimiento en San Juan mismo, así que el

      batallón de línea saliese a campaña, reclamado de todas partes para

      contener el incendio, cuyas llamas asomaban por todos los puntos del

      horizonte.

 

      ¿Qué querían estos hombres?

 

      A falta de gobierno, de legislaturas, de diarios, de manifiestos que

      explicasen el objeto y los medios de conseguir la proyectada subversión,

      un comandante de fuerzas en San Luis recibió la siguiente carta del

      Chacho, que por la torpeza de lenguaje y lo embrollado de lo que quisiera

      que expresase ideas, muestra suficientemente el origen y los elementos de

      aquella perturbación.

 

 

 

            "Guaja, marzo 26 de 1863.

      "Señor coronel Iseas: Mi querido y antiguo amigo: Me es muy placentero

      este momento que tengo la satisfacción de dirigirme a Ud. deseando que

      goce de una completa salud a la par de su apreciable familia, quedando por

      ésta su casa a sus órdenes.

 

      "Amigo: después de los terribles acontecimientos que nuestras disensiones

      políticas nos hicieron sufrir, ha venido a renovarse la época del pasado,

      a consecuencia de la opresión en que han puesto a los pueblos los malos

      hijos de la patria. Nunca pude imaginarme que los que nos prometían la

      fusión se convirtiesen en dictadores, despertando personalidades y

      tiranizando a sus mismos hermanos; desterrando al extranjero y confiscando

      bienes, hasta dejar las familias a la mendicidad. Estos terribles

      procedimientos han dado el resultado que ya lo palpará Ud. Todos los

      pueblos se pronuncian clamando por la reacción, todos piden que se les

      devuelva sus libertades que han sido usurpadas por un puñado de hombres

      díscolos que no tienen más bandera que el absolutismo; y conociendo por mi

      parte la justicia que se reclama, no he trepidado apoyar tan sabios

      pensamientos.

 

      "Recordando que Ud. ha sido un antiguo compañero y amigo, he resuelto

      dirigirle ésta para demostrarle la situación, y que se desprenda de esas

      creencias que lo perderán; yo lo garanto, amigo y compañero; véngase que

      en mí encontrará la buena fe, y el apoyo de un verdadero amigo fiel en mi

      palabra, y no dilate en admitir mis consejos, pues son los más sanos, y

      porque será lo más sensible para mí que se pierda un amigo de tanta

      importancia.

 

      "Salud, amigo, y cuente con el afecto que le profesa su invariable S. S.

      Q. B. S. M. - Angel Vicente PeñaIosa. "

 

 

 

      Como este estilo y estas ideas embrionarias son comunes a todas las notas

      del Chacho, debe atribuirse a la rudeza e ignorancia de los tinterillos

      que escribían por él. Sin embargo, si no es un señor Gil Navarro que tomó

      cartas en este movimiento, en todas las provincias a donde se extendió, no

      hubo manifestaciones escritas ni más racionales ni más inteligibles que

      ésta, por no haber tomado arte ningún hombre de cierta educación. Es el

      movimiento más plebeyo, más bárbaro que haya tenido lugar en aquellos

      países; pero aun así, como el de los chouans en Francia, y de la jacquerie

      en la Edad Media, puso en peligro cuatro provincias, y pudo desquiciar

      toda la República.

 

      Cuando llegó a Mendoza la noticia de la invasión San Luis, el jefe del

      regimiento N° 1 de línea se puso en movimiento a marchas forzadas, en

      busca de bandoleros, pidiendo al gobierno de San Juan hiciese avanzar una

      fuerza de infantería a las Lagunas, a donde él le enviaría órdenes para

      que se le incorporase, lo que se hizo en efecto. El 1 de línea era formado

      sobre el plantel de Guías que el coronel Sandes había traído al interior,

      y derrotado al Chacho en las Lagunas de Moreno un año antes. Aquel cuerpo,

      con los que tuvieron parte en el combate de la Cañada de Gómez, que

      completó dos meses después la batalla de Pavón, era uno de los primeros en

      la rehabilitación que la caballería obtuvo en aquel combate, buscando y

      atacando a la montonera y derrotándola, no obstante su esfuerzo para

      resistir. Este hecho de armas estaba destinado a hacer crisis en la

      historia de la caballería argentina y destruir la preponderancia de la

      montonera. El regimiento N° 1 inspirado por el arrojo y dominado por el

      prestigio de su coronel, era el primer cuerpo que ofrecía llegar a la

      solidez y empuje del regimiento de coraceros, o de los granaderos a

      caballo, que sostuvieron durante los primeros veinte años de la

      independencia la gloria sin rival de la caballería argentina por toda la

      América. Si, pues, esta guerra del Chacho no se recomienda por el número

      de los combatientes, ni por el brillo de las batallas, tiene el grande

      interés militar de la rehabilitación de la caballería regular como arma

      eficaz, y el grande interés civil de la destrucción de la montonera como

      elemento político. Los argentinos están muy dispuestos a creer que su

      caballería en todos tiempos y circunstancias, debido a la nativa destreza

      del jinete, está en aptitud de medirse con toda otra. La guerra de Méjico,

      donde el ranchero no cede en destreza en el manejo del caballo al gaucho

      argentino, ha mostrado, sin embargo, su debilidad ante la caballería

      francesa, que es irresistible para ellos cualquiera sea su número. Aun la

      contraguerrilla francesa es superior a la caballería mejicana, poco feliz

      en los combates por falta de preparación. A más de la preponderancia que

      la caballería francesa adquirió sobre la austríaca durante las guerras de

      Napoleón, su lucha constante con los árabes le ha enseñado a combatir los

      jinetes más diestros en el caballo, por los defectos de esa misma calidad,

      que son falta de consistencia en la línea, y grande espontaneidad

      individual que la disloca fácilmente.

 

      Al licenciar el grande ejército de los Estados Unidos después de la

      guerra, se ha propuesto conservar de preferencia en la frontera los

      cuerpos de caballería, habiendo enseñado la experiencia cuán difícil es

      improvisarlos. Durante los primeros dos años de la guerra, la caballería

      del norte mostró una grande inferioridad a la del sur; no porque fuesen

      aquéllos menos diestros en el manejo del caballo, sino porque éstos eran

      farmers , especie de nobleza como la de la Edad Media, o los quirites

      romanos, que tan grave cuestión fue siempre la de la caballería.

 

 

 

 

Alzamiento del Chacho

 

 

      Todas las provincias del interior se pusieron en armas espontáneamente,

      así que les fue llegando la noticia del alzamiento. Salta, Tucumán,

      Santiago del Estero, concertaron seis fuerzas para reforzar a Catamarca o

      rescatarla si fuese tomada. Córdoba, San Luis, San Juan y Mendoza,

      entraron en campaña inmediatamente para rechazar la invasión, o sofocar la

      insurrección que por todas partes amenazaba. Los gobiernos de estas cuatro

      provincias teatro de la guerra, declararon el estado de sitio, a fin de

      apoderarse de los cabecillas conocidos que podrían dar apoyo a la invasión

      o acaudillar insurrecciones.

 

      Como una muestra de la situación en que sorprendía a la República aquel

      inopinado alzamiento, copiaremos las lamentaciones que la prensa de San

      Juan hacía al saberse la noticia de los movimientos de los Llanos.

 

      "La noticia de su vandálica incursión en las campañas de San Luis, nos

      llega al mismo tiempo que la carta del presidente de la República a la

      sociedad de minas de San Juan.

 

      "Al mismo tiempo que Rickard desde París anuncia estar trabajando para San

      Juan.

 

      "Al mismo tiempo que el sanjuanino Rawson allana las dificultades del

      ferrocarril al interior.

 

      "Llega en el día que el señor presidente recibe aviso que están fundiendo

      en los hornos de Santo Domingo.

 

      "El día en que los carros de Moreno descargan las máquinas de amalgamación

      de Videla, construidas en Buenos Aires.

 

      "El día que llegan a Calingasta las máquinas construidas en Valparaíso

      para la Sorocayense.

 

      "El día en que el señor Fragueiro empieza a beneficiar metales.

 

      "El día en que se inaugura el club de lectura de San Juan.

 

      "El día en que se preparan en Chile capitales, compañías y barreteros para

      trabajar nuestras minas.

 

      "El día en que los artífices llegados de Chile empiezan la techumbre y

      conclusión de la escuela Sarmiento.

 

      "El día en que se apresta la casa de la señora Cortínez para abrir la

      escuela central de señoras.

 

      "El día en que están saliendo para las minas las cuadrillas de barreteros

      que van a reanimar el trabajo, y dar a las máquinas metales para

      convertirlos en piña.

 

      "El día, en fin, en que el señor presidente nos dice tengo diez vapores y

      diez mil hombres para curar la sarna de La Rioja.

 

      "Nazar, Saa, Ontiveros, Carrizo, ¿lograrán retardar estos bienes que van a

      hacer de nosotros un pueblo rico? ¿Qué cosa harían sino lo que de ellos

      debe esperase y son capaces de hacer? Daño, alborotos, saqueo y

      destrucción de lo ya adquirido.

 

      "Si, pues, hubiese que defender la tranquilidad pública defenderíamos no

      sólo las instituciones, el gobierno, la propiedad contra los ladrones,

      sino que defenderíamos el porvenir de riqueza y bienestar, de trabajo y de

      producción que hemos creado con el desarrollo de la minería que dará luego

      ya, riqueza para todos, pobres y ricos, patrones y peones.

 

      "Los beduinos de San Juan, los sostenedores de Benavides, Virasoro y Díaz,

      están aquí gozando de las garantías que el gobierno asegura a todos.

 

      "Pero si se imaginan que pueden conspirar a mansalva, a la sombra de esas

      instituciones, les prevendremos que esas instituciones mismas tienen sus

      resortes para montarlas a la altura de toda situación; y que han de ser

      conservadas y mantenidas, a despecho de la soberana voluntad de políticos

      de la altura de Agüero, Carrizo o Díaz. Ténganse por avisados."

 

      El 7 de abril el Gobernador dirigió al pueblo la proclamación de la

      guerra, en términos que contrastan con la oscuridad y estupidez de la

      insurrección.

 

 

 

            Proclama del Gobernador de la Provincia a sus habitantes

 

 

 

 

      "Conciudadanos: Peñalosa se ha quitado la máscara.

 

      "Desde la estancia de Guaja, secundado por media docena de bárbaros

      oscuros, que han hecho su aprendizaje político en las encrucijadas de los

      caminos, se propone reconstruir la República sobre un plan que él ha

      ideado, por el modelo de los Llanos.

 

      "Bajo su dirección e impulso, estas provincias serán luego un vasto

      desierto, donde reinen el pillaje, la barbarie sin freno, y la montonera

      constituida en gobierno.

 

      "No es un sistema político lo que estos bárbaros amenazan destruir. Es

      todo orden social, es la propiedad tan penosamente adquirida, toda

      esperanza de elevar a estos pueblos al goce de aquellas simples

      instituciones que aseguran a más de la vida, el honor, la civilización, y

      la dignidad del hombre.

 

      "Conciudadanos: Vosotros conocéis La Rioja, donde han imperado por años

      hombres que eran todavía algo más adelantados que Chacho.

 

      "Es hoy un desierto poblado por muchedumbres que sólo el idioma adulterado

      conservan de pueblos cristianos. Habéislo visto en 1853 en San Juan,

      incendiando inútilmente las propiedades y robando cuanto atraía sus

      miradas para cubrir su desnudez y saciar sus instintos rapaces.

 

      "Tendríais otra vez a esas chusmas en San Juan, no sólo para robaros

      vuestros bienes, sino para hacerse de medios con que llevar la guerra y la

      desolación a otros puntos de la República. Vuestras mercaderías, vuestras

      mulas, vuestros caballos, vuestros ganados, vuestros trabajadores, vuestro

      dinero arrancado por las extorsiones y la violencia, son el elemento con

      que cuenta para llevar adelante sus intentos salvajes, porque mal los

      honraríamos con llamarlos planes de subversión.

 

      "San Juan, por la cultura de sus habitantes, por la posición que ocupa en

      esta parte de la República, tiene algo más que hacer que defender sus

      hogares y su propiedad. Débele a la patria común, a la dignidad humana,

      salvar la civilización amenazada por estos vergonzosos levantamientos de

      la parte más atrasada de la población que quisiera entregarse sin freno a

      sus instintos de destrucción. San Juan reducido a la barbarie, San Juan

      saqueado, San Juan gobernado por el Chacho y sus asociados, desaparecerá

      del mapa argentino el día en que se aprestaba por sus propios recursos,

      por su propia industria y esfuerzo, a contarse entre las provincias más

      adelantadas y ricas de la República.

 

      "Todo país encierra en su seno elementos de desorden. Los nuestros son

      numerosos. Están en la barbarie dominante en las campañas, en la

      despoblación de nuestros desiertos, en las pasiones feroces que este

      estado de cosas desenvuelve.

 

      "Pero recordad nuestra historia de cincuenta años a esta parte, y veréis

      que cada día pierden fuerzas; que con Quiroga, Rosas, Urquiza y tantos

      otros, han sido vencidos sucesivamente, hasta hacer prevalecer un orden

      regular.

 

      "Sucederá hoy lo que ha sucedido siempre. Harán daños, desquiciarán el

      orden, interrumpirán los trabajos que adelantan los pueblos; pero al fin,

      como siempre, triunfarán la civilización, el orden regular, las leyes que

      nos ha legado la Europa.

 

      "San Juan no está solo hoy, como otras veces, luchando en defensa de sus

      derechos.

 

      "Sobre toda la República se extiende el poder protector del gobierno

      nacional. Sus vapores dominan exclusivamente los ríos. Sus batallones

      victoriosos guardan las ciudades.

 

      "El valiente coronel Sandes al este de los Llanos, con mil veteranos,

      tiene a la vista a Ontiveros y Pueblas, la vanguardia de Peñalosa.

 

      "A vuestro lado está el comandante Arredondo, a quien conocen Angel,

      Chacho y demás bandoleros.

 

      "Tenemos armas, y la brillante guardia nacional no ha de ir a las órdenes

      de oscuros bárbaros a despedazar y robar a otros pueblos, que es lo que

      les impondrían los enemigos que no supiera vencer.

 

      "San Juan ha adquirido un nombre glorioso en la República, y por sus minas

      hasta en Europa se busca en el mapa dónde está situado San Juan.

 

      "Próximo está el día en que mostremos que toda virtud, todo heroísmo, todo

      valor, toda acción noble y toda abnegación, tiene representantes dignos y

      modelos en San Juan.

 

      "Conciudadanos: ¡A las armas y que San Juan sea un ejército, un baluarte

      contra la barbarie, y un ejemplo para todos los pueblos argentinos!

 

      "Esto es lo que espera de vosotros vuestro compatriota y amigo. - D. F.

      Sarmiento" .

 

      El 8 se recibió la noticia de haber derrotado el coronel Sandes la

      montonera de Ontiveros en la Punta del Agua, al norte de San Luis. Como

      hubiese pedido antes al gobernador de San Juan instrucciones para obrar en

      aquella improvisada campaña, éste, que conocía el arrojo de aquella fiera

      humana sedienta siempre de combates, de los que tenía ya como recuerdo

      cincuenta heridas en el cuerpo, aprovechó esta ocasión para insinuarle la

      idea de su responsabilidad como jefe.

 

      "Marzo 27. Puesto que tiene la deferencia de pedirme consejo sobre la

      conducta que debe guardar con los montoneros y las autoridades, quiero

      corresponder a su confianza...

 

      "A Ud. no hay que alentarlo, sino al contrario moderar los ímpetus de su

      valentía. Le recordaré que nuestros valientes generales Lavalle, La

      Madrid, Acha, no fueron felices en la guerra a causa de su mucho valor. El

      objeto del general es vencer. Si disparando se vence, el objeto está

      logrado. Chacho ha probado lo que puede hacerse por esta vía. Le exagero

      las cosas para que más impresión le hagan.

 

      "He dado orden al comandante Arredondo que esté listo para ponerse en

      movimiento pero le aconsejo que no se recargue de infantería, pues lo

      mismo son cien que doscientos cuando el enemigo no la tiene...

 

      "Si caen en sus manos cabecillas y oficiales de la montonera, mándelos

      bien amarrados al gobierno de San Luis para ser juzgados en un consejo de

      guerra, y de ese modo se ahorrará las reconvenciones de los que desde sus

      sillas poltronas en Buenos Aires hallarían qué decir [1] ."

 

      El resultado de estas recomendaciones fue que con asombro de todos, el

      coronel mandó el combate, sin ser esta vez el primero en lancear enemigos;

      si bien no tuvo paciencia para aguardar la infantería que, no obstante una

      marcha asombrosa a mula, y no haber perdido un minuto después de recibida

      la orden de avanzar, llegó el 3 a San Francisco, algunas leguas a

      retaguardia. Era tal su fiebre de combates, que a cada momento se

      repetirán estos actos de precipitación que exponen a un contraste sin

      motivo, o malogran sacrificios costosísimos.

 

      El 8 de abril mismo se recibieron órdenes y disposiciones del gobierno

      nacional nombrando comandante general de las fuerzas de línea y milicias

      de San Juan y Mendoza al Gobernador de aquélla, aunque sin el título de

      ordenanza, sino el de encargado de dirigir la guerra, e instrucciones

      además sobre la manera de proceder.

 

      De ellas resultaba que el departamento de la guerra, a tanta distancia

      colocado, ignoraba hasta entonces la extensión del movimiento no teniendo

      de él otra noticia que haber sido asaltados los departamentos de San

      Rafael y de San Javier en Córdoba. Habría sido un prodigio que

      instrucciones basadas en tales antecedentes, cuadrasen con los sucesos que

      era de suponer se habrían desenvuelto quince días después de dadas, y por

      tanto un mes después de pasada la situación que les sirvió de base. Por

      esta causa se encarga la guerra a un jefe que está en el teatro mismo, y

      se omiten instrucciones de detalle que pueden ser un embarazo o un

      contrasentido por más racionales que parezcan, dada la base imaginada.

 

      Las instrucciones prescribían "obrar de acuerdo con el gobierno de la

      Rioja." ¡Había sido depuesto!

 

      "Evitar comprometer al gobierno nacional en una campaña militar." La

      guerra estaba ya en Catamarca, Mendoza, Córdoba y San Luis.

 

      "Ocupar militarmente el punto de Famatina". El enemigo estaba obrando a

      cien leguas de distancia en rumbos opuestos.

 

      "Oficiar a Peñalosa, a fin de que coopere a las medidas." ¡El se declaraba

      jefe de la rebelión!

 

      "Si no fuese absolutamente necesario mover la caballería de línea que se

      halla en Mendoza, no ordenar su marcha." Ya había sostenido un combate a

      150 leguas de distancia de Mendoza.

 

      "No convocar la milicia, sino en caso extremo, etc." ¿No habría sido mejor

      no mandar instrucciones?

 

      Sin embargo, en carta particular se corroboran, como cosa meditada,

      determinando el carácter de la guerra. "La Rioja se ha vuelto una cueva de

      ladrones, que amenaza a los vecinos, y donde no hay gobierno que haga ni

      policía de la provincia; declarar ladrones a los montoneros, sin hacerles

      el honor de considerarlos como partidarios políticos, ni elevar sus

      depredaciones al rango de reacción."

 

      Las instrucciones oficiales daban igualmente el epíteto de salteadores a

      los insurrectos, y su objeto era castigarlos . Tal era en verdad el

      carácter de aquella guerra que principió por el salteo de las Lagunas, y

      continuaban los mismos individuos que Peñalosa no había querido entregar a

      la justicia, haciéndose así cómplice y encubridor.

 

      Pero a despecho de lo dispositivo de aquel soñado plan de operaciones, era

      preciso obrar, como si tal cosa se previniese; y en lugar de pensar en

      Famatina al norte, el resto del batallón 6° de línea partió el 10 a la

      noche, hacia Mendoza al sur, a donde se acercaba Clavero, y no contando el

      gobierno con elementos seguros de resistencia, ni el respaldo de una

      ciudad que pudiese ser defendida, según lo exponía en notas cada día más

      apremiantes. El 13, contándose ya con la llegada del coronel Arredondo ese

      día a Mendoza, se aventuró con éxito un ataque de vanguardia que dio por

      resultado la derrota de Clavero y su fuga al sur, a donde mandó Arredondo

      avanzar una compañía de infantería de su batallón que guarneciese el

      fuerte de San Rafael. Un mes más tarde su presencia y su jefe, sofocaron

      un levantamiento de milicias de caballería que habría vuelto a dar base a

      Clavero o a otros para tentar fortuna de nuevo.

