MARIANO MORENO

 

JURA DE LA JUNTA PROVISORIA

 

 

 

      Nada se presenta más magnífico a la consideración del hombre filósofo, que

      el espectáculo de un pueblo que elige, sin tumultos, personas que merecen

      su confianza y a quienes encarga el cuidado de su gobierno. Buenos Aires

      había dado una lección al mundo entero por la madurez y moderación con que

      en el Congreso general se examinaron las grandes cuestiones que iban a

      decidir de su suerte, y el feliz resultado de tan respetable asamblea

      produjo la augusta ceremonia del juramento solemne, en que se estrecharon

      los vínculos para la religiosa observancia de lo que la pluralidad había

      sancionado.

 

      Dos tardes seguidas apenas bastaron para recibir los votos de los

      funcionarios públicos e incorporaciones más respetables.

 

      El eclesiástico, el regular, el militar, el togado, el empleado, el

      vecino, todos concurrieron a jurar la firmeza y estabilidad de la nueva

      obra, porque todos reconocieron la justicia, confesaron su necesidad y

      vieron el interés común íntimamente unido al particular de sus personas.

 

      Las almas sensibles desfallecían con la novedad de una impresión

      dulcísima, a que no estaban acostumbrados, un numeroso cuadro de tropas en

      quienes la ternura ocupaba el lugar de la ferocidad que los distinguió en

      los combates: la existencia de los oficiales de la marina inglesa y

      principales individuos de su comercio, el prelado de la Iglesia y jefes de

      todas las corporaciones públicas, alternando con los nuevos representantes

      del pueblo y dando a éste, desde los balcones de las casas consistoriales,

      una prueba nada equívoca de la sinceridad de sus sentimientos: el

      estruendo de la artillería aumentado por las aclamaciones y vivas de

      veinte mil espectadores; la salva de los buques ingleses que celebraban

      una función que sus jefes estaban admirando; el conjunto de mil sucesos

      grandes; todo producía la ternura, la confianza, las esperanzas más

      seguras, y elevando las almas de los jóvenes, arrancaba lágrimas a los

      viejos, para quienes dejó de ser terrible la muerte, después de haber

      visto un día tan glorioso. La fórmula del juramento fue la siguiente:

 

      "¿Juráis a Dios nuestro Señor y estos Santos Evangelios, reconocer la

      Junta Provisional Gubernativa del Río de la Plata, a nombre del señor Don

      Fernando VII, y para guarda de sus augustos derechos; obedecer sus órdenes

      y decretos; y no atentar directa ni indirectamente contra su autoridad,

      propendiendo pública y privadamente a su seguridad y respeto?"

 

      Todos juraron; y todos morirán, antes que quebranten la sagrada obligación

      que se han impuesto.

 

      El día 30 del pasado hubo misa de gracias, y se cantó Tedeum en la Santa

      Catedral. El doble objeto de celebrarse el día de nuestro augusto monarca

      Don Fernando VII y la instalación de la Junta redobló la celebridad de la

      fiesta a que concurrieron todas las corporaciones, jefes y vecindario,

      pasando después a la real fortaleza, al besamanos, que principió la Real

      Audiencia y continuaron por su orden los demás cuerpos civiles y jefes del

      ejército, concurriendo igualmente a aquel acto el Excmo. señor Don

      Baltasar Hidalgo de Cisneros.

 

 

 

FIN