WILLIAM SHAKESPEARE
( TRADUCIDO POR
MIGUEL CANÉ)
Indice
A la memoria de Aristóbulo del Valle
Introducción
Notas
Acto I
Acto II
Acto III
Acto IV
Acto V
Notas
Prólogo
Acto I
Acto II
Acto III
Acto IV
Acto V
Epílogo
Notas
Dedico este trabajo, que en vida le ofrecí como homenaje de
profundo
afecto y alta estimación. El me lo aconsejó, en días amargos
y sombríos,
para disciplinar mi espíritu inquieto y angustiado. En esa
labor mecánica,
que el contacto con el alma del poeta soberano hacía
deliciosa -y que
llevé a cabo diez años ha, lejos de mi patria- el recuerdo
del amigo no se
apartó de mí. Él ha entrado ya en el reposo eterno, sin haber
dado, a los
ojos de los hombres, la medida de su inteligencia noble y
levantada. Pero
ese recuerdo queda -y por la vida- en el alma de los que le
amamos y
parece iluminarla, orientándola hacia cuanto es leal, justo y
elevado.
Quizá la impresión profunda que dejan tras sí los grandes
espíritus, sea
el único y real patrimonio humano, legado incomparable,
porque él
determina todo lo que ennoblece a la especie, el culto del
honor, la
aspiración al ideal, el desinterés, la cultura del propio
intelecto y el
amor sin límites a la tierra natal. De esa arcilla divina estaba
formada
el alma de Del Valle y ante su memoria inclino reverente mi
corazón de
amigo.
La mayor parte de las obras de Shakespeare [1] están
traducidas en todos
los idiomas occidentales [2] . La cultura universal ha
pronunciado su
fallo definitivo sobre el mayor genio dramático que la
humanidad ha
producido y las viejas querellas de escuela, al repasar ante
nuestros
ojos, en el estudio de la historia crítica de esa obra
colosal, nos
parecen más absurdas
aún que las controversias de los médicos del siglo XV
sobre las causas determinantes del sexo en la fecundación.
Cómo nace en el
cerebro una concepción genial o cómo se forma en las entrañas
maternas un
cuerpo de líneas puras, son cuestiones que por el momento la
ciencia
humana deja prudentemente de lado, para sólo estudiar el
resultado
prodigioso. En Shakespeare, el misterio no se limita al
arcano inexplorado
de la gestación; todo lo que al poeta se refiere está
envuelto en una
sombra impenetrable y que jamás despejará la humanidad. El
progreso de la
ciencia fisiológica puede llegar algún día a penetrar las
leyes que rigen
el pensamiento y hasta explicar las razones que determinan la
intensidad
de su manifestación; jamás se sabrá quién fue Shakespeare.
La ciencia histórica, ayudada por un método de asombrosa
severidad, nos ha
revelado el secreto de la vida de la mayor parte de los
hombres famosos de
la antigüedad. Sus
actos, su corte intelectual, su vida privada misma,
todo se rehace, a la luz de datos inconexos, pero que la
exégesis aclara,
y la vida de un hombre extraordinario, separada de la nuestra
por sólo
tres siglos, que ha dejado tras sí la obra intelectual más
poderosa de que
puede estar orgulloso el género humano, nos es más
desconocida que la
existencia de cualesquiera de los mignons de Enrique III.
Hasta tal punto llega nuestra ignorancia respecto a lo que a
Shakespeare
se refiere, que un paciente americano, después de una labor
digna por
cierto de una causa más racional, ha tratado, no hace mucho,
de despojar
al poeta de la corona de gloria que el mundo le ha
discernido, para ceñir
con ella la frente de un hombre de espíritu altísimo y de
alma ruin,
Bacon, a quien atribuye la paternidad de las obras dramáticas
que
Shakespeare firmara para ocultar al autor, cuya alta
situación le
impidiera dar su nombre [3] . ¡Escribir el "Rey
Lear" en la sombra y
emplear un testaferro para lanzar "Hamlet"! El
sentido común ha dado
cuenta de esa estrafalaria concepción. Shakespeare sigue
creciendo a
medida que los tiempos corren y que la conciencia humana se
persuade que
ese parto maravilloso de la tierra es ya de casi imposible
renovación.
¿Qué se sabe de positivo de Shakespeare? Nada más de lo que
dice Steevens,
uno de sus mejores biógrafos:
"Todo lo que se sabe con cierto grado de certidumbre
acerca de
Shakespeare, es que nació en Stratford-upon-Avon; que casó
allí y tuvo
hijos; que fue a Londres, donde empezó la carrera siendo
actor y luego
escribió poemas y comedias; que volvió a Stratford y que allí
hizo
testamento, murió y recibió sepultura."
Nada más; sobre esos datos, la intensa curiosidad despertada
por el autor
de una obra tan extraordinaria, ha bordado, apoyándose en
detalles,
suposiciones, deducciones, etc., que la crítica severa no
puede tomar en
cuenta, una vida completa con sus anécdotas características y
hasta
conatos de estudio psicológico sobre un carácter totalmente
desconocido y
que no ha dejado reflejos de su propia personalidad en todo
el curso de
sus inmensos trabajos.
Si por el fruto se conoce el árbol, según una expresión que
el mismo
Shakespeare pone en boca de Falstaff, no hay duda de que el
alma, que
concibió los tipos levantados del drama shakespeariano, tenía
el temple
puro y sin tacha de los grandes caracteres. La afección
profunda del
pueblo inglés, atribuyendo a su autor favorito todos los
elementos que
ennoblecen el espíritu humano, está aquí justificada por la
deducción más
rigurosa y justiciera. Basta haber visto un cuadro de Rubens
de la buena
manera, una de aquellas telas irradiantes de luz esplendoroso
arrojada a
raudales, sin medida, como saliendo a borbotones de la
inagotable fuente,
para forjarse, en un instante, una idea lógica de la vida y
los gustos del
incomparable artista. El que así derrocha sus fuerzas, el que
se da todo
entero a la obra del momento, debe haber concebido la
existencia con
extraordinaria amplitud, haberse rodeado de todas las cosas
que embellecen
la vida, frecuentado los grandes de la tierra y mezcládose al
movimiento
activo de su tiempo. Y, en efecto, tal fue la vida de Rubens.
En cambio,
la manera exigua, parsimoniosa, paciente y concienzuda de un
holandés, nos
refleja, como en un diorama, la apacible existencia del
artista, su
trabajo tenaz, sus reposos del domingo en los suburbios, su
hogar
tranquilo y numeroso, su dulce y apagada existencia.
1. Escribo Shakespeare porque es la manera usada con mayor
frecuencia por
el poeta para escribir su nombre, según se desprende de las
pocas firmas
indisputablemente auténticas que de él se conservan. El nombre
de
Shakespeare, según se ha probado, es susceptible de 4000
variaciones de
forma. (Wise, Autograph of William Shakespeare... together with 4000
ways
of spelling the name ,
Philadelphia, 1869).
2. Comprendo en éstos el frisón, el flamenco, el
serbio, el rumano, el
maltés, el uckraniano, el valaco, el croata, el griego
moderno, el latín y
el hebreo. Algunas de estas obras han sido también vertidas
al japonés, al
bengalí, al hindustani, al marathi, al gujarati, al urdu, al
kanarese y
otros idiomas de la India y representadas en teatros
indígenas.
3. La absurda controversia continúa aún en el día, y en
Inglaterra se han
fundado sociedades y periódicos para sostenerla, aunque la
mayor boga de
la opinión favorable a Bacon ha sido alcanzada en América. El
que quiera
estudiar la cuestión a fondo, puede encontrar todos los
elementos
necesarios en el libro de W. H. Wyman "The Bibliography
of the
Shakespeare-Bacon Controversy", Cincinnati, 1884, en el
que da los títulos
de 255 libros y panfletos, publicados por los combatientes de
ambos lados.
La lista, que a partir de 1886, ha sido continuada por un
periódico
semanal de Filadelfia, debe haberse ya duplicado.
Baste recordar que el único fundamento de la atribución a
Bacon de las
obras de Shakespeare era: las frases similares empleadas por
ambos en sus
escritos. El valor del argumento desaparece, si se considera
que puede
aplicarse a cualquier
otro escritor de la época. El caballo de batalla de
los baconianos es éste: Aristóteles ha escrito, en su Etica ,
que los
jóvenes no eran aptos para el estudio de la filosofía
política . Bacon, en
su "Advancement of Learning" (1605), rebatiendo a
Aristóteles, y al citar
el pasaje de éste, dice filosofía moral , en vez de política
.
Shakespeare, allá por 1603, en "Troilus y Cressida"
(act. 11, esc. II),
refiere la misma opinión de Aristóteles, pero dice también
filosofía moral
. Basta recordar que, en el concepto de la frase de
Aristóteles, política
y moral tienen igual valor (como lo prueban muchísimas
traducciones en las
que se emplean indistintamente ambas palabras), para hacer
innocua la
arremetida del citado corcel de guerra.
Sí, pero ¿cómo Shakespeare, con la educación elemental y
rudimentaria
recibida en Stratford, ha podido ostentar en sus dramas esa
universalidad
de conocimientos, de que sólo un hombre, Bacon, era capaz en
su tiempo?
(*). En primer lugar, Shakespeare abarca mucho, pero aprieta
poco, pues
cada vez que un técnico ha entrado a analizar la parte de su
arte, tratada
por el poeta, ha patentizado lo que era natural y lógico
suponer, esto es,
que el genio extraordinario de Shakespeare le permitía
asimilar, de una
lectura, de una conversación o de una audiencia judicial, un
caudal de
conocimientos muy superior a la que cualquier cerebro común
podría
adquirir en doble o triple tiempo y aplicación, pero que esos
conocimientos no tenían nada de extraordinario. Por lo demás,
los versos
que sobreviven de Bacon, pesados, difíciles y ramplones,
prueban que si
bien fue un gran escritor y un filósofo insigne, fue también
completamente
incapaz de dar a luz la obra poética de Shakespeare.
A mis ojos, la cuestión no tiene más importancia que la de su
irritante
ingratitud.
* Hay que citar el famoso verso de Ben Jonson, afirmando que
el poeta
poseía
poquísimo latín y menos griego
(And though thou hadst small Latín and less Greek)
Pero si Shakespeare no sabía latín, sabía latines ,
como nuestro
Sarmiento, y los empleaba con frecuencia y propiedad.
4. Aubrey (*) refiere que Shakespeare era "un hombre
hermoso y bien
formado" ( A handsome well-shap't man ), pero no existe
ningún retrato que
pueda afirmarse, con absoluta seguridad, haber sido hecho
durante la vida
del poeta, aunque uno ha sido últimamente descubierto con
buenos títulos a
esa distinción. Sólo de dos de los retratos existentes se
sabe
positivamente que fueron hechos poco tiempo después de su
muerte. Son el
busto de Stratford
Church y el frontispicio del in folio de 1623. Ambos
son tentativas poco artísticas a una semejanza póstuma. Hay
considerables
discrepancias entre ellos; los principales puntos de parecido
son la
calvicie de la parte superior del cráneo y la abundancia de
pelo sobre las
orejas. El busto era de Gerardo Johnson o Janssen, que fue un
holandés
albañil o constructor de sepulcros, establecido en Southwark.
Fue erigido
en la iglesia, antes de 1623 y es un specimen rudamente
tallado, de la
escultura mortuoria. Hay señales cerca de la frente, y las
orejas, que
sugieren que la cara fue tomada de una máscara hecha sobre el
rostro del
poeta muerto; pero la factura es completamente grosera. La
cara redonda y
los ojos tienen una expresión pesada y sin inteligencia. El
busto era
originalmente coloreado, pero en 1793 Malone le hizo dar una
mano de
blanco. En 1861 se retiró el blanqueo y los colores fueron
restaurados,
tanto como lo
permitían los rastros que quedaban. Los ojos son castaño
claro, el cabello y la barba obscuros. Se han hecho numerosas
reproducciones de ese busto, tanto grabadas como
fotografiadas. Primero se
grabó, muy imperfectamente, para la edición de Rowe en 1709;
después por
Vertue, para la edición de Pope de 1725, y por Gravelot para
la de Hanmer
en 1744. Un buen grabado, por William Ward, apareció en 1816.
Una
fototipia y un cromo-fototipia, publicadas por la "New
Shakespeare
Society", son las mejores reproducciones para los
propósitos de estudio.
La pretenciosa pintura conocida por de "Stratford"
y presentada en 1867
por W. O. Hunt al "Birthplace Museum" (Museo Natal, en
Stratford-on-Avon),
donde se muestra con mucha ostentación, es
probablemente una copia del
busto citado, hecha en el siglo XVIII y desprovista de todo
interés
histórico y artístico.
El retrato grabado -de medio cuerpo próximamente- que se imprimió
en la
carátula del in folio de 1623, era por Martín Droeshout. En
los versos que
acompañan al grabado, Ben Jonson congratula "al
grabador" por haber
satisfactoriamente acertado con la cara del poeta. El
testimonio de Jonson
no acredita su
discernimiento artístico. La expresión del semblante, muy
crudamente rendida, no tiene ni distinción ni vida. La cara
es larga y la
frente alta; la parte superior del cráneo es calva, pero el
cabello cae
abundantemente sobre las orejas; como barba, un escaso bigote
y una
pequeña mosca bajo el labio inferior. Un ancho y rígido
cuello, proyectado
horizontalmente, oculta el pescuezo. La casaca está
completamente
abrochada y cuidadosamente ribeteada, especialmente en los
hombros. Las
dimensiones de la cabeza y de la cara son de una
desproporción excesiva,
comparadas con las del cuerpo. En el único ejemplar de prueba
(proof
copy), que perteneció a Halliwell-Phillips, (ahora en América,
con toda su
colección), el tono es más claro que en los ejemplares
ordinarios y las
sombras menos obscurecidas por las rayas que las cruzan y el
punteo
grosero. El grabador, Martín Droeshout, pertenecía a una
familia flamenca
de pintores y
grabadores, de largo tiempo atrás establecida en Londres,
donde nació aquél en 1601. Tenía, pues, 15 años en el momento
de la muerte
de Shakespeare en 1616, y es por consiguiente improbable que
tuviera
ningún conocimiento personal del poeta. El grabado fue
seguramente hecho
por Droeshout muy poco tiempo antes de la publicación del
primer in folio
en 1623, cuando había cumplido los 22 años. Pertenece, pues,
al principio
de la carrera profesional del grabador, en la que nunca
alcanzó mucha
clientela ni reputación. Una copia del grabado de Droeshout
se publicó al
frente de los "Poemas" de Shakespeare en 1640 y
William Faithorne hizo
otra para el frontispicio de la edición de "The Rape of
Lucrece",
publicada en 1655.
1. Escribo Shakespeare porque es la manera usada con mayor
frecuencia por
el poeta para escribir su nombre, según se desprende de las
pocas firmas
indisputablemente auténticas que de él se conservan. El
nombre de
Shakespeare, según se ha probado, es susceptible de 4000
variaciones de
forma. (Wise, Autograph of William Shakespeare... together with 4000
ways
of spelling the name ,
Philadelphia, 1869).
2. Comprendo en éstos el frisón, el flamenco, el
serbio, el rumano, el
maltés, el uckraniano, el valaco, el croata, el griego
moderno, el latín y
el hebreo. Algunas de estas obras han sido también vertidas
al japonés, al
bengalí, al hindustani, al marathi, al gujarati, al urdu, al
kanarese y
otros idiomas de la India y representadas en teatros
indígenas.
3. La absurda controversia continúa aún en el día, y en
Inglaterra se han
fundado sociedades y periódicos para sostenerla, aunque la
mayor boga de
la opinión favorable a Bacon ha sido alcanzada en América. El
que quiera
estudiar la cuestión a fondo, puede encontrar todos los
elementos
necesarios en el libro de W. H. Wyman "The Bibliography
of the
Shakespeare-Bacon Controversy", Cincinnati, 1884, en el
que da los títulos
de 255 libros y panfletos, publicados por los combatientes de
ambos lados.
La lista, que a partir de 1886, ha sido continuada por un
periódico
semanal de Filadelfia,
debe haberse ya duplicado.
Baste recordar que el único fundamento de la atribución a
Bacon de las
obras de Shakespeare era: las frases similares empleadas por
ambos en sus
escritos. El valor del argumento desaparece, si se considera
que puede
aplicarse a cualquier otro escritor de la época. El caballo
de batalla de
los baconianos es éste: Aristóteles ha escrito, en su Etica ,
que los
jóvenes no eran aptos para el estudio de la filosofía política
. Bacon, en
su "Advancement of Learning" (1605), rebatiendo a
Aristóteles, y al citar
el pasaje de éste, dice filosofía moral , en vez de política
.
Shakespeare, allá por 1603, en "Troilus y Cressida"
(act. 11, esc. II),
refiere la misma opinión de Aristóteles, pero dice también
filosofía moral
. Basta recordar que, en el concepto de la frase de
Aristóteles, política
y moral tienen igual valor (como lo prueban muchísimas
traducciones en las
que se emplean indistintamente ambas palabras), para hacer
innocua la
arremetida del citado corcel de guerra.
Sí, pero ¿cómo Shakespeare, con la educación elemental y
rudimentaria
recibida en Stratford, ha podido ostentar en sus dramas esa
universalidad
de conocimientos, de que sólo un hombre, Bacon, era capaz en
su tiempo?
(*). En primer lugar, Shakespeare abarca mucho, pero aprieta
poco, pues
cada vez que un técnico ha entrado a analizar la parte de su
arte, tratada
por el poeta, ha patentizado lo que era natural y lógico
suponer, esto es,
que el genio extraordinario de Shakespeare le permitía
asimilar, de una
lectura, de una conversación o de una audiencia judicial, un
caudal de
conocimientos muy superior a la que cualquier cerebro común
podría
adquirir en doble o triple tiempo y aplicación, pero que esos
conocimientos no tenían nada de extraordinario. Por lo demás,
los versos
que sobreviven de Bacon, pesados, difíciles y ramplones,
prueban que si
bien fue un gran escritor y un filósofo insigne, fue también
completamente
incapaz de dar a luz la obra poética de Shakespeare.
A mis ojos, la cuestión no tiene más importancia que la de su
irritante
ingratitud.
* Hay que citar el famoso verso de Ben Jonson, afirmando que
el poeta
poseía
poquísimo latín y menos griego
(And though thou hadst small Latín and less Greek)
Pero si Shakespeare no sabía latín, sabía latines ,
como nuestro
Sarmiento, y los empleaba con frecuencia y propiedad.
4. Aubrey (*) refiere que Shakespeare era "un hombre
hermoso y bien
formado" ( A handsome well-shap't man ), pero no existe
ningún retrato que
pueda afirmarse, con absoluta seguridad, haber sido hecho
durante la vida
del poeta, aunque uno ha sido últimamente descubierto con
buenos títulos a
esa distinción. Sólo de dos de los retratos existentes se
sabe
positivamente que fueron hechos poco tiempo después de su
muerte. Son el
busto de Stratford Church y el frontispicio del in folio de
1623. Ambos
son tentativas poco artísticas a una semejanza póstuma. Hay
considerables
discrepancias entre ellos; los principales puntos de parecido
son la
calvicie de la parte superior del cráneo y la abundancia de
pelo sobre las
orejas. El busto era de Gerardo Johnson o Janssen, que fue un
holandés
albañil o constructor de sepulcros, establecido en Southwark.
Fue erigido
en la iglesia, antes de 1623 y es un specimen rudamente
tallado, de la
escultura mortuoria. Hay señales cerca de la frente, y las
orejas, que
sugieren que la cara fue tomada de una máscara hecha sobre el
rostro del
poeta muerto; pero la factura es completamente grosera. La
cara redonda y
los ojos tienen una expresión pesada y sin inteligencia. El
busto era
originalmente coloreado, pero en 1793 Malone le hizo dar una
mano de
blanco. En 1861 se retiró el blanqueo y los colores fueron
restaurados,
tanto como lo permitían los rastros que quedaban. Los ojos
son castaño
claro, el cabello y la barba obscuros. Se han hecho numerosas
reproducciones de ese busto, tanto grabadas como
fotografiadas. Primero se
grabó, muy imperfectamente, para la edición de Rowe en 1709;
después por
Vertue, para la edición de Pope de 1725, y por Gravelot para
la de Hanmer
en 1744. Un buen grabado, por William Ward, apareció en 1816.
Una
fototipia y un cromo-fototipia, publicadas por la "New
Shakespeare
Society", son las mejores reproducciones para los
propósitos de estudio.
La pretenciosa pintura conocida por de "Stratford"
y presentada en 1867
por W. O. Hunt al "Birthplace Museum" (Museo Natal, en
Stratford-on-Avon),
donde se muestra con mucha ostentación, es
probablemente una copia del
busto citado, hecha en el siglo XVIII y desprovista de todo
interés
histórico y artístico.
El retrato grabado -de medio cuerpo próximamente- que se
imprimió en la
carátula del in folio de 1623, era por Martín Droeshout. En
los versos que
acompañan al grabado, Ben Jonson congratula "al
grabador" por haber
satisfactoriamente acertado con la cara del poeta. El
testimonio de Jonson
no acredita su discernimiento artístico. La expresión del
semblante, muy
crudamente rendida, no tiene ni distinción ni vida. La cara
es larga y la
frente alta; la parte superior del cráneo es calva, pero el
cabello cae
abundantemente sobre las orejas; como barba, un escaso bigote
y una
pequeña mosca bajo el labio inferior. Un ancho y rígido
cuello, proyectado
horizontalmente, oculta el pescuezo. La casaca está
completamente
abrochada y
cuidadosamente ribeteada, especialmente en los hombros. Las
dimensiones de la cabeza y de la cara son de una
desproporción excesiva,
comparadas con las del cuerpo. En el único ejemplar de prueba
(proof
copy), que perteneció a Halliwell-Phillips, (ahora en
América, con toda su
colección), el tono es más claro que en los ejemplares
ordinarios y las
sombras menos obscurecidas por las rayas que las cruzan y el
punteo
grosero. El grabador, Martín Droeshout, pertenecía a una
familia flamenca
de pintores y grabadores, de largo tiempo atrás establecida
en Londres,
donde nació aquél en 1601. Tenía, pues, 15 años en el momento
de la muerte
de Shakespeare en 1616, y es por consiguiente improbable que
tuviera
ningún conocimiento personal del poeta. El grabado fue
seguramente hecho
por Droeshout muy poco tiempo antes de la publicación del
primer in folio
en 1623, cuando había cumplido los 22 años. Pertenece, pues,
al principio
de la carrera profesional del grabador, en la que nunca
alcanzó mucha
clientela ni reputación. Una copia del grabado de Droeshout
se publicó al
frente de los "Poemas" de Shakespeare en 1640 y
William Faithorne hizo
otra para el frontispicio de la edición de "The Rape of
Lucrece",
publicada en 1655.
Es casi indudable que el joven Droeshout, al ejecutar su
grabado, tuvo por
modelo un cuadro al óleo y hay una probabilidad de que esa
pintura
original se haya descubierto últimamente. Hace poco, en 1892,
Mr. Edgar
Flower, de Stratford-on-Avon, descubrió en poder de Mr. H. C.
Clements, un
caballero particular con gustos artísticos y residente en
Peckham Rye, un
retrato que pasaba por representar a Shakespeare. La pintura,
que estaba
borrada y bastante carcomida, databa, fuera de toda duda, de
los primeros
años del siglo XVII. Estaba pintada sobre una tabla formada
de dos
planchas de viejo olmo y en el rincón superior izquierdo se
encontraba la
inscripción "Willm. Shakespeare, 1609". Mr. Clements compró el retrato a
un obscuro mercader, allá por 1840 y no sabe nada de su
historia, fuera de
lo que puso por escrito en una tira de papel cuando lo adquirió.
La nota
que entonces escribió y pegó en la caja dentro de la que
guardó la
pintura, dice así: "Retrato original de Shakespeare, del
que el ahora
famoso grabado de Droeshout fue copiado e insertado en la
primera edición
completa de sus obras, publicada en 1823, siete años después
de su muerte.
La pintura fue hecha nueve ( vere siete) años antes de su
muerte, y por
consiguiente diez y seis ( vere catorce) antes de su
publicación... Este
cuadro fue públicamente exhibido en Londres hace setenta años
y varios
miles de personas fueron a verlo".
En todos sus detalles y en sus dimensiones comparativas,
especialmente en
la desproporción entre el tamaño de la cabeza y el del
cuerpo, esa pintura
es idéntica al grabado de Droeshout. Aunque grosera y
duramente dibujada,
la cara está mucho más hábilmente presentada que en el
grabado, y la
expresión de la fisonomía revela un sentimiento artístico
ausente de la
copia. Personas competentes, entre las que se cuentan Sir
Edward Poynter,
Mr. Sidney Calvins y Mr. Lionel Cust, han afirmado, casi sin
reserva, que
la pintura era de fecha anterior al grabado y han llegado a
la conclusión
de que, según todas las probabilidades, Martín Droeshout hizo
su grabado
directamente de la pintura. Se nota en ésta, con toda
claridad, la
influencia de la escuela flamenca de principios del siglo
XVII, y es muy
posible que sea ésta obra de un tío del joven grabador Martín
Droeshout,
que llevaba el mismo nombre que su sobrino y se naturalizó
inglés el 25 de
Enero de 1608, siendo entonces designado como un "pintor
de Brabante".
Aunque la historia del retrato queda dentro de la crítica conjetural,
es
pisar terreno firme considerarlo como un retrato de
Shakespeare, pintado
durante su vida, a la edad de cuarenta y cinco años. Ninguna
otra
representación histórica del poeta tiene iguales títulos para
ser tratada
de contemporánea con él y es por eso que presenta caracteres
de interés
sin igual. A la muerte de su propietario, Mr. Clements, en
1895, el cuadro
fue comprado por Mr. Charles Flower y ofrecido a la
"Memorial Picture
Gallery" en Stratford, donde ahora se encuentra. Ninguna
tentativa de
restauración ha sido hecha.(**)
Del mismo tipo que el grabado de Droeshout, aunque de una
semejanza menos
completa que la pintura antes descripta, es el retrato
llamado de Ely
House, (actualmente propiedad de The Birthplace Trustees , en
Stratford)
que antes perteneció a Thomas Turton, obispo de Ely. Esta
pintura tiene un
alto valor artístico. Los rasgos son mucho más atrayentes y
de mayor
expresión intelectual que en los dos Droeshout, pintura o
grabado, y las
numerosas diferencias de detalle sugieren la duda hasta de si
la persona
representada puede haber pasado por Shakespeare. Los expertos
opinan que
el cuadro fue pintado en los primeros años del siglo XVII.
Al principio del reinado de Carlos II, el Lord Canciller
Clarendon agregó
un retrato de Shakespeare a su galería de St. James. Se hace
mención de él
en una carta del diarista John Evelyn a su amigo Samuel Pepys,
en 1689;
pero la colección de Clarendon fue dispersada a fines del
siglo XVII y no
se han encontrado rastros de ese retrato.
De las numerosas pinturas existentes que han sido descriptas
como retratos
de Shakespeare, sólo las "Droeshout" y "Ely
House", ambas en Stratford,
ofrecen alguna semejanza definible con el grabado del infolio
o con el
busto en la iglesia. A despecho de sus reconocidas
imperfecciones, sólo
éstas, por el momento, pueden ser honradamente designadas
como que
reflejan las facciones del poeta. Deben ser consideradas como
modelo de
autenticidad, a juzgar por la legitimidad de otros retratos
que se
pretende son de una fecha anterior.
De los otros pretendidos retratos existentes, el más famoso e
interesante
es el "Chandos", actualmente en la "Galería
Nacional de Retratos". Por su
pedigree , parece que se le hubiera considerado como
representando al
poeta; pero numerosas y muy marcadas divergencias con el
parecido
auténtico, hacen ver que fue pintado según descripciones de
fantasía,
algunos años después de la muerte de Shakespeare. La cara
tiene barba
entera y lleva aros en las orejas. Oldys refiere que era
debido al pincel
de Burbage, un actor
compañero de Shakespeare, que tuvo alguna reputación
como retratista y que perteneció a Joseph Tagler, otro actor
compañero
también de Shakespeare. Esos rumores no están corroborados;
pero no hay
duda que al principio perteneció a D'Avenant y que más tarde
pasó
sucesivamente del actor Betterton a Mrs. Barry, la actriz. En
1693, Sir
Godfrey Kneller hizo una copia para regalar a Dryden. Después
de la muerte
de Mrs. Barry, en 1713, fue adquirido en 40 guineas por
Robert Keck, un
abogado de Inner Temple. Al fin llegó a manos de un John
Nichols, cuya
hija casó con James Bridges, tercer duque de Chandos. A su
tiempo, el
duque adquirió la propiedad del retrato, el que pasó más tarde,
por la
hija de Chandos, a su marido, el primer duque de Buckingham,
cuyo hijo, el
segundo duque, lo vendió con el resto de sus bienes, en
Stowe, en 1848,
siendo entonces comprado por el conde de Ellesmere. Este lo
regaló a la
nación. Edward Capell,
algunos años antes, presentó una copia por Ranelagh
Barret al Trinity College, de Cambridge, y otras copias se
atribuyen a Sir
Joshua Reynolds y Ozias Humphrey (1783). Fue grabado por
Jorge Vertue en
1719 para la edición de Pope de 1725 y muy a menudo más
tarde, siendo una
de las mejores reproducciones la de Vandergucht. Una buena
litografía, de
un dibujo hecho por Sir George Scharf, fue publicado por los
conservadores
de la "Galería Nacional de Retratos" en 1864. La
baronesa Burdett-Couts
compró en 1875 un retrato de tipo análogo, del que se decía,
aunque con
alguna duda, que había pertenecido a John, lord Lumley, quien
murió en
1609, y que había formado parte de una colección de retratos
de los
grandes hombres de su tiempo, que tenía en su casa, Lumley
Castle, Durham.
La temprana historia de esta pintura no está positivamente
autentizada;
puede muy bien ser de las primeras copias del
"Chandos". El "Lumley" sido
muy bien cromo-litografiado en 1863 por Vin Brooks.
El retrato llamado "Jansen" o Janssens, que
pertenece a Lady Guendolen
Ramsden, hija del duque de Somerset, y que se encuentra
actualmente en su
residencia de Bulstrode, fue primero dudosamente
identificado, por 1770,
cuando estaba en poder de Charles Jennens. Jennens no vino a
Inglaterra
antes de la muerte de Shakespeare.
Es un hermoso retrato, pero tiene tan poco parecido con el
poeta, como
cualquiera otro de los que se ha pretendido ser retratos de
éste. Richard
Earlom hizo de él una admirable media tinta en 1811. El
"Felton", una
pequeña cabeza pintada sobre tabla, con una frente alta y muy
calva
(perteneciente desde 1873 a la baronesa Burdett-Couts), fue
comprado por
S. Felton, de Drayton, Shropshire, en 1792, a J. Wilson, el
propietario
del "Shakespeare Museum" en Pall Mall; muestra una
reciente inscripción:
"Gul. Shakespeare, 1597, R. B.". (Richard Burbage). Fue grabado por Josiah
Bogdell para Steevens en 1797 y por James Neagle para la
edición de Isaac
Reed en 1803. Fuseli declara que es la obra de un artista
holandés, pero
los pintores Romney y Lawrence lo consideraban como una obra
inglesa del
siglo XVI. Steevens sostiene que ésta fue la pintura original
de la que
tanto Droeshout como Marshall sacaron sus grabados; pero no
hay ningún
punto de semejanza entre ella y éstos.
El "Soest" o "Zoust", en poder de Sir
John Lister Kaye, de la Grange,
Wackfield, se encontraba en la colección de Thomas Wright,
pintor de
Covent-Garden en 1725, cuando John Simon lo grabó. Soest
había nacido
veintiún años después de la muerte de Shakespeare y el
retrato, sólo en el
terreno de la fantasía, puede identificarse con el poeta. Un
dibujo al
lápiz, por José Michael Wright, seguramente inspirado por el
retrato de
Soest, pertenece a Sir Arthur Hodgson, de Clepton House, y se
encuentra en
préstamo en la "Memorial Gallery" de Stratford.
Una buena miniatura, por Hilliard, en otro tiempo en posesión
del poeta
Somerville y ahora propiedad de Sir Stapford Northcote, fue
grabada por
Agar para el vol. II del "Variorum
Shakespeare"(***) de 1821. Tiene pocos
títulos a la atención, como retrato del dramaturgo. Otra
miniatura,
llamada el "Auriol", de dudosa autenticidad,
perteneció antiguamente a Mr.
Lumsden Propert. Una tercera se encuentra en Warwick Castle.
Un busto, que se dice ser de Shakespeare, fue descubierto en
1845,
enladrillado en un muro, en el almacén de artículos de la
China de Spode &
Copeland's, en Lincoln's Inn Fields. El
almacén había sido edificado sobre
el sitio que ocupó el "Duke's Theater", construido
por D'Avenant en 1660.
El busto, que es en terra-cotta negra y muestra rasgos de ser
una obra
italiana, pasa por haber adornado el proscenio de aquel
teatro. Fue
adquirido por el cirujano Williams Clift, del que pasó a su
yerno, Richard
(más tarde Sir Richard) Owen, el naturalista. El último
adquirente fue el
duque de Devonshire, quien lo regaló en 1851 al Garrick Club,
después de
haber hecho sacar dos copias en yeso. Una de esas copias está
en la
"Memorial Gallery" de Stratford.
La máscara mortuoria de Kesselstadt fue descubierta
por el Dr. Ludwig
Becker, bibliotecario del palacio ducal de Darmstadt, en un
boliche
andrajoso de Mayence, en 1849. Las facciones se parecen a las
de un
pretendido retrato de Shakespeare (fechado: 1637), que el
doctor Becker
compró en 1847. Esta pintura estuvo largo tiempo en poder de
la familia
del conde Francis de Kesselstadt, de Mayence, quien murió en
1843. El Dr.
Becker trajo la máscara y la pintura a Inglaterra, en 1849, y
Richard Owen
sostuvo la teoría de que la máscara había sido tomada sobre
la cara de
Shakespeare después de muerto y que era la base del busto de
la iglesia de
Stratford. La máscara estuvo por mucho tiempo en los
apartamentos privados
del Dr. Becker en el palacio ducal de Darmstadt. Las
facciones son
singularmente atrayentes; pero el encadenamiento de las
evidencias con el
que se quiere identificarlas con las de Shakespeare, es
incompleto". (S.
Lee).
He transcripto esta minuciosa noticia sobre los retratos
conocidos como de
Shakespeare, la más reciente y la mejor informada de todas,
porque he
pensado que, aunque se aparta del campo restringido de este
trabajo, será
leída con el vivo interés que despierta todo lo que al
inmortal poeta se
refiere.
Los retratos citados por Lee son sólo los que presentan
alguna pretensión
plausible a la autenticidad; sería cuestión de nunca acabar
la simple
mención de todos los que han surgido, sobre todo en nuestro
siglo y
especialmente en su segunda mitad, con aspiraciones
shakesperianas.
* Juan Aubrey, anticuario de cierta reputación en su época,
50 años
después de la muerte de Shakespeare, se trasladó a
Strat-ford-on-Avon para
adquirir noticias sobre el poeta. Sus datos inspiran poca fe,
porque su
amigo y colaborador Wood, habla de él en estos términos:
"Aubrey es un
infeliz, con la cabeza hueca y con ribetes de loco; es muy
crédulo y llena
sus cartas con tonterías y sandeces..."
** Sidney Lee, en su "A life of William Shakespeare" (1898),
trae una
reproducción de ese retrato, que en este momento tengo
ante mis ojos,
tratando de contestarme a mi pregunta mental sobre la
impresión que me
haría un rostro semejante, encontrado por azar, sin la menor
idea de las
facultades morales o intelectuales de su dueño. Contesto
decididamente: la
impresión de fuerza y de serenidad. Mirando bien y con alguna
fijeza esos
ojos, parecen surgir lentamente los signos, sino del
cansancio, de las
constantes fatigas. La frente es luminosa y el corte de la
nariz revela
nobleza; los labios, ligeramente sensuales, son llenos y bien
delineados.
La fisonomía general carece indudablemente de finura y
distinción, casi
diría de expresión, porque el pintor le ha dado una inmovilidad
desesperante. Cuando se piensa que en el año en que esa
pintura se hizo,
Rubens, que vivía ahí enfrente, en Bruselas, tenía ya treinta
y dos años,
se deplora que no haya tenido la ocurrencia de atravesar el
canal en esa
época y después de una representación triunfal a la que
hubiera asistido,
la de dejarnos un retrato del poeta, lleno de vida y verdad.
Van Dick, que
debía más tarde retratar tanto personaje en Londres, sólo
tenía 17 años a
la muerte de Shakespeare.
No me llena tampoco el "Chandos", que también tengo
a la vista. Según este
retrato, Lady Southampton no habría podido hablar de miller's
thumb ,
porque en él, la cabeza parece muy pequeña para el cuerpo.
Además, aunque
los ojos son inteligentes, es otra expresión. Prefiero, con
su basta
factura y todos sus defectos, el "Droeshout".
En cuanto al Busto del Garrick Club, me parece teatral y
petulante, lejos,
muy lejos de lo que debió ser el poeta.
Recordaré, de paso, que el actor Garrick , promotor del
famoso Jubileo
Shakesperiano de 1769, fue, al par de incomparable intérprete
de las obras
del poeta, un verdadero asesino de sus dramas, que arregló de
una manera
desastrada.
*** Ver la nota sobre las ediciones de las obras completas de
Shak.
5. La primera alusión a la ocupación de Shakespeare en la
puerta de los
teatros, en los primeros tiempos de su llegada a Londres, se
encuentra en
la compilación de Cibber "Vida de los Poetas"
(1735). Según éste, esa
historia fue contada por D'Avenant a Betterton; llama la
atención que
Rowe, a quien también Betterton la narró, no la consigne.
Es un hecho exacto de que la gente de calidad iba a caballo a
los dos
principales teatros de Londres y que Burbage, el propietario
de uno de
ellos, tenía cerca de éste una caballeriza de alquiler.
"No hay
improbabilidad inherente en esa tradición", dice Lee. La
ampliación del
Dr. Johnson, según la que Shakespeare aparece organizando una
banda de
muchachos para cuidar los caballos de los concurrentes,
parece no tener
base.
Respecto a la anécdota de que reemplazó a su camarada Burbage
en una cita
de amor, que había
dado una dama al último, diciéndole que se presentara
bajo el nombre de Ricardo III, papel que le había visto
desempeñar, cuenta
Manningham en su "Diary" (Marzo 13, 1601 - Camdem
Soc. pág. 39), que
Shakespeare se le anticipó y, cuando Burbage llegó, le salió
al encuentro
diciéndole que "Guillermo el Conquistador estaba antes
que Ricardo III".
6. Apodo dado a Enrique IV, del nombre del castillo en que
nació,
Bolingbroke Castle.
7. "Pero Falstaff, el jamás imitado e inimitable
Falstaff, ¿cómo
describirlo? Conjunto de buen sentido y de vicio, de vicio
que puede ser
despreciado, pero no aborrecido, sus errores despiertan tan
sólo un
movimiento de disgusto. Es ladrón y glotón, cobarde al mismo
tiempo que
fanfarrón, pronto siempre a engañar al que es más débil que
él y a
despojar al que es más pobre, a asustar al miedoso, a
insultar al
indefenso. A un tiempo es obsequioso y maligno, y con su
sátira zahiere,
por poco que se ausenten, a aquellos mismos que, adulados por
él, le pagan
sus gastos. Se hace siervo del príncipe pero sin otro fin que
el de
servirle en sus hábitos viciosos; y de tal servidumbre se
muestra tan vano
que no sólo es con los demás arrogante y soberbio, pero
parece creer que
por él se aumenta la importancia del mismo duque Lancaster.
Y, sin
embargo, un hombre tan endurecido en el mal y tan
despreciable, se hace
como necesario al príncipe que lo desprecia, por su calidad
que más
aprecia, una alegría continua, una incesante facultad de
excitar la risa,
esa risa que a su derredor se suelta más libremente, porque
su burla no es
brillante ni ambiciosa, sino que consiste en ligeros
puntillazos de buen
humor, que divierten sin dejar rencor. Debe observarse
también que no está
manchado con graves delitos ni con actos de sangre; tanto que
su licencia
no ofende, y conviene soportarla, a causa de su festiva índole.
"La idea moral que puede desprenderse de esta
representación, es que nadie
es más peligroso que el que, con el mal designio de
corromper, tiene la
facultad de agradar; y que no hay espíritu, por más alto y
honesto que
sea, que pueda salir ileso de tal compañía, cuando se ve un
Enrique
seducido por un Falstaff". (Johnson)
8. Falstaff, estudio del que escribe estas líneas (1884).
9. Según toda probabilidad, "Las Alegres Comadres de
Windsor", comedia
vecina de la farsa y
desprovista de todo interés poético, siguió de cerca
a "Enrique IV". En el epílogo de la Segunda Parte
de este drama,
Shakespeare escribía: "Si no estáis ya hartos de carne
gorda, nuestro
humilde autor continuará la historia, con Sir John en
ella..."
Rowe afirma que "la reina Isabel se mostró tan
complacida con ese
admirable carácter de Falstaff en las dos partes de
"Enrique IV", que le
ordenó continuarlo una pieza más y mostrarlo metido en
amoríos".
