MARTÍN CORONADO

 

LA PIEDRA DE ESCÁNDALO DRAMA EN TRES ACTOS Y EN VERSO

 

 

 

 

      Indice

 

      Acto primero

      Acto segundo

      Acto tercero

 

 

 

     

      DON LORENZO, 85 años: Antonio Podestá

      DON PEDRO, 60 años: Juan Podestá

      PASCUAL, 36 años: José J. Podestá

      ELIAS, 26 años: Humberto Scotti

      LEONOR, 39 años: Herminia Mancini

      CARLOS, 23 años: José Petray

      ROSA, 20 años: Lea Coni

      MANUEL, 23 años: Pablo Podestá

      ALEJO, 28 años: Arturo Navas

      MATEA, 50 años: Esther Podestá

      CIRIACO, 24 años: Humberto Torterolo

      La acción pasa en 1899, en una chacra en los alrededores de Buenos Aires.

 

 

 

Acto primero

 

      Habitación de campo, sencillamente amueblada, en la chacra de don Pedro.

      En el fondo, a la derecha, una puerta, y en el centro una ventana con

      reja, que dan ambas sobre un patio. Puertas laterales, una a la derecha y

      otra a la izquierda, que conducen al interior de la casa. En el muro del

      fondo, una escopeta colgada de un clavo junto a la ventana. Esta está

      abierta, y por ella se ven los sembrados de la chacra, y en último término

      un chalet.

 

      Escena primera: Elías, Carlos y Leonor.

 

      [Todos de pie; agrupados a la izquierda y hablando con animación.]

 

      ELIAS

      Es inútil esperar

      que ceda con él, no hay medio

      de hacerle entender razones

      por más que nos empeñemos.

      Ya saben lo que es Pascual;

      no he visto un hombre más terco.

 

      LEONOR

      ¡Y más tonto! A mí me tiene

      cansada ya. Cuando pienso

      que por él, por sus caprichos,

      llevo la vida que llevo,

      encerrada en esta chacra

      que para mí es un destierro,

      me dan ganas de romper

      con todo, sin miramientos

      de ninguna clase.

 

      CARLOS

      Es claro.

 

      ELIAS

      El caso es que nos tenemos

      que aguantar; pues él dirige

      y manda aquí, con el cuento

      de que el hermano mayor

      tiene todos los derechos.

      A todo cuanto le dicen,

      opone el gran argumento

      de que hay en nuestra familia

      una mancha, que debemos

      ocultar como él lo entiende

      haciendo vida de presos;

      para que nadie se fije

      en nosotros y ande luego

      la historia de boca en boca

      y nos marquen con el dedo.

 

      LEONOR

      Esa no es razón.

 

      CARLOS

      Es claro.

 

      LEONOR

      Eso no es más que un pretexto.

      Lo que es a mí no me importa

      lo que digan, ni me creo

      obligada a pagar culpas

      de nadie.

 

      CARLOS

      Claro.

 

      LEONOR

      ¡Y tan luego

      por Rosa, que puede ser

      que a la fecha se esté riendo

      de nosotros! Es la niña

      como para hacerle duelo.

 

      CARLOS

      Naturalmente.

 

      LEONOR

      Que él lo haga,

      si es su gusto yo no quiero,

      y desde hoy en adelante,

      lo que es Pascual... les prometo

      que no le he de sufrir más

      sus caprichos.

 

      CARLOS

      Por supuesto.

 

      ELIAS

      ¿Y qué harás? O mejor dicho,

      todos nosotros, ¿qué haremos?

 

      LEONOR

      Irnos. La chacra dichosa

      me tiene hasta aquí. [La frente.]

 

      ELIAS

      Yo pienso

      lo mismo. Muy bien está

      que en paciencia la sufriésemos

      cuando no valía nada,

      y no había otro remedio.

      Pero ahora que esto vale

      un dineral...

 

      CARLOS

      ¡Ya lo creo!

      a un paso de la ciudad...

 

      ELIAS

      ¿Por qué no hemos de venderlo?

      Al fin es lo que hacen todos,

      en esta época. Es cierto

      que en la chacra hemos nacido,

      que está llena de recuerdos,

      y que en ella han enterrado

      nuestro padre y nuestro abuelo,

      muchos años de su vida

      y la savia de su cuerpo;

      pero estas cosas, si tienen

      su valor para los viejos

      no es justo que nuestro hermano

      las invoque en su provecho.

      Si Pascual fuera algún rústico,

      me explicaría su apego

      a la tierra; pero es que él

      no tiene ni ese pretexto.

      Pascual ha sido educado

      en los mejores colegios,

      como todos, y conoce

      lo que es la vida de pueblo,

      para preferir el campo

      y los bueyes.

 

      LEONOR

      Lo que veo

      es que quiere mandar siempre

      en la casa, y mantenernos

      sometidos a su santa

      voluntad.

 

      CARLOS

      Claro que es eso.

 

      LEONOR

      Pero a mí, que se despida...

      Yo me caso con Alejo

      y me voy.

 

      ELIAS

      Será si él quiere

      que te cases.

 

      LEONOR

      [Sulfurándose.] ¿Sí?, pues bueno

      sería... ¡que hagan la prueba!

 

      ELIAS

      ¡Oh! no le faltan deseos

      de impedirlo. Por milagro

      no ha levantado ya el vuelo

      tu novio. Yo, en lugar suyo,

      si me pusieran un gesto

      como el que Pascual le pone

      cada vez que viene a vernos,

      y me hablaran como a él le habla,

      te juro...

 

      LEONOR

      ¡Si es un grosero!

 

      CARLOS

      Claro.

 

      ELIAS

      Es que no le conviene

      que te cases, porque siendo

      tú soltera, siempre estamos

      en lo mismo, y no podemos

      hacer nada en lo que toca

      a intereses

      [Leonor le mira sin comprender.] Lo de menos

      sería pedir la parte

      de nuestra madre. Sí, pero

      ¿qué dirían de nosotros?

      Nos pondrían como un suelo

      nos llamarían ingratos,

      malos hijos; y el primero,

      Pascual.

 

      LEONOR

      No lo extrañaría.

 

      ELIAS

      Pero estando de por medio

      tu marido, ya las cosas

      cambiarían. El es dueño

      de exigir, cuando le plazca,

      tu parte; y estos terrenos

      tendrían que dividirse,

      o venderse.

 

      LEONOR

      Yo prefiero

      que los vendan.

 

      CARLOS

      Yo también,

      ¿Para qué diantre queremos

      la tierra? ¿Para mirarla?

 

      ELIAS

      Pues se vendería. Y luego,

      a Buenos Aires, a hacer

      otra vida.

 

      CARLOS

      A echar el resto,

      como dicen. Por mi parte,

      en cuanto caigan los pesos

      en mi poder...

 

      LEONOR

      ¿Y yo, Carlos?

      Ya verás iré a Palermo,

      en coche, y tendré modista,

      y mucama...

 

      ELIAS

      Todo eso

      depende de que te cases.

 

      LEONOR

      Pues me caso. Van a verlo,

      y muy pronto.

 

      [DON PEDRO sale por la derecha, andando lentamente, muy abatido y mirando

      al suelo y se queda de pie junto a la puerta, con la barba apoyada en la

      mano y sin ocuparse de los otros.]

      Escena 2 Elías, Carlos, Leonor y Don Pedro.

 

      CARLOS

      ¿Y esa venta

      que dices, quién la hace?

      Entiendo

      que el juez. Alejo me ha dicho

      que cuando algún heredero

      no tiene la edad...

 

      LEONOR

      Aquí,

      lo que es la edad, la tenemos

      todos, me parece. Saca

      la cuenta.

 

      ELIAS

      [Titubeando.] Sí, todos; menos...

 

      LEONOR

      ¿Menos quién?

 

      ELIAS

      Rosa.

 

      [DON PEDRO, al oír este nombre, levanta la cabeza estremecido.] LEONOR

      [Con disgusto.] ¿También

      la cuentas?

 

      ELIAS

      ¡Y qué remedio!

      Tan hermana es como todos.

 

      LEONOR

      Es que, como Rosa ha hecho

      lo que ha hecho, yo pensaba,

      con el poco entendimiento

      que Dios me ha dado, que a ella

      no le tocaría en esto

      nada, y que sería... vamos,

      como si se hubiera muerto.

 

      ELIAS

      ¡Es nuestra hermana!, ¿qué quieres?

 

      LEONOR

      ¡Linda hermana! Yo no acepto

      hermanas que me deshonran.

 

      DON PEDRO

      ¡Por Dios, hija!

 

      ELIAS

      [Con inquietud.] ¡Estaba oyendo!

 

      [Todos se vuelven vivamente.] DON PEDRO

      Siquiera por caridad

      deberías...

 

      LEONOR

      Usted es dueño

      de olvidar y perdonarla;

      lo que es yo, padre, no puedo,

      no está en mí.

 

      DON PEDRO

      La Providencia

      puede castigarte,

 

      LEONOR

      Creo

      que bastante castigada

      estoy ya sin merecerlo,

      por causa de ella.

 

      DON PEDRO

      [Tristemente.] ¡Dios sabe

      lo que estará padeciendo!

 

      [Vuelve a su actitud de abatimiento. En el mismo instante, por la ventana

      del fondo, vese llegar a PASCUAL.] LEONOR

      [Observándole con disgusto.] Ahí viene el otro. Lo mismo

      que siempre ¡tiene un empeño

      en rebajarse!

 

      ELIAS

      [Bajo.] Delante

      de él ni palabra.

 

      CARLOS

      [Llevando la uña a los dientes.] Yo ni esto.

 

 

      Escena 3 Elías, Carlos, Leonor, Don Pedro y Pascual.

 

      [PASCUAL sale por el fondo. Viste blusa de trabajo, botas y sombrero de

      paja de anchas alas. En la mano trae una azada, que deja en un rincón.]

      LEONOR

      [Con ironía.] Estás... Pareces nacido

      para peón. Yo no comprendo

      como hay personas que humillen

      su familia hasta ese extremo.

      [Le vuelve la espalda desdeñosamente.]

      PASCUAL

      Parece que no les hace

      mucha gracia el aparejo.

      Tengan paciencia. Algún día,

      cuando ustedes hayan puesto

      alfombras y cortinados,

      y hayan colgado del techo

      una araña de diez luces,

      para borrar el recuerdo

      de las lonjas de tocino

      que les velaron el sueño,

      yo también pondré a esa altura

      las prendas que les dan miedo,

      y me ajustaré de talle

      y andaré ahorcado del cuello.

      Pero ahora, todavía

      no es el caso de hacer gestos,

      porque no se limpian surcos

      de maíz -y de eso vengo-

      ni con levita de cola

      ni con galera de pelo.

 

      LEONOR

      Mira, vergüenza debieras

      tener.

 

      PASCUAL

      Yo no me avergüenzo

      de ser quien soy, ante nadie,

      y en mi casa mucho menos;

      aquí, de mi padre abajo,

      todos somos chacareros.

      Me avergonzaría, sí,

      de parecerme a... ese Alejo,

      que debe a todos los Bancos,

      y se morirá debiendo.

 

      LEONOR

      [Con rabia.] Hablas de envidia.

 

      ELIAS

      A decir

      verdad, me parece feo

      que trates a Alejo...

 

      CARLOS

      Claro

      que es feo; y más, pretendiendo

      a Leonor...

 

      PASCUAL

      Sé lo que digo;

      y al fin, a ustedes no tengo

      que darles explicaciones;

      ya saben por qué. Y volviendo

      a ese hombre, Leonor, ¿te has dado

      cuenta clara del objeto

      que le trae? ¿Estás segura

      de que es amor verdadero

      el amor que te pregona,

      y no un interés, un medio

      de arruinar a tu familia,

      haciéndote su instrumento?

 

      LEONOR

      Ni te quiero contestar

      ni a ti te importa saberlo.

      Lo que ahora viene al caso,

      lo que importa, lo que debo

      decirte, es que te equivocas

      si te crees con el derecho

      de mandarme.

 

      DON PEDRO

      Leonor, hija,

      entre hermanos...

 

      LEONOR

      Es que es tiempo

      de que sepa que también

      tengo voluntad.

 

      DON PEDRO

      Sí; pero,

      ¿a qué viene?

 

      LEONOR

      Lo he sufrido

      demasiado y ya no puedo

      consentir...

 

      PASCUAL

      [Con sorna.] Vas a casarte;

      haces bien. Tú lo has resuelto

      y basta; ¿para qué más?

      No necesitas consejos

      de nadie; no tienes padre;

      te gobiernas.

 

      LEONOR

      Me gobierno,

      sí, señor. Y si hago mal,

      a nadie le importa.

 

      PASCUAL

      [Serio y con firmeza.] Creo

      que te engañas. Nos importa,

      y mucho, porque tenemos

      el deber de no dejarte

      hacer locuras. Y luego,

      no es verdad que en tales casos

      sean libres por entero,

      las mujeres que han nacido

      honradas, y quieren serlo;

      que a ésas las encadena

      todo, hasta el propio respeto,

      y la libertad las mata,

      como a los esclavos viejos.

 

      LEONOR

      Eso a mí no me lo tienes

      que decir, porque yo pienso

      casarme como Dios manda,

      y no seguir el ejemplo

      de Rosa, tu preferida...

 

      DON PEDRO

      ¡Por Dios, Leonor!

 

      LEONOR

      Tu modelo

      de bondad, y que de buena

      tomó la calle del medio.

 

      DON PEDRO

      ¡Hija!

 

      PASCUAL

      No hables de tu hermana

      Leonor, que escupes al cielo,

      pues su culpa es culpa tuya.

 

      LEONOR

      ¡Mía! pero ¿no oyen esto

      ustedes?

 

      PASCUAL

      Niña sin madre,

      privada del bien supremo

      que borra todas las lágrimas

      con el calor de sus besos,

      en esa edad peligrosa

      de inquietudes y de anhelos,

      en que la razón no sabe

      luchar con el sentimiento,

      no halló en ti, su única hermana,

      sino frialdad y despego,

      y en vez de abrirle tus brazos

      para defenderla en ellos,

      la empujaste en la caída

      con tus desvíos de hielo.

 

      DON PEDRO

      [Dolorosanwnte.] ¡Es verdad!

 

      LEONOR

      Muy inocente

      era la niña sus hechos

      lo han probado.

 

      PASCUAL

      Todos somos

      culpables, no te lo niego,

      pero tú... tú mucho más.

      Tú sabías el secreto

      de su amor y las angustias

      de su corazón enfermo,

      y nunca fuiste capaz

      de llevar calma y consuelo

      a aquel corazón; y nunca

      cruzó por tu pensamiento

      la idea de que debías,

      por deber y por derecho,

      ampararla como madre.

 

      DON PEDRO

      Es verdad.

 

      LEONOR

      [Con irritación] Seguirte oyendo,

      sería tener paciencia

      de santo.

 

      [Se dispone a marcharse.] ELIAS

      Vámonos veo

      que aquí Pascual es el único

      que tiene voz.

 

      PASCUAL

      Lo que tengo

      es juicio.

 

      LEONOR

      Puedes hablar

      solo.

 

      [Vase por la izquierda, ELIAS y CARLOS siguen tras ella.] CARLOS

      Claro nos iremos.

 

 

      Escena 4 Don Pedro y Pascual.

 

      DON PEDRO

      Pero, tantas discusiones,

      ¿por qué son? Yo no comprendo.

 

      PASCUAL

      Ni trate de comprender,

      padre, es inútil. Dejemos

      que hay que hablar de algo más serio.

 

      DON PEDRO

      ¿De qué?

 

      PASCUAL

      ¿Se acuerda usted, padre,

      del día que es hoy?

 

      DON PEDRO

      Me acuerdo,

      sí, Pascual. Bien te lo dicen

      mi pena y mi abatimiento.

      Hoy es, sí; ¿no he de acordarme?

      Tu bien sabes sólo muerto...

 

      [Se deja caer en una silla con desaliento; luego hunde la cabeza entre las

      manos y se queda abstraído. Oyense dentro, en el fondo, ladridos de

      perros.] PASCUAL

      Tres años se cumplen hoy

      desde aquel día funesto,

      tres años hace que Rosa

      nos dejó.

 

      DON PEDRO

      ¡Parece un sueño!

 

      [Llaman a la puerta.] PASCUAL

      ¿Quién?

 

      ALEJO

      [Se asoma.] ¿Se puede?

 

      [Empuja la puerta que queda abierta, y sale a escena]

      Escena 5 Don Pedro, Pascual y Alejo.

 

      PASCUAL

      [Con manifiesto disgusto.] ¡Mal haya!

 

      ALEJO

      [Con el sombrero en la mano.] Señor don Pedro...