 

      Mendoza, pues, quedaba asegurada y la situación de San Juan despejada del

      mayor de los peligros de la guerra, un enemigo a la espalda. ¿Cuál era la

      posición de la división del coronel Sandes? El 8 de abril daba cuenta de

      haber recibido nota del ministerio de la guerra, de ponerse a las órdenes

      del gobernador de San Juan, detallando su fuerza de cuatrocientos hombres

      a quinientos, y esperando órdenes. El 10 avisaba que sin esperar esas

      órdenes ni contestación a una nota en que pedía a Peñalosa la entrega de

      los invasores, marchaba sobre los Llanos. El 11 daba cuenta que acababa de

      recibir carta del gobierno de Mendoza del 5, en que le comunicaba la

      aparición de Clavero en San Carlos con una montonera, y emprendía marcha

      forzada para Mendoza, suspendiendo sus operaciones sobre La Rioja.

      Afortunadamente, el 12 recibía órdenes del director de la guerra, de

      acercarse a las Lagunas donde encontraría instrucciones para continuar a

      Mendoza, si la situación de la guerra lo exigía; permanecer allí, o

      replegarse sobre San Juan, según el caso.

 

      El 16 llegó, en efecto, a este punto, y sabedor de que Clavero había sido

      derrotado el 13, y viéndose frustrado en su ansia de combates, descargó su

      saña sobre un cabecilla que había tomado, haciéndolo ejecutar, y en una

      nota al ministro de la guerra, se quejaba de la mala medida del director

      de hacerlo venir a aquel punto en el momento en que él iba a entrar en los

      Llanos con 1.500 hombres que decía tener a sus órdenes.

 

      Nada habría sido más desastroso que la loca empresa de aquel valiente

      temerario, pero falto de cordura y de toda idea de subordinación y

      dependencia. La caballería no es fuerte por el valor solo, sino por los

      caballos. Había hecho la suya 200 leguas desde Mendoza en 10 días, y

      estaba a pie para entrar en los Llanos e iniciar una campaña desde campo

      raso, sin una ciudad de donde proveerse de los artículos indispensables.

      No tenía municiones y el armamento de un sexto de su regimiento estaba

      inutilizado. Colocado en las Lagunas recibió orden de avanzar hacia San

      Juan, a donde debía volver el coronel Arredondo, y reunido su batallón que

      se hallaba parte al norte de San Luis y parte al sur de Mendoza, concertar

      operaciones combinadas, con fuerzas, caballos y elementos competentes.

 

      Llegaban a la sazón las armas y pertrechos de guerra comprados en Chile, y

      mediante el entusiasmo y abnegación de los ciudadanos que rivalizaban

      todos en esfuerzo para acabar con aquel estado de cosas, con una

      administración militar activísima, con los recursos de una plaza de

      comercio, y maestranza dirigida con inteligencia, el 26 de abril salía de

      nuevo a campaña el coronel Sandes, con una fuerte división montada toda a

      mula y con caballos herrados, como el mariscal Bougeaud lo había intentado

      en Argel contra los árabes, y se complacía en saber por el coronel

      Sarmiento que ésa era la práctica en Cuyo desde la época de San Martín [2]

      .

 

      El coronel Arredondo, con otra división igualmente fuerte, debía obrar por

      la parte alta de La Rioja, pues el coronel Sandes tenía que volver por el

      mismo camino que había traído, a causa de haber reaparecido las montoneras

      en Río Seco y amenazar a San Luis de nuevo. Sus instrucciones le ordenaban

      dirigirse a San Francisco, que está al Este recto de San Juan, con lo que

      quedaba a cubierto la ciudad al sur, y desde allí operar al norte y obrar

      sobre los Llanos.

 

      En estas instrucciones y para que no repitiese lo de las Lagunas, se le

      decía, además de lo concerniente a operaciones militares, que habiendo

      probado una larga experiencia que los medios habituales de rigor no son

      siempre eficaces para desarmar la insurrección, se recomendaba al jefe de

      la expedición usar con mesura la pena de muerte, y no aplicarla sino en

      los casos de ordenanza, y siempre con intervención de un consejo de guerra

      verbal, que hiciese constar los hechos incriminados y dar lugar a la

      defensa.

 

      Sin embargo de entrar en operaciones dos divisiones tan superiores a toda

      resistencia de parte del Chacho y sus bandas, San Juan, para quien conocía

      la táctica de la montonera, nunca estaba más expuesto que entonces a un

      golpe de mano, por lo que fue necesario reunir todas las milicias, crear

      nuevos batallones, puesto que el de Rifleros estaba en campaña, y estar

      preparados contra bandoleros de a caballo, que en la campaña del año

      anterior habían fatigado al ejército en una estéril e interminable

      persecución, y puesto a rescate a San Luis, cuando el ejército los buscaba

      a cien leguas de distancia. Lo absurdo no es objeción racional contra

      enemigos para quienes arrebatar caballos y merodear es el blanco y

      propósito de una campaña.

 

      Desembarazada de enemigos Mendoza, y armada parte de su milicia con las

      armas traídas de Chile, el mando confiado al coronel Sarmiento, contaba un

      batallón de línea y cuatro de guardia nacional, diez piezas de artillería

      en ambas provincias, un regimiento de caballería de línea, y tres de

      milicia movilizada.

 

      De buena se salvó San Juan por entonces. Habiéndose publicado el 6 de mayo

      la proclama a los vecinos de La Rioja que a continuación insertamos, se

      mandaron ejemplares a las divisiones, y directamente a La Rioja, para que

      fueran conocidas sus disposiciones. Uno de los emisarios tuvo la desgracia

      de ser cogido y llevado a Patquia, donde el Chacho se preparaba para

      lanzarse sobre San Juan, por el claro que dejaban descubierto las

      divisiones en campaña. Amenazado de ser lanceado como espía si ocultaba la

      verdad, se le pidieron noticias de las fuerzas que había en San Juan; y

      como no se persuadiesen de su dicho, el paisano para corroborarlo,

      sentándose en cuclillas como es la práctica cuando se pintan marcas en el

      suelo, demostraba la posición de los diversos cuerpos en la revista de la

      plaza de armas de San Juan el 6 de mayo. Desde la catedral al cabildo,

      decía, estaban dos batallones; en frente del cabildo las piezas de

      artillería, y desde aquí hasta aquí ocupaba la caballería.

 

      El Chacho y sus capitanejos conocían la plaza de San Juan como a sus

      manos, y podían darse cuenta del hecho. El resultado fue que la marcha

      resuelta para el día siguiente, se abandonó, y que el Chacho fue

      sorprendido el 21 de mayo por el coronel Sandes, quien le dio batalla y lo

      derrotó completamente, como era inevitable, dada la calidad de las fuerzas

      no sin que le arrebatasen al coronel Sandes mulas, caballos de repuesto, y

      equipajes; lo que paralizaba la persecución que debía de ser activa para

      que la victoria diese todos sus frutos. La proclama a los riojanos,

      explicando el carácter y motivos de la guerra, era la siguiente:

 

      D. F. Sarmiento, Encargado del Gobierno Nacional para restablecer el orden

      perturbado por la sedición en La Rioja.

 

      "Riojanos: La República ha sido sorprendida en medio de la quietud de que

      gozaba, por las proclamaciones y manifiestos sediciosos de Vicente

      Peñalosa, a quien el Gobierno Nacional había dispensado toda clase de

      consideraciones. A aquella tentativa de sublevación contra todo gobierno,

      habían precedido irrupciones sobre Catamarca, Córdoba y San Luis, al mando

      de Ontiveros, Pueblas, Varela, Agüero y otros que no pertenecen a La

      Rioja...

 

      "Estas expediciones de vándalos han sido escarmentadas en todas partes, y

      ahora los criminales vuelven a buscar un asilo en La Rioja para salvarse

      del castigo.

 

      "Riojanos: Peñalosa, vosotros lo sabéis, es demasiado estúpido, corrompido

      e ignorante para que ningún pueblo ni partido le preste apoyo. Podrá ser

      un bandolero, pero nunca un jefe de partido.

 

      "Los que extravían a aquel torpe le han hecho creer que el general Urquiza

      encabeza una reacción, y que en todas las provincias tienen partidarios.

 

      "El resultado ha sido que la provincia de La Rioja sola aparece a los ojos

      de la República como una guarida de ladrones, prontos a lanzarse sobre

      todas las provincias vecinas que ningún agravio le han hecho.

 

      "Riojanos: Estoy encargado por el Gobierno Nacional de restablecer la paz

      y castigar a los malvados. Cuento con vuestra ayuda y cooperación eficaz.

 

      "Es preciso que cada riojano se lave de la mancha que le han echado los

      intrusos que se asilan en su territorio.

 

      "Es preciso que desaparezca el escándalo de un ebrio estólido, que con el

      título de general, que no le da autoridad ni poder alguno, levanta tropas,

      invade provincias, y aun se rebela contra el mismo gobierno que le

      concedió aquel título.

 

      "Riojanos: Los jefes del ejército nacional, coronel don Ambrosio Sandes y

      teniente coronel don José M. Arredondo, llevan encargo de proteger a los

      vecinos que se conserven tranquilos en sus casas, y de perdonar a los que

      extraviados o por obedecer a sus jefes, han tomado las armas y las

      depongan presentándolas a las autoridades que dichos jefes reconozcan, o

      instituyan provisionalmente. Sólo llevan orden de prender a Peñalosa,

      Chumbita, Angel, Potrillo, Varela, Lucas Llanos, Pueblas, Ontiveros,

      Tristán Díaz, Agüero, Berna Carrizo, y los que sean autores de crímenes

      comprobados.

 

      "Riojanos: Ninguno de aquellos criminales o los que obren en su nombre,

      puede mandaros; y hay delito en obedecerles después de esta proclamación,

      hecha a nombre y por autoridad del Presidente de la República.

 

      "Los jefes del ejército enviados a pacificar La Rioja, temibles sólo en el

      campo de batalla, harán honor al deseo del Presidente de la República,

      brigadier general D. Bartolomé Mitre, mostrando que son los mejores amigos

      del vecino pacífico y honrado. Confiad en ellos.

 

      "Así lo espera vuestro compatriota."

 

 

 

 

El Chacho en Córdoba

 

 

      No se obtuvo en San Juan la noticia de la derrota del Chacho en Lomas

      Blancas sin que accidentes nuevos viniesen a mostrar la tenacidad del

      desquiciamiento que amenazaba al país. El conductor del parte de la

      batalla fue detenido en el Valle Fértil por una montonera nueva en

      territorio sanjuanino. Su cabecilla, un mayordomo de estancia, había

      estado oyendo las descargas de fusilería del combate y leyó el parte que

      anunciaba la destrucción del Chacho, y sin embargo éste fue el momento

      escogido para organizar un levantamiento, en punto que estaba colocado

      entre dos ejércitos. Como se ha visto ya, los descendientes de los indios

      Mogna, los de los Huarpes, de Guanacache, y los raros pobladores del

      desierto al oriente de Pie de Palo, estaban desde el principio en abierta

      insurrección.

 

      Un comisario de la administración de San Juan obedecía las órdenes del

      Chacho, entre otras ésta:

 

      "El General en jefe de las fuerzas reaccionarias. - Campamento general de

      Patquia, mayo 11 de 1863. - Al señor juez comisionado Andrés Castro:

 

      "Tengo conocimiento que usted está encargado por el coronel Agüero para

      vigilar todos los puntos donde pueda pasar algún chasque o aproximarse

      alguna fuerza de San Juan, y para el efecto le faculto a usted

      suficientemente para que haga uso de recursos y hombres que precise para

      el servicio. - Angel Vicente Peñalosa. "

 

      La residencia de este juez estaba a doce leguas de la ciudad, y en efecto,

      dominaba las vías de comunicación con el ejército en campaña. San Juan

      estaba sitiado.

 

      Al saberse que la división de Sandes había perdido su remonta de caballos,

      el Director de la Guerra, en una proclama anunciando la victoria, pintó la

      necesidad de un nuevo sacrificio, casi con aquella frase de Enrique III:

      mi reino por un caballo, y ochocientos herrados, de pesebre, de los de la

      silla particular de los vecinos, salieron el 29 de mayo, tres días después

      de recibida la noticia, a proveer al coronel de medios de movilidad que

      ejército alguno en América había tenido iguales. Escoltábalos el escuadrón

      Granaderos, el segundo creado después del de Guías y bajo el mismo plan,

      debiendo tenerse presente que al salir de San Juan el coronel Sandes,

      contra lo prevenido en sus instrucciones escritas, se había llevado el

      escuadrón Guías, quedando así la provincia sin ninguno de los cuerpos de

      caballería sólida, con tanto esfuerzo creados.

 

      El 5 de junio escribía desde Chepes al recibir municiones y víveres que se

      le anticipan, lo siguiente: "He recibido su muy satisfactoria de fecha 29

      del pasado, en la que me anuncia mandarme seiscientos caballos y mulas,

      los cuales me vienen perfectamente, porque están muy escasos en estos

      lugares, y usted sabe que lo que se necesita en estas operaciones son

      caballos, por lo que agradezco mucho a usted el celo que ha procedido...

 

      "El comandante Segovia con cuatrocientos hombres persigue de cerca la

      montonera en número de 200. El comandante Echegaray se hallaba a doce

      leguas de ellos, el coronel Iseas tiene orden de aproximarse también. Yo

      con la fuerza que tengo los espero por este lado, por si acaso quieran dar

      la vuelta como acostumbran."

 

      Nada más acertado. El mismo día 5 el que conducía los caballos avisaba

      desde Valle Fértil haber llegado sin novedad, y estar tomando lenguas

      sobre el paradero del coronel Sandes para dirigirse en su busca.

 

      Sin embargo, el 7 avisaba a San Juan el coronel Sandes que se encontraba

      en Río Seco, San Luis, en busca del Chacho haciendo sentir las graves

      consecuencias que podría traer la demora de las caballadas. El se había

      alejado al Este, recorriendo treinta leguas en dos días. El 11 estaba en

      la ciudad de San Luis, en busca del Chacho siempre.

 

      ¿Por qué se movió de Chepes sabiendo que la remonta venía detrás de los

      que le daban aviso del envío? ¡La sed de combates lo cegaba a ese punto!

      Destruyó en una marcha de cien leguas sin descanso de día y de noche, los

      caballos en que iba montado. Caían los soldados de fatiga; él fue a morir

      a Mendoza de consunción y en San Luis nadie pudo darle noticias del grupo

      de montonera que buscaba.

 

      La peregrinación de la soberbia caballada fue una verdadera campaña. En

      los Llanos, el patriotismo es como en el Sahara. El niño, la mujer, todos

      contestarán lo contrario de la verdad. ¿Por dónde va la división?, y le

      señalarán con la boca o con el pie: para allá. Se puede tomar a ciencia

      cierta el rumbo opuesto si se quiere acertar. La custodia de la caballada

      tuvo tiroteos y escaramuzas, disparadas y campeos para reunirla. Llegada a

      Río Seco, la división habría pasado de noche por alguna parte y nadie

      salía dar razón de ella. Mejor orientado al fin, el comandante se dirigió

      al Este en lugar de doblar al sur como Sandes, y vagó y vio disminuirse y

      aniquilarse la caballada perdiéndose así el nervio de la guerra, y el

      último esfuerzo que San Juan podía hacer y había hecho con

      desprendimiento, Si Sandes hubiese tenido la paciencia de estarse quieto

      veinticuatro horas, habría sabido la dirección que el Chacho llevaba, y

      montada como habría podido estarlo su fuerza en caballos de pesebre y

      herrados, seguídolo al extremo de la República, y tomándolo al llegar a

      Córdoba.

 

      Y no era que el coronel Sandes no estuviese prevenido; decíale en nota del

      11 de abril: "Por el plan que comunico a US., verá que nada es más

      necesario que la exactitud en los movimientos, pues faltando una de las

      fuerzas, la de US. por ejemplo, en caso de invasión a los Llanos, se

      comprometería el éxito, por ser tan grandes las distancias para reparar en

      tiempo la falta".

 

      ¿Dónde estaba el Chacho? ¡Estaba el 11 de junio en posesión de la ciudad

      de Córdoba, la segunda en la República, a setenta leguas de la ribera del

      Paraná!

 

      Acertaba a encontrarse el Inspector General de Armas de la República en

      San Luis cuando llegó allí la noticia de hecho tan inconcebible, tan

      absurdo, y sin embargo, por desgracia indubitable. Recorría la frontera, y

      la aventura del coronel Sandes, a quien había licenciado un día antes

      dando por concluida la guerra, ponía desde luego, dando contraórdenes, una

      fuerte división en sus manos. Esta circunstancia, feliz ahora, de

      desgracia que fue en su origen, hacía que el general Paunero fuese esta

      vez the right man, in the right place . Sus órdenes volaron en todas

      direcciones, y el 29 de junio se reunían a la vista de la ciudad de

      Córdoba, el 1°, el 4°, el 6° y el 7° de caballería de línea, parte del 6°

      y del 1° de infantería, medio batallón de rifleros de San Juan y otras

      divisiones de milicias. Si algún defecto había en el plan de ataque,

      estaba en la inútil superioridad de las fuerzas para enemigo de tan poca

      capacidad; pero tal fue la alarma que lo extraordinario del hecho produjo,

      que desde Buenos Aires venían marchando batallones y artillería a fin de

      conjurar el peligro real de que la conflagración se extendiese a otros

      puntos.

 

      El Chacho, reforzado por los de a caballo en su tránsito y alrededores de

      la ciudad, se puso en fuga a la sola vista de ejército tan irresistible,

      dejando a la infantería de Córdoba rendirse a discreción a la primera

      descarga. Esta fue la batalla de las Playas de Córdoba. Como Clavero había

      caído sobre Mendoza en ausencia del 1° de caballería, los indios cayeron

      sobre el Río Cuarto desde que el 4° de caballería abandonó su puesto, y

      sobre San Luis con la ausencia del 7°.

 

      ¿Cómo había podido el Chacho entrar en Córdoba? Necesitamos volver un poco

      atrás para explicar, si explicación admite este hecho. En país tan

      perturbado por el desquiciamiento de medio siglo, no sólo en los Llanos de

      La Rioja y en los seides de las tiranías han de buscarse las causas que

      prolongan el malestar. Hay en toda la América del Sur ideas sobre las

      facultades del gobierno republicano, o sobre la extensión de las garantías

      de los gobernados, que alimentan y mantienen las luchas de los partidos,

      aun los más sinceros: y en los Estados que se han dado formas federales,

      se añaden muevas cuestiones a las que ya dividían los ánimos. Sin remontar

      a otros antecedentes, recordaremos que en Córdoba, como en las demás

      provincias, existían antes de la batalla de Pavón, sostenedores de la

      confederación, y simpatizadores con las ideas que sostenía Buenos Aires, y

      triunfaron entonces. Cuando el ejército vencedor estaba paralizado en

      Rosario, entre el Entre Ríos al Este, que se mantenía en armas, y las

      provincias del interior a las que cubría una fuerte montonera tras del

      Carcarañá, los simpatizadores con Buenos Aires en Córdoba, hicieron por sí

      solos un esfuerzo, depusieron al gobierno confederado, y dieron batalla a

      sus fuerzas y las vencieron. Este hecho, y la victoria de la Cañada de

      Gómez que le siguió, disolviendo la montonera, hacía de la campaña sobre

      las provincias un paseo militar, haciendo de Córdoba, amiga ahora, la

      llave del interior.

 

      Pero con el ejército iba el personal del anterior gobierno emigrado de

      Córdoba, escapados de un golpe de Estado que a su propio partido diera el

      ex presidente de la ex confederación, para desbaratar un plan retardado

      del gobierno de Buenos Aires; y llegado que hubo a Córdoba el jefe del

      ejército, por razones de prudencia, creyó deber intimar al gobierno

      simpático, pero revolucionario, que cediera el poder al depuesto gobierno

      confederado antes y simpático ahora.