Dennis, en su dedicatoria del "Comical Gallant"
(1702) observa que la
comedia "Las Alegres Comadres", fue escrita por
orden de la reina y por su
indicación; y estaba tan ansiosa por verla representar, que
ordenó fuese
la pieza concluida en
catorce días y se mostró más tarde, según una
tradición que se nos ha trasmitido, muy satisfecha con la
representación".
En sus cartas, Dennis (1721, pág. 232) reduce el período de
composición a
diez días, "cosa prodigiosa" agrega Gildon (
Remarks , página 291) "en la
que todo es imaginado y desarrollado sin la menor
confusión". La
localización de la escena en Windsor y las lisonjeras
referencias al
Castillo de ese nombre, corroboran la tradición de que la
comedia se
preparó para satisfacer una real orden. (S. Lee, A life of
W. Shakespeare
, pág. 172).
10. Falstaff, ídem.
11. Conozco las siguientes traducciones de Shakespeare
al español:
Obras de Shakespeare, versión al castellano, por Jaime Clark:
5 volúmenes.
Obras de William Shakespeare, traducidas fielmente del
original inglés,
por el Marqués de Dos Hermanas: 3 volúmenes.
Shakespeare, obras dramáticas, versión castellana, de D. Guillermo
Macpherson: 5 volúmenes.
Dramas de Guillermo Shakespeare, traducción de D. Marcelino
Meléndez
Pelayo: 1 volumen.
Dramas de Shakespeare, traducción de don José Arnaldo
Marques: 1 volumen.
Luego algunas traducciones parciales, como la de Macbeth , de
García
Villalta, Romeo y Julieta , de Lucio Viñas y Deza, Hamlet ,
de Carlos
Coello, etc. Ninguna de las versiones generales contiene el
"Enrique IV".
No conozco, en una palabra, traducción española de esa obra.
12. La de Letourneur, por ejemplo.
13. En vida de Shakespeare, sólo dos de sus obras, sus poemas
"Venus y
Adonis" y "Lucrecia", fueron publicadas con su
aprobación y cooperación.
Para limitar esta breve nota bibliográfica a la obra que he
traducido,
diré que de los diez y seis o diez y ocho dramas (incluyendo
la
"Contention", primer esbozo de Enrique VI y
"La verdadera tragedia",
primer esbozo de la parte III de la misma pieza) de Shakespeare,
únicamente publicados en vida del poeta (hasta 1816), la
Primera Parte de
nuestro Enrique IV había alcanzado cinco ediciones (todas en
4º mayor) en
1598, 1599, 1604, 1608, 1615. La Segunda Parte de Enrique IV
sólo se editó
una vez (1600) mientras vivió su autor. En 1622 salió a luz
la sexta
edición de la Primera Parte de Enrique IV. De estas viejas
ediciones, de
las que se han publicado algunos facsímiles litografiados
(por E. W.
Ashbee, 1862-1871), existen algunos ejemplares originales en
las
bibliotecas del duque de Devonshire, del British Museum, de
Trinity
College (Cambridge) y en la Bolderiana. Todos los in 4º
publicados en vida
de Shakespeare se vendieron a seis peniques cada uno.(*)
En el Primer conato de edición completa de las obras del
poeta (el primer
infolio ), hecho por sus amigos y compañeros de escena, John
Herning y
Henry Condell, figura nuestro Enrique IV. Ese infolio , que
contiene 36
piezas de Shakespeare, es considerado en Inglaterra como el
volumen más
valioso, bajo todo concepto, de la literatura nacional. Una
reimpresión de
este primer infolio se hizo en 1807-1808.
La segunda edición infolio se imprimió en 1632. La tercera,
por Peter
Shetwyinde, en 1663 y reimpresa el año siguiente, con la
adición de seis
nuevas piezas, nunca comprendidas en los infolios anteriores
y que en
realidad no eran de Shakespeare, The London Prodigall, The History of
Thomas Ld. Cromwell, Sir
John Oldcastle, lord Cobham, The Puritan Widow, A
Yorkshire Trajedy, The
Trajedy of Locrine . El cuarto infolio se
imprimió
en 1865, sobre el anterior, sin más cambio que modernizar el
lenguaje,
pero conservando las piezas espúreas.
Desde 1685, algo como doscientas ediciones independientes de
las obras
completas de Shakespeare, han sido publicadas en la Gran
Bretaña e
Irlanda, y varios miles de ediciones de sus dramas separados.
La serie de
errores introducidos en el texto primitivo ha hecho lenta,
difícil y
meritoria la tarea de los editores del siglo pasado y del
presente, cuyos
esfuerzos han conseguido hacer inteligible la lectura de
Shakespeare a los
que no están habituados a la crítica de los textos.
Aunque un poco fuera del cuadro de esta simple traducción,
pensando que
todo lo que a Shakespeare se refiere, es interesante para los
que le aman,
daré, con ayuda del "Dictionary of National
Biography" y del libro de Lee,
algunos datos sobre los principales editores críticos del
poeta.
El primero fue Nicolás Rowe, un dramaturgo popular del tiempo
de la reina
Ana y poeta laureado de Jorge I. Publicó en 1709 una edición
en seis vol.
en 8º, a la que siguió otra en ocho vol. en 1714, con uno de
suplemento
conteniendo los poemas. Siguió el texto del 4º infolio ,
escribió una
interesante vida de Shakespeare, conservando algunas
anécdotas
tradicionales, que sin él se habrían perdido. Su práctica de
la escena le
sirvió para fijar la lista de personajes y dividir las piezas
en actos y
escenas; cuidó la puntuación y la gramática y modernizó el
lenguaje.
El poeta Pope fue el segundo editor de Shakespeare (1725, 7
vol. el último
de glosas). Sin gran preparación para la tarea, Pope hizo,
sin embargo,
numerosas innovaciones en el texto, "según su propio
sentido y conjetura".
A menudo son éstas plausibles e ingeniosas. Fue Pope el
primero en indicar
el sitio de cada escena y mejoró la subdivisión de las mismas
hecha por
Rowe. En 1728 apareció la 2ª edición de Pope y siguieron
varias otras en
1735 y 1768.
Pope encontró la horma de su zapato en Lewis Theobald
(1688-1744),
escritor y poeta mediocre, pero el más inspirado de todos los
críticos de
Shakespeare. Pope se vengó salvajemente de su censor, dice
Lee,
entregándole al ridículo como el héroe de la
"Dunciad" (**). La primera
versión de la hábil crítica de Theobald apareció en 1726 en
un volumen
cuyo título era nada menos que el siguiente:
"Shakespeare restaurado, o un
specimen de los numerosos errores tanto cometidos como no
corregidos por
Mr. Pope en su última
edición de ese poeta, errores que se apuntan no sólo
para corregir dicha edición, sino también para restaurar la
verdadera
lectura de Shakespeare en todas las ediciones hasta ahora
publicadas. "El
príncipe de los críticos de Shakespeare, como se le llama en
Inglaterra,
explica así su manera en una carta a Warburton: "Siempre
me esfuerzo en
hacer las menores desviaciones, que me son posibles, del
texto; en no
alterar nada cuando por cualquier medio puedo explicar con
sentido un
pasaje; en no hacer ninguna enmienda que mejore el texto como
probablemente salió de manos del autor"(***). Theobald
publicó en 1733 su
edición en 7 vol., una segunda en 1740, una tercera apareció
en 1752, en
1772 y 1773. Está comprobado que se vendieron de estas
últimas 12.860
ejemplares.
El cuarto editor fue un hidalgo de campaña, Sir Thomas Hanmer
(1677-1746)
que, retirado de la vida política (había presidido por corto
tiempo la
Cámara de los Comunes), dedicó sus ocios y su nativo ingenio
a una edición
de Shakespeare, en la que introdujo algunas enmiendas de buen
sentido
(pues no tenía gran preparación) que fueron aceptadas. Su
edición, impresa
en la imprenta de la
Universidad de Oxford, en 1744, en seis vol. in 4º,
fue la primera con algunas pretensiones a la belleza
tipográfica. Se
reimprimió en 1770.
El obispo Warburton fue el quinto editor de nota de nuestro
poeta. El buen
obispo publicó en 1747 una versión revisada de la de Pope.
Tomó mucho de
Theobald y de Hanmer, de quienes abusó en regla, determinando
por esto
severas críticas por su pretenciosa incompetencia,
especialmente de Thomas
Edwards cuyo "Suplemento a la edición de Shakespeare por
Warburton", que
apareció en el mismo año, fue llamado "Los cánones del
criticismo" y tuvo
varias reimpresiones (no menos de 7) hasta 1765.
El famoso Dr. Johnson (1709-1783) publicó su primera edición
en ocho vol.
en 1765 y la segunda en 1778. Sus trabajos sobre el texto
tuvieron poca
importancia y en sus notas demostró un conocimiento poco
extenso de la
literatura de los siglos XVI y XVII. Pero fue quizá el primero
que sintió
la grandeza de Shakespeare y su triunfal pintura de
caracteres.
El séptimo editor Edward Capell (1713-1781), un escritor
basto, de quien
Johnson decía que "charlaba monstruosamente",
avanzó sin embargo mucho y
en varios conceptos, sobre sus predecesores. Su colación de
los primero y
segundo infolios , fue hecha con método más riguroso que
todas las
precedentes, sin exceptuar la de Theobald. Era incansable y
se dice que
copió más de diez veces todo Shakespeare. La edición de
Capell apareció en
10 pequeños vol. en 8º en 1768 y en otro vol. aparecido en
1774, de notas,
mostró cuán versado estaba en la literatura del tiempo de
Isabel.
Traduzco textualmente la excelente noticia de Sidney Lee
sobre el octavo
editor de Shakespeare. "Jorge
Steevens (1736-1800), cuyo humor áspero le
envolvió durante toda su vida en una serie de querellas
literarias con los
que se ocupaban de Shakespeare, hizo valiosísimas contribuciones
al
estudio del poeta. En 1766 reimprimió veinte de sus dramas,
tomados de los
in quarto. Poco después revisó la edición de Johnson, sin
mucha ayuda del
Doctor y su revisión, que comprendía numerosos progresos,
apareció en diez
vol. en 1773. Fue durante mucho tiempo considerada como la
versión modelo.
Los conocimientos de Steevens, sobre la historia y la
literatura del
tiempo de Isabel, eran mayores que las de cualquiera de los
editores
anteriores; sus citas de pasajes paralelos de escritores
contemporáneos de
Shakespeare, dilucidando palabras y frases obscuras, no han
sido excedidas
en número, ni superadas en calidad, por ninguno de sus
sucesores. En esa
materia, todos los comentadores de los tiempos recientes, son
deudores en
mayor grado a Steevens que a ningún otro crítico. Pero
careció de gusto
como de templanza y excluyó de su edición los sonetos y los
poemas de
Shakespeare porque, escribió, 'el más poderoso Acto del
Parlamento que
pueda forjarse, tendría que fallar si compeliera a las gentes
a leerlos'.
La segunda edición de la versión de Johnson y de Steevens
apareció en 10
vol. en 1778. La tercera edición (10 vol. 1785) fue revisada
por el amigo
de Steevens, Isaac Reed (1742-1807), un erudito de su mismo
tipo. La
cuarta y última edición, publicada en vida de Steevens, fue
preparada por
él mismo en 15 vol. en 1793. Al hacerse viejo, hizo algunos
cambios poco
cuidados en el texto, particularmente con el profano objeto
de mistificar
a los que trabajaban en el mismo terreno. Con una malicia no
exenta de
buen humor, puso, también, algunas notas obscuras a
expresiones groseras y
pretendió que era deudor de esas indecencias a uno u otro de
los dos
respetabilísimos clergymen , Richard Amner y John Collins,
cuyos
apellidos, en cada caso, eran citados. Con ambos se querelló.
Tales
pruebas de perversidad justifican el mote que Gifford le
aplicó, "el Puck
(****) de los Comentadores." (S. Lee) .
Edmund Malone (1741-1812), sin las condiciones de estilo y
espíritu de
Steevens, fue un buen arqueólogo sin mucho gusto ni sentido
práctico. Hizo
profundas investigaciones sobre la vida de Shakespeare, la
cronología y
fuentes de sus obras, y a él se debe el primer ensayo para
establecer el
orden en el cual fueron escritas las piezas atribuidas a
Shakespeare. Sus
primeros trabajos, en ese sentido, se agregaron a la edición
de Steevens
en 1778. Su propia edición en 10 volúmenes apareció en 1790.
Escribió
también una disertación tendiente a probar que las tres
partes del "Rey
Enrique VI", no habían sido originariamente escritas por
Shakespeare.
De las conocidas en el mundo de los libros por ediciones
Variorum (*****),
la primera, basada en la obra de Steevens de 1793, fue,
después de la
muerte de éste, preparada por su amigo Isaac Reed (21 vol.,
1803). La
"Segunda
Variorum", que fue principalmente una reimpresión de la primera,
se publicó en 1813 (31 vol.). La "Tercera
Variorum", basada sobre la
edición de Malone de 1790, y que comprendía un gran acopio de
notas
dejadas por Malone a su muerte, fue preparada por James
Boswell, el hijo
del biógrafo del Dr. Johnson(******) (21 vol., 1821). Es
considerada como
la más valiosa de las ediciones de las obras completas de
Shakespeare,
aunque sus tres volúmenes de notas y sus ensayos biográficos
y críticos
son confusos, sin método y sin índice. Una nueva
"Variorum", en escala
reducida, ha sido emprendida por M. Howard Furnes, de
Filadelfia, en 1871
(11 vol. publicados hasta hoy. En ellos no está "Enrique
IV").
Los editores del siglo XIX, de las obras completas de
Shakespeare, que más
se han distinguido en la prosecución de los grandes trabajos
del siglo
pasado, han sido:
Elexander Dyce (1798-1869), tan versado como Steevens en la
literatura y
especialmente en el drama contemporáneo de Shakespeare, pero
con
frecuencia poco oportuno en sus notas, cuya brevedad aguza
sin satisfacer
la curiosidad del lector. Tiene algunas buenas enmiendas del
texto y un
glosario excelente (9
vol., 1857).
Howard Staunton (1810-1874), muy versado en la época de
Shakespeare,
excelente crítico, contribuyó mucho al estudio de la historia
del teatro
inglés. (3 vol., 1868-1870).
Nikolas Delius (1813-1888), sobre sanos y seguros principios
de crítica
literaria, publicó en Elberfeld su edición en 7 vol., en
1854-1861.
La edición de Cambridge (9 vol., 1863-1866), con copiosos
comentarios y
notas sobre las variaciones de texto en las precedentes
ediciones, se
distingue por su gran Apparutus criticus , como dice Lee. Hay
otra edición
en 9 volúmenes (1887), y lo último, en 40 vol., en 1893.
Otros editores, en el presente siglo, de las obras completas
de
Shakespeare, que, aunque de algún valor, presentan rasgos
característicos
propios, son:
William Harness (8 vol.,
1825), Samuel Weller Singer (10 vol., 1826),
Charles Knight (Pictural
edition, 8 vol., 1838-1843), Bryan Waller Propter
y Barry Cornwall (3
volúmenes, 1839-43), John Payne Collier (8 vol.,
1841-44), Samuel Phelps, el actor (2 vol., 1852-54),
J. H. Halliwell (15
volúmenes, infolio , con una gran colección da anotaciones de
los primeros
editores (1853-61), Richard Grant White (Boston, Estados
Unidos, 12 vol.,
1857-65), el Rev. H. N. Hudson (la "edición de
Harward", Boston, 20 vol.,
1881). Las últimas ediciones completas y anotadas en los
Estados Unidos,
son: "The Henry Irving Shakespeare", por F. A. Marshall y
otros (8 vol.
1888-90) y "The Temple Shakespeare", por
Israel Gollancz (38 vol. in 12º,
1894-96).
Las mejores ediciones en un volumen, de las obras completas,
sin
anotaciones, según la opinión de Sydney Lee (y no creo haya
autoridad
superior en la materia), son: la llamada "The
Globe", hecha por W. G.
Clark y el Dr. Aldis Wright (1864 y constantemente reimpresa
hasta 1891,
con un nuevo y excelente glosario). "The Leopold"
(1876, sobre el texto de
Delius, con un prefacio del Dr. Furnivall) y la de Oxford
(1894, hecha por
W. F. Craig).
(*) Los buenos ejemplares alcanzan hoy, según su
rareza, el precio de 200
a 300 libras esterlinas. En 1864, en la venta de la
biblioteca de Jorge
Daniel, ejemplares in 4º (primera edición) de "Penas de
amor perdidas" y
de "Las alegres Comadres" alcanzaron a 346 libras.
En Mayo 14, 1897, un
ejemplar del in 4º del "Mercader de Venecia"
(impreso por James Roberts en
1600), se vendió en Sotheby por 315 libras.
(**) Dunciad, palabra inventada por Pope y con la que tituló
un norma
satírico. Viene de dunce , zote, sopenco, bolo (Dice. de
Velasq.).
Theobald contestó noblemente: "Yo siempre estimaré mejor
carecer de
ingenio que de humanidad; y la posteridad, imparcial, acaso
sea de mi
opinión. Al considerar de qué modo se me ataca, dudo como
Quinto Sereno.
Sive homo, seu similis turpissima bestia, nobis
Vulnera dente dedit".
(***) Para dar una idea de las correcciones introducidas por
Theobald,
tomaré un ejemplo que se refiere a nuestro Falstaff. En la
narración de la
muerte de Sir John, hecha por Mistress Quickly en el drama
"El rey Enrique
V" (acto II, esc. III), las ediciones anteriores a la de
Theobald, decían:
"His nose was as sharp as a pen and a table of green fields". Table no
tenía sentido; Theobald propuso babbled , que ha quedado
consagrado. "Su
nariz puntiaguda como una pluma y charlaba sobre prados
verdes". Estos
síntomas, según Mistress Quickly, eran mortales.
De la edición de Theobald de 1733, se vendieron 13.000
ejemplares.
(****) Puck, el delicioso personaje de la "Noche de
Verbena", más travieso
que perverso. Gifford, al darle ese apodo, hizo mucho honor a
Steevens,
que, sin exageración, fue un dechado de deslealtad.
(*****) Llámanse así las ediciones que presentan todas las
opiniones y en
todo sentido, que se han dado por todos los críticos y
editores
precedentes, sobre los pasajes controvertidos.
(******) Véase, sobre ese curioso e ingenuo escritor, el
ensayo de
Macaulay sobre el doctor Johnson.
14. Créese generalmente que Cervantes murió el mismo día que
Shakespeare,
el 23 de abril de 1616. Es exacto, en cuanto a la fecha, pues
la misma se
registra en el acta mortuoria de ambos; no lo es, en tiempo
absoluto,
porque el Calendario Gregoriano, que corría ya en España a la
muerte de
Cervantes, sólo se adoptó en Inglaterra en 1752; el mes de
septiembre de
ese año tuvo tan sólo diez y nueve días. Shakespeare murió,
por
consiguiente, once días antes que Cervantes.
Se ignora la fecha exacta del nacimiento de Shakespeare.
Según la
tradición, nació el 23 de abril de 1564 y murió el mismo día
de 1616. Pero
el monumento existente en la iglesia de Stratford, dice:
Obiit ano. Doi. 1616 Ætatis 53-Die 23 ap.
La imaginación popular se complace en las coincidencias
curiosas; pero esa
inscripción, que existía en vida de la mujer y las dos hijas
de
Shakespeare, prueba que no pudo nacer el día que se indica.
El fundamento
de esa versión es que fue bautizado el 26 de abril de 1564 y
las
costumbres de la época hacen inexplicable ese retardo de un
año desde el
día del nacimiento.
15. Falstaff se hizo en poco tiempo popular en todas las
clases sociales,
especialmente en la aristocrática. Una curiosa muestra de
cómo había
impresionado el tipo admirable, creado por Shakespeare, es la
carta que en
1599 escribía Lady Southampton a su marido, el Mecenas inglés
de la época,
a la sazón en Irlanda.
"Todas las noticias, que puedo enviaros y que os pueden
alegrar, son que
he leído en una carta de Londres que Sir John Falstaff ha
sido hecho, por
su señora Dama Juana ( dame pint-pot ), padre de un
espléndido coto (*),
un muchacho que es todo cabeza y poquísimo cuerpo". Este
rasgo prueba la
familiaridad de los dos esposos con las aventuras del gordo
caballero; la
alusión se refiere a la escena IV, acto II, parte I, de
"Enrique IV" (**).
¿A quiénes alude Lady
S. en esa carta? No es posible saberlo; pero parece
no estar fuera de los límites de la posibilidad, que tal vez
fuera al
mismo creador de Sir John Falstaff, por aquello de "todo
cabeza y
poquísimo cuerpo", que no hay duda era muy aplicable a
la persona de
Shakespeare. (Ver la nota, en la "Introducción",
sobre los retratos de
Shakespeare).
(*) Miller's thumb , coto, pescado de agua dulce.
(**) Pág. 100 de esta traducción.
16. El nombre de OldCastle es aún lisible en el texto de la
edición
original de "Enrique IV", parte II, escena II.
17. En la primera representación de "Enrique IV",
el personaje a quien
estaba confiado el papel del bufón no se llamaba Falstaff,
sino Sir John
Oldcastle; los descendientes de este personaje, que llevaban
su título,
habiéndose ofendido justamente de semejante exhibición, el
poeta se vio
obligado a recurrir al torpe expediente de ultrajar a Sir
John Fastolphe,
hombre de no menor virtuosa memoria...
(Extracto de una carta del Doctor Richard James, escrita en
tiempo de
Shakespeare y descubierta hace algunos años en la Biblioteca
Bolderiana).
Este Sir John Fastolphe, o Falstaff, a quien se refiere el
doctor James,
fue un caballero (1477-1559), veterano de Azincourt, que ganó
en 1528 la
batalla de los Arenques , contra los franceses, pero a quien
el capítulo
de la orden de la Jarretière degradó más tarde por haber
huido en el
combate de Patay.
18. "Porque Sir John Oldcastle murió mártir y éste no es
el mismo hombre".
Epílogo de la II parte de "Enrique IV".
19. Con mucha posteridad a la producción de este trabajo,
Sidney Lee ha
publicado una vida
completa de Shakespeare, que es lo más notable que haya
aparecido hasta ahora sobre la materia. Tiene poco nuevo;
pero su método,
su claridad, las empeñosas investigaciones que le sirven de
base, hacen de
esa obra el libro tal vez más definitivo sobre la vida del
ilustre poeta.
Lo recomiendo al que de ella quiera conocer todo lo que
podemos saber. ( A
Life of William Shakespeare
, by Sidney Lee, with portrait and facsimiles,
London, 1898, Smith, Elder
and Co., 15, Waterloo Place).
Acto I
Primera parte
del Rey Enrique IV
REY ENRIQUE IV
ENRIQUE, Príncipe de Gales, hijo del rey
PRÍNCIPE JUAN DE LANCASTER, hijo del rey
CONDE DE WESTMORELAND, amigo del rey
SIR WALTER BLUNT, amigo del rey
TOMÁS PERCY, conde de Worcester
ENRIQUE PERCY, conde de Northumberland
ENRIQUE PERCY, llamado Hotspur, su hijo
EDMUNDO MORTIMER, conde de March
SCROOP, Arzobispo de York
SIR MICHAEL, amigo del Arzobispo
ARCHIBALDO, conde de Douglas
OWEN GLENDOWER
SIR RICARDO VERNON
SIR JOHN FALSTAFF
POINS
GADSHILL
BARDOLFO
LADY PERCY, mujer de Hotspur y hermana de Mortimer
LADY MORTIMER, hija de Glendower y mujer de Mortimer
MISTRESS QUICKLY, posadera de una taberna en Eastcheap
(Lores y oficiales, un sheriff, un tabernero, un gentilhombre
de cámara,
mozos de posada, dos carreteros, viajeros y gente de
servicio).
ESCENA-INGLATERRA
LONDRES. Una sala en el Palacio Real.
(Entran el rey Enrique, Westmoreland, sir Walter Blunt y
otros).
REY ENRIQUE: Estremecidos, pálidos aún de inquietud,
permitamos respirar
un instante a la paz aterrada y en breves palabras dejad que
os anuncie
nuevas luchas que van a emprenderse en lejanas orillas. No
más la sedienta
Erynne de esta tierra empapará sus labios en la sangre de sus
propios
hijos; ni la dura guerra atravesará sus campos con fosas y
trincheras, ni
hollará sus flores bajo los férreos cascos de las cargas
enemigas. Esas
miradas hostiles que, semejantes a los meteoros de un cielo
turbado, todos
de una misma naturaleza, todos creados de idéntica
substancia, se chocaban
hace poco en la contienda intestina y en el encuentro furioso
de la
hecatombe fratricida, en adelante armoniosamente unidas, se
dirigirán a un
mismo objetivo y cesarán de ser adversas al pariente, al
amigo y al
aliado. El acero de la guerra no herirá más, como cuchillo
mal envainado,
la mano de su dueño. Ahora, amigos, lejos, hasta el sepulcro
de Cristo
(cuyo soldado somos ya, juramentados a luchar bajo su cruz
bendita)
queremos llevar los guerreros de Inglaterra, cuyos brazos se
formaron en
el seno maternal para arrojar a esos paganos de las llanuras
sagradas que
pisaron los pies divinos, clavados, hace catorce siglos, para
nuestra
redención, en la amarga Cruz. Esta resolución tomada fue hace
un año y es
inútil hablaros de ella; iremos. Pero no nos hemos reunido
para
discutirla; vos, gentil primo Westmoreland, decidnos lo que
ha resuelto
ayer noche nuestro consejo respecto a esa expedición querida.
WESTMORELAND: Mi señor, la cuestión se había examinado con
calor y varios
estados de gastos se habían fijado anoche, cuando,
inesperadamente, llegó
un mensajero del país de Gales, trayendo graves noticias; la
peor de todas
es que el noble Mortimer, que conducía las tropas del
Herefordshire contra
el insurrecto, el salvaje Glendower, ha sido hecho prisionero
por las
rudas manos de ese galense y mil de sus hombres han perecido;
sus
cadáveres con tan vergonzoso y tan bestial furor han sido
mutilados por
las mujeres galenses, que no podría sin sonrojo repetirlo o
hablar de
ello.
REY ENRIQUE: Esta noticia de guerra, según parece, ha suspendido
nuestros
preparativos sobre Tierra Santa.
WESTMORELAND: Esa y otras, gracioso señor, porque otras
nuevas adversas e
infaustas llegan del Norte. He aquí lo que refieren: el día
de la Santa
Cruz, el valiente Hotspur, el joven Enrique Percy y el bravo
Archibaldo,
ese escocés de reconocido valor, han tenido un encuentro en
Holmedon; el
combate ha debido ser recio y sangriento, a juzgar por el
estruendo de la
artillería; así lo cree el mensajero que montó a caballo en
lo más
ardiente de la pelea, incierta aún la victoria.
REY ENRIQUE: He aquí un amigo querido y experto, Sir Walter
Blunt, que
recién baja del caballo, cubierto aún con el polvo recogido
en el camino
de Holmedon a aquí; nos ha traído agradables y bienvenidas
noticias; el
conde de Douglas ha sido derrotado; diez mil hombres
escoceses y veintidós
caballeros, bañados en su propia sangre, vio Sir Walter en
los llanos de
Holmedon. Como prisioneros, Hotspur ha tomado a Mordake,
conde de Fife,
primogénito del vencido Douglas y a los condes de Athol, de
Murray, Angus
y Mentheith. ¿No es éste un glorioso botín, una gallarda
presa, primo?
WESTMORELAND: En verdad, esa conquista es capaz de
enorgullecer a un
príncipe.
REY ENRIQUE: Sí y me entristece y me siento lleno de envidia
hacia
Northumberland, padre de ese hijo bendecido; un hijo que es
tema de honor
de la alabanza, árbol selecto de la selva, favorito de la
fortuna y de
ella querido; mientras que yo, testigo de su gloria, veo el
vicio y la
deshonra empañar la frente de mi joven Enrique. ¡Oh si se
pudiese probar
que alguna hada vagarosa de la noche cambió nuestros hijos en
la cuna y ha
llamado al mío, Percy, y al suyo Plantagenet! Entonces
tendría yo su
Enrique y él el mío... Pero no quiero pensar en él. ¿Qué
opináis, primo,
de la altanería de ese joven Percy? Pretende reservar para sí
los
prisioneros que ha sorprendido en esta aventura y me comunica
que sólo me
enviará uno, Mordake, conde de Fife.
WESTMORELAND: Esa es la lección de su tío, eso viene de
Worcester, siempre
contrario a vos en toda ocasión, que lo excita a
ensoberbecerse, a
levantar su cresta juvenil contra vuestra dignidad.
REY ENRIQUE: Pero le he llamado para que me dé satisfacción;
por esta
causa nos vemos obligados a suspender nuestros santos
propósitos sobre
Jerusalén. Primo, el miércoles próximo nuestro consejo se
reunirá en
Windsor; avisad a los lores, porque hay que decir y hacer más
que lo que
la cólera me permite ahora explicar.
WESTMORELAND: Lo haré, señor.
LONDRES. Otra sala del Palacio Real.
(Entran Enrique
Príncipe de Gales y Falstaff).
FALSTAFF: A ver, Hal, [1] ¿qué hora es, chico?
ENRIQUE: Te has embrutecido de tal manera, bebiendo vino
añejo [2] ,
desabrochándote después de cenar y durmiendo sobre los bancos
desde
mediodía, que te has olvidado hasta de preguntar lo que
quieres realmente
saber. ¿Qué diablos tienes tú que hacer con la hora del día?
A menos que
las horas fueran jarros de vino, los minutos pavos rellenos y
los relojes
lenguas de alcahuetas, los cuadrantes enseñas de burdeles y
el mismo
bendito sol una cálida ramera vestida de tafetán rojo, no veo
la razón
para que hagas preguntas tan superfluas como la de la hora
que es.
FALSTAFF: Bien. Hal, lo has acertado; porque nosotros, los
tomadores de
bolsas, vamos a favor de la luna, y los siete astros y no
bajo Febo, el
espléndido caballero errante; [3] por lo que te ruego, mi
suave burlón,
que cuando seas rey Dios salve tu gracia... no, majestad,
quiero decir,
porque lo que es gracia no tendrás ninguna.
ENRIQUE: ¡Cómo! ¿Ninguna?
FALSTAFF: No, por mi fe, ni aun aquella que basta como
prólogo a un huevo
con manteca [4] .
ENRIQUE: Bien, al hecho, al hecho.
FALSTAFF: Allá voy, oh suave burlón; digo que cuando seas rey
no permitas
que nosotros, los guardias de corps de la noche, seamos
llamados ladrones
de la belleza del día; que se nos llame los guardabosques de
Diana,
caballeros de la sombra, favoritos de la luna; y que se diga
que somos
gente de buen gobierno, siendo gobernados como el mar, por
nuestra noble y
casta señora la Luna, bajo cuyos auspicios... adquirimos.
ENRIQUE: Dices bien y hablas verdad; porque la fortuna de
nosotros, los
hombres de la luna, tiene, como el mar, flujo y reflujo,
estando, como
éste, gobernada por la luna. Y he aquí la prueba: una bolsa
de oro muy
resueltamente robada el lunes por la noche y muy
disolutamente gastada el
martes por la mañana. Se la gana vociferando: ¡la bolsa o la
vida! y se
gasta gritando: ¡traer vino! Hoy es marea baja, como el pie
de la escala;
mañana será alta, como la cumbre de la horca.
FALSTAFF: Pardiez, dices la verdad, chico. Dime, ¿no es
cierto que mi
hostelera de la taberna es una hembra espléndida?
ENRIQUE: Dulce como la miel del Hibla, ¡oh mi viejo
castellano! [5] ¿y no
es cierto también que un coleto de búfalo viste
espléndidamente a un
polizonte?
FALSTAFF: Pero, rematado burlón, ¿qué significan tus pullas y
sarcasmos?
¿Qué diablo tengo yo que hacer con ese coleto de búfalo?
ENRIQUE: ¿Y qué diablo tengo yo que hacer con la hostelera de
la taberna?
FALSTAFF: ¿No la has hecho venir a menudo para pagarle la
cuenta?
ENRIQUE: ¿Te he llamado acaso para reclamarte tu parte?
FALSTAFF: No, te hago justicia; siempre pagaste todo.
ENRIQUE: Sí, aquí y fuera de aquí, mientras mis fondos me lo
permitían y
luego usando del crédito.
FALSTAFF: Sí y tanto has usado, que si no se presumiese que
eres el
heredero presuntivo ... Pero dime, ¡oh suave burlador! ¿habrá
horcas en
pie en Inglaterra cuando tú seas rey? ¿Y la noble energía será
aún
defraudada por el mohoso freno de la ley, esa vieja
antigualla? ¡Cuando
seas rey, no hagas colgar al ladrón, te lo ruego!
ENRIQUE: No, tú lo harás.
FALSTAFF: ¿Yo? ¡Perfectamente! Pardiez, seré un juez de
primer orden.
ENRIQUE: ¿Ves? Ya
tienes el juicio falso; quiero decir que te encargarás
de ahorcar a los ladrones, y así, en breve, serás un verdugo
excelente.
FALSTAFF: Bueno, Hal, bueno; hasta cierto punto, ese oficio
me conviene
tanto como el de cortesano, te lo aseguro.
ENRIQUE: ¿Para obtener favores? [6]
FALSTAFF: Sí, para obtener... vestidos, porque el verdugo,
como sabes, no
tiene desprovisto el guardarropa... ¡Ay de mí! Estoy
melancólico como un
gato escaldado o un oso con la hociquera.
ENRIQUE: O como un león decrépito o un laúd de enamorado.
FALSTAFF: Sí, o como el roncón de una gaita del Lincolnshire.
ENRIQUE: O si quieres, como una liebre o como el lúgubre
charco de
Moorditch [7] .
FALSTAFF: Siempre me endilgas los símiles más ingratos y
eres, a la
verdad, el más comparativo, el más belitre dulce principillo.
Pero, caro
Hal, no me fastidies más con esas futilezas. Lo que yo
quisiera sería
rogar a Dios me indicara donde se puede cómodamente hacer
provisión de
buena fama. Un viejo lord del consejo me ha sermoneado el
otro día en la
calle a vuestro respecto, señor mío, pero no le hice
atención; y hablaba
muy sensatamente, pero no le escuché. ¡Y hablaba muy
sensatamente te lo
aseguro y en medio de la calle!
ENRIQUE: Hiciste bien; "porque la sabiduría grita por
las calles y nadie
la oye" [8] .
FALSTAFF: ¡Mal haya tu cita condenada! ¡Eres capaz de hacer
pecar un
santo! Me has corrompido mucho, Enriquillo: ¡Dios te lo
perdone! Antes de
conocerte, todo lo ignoraba y ahora valgo, si el hombre debe
decir verdad,
poco más que cualquier pecador. Necesito cambiar de vida y
cambiaré; por
el Señor, si no lo hago, soy un bellaco. No quiero condenarme
por todos
los hijos de rey de la cristiandad.
ENRIQUE: ¿Dónde robaremos una bolsa mañana, Jack?
FALSTAFF: Donde quieras, chico; soy de la partida, y si no lo
hago,
llámame bellaco y confúndeme.
ENRIQUE: Veo que te enmiendas; de penitente, te conviertes en
salteador.
(Entra Poins y se detiene en el fondo de la escena).
FALSTAFF: ¿Qué quieres, Hal? Esa es mi vocación. No hay
pecado en el
hombre que trabaja según su vocación. ¡Hola, Poins! Ahora
sabremos si
Gadshill tiene alguna red tendida. ¡Oh! si los hombres sólo
se salvaran
por sus méritos, ¿qué agujero del infierno será bastante
caliente para él?
Es el más omnipotente de los truhanes que haya gritado: ¡alto
ahí! a un
hombre de bien.
ENRIQUE: Buen día, Ned [9] .
POINS: Buen día, caro Hal. ¿Qué está diciendo don
Remordimiento? ¿Qué dice
sir John Sangría? [10] . ¿Cómo te has arreglado con el diablo
Jack a
propósito de tu alma que le vendiste el último viernes santo
por un jarro
de Madera y una pierna de carnero frío?
ENRIQUE: Sir John mantendrá su palabra y el diablo tendrá su
ganga, porque
Jack jamás hizo mentir un proverbio y dará al diablo lo que
es suyo.
POINS: Entonces te condenarás por mantener tu palabra con el
diablo.
ENRIQUE: De otro modo se condenaría por haberle defraudado.
POINS: Bueno, bueno, muchachos: mañana temprano, a las
cuatro, a Gadshill.
Hay allí peregrinos que se dirigen a Canterbury con ricas
ofrendas y
comerciantes que van a Londres con las bolsas repletas. Tengo
yo máscaras
para todos vosotros; tenéis caballos; Gadshill duerme esta
noche en
Rochester; para mañana a la noche he encargado ya la cena en
Eastcheap.
Podemos dar el golpe tan seguros como en nuestras camas. Si
queréis venir
os llenaré bolsa de escudos; si no, quedaos en casa y que os
ahorquen.
FALSTAFF: Oye, Eduardito; si me quedo en casa y no voy, os
haré ahorcar
porque vais.
POINS: ¿Serás capaz, chuleta?
FALSTAFF: ¿Copas, Hal?
ENRIQUE: ¿Yo ladrón? ¿Yo salteador? No, por mi fe.
FALSTAFF: No hay en ti un átomo de honestidad, energía y
compañerismo, ni
tienes una gota de sangre real en las venas, si por diez
chelines no
emprendes campaña.
ENRIQUE: En fin, por una vez en la vida, haré locura.
FALSTAFF: ¡Eso es hablar!
ENRIQUE: Sí, suceda lo que suceda, me quedo en casa.
FALSTAFF: ¡Vive Dios que, cuando seas rey, me sublevo!
ENRIQUE: ¡Para lo que me importa!
POINS: Te ruego, Sir John, que nos dejes solos un momento al
príncipe y a
mí; voy a hacerle tales argumentos, que estoy seguro que irá.
FALSTAFF: Bien; puedas tu tener el espíritu de persuasión y
él el oído que
aprovecha, que lo que le hables le convenza y lo que oiga lo
crea, hasta
convertir, por pasatiempo, a un príncipe en bandolero, ¡ya
que los pobres
abusos de nuestra época necesitan protección! Hasta luego;
nos veremos en
Eastcheap.
ENRIQUE: ¡Adiós, primavera desvanecida! ¡Adiós, veranillo de
San Juan!
(Sale Falstaff) .
POINS: Ahora, mi caro y dulce príncipe, veníos con nosotros
mañana. Tengo
preparada una broma que no puedo llevar a cabo solo.
Falstaff, Bardolfo,
Peto y Gadshill desvalijarán a la gente que tenemos vigilada;
ni vos ni yo
estaremos allí, y si cuando ellos tengan la presa no se las
robamos a
nuestro turno, separadme la cabeza del tronco.
ENRIQUE: ¿Pero, cómo nos separamos de ellos en el camino?
POINS: Muy sencillamente nos ponemos en marcha antes o
después que ellos y
les damos un lugar de cita, a la que faltamos si nos place;
querrán
entonces dar el golpe solos y nosotros, apenas hayan
concluido, les caemos
encima.
ENRIQUE: Sí, pero es muy probable que nos conozcan por
nuestros caballos,
nuestros trajes o cualquier otro indicio.
POINS: ¡Bah! No verán
nuestros caballos, porque los ocultaré en el bosque;
cambiaremos de caretas así que nos separemos y luego, amigo,
tengo unas
capas de goma para cubrir nuestros vestidos que conocen.
ENRIQUE: Y yendo por lana, ¿no saldremos esquilados?
POINS: En cuanto a dos de ellos, me consta son los dos
mayores cobardes
que hayan vuelto la cara; en cuanto al tercero, si combate
más de lo que
juzga razonable, abjuro el oficio de las armas. La sal de la
broma estará
en las inenarrables embrollas que nos contará este obeso
bribón cuando nos
reunamos para cenar; de cómo se habrá batido con treinta a lo
menos;
cuántas guardias, cuántas paradas hizo, en qué peligro se
encontró. En el
desmentido va a ser lo bueno.
ENRIQUE: Bien, iré contigo; prepara todo lo necesario y vete
a buscarme
esta noche a Eastcheap: allí cenaré. Adiós.
POINS: Adiós, señor.
ENRIQUE: Os conozco bien a todos y quiero, por un tiempo aún,
prestarme a
vuestro humor desenfrenado. Quiero imitar al sol, que permite
a las nubes
ínfimas e impuras que oculten al mundo su belleza, hasta que
le plazca
volver a su brillo soberano, reapareciendo al disipar las
brumas sombrías
y los vapores que
parecían ahogarle. Para ser más admirado. Si todo el año
fuera fiesta, el placer sería tan fastidioso como el trabajo;
pero
viniendo aquellas rara vez, son más deseadas y se esperan
como un
acontecimiento. Así, cuando abandone esta torpe vida y pague
una deuda que
no contraje y ultrapase lo que prometía, el asombro de los
hombres será
mayor. Y, semejante a un metal que brilla en la obscuridad,
mi reforma,
resplandeciendo sobre mis faltas, atraerá más las miradas,
que una virtud
que nada hace resaltar. Quiero acumular faltas, para hacer de
ellas un
mérito al surgir puro, cuando los hombres menos lo esperen.