 

      DON PEDRO

      Muy buenas tardes.

 

      [Contesta distraído y vuelve a su cavilación.] ALEJO

      Salud,

      don Pascual.

 

      PASCUAL

      [Bruscamente.] (En qué momento viene.) Servidor.

 

      [Un momento de silencio, durante el cual ALEJO, muy incómodo, vuelve los

      ojos a todos lados, como buscando quién lo saque del paso.] ALEJO

      Pasaba

      y entré.

 

      PASCUAL

      Bien hecho.

 

      [Otra pausa.] ALEJO

      ¡Hace un tiempo

      tan hermoso! Me he venido

      en el tilbury.

 

      PASCUAL

      Bien hecho.

 

      ALEJO

      ¡Estamos tan cerca!

 

      PASCUAL

      Pues.

 

      ALEJO

      ¿Y por aquí todos buenos?

 

      PASCUAL

      Ya lo ve.

      [Empieza a impacientarse.] Según parece

      usted no puede estar quieto

      en su palomar... chalet,

      quise decir...

 

      ALEJO

      Cuando puedo,

      salgo usted ve, en el campo...

 

      PASCUAL

      Es natural, allá dentro

      cuántas veces en el día

      se dirá usted ¡estoy fresco!

      Porque, con esas paredes

      como cáscaras de huevo,

      debe ser un frigorífico

      aquello en el mes de enero.

      En cambio, lo que es ventanas

      no le faltan. ¿Más o menos,

      cuántas ventanas tendrá

      su chalet? De aquí le veo

      unas ocho para el sol,

      otras ocho para el viento,

      y otras ocho...

 

      ALEJO

      [Riendo forzadamente.] No son tantas.

 

      [Aparece LEONOR en la puerta de la izquierda. ALEJO va hacia ella con un

      suspiro de satisfacción.]

      Escena 6 Don Pedro, Pascual, Alejo y Leonor.

 

      LEONOR

      [Muy amable.] ¡Alejo, al fin viene a vernos!

 

      ALEJO

      [Le da la mano.] Leonorcita...

      No he podido,

      nunca faltan contratiempos.

 

      LEONOR

      [Con intención.] Lo vi a usted por la ventana

      del comedor. De paseo,

      ¿no es verdad? De todos modos,

      créame que le agradezco

      la visita. Usted bien sabe

      que en esta casa tenemos

      mucho gusto...

 

      PASCUAL

      [Con rabia.] ¡Mucho!

 

      ALEJO

      [Volviéndose sorprendido.] Gracias.

 

      LEONOR

      [Lanzando a su hermano una mirada de cólera.] Aquí está todo revuelto

      [Recalcando.] parece cuarto de peones.

      Venga usted allá estaremos

      mucho mejor.

 

      ALEJO

      [A los otros.] Con permiso.

 

      LEONOR

      Déjese de cumplimientos;

      ¿para qué?

 

      [Con un gesto de desdén. Vase por la izquierda. ALEJO la sigue.] PASCUAL

      (¡Lástima grande

      que estén atados los perros!)

 

      [Va a cerrar la puerta tras ellos, y vuelve al lado de su padre, que

      permanece en su actitud de abatimiento.]

      Escena 7 Don Pedro y Pascual.

 

      DON PEDRO

      ¡Tres años, tres años ya!

      ¡Tres años sin ver a mi hija!

      Dios me prueba.

 

      PASCUAL

      No se aflija;

      Rosa es buena, y volverá.

      El tiempo todo lo alcanza;

      es el mejor consejero;

      y al fin...

 

      DON PEDRO

      No, ya no la espero;

      he perdido la esperanza.

      ¡Quién sabe si no está muerta!

 

      PASCUAL

      Eso no ya se sabría.

      Verá usted el mejor día

      vendrá a llamar a esta puerta.

      [Se inclina sobre él cariñosamente.] Esas palomas que dan

      en ser más tontas que malas,

      y abriendo al viento las alas,

      detrás de un sueño se van,

      siempre, con pesar eterno,

      y con las alas caídas,

      llorosas y arrepentidas

      vuelven al hogar paterno.

      Padre, si esto sucediera,

      usted... ¿la perdonaría?

 

      DON PEDRO

      ¡Y si es mi hija! No podría

      rechazarla, aunque quisiera.

      La echaría, y el perdón

      que le negara mintiendo,

      se lo estaría ofreciendo

      a gritos mi corazón.

 

      PASCUAL

      Pues bien, padre, -y oiga en calma

      lo que le voy a decir-

      Rosa ha mandado pedir

      su perdón.

 

      DON PEDRO

      [Se pone de pie nerviosamente.] ¡Hija de mi alma!

      Pero, ¿dónde... dónde está?

      Quiero ir.

 

      PASCUAL

      Es muy distante.

 

      DON PEDRO

      No hay distancia que me espante

      quiero ir... vamos allá.

 

      [Resueltamente.] PASCUAL

      [Cerrándole el paso.] Calma, padre; si así empieza,

      si se agita de ese modo,

      no le digo...

 

      DON PEDRO

      Sí, sí, todo...

      como a un hombre, con franqueza.

      [Tratando de dominarse.] No creas, hijo. Ya estoy

      tranquilo. Mira, me siento

      [Lo hace.] otra vez; fue un mal momento,

      nada más.

 

      PASCUAL

      Rosa no es hoy

      lo que fue. La desgraciada

      está sufriendo la pena

      de su culpa, y por ser buena

      ha sido más castigada.

      Llanto, miseria, dolores,

      abandono eso le cuesta

      su locura; eso le resta

      del sueño de sus amores.

 

      DON PEDRO

      ¡Pobrecita!

 

      PASCUAL

      Y así viene.

 

      DON PEDRO

      [Levantándose a medias de la silla.] ¿Viene mi hija?

 

      PASCUAL

      Y el perdón

      que le pide en su aflicción

      bien ganado que lo tiene.

 

      DON PEDRO

      Viene... ¿cuándo?

 

      PASCUAL

      [Saca una carta.] Vea, aquí

      tengo una carta de Rosa.

 

      DON PEDRO

      Léemela.

 

      PASCUAL

      Mire que es cosa

      muy triste ¿se anima?

 

      DON PEDRO

      [Con resignación.] Sí.

      Léela, no tengas cuidado.

      Lo que a mí me mataría,

      viniendo de ella, sería

      el saber que me ha olvidado.

 

      PASCUAL

      [Lee] "Sí todavía se acuerdan de mí, ténganme lástima. He sufrido y sufro

      muchísimo, no sólo por la aflicción que me causa mi falta, sino también

      por la situación de miseria en que me encuentro, sola y desamparada, en un

      paraje desconocido. Desde que él me abandonó el invierno pasado, no he

      hecho más que rodar, viviendo casi de limosna. Ahora estoy sirviendo como

      cocinera en la casa donde me han recogido..."

      [Suspende la lectura emocionado y arruga la carta violentamente y la

      guarda.] En fin, lo que usted se puede

      figurar. Se queja, llora, nos ruega...

 

      DON PEDRO

      [Vuelve a ponerse de pie con agitación.] Iremos ahora,

      ¿quieres? Por lejos que quede.

 

      PASCUAL

      Ya vendrá.

 

      DON PEDRO

      ¿Sola? ¿Sin mí?

 

      PASCUAL

      Sola, no Manuel ha ido.

      La carta que le he leído,

      ha tiempo la recibí.

      Manuel, en ir y volver,

      podrá echar una semana.

 

      DON PEDRO

      Pero, ¿viene?

 

      PASCUAL

      Sí, mañana...

      hoy tal vez...

      [Va a la puerta del fondo, observa hacia la derecha y vuelve.] Vamos a ver

 

      y si dentro de un momento

      llegara, usted, ¿que diría?

 

      DON PEDRO

      Hijo, yo...

      [Quiere lanzarse al fondo, y se detiene viendo a PASCUAL sonreír.] La

      esperaría

      tranquilo. ¿Crees que te miento?

      [Vuelve a sentarse.] Sí, señor. ¿Qué te has pensado?

      ¿que no me voy a enojar

      con ella? ¿qué aquí va a entrar,

      después de lo que ha pasado

      por más amor que le tenga,

      sin un reto soberano?

      Te juro...

 

      PASCUAL

      No jure en vano;

      ya veremos cuando venga.

      [MANUEL se presenta en la puerta del fondo, se quita respetuosamente el

      sombrero, y espera de pie en el dintel. PASCUAL lo ve.] O más bien, cuando

      la vea,

      porque venir, ya ha venido.

 

      DON PEDRO

      ¡Cómo!

 

      PASCUAL

      Manuel la ha traído

      ya está aquí.

 

      DON PEDRO

      ¡Bendito sea!

 

      PASCUAL

      Ya está en casa. Si hice mal,

      a Dios, y a mi madre apelo.

      Voy a avisar al abuelo;

      estos otros... me es igual.

 

      [Después de mirar a la izquierda, se encoge de hombros, y vase por la

      derecha.]

      Escena 8 Don Pedro y Manuel.

 

      MANUEL

      [Avanzando con timidez.] Señor, yo aquí no soy nada,

      más que un pobre recogido

      por caridad. Ni apellido

      tengo, como cosa hallada.

      Usté ha sido para mí

      un padre hasta el día de hoy,

      y le debo cuanto soy

      desde el día que nací.

 

      DON PEDRO

      [Con los ojos fijos en la puerta del fondo, y afectando serenidad.] ¿Y

      Rosa?

 

      MANUEL

      Sé que me estima,

      don Pedro, y disculpará

      mi atrevimiento...

 

      DON PEDRO

      ¿No va

      a entrar?

 

      MANUEL

      Es que no se anima.

      La pobre está de afligida...

      no sabe lo que le pasa.

      Desde que ha pisao la casa

      anda toda confundida.

      Pues, yo le vengo a pedir

      por ella... ¡Aunque a usté le sobre

      la razón, tiene la pobre

      tantas penas que sentir!

      Ya sabe que yo la quiero...

      nos hemos criao juntos... Vea,

      don Pedro, aunque más no sea

      que porque soy el primero

      que le trae su bien perdido,

      no la trate con rigor,

      para que sienta mejor

      la falta que ha cometido.

 

      [Va hacia el fondo conmovido, tiende la mano a ROSA que aguarda oculta, y

      después de empujarla suavemente hacia su padre, vase sin volver la cabeza]

 

      ESCENA 9 Don Pedro y Rosa

 

      ROSA

      [Avanza lentamente, y se deja caer de rodillas] Padre...

      [Sin alzar los ojos, DON PEDRO, dominándose a duras penas, permanece

      inmóvil, afectando serenidad. ROSA se aproxima, arrastrándose de rodillas

      y le toma las manos.] Soy muy desdichada...

      téngame lástima, padre...

      ¡Se lo pido por mi madre!

      [Le besa las manos con humildad. DON PEDRO, que ya no puede más, se pone

      de pie y la levanta frenético en sus brazos.]

      DON PEDRO

      ¡Hija! ¡mi hija idolatrada!

      [La abraza y la besa como en delirio; luego la aparta, de sí bruscamente.]

      ¡Mi Rosa! ¡Qué mala has sido!

 

      ROSA

      Perdóneme.

 

      DON PEDRO

      ¡Mala!... ¡Ingrata!

      Tu ausencia casi me mata...

      ¡las penas que he padecido!

 

      ROSA

      Padre, ¿por qué me habla así?

      Míreme... ¿ya no me quiere?

 

      DON PEDRO

      ¡Muy bien! su padre se muere

      de dolor, y ella de mí

      ni se acuerda.

      [ROSA se echa a llorar en silencio, él se aflige y la acaricia.] Si es en

      broma,

      ¡tonta! Vaya... ¿y lo has creído?

      Pero, ¿no ves que es fingido?

      ¿que el corazón se me asoma

      a los labios al hablarte,

      y que esta rudeza mía,

      es disfraz de mi alegría,

      y es ansia de perdonarte?

      Ven acá, no llores más.

      Haz cuenta que no ha pasado

      nada... que estás a mi lado,

      feliz, como tiempo atrás.

      Serás mi gloria, mi encanto;

      mi amor curará tus penas.

 

      ROSA

      Las hijas que no son buenas,

      padre, no merecen tanto.

      A mí me basta saber

      que mi padre no abandona

      a su hija, y que la perdona...

      lo demás, no puede ser.

      Yo sé muy bien que he perdido

      el puesto que aquí tenía.

 

      DON PEDRO

      No, Rosa.

 

      ROSA

      Nunca podría

      volver a ser lo que he sido.

      Nunca, padre. Me doy cuenta

      de todo. ¿Quién va a mirar

      sin desprecio en nuestro hogar,

      a la causa de su afrenta?

 

      DON PEDRO

      ¿Quién? ¿Y yo?

 

      ROSA

      Por más que hiciera,

      ¿podría ser igualada

      a mi hermana, que es honrada?

      El sitio que usted me diera

      en su mesa, serviría

      para abochornarme más.

 

      DON PEDRO

      Pero, hijita.

 

      ROSA

      Y además,

      yo no lo consentiría.

      No, padre. Mi puesto aquí,

      el que quiero, el que le pido,

      es el único en que he sido

      digna de usted y de mí.

      El de criada... En un rincón

      haré mi cama en el suelo...

      No quiero otro es el anhelo

      que traigo en mi corazón.

 

      DON PEDRO

      ¡Tú, servir!

 

      ROSA

      Para borrar

      mi pasado, y esconder

      mi rubor... y no tener

      más vergüenzas que llorar.

      Para que nadie pretenda

      mi cariño, ni me mire,

      ni me ultraje, ni retire

      la mano que yo le tienda.

      Así, humilde y resignada,

      podrá mi padre, tal vez,

      llamarme su hija otra vez

      con la frente levantada.

 

      DON PEDRO

      ¡Tú servir, pobre hija mía!

 

      [Sale por la derecha PASCUAL, seguido de DON LORENZO; éste, en actitud

      hostil, llega blandiendo en la mano trémula, su pipa de barro. DON LORENZO

      habla con marcado acento italiano, y usa aretes.]

      Escena 10 Don Pedro, Rosa, Pascual y Don Lorenzo.

 

      PASCUAL

      [A DON LORENZO, señalando a ROSA.] No lo engaño, ya lo ve

      es Rosa, Rosina.

 

      DON LORENZO

      ¿A qué

      vuelve aquí? Falta no hacía.

      No, señor. ¿Se va? ¡Se queda!

      Yo no la quiero por nada.

 

      PASCUAL

      Abuelo, si usted se enfada

      con ella...

 

      DON LORENZO

      A mí no me enreda.

 

      PASCUAL

      En su triste situación,

      da lástima.

 

      DON LORENZO

      Yo no entiendo

      de nada. ¿Qué estás haciendo?

      [A DON PEDRO.] ¡Lagrimeando! ¡Cobardón!

      [Empieza a hablar a gritos para disimular su emoción.]

      DON PEDRO

      Padre, Dios nos vuelve a Rosa.

 

      DON LORENZO

      Sí, ¿eh?

 

      PASCUAL

      No sea usted malo,

      y abrácela.

 

      DON LORENZO

      Con un palo

      la he de abrazar. ¡Linda cosa!

      se va, se pierde, camina...

      y allá queda el pobre vieco

      más triste que un árbol seco.

 

      PASCUAL

      ¿Ya no la quiere a Rosa?

      Está bien.

 

      ROSA

      [Aproximándose humildemente.] Tiene razón

      en no quererla ha dejado

      solito y abandonado,

      sin llevar su bendición,

      al pobre abuelito anciano,

      que sin ella no podía

      vivir.

 

      PASCUAL

      Y que todavía

      no puede. Dame esa mano.

      [Se interpone vivamente, toma a ROSA de la mano y la coloca delante del

      abuelo.] Dile que vienes aquí,

      buscando amparo y consuelo.

      Si los brazos del abuelo

      ya no se abren para ti,

      tendremos el sentimiento

      de echarte, que si él se obstina,

      no hay más remedio...

 

      DON LORENZO

      [A gritos, fuera de sí.] ¿A Rosina?

      ¿despedirla? ¡Sacramento!

      [Estrella la pipa en el suelo y le abre los brazos sollozando. ROSA se

      arroja en ellos.]

 

      Escena 11 Don Pedro, Rosa, Pascual, Don Lorenzo y Leonor. Luego, Elías y

      Carlos. Después, Alejo.

 

      LEONOR

      [Empuja la puerta de la izquierda y se asoma.] ¿Qué es esto?

      [Sale y observa sin comprender.] ¿Qué es lo que pasa?

      ¿Por qué gritan?

 

      DON PEDRO

      ¿No la ves?

 

      LEONOR

      [Aterrada.] ¡Rosa aquí!