 

      Cuán extraña e inmotivada pareciese esta resolución, los que habían

      ahorrado al ejército una guerra dejaron el gobierno, que ocupó el antiguo

      personal, y tuvo que ceder a un tercero provisorio mientras se procedía a

      elecciones. El hecho mecánico del cambio dejaba el germen de un

      desquiciamiento, que no cesa todavía, y que ha sido causa eterna de

      perturbación, como lo había sido diez años para la confederación otra

      combinación igual sugerida por una política mal aconsejada. San Juan había

      sido quizá el único pueblo del interior que había simpatizado con el

      movimiento acaudillado por el general Urquiza contra Rosas. Llegado al

      poder Urquiza, creyó estar en sus intereses mantener en San Juan la

      dominación del caudillo Benavides, declarar díscolos a sus amigos y

      ensañarse contra ellos, porque no aceptaban la perpetración del caudillo

      que tan bueno se mostraba para servir a Rosas corno a Urquiza, a quien

      poco antes había declarado loco.

 

      Las elecciones reñidísimas como era de esperarlo, dieron razón a los

      simpatizadores que habían hecho la revolución libertadora, con lo que

      quedaba probada la inutilidad al menos del sacudimiento, al deponer el

      gobierno revolucionario aun dado el supuesto que para algo fuese

      necesario.

 

      El partido vencido no quedaba por eso anulado, la lucha continuó y la

      brecha abierta agrandándose. En este estado encontraba los ánimos el

      levantamiento del Chacho, que despertaba esperanzas de un cambio. Algunos

      departamentos se sublevaron, los comandantes Carranza y Aguilar fueron

      asesinados, y el gobierno declaró la provincia en estado de sitio, como lo

      habían hecho las otras en que la insurrección respondía o amenazaba

      responder a la invasión.

 

      En esta crítica coyuntura apareció en los diarios de Buenos Aires

      publicada una circular del gobierno federal declarando abusivo de parte de

      los gobiernos provinciales hacer uso del estado de sitio en caso de

      invasión o insurrección, por ser facultad, decía, reservada por la

      constitución al gobierno federal.

 

      La publicidad dada al acto mostraba que el poder ejecutivo deseaba que no

      sólo los gobiernos a quienes se dirigía conociesen sus sentimientos, sino

      que además ejerciesen su influencia sobre los pueblos mismos, y para

      entrar en la realidad práctica sobre los partidos e individuos a quienes

      podía afectar el estado de sitio.

 

      El sentido práctico indicaba que provincias tan distantes no podían acudir

      al gobierno nacional en tiempo de aprovechar de su venia, si su venia era

      necesaria para apoderarse de los personas de militares y seides que habían

      sido de Rosas, Benavides, Chacho, Saa, y demás de esta clase.

 

      Si era disculpable el error, o el celo por la verdad constitucional que lo

      llevaba a suscitar esa cuestión, nunca quedaría justificado a los ojos de

      una política prudente el momento inoportuno en que se hacía, pues que la

      guerra ardía en cinco provincias, y la insurrección reaparecía apenas

      sofocada. Si los gobernadores no tenían facultad de declarar el estado de

      sitio ¿por qué el gobierno nacional no rectificaba la forma, y lo

      declaraba él en los mismos lugares, en virtud de sus atribuciones? ¿No se

      sentía el riesgo de añadir a las dificultades de la situación de aquellas

      lejanas ciudades, el peligro de destruir, enervar, desmoralizar el poder

      moral de los gobiernos amenazados en su existencia por enemigos

      semibárbaros, con una condenación que les quitaba toda autoridad? La

      legislatura de San Juan al leer aquella circular, a fin de parar sus

      efectos, ratificó el estado de sitio proclamado en su receso, declarando

      no estatuir nada en litigio tan en mala hora suscitado.

 

      El Congreso de los Estados Unidos después del primer año de guerra civil,

      tomó una resolución aprobando todos los actos inconstitucionales, o las

      infracciones de la ley a que hubiese vístose forzado el ejecutivo para

      sofocar la rebelión, sin determinarlos ni discutirlos.

 

      En Córdoba produjo el efecto que debía temerse dada la animosidad de los

      partidos. Los adversarios del gobernador, que acertaba a ser un médico,

      cobraron ánimo y se le rieron en sus barbas. El 13 de mayo se publicó la

      circular y germinando esta semilla con la lozanía de las malas yerbas, el

      11 de junio dio su fruto en un motín de cuartel que abrió las puertas al

      Chacho. El general Paunero, dando cuenta a los gobiernos de Mendoza y San

      Juan del hecho, decía "que había habido un movimiento encabezado por los

      rusos , teniendo a Oyarzábal (amnistiado) por jefe, y al ex gobernador

      Achával, a consecuencia del cual el gobernador Posse había fugado. El

      Chacho marchando como una exhalación día y noche estaba el día 9 en el

      camino carril que va por el naciente de la Sierra de Córdoba, así es que

      el movimiento encabezado por los rusos ha sido con conocimiento que ese

      día han tenido de la dirección del Chacho".

 

      La misma prensa que había inspirado la circular, en lugar de ver en el

      desastre de Córdoba los efectos de desmoralizar el poder del gobierno, y

      dar armas a las resistencias, se ensañó contra aquel gobernador que no

      había sabido conjurar insurrecciones, traiciones e invasiones sin estado

      de sitio, imponiéndole la necesidad de renunciar al puesto, con lo que el

      desquiciamiento moral y político de Córdoba tomó nuevas creces con nuevas

      elecciones, nuevas luchas, y nuevos partidos; y este mar en borrasca,

      agitado por vientos que vienen de lejos continúa hasta hoy sin encontrar

      su nivel y tranquilizarse. Uno de los ministros nacionales escribía en

      enero de 1864: "He encontrado esta sociedad completamente anarquizada, y

      puede decirse que desmoralizada. Sólo estando aquí se puede comprender que

      una mitad de la población sólo se ocupe de ganarle elecciones a la otra,

      sin reparar en medios". El mismo juicio había formado el jefe de policía

      de San Juan, D. Camilo Rojo, que escribía con fecha 27 de septiembre:

      "Cada vez más me persuado que si usted falta del interior antes de la

      completa pacificación, es muy posible que todo acabe por un triste

      desengaño, porque si se atiene a las altas medidas del gobierno nacional,

      siempre tardías, y sobre hechos locales que no puede apreciar tal cuales

      son, el remedio llegará cuando el enfermo esté ya muerto. Córdoba no es

      más que un foco de desmoralización, que todo lo reduce a escandalosa

      farsa; Mendoza sosteniéndose por la sola voluntad del gobierno, porque no

      hay ciudad ni apoyo; así es que todo lo que vengo viendo hasta aquí, me

      hace conocer lo único que nos queda por este lado, es San Juan, que al

      menos tiene formas".

 

      El gobierno de San Juan expuso, en defensa de sus facultades, las razones

      que según su entender le servía de base, reducidas a considerar como

      condición inherente al gobierno, cualesquiera que fuesen 1as formas

      constitucionales, la facultad de preservarse, por la limitación de las

      garantías personales, en caso de insurrección e invasión, como todos los

      gobiernos de la tierra.

 

      El gobierno nacional en réplica hizo esta significativa declaración: "El

      pensamiento es hacer penetrar hondamente en la conciencia del pueblo que

      el gobierno nacional se abstendrá de hacer uso de este medio de gobierno

      (el estado de sitio), y que sólo lo empleará en circunstancias muy

      extraordinarias y extremas; porque considera que ni es indispensable para

      gobernar, ni superior a los medios ordinarios de gobierno que la

      constitución ha puesto en sus manos para garantir eficazmente el orden y

      las libertades públicas, sin necesidad de atacar o suspender esas mismas

      libertades".

 

      Era de dejar pasmados este intento a pueblos que no sean los de

      Sudamérica, empeñados hace medio siglo en hallar la cuadratura del

      círculo. Como se ve, no sólo la declaración de estado de sitio por las

      legislaturas provinciales era vituperable, sino que también la cosa misma

      lo era en su esencia y en la constitución federal, de cuya facultad no

      haría uso, sino en el mayor extremo, no siéndolo por cierto el presente en

      que iba corriendo medio año de revuelta, y derramamiento de sangre por

      salteadores, a quienes se habían dado ya seis batallas, sin poner fin al

      desorden creado con el confesado designio de destruir constitución,

      gobierno, autoridades nacionales y provinciales, y entregar las ciudades a

      saco.

 

      ¿Qué interés había, por entonces al menos, de hacer penetrar hondamente en

      la conciencia del pueblo, que el gobierno argentino podía hacer lo que

      gobierno alguno de la tierra había intentado jamás, que es mantener el

      gobierno por los medios ordinarios contra la invasión combinada con la

      insurrección? ¿Era a efecto de la inteligencia de la masa del pueblo

      argentino, de su respeto habitual por la ley, de la moderación de sus

      partidos, del celo por la libertad, mayor que en Inglaterra y los Estados

      Unidos, donde el gobierno no hace tan peligrosas pruebas?

 

      Otra cosa parecía resultar de medio siglo de luchas y desorden, ya para

      destruir tiranías horribles, ya para crearlas y fomentarlas, porque para

      todo había argentinos. ¿No valiera más pedir a los más adelantados y

      celosos por las garantías que otras naciones fundaron y nosotros

      recibíamos aceptadas por la conciencia humana, que en país donde los

      hombres están diseminados sin formar sociedad, donde la ignorancia

      predomina y los medios de comunicación son lentos y difíciles, si alguna

      modificación pueden admitir esos principios en puntos lejanos y apartados?

      Los romanos concedían la ciudadanía a los municipios que dependían del

      senado, mientras que las provincias bárbaras o rebeldes quedaban bajo el

      dominio del general.

 

      Cuatro años de guerra civil en los Estados Unidos han mostrado cómo

      entienden los pueblos libres las garantías en caso de rebelión, y cómo

      aplican el remedio donde el mal aparece. En los Estados rebeldes y en los

      leales, cuatro años durante la guerra, y un año después, se mantuvo la

      suspensión del habeas corpus , y la ley marcial, y continúa ésta aun en

      casos particulares, sin que nadie se alarme ni el congreso se interponga,

      ni se le creyera por eso más prudente ni más justo que cualquiera otro

      poder.

 

      En pos de las grandes y prolongadas tiranías, las generaciones nuevas, en

      su odio al poder despótico de que se han visto libres, envuelven al

      gobierno mismo en sus principios constitutivos, lo que las lleva por la

      perturbación diaria y el malestar a la anarquía, que requiere al fin un

      despotismo. Este es el ciclo que creyó fatal Vico, y que la Francia ha

      recorrido dos veces en menos de un siglo. No sucedió así con los romanos.

      Cuando destronaron a los Tarquinos, si bien limitaron el término, y

      dualizaron el personal del ejecutivo, le conservaron todo su poder, sin

      excluir la dictadura irresponsable en los casos extremos. Los lores

      ingleses, luchando siglos con sus reyes por asegurarse garantías, nunca

      les disputaron el derecho de suspenderlas en caso de insurrección. El

      habeas corpus fue, al fin de mil experimentos, el medio que se inventó

      para reclamar de toda prisión injusta, excepto en casos de insurrección

      que el habeas corpus no garante.

 

      Podría objetarse a la generalidad de esta doctrina que los Estados Unidos,

      al darse una constitución, insertaron en ella el privilegio con la

      restricción, tan inseparable es la una del otro, sin imaginarse ingleses y

      norteamericanos que había luego de presentarse en la tierra un pueblo que

      tiene en su lengua las palabras chiripá y guardamontes, caudillo, mazorca,

      montonera , que pretendería hacer dar un paso más a la humanidad en cuanto

      a garantías de la libertad personal, reclamándola aun en caso de

      insurrección para Chacho, Potrillo, el Flaco de los Berros, Chumbita, el

      Rubio de las Toscas, y los lores del desierto sus secuaces y paniaguados

      que sostuvieron treinta años, y pretendían ahora reivindicar con Rosas,

      que la mejor constitución es el cuchillo aplicado a las gargantas por el

      bárbaro rudo de las campañas, o las clases bajas o ignorantes organizadas

      en bandas armadas.

 

      Como este disentimiento entre ambos gobiernos coincidiese con la batalla

      de las Lomas en que fue derrotado el Chacho, y por tanto invasión y

      sedición desaparecieran, el gobernador de San Juan se apresuró a

      renunciar, por creerlo ya innecesario, el encargo de dirigir la guerra que

      tantas duras cargas había impuesto al pueblo de San Juan, y tantos

      sinsabores en su gobierno, dando cuenta de las operaciones ejecutadas y

      los resultados obtenidos. La guerra lo había defraudado de una noble

      esperanza. Quería constituir una provincia en la capacidad orgánica que

      conserva en la federación, y visto desbaratada su obra.

 

      Más tarde el gobierno nacional, con motivo de la guerra del Paraguay,

      parece haber abandonado aquellas doctrinas, extendiendo el estado de sitio

      a toda la República, en previsión de desórdenes posibles, y prolongándolo

      mientras lo reclamen las circunstancias.

 

      La experiencia propia y el ejemplo de los Estados Unidos han debido

      ilustrarlo sobre este punto.

 

 

 

 

La guerra en los Llanos

 

 

      En 29 de abril, como lo habrá ya olvidado el lector, el comandante

      Arredondo, con buena fuerza, compuesta de parte de su subdividido batallón

      y parte de rifleros de San Juan, la escolta de gobierno y dos escuadrones

      de milicias, emprendió desde San Juan por la vía de Jáchal, ocupar a

      Chilecito en la parte montañosa de La Rioja, y dominar los Pueblos, de

      origen indígena.

 

      El comandante Arredondo, afamado por su valor, era más digno de tan

      merecida reputación por su sensatez y prudencia, que tanto lo habilitaban

      para dar consejo como para recibirlo. Destinado a permanecer a las órdenes

      del gobierno de San Juan con su batallón, pocos días le bastaron para

      apreciar la marcha del gobierno y prestarle aquella cordial simpatía que

      vale más en tiempos pacíficos que el concurso de las armas. Si alguna vez

      le insinuaron la posibilidad de una revolución, contestó sobándose las

      manos: "Magnífico para mi batallón que se aburre de estar de guarnición;

      antes que haya recibido orden del gobernador, le paso el parte de la

      volteada" , riéndose después con el gobernador mismo del pavor del Satanás

      que venía a tentarlo.

 

      En la campaña anterior, que había terminado con lo que el Chacho entendía

      tratados, sitiado en la plaza de La Rioja que defendía con sesenta

      infantes, contra la montonera, fusiló y colgó dos espías, cuando vio que

      le escaseaban los cartuchos, como otro habría quemado sus naves. Herido en

      un brazo, con fractura, dirigía desde su cama la defensa un momento

      reducida al cuartel, pues los enemigos habían practicado una brecha en las

      trincheras. El asedio fue levantado, y para la montonera conservado ileso

      el prestigio de la infantería, aunque estuviese representada por una

      compañía contra toda la turba de a caballo.

 

      La campaña que esta vez emprendía sobre La Rioja estaba destinada a ser la

      más laboriosa y oscura de aquella obstinada guerra, que la victoria

      constante no era parte para extinguir. Cúpole siempre la parte más difícil

      y la menos aparente. Su batallón en particular, se halló en todos los

      encuentros, en Mendoza, San Luis, Córdoba, La Rioja, San Juan. A Mendoza

      llegó a tiempo de servir de reserva al cuerpo de vanguardia que dio buena

      cuenta de Clavero. A La Rioja llegó cuando fuerzas de Santiago, Tucumán y

      aun Salta, al mando del general Taboada, habían disipado las que les

      oponía un Berna Carrizo en las cercanías de la ciudad. Sin embargo, sobre

      sus hombres pesó, mientras a otros tocaba la fácil gloria de disipar

      montoneras, la ruda tarea de estorbar que volviesen a tomar consistencia

      en el foco de donde partían.

 

      De esta constante dispersión en átomos del 6° de línea para acudir con su

      núcleo de fuerza a todos los puntos, hay un documento curioso que por la

      novedad del caso insertamos aquí: "¡Soldados!, decía el gobernador de San

      Juan a un resto del batallón; he sido encargado por vuestro comandante de

      representarlo en el acto de entregar a vuestra custodia la bandera que os

      conducirá en adelante a la victoria. No es un hecho vulgar el que sólo un

      grupo de enfermos y la banda de música del batallón estén presentes en

      este momento solemne. Vuestro batallón está hoy disperso sobre un área de

      miles de leguas, cosechando en todas partes laureles nuevos y prestando

      servicios al país. En sesenta días vuestras bayonetas han brillado al

      mismo tiempo al pie de los nevados Andes de Chile, en las campañas de San

      Luis, en el Malargue cercano al estrecho de Magallanes, Chilecito, en las

      Lomas Blancas, y en las Playas de Córdoba, haciendo en todas partes morder

      el polvo a los traidores que intentaron conflagrar la República".

 

      Llegado que hubo el comandante Arredondo a Chilecito, y disipando

      reuniones con su presencia, encontróse con que el coronel Wilde, de Salta,

      ocupaba aquellas alturas, mientras que el general Taboada estaba

      acuartelado en la ciudad. Podrá formarse idea del carácter de aquella

      guerra y de la situación del país por la circunstancia de que el gobierno

      de San Juan, provincia limítrofe a La Rioja, hacia el sur, ignoraba hasta

      entonces la verdad de los hechos ocurridos en el norte, cuyas fuerzas

      acumuladas sobre La Rioja, ignoraban a su vez lo que pasaba en los Llanos

      y los posteriores sucesos. Esto explica por qué la división Rivas se

      dirigía un año antes al norte, cuando el Chacho sitiaba a San Luis al sur;

      por qué Sandes se dirigía a San Luis, cuando aquél marchaba sobre Córdoba

      que le abría las puertas: por qué la caballada de repuesto nunca pudo

      saber la dirección de una fuerte división de las dos armas, en cuyo

      seguimiento iba. El desierto es mudo, sordo y ciego.

 

      Una revuelta en Catamarca requirió la presencia del general Taboada, y con

      esto y el regreso de Wilde a Salta, terminó la acción espontánea de las

      provincias del norte que se habían armado apresuradamente para contener

      aquella conflagración, que el lejano gobierno nacional había creído asunto

      de simple policía de caminos.

 

      Ocupábase el comandante Arredondo con poderes e instrucciones del

      comisionado nacional de organizar un gobierno provisorio civil, que

      pusiere orden en aquel caos, donde no sólo faltaba gobierno, sino materia

      gobernable o susceptible de ser gobernada, cuando recibió de San Juan

      aviso de lo que ocurría en Córdoba. La carta al gobierno de Mendoza en que

      el general Paunero comunicaba las primeras noticias con sus primeras

      impresiones, concluía diciendo: "Es bueno que sin pérdida de tiempo envíe

      esta carta a Sarmiento, indicándole que conviene que si el general Taboada

      permanece aún en La Rioja, marche sobre Córdoba llevándose consigo al

      comandante Arredondo, que en cuanto a las fuerzas de Tucumán y Salta, que

      están en Chilecito al mando del coronel Wilde, les haga decir sin pérdida

      de tiempo que allí permanezcan hasta que pase esta tormenta de verano".

 

      Fue constantemente la suerte de todos estos planes concebidos a

      trescientas o doscientas leguas del teatro de la acción partir de datos

      que tenían un mes o dos de fecha. Ni Taboadas ni Wildes había a quien

      comunicar estas órdenes, y en cuanto al comandante Arredondo, al

      trasmitírselas, se le indicaba obrar bajo su responsabilidad, como creyese

      convenir al mejor servicio, con lo que se abstuvo de darles cumplimiento.

 

      El general Paunero había tenido parte gloriosa en las batallas de Caseros,

      Cepeda, Pavón, en las que predominando por ambos lados el arte montonero

      del levantamiento en masa de paisanos a caballo, los ejércitos contaban

      por decenas de miles, perdiendo en solidez lo que ganaban inútilmente en

      volumen; y como los caudillos no pagan sus tropas, ni usan material de

      guerra, los gobiernos civilizados pagaban en millones de pesos el plagio.