(Sale) .
Otra Sala del Palacio Real.
(Entran el rey Enrique, Northumberland, Worcester, Hotspur,
Sir Walter
Blunt y otros).
REY ENRIQUE: Hasta ahora, tantas iniquidades no han
conseguido agitar mi
fría y tranquila sangre; lo habéis notado, y es por eso sin
duda que
abusáis de mi paciencia. Pero estad seguro que en adelante
recordaré quién
soy y me mostraré poderoso y temible y no untuoso como aceite
y suave como
fina lana, lo que me ha hecho perder el respeto que las almas
altivas sólo
tienen por las altivas.
WORCESTER: Nuestra casa, soberano señor, no ha merecido que
el poder
descargue sus golpes sobre ella; de ese mismo poder que sus
propias manos
contribuyeron a fortalecer.
NORTHUMBERLAND: Mi señor...
EL REY: Worcester, vete, porque adivino en tus ojos la
amenaza y la
desobediencia. Vuestra actitud es por demás atrevida y
perentoria y la
majestad real no debe soportar el enfadado entrecejo de un
vasallo; tenéis
permiso para retiraros; cuando nos sean necesarios vuestros
servicios o
vuestros consejos, os haremos venir. (Sale Worcester).
Estabais a punto de
hablar... (A Northumberland).
NORTHUMBERLAND: Sí, mi buen señor. Esos prisioneros pedidos
en nombre de
vuestra alteza, que tomó en Holmedon Enrique Percy, aquí
presente, no se
han rehusado a vuestra majestad, tan formalmente como se
dice. Debe
atribuirse esa falta a la envidia o a algún error, no a mi
hijo.
HOTSPUR: Mi señor, yo no he rehusado entregar los
prisioneros. Pero
recuerdo que cuando terminó el combate y me encontraba
sediento por el
furor de la lucha y la extrema fatiga, fuera de aliento y
desfalleciente,
apoyado sobre mi espada, llegó allí cierto lord, muy limpio,
muy
primorosamente
vestido, fresco como un novio, la barba muy afeitada y rasa
como un campo después de la siega. Estaba perfumado como un
mercader de
modas y entre el índice y el pulgar tenía un bote de perfumes
que ora
aproximaba, ora alejaba de su nariz que al fin, irritada,
rompió a
estornudar. Y sonreía siempre y charlaba; como los soldados
pasaban
trayendo los muertos, les llamó groseros, mal educados,
cochinos, por
atreverse a llevar un sucio y feo cadáver entre el viento y
su señoría. En
términos galantes y afeminados me interrogó, pidiéndome,
entre otras
cosas, los prisioneros en nombre de vuestra majestad. Fue
entonces que yo,
sufriendo de mis heridas que se habían enfriado y ya harto
del petimetre,
fuera de mí de impaciencia, no sé qué le contesté, que se los
daría o
no... Porque me traía loco verle, tan peripuesto y tan
perfumado, hablando
como una dama de guardia (¡Dios le perdone!) de cañones, de
tambores y de
heridas y diciéndome
que no había nada en el mundo como el espermaceti
para las lesiones internas y que era una gran lástima que ese
pícaro de
salitre hubiera sido arrancado de las entrañas de la tierra,
para destruir
tan cobardemente tantos hombres bellos y animosos; que, a no
haber
existido esos viles cañones, él mismo habría sido soldado. A
esa charla
insulsa y descosida contesté, vagamente, como os he dicho,
señor; os ruego
que no permitáis que el relato de ese hombre llegue hasta una
acusación,
entre mi afecto y vuestra majestad.
BLUNT: Si se consideran las circunstancias, mi buen señor, lo
que haya
dicho Harry Percy a semejante persona, en semejante sitio y
en tal
ocasión, puede, junto con la relación que de ello se ha
hecho, ser
relegado a un justo olvido, del que no debe salir jamás,
porque lo que
entonces dijo lo desdice ahora.
EL REY: El hecho es que nos rehúsa los prisioneros sin la
condición
expresa de que rescatemos por nuestra cuenta a su cuñado, el
imbécil
Mortimer, quien, por mi alma, ha sacrificado voluntariamente
las vidas de
los que guiaba a combatir contra el gran mago, el condenado
Glendower, con
cuya hija, según hemos oído, acaba de casarse. ¿Debemos
vaciar nuestros
cofres para redimir un traidor? ¿Debemos comprar la traición
y transigir
con vasallos que se han perdido y arruinado ellos mismos? No,
que se muera
de hambre en esas montañas estériles. ¡Jamás consideraré
amigo al hombre
que abra la boca para pedirme un penique para el rescate del
rebelde
Mortimer!
HOTSPUR: ¡Rebelde, Mortimer! Si fue vencido, mi soberano, fue
sólo por el
azar de la guerra. Para probarlo, bastaría hacer hablar una
de sus
heridas, de esas heridas abiertas, valientemente recibidas,
cuando en la
verde orilla del gentil Saverna, en singular combate, frente
a frente,
luchó más de una hora contra el fuerte Glendower. Tres veces
descansaron y
tres veces, de común acuerdo, bajaron a aplacar la sed en las
frescas
aguas del Saverna, el que, espantado de su aspecto
sangriento, corría
azorado entre los trémulos juncos, ocultando su rizada cabeza
en el fondo
del lecho, ensangrentado por los valerosos combatientes. A
más jamás una
baja e inmunda superchería hubiera coloreado su obra con
tales heridas de
muerte, ni jamás el noble Mortimer las habría recibido
voluntariamente.
¡Que no se lo trate, pues, de rebelde!
EL REY: Mientes por él, Percy, mientes por él; jamás combatió
contra
G1endower. Te lo aseguro: tanto se habría atrevido a
encontrarse frente a
frente con el diablo que con Glendower. ¿No te avergüenza?...
Pero,
pardiez, que en
adelante no te oiga hablar de Mortimer. Remíteme los
prisioneros en el acto o tendrás noticias mías poco
agradables. Podéis
partir con vuestro hijo, milord Northumberland. Enviadme los
prisioneros u
oiréis hablar de mí. (Salen el rey, Blunt y la comitiva) .
HOTSPUR: Aun cuando el diablo mismo viniera a pedírmelos
rugiendo, no se
los enviaré; voy a correr tras él y a decírselo. Quiero
descargar mi alma,
aun a riesgo de mi cabeza.
NORTHUMBERLAND: ¿Así te embriaga la ira? Detente un momento;
viene aquí tu
tío. (Worcester vuelve) .
HOTSPUR: ¡Que no se hable más de Mortimer! ¡Vive Dios! Quiero
hablar de
él; que mi alma se condene si no me reúno con él. Quiero, por
su causa,
agotar mis venas y
derramar gota a gota mi sangre querida hasta levantarlo
tan alto como a este rey desagradecido, a este ingrato y vil
Bolingbroke.
NORTHUMBERLAND: (A Worcester) . Hermano,
el rey ha enloquecido a vuestro
sobrino.
WORCESTER: ¿Qué es lo que tanto le ha irritado durante mi
ausencia?
HOTSPUR: Quiere, pardiez, que le dé todos mis prisioneros y
cuando le
insté una vez más por el rescate del hermano de mi mujer, sus
mejillas
palidecieron y me dirigió una mirada mortal, estremeciéndose
al solo
nombre de Mortimer.
WORCESTER: No puedo censurarlo; ¿no fue Mortimer proclamado
por el difunto
rey Ricardo, el más próximo entre los príncipes de sangre
real?
NORTHUMBERLAND; Lo fue; yo mismo oí la proclamación, que tuvo
lugar cuando
el infortunado rey (Dios nos perdone el mal que le hicimos)
partió para la
expedición de Irlanda, de la que volvió bruscamente para ser
depuesto y,
en breve, asesinado.
WORCESTER: Muerte por la que la opinión del mundo entero nos
cubre de
infamia.
HOTSPUR: Pero vamos despacio, os lo ruego: ¿quiere decir que
el rey
Ricardo proclamó a mi hermano Edmundo Mortimer heredero de la
corona?
NORTHUMBERLAND: Lo hizo y yo mismo lo oí.
HOTSPUR: A fe mía que no puedo entonces censurar que su primo
el rey desee
que se muera de hambre en las áridas montañas. Pero
¿vosotros, que
colocasteis la corona sobre la cabeza de este hombre sin
memoria y que,
por él, estáis manchados con la odiosa complicidad de un
asesino, vosotros
querréis mostrar un mundo de maldiciones, ser sus agentes,
sus secuaces
secundarios, las cuerdas, la escala, el verdugo mismo que
emplea? ¡Oh!
perdonadme si tanto rebajo, para mostraros la situación, el
rango a que
descendéis sirviendo a ese rey desleal. ¡Oh vergüenza! ¿Se
dirá en
nuestros días, se escribirá en las crónicas futuras, que
hombres de
vuestra nobleza y poderío se comprometieron en una injusta
causa, como
ambos lo hicisteis (¡Dios os lo perdone!), para derribar a
Ricardo, esa
suave rosa gentil, para poner en su lugar a esta espina
áspera y enconada
de Bolingbroke? ¿Y se dirá, para mayor vergüenza aún, que
fuisteis
befados, repelidos, apartados, por el mismo en cuyo obsequio
arrostrasteis
tanta infamia? No; aún es tiempo de recuperar vuestro honor
perdido y de
levantaros nuevamente en la opinión del mundo. Vengaos de las
burlas y
desprecio de este altivo rey que sólo piensa noche y día en
pagaros la
deuda con vosotros contraída, con el precio sangriento de
vuestra muerte.
Digo, pues...
WORCESTER: Basta, sobrino, no digáis más. Ahora voy a abriros
un libro
secreto y leer a vuestro descontento, rápido en comprender,
un propósito
profundo y arriesgado, lleno de peligros, para cumplir el
cual se necesita
tanta audacia como para atravesar un torrente que ruge, sobre
el asta
vacilante de una lanza.
HOTSPUR: Si caemos en él, buenas noches; o ahogarse o nadar.
Que se
desencadene el Peligro de levante al ocaso, si el Honor
marcha a su
encuentro del Sur al Norte y dejadlos frente a frente. La
sangre circula
más vigorosa cuando se acecha un león que cuando se levanta
una liebre.
NORTHUMBERLAND: La idea de una gran hazaña le arroja fuera de
los límites
de la paciencia.
HOTSPUR: ¡Por el cielo! Creo sería fácil dar un salto hasta
la pálida faz
de la luna para arrancar de allí el refulgente Honor o bajar
hasta lo más
hondo del abismo, a profundidades que no alcanzó la sonda,
para retirar de
los cabellos la Gloria allí enterrada, si sobre el que tal
hace recayera,
solo y sin rival, todo el brillo de su acción. ¡No quiero
medallas de
doble cara!
WORCESTER: Helo ahí vagando en un mundo de quimeras, sin
prestar atención
a aquello que la reclama. Buen sobrino, prestadme un momento
de atención.
HOTSPUR: Os ruego me excuséis.
WORCESTER: Esos mismos nobles escoceses, que son vuestros
prisioneros...
HOTSPUR: Me quedaré con todos. ¡Vive el cielo! que no tendrá
uno solo de
esos escoceses. Si uno solo de ellos bastara para salvar su
alma, no lo
tendrá; ¡me quedaré con todos, por mi brazo!
WORCESTER: Os arrebatáis y no prestáis oídos a mis palabras.
Guardaréis
esos prisioneros.
HOTSPUR: Ciertamente que lo haré, eso es claro. Dice que no
quiere
rescatar a Mortimer; me ha prohibido hablar de Mortimer; pero
iré a
buscarle mientras duerme y le gritaré al oído: ¡Mortimer! Sí,
¿eh? Voy a
tener un loro que no sepa hablar más que una palabra:
¡Mortimer! y se lo
voy a dar para que conserve su cólera en movimiento.
WORCESTER: Oídme, sobrino, una palabra.
HOTSPUR: Juro que mi única preocupación será vejar e irritar
a ese
Bolingbroke y a ese príncipe de capa y espada, el de Gales;
si no supiera
que su padre no le ama y se alegraría al saber que le ha
ocurrido alguna
desgracia, le haría envenenar con un jarro de cerveza.
WORCESTER: Adiós, pariente. Os hablaré cuando estéis mejor
dispuesto a
escucharme.
NORTHUMBERLAND: ¿Qué avispa te ha picado y qué locura
impaciente te domina
para que charles así como una comadre y sólo prestes oído a
tus propias
palabras?
HOTSPUR: Es que me siento azotado, flagelado, sobre espinas,
es que siento
un hormigueo, cuando oigo hablar de ese vil politicastro. En
tiempo de
Ricardo... ¿Cómo llamáis el sitio? ¡La peste sea con el!...
es en el
Gloucestershire, allí donde residía ese reblandecido, el
duque, tu tío
York, allí donde por primera vez doblé la rodilla ante este
rey de las
sonrisas, cuando con él volvisteis de Ravenspurg...
NORTHUMBERLAND: En el castillo de Berkley.
HOTSPUR: Eso es; ¡cuántas caricias, cuántas zalamerías me
tributó entonces
ese perro rastrero! Cuando crezca su infantil fortuna , decía
y ¡gentil
Harry Percy y mi querido primo! ... ¡Que se lleve el diablo
semejante
canalla! ¡Dios me perdone! Querido tío, seguid vuestro
cuento, que he
concluido.
WORCESTER: No, si no habéis concluido, podéis recomenzar, que
esperaremos.
HOTSPUR: Mi palabra que he concluido.
WORCESTER: Volvamos de nuevo a vuestros prisioneros
escoceses. Ponedlos
inmediatamente en libertad, sin rescate y haced del hijo de
Douglas
vuestro único agente en Escocia para que levante tropas; por
diversas
razones que os enviaré por escrito, será cosa fácil, os lo
aseguro. Vos,
milord (A Northumberland) en tanto que vuestro hijo se ocupa
así en
Escocia, tratad de insinuaros en el ánimo de ese noble y
venerable prelado
tan querido, el arzobispo...
HOTSPUR: De York, ¿no es así?
WORCESTER: El mismo; aún resiente el golpe de la muerte de su
hermano lord
Scroop, en Bristol. No hablo aquí por conjeturas, no digo lo
que creo
probable, sino lo que me consta ha sido complotado,
concertado y resuelto,
plan cuya realización sólo espera un momento oportuno.
HOTSPUR: Lo olfateo ya y ¡vive Dios! que tendrá éxito.
NORTHUMBERLAND: ¡Suelta siempre la traílla antes de empezar
la caza!
WORCESTER: No se puede encontrar un plan más noble. Entonces
las tropas de
York con las de Escocia, reuniéndose a las de Mortimer...
¿qué os parece?
NORTHUMBERLAND: Así lo harán.
HOTSPUR: ¡Soberbia concepción, a fe mía!
WORCESTER: Pero graves razones nos dan prisa; apresurémonos a
salvar
nuestras cabezas, alzándolas bien alto [11] . Porque, por más
humilde que
sea nuestra actitud, el rey se considerará siempre como
nuestro deudor y
pensará que no estamos satisfechos, hasta tanto que no
encuentre medio de
arreglarnos la cuenta. Observad cómo ya empieza a alejarnos
de sus buenas
gracias.
HOTSPUR: Lo hace, lo hace; pero ya nos vengaremos.
WORCESTER: Adiós, sobrino; no hagáis nada en este sentido,
hasta tanto que
mis cartas os den una dirección. Cuando el momento sea
propicio, y lo será
en breve, iré a buscar secretamente a Glendower y a Mortimer;
entonces
vos, Douglas y nosotros, reuniremos con éxito nuestras
tropas, según el
plan adoptado, para sostener vigorosamente nuestras fortunas,
que por el
instante parecen vacilar.
NORTHUMBERLAND; Adiós mi buen hermano; llevaremos la obra a
buen fin,
tengo confianza.
HOTSPUR: Adiós, tío; quieran volar las horas, hasta que los
combates, los
golpes y los gemidos sean el eco de nuestro esfuerzo.
ROCHESTER. El patio de una taberna.
(Entra un carretero, con una linterna en la mano).
1° CARRETERO: ¡Hola! Que me ahorquen si no son ya las cuatro
de la mañana;
la gran Osa está encima de la nueva chimenea y nuestro
caballo no está aún
con el arnés. ¡A ver, palafrenero!
EL PALAFRENERO: (Del interior) ¡Allá voy, allá voy!
1° CARRETERO: Te ruego, Tom, que golpees un poco la silla de
Cut y
rellenes algo el arzón; la pobre bestia se lastima
constantemente en el
lomo.
(Entra otro carretero).
2° CARRETERO: Los guisantes y las habas son aquí húmedas como
el diablo,
es ese el camino más corto para que esas pobres bestias
revienten; esta
casa se la ha llevado el diablo desde que murió el
palafrenero Bertoldo.
1° CARRETERO: ¡Pobrecito! ¡No tuvo un momento de alegría
desde que el
precio de la avena subió; eso fuE lo que le mató!
2° CARRETERO: Creo que en todo el camino de Londres esta es
la casa más
infame por las pulgas; estoy picoteado como una tenca.
1° CARRETERO: ¡Como una tenca! ¡Vive Dios! que ningún rey de
la
cristiandad fue nunca mejor chupado que lo que yo lo he sido
desde que
cantó el gallo.
2° CARRETERO: Y nunca le dan a uno un vaso de noche y hay que
mear en la
chimenea, lo que convierte el cuarto en un hormiguero de
pulgas.
1° CARRETERO: ¡Hola, palafrenero, racimo de horca, venir
aquí!
2° CARRETERO: Tengo un jamón y dos raíces de jengibre que
llevar hasta
Charing-Cross.
1° CARRETERO: ¡Por el diablo! los gansos se están muriendo de
hambre en el
canasto. ¡Hola, palafrenero! ¡Un rayo te parta! ¿Nunca has
tenido ojos en
la cara? ¿Estás sordo? Si no hay tanta razón de romperte el
alma como de
beber un trago, soy un pillo de marca. Ven acá y que te ahorquen:
¿no
tienes conciencia?
(Entra Gadshill).
GADSHILL: Buen día, muchachos. ¿Qué hora es?
1° CARRETERO: Las dos, creo.
GADSHILL: Te ruego me prestes tu linterna para ver mi caballo
en la
cuadra.
1° CARRETERO: Anda, que conozco una broma que vale por dos
como esa.
GADSHILL: (Al 2°) . Por favor, préstame la tuya.
2° CARRETERO: ¿Hola, a mí con esas? ¿Préstame la linterna,
dice? Primero
te veré ahorcado.
GADSHILL: A ver, pillos, ¿a qué hora pensáis llegar a
Londres?
2° CARRETERO: A tiempo para ir a la cama con un candil, te lo
aseguro.
Vamos, vecino Mugs, a despertar a esos señores; quieren
viajar en
compañía, porque llevan mucha carga. (Salen los carreteros) .
GADSHILL: ¡Hola, aquí, camarero!
CAMARERO: (Del interior) . Pronto, a la mano como dicen los
ladrones.
GADSHILL: Lo mismo dicen los camareros; porque entre tú y un
ladrón, no
hay más diferencia que entre dirigir y hacer; tú eres quién
arma el lazo.
(Entra el camarero)
CAMARERO: Buen día, maese Gadshill. Las cosas están como os
dije ayer;
tenemos aquí un propietario de las selvas de Kent, que trae
sobre él
trescientos marcos en oro; se lo he oído decir a él anoche en
la cena, a
uno de sus compañeros, una especie de auditor, que va también
provisto de
una gruesa valija, sabe Dios con qué dentro. Están los dos ya
en pie y han
pedido huevos y manteca; van a partir en breve.
GADSHILL: Compadre, si éstos no se encuentran con los
hermanos de San
Nicolás [12] , te doy mi cabeza.
CAMARERO: No, no sabría que hacer de ella; te ruego la
conserves para el
verdugo, porque te sé tan devoto de San Nicolás, como puede
serlo un
hombre sin fe.
GADSHILL: ¿Qué me hablas del verdugo? Si me ahorcan, haremos
un hermoso
par de racimos de horca, porque, si me cuelgan, colgarán
conmigo al viejo
Sir John, y bien sabes que no está tísico. ¡Bah! hay otros Troyanos
[13]
en los que no sueñas, quienes, por placer, se dignan hacer
honor a la
profesión y que, si los jueces curiosearan de cerca, se
encargarían, por
propia conveniencia, de hacer arreglar las cosas. Yo no hago
liga con
descamisados, ni con villanos armados de garrotes, que
apalean por seis
sueldos; ni con matasietes bigotudos, de rostro inflamado por
la cerveza;
sino con gente noble y tranquila, con burgomaestres y
tesoreros [14] ,
gente de peso más pronto a pegar que a hablar, hablar que a
beber y a
beber que rezar. Y ¡pardiez! que me engaño; porque rezan
continuamente a
su santo el erario público. ¿Le rezan, digo? No, lo rozan;
porque lo suben
y lo bajan, para calzarse las botas [15] .
CAMARERO: ¿Cómo calzarse las botas? Cuidado no se les
humedezcan en un mal
camino.
GADSHILL: No hay cuidado; la justicia misma les da un lustre
impermeable.
Robaremos tan seguros como en un castillo fuerte; tenemos la
receta de la
semilla de helecho [16] ; caminamos invisibles.
CAMARERO: Creo, voto a bríos, que debéis más a la noche que a
esa semilla
el andar invisibles.
GADSHILL: Dame la mano; tendrás una parte en nuestra presa,
tan cierto
como que soy un hombre
de bien.
CAMARERO: Di más bien: tan cierto como que soy un pillo
redomado y te
creeré.
GADSHILL: Qué quieres, Homo es un nombre común a todos los
hombres. Dile
al palafrenero que me traiga mi caballo de la cuadra. Adiós,
cenagoso
bellaco. (Sale).
Escena II
El camino cerca de Gadshill.
(Entran el príncipe Enrique y Poins; Bardolfo y Peto a cierta
distancia).
POINS: Pronto, pronto, esconderse; he alejado el caballo de
Falstaff y
está rechinando como pana engomada [17] .
PRÍNCIPE ENRIQUE: Disimúlate aquí. (Entra Falstaff) .
FALSTAFF : ¡Poins! ¡Poins! ¡No verte ahorcado! ¡Poins!
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Silencio, enjundia de riñonada! ¿Por qué
metes ese
alboroto?
FALSTAFF: ¿Dónde está Poins, Hal?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Se ha subido a la colina; voy a buscarle.
(Finge salir
en su busca).
FALSTAFF: Es una maldición robar en compañía de ese pillo; el
bellaco ha
alejado mi caballo y lo ha atado no sé dónde. Con cuatro pies
cuadrados
más que ande se me corta el resuello. Si escapo a la horca
por quitarle el
gusto del pan a ese canalla, seguro que tendrá una muerte
hermosa. Hace
veintidós años que estoy jurando a toda hora renunciar a la
compañía de
ese rufián; pero debe ser cosa de maleficio el atractivo que
tiene sobre
mí. Si el pillo no me ha dado algún filtro a beber para
hacerse querer,
que me cuelguen; no puede ser de otro modo, he bebido un
filtro. ¡Poins!
¡Hal! ¡La peste sea con vosotros! ¡Bardolfo! ¡Peto! ¡Que me
muera de
hambre si doy un paso más por robar! Si no es cierto que
tanto me
convendría hacerme hombre honrado y abandonar esta canalla,
como beber un
buen trago, ¡soy el más genuino belitre que jamás mascó con
un diente!
Ocho yardas, a pie, en un terreno desparejo, equivalen para
mí a diez
millas; bien lo saben esos villanos de corazón de piedra.
¡Que la peste se
lleve a todos los ladrones que no se guardan fe unos a otros!
(Se oye un
silbido) . ¡Ouf! ¡La peste sea con vosotros todos!
¡Devolvedme mi caballo,
marranos, el caballo, fruta de horca!
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Silencio, salchichón! Echate ahí. Pega el
oído a
tierra, y dime si no oyes el paso de algún viajero.
FALSTAFF: ¿Tenéis algunas palancas para levantarme una vez
que esté
echado? ¡Voto al diablo! ¡No recomenzaré a pasear a pie mi
pobre carne por
todo el oro que haya en la caja de tu padre! ¿Qué rabia
tenéis de
enflaquecerme así?
PRÍNCIPE ENRIQUE: No se te enflaquece, se te desengrasa [18]
.
FALSTAFF: Te ruego, mi buen príncipe Hal, encuéntrame mi
caballo, ¡buen
hijo de rey!
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Hola, bribón! ¿Soy acaso tu mozo de
cuadra?
FALSTAFF: ¡Vete a ahorcar con tus propias ligas de heredero
presuntivo! Si
me cogen, ya me las pagaréis. Si no os hago unas letrillas
que se cantarán
con las tonadas más sucias del mercado, que me sepa a veneno
una copa de
Jerez. Cuando una broma va tan lejos, sobre todo a pie, la
detesto.
GADSHILL: ¡Alto!
FALSTAFF: Así lo hago, contra mi voluntad.
POINS: Ahí viene nuestro olfatero; conozco su voz.
BARDOLFO: ¿Qué hay de nuevo?
GADSHILL: Pronto, pronto, tapaos; poneos la máscara; ya viene
el oro del
rey. Baja de la colina y va a la real caja.
FALSTAFF: Mientes, pillo: va a la real taberna.
GADSHILL: Hay bastante para hacernos a todos...
FALSTAFF: Ahorcar.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Vosotros cuatro les detendréis en el
desfiladero; Ned,
Poins y yo nos colocaremos más abajo; si se os escapan, nos
caerán a las
manos.
PETO: ¿Cuántos son?
GADSHILL: Unos ocho o diez.
FALSTAFF: ¡Cáspita! ¿Y no nos robarán a nosotros?
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Qué pedazo de cobarde este don Juan Panza!
FALSTAFF: Yo no digo que sea un don Juan de Gante [19] ,
vuestro abuelo,
pero un cobarde! No, no lo soy, Hal.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien; eso lo veremos
POINS: Amigo Jack, tu caballo está detrás del cerco, allí le
encontrarás
cuando lo necesites. Adiós y mano firme.
FALSTAFF: ¡Ay si pudiese aplastarle, aunque me ahorcaran
después!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Ned, ¿dónde están nuestros disfraces?
POINS: Aquí al lado; seguidme.
(Salen el Príncipe Enrique y Poins).
FALSTAFF: ¡Vamos, señores, buena suerte! Cada uno a su tarea.
(Entran los viajeros) .
1° VIAJERO: Venid, vecino; el muchacho llevará nuestros
caballos hasta
abajo de la cuesta; andemos un poco a pie para estirar las
piernas.
LOS LADRONES: ¡Alto ahí!
VIAJEROS: ¡Cristo nos ampare!
FALSTAFF: ¡Duro en ellos! ¡Echarlos al suelo! ¡Degolladlos!
¡Miserables
gusanos! ¡Hijos de p...! ¡Hartos de tocino! ¡Nos odian,
jóvenes amigos! ¡A
tierra con ellos! ¡Despojadles!
1° VIAJERO: ¡Ay! ¡Estamos perdidos, con todo lo que poseemos,
para
siempre!
FALSTAFF: ¡A la horca, panzudos miserables! ¿Perdidos
vosotros? No,
gruesos patanes. ¡Quisiera que todo vuestro haber estuviera
aquí!
¡Adelante, cerdos, adelante! ¿Cómo, miserables? ¿No es acaso
necesario que
la juventud viva? Sois grandes jurados, ¿no es verdad? Pues
ahora os vamos
a hacer jurar nosotros.
(Despojan a los viajeros y, echándoles fuera, salen Falstaff
y los otros).
Vuelve el príncipe Enrique y Poins
PRÍNCIPE ENRIQUE: Los bandidos han maniatado a la gente de
bien. Ahora si
pudiéramos tú y yo robar a los bandidos y volvernos
alegremente a Londres,
tendríamos tema para charlar una semana, reírnos un mes y
burlarnos
siempre.
POINS: No hagamos ruido, les siento venir.
Vuelven los ladrones.
FALSTAFF: Vamos, compañeros, a repartirnos, y antes que venga
el día, a
caballo todos. Si el príncipe y Poins no son unos cobardes de
marca, no ha
habido nunca justicia en el mundo. No hay más bravura en ese
Poins que en
un pato salvaje.
PRÍNCIPE ENRIQUE: (Cayendo sobre ellos) . ¡La bolsa o la
vida!
POINS: ¡Villanos!
(Mientras están repartiendo el botín, el príncipe y Poins se
les van
encima. Falstaff, después de uno o dos quites, huye con los
otros, dejando
tras ellos todo el botín).
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Fácil victoria! ¡Ahora, alegremente, a
caballo! Los
ladrones se han dispersado y llevan tal miedo, que no se
atreven a
acercarse uno al otro. Cada uno toma al compañero por un
gendarme.
Adelante, buen Ned. Falstaff va sudando a chorros y
engrasando la flaca
tierra al caminar. Si no me riera tanto, le tendría lástima.
POINS: ¡Cómo chillaba el bellaco!
Escena III
WARKWORTH. Una sala en el Castillo.
(Entra Hotspur, leyendo una carta)
HOTSPUR: Pero, por mi parte, milord, estaría muy contento de
encontrarme
allí, a causa del afecto que tengo a vuestra casa . ¿Que
estaría muy
contento? ¿Por qué no está aquí, entonces? A causa del afecto
que tiene a
nuestra casa : muestra en esto que tiene más afecto a su
granja que a
nuestra casa. Sigamos: la empresa que tentáis es peligrosa .
¡Vaya si lo
es! También es peligroso resfriarse, dormir, beber; pero
también os digo,
milord estúpido, que sobre esa espina del peligro se recoge
la flor de la
seguridad. La empresa que tentáis es peligrosa; los amigos
que me
nombráis, inseguros; el momento mismo, inoportuno; todo el conjunto
de
vuestro proyecto, muy frágil frente a los formidables
obstáculos . ¿Cómo
decís, cómo decís? En cambio os digo que sois un necio, un
cobarde patán y
que mentís. Pero, ¿qué especie de idiota es éste? ¡Pardiez,
nuestro plan
es uno de los mejores
que jamás se concibieron; nuestros amigos leales y
constantes; un buen plan, buenos amigos y un mundo de
esperanzas! Un plan
excelente, amigos de primer orden. ¡Qué alma de témpano tiene
ese
mentecato! ¿Cómo? Milord de York aprueba el plan y la marcha
general de la
acción... Voto al chápiro, si estuviese en este momento cerca
de ese
villano, le rompería el cráneo con el abanico de su mujer.
¿No están en
ello mi padre, mi tío y yo mismo? ¿Lord Edmundo Mortimer,
milord de York,
Owen Glendower? ¿No están además los Douglas? ¿No tengo acaso
cartas de
todos ellos, en las que me anuncian vendrán con su gente a
reunirse
conmigo el 9 del próximo mes? ¿Acaso algunos de ellos no están
ya en
camino? ¡Y este vil renegado!... ¡Ah! le vais a ver, con toda
la
sinceridad del miedo y de la pusilanimidad, irse al rey y
revelarle todos
nuestros proyectos. ¡Quisiera despedazarme, abofetearme yo
mismo por haber
invitado a tan alta empresa a semejante plato de natillas!
¡Racimo de
horca! Que vaya a contárselo al rey: estamos prontos; esta
misma noche
parto.
(Entra Lady Percy).
HOTSPUR: ¿Y bien, Kate? Es necesario que os deje dentro de
dos horas.
LADY PERCY: ¡Oh, mi buen señor! ¿Por qué estáis así tan solo?
¿Y por qué
ofensa me encuentro desterrada hace dos semanas, del lecho de
mi Enrique?
Dime, mi dulce dueño, qué te quita así el apetito, la alegría
y el sueño
de oro: ¿por qué miras fijamente al suelo y te estremeces a
menudo cuando
estás solo? ¿Por qué ha desaparecido de tus mejillas el vivo
ardor de la
sangre? ¿Por qué han abandonado mis tesoros y mis derechos
sobre ti a la
meditación sombría y a la melancolía maldita? He velado
durante tus sueños
inquietos y te he oído murmurar historias de férreos
combates, dar gritos
de aliento a tu ardiente corcel: "¡valor, al
campo!" Has hablado de
salidas, de retiradas, de trincheras, de carpas, palizadas,
fortines,
parapetos, de bombas; cañones, culebrinas, de prisioneros
rescatados, de
soldados muertos, de toda la brega de un combate implacable.
Tu espíritu
había guerreado tanto y te había agitado de tal manera en tu
sueño, que
las gotas de sudor corrían por tu frente como burbujas sobre
un curso de
agua recién agitado. Y sobre tu cara aparecían extrañas
contracciones,
semejantes a las que vemos cuando se retiene el aliento en un
brusco
ímpetu. ¿Qué presagios
son éstos? Algún grave designio tiene mi señor;
debo conocerlo, o él no me ama.
HOTSPUR: ¡Hola! (Entra un criado) . ¿Partió Williams con el
paquete?
CRIADO: Sí, milord, hace una hora.
HOTSPUR: ¿Ha traído Butler los caballos de casa del sheriff?
CRIADO: Acaba de llegar con uno de los caballos.
HOTSPUR: ¿Qué caballo? ¿No es un ruano, desorejado?
CRIADO: Ese es, milord.
HOTSPUR: Ese ruano será mi trono. Le montaré en breve. ¡Oh
esperanza! [20]
Di a Butler que lo traiga al parque. (Sale el criado) .
LADY PERCY: Pero oídme, milord.
HOTSPUR: ¿Qué dices, milady?
LADY PERCY: ¿Qué es lo que te arrastra lejos de mí?
HOTSPUR: Mi caballo, amor mío, mi caballo.
LADY PERCY: ¡Vamos, mono antojadizo! ¡Una comadreja tiene
menos caprichos
que vos! Por mi fe, quiero conocer lo que os ocupa, Harry, lo
quiero. Temo
que mi hermano Mortimer empiece a moverse por sus derechos al
trono y os
haya enviado a buscar.
Pero si vais...
HOTSPUR: Tan lejos, a pie, me fatigará mucho, amor mío.
LADY PERCY: Vamos, vamos, papagayo [21] , contestad
directamente a la
pregunta que os hago. Harry, te voy a romper el dedo meñique
si no me
dices toda la verdad.
HOTSPUR: ¡Basta, locuela! ¿Amarte? No, no te amo, ni me
importa nada de
ti, Kate. No es el momento de jugar a las muñecas ni de
chocar los labios.
Necesitamos narices ensangrentadas; las coronas [22] rotas
son la moneda
del día. ¡Mi caballo, vive Dios! ¿Qué dices, Catalina? ¿Qué
es lo que
quieres de mí?
LADY PERCY: ¿No me quieres? ¿No, en verdad? Está bien; pero
si no me amas,
no amaré yo tampoco. No, dime si hablas en broma o no.
HOTSPUR: ¿Quieres verme montar a caballo? Una vez que esté
sobre la silla,
te juraré un amor infinito. Pero, óyeme bien, Kate: en
adelante, necesito
que no me preguntes donde voy, ni cosa semejante. Voy donde
debo ir y,
para concluir, tengo que dejarte esta noche, mi linda Kate.
Sé que eres
prudente; pero nada más que prudente, tanto como puede serlo
la mujer de
Harry Percy. Eres constante, pero mujer. Para los secretos,
ninguna más
discreta, porque estoy seguro que no revelarás lo que no
sabes. ¡Ve hasta
dónde confío en ti, mi linda Kate!
LADY PERCY: ¿Cómo? ¿Hasta ahí?
HOTSPUR: Ni una pulgada más. ¿Pero me oyes bien, Kate? Donde
yo vaya, iras
tú. Yo parto hoy y tú mañana. ¿Estás contenta, Kate?
LADY PERCY: Tengo que contentarme, a la fuerza. (Salen) .
Escena IV
EASTCHEAP. Un cuarto en la taberna de la "Cabeza del
Cerdo".
(Entran el Príncipe Enrique y Poins).
PRÍNCIPE ENRIQUE: Ned, hazme el favor de salir de ese cuarto
inmundo y
préstame tu ayuda para reírme un poco.
POINS: ¿Dónde has estado, Hal?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Con tres o cuatro tontos entre sesenta u
ochenta
barriles [23] . He tocado el más bajo fondo de la canallería.
Soy hermano
juramentado de una trailla de mozos de taberna y puedo
llamarles a todos
por sus nombres cristianos de Tom, Dick y Francis. Juran ya,
por su vida
eterna, que aunque yo no sea aún más que príncipe de Gales,
soy ya el rey
de la cortesía, y afirman netamente que no soy un altanero
Jack, como
Falstaff, sino un Corintio, un muchacho de corazón, un buen
compañero;
¡pardiez! es así como me llaman. Cuando sea rey de
Inglaterra, mandaré a
todos los buenos rapaces de Eastcheap. Al beber firme, llaman
teñir de
escarlata , y cuando, al vaciar una botella, respiráis,
gritan: ¡hum!, y
te imponen ver el fondo. En suma, he hecho tantos progresos
en un cuarto
de hora, que puedo, toda mi vida, invitar a beber, en su
propia jerga, a
cualquier calderero remendón. Ned, te aseguro que perdiste un
gran honor
no estando conmigo en esa acción. Pero, dulce Ned, te doy
este cucurucho
de azúcar, que hace poco me metió en la mano un subtabernero,
uno que
jamás habló más inglés en su vida que: ocho chelines y seis
penique o
¡Bienvenido! , con este estribillo chillón: ¡al instante, al
instante,
señor, medir una pinta de BASTARDO [24] en la Media Luna! , o
algo por el
estilo. Ahora, Ned, para pasar el tiempo hasta que venga
Falstaff, vete a
la pieza contigua, en tanto que interrogo a ese ingenuo
fámulo con qué
objeto me ha dado el azúcar; no dejes de llamar ¡Paco!, de
manera que la
historia que me cuentes se reduzca a: ¡al instante! Sepárate,
voy a
enseñarte el modo.
POINS: ¡Paco!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Perfectamente.
(Sale Poins. Entra Paco)
PACO: Al instante, al instante, señor. Ve en el salón
granate, Ralph.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Ven aquí, Paco.
PACO: ¿Milord?
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cuánto tiempo tienes que servir aún, Paco?
PACO: A fe mía, cinco años y tanto como...
POINS: (Dentro) . ¡Paco!
PACO: ¡Al instante, al instante, señor!
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Cinco años! ¡Por Nuestra Señora, es una
contrata muy
larga para fregar el estaño! Pero, dime, Paco, ¿serás
bastante valiente
para hacerte el cobarde ante ese compromiso y mostrarle un
bello par de
talones huyendo de él?
PACO: ¡Oh, señor! Podría jurar sobre todas las biblias de
Inglaterra que
tendría bastante corazón para...
POINS: (Dentro) . ¡Paco!
PACO: ¡Al instante, al instante, señor!
PRINCIPE ENRIQUE: ¿Qué edad tienes, Paco?
PACO: Dejadme contar... Para el próximo San Miguel tendré...
POINS: (Dentro) . ¡Paco!
PACO: ¡Al instante, señor! Milord, esperad un momento, os
ruego.
PRÍNCIPE ENRIQUE: No, ocúpate de mí, Paco. El azúcar que me
diste, sólo te
costó un penique, ¿verdad?
PACO: ¡Oh, milord! Hubiera querido que me costara dos.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Quiero darte en cambio mil libras;
pídemelas cuando
quieras y las tendrás.
POINS: (Dentro) . ¡Paco!
PACO. ¡Al instante, al instante!
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Al instante, Paco! No, Paco; mañana, Paco,
o el jueves,
Paco, o, por mi fe, Paco, cuando quieras. Pero, Paco...
PACO: ¿Milord?
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Te animarías a robar a un quídam que lleva
un coleto de
ante, botones de cristal, pelado al ras, anillo de ágata,
medias color
pulga, ligas de lana, voz melosa y panza española?
PACO: ¡Oh, milord! ¿De quién queréis hablar?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Vamos, veo que tu única bebida es ese
brebaje bastardo;
porque, mira, Paco, tu justillo de blanca lona se ensuciará.
En Berbería
eso no puede costar tan caro [25] .
PACO: ¿Cómo señor?
POINS: (Dentro) . ¡Paco!
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Anda, granuja! ¡No oyes que te están
llamando!
(Ambos le llaman a la vez; el mozo se queda perplejo, no
sabiendo a quién
acudir). (Entra el tabernero).
TABERNERO: ¿Cómo, estáis ahí parado oyendo como te llaman?
¡Corre a servir
los parroquianos! (Paco sale) . Milord, el viejo Sir John,
con una media
docena más están ahí fuera: ¿debo dejarles entrar?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Que esperen un momento y luego ábreles la
puerta. (Sale
el Tabernero) . ¡Poins!
(Vuelve Poins) .
POINS: ¡Al instante,
al instante, señor!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Amigo, Falstaff y el resto de los ladrones
están ahí
fuera. ¡Lo que vamos a reírnos!
POINS: A reírnos como grillos, chico. Pero, dime ¿qué maligno
placer has
tenido en esa broma con el mozo? ¿Qué te proponías?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Daría en este momento todas las bromas que
se han
inventado desde los viejos tiempos del buen hombre Adam hasta
la hora
juvenil de medianoche, que suena ahora. (Vuelve Paco, con
vino) . ¿Qué
hora es, Paco?
PACO: ¡Al instante, al instante, señor!