 

      PASCUAL

      Sí, ella es;

      alégrate.

 

      LEONOR

      ¡Rosa en casa!

      [Quiere irse y al salir por la izquierda, encuentra a sus hermanos, que la

      detienen. ROSA, muy abochornada se aparta de su abuelo y se queda inmóvil,

      mirando al suelo.]

      PASCUAL

      [A LEONOR.] ¿Te parece mal?

 

      ELIAS

      [Al salir.] ¿Ha vuelto Rosa?

      [Bajo.] Mira, Carlos, mira.

 

      CARLOS

      ¡Diantre! ¡Parece mentira!

      Esto sí que se ha revuelto.

      [Se mantienen los tres retirados a la izquierda.]

      PASCUAL

      [Ceñudo.] A ustedes, ¿les incomoda?

      ¿Por qué ponen esas caras?

 

      LEONOR

      [Indicando a ALEJO, que sale.] Pero, Pascual, ¿no reparas?

 

      PASCUAL

      [Con ironía.] ¡Leonor, si viene a tu boda!

 

      ALEJO

      [Aparte, a LEONOR.] ¿Quién es?

 

      LEONOR

      [Turbada.] No sé... debe ser...

      ni siquiera me doy cuenta...

      Debe ser... una sirvienta

      de que me hablaron ayer.

 

      DON LORENZO

      [Mirándoles sin comprender] Es Rosina; está cambiada,

      pero es Rosina.

 

      LEONOR

      [Aparte, a ALEJO, con apresuramiento.] Le da...

      con la vejez...

 

      ALEJO

      [Lo mismo.] Sí, ya, ya...

      [Se pone a mirar a ROSA con insistencia.] (Y no es fea.)

 

      DON PEDRO

      (¡Nada! ¡Nada!

      ¡Ni siquiera un movimiento

      de piedad!)

 

      DON LORENZO

      Fíquense bien.

      Vengan aquí. ¿No me creen?

      Es Rosina..... ¡Sacramento!

      No la pueden conocer

      porque está con el pañuelo.

      [Le quita el que tiene ROSA atado en la cabeza. Los cabellos de ésta le

      caen por la espalda, y él los señala con orgullo.] Fíquense.

 

      ALEJO

      ¡Qué hermoso pelo!

 

      LEONOR

      [Mordiéndose los labios.] ¿Le parece?

 

      PASCUAL

      [Conteniendo a DON LORENZO, que quiere lanzarse hacia ellos, indignado.]

      ¿Qué va a hacer?

      [Bajo.] Espere a que se haya ido

      el otro.

 

      DON PEDRO

      (¡Dios mío! ¡Son

      implacables!)

 

      ALEJO

      (¡Con razón

      la escondían!)

 

      PASCUAL

      [Alto, con intención.] ¡Se han lucido!

      [Cambia de tono, y exclama de pronto.] Pero, ¿en qué estamos pensando?

      [Por ALEJO.] El señor quería irse...

      ha venido a despedirse;

      y nosotros... estorbando.

 

      ALEJO

      (Esto, y echarme...)

 

      LEONOR

      [Aparte, a PASCUAL, aproximándose rápidamente y con rabia.] ¡Grosero!

 

      PASCUAL

      [En el mismo tono, y aparte.] ¡Desalmada!

 

      ALEJO

      Leonorcita...

      [Tendiéndole la mano y dispuesto a marcharse.] Es verdad, tengo...

 

      LEONOR

      ¿Es visita

      de doctor?

 

      ALEJO

      Lo siento, pero...

      Me aguardan en la ciudad;

      tengo que tomar el tren.

      Que ustedes lo pasen bien.

      (Me ha gustado la verdad.)

      [Sin perder de vista a ROSA, saluda y se retira por el fondo. LEONOR,

      CARLOS y ELIAS le acompañan hasta la puerta. DON LORENZO se mueve

      nerviosamente en su sitio.]

      LEONOR

      Alejo, no nos olvide

      en nuestro destierro. Aquí

      tiene amigos.

 

      ALEJO

      Oh, por mí...

      adiós...

      [Vuelve a estrechar la mano a LEONOR, lanza una última mirada a ROSA, y

      vase. CARLOS y ELIAS le siguen hasta dejarle fuera, y vuelven.]

      PASCUAL

      [Alto, con intención de modo que lo oiga ALEJO.] Que no se descuide

      con los perros.

      [LEONOR, apenas desaparece ALEJO, se acerca furiosa a PASCUAL.]

 

      Escena 12 Don Pedro, Rosa, Pascual, Don Lorenzo, Leonor, Elías y Carlos.

 

      LEONOR

      Ya esto pasa

      de grosería. Te estás

      luciendo. ¡Si te creerás

      que eres un amo en la casa!

      Si otra vez sucede aquí

      una cosa semejante,

      aunque haya gente delante,

      te vas a acordar de mí.

 

      DON PEDRO

      ¡Por Dios Leonor!

 

      PASCUAL

      ¡Es audacia

      la tuya!

 

      LEONOR

      Es un caballero;

      hay que sacarle el sombrero.

 

      DON LORENZO

      [Con ira, a LEONOR, y acercándose a ROSA para acariciarla.] ¡Mala hermana!

 

 

      PASCUAL

      [Señalando a Rosa] La desgracia

      de esa infeliz, la ha traído

      sola y triste a nuestro lado,

      y tú, Leonor, la has mirado,

      pero no la has conocido.

      Has cerrado a la piedad

      y al cariño el alma avara,

      ¡y vienes a echarme en cara

      mis faltas de urbanidad!

      Hay sobrada diferencia

      en lo que ambos hemos hecho,

      para que tengas derecho

      de hablar con tanta insolencia.

      Para ti tal vez se llame

      grosería el ser sincero;

      pero, si he sido grosero,

      tú, Leonor, has sido infame.

 

      ELIAS

      [Alzando la voz] ¿Querías que pregonara

      en público lo que ha habido?

 

      LEONOR

      Demasiado me han salido

      los colores a la cara.

      Para nadie es un secreto

      que me caso; y exponer

      mi porvenir...

 

      ELIAS

      ¿Qué iba a hacer?

 

      PASCUAL

      ¡Por semejante sujeto!

      ¡Por un industrial de amores

      que anda olfateando dinero,

      como perro perdiguero

      azuzado de acreedores!

      ¡Por ése tanto interés

      y por Rosa, ni siquiera

      compasión!...

 

      LEONOR

      ¡Pues bueno fuera!

 

      ELIAS

      Ponte en su caso ya ves.

 

      CARLOS

      Claro.

 

      PASCUAL

      [Impaciente] Guarda tu opinión.

 

      ELIAS

      Pero hombre...

 

      PASCUAL

      [A CARLOS.] Tú no eres más

      que el eco de los demás,

      cuando no tienen razón.

      Y tú no me hagas hablar,

      Elías, que en este instante

      está mi padre delante,

      y no lo quiero olvidar.

 

      LEONOR

      Ante el hombre que ha de ser

      mi marido hoy o mañana,

      decir que tengo una hermana

      que ha faltado a su deber,

      es mucho exigirme, mucho

      mi virtud no llega a tanto.

 

      ROSA

      [Con amargura.] Dice bien.

 

      PASCUAL

      [Excitado.] Yo no me espanto

      de nada; pero te escucho,

      y dudo si estoy en mí,

      si esto es verdad o es mentira,

      y toda mi sangre... ¡Mira,

      sal, Leonor, vete de aquí!

 

      [Le señala con imperio la puerta de la izquierda.] LEONOR

      Me iré muy pronto, descuida;

      no me lo dirán dos veces...

      y del todo.

 

      PASCUAL

      No mereces

      que ninguno te lo impida.

 

      LEONOR

      [Se dirige a la izquierda.] Verás.

 

      ROSA

      No, Leonor, tú no.

      [Se aparta de su padre y de su abuelo con resolución.] Sé mi deber, y

      comprendo

      todo el mal que estoy haciendo

      quien debe irse, soy yo.

 

      LEONOR

      [Con sequedad.] Harás bien.

      [Vase.]

      DON LORENZO

      ¡Cristo!

 

      DON PEDRO

      ¡Hija mía!

      ¡Irte tú! ¡Sería horrible!

 

      [CARLOS y ELIAS vanse también por la izquierda hablando aparte con

      excitación.]

      Escena 13 Don Pedro, Rosa, Pascual y Don Lorenzo.

 

      ROSA

      Sí, padre no me es posible

      quedarme aquí un solo día.

      Me voy, es justo. Fue vana

      la ilusión que aquí me trajo...

      La miseria y el trabajo,

      ¿qué me importan?, es mi hermana.

      ¿Por qué he de unirla a mi suerte?

      Yo no quiero hacerle mal.

 

      PASCUAL

      El golpe será fatal.

      [Le señala a su padre.] para él; será la muerte.

      Si esto te es indiferente,

      puedes irte, Rosa.

 

      DON PEDRO

      [Desesperado.] ¡No!

      ¡No me dejes!

 

      DON LORENZO

      [Irguiéndose.] Digo yo,

      ¿por qué me aflique esta quente?

      ¡Se va! Tendría que ver...

      ¿Quién manda aquí? ¡Que se mueva,

      Sacramento!

      [Se le pone delante y se cruza de brazos.] ¡Que se atreva!

      [Con ademán de amenaza.] ¡Así la voy a poner!

 

 

      Escena 14 Don Pedro, Rosa, Pascual, Don Lorenzo y Manuel.

 

      MANUEL

      [Sale por el fondo, muy agitado, con el sombrero puesto.] Don Pascual,

      oiga una cosa.

 

      PASCUAL

      ¿Qué quieres?

 

      MANUEL

      [Le lleva aparte.] Oiga.

      [Le habla bajo.]

      PASCUAL

      [Con arrebato.] ¿No te engañas?

 

      MANUEL

      [Bajo.] No, si es él.

 

      PASCUAL

      (¡Aquí el seductor de Rosa!)

      [Con un movimiento rápido se apodera de la escopeta.]

      MANUEL

      Lo he visto, como lo miro

      a usté.

 

      [Se dirigen los dos al fondo.] DON PEDRO

      [Inquieto.] ¿Qué hay? ¿Adónde van?

 

      PASCUAL

      [Brusco y sombrío.] Nada, padre.

      [Vase por el fondo.]

      MANUEL

      [Con rabia.] Un gavilán,

      que anda con ganas de un tiro.

      [Vase detrás de PASCUAL.]

      Telón.

 

 

 

Acto segundo

 

      El patio de la chacra, que se prolonga a derecha e izquierda. A la

      derecha, un árbol grande, debajo del cual hay una mesa de pino, y bancos.

      Otro árbol semejante a la izquierda. A la izquierda también, la cocina,

      con puerta sobre la escena. En el fondo, la fachada de la casa, de la cual

      se ven la puerta y la ventana del acto primero, la primera, practicable, a

      la derecha, y la segunda a la izquierda. Entre la cocina y la casa, un

      espacio libre, que conduce a los terrenos sembrados.

 

      Escena 1: Matea, Ciriaco y Manuel.

 

      [Los dos primeros, sentados delante de la mesa están concluyendo de comer.

      El último está sentado a la izquierda, bajo el árbol, puntea una

      guitarra.]

 

      MATEA

      Che, Manuel, ¿por qué te has ido

      tan lejos con la guitarra?

      ¿Es por estar separao

      de los pobres?

 

      MANUEL

      No es por nada,

      ña Matea; es que me gusta

      no estorbar.

 

      MATEA

      [Con ironía.] Pues no es tan ancha

      tu persona, que no quepa de este lao.

 

      CIRIACO

      [Cesa de comer.] Déjelo.

 

      MANUEL

      Vaya,

      que a usté se le ocurren cosas...

 

      MATEA

      Parece que nos miraras

      de arriba. Te estás poniendo

      más entonao.

 

      MANUEL

      [Con sorna.] Muchas gracias

      no tomo.

 

      MATEA

      ¿Y para quién son

      las décimas? Yo, malhaya

      si me importa; pero, en fin,

      como te vas a cantarlas

      arrimao a la cocina,

      ya las tendrás dedicadas

      a alguna persona.

 

      MANUEL

      [Turbado.] ¿Yo?

 

      MATEA

      No, si he de ser yo.

 

      CIRIACO

      ¡Caráspita,

      señora! A usté, ¿qué le va

      ni le viene? ¿quién la manda

      meterse?

 

      MATEA

      Es que éste anda engreído

      hace días, y con ganas

      de que le canten el punto.

 

      CIRIACO

      Bueno, sí; ¿y usté qué saca

      con hablar?

      [Limpia el cuchillo, se escarba los dientes con él, y lo coloca luego en

      la cintura.]

 

      MATEA

      Saco que vea

      que no soy de esas que tragan

      saliva cuando las tienen

      en menos...

      [Amontona los platos.]

 

      MANUEL

      [Con calma.] Usté se engaña;

      ni he pensao.

 

      MATEA

      Otros mejores

      que aquel...

 

      CIRIACO

      [Impaciente.] ¡Dale a la matraca!

      Déjelo cada uno es dueño.

      [Saca una pipa y una bolsita con tabaco para cargarla. Al hacer esto, se

      le cae un papel de Banco, que recoge con viveza.]

 

      MATEA

      ¡Qué se ha créido! ¿Y esa plata?

      ¿de ande sale?

 

      CIRIACO

      ¿Se figura

      que la he robao?

 

      MATEA

      Encontrada

      no ha de ser; de esos papeles

      no se pierden en la chacra.

      Y como sé que ya va

      para un mes que no trabajas,

      ¿qué quieres? no se me ocurre

      de ande viene.

 

      CIRIACO

      ¿Qué le extraña?

      ¿O cree que no puede un hombre

      tener plata sin hallarla

      o robarla? ¿Qué sería

      de su ahijao, si no agenciara

      sanos pesos? ¿con qué come,

      con qué pita?

 

      MATEA

      No te falta,

      al menos lo que es comida,

      mientras esté yo en la casa.

 

      CIRIACO

      Así es usté hasta el bocao

      que como, me lo echa en cara.

      [Se levanta, balanceando el cuerpo, y se pone a fumar recostado en el

      árbol. MANUEL empieza a cantar sin preocuparse de ellos.]

 

      MANUEL

      Sobre el alero escarchao

      encontré esta madrugada

      una palomita helada

      que el viento había extraviao.

      Porque es tuya, la he cuidao

      con cariño y con desvelo,

      y la cinta color cielo

      con que venía adornada,

      al cuello la tengo atada,

      porque es cinta de tu pelo.

 

      [ROSA sale vivamente de la cocina, izquierda, con una cafetera en la mano,

      y se pone a escuchar.] ESCENA 2 Matea, Manuel y Rosa.

 

      MATEA

      [Bajo a Ciriaco.] ¿Qué te decía yo? ¿No ves?

      El Manuel no da puntada

      sin nudo.

 

      CIRIACO

      ¿Y qué se le importa a usté?

      [Observa de reojo a ROSA; luego se va a la derecha, hacia el fondo, y allí

      se queda, después de buscar algo en uno de sus bolsillos.]

 

      MATEA

      Más claro, echarle agua.

      [Toma los platos, y vase con ellos por la izquierda, entrando a la

      cocina.]

 

      ESCENA 3 Ciriaco, Manuel y Rosa.

 

      MANUEL

      [Sigue cantando, sin ver a Rosa.] Triste está la palomita,

      ausente de la querencia,

      y yo sé que el mal de ausencia

      es un mal que no se quita.

      No hay más remedio mi hijita,

      para curar su aflicción,

      que pagarme la pasión

      con que siempre te he querido,

      y que hagan juntas el nido

      las dos en mi corazón.

 

      ROSA

      [Emocionada.] ¿Quién te ha enseñado esas décimas,

      Manuel?

 

      MANUEL

      [Turbado.] ¿Por qué ¿No le agradan?

      [Se levanta y va a dejar la guitarra sobre la mesa.]

 

      ROSA

      A mí, sí; me gustan mucho.

      ¡Y luego, como las cantas

      con tanta expresión!

 

      MANUEL

      Pues vea

      Rosita, yo ni pensaba...

      Como es domingo, agarré

      la guitarra, por probarla,

      y me acordé sin querer

      de unos versos que cantaba

      un pobre que no tenía

      más bienes que la esperanza.

      Cuando canta y cuando toca,

      uno a veces se entusiasma,

      y van saliendo de adentro

      todas las penas guardadas,

      y en las cuerdas poco a poco,

      se le va enredando el alma.

 

      ROSA

      Es muy triste no tener

      familia.

 

      MANUEL

      Lo que me falta

      por ese lao, no lo siento,

      créame. Si fue tan mala

      mi madre, que me echó al mundo

      para tirarme a una zanja,

      como no puedo quererla,

      no tengo por qué extrañarla...

      y allá arriba hay para todos

      una madre que no cambia.