      El mariscal Bougeaud decía con este motivo que para vencer a los bárbaros

      con sus medios, era preciso hacerse más bárbaro que ellos. Esta ruinosa

      imitación de la montonera, y que tan malos resultados dio, hacía al

      general Paunero acumular sobre Córdoba las fuerzas de ocho provincias,

      abandonando fronteras y terreno conquistado sobre la montonera, para

      disipar algo menos que una tormenta de verano, una nube de polvo levantada

      por un puñado de derrotados.

 

      Mejor aconsejado el comandante Arredondo trasladóse a la frontera de los

      Llanos al Este para aguardar al Chacho que llegaría de Córdoba

      infaliblemente derrotado. Colocóse en efecto en El Chañar, a cuyos

      alrededores no tardó en presentarse el siempre derrotado Chacho

      corriéndolo todo un día, hasta que la noche y la espesura del bosque

      espinoso ocultó a los dispersos fugitivos.

 

      Desde ese día principia el acto más heroico, más romancesco que las

      crónicas de la montonera tan intangible, tan rápida y fugaz recuerdan.

      Alguna cualidad verdaderamente grande debía de haber en el carácter de

      aquel viejo gaucho, si no era nativa estolidez, como la terquedad brutal

      que a veces pasa plaza de constancia heroica. Batido toda su vida en sus

      algarabas, derrotado esta vez en las Lomas, en las Playas, destruidas sus

      esperanzas de cooperación en Córdoba, San Luis, Catamarca y Mendoza,

      esperado a su regreso a los Llanos por Arredondo, su ecuanimidad no se

      abate un momento, y perseguido à outrance huye, huye, huye siempre, pero

      sin perder los estribos. Toca la frontera del norte de La Rioja, la sigue

      al oeste hasta encontrarse con la Cordillera de los Andes, que le ofrece

      paso para Chile; pero lejos de aceptar este medio de salvación, recorre

      sus faldas orientales, vuelve hacia el Este por la frontera de San Juan, y

      llega, después de haber recorrido en cuadro la provincia, al punto desde

      donde había partido quince días antes, dejando a sus perseguidores a

      oscuras otros quince días sobre su paradero, y asombrados y desconcertados

      al saberlo, después de haber destruido sus caballadas y encontrándose casi

      bloqueados en la ciudad de La Rioja; pues pasando por los pueblos en esta

      corrida fabulosa, el Chacho volvió a resucitar las montoneras, que dieron

      en qué ocuparse por meses a la caballería sanjuanina.

 

      Recordaráse que el parte del combate de Lomas Blancas fue interceptado en

      Valle Fértil por una montonera. Este incidente, al parecer insignificante,

      vino a complicar de nuevo la situación del comandante Arredondo, que no

      recibió la mitad de su batallón que había concurrido con Sandes al combate

      de Córdoba, sino setenta y cinco días después. El gobierno de San Juan

      mandó una fuerza de caballería conduciendo dinero y pertrechos de guerra a

      la división que operaba en la guerra, pero con orden expresa de

      estacionarse en Valle Fértil, a fin de mantener las comunicaciones y

      disipar la montonera sanjuanina. Otra cosa dispuso empero el jefe

      expedicionario, ordenándole penetrar en los Llanos en apoyo de pequeños

      destacamentos de infantería dejados para tenerlos en respeto en Malanzán,

      Orquea, etc. Y bien le valió por cierto, pues aumentando el levantamiento

      con la vuelta del Chacho, uno de aquellos había sido sorprendido y tomado

      prisionero, y para la montonera tomar infantes era triunfo tan grande como

      en los tiempos de la conquista para los indígenas matar un caballo, lo que

      mostraba que los monstruos no eran invulnerables. Inmediatamente fue

      destacada de San Juan otra compañía del 6° de línea a reforzar al

      comandante Arredondo y llevarle cien caballos, con instrucciones al jefe

      de permanecer en Valle Fértil, hasta recibir órdenes de su comandante y de

      no avanzar sin ellas. El oficial creyó inoficiosa esta precaución, avanzó

      un día, y al siguiente amaneció sin caballos de remonta ni mulas de

      transporte.

 

      El gobernador de San Juan, que ya no dirigía la guerra, pero que tanto

      conocía la índole de la montonera, sintió todas las consecuencias del

      incidente, y la algazara con que se recibiría la noticia de hallarse a pie

      en el desierto un fuerte destacamento de infantería, al que podían aspirar

      a rendir por cansancio o por hambre. En el acto hizo partir un nuevo

      escuadrón de caballería en apoyo de la infantería; y con el anterior

      destacamento, y los infantes recogidos de Malanzán, se encontraron

      reunidos a poco cuatrocientos hombres de infantería y caballería en Valle

      Fértil. Enardecidos los capitanes con su fuerza, salieron en busca de la

      montonera por recuperar los caballos, marcharon un día, y al ponerse el

      sol, por una línea de escuchas subidos sobre los árboles, descubrieron en

      el Bajo Hondo la del enemigo, al mando del Chacho, que en efecto acudía ya

      a Valle Fértil a tomar la infantería que creía abandonada.

 

      Muchas críticas se hicieron sobre este encuentro sin éxito que la

      montonera dio por una derrota. La verdad es que la hora hacía inútil

      aventurar cargas de caballería que exponiendo mucho, no podían obtener

      nada, pues la noche hacía imposible la persecución. Acaso no debió

      formarse en cuadro la pequeña fuerza de infantería, lo que disminuía sus

      fuegos y su influencia moral; pero nada obtuvo el enemigo, ni apoderarse a

      retaguardia de las mulas de silla y ni apoderarse a retaguardia de las

      mulas de silla y bagajes, ni dispersar un solo hombre en cambio de los

      muchos muertos que tuvo. En la noche, viéndose los capitanes rodeados de

      fuego con el incendio del bosque circunvecino, resolvieron retirarse a

      Valle Fértil, lo que ejecutaron sin pérdida, dando aviso y pidiendo

      municiones a San Juan. Cuando se aprestaban éstas para salir escoltadas,

      recibióse noticia de llegar en retirada la fuerza toda a San Juan, por

      haberlo creído así prudente sus jefes, informados de que tenían encima el

      grueso de la montonera. El comandante Arredondo no perdía en esto sino

      veintiséis infantes de su propia fuerza; pero los Llanos quedaron en poder

      del Chacho y en armas; la comunicación con San Juan cortada, y el enemigo

      enardecido, puesto que una vez por lo menos no había sido derrotado. Con

      los once infantes tomados, y fusiles recogidos de aquí y allí, tenía el

      Chacho cuarenta y seis infantes, al mando de un desertor del 6°.

 

      Para San Juan principiaba con este incidente una nueva época, y para el

      gobierno la tarea de defender la provincia, en lugar de cuidar como hasta

      entonces de salvar a las otras. La posición de los Llanos, Valle Fértil,

      los Colorados, Mogna y el desierto que se extiende entre las lagunas y el

      Pie de Palo, ponía al Chacho a las puertas de San Juan y a ésta sin medios

      seguros de rechazarlo. Arredondo estaba escaso de caballería para contener

      el alzamiento de los Pueblos, que se ramificaba a Catamarca, y carecía de

      caballos para descender a los Llanos en busca del Chacho. Enviar remonta

      de caballos a Arredondo por Jáchal, única vía expedita, acaso un plantel

      de caballería de línea, era el único medio de poner a cubierto a San Juan,

      movilizando sus fuerzas, casi desmontadas en la ciudad de La Rioja; pero

      en San Juan ya no había caballos, y si el Chacho aventuraba un golpe de

      mano, no había caballería a quien confiar el éxito de un combate fuera de

      la ciudad.

 

      En Mendoza estaba el regimiento número 1, y el gobernador escribió al

      coronel Sandes insinuándole la conveniencia de avanzar con su regimiento y

      restablecer las posiciones perdidas en La Rioja. El coronel Sandes estaba

      agonizando a causa de sus heridas y murió en pocos días. Este sí que era

      un triunfo para la montonera.

 

      Así terminó a la edad de treinta y seis años el coronel Sandes su carrera

      militar, que podía seguirse por el reguero de sangre de sus propias venas

      que dejó dondequiera que encontró enemigos, desde las floridas campañas de

      la Banda Oriental, donde nació, hasta los espinosos desiertos de los

      Llanos de La Rioja, en que terminó su obra. A Sandes debe la República

      Argentina, no la extinción de la montonera, sino la rehabilitación de la

      caballería regular, que con los Guías en la Cañada de Gómez, y el

      regimiento 1° de línea volvió a las antiguas glorias de los granaderos a

      caballo y de coraceros de Ituzaingó. El 1° de línea todavía se distingue

      de los otros cuerpos en la pujanza terrible de sus cargas, como si los

      manes de Sandes lo presidiesen siempre en el ataque. Sandes era montonero

      de origen, educación y espíritu. En él se conservó el primitivo ardimiento

      de las montoneras de Artigas y Carrera, la gloria y el ansia del entrevero

      , es decir, del combate personal cuerpo a cuerpo, que fue el secreto de la

      montonera en los días de su pujanza. Decaída en presencia de los progresos

      del material de guerra y de la composición de los ejércitos de línea,

      Sandes trajo a la caballería regular el fuego que le faltaba para acabar

      con el alzamiento del paisanaje, de cuyo seno salía.

 

      Muchos valientes tienen la suerte de escapar en una vida entera de

      combates a las balas y a las cuchilladas. Ney no recibió una sola herida

      durante su brillante carrera militar. Diríase que el cuerpo de Sandes

      atraía los misiles; su alta figura las venganzas, como las agujas de los

      templos atraen los rayos. En tiroteos parciales de avanzadas, Sandes salía

      herido siempre; en un reconocimiento en que el enemigo hizo cinco

      disparos, uno depositó una bala en el cuerpo de Sandes, a quien se mandaba

      en arresto a fin de forzarlo a curarse. Con la desesperación del asesino

      que sabe el peligro que corre si yerra el golpe, el puñal se clavó otra

      vez en una costilla de Sandes, quebrándose, como se había quebrado antes

      la punta del florete que lo atravesaba al volver de una esquina en Buenos

      Aires. Recomendándole al general Mitre sus hijos, que hoy están en un

      colegio militar de los Estados Unidos, hacía valer ésta su fatal

      predestinación a recibir heridas. Pero las que le hacían en el combate

      cuerpo a cuerpo, eran más el efecto de su arrojo que de la mala suerte.

      Era un almacén de cólera, pronto a incendiarse con el menor frotamiento, y

      miraba como tiempo perdido el consagrado a parar un golpe mientras había

      un pecho en donde hundir su terrible lanza.

 

      Sandes contó cincuenta y tres heridas de bala, de puñal, de sable, de

      florete, de bayoneta, sin morir de ninguna. Murió de todas juntas, cuando

      la sangre que no había derramado ya no pudo circular por aquellos canales

      rotos y mal remendados por las cicatrices.

 

      El boletín del ejército llevaba cuenta de sus heridas. En un tiroteo en la

      campaña de Buenos Aires, una bala en el estómago, cuarenta y nueve heridas

      hasta entonces. En el Carcarañá la quincuagésima, de bala, en la caja del

      cuerpo quince días después. La quincuagésima prima, puñalada de un asesino

      en el pecho en San Luis; la quincuagésima segunda un balazo después de la

      paz, paseándose a los alrededores de su campamento en los Llanos. La

      quincuagésima tercera, una lanzada en un pierna en las Lomas Blancas,

      frontera de San Juan. Aquí paró la cuenta. Buscaba con ahínco, dando las

      señas, al que le dio la última lanzada en quien reconocía un valiente de

      su talla, "porque éste, decía, vino a pelearme sabiendo quién era yo".

 

      Puede juzgarse por el fin que hizo si era en efecto Sandes catador de

      valientes. Entre los prisioneros hechos por la división del coronel

      Arredondo, después de Caucete, preguntaron a un joven: ¿en cuál de

      aquellos grupos va el Chacho? -En éste, contestó sacando su puñal y

      atravesándose el corazón. Era el hijo de Ontivero, y el que buscó a Sandes

      para pelearlo en las Lomas Blancas, en donde éste se había avanzado al

      frente, a desafiar a los enemigos, contra las instrucciones escritas que

      le vedaban tomar parte personal en el combate. Rodeáronlo ocho, dio

      algunas buenas lanzadas, recibió una ligera en la pierna, y viendo el

      cuento mal parado, se replegó sobre la infantería. Sandes decía al hablar

      de la lanzada, "aunque poca cosa, lo siento porque el viejo me va a

      arrestar por haber desobedecido sus instrucciones".

 

      Como las mujeres en achaques de hermosura, no toleraba el elogio en su

      presencia de otro valor que el suyo; y cuando de valientes heridos se

      hablaba, preguntaba con la dignidad de un senador que interrumpe: "¿Dónde

      están las heridas?, ¿en el pecho?" Era Orlando Furioso, y su enajenación

      infundía estímulo y terror en sus propios soldados. Pródigo de su sangre,

      no había de mostrarse económico de la ajena, y su odio y desprecio por el

      gaucho, de que él era un tipo elevado, le hacía, como es la idea del

      montonero argentino, propender al exterminio. El Chacho murió a sus manos,

      aun después de muerto él mismo; pues sus subalternos fueron simples

      ejecutores de esta manda testamentaria. Su carrera terminó, sin embargo,

      en la hora precisa señalada a sus cualidades. Era la Juana de Arco que

      rehabilita una causa perdida. Después no tenía misión en que sus

      cualidades fuesen utilizables. Era batallador y no militar. La sed de

      combates lo arrastraba, sin plan, sin mesura, en busca del enemigo.

      Instrucciones, caballos, soldados, divisiones obrando de concierto, todo

      era desatendido, inutilizado o propuesto. El poder civil, sólo por

      influencias personales o por obtemperancias prudentes, habría podido

      entenderse con él desde que hubiese ascendido a situaciones más altas.

      Habíale el gobernador de San Juan, por quien tenía particular deferencia,

      preparado una magnífica caballada herrada. Esta última circunstancia lo

      tenía encantado por lo nuevo para él. ¿Y las mulas por qué no vienen

      herradas?, preguntó al caballerizo. No sé, señor, así me las han

      entregado. -Vaya, dígale al jefe de policía que hierre esas mulas. -El

      jefe de policía se disculpó con que no tenía órdenes, y sobre todo con la

      inutilidad de la cosa. Sandes se apersonó en el acto a la policía a

      imponer su mandato. Como se le hiciese comprender que no se procedería a

      herrar las mulas sin orden del gobierno, despachó al caballerizo a intimar

      al ejecutivo su voluntad. Un gaucho con chiripá, botas de potro, y con su

      lanza por toda arma, se presenta en la casa de gobierno con este simple

      mensaje: -Dice el coronel que haga herrar ahora mismo las mulas. -Retírese

      usted. -¿Qué le contesto? -Que se le ha dado orden de retirarse.

      Comprendiendo que el defecto debía estar en que él no era el jefe de la

      división, el caballerizo volvió a presentarse en las oficinas de gobierno

      con esta nueva misiva: -Dice el coronel que de orden del coronel Rivas

      hierre las mulas. -Retírese usted, fue la única contestación, preparándose

      para lo que podía sobrevenir. El coronel Sandes había sido, según se supo

      después, apartado con dificultad del propósito de ir a atravesar con su

      lanza al gobernador que se obstinaba en no herrar las mulas. Pasado el

      arrebato de cólera, el coronel se presentó en casa del gobernador, pasó

      toda la tarde con él sin hablar del incidente, en plática amistosa y

      mostrándose, como siempre, simpático y complaciente. De estas escenas

      estaba llena su carrera. Su museo de heridas mostraba la causa en la

      súbita e indomable ignición de su cólera homérica, terrible como el

      incendio, para amigos y enemigos indistintamente.

 

      De su sucesor en el mando del primer regimiento recibió contestación el

      gobernador de San Juan que no se movería sin orden del general en jefe que

      estaba en la ciudad de Córdoba. Acontencía así, pues, que el cuartel

      general del ejército en campaña estaba a ciento cincuenta leguas de sus

      tropas, y con el enemigo interpuesto entre las que obraban en La Rioja.

 

      Como nada hubiera que modificase situación tan tirante, fue comisionado el

      jefe de policía de San Juan para ir a Córdoba a exponer al general la

      situación real de las cosas, y conjurarlo a que mandase órdenes a Mendoza

      de avanzar caballos y caballería de línea en auxilio de Arredondo a La

      Rioja, so pena de un desastre inevitable en San Juan, de todo punto al

      descubierto. Costóle al general aceptar la idea de un peligro por ese

      lado, y remediar a la situación, como mandar una remonta de caballos.

      Después de dos conferencias se obtuvo la orden de movilizar un escuadrón

      del 1° escoltando quinientos caballos; orden que no pudo realizarse sino a

      fines de octubre, como se verá en adelante. Con fecha 13 de octubre,

      escribía el general en jefe lo siguiente al gobernador de San Juan: "No

      creo oportuno prevenir a S.E. que una de estas disposiciones es la que con

      fecha de ayer se comunica al señor general Rojo, a fin de que formando una

      columna fuerte de mil hombres o más si fuese necesario (en Tucumán, a

      doscientas cincuenta leguas de San Juan), abra inmediatamente operaciones

      por Catamarca sobre la provincia de La Rioja, o los puntos que designen

      las circunstancias, teniendo fundados motivos para creer que el expresado

      general Rojo se ha anticipado en la realización de aquella medida".

 

      Se persistía, pues, en la estrategia de la grande guerra, y el

      "inmediatamente" o a mediados de octubre, dadas las distancias, el

      cansancio y la falta de recursos, debía computarse en el mes de diciembre.

      ¡El 20 de septiembre habría sido tarde!

 

      Los extractos que siguen mostrarán la persistencia desesperada conque el

      gobernador de San Juan combatía aquel sistema fundado en juicios formados

      a doscientas leguas de distancia, desoyendo a veces las aserciones del

      que, en contacto con el enemigo, sabía hasta sus conversaciones,

      esperanzas y propósitos; y en el remedio próximo o lejano estaban

      comprometidas una provincia que podía ser saqueada de un día a otro, siete

      en las que podría prender la chispa mal apagada del levantamiento. Así se

      le contestaba: "Mendoza, septiembre 13: Con motivo del pedido que en fecha

      anterior hace al señor gobernador Molina de una compañía o escuadrón de

      caballería como única fuerza de esta arma con que pueda contar, creo

      conveniente hacerle algunas explicaciones... Pero esté V.E. en la

      persuasión de que si nuestra presencia fuese necesaria, el regimiento

      volará a ponerse a sus órdenes para contribuir a la tranquilidad de San

      Juan - Comandante Segovia."

 

      "Octubre 13. Veo por su carta del 11 que el (ya) coronel Arredondo debe

      haber batido al Chacho, y digo batido, porque tengo la más entera fe en

      que así sucederá si acaso llegan a las manos, y por lo que me dice el

      general Paunero en el párrafo de carta que le trascribo, me confirmo más y

      más en esta idea. Espero que las próximas noticias que se digne mandarme

      V.E. serán más satisfactorias; y que muy pronto podremos festejar un nuevo

      triunfo de nuestras armas, o la pacificación de La Rioja por cualquier

      otro medio. - Segovia."

 

      ¿Había algún otro medio que la victoria para destruir la montonera? Sí; el

      párrafo de carta trascrito decía así: "No obstante que, según dice el

      general, es muy probable que no tenga lugar la acción, y que el Chacho

      trate de llevar a cabo la negociación entablada."

 

      El coronel Arredondo trascribía por el mismo tiempo este párrafo de carta

      del general Paunero datada de Córdoba; Septiembre 29: "Por las noticias

      que tengo del Chacho debe encontrarse éste en Olta o en el Chañar (estaba

      en Atiles, frontera de San Juan). Ha abierto negociaciones conmigo sobre

      la base de someterse quedando de simple particular en su casa, con tal que

      nombre gobernador de La Rioja al coronel Arredondo. Le he contestado que

      admitía el sometimiento de todos ellos, con la expresa condición de no

      quedar en La Rioja, alejándose temporariamente de allí, hasta que el país

      quede completamente pacificado en todas direcciones. Me cuesta creer que

      el Chacho acepte estas condiciones, y obro en el sentido de estrecharlo en

      un círculo de fuerzas, como para acabar de una vez con la montonera de La

      Rioja."