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Es posible que este asno sepa menos
palabras que un
loro y sea, sin embargo, hijo de mujer! Su industria se
reduce a subir y
bajar escaleras; su ciencia, a cuanto debe el parroquiano. No
tengo
todavía el humor de Percy, la Espuela Ardiente [26] del
norte, ese que
mata seis o siete docenas de escoceses en un almuerzo, se
lava las manos y
dice a su mujer: ¡Qué vida ociosa! ¡Tengo necesidad de hacer
algo! -Oh, mi
dulce Enrique, contesta ella, ¿cuántos has muerto hoy?...
-Que den de
beber a mi caballo ruano! exclama él; luego, una hora
después, contesta:
Unos catorce, ¡una bagatela, una bagatela!... Haz entrar a
Falstaff, te
ruego; yo haré el papel de Percy, y ese condenado jabalí hará
el de Lady
Mortimer, su esposa. ¡Rivo! [27] suelen decir los borrachos.
Introduce
esas osamentas y esa vejiga de sebo.
(Entran Falstaff, Gadshill, Bardolfo y Peto) .
POINS: ¡Bienvenido, Jack! ¿Dónde has estado?
FALSTAFF: ¡La peste se lleve a todos los cobardes, digo!
¡Ojalá les
apretaran el gañote! ¡ Amén , pardiez! Dame una copa de
Canarias,
muchacho. Antes que continuar esta vida, prefiero hacer
calceta, zurcir
medias y hasta pisotearlas. ¡La peste se lleve a todos los
cobardes! No
hay ya virtud sobre la tierra. Dame una copa de Canarias,
pillo. (Bebe) .
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Has visto alguna vez a Febo besar un pan
de mantequilla
y éste derretirse, enternecido, bajo la dulce caricia del
sol? Si lo
viste, contempla esa mole.
FALSTAFF: Bribón, hay cal en este vino; no se encuentra sino
infamia en el
hombre villano; sin embargo, un cobarde es peor que un jarro
de vino con
yeso dentro; ¡innoble cobarde! Sigue tu camino, viejo Jack,
muere cuando
quieras; si el heroísmo, el verdadero heroísmo, no desaparece
del haz de
la tierra, soy un arenque seco. La Inglaterra no cuenta más
de tres
hombres de bien no ahorcados aún; uno de ellos está algo
grueso y comienza
a envejecer. ¡Dios le tenga en su guarda! ¡Oh mundo infame!
Quisiera ser
un artesano; cantaría salmos o cualquier cosa. ¡Una vez más,
que la peste
se lleve a todos los cobardes!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Eh, saco de lana, ¿qué estás refunfuñando
ahí?
FALSTAFF: ¡Un hijo de rey! Sí no te expulso de tu reino con
una espada de
palo y delante de ti a toda la turba de tus súbditos como a
una bandada de
gansos, no llevaré más un pelo en la cara. ¿Tú, príncipe de
Gales?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Pero, hijo de p..., ¿de qué se trata?
FALSTAFF: ¿No eres un cobarde? ¡Contéstame a eso! ¿Y Poins
también?
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Por Cristo, panzón inmundo, si me llamas
cobarde, te
coso a puñaladas!
FALSTAFF: ¡Llamarte a ti cobarde! ¡Te vería condenado antes
de llamarte
cobarde! Pero daría mil libras por poder correr tan ligero
como tú. Sois
bien formado de espaldas, compadres y no os importa que os
miren por
detrás. ¿Y a eso llamas sostener a los amigos? ¡La peste sea
con semejante
sostén! ¡Dadme gente que me haga cara! Que me den de beber;
soy un bellaco
si he bebido un trago hoy.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Canalla! ¡Tienes los labios aún húmedos
del último
jarro que te has tragado!
FALSTAFF: ¡Nada, lo repito una vez más: la peste se lleve a
todos los
cobardes! (Bebe) .
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Pero de qué se trata?
FALSTAFF: ¿De qué se trata? Henos aquí cuatro que esta mañana
habíamos
cogido mil libras.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Dónde están, Jack, dónde están?
FALSTAFF: ¿Dónde están? Nos las han quitado. ¡Pobres de
nosotros! ¡Eramos
cuatro contra cien!
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Cómo, hombre! ¿Contra cien?
FALSTAFF: Soy un badulaque si no crucé el hierro durante dos
horas contra
una docena de ellos. He escapado por milagro. Me han
atravesado ocho veces
el peto y cuatro las
bragas; mi escudo está perforado de parte a parte y
mi espada mellada como una sierra: ecce signum. ¡Jamás me
conduje mejor
desde que soy hombre! Todo fue inútil. ¡La peste se lleve a
todos los
cobardes! Que hablen éstos ahora; si exageran o amenguan la
verdad, son
unos malvados, hijos de las tinieblas.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Hablad, amigos; ¿qué ha ocurrido?
GADSHILL: Nosotros cuatro, caímos sobre unos doce...
FALSTAFF: ¡Diez y seis, al menos, milord!
GADSHILL: Y los amarramos.
PETO: No es cierto, no los amarramos.
FALSTAFF: Bribón, los ligamos a todos, sin excepción o no soy
más que un
judío, un judío hebreo.
GADSHILL: Mientras nos estábamos repartiendo, un grupo de
seis o siete se
nos vino encima...
FALSTAFF: Y éstos desataron a los primeros; luego llegaron
otros.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo? ¿Os habéis batido contra todos
ellos?
FALSTAFF: ¿Todos? No sé lo que llamas todos ; pero si yo no
me he batido
con cincuenta de ellos, soy un manojo de rábanos. Y si
cincuenta y dos o
cincuenta y tres asaltantes no atacaron al pobre viejo Jack,
no soy una
criatura bípeda.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Quiera Dios que no hayas matado a varios
de ellos!
FALSTAFF: Me parece el voto algo tardío; empimenté dos; dos,
estoy seguro,
quedaron liquidados, dos pillos con trajes de bocací [28] .
Oye, Hal: ¡si
te miento, escúpeme en la cara, llámame caballo! Tú bien conoces
mi vieja
guardia. He aquí mi actitud: con la espada en esta posición,
cuatro pillos
vestidos de bocací me acometen...
PRINCIPE ENRIQUE: ¿Cómo cuatro? Dijiste dos hace un momento.
FALSTAFF: Cuatro, Hal, te dije cuatro.
POINS: Sí, sí, dijo
cuatro.
FALSTAFF: Esos cuatro se me vinieron de frente y me atacaron
al mismo
tiempo. Yo, con toda sangre fría, recibí las siete puntas en
mi escudo,
así.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Siete? ¡Hace un momento no eran más que
cuatro!
FALSTAFF: Con trajes de bocací.
POINS: Sí, cuatro en trajes de bocací.
FALSTAFF: ¡Siete, por la empuñadura de mi espada, o no soy
más que un
follón!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Déjalo continuar; el número va a crecer en
breve.
FALSTAFF: ¿Me atiendes, Hal?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí, y te observo también Jack.
FALSTAFF: Presta atención, porque la cosa vale la pena. Los
nueve en traje
de lino, de que te hablé...
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Ya aparecieron dos más!
FALSTAFF: Habiéndoseles roto las puntas... [29] .
POINS: Se les cayeron los calzones.
FALSTAFF: Empezaron a recular; pero les aprieto de cerca,
trabajo con pies
y manos y, en un relámpago, me liquido a siete de los once.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh, prodigio! ¡De dos hombres vestidos de
bocací han
salido once!
FALSTAFF: Pero, como si el diablo se mezclara, tres de esos
bandidos, tres
canallas vestidos de paño verde de Kendal, me acometen por la
espalda;
estaba tan obscuro, Hal, que no habrías podido ver tu mano.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Esas mentiras son como el padre que las
engendra, gordas
como montañas, impudentes, palpables. Especie de tripa con
relleno de
barro, imbécil de nudoso cráneo, hijo de p..., obsceno,
indecente, montón
de sebo!
FALSTAFF: ¿Pero estás loco? ¿Estás loco? ¿No es verdad, la
pura verdad?
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Pero cómo has podido distinguir que esos
hombres
estaban vestidos de paño verde de Kendal, cuando estaba tan
obscuro que no
podías ver tus manos? A ver, danos una razón; ¿qué contestas
a eso?
POINS: ¡Vamos, una razón, Jack, una razón!
FALSTAFF: ¿Cómo, así, por apremio? No, aunque me
descuartizaran, aunque me
dieran todos los suplicios del mundo, no diría una palabra
por apremio.
¡Obligarme a dar una razón! Aunque las razones fueran más
abundantes que
las moras en los cercos, no le daría a nadie una sola. ¡Con
apremios a mí!
PRÍNCIPE ENRIQUE: No
quiero ser más tiempo cómplice de este mentir
descarado; este sanguíneo poltrón, este demoledor de camas,
este
deslomador de caballos, esta sucia mole de carne...
FALSTAFF: Fuera de aquí, hambriento, piel de duende, lengua
seca de buey,
bacalao... ¡Oh, si tuviese aliento para decirte a todo lo que
te pareces!
¡Vara de sastre, vaina, mascarón de proa, vil espadín!...
PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien, respira un poco y recomienza; cuando
te hayas
agotado en innobles comparaciones, óyeme un poco.
POINS: Escucha, Jack.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Este y yo os hemos visto, a vosotros
cuatro, caer sobre
cuatro hombres; los habéis atado y despojado de cuanto tenían
encima. Oye
ahora cómo, con una palabra, echo al suelo toda tu
historia... Entonces
nosotros dos caímos sobre vosotros cuatro y en un suspiro os
aligeramos de
vuestra presa, trayéndonosla; os la podemos mostrar aquí, en
esta casa. En
cuanto a ti, Falstaff, te echaste la panza al hombro con
extraordinaria
habilidad y metiste a correr como un gamo, bramando, pidiendo
gracia,
mugiendo como nunca oí a un becerro. ¡Es necesario que seas
muy canalla
para haber mellado así tu espada y asegurar que fue
batiéndote! ¿Qué
fábula, qué estratagema, qué escapatoria podrás encontrar
para salvarte de
esta manifiesta y patente vergüenza?
POINS: Vamos a ver, Jack: ¿qué subterfugio encuentras?
FALSTAFF: ¡Pardiez! Os reconocí en el acto como el que os
hizo. Oídme
ahora, señores: ¿debía yo matar al heredero presuntivo?
¿Atentar contra el
príncipe legítimo? Bien sabes que soy valiente como Hércules;
pero observa
el instinto: el león respeta siempre la sangre real [30] . El
instinto es
una gran cosa; he sido cobarde por instinto. Así, mientras
viva, tendré
más alta opinión de mí mismo y de ti; de mí, por león
valiente; de ti, por
verdadero príncipe. Al fin y al cabo, ¡vive el cielo!
muchachos, que me
alegro que tengáis el dinero. ¡Posadera, en facción a la
puerta! Velarás
esta noche, rezarás mañana. ¡Valientes amigos! ¡Compañeros!
¡Bravos
chicos! ¡Corazones de oro! Dejadme daros todos los títulos
que me inspira
mi fraternal cariño. Armaremos una juerga, ¿verdad? ¡Si
improvisáramos una
comedia!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Perfectamente; tu escapada servirá de
trama.
FALSTAFF: No hablar más de eso, Hal, si me quieres.
(Entra la posadera)
POSADERA: Milord... mi príncipe...
PRÍNCIPE ENRIQUE: Y bien, milady... posadera, ¿qué tienes que
decirme?
POSADERA: Pues, nada, milord; hay en la puerta un noble de la
corte que
quiere hablaros; dice que viene de parte de vuestro padre.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Pues
dale lo suficiente para hacer de él un hombre real
[31] y que se vuelva adonde está mi padre.
FALSTAFF: ¿Qué clase de hombre es?
POSADERA: Un hombre viejo.
FALSTAFF: ¿Cómo su gravedad ha abandonado el lecho a media
noche? ¿Debo
contestarle?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Hazlo, Jack, te lo ruego.
FALSTAFF: Déjame hacer, pronto le despacharé. (Sale).
PRÍNCIPE ENRIQUE: Ahora a nosotros, señores. Por mi fe, os
habéis batido
bien; tú también, Peto, y tú, Bardolfo. También sois unos
leones, también
huíais por instinto y no queríais tocar al príncipe legítimo.
¡Pouah!
BARDOLFO: A fe mía, corrí cuando vi a los otros correr.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Dime ahora seriamente, ¿cómo es que está
tan mellada la
espada de Falstaff?
PETO: ¡Eh! la melló con su propia daga; dijo que juraría por
todo el honor
que hay en Inglaterra, para haceros creer que el desperfecto
había
ocurrido en la lucha y nos persuadió que hiciéramos lo mismo.
BARDOLFO: Y que nos frotáramos las narices con grama ruda
para hacerlas
sangrar; luego salpicar con esa sangre nuestros trajes y
jurar que era la
de los buenos viandantes. Hice lo que hacía siete años no me
ocurría, me
sonrojé al oír esas monstruosas imposturas.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Bellaco! Hace diez y ocho años que te
robaste un frasco
de Canarias y desde ese día, sorprendido infraganti , cubre
tu cara color
de púrpura. Teniendo ese fuego a tu disposición y a más la
espada, has
disparado como un gamo; ¿qué instinto te impelía?
BARDOLFO: Milord, ¿veis estos meteoros? ¿Apercibís estas
erupciones?
(Mostrando su nariz roja).
PRÍNCIPE ENRIQUE: Las veo.
BARDOLFO: ¿Qué pensáis que anuncian?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Hígado caliente y bolsa fría.
BARDOLFO: Bilis, milord, bilis, al que es entendido.
PRÍNCIPE ENRIQUE: No, al que es entendido, eso anuncia
cuerda. (Vuelve
Falstaff). He aquí al enclenque Jack, he aquí al esqueleto. Y
bien, dulce
criatura inflada, ¿cuánto tiempo hace, Jack, que te viste la
rodilla?
FALSTAFF: ¿Mi rodilla? Cuando tenía tu edad, Hal, tenía el
talle más
delgado que la garra de un águila; habría pasado a través del
anillo de un
regidor. ¡La peste se lleve a las penas y suspiros! ¡Hinchan
un hombre
como una vejiga!... De ahí fuera traigo malas noticias; era
sir John Bracy
que venía de parte de vuestro padre. Necesitáis ir a la corte
por la
mañana. Ese loco rematado del Norte, Percy y el otro de
Gales, que le dio
una paliza a Amaimón [32] , hizo cornudo a Lucifer y obligó
al diablo a
jurarle homenaje sobre la cruz de una alabarda galense...
¿Cómo diablos le
llamáis?
POINS: ¡Ah! sí, Glendower.
FALSTAFF: Owen, Owen, el mismo; y su yerno Mortimer y
el viejo
Northumberland y el más despierto escocés de todos los
escoceses, Douglas,
que trepa a galope una falda de cerro perpendicular...
PRÍNCIPE ENRIQUE: Ese que a toda carrera derriba con su
pistola un pájaro
volando.
FALSTAFF: Diste en el clavo.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Mejor de lo que él dio en el pájaro.
FALSTAFF: Bien, pero ese pillo tiene energía; no sabe huir.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Y por qué, entonces, bellaco, le alabas
tanto su
agilidad?
FALSTAFF: A caballo, pichón mío; porque a pie, no daría un
paso.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Por instinto, Jack.
FALSTAFF: De acuerdo, por instinto. Bien, pues; él está en la
cosa, con un
tal Mordake y un millar de gorras azules. Worcester ha huido
esta noche;
la barba de tu padre, ha blanqueado con estas noticias;
podréis comprar
tierras ahora tan a vil precio como pescado podrido.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Entonces es probable que si el mes de junio
es caluroso
y si esta gresca civil dura, podamos comprar vírgenes a
centenares, como
se compran los clavos.
FALSTAFF: ¡Por la misa, chico, que tenéis razón! Seguro que
vamos a hacer
buen negocio en ese ramo. Pero, dime, Hal, ¿no tienes un
miedo horrible?
¿Siendo tú heredero presuntivo, podía el universo oponerte
tres enemigos
semejantes a esa furia de Douglas, a ese furibundo Percy o a
ese
endemoniado Glendower? ¿No tienes un miedo horrible? ¿No se
te hiela la
sangre?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Absolutamente; necesitaría un poco de tu
instinto.
FALSTAFF: Bueno, pero mañana vas a ser horriblemente regañado
cuando vayas
a ver a tu padre, si
me quieres, prepara al menos una respuesta.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien, haz el papel de mi padre y examina mi
conducta en
detalle.
FALSTAFF: ¿Yo? Con mucho gusto: esta silla será mi trono,
esta daga mi
cetro y este cojín mi corona.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Tu trono parece una silla agujereada, tu
cetro de oro
una daga de plomo y tu preciosa y rica corona una lastimera
calva
tonsurada.
FALSTAFF: No importa; si el fuego de la gracia no está en ti
completamente
extinguido, ahora vas a conmoverte. Dadme una copa de vino,
para tener los
ojos enrojecidos, como si hubiera llorado; porque tengo que
hablar con
pasión, en el tono del rey Cambises. [33]
PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien; he aquí mi reverencia.
FALSTAFF: Y allá va mi discurso. ¡Rodeadme, nobleza!
POSADERA: ¡Jesús mío! ¡Qué espectáculo tan divertido!
FALSTAFF: No llores, dulce reina, porque ese chorro de
lágrimas es inútil.
POSADERA: ¡Mirad al viejo! ¡Qué bien sostiene su dignidad!
FALSTAFF: ¡En nombre del cielo, señores, llevaos mi triste
reina, porque
las lágrimas obstruyen las exclusas de sus ojos!
POSADERA: ¡Parece mentira! Recita su papel como uno de esos
cómicos
indecentes que he
visto muchas veces.
FALSTAFF: ¡Silencio, dama Juana! ¡A callar, Rascabuche!
Harry, no sólo me
causan asombro los sitios donde pasas tu tiempo, sino también
la compañía
de que te rodeas. Porque, si bien la camomila brota más vivaz
cuanto más
se la pisotea, la juventud, cuanto más se derrocha, más se
consume. Que
eres mi hijo, lo sé, primero, por la palabra de tu madre, y
luego por mi
propia opinión; pero mi principal garantía es esa horrible
mueca constante
de tu ojo y la estúpida depresión de tu labio inferior.
Siendo, pues, tú
mi hijo, llego al punto: ¿por qué siendo hijo mío, te haces
así señalar
con el dedo? ¿Anda acaso el bendecido hijo de los cielos
vagabundeando por
los campos, comiendo
moras? Es una pregunta sin respuesta. ¿Debe acaso el
hijo de Inglaterra andar como un ladrón, robando bolsas? Una
pregunta con
respuesta. Hay una cosa, Harry, de la que habrás oído hablar
a menudo y
que es conocida de mucha gente en nuestro país bajo el nombre
de pez; esa
pez, según lo afirman antiguos escritores, ensucia; lo mismo
hace la
sociedad que frecuentas; porque, Harry, no te hablo ahora en
la
embriaguez, sino en las lágrimas, no en el placer, sino en la
desesperación, no con vanas palabras, sino con el corazón
herido... Sin
embargo, hay en tu compañía un hombre de bien, que he
observado a menudo,
pero no sé cómo se llama.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué clase de hombre es, señor, si os
place?
FALSTAFF: Por mi fe, un hombre de hermosa presencia,
corpulento, aspecto
alegre, mirada graciosa, noble actitud; parece tener
cincuenta años ¡por
Nuestra Señora! tal vez raye en los sesenta. Y ahora recuerdo,
su nombre
es Falstaff. Si ese hombre fuera un libertino, sería para mí
una
decepción, porque leo, Enrique, la virtud en su mirar. Sí,
pues el árbol
puede conocerse por el fruto y el fruto por el árbol, declaro
perentoriamente que hay virtud en ese Falstaff; consérvalo,
destierra el
resto. Dime ahora, inicuo bribón, dime, ¿dónde has estado
todo este mes?
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿A eso llamas hablar como un rey? Toma
ahora mi parte,
que yo haré la de mi padre.
FALSTAFF: Cómo, ¿me
depones? Si tienes en la palabra y en el gesto sólo la
mitad de esta mi gravedad majestuosa, que me cuelguen por los
talones como
una piel de conejo en un escaparate de tienda.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien, tomo asiento.
FALSTAFF: Y aquí estoy de pie; sed jueces, compañeros.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Y bien, Harry, ¿de dónde venís?
FALSTAFF: De Eastcheap, mi noble señor.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Las quejas que oigo contra ti son graves.
FALSTAFF: ¡Pardiez, milord, son falsas!... ¡Ahora vais a ver
cómo hago
zalamero al joven príncipe!
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo, echas votos, joven impío? En
adelante no me mires
más a la cara. Te has apartado violentamente del camino de la
salvación.
Un espíritu infernal te posee, bajo la forma de un viejo
gordo; tienes por
compañero un tonel humano. ¿Por qué frecuentas ese baúl de
humores, esa
tina de bestialidad, ese hinchado paquete de hidropesía, ese
enorme barril
de vino, esa maleta henchida de intestinos, ese buey gordo
asado con el
relleno en el vientre, ese vicio reverendo, esa iniquidad
gris, ese padre
rufián, esa vanidad vetusta? ¿Para qué sirve? Para catar un
vino y
bebérselo. ¿Para qué es útil y apto? Para trinchar un capón y
devorárselo.
¿En qué es experto? En tretas y astucias. ¿En qué es astuto?
En picardías.
¿En qué es pícaro? En todo. ¿En qué estimable? En nada.
FALSTAFF: Rogaría a vuestra gracia que me permitiera seguirla.
¿A quién se
refiere vuestra gracia?
PRÍNCIPE ENRIQUE: A ese canalla abominable, corruptor de la
juventud,
Falstaff, ese viejo Satán de barba blanca.
FALSTAFF: Señor, conozco al hombre.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Le conoces demasiado.
FALSTAFF: Pero decir que le conozco más defectos que a mí
mismo, sería
decir más de lo que sé. Que sea viejo (y es por ello más
digno de
lástima), lo prueba su cabello blanco; pero que sea (salvo
vuestro
respeto) dado a p..., lo niego redondamente. Si el vino y los
dulces son
pecados, Dios perdone a los pecadores. Si es un pecado ser
viejo y alegre,
conozco muchos viejos compañeros que están condenados; si ser
gordo es ser
odioso, entonces deben amarse las vacas flacas de Faraón. No,
mi buen
señor: destierra a Peto, destierra a Bardolfo, destierra a
Poins; pero en
cuanto al dulce Jack Falstaff, al gentil Jack Falstaff, al
leal Jack
Falstaff, al valiente Jack Falstaff, tanto más valiente
cuanto que es el
viejo Jack Falstaff, no le destierres, no, de la compañía de
tu Enrique.
¡Desterrar al gordinflón Jack valdría desterrar al mundo
entero!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Le destierro, así lo quiero.
(Se oye golpear a la puerta; salen la Posadera, Francis y
Bardolfo).
(Vuelve Bardolfo, corriendo).
BARDOLFO: ¡Oh, milord, milord! El
sheriff está ahí fuera con una patrulla
monstruo.
FALSTAFF: ¡Fuera de aquí, pillete! Concluyamos la pieza; tengo
mucho que
decir en defensa de ese Falstaff.
(Vuelve la posadera muy aprisa).
POSADERA: ¡Misericordia! ¡Milord, milord!
FALSTAFF: ¡He, he! ¡El diablo cabalga sobre un arco de violín! ¿Qué es lo
que hay?
POSADERA: Ahí están fuera el sheriff y los guardias; vienen a
registrar la
casa. ¿Debo dejarle entrar?
FALSTAFF: ¿Has oído, Hal? No debemos tomar nunca una pieza
falsa por una
de oro verdadera; eres esencialmente loco, sin parecerlo.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Y tú, naturalmente, cobarde, sin instinto.
FALSTAFF: Nego majorem. Si no
quieres recibir al sheriff, perfectamente;
si quieres, que entre; si no figuro en la última carreta tan
bien como
cualquiera, la peste se lleve al que me educó. Espero que una
soga pueda
estrangularme tan pronto como a otro.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Anda, ocúltate detrás de la cortina;
vosotros idos
arriba. Ahora, señores míos, buena cara y buena conciencia.
FALSTAFF: Ambas cosas poseía; pero la época pasó y, por
consiguiente, me
escondo.
(Salen todos menos el Príncipe y Poins).
PRÍNCIPE ENRIQUE: Haz entrar al sheriff.
(Entran el Sheriff y un Carretero). Y bien, sheriff, ¿qué me
queréis?
SHERIFF: Desde luego que me perdonéis, milord. La grita
pública ha seguido
ciertos hombres hasta esta casa.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué hombres?
SHERIFF: Uno de ellos es muy conocido, mi gracioso señor. Un
hombre
grueso, gordo.
CARRETERO: Como un pan de manteca.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Ese hombre, os lo aseguro, no está aquí; yo
mismo acabo
de darle una comisión; pero te doy mi palabra, sheriff, que
le enviaré
mañana, antes de comer, a responder ante ti o cualquier otro,
de cualquier
cargo que se le haga. Ahora, permitidme os pida salgáis de
esta casa.
SHERIFF: Lo haré, milord. Hay aquí dos señores que en este
robo han
perdido trescientos marcos.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Puede que así sea. Si ha robado a esos
hombres, él
responderá. Ahora, adiós.
SHERIFF: Buenas noches, mi noble señor.
PRÍNCIPE ENRIQUE: O más bien buenos días, ¿no es así?
SHERIFF: La verdad, milord, porque creo que son ya las dos de
la mañana.
(Salen el Sheriff y el Carretero).
PRÍNCIPE ENRIQUE: Este oleaginoso pillo es tan conocido como
la Catedra1
de San Pablo. Llámale.
POINS: (Levanta la cortina que oculta a Falstaff) .
¡Falstaff! Está
profundamente dormido detrás de la tapicería y ronca como un
caballo.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Oye cómo respira laboriosamente. Regístrale
los
bolsillos. (Poins registra). ¿Qué encuentras?
POINS: Sólo a1gunos papeles, milord.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Veamos qué contienen; léelos.
POINS: (Leyendo) . Item , un capón 2 chelines, 2 peniques. Item , salsa
4
p. Item , vino, 5 ch. 8 p. Item , anchoas y vino
después de cenar, 2 ch. 6
p. Item , pan, medio penique.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh monstruosidad! ¡Sólo medio penique de
pan para esa
intolerable cantidad de vino! Guarda el resto; lo leeremos
más despacio;
déjale dormir hasta el día. Iré a la corte por la mañana.
Iremos todos a
la guerra y tendrás un puesto honorable. Procuraré a ese obeso
bribón
empleo en la infantería. Estoy seguro que una marcha de
trescientas yardas
será su muerte. Haré restituir el dinero con usura. Ven a
buscarme mañana
temprano. Buen día, Poins.
POINS: Buen día, mi buen señor.
Enrique IV, de William Shakespeare / 1900
INDICE
ANTERIOR SIGUIENTE
Enrique IV, de William Shakespeare / 1900
Miguel Cané [traductor] (1851 - 1905)
Fuente: William Shakespeare, Enrique IV, traducción, prólogo
y notas de
Miguel Cané, Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1918.
Escena I
BANGOR. Una sala en el Palacio del Archidiácono.
(Entran Hotspur, Worcester, Mortimer y Glendower).
MORTIMER: Esas promesas
son brillantes, las personas seguras y empezamos
bajo felices auspicios.
HOTSPUR: ¿Lord Mortimer y vos, primo Glendower, queréis
sentaros? Y vos,
tío Worcester... ¡Por mil diablos! ¡Me he olvidado del plano!
GLENDOWER: No, aquí está. Sentaos, primo Percy, sentaos, buen
primo
Hotspur; porque cada vez que Lancaster oye esos nombres, sus
mejillas
palidecen y, lanzando un suspiro, os desearía en el cielo.
HOTSPUR: Y a vos en el infierno, cada vez que oye hablar de
Owen
Glendower.
GLENDOWER: No puedo censurarle por eso; cuando nací, la
frente del cielo
se llenó de figuras fulgurantes y de ardientes antorchas; el
globo
terráqueo, hasta su base profunda, tembló como un cobarde.
[34]
HOTSPUR: ¡Bah! Habría hecho lo mismo, en ese momento, si la
gata de
vuestra madre hubiera parido, aunque vos no hubiérais nacido.
GLENDOWER: Digo que la tierra tembló cuando nací.
HOTSPUR: Y yo digo que la tierra estaba en otra situación de
ánimo que la
mía, si, como suponéis, tembló de miedo de vos.
GLENDOWER: Los cielos estaban en llamas, y la tierra tembló.
HOTSPUR: Entonces la tierra tembló al ver los cielos en
llamas y no por
temor de vuestro nacimiento. La naturaleza enferma estalla a
menudo en
extrañas erupciones. A menudo la tierra, en dolor de parto,
sufre
atormentada por una especie de cólico por los vientos
impetuosos,
encerrados en sus entrañas, los que, buscando una salida,
sacuden esta
vieja comadre, la tierra, y derriban campanarios y torres
cubiertas de
musgo. A vuestro nacimiento, nuestra abuela la tierra,
sintiendo esa
indisposición, entró en convulsiones.
GLENDOWER: Primo, de muy pocos hombres soportaría esas
contradicciones.
Permitidme repetiros que, cuando nací, la frente del cielo se
llenó de
figuras fulgurantes; las cabras huían de las montañas y los
rebaños
llenaban de extraños clamores las espantadas llanuras. Esos
signos me han
hecho un hombre extraordinario; todo el curso de mi vida
muestra que no
estoy en la lista de los hombres comunes. ¿Dónde está, en el
recinto
trazado por el mar que murmura sobre las costas de Inglaterra,
de Escocia
y de Gales, el viviente que pueda llamarme su discípulo o me
haya enseñado
algo? Y sin embargo, encontradme un hijo de mujer que pueda
seguirme en
las fastidiosas vías de la ciencia y marchar a mi lado en las
más
profundas
experiencias.
HOTSPUR: Creo que nadie habla mejor el caló galense... me voy
a comer.
MORTIMER: Vamos, primo Percy, le vais a volver loco.
GLENDOWER: Yo puedo evocar los espíritus del fondo del
abismo.
HOTSPUR: También lo puedo yo y cualquier hombre puede
hacerlo; falta saber
si vienen, cuando los llamáis.
GLENDOWER: Y puedo enseñaros, primo, a ordenar al diablo.
HOTSPUR: Y yo puedo enseñarte, primito, a humillar al diablo,
diciendo la
verdad: "Di la verdad y humillarás al diablo". Si
tienes el poder de
evocarlo, tráelo aquí; juro que verás cómo le humillo. Así,
en tanto que
vivas, di la verdad y humillarás al diablo.
MORTIMER: Vamos, vamos; basta de esa charla inútil.
GLENDOWER: Tres veces Enrique Bolingbroke afrontó mi poder;
tres veces,
desde las orillas del Wye y del arenoso Saverna, le puse en
fuga, descalzo
y batida las espaldas por lluvia tormentosa.
HOTSPUR: ¡Descalzo y bajo un tiempo semejante! ¿Cómo diablos
pudo evitar
las fiebres?
GLENDOWER: Vamos, he aquí el plano; ¿debemos dividir nuestros
dominios, de
acuerdo con nuestra triple convención?
MORTIMER: El arzobispo los ha dividido en tres partes
exactamente iguales.
La Inglaterra, desde el Trent y el Saverna hasta aquí, al sud
y al este,
se me asigna por parte, todo el oeste, el país de Gales más
allá del
Saverna y todo el fértil territorio comprendido en ese
límite, a Owen
Glendower; y a vos, querido primo, todo lo que queda al
norte, a partir
del Trent. Ya nuestros contratos tripartitos están prontos;
sólo nos resta
sellarlos respectivamente (operación que puede hacerse esta
noche) ; y
mañana, primo Percy, vos y yo, como mi buen señor de
Worcester,
marcharemos a reunirnos con vuestro padre y el ejército
escocés, como
hemos convenido, en Shrewsbury. Mi padre Glendower no está
aún pronto y su
ayuda no nos será necesaria hasta dentro de catorce días. En
ese tiempo (a
Glendower) habréis podido reunir vuestros arrendatarios,
amigos e hidalgos
de la vecindad.
GLENDOWER: En más breve tiempo me uniré a vosotros, señores,
y vuestras
damas irán bajo mi escolta. Es necesario que tratéis de
partir pronto sin
ser vistos y sin despedirnos de ellas, porque va a haber un
diluvio de
lágrimas en el momento de la separación.
HOTSPUR: (Con un dedo sobre el plano). Me parece que mi
parte, al norte
del Burton, hasta aquí, no iguala en cantidad ninguna de las
vuestras.
Observad cómo este río se me viene tortuosamente y me corta,
de lo mejor
de toda mi tierra, una enorme media luna, un pedazo
monstruoso; haré
detener la corriente en este sitio y el caprichoso y
argentino Trent
correrá por aquí, en un nuevo canal, suave y directo. No
serpenteará más,
con esas entradas profundas, para arrebatarme un pedazo de
suelo tan rico.
GLENDOWER: ¿Qué no serpenteará más? Lo hará, es necesario;
¿no lo veis?
MORTIMER: Sí, pero observad cómo prosigue su curso y corre
hacia mí en
sentido inverso, para indemnizaros; me toma de mi lado tanto
como tomó del
vuestro.
WORCESTER Sí, pero con poco gasto se podría desviarla aquí y
ganar todo
ese cabo del lado del Norte, haciéndola correr directa e
igual.
HOTSPUR: Así lo quiero; lo haré con poco gasto.
GLENDOWER: No quiero alteraciones.
HOTSPUR: ¿No queréis?
GLENDOWER: No y no lo haréis.
HOTSPUR: ¿Y quién me lo impedirá?
GLENDOWER: Ese seré yo.
HOTSPUR: Permitidme que no os comprenda, decidlo en galense.
GLENDOWER: Puedo hablar inglés, milord, tan bien como vos,
porque fui
educado en la Corte de Inglaterra, donde, siendo muy joven
aún, compuse
para el arpa, y de una manera deliciosa, numerosas canciones
inglesas, y
agregué a la lengua útiles adornos, virtud que nunca se ha
visto en vos.
HOTSPUR: ¡Pardiez! Me felicito de todo corazón. Preferiría
ser un gato y
aullar como tal, a ser uno de esos autores de insulsas
baladas. Preferiría
oír el estridente girar de un candelero de cobre o el
rechinar de una
rueda seca sobre el eje; todo eso me destemplaría menos los
dientes, que
esa poesía llena de afectación que parece la forzada marcha a
tropezones
de una jaca.
GLENDOWER: Vamos, basta; se os cambiará el curso del Trent.
HOTSPUR: Eso no me importa; daría tres veces más de tierra a
cualquier
amigo que sirviera bien; pero cuando se trata de arreglos,
oídlo bien,
haría cuestión de la novena parte de un cabello. ¿Están los
convenios
prontos? ¿Podemos irnos?
GLENDOWER: La luna brilla en toda su claridad; podéis partir
de noche. Voy
a apurar al escribiente y al mismo tiempo revelar a vuestras
damas la
partida. Temo que mi hija se vuelva loca, de tal modo está
chocha con su
Mortimer. (Sale).
MORTIMER: ¡Por Dios, primo Percy! ¡Cómo contradecís a mi
padre!
HOTSPUR: No puedo impedírmelo; a veces me exaspera hablándome
del topo y
de la hormiga, del encantador Merlín y de sus profecías y de
un dragón y
de un pescado sin aletas, de un grifo con alas recortadas, de
un cuervo
que muda, de un león acostado y de un gato rampante y de
otras tantas
bellaquerías que me ponen fuera de mí [35] . Os diré más; la
última noche
me ha tenido no menos de nueve horas enumerándome los nombres
de los
diversos diablos que eran sus lacayos. Yo le contestaba:
¡hum!, ¡está
bien!, continuad!, pero sin prestar atención a una palabra.
¡Oh! Es tan
fastidioso como un caballo cansado, una mujer maldiciente,
peor que una
casa ahumada. Me gustaría más vivir de queso y ajo, en un
molino de
viento, bien lejos, que de manjares suculentos, en la más
espléndida casa
de la cristiandad, si tuviera que aguantar su charla.
MORTIMER: Por mi fe, es un dignísimo gentil hombre,
perfectamente
instruido e iniciado en extraños misterios; valiente como un
león y
maravillosamente afable; generoso como las minas de la India.
¿Debo
decíroslo, primo? Tiene vuestro carácter en una alta
estimación y domina
su propia naturaleza cuando le contrariáis; a la verdad se
domina. Os
garantizo que no hay un hombre vivo que hubiera podido
provocarle como lo
habéis hecho, sin correr el peligro de una respuesta
violenta. No lo
hagáis tan a menudo, os lo ruego.
WORCESTER: En verdad, milord, os obstináis demasiado en
vuestra censura;
desde que habéis llegado aquí, harto habéis hecho para
hacerle perder la
paciencia. Es necesario que aprendáis, milord, a corregiros
de ese
defecto. Aunque a veces atestigüe grandeza, valor, nobleza (y
esa es la
gracia más preciosa que os recuerda), a menudo también revela
ímpetus
coléricos, ausencia de buenas maneras, falta de dominio,
orgullo, altivez,
presunción y desdén; el menor de esos defectos, cuando acompaña
a un
gentil hombre, le enajena los corazones, mancha la belleza de
todas sus
virtudes, privándolas de su encanto.
HOTSPUR: Bueno, ya estoy sermoneado. ¡Que los buenos modales
os ayuden! He
aquí nuestras esposas; despidámonos de ellas.
(Vuelve Glendower con ladies Mortimer y Percy).
MORTIMER: Esta es una mortal contrariedad que me angustia; mi
mujer no
habla inglés ni yo galense.
GLENDOWER: Mi hija llora; no quiere separarse de vos; quiere
también ser
soldado e ir a la guerra.
MORTIMER: Mi buen padre, decidle que ella y mí tía Percy
seguirán en
breve, conducidas por vos.
(Glendower habla a su hija en galense y ésta le contesta en
la misma
lengua).
GLENDOWER: Está desesperada; es una impertinente, terca,
desvergonzada,
sobre la que el razonamiento no tiene acción.
(Lady Mortimer habla a Mortimer en galense).
MORTIMER: Comprendo tus miradas; el lindo galense que
derramas de esos
cielos henchidos, lo entiendo perfectamente; y, si no fuera
por rubor,
quisiera contestarte en el mismo idioma. (Lady Mortimer habla
besándole).
Comprendo tus besos y tú los míos, y es esta una discusión
bien sentida.
Pero no faltaré a la dulce escuela, amor mío, hasta tanto
haya aprendido
tu idioma, porque tu lengua hace al galense tan suave como
los bellos
cantares, de tiernas modulaciones, cantadas en el laúd, por
una hermosa
reina, bajo un bosque de estío.
GLENDOWER: Si os
enternecéis así, la vais a volver loca.
(Lady Mortimer habla otra vez)
MORTIMER: En esta lengua soy la ignorancia misma.
GLENDOWER: Os pide que os tendáis sobre la estera indolente y
que reposéis
vuestra gentil cabeza en su regazo y ella os cantará las
canciones que
amáis para coronar sobre vuestros párpados el dios del sueño
y sumir
vuestros sentidos en deliciosa languidez, intermediaria entre
la vigilia y
el sueño, como el alba entre el día y la noche, a la hora en
que el divino
tronco comienza su ruta dorada en Oriente.
MORTIMER: De todo corazón; me siento para oír su canción.
Entretanto, el
acta estará redactada, presumo.
GLENDOWER: Sentaos; los músicos que van a tocar para vos, se
ciernen en
los aires a mil leguas de aquí y, no obstante, estarán aquí
en el acto.
Sentaos y oíd.
HOTSPUR: Ven aquí, Kate; acostada eres perfecta. Ven, pronto,
pronto, que
pueda reposar mi cabeza en tus faldas.
LADY PERCY: Ven acá, cabeza de chorlo [36] .
(Glendower dice algunas palabras galenses y en el momento
empieza la
música).
HOTSPUR: Ahora veo que el diablo comprende el galense, lo que
no me
asombra, siendo tan fantástico. ¡Por Nuestra Señora! Es buen
músico.
LADY PERCY: Entonces tú debías ser un músico de primer orden,
porque
siempre te gobierna la fantasía. Estate quieto, bandido, y
oye el canto
galense de esta lady.
HOTSPUR: Prefiero oír a Lady , mi perra, aullar en irlandés.
LADY PERCY: ¿Quieres que te rompa la cabeza?
HOTSPUR: No.
LADY PERCY: Entonces está quieto.
HOTSPUR: Tampoco. Esta es manía de mujer [37] .
LADY PERCY: ¡Que Dios te guíe!
HOTSPUR: A la cama de la dama galense.
LADY PERCY: ¿Cómo es eso?
HOTSPUR: Silencio; canta.
(Canción galense de Lady Mortimer).
HOTSPUR: Kate, también quiero una canción tuya.
LADY PERCY: ¿Mía? No la tendrás, por mi fe.
HOTSPUR: ¡No, por mi
fe! Amor mío, juras como la mujer de un confitero.
¡No, por mi fe! ¡Tan cierto como que vivo! ¡Dios me perdone!
¡Tan cierto
como es de día! Envuelves tus juramentos en una tela tan
sedosa, que se
diría que nunca te has paseado más allá de Frinsbury [38] .