      [Con animación.] Otras penas son las mías

      de esas que uno se las guarda,

      porque no hay en este mundo

      remedio para curarlas.

 

      ROSA

      ¿Tienes penas, y no puedo

      yo saberlas? Soy tu hermana

      casi... hasta puedo decir

      que tengo derecho. Me hablas

      como si yo nada fuera

      para ti, como a una extraña.

      Haces mal. ¿A quién mejor

      podrías comunicarlas

      que a mí, que sé comprenderlas,

      Manuel, porque tengo tantas?

 

      MANUEL

      [Reaccionando.] No haga caso de locuras,

      Rosita. Yo soy un maula;

      me estoy quejando de vicio...

      Cuando el hombre no trabaja,

      cavila, y por cualquier cosa

      se pone triste, y acaba

      por creer que son verdaderas

      las penas imaginarias.

      No se detenga por mí;

      la están esperando vaya.

 

      ROSA

      Bueno; pero vas a hacerme

      un favor. Luego o mañana

      vas a enseñarme las décimas.

 

      MANUEL

      [Con desaliento.] ¿Para qué?

 

      ROSA

      [Con intención.] Para copiarlas,

      y sacar de ellas, si puedo,

      el secreto que me callas.

      No digas que no; hay cosas

      que se salen a la cara,

      y yo adivino tus penas

      por las mías.

 

      [Se aleja por el fondo. CIRIACO, sigilosamente, cruza la escena y le corta

      el paso.]

 

      MANUEL

      [Para sí.] ¡Qué desgracia,

      [Oprimiéndose el corazón.] que tenga el hombre acá adentro

      este bruto que lo manda!

 

      [Se queda triste y cabizbajo.]

 

      CIRIACO

      [Bajo a ROSA.] Oigame.

 

      ROSA

      ¿Querías algo, Ciriaco?

 

      CIRIACO

      [Con misterio.] Tengo una carta para usté.

 

      [Busca en un bolsillo. Manuel levanta la cabeza y presta atención.]

 

      ROSA

      [Con asombro.] ¡Carta! ¿Y de quién?

 

      CIRIACO

      De una persona... Faltaba

      que se me hubiera perdido.

      [Sigue buscando.]

 

      ROSA

      ¡Carta a mí! ¿Cosa más rara?

      ¿Quién puede escribirme aquí?

 

      CIRIACO

      Yo no sé cómo se llama,

      ni quién es, lo que yo sé

      es que la conoce.

 

      MANUEL

      [Aproximándose.] (Este anda en algo.) ¿Por qué detienes

      a la niña?

 

      [CIRIACO le vuelve la espalda con disgusto.]

 

      ROSA

      Me avisaba que tiene...

 

      CIRIACO

      No le dé cuenta;

      ¡ni el patrón que fuera!

 

      [Deja de buscar en el bolsillo, y quiere irse.]

 

      ROSA

      Aguarda;

      ¿y la carta?

 

      CIRIACO

      [Con desabrimiento.] La he perdido.

 

      ROSA

      Búscala, que es una lástima

      que no sepa yo quién es

      la persona que la manda.

      No te olvides. Si la encuentras

      me la traes.

 

      CIRIACO

      [Con intención.] Veré de hallarla.

 

      [ROSA vase por la puerta del fondo llevando la cafetera. Apenas ella

      desaparece, MANUEL se lanza hacia CIRIACO.]

      Escena 4 Ciriaco y Manuel.

 

      MANUEL

      ¿Qué carta es ésa?

 

      CIRIACO

      ¿Te importa?

 

      MANUEL

      Sí, me importa; porque basta

      que haya pasao por tus manos

      para saber que se trata

      de una ruindad, y te juro

      que si la ofendes...

 

      CIRIACO

      ¡La facha para mandar!

      ¿Quién te ha dao autoridad?

 

      MANUEL

      ¿Quién? Las mañas que te conozco.

 

      CIRIACO

      Bien dice

      mi madrina. Si te agarra

      el viento, te va a llevar

      como a esos globos que largan

      en el pueblo. ¡Quién te ha visto,

      y quién te ve!

 

      MANUEL

      [Exaltándose.] Poco o nada,

      valgo por mí, ya lo sé;

      pero bien puede que valga

      por ellos; y te prevengo,

      Ciriaco, para tu guarda,

      que si le traes a Rosita

      algún mensaje con mala

      intención, no ha de faltar

      quién te enseñe a respetarla.

 

      CIRIACO

      [Con sorna.] ¡Vean lo que son los celos!

      Bien dicen...

 

      MANUEL

      [Fuera de sí.] Mira ¡te callas

      ahora mismo, o te rompo

      en los lomos la guitarra!

 

      [Con un gesto de amenaza y dando un paso hacia la mesa donde está la

      guitarra.]

 

      CIRIACO

      [Tanteándose el cuchillo.] Pudiendo... estaba una mosca

      en las telas de una araña.

 

      MANUEL

      [Que ha tomado la guitarra, y se vuelve.] ¡Otra cosa no merece

      quien come el pan que no gana,

      y hace daño todavía,

      y traiciona a quien le mata

      el hambre!

 

      MATEA

      [Asomándose por la izquierda al ruido de las voces.] ¿Qué es eso?

 

      PASCUAL

      [Saliendo por la derecha.] A ver,

      ¿qué es lo que hay?

 

      CIRIACO

      [Retobado.] Cosas que pasan

      cuando un hombre es mal hablao,

      y los otros no le aguantan.

 

      [Entra en la cocina junto con MATEA.]

      Escena 5 Manuel y Pascual.

 

      MANUEL

      Don Pascual, usted bien sabe

      lo que es Ciriaco...

 

      PASCUAL

      No te hagas

      tan poco favor. ¿Te piensas

      que entre tú y ese... canalla,

      podría dudar? ¡Un ebrio,

      haragán, que se levanta

      y se acuesta sin tomar

      en las manos una azada,

      por miedo de que le duelan

      la cintura o las espaldas!

      Sería no conocer

      las personas; y a Dios gracias,

      las conozco bien.

 

      MANUEL

      Ese hombre,

      don Pascual, si no lo atajan,

      es capaz...

 

      PASCUAL

      Lo sé. La culpa

      la tengo yo, que por lástima

      hasta ahora no lo he puesto

      en la calle. Que se vaya,

      es lo mejor. La madrina

      puede hacer lo que le plazca,

      irse o quedarse; pero ese

      holgazán, ése, no pasa

      del día de hoy.

 

      MANUEL

      Le aseguro

      don Pascual, que no le falta

      razón. Usted no se puede

      imaginar...

 

      PASCUAL

      Gente vaga

      ¿para qué sirve? Algún día

      tenía que ser. Mi casa

      no es refugio de compadres;

      y ahora mismo...

 

      [Se dirige a la izquierda. MANUEL se le pone adelante.]

 

      MANUEL

      Tenga calma,

      y espere unos días. Hay

      que averiguar en lo que anda,

      que no ha de ser cosa buena,

      y si usté lo echa a las malas,

      no podrá saberse. Yo,

      don Pascual, no es que me valga

      de la ocasión, ni que tenga

      ideas de ruin venganza.

      Para Ciriaco, yo solo

      basto y sobro ande me salga.

      Pero soy agradecido,

      y aunque me dé repugnancia

      hablar mal de otro, no siendo

      frente a frente y cara a cara,

      callarme en esta ocasión

      pudiera ser una causa

      de disgusto en su familia...

 

      PASCUAL

      Sí, Manuel,

      [Con ansiedad.] ¿Qué sabes? habla...

      no me ocultes...

 

      MANUEL

      Vea, yo,

      tengo mucha desconfianza

      de que Ciriaco le sirve

      de mensajero en la chacra

      a alguno de afuera.

 

      PASCUAL

      ¡Alguno

      de afuera! Tal vez... ¡Dios haga

      que sea ese miserable

      que ha costado tantas lágrimas

      a mi familia! ¡Dios quiera

      que su insolencia lo atraiga

      a ponerse donde alcancen

      mis manos a su garganta!

      Desde aquel día en que vino

      a insultar nuestra desgracia,

      paseándose ante nosotros

      orgulloso de su infamia,

      nunca por aquí lo han visto

      otra vez la suerte ingrata,

      no ha querido que se cumplan

      los sueños de mi venganza.

      Pero ahora... ¡Tiene ese hombre

      tal cinismo, tanta audacia,

      a tal punto nos desprecia,

      que es capaz de creer que basta

      su presencia para hacernos

      temblar, y que en esta casa,

      entre tantos como somos

      no hay uno que tenga un alma!

      [Transición.] Pero tú, ¿por qué sospechas?

      ¿Qué has visto? ¿De dónde sacas?

 

      MANUEL

      Ciriaco ha estao en el pueblo;

      ha venido hoy de mañana,

      con plata, que se conoce

      que le han dao; y con la caña

      que tiene adentro, aquí mismo,

      hace un rato...

 

      [Se detiene al oír la voz de LEONOR que sale con ELIAS y CARLOS por la

      puerta del fondo.]

      Escena 6 Manuel, Pascual, Leonor, Elías y Carlos.

 

      LEONOR

      Ustedes hablan

      como si tuvieran miedo.

 

      PASCUAL

      [A MANUEL imponiéndole silencio.] Aguarda.

 

      LEONOR

      ¡Pero se trata

      de mi porvenir, y a mí

      me gustan las cosas claras, Pascual!

 

      [Se dirige a él resueltamente.]

 

      PASCUAL

      [Con disgusto.] ¿Qué deseas?

 

      LEONOR

      ¿Quieres

      permitirme una palabra?

      Tenemos aquí un asunto...

 

      [Mirando a MANUEL con intención.]

 

      MANUEL

      Voy a mudarle la estaca

      al caballo.

 

      [En ademán de marcharse.]

 

      PASCUAL

      ¡No te alejes!

      Te necesito.

 

      MANUEL

      Me llama

      Cuando quiera.

 

      [Vase por el fondo, izquierda.]

 

      CARLOS

      [Bajo a ELIAS.] Este a lo menos

      sabe cuando estorba.

 

      ELIAS

      Calla.

 

 

      Escena 7 Pascual, Leonor, Elías y Carlos.

 

      [LEONOR, después de un momento de vacilación, habla a PASCUAL con cierto

      despecho. ELIAS y CARLOS se mantienen detrás lo ella atentos y

      silenciosos.]

 

      LEONOR

      Hace ya días, Pascual,

      que nosotros no cambiamos

      una palabra.

 

      PASCUAL

      [Fríamente.] Así estamos

      siquiera en paz menos mal.

 

      LEONOR

      Tú no comes en la mesa

      con nosotros; ni nos ves

      ni nos oyes. A mí me es

      igual, y no me interesa.

      Pero en ciertas situaciones

      debe ignorar un extraño

      estas cosas, que hacen daño

      a todos, por mil razones.

      Así lo entiendo, y confío

      en que tú lo entenderás

      de igual modo y cederás

      en un caso como el mío.

      Pues hoy, si me acerco a hablarte,

      es porque Alejo...

 

      PASCUAL

      No sigas;

      todo lo que de él me digas

      no hará más que condenarte.

      Por él, niegas a tu hermana,

      y eso, Leonor, no lo olvido.

 

      LEONOR

      Está muy bien. Yo he cumplido

      haz lo que te dé la gana.

 

      [Se vuelve colérica dispuesta a marcharse. ELIAS interviene.]

 

      ELIAS

      Pero hombre, no la has dejado

      terminar.

 

      CARLOS

      Claro; no deja.

 

      ELIAS

      La noticia será vieja,

      pero no se ha publicado.

      Y lo que quiere Leonor,

      es hacértela saber...

      ella cree que es un deber,

      eres su hermano mayor.

      En fin, que está decidido

      que hoy mismo vendrá a pedirla

      Alejo. Tienes que oírla,

      ya lo ves.

 

      CARLOS

      No es mal partido.

      Hoy día, un novio de veras

      no se encuentra así no más;

      y Alejo...

 

      LEONOR

      ¿Te callarás,

      tonto? Quieras o no quieras

      [Volviendo a acercarse a PASCUAL.] me caso con él y debes

      respetar a quien yo elijo,

      no por él -poco me aflijo

      de que apruebes o no apruebes

      mi elección- sino por mí,

      que soy tu hermana, y que puedo

      vanagloriarme sin miedo

      de mi conducta hasta aquí.

      Puedes tener cuanta idea

      quieras; que es un falso amigo;

      que va a casarse conmigo

      por codicia, o lo que sea.

      Pero en buena sociedad

      esa no es razón bastante

      para llevar por delante

      mi amor y mi dignidad.

      No vayas a hacer, Pascual,

      otra vez en su presencia...

 

      PASCUAL

      Pues si lo hiciera en conciencia

      creo que no haría mal.

      También me has abochornado

      llamando a Rosa "sirvienta"

      delante de él, y esa afrenta

      es él quien te la ha inspirado.

      Podría, pues, con razón,

      como pena merecida,

      decirle, cuando nos pida

      mujer para su ambición,

      que esa pobre criatura

      que por sirvienta le das,

      es tu hermana, y vale más,

      mucho más, que tu futura.

      Pero como no he de estar

      presente...

 

      ELIAS

      Precisamente

      queremos que estés presente.

 

      CARLOS

      Claro.

 

      PASCUAL

      [A LEONOR.] Te puede pesar.

      Porque si yo me encontrara

      con él en ese momento,

      lo que pienso y lo que siento

      se lo diría en su cara.

      Y luego, aún siendo en mi daño,

      yo jamás permitiría

      que viniera ese hombre un día

      a acusarme de un engaño.

      Le diría la verdad

      clara y neta sobre Rosa,

      que el orgullo es una cosa,

      y otra cosa es la lealtad.

      No me importa saber quién

      es el que pide tu mano

      hasta para el más villano

      hay que ser hombre de bien.

 

      ELIAS

      Para hacer eso es mejor

      que no intervengas.

 

      CARLOS

      Es claro.

 

      LEONOR

      [Irritada.] ¡Si es inútil!

 

      PASCUAL

      Yo no amparo

      traiciones.

 

      LEONOR

      [A ELIAS.] Hazme el favor

      de no insistir. Que haga y diga

      lo que quiera. Yo no ruego

      a nadie. Vamos.

 

      PASCUAL

      ¡Y luego

      dicen que Dios no castiga!

      Ya empiezan en tu conciencia

      a luchar el egoísmo

      y el miedo.

 

      LEONOR

      [Sin comprender.] ¿Miedo?

 

      PASCUAL

      A ese mismo

      que esperas con impaciencia.

 

      LEONOR

      ¿A Alejo?

 

      PASCUAL

      ¿Quién te asegura

      que al saber la verdad toda

      no se resiste a la boda,

      y te quedas en futura?

 

      LEONOR

      [Con apresuramiento.] ¡Como si no me quisiera

      lo bastante!...

 

      PASCUAL

      [Con ironía.] ¿Quién responde

      que ese hombre, que sabe dónde

      le aprieta el amor, no altera

      sus planes de buena gana,

      y que herencia por herencia,

      no le da la preferencia,

      por más joven a tu hermana?

 

      LEONOR

      [Trémula de ira.] Sobre todo, por honrada,

      ¿no es verdad?

 

      PASCUAL

      [Con calma.] ¿Ves cómo puedo

      afirmar que tienes miedo?

      Yo al fin no aseguro nada.

 

      ELIAS

      Pero lo supones.

 

      CARLOS

      Claro.

 

      PASCUAL

      Todo cabe en lo posible;

      este novio es muy sensible...

      y sé los bueyes con que aro.

 

      [Vase por el fondo izquierda.]

      Escena 8 Leonor, Elías y Carlos.

 

      LEONOR

      [A PASCUAL que se aleja, luego se vuelve colérica.] ¡Eres un vil!

      Para mí

      siempre ha de ser el tormento.

      ¡Y todo por ella! ¡Siento

      un ansia de huir de aquí!

 

      [Golpea el suelo con el pie, y se queda cavilando.]

 

      ELIAS

      No le hagas caso; lo que habla

      Pascual, no tiene sentido

      es que ya se ve perdido,

      y se agarra de una tabla.

      Tu matrimonio es un hecho;

      no es él quien lo ha de impedir.

 

      LEONOR

      Ni yo se lo he de sufrir;

      no tiene ningún derecho.

 

      CARLOS

      Claro.

 

      ELIAS

      Lo que importa ahora

      es aprovechar la ayuda

      de Alejo.

 

      CARLOS

      No tiene duda.

 

      ELIAS

      Ya va larga la demora;

      y tengo mucho recelo

      de que al punto a que ha llegado,

      el día menos pensado

      se venga la tierra al suelo.