 

      En carta al gobernador de San Juan comunicaba el mismo plan, con los

      nombres de los amnistiados. Puebla, Potrillo, Agüero, Ontivero, etc., y

      esta circunstancia característica que "el Chacho le había escrito muy

      enojado, porque no suspendía las hostilidades, diciéndole que si en

      adelante quería tratar, se acercase el general en jefe adonde él estaba,

      que todavía tenía medios de triunfar".

 

      También al gobernador de San Juan le fue dirigida esta propuesta de

      pacificación, y como no quedó de este negociado otro documento oficial,

      insertamos aquí in integum las notas cambiadas, tales como se publicaron

      entonces en los diarios:

 

 

 

            "Campamento general de los Llanos

            de La Rioja, agosto 26 de 1863.

 

 

      "El General de la Nación.

 

      "Al Excmo. Señor gobernador don Domingo F. Sarmiento:

 

      "El que firma, con el deseo de terminar la incesante lucha en que se ve

      comprometido con las fuerzas mandadas por V.E. de esa provincia y de las

      demás, han dispuesto dirigirse a V.E. para que le manifieste cuál es el

      verdadero fin que se propone al hacer a estas provincias y la suya misma,

      una clase de guerra que no dará otro resultado que el constante

      derramamiento de sangre argentina, y el exterminio y destrucción total de

      las propiedades, porque si el infrascripto se ve en el caso de hacer uso

      de los intereses de su provincia para sostenerse, las fuerzas de V.E. que

      expedicionan a esta provincia con igual o menos derecho, no sólo hacen uso

      de lo que precisan, sino que destruyen todo cuanto encuentran sin respetar

      las propiedades y vidas de los vecinos, haciendo así una guerra

      enteramente vandálica y destructora, muy indigna de un gobierno culto y

      civilizado, y que si la nación entera ha puesto en sus manos los recursos

      con que cuenta, no lo ha autorizado por eso para exterminar sus habitantes

      ni destruir y atropellar las propiedades particulares.

 

      "En vista de esta dolorosa situación a que ha quedado reducido el país

      entero, se dirige el que firma a V.E. pidiéndole una explicación de esta

      conducta, y de las razones que motivan al gobierno nacional a continuar en

      el tenaz propósito. V.E. sabe muy bien que no sólo peleando se triunfa, y

      que con política y tomar medidas más conciliadoras conseguirá lo que no ha

      de conseguir del modo que se propone.

 

      "Persuadido queda el que firma que V.E. en representación de ese gobierno

      pesará estas reflexiones e inmediatamente adoptará el camino que queda

      para terminar la guerra. No se negará el infrascripto ni se negarán sus

      compañeros de causa a aceptar un medio que sea prudente y admisible, una

      vez convencido por V.E. y hecha una proposición justa.

 

      "Queda el infrascripto esperando el resultado de ésta, y hasta tanto

      ofrece a V.E. las consideraciones de su aprecio y distinción. Dios guarde

      V.E. - Angel Vicente Peñalosa. - Agenor Pacheco, secretario en campañ a."

 

 

 

            "San Juan, septiembre 2 de 1863.

      "Señor don Vicente Peñalosa:

 

      "He recibido una nota firmada por Ud. llamándose 'general de la nación',

      en la que dice 'que deseando terminar la incesante lucha, se dirige a mí

      para saber cuál es el verdadero fin que me propongo al hacer guerra a esa

      provincia', enumerando los males de ella, y pidiendo las razones que

      motivan al gobierno nacional a continuar en el tenaz propósito,

      indicándome que 'no sólo peleando se triunfa. Y que con política y con

      tomar medidas más conciliatorias, se conseguirá lo que no ha de conseguir

      del modo que se propone.'

 

      "Sería faltar a la dignidad de un gobierno responder oficialmente a tales

      proposiciones; pero al contestarlas particularmente como lo hago, he

      creído que no es del todo inútil quitarle a los que tan imprudentes notas

      le hacen firmar, el pretexto de haber sido desatendidos.

 

      "Llámase Ud. general de la nación, y con este título se dirige a un

      gobierno. ¿Obedece Ud. al presidente de esa nación, manteniéndose en

      armas? El ser o haber sido general, ¿le da a Ud. títulos para reunir

      fuerzas?

 

      "Y al quejarse de los males que Ud. mismo hace sufrir a La Rioja, ¿

      obedece Ud. al gobierno de esa provincia, o está Ud. investido de algún

      poder legal?

 

      "El gobierno nacional, al dar instrucciones para contener las

      depredaciones cometidas en Río Seco y Río de Sauces por gentes armadas

      salidas de los Llanos, debió contar con que un general de la nación, como

      se llama Ud., concurriese con su esfuerzo a mantener la quietud y castigar

      a los malvados.

 

      "El coronel Sandes se lo indicó así el 5 de abril desde Río Seco,

      pidiéndole la captura de los que habían perturbado la paz y que habían

      vuelto a asilarse en los Llanos. No tenía Ud. que quejarse hasta entonces

      de haber sido molestado, ni sospechado siquiera de connivencia en el

      atentado. ¿Qué contestó Ud.? Contestó que no los aprehendía porque habían

      invadido a San Luis y Córdoba por orden suya. Pocos días después anunció

      Ud. en una proclama, llamándose general en jefe del ejército del centro,

      que se proponía obrar una reacción. Esos mismos que Ud. decía haber obrado

      por su orden antes, volvieron a invadir a San Luis, mientras que Berna

      Carrizo, que Ud. había hecho gobernador de La Rioja, Carlos Angel y otros

      de sus partidarios, invadieron a Catamarca.

 

      "Todos estos atentados los había perpetrado Ud. antes que un solo soldado

      del ejército nacional ni de las provincias hubiese penetrado en el

      territorio de La Rioja, adonde se fingieron fuerzas que a fines de mayo lo

      derrotaron a Ud. en las Lomas Blancas.

 

      "No tiene Ud., pues, disculpa. Como general de la nación fue Ud. traidor y

      rebelde, sin que hasta ahora haya podido ni pretendido siquiera alegar un

      cargo contra el presidente de la República, que le conservó ese título de

      general, y que contó con la lealtad que Ud. le debía.

 

      "¿Podría Ud. alegar algún agravio de parte del gobierno de San Juan? Si

      hoy lo pretendiera, tendrá que confesar que nunca lo manifestó Ud. antes,

      para ser satisfecho. El gobierno de San Juan tuvo por el contrario motivos

      de queja de Ud.

 

      "Prescindo de los ganados que a pretexto de marcas desconocidas tomó Ud.

      de vecinos de Valle Fértil.

 

      "Cuando un Agüero, sanjuanino, a quien mi gobierno no había perseguido,

      asilado en los Llanos, entró en las Lagunas y las saqueó de ganados y

      caballos, llevándose el botín a los Llanos, estropeando y robando de su

      dinero y propiedades a varios transeúntes, entre ellos dos franceses, el

      gobierno de San Juan reclamó, como era de su deber, pidiendo los reos de

      un delito cometido en su jurisdicción. No era éste un acto de guerra, pues

      Ud. mismo estaba en paz y reconocía las autoridades nacionales y

      provinciales. Ordenándole a Ud. su gobierno contuviese esos ladrones, Ud.

      contestó que habiéndolos desarmado, creía mejor perdonarlos que

      castigarlos, y esos mismos ladrones son los que más tarde invadieron por

      orden de Ud. Río Seco, Río de los Sauces, San Francisco, etc.

 

      "Con estos hechos y los posteriores Ud. dejó burlada la confianza del

      presidente, que con política y con tomar medidas conciliadoras, como Ud.,

      lo propone ahora, creyó que podría pacificar La Rioja. 'No se negará, dice

      Ud., ni se negarán sus compañeros de causa, a admitir una propuesta

      justa'. ¿Pero quién respondería de la lealtad y buena fe suya y de sus

      compañeros, para cumplir con lo estipulado? ¿No engañó ya al presidente?

      ¿No ha declarado Ud. que iba a obrar una reacción contra ese presidente?

      ¿Puede Ud. estorbar a sus compañeros Pueblas, Lizondo y otros, que en

      medio de la paz invadan las campañas de Córdoba y San Luis; Agüero las

      Lagunas de San Juan; Varela o Angel a Catamarca? Y si puede hacerlo, ¿por

      qué no lo hizo en abril, cuando Ud. era general de la nación y gozaba del

      prestigio que sobre esos cabecillas le han quitado sus derrotas continuas

      y su incapacidad de hacerse respetar?

 

      "El gobierno nacional podrá obrar en la esfera de sus atribuciones como

      mejor lo estime conveniente; pero yo no tengo autorización para dejar

      impunes la serie de atentados cometidos por Ud. y sus compañeros.

 

      "Mucho debe sufrir la provincia de La Rioja con la presencia de fuerzas

      nacionales, y mucho más con las montoneras que Ud. ha reunido, pues ya

      dice Ud. en su nota que se ve en el caso de hacer uso de los intereses de

      su provincia, como si la Rioja fuese, a fuer de llamarse Ud. general de la

      nación, provincia de Ud. y suyas las propiedades de los vecinos. Recuerdo

      que el mismo uso han hecho Ud. y sus compañeros de los intereses de los

      vecinos de San Juan, donde sus hordas indisciplinadas han entrado por

      orden de Ud., y que mayores son los sacrificios que se han impuesto todas

      las provincias y el gobierno nacional, para resistir a agresiones

      vandálicas que han tenido por único instigador a Ud., según sus propias

      declaraciones y proclamas.

 

      "¿Cuál debe, con tales antecedentes, ser el motivo del gobierno nacional

      al llevar adelante la guerra en La Rioja? El buen sentido debiera

      indicarle que no puede ser otro que dar garantías a las vecinas provincias

      de que en adelante no serán robadas de sus propiedades, invadidas por los

      aventureros, sus compañeros de Ud. en atentados; y habiéndose Ud. rebelado

      contra toda autoridad constituida y declarádose general en jefe de un

      ejército del centro, para una proyectada reacción, capturarlo, para

      someterlo al rigor de las leyes. Ese es al menos su deber. Como son jefes

      del ejército nacional los que han penetrado en La Rioja con tropas

      disciplinadas a quienes no se permite o tolera el robo, como lo hace Ud.

      por impotencia quizá para reprimir el desorden, me creo autorizado a negar

      los cargos que Ud. hace a su conducta, sin entrar en otros pormenores que

      sería ridículo discutir con Ud.

 

      "Muchos más daños puede Ud. inferir todavía a estas pobres provincias,

      retardando indefinidamente la época de restablecerse de los quebrantos que

      los desórdenes de Ud. y demás malvados que le acompañan han causado.

 

      "Sería vergonzoso que Ud. solo contra la voluntad de las gentes honradas,

      obre, a fuerza de destruir propiedades, paralizar el comercio y mantener

      la alarma, un cambio de la situación política en el país. Ningún gobierno

      puede reposar sobre tan desdorosa base, y el gobierno nacional abdicaría

      todo sentimiento de deber y de honor si consintiese en que por ahorrar

      sacrificios, prevaleciese ese sistema de irrupciones a las otras

      provincias, acaudilladas por el primero que lo intente.

 

      "Seguro de que Ud. no tiene de qué quejarse del gobierno de San Juan, que

      ningún mal le ha inferido ni exigido nada de Ud., tengo el honor de

      suscribirme su S.S. - Domingo F. Sarmiento."

 

 

 

      La dignidad del gobierno estaba por lo menos salvada, y siempre es bueno

      poder decir: todo se ha perdido menos el honor.

 

 

 

 

El Chacho en San Juan

 

 

      Habíase mandado en comisión a Buenos Aires al jefe de policía para

      resolver los reparos que la contaduría pudiera hacer a las cuentas de las

      sumas gastadas en la guerra y anticipadas por el gobierno provincial al

      nacional. Su inteligencia y probidad, el ser primo carnal de uno de los

      ministros, circunstancia atendible para ser oído con simpatía, y el haber

      sido encargado de recibir y entregar caballos, mulas y ganados, lo que

      constituía el principal ítem de la deuda, hacía de este individuo el más

      adecuado para llenar su misión. Llegaba, en efecto, a tiempo de que la

      contaduría volvía las cuentas con numerosos reparos, concentrados en un

      largo informe en que se suponía existentes en San Juan numerosas partidas

      de animales; pero habiendo el señor Rojo presentado los recibos de los

      jefes del ejército y otros comprobantes, la contaduría declaró en nuevo

      informe que las cuentas de San Juan estaban comprobadas con

      superabundancia, aconsejando su pago. Para no volver más sobre este

      asunto, añadiremos que después de concluida la guerra, por un deplorable

      olvido de lo obrado, se dirigió una nota en nombre del presidente, extrañando

      que no hubiese en San Juan caballos de propiedad nacional.

 

      Pero del viaje del jefe de policía a Buenos Aires queda otro documento que

      muestra las impresiones de entonces, aun después de hablar con los

      ministros. El 25 de octubre escribía don Camilo Rojo desde Buenos Aires al

      gobernador de San Juan: "He recibido sus cartas del 24 y 30 del pasado.

      Por cuanto en ellas me dice, comprendo perfectamente cuál es la situación

      de San Juan. No puede ser peor, sobre todo desde que el egoísmo se

      atrinchera en las decantadas garantías constitucionales, y son muy capaces

      de que con ellas den al Chacho la provincia y la misma constitución, para

      que él las interprete como sabe hacerlo. Todo ello es lamentable, y Ud.

      sabrá dejar a un lado las mezquindades de los constitucionalistas de nuevo

      cuño, y salvarlos, para que vean que con la constitución escrita no se

      defienden las garantías y el honor de los pueblos. Se necesitan ganados,

      caballos y otros elementos de guerra, y esos que se esconden detrás de las

      doctrinas constitucionales, deben salir los primeros. Esta será siempre la

      manera de hacerse acreedor a pedir, en estado normal, el respeto y

      privilegios que la constitución acuerda a los ciudadanos y la propiedad."

 

      El general Paunero, en carta del 14 de octubre, como si en todas partes se

      presintiesen los estragos que estaba produciendo la circular, y más el

      folleto despiadado que la confirmaba dos meses más tarde, escribía desde

      Córdoba: "No creo que ante la inminencia del peligro los sanjuaninos se

      dejen saquear incondicionalmente por el Chacho, por no dar a Ud. todos los

      recursos del modo más constitucional posible; pero si dan lugar a que

      aquello suceda, que con su pan se lo coman. Mas, la historia y la

      República le harán a Ud. un cargo tremendo por no haber salvado a San Juan

      por salvar las formas... ¡El unitario!"

 

      El lector necesita un antecedente para comprender este cargo de unitario.

      En la Vida de Quiroga , de que es complemente este último episodio de la

      montonera, el autor había hecho el retrato político del antiguo unitario,

      cuyos rasgos describía así: "El antiguo partidario unitario, como el de la

      Gironda, sucumbió hace muchos años. Pero en medio de sus desaciertos y de

      sus ilusiones fantásticas, tenía tanto de noble y de grande que la

      generación que le sucede le debe los más pomposos honores fúnebres.

 

      "Me parece que entre cien argentinos reunidos yo diría: éste es unitario.

      El unitario tipo marcha erguido, la cabeza alta; no da vuelta aunque

      sienta desplomarse un edificio; tiene ideas fijas, invariables; y a la

      víspera de una batalla se ocupará todavía de discutir en toda forma un

      reglamento, o de establecer una nueva formalidad legal ; porque las

      fórmulas legales son el culto exterior que rinde a sus ídolos, la

      constitución, las garantías individuales... Es imposible imaginarse una

      generación mas razonadora, más deductiva , y que haya carecido en más alto

      grado del sentido práctico. "

 

      ¿Era por ventura el que había escrito veinte años antes esto, quien estaba

      estableciendo en circulares y folletos nuevas fórmulas legales a favor de

      las garantías individuales? ¿Era él quien carecía de sentido práctico?

      Lejos de eso, apenas vio que el gobierno nacional insistía en su

      inoportuna idea, tragándose sus razones, que las tenía muy buenas, salió

      por donde le permitieron escurrirse, ahorrando al país un feo espectáculo,

      como sería el de dos funcionarios empleando las formas oficiales para

      lucir sus habilidades y ciencia, con detrimento de la autoridad que

      investían. Hizo más, y fue alentar a otros gobiernos a soportar la

      desairada situación que se les hacía, y sacrificarlo todo en aras del

      deber. El 31 de agosto escribía al gobernador de Mendoza: "He recibido su

      estimable del 28, anunciándome los esfuerzos que hace para responder a las

      exigencias de la situación. Grima da ver al gobierno nacional, como unos

      chiquillos, metiendo bulla con el estado de sitio, mientras que nos deja

      aquí en las astas del toro, esperando nuestros actos y sacrificios para

      aprobarlos y desaprobarlos. Y sin embargo, necesitamos ser superiores a

      todo, o reventar. Le aplaudo su ecuanimidad y su resignación. Es imposible

      que la República toda no le haga justicia y a mí también.

 

      "Por la nota que adjunto al comandante Segovia, verá la situación crítica

      en que supongo al coronel Arredondo; y si Ud. recuerda el trabajo que nos

      ha dado la reacción, batida en todas partes, imagínese lo que sucederá si

      obtiene una ventaja sobre el ejército de línea, que es el único freno que

      la contiene. Si Arredondo es vencido por falta de caballería, los

      progresos de la montonera serán incontrastables."

 

      Pero mucho antes de llegar las dos primeras cartas en que se empujaba al

      gobernador de San Juan a dar coces contra el aguijón, había éste convocado

      a los principales capitalistas y ciudadanos influyentes, para exponerles

      la situación y la necesidad de conjurarla por un último y supremo

      esfuerzo. El mal era irreparable sin embargo. El pueblo estaba agotado de

      recursos, ya cansado de guerra que todos los días se daba por terminada

      para principiar de nuevo y exigir nuevos sacrificios, y las circulares

      habían destruido en el gobierno toda autoridad, en el gobernador toda

      influencia y respeto. Era aquél una nave sin gobierno; a éste se le podían

      ver bajo la banda celeste, las impresiones del látigo de la polémica que

      había humillado su suficiencia. Su voz al dirigirse a aquella asamblea

      había perdido la vibrante energía que da la convicción y el derecho. Ahora

      hablaba como un amigo a otro, con la desconfianza de quien está leyendo en

      los semblantes la réplica y la incredulidad.

 

      Expuso, sin embargo, el objeto de la convocación: Peñalosa estaba

      interpuesto entre San Juan y el coronel Arredondo; a pie éste, sin poder

      moverse. Esperaba mandarle unos pocos caballos de Jáchal y quizá le

      llegarían más de Mendoza; pero no había momento seguro mientras tanto; el

      cura actual del Valle Fértil, les diría lo que había oído al Chacho en

      persona, cuando con imponente fuerza había tomado aquella villa; podía el

      gobernador defender la ciudad con infantería hasta esperar auxilios de

      afuera; pero no podía salvar los departamentos rurales por falta de

      caballería; y un día sólo que fuesen ocupados por la montonera, medio

      millón de pesos costarían las devastaciones, y la guerra se prolongaría

      indefinidamente con los recursos y hombres que allí tomarían; no había

      esperanzas de socorro de afuera, habiendo agotado todos los esfuerzos para

      procurarlos, y era preciso improvisar medios propios de defensa. Pedía,

      pues, no al patriotismo sino al interés de cada uno, un empréstito para

      levantar soldados, pagar los pocos en actual servicio y salvar las

      propiedades.

 

      Nombráronse comisiones, propusiéronse expedientes, indicóse un empréstito

      de treinta mil pesos garantido por el tesoro nacional y a más por la

      provincia; hubo reuniones tres días consecutivos; bajó el empréstito a

      diecisiete mil; discutióse de nuevo y bajó últimamente a siete, lo que el

      gobernador aceptaba, recordándoles lo de las caperuzas del sastre de Don

      Quijote, por cuyo sistema podría hacer una defensita , decía, de valor de

      mil pesos. Convenido en siete mil al cobrarlos, algunos se negaron a

      entregar sus cuotas, y todo quedó en nada. ¡No había gobierno!