Jura, Kate,
como una buena lady que eres, con un juramento que te llene
la boca y deja
los ¡a fe mía! y otros votos de agua tibia, a los guardias
con traje de
terciopelo y a las burguesas domingueras. Vamos, canta.
LADY PERCY: No quiero cantar.
HOTSPUR: Es el mejor medio de hacerte tomar por un sastre o
por un
educador de pajarillos. Si los contratos están prontos,
partiré antes de
dos horas; ahora, ven cuando quieras. (Sale) .
GLENDOWER: Venid, venid, lord Mortimer; sois tan lento para
partir, como
ardiente el fogoso lord Percy. Ya está nuestra convención
redactada; no
tenemos más que sellarla y luego a caballo inmediatamente.
MORTIMER: Con toda mi alma. (Salen).
LONDRES. Una sala en el Palacio Real
(Entran el Rey Enrique, el Príncipe de Gales y Señores).
REY ENRIQUE: Dejadnos, señores; el príncipe de Gales y yo
tenemos que
hablar en particular; pero no os alejéis, porque pronto
tendremos
necesidad de vosotros. (Salen los señores) .
No sé si es por alguna falta cometida por mí, que Dios ha
querido, en sus
secretos designios, hacer nacer de mi sangre, el azote que
debe
castigarme; pero tú me haces creer, por las circunstancias de
tu vida, que
has sido designado para ser el instrumento de la ardiente
venganza, el
látigo celeste que debe caer sobre mis faltas. Dime si no
¿cómo tan
desordenados y bajos deseos, tan pobres, tan miserables, tan
ínfimas, tan
impuras ocupaciones, tan estériles placeres, tan soez
sociedad, como
aquella a que te unes y asocias, cómo pueden acompañar la
grandeza de tu
raza y llegar al nivel de tu corazón de príncipe?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Si es del agrado de Vuestra Majestad,
querría y podría
justificarme de todas mis faltas, como estoy seguro de poder
lavarme de
todas las acusaciones que se lanzan contra mí. Pero
permitidme que implore
vuestro ánimo
indulgente, y cuando haya desvanecido todas las fábulas que
al oído del poder necesariamente llegan, de risueños
entremetidos y de
viles calumniadores, pueda, por algunas faltas reales, en las
que se ha
extraviado mi juventud irregular, encontrar perdón en mi
sumisión
verdadera.
REY ENRIQUE: ¡Dios te perdone! Pero déjame asombrarme, Harry,
de tus
afecciones, que toman una dirección contraria al vuelo de las
de tus
antepasados. Has perdido violentamente tu sitio en el
Consejo, ocupado hoy
por tu hermano menor, y te has enajenado todos los corazones
de la Corte y
de los príncipes de mi sangre. Arruinadas están las
esperanzas fundadas en
tu porvenir, y no hay alma de hombre que no profetice tu
caída. Si yo
hubiera sido tan pródigo de mi presencia, si me hubiera
prostituido ante
las miradas de los hombres, mostrándome en vil compañía, la
opinión, que
me levantó hasta el trono, habría permanecido fiel a mi antecesor,
abandonándome a un destierro deshonroso, como un hombre sin
valor y sin
importancia. Haciéndome ver rara vez, no podía dar un paso,
sin provocar,
como los cometas, el asombro. Unos decían a sus hijos: ¡Ese
es! Otros
exclamaban: ¡Dónde! ¿Cuál es Bolingbroke? Entonces arrebataba
al cielo
todos los homenajes y me envolvía en tal humildad, que
arrancaba la
simpatía a todos los corazones, las aclamaciones y los vivas
de todas las
bocas, aun en presencia del rey coronado. De esa manera
conservé mi
prestigio siempre fresco y nuevo; mi presencia, como un traje
pontifical,
era siempre observada con asombro; mis apariciones, siempre
brillantes,
parecían fiestas y ganaban tal solemnidad por su rareza. En
cuanto al
andariego rey, iba de aquí a allá con insípidos bufones,
espíritus
extravagantes, fuegos fatuos, pronto encendidos y pronto
apagados; se
despojaba de su dignidad, comprometía su majestad con
insensatos
saltimbanquis, dejaba profanar su gran nombre con sus
sarcasmos; alentaba,
a despecho de su nombre, las bromas de los pajes con su risa,
y era el
blanco de las ridículas comparaciones de cualquier lampiño.
Se
familiarizaba con la calle pública y se hacía feudo del
populacho, y como
diariamente hartaba a los hombres con su presencia, estaban
ahítos de miel
y empezaban a perder el gusto de la dulzura, que, por poco
que empalague,
empalaga demasiado. Así cuando tenía ocasión de mostrarse,
era como el
cuclillo en Junio, que se oye sin prestarle atención. Si era
visto, era
con tales ojos que cansados y entorpecidos por el hábito, no
le prestaban
la atención extraordinaria que se acuerda al sol de la majestad
real,
cuando se muestra rara vez a las miradas llenas de
admiración; con ojos
adormecidos, que bajaban sus párpados somnolientos ante él y
le ofrecían
ese aspecto sombrío que los hombres tétricos presentan a sus
advesarios,
tan saturados, hartos
y cansados estaban de su presencia. Por ese mismo
camino vas tú, Harry porque has perdido tu prerrogativa de
príncipe, en
compañías que envilecen. Todos los ojos está fatigados de tu
presencia
banal, excepto los míos, que habrían deseado verte más, y que
ahora mismo,
a despecho de todo, están enceguecidos por una loca ternura.
PRÍNCIPE ENRIQUE: En el porvenir, tres veces gracioso señor,
seré más
digno de mí mismo.
REY ENRIQUE: Para todo el mundo, como eres en este momento,
era Ricardo,
cuando vine de Francia a desembarcar en Ravenspury. Yo era
entonces, como
es Percy ahora. ¡Ah! por mi cetro y por mi alma, tiene más
títulos al
poder que tú, fantasma de heredero; porque, sin derecho, sin
color aún de
derecho, cubre de arneses los campos de reino, afronta las
armadas fauces
del león y sin deber a los años más que tú, guía antiguos
lores y
reverendos obispos a sangrientas batallas y recias luchas. ¡Qué
gloria
imperecedera no ha adquirido contra el famoso Douglas, cuyos
altos hechos,
cuyas ardientes excursiones y gran renombre en la armas,
conquistaron el
rango supremo entre los soldados y el título de primer
capitán en todos
los reinos que
confiesan a Cristo! Tres veces ese Hotspur, ese Marte en
pañales, ese niño guerrero, ha desbaratado las empresas del
gran Douglas;
le ha hecho prisionero, le ha puesto en libertad y le ha
convertido en
amigo, para alzar un cartel con voz profunda, que conmueve la
paz y la
seguridad de nuestro trono. ¿Qué dices tú de esto? Percy,
Northumberland,
su Gracia el Arzobispo de York, Douglas, Mortimer, se
coaligan contra
nosotros y están levantados! ¡Pero a qué comunicarte estas
noticia, a ti!
¿A qué hablarte de mis adversarios, a ti, Harry, que eres el
más próximo y
querido de mis enemigos? ¡Tú, que tal vez cediendo al miedo
servil, a una
baja pasión o a un acceso de humor, combatas contra mí, a
sueldo de Percy,
hecho un perro a sus pies, adulando sus caprichos para
mostrar hasta qué
punto has degenerado!
PRÍNCIPE ENRIQUE: No lo creáis, tal no veréis. ¡Que Dios
perdone aquellos
que hasta ese punto han desviado de mí la buena opinión de
Vuestra
Majestad! Quiero redimir todo esto sobre la cabeza de Percy
y, al fin de
alguna gloriosa jornada, atreverme a deciros que soy vuestro
hijo;
entonces vestiré un traje todo de sangre y ocultará mi cara
una sangrienta
máscara que, una vez lavada, se llevará mi vergüenza con
ella. Y ese será
el día, no importa cuando brille, en que ese mismo hijo del
honor y de la
fama, ese valiente Hotspur, ese caballero alabado por todos,
y vuestro
olvidado y despreciado Harry, lleguen a encontrarse. ¡Que
crezcan y se
agiganten los honores sobre su casco y sobre mi cabeza
redoblen las
vergüenzas! Porque el tiempo vendrá en que obligaré a ese
joven del norte
a cambiar toda su gloria por mis indignidades. Percy, mi buen
señor, no es
más que el encargado de recolectar altos hechos en mi
beneficio. Y le
reclamaré una cuenta tan estricta, que tendrá que devolverme
toda su
gloria, hasta la más pequeña alabanza recibida, aunque tenga
que
arrancarle con la cuenta el corazón. Eso, en el nombre de
Dios, prometo
aquí: si a Vuestra Majestad place que lo cumpla, ruégole
suavice con su
indulgencia generosa las viejas heridas de mi desenfreno. Si no,
el fin de
nuestra vida rompe todos los vínculos y quiero morir cien mil
veces antes
que romper en un ápice este voto.
REY ENRIQUE: En él veo la muerte de cien mil rebeldes.
Tendrás un alto
puesto en la guerra y nuestra soberana confianza.
(Entra Blunt). ¿Qué hay de nuevo, buen Blunt? Tus miradas
revelan
impaciente prisa.
BLUNT: Como el asunto de que vengo a hablaros. Lord Mortimer
de Escocia
envía la nueva de que Douglas y los rebeldes ingleses se han
reunido el 11
de este mes en Shrewsbury. Jamás más temibles y formidables
fuerzas, si
mantienen sus promesas en todo sentido, pusieron al Estado en
más
peligroso fuego.
REY ENRIQUE: El conde Westmoreland partió hoy con mi hijo
Juan de
Lancaster, porque ese aviso tiene ya cinco días de fecha. El
miércoles
próximo tú partirás, Harry; el jueves nos pondremos nosotros
mismos en
camino. Nuestro punto de reunión es Bridgenorth. Vos, Harry,
os dirigiréis
por el
Gloucestershire. Según el cálculo de lo que nos resta hacer, dentro
de doce días estarán nuestras fuerzas reunidas en
Bridgenorth. Tenemos en
mano muchos y graves asuntos. Adelante, que el enemigo
engrosa su
esperanza con nuestra demora.
EASTCHEAP. Un cuarto en la taberna de la Cabeza del Cerdo.
(Entran Falstaff y Bardolfo).
FALSTAFF: Bardolfo, ¿no encuentras que he aflojado
indignamente después de
esta última empresa? ¿No estoy disminuido? ¿No he mermado?
Mira, mi piel
cuelga sobre mí como el pellejo suelto de una vieja lady;
estoy marchito
como una manzana de invierno. Bien; quiero arrepentirme, y
eso
súbitamente, mientras estoy aún en estado: pronto va a
faltarme el corazón
y entonces no tendré ya la fuerza para hacerlo. Si no he
olvidado cómo
está hecho el interior de una iglesia, soy una piltrafa, un
rocín de
cervecero. ¡El interior de una iglesia! ¡La compañía, la mala
compañía ha
sido mi perdición!
BARDOLFO: Sir John, estáis tan mohíno, que no viviréis mucho
tiempo.
FALSTAFF: Eso, eso es; ven, cántame una canción de burdel,
alégrame.
¡Estaba yo tan virtuosamente dotado, cuanto es necesario a un
caballero;
suficientemente
virtuoso; juraba poco; a los dados, jugaba no más de siete
veces por semana; a p..., no iba más que una vez cada
cuarto... de hora;
devolver el dinero prestado, lo hice tres o cuatro veces;
vivía bien y en
la justa medida... y ahora llevo una vida fuera de todo
orden, fuera de
toda medida!
BARDOLFO: Es porque sois tan gordo, Sir John, que necesitáis
estar fuera
de toda medida; fuera de toda medida razonable, Sir John.
FALSTAFF: Reforma tu cara, yo reformaré mi vida. ¡Tú eres
nuestro
almirante, tú llevas la linterna en la popa... tu nariz! Eres
el caballero
de lámpara ardiente.
BARDOLFO: Vamos, Sir John, mi cara no os hace daño.
FALSTAFF: No, te lo juro; hago tan buen uso de ella como
muchos hombres
hacen de una calavera como un memento mori . Nunca miro tu
cara sin pensar
en el fuego del infierno y en el rico que vivía en la
púrpura, y está allí
en su túnica, arde que arde. Si hubieras dado un paso en el
sendero de la
virtud, juraría por tu cara; mi juramento sería: ¡por ese
fuego! Pero como
estás absolutamente perdido, si no tuvieses la cara
inflamada, serías el
de la más densa tiniebla. Cuando corrías en la noche, por lo
alto de
Gadshill para coger mi caballo, si no pensé que era un ignis
fatuus o una
bola de fuego griego, ya no hay dinero que corra. ¡Oh! ¡Eres
un triunfo
perpetuo, un fuego de artificio perenne! Me has ahorrado no
menos de mil
marcos en antorchas y faroles, andando contigo por la noche,
de taberna en
taberna; pero la cantidad de vino que me has bebido, me
habría bastado
para comprarme luces, en la velería más cara de Europa. ¡He
mantenido con
fuego a esa salamandra durante treinta y dos años
consecutivos; el cielo
me recompense!
BARDOLFO: ¡Voto al diablo! ¡Quisiera que mi cara estuviese en
tu vientre!
FALSTAFF: ¡Misericordia! Tendría un incendio en el corazón.
(Entra la posadera). Y bien, señá Partlet, la gallina [39]
¿Habéis
averiguado quién me robó los bolsillos?
POSADERA: ¿Cómo, Sir John? ¿Qué es lo que pensáis, Sir John?
¿Creéis que
tengo ladrones en mi casa? He buscado, he averiguado, he
registrado con mi
marido hombre por
hombre, mozo por mozo, los criados uno por uno; jamás se
ha perdido ni el décimo de un cabello en esta casa.
FALSTAFF: Mientes, posadera; Bardolfo se ha hecho afeitar y
ha perdido más
de un cabello. Te juro que me han desvalijado el bolsillo.
Vete, eres una
mujer vulgar, vete.
POSADERA: ¿Quién, yo? Te desafío; nadie me ha hablado así
hasta ahora en
mi casa.
FALSTAFF: Ve no más, te conozco bastante.
POSADERA: No, Sir John; no me conocéis, Sir John; yo sí que
os conozco,
Sir John; me debéis dinero, Sir John, y ahora me buscáis
camorra para
entretenerme y no pagar. Os he comprado una docena de camisas
a vuestro
cuerpo.
FALSTAFF: Lona, grosera lona; se las he dado a unas panaderas
para que
hagan cedazos con ellas.
POSADERA: Tan cierto como que soy una verdadera mujer, eran
de tela de
Holanda, a ocho chelines el ana. Debéis aquí, además, Sir
John, por la
mesa, por las bebidas extra y por dinero prestado,
veinticuatro libras.
FALSTAFF: Ese (por Bardolfo) tuvo su parte; que os la pague.
POSADERA: ¿Qué ha de pagar ese, si es un pobrete? No tiene
nada.
FALSTAFF: ¿Cómo, pobre? Mírale la cara; ¿qué llamas rico
entonces? Haz
acuñar su nariz, haz acuñar sus cachetes. No pagaré un medio.
¿Cómo, me
tomáis por un mozalbete? ¿No puedo estar tranquilo en mi
posada, sin que
me desvalijen el bolsillo? He perdido un anillo de mi abuelo
que valía
cuarenta marcos.
POSADERA: ¡Oh, Jesús! ¡He oído al príncipe decirle, no sé
cuantas veces,
que el anillo era de cobre!
FALSTAFF: ¡Bah! El príncipe es un imbécil, un rastrero; si
estuviese aquí
le azotaría como a un perro, si llegase a repetirlo.
(Entran el Príncipe Enrique y Poins, a paso de marcha;
Falstaff va a su
encuentro haciendo el gesto de tocar la flauta en su bastón).
FALSTAFF: ¿Qué tal, chico? ¿Soplan los vientos de ese lado?
¿Debemos
marchar todos?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí, dos a dos, a la moda de Newgate [40] .
POSADERA: Milord, por favor, oídme.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué dices, mistress Quickly? ¿Cómo va tu
marido? Le
quiero bien, es un hombre honrado.
POSADERA: Mi buen señor, oídme.
FALSTAFF: Déjala, te lo ruego y escúchame.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué dices, Jack?
FALSTAFF: La otra noche me dormí aquí, detrás de la cortina y
me robaron
los bolsillos; esta casa se ha convertido en un burdel y se roba
a
mansalva.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué has perdido, Jack?
FALSTAFF: ¿Me lo creerás, Hal? Tres o cuatro billetes de
cuarenta libras y
un anillo de mi abuelo.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Una baratija, un objeto de ocho peniques a
lo sumo.
POSADERA: Se lo he dicho, milord, y le he dicho que así lo
había oído
decir a vuestra gracia y él habló de vos de una manera
villana, como un
indecente mal hablado que es; agregó que os habría azotado.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo, dijo eso?
POSADERA: No hay en mí fe, ni verdad, ni sexo, si no lo dijo.
FALSTAFF: No hay más fe en ti que en una ciruela cocida, ni
más verdad que
en un zorro forzado, y, en cuanto al sexo, la doncella
Mariana [41] haría
mejor que tú la mujer de un gendarme. ¡Vete de aquí, especie
de cosa!
POSADERA: ¿Cómo cosa? ¿Qué cosa?
FALSTAFF: ¿Qué cosa? Pues algo así como un reclinatorio.
POSADERA: Yo no soy algo así como un reclinatorio; bueno es
que lo sepas,
soy la mujer de un
hombre de bien; y, puesta aparte tu calidad de hidalgo,
eres un bellaco en darme ese nombre.
FALSTAFF: Puesta aparte tu calidad de mujer, eres una bestia
en sostener
lo contrario.
POSADERA: Dime, ¿qué bestia, grandísimo bribón?
FALSTAFF: ¿Qué bestia? Pues una nutria.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Una nutria, sir John? ¿Y por qué una
nutria?
FALSTAFF: ¿Por qué? Porque no es ni carne ni pescado; un
hombre no sabe
por dónde tomarla.
POSADERA: Eres un hombre sin conciencia al decir eso; sabes,
como todo
hombre sabe, por dónde tomarme, canalla.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Dices la verdad, posadera; te difama muy
groseramente.
POSADERA: Lo mismo hace con vos, milord; el otro día decía
que le debíais
mil libras.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Pillo! ¿Te debo yo mil libras?
FALSTAFF: ¿Mil libras, Hal? ¡Un millón! Tu amor vale más de
un millón y tú
me debes tu amor.
POSADERA: Además, milord, os ha llamado imbécil y ha dicho
que os iba a
dar de palos.
FALSTAFF: ¿He dicho eso, Bardolfo?
BARDOLFO: Cierto, sir John, que lo habéis dicho.
FALSTAFF: Sí, pero si él decía que mi anillo era de cobre.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Y lo digo, es de cobre. ¿Te atreves ahora a
mantener tu
palabra?
FALSTAFF: Bien sabes, Hal, que como hombre, te me atrevo;
pero como
príncipe, te temo, como al rugido del leoncillo.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Y por qué no como al del león?
FALSTAFF: Es el rey mismo quien debe ser temido como el león.
¿Piensas
acaso que voy a temerte como temo a tu padre? No, y si lo
hago, pido a
Dios que se me reviente el cinturón.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh, si eso sucediera, cómo se te caerían
las tripas
sobre las rodillas! Pero, bribón, no hay sitio en tu panza
para la fe, la
verdad y la honestidad; está repleta con las tripas y el
diafragma.
¡Acusar a una mujer honrada de haberte robado los bolsillos!
Hijo de p...,
imprudente, tunante, hinchado, si había otra cosa en tu
bolsillo que
cuentas de taberna, direcciones de burdeles y por valor de un
sueldo
miserable de azúcar candi para facilitarte la pedorrera; si
tus bolsillos
contenían otras riquezas que esas inmundicias, soy un
villano. ¡Y aún te
obstinas y no quieres embolsar un desmentido! ¿No tienes
vergüenza?
FALSTAFF: ¿Puedes oírme, Hal? Tú sabes que en estado de
inocencia, Adán
pecó; ¿qué puede hacer el pobrecito Jack Falstaff, en estos
días de
corrupción? Bien ves que tengo más carne que cualquier otro
hombre; por
consiguiente, más fragilidad ¿Confesáis pues, que habéis
desvalijado mis
bolsillos?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Así parece, según cuenta la historia.
FALSTAFF: Posadera, te perdono; ve, prepara pronto el
almuerzo; ama a tu
marido, vigila la servidumbre, mima a tus huéspedes. Me
encontrarás
tratable para todo lo puesto en razón; ya lo ves, hago las
paces contigo.
¿Todavía? Vamos, te lo ruego, vete. (Sale la posadera) .
Y ahora, Hal, ¿qué noticias de la Corte? ¿El asunto del robo,
qué cariz ha
tomado?
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh, mi querido roastbeef, siempre seré tu
buen ángel!
Se ha devuelto el dinero.
FALSTAFF: No me gustan esas restituciones; es una doble
tarea.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Nos hemos hecho amigos con mi padre y puedo
lo que
quiera.
FALSTAFF: Comienza por robarte la caja real; hazlo sin
lavarte las manos.
BARDOLFO: Hacedlo, milord.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Te he procurado, Jack, un puesto en la
infantería.
FALSTAFF: Lo habría preferido en la caballería. ¿Dónde podré
encontrar un
hombre que sepa robar como es debido? Lo que es de un ladrón
fino, de
veintidós años, poco más o menos, me encuentro atrozmente
desprovisto.
Bueno, Dios sea loado por enviarnos esos rebeldes que sólo
atacan a la
gente virtuosa; los aplaudo y les estoy reconocido.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Bardolfo!
BARDOLFO: ¿Milord?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Lleva esta carta a lord Juan de Lancaster,
a mi hermano
Juan; ésta a milord Westmoreland. ¡Vamos, Poins, a caballo, a
caballo!
Porque tú y yo tenemos que galopar treinta millas antes de
comer. Jack,
ven a encontrarme mañana en Temple-Hall, a las dos de la
tarde; allí
sabrás cuál es tu empleo y recibirás dinero y órdenes para la
provisión de
tus hombres. La tierra arde y Percy está en la cumbre. Ellos
o nosotros
rodarán por el suelo.
(Salen el Príncipe, Poins y Bardolfo).
FALSTAFF: ¡Grandes palabras! ¡Magno mundo! Posadera, mi
almuerzo. Vamos.
Quisiera que esta taberna fuera mi tambor. (Sale) .
Acto IV
Escena I
El campamento de los rebeldes cerca de Shrewsbury.
(Entran Hotspur, Worcester y Douglas).
HOTSPUR: Bien dicho, mi noble escocés; si hablar verdad, en
estos tiempos
refinados, no se tomara por lisonja, tales alabanzas daría a
Douglas, que
el más aguerrido soldado de esta época, no tendría fama más
vasta en el
mundo. ¡Por los cielos, no sé lisonjear! Desprecio las
lenguas de
adulones; pero mejor sitio, en el amor de mi alma, nadie lo
tiene como
vos. Ahora cogedme la palabra y ponedme a prueba, milord.
DOUGLAS: Eres el rey del honor. Ningún hombre tan poderoso
respira sobre
la tierra, que no le afronte.
HOTSPUR: Hacedlo así y todo irá bien.
(Entra un mensajero con cartas).
¿Qué cartas traes ahí? No puedo menos que agradecéroslo.
MENSAJERO: Estas cartas son de vuestro padre.
HOTSPUR: ¿Cartas suyas? ¿Por qué no viene él mismo?
MENSAJERO: No puede venir, milord; está gravemente enfermo.
HOTSPUR: ¡Pardiez! ¿Cómo tiene la holganza de enfermarse en
la hora del
choque? ¿Quién conduce sus tropas? ¿Bajo qué mando vienen?
MENSAJERO: Esas cartas os informarán de sus intenciones, no
yo, milord.
HOTSPUR: Dime, te lo ruego, ¿guarda cama?
MENSAJERO: Hacía cuatro días que la guardaba, milord, cuando
me puse en
camino. Y hasta el momento de mi partida los médicos estaban
muy inquietos
por él.
WORCESTER: A la verdad, habría deseado ver nuestras cosas en
buen estado
antes que la enfermedad le visitase. Nunca como ahora fue su
salud tan
preciosa.
HOTSPUR: ¡Enfermo ahora! ¡Desfallecer en este momento! Esa
enfermedad
infecciona la sangre vital misma de nuestra empresa, llega
hasta nosotros,
hasta nuestro campamento. Me escribe aquí que su enfermedad
es interna,
que sus amigos no podrían ser reunidos por otro con la
rapidez necesaria y
que no ha juzgado conveniente confiar una misión tan delicada
y ardua a
otra autoridad que la suya. Sin embargo, nos envía el
atrevido consejo de
ensayar, con nuestras pocas fuerzas reunidas, de ver cómo
está la Fortuna
dispuesta hacia nosotros. Porque, escribe, ya no es tiempo de
retroceder,
estando el rey en el secreto de todos nuestros planes. ¿Qué
decís de esto?
WORCESTER: La enfermedad de vuestro padre es una mutilación
para nosotros.
HOTSPUR: Una cuchillada peligrosa, un verdadero miembro
amputado. Y, sin
embargo, no, por mi fe. La necesidad de su presencia parece
menor que lo
que la creemos. Será bueno arriesgar la fortuna de todos
nuestros estados
en un solo golpe. ¿Jugar tan rica presa al vidrioso azar de
una hora
incierta? No creo convenga; porque pondríamos en evidencia el
fondo mismo
y el alma de nuestras esperanzas, el límite, el más lejano
término de
todas nuestras fortunas.
DOUGLAS: En verdad, así sería; mientras que aún tenemos una
buena reserva,
podemos gastar audazmente en la esperanza de lo que nos
reserva el
porvenir. Tenemos aquí
la viva certidumbre de una buena retirada.
HOTSPUR: Un lugar de cita, un sitio de retiro, si el diablo y
la mala
suerte amenazan la virginidad de nuestra empresa.
WORCESTER: Habría deseado, sin embargo, que vuestro padre
estuviese aquí.
La calidad y el carácter delicado de nuestra empresa no
admite ni
apariencias de desunión; se pensará, por algunos, que no
conocen la causa
de su ausencia, que la prudencia, la lealtad o simple
antipatía a nuestra
conducta, tienen al conde alejado. Pensad hasta qué punto esa
aprehensión
puede contener el ímpetu de una fracción temerosa y poner en
peligro
nuestra causa. Bien sabéis que nosotros, la parte ofensiva,
debemos alejar
todo examen minucioso y tapar todos los claros, todas las
aberturas a
través de los que la mirada de la razón pueda acecharnos.
Esta ausencia de
vuestro padre es una cortina impenetrable, que suministra al
ignorante un
nuevo motivo de temor, en el que antes no soñó.
HOTSPUR: Vais demasiado lejos. Más bien creo que esa ausencia
producirá
este efecto: dará a nuestra empresa mayor brillo, mayor
autoridad, más
prestigio heroico, que si el conde estuviera aquí. Porque la
gente pensará
que si nosotros, sin su ayuda, podemos hacer frente a toda la
monarquía,
con su concurso estamos seguros de darla vuelta de arriba a
abajo. Así,
todo va bien, nuestros miembros aún están intactos.
DOUGLAS: Sí, como lo anhela el corazón; en la lengua que se
habla en
Escocia, la palabra temor no existe.
(Entra Sir Ricardo Vernon).
HOTSPUR: ¡Mi primo Vernon! ¡Bienvenido, por mi alma!
VERNON: ¡Ojalá que mis noticias merecieran esa bienvenida, milord!
El
conde de Westmoreland, con siete mil hombres, marcha contra
nosotros; el
príncipe Juan viene con él.
HOTSPUR: No veo daño en ello; ¿qué más?
VERNON: He sabido, además, que el rey en persona se ha puesto
en
movimiento o se dispone a venir aquí rápidamente, con fuerzas
poderosas.
HOTSPUR: También será él bienvenido. ¿Dónde está su hijo, ese
príncipe de
Gales de pies ligeros y cabeza loca, y sus camaradas, que se
burlan del
mundo entero y le ordenan girar a su alrededor?
VERNON: Todos equipados, todos en armas, todos emplumados
como avestruces,
a los que el viento da alas, agitándose como las águilas que
acaban de
bañarse, relampagueando como imágenes, en sus doradas cotas
de malla,
llenos de vigor como el mes de mayo, esplendorosos como el
sol en pleno
verano, retozones como cabrillas, salvajes como toros. He
visto al joven
Harry, calada la visera, armado de todas armas, alzarse del
suelo como un
Mercurio alado y saltar a caballo con tal soltura, que
parecía un ángel
bajado de las nubes, para dominar y guiar un fiero Pegaso y
maravillar al
mundo con su noble destreza.
HOTSPUR: ¡Basta, basta! Peor que el sol de marzo, ese elogio
engendra la
fiebre. ¡Dejadles venir! Llegarán ataviados como víctimas que
ofreceremos
sangrientas y calientes, a la ardorosa virgen de la guerra
humeante.
¡Marte, cubierto de hierro, sentado sobre su trono, nadará en
sangre hasta
las orejas! Estoy en
ascuas, cuando oigo hablar de esa presa tan próxima y
que aún no nos pertenece. Vamos, dejadme tomar mi caballo,
que me lanzará,
como el rayo, contra el pecho del príncipe de Gales. Harry contra Harry,
corcel contra corcel, vamos a encontrarnos y no nos
separaremos hasta que
uno de ellos deje caer un cadáver. ¡Oh! ¡que Glendower no
haya llegado
aún!
VERNON: Hay más noticias; he sabido en Worcester al pasar a
caballo, que
no podrá reunir sus fuerzas antes de dos semanas.
DOUGLAS: Es esa la peor de las noticias que he oído.
WORCESTER: A fe mía, tiene un sonido glacial.
HOTSPUR: ¿A cuánto asciende el total de las fuerzas del rey?
VERNON: A treinta mil hombres.
HOTSPUP: Pongamos
cuarenta mil; estando ausentes mi padre y Glendower,
nuestras fuerzas propias pueden bastar para la gran jornada.
Vamos a
revistarlas rápidamente. El día del juicio está próximo; si
hay que morir,
muramos alegremente.
DOUGLAS: No hables de muerte; por seis meses aún, no temo a
la muerte ni
sus golpes.
Un campo real cerca de Coventry.
(Entran Falstaff y Bardolfo).
FALSTAFF: Bardolfo, adelántate hasta Coventry; lléname un
buen frasco de
Canarias; nuestros soldados atravesarán la ciudad; iremos
esta noche a
Sutton-Colfield.
BARDOLFO: ¿Queréis darme dinero, capitán?
FALSTAFF: Gasta, gasta.
BARDOLFO: El frasco lleno costará un ángel [42] .
FALSTAFF: Si es así, tómalo por tu trabajo; si cuesta veinte,
tómalos
todos, que yo respondo de las finanzas. Di a mi teniente Peto
que se me
reúna al extremo de la ciudad.
BARDOLFO: Bien, capitán; adiós. (Vase) .
FALSTAFF: Si no estoy avergonzado de mis soldados, soy un
arenque en
escabeche. He hecho un uso abominable de la leva del rey. He
recibido unas
trescientas y tantas libras para personeros de ciento
cincuenta soldados.
No me dirigía sino a los sólidos propietarios, a los hijos de
labradores
acomodados; busco bachilleres novios, cuyas amonestaciones se
han
publicado dos veces, especie de pillos sibaritas que
preferirían oír al
diablo que a un tambor, que se espantan más de la detonación
de un arcabuz
que una ave asustada o un pato silvestre herido. No recluto
sino buenos
comedores de tostadas con manteca, con un corazón no mayor
que una cabeza
de alfiler; todos se han rescatado del servicio. Ahora toda mi
tropa se
compone de porta-estandartes, caporales, tenientes, oficiales
de compañía,
pordioseros tan harapientos como aquel Lázaro en tapicería,
cuyas llagas
lamen los perros del glotón; gentes que, a la verdad, jamás
fueron
soldados, sino criados pillos despedidos, hijos segundos de
segundos
hijos, mozos de taberna escapados, posaderos fallidos; los
chancros de una
sociedad tranquila y una paz prolongada, diez veces más
andrajosos que una
vieja insignia remendada. Tal es la gente que tengo para
reemplazar a los
que se rescataron del servicio; al verlos, pensaréis que son
ciento
cincuenta hijos pródigos en harapos, que acaban de llegar de
cuidar cerdos
y de compartir con éstos las bellotas y las escorias. Un
sarcástico, que
me encontró en el camino, me dijo que había descargado todas
las horcas y
reclutado cadáveres. Jamás se vieron tales espantajos. Claro
está que yo
no atravieso Coventry con ellos. Luego, todos estos
malandrines caminan
con las piernas apartadas, como si aún tuvieran los grillos
en los pies;
porque la verdad es que, a la mayor parte de ellos, les he
sacado de la
cárcel. No hay más que una camisa y media en toda mi
compañía; la media
camisa está hecha de dos servilletas, cosidas juntas y
echadas sobre los
hombros como la túnica sin mangas de un heraldo. La camisa,
para ser
verídico, fue robada al hostelero de Saint-Alban o al hombre
de roja nariz
que dirige la posada de Daintry, pero eso no importa;
encontrarán ropa
blanca de sobra sobre los cercos.
(Entran el príncipe Enrique y Westmoreland).
PRÍNCIPE FNRIQUE: ¿Qué tal, hinchado Jack? ¿Qué tal, colchón?
FALSTAFF: ¡Hola, Hal! ¿Qué tal, loquillo? ¿Qué diablos haces
en el condado
de Warwick? Mi buen lord Westmoreland, imploro vuestra
gracia; creía que
vuestro honor se encontrara ya en Shrewsbury.
WESTMORELAND: A fe mía, sir John, ya es más que tiempo de
encontrarme allí
y vos también; pero ya están allí mis tropas. El rey, puedo
asegurarlo,
cuenta con todos nosotros; debemos marchar toda la noche.
FALSTAFF: No os inquietéis por mí; soy vigilante, como el
gato que acecha
la crema.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Que
acecha la crema? Lo creo en verdad, porque a fuerza
de robar crema, te has convertido en manteca. Pero dime,
Jack, ¿a quién
pertenecen esos hombres que vienen detrás?
FALSTAFF: ¡Míos, Hal, míos!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Nunca vi chusma más miserable.
FALSTAFF: ¡Bah, bah! ¡Excelentes
para ser ensartados, carne de cañón,
carne de cañón! Llenarán un foso tan bien como los mejores.
¡Eh, caro mío,
hombres mortales, hombres mortales!
WESTMORELAND: Sí, pero me parece que éstos, sir John, están
excesivamente
tísicos y consumidos, demasiado mezquinos.
FALSTAFF: En cuanto a la consunción, no sé dónde la han
tomado, y, en
cuanto a la tisis, estoy seguro que no se les ha pegado de
mí.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh, no! ¡Lo juraría! A menos que llames
tisis a tres
dedos de grasa sobre las costillas. Pero apresúrate,
compadre; Percy está
ya en campaña.
FALSTAFF: ¿Cómo, ya ha acampado el rey?
WESTMORELAND: Ciertamente, sir John; temo que estemos
retardados.
FALSTAFF: Bien; el final de un combate y el principio de un
banquete
convienen a un flojo soldado y a un voraz comensal.
El campamento de los rebeldes, cerca de Shrewsbury.
(Entran Hotspur, Worcester, Douglas y Vernon).
HOTSPUR: Esta noche daremos la batalla.
WORCESTER: No puede ser.
DOUGLAS: Entonces les daréis ventaja.
VERNON: Absolutamente.
HOTSPUR: ¿Cómo podéis afirmarlo? ¿No espera acaso refuerzos?
VERNON: También nosotros.
HOTSPUR: Los suyos son seguros; los nuestros dudosos.
WORCESTER: Mi buen primo, sed prudente; no comprometáis la
acción esta
noche.
VERNON: No lo hagáis, milord.
DOUGLAS: No es bueno
vuestro consejo; la frialdad del corazón y el miedo
lo dictan.
VERNON: No me calumnies, Douglas; por mi vida (y con mi vida
mantendré lo
que digo), cuando el honor bien entendido me lo ordena, no
presto más oído
al consejo del miedo y la debilidad, que vos, milord, o que
cualquier
escocés viviente. Mañana veremos en la batalla quién de
nosotros tiene
miedo.
DOUGLAS: Sí, o esta noche.
VERNON: Sea.
HOTSPUR: Esta noche, digo.
VERNON: Vamos, vamos, eso no puede ser. Me asombra en extremo
que
vosotros, hombres de alta dirección, no veáis los obstáculos
que se oponen
a nuestra empresa. Los jinetes de mi primo Vernon no han
llegado aún y los
de vuestro tío Worcester sólo han llegado hoy y por el
momento el brío y
el vigor de los caballos están adormecidos, su energía
abatida y
amortiguada por la fatiga, y no hay ninguno de ellos que no
haya perdido
las tres cuartas partes de su valor.
HOTSPUR: Lo mismo están los caballos del enemigo, agotados,
agobiados por
la fatiga; la mejor parte de los nuestros están completamente
reposados.
WORCESTER: Las tropas del rey exceden a las nuestras. ¡En
nombre del
cielo! aguardad que lleguen todas las que esperamos.
(Suena una trompeta Anunciando parlamentario).
(Entra Sir Walter Blunt).
BLUNT: Vengo con generosos ofrecimientos de parte del
rey; dignaos oírme y
prestarme atención.
HOTSPUR: ¡Bienvenido, sir Walter Blunt! ¡Quisiera Dios que
estuvierais de
nuestro lado! Muchos de entre nosotros os quieren bien y esos
mismos
envidian vuestros grandes merecimientos y buen nombre, porque
no estáis en
nuestras filas y os volvéis contra nosotros como enemigo.
BLUNT: ¡Dios impida que cambie de actitud, en tanto que
vosotros, fuera de
los límites del verdadero deber, os mantengáis en contra de
la Sagrada
Majestad! Pero, a mi objeto. El rey me envía a conocer la
naturaleza de
vuestras quejas y la causa que os hace conjurar, del seno de
la paz
pública, estas osadas hostilidades, enseñando a su leal
pueblo, tan cruel
audacia. Si el rey ha desconocido en alguna manera vuestros
servicios, que
reconoce considerables, os pide que formuléis vuestras
reclamaciones y en
el acto obtendréis plena satisfación con usura y el perdón
absoluto para
vosotros y para aquellos que vuestras sugestiones
extraviaron.
HOTSPUR: Es mucha bondad la del rey; el rey, todos lo
sabemos, sabe cuándo
debe prometer y cuándo pagar. Mi padre, mi tío y yo mismo, le
hemos dado
la diadema que lleva. Cuando no tenía más de veintiséis años,
comprometido
en el concepto del mundo, mísero y caído, pobre proscrito
ignorado
volviendo a hurtadillas a su país, mi padre le dio la
bienvenida en la
costa; y cuando oyó jurar ante Dios que venía sólo por el
ducado de
Lancaster a reclamar su herencia y pedir la paz, con lágrimas
de inocencia
y protestas de negación, mi padre, movido por la piedad y
conmovido en el
alma, juró prestarle ayuda y mantuvo su palabra. Desde que
los lores y los
barones del reino se apercibieron de que Northumberland
inclinaba en su
favor, grandes y pequeños vinieron a él, sombrero en mano y
rodilla en
tierra, salieron a su encuentro en las ciudades, villas y
aldeas, le
escoltaron en los puentes, le esperaron en las callejuelas,
depusieron sus
presentes a sus pies, le prestaron juramento, le dieron sus
herederos por
pajes, siguieron todos sus pasos en dorada multitud. El,
ahora, tan pronto
como pudo reconocer su propia fuerza, se sobrepone a la
promesa que hizo a
mi padre, cuando era un pobre aventurero, en la desierta
playa de
Ravenspurg. Pretende, pardiez, reformar ciertos edictos,
ciertos decretos
rígidos que pesan gravemente sobre la comunidad, grita contra
los abusos,
finge llorar sobre los males de la patria y, bajo esa
máscara, bajo ese
aparente aspecto de justicia, quiere ganar los corazones de
todos los que
quiere pescar. Ha ido más lejos, ha cortado la cabeza a todos
los
favoritos que el rey ausente había dejado como tenientes tras
él, cuando
en persona hacía la guerra en Irlanda.
BLUNT: ¡Ta, ta! No he venido a oír eso.
HOTSPUR: Voy, pues, al grano. Poco tiempo después depuso al
rey y, sin
mucho tardar, le quitó la vida. Al mismo tiempo gravó con
impuestos a todo
el Estado. Para ir de peor en peor, permitió que su primo
March (quien
sería, si cada uno ocupara su sitio, su verdadero rey), fuera
puesto en
prisión en el país de Gales y fuera allí abandonado sin
rescate. Me
humilló en mis felices victorias, trató de enredarme en sus
astutos
manejos, arrojó a mi tío de la Cámara del Consejo, desterró
rabioso a mi
padre de la Corte, rompió juramento tras juramento, cometió
error sobre
error y, por fin, nos obligó a buscar esta puerta de
salvación y discutir
además la justicia de su título, que encontramos demasiado
doloso para ser
durable.
BLUNT: ¿Debo llevar esta respuesta al rey?
HOTSPUR: No así, sir Walter, vamos primero a conferenciar
entre nosotros.