      Y en tanto el tiempo se pasa,

      y es preciso apresurar

      las cosas.

 

      CARLOS

      Claro.

 

      LEONOR

      [Cavilosa siempre.] Y pensar...

      ¿Por qué habrá vuelto a esta casa?

 

      [Empieza a pasearse nerviosamente.]

 

      ELIAS

      ¿Sabes a cómo han vendido

      este domingo pasado?

      Terreno mitad bañado,

      lo más bajo del Partido,

      casi casi una laguna...

      Pues a cuarenta centavos.

 

      CARLOS

      Si así se venden los clavos,

      esto vale una fortuna.

 

      ELIAS

      Poniéndose en lo seguro,

      aquí no baja de ochenta

      la vara. Saca la cuenta.

 

      CARLOS

      Yo para cuentas soy duro.

      Pero en fin, ¿cuánto le toca

      a cada uno?

 

      ELIAS

      Partiendo

      entre cinco...

 

      CARLOS

      Yo no entiendo.

      ¿Cuánto?

 

      ELIAS

      [Riendo.] Pues... una bicoca

      veintiocho mil...

 

      CARLOS

      ¡Sacramento!

      como dice el abuelito.

 

      [Se restrega las manos muy alegre.]

 

      ELIAS

      Más o menos.

 

      CIRIACO

      [Sale bruscamente de la cocina, izquierda.] Le repito,

      señora, que sé mi cuento.

 

      [Permanece apoyado en la puerta, fumando, y atento a lo que pasa en la

      escena, sin que los demás fijen en él la atención.]

      Escena 9 Leonor, Elías, Carlos y Ciriaco.

 

      LEONOR

      [Cada vez más excitada.] ¡Oh! ¡Pascual es muy capaz...

      y el otro que va a venir!

 

      CARLOS

      ¿Oyes, Leonor? va a salir

      la parte...

 

      LEONOR

      [Impaciente.] Déjame en paz.

      [Se detiene, y vuelve a unirse a ellos.] Les juro que la echaría

      si pudiera.

 

      ELIAS

      ¿A quién?

 

      LEONOR

      ¿A quién

      ha de ser? Saben muy bien

      ustedes cuánta agonía,

      cuánta vergüenza he pasado

      por ella desde que vino...

      Ya que tomó ese camino,

      allá se hubiera quedado.

      Nadie sabría que yo

      tengo semejante hermana...

      Por mí, se iría mañana,

      mañana mismo... ¡pues no!

 

      ELIAS

      ¿Mañana?, pero si es hoy

      que Alejo...

 

      CARLOS

      Mira, ya está

      en la tranquera.

 

      [Señala a LEONOR la derecha.]

 

      LEONOR

      [A ELIAS.] Anda allá;

      recíbelo.

 

      ELIAS

      [Se dirige a la derecha.] Sí, sí, voy.

 

      CARLOS

      Yo voy también. ¡Un futuro!

      no faltaba más.

 

      [Vase detrás de ELIAS LEONOR les sigue con la mirada.]

      Escena 10 Leonor y Ciriaco.

 

      CIRIACO

      [Apenas se van los otros, se acerca con misterio.] Yo puedo

      servirla.

      [LEONOR se vuelve con recelo.] No tenga miedo,

      y tome esto, que es seguro.

 

      [Saca una carta y se la da LEONOR la toma maquinalmente y sin mirarla.]

 

      LEONOR

      ¿Una carta? ¿Es para mí?

 

      CIRIACO

      No es para usté; pero lea

      y verá. ¿No es que desea

      hacerla salir de aquí?

      Esa carta es de un fulano,

      [Con malicia.] que usté lo ha de conocer.

 

      LEONOR

      [Fijándose en el sobre.] ¡Para Rosa!

 

      CIRIACO

      [Con sorna.] Así ha de ser.

 

      LEONOR

      [Rompe el sobre y lee con avidez. Con honda satisfacción.] ¡Ah!

 

      CIRIACO

      Yo la dejo en su mano.

      Es como si la entregara,

      ¿no es cierto?

 

      LEONOR

      Sí, claro está.

      [Guarda la carta en el seno.]

      CIRIACO

      Usté luego se la da.

 

      LEONOR

      Sí, sí; bueno.

 

      CIRIACO

      Y si repara

      que está abierta, digalé

      que la abrió porque pensó

      que era suya. Lo que es yo,

      no sé leer.

 

      LEONOR

      [Distraída.] Sí, ya lo sé.

      [Vuelve a fijar toda su atención en el punto por donde espera a ALEJO, y

      se aproxima a la derecha para observar mejor.]

 

      CIRIACO

      Por lo que me dijo, saco

      que el hombre manda en Rosita...

      [Salen por la puerta del fondo DON PEDRO y DON LORENZO. Ciriaco al verlos,

      se prepara a retirarse.] Si en algo me necesita

      ya sabe, aquí está Ciriaco.

      [Vuelve a entrar en la cocina.]

 

      Escena 11 Leonor, Don Pedro, Don Lorenzo, luego, Elías, Alejo y Carlos.

 

      LEONOR

      [Sin atender a CIRIACO, y lanzándose hacia la derecha en cuya dirección

      desaparece un momento.] ¡Alejo, adelante!

 

      DON LORENZO

      [Viene fumando su pipa.] En fin,

      se casa.

 

      DON PEDRO

      Pero a disgusto

      de Pascual.

 

      DON LORENZO

      ¡Eh! si es su gusto,

      hay que decarla, Pedrín.

      La muchacha no es nacida

      de ayer, ¡qué diablos! Ya tiene

      sus treinta años.

 

      DON PEDRO

      [Le toca en el codo, señalando a los que llegan.] Allí viene.

 

      CARLOS

      [Sale el primero por la derecha, muy alegre, y corre a la puerta de la

      cocina.] Sillas, Matea; en seguida.

 

      ALEJO

      [Sale con LEONOR y ELIAS detrás de CARLOS.] Señor don Pedro... Señor,

      [Saludando a DON LORENZO.] ¿Usted siempre sano y fuerte?

 

      DON LORENZO

      ¡Eh! no me quiere la muerte.

 

      CARLOS

      Adentro hay mucho calor.

      Aquí a la sombra estaremos

      muy bien.

 

      DON LORENZO

      Por mí, más que todo,

      me gusta la aria

 

      CARLOS

      ¿De modo

      que están por que nos quedemos?

      [Sale MATEA de la cocina, atraviesa la escena y se va por la puerta del

      fondo. ROSA, un momento después, abre la ventana, y se pone a mirar desde

      allí al través de la reja.] Aquello es un horno el techo

      [A ALEJO.] de zinc... figúrese usted.

 

      ALEJO

      Ya le he dicho, tengo sed

      de aire libre.

 

      ELIAS

      Muy bien hecho.

 

      DON PEDRO

      [A ALEJO.] Como usted guste.

 

      CARLOS

      [Ap. a LEONOR.] Conviene,

      lejos de la otra.

 

      LEONOR

      [Lo mismo.] Sí,

      haces bien.

      [Echa una ojeada al fondo. ROSA ha desaparecido ya, y no se ve sino a

      Matea que vuelve trayendo algunas sillas.]

 

      CARLOS

      Matea, aquí.

      [Le indica un sitio en medio de los árboles. MATEA deja allí las sillas y

      vase a su cocina.]

 

      MATEA

      Ella trae más aquí tiene.

 

      [ROSA sale a su vez por la puerta del fondo, trayendo sillas. Se acerca

      humildemente y las deja sin ser notada retirándose en seguida. Pero a

      mitad del camino se detiene, atraída por la curiosidad, y se queda

      observando desde lejos.]

      Escena 12 Don Pedro, Don Lorenzo, Leonor, Alejo, Elías, Carlos y en el

      fondo Rosa.

 

      [Siéntanse todos en este orden DON LORENZO, DON PEDRO, ALEJO, ELIAS,

      CARLOS y LEONOR, que se mantiene alejada del grupo.]

 

      CARLOS

      Es lo mejor. El gran paso

      debe darse así, a la luz

      del sol.

 

      LEONOR

      [Bajo, abochornada.] ¡Carlos, por la cruz

      del Señor!

 

      ELIAS

      [A ALEJO.] No le haga caso.

      [A CARLOS.] ¿Te quieres callar?

 

      CARLOS

      Que diga

      si no es cierto. La cuestión

      es empezar... La ocasión

      hay que aprovecharla

      [A ALEJO, reclinándose sobre el respaldo de la silla.] siga.

 

      ALEJO

      Es muy justo. Usted, señor,

      [A DON PEDRO.] sabrá cuál es el objeto

      que me trae; no es un secreto

      para nadie amo a Leonor;

      y si usted me la concede,

      hará mi felicidad.

 

      CARLOS

      [Sin poder contenerse.] ¡Eso es hablar!, la verdad

      con Alejo no se puede.

 

      ELIAS

      [Con impaciencia.] ¿Te callarás?

 

      DON PEDRO

      El pedido

      con que usted nos favorece,

      si es leal, como parece,

      y Leonor lo ha consentido,

      puede usted estar seguro

      de que en mí no ha de encontrar

      oposición... Va a esperar,

      eso sí -no hay tanto apuro-,

      hasta mañana o pasado

      mi respuesta decisiva.

      Dueña es en definitiva

      Leonor de tomar estado

      Pero en fin, el matrimonio

      es muy serio. Hablaré a mi hija...

 

      CARLOS

      [Riendo.] ¡Oh!, por ella no se aflija...

 

      LEONOR

      [Bajo y con ira.] ¡Calla, tonto del demonio!

 

      DON LORENZO

      [Ha concluido de fumar, y golpea su pipa en la palma de la mano para

      vaciarla. Luego arroja los residuos detrás de la silla, y al hacerlo, ve a

      ROSA.] ¿Qué estás haciendo, Rosina?

      ¿Por qué no te acercas?

 

      ROSA

      [Con timidez] ¿Yo,

      señor?

 

      [Todos fijan en ella la atención.]

 

      DON LORENZO

      Señor se murió...

      Acercate aquí, camina.

      [ROSA obedece en silencio.] Mira que esto te interesa,

      Rosina.

      [Observa que todas las sillas están ocupadas.] ¿No hay un asiento

      para ella? ¡Sacramento!

      ¿Es porque sirve la mesa?

      ¿Es porque anda mal vestida

      y sin moños en el pelo?

      ¿La han de sentar en el suelo

      por eso?

 

      LEONOR

      [Levantándose sofocada.] Abuelo, ¿se olvida...

      [Señala a ALEJO.]

 

      DON LORENZO

      [Sin atenderla.] El vieco ve todavía,

      y ve lecos y ve claro...

      [Se levanta a su vez. ELIAS y CARLOS le imitan.] ¿No hay silla?, pues yo

      me paro,

      y que se siente en la mía.

 

      ELIAS

      [Aproximándose a LEONOR, bajo.] ¿Qué te parece?

 

      LEONOR

      [Lo mismo.] ¡Si es cosa

      de tirar piedras!

 

      ROSA

      [Con la vista en tierra y afligida.] Por mí,

      señor...

 

      DON LORENZO

      No hay señor aquí

      te he dicho...

 

      ALEJO

      [A DON LORENZO.] ¿Se llama Rosa?

 

      DON LORENZO

      [Bruscamente.] Sí, señor.

 

      ALEJO

      [Fijo en ella los ojos.] Nombre de flor;

      un lindo nombre.

 

      DON LORENZO

      [Halagado Y dulcificándose.] Lo mismo

      que la madre. En el bautismo,

      no hallamos otro mecor.

 

      LEONOR

      [Aparte y vivamente a ELIAS.] Por,Dios, ¡sácalo de aquí,

      me va a dar un arrebato.

 

      ELIAS

      [Lo lleva a un lado.] Oiga, abuelito,

 

      ALEJO

      (Aquí hay gato)

 

      DON LORENZO

      ¿Es algún secreto?

 

      ELIAS

      Sí.

      Venga; vamos.

 

      [Se lo lleva por la derecha y desaparecen los dos.]

 

      DON LORENZO

      Pero...

 

      ELIAS

      Escuche.

 

      CARLOS

      Y yo, ¿no puedo saber?

 

      [Vase tras ellos. DON PEDRO se levanta y permanece en su sitio

      meditabundo. ALEJO va a reunirse con LEONOR. ROSA vuelve a retirarse al

      fondo.]

      Escena 13 Don Pedro, Leonor, Alejo y Rosa.

 

      LEONOR

      Ya ve usted si hay que tener

      paciencia. Por más que luche,

      no consigo armonizar

      ni voluntades ni gustos;

      aquí todos son disgustos.

 

      ALEJO

      Es viejo hay que disculpar.

      Ya sabe usted viejo y niño...

      el pobre bien lo merece;

      y luego, según parece,

      le tiene mucho cariño.

 

      LEONOR

      [Con despecho.] ¿A Rosa?, sí.

 

      ALEJO

      Se le ve.

      Y es simpática; sería

      una buena compañía

      para nosotros.

 

      LEONOR

      [Mordiéndose los labios.] ¿Lo cree?

 

      ALEJO

      Es decir, si usted quisiera,

      porque en aquel aislamiento.

 

      LEONOR

      [Con celosa cólera.] Hay personas que al momento

      se interesan por cualquiera.

      Pero aquí, gracias a Dios,

      nada valen simpatías.

      [Cambiando de tono y hablándole confidencialmente.] Se va dentro de unos

      días...

      ¿para qué más que los dos?

      [Muy nerviosa va a buscar a ROSA y le entrega la carta.]

 

      ALEJO

      [Pensativo.] ¿Se va?

 

      LEONOR

      Me acaban de dar

      esta carta para ti.

 

      ROSA

      ¿Es la de hoy?

 

      LEONOR

      Creo que sí.

      Tú verás.

      [ROSA lee con agitación creciente y por fin se echa a llorar con

      silenciosa desesperación. LEONOR vuelve triunfante al lado de ALEJO, que

      se dispone a marcharse.] ¿Nos va a dejar?,

      ¿tan pronto?

 

      ALEJO

      [Se acerca a dar la mano a DON PEDRO.] Vendré mañana,

      a conocer mi sentencia.

 

      DON PEDRO

      Ya la oirá tenga paciencia.

 

      [PASCUAL sale en este momento por el fondo, izquierda, y al ver la

      aflicción de ROSA, se precipita hacia el grupo lanzando un grito de

      cólera.]

 

      PASCUAL

      ¿Leonor, qué has hecho a tu hermana?

 

 

      Escena 14 Don Pedro, Leonor, Alejo, Rosa y Pascual después, Manuel.

 

      ALEJO

      (Bien dije.)

 

      DON PEDRO

      [Corriendo al lado de su hija.] ¿Qué tienes?

 

      ROSA

      [Sollozando y conteniéndose.] Nada.

 

      PASCUAL

      ¿Por qué llora? ¿Por qué está

      de ese modo?

 

      LEONOR

      [Con altivez.] Ella sabrá...

      ¿qué me importa?

 

      PASCUAL

      ¡Desalmada!

      ¿No te ha bastado humillarla?

      ¿Por qué razón la atormentas?

 

      LEONOR

      No tengo que darte cuentas

      de nada.

      [Le vuelve la espalda.]

 

      ALEJO

      [Caviloso.] (Hermana... y negarla...)

 

      PASCUAL

      Rosa llora por tu culpa,

      bien lo sé, veo tu mano...

      ¡Ah! ¡Leonor!

      [Va al lado de ROSA.]

 

      ROSA

      [Se enjuga los ojos.] Déjala, hermano,

      su situación la disculpa.

      Yo no quiero que por mí

      sufra nadie.

      [MANUEL sale por el fondo izquierda y se une a PASCUAL.]

 

      LEONOR

      [A ALEJO.] Ya lo ve;

      me acusan... ni sé por qué...

      siempre me tratan así.

      Si Dios lo quiere algún día

      sabrá usted, hay cosas tales...

      no todas somos iguales...

      [Viendo que ALEJO va a marcharse.] No se vaya todavía.

      Me han culpado, y necesito

      sincerarme. Es que esta hermana...

 

      PASCUAL

      [Violentamente.] La nombra de mala gana,

      la oculta como un delito.

      Es porque tiene la calma

      de pensar, para querer,

      y esta pobre, sin saber,

      amó a un hombre, y le dio el alma.

      Si aquel hombre fue un villano,

      si no supo merecerla,

      y sólo para perderla

      mintió amor y juró en vano,

      de la infame seducción

      que manchó su vida entera,

      ella ha salvado siquiera

      la honradez del corazón.

      [MATEA sale de la cocina con una pila de platos, ya limpios, y entra con

      ellos en la casa por la puerta del fondo.] Ya le he dicho lo bastante;

      haga lo que le parezca.

