JUAN MARÍA GUTIÉRREZ

 

EL HOMBRE HORMIGA

Artículo sobre costumbres de Buenos Aires en 1838

 

 

 

            ...Chez lui tout se résumait en calcul; ses actions

            n'étaient que des chiffres, et sa conduite un total.

                  Jules A. David

 

 

 

      No es fábula lo que vamos a escribir, aunque lo parezca a primera vista

      por el título: el hombre hormiga, no quiere decir tanto como el hombre y

      la hormiga, sino un viviente que tiene los hábitos y el instinto de aquel

      pequeñísimo insecto. La parábola y el apólogo están desacreditados; los

      poetas suelen todavía hacer sonetos, pero no fábulas. La verdad envuelta

      en alegorías ha cedido el paso a la verdad engastada a fuego y martillo en

      punzantes ironías: las telas que envuelven el corazón se han encallecido,

      y el escritor de hoy al tomar la pluma debe exclamar como ciertos

      guerreros: ¡hierro, despiértate! ¿Y nada memos que hierro será preciso

      para matar al hombre hormiga? ¿No bastará un borrón de tinta? Lo veremos.

      Colóquese un curioso en alguna altura de las calles más concurridas: en

      donde haya almacenes, tiendas de ropa hecha, alguna iglesia inmediata, el

      despacho de algún cambista, y vinos y comestibles en cada puerta: desde

      allí sentirá el hervir vividor de las gentes que van y vienen: niños,

      mujeres, hombres, viejos y mozos; unos corren, otros vuelan, pocos andan

      despacio, se miran, se saludan, conversan entre sí, todo es movimiento y

      bulla: cuidado con la rueda, apártate del caballo, mira esa reja, dicen

      las madres a sus chicos distraídos con las confiterías. Dispense Ud. que

      le he pisado, dice un corredor que va como D. Cleofás en alas del cojuelo,

      -¡Zapallos!... ¡pepinos!... ¡para las benditas ánimas!... ¿A cómo la

      docena? B. a V. La mano, etc., etc.-. ¡Tal es la vocinglería que se

      escucha! Voces escapadas de las mil bocas de aquel monstruo que se agita y

      revuelve en las veredas. Tenga paciencia el curioso: colocado en dicha

      altura ¿no le parecen los ciudadanos yentes y vinientes hormigas que van y

      vienen al granero? Ni más ni menos: unos y otras negras a la distancia:

      unos y otras cargados en la cabeza, con comestibles o con buenos o males

      pensamientos; unos y otras desvastan, unos y otras no se contentan con lo

      necesario: ellas guardan para el invierno, ellos amontonan para la vejez,

      que es el invierno de la vida.

      Hormiga de este hormiguero es el hombre hormiga, personaje de dimensiones

      mezquinas, cuyas facciones son rasguños que con dificultad acierta a

      copiar el pincel. ¡Quién tuviera el don de observar y la elocuencia de

      Buffon para describir a nuestro héroe!

      El hombre hormiga muestra desde pequeñito lo que ha de ser cuando maduro:

      bien puede acariciarle la madre, ponerle miedo la nodriza, no ha de callar

      si no le dan dinero: tiene una alcancía, y en ella guarda los reales que

      le da su padrino los domingos, o recoge en el atrio de los templos en

      algún bautismo rumboso: en este punto está medio en quiebra el hombre

      hormiga desde que la autoridad ha puesto orden en este abuso que amagaba

      la tranquilidad del Estado. Entra en la escuela, y allí se distingue por

      su espíritu mercantil; nadie le engaña en los cambalaches: sus vales, que

      son muchos porque es sosegado y humildito, los convierte en papel moneda,

      vendiéndoselos a los hijos de ricos a quienes siempre sigue y acompaña;

      porque el hombre hormiga es hombre azogue en el perseguir la plata. En fin

      el maestro no saca de él ni un buen gramático ni un mediano pendolista;

      pero en esto de la aritmética, se pierde en las nubes, es un portento.