Volved al lado del rey; que nos empeñe alguna garantía por la
seguridad de
nuestro mensajero y mañana temprano mi tío le llevará
nuestras
intenciones. Ahora, adiós.
BLUNT: Deseo que aceptéis un ofrecimiento de gracia y
afección.
HOTSPUR: Y tal vez lo aceptemos.
BLUNT: ¡Quiéralo el cielo!
YORK. Un cuarto en el palacio Arzobispal.
(Entra el Arzobispo de York y un caballero).
ARZOBISPO: Daos prisa, mi buen sir Michael, llevad esta carta
sellada, con
alada premura, al lord Mariscal; ésta a mi primo Scroop y las
demás a su
dirección; si supierais la importancia que tienen, os
apresuraríais.
CABALLERO: Adivino su contenido, mi buen lord.
ARZOBISPO: Es muy probable. Mañana, buen sir Michael, es el
día en que la
fortuna de diez mil hombres va a jugar la suerte suprema.
Porque mañana,
en Shrewsbury, según los datos exactos que he recibido, el
rey, al frente
de un poderoso ejército formado a toda prisa, se encontrará
con lord
Harry; y temo, sir Michael, que, con la enfermedad de lord
Northumberland
(cuyas fuerzas eran el contingente más considerable) y con la
ausencia de
Owen Glendower, que habría prestado poderoso auxilio y que no
ha acudido,
dominado por ciertas profecías, temo, repito, que el ejército
de Percy sea
demasiado débil para sostener una lucha inmediata con el del
rey.
CABALLERO: Y bien, mi buen lord, nada debéis temer. Ahí están
Douglas y
Mortimer.
ARZOBISPO: No, Mortimer no está.
CABALLERO: Pero ahí están Mordake, Vernon, lord Harry Percy,
ahí está
milord Worcester y un grupo selecto de nobles caballeros, de
valientes
guerreros.
ARZOBISPO: Es así; pero por su parte el rey ha reunido la
flor de los
gentiles hombres de todo el reino, el príncipe de Gales, lord
Juan de
Lancaster, el noble Westmoreland, el belicoso Blunt y muchos
otros
combatientes, sus émulos, hombres muy estimados por su
experiencia y
autoridad militar.
CABALLERO: No dudéis, milord, que encontrarán dignos
adversarios.
ARZOBISPO: No espero menos, pero es útil desconfiar; así,
para prever lo
peor, sir Michael, apresuraos. Porque si lord Percy no
triunfa, el rey,
antes de licenciar sus fuerzas, piensa visitarnos, informado
como está de
nuestra confederación, y nada más prudente que fortificarnos
contra él.
Por lo tanto, daos prisa; aún debo ir a escribir a otros amigos.
Ahora,
Dios os guarde, sir Michael.
(Parten de opuesto lado).
Escena I
El campamento del Rey cerca de Shrewsbury.
(Entran el rey Enrique, príncipe Enrique, príncipe Juan de
Lancaster, sir
walter Blunt y Sir John Falstaff).
REY ENRIQUE: ¡Cuán sangriento aparece el sol, allá
tras la boscosa colina!
El día empalidece ante esa perturbadora aparición.
PRÍNCIPE ENRIQUE: El viento del sur sirve de trompeta a sus
propósitos y,
en su ronco silbar entre las hojas, anuncia una tormenta y un
día
borrascoso.
REY ENRIQUE: Que simpatice, pues, con los vencidos, porque
nada aparece
sombrío a los que triunfan.
(Trompeta. Entran Worcester y Vernon).
¿Sois vos, milord de Worcester? Es bien triste que nos
encontremos, vos y
yo, en semejantes circunstancias. Habéis engañado nuestra
confianza y nos
habéis obligado a despojarnos de nuestros cómodos trajes de
paz y
comprimir nuestros viejos miembros entre ásperas mallas de
acero. Eso es
bien triste milord, bien triste. ¿Qué respondéis? ¿Queréis de
nuevo
desatar el nudo brutal de una guerra odiosa? ¿Queréis de
nuevo moveros en
aquella órbita de obediencia, donde resplandecíais con tan
puro y legítimo
brillo? ¿No ser ya un extraviado meteoro, prodigio de
espanto, presagio de
siniestras calamidades para los tiempos aún no nacidos?
WORCESTER: Oídme, mi señor; por mi parte habría sido muy
feliz en poder
transcurrir en horas tranquilas la última parte de mi vida,
porque
protesto que no he buscado este día de discordia.
REY ENRIQUE: ¿Que no lo habéis buscado? ¿ Cómo ha venido,
pues?
FALSTAFF: La rebelión estaba en su camino y él la encontró.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Silencio, lechuza, [43] silencio!
WORCESTER: Plugo a vuestra majestad desviar de mí y de toda
nuestra casa
sus miradas benevolentes y, sin embargo, debo recordároslo,
milord, fuimos
los primeros y más abnegados de vuestros amigos. Por vos,
rompí mi vara de
mando en tiempo de Ricardo; corrí día y noche para ir a
vuestro encuentro
y besaros la mano, cuando, por la posición y el crédito erais
menos
poderoso y afortunado que yo. Fuimos yo mismo, mi hermano y
su hijo, que
os volvimos a vuestro hogar, afrontando ardientemente los
peligros del
momento. Nos jurasteis entonces -e hicisteis ese juramento en
Doncaster-
que no meditabais nada contra el Estado, que no reclamabais
más que
vuestros derechos, recién trasmitidos, a la herencia de
Gante, el ducado
de Lancaster; para eso os juramos nuestra ayuda. Pero en poco
tiempo la
fortuna hizo llover liberalmente sus favores sobre vuestra
cabeza y tal
ola de prosperidad cayó sobre vos, que, con nuestro auxilio,
con la
ausencia del rey, con los abusos de una época corrompida, los
sufrimientos
que en apariencia habíais padecido y los vientos contrarios
que retuvieron
al rey tanto tiempo en su desgraciada guerra de Irlanda, que
todos en
Inglaterra le creyeron muerto, con todo ese enjambre de
ventajas
brillantes, tomasteis ocasión para haceros rogar a toda
prisa, de asir el
poder con vuestras manos. Olvidasteis el juramento que nos
habíais hecho
en Doncaster; elevado por nosotros, nos destruisteis el nido,
como suele
hacer el cuclillo ingrato con el gorrión. A tanta altura rayó
vuestra
altivez, nutrida por nosotros mismos, que hasta nuestro mismo
afecto no
osaba presentarse ante vos, por temor de ser devorado; nos
vimos forzados,
en busca de seguridad, de recurrir a la alada fuga, lejos de
vuestra vista
y organizar esta resistencia. En adelante, nos dan fuerzas
las armas que
vos mismos forjasteis
contra vos, por vuestros inicuos procederes, vuestra
actitud temible y la violación de toda la fe, de todos los
juramentos que
nos hicisteis en el albor de vuestra empresa.
REY ENRIQUE: Todas esas cosas las habéis ya propalado,
proclamado en las
encrucijadas de los mercados, leído en las iglesias, para dar
brillo al
traje de la rebelión con algunos hermosos colores que
encanten los ojos de
los hombres volubles, de esos pobres descontentos que se
quedan
boquiabiertas y se frotan las manos, a la noticia de
cualquiera innovación
tumultuosa. Nunca faltaron a la insurrección esos mentidos
colores para
decorar su causa, ni de canalla turbulenta, hambrienta de
épocas de
revueltas, confusión y estrago.
PRÍNCIPE ENRIQUE: En ambos ejércitos hay más de un alma que
bien caro
pagará el encuentro si una vez vienen a las manos. Decid a
vuestro sobrino
que el príncipe de Gales une su voz a la del mundo entero para
alabar a
Harry Percy. Por mi esperanza -y puesta a un lado la actual
empresa- no
creo exista hoy un caballero más bravo, de más activo valor o
de valor más
juvenil, más audaz, más arrojado, más capaz de engalanar esta
época con
nobles acciones. Por
mi parte y puedo decirlo para mi vergüenza, he sido
infiel a la caballería; así, según he oído, piensa él de mí.
No obstante,
declaro ante la majestad de mi padre, que consiento en que
tome la ventaja
de su gran nombre y reputación y quiero, para ahorrar la
sangre de ambos
lados, probar fortuna con él en un combate singular.
REY ENRIQUE: Y nosotros, príncipe de Gales, no titubeamos en
arriesgarte
en esa lucha, aunque infinitas consideraciones se opongan...
No, buen
Worcester, no; amamos nuestro pueblo, amamos hasta los que se
han
desvariado en el partido de vuestro sobrino y si aceptan el
ofrecimiento
de nuestra gracia, él, ellos, vos, todos serán mis amigos
nuevamente y yo
el vuestro; decidlo así a vuestro sobrino y traedme respuesta
de lo que
piensa hacer; pero si no cede, la represión y el temible
castigo están a
nuestro mandato y harán su oficio. Con esto, partid; no
queremos ser más
fastidiosos con réplicas; el ofrecimiento que hacemos es
generoso,
aceptadlo cuerdamente.
(Parten Worcester y Vernon).
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Por mi vida! no será aceptado. Douglas y
Hotspur juntos
harían frente confiados a todo el universo en armas.
REY ENRIQUE: ¡Ahora a la acción! Cada jefe a su puesto,
porque, así que
contesten, caeremos sobre ellos. Que Dios nos proteja, como
nuestra causa
es justa.
(Salen el Rey, Blunt y el Príncipe Juan).
FALSTAFF: Hal, si me ves caer en la batalla, cúbreme con tu
cuerpo; es un
servicio de amigo.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Sólo un coloso podría prestarte ese
servicio. Di tus
oraciones y adiós.
FALSTAFF: Quisiera que fuera hora de acostarse, Hal, y todo
anduviera
bien.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Bah! Debes a Dios una muerte. (Sale).
FALSTAFF: La letra no ha vencido aún; me repugnaría pagarla
antes del
término, ¿Qué necesidad tengo de salirle al paso a quien no
me llama?
Vamos, eso no importa; el honor me aguijonea. ¿Sí, pero si el
honor,
empujándome hacia adelante, me empuja al otro mundo? ¿Y
luego? ¿Puede el
honor reponerme una pierna? No. ¿O un brazo? No. ¿O suprimir
el dolor de
una herida? No. ¿El honor no es diestro en cirugía? No. ¿Qué
es el honor?
Un Soplo. ¡Hermosa compensación! ¿Quién lo obtiene? El que se
murió el
miércoles pasado. ¿ Lo siente? No. ¿Lo oye? Tampoco. ¿Es
entonces cosa
insensible? Sí, para los muertos. ¿Pero puede vivir con los
vivos? No.
¿Por qué? La maledicencia no lo permite. Por consiguiente, no
quiero saber
nada con él; el honor es un mero escudo funerario [44] y así
concluye mi
catecismo. (Sale) .
El campamento de los rebeldes.
(Entran Worcester y Vernon).
WORCESTER: No, sir Ricardo, mi sobrino no debe conocer el
liberal y
generoso ofrecimiento del rey.
VERNON: Sería mejor que lo conociese.
WORCESTER: Entonces todos estamos perdidos. No es posible, no
puede ser
que el rey mantenga su palabra de amarnos. Tendrá siempre
sospecha de
nosotros y encontrará la ocasión de castigar esta ofensa en
otras faltas.
La suspición tendrá abiertos siempre sobre nosotros sus innumerables
ojos,
porque la traición no es más creída que el zorro, que, por
más
domesticado, encerrado y cuidado que sea, tendrá siempre la
salvaje
astucia de raza. Tengamos triste o alegre el aspecto, la
cavilosidad lo
interpretará mal y nos encontraremos en la situación de los
bueyes en el
establo, que cuanto mejor cuidados están, tanto más próxima
es su muerte.
La trasgresión de mi sobrino podrá ser fácilmente olvidada,
teniendo por
excusa la juventud y el calor de la sangre y el apodo
privilegiado de
Hotspur el aturdido, gobernado por sus ímpetus. Todas sus
ofensas caerán
sobre mi cabeza y sobre la de su padre; nosotros le hemos
educado y,
puesto que de nosotros ha adquirido su corrupción, nosotros,
fuente de
todo, pagaremos por todos. Así, pues, buen primo, no hagáis
conocer a
Harry, en ningún caso, el ofrecimiento del rey.
VERNON: Decidle lo que queráis; repetiré lo mismo. Aquí viene
vuestro
primo.
(Entran Hotspur y Douglas, seguidos de oficiales y soldados).
HOTSPUR: Mi tío está de vuelta; que se ponga en libertad a
milord
Westmoreland. Tío, ¿qué noticias?
WORCESTER: El rey va a daros batalla inmediatamente.
DOUGLAS: Que lord Westmoreland le lleve nuestro cartel.
HOTSPUR: Lord Douglas, id vos mismo a encargale de esa
comisión.
DOUGLAS: Con gran placer y en el acto. (Sale) .
WORCESTER: No hay en el rey ni sombra de clemencia.
HOTSPUR: ¿Acaso la habéis pedido? ¡No lo quiera Dios!
WORCESTER: Le hablé respetuosamente de nuestras quejas, de su
juramento
quebrantado. Para corregir sus yerros, de nuevo perjura lo
que juró. Nos
llama rebeldes, traidores y quiere castigar con su altiva espada,
ese
nombre odioso en nosotros.
(Vuelve Douglas).
DOUGLAS: ¡A las armas, caballeros, a las armas! Porque he
arrojado un
soberbio reto a la cara del rey Enrique. Westmoreland, que
era nuestro
rehén, se lo ha llevado; eso sólo puede acelerar su ataque.
WORCESTER: El príncipe de Gales se ha avanzado ante el rey,
sobrino, y os
desafía a combate singular.
HOTSPUR: ¡Oh, si cayese sólo sobre nuestras cabezas la
querella y que
ningún otro hombre, fuera de Harry Monmouth o yo, estuviese
expuesto a
exhalar el último suspiro! Decidme, decidme, ¿cómo estaba
concebido su
cartel? ¿Lo hace en tono de desprecio?
VERNON: ¡No, por mi alma! Jamás oí en mi vida un reto lanzado
más
modestamente. Habríais creído que era un hermano desafiando a
un hermano a
un paso de armas corteses; os ha discernido todos los elogios
que merecer
puede un hombre, ensalzando vuestra gloria con elocuencia
real, hablando
de vuestros servicios como un panegírico, poniéndoos arriba
mismo del
elogio y declarando todos los elogios inferiores a vuestro
valor. Luego,
con verdadera nobleza, digna de un príncipe, hizo la ruborosa
crítica de
sí mismo y reprendió su turbulenta juventud con tal gracia,
que parecía
animado por dos espíritus simultáneamente, el de maestro y el
de
discípulo. Luego calló; pero permitidme declarar ante el
mundo entero que,
si sobrevive al odio de esa jornada, jamás la Inglaterra habrá
tenido tan
bella esperanza, tan mal interpretada en sus desvaríos.
HOTSPUR: Pienso, primo, que te has enamorado de sus locuras;
jamás oí
hablar de un príncipe tan desenfrenadamente libertino. Pero,
sea lo que
sea, quiero antes de esta noche estrecharlo en mis brazos de
soldado,
hasta ahogarlo bajo mi caricia. ¡A las armas, a las armas con
prisa!
Compañeros, soldados, amigos, mejor que yo, que no sé hablar,
exalte el
sentimiento del deber vuestro ardor y entusiasmo.
(Entra un mensajero).
MENSAJERO: Milord, una carta para vos.
HOTSPUR: No puedo leerla ahora. Caballeros, el tiempo de la
vida es muy
corto, pero gastado ese breve plazo cobardemente, sería
demasiado largo,
aunque, cabalgando sobre la aguja de un reloj, la vida se
detuviera al
cabo de una hora. ¡Si vivimos, vivimos para hollar cabezas de
reyes; si
morimos, hermosa muerte, cuando príncipes mueren con
nosotros! Ahora para
nuestra conciencia, bellas son las armas, cuando se levantan
por una causa
justa.
(Entra otro mensajero). .
MENSAJERO: Preparaos, milord; el rey avanza rápidamente.
HOTSPUR: Gracias le sean dadas porque me corta mi cuento; no
hago
profesión de elocuencia. Una palabra sola: que cada uno haga
cuanto pueda.
Y saco aquí mi espada, cuyo temple juro enrojecer con la
mejor sangre que
encuentre en los azares de este día peligroso. Ahora
¡Esperanza! ¡Percy! y
adelante. Que resuenen todos los instrumentos soberbios de la
guerra y
abracémonos bajo ese acorde, porque, apostaría el cielo
contra la tierra,
que muchos de nosotros no podremos renovar esa cortesía.
(Suenan las trompetas; se abrazan y salen).
Llanura cerca de Shrewsbury.
(Movimientos de tropas. Escaramuzas. Toques de carga. Luego
entran, de
diferentes lados, Douglas y Blunt).
BLUNT: ¿Cuál es tu nombre, tú que me cierras el paso en la
batalla?
DOUGLAS: Sábelo, pues; mi nombre es Douglas. Y si te persigo
así en el
combate, es porque alguien me ha dicho que eres el rey.
BLUNT: Te han dicho la verdad.
DOUGLAS: Lord Stafford ha pagado cara hoy su semejanza
contigo; porque en
vez de ti, rey Enrique, esta espada le ha quitado la vida;
así haré
contigo, a menos que no te entregues prisionero.
BLUNT: No nací hombre de rendirme, soberbio escocés;
encontrarás en mí un
rey vengador de la muerte de Stafford.
(Combaten. Blunt es muerto).
(Entra Hotspur)
HOTSPUR: ¡Oh, Douglas, si así hubieras combatido en Holmedon,
jamás habría
triunfado de un escocés!
DOUGLAS: ¡Todo ha concluido! ¡Victoria! He ahí el rey tendido
sin vida.
HOTSPUR: ¿Dónde?
DOUGLAS: Aquí.
HOTSPUR: ¿Este, Douglas? No, conozco muy bien su cara; un
bravo caballero
era, su nombre Blunt; estaba vestido como el rey.
DOUGLAS: (Mirando el cadáver) . ¡Que un loco acompañe tu
alma, do quiera
que vaya! ¡Caro pagaste un título prestado! ¿Por qué me
dijiste que eras
el rey?
HOTSPUP: Muchos marchan con el rey, vestido como él.
DOUGLAS: Por mi espada, voy a atravesar todas esas cotas
parecidas, haré
pedazos todo su guardarropa, pieza a pieza, hasta que
encuentre al rey.
HOTSPUR: ¡Arriba y adelante! Nuestros soldados sostienen
gallardamente la
jornada. (Salen)
(Nuevos toques de alarma).
FALSTAFF: Si en Londres podía librarme de pagar mi escote [45]
tengo miedo
que aquí no hay escape; aquí no hay moratoria, hay que pagar
con el
cuero... ¡Despacio! ¿Quién eres tú? ¡Sir Walter Blunt! ¡Vaya un honor!
Fuera la vanidad: ardo como plomo derretido y no peso menos.
Dios me
preserve del plomo. No necesito más peso que mis propias
tripas. He
conducido a mis perdularios a un punto donde los han sazonado
en regla; de
mis ciento cincuenta sólo quedan tres con vida pero no
servirán mientras
vivan sino para mendigar a las puertas de la ciudad. Mas
¿quién llega?
(Entra el príncipe Enrique).
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo? ¿Te estás aquí, ocioso? Préstame tu
espada.
Muchos caballeros yacen muertos y pisoteados bajo los cascos
de los
arrogantes jinetes enemigos y cuyas muertes no han sido
vengadas. Te
ruego, préstame tu espada.
FALSTAFF: Te suplico, Hal, déjame respirar un momento. Jamás
el turco
Gregorio [46] llevó a cabo tantas hazañas como las a que he
dado acabado
fin en este día. He arreglado las cuentas a Percy y está a
buen recaudo.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Lo está, a la verdad; vive para matarme.
Préstame tu
espada.
FALSTAFF: ¡No, por Cristo! Si Percy aún vive, no te doy mi
espada; pero si
quieres toma mi pistola.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Dámela. ¿Cómo está aún en la pistolera?
FALSTAFF: ¡Ay, Hal! ¡Está
caliente, caliente como para saquear una ciudad
entera! ( 47]
PRÍNCIPE ENRIQUE: (Sacando una botella de la pistolera de
Falstaff ) . ¿Te
parece este el momento de bromas y burlas? (Le tira la
botella y sale) .
FALSTAFF: Bien, si Percy está vivo, le atravieso de parte a
parte... si se
me cruza en mi camino, bien entendido, porque, si soy yo
quien voy a su
encuentro, acepto que
me convierta en carbonada. No me gusta esa gloria
con mueca que tiene sir Walter Blunt. Dadme la vida; si puedo
conservarla,
tanto mejor; si no, ya vendrá la gloria sin que la busque y
todo habrá
concluido. (Sale) .
Otra parte del campo de batalla.
(Clarines, escaramuzas. Entran el Rey, Príncipe Enrique,
Príncipe Juan,
Westmoreland).
REY ENRIQUE: Te ruego, Harry, retírate, estás perdiendo mucha
sangre. Id
con él, lord Juan de Lancaster.
PRÍNCIPE JUAN: No, milord, no antes de perder mi sangre como
él.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Ruego a vuestra majestad vuelva al frente
de las tropas;
temo que vuestra retirada alarme a nuestros enemigos.
REY ENRIQUE: Voy a hacerlo... Lord Westmoreland, conducidlo a
su tienda.
WESTMORELAND: Vamos, milord, voy a conduciros.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Conducirme, milord? No necesito vuestra
ayuda. ¡No
permita el cielo que un simple rasguño arroje al príncipe de
Gales de un
campo de batalla como éste, donde la nobleza, bañada en
sangre, es
pisoteada, donde las armas rebeldes triunfan en el degüello!
PRINCIPE JUAN: Nos reposamos demasiado; venid primo
Westmoreland, por aquí
nos llama el deber. ¡Venid, en nombre del cielo!
(Salen Príncipe Juan y Westmoreland).
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Vive Dios, que me has engañado, Lancaster!
No te creía
hombre de tal temple. Antes, te amé como un hermano, Juan;
¡ahora me eres
tan sagrado como mi alma!
REY ENRIQUE: Le he visto resistir a Percy con tan firme
actitud como no
encontraría en otro guerrero tan inexperto.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh, sí! Ese niño nos inflama a todos.
(Sale) .
(Toques de alarma. Entra Douglas)
DOUGLAS: ¿Otro rey? ¡Retoñan como las cabezas de la hidra!
Soy el Douglas
fatal a todos los que llevan esas insignias. ¿Quién eres tú,
que simulas
la persona del rey?
REY ENRIQUE: El rey en persona, quien Douglas lamenta en el
alma que
tantas veces hayas encontrado su sombra y nunca al rey
verdadero. Tengo
dos hijos que os buscan, a ti y a Percy, en el campo de
batalla; pero
puesto que mi buena estrella te trae a mi camino, quiero
probarte; así,
defiéndete.
DOUGLAS: Temo que seas otro falso rey, aunque, a la verdad,
tienes el
aspecto soberano. Pero, seas quien fueres, eres mío y así te
venzo.
(Combaten; en el momento en que el rey se encuentra en
peligro, entra el
príncipe Enrique).
PRÍNCIPE ENRIQUE: Levanta la cabeza, vil escocés o no la
levantarás ya
más. Animan mi espada los espíritus de Shirley, de Stafford y
de Blunt; es
el príncipe de Gales que te amenaza, que nunca prometió sin
cumplir.
(Combaten; Douglas huye).
¡Animo, milord! ¿Cómo se encuentra vuestra majestad? Sir
Nicolás Gansey ha
mandado pedir refuerzo, así como Clifton; voy ahora mismo a
unirme con
Clifton.
REY ENRIQUE: Detente y respira un momento. Has redimido tu
perdida
reputación y demostrado que aprecias mi vida, en el brillante
rescate que
de mí has hecho.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh cielos! ¡Grave injuria me hicieron los
que han dicho
que yo anhelaba vuestra muerte! Si así hubiera sido, me
habría bastado
dejar caer sobre vos el brazo insultante de Douglas, que
habría apresurado
vuestro fin tanto como todas las pociones venenosas del mundo
y ahorrada
la tarea traidora a vuestro hijo.
REY ENRIQUE: Corre adonde está Clifton; yo voy en socorro de
Gansey.
(Sale el rey Enrique; entra Hotspur).
HOTSPUR: Si no me engaño, eres Harry Monmouth.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Hablas como si yo quisiera negar mi nombre.
HOTSPUR: Mi nombre es Harry Percy.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Entonces, veo a un valiente rebelde de ese
nombre. Soy
el príncipe de Gales y no pienses, Percy, disputarme más la
gloria; dos
astros no pueden moverse en la misma esfera, ni puede la
Inglaterra
aceptar el doble cetro de Harry Percy y del príncipe de
Gales.
HOTSPUR: No será así, Harry, porque ha llegado la última hora
para uno de
nosotros. ¡Quisiera el cielo que tu fama guerrera fuera tan
grande como la
mía!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Voy a hacerla mayor, antes de separarnos.
Quiero segar
todos los honores brotados sobre tu casco y hacer con ellos
una guirnalda
para mi frente.
HOTSPUR: No puedo soportar más tiempo tus fanfarronadas.
(Combaten; entra Falstaff)
FALSTAFF: ¡Bien contestado, Hal! ¡Duro en él, Hal! Ahora
verás, te lo
aseguro, que eso no es juguete de niño.
(Entra Douglas, que combate con Falstaff, quien cae como
muerto; sale
Douglas. Hotspur es herido y cae).
HOTSPUR: ¡Oh, Harry,
me has arrebatado mí juventud! Siento menos la
pérdida de esta vida frágil, que los lauros que sobre mí has
ganado.
Hieren mi pensamiento más de lo que tu espada hirió mi carne.
Pero el
pensamiento es el esclavo de la vida y la vida la mofa del
tiempo; el
tiempo, señor de todo lo creado, debe también detenerse. ¡Si
pudiera decir
mi profecía! Pero la terrosa y helada mano de la muerte sella
mi labio.
No, Percy, no eres más que polvo y pasto para los... (Muere).
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Para los gusanos, bravo Percy! ¡Adiós,
gran corazón!
¡Ambición mal tejida, cómo se encoge tu trama! Cuando ese
cuerpo contenía
un alma, un reino le parecía estrecho espacio; pero ahora dos
pasos de la
más vil tierra le son morada suficiente. Pero esta tierra que
ahora te
alberga muerto, no sostiene sobre ella un caballero más
fuerte.
(Se inclina sobre el cadáver)
Si aún fueras sensible a la cortesía, no te daría una prueba
tan profunda
de mi admiración; deja que mis cuidados velen tu mutilada
faz. Aún en tu
obsequio, me hago una gloria en cumplir contigo los nobles
ritos del
afecto. ¡Lleva al cielo sólo las alabanzas que mereciste;
quede sepultada
la ignominia en la
tumba y que tu epitafio no la recuerde!
(Ve a Falstaff en el suelo).
¡Cómo! ¡Una vieja relación! ¿Toda esa carne no ha podido
conservar un poco
de vida? ¡Adiós, pobre Jack! ¡No habría perdido con mayor
dolor un hombre
mejor que tú! Si realmente hubiera amado la frivolidad, me
habrías hecho
una gran falta. La muerte no ha cogido un venado más gordo
que tú, aunque
haya tronchado muchas existencias más queridas en esta
sangrienta refriega
( 48] . Quiero verte embalsamado dentro de poco; hasta
entonces, reposa en
la sangre, al lado del noble Percy.
(Sale).
FALSTAFF: (Levantándose lentamente) . ¡Embalsamado! Si me
embalsamas hoy,
te permito salarme mañana y comerme en seguida. ¡Canario! Era
tiempo de
simular el muerto; si no ese fogoso y turbulento escocés me
habría pagado
el escote. ¿ Simular? Me engaño, no tengo nada de simulado.
Morir es
simular, porque un cadáver que no tiene la vida de un hombre,
es un
simulacro de un hombre. Pero simular los muertos, cuando se
está en plena
vida, eso no es simulacro, sino la real y perfecta imagen de
la vida. La
mejor parte del valor es la prudencia; en virtud de esa mejor
parte, he
salvado la vida.
¡Cáspita! Me da miedo esa pólvora de cañón de Percy,
aunque esté muerto. ¡Diablo!, ¿si él también simulara y fuera
a
levantarse? ¡Hum! me parece que de los dos muertos fingidos
el más sólido
sería él. Sin embargo, voy a asegurarle y podré jurar que le
maté yo. ¿Por
qué no se levantaría también como yo? Nadie puede desmentirme
sino quien
me vea y nadie me ve. (Hiere el cadáver) . Con que, amigo,
esta herida más
en el muslo y vámonos.
(Se echa el cadáver a la espalda. Vuelven el Príncipe Enrique
y el
Príncipe Juan).
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Bien, hermano Juan! Has estrenado
heroicamente tu
virgen espada.
PRÍNCIPE JUAN: ¡Pero, mira! ¿Quién tenemos aquí? ¿No me
habíais dicho que
ese hombre gordo había muerto?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí; yo mismo le vi en el suelo inanimado y
sangriento.
¿Estás vivo? ¿O eres una fantasía que engaña nuestras
miradas? Habla, te
lo ruego; no queremos creer a nuestros ojos sin el testimonio
de nuestros
oídos. Tú no eres lo que pareces ser.
FALSTAFF: No, a la verdad. No soy un hombre doble; pero si no
soy Juan
Falstaff, entonces soy un Juan Lanas. Ahí está Percy (echando
al suelo el
cadáver) ; si vuestro padre quiere recompensarme con algún
honor, bien
está; si no que mate él mismo al próximo Percy. Espero ser
conde o duque,
os lo aseguro.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Pero si yo fui quien mató a Percy y a ti te
vi muerto.
FALSTAFF: ¿Tú?... ¡Señor, señor, cómo impera la mentira en
este mundo!
Concedo que yo estaba en el suelo y sin aliento y ese lo
mismo, pero ambos
nos levantamos al momento y combatimos una hora larga por el
reloj de
Shrewsbury. Si se quiere creerme, perfectamente; si no, que
recaiga sobre
los que deben premiar a los hombres de valor tal pecado de
ingratitud.
Sostendré con mi cabeza que le he hecho esta herida en el
muslo; si el
hombre estuviera vivo y lo negara, le haría comer un pedazo
de mi espada.
PRÍNCIPE JUAN: ¡Jamás he visto un caso más extraño!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Es que no hay tipo más extraño, hermano
mío. Vamos,
échate con soberbia tu carga al hombro. Por mi parte, si una
mentira puede
traerte beneficio, la doraré con los más felices términos que
pueda.
(Suena la retirada).
Las trompetas suenan la retirada, el día es nuestro. Venid,
hermano, vamos
hasta el extremo del campo, para ver qué amigos viven aún y
cuáles han
muerto.
(Salen el Príncipe Enrique y el Príncipe Juan).
FALSTAFF: Voy a seguirles donde dicen para tener mi
recompensa. A aquel
que me recompense, Dios le recompense. Si crezco en grandeza,
creceré en
tristeza, porque me purgaré, dejaré el vino y viviré
limpiamente, como
conviene a un caballero.
(Sale, llevándose el cuerpo).
Otra parte del campo de batalla.
(Suenan las trompetas. Entran el Rey Enrique, Príncipe
Enrique, Príncipe
Juan, Westmoreland y otros, con Worcester y Vernon,
prisioneros).
REY ENRIQUE: Así la rebelión encontró siempre su castigo.
Malvado
Worcester, ¿no te enviamos con nuestra gracia, nuestro perdón
y palabras
de afecto para todos? Cambiaste el sentido de nuestras
ofertas y abusaste
de la conciencia de tu pariente. Tres caballeros de nuestras
filas,
muertos hoy, un noble conde y muchas otras criaturas,
vivirían aún, si,
como un cristiano, hubieras lealmente trasmitido mi real
mensaje de un
ejército a otro.
WORCESTER: Lo que he hecho, mi seguridad me urgía hacerlo.
Abrazaré
paciente la fortuna que me agobia y que inevitable cae sobre
mí.
REY ENRIQUE: Conducid a Worcester a la muerte y a Vernon también.
Los
otros rebeldes serán juzgados más tarde.
(Salen Worcester y Vernon, custodiados)
¿Cómo está el campo de batalla?
PRÍNCIPE ENRIQUE: El noble escocés, lord Douglas, cuando vio
la fortuna de
la jornada volverse contra él, al noble Percy muerto y todos
sus hombres
en aterrada fuga, huyó con el resto; cayendo de una colina
quedó tan
maltrecho, que los que le perseguían le tomaron. En mi tienda
se encuentra
Douglas y ruego a vuestra gracia me permita disponer de él.
REY ENRIQUE: De todo corazón.
PRÍNCIPE ENRIQUE: A vos, pues, hermano Juan de Lancaster,
debe
corresponder esa honrosa liberalidad; id a Douglas y, sin
rescate, dadle
la libertad plena y entera. Su valor, que tanto muestran hoy
nuestros
cascos, nos ha enseñado a honrar esos altos hechos, aun en la
persona de
nuestros adversarios.
REY ENRIQUE: Sólo nos resta ahora dividir nuestras fuerzas.
Vos, mi hijo
Juan, con mi primo Westmoreland, marcharéis sobre York a toda
prisa, al
encuentro de Northumberland y del prelado Scroop, que, a lo
que sé, han
tomado apresuradamente las armas. Yo mismo y vos, hijo
Enrique, nos
dirigiremos hacia el país de Gales, a combatir a Glendower y
al conde de
la March. La rebelión en esta tierra perderá su pujanza con
otra jornada
como ésta. Y puesto que nuestra empresa comenzó tan bien, no
la
abandonemos hasta reconquistar todo nuestro bien. (Salen) .
1. Diminutivo familiar de Enrique.
2. Old Sack , especie de vino de España (probablemente
Montilla o Jerez)
al que se añadía azúcar.
3. Palabras tomadas de alguna antigua balada.
4. Alude al benedicite usual antes de las comidas.
5. My old lad of the castle . Ver
en la introducción lo que se refiere al
primitivo nombre que Shakespeare diera a Falstaff, esto es,
Oldcastle.
Warburton cree ver en el pasaje a que se refiere esta nota
una prueba de
ello; Steevens ha probado que la pieza despreciable y obscena
en que
figura Oldcastle no era de Shakespeare.
6. Juego de palabras: for obtaining of suits . Swits , favores, suits ,
vestidos. Orlando, en As you like it , hace el mismo
juego de palabras en
su primer encuentro con Rosalinda.
7. Moorditch, foso estagnado y palúdico en los alredadores de
Londres.
8. De la Biblia.
9. Abreviación familiar de Eduardo.
10. Vino azucarado.
11. To save our heads by
raising of a head , esto es, poniéndonos a la
cabeza de las tropas.
12. En caló inglés, San Nicolás (Old Nick) representa el
diablo. Saint
Nicholas Clerk's ,
ladrones.
13. Ladrones.
14. Oneyers . Esta palabra ha dado mucho que hacer a los
comentadores.
Théobald lee Moneyers y Warburton le sigue. Jhonson cree que
no hay nada
que cambiar y traduce oneyers por su componente ones
(individuos). Malone
propone Onyers .
15. Juego de palabras entre boots , botín, provecho y
boots , botas.
16. Alusión a una creencia vulgar del tiempo.
17. To fret , refiriéndose a telas, significa plegarse,
ajarse. En
general, impacientarse , despecharse . Eso explica la
comparación de
Poins.
18. Hay en el texto un juego de palabras intraducible.
19. Jhon of Gaunt , el abuelo del píncipe, famoso por sus
hazañas. Gaunt
significa flaco , de manera que la afirmación de Falstaff es
también
exacta por ese lado.
20. Divisa de los Percy.
21. Paraquito , en el texto.
22. Crown , moneda y corona.
23. Juego de palabras intraducible entre loggerheads y
hogheads .
24. Bastard , vino adulterado.
25. Parece que el príncipe quiere atolondrar al criado con
ese flujo de
palabras y conceptos incoherentes.
26. Hotspur.
27. Rivo , grito de placer al beber, como el
"Evohé!" antiguo.
28. Tela basta de lino, engomada.
29. Points, puntas y agujetas, broches . De ahí el juego de
palabras de
Poins.
30. Alude a una superstición de la época, según la cual el
león no ataca a
los príncipes de regia estirpe.
31. Alusión a una curiosa anécdota del tiempo. Jhon Blower,
en un sermón
que predicó delante de la reina Elizabeth, dijo primero my
royale queen y
luego la llamó my noble queen . "¿Cómo?, dijo la reina,
¡ahora valgo menos
¡que hace un instante?" La royale valía diez chelines y
el noble seis
chelines y ocho peniques.
32. Uno de los cuatro reyes del infierno, según la leyenda.
33. Alusión satírica a un personaje de una tragedia de Tomás
Preston
(1570).
34. Holinshed refiere los prodigios que acompañaron el
nacimiento de
Glendower; se cree leer las prolijas listas de prodigios que
trae Suetonio
al nacer o morir un personaje romano.
35. Alusión a una antigua profecía, citada por Holinshed,
sobre el reparto
de Inglaterra entre un topo, un dragón y un león.
36. En el texto giddy goose , ganso aturdido.
37. Tis a woman's fault , esto es, la contradicción.
38. Finsbury , paseo en Londres, frecuentado entonces por la
burguesía.
39. En la traducción inglesa del antiguo romance francés del
Renard , se
da el nombre de Dame Partlet a la gallina.
40. Prisión de Londres.
41. Personaje de la antigua comedia de Robin Hood,
representado siempre
por un hombre, como todos los papeles femeninos.
42. Angel , moneda de oro antigua.
43. Chewet , lechuza; según Steevens, budín mantecoso.
44. Scutcheon , escudo de armas generalmente usado en los
funerales.
45. Shot , escote y también pistoletazo.
46. Alusión al Papa Gregorio VII, sobre quien los
historiadores Fox y
Warburton concentraban el odio de los protestantes, uniendo
su nombre al
del turco execrado.
47. There's that will sack a city , juego de palabras sobre
sack , vino de
España, y to sack , saquear.
48. Deer , venado y dear , querido.
Segunda parte
del Rey Enrique IV
REY ENRIQUE IV
ENRIQUE, Príncipe de Gales, más tarde Enrique V
TOMÁS, Duque de Clarence de Bedford, hijo de Enrique IV y
hermano de
Enrique V
JUAN DE LANCASTER, más tarde Duque de Glocester, hijo de
Enrique IV y
hermano de Enrique V
CONDE DE WARWICK, partidario del rey
CONDE DE WESTMORELAND, partidario del rey
GOWER, partidario del rey
HARCOURT, partidario del rey
EL LORD GRAN JUEZ
UN CABALLERO, del séquito del Gran Juez
CONDE DE NORTHUMBERLAND, enemigo del rey
SCROOP, Arzobispo de York, enemigo del rey.
LORD MOWBRAY, enemigo del rey
LORD HASTINGS, enemigo del rey
LORD BARDOLFO, enemigo del rey
SIR JHON COLEVILLE, enemigo del rey
TRAVERS, criado de Northumberland
MORTON, criado de
Northumberland
FALSTAFF
BARDOLFO
PISTOLA
UN PAJE
POINS, familiar del Príncipe de Gales
PETO, familiar del Príncipe de Gales
SHALLOW, (Trivial), juez rural
SILENCIO, juez rural
DAVY, criado de Shallow
MOULDY, ( Mohoso ), recluta
SHADOW, ( Sombra ), recluta
WART, ( Verruga ), recluta
FEEBLE, ( Enclenque ), recluta
BULCALF, ( Becerro ), recluta
SNARE, ( Trampa ), corchete
FANG, ( Garra ), corchete
EL RUMOR, ( Prólogo )
UN DANZANTE, ( Epílogo )
LADY NORTHUMBERLAND
LADY PERCY
LA POSADERA QUICKLY
DOROTEA TEAR-SHEET, ( Rompe-Sábana )
(Señores, oficiales, soldados, mensajeros, mozos de taberna,
alguaciles,
lacayos, etc.)
ESCENA-INGLATERRA
WARKWORTH. Delante del castillo de Northumberland.
(Entra El Rumor, con un traje sembrado de lenguas pintadas).
EL RUMOR: Tened los oídos; porque ¿cuál de vosotros querría
cerrar el paso
al sonido, cuando habla el ruidoso Rumor? Yo, desde el
Oriente hasta el
ocaso entristecido, haciendo del viento mi caballo de posta,
divulgo sin
cesar los actos comenzados en este globo de tierra. De mis
lenguas brotan
constantemente imposturas, que traduzco en todos los idiomas
y que llenan
de falsas relaciones los oídos de los hombres. Hablo de paz,
mientras la
encubierta hostilidad, bajo la sonrisa de la seguridad
desgarra al mundo.
¿Y quién sino el Rumor, quién sino yo, reúne las gentes
azoradas y prepara
la defensa, mientras el año, preñado de alguna nueva
catástrofe, parece
llevar en su seno una guerra cruel y tiránica? ¡Y no hay tal
cosa! El
Rumor es una flauta que soplan las sospechas, los celos, las
conjeturas,
instrumento tan sencillo y tan fácil, que el rudo monstruo de
innumerables
cabezas, la discordante y ondeante multitud, puede tocarlo.