      No creo que usted merezca

      sacrificio semejante.

      Pero es mi deber me cuesta

      cumplirlo, mas no me arredro.

 

      ALEJO

      [Con afectación.] Mañana, señor don Pedro,

      volveré por su respuesta.

      [A PASCUAL.] Su opinión es muy injusta

      se lo pruebo de este modo.

 

      LEONOR

      ¡Gracias!

      [Le estrecha la mano con efusión.]

 

      ALEJO

      [Después de saludar a todos, se dirige a la derecha.] (Con historia y todo

 

      lo que es la Rosa me gusta.)

      [Se vuelve una vez más para mirar a Rosa, y vase.]

 

      ESCENA 15 Don Pedro, Leonor, Rosa, Pascual y Manuel.

 

      LEONOR

      [Con sorda cólera.] (¡Ella siempre! ¡Qué destino

      el mío!)

      [A Rosa, con ironía.] ¿Te has enterado?

 

      ROSA

      Por Dios, Leonor, yo no he dado

      motivo...

 

      LEONOR

      [Con dureza.] Es un desatino

      que piense la que se aparta

      una vez de su deber,

      que ya no ha de obedecer

      al que le escribe esa carta.

      [Vase con orgulloso ademán por la puerta del fondo.]

 

      Escena 16 Don Pedro, Rosa, Pascual y Manuel.

 

      PASCUAL

      [Aturdido.] ¡La carta!

 

      MANUEL

      ¡No le decía!

 

      ROSA

      [Tendiéndole la carta a PASCUAL.] ¡Mirá cuánta es mi desgracia,

      y a dónde llega la audacia

      de ese hombre!

 

      PASCUAL

      [Que ha leído.] ¡Es mucha osadía!

      ¡Si es mentira! ¡Si no tiene

      ni la sombra de un derecho!

      ¿No le basta lo que ha hecho

      el infame? ¿por qué viene?

      Oiga, padre y tú Manuel,

      tú también que la has salvado;

      oigan esto, lo que ha osado

      escribir, que es digno de él.

      [Se pone a leer a trozos la carta, temblando de indignación.] "Eres mía,

      mía para siempre. Aunque quisieras, no podrías nunca dejar de

      pertenecerme. En un momento de locura te abandoné, acosado por mi familia.

      Hoy conozco que no puedo vivir sin ti; te necesito y te quiero. Lo pasado

      me da sobre ti todos los derechos; esos lazos no se rompen. En la primera

      ocasión propicia, iré a buscarte. Oirás mi señal, la misma de antes tres

      toques de mi silbato. Puedes salir confiada te esperaré con un caballo."

      [Con exaltación estrujando la carta.] ¡Con qué insolente desprecio

      habla aquí!

      Quiere que Rosa

      le siga, ¿no oyen? ¡Es cosa

      de reír? Su orgullo necio

      sin duda lo ha enloquecido.

      ¿No viene el vil seductor

      a buscar como un señor

      a la esclava que ha perdido?

      Sólo de pensarlo, siento

      que toda mi sangre sube

      como espesa y roja nube

      a nublarme el pensamiento.

      Y al fin llegará a cegarme,

      y como él de deshonrar,

      seré capaz de matar...

      ¡de matar o de matarme!

 

      DON PEDRO

      Hijo, cálmate ¿es razón

      que él lo diga?

 

      ROSA

      No, Pascual,

      ese cariño fatal

      ha muerto en mi corazón.

      Déjalo; que se convenza

      y se vaya. ¡Yo a su lado

      otra vez! No me ha quedado

      de ese amor sino vergüenza.

      Que venga, padre, que intente

      arrancarme de sus brazos...

      [Se abraza a DON PEDRO con exaltación.] [A PASCUAL.] Devuélvele hecha

      pedazos

      su carta, por insolente.

 

      DON PEDRO

      Sí, Rosa, nadie podrá

      separarte ya de mí,

 

      PASCUAL

      El que la trajo hasta aquí

      la respuesta llevará.

      [Se acerca a la izquierda y llama.] ¡Ciriaco!

 

      MANUEL

      Bien merecido

      lo tiene.

 

      [Sale CIRIACO por la izquierda de la cocina.]

      Escena 17 Don Pedro, Rosa, Pascual, Manuel y Ciriaco.

 

      PASCUAL

      Ya no hay paciencia...

      [A CIRIACO.] ¿Ves esto?, ¿con qué licencia

      a mi casa lo has traído?

 

      CIRIACO

      [Con rabia, buscando la mirada de MANUEL.] ¿Ya le han soplao?

 

      MANUEL

      No me escondo,

      yo he sido.

 

      PASCUAL

      Pues que te atreves

      a tanto, justo es que lleves

      la respuesta. Así respondo.

      [Rompe la carta, arroja al suelo los fragmentos, los pisotea. En seguida

      le señala la derecha.] ¡Y ahora a la calle!

 

      CIRIACO

      [Retobado.] ¿Quién?

      ¿Yo?

 

      PASCUAL

      ¡Sal!

 

      CIRIACO

      ¿Me echarán por algo?

 

      PASCUAL

      Sal, te he dicho.

 

      CIRIACO

      [Mirando a MANUEL.] Si yo salgo,

      tienen que echarlo a él también.

 

      PASCUAL

      ¿Quieres que de otra manera

      te lo diga?

 

      CIRIACO

      Yo no soy

      menos que él; y si me voy

      ha de ser...

 

      PASCUAL

      ¡Canalla! ¡afuera!

 

      [Avanza hacia él amenazador, y se le pone delante, cruzándose de brazos.

      CIRIACO retrocede, echando sigilosamente mano al mango del cuchillo DON

      PEDRO y ROSA se acercan vivamente con inquietud.]

 

      DON PEDRO

      Hijo...

 

      ROSA

      ¡Por Dios!

 

      PASCUAL

      [Sin levantar la voz] . ¿Te has creído,

      Juan Moreira de cartón,

      que un hombre de corazón

      retrocede ante un bandido?

      Déjate de compadradas,

      y vete, que de otro modo,

      harás, con cuchillo y todo

      que te saque a bofetadas.

 

      CIRIACO

      [Con un relámpago de ira.] ¿A mí?

 

      PASCUAL

      Por vil, por borracho,

      por vago, vas a la calle.

 

      CIRIACO

      [Encogiéndose, dominado y cobarde.] Por cuentos, diga.

      [Retrocede nuevamente y se vuelve a MANUEL para desahogar su rabia.] ¡Que

      te halle

      sin padrino, y verás, guacho!

 

      MANUEL

      Podría verse.

 

      [Con sombría calma, avanza un paso hacia CIRIACO. Este saca entonces

      resueltamente su cuchillo.]

 

      ROSA

      Manuel

      no te expongas.

 

      CIRIACO

      [Con rabia.] Se ha de ir...

      los dos hemos de salir,

      y el primero ha de ser él.

      Por chismoso y atrevido;

      porque aquí donde lo ven,

      éste que ni sabe a quién

      le debe el haber nacido,

      sin acordarse siquiera

      de que falta a sus patrones,

      anda en locas pretensiones

      de que Rosita lo quiera.

 

      [MANUEL mientras Ciriaco habla, ha estado conteniéndose a duras penas, y

      no bien termina, salta sobre él, con un golpe violento sobre el brazo le

      hace saltar el cuchillo, y luego, después de una corta lucha, le echa

      ambas manos al cuello para ahogarle.] MANUEL

      ¡Ah! ¡canalla! ¡tu insolencia

      no la pagas con mil vidas!

 

      PASCUAL

      [Con severidad y energía.] Manuel ¿qué es eso? ¿te olvidas

      que estás en nuestra presencia?

 

      MANUEL

      ¡Déjenme! la culpa es de él.

 

      DON PEDRO

      Pascual, impide...

 

      MANUEL

      No, no;

      déjenme.

 

      ROSA

      ¡Dios mío! yo

      te lo pido; yo, Manuel.

      Si me quieres, si es verdad

      lo que ha dicho, hazlo por mí,

      perdónalo.

 

      MANUEL

      [Ablandado de súbito.] Bueno... sí; por usté.

      [Le suelta y le da un empellón.] ¡Anda, ruindad!

      [CIRIACO retrocede tambaleando, y no pudiendo hablar, hace una cruz con

      los dedos y la besa, como si hiciera juramento mudo de vengarse. Luego se

      va por la derecha.] Si aquí no dejas el cuero,

      si hoy otra vez has nacido,

      será porque te han pedido,

      o será... porque yo quiero.

      Pero es triste compadrear

      para ponerse amarillo,

      y andar sacando el cuchillo

      para hacérselo quitar.

 

      [Vase, desdeñoso y altivo, por el fondo izquierda, en el momento en que

      aparecen, por la derecha el abuelo, CARLOS y ELIAS, y por el fondo MATEA,

      que acuden sorprendidos a ver lo que ocurre.] Telón.

 

 

 

Acto tercero

 

      La misma decoración del acto primero. Es de noche, y hay sobre una mesa

      una lámpara encendida. En un rincón del fondo, a la izquierda y apoyada en

      el muro, se encuentra la escopeta indicada en el primer acto. La puerta y

      la ventana del fondo están cerradas. Cuando se abren, vese el exterior

      iluminado vivamente por la luz de la luna.

 

      Escena 1: Pascual y Don Lorenzo.

 

      [El primero, de pie y meditabundo, en medio de la escena; el segundo,

      sentado a la derecha y luchando con el sueño.]

 

      DON LORENZO

      ¡Tengo un sueño! No está el vieco

      para estos negocios. Tanto

      van a hacer, si no se apuran,

      que me van a hallar roncando

      en la silla. Pascualín,

      ¿qué horas serán?

 

      PASCUAL

      Es temprano

      todavía, son las nueve

      más o menos.

 

      DON LORENZO

      En el campo,

      a las nueve es media noche.

      ¿Qué harán esos condenados,

      que no vuelven? Los caminos

      están buenos; los caballos

      que llevan, no son tan lerdos,

      y con la luna, está claro

      como de día... Yo haría

      el viaque de aquí a Belgrano

      con el carito y el moro,

      en media hora...

      [Observando que PASCUAL no le atiende.] Mochacho,

      ¿te estás durmiendo también?

      pues hay que aguantar, ¡qué diablo!

 

      PASCUAL

      ¡No es sueño lo que yo tengo,

      abuelo, es que estoy pensando

      en tantas cosas!

 

      DON LORENZO

      ¿Qué vas

      a remediar para el caso

      con esas cavilaciones?

      Lo mecor es poner ancho

      el lomo a la mala suerte,

      y no pensar y decarlos.

 

      PASCUAL

      Qué quiere, ¡abuelo! no puedo.

      No está en mí... ¡Si no me acabo

      de convencer todavía

      que ese hombre vil de tan bajos

      procederes, puede entrar

      en mi familia, y tengamos

      que sufrirle el parentesco

      sin derecho de negarlo!

      Y sin embargo, ya ese hombre

      no es en mi casa un extraño,

      y a estas horas ya Leonor

      sin duda se habrá casado.

 

      DON LORENZO

      A eso ha ido, y a menos

      de suceder un milagro,

      nadie sabría impedirlo.

 

      PASCUAL

      Usted lo ha visto; he luchado

      hasta el último momento

      por salvarla ha sido en vano.

      Ella misma se castiga

      con ese hombre, y pronto acaso

      la traerán aquí llorosa

      pesares v desengaños.

      Pero si bien el castigo

      es justo y es necesario,

      por tanto que nos ha hecho

      sufrir a todos, hay algo

      dentro de mí, que me duele

      cuando la veo buscando

      su desgracia, y en el fondo

      de mis recuerdos lejanos,

      miro marchar en silencio

      tras el surco del arado

      a mi noble y santa madre

      con Leonor entre los brazos,

      arrojando la semilla,

      que era el pan de mis hermanos.

 

      DON LORENZO

      ¡Eh! bastante se lo has dicho

      si le sucede algo malo,

      de nadie será la culpa

      ella se lo habrá buscado.

      ¡Ay, Pascualín, pica fuerte

      el amor a los treinta años!

 

      [Sale MANUEL por el fondo.]

      Escena 2 Pascual, Don Lorenzo y Manuel.

 

      PASCUAL

      ¿Vienen ya?

 

      MANUEL

      Me ha parecido.

      Allá por atrás del tambo

      se divisan unas luces;

      han de ser ellos.

 

      PASCUAL

      Lo raro

      sería que fuesen otros,

      porque coches no hay cuidado

      que se vean por aquí

      a estas horas. Pronto vamos

      a saberlo. No se duerma,

      abuelo; dentro de un rato

      estarán en casa. ¿Me oye?

      [Observando que DON LORENZO no les escucha.] No se duerma.

 

      DON LORENZO

      Ni pensarlo;

      ¡qué me he de dormir!

 

      [Se acomoda en su silla, y se va amodorrando hasta que el sueño le vence.

      Un momento de silencio durante el cual MANUEL, indeciso y preocupado mira

      a PASCUAL como si quisiera decirle algo.]

 

      PASCUAL

      Si quieres

      hablar conmigo...

      [Le lleva a la izquierda.] He notado

      desde que entraste...

 

      MANUEL

      Es verdad,

      don Pascual; venía a hablarlo.

 

      [Con misterio, indicando con el gesto al abuelo.]

 

      PASCUAL

      No te oirá no tengas miedo

      por él. Como está cansado,

      y es tan viejo, se ha dormido

      el pobre... Puedes hablar.

 

      MANUEL

      Pues vea, sucede un caso

      particular a los perros

      alguno les ha dao algo

      con mala intención.

 

      PASCUAL

      ¿Aquí?

 

      MANUEL

      Si no están envenenaos,

      no sé qué le diga. El cuento

      es que ahí están largo a largo,

      tendidos en la tranquera,

      y en las últimas. Temprano,

      esta tarde, le aseguro,

      no tenían nada extraño,

      y cuando entraron los coches,

      estaban buenos y sanos.

      Si han comido algún veneno,

      ha sido esta noche.

 

      PASCUAL

      [Caviloso.] Es raro.

      ¿Y no has visto si andaba alguien?

 

      MANUEL

      No, señor; y lo que es rastros,

      no hay ninguno. Pero vea,

      aquí en esto anda una mano

      que para mí no se esconde,

      por más que haga.

 

      PASCUAL

      ¿Y quién?

 

      MANUEL

      Ciriaco.

      El solamente ha podido

      arrimarse sin cuidado

      de que le ladren los perros.

      Y para hacer este daño

      y usar de esta cobardía,

      se necesita ser malo

      como él y sinvergüenza,

      como él.

 

      PASCUAL

      O estar borracho.

      Porque esa crueldad no tiene

      objeto.

 

      MANUEL

      Como lo echaron,

      habrá querido vengarse

      en los perros.

 

      PASCUAL

      O sacarlos

      del medio, ¿no te parece?

 

      MANUEL

      En eso estaba pensando.

      Puede ser que le estorbasen

      a alguno, y le habrán pagado

      para que limpie el camino.

      El que se vende sin asco

      a cualquiera, por diez pesos,

      y anda trayendo y llevando,

      es capaz de cualquier cosa.

 

      PASCUAL

      Es verdad; y en ese caso,

      ¿quién más que aquel miserable

      se lo puede haber mandado?

      ¿Quién más que él con el propósito

      de entrar en casa, y robarnos

      a Rosa?

 

      MANUEL

      [Sombrío.] ¿Que Dios lo libre!

 

      PASCUAL

      Tal vez ahora el malvado

      no está lejos de nosotros;

      ¡tal vez nos esté acechando,

      seguro de que le basta

      presentarse y ordenarlo,

      para que Rosa lo siga,

      como sigue el perro a su amo!

      [Se pasea nervioso y airado.] ¡Es tan audaz! ¡A tal punto

      ciega el orgullo insensato

      a esos tenorios de oficio

      que no han sido castigados!

      Yo no olvido no se borran

      así no más el escarnio

      y el insulto... lo que ha dicho

      lo recuerdo, y se lo guardo.

 

      [Oyese dentro, en el fondo, el ruido de los coches que llegan. ROSA viene

      enseguida por la izquierda.]

      Escena 3 Pascual, Don Lorenzo, Manuel y Rosa.

 

      ROSA

      Ahí están. ¡Pobre abuelito!

      [Se acerca a él y lo toca.]

 

      DON LORENZO

      [Despertando con sobresalto.] ¡Eh! ¿qué es eso? Me he quedado

      dormido. Lo que es ser vieco,

      ¡Sacramento! Hace diez años

      todavía era yo otro hombre...

      ¡Las noches que me he pasado

      espiando al negro Aniceto!