 

      ¿Era éste el caso de seguir las indicaciones del general Paunero, o del

      señor Rojo, de tomar los recursos donde los hallase y salvar al país? Pero

      el gobierno nacional en su segundo escrito había establecido que los

      damnificados podían entablar demanda ante juez, y recuperar con costas lo

      tomado. Si el Chacho no venía, el gobierno nacional protestaba la deuda

      hija del miedo ridículo, y el juez la mandaba pagar al que la contrajo.

 

      El 12 de octubre, antes de cruzar los brazos y confiar exclusivamente en

      la Providencia, comunicando al de Mendoza las últimas noticias recibidas,

      decía: "Una batalla en Patquia que está a sesenta leguas de San Juan,

      tendrá lugar en dos o tres días de la fecha... Sería, pues, en buena

      estrategia, llegado el caso de hacer avanzar el regimiento de línea hasta

      San Juan y en última caso hasta Jocoli siquiera , en donde estaría en

      franquía al primer aviso..."

 

      Era lo que ya había aconsejado, aproximar a las lagunas el mismo

      regimiento en vida de Sandes, cuando Arredondo marchaba a Mendoza y debía

      librarse batalla a Clavero. Como es prohibido avanzar sin dejarse

      retirada, nunca debe contarse con la victoria para la continuación de la

      resistencia. Si Arredondo era vencido o paralizado en los Llanos, San Juan

      caía en manos del Chacho, y la guerra continuaba sin término probable.

 

      Una esperanza brilló al fin. El gobierno de Mendoza anunció que el 20 de

      octubre salían de Mendoza los quinientos caballos pedidos para el coronel

      Arredondo, convoyados por 140 hombres, mitad de línea, al mando del mayor

      Irrazábal. Hasta el oficial elegido era de buen agüero. En San Juan se

      prepararon herraduras y herradores, y llegados en efecto el 24, se

      encontró que la mayor parte no venía en estado de emprender campaña tan

      larga; pero reemplazando los de servicio de la tropa con mulas, y dándose

      maña, el 28 estaban al extremo opuesto de la población, prontos a entrar

      en el desierto, con noventa infantes de línea que se mandaban de refuerzo

      para la custodia de los caballos de que dependía la seguridad de San Juan,

      y la movilización de la división del coronel Arredondo a retaguardia del

      Chacho. Por entonces debían haber salido también de Jáchal doscientos

      caballos, con buena escolta, que por otra vía tentarían a abrirse paso y

      llegar al ejército en campaña.

 

      En el campo enemigo había ocurrido esos días una escena que por singular y

      característica merece recordarse. Debía tener el Chacho más de sesenta y

      seis años a la sazón. Su asombrosa facultad de burlar al enemigo,

      trasladándose a distancias inconcebibles y nunca presentidas, no ocultaba

      a sus secuaces su constante mala suerte en los encuentros con quien

      lograba salirle al paso. Un millar de ellos por lo menos habían perecido

      en las derrotas, porque los heridos gravemente, abandonados a la

      naturaleza, contaban entre los muertos. En el campo del viejo Néstor había

      también jóvenes Aquiles que fascinaban a la turba con su valor y energía.

      El mayor Irrazábal, que en Punta del Agua iba lanceando prófugos, llevaba

      cerca de Ontivero, a quien le oía decir con voz entera: "un oficial viene

      cerca, levante los caballos, no dejen el camino"; y otras frases de

      consejo y mando para escapar al peligro. Estaba casado en una toldería de

      indios de la pampa, y este emparentamiento con las tribus salvajes, da

      siempre prestigio de valor. Los Saa habían hecho su carrera en las

      indiadas, y sin más caudal uno llegó a ser brigadier general de la

      Confederación en un año de atentados. Ontivero tenía su política también,

      que oponía a la mansedumbre del Chacho, pedía degüellos, confiscaciones

      para remontar, decía, el partido como en los buenos tiempos de Rosas. Una

      fracción de la montonera compuesta de cuatreros de San Juan, Córdoba, San

      Luis y oficiales de Benavides y perseguidos de la justicia, obedecía sus

      órdenes, y de la escasa infantería íbase haciendo un pedestal de poder.

 

      Las murmuraciones que excitaban tan largos padecimientos y tantas fatigas,

      iban creando una oposición en el seno de la montonera; y cuando Ontivero

      creyó llegado el momento, se presentó osadamente con un revólver en el

      rancho en que estaba el Chacho, a echarle en cara su incapacidad de

      dirigir operaciones, su política tímida y la necesidad de un cambio, o de

      lo contrario no seguirían más a sus órdenes. El Chacho, sin perder su

      serenidad, no se dejó intimidar un momento, y a su vez enrostró a Ontivero

      sus barbaridades , las contribuciones que había arrancado a vecinos

      pacíficos en los Llanos, y las maldades y violencias que los deshonraban a

      todos. La contienda se fue encendiendo, pues éste era el punto principal

      del litigio. Ontivero quería que no hubiese vecinos pacíficos sin ser por

      esto sólo enemigos y tratados como tales; era necesario hacerse temer y

      así sacarían recursos como Quiroga. Un rasgo de ironía del Chacho, con su

      golpeado acento, daba sabor acre a la disputa. "Si es tan guapo, le decía

      el Chacho, ¿por qué corrió en Punta del Agua? No dirá que yo tuve la

      culpa. Si es tan guapo, amigo, ¿por qué no va a buscar a Arredondo que

      está a pie en La Rioja? Si es tan guapo, vaya pues a San Juan donde

      gobierna un dotor . ¿Por qué no va pues? ¡Qué ha dir , amigo!" Pero el

      Chacho se sentía atacado en su autoridad de patriarca autócrata, y por la

      primera vez sometidos a discusión sus actos; y viéndose apostrofado, y

      desconocida aquélla, enderezó, siempre hablando, hacia donde estaba su

      caballo, y echándose encima con el desgarbo que es de buen tono entre los

      gauchos, dijo: "A lo que estoy viendo, yo estoy por demás aquí y no quiero

      ser estorbo para otros mejores que yo"; con lo que animó su caballo por la

      senda que por delante tenía, y siguió sin ostentación y sin prisa hacia su

      casa. Muchas veces se ha repetido esta escena en la historia. ¡San Martín

      en Lima!

 

      La muchedumbre, atraída por las voces, viendo a su antiguo jefe alejarse,

      movida por sus razones, y por escena tan torpe, fue requiriendo los

      caballos, y uno en pos de otro siguiéndolo por la estrecha senda a paso

      lento. El movimiento se comunicó a todo el campo: la infantería pidió

      seguirlo, y Ontivero se encontró al fin solo, con unos cuantos pícaros de

      su parcialidad. La autoridad estaba restablecida, y el Chacho vuelto a su

      acostumbrada tranquilidad de ánimo. Al día siguiente Ontivero se presentó

      al Chacho y en sentidas palabras le mostró su arrepentimiento, con lo que

      la concordia se restableció entre los capitanes y sólo se trató ya de

      salir de tan prolongada inacción.

 

      El 29 de octubre por la mañana, reanudemos el hilo de los sucesos, un

      paisano pidió permiso para hablar con el gobernador de San Juan; dijo ser

      soldado de la división del coronel Arredondo, haber caído prisionero de la

      montonera, servido en ella unos días, hallándose en un ataque en que

      trataron en vano de arrebatar la caballada que le iba de Jáchal. -¿Llegó

      la caballada? ¡Estamos salvados!, fue la interrupción del gobernador.

 

      El paisano argentino tiene, porque el árabe su abuelo es vivaz, la

      compostura y calma imperturbable del indio cuando habla. Su gala es no

      mostrar señales de emoción o interés. -Pero otra noticia vengo a darle,

      continuó el paisano, reanudando su historia interrumpida: hallábamos en

      Valle Fértil cuando se recibió orden del general Peñalosa de marchar con

      la gente que allí había y alcanzarlo en los Papagayos, camino de San

      Juan... -¡Qué!... -Y todos marcharon con Agüero... -¿Pero por las

      fisonomías creyó Ud. que esto era de veras? -De veras, señor. -¿Y cuándo

      debe llegar entonces? -Ha debido llegar ayer, o estar llegando hoy...

 

      Estábanse dando órdenes a los comandantes de una fuerza de ochenta hombres

      de avanzada en Angaco, y se buscaba al comandante de cincuenta Guías,

      situado en Caucete, y entonces sin licencia en la ciudad, cuando la

      emoción del jefe de policía que llegaba apresurado, hizo anticipar la

      afirmación y la pregunta: ¡El Chacho!, ¿dónde? -En Caucete. -¿Quién lo

      dice? -El juez de paz a quien vienen corriendo... -¡Vuele y haga disparar

      dos cañonazos de alarma y tocar a rebato! -No hay tiempo. -¡Al oficial de

      guardia de rifleros, al paso, que corra con los soldados que tenga y se

      meta en el cuartel de San Clemente!

 

      Los minutos necesarios para requerir caballo y armas bastaron para llegar

      al cuartel al mismo tiempo que los cincuenta rifleros. La artillería,

      parque y armamento, estaban salvados a lo menos.

 

      Por todas las calles corrían al llamado soldados y oficiales de guardia

      nacional al cuartel, y en media hora doscientos, en una trescientos

      infantes, respondían ya de la ciudad. El Chacho ni sus avanzadas se

      acercaban todavía.

 

      La Providencia, que se burla de las combinaciones de la previsión humana,

      o se compadece de la suerte de los pueblos víctimas del error de sus

      mandones, había hecho una de las suyas cuando no pone su visto bueno para

      castigo. El vecino que debía proveer de ganado para la marcha al convoy de

      la caballada habíalo dado de reses flacas, y el mayor Irrazábal detenídose

      a cambiarlas por mejores. Sin este accidente trivial, a esa hora habría

      desde el día anterior estado a veinte leguas y necesitado deshacerlas para

      regresar. Estaba, pues, a seis leguas del enemigo. La provincia estaba

      salva si sólo sabían los hombres aprovechar de esta muda y clemente

      indicación de la Providencia. Al mayor Irrazábal se le despachó a la Punta

      del Monte la orden siguiente: "San Juan, octubre 30. Acaba de tenerse

      noticia que las fuerzas que se han introducido en el departamento de

      Caucete constan de cuatrocientos hombres (siguieron llegando todo el día).

      En este concepto hará Ud. todo lo posible por caerles encima por la

      Puntilla de Caucete, y en caso de no poderlo hacer así, tomará Ud. el paso

      del Alto de Sierra (en frente de la dicha Puntilla) por donde se vendrá

      Ud. a esta ciudad."

 

      Era preciso en el entretanto combatir el pánico con la aparente calma y

      con el movimiento de aprestos. A un viejo militar que sugería avanzar,

      como era del caso, dos piezas de artillería a la próxima calle ancha, el

      gobernador mostrándole el puño cerrado, le dijo: -¿Comprende, mi coronel,

      este plan de operaciones? ¡Los cañones aquí! Defiendo el cuartel y

      defenderé lo más que pueda hasta donde dé la cuerda y nada más. Necesito

      un punto fuerte para resistir hasta que llegue el Regimiento de Mendoza

      que ya pido, o Arredondo que ya tiene caballos. Los que no quisieron

      prepararse, sufrirán en los departamentos lo que Dios les tenga preparado.

      Yo no respondo por ahora sino de este cuartel.

 

      La artillería estuvo luego en posiciones al frente; la infantería recibió

      municiones y fusiles flamantes; trescientas cabezas de ganado fueron

      traídas al cuartel, y cuatro horas después cuatrocientos infantes

      tranquilos, llenos de confianza, sin entusiasmo ni algazara, con cuatro

      piezas de artillería y cien hombres a caballo, podían responder de la

      seguridad de la ciudad y los suburbios rurales a una legua en rededor.

 

      Caucete está a cuatro exactas de la plaza de armas, mediando un río y dos

      leguas de campo salitroso. Un vigía colocado con anteojo en una de las

      torres de la Catedral pudo pasar cada media hora parte sin novedad por

      aquel lado. El mayor Irrazábal había acusado recibo de la orden; y más

      tarde, de hallarse en movimiento en busca del enemigo seis leguas a su

      retaguardia. ¿Qué se aventuraba en caso de mal éxito?

 

      Los noventa infantes de línea podían echarse al río y con la noche cubrir

      su retirada a la ciudad. De la caballería, ciento veinte milicianos se

      dispersarían, y los setenta y cinco de línea, dejando algunos muertos, se

      retirarían formados con su jefe. ¿Qué se ganaba si el golpe salía bien?

      Salvar medio millón de propiedades saqueadas, ganados, caballos, mulas, en

      Caucete, Angaco, Albardón; estorbar el levantamiento de mil parciales de

      la montonera: evitar que proveyéndose ésta de medios de movilidad,

      prolongase la guerra seis meses con ventaja, Dios sabe con qué

      consecuencias.

 

      A la caída del sol, con el anteojo del vigía se veía primero mucho polvo

      dentro de una calle de álamos, la principal de Caucete, y todo el paisaje

      circunvecino despejado; más tarde, unas líneas tenues a guisa de celajes

      en el médano pálido que se divisa más lejos sobre la faja verdinegra de

      las bellas plantaciones de Caucete y a la falda del Pie de Palo. ¿Serán

      derrotados? -Nuestros no, porque los polvos vendrían hacia el río. El

      crepúsculo enturbió aquellas fugaces imágenes; y luego la noche hizo caer

      lentamente su negro telón sobre el proscenio donde acaso se estaba jugando

      la suerte de la República, ante dos espectadores silenciosos y preocupados

      que trataban de adivinar desde una torre por platea, lo que representaban

      en aquel lejano teatro. ¿Una tragedia? La noche avanzaba en silencio. Los

      fuegos de los vivaques en la Plaza de Armas en que estaba la pequeña pero

      robusta fuerza, dejaban ver caras serenas y varoniles. En el cuartel un

      estado mayor de oficiales y empleados civiles, trataba de interrumpir el

      silencio que a cada rato se hacía, especie de sueño de la angustia. Uno

      dijo: les contaré a ustedes un cuento. Un viajero inglés se había

      internado en los bosques de la India, y llevado del ardor de la caza,

      olvidóse de las horas. La noche lo sorprendió, y hubo de asilarse en un

      bungalow ; rancho construido ex profeso para refugio contra las fieras,

      que pululan en aquellas selvas. No bien entraba cuando un enorme tigre de

      Bengala que lo había olfateado, bramó a cierta distancia, y llegó a poco a

      la puerta del bungalow ; pero como por la oscuridad no se atreviese a

      entrar, acostóse gruñendo y azotándose los flancos con la cola. Y mi

      inglés y el tigre pasaron así la noche contemplándose el uno al otro. Ya

      se puede calcular quién a quién se la juraba para cuando amaneciese el día

      siguiente. El pobre inglés se echó en brazos de la muerte; pero como no es

      posible estarse muriendo de miedo toda una noche sin descansar un rato, el

      inglés empezó al fin a sacar cuentas a solas. Primero se acordó de sus

      caballos y perros, después de su familia, y en seguida de la Inglaterra,

      porque era muy amante de su país que acaso no volvería a ver; en seguida

      recordó los peligros de que había milagrosamente escapado en doce añ os de

      viajes, cuatro naufragios, dejado por muerto por los beduinos, y cien

      percances más; y luego el cuerpo es una filigrana que uno no sabe cómo

      vive, con mil reflexiones más o menos filosóficas que lo llevaron a la

      conclusión de que es más difícil morir que lo que muchos se imaginan;

      luego, se dijo, de alguna manera habré de salir del aprieto. Ya empezaba a

      aclarar y el tigre a menear la cola y a relamerse los bigotes, cuando el

      inglés creyó oír a lo lejos ladridos de perros. El tigre echó una mirada

      de soslayo hacia donde se oía el ruido, y el inglés se le rió en sus

      barbas diciendo para su coleto: era seguro, de alguna manera se salva uno.

      Esta es la moral del cuento: ¡escuchen por si ladra algún perro! Entraba a

      la sazón un comandante que depositó con precaución al oído del jefe esta

      frase: ¡un derrotado que llega!

 

      Examinado aparte, dijo que se habían batido en Caucete y sido derrotados.

      -¿Y el mayor Irrazábal? -No lo vi en la confusión.

 

      Dos derrotados más, un oficial. Interrogado éste dio mejores detalles, sin

      saber más del paradero del mayor.

 

      Un soldado de línea, herido; un sargento de línea; tres más de línea,

      heridos; siete por todos. ¡Estábamos frescos! Teníamos en heridos la

      décima parte de la tropa de línea, y si había tantos muertos y otros

      tantos dispersos, había un tercio fuera de combate. Tiempo era de pasar

      oficio a Mendoza sobre lo ocurrido pidiendo que acelerasen la marcha, y

      avisar por vía que se les indicaba el día que estarían en tal punto, para

      hacer una salida con la infantería. ¡Oh, si hubieran avanzado siquiera

      hasta Jocolí cuando se les previno! El chasque a la puerta, la nota

      lacrada, todo quedó ahí, porque heridos y sargento decían que después de

      un terrible encuentro a pie firme donde ellos quedaron, el mayor seguía

      adelante con una poquita gente y se perdió en la nube de polvo.

 

      Una disputa se oía en la cuadra vecina. -¡Aunque sea oficial miente! -Yo

      he salido después que se ha acabado todo. -Yo llevé la infantería. -Hemos

      triunfado. ¿Ladraban al fin los perros? Era el ayudante don Ignacio

      Sarmiento, vecino de Caucete, que había sido sorprendido allí por la

      entrada de la montonera, tenido tiempo de despachar su familia, y

      escondídose en los montes para saber la verdad y traer noticias. Viendo

      desde su escondite pasar al mayor Irrazábal, se le incorporó, asistió al

      combate, trasladó a su casa los heridos, y aconsejó, volviendo atrás, al

      capitán de infantería que se mantenía en la calle por falta de órdenes,

      montar en sus mulas la tropa e ir al alcance de Irrazábal que con sólo

      setenta hombres iba arrollando una montonera de ochocientos. A tiempo

      llegó la infantería de que la montonera avergonzada de huir delante de

      aquel puñado de valientes, se rehacía y presentaba de nuevo batalla. ¡La

      infantería echó pie a tierra, tendió una guerrilla, el sol se entraba a la

      sazón, y la montonera dando la espalda, enderezó los caballos al desierto,

      sin haber comido ese día, muerta de sed y de fatiga, y sin dormir dos!

 

      Las campanas anunciaron al pueblo tan fausta nueva a las once de la noche,

      el parte escrito se recibió a las dos de la mañana, se transcribió a

      Mendoza para que no hiciesen tarde lo que debió hacerse dez días antes, y

      todos reposaron de un día de labor, sobresalto, y emociones comprimidas.

 

      En el parte del encuentro de Caucete se recomendaba al mayor Irrazábal en

      estos términos: "Hoy que sabemos que Peñalosa al frente de 1.200 hombres

      perfectamente montados, y con el desierto y la desesperación a la espalda,

      no ha podido resistir al mayor Irrazábal que lo combatía con ciento

      treinta hombres en definitiva... S. E. comprenderá que este hecho de armas

      coloca al mayor Irrazábal y los valientes que lo acompañaron en el rango

      de los héroes. Río Bamba con Lavalle, o Angaco con Acha, sólo pueden

      presentar hazañas de este género". Y al mayor: "Al darle la orden a las

      nueve y media de la mañana del día de ayer, de caer sobre el enemigo,

      sabiendo la pequeña fuerza con que Ud. contaba, y no pudiendo hasta esa

      hora conocer con certidumbre la del enemigo, estaba seguro de las

      vigorosas manos a que encomendaba la suerte de la provincia. El

      infrascrito se complace en tributar a su valor personal y pericia militar

      el homenaje de la gratitud de un pueblo, recordándole que fue el jefe que

      le acompañó en 1861, en la expedición a San Juan, que vio en Ud. y sus

      treinta soldados, las primeras avanzadas del ejército libertador".