¿Pero qué
necesidad tengo de
anatomizar así mi cuerpo bien conocido entre mis
familiares? ¿Por qué está aquí el Rumor? Corro delante de la
victoria del
rey Enrique, quien, en un sangriento campo cerca de
Shrewsbury, ha
deshecho al joven Hotspur y sus tropas, apagando la llama de
la audaz
rebelión, en la sangre misma de los rebeldes. Pero ¿qué hago,
al
principiar diciendo la verdad? Mi oficio es divulgar a lo
lejos que Harry
Monmouth cayó bajo el furor de la espada del noble Hotspur y
que el rey,
ante la cólera de Douglas, inclinó la sagrada cabeza hasta la
muerte. Esto
he esparcido a través de las aldeas entre el real campo de
Shrewsbury,
hasta esta yerma fortaleza carcomida, donde el padre de
Hotspur, el viejo
Northumberland, se finge enfermo; los correos llegan
jadeantes y ninguno
entre ellos trae otras noticias que las que de mí han sabido.
De las
lenguas del Rumor, traen los halagüeños consuelos de la
mentira, peores
que el verdadero mal. (Sale)
Escena I
La misma.
(El portero está a la puerta, entra lord Bardolfo).
Bardolfo: ¿Quién guarda aquí la puerta? ¿ Dónde está el
conde?
PORTERO: ¿A quién debo anunciar, señor?
Bardolfo: Decid al conde que lord Bardolfo le espera aquí.
PORTERO: Su señoría se pasea en este momento en la huerta;
dígnese,
vuestro honor, golpear a la puerta y él mismo contestará.
(Entra Northumberland).
Bardolfo: Aquí viene el conde.
NORTHUMBERLAND: ¿Qué noticias, lord Bardolfo? Hoy, cada
minuto debe ser
padre de un suceso grave; los tiempos son rudos; la
discordia, como un
caballo, como un caballo nutrido de ardiente alimento, se ha
desbocado
frenética y todo derriba ante ella.
Bardolfo: Noble conde, os traigo noticias ciertas de
Shrewsbury.
NORTHUMBELAND: ¡Buenas, lo quiera el cielo!
Bardolfo: Tan buenas como el corazón puede desearlas: el rey
ha sido
herido casi mortalmente y en el triunfo de milord vuestro
hijo, el
príncipe Harry quedó muerto; los dos Blunt muertos por la
mano de Douglas;
el joven príncipe Juan, Westmoreland y Sttafford, huyeron del
campo de
batalla y el pulpo de Harry Monmouth, el armatoste sir John,
está
prisionero de vuestro hijo. ¡Jamás una jornada tan empeñosa,
tan
brillantemente ganada, vino a ennoblecer los tiempos, desde
los triunfos
de César!
NORTHUMBERLAND: ¿Qué origen tienen esas noticias? ¿Habéis visto
el campo
de batalla? ¿Venís de Shrewsbury?
Bardolfo: He hablado, milord, con una persona que venía de
allí, un
hidalgo bien nacido y de buen nombre, quien espontáneamente
me comunicó
esas noticias como exactas.
NORTHUMBERLAND: Ahí viene mi criado, Travers, a quien envié
el martes
último en busca de noticias.
Bardolfo: Milord, le he pasado en el camino y nada sabe de
positivo, sino
lo que ha podido saber de mis labios.
(Entra Travers)
NORTHUMBERLAND: Y bien, Travers, ¿qué buenas nuevas llegan
con vos?
TRAVERS: Milord, sir John Umfreville me ha hecho volver con
alegres
noticias y, yendo mejor montado que yo, me ha precedido.
Después de él
llegó, espoleando recio, un caballero casi inerte de fatiga
que se detuvo
junto a mí para dar respiro a su ensangrentado caballo; me
preguntó por el
camino de Chester y yo le pedí noticias de Shrewsbury. Me
dijo que la
rebelión había tenido mala suerte y que la espuela del joven
Harry Percy
se había enfriado. Dicho esto, soltó riendas a su ágil
caballo e
inclinándose hacia adelante, hundió sus talones armados en
los flancos
palpitantes de la pobre bestia hasta la rodaja. Y partiendo
así, sin
esperar más preguntas,
parecía devorar el camino en su carrera.
NORTHUMBERLAND: ¿Cómo? Dilo otra vez. ¿ Dijo que la espuela
del joven
Harry Percy se había enfriado? ¿La ardiente espuela, espuela
helada? ¿Que
la rebelión había tenido mala suerte?
Bardolfo: Milord, oídme; si milord vuestro hijo no ha
triunfado,
consiento, por mi honor, en dar mi baronía por una madeja de
seda. Que no
se hable más de eso.
NORTHUMBERLAND: ¿Y por qué el caballero que se detuvo junto a
Travers, dio
esas nuevas de desastre?
Bardolfo: ¿Quién, él? Sería algún pillo pusilánime, que
habría robado el
caballo que montaba y que, por mi vida, hablaría al azar.
¡Milord!, ahí
nos llegan más noticias.
(Entra Morton).
NORTHUMBERLAND: Sí, la frente de ese hombre, como ciertas
portadas,
presagia un libro de naturaleza trágica. Tal aparece la
orilla sobre la
que la ola imperiosa ha dejado el testimonio de su
usurpación. Habla,
Morton, ¿vienes de Shrewsbury?
MORTON: Vengo huyendo de Shrewsbury, mi noble señor, donde la
muerte
odiosa se cubrió, con su máscara más horrenda para espanto de
nuestro
partido.
NORTHUMBERLAND: ¿Cómo están mi hijo y mi hermano? ¡Tiemblas!
Y la blancura
de tu rostro es más apta que tu lenguaje para dar tu mensaje.
Semejante a
ti fue el hombre que desfalleciente, rendido, siniestro, la
muerte en los
ojos, loco de dolor, tiró la cortina de Príamo en el horror
de la noche y
quiso decirle que la mitad de su Troya ardía; pero Príamo vio
el incendio
antes de oír las palabras. Y yo sé la muerte de mi Percy
antes que tú me
la anuncies. He aquí lo que quieres decirme "Vuestro
hijo hizo esto y
esto; esto vuestro hermano; así combatió el noble
Douglas". Quieres llenar
mi ávido oído con sus altos hechos, pero al fin, llenándolo
en verdad,
tendrás un suspiro que desvanecerá tu alabanza y concluirás
diciendo:
¡hermano, hijo, y todos murieron!
MORTON: Douglas vive aún y vuestro hermano; pero en cuanto a
milord
vuestro hijo...
NORTHUMBERLAND: ¡Ah! ¡Ha muerto! ¡Ved cuán rápida es la
palabra de la
sospecha! Aquel que teme algo que tiembla de conocer, ve por
instinto en
ojos extraños que, lo que temía, ha sucedido. Pero habla,
Morton, di a tu
señor que su profecía ha mentido y tu injuria me será dulce
al oído y te
haré rico en cambio de esa afrenta.
MORTON: Sois demasiado grande para que yo os contradiga. Por
demás exacto
es vuestro presentimiento, por demás reales vuestros temores.
NORTHUMBERLAND: Sí, pero todo eso no me asegura que Percy
haya muerto. Veo
una extraña confesión en tus ojos; inclinas la cabeza y juzgas
peligroso o
culpable hablar la verdad. Si ha muerto, dilo; no ofende la
palabra que
anuncia su muerte; hay culpa en calumniar un muerto, no la
hay en anunciar
que la vida ha cesado para él. Sin embargo, ingrato oficio es
el del
primero que trae una
afligente noticia; su voz tiene el fúnebre sonido de
la campana que nos trae el recuerdo del amigo perdido.
Bardolfo: No puedo creer, milord, que vuestro hijo haya
muerto.
MORTON: Lamento verme obligado a forzar vuestra fe en lo que,
Dios lo
sabe, habría querido no haber visto. Pero estos mis ojos le
vieron
ensangrentado, contestando ya sin fuerzas, extenuado, sin
aliento, los
golpes de Harry Monmouth, cuyo ímpetu furioso derribó a
tierra al nunca
vencido Percy, quien ya no se levantó con vida. Breve, la
muerte de
Hotspur (cuyo espíritu inflamaba hasta al más tosco paisano
de su
ejército), habiéndose esparcido, heló el valor mejor templado
de sus
tropas. Porque era su temple el que aceraba su partido; caído
él, el resto
se abatió como macizo y pesado plomo. Y así como una maza
lanzada por
fuerza vigorosa vuela con mayor rapidez cuan más pesada es,
así nuestros
hombres, agobiados por la pérdida de Hotspur, dieron a su
peso tal
ligereza con el pánico, que, más rápidos que la flecha que
busca la
cíbola, buscaron la salvación en la fuga. Fue entonces que
bien pronto
cayó prisionero el noble Worcester; y el furioso escocés, el
sangriento
Douglas, cuya espada laboriosa por tres veces había muerto al
espectro del
rey, sintió flaquear el corazón y honró a los que volvieron
la espalda,
mezclándose en sus filas. En su huída, el temor le hizo
tropezar y fue
tomado. El resumen de todo es que el rey ha triunfado y ha
enviado una
columna ligera contra vos, milord, bajo el mando del joven
Lancaster y de
Westmoreland. Estas son todas las noticias.
NORTHUMBERLAND: Sobrado tiempo tendré para lamentarme; el
veneno entraña
su remedio. Si hubiera estado bueno, esas noticias me habrían
enfermado;
enfermo, en cierta manera me han restablecido. Y así como el
miserable
cuyas coyunturas febricientes, semejantes a frágiles
bisagras, se doblan
bajo la vida, de pronto, en el ímpetu de un acceso, se escapa
como el rayo
de los brazos de sus guardianes, tal así mis miembros,
agobiados por el
dolor, pero por el dolor sobreexcitados, tienen triple
energía. ¡Lejos de
mí, pues, débil
muleta! Ahora un guantelete escamoso, de junturas de
acero, debe cubrir mi mano. ¡Lejos de mí, gorro de enfermo!
¡Eres muy
débil defensa para una cabeza que aspira a herir príncipes
hartos de
triunfos! Ahora ceñid de hierro mi frente y que la hora más
funesta que
puedan traer el tiempo y la venganza, se avance amenazante
contra
Northumberland enfurecido. ¡Que el cielo se estrelle contra
la tierra!
¡Que la mano de la naturaleza cese de contener la ola
salvaje! ¡Que el
orden perezca! ¡Que el mundo no sea ya una escena donde las
luchas se
suceden con lánguidos intermedios! ¡Que el espíritu solo del
primer nacido
Caín reine en todos los corazones, que los haga ávidos de
actos
sangrientos y el duro drama concluya y las tinieblas sean el
sepulturero
de los muertos!
TRAVERS: Esa emoción violenta os hace mal, milord.
Bardolfo: Buen conde, no divorciéis vuestra dignidad de la
prudencia.
MORTON: La vida de todos vuestros fieles partidarios pende de
vuestra
salud, que, si os entregáis a ese desordenado dolor, no podrá
menos que
decaer. Medisteis las consecuencias de la guerra, milord, y
contasteis las
probabilidades de éxito antes de decir: alcémonos en armas.
Habéis
previsto que, en la repartición de golpes, vuestro hijo podía
caer. Sabéis
que, marchando sobre los peligros, en el estrecho borde de un
precipicio,
era más probable que cayera en él en vez de atravesarlo.
Sabíais que su
carne no era invulnerable a las heridas y que su impetuoso
valor le
empujaba allí donde el peligro era más recio. Y, sin embargo,
le habéis
dicho: ¡anda! y ninguno de estos graves temores ha podido
deteneros en
esta empresa obstinadamente resuelta. ¿Qué ha sucedido de
extraordinario?
¿Qué ha producido esta atrevida campaña sino aquello que,
siendo probable,
se ha realizado?
Bardolfo: Todos nosotros, que estamos comprometidos en esa
catástrofe,
sabíamos que nos aventurábamos en mares tan peligrosos, que
teníamos diez
probabilidades contra una de perecer. Y, sin embargo, nos
lanzamos a
ellos, porque el objetivo perseguido, compensaba la
expectativa del
peligro temido. Estamos sobre el abismo, tenemos de nuevo la
aventura,
comprometiendo en ella cuanto tenemos, cuerpos y bienes.
MORTON: ¡Sí, que el tiempo apura! Además, mi noble lord, sé
de buena
fuente y garantizo la verdad del hecho, que el buen arzobispo
de York se
ha levantado a la cabeza de tropas bien organizadas. Es un
hombre que liga
a sus partidarios con una doble seguridad; milord, vuestro
hijo sólo tenía
los cuerpos, las sombras, las apariencias de los hombres para
combatir,
porque esa palabra "rebelión" separaba sus almas de
la acción de sus
cuerpos y combatían con desgano, por apremio, como se traga
una poción.
Sus armas sólo estaban por nosotros, pero en cuanto a sus
espíritus, a sus
almas, estaban heladas por esa palabra "rebelión",
como los pescados en un
estanque. Pero ahora el arzobispo hace de la insurrección una
religión;
con la reputación de sincero y piadoso en sus pensamientos,
se le sigue a
la vez con el alma y con el cuerpo. Fortalece su rebelión con
la sangre
del buen rey Ricardo, raspada sobre las lozas de Pomfret y
hace derivar
del cielo su causa y su querella. Dice a todos que quiere
libertar una
tierra ensangrentada que agoniza bajo el poder de
Bolingbroke, y grandes y
pequeños se agrupan y le siguen.
NORTHUMBERLAND: Lo sabía ya; pero, a decir verdad, el lord
presente me lo
había hecho olvidar. Entrad todos conmigo y que cada uno
aconseje el mejor
camino a sus ojos para la salvación y la venganza. Expidamos
mensajeros y
cartas y apresurémonos a procurarnos amigos. Nunca fueron tan
pocos y
nunca tan necesarios.
LONDRES. Una calle.
(Entran Sir John Falstaff, seguido de un pequeño paje que
lleva su espada
y su escudo).
FALSTAFF: ¡Hola, gigante! ¿Qué dice el doctor de mis aguas?
PAJE: Dice, señor, que las aguas en sí mismas, son aguas
buenas y sanas;
pero que la persona a quien pertenecen puede tener más
enfermedades que
las que supone.
FALSTAFF: Gentes de toda especie hacen ostentación de mofarse
de mí. El
cerebro de ese estúpido compuesto de barro, el hombre, no es
capaz de
concebir nada que sea gracioso, sino lo que yo invento o lo
que se inventa
sobre mí. No sólo soy espiritual por mí mismo, sino también
la causa de
que los otros hombres tengan espíritu... Andando así delante
de ti,
parezco una marrana que ha aplastado todos sus hijuelos menos
uno. Si el
príncipe te ha puesto a mi servicio con otro objeto que de
servirme de
contraste, confieso que no tengo criterio. Especie de
bastardo de
mandrágora [49] , estarías mejor en mi sombrero como penacho
que a mis
talones como lacayo. Hasta ahora nunca me vi en posesión de
una ágata [50]
; pero no te engastaré ni en oro, ni en plata, sino en vil
metal y te
devolveré a tu patrón, como una joya; sí, a tu patrón, el
príncipe, ese
jovenzuelo cuya barba no ha pelechado aún. Antes tendré barba
en la palma
de la mano que él un pelo en la mejilla. Y, sin embargo, no
tiene
escrúpulo en decir que su cara es una cara-real. Dios la
acabará cuando
quiera, que lo que es un pelo de más no lo tiene. Puede
conservarla como
una cara-real; pero un barbero no daría seis peniques por
ella. ¡Y, sin
embargo, pretende gallear, como si hubiera sido ya hombre
hecho, cuando su
padre era aún un jovenzuelo! Puede conservar cuanto quiera su
propia
gracia, que lo que es yo no le encuentro ninguna, se lo
aseguro... ¿Qué ha
dicho Master Dumbleton respecto al raso para mi capa corta y
mis calzones?
PAJE: Dice, señor, que es necesario le deis una garantía
mejor que la de
Bardolfo; no quiere tomar su billete ni el vuestro; no le
gusta esa
canción.
FALSTAFF: Que sea condenado como el glotón! [51] . ¡Que arda
su lengua más
que la de aquél! ¡Achi potel, hijo de p..., indecente
marrano! ¡Tener un
caballero en el aire y salir pidiendo garantías! ¡Esos
cochinos de cabeza
pelada no usan ahora más que tacones altos y un manojo de
llaves en la
cintura y cuando un hombre espera de ellos una honesta
entrega, entonces
se plantan pidiendo garantías! De tan buena gana les
permitiría que me
llenaran la boca de arsénico a que me la taparan con esa
palabra:
¡garantía! Como soy un verdadero hidalgo que esperaba me
enviara veintidós
yardas de raso y lo que manda es un pedido de garantía.
Bueno, puede
dormir con toda garantía, porque posee el cuerno de la
abundancia y la
ligereza de su mujer brilla a través. Y él no ve ni jota,
aunque tiene su
propia linterna para alumbrarse. ¿Dónde está Bardolfo?
PAJE: Ha ido a Smithfield, a comprar un caballo para vuestra
señoría.
FALSTAFF: ¡Le he comprado en San Pablo [52] , a él y me va a
comprar un
caballo a Smithfield! Si pudiera
procurarme una mujer tan sólo en un
burdel, tendría criado, caballo y hembra.
(Entran el Lord Justicia Mayor [53] y un ujier).
PAJE: Señor, aquí viene el noble personaje que puso preso al
príncipe por
haberle pegado a causa de Bardolfo.
FALSTAFF: No te me separes; no quiero verle.
LORD JUSTICIA: ¿Quién es ese que va allí?
UJIER: Si vuestra señoría me permite, es Falstaff.
LORD JUSTICIA: ¿El que estaba complicado en el robo?
UJIER: EL mismo, milord; pero después ha prestado buenos
servicios en
Shrewsbury y, según tengo entendido, va con una misión cerca
de lord Juan
de Lancaster.
LORD JUSTICIA: ¿Cómo, a York? Llamadle.
UJIER: Sir John Falstaff.
FALSTAFF: Muchacho, dile que soy sordo.
PAJE: Hablad más fuerte; mi señor es sordo.
LORD JUSTICIA: Estoy seguro que lo es, para oír buenas
palabras; vamos,
tiradle del codo, necesito hablarle.
UJIER: ¡Sir John!...
FALSTAFF: ¡Cómo, pilluelo! ¿Mendigar a tu edad? ¿No
hay acaso guerras? ¿No
hay ocupación? ¿Acaso el rey no necesita súbditos y la
rebelión soldados?
Aunque es una vergüenza estar en otro partido que el del rey,
mayor
vergüenza aún es mendigar que servir en el peor partido, por
más
deshonrado que esté por el nombre de rebelión.
UJIER: Os equivocáis, señor.
FALSTAFF: ¿Acaso he dicho que erais un hombre honorable?
Poniendo de lado
mi hidalguía y mi calidad de soldado, habría mentido como un
bellaco si
tal hubiera dicho.
UJIER: Y bien, señor, poned, os ruego, de lado vuestra
hidalguía y vuestro
título de soldado y permitidme deciros que habéis mentido
como un bellaco,
si decís que no soy un hombre honorable.
FALSTAFF: ¿Yo, darte permiso para decirme tal cosa? ¿Poner de
lado lo que
es parte constituyente de mí mismo? Si obtienes de mí ese
permiso,
ahórcame; si te lo tomas, más te valiera ir a ahorcarte.
¡Vamos, fuera de
aquí, sabueso!
UJIER: Milord, mi amo querría hablaros.
LORD JUSTICIA: Sir John Falstaff, una palabra.
FALSTAFF: ¡Mi buen lord! Dios conceda un buen día a vuestra
señoría. Me
alegro infinito de ver a vuestra señoría en la calle; había
oído decir que
vuestra señoría estaba enfermo. Espero que vuestra señoría ha
salido por
consejo del médico. Aunque vuestra señoría no ha pasado aún
la juventud,
ya tiene sus añitos encima y empieza a resentirse de la
acción del tiempo;
ruego humildemente a vuestra señoría que tome un reverente
cuidado por su
salud.
LORD JUSTICIA: Sir John, os mandé buscar antes de vuestra
expedición a
Shrewsbury.
FALSTAFF: Así he oído que su majestad había vuelto del país
de Gales muy
disgustado.
LORD JUSTICIA: No hablo de su majestad. No quisisteis venir
cuando os
mandé buscar.
FALSTAFF: Y además he oído que su alteza ha sido nuevamente
atacada por
esa p... de apoplejía.
LORD JUSTICIA: Bien, que el cielo le restablezca. Os ruego
que me dejéis
hablaros.
FALSTAFF: Esa apoplejía es, según yo colijo, una especie de
letargo, si
vuestra señoría permite; una especie de adormecimiento en la
sangre, una
j... puntada.
LORD JUSTICIA: ¿Qué diablos estáis diciendo? Será lo que sea.
FALSTAFF: Proviene de
un sufrimiento agudo, de exceso de estudio y
perturbación del cerebro. He leído en Galeno la causa de sus
efectos; es
algo como una sordera.
LORD JUSTICIA: Me parece entonces que estáis atacado de esa
enfermedad,
porque no oís lo que os digo.
FALSTAFF: Muy bien, milord, muy bien; pero, si permitís, es
más bien la
enfermedad de no escuchar, de no prestar atención, la que me
aflige.
LORD JUSTICIA: Castigándoos por los talones se corregiría la
falta de
atención de vuestros oídos. No tendría reparo en ser vuestro
médico.
FALSTAFF: Soy tan pobre como Job, milord, pero no tan
paciente. Vuestra
señoría puede, a causa de mi pobreza, suministrarme la
prisión como droga;
pero, respecto a si
tendría la paciencia de seguir vuestras
prescripciones, es un punto sobre el que los sabios pueden
tener un dracma
de escrúpulo, casi diría un escrúpulo entero.
LORD JUSTICIA: Os mandé venir a hablarme cuando había una
grave acusación
contra vos, a causa de vuestro género de vida.
FALSTAFF: Y yo, siguiendo la opinión de mi consejero legal,
un sabio
legista de este país, no me presenté.
LORD JUSTICIA: Bien, pero el hecho es, sir John, que lleváis
una vida
grandemente infame.
FALSTAFF: El que ciñe un cinturón como el mío, tiene que
vivir en grande.
LORD JUSTICIA: Vuestros recursos son escasos y vuestros
gastos enormes.
FALSTAFF: Quisiera que fuera al contrario: mis recursos
enormes y mis
gastos escasos [54] .
LORD JUSTICIA: Habéis corrompido al joven príncipe.
FALSTAFF: El es quien me ha corrompido a mí; yo soy el
compañero de la
gran panza y él mi perro [55] .
LORD JUSTICIA: Bien; sentiría reabrir una herida recién
cerrada. Vuestros
servicios diurnos en Shrewsbury han dorado un tanto vuestra
hazaña
nocturna de Gadshill; debéis agradecer a la inquietud de los
tiempos la
quietud que gozáis después de esa acción.
FALSTAFF: ¿Milord?
LORD JUSTICIA: Pero ya que eso es así, estaos quieto; no
despertéis al
lobo que duerme.
FALSTAFF: Despertar un lobo es tan desagradable como olfatear
un zorro.
LORD JUSTICIA: Pensad que estáis como una bujía cuya mejor
parte se ha
consumido ya.
FALSTAFF: Una antorcha de alegría, milord, toda de sebo; y si
hubiera
dicho de cera [56] , mi vegetación probaría la verdad de mi
aserto.
LORD JUTICIA: No hay en vuestra cara un solo pelo blanco que
no debiera
inculcaros la gravedad.
FALSTAFF: La gra...sa, la grasa ( 57] .
LORD JUSTICIA: Seguís a todas partes al príncipe, como su
ángel malo.
FALSTAFF: No así, milord; vuestro ángel [58] malo no tiene
peso; pero
espero que aquel que me sirve, me tomará sin pesarme. Y, sin
embargo,
confieso que no soy de curso corriente. La virtud es tan poco
considerada
en estos tiempos de verduleros, que el verdadero valor se ha
hecho
guarda-osos. El ingenio se ha convertido en tabernero y se
gasta en
preparar y llevar las cuentas; todos los otros dones
inherentes al hombre,
tales como los ridiculiza la maldad de este siglo, no valen
un racimo de
grosella. Vos, que sois viejo, no os dais cuenta de las
facultades de
nosotros los jóvenes; juzgáis del calor de nuestros hígados
con la
amargura de vuestra bilis. Nosotros, los que estamos en todo
el vigor de
la juventud somos, a veces, lo confieso, un poco calaveras.
LORD JUSTICIA: ¿Cómo? ¿Inscribir vuestro nombre en la lista
de la
juventud, vos, que todos los caracteres de la edad designan
como un viejo?
¿No tenéis acaso los ojos llorosos? ¿La mano seca? ¿La
mejilla
amarillenta? ¿El vientre que aumenta? ¿No tenéis la voz rota,
el aliento
corto, la papada endeble, el espíritu simple, todas vuestras
facultades,
en fin, arruinadas por la edad? ¿Y todavía os llamáis joven?
¡Ta, ta, ta!
!Sir John!
FALSTAFF: Milord, nací a eso de las tres de la tarde, con la
cabeza blanca
y el vientre asaz redondo. En cuanto a la voz, la he perdido
a fuerza de
gritar y cantar antífonas. No quiero daros otras pruebas de
mi juventud;
la verdad es que soy viejo sólo por la razón y el
entendimiento. Y aquel
que quiera brincar conmigo por mil marcos, que me avance el
dinero y ¡ay
de él! En cuanto al bofetón que os dio el príncipe, os lo dio
como un
príncipe brutal y lo recibisteis como un lord sensible. Le he
regañado por
ello y el leoncillo hace penitencia, no a la verdad entre
cenizas y ceñido
el cilicio, sino vestido de seda y trincando vino añejo.
LORD JUSTICIA: ¡Quiera el cielo dar al príncipe un compañero
mejor!
FALSTAFF: ¡Quiera el cielo dar al compañero un príncipe
mejor! ¡No puedo
zafarme de él!
LORD JUSTICIA: Bien; el rey os ha separado ya del príncipe
Enrique; me
dicen que debéis marchar, con lord Juan de Lancaster, contra
el arzobispo
y el conde de
Northumberland.
FALSTAFF: Sí, gracias sean dadas a vuestro amable y delicioso
espíritu.
Pero a vosotros todos que os quedáis en vuestras casas
besando a milady la
Paz, os pido invoquéis al cielo en vuestras preces, a fin de
que nuestros
ejércitos no se encuentren en un día caluroso. Porque ¡vive
Dios! que no
llevo sino un par de camisas conmigo y no pretendo sudar
extraordinariamente. Si hace calor y se me ve blandir otra
cosa que la
botella, que no vuelva a escupir blanco [59] en mi vida.
Apenas asoma la
cabeza un caso de peligro, que ya me meten dentro. Sin
embargo, ¡yo no
puedo durar eternamente! Pero esa ha sido siempre la manía de
nuestra
nación inglesa; apenas tiene algo bueno, lo emplea para todo.
Si os
obstináis en llamarme viejo, debéis dejarme reposar.
¡Quisiera el cielo
que mi nombre no fuera tan terrible para los enemigos, como
lo es!
Preferiría que el moho me carcomiera hasta la muerte, que ser
reducido a
nada por el movimiento perpetuo.
LORD JUSTICIA: Vamos, sed hombre de bien, sedlo y Dios
bendiga vuestra
expedición.
FALSTAFF: ¿Vuestra señoría querría prestarme mil libras para
mi equipo?
LORD JUSTICIA: Ni un penique, ni un penique; sois demasiado
impaciente
para llevar cruces [60] ; pasadlo bien y recomendadme a mi
primo
Westmoreland.
(Salen el Justicia Mayor y el ujier).
FALSTAFF: Si lo hago, que me aplasten con un mazo. El hombre
no puede
separar la avaricia de la vejez ni la lujuria de la juventud;
pero la gota
martiriza al uno y el gálico pincha al otro, lo que hace
superfluas mis
maldiciones... ¡Hola, muchacho!
PAJE: ¿Señor?
FALSTAFF: ¿Cuánto hay en mi bolsa?
PAJE: Siete groats y dos peniques.
FALSTAFF: No puedo encontrar remedio contra esta consunción
de la bolsa.
Tomar prestado sólo es hacerla languidecer, pero el mal es
incurable...
Lleva esta carta a milord de Lancaster; ésta al príncipe;
ésta al conde de
Westmoreland, y ésta a la vieja mistress Ursula, a quien juro
semanalmente
desposarla, desde que apercibí el primer pelo blanco en mi
barba. ¡Ya
estás andando! Sabes donde encontrarme.
(Sale el Paje). ¡Que
el gálico se lleve a esta gota, o que la gota se
lleve a este gálico! Porque una u otro danzan infernalmente
en el dedo
gordo de mi pie. No importa si cojeo, porque tengo la guerra
para dar
color a la cosa y así mi pensión parecerá más justa. Un
hombre de espíritu
debe sacar partido de todo; voy a hacer contribuir mis lacras
a mi
comodidad. (Sale) .
YORK. Una sala en el palacio del Arzobispo.
(Entra el Arzobispo de York, los lores Hastings, Mowbray y
Bardolfo).
ARZOBISPO: Así, ya conocéis nuestros motivos y podéis
apreciar nuestros
recursos. Mis nobilísimos amigos, os ruego a todos que digáis
francamente
vuestras opiniones sobre nuestras esperanzas. Y vos el
primero, milord
mariscal, ¿qué pensáis?
MOWBRAY: Apruebo las razones de nuestro levantamiento; pero
quisiera que
se me explicara más claramente, cómo, con nuestros medios,
podemos oponer
un ejército aguerrido y sólido, a las tropas y al poder del
rey.
HASTINGS: Por el momento, nuestras fuerzas, puestas en línea,
alcanzan a
veinticinco mil hombres escogidos y se esperan refuerzos
considerables del
gran Northumberland, cuyo pecho arde en el inextinguible
fuego de las
injurias recibidas.
Bardolfo: La cuestión, lord Hastings, se reduce, pues, a
esto: ¿pueden los
veinticinco mil hombres con que contamos, hacer frente sin
Northumberland?
HASTINGS: Con él, lo pueden.
Bardolfo: ¡Pardiez! esa es la verdad. Pero si nos
consideramos demasiado
débiles sin él, mi opinión es que no debemos avanzarnos más
sin tener su
ayuda a la mano; porque en una cuestión que se presenta tan
sangrienta,
las conjeturas, expectativas y suposiciones de auxilios
inseguros, no
deben admitirse.
ARZOBISPO: Esa es la verdad neta, lord Bardolfo; en efecto,
tal fue el
caso del joven Hotspur en Shrewsbury.
Bardolfo: Precisamente, milord; se ilusionó con la esperanza,
aspiró el
aire de una promesa de ayuda, animándose él mismo con la
expectativa de un
refuerzo que fue menor que la menor de sus ilusiones. Fue así
que, con una
imaginación desmedida, propia de la locura, llevó a los suyos
a la muerte
y, enceguecido, se precipitó él mismo en la tumba.
HASTINGS: Pero permitidme deciros que no veo el mal en hacer
el cálculo de
probabilidades y analizar los motivos de esperanza.
Bardolfo: Sí, lo hay, en una guerra de esta clase, cuando las
fuerzas
necesarias existen sólo en la esperanza, como esos botones
que vemos
aparecer al principio de la primavera y que ofrecen menos
esperanzas de
dar frutos que de ser consumidos por la helada. Cuando
pensamos en
edificar, estudiamos en primer término el terreno y luego
levantamos el
plano; cuando vemos la configuración de la casa, entonces
calculamos los
gastos de su construcción. Y si encontramos que sobrepasan
nuestros
recursos, ¿qué otra cosa hacemos sino volver a trazar nuestro
plan en
proporciones menores o, por fin, renunciar a edificar? Con
mayor razón en
esta grande obra (en la que se trata casi de derribar una
monarquía y
levantar otra) debemos estudiar el terreno de la situación y
el plano,
establecer cimientos sólidos y consultar los hombres idóneos,
examinar
nuestros recursos, saber cuáles son nuestras fuerzas para tal
empresa y
compararlas con las del enemigo. De otra manera, nos hacemos
fuertes en el
papel y alineamos nombres de hombres, en vez de hombres, como
aquel que
trazara un plan de edificio superior a sus medios para
edificarlo y que,
después de haber construido la mitad, renunciara a
continuarlo, dejando
sus costosos trabajos abandonados al llanto de las nubes y a
la ruda
tiranía del invierno.
HASTINGS: Admitamos que nuestras esperanzas, a pesar de su
hermosa
concepción, mueran al nacer y que poseamos en este momento
hasta el último
soldado de los que podemos esperar, pienso que, tal como
estamos, somos un
cuerpo bastante fuerte para igualar al del rey.
Bardolfo: ¿Cómo? ¿El rey no tiene más que veinticinco mil
hombres?
HASTINGS: Contra nosotros no más; ni aun tantos, lord
Bardolfo, porque su
ejército, en estos tiempos de tumulto, está dividido en tres
cuerpos: uno
contra los franceses y el otro contra Glendower. Por fuerza
tiene que
oponernos el tercero. Así el débil monarca se ve obligado a
dividirse en
tres y sus cofres resuenan con el hueco sonido de la pobreza
y el vacío.
ARZOBISPO: No es de temer que reúna en un solo ejército sus
fuerzas
divididas y que caiga sobre nosotros con todo el peso de su
poder.
HASTINGS: Si así lo
hace, deja sus espaldas sin defensa, con los franceses
y los galenses ladrando a sus talones. No lo temáis.
Bardolfo: ¿Quién, según parece, debe dirigir las fuerzas
contra nosotros?
HASTINGS: El duque de Lancaster y Westmoreland; contra el
Galense, él
mismo y Harry Monmouth; pero no tengo noticias ciertas sobre
el jefe que
opone a los franceses.
ARZOBISPO: Adelante, pues, y hagamos públicos los motivos de
nuestro
levantamiento. El pueblo está enfermo de su propia elección;
su amor,
demasiado ávido, se ha hartado. Vertiginosa e insegura
habitación tiene
aquel que edifica sobre el corazón de la plebe. ¡Oh estúpida
multitud, qué
aturdidoras aclamaciones lanzabas al cielo bendiciendo a
Bolingbroke,
antes que fuera lo que tú querías que fuese! Y ahora que
estás satisfecho
en tus propios deseos, tú, bestial glotón, estás tan harto de
él, que te
esfuerzas por vomitarlo. Así, así, bestia asquerosa, vomitaste
de tu
insaciable estómago al real Ricardo. ¿Y ahora querrías comer
a aquel que
arrojaste y le llamas con tus alaridos? ¿Qué hay de seguro en
estos
tiempos? Aquellos que, cuando Ricardo vivía, querían su
muerte, están
ahora enamorados de su tumba. Tú, que arrojabas polvo sobre
su sagrada
cabeza, cuando a través del soberbio Londres se avanzaba
suspirando tras
los admirados pasos de Bolingbroke, gritas ahora: ¡Oh,
tierra, devuélvenos
aquel rey y toma este! ¡Oh maldecidos pensamientos humanos!
¡El pasado y
el porvenir parecen siempre mejores, el presente siempre
peor! [61] .
MOWBRAY: ¿Reuniremos nuestras tropas y entraremos en campaña?
HASTINGS: Somos súbditos del tiempo y el tiempo ordena
partir. (Salen).
Escena I
LONDRES. Una calle.
(Entra la Posadera; Garra y su criado con ella; luego
Trampa).
POSADERA: ¿Maese Garra, habéis ya inscripto la ejecución?
GARRA: Sí, está ya inscripta.
POSADERA: ¿Dónde está vuestro corchete? ¿Es hombre vigoroso?
¿Irá adelante
sin flaquear?
GARRA: (Al criado) . A ver, pelafustán, ¿dónde está Trampa?
POSADERA: Eso, eso, señor: ese buen maese Trampa.
TRAMPA: (Avanzando) . Aquí estoy, aquí estoy.
GARRA: Trampa, debemos arrestar a Sir John Falstaff.
POSADERA: Sí, mi buen maese Trampa; ya le hemos hecho
ejecutar legalmente.
TRAMPA: Puede que cueste la vida a alguno de nosotros, porque
se va a
defender a puñalada limpia.
POSADERA: ¡Día maldito! Tened mucho cuidado con él; me ha
apuñaleado en mi
propia casa, y eso de la manera más brutal. A la verdad,
cuando echa el
arma fuera, no se preocupa del mal que hace; juega de punta
como un
diablo, no perdona hombre, ni mujer, ni niño.
GARRA: Si puedo agarrarlo bien, no me importa su arma.
POSADERA: Ni a mí tampoco; yo os echaré una mano.
GARRA: ¡Si puedo echarle la zarpa una sola vez y tenerlo
entre estas
tenazas!
POSADERA: Su partida
me arruina; os aseguro que tiene en casa una cuenta
de nunca acabar. Mi buen maese Garra, agarradlo bien; no le
dejéis
escapar, mi buen maese Trampa. Va continuamente a la
bocacalle, salvo
vuestro respeto, a comprar una silla [62] ; está complicado
[63] a comer
en la Cabeza del Leopardo, en casa de maese Pulido, el
mercader de sedas,
en Lombard-Street. Os ruego, pues, ya que mi ejecución está
registrada y
mi caso tan notoriamente conocido del mundo entero, obligadle
a arreglar
cuentas. Cien marcos es una carga muy pesada para una pobre
mujer sola. Y
me he aguantado, aguantado, y me la ha pegado, pegado, que es
una
vergüenza recordarlo. Un proceder semejante es indecente, a
menos que no
se haga de una mujer un asno, una bestia, para soportar todo
al primer
pillo que llegue.
(Entra sir John Falstaff, el Paje y Bardolfo)
Helo aquí que viene, y con él ese pícaro redomado de nariz de
malvasía,
Bardolfo. Haced vuestro oficio, maese Garra, haced vuestro
oficio, maese
Trampa, hacedme, hacedme vuestro oficio.
FALSTAFF: ¿Qué es esto? ¿Quién ha perdido aquí la mula? ¿De
qué se trata?
GARRA: Sir John, os arresto a requisición de Mistress
Quickly.
FALSTAFF: ¡Atrás, canalla! Desenvaina, Bardolfo, córtame la
cabeza de ese
villano y échame esa zorra al canal.
POSADERA: ¿Echarme al canal? ¡Soy yo quien voy a echarte al
canal!
¡Ensaya, ensaya, inmundo bastardo! ¡Homicidio! ¡Homicidio!
¡Malvado
asesino! ¿Quieres matar a los oficiales de Dios y del rey?
Eres un
asesino, un bandido, matador de hombres y mujeres.
FALSTAFF: Haz despejar esa canalla, Bardolfo.
GARRA: ¡Ayuda, ayuda!
POSADERA: Buenas gentes, dadnos un golpe de mano, o dos. ¡Ah!
no quieres,
¿eh? ¿Con que no quieres? ¡Ahora verás, asesino, canalla!
FALSTAFF: ¡Atrás, fregona hedionda, atrás, víbora, o te
acaricio la
catástrofe!
(Entra el Lord Justicia Mayor y su séquito)
LORD JUSTICIA: ¿Qué es esto? ¡Queréis cesar de alborotar!
POSADERA: ¡Mi buen lord, sedme favorable, sostenedme, os
conjuro!
LORD JUSTICIA: ¿Cómo es esto, Sir John? ¿Qué escándalo estáis
produciendo?
¿Es este vuestro sitio, en estos momentos, y así cumplís
vuestra misión?
Deberíais estar ya muy adelante en el camino de York. (Al
corchete).
Soltadle, muchacho, ¿por qué te aferras a él?
POSADERA: ¡Oh! mi muy venerable lord, permítame Vuestra
Gracia decirle que
soy una pobre viuda de Eastcheap y que le prenden a mi
requisición.
LORD JUSTICIA: ¿Por qué suma?
POSADERA: Es más que por algo [64] , milord, es por todo, por
todo lo que
poseo; me ha comido la casa y el hogar entero; ha trasladado
toda mi
substancia dentro de esa gruesa panza; pero quiero que me
devuelva algo o
he de cabalgar sobre ti todas las noches como una pesadilla.
FALSTAFF: Me parece más probable que sería yo quien cabalgara
la yegua
[65] , por poco que me favoreciera el terreno.
LORD JUSTICIA: ¿Qué significa eso, Sir John? ¿Qué hombre
decente podría
sufrir esta tempestad de denuestos? ¿No tenéis vergüenza de
obligar a una
pobre viuda a recurrir a esa violencia para recuperar lo que
es suyo?
FALSTAFF: (A la posadera) . ¿A qué suma asciende el total de
lo que te
debo?
POSADERA: ¡Caramba! Tu persona y tu dinero, si fueras un
hombre honrado.
¿No me juraste, sobre un jarro con figuras doradas, sentado
en mi cuarto
del Delfín, en la mesa redonda, cerca de un buen fuego, el
miércoles de
Pentecostés, el día en que el príncipe te rajó la cabeza
porque comparaste
a su padre con un cantor de Windsor, no me juraste, cuando
estaba
lavándote la herida, casarte conmigo y hacer de mí milady
Falstaff?