      ¿Se acuerdan? Aquel bellaco

      que lo único que hacía

      era cuidar el caballo,

      y que me robaba siempre

      para abastecer el rancho,

      primero, porque era gringo,

      y después porque era blanco.

      ¡Sacramento!

 

      [Salen por el fondo DON PEDRO y los recién casados; y detrás de ellos

      ELIAS y CARLOS. MANUEL se retira al fondo, y se queda meditabundo.]

      Escena 4 Pascual, Don Lorenzo, Rosa, Manuel, Don Pedro, Alejo, Leonor,

      Elías y Carlos.

 

      LEONOR

      [Al salir, esquivando a ROSA, que se dirige a ella.] No se aflijan

      por nosotros, que nos vamos

      enseguida.

 

      ROSA

      (¡Siempre mala!)

      [Se retira tristemente hacia la izquierda.]

      DON PEDRO

      Yo hasta aquí los acompaño.

 

      ELIAS

      Sí, sí, nosotros iremos

      hasta el chalet.

 

      CARLOS

      No hay cuidado

      por eso, claro.

 

      DON PEDRO

      Y después ¿cómo vuelven?

 

      ELIAS

      Está a un paso

      en cualquiera de los coches.

 

      CARLOS

      Con ofrecerle un habano

      al cochero...

 

      DON LORENZO

      Yo no iría.

      Que se vayan por su lado

      ellos. Meterse entre novios

      no conviene.

 

      PASCUAL

      [Con intención.] En este caso

      tal vez les convenga, abuelo.

      que da más sombra... o más fruta;

      y hay algunos tan cargados

      que con sólo abrir la boca

      la reparten de regalo...

      cuando no llegan primero,

      y se la comen los pájaros,

      que como pájaros suelen

      ganar a muchos de mano.

      [Se aproxima a MANUEL, y le habla aparte.]

 

      LEONOR

      [Bajo a ALEJO.] Ya empiezan las groserías;

      vámonos.

 

      ALEJO

      [Caviloso.] (¡Si habrá otro gato!)

 

      MANUEL

      Me voy a dar una vuelta

      [Aparte a PASCUAL.] esta noche no descanso

      hasta saber...

 

      PASCUAL

      [Bajo.] Y me avisas

      enseguida aquí te aguardo.

      (¡Si fuera!...)

 

      LEONOR

      Vámonos. Pobre

      abuelito...

 

      [Se dirige a ellos para despedirse, MANUEL vase por el fondo, cerrando

      tras sí la puerta.]

      Escena 5 Pascual, Don Lorenzo, Rosa, Don Pedro, Alejo, Leonor, Elías y

      Carlos.

 

      PASCUAL

      [Interponiéndose vivamente.] Los abrazos

      vendrán luego. Por lo pronto,

      y como hemos de encontrarnos

      muy pocas veces después

      de esta noche, es necesario

      que hablemos de ciertas cosas,

      como conviene, a cuñados

      [Acentuando.] que resuelven sus cuestiones

      de interés

      [A ALEJO, con rudeza.] Voy a ser franco

      con usted.

 

      LEONOR

      No es el momento,

      me parece; y si has pensado

      herirnos...

 

      PASCUAL

      No te acalores;

      no hay motivo para tanto.

      Las cuestiones de familia

      se discuten sin escándalo,

      con mucha calma y prudencia.

      [Mira a la izquierda, inquieto.]

      Rosita, hay luz en tu cuarto,

      y algo podría quemarse

      con el viento que está entrando.

 

      ROSA

      Ay, es verdad; me he venido

      apurada y no he cerrado

      la ventana.

 

      PASCUAL

      [Ceñudo.] ¿Y quién la ha abierto?

 

      ROSA

      [Con sencillez.] Yo, para mirar al patio.

 

      [Vase por la izquierda. PASCUAL la sigue con la mirada, y luego se encara

      con ALEJO.]

      Escena 6 Pascual, Don Lorenzo, Don Pedro, Alejo, Leonor, Elías y Carlos.

 

      PASCUAL

      Creo cumplir un deber

      poniendo en claro este asunto

      el llanto sobre el difunto,

      dicen, y así debe ser.

      Son siempre muy enojosas

      las cuestiones de dinero,

      porque el amor verdadero

      no se ocupa de estas cosas,

      y al casarse con Leonor,

      de fijo usted no lo ha hecho

      para invocar un derecho

      reñido con el amor.

      Pero, como hay por ahí

      malas lenguas que sostienen

      lo contrario...

 

      LEONOR

      ¿Y a qué vienen

      tus historias?

 

      ALEJO

      ¡Oh!, por mí...

 

      PASCUAL

      Muchas veces de un detalle

      depende toda la vida,

      y ante la duda sentida

      no es justo que yo me calle.

      Según dicen, es la herencia

      de mi madre...

 

      ALEJO

      Yo protesto...

 

      LEONOR

      ¿Y para que oigamos esto

      nos detienes? ¡Qué insolencia!

 

      PASCUAL

      Leonor, tienes que excusarme

      será insolencia, o capricho,

      pero hay dudas, ya lo he dicho,

      y no soy hombre de andarme

      con rodeos...

 

      LEONOR

      Lo que ganas

      es hacerte despreciar.

 

      PASCUAL

      Ni de dejarme embaucar

      por dar gusto a mis hermanas.

      ¿Qué le importa, al fin de todo

      [Con creciente ironía.] a él que tiene intenciones

      tan puras? Si hay corazones

      que se agitan en el lodo,

      que han hecho de la codicia

      el imán de sus deseos,

      y sienten, como los reos,

      el miedo de la justicia

      otros hay envanecidos

      de su nobleza y valor,

      que no tienen más temor

      que el de no ser comprendidos.

      El suyo ¿es de los primeros,

      o de los últimos? Vamos

      a saberlo.

 

      LEONOR

      Es que no estamos

      para oír...

      [Se retira impaciente hacia el fondo.]

 

      PASCUAL

      Los chacareros,

      gente positiva y ruda,

      y curada de escarmientos,

      no usamos de cumplimientos

      cuando nos pincha una duda.

 

      ALEJO

      Pero esa duda no debe

      existir... Yo me he casado

      por amor, y nunca he dado

      motivo.

 

      PASCUAL

      Cuando lo pruebe,

      lo creeré. Será muy puro

      su cariño, muy honrado,

      pero yo soy desconfiado,

      y deseo estar seguro.

 

      ELIAS

      Tiempo sobra ya tendrás

      ocasión...

 

      CARLOS

      Claro no puedes

      ahora...

 

      PASCUAL

      No es con ustedes;

      es por él. Por lo demás,

      es un caso de conciencia

      para mí.

 

      LEONOR

      [Nerviosa.] Pero, ¿hasta cuándo?...

 

      PASCUAL

      Calma, ya vamos llegando,

      al final tengan paciencia.

 

      [Una pausa. ROSA vuelve a salir por la izquierda y se queda escuchando

      junto a la puerta.]

      Escena 7 Pascual, Don Lorenzo, Don Pedro, Alejo, Leonor, Elías, Carlos y

      Rosa.

 

      PASCUAL

      [A ALEJO.] La primera reja de arado,

      que removió estos terrenos,

      que hoy son nuestros y no ajenos,

      porque Dios nos ha ayudado,

      la dio él, la dio este anciano

      [Por DON LORENZO.] que aún nos conserva el cielo

      él hizo fecundo suelo,

      abrió el surco, y echó el grano.

      Por su trabajo tenaz,

      por su esfuerzo infatigable,

      tuvo el hogar miserable,

      contento, abundacia y paz.

 

      LEONOR

      [Aproximándose otra vez.] Será muy lindo tu cuento

      pero ahora, ¿quién soporta?

 

      CARLOS

      Es claro.

 

      LEONOR

      A nadie le importa.

 

      DON LORENZO

      [Inquietándose.] Es que es verdad, ¡Sacramento!

 

      PASCUAL

      Cuando mi padre compró

      la tierra, su eterno sueño,

      y pudo llamarse dueño

      de la casa en que nació,

      hizo de aquella memoria,

      y por cariño y respeto,

      cumplió el anhelo secreto,

      de mi madre que esté en gloria.

 

      DON LORENZO

      Era una santa muquer,

      y me quería, y en fin,

      hicos, no hay más, que Pedrín...

      Le hice el gusto, ¿qué iba a hacer?

 

      DON PEDRO

      [Abstraído hasta entonces, ha ido interesándose poco a poco en lo que se

      habla.] La pobre tuvo el consuelo

      de verlo.

 

      PASCUAL

      Y tan es así,

      que esta chacra, y todo aquí,

      está a nombre del abuelo.

 

      ELIAS

      [Sin poder contenerse.] No puede ser.

 

      CARLOS

      [Lo mismo] Claro.

 

      DON LORENZO

      Cómo

      que no puede ¡Sacramento!

 

      CARLOS

      Se me ha cortado el aliento,

      [Bajo a ELIAS.] ¿y a ti?

 

      ELIAS

      [Lo mismo.] Tengamos aplomo.

 

      PASCUAL

      [A ALEJO, que está cabizbajo.] No vendrá a nuestro poder

      la chacra por consiguiente,

      sino en el orden siguiente

      cuando llegue a suceder

      tiene que morir primero

      nuestro abuelo el propietario,

      y después es necesario

      que se muera su heredero.

      Es cosa de echarse atrás

      el más heroico pariente

      porque usted ve, tanta gente

      no se muere así no más.

 

      ALEJO

      (¡Y para esto me he casado!)

 

      LEONOR

      ¡Esa es otra grosería

      como tuya!

 

      PASCUAL

      [Con sorna.] Se diría

      que el cuento no le ha gustado.

 

      DON LORENZO

      No es cuento yo la firmé

      la compra.

 

      PASCUAL

      Leonor no tiene

      nada. Conque, si usted viene

      por herencias, échele

      un galgo al caudal soñado,

      y resígnese, y no olvide

      la lección.

 

      LEONOR

      El nada pide,

      nada, ¿qué te has figurado?

      El tiene más corazón

      que tú, y piensa de otro modo,

      ¿entiendes? y, sobre todo,

      tiene más educación.

      Pero al fin llega un momento

      en que el mejor educado

      no se calla...

 

      CARLOS

      (¡Me han fumado!)

 

      LEONOR

      Y vas a quedar contento,

      Vas a oír. Háblale, Alejo,

      como él lo merece, claro

      y sin vueltas; ya el reparo

      es inútil.

 

      ELIAS

      (¡Y que el viejo nos embrome!...)

 

      [El y CARLOS se han separado del grupo, y se mantienen cavilosos en el

      fondo. ALEJO mira al suelo y medita.]

 

      LEONOR

      [A ALEJO.] ¡Dile!

 

      ALEJO

      [Levantando la cabeza con disgusto.] ¿Yo?

      ¿para qué?

 

      LEONOR

      Soy tu mujer...

      Hazle sentir, hazle ver

      que sólo el cariño...

 

      ALEJO

      [Con desaliento.] No.

      Sería indigno de mí

      defender mis sentimientos...

      (Ay, Señor, qué malos vientos

      me trajeron por aquí!)

      Que crea que piense mal;

      mi conciencia...

 

      PASCUAL

      Tiene cara

      de eso.

 

      ALEJO

      (¡Si al menos llevara

      la otra!)

      [Mirando de reojo a ROSA.]

      LEONOR

      [Furiosa.] Mira, Pascual,

      si por propia dignidad

      él no quiere defenderse,

      porque sería ponerse

      al nivel de tu ruindad,

      yo te digo por los dos

      que por grosero y por necio

      sólo mereces desprecio.

 

      DON PEDRO

      ¡Hija!

 

      LEONOR

      ¡Pronto!, vámonos.

      [Toma el brazo de ALEJO y le arrastra hacia el fondo, y ya en la puerta,

      se vuelve por última vez.] Adiós, padre; adiós, abuelo;

      será hasta que Dios lo quiera.

      [Vase rápidamente con su marido.]

 

      Escena 8 Pascual, Don Lorenzo, Don Pedro, Elías, Carlos y Rosa.

 

      ROSA

      ¡No me ha mirado siquiera,

      qué mala!

 

      PASCUAL

      El va de duelo,

      y ella... En fin, es el castigo;

      no puede darse una pena

      más dura que la cadena

      que los dos llevan consigo.

 

      DON PEDRO

      ¡Pobre mi hija!, ¡lo que tiene

      que sufrir!

 

      DON LORENZO

      ¡Eh! no hay que hacer...

 

      PASCUAL

      [A ELIAS y CARLOS.] ¿Y ustedes? vamos a ver,

      ¿qué esperan?, ¿qué los detiene?

      ¿no van con ellos?

 

      ELIAS

      Sí, sí...

      es que nos han aturdido

      con la discusión.

 

      PASCUAL

      ¿O ha sido

      el desengaño?

 

      CARLOS

      Por mí...

      ¡qué ocurrencia!, ni que fuera

      uno...

 

      ELIAS

      [Disgustado.] Deja. Vamos, Carlos,

      tenemos que acompañarlos.

 

      CARLOS

      Claro por cumplir siquiera.

      [Se dirigen al fondo tristemente.]

 

      PASCUAL

      [Yendo tras ellos.] Tengo que advertirles esto

      a los dos desde mañana,

      aquí cada cual se gana

      la vida; yo lo he dispuesto.

      Y espero que no lo tomen

      a mal, es bueno que acaben

      las holganzas. Ya lo saben

      si no trabajan, no comen.

 

      [Vuelve a su sitio. DON PEDRO y DON LORENZO contemplan la escena

      suspirando. CARLOS y ELIAS se van por el fondo discutiendo entre sí con

      grandes ademanes de indignación y protesta.]

      Escena 9 Pascual, Don Lorenzo, Don Pedro y Rosa.

 

      DON LORENZO

      Lo merecen, sí.

 

      PASCUAL

      Muy caro

      les va a costar lo que han hecho.

 

      DON PEDRO

      ¡Bien lo sienten!

 

      ELIAS

      [Dentro, gritando.] No hay derecho.

 

      CARLOS

      [Lo mismo.] Es claro.

 

      ELIAS

      [Lo mismo.] ¡El no manda!

 

      CARLOS

      [Lo mismo.] ¡Claro!

 

      DON PEDRO

      [Con inquietud.] ¿Qué dicen?

 

      PASCUAL

      Van disputando...

      el golpe ha sido tremendo.

      [Con súbito abatimiento.] Padre, yo me estoy riendo,

      y debiera estar llorando.

      Esto ya no tiene vuelta;

      todo lo que hoy ha pasado,

      es el hogar destrozado,

      es la familia disuelta.

      ¡Cómo ha de ser!

      [Oyese el ruido de los coches que parten. DON PEDRO se enjuga los ojos en

      silencio. ROSA corre a la ventana y la entreabre para verlos.] Bueno,

      ahora

      a descansar es preciso.

 

      DON LORENZO

      Pues, hico, con tu permiso,

      voy a dormir.

 

      PASCUAL

      [Observando a su padre.] ¿Por qué llora?

      Nos queda la más querida,

      Rosa, que es nuestro consuelo.

 

      DON PEDRO

      ¡Es verdad!

 

      PASCUAL

      Vayan, abuelo,

      vayan que yo iré en seguida.

 

      [Vanse DON LORENZO y DON PEDRO por la derecha.]

      Escena 10 Pascual y Rosa.

 

      PASCUAL

      Rosa, cierra esa ventana,

      y escúchame.

      [ROSA obedece.] No es la hora

      muy a propósito, pero

      ¿qué quieres?

 

      ROSA

      Tiempo me sobra

      para dormir; habla.

 

      PASCUAL

      El caso

      es que para hablarte a solas,

      no he tenido hoy un momento

      con los lances de la boda.

      Quiero soltar de una vez

      este peso que me ahoga.

 

      ROSA

      Habla, Pascual.

 

      PASCUAL

      Hoy es día,

      para mí, de ver las cosas,

      como las ve el pensamiento

      que está lleno de zozobras.

      Tal vez te ofendan mis dudas,

      pero ante mí se amontonan

      tantas visiones sombrías

      y sufro penas tan hondas,

      que bien pueden disculparse

      las sospechas que me acosan.

 

      ROSA

      ¡Sospechas!, ¿de quién?, ¿de mí?

 

      PASCUAL

      De ti, sí, Rosa, y perdona

      si hiero tus sentimientos

      y te hago sufrir.

 

      ROSA

      No importa,

      dime lo que quieras.

 

      PASCUAL

      ¿Nada

      me ocultarás?

 

      ROSA

      Nada ahora

      menos que nunca.

 

      PASCUAL

      Pues bien

      ¿por qué de una vez no arrojas

      de tu alma, esa tristeza

      incesante que te agobia?