      Desde muy tierno, el hombre hormiga es dado a los oficios menudos y hace

      con rara habilidad pandorgas y muñecos de naipes usados: en el vidrio de

      su ventana instala el tendejón, y es gusto verlo como juega los hilos de

      sus títeres para tentar a los muchachos transeúntes. Estos se juntan y

      amontonan como nosotros a leer un aviso en una esquina: los muchachos

      calaveras, aquéllos de que algo bueno puede esperarse, compran los muñecos

      y pandorgas del hombre hormiga, porque pagarán un ojo de la cara por tener

      algo más que romper. El hombre hormiga entierra el producto en la

      alcancía, y hace su agosto como médicos y abogados con los caprichos del

      prójimo. Por supuesto, que nuestro hombre no aprende un oficio, porque es

      mengua ser menestral. ¿Cómo ha de manejar el torno o la lima, él, que es

      tan delicadito, tan endeble? Tampoco estudia, porque no tiene vocación, ni

      le gustan los libros, los cuales, por otra parte no se dan de balde. El

      padrino y la madre le repiten a menudo: fortuna de Dios, hijo, que el

      saber de poco vale ; que como la fortuna es ciega tropieza más veces con

      los cuitados que con los hombres de pro. El hombre hormiga (en la infancia

      se entiende) es aficionado a ayudar a misa, y es íntimo de todo sacristán

      porque éstos dan gratis recortes de hostias, madruga para tomar velas en

      las procesiones por la cerita que gotea. Y en día de función, ustedes le

      verán pedir limosna para algún santo. ¡Qué placer para el hombre hormiga

      cuando saltan los 5 décimos de algún devoto sobre la metálica superficie

      del platillo! ¡Le bailan los ojitos! ¡Ah, si él pudiera poner allí su

      alcancía!

      Este es poco más a menos el niño hormiga: desembaracémosle de la mantilla,

      para verlo de fraque ejerciendo su noble oficio en el más extenso campo.

      Para el hombre hormiga no hay invierno; se levanta con el sol, y a la

      changa. Recorre los almacenes y las tiendas y mercerías: pide muestras,

      los últimos precios, y empieza su peregrinación. ¿Necesita Ud. de guantes?

      el se los proporcionará baratos y buenos de los que vende su conocido; en

      esta venta ganará medio peso. ¿Se le han concluido a Ud. los habanos? El

      sabe dónde los hay superiores: con esta especulación fuma gratis una

      semana. ¿Se le murió a Ud. su pariente? El se encargará de hacer imprimir

      las esquelas; de pagar las misas; de comprar la mortaja; si Ud. es

      generoso le pagará la comisión, si no ya él ha ganado en las compras un

      real por peso. A las 3 de la tarde se retira nuestro hormiga cargado de

      algunas provisiones de boca, en poca cantidad pero buenas: él es parco y

      medido en todo pero su paladar es excelente. El hombre hormiga no tiene

      opinión política, ni sigue más bandera que la del remate. Dondequiera que

      Gowland levanta su pendón; dondequiera que Arriola alza el martillo, allí

      está nuestro hombre; porque el remate es su morada favorita: es tanto, que

      sueña con las pujas; obsérvelo Ud. distraído por la calle, y le verá alzar

      un dedo, mover la cabeza, como diciendo, un real más, dos, dos y medio. Si

      hubiera nobles entre nosotros, un noble hormiga debiera tener este lema en

      el escudo de sus armas: comprar a real, vender a peso . Pero si este mote

      no está en su escudo, está como clavado en su memoria. Volvamos al remate.

      ¡Que paciencia la del pobrecito! ¡Ni la de un abogado consultado por mujer

      pleitista! Las horas pasa arrimado a algún mueble de los que se rematan

      hasta que llegue su vez; su vez es cuando sale la menudencia. Dice el

      rematador: esta mesa mal ajustada que le falta un pie... este espejillo

      sin azogue... este paño apolillado, ¿qué valen? ¿No hay quién dé algo?

      Entonces la hormiguita abre el ojo, se empina, levanta el pulgar como si

      fuera a persignarse, y entabla su diálogo con el rematador, diálogo mudo,

      cabalístico y que sólo por su resultado se conoce como en las conferencias

      diplomáticas. Los chismes que remató hoy, mañana están ya en otro remate,

      a donde (por supuesto) va el hombre hormiga a pujarlos personalmente para

      venderlos en mejor precio.

      El hombre hormiga no tiene amigos; su amigo es el peso; sus enemigos son

      sus semejantes, los otros hombres hormigas. El hombre hormiga no tiene

      conciencia, ni moral ni patriotismo; hipocresía, sí. Apenas habrá otro ser

      más inútil y perjudicial a la sociedad, si se exceptúa al pulpero genovés.

 

 

FIN