 

 

 

 

      Las cosas como son

      Tres días después de esta noche angustiosa, el gobernador de San Juan

      dejaba la procesión religiosa que bendecía el nuevo cementerio del día de

      ánimas, para trasladarse a Caucete a dar un abrazo al coronel Arredondo,

      que si bien llegaba dos días después de terminado todo, había encontrado

      la montonera en fuga y héchole ciento y tantos prisioneros. "¡Por salvarlo

      coronel, le dijo, he salvado a San Juan y me he salvado yo! ¡Qué día el

      29!". El coronel Arredondo, poniéndole una mano sobre el hombro, le

      replicó: "¡Pero fue un solo día! Imagínese lo que serían para mí cinco

      mortales, tirado en el campo, con mi división a pie, y apenas me llegan

      sus caballos y los que mandaban de Chilecito y salgo en busca del Chacho,

      sé por las mujeres y los licenciados, que me llevaba dos días adelante a

      San Juan. ¡No he dormido ni comido de aflicción temiendo lo que habría

      sucedido, hasta que divisando la montonera de regreso, comprendí que había

      sido derrotado sin poder atinar cómo ni con qué fuerzas!"

 

      Habíase ya recibido la carta que desde Malazán había escrito el coronel

      avisando el recibo de los caballos con fecha 24; y como el general en jefe

      escribiese de Córdoba el 14, ambas cartas llegaron casi a un tiempo, un

      día después de derrotado el Chacho. Copiamos lo que la una responde a la

      otra, como si hubiese sido la del general escrita al coronel: "Córdoba, 14

      de octubre. . Sobre su opinión (la del gobernador) de que es inminente un

      ataque del Chacho a San Juan, ya he mostrado a Ud. la mía con repetición,

      antes y después de haber pasado por aquí don Camilo Rojo, aceptando la

      posibilidad, pero rechazando la idea de que pueda posesionarse de esa

      provincia, pues que no se me ocurre que pueda derrotar al coronel

      Arredondo, aun en el caso de no haber recibido refuerzos eficaces de

      Catamarca, que tengo aviso de haber recibido."

 

      "Malazán octubre 24. -Hace cinco días que me encuentro en este lugar donde

      he llegado a pie , por habérseme concluido los malos caballos que saqué de

      La Rioja. El gobernador de Catamarca a quien pedí comprarme doscientos, no

      sólo no me mandó uno solo, sino que hizo venir la tropa del comandante

      Córdoba en caballos flacos y sin herrar, diciendo que en los Llanos

      engordarían, y que era inoficioso herrarlos. De los cien hombres de

      Córdoba se han ido más de la mitad. El resto es de tucumanos, también mal

      montados, pues son los mismos caballos que sacaron de Tucumán.

 

      "Hoy he tenido una gran alta de caballos y de mulas. El coronel Linares,

      de Chilecito, me ha mandado ciento setenta y cinco entre caballos y mulas,

      y el comandante Vera me trae otros tantos de los que me manda Ud. de

      Jáchal, que aunque no tan buenos están en buen estado.

 

      "Mañana o a más tardar pasado mañana (el 26) me pondré en marcha en busca

      de Peñalosa que se halla en Atiles muy mal de caballos, desmoralizado y

      con quinientos hombres. Pocos días más y tendré la satisfacción de

      anunciarle un triunfo. Conseguido esto le remitiré los rifleros, y la

      caballería de San Juan, que irán aunque sucios y rotos, cubiertos de

      gloria en la campaña de seis meses en que no han recibido un cobre de la

      Nación... teniendo presente que San Juan no sólo ha puesto sus hombres y

      sus pesos, sino también cuanto animal útil había en su territorio. -

      Arredondo."

 

      No habiéndose perseguido al enemigo derrotado en Caucete por acabar el

      combate de noche, y ser espantoso el desierto de sesenta leguas que media

      hasta los Llanos, puesto ya el mayor Irrazábal a las órdenes del coronel

      Arredondo, dispuso éste que al frente de cuatrocientos hombres

      perfectamente montados a mula y con caballos de tiro herrados y escogidos,

      se lanzase sobre los Llanos en busca del Chacho para acabar con la

      montonera. Con tal rapidez se ejecutó la operación, que el Chacho en Olta,

      a donde había ido a tirar la rienda, poniendo tres sierras de por medio,

      recibió la noticia primera por la partida que lo rodeaba en su campamento.

      -Son de Arredondo los soldados, dijo al ver infantes a caballo. -Es mi tío

      Vera, contestóle un muchacho que tenía a su lado. Lograron escapar algunos

      cabecillas que lo acompañaban; él no hizo resistencia y se entregó.

 

      Para llegar a Olta, pequeña y miserable aldea, es preciso descender de la

      sierra que divide la costa Baja de la del Medio, por una empinada

      cuchilla, cuyas vueltas y revueltas invierten más de una hora. Desde las

      puertas de los ranchos se ven descender o subir lentamente los viajeros, y

      esta circunstancia hacía a Olta muy seguro lugar de refugio. Pero ese día

      Dios descargaba una lluvia harto deseada para los sedientos campos, y

      nadie vio descender ni aproximarse a los primeros cincuenta hombres, cuya

      presencia sorprendió a todos y al Chacho, que descansaba tranquilo, acaso

      rumiando nuevos planes. Llegado el mayor Irrazábal, mandó ejecutarlo en el

      acto y clavar su cabeza en un poste, como es de forma en la ejecución de

      salteadores, puesto en medio de la plaza de Olta, donde quedó por ocho

      días.

 

      Al huir de Caucete, Ontivero tomó con un grupo de sus parciales el camino

      de las Lagunas, en el que robaron una tropa, y se dirigió a San Luis,

      adonde se hallaba por segunda vez el general Paunero, acaso a fin de

      colocarse en posición conveniente para dirigir la guerra. Creyendo que

      aquel grupo era todavía un núcleo persistente de montonera, pidió a

      Mendoza el regimiento de línea. Regresado éste a Mendoza, con la

      dispersión de los grupos, un mes después apareció una indiada al frente

      de] Fuerte Mercedes al sur de San Luis, acaudillada por Ontivero, que

      volvía por este medio atroz a probar fortuna. Habiéndose acercado a la

      débil trinchera con ánimo de reconocerla, un francés, se dice, le puso una

      bala en la frente y lo dejó tendido. Los indios amedrentados volvieron

      bridas hacia sus toldos, terminando con un tiro y un muerto esta última

      intentona de aquel bandido.

 

      Así acabaron su existencia el Chacho y Ontivero, y así desapareció batida,

      escarmentada y destruida, la montonera de los Llanos, que principió con

      Quiroga en 1826 y continuó sus depredaciones con el Chacho hasta 1863. Si

      la guerra civil ha de encender en adelante sus teas en la República

      Argentina no será ya en Atiles, en Santa Fe, o arroyo de la China, donde

      se alzará el pendón de la rebelión de paisanos de a caballo. Como elemento

      de guerra acabó por ser impotente, y la derrota en Pavón de sus

      representantes políticos, o en Caucete de su núcleo primitivo, ha puesto

      fin al movimiento. El ferrocarril transformará la pampa dentro de poco, y

      los recuerdos de sus escenas y sus héroes quedarán mejor que en las

      novelas de Cooper, en tipos reales y en leyendas populares.

 

      Pero la montonera sucumbió en Caucete ante la completa rehabilitación de

      la caballería regular que, con Irrazábal, aquel día tocaba a su apogeo de

      consistencia y empuje, acometiendo sin vacilar fuerza numérica

      infinitamente superior, pugnando sin desconcertarse hasta vencer la

      resistencia y dar la victoria. Desde el 2° de coraceros, último cuerpo de

      caballería que quedó organizado después de la guerra del Brasil, no se

      había repetido lo que con aquel cuerpo era frecuente, a saber, mandar una

      mitad de caballería a disipar un grupo de montonera, sin contar su número,

      y conseguirlo siempre.

 

      E1 hecho de armas de Caucete era, pues, lo que los franceses llaman una

      acción d'etat , y su ejecutor acreedor a la distinción que en todos los

      ejércitos se concede a estos rasgos de valor; pues que en Irrazábal no era

      sólo digno de premio el empuje mecánico de su regimiento, sino el acometer

      sin vacilar la empresa, pues desde que recibió la orden de contramarchar,

      sabía que se le encargaba hacer algo más que medirse con fuerzas iguales.

      Así fue recomendado en el parte en que su jefe accidental daba cuenta al

      general del ejército, y así estaban obligados a estimarlo.

 

      Acaso por un error involuntario, se cometió entonces un equívoco de

      palabras que oscureció una parte de la verdad de los hechos. El triunfo de

      Caucete, que acababa con una guerra tan obstinada, no era simplemente el

      resultado del encuentro material de dos fuerzas de caballería. Al darse

      parte al Presidente se hacía aparecer al mayor Irrazábal como jefe que

      obra de su propia cuenta, y a los gobernadores de San Juan y Mendoza como

      simples órganos para trasmitir la noticia. El parte de Irrazábal al

      gobernador de San Juan, sin embargo, principiaba diciendo: "Inmediatamente

      de recibir sus órdenes me puse en marcha desde la Punta del Monte"; y ese

      gobernador era un coronel del ejército que al dar la orden a un jefe de

      vanguardia, estaba con la espada al cinto al mando de una división de las

      tres armas. Ni casual era la presencia de un escuadrón de línea en San

      Juan, sino resultado de anteriores planes de guerra, fundados en práctica

      y conocimiento de las necesidades de la campaña. [3]

 

      Con Irrazábal triunfaba su jefe accidental no sólo del Chacho, sino de las

      resistencias que había encontrado para hacer prevalecer su plan de

      operaciones, que consistía en movilizar a Arredondo inutilizado en La

      Rioja, y en lugar de darle milicia de caballería sin caballos, avanzar de

      Mendoza un piquete de línea. No creer que pudiesen ser dispersadas por la

      montonera en La Rioja otras montoneras de caballería catamarqueña o

      sanjuanina, era tener muy mala memoria los que habían visto correr tres

      mil hombres en Cepeda y ocho mil en Pavón; era olvidarse de lo que estaban

      cansados de oírle al general Paz, que por falta de 500 hombres de línea no

      se constituyó la República en 1831. Si no es de línea la mitad del

      escuadrón de Irrazábal, y acaso si no es él quien lo manda, por serle

      conocidas a su jefe sus cualidades, no hay combate de Caucete, y el Chacho

      pasa a Jáchal cuando Arredondo hubiese llegado a pie por las peñas, y

      levanta dos mil hombres y se provee de seis mil caballos, que eran la

      última parada en aquel juego. En toda la campaña han debido destruirse más

      de diez mil, y éstos destruidos, no había reemplazo fácil. La montonera ha

      muerto ante su mortal enemigo, la razón ilustrada por el conocimiento de

      sus calidades y de sus defectos, y la caballería de línea.

 

      La circular despojando a los gobernadores de las facultades inherentes al

      gobierno para sofocar insurrecciones, merecía también una medalla. Sin su

      acción desmoralizadora, no habría habido en San Juan un osado que diese

      ganado hético para alimento de los soldados; y a la demora de un día para

      cambiarlo, se debió la salvación de San Juan. A quelque chose malheur est

      bon!

 

      La Legislatura de San Juan decretó al mayor Irrazábal una espada de honor,

      y al Regimiento N° 1 un estandarte con cuatro medallones de sus cuatro

      encuentros con la montonera, los nombres inscriptos entre laureles de oro.

 

 

      Una orden del día del ejército vituperó, sin embargo, en el mayor

      Irrazábal la ejecución sin formas del Chacho, y todo quedó por entonces

      dicho. ¿ Había justicia en esa condenación? ¿Había alguna conveniencia

      política? ¿No era esta orden del día prima hermana de la circular sobre el

      estado de sitio y de las tentativas de tratarlos con el Chacho? Este es un

      asunto muy grave y merece examinarse. Las instrucciones del ministro de la

      guerra al gobernador de San Juan, le encomendaban castigar a los

      salteadores , y los jefes de fuerzas no castigan sino por medios

      ejecutivos que la ley ha provisto; y cuando son salteadores los

      castigados, los ahorcan si los encuentran en el teatro de sus fechorías.

      La palabra outlaw , fuera de la ley, con que el inglés llama al bandido,

      contiene todo el procedimiento. Las ordenanzas lo tienen, autorizando a

      los comandantes de milicia a ejecutar a los salteadores. Ciertas palabras

      tienen valor legal.

 

      En la carta confidencial que confirmaba y explicaba esas instrucciones,

      estaba más terminante el pensamiento: "Digo a Ud. en esas instrucciones

      que procure no comprometer al gobierno nacional en una campaña militar de

      operaciones, porque dados los antecedentes del país, no quiero dar a

      ninguna operación sobre La Rioja el carácter de guerra civil. Mi idea se

      resume en dos palabras, quiero hacer en La Rioja una guerra de policía .

      La Rioja se ha vuelto una cueva de ladrones que ameniza a los vecinos, y

      donde no hay gobierno que haga ni la policía de la provincia. Declarando

      ladrones a los montoneros sin hacerles el honor de considerarlos como

      partidarios políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción,

      lo que hay que hacer es muy sencillo".

 

      Aquellas instrucciones se recomendaban además como muy meditadas; y en

      esta parte, sus disposiciones mostraban que lo habían sido. El asalto de

      las Lagunas y el salteo de pasajeros salidos los salteadores de los Llanos

      y vueltos a ellos con el botín, negándose el Chacho por un documento

      público a entregarlos a los tribunales que los reclamaban, lo constituían

      ante las leyes jefe de banda, y lo ponían fuera de la ley; pues ni el

      derecho de gentes concede asilo a esta clase de delincuentes que atacan a

      la sociedad. Cuando el coronel Sandes, sin entrar con la fuerza nacional

      en la usurpada jurisdicción del Chacho, le intimó entregase los reos de

      ese mismo atentado, y del saqueo e invasión de Río Seco y campañas de

      Córdoba, contestó también por escrito, que mal podía hacerlo cuando

      obraban Ontivero, Potrillo, Agüero, etc., por sus órdenes; y siete meses

      duraron las excursiones de aquellas gavillas, amenazando cuatro ciudades,

      apoderándose de una, y esparciendo la alarma por toda la República. ¿En

      qué estaba la falta del sucesor de Sandes, haciendo la policía de La

      Rioja, donde no había gobierno, al ejecutar al notorio jefe de bandas?

      ¿Cuáles son los honores de partidarios políticos que no habían de

      concederse a los ladrones?

 

      Las leyes de la guerra entre dos naciones favorecen a los pueblos, cuando

      desconocen la autoridad de los gobiernos hasta entonces establecidos; pero

      esto no es sin condiciones. Esos pueblos deben para ello estar

      representados por gobiernos regulares, aunque revolucionarios, defendidos

      por ejércitos organizados, y manifestar propósitos políticos, como el

      deseo de independencia, la destrucción de una tiranía, etc. Cuando la

      sublevación no asume esta forma, el acto puede ser calificado de bullicio

      de ciudades o partidos, de motín militar, sedición, etc., y cada uno de

      estos casos tiene leyes especiales para su corrección.

 

      El crimen de la política de Rosas que ha hecho execrable su nombre, estaba

      en que mantuvo veinte años la pena de muerte aplicada a prisioneros, jefes

      ilustres del ejército y ciudadanos pacíficos, con agravación de crueldades

      horribles. El partido político que combatía su tiranía salvaje, se

      componía de las clases cultas de la sociedad, representadas en la guerra

      por los más ilustres generales de la independencia. Los pueblos que

      resistían su usurpación de poderes, tenían gobiernos regulares, que ni

      revolucionarios eran, tales como la Liga del Norte, compuesta de Tucumán,

      Salta, Catamarca y La Rioja: la posterior de Corrientes, Entre Ríos,

      Córdoba las otras provincias, cuyos ejércitos de tropas regulares mandaron

      los generales La Madrid, Lavalle, Paz, Acha, etc. Cuando éstos fueron

      vencidos en las provincias, el Estado del Uruguay, nación independiente,

      entró en guerra con Rosas, y la guerra se hizo con esto internacional, lo

      que no hizo de parte de Rosas abandonar el sistema de exterminio de

      prisioneros de guerra y presos políticos.

 

      El general Paz se decidió al fin en la defensa de Montevideo a usar de

      represalias, como se le había aconsejado en una memoria escrita, de que

      tuvo conocimiento el Dr. Alsina una año antes, cuando aquél mandaba las

      fuerzas del gobierno de Corrientes.

 

      La persistencia misma de aquella resistencia que duró veinte años y

      comprometió a dos generaciones hasta derrocar al sangriento tirano, era un

      título y una justificación de los motivos. Los Estados Unidos, declarando

      rebeldes a los estados del sur en armas contra su gobierno, trataron a sus

      prisioneros según las prácticas del derecho de gentes entre naciones,

      aunque no reconociesen ni a los gobiernos ni a los generales que los

      sostenían.

 

      El idioma español ha dado a los otros la palabra guerrilla , aplicada al

      partidario que hace la guerra civil, fuera de las formas, con paisanos y

      no con soldados, tomando a veces en sus depredaciones las apariencias y la

      realidad también de la banda de salteadores. La palabra argentina

      montonera corresponde perfectamente a la peninsular de guerrilla . El

      partido unitario, no teniendo a su favor los paisanos a caballo de las

      campañas, no tuvo sino por accidente montonera o guerrilla en su defensa.

      Combatía, por el contrario, a los gobiernos que la montonera había

      impuesto a las ciudades.

 

      Las guerrillas no están todavía en las guerras civiles bajo el palio del

      derecho de gentes. Cuando en la de los Estados Unidos fueron rendidos los

      ejércitos regulares de Lee y Johnston y sometida Richmond, el gobierno dio

      orden a sus jefes en campaña de pasar por las armas como a salteadores, a

      toda guerrilla que persistiese en continuar la guerra de depredación o

      recursos por su propia cuenta, y fueron ejecutados cuantos cayeron en

      poder de las partidas, en el lugar de su aprehensión, y por el jefe que

      los tomó, como lo fue el Chacho, en las mismas condiciones, y por las

      mismas órdenes del gobierno, dadas desde el principio de la guerra de

      policía , sin los honores de guerra civil, castigándolos como a

      salteadores .

 

      Y si los Estados Unidos han protestado contra el decreto del Emperador

      Maximiliano, que declaró guerrillas a los generales y partidarios

      mejicanos que no reconocen el imperio, es precisamente porque faltaba a la

      verdad de los hechos, suponiendo en el mismo decreto que el Presidente

      Juárez había salido del territorio mejicano, y porque los mejicanos

      sostienen sus instituciones antiguas y su independencia contra un gobierno

      nuevo y de origen extranjero, aunque algunos lo hayan reconocido. El

      imperio es el gobierno revolucionario y no el de Juárez.

 

      ¿Cuál era a la luz de estos principios la situación del Chacho? Jefe de

      guerrilla durante veinte años, invadiendo ciudades y poniéndolas a saco o

      rescate; general de la nación que no obedecía a su propio gobierno y

      obstruía la acción de la justicia amparando a los reos de salteo

      calificado, sublevado contra su propio gobierno, y esforzándose en obrar

      una reacción sin bandera, manifiesto ni principios. Ningún gobierno de

      provincia prestó su apoyo a este proyecto, sin excluir el de Córdoba,

      entregada momentáneamente por un motín de cuartel. Ningún general de la

      República le dio su concurso, sin excluir al general Urquiza, cuyo nombre

      invocaba, pero de cuyo egoísmo e inacción se quejaba altamente en

      correspondencias interceptadas, lo que probaba que tomaba su nombre en

      vano. Ningún hombre notable del partido de la depuesta Confederación se

      adhirió a su causa, ni escritor alguno trató de darle formas. Sus jefes

      eran salteadores y criminales notorios, soldados o sargentos desertores, o

      lo más abyecto o lo más rudo de los viejos partidos personales.

 

      Chacho, como jefe notorio de bandas de salteadores, y como guerrilla ,

      haciendo la guerra por su propia cuenta, murió en guerra de policía, en

      donde fue aprehendido, y su cabeza puesta en un poste en el teatro de sus

      fechorías. Esta es la ley, y la forma tradicional de la ejecución del

      salteador.

 

      Algo más justificaba aquel acto. Que no había justicia en el país en que

      tales cosas sucedían, lo probaban veinte años de impunidad, el tratado de

      1862 como lo entendía el Chacho, y el no habérsele cerrado las puertas a

      un segundo, cuando sintiéndose vencido, se acogía al habitual indulto. Las

      sociedades humanas tienen el derecho de existir y cuando las

      organizaciones que establecen para castigar los crímenes son ineficaces,

      el pueblo suple a la falta de jueces en país despoblado. Cuando los

      deportados y bandidos tenían en California periodistas, jueces, empleados

      públicos y abogados de su banda, hallándose que la ley común no los

      alcanzaba, el pueblo, es decir los robados, los asesinados, sin deponer a

      los jueces ordinarios, organizó una justicia de conciencia y ejecutó a los

      audaces bandidos, sin que el Presidente de los Estados Unidos quisiese

      intervenir en defensa de las formas violadas. El mundo sancionó con su

      aprobación este acto. El brigandaje napolitano fue así perseguido.