      Cuando en la casa te miro

      vagando como una sombra,

      siempre humilde y resignada,

      solitaria y silenciosa,

      sin que pueda remediarlo

      me asaltan ideas locas.

      Me figuro que el pasado

      se levanta en tu memoria,

      que suspiras por la ausencia

      del autor de tu deshonra.

      [Exaltándose.] que lo quieres todavía...

      que no es cierto que esté rota

      la cadena que te ataba

      al infame... ¡que aún lloras

      por él, y que si viniera,

      irías como una tonta

      a vivir envilecida

      otra vez!

 

      ROSA

      [Con energía.] ¡No! Te equivocas.

      Eso que piensas de mí,

      no es verdad. La pobre Rosa

      de otros días, la ignorante,

      la inocente soñadora,

      ésa, Pascual, ya no existe;

      no lo creas, no estoy loca.

      Yo no puedo amar a ese hombre,

      que ha destruído una tras otra

      mis ilusiones de niña

      con su vida licenciosa

      para abandonarme luego

      como un juguete que estorba.

      Sería ya no tener

      vergüenza. Lo que desdora,

      lo que afrenta, no se olvida

      jamás, por lo que abochorna,

      pero una cosa es la mancha

      de infamia, que no se borra,

      y otra cosa es el amor,

      que muere cuando se enloda.

 

      PASCUAL

      Y entonces, ¿por qué estás triste?

      ¿por qué en silencio te gozas

      en sufrir? ¿por qué no vences

      esa pena que devora

      tu juventud? Con veinte años,

      como tú, no se abandona

      una mujer, ni se entrega

      al desaliento. Las hojas

      que caen del árbol marchitas,

      cuando la helada las toca,

      sobre la rama desnuda,

      cada año de nuevo brotan.

      ¿Por qué el corazón sería

      menos que el árbol? Por honda

      que sea la herida abierta,

      el corazón no se agota,

      y surge tarde o temprano

      la vida de que rebosa,

      y un nuevo amor se levanta

      con fuerza avasalladora,

      y otra ilusión tiende al viento

      sus alas de mariposa.

      Si no te liga al pasado

      nada ya, ¿por qué te inmolas?

 

      ROSA

      Padecer es mi destino;

      ¿qué quieres que te responda?

      Fui mala, y estoy pagando

      mi deuda.

 

      PASCUAL

      Mi pobre Rosa,

      con sacrificios inútiles

      la vida no se conforma.

      Tú puedes ser todavía

      feliz, llamarte la esposa

      de un hombre honrado que tenga

      ambición para ti sola.

      Alguien hay cerca de ti

      que otra dicha no ambiciona...

      Manuel te quiere.

 

      ROSA

      [Con un estremecimiento.] ¡Manuel!

      [Una pausa; luego con tristeza y suspirando.] Yo no puedo ser dichosa.

 

      [MANUEL empuja la puerta del fondo y sale a la escena. ROSA se retira a la

      izquierda.]

      Escena 11 Pascual, Rosa y Manuel.

 

      PASCUAL

      [Saliéndole al encuentro.] ¿Nada has visto?

 

      MANUEL

      No, señor.

      [Mirando a ROSA con inquietud.] Pero me han dicho...

 

      PASCUAL

      No importa

      que ella lo sepa.

 

      MANUEL

      Me han dicho

      los cocheros, una cosa

      que me ha dejao cavilando.

      Allá en el bajo, ande dobla

      el camino, y junto a un cerco

      muy tupido que hace sombra,

      han visto un coche parao

      y sin luces. Con la historia

      del apuro que tenían

      por llegar, pusieron poca

      atención; pero uno de ellos

      alcanzó a ver dos personas

      que corriendo se escondían

      atrás del coche.

 

      PASCUAL

      ¿Oyes, Rosa?

 

      ROSA

      Sí, Pascual.

 

      PASCUAL

      ¿Y si viniera?

 

      ROSA

      ¿Quién?

 

      PASCUAL

      Ese hombre. Acaso forja

      mi imaginación peligros

      que no existen, pero ¿ignoras

      lo que pasa?

 

      ROSA

      No sé nada.

 

      PASCUAL

      Una mano misteriosa

      ha envenenado los perros

      esta noche. Los que roban,

      los que asaltan se abren paso

      suprimiendo lo que estorba.

      ¿Quién nos dice que él no ha sido?

      ¿que esta maldad no es la obra

      de la traición que prepara

      su camino? Esta es la hora

      de la soledad tranquila

      en que los cuerpos reposan

      fatigados del trabajo

      que ha empezado con la aurora.

      ¿Qué mejor para sorpresas?

      No hay nada que se le oponga;

      los pobres perros no pueden

      dar la alarma acusadora.

 

      MANUEL

      Es la verdad bien pudiera...

 

      PASCUAL

      Además, cree que estás pronta

      a seguirle, si él lo manda

      y que le basta y le sobra

      con querer, para imponerte,

      su voluntad caprichosa.

 

      ROSA

      [Estremecida.] ¡Oh! si viniera...

 

      PASCUAL

      Ya ves

      que es posible. A mí me toca

      velar a todos el sueño

      tú velarás por la honra.

      [Se dirige a la derecha. ROSA le detiene.]

 

      ROSA

      Pascual, ¿dudas todavía,

      no es verdad? Por la memoria

      de mi madre, te lo juro;

      si ese hombre viene, si logra

      llegar hasta mí y no tengo

      a nadie que me socorra,

      tendrá que llevarme muerta;

      viva, ¡nunca! ¡ni a la gloria!

      ¿Y sabes por qué, Pascual?

      Porque hay un abismo ahora

      entre él y yo; porque he dado

      a otro amor el alma toda,

      y sería muy infame,

      o tendría que estar loca,

      si al amor que regenera

      prefiriese el que deshonra.

 

      PASCUAL

      [Con alegría.] ¿Quieres a otro? ¿me has dicho

      que quieres a otro, Rosa?

 

      ROSA

      [Resueltamente.] Sí, Pascual.

 

      PASCUAL

      ¿A Manuel?

 

      ROSA

      Sí.

 

      PASCUAL

      ¡Gracias a Dios! Eso borra

      de mi espíritu angustiado

      la última duda. No invoca

      el recuerdo de una madre,

      ni se ampara con su sombra,

      sino un amor noble y puro.

      La elección que has hecho colma

      mis esperanzas. Que venga

      ese hombre. Te dejo sola

      con Manuel. No hay en el mundo

      otro hombre, que yo conozca,

      más digno de ti; y el hielo

      es preciso que se rompa.

 

      [Vase por la derecha. ROSA y MANUEL turbados e inquietos, se mantienen

      lejos el uno del otro, sin atreverse a mirarse.]

      Escena 12 Rosa y Manuel.

 

      MANUEL

      [Con timidez.] ¿Es verdad?

 

      ROSA

      Ya lo has oído.

      Yo no sé con qué derecho

      puedo amar... pero en mi pecho

      un nuevo amor ha nacido.

      [Se van aproximando el uno al otro.] Mi corazón no ha podido

      callar más, ¿y a qué ocultarlo?

      No es delito confesarlo,

      y tengo, en caso de serlo,

      a ti para comprenderlo,

      y a Dios para perdonarlo.

 

      MANUEL

      ¿Usté... me quiere?

 

      ROSA

      Aquel día

      que a mi padre me trajiste,

      y vi en tu mirada triste

      la pena que yo sentía,

      te entraste en el alma mía

      tan de golpe, que olvidada

      de mi desdicha pasada,

      llegué a creer que en el camino

      la sombra de mi destino

      se iba quedando borrada.

      Desde entonces he vivido

      llorando el mal sin remedio,

      que no nos deja otro medio,

      que la ausencia y el olvido,

      para salvar redimido,

      y puro y digno siquiera,

      este amor que nada espera,

      y a nada puede aspirar,

      como no sea a llenar

      de ilusión la vida entera.

      Muy tarde se ha revelado,

      por desgracia, tu cariño.

 

      MANUEL

      Yo la quise desde niño...

      [Trémulo de emoción.] ¡siempre! ¡siempre!

 

      ROSA

      ¡Y lo has callado!

      Tu amor me hubiera salvado,

      como el otro me ha perdido,

      que el amor que no hace el nido

      mirando al hogar paterno,

      sólo deja llanto eterno

      cuando se ha desvanecido.

 

      MANUEL

      Me callé, porque tenía

      miedo de espantar mi sueño;

      yo no podía ser dueño

      de prenda de su valía.

      En sueños, la fantasía

      se sube al cielo, y lo toca;

      pero la esperanza loca

      que siente su presunción,

      no sale del corazón

      para asomarse a la boca.

      ¿Qué era yo, pobre ignorante,

      sin familia ni apellido

      para aspirar, atrevido,

      a su cariño de amante?

      La miraba tan distante

      de mi pasión desdichada,

      que no podía hallar nada,

      en mis ansias de ternura,

      que me subiese a la altura

      donde estaba colocada.

      Después... ¡lo quiso la suerte!

      con rabia de mi impotencia

      lloré el dolor de la ausencia,

      "¡Quiera Dios que no despierte!",

      cada noche me decía,

      y cuando apuntaba el día,

      la luz me desesperaba,

      porque la luz me alumbraba

      el alma en que usted vivía.

      Una y mil veces bendigo

      su desgracia y mi tormento,

      que han mezclado el sufrimiento

      para juntarla conmigo.

      Como a mi Dios se lo digo,

      hoy que puedo merecerla

      yo nací para quererla,

      para usté sola. Privao

      de madre, tengo sobrao

      corazón ande ponerla.

 

      ROSA

      ¡Ay! ¡Manuel! Es que al hacerte

      la confesión de este amor,

      el sacrificio mayor

      de todos voy a imponerte.

      Eres hombre, y serás fuerte;

      separémonos... ¿qué hacer?

      Ni yo tuya puedo ser,

      ni tú vivir a mi lado.

 

      MANUEL

      Eso es matarme.

 

      ROSA

      ¿Has pensado

      en lo que he sido hasta ayer?

      Yo no soy de esas mujeres

      que pueden honrar a un hombre.

 

      MANUEL

      Yo no tengo más que nombre.

 

      ROSA

      Yo he faltado a mis deberes.

 

      MANUEL

      Yo la quiero.

 

      ROSA

      Sí, me quieres,

      y yo también, y es sagrada

      nuestra pasión, pero nada

      ni el poder del cielo mismo,

      colmaría el hondo abismo

      de mi existencia pasada.

      Hoy amarnos ya no es más

      que sentir la despedida

      te seré fiel por la vida,

      pero tu mujer, jamás.

      Lo he jurado. Tú te irás.

      ¿no es verdad?

 

      MANUEL

      [Dolorosamente.] Si usté dispone...

 

      ROSA

      El sacrificio se impone,

      Manuel, no hay otro camino.

      Sufrir es nuestro destino

      y al destino ¿quién se opone?

 

      MANUEL

      [Con ansiedad.] ¿Y no cambiará algún día

      de parecer?

 

      ROSA

      ¡Nunca! He dado

      a tu amor, mi amor honrado,

      lo que tengo todavía.

      En tu hogar, yo no podría

      entrar alzando la frente

      como la esposa que siente

      que es la reina consagrada;

      entraría abochornada,

      a escondidas de la gente.

      ¡Eso no! morir primero.

      Yo puedo humillarme aquí

      a solas, pero ante ti...

      no Manuel, ¡nunca! no quiero.

      Sería hundir por entero

      esta ilusión de pureza,

      que es la única belleza

      que me queda.

 

      MANUEL

      [Con pasión, luego con abatimiento.] Siendo Rosa,

      siempre la he de hallar hermosa,

      como el sol de mi tristeza.

      Si usted me falta en el mundo,

      ¿a quién pediré consuelo?

      Si en este amor que es mi cielo

      toda mi esperanza fundo,

      si he de vivir moribundo,

      lejos de mi bien querido,

      ¿ande iré solo y perdido,

      llorando mi negra suerte,

      que no me llame la muerte

      para ofrecerme el olvido?...

 

      [Oyese dentro, a lo lejos y en el fondo, tres toques de un pequeño

      silbato. ROSA y MANUEL sin darse cuenta de lo que ocurre se acercan

      instintivamente el uno al otro como al amago de un peligro. PASCUAL empuja

      con violencia la puerta de la derecha y sale a la escena airado y

      amenazante.]

      Escena 13 Rosa, Manuel y Pascual.

 

      PASCUAL

      ¡Miserable! ¡es la señal!

 

      [Se vuelve y cierra la puerta de la derecha.] ROSA

      [Desesperada.] ¡Ay, ya lo había olvidado!

 

      PASCUAL

      Al fin Dios me lo ha entregado...

      ¡al fin!

      [Corre al fondo y toma la escopeta.]

 

      ROSA

      ¿Qué intentas Pascual?

      [Quiere estorbarle el paso hacia el fondo; él la rechaza.]

 

      PASCUAL

      Nos va a pagar la traición.

      Apaga esa luz, hermana.

      [ROSA obedece temblando; la escena queda a oscuras.] Manuel, abre esa

      ventana;

      [MANUEL lo hace a medias.] quiero ver bien al ladrón.

      Más; abre más.

      [MANUEL abre por completo la ventana. En el fondo solitario sólo se ven

      los sembrados iluminados de lleno por la luna.] Alguien trata

      de robar aquí; y al que entra

      a robar, y se le encuentra

      en lo ajeno, se le mata.

 

      ROSA

      [Suplicante.] Matar ¡no! cualquier castigo...

 

      PASCUAL

      Matar, sí, que es mi derecho.

      ¡Oh! lo que ese infame ha hecho...

      [Oyese por segunda vez la señal.] ¿Oyes, Rosa? eso es contigo.

 

      ROSA

      ¡Dios mío!

 

      [Con las manos juntas y alzando los ojos al cielo. Un momento de silencio.

      Después aparece en el fondo saliendo con sigilo de los sembrados, un

      hombre correctamente vestido, con un gabán claro de verano, cuyo cuello

      levantado le oculta la mitad de la cara. Este hombre tiene en la mano un

      revólver, y avanza paso a paso hacia la ventana.]

 

      PASCUAL

      ¡Ahora!

      [Con salvaje júbilo levanta el arma.] ¡Señor,

      que no me tiemble la mano!

      ¡Nunca he muerto a un ser humano...

      pero es él... y es por mi honor!

 

      [Va a apuntar, pero MANUEL se lo impide. Se lanza sobre él de un salto, y

      le empuja violentamente, después de arrebatarle la escopeta.]

      MANUEL

      ¡Usted no, no debe ser!

 

      PASCUAL

      [Fuera de sí.] ¡Maldición!

 

      MANUEL

      Deje que muera

      a mis manos; yo siquiera,

      nada tengo que perder.

 

      [Apunta con rapidez al desconocido, y hace fuego. El asaltante, herido de

      muerte, bate los brazos, gira sobre sí mismo, y cae en tierra pesadamente.

      ROSA, aterrada, se desploma de rodillas.]

 

      PASCUAL

      ¡Me has robado mi venganza!

 

      MANUEL

      No, señor; yo sé lo que hago

      era mi deuda y la pago.

      [Arroja lejos la escopeta luego va hacia ROSA y la levanta en sus brazos.]

      ¡Adiós, Rosa, mi esperanza!

 

      [Con un grito de dolorosa ternura. La estrecha sobre su corazón, y la

      rechaza resuelto en seguida dirigiéndose al fondo para irse. En este

      momento, vense por la ventana, otros dos hombres, igualmente armados, que

      llegan corriendo y se precipitan sobre el caído. CIRIACO aparece detrás de

      ellos, con el cuchillo en mano.]

 

      PASCUAL

      ¿Adónde vas? mira.

 

      [Le señala el grupo del fondo.]

 

      MANUEL

      [Mirándolos.] Sí,

      ya veo.

      [Con sombría calma, desenvainando su cuchillo. Con mucha energía.] Yo no

      me entrego, don Pascual.

 

      ROSA

      Manuel... te ruego...

      no salgas... ¡hazlo por mí!

 

      PASCUAL

      ¡Quédate! ¡yo te lo mando!...

 

      MANUEL

      [Ya en la puerta del fondo. Con tristeza.] ¿A qué?

 

      ROSA

      Manuel... por favor...

 

      [Le tiende los brazos.]

 

      MANUEL

      ¡Adiós!

 

      PASCUAL

      Son muchos.

 

      MANUEL

      ¡Mejor,

      no hay más que morir matando!

 

      [Se lanza fuera de la habitación, cuchillo en mano. El telón cae en el

      momento en que los tres hombres se ven y se arrojan sobre él levantando

      sus armas. ROSA desesperada, se abraza de PASCUAL, que la arrastra hacia

      el fondo.]

 

 

FIN