 

      El mayor Irrazábal había visto morir a su jefe a consecuencia de heridas

      recientes, una puñalada aleve dada en la oscuridad de la noche por

      asesinos que cobijaba el Chacho, y un balazo en el cuerpo, en tiempo de

      paz, en los Llanos, mandado por asesino que el Chacho no castigó.

 

      Sandes, Albarracín, Salcedo, los Moral y mil muertos más, fueron vengados

      en Olta, y seis provincias levantaron las manos al cielo en señal de

      aprobación. ¿Habríanlo sido, sin la expedita ejecución militar del mayor

      Irrazábal?

 

 

 

 

La justicia del estado

 

 

      Hemos dejado para tratar por separado un incidente de la guerra que a muy

      serias resoluciones dio lugar y marca con más claridad la fisonomía de la

      política que prevaleció. El 13 de abril fue derrotado en Mendoza Clavero,

      quien escapó al sur, tratando de refugiarse entre los indios. Habránse

      notado durante toda la lucha estas concomitancias de la montonera con los

      indios salvajes del desierto. Los Saa, Ontivero, son hijos adoptivos de

      unas tribus; Clavero se dirige a sus toldos, y por entre los claros que

      dejan las guarniciones de frontera, asoman siempre los indios. Asaltadas

      las Achiras en San Luis por una indiada, su grito de guerra mientras

      saquean es viva el Chacho ; el último acto del drama después de Caucete,

      es la aparición de los indios en Mercedes. La causa de estas relaciones es

      que entre el gaucho de a caballo y el indio de la pampa, la línea

      divisoria en fisonomía, hábitos e ideas es tan vaga, que no acertaría

      cualquiera a fijarla.

 

      Muchos se asilan en los toldos y viven años del pillaje de las propiedades

      de los cristianos, adquiriendo entre los indios posición e influencia con

      su valor o su prudencia. Clavero vagó largo tiempo en los campos de

      Malargue, y al parecer desconfiando de librar su suerte a los indios.

      Seguíanlo cinco gauchos, y entre ellos un indio cristiano, tomado cautivo

      cuando niño. Este concibió la idea de entregarlo al gobierno de Mendoza,

      se confabuló con algunos de la partida; y al estar asando un pedazo de

      vaca al fuego, los conjurados se apoderaron de las armas, y ataron a

      Clavero, que fue conducido a Mendoza, y en San Juan recompensado el indio,

      aunque no con los miles que el gobierno de los Estados Unidos ofrece por

      la entrega de los reos. Este fue remitido a disposición del comandante

      general de armas de Mendoza y San Juan, y luego de saberse su captura,

      llegó orden del Ministerio de Guerra para que poniéndolo a disposición,

      éste lo sometiese a juicio.

 

      Clavero no era ni salteador, ni encubridor, ni caudillo ni gaucho malo.

      Era un viejo veterano de granaderos a caballo del ejército de San Martín

      que a fuer de antiguo soldado y de valiente había llegado a coronel al

      servicio de Rosas y de la montonera. Ignorante, no más malo que los otros,

      había sido condenado a muerte por un consejo militar en Buenos Aires, por

      motín, y después perdonado. Había sido un año antes el jefe de Saa, que

      mandó matar al Dr. Aberastain en la calle del Pocito, yendo en marcha

      hacia la ciudad tropa y prisioneros escapados a la brutal matanza de la

      Rinconada.

 

      Emigrado en Chile, y de acuerdo con el Chacho, pasó la cordillera por el

      sur para secundar el movimiento de los Llanos, sorprendió dos fuertes,

      allegó gentes y avanzó hasta pocas leguas de Mendoza, donde fue derrotado.

 

 

      El Estado, en los crímenes que atacan su existencia, cualquiera que la

      forma del gobierno sea, no entra en litigio con sus enemigos ante los

      tribunales creados para arreglar cuestiones individuales, sino que tiene

      sus leyes especiales y sus jueces que proceden rápidamente y sin las

      formas ordinarias. Son aquellas las leyes militares y los Consejos de

      Guerra. El delito está en todas las naciones bien definido, y la

      competencia del juez la establece el cuerpo del delito. ¿Se ha cometido

      con armas del Estado con intento de subvertirlo? Es reo de delito militar,

      sea soldado, paisano o mujer el complicado, porque no ha de decirse que la

      bala o la bayoneta en manos del paisano es menos mortífera que la del

      soldado en servicio actual. El comandante general de armas nombrado para

      hacer la guerra, es juez de la jurisdicción que se le señale, cesando los

      jueces del crimen ordinarios en sus funciones en todo lo que a la guerra

      concierne. Esto es así en España, en Inglaterra, Estados Unidos, y en la

      República Argentina, porque allí como en todas partes, el soberano se

      basta a sí mismo para su preservación.

 

      Estos principios los practicaba el gobierno nacional, puesto que mandaba

      juzgar a Clavero por el comandante general, único juez en causa de armas.

      Nombróse Consejo de Guerra de oficiales generales, aunque el ministro de

      Guerra creía, en carta particular, que bastaría el ordinario, por haberse

      encontrado en el escalafón de la Confederación el nombre de Clavero

      reconocido coronel, y no estaba dado de baja.

 

      La sentencia venía de suyo. Había tomado plazas fuertes, atacado a las

      tropas nacionales, dado muerte a soldados y declarádose en rebelión, de su

      propio motu, contra el Presidente, y sin un gobierno revolucionario o

      sublevado que lo autorizase. Pasóse en consulta al Presidente la sentencia

      de muerte, como lo manda la ordenanza en caso de que el reo sea oficial, y

      ahí paró el asunto cuatro meses, hasta que muerto el Chacho, el Ministerio

      de Guerra comunicó al gobernador de San Juan un proveído, que no venía en

      los autos, pues que éstos quedaban en su ministerio, declarando nula la

      sentencia pronunciada en Consejo de Guerra por no estar el reo al servicio

      del Estado en la época de cometer el delito, y mandando pasar la causa al

      juez federal de la provincia o al de Mendoza, si allí no lo hubiere.

 

      El gobernador, que no era ya comandante general, mandó el reo en el acto a

      Mendoza, porque si juez federal del orden civil hubiese habido en San

      Juan, no tenía éste jurisdicción sobre delito cometido en Mendoza, donde

      estaba lo que se llama el fuero de la causa.

 

      El público presintió lo que la ley ha previsto desde que se creó la

      jurisdicción militar para estos delitos, y es que los tribunales

      ordinarios lo dejarían impune.

 

      Resultaba de esta resolución que el soldado que defendía con su vida al

      Estado, estaba condenado por ello a los rigores de la ley militar si

      delinquía; pero que el traidor que lo mataba con el confesado propósito de

      destruir el gobierno, estaba favorecido por las leyes civiles, y no podía

      juzgársele sin las garantías de todos los trámites, pruebas, dilatorias,

      excepciones y artículos de que los litigantes se valen para parar si

      pueden la acción de la ley cuando afecta a un individuo contra otro.

 

      No recordaríamos este incidente, si él no hubiese dejado establecido en

      principio que el ejecutivo queda en adelante desarmado para su propia

      conservación, y abolidas las leyes e instituciones que lo protegen, cosas

      que no están, por sagradas y fundamentales, a merced de la simple rúbrica

      de un ministro de guerra.

 

      ¿Por qué no usaba el Presidente de su derecho de perdonar, conmutar la

      pena, o absolver al reo, si tal era su deseo, pues para estos fines manda

      la ordenanza consultar al rey la sentencia?

 

      ¿Por qué no declarar nulo el procedimiento en virtud de algún vicio en la

      secuela del juicio, sin ir a tocar la jurisdicción militar misma que

      quedaba para todos los casos abolida? ¡Y la causa ofrecía pretextos en que

      escoger para darle esta salida a la lenidad, indulgencia, política, o

      llámesele como quiera! El defensor de Clavero había en un escrito

      acumulado causas de nulidad con esa profusión que ostentan los abogados

      cuando el crimen es evidente y la pena es de muerte. Se recusaba al

      presidente del consejo, por cuanto en una proclama, al aparecer Clavero,

      había dicho que lo aguardaba la horca. Es, sin embargo, éste el lenguaje

      textual de la ley que dice de los que asaltan plazas fuertes: "morirán

      ahorcados en cualquier número que sean ".

 

      Ahora veamos cuál era la práctica de los Estados Unidos, ya que la de las

      demás naciones sería desechada por monárquica, al mismo tiempo que tal

      declaración se hacía, no olvidando que allí había verdadera guerra civil

      con gobiernos, propósitos y ejércitos definidos, mientras que en la

      República Argentina eran bandas de salteadores unos, aventureros otros,

      sin antecedentes políticos, si no es su ignorancia y sus crímenes.

 

      Durante la guerra todos los Estados amenazados, los leales y los rebeldes,

      estuvieron bajo la exclusiva jurisdicción de los comandantes generales de

      los distritos militares, con suspensión de la jurisdicción de las cortes

      ordinarias, ya federales, ya de Estado, en todo crimen que a la

      tranquilidad pública afectase, sin excluir diputados al congreso, juzgados

      militarmente por consejos de guerra, diarios suspendidos por el comandante

      militar a causa de discursos o escritos hostiles.

 

      Concluida la guerra, a fin de asegurar la tranquilidad, se estableció la

      oficina de libertos , administración militar con jurisdicción judicial

      para todo lo que se refiriese a los motivos de la guerra y sus efectos,

      contratos de los negros libertos, reyertas entre federales y confederados.

      Cuando un reo pedía el privilegio del habeas corpus , el juez civil negaba

      el escrito, por ser militar la prisión y militar el juez.

 

      Declarada por el Presidente, restablecida la paz un año después de haber

      cesado la guerra, y por tanto entrado el país todo en el estado normal,

      fuéle consultado desde Georgia: "¿Está suspendida aquí la ley marcial? Si

      tal caso sucede no puede proceder el general N. a prender individuos que

      han injuriado a libertos o a refugiados leales." El ministerio contesta

      por telégrafo: "Abril 16 de 1866. La proclamación del Presidente no

      suspende la ley marcial ni en manera alguna influye sobre la acción

      legítima de la oficina de libertos . Pero no sería conveniente recurrir a

      los tribunales militares en ningún caso en que puede obtenerse reparación

      por medio de las autoridades civiles."

 

      En el juicio seguido por la comisión militar de Alejandría en marzo de

      1866 contra los autores de una revuelta, el Presidente mitigó las penas

      cuando la sentencia le vino en consulta, sin declarar nulo el

      procedimiento. Y siendo análogo el delito al de Clavero, citaremos parte

      de los cargos deducidos contra los reos: "asalto y violencia con intención

      de matar; y estando empeñados en perturbar la tranquilidad pública en

      oposición y contra el gobierno de los Estados Unidos... la comisión los

      sentencia a quince años de reclusión y trabajos forzados, etc., etc."

 

      Proclamada la paz, un juez da el escrito de habeas corpus al general Lee

      sometido a juicio militar. Consultado el Presidente, contesta a la

      comisión militar "que no entregue el reo, tanto más cuanto que la causa se

      había iniciado antes de la proclamación, y debe continuar en el tribunal

      que la comenzó". Sin embargo, recomendaba seguir la causa, no sentenciarle

      y mandarle el proceso para verlo, "porque el Presidente es el juez supremo

      en juicios militares".

 

      Podemos, en vista de estos hechos, designar claramente la manera de

      proceder y la ley del caso. En alborotos y bullicios de ciudades,

      desórdenes de elecciones, rescate de reos por fuerza de número, rige la

      ordenanza de Carlos III que hace civiles estos juicios, aunque tomen en

      ello parte militares.

 

      En el caso de ataque de fuerzas, sublevación de tropa, toma de plazas

      fuertes a mano armada, rige la ordenanza militar, cualquiera que sea la

      condición del reo.

 

      En las revoluciones políticas con gobiernos y ejércitos revolucionarios,

      las leyes de la guerra entre naciones protegen a los rebeldes.

 

      Las guerrillas , desde que obran fuera de la protección de gobiernos y

      ejércitos, están fuera de la ley y pueden ser ejecutados por los jefes en

      campaña.

 

      Los salteadores notorios están fuera de la ley de las naciones y de la ley

      municipal, y sus cabezas deben ser expuestas en los lugares de sus

      fechorías.

 

      Este es el uso que hace, no la república más celosa de las garantías, sino

      todo Estado, todo soberano, de los privilegios que las naciones se han

      reservado a sí mismas para proveer a su preservación y conservación,

      atacadas por quienquiera que sea, nación extranjera, soldado, ciudadano o

      mujer, que todos pueden dañarla. "Pueden sobrevenir tiempos, dice un

      constitucionalista inglés, de gran peligro, cuando la conservación de

      todos exige el sacrificio de los derechos de unos pocos; circunstancias

      que no sólo justifican sino que fuerzan al temporario abandono de las

      formas constitucionales. Ha sido la costumbre de todos los gobiernos

      durante las rebeliones, proclamar la ley marcial o la suspensión de la

      jurisdicción civil." "La ley marcial, decía Webster, es la ley del

      ejército, y proclamada, la tierra se vuelve un campamento."

 

      La más alta función del gobierno es dar a la sociedad garantías de reposo,

      a fin de que ejerza sus derechos y desenvuelva sus elementos. ¿Habría

      habido mal en indultar a Clavero? Era un acto legal, y podía aconsejarlo

      una política prudente; pero suprimir la ley en virtud de la cual se

      castigará a los futuros atentadores contra la seguridad pública,

      declarando iguales ante el juez al Estado con el individuo cuando de

      subvertirlo se trata, es sólo condenar la sangre que en su nombre y en el

      del deber se derrama.

 

      ¿Qué juicio formaba el público de aquellos sucesos? Pacificadas las

      provincias del interior después de lucha tan encarnizada, el Standard de

      julio, diario inglés de Buenos Aires, por lo general bien informado,

      extraño a cuestiones de partido y reflejo del medio social en que vive,

      hacía esta accidental apreciación, con motivo del nombramiento del

      ministro plenipotenciario en los Estados Unidos, recaído en el gobernador

      de San Juan: "No trepidamos en decir que no podría haberse elegido persona

      más apta para aquel puesto. El señor Sarmiento es el autor de un libro de

      viajes; pero mejor conocido como un grande admirador de las instituciones

      americanas. Su carrera no ha sido muy feliz en San Juan, y en verdad que

      su política inquieta ha hecho tal daño al presente gobierno nacional, que

      el presidente Mitre le hace un favor particular y un servicio a San Juan

      removiendo su gobernador a Washington."

 

      El silencio de los otros diarios asentía sin lastimar en este fallo; las

      correspondencias particulares lo hacían descender desde las oficinas a los

      corrillos; y basta ser americano del sur para comprender cuán fácil

      asentimiento encuentra toda idea que limita la acción del Poder Ejecutivo,

      en nombre de crudas teorías de libertad que, por desgracia, carecen de

      ejemplo en la propia historia, y no hallarían modelo en la ajena. La

      teoría, como la historia del gobierno de los pueblos libres, es todavía un

      misterio para los que las contemplan de lejos. Las tentativas hechas por

      organizarlo durante un siglo en la Europa continental, han conducido a la

      negación misma de la libertad. La de Inglaterra es como aquel sedimento

      fecundo que los siglos van depositando en las llanuras de las rocas que el

      tiempo va desagregando; pero la roca existe aun sin acabar de disolverse.

      De esta desintegración de moléculas, se hicieron los Estados Unidos,

      petrificando de nuevo una parte para constituir gobierno. La primitiva

      confederación fue un desgraciado ensayo del gobierno voluntario, sin

      coerción, y contando sólo con el espontáneo asentimiento. Al ver

      desmoronarse el frágil edificio, Washington señaló el mal y apuntó el

      remedio. Influence , dijo, is not government ; y la nueva constitución de

      los Estados Unidos salió de ahí, con un gobierno que tiene en sí los

      poderes para ejecutarse a sí mismo. La tranquilidad interna, la paz

      exterior por setenta años, fue el fenómeno que la naciente República

      ofreció a la contemplación del mundo. Cuando causas mórbidas amenazaron

      disolver la unión, el gobierno halló en su institución los medios de

      dominarlo todo, resistencias, sucesos y poderosas voluntades. Si alguien

      le hubiera echado en cara que traspasaba los límites de su acción, habría

      contestado como Escipión: Vamos a dar gracias a los dioses porque un día

      como el de hoy se salvó la Repú blica. Pero nadie le hizo ese cargo,

      porque el pueblo norteamericano posee tradiciones de libertad y ha

      heredado ideas de gobierno. Nosotros de la libertad tenemos la santa

      aspiración; del gobierno la negación que la tradición de raza nos ha

      dejado en herencia. Tanto sabe de esto la España como sus colonias, y

      ambas mirándose de reojo, y siguiendo senderos opuestos, muestran al mundo

      el triste espectáculo de una eterna convulsión.

 

      El gobierno, muéstralo la Inglaterra y los Estados Unidos su consecuencia,

      es un largo hecho experimental. La teoría de hoy tiene por base un hecho

      conquistado ayer; y así remonta los siglos hasta perderse en la conquista

      de Guillermo. Nuestra experiencia es como nuestra existencia misma. El que

      más años cuente, tendrá el privilegio de haber sido testigo de mayores

      desastres. ¡Y qué es la vida de un hombre en esta ciencia acumulada por

      deposiciones lentas! Tras de la emancipación americana, representada en

      nuestras armas por un sol naciente, está la noche oscura de la colonia que

      llega hasta Felipe II; el caos, las tinieblas. Esta es nuestra ciencia

      propia. Ni como individuos, ni como nación, ni como raza, nos es dado

      tener confianza en nuestras propias ideas de gobierno. Así se ha visto

      cómo un bárbaro que no sabe leer, un salteador de caminos, basta para

      poner en peligro nuestra frágil organización, incapaz por lo mal ajustada

      de resistir al menor choque. No se ha hecho en Italia entrar en el plan

      constitucional el brigandaje de los Abruzzos, como la montonera argentina

      no se prestará nunca a composición. Son ambas negaciones de la sociedad

      misma que toda institución orgánica presupone.

 

      Hemos por esto dado grande importancia al drama, al parecer humilde, que

      terminó en Olta en 1863. Era como las goteras del tejado después que la

      lluvia cesa, la última manifestación del fermento que introdujeron,

      Artigas a la margen de los ríos, Quiroga a las faldas de los Andes. El uno

      desmembró el Virreinato, el otro inutilizó el esfuerzo de Ituzaingó con

      treinta años de convulsiones internas. Civilización y barbarie era, a más

      de un libro, un antagonismo social. El ferrocarril llegará en tiempo a

      Córdoba para estorbar que vuelva a reproducirse la lucha del desierto, ya

      que la pampa está surcada de rieles. Las costumbres que Rugendas y

      Pallière diseñaron con tanto talento, desaparecerán con el medio ambiente

      que las produjo, y estas biografías de los caudillos de la montonera,

      figurarán en nuestra historia como los megaterios y gliptodontes que

      Bravard desenterró del terreno pampeano: monstruos inexplicables, pero

      reales.

 

 

Notas

 

      1. Esta nota y las demás que se extractarán deben conservarse en el

      archivo del Regimiento N°1.

 

      2. Viajes por Europa, Africa y América , del autor.

 

      3. "Córdoba, setiembre 28. Por lo que a mí respecta, en lo que puedo

      alcanzar a esa inmensa distancia, me es muy agradable decirle que según lo

      acordado con Rojo, (el comisionado de San Juan) ordeno a Segovia que

      disponga inmediatamente la marcha de 150 hombres de caballería, entre

      ellos la mitad de línea, todo a la orden del mayor Irrazábal, y tomando

      500 ó 600 caballos, haga usted marchar a reforzar y remontar a Arredondo.

      - Paunero."