¿Puedes negarlo? ¿Acaso en ese momento no entró Doña Sólida,
la mujer del
carnicero, y me llamó comadre Quickly? Venía a pedirme
prestado un poco de
vinagre, diciendo que tenía un buen plato de langostinos; por
lo que
deseaste comer algunos, a lo que contesté que eran malos para
una herida
abierta. ¿Y no me dijiste, cuando doña Sólida había ya bajado
la escalera,
que deseabas que no me familiarizara tanto con esa especie de
gentes,
añadiendo que antes de poco tendrían que llamarme Milady? ¿Y
no me besaste
entonces, pidiéndome te fuera a buscar treinta chelines?
Ahora te exijo
jures sobre la Sagrada Escritura si es o no cierto. Niégalo,
si puedes.
FALSTAFF: Milord, es una pobre loca; anda diciendo por todos
los rincones
de la ciudad que su hijo mayor se os parece. Ha estado en
buena situación
y la verdad es que la pobreza le ha perturbado el cerebro.
Pero en cuanto
a estos groseros corchetes me permitiréis presente una
reclamación contra
ellos.
LORD JUSTICIA: Sir John, Sir John, conozco perfectamente
vuestra manera de
torcer la buena causa por el mal camino. No es un aspecto
confiado, ese
flujo de palabras que dejáis escapar con un descaro más que
imprudente,
que pueden desviarme de mi estricto deber; me parece que
habéis abusado de
la complaciente simplicidad de espíritu de esa mujer y la habéis
convertido en sierva de vuestra persona tanto en cuerpo como
en bienes.
POSADERA: ¡Esa, esa es la verdad, milord!
LORD JUSTICIA: ¡Vamos, silencio!... Pagadle lo que le debéis
y reparad el
daño que le habéis hecho. Lo primero podéis hacerlo en moneda
esterlina;
lo segundo con la penitencia de costumbre.
FALSTAFF: Milord, no sufriré esa reprensión sin replicar.
Llamáis
imprudente descaro a la honorable franqueza. Si un hombre
hace muchas
cortesías, sin decir palabra, es virtuoso. No, milord, sin
olvidar mis
humildes deberes para con vos, no os hablaré en tono de
súplica: os digo
que deseo que se me desembarace de estos corchetes, porque el
servicio del
rey me reclama con premura.
LORD JUSTICIA: Habláis en un tono como si tuviéseis derecho a
hacer el
mal; contestad como corresponde a vuestro carácter y
satisfaced esta pobre
mujer.
FALSTAFF: Oyeme, posadera.
(Toma aparte a la Posadera).
(Entra Gower).
LORD JUSTICIA: Y bien, maese Gower, ¿qué noticias?
GOWER: El rey, milord, y el príncipe Enrique de Gales, están
al llegar.
Este papel os dirá el resto.
FALSTAFF: (A la posadera) . ¡Palabra de caballero!
POSADERA: No, lo mismo decíais antes.
FALSTAFF: ¡Palabra de caballero! Vamos no hablemos más de
eso.
POSADERA: Por esta tierra cubierta de cielo que piso, me voy
a ver
obligada a empeñar toda mi plata labrada y los tapices de mis
comedores.
FALSTAFF: Vasos, vasos es todo lo que se necesita para beber;
en cuanto a
las paredes, cualquier historieta graciosa, como la del hijo
pródigo o la
cacería alemana, pintada al fresco, valen mil veces más que
esas cortinas
de cama o esas tapicerías apolilladas. Si puedes, que sean
diez libras.
Vamos, si no fueran tus humores no habría mujer que te
valiera en
Inglaterra. Ve, lávate la cara y retira tu queja. No te
vuelvas a poner de
mal humor conmigo. ¿No me conoces acaso? Vamos, ya sé que te
han impulsado
a obrar así.
POSADERA: ¡Te ruego, sir John, que no sean más que veinte
nobles! [66] Voy
a tener que empeñar toda la vajilla, toda entera, te lo juro.
FALSTAFF: No hablemos más de eso; buscaré otro arbitrio;
serás una tonta
toda tu vida.
POSADERA: Bien, tendrás la suma, aunque tenga que empeñar
hasta el
vestido. Espero que vendréis a cenar a casa. ¿Me pagaréis
todo junto?
FALSTAFF: ¿Viviré? Ve con ella, ve con ella (a Bardolfo) ,
engatúsala,
engatúsala.
POSADERA: ¿Queréis que Dorotea Rompe-Sábana cene Con vos?
FALSTAFF: Que venga y basta de charla.
(Salen la Posadera, Bardolfo, los corchetes y el paje).
LORD JUSTICIA: He oído mejores noticias
FALSTAFF: ¿Qué noticias son, mi buen lord?
LORD JUSTICIA: ¿Dónde durmió el rey la última noche?
GOWER: En Basingstoke, señor.
FALSTAFF: Espero, milord, que todo va bien. ¿Qué noticias
hay, milord?
LORD JUSTICIA: (A Gower) . ¿Todas
sus fuerzas han regresado?
GOWER: No; mil quinientos infantes y quinientos jinetes van a
unirse a
milord de Lancaster, para marchar contra Northumberland y el
Arzobispo.
FALSTAFF: ¿El rey vuelve del país de Gales, milord?
LORD JUSTICIA: Os daré en breve algunas cartas; venid, venid
conmigo, buen
maese Gower.
FALSTAFF: ¿Milord?
LORD JUSTICIA: ¿Qué hay?
FALSTAFF: (A Gower) Maese Gower, ¿comeréis conmigo?
GOWER: Tengo que esperar aquí las órdenes de milord; os
agradezco, buen
Sir John.
LORD JUSTICIA: Sir John, haraganeáis aquí demasiado, teniendo
que reclutar
soldados en los condados por donde paséis.
FALSTAFF: ¿Queréis cenar conmigo, maese Gower?
LORD JUSTICIA: ¿Quién es el imbécil profesor que os ha
enseñado esas
maneras, Sir John?
FALSTAFF: (A Gower siempre) . Maese Gower, si esas maneras no
me van bien,
es un imbécil quien me las enseñó. Es la gracia perfecta de
la esgrima,
milord; golpe por golpe y a mano.
LORD JUSTICIA: ¡Que el Señor te ilumine! ¡Eres un gran
mentecato! (Salen).
LONDRES. Otra calle.
(Entran el Príncipe Enrique y Poins).
PRINCIPE ENRIQUE: Créeme que estoy excesivamente fatigado.
POINS: ¿Cómo es posible? Nunca hubiera creído que el
cansancio se
atreviera con una persona tan altamente colocada.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Y Sin embargo, es cierto, aunque esa
confesión empañe el
esplendor de mi grandeza. ¿No es una indignidad de mi parte
tener ganas de
beber cerveza ordinaria?
POINS: La verdad es que un príncipe no debería tener el gusto
tan
depravado para recordar ni la existencia de esa insulsa
droga.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Hay que convenir entonces en que mi apetito
no es de
naturaleza real, porque te doy mi palabra que en este momento
recuerdo la
existencia de esa humilde bebida. Pero el hecho es que tan
triviales
reflexiones me harían perder el cariño a mi grandeza. ¿Qué
mayor desgracia
para mí que recordar tu nombre? ¿O reconocer mañana tu cara?
¿O tomar nota
de cuántos pares de medias de seda tienes: a saber, éstas y
aquéllas que
en otro tiempo fueron color durazno? ¿O llevar el inventario
de tus
camisas, así: una para el diario, la otra de gala? Pero, en
ese punto, el
guardián del juego de pelota es más fuerte que yo, porque
debes estar muy
en baja marea de ropa, cuando no empuñas una raqueta allí. Si
hace tiempo
que no te entregas a ese ejercicio, ha de ser porque tus
Países Bajos han
encontrado el medio de consumir tu Holanda. Y sabe Dios si
los chicuelos
que hereden las ruinas de tu ropa blanca, heredarán el reino
de los
cielos; pero las comadronas dicen que los niños no tienen la
culpa. De esa
manera el mundo se aumenta y las parentelas se fortalecen
poderosamente.
POINS: ¡Qué mal suena, después de vuestras duras proezas, ese
lenguaje
fútil en vuestros labios! Decidme, ¿cuántos buenos jóvenes
príncipes
harían lo que hacéis, estando sus padres enfermos como está
el vuestro en
este momento?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Debo decirte una cosa, Poins.
POINS: Sí, con tal que sea algo de primera.
PRÍNCIPE ENRIQUE: De todas maneras, siempre será muy buena
para un
espíritu de tu calibre.
POINS: Adelante; espero a pie firme el choque de la cosa que
queréis
decirme.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien; te diré que no me conviene mostrarme
triste, ahora
que mi padre está enfermo; sin embargo, puedo decirte (como a
alguien que
se antoja, a falta de otro mejor, llamar amigo) que podría
estar triste y
bien triste a la verdad.
POINS: No es cosa fácil, si es por esa causa.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Por mi fe que me juzgas ya tan en las
buenas gracias del
demonio, como tú o Falstaff, por lo empedernido de mi
perversidad. Tiempo
al tiempo y verás el hombre. Pero te lo digo: mi corazón sangra
por
dentro, de que mi padre esté enfermo. En una compañía tan vil
como la
tuya, he debido, naturalmente, evitar toda ostentación de
dolor.
POINS: ¿Y por qué razón?
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué pensarías de mí, si me vieras llorar?
POINS: Pensaría que eres el príncipe de los hipócritas.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Así pensaría todo el mundo. ¡Hombre feliz,
que piensas
como todo el mundo! ¡Jamás el pensamiento de un hombre siguió
mejor la
senda trillada que el tuyo! En efecto, en la idea del vulgo,
debo ser un
hipócrita. ¿Y qué es lo que determina a vuestro venerable
pensamiento a
pensar así?
POINS: Habéis sido tan disoluto, tan estrecha vuestra
vinculación con
Falstaff.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Y contigo.
POINS: Por la luz que nos alumbra, tengo buena reputación y
puedo oír con
las dos orejas lo que se dice de mí. Lo peor que puede
decirse es que soy
un segundón de familia y un joven con cierta habilidad de
manos, y contra
esos cargos, confieso, no tengo réplica. ¡Por la Misa! ahí
viene Bardolfo.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Y el muchacho que di a Falstaff. Era un
cristiano cuando
se lo entregué; mira cómo ese obeso pillo le ha transformado
en mono.
(Entran Bardolfo y el paje).
BARDOLFO: ¡Salud a vuestra gracia!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Y a la tuya, nobilísimo Bardolfo.
BARDOLFO: Ven aquí (al paje) virtuoso burro, bobo encogido,
siempre
ruborizándote ¿Por qué te ruborizas ahora? ¡Vaya un hombre de
armas
virginal! ¿Es tan grave asunto quitarle la virginidad a un
jarro de
cerveza?
PAJE: Hace un momento, milord, me llamó a través de una
celosía roja y no
pude distinguir parte alguna de su cara del enrejado de la
ventana. Por
fin, apercibí sus ojos, y me pareció que había hecho dos
agujeros en el
delantal nuevo de la tabernera y que atisbaba a través.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Pues no ha aprovechado el muchacho!
BARDOLFO: ¡Fuera de aquí, hijo de p..., conejo tieso, fuera
de aquí!
PAJE: ¡Fuera tú mismo, indecente, sueño de Altea.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Instrúyenos, muchacho; ¿qué sueño es ese?
PAJE: Pardiez, milord, Altea soñó que había parido un tizón
ardiente; por
eso le llamo sueño de Altea [67] .
PRÍNCIPE ENRIQUE: Esa interpretación vale una corona; toma.
(Le da dinero)
.
POINS: ¡Oh, pueda esta hermosa flor preservarse de los
gusanos! Toma, aquí
tienes seis peniques para preservarte.
BARDOLFO: Si vuestra
compañía no le conduce a la horca, defraudará al
verdugo.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Y cómo va tu amo, Bardolfo?
BARDOLFO: Bien, milord; supo el regreso de vuestra gracia a
la ciudad;
aquí traigo una carta para vos.
POINS: ¡Entregada muy respetuosamente! ¿Y cómo va esa remota
primavera de
tu patrón?
BARDOLFO: Como salud del cuerpo: bien.
POINS: ¡Pardiez! la parte inmortal necesita médico; pero eso
no le
preocupa; por más enferma que esté, esa parte no muere.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Permito a ese lobanillo ser tan familiar
conmigo como a
mi perro; así abusa del privilegio. Ved cómo me escribe.
POINS: (Lee) John Falstaff, hidalgo ... Todo el mundo tiene que saberlo,
cada vez que encuentra
ocasión de nombrarse. Exactamente como esos que
tienen parentesco con el rey y que no se pinchan un dedo sin
decir: ¡he
ahí sangre real que corre! ¿Cómo así? dice alguno que afecta
no
comprender. La respuesta es tan pronta como el saludo de un
petardista:
Soy el pobre primo del rey, señor .
PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí, quieren ser nuestros parientes, aunque
tengan que
remontarse hasta Japet, Pero, a la carta.
POINS: Sir John Falstaff, hidalgo, al hijo del rey, el
primero después de
su padre, Harry, príncipe de Gales, ¡salud! ¡Parece un
testimonio!
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Vamos!
POINS: Quiero imitar al honorable Romano en su brevedad...
querrá decir en
la brevedad de aliento, respiración entrecortada. Me
encomiendo a ti, te
encomiendo al cielo y te saludo. No seas muy familiar con
Poins, porque
abusa de tus favores hasta el punto de jurar que vas a
casarte con su
hermana Nelly. Arrepiéntete como puedas del tiempo mal
empleado, y con
esto, adiós.
Tuyo, sí o no (según tú me trates) Jack Falstaff, para mis
íntimos; John,
para mis hermanos y hermanas, y sir John para toda la Europa.
Milord, voy a empapar esta carta en vino y se la voy a hacer
tragar.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Le harás tragar veinte de sus palabras.
¿Conque es así
que me tratas, Ned? ¿Conque debo casarme con tu hermana?
POINS: ¡Pueda la infeliz no tener peor fortuna! Pero nunca
dije eso.
PRÍNCIPE ENRIQUE:
Vamos, estamos jugando con el tiempo como locos y los
espíritus de la cordura se ciernen en las nubes y se burlan
de nosotros.
¿Está tu amo aquí en Londres?
BARDOLFO: Sí, milord.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Dónde cena? ¿El viejo jabalí se apacienta
siempre en la
vieja pocilga?
BARDOLFO: En el viejo sitio, milord, en Eastcheap.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿En qué compañía?
BARDOLFO: Borrachones, milord, de la vieja escuela.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cenan algunas mujeres con él?
BARDOLFO: Ninguna, milord, fuera de la vieja mistress Quickly
y de doña
Dorotea Rompe-Sábana.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué especie de pagana es esa?
BARDOLFO: Una señora de pro, milord, una parienta de mi señor.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí, parienta a la manera que las vacas de
la parroquia
lo son del toro de la aldea... ¿Si les sorprendiéramos
cenando, Ned?
POINS: Soy vuestra sombra, milord; os seguiré.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Pardiez, muchacho! y tú, Bardolfo, ni una
palabra a
vuestro amo de que ya he llegado a la ciudad. Esto por
vuestro silencio.
(Les da dinero) .
BARDOLFO: No tengo lengua, señor.
PAJE: En cuanto a la mía, señor, la dominaré.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Adiós, pues; podéis iros. (Salen Bardolfo y
el paje).
Esta Dorotea Rompe-Sábana debe ser una vía pública.
POINS: Os lo garantizo, tan pública como el camino de Saint
Albans a
Londres.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo podríamos ver a Falstaff esta noche
mostrarse bajo
sus verdaderos colores, sin ser vistos nosotros?
POINS: Pongámonos chaquetas y delantales de cuero y
sirvámosle a la mesa
como si fuéramos mozos de taberna.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡De Dios a toro! ¡Grave caída! Fue el caso
de Júpiter.
¡De príncipe a aprendiz! ¡Baja transformación! Esa será la
mía, porque en
todas las cosas, el objetivo compensa la locura. Sígueme, Ned.
(Salen) .
WARKWORTH. Delante del Castillo.
(Entran
Northumberland, lady Northumberland y lady Percy).
NORTHUMBERLAND: Te ruego, amada esposa, y a ti, gentil
hija, dejadme dar
libre curso a mis severos designios, no toméis la expresión
de las
circunstancias y no seais, como ellas, importunas a Percy.
LADY NORTHUMBERLAND: No, ya he cesado, no hablaré más; haced
lo que
queráis. Que vuestra prudencia sea vuestro guía.
NORTHUMBERLAND: ¡Ay! querida mía, mi honor está empeñado y
sólo mi partida
puede redimirlo.
LADY PERCY: ¡No, os conjuro por la salud divina, no vais a
esa guerra!
Hubo un tiempo, padre, en que faltasteis a vuestra palabra,
cuando os
ligaban vínculos más queridos que ahora; cuando vuestro
propio Percy, el
Harry querido a mi alma, arrojó más de una mirada al Norte,
para ver si su
padre le traía sus refuerzos; pero en vano suspiró. ¿Quién os
persuadió
entonces a quedaros en vuestra casa? Hubo dos honores
perdidos: el vuestro
y el de vuestro hijo. El vuestro... ¡quiera el cielo
reavivarlo
gloriosamente! El suyo... estaba adherido a él como el sol a
la bóveda
gris del cielo y con su luz guiaba a todos los caballeros de
la Inglaterra
a los hechos brillantes. Era, a la verdad, el espejo al que
la noble
juventud se ajustaba; todos imitaban su modo de andar, y el
brusco
lenguaje, que era su defecto natural, se había convertido en
el idioma de
los bravos; porque aquellos mismos que hablaban bajo y
reposadamente, se
corrigieron de esa calidad como de una imperfección, a fin de
parecérsele.
Tanto que, en palabras, en continente, en gustos,
inclinaciones, placeres,
en disciplina militar, en humoradas, era el parangón y el
espejo, la copia
y el libro, sobre el
que los demás se modelaban. ¡Y a él, a ese prodigio,
a ese milagro de los hombres, habéis abandonado! No habéis
secundado a
aquel que nunca tuvo segundo [68] . Le dejasteis afrontar el
horrible Dios
de la guerra desventajado y sostener un campo de batalla
donde sólo el eco
del nombre de Hotspur era elemento de lucha. Así le
abandonasteis. Nunca,
¡oh! ¡nunca hagáis a su sombra la afrenta de mantener vuestra
palabra con
más religión a los otros que a él! Dejadlos solos. El
mariscal y el
arzobispo son fuertes. ¡Si mi dulce Harry hubiera tenido la
mitad de sus
tropas, podría hoy, colgada del cuello de mi Hotspur, hablar
de la tumba
de Monmouth!
NORTHUMBERLAND: ¡Amargo y duro tienes el corazón, mi gentil
hija! Abates
mi espíritu, haciéndole de nuevo lamentar pasados errores.
Pero debo ir y
hacer frente al peligro; si no me buscará en otra parte y me
encontrará
menos preparado.
LADY NORTHUMBERLAND: ¡Oh! huye a Escocia, hasta que los
nobles y las
comunas armadas hayan hecho un primer ensayo de sus fuerzas.
LADY PERCY: Si ganan terreno y obtienen ventajas sobre el
rey, entonces
uníos a ellos, como un puntal de acero, para fortalecer su
pujanza; pero,
por todo lo que amamos, dejadles que primero se ensayen ellos
mismos. Así
hizo vuestro hijo, así permitisteis que hiciera, así quedé yo
viuda. Y
jamás tendré bastante vida para regar mi recuerdo con mis
lágrimas, de
manera que crezca y se eleve tan alto como los cielos, en
memoria de mi
noble esposo.
NORTHUMBERLAND: Vamos, vamos, entrad conmigo. Sucede a mi
espíritu lo que
a la marea cuando, llegada a su mayor altura, queda inmóvil
entre dos
direcciones. De buena gana iría a reunirme con el arzobispo,
pero mil
razones me detienen. Resuelvo ir a Escocia; allí permaneceré
hasta que el
momento y la ocasión exijan mi regreso. (Salen).
LONDRES. Un cuarto en la Taberna del Jabalí en Eastcheap.
(Entran dos mozos de taberna).
1° MOZO: ¿Qué diablos traes ahí? ¿Peras de San Juan? [69]
Bien sabes que
sir John no puede sufrir sus tocayas.
2° MOZO: ¡Por la Misa, que dices la verdad! Una vez, el
príncipe colocó un
plato de esas peras delante de él y le dijo que ahí había
cinco sir Johns
más; luego, sacándose el sombrero, añadió: ahora voy a
despedirme de esos
seis secos, redondos, viejos y arrugados caballeros. Eso le
irritó hasta
el alma; pero ya lo ha olvidado.
1° MOZO: Bien, entonces tápalas, y sírvelas. Ve si puedes
encontrar la
charanga de Mosca Muerta en alguna parte; doña Rompe-Sábana
oiría con
gusto un poco de música. Despáchate; el cuarto en que van a
cenar está
demasiado caliente, van a venir ahora mismo.
2° MOZO: El príncipe y Poins van a estar aquí dentro de un
momento; van a
ponerse dos de nuestras chaquetas y delantales de cuero. Sir
John no debe
saberlo; Bardolfo vino a decirlo.
l° MOZO: Por la Misa que va a ser una farsa de primera, una
estratagema
excelente.
2° MOZO: Me voy a ver si puedo encontrar a Mosca Muerta.
(Sale) .
(Entran la Posadera y Dorotea Rompe-Sábana).
POSADERA: A fe mía,
corazoncito de mi alma, me parece que estáis ahora en
un buen y excelente temple; vuestra pulsación bate tan
extraordinariamente
[70] como el corazón puede desearlo y os garantizo que
vuestro color está
tan rojo como el de una rosa. Pero, a la verdad, habéis
bebido demasiado
Canarias, y es ese un vino maravilloso y penetrante, que os
perfuma la
sangre antes de poder decir: ¿qué es esto? ¿Cómo os
encontráis?
DOROTEA: Mejor que hace un momento...¡Hem!
POSADERA: Vamos, tanto mejor; un buen corazón vale oro.
Mirad, ahí viene
sir John.
(Entra Falstaff tarareando).
FALSTAFF: Cuando Arturo vino a la Corte... Vaciad el orinal.
Y era un buen
rey...
(Sale el mozo).
¿Qué tal, mistress Doll?
POSADERA: No se encuentra bien... Unas náuseas...
FALSTAFF: Así son todas; si no os les vais encima, se ponen
malas.
DOROTEA: ¡Canalla fangoso! ¿Es ese el consuelo que me das?
FALSTAFF: Vos hacéis engordar a los canallas, mistress Doll.
DOROTEA: ¡Que yo los hago engordar! Lo hincha la glotonería y
la
enfermedad, no yo.
FALSTAFF: Si el cocinero ayuda a la glotonería, vos ayudáis a
la
enfermedad, Doll, las pescamos de vosotras, Doll, las
pescamos de
vosotras; conviene en ello, mi pobre virtud, conviene en
ello.
DOROTEA: Sí, pardiez, lo que nos pescáis son nuestras cadenas
y nuestras
alhajas.
FALSTAFF: (Tarareando) . Vuestros broches, perlas y botones
[71] . Para
servir como un valiente, es necesario, sabéis, avanzar con
firmeza,
avanzar valientemente sobre la brecha con la pica tendida,
entregarse
valientemente al cirujano, aventurarse valientemente sobre
las piezas
cargadas...
DOROTEA: Vete a los demonios, cenagoso congrio, ahórcate con
tus manos.
POSADERA: ¡Siempre la misma historia! No podéis estar juntos
sin poneros a
discutir en el acto. A la verdad, sois ambos tan caprichosos
como dos
tostadas secas que no
pueden ajustarse una a otra.
(A Dorotea). ¡Mal año! Uno debe soportar al otro y ese debe
ser vos; sois
el navío más débil, como dicen, el más vacío.
DOROTEA: ¿Puede acaso un débil navío vacío soportar semejante
tonel
repleto? Tiene dentro todo un cargamento de Burdeos. Nunca
habéis visto un
barco con la bodega tan cargada. Vamos, seamos amigos, Jack;
vas a partir
a la guerra y si te volveré a ver o no, es cuestión que a
nadie interesa.
(Vuelve el mozo).
MOZO: Señor, el portainsignia Pistola está ahí abajo Y desea
hablaros.
DOROTEA: ¡Que el diablo se lleve a ese camorrista! No le
dejéis entrar
aquí; es el pillo de boca más sucia que hay en Inglaterra.
POSADERA: Si arma camorras, que no entre aquí; no, a fe mía,
que tengo que
vivir entre mis vecinos; no quiero pendencieros. Tengo buen
nombre y buena
fama entre la gente más honorable... Cerrad la puerta: aquí
no me entran
camorristas. No he vivido hasta hoy para tener camorras
ahora; cerrad la
puerta, por favor.
FALSTAFF: ¿Puedes oírme, posadera?
POSADERA: Os lo ruego, pacificaos, sir John; no entran
pendencieros aquí.
FALSTAFF: Pero óyeme, es mi portainsignia.
POSADERA: ¡Ta, ta ta! no me habléis de eso, sir John. Vuestro
insigne
fanfarrón no entrará por mis puertas. Me encontraba el otro
día en
presencia de maese Tísico, el diputado, y como me dijera (no
más tarde que
el miércoles último)... Vecina Quickly -me dijo- Maese Mudo,
el
predicador, estaba también allí... Vecina Quickly , me dijo,
recibid a la
gente culta, porque, añadió, tenéis mala reputación... Bien
sé yo por qué
me decía eso... Porque, dijo, sois una mujer honrada y
estimada; en
consecuencia, tened mucho cuidado con los huéspedes que
recibís. No
recibais, dijo, gente camorrista. No entran aquí... Os
habríais
maravillado de oír a maese Tísico. ¡No, nada de camorristas!
FALSTAFF: No es un camorrista, posadera, es un petardista
inofensivo;
podéis acariciarlo con tanta seguridad como a un perrillo
faldero, no
haría frente a una gallina de Berbería, apenas erizara ésta
las plumas y
se pusiera en defensa. Hazle subir, tú, mozo.
POSADERA: ¿Un petardista, decís? Mi casa no está cerrada a
ningún hombre
honrado ni a ningún petardista; [72] pero no quiero camorras.
Mi palabra,
me siento mal cuando alguien habla de pendencias. Ved,
señores, como
tiemblo, mirad, os lo aseguro.
DOROTEA: En efecto, posadera.
POSADERA: ¿No es verdad? Sí, a fe mía, tiemblo como una hoja;
no puedo
sufrir los camorristas.
(Entran Pistola, Bardolfo y el Paje).
PISTOLA: Dios os guarde, sir John.
FALSTAFF: Bienvenido, portainsignia Pistola. Vamos, Pistola,
os cargo con
una copa de Canarias; descargad sobre nuestra posadera.
PISTOLA: Voy a descargarle dos tiros, sir John.
FALSTAFF: Es a prueba de bala, señor mío; difícilmente
podréis entrarle.
POSADERA: No tragaré ni pruebas ni balas; no beberé sino lo
que me dé la
gana, por el placer de ningún hombre, ¿estamos?
PISTOLA: A vos, pues, mistress Dorotea; preparaos, que os
cargo.
DOROTEA: ¿Cargarme a mí? Te desprecio, asqueroso bribón.
¿Cómo? ¡Vos,
mendigo, vil pillete, canalla, tramposo, harapiento! ¡Atrás,
villano
mohoso, atrás! Este bocado es para tu amo.
PISTOLA: ¡Nos conocemos, Dorotea!
DOROTEA: ¡Fuera de aquí, vil ratero, inmundo tarugo, fuera de
aquí! Por
este vino, que os encajo el cuchillo en ese cachete
enmohecido si os
atrevéis conmigo. ¡Fuera, botellón de cerveza! ¡Truhán
repleto de
imposturas ¿Desde cuándo, señor mío? ¿Y todo por esas
charreteras en los
hombros? ¡Gran cosa!
PISTOLA: Eso merece que te estruje la gorguera.
FALSTAFF: Basta, Pistola; no quiero que estalléis aquí.
Descargaos fuera
de nuestra compañía, Pistola.
POSADERA: No, mi buen capitán Pistola; aquí no, mi querido
capitán.
DOROTEA: ¡Capitán! Abominable y maldecido estafador, ¿no
tienes vergüenza
de oírte llamar capitán? Si los capitanes fueran de mi
opinión, te
apalearían por engalanarse con ese título antes de ganarlo.
¡Tú capitán,
villano! ¿Y por qué? ¿Por haber maltratado una pobre p... en
un burdel?
¡Capitán, él! ¡Que te ahorquen, canalla! Un hombre que vive
de ciruelas
podridas y de galleta seca. ¡Un capitán! Estos bellacos
concluirán por
hacer la palabra capitán tan odiosa como la palabra poseer ,
que era una
excelente y buena palabra antes de ser mal empleada. Los
capitanes
deberían prestar atención a esto.
BARDOLFO: Vamos, desciende, te lo ruego, buen porta.
FALSTAFF: Escucha, Dorotea.
PISTOLA: ¡Que no me voy! Te lo declaro, caporal Bardolfo; la
voy a hacer
pedazos, me voy a vengar sobre ella!
PAJE: Te lo ruego, vete.
PISTOLA: Primero quiero verla condenada, en el maldito lago
de Plutón, en
el abismo infernal, en brazos del Erebo y en las más viles
torturas.
¡Retirad líneas y anzuelos, digo! ¡Fuera! ¡Fuera,
perros!¡Fuera,
traidores! ¿No tenemos a Irene aquí? [73]
POSADERA: Buen capitán Pistola, tranquilizaos; es ya muy
tarde; os lo
ruego, agravad vuestra cólera.
PISTOLA: ¡Vaya una broma! ¿Acaso las bestias de carga,
rocines de Asia
hartos y huecos, incapaces de andar treinta millas al día,
pueden
compararse con los Césares y los Caníbales [74] y los Griegos
Troyanos?
No, antes sean condenados con el rey Cerbero y que ruja el
cielo. [75]
¿Vamos a rompernos el alma por tales nimierías?
POSADERA: ¡Por mi alma, capitán, son esas palabras muy
amargas!
BARDOLFO: Vamos, partid, buen porta; aquí va a haber barullo.
PISTOLA: ¡Que los hombres mueran como perros! ¡Que las
coronas se den como
alfileres! ¿No tenemos a Irene aquí?
POSADERA: Mi palabra, capitán, que no tenemos aquí nada
semejante. ¡Mal
año! ¿Creéis que lo negaría? ¡En nombre del cielo, calmaos!
PISTOLA: Entonces come y engorda, bella Calípolis. Vamos,
dame un poco de
vino. Si fortuna me tormenta, sperato me contenta. [76]
¡Tener las andanadas, nosotros? ¡No, que el diablo haga
fuego! Dadme de
beber; y tú, mi dulce bien, reposa aquí a mi lado. (Coloca su
espada en el
suelo) . ¿Pondremos punto final aquí? ¿Los etcétera no valen
nada?
FALSTAFF: ¡Pistola, quiero estar tranquilo!
PISTOLA: Suave hidalgo, beso tu puño... ¡Bah! hemos visto los
siete
astros.
DOROTEA: Echadlo escaleras abajo; no puedo aguantar este
enfático bribón.
PISTOLA: ¡Echadlo escaleras abajo! ¿Cómo? ¿No conocemos acaso
las jacas
galenses? [77]
FALSTAFF: Hazlo rodar, Bardolfo, como un tejo. Si no hace
nada aquí sino
decir sandeces, está aquí de más.
BARDOLFO: Vamos, baja.
PISTOLA: ¿Cómo? ¿Vamos a proceder a las incisiones? ¿Empiezan
las
sangrías? (Desnudando la espada) . ¡Que la muerte me arrebate
dormido y
abrevie mis tristes días! ¡Que crueles, profundas y anchas
heridas
desenmarañen el copo de las tres hermanas! [78] ¡A mí,
Atropos, a mí!
POSADERA: ¡Qué gresca colosal!
FALSTAFF: Muchacho, dame mi espada.
DOROTEA: Te ruego, Jack, te ruego, no desenvaines!
FALSTAFF: (Desenvainando y empujando a Pistola) . ¡A ver si
me bajas la
escalera!
POSADERA: ¡Esto se llama un tumulto de verdad! Voy a
renunciar a tener
casa antes de volver a pasar por estos trances y terrores.
Eso es un
homicidio, estoy segura! ¡Por favor, por favor, envainad esas
espadas
desnudas!
(Salen Pistola y Bardolfo).
DOROTEA: Te suplico, Jack, tranquilízate; ese pillo se ha
ido. ¡Qué
valiente p... [79] querido eres, Jack!
POSADERA: ¿No estáis herido en la ingle? Me pareció que te
tiraba un
puntazo traidor a la barriga.
(Vuelve Bardolfo).
FALSTAFF: ¿Le habéis echado fuera?
BARDOLFO: Sí, señor. El bribón está borracho. Le habéis
herido en el
hombro, señor.
FALSTAFF: ¡Semejante pillete, atrevérseme!
DOROTEA: ¡Briboncillo querido! ¡Pobre monino, cómo sudas!
¡Deja que te
enjugue la cara... ¡Ven ahora, canalla! ¡Ah bandido, te amo
en verdad!
Eres tan valeroso como Héctor de Troya, más que cinco
Agamenones y diez
veces más que los nueve héroes. ¡Ah villano!
FALSTAFF: ¡Miserable esclavo! ¡Voy a darle un manteo!
DOROTEA: ¡Hazlo, si tienes corazón; si lo haces, te
recompensaré entre dos
sábanas!
(Entra la música).
PAJE: Ha llegado la música, señor.
FALSTAFF: Pues que toque; tocad, maestros. Siéntate en mis
rodillas, Doll.
¡Inmundo fanfarrón! Se me escapó de entre las manos como
azogue.
DOROTEA: Es cierto, por mi fe y tú le seguías como una
iglesia! ¡Ah mi
gentil p..., lechoncillo de San Bartolo [80] , ¿cuándo
cesarás de pelear
durante el día y estoquear por la noche y empezarás a
empaquetar tu
vetusta persona para el otro mundo?
(Entran por el fondo de la escena el príncipe Enrique y Poins
disfrazados
de mozos de taberna).
FALSTAFF: Calla, mi buena Doll. No me hables como una calavera;
[81] no me
hagas recordar mi última hora...
DOROTEA: Dime, ¿qué carácter tiene el príncipe?
FALSTAFF: Un buen muchacho insignificante; habría sido un
buen panetero,
un buen peón de molino.
DOROTEA: Dicen que Poins es muy espiritual.
FALSTAFF: ¡El, espiritual! ¡El diablo se lleve ese macaco!
Tiene el
espíritu más espeso que la mostaza de Tewkesbury; no hay en
él más
imaginación que en un mazo.
DOROTEA: ¿Y por qué le quiere tanto el príncipe?
FALSTAFF: Porque ambos tienen las piernas del mismo tamaño; y
juega bien
al tejo; y come congrio con hinojo; [82] y traga cabos de
vela como fruta
en aguardiente; [83] y cabalga en un palo como los
chiquillos; salta a pie
junto por encima de los bancos; y blasfema con gracia; y se
calza muy
justo, como pierna de muestra; y no promueve riñas contando
historias
secretas; y, en fin, porque tiene otras facultades de mono,
que atestiguan
un espíritu mezquino y un cuerpo flexible. Por eso el
príncipe le admite a
su lado; porque el príncipe mismo es otro que le vale. Si se
pesaran, el
peso de un cabello haría inclinar la balanza.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Y no cortaremos las orejas a esa maza de
rueda?
POINS: Vamos a darle de palos delante de su p...
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Mira si el marchito viejo no tiene la
cabeza pelada
como un loro!
POINS: ¿No es extraño que el deseo sobreviva tanto tiempo a
la facultad de
satisfacerlo?
FALSTAFF: Bésame, Doll.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Saturno y Venus en conjunción este año!
¿Qué dice de
eso el almanaque?
POINS: (Señalando a Bardolfo y a la posadera) ¡Mirad ese
triángulo de
fuego, su escudero, lamiendo los archivos de su amo, su libro
de notas, su
consejera!
FALSTAFF: Me besoteas con adulonería.
DOROTEA: No, en verdad; te beso de todo corazón.
FALSTAFF: ¡Soy viejo, soy viejo!
DOROTEA: Te quiero más que a cualesquiera de esos mocosuelos.
FALSTAFF: ¿De qué tela quieres tener un vestido? Recibiré
dinero el
jueves; mañana tendrás una gorra. ¡Vamos, una alegre canción!
Se hace
tarde; vamos a acostarnos... ¿Cuando no esté aquí, me vas a
olvidar?
DOROTEA: Por mi vida que me vas a hacer llorar si me repites
eso. Verás si
me pueden probar que me haya acicalado una sOla vez antes de
tu vuelta.
Vamos, oye el final de la canción.
FALSTAFF: Vino, Paco.
PRÍNCIPE ENRIQUE Y POINS: (Avanzando) . ¡Al instante, al
instante, señor!
FALSTAFF: (Observándoles) . ¡Ah ah! ¡Un bastardo del rey! ¿Y
tú no eres un
hermano de Poins?
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh! globo de continentes impuros, ¿no
tienes vergüenza
de la vida que haces?
FALSTAFF: Mejor que la tuya; yo soy caballero; tú un
arrancado mozo de
taberna.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Exactísimo; he venido a arrancarte de aquí
por las
orejas.
POSADERA: ¡Que el Señor preserve tu gracia! ¡Por mi alma bienvenido
a
Londres! ¡Que el Señor bendiga tu dulce cara! ¡Jesús mío!
¿Habéis vuelto,
pues, del país de Gales?
FALSTAFF: ¡Oh, h... de p...,
compuesto de locura y majestad, por esta
flaca carne y corrompida sangre (poniendo la mano sobre
Dorotea) ,
bienvenido seas!
DOROTEA: ¿Cómo, gordo indecente? ¡Te desprecio!
POINS: Quiere alejar vuestra venganza y echarlo todo a
chacota; no os
descuidéis.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Inmunda mina de sebo, ¿qué viles palabras
sobre mí has
pronunciado hace un momento delante de esta honesta, virtuosa
damisela?
POSADERA: ¡Bendito sea vuestro buen corazón! Todo eso es, en
verdad.
FALSTAFF: ¿Me has oído tú?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí; me habrás reconocido, sin duda,
como el día que
echaste a correr en Gadshill; sabrías que estaba detrás de ti
y has
hablado de esa manera para probar mi paciencia.
FALSTAFF: No, no, no, no es así; no creía que pudieras oírme.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Entonces voy a obligarte a confesar la
premeditación del
insulto y entonces sabré cómo tratarte.
FALSTAFF: No ha habido insulto, Harry, palabra de honor, que
no ha habido
insulto.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Que no? ¿Y no me has denigrado? ¿No me has
llamado
panetero, peón de molino y no sé qué más?
FALSTAFF: No ha habido insulto, Hal.
POINS: ¡Que no ha habido insulto!
FALSTAFF: Ningún insulto, Ned; ninguno, honesto Ned. Le he
despreciado
ante los malvados a fin de que los malvados no le cobren
afección; lo que
me he conducido como un amigo cariñoso y un súbdito fiel, por
lo que tu
padre me debe dar las gracias. Ningún insulto, Hal; ninguno,
Ned. Ni
sombra de insulto, muchachos.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Y ahora, por miedo puro, simple cobardía,
injurias a
esta virtuosa damisela para reconciliarte con nosotros. ¿Es
ella uno los
malvados? ¿Lo es tu posadera, aquí presente? ¿Lo es este
muchacho? ¿El
honesto Bardolfo, cuyo celo arde en su nariz, es también de
los malvados?
POINS: ¡Contesta, viejo olmo muerto, contesta!
FALSTAFF: El diablo ha echado ya la garra sobre Bardolfo de
una manera
irrevocable; su cara es la cocina privada de Lucifer, en la
que asa sin
cesar borrachones. En cuanto al muchacho, si bien tiene un
ángel bueno
cerca de él, también el demonio le domina.
PRÍNCIPE ENRIQUE: En cuanto a las mujeres...
FALSTAFF: Una de ellas está en el infierno hace rato y allí arde,
¡la
pobre alma! En cuanto a la otra, le debo dinero; si por eso
debe ser
condenada, lo ignoro.
POSADERA: No, te lo garantizo.
FALSTAFF: No, no creo que lo seas. Creo que por ese lado
puedes estar
tranquila; pero hay otro motivo grave contra ti y es permitir
comer carne
en tu casa, contra lo que manda la ley; por lo que me parece
que vas a
aullar.
POSADERA: Todos los fondistas hacen lo mismo. ¿Qué son uno o
dos cuartos
de carnero en toda una cuaresma?
PRÍNCIPE ENRIQUE: Vos, gentil dama...
DOROTEA: ¿Qué dice vuestra gracia?
FALSTAFF: Su gracia dice algo contra lo que su carne se
rebela.
POSADERA: ¿Quién golpea tan fuerte la puerta? Ve a ver, Paco.
(Entra Peto)
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Peto! ¿Qué hay? ¿Qué noticias?
PETO: El rey vuestro padre está en Westminster y hay allí
veinte
mensajeros llegados del Norte casi exhaustos; al venir aquí,
he encontrado
y dejado atrás una docena de capitanes, sin sombrero,
sudorosos, que
golpeaban a las puertas de las tabernas, preguntando a todo
el mundo por
sir John Falstaff.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Por el cielo, Poins que me
encuentro culpable en
profanar tan locamente el tiempo precioso, cuando la tormenta
del
desorden, como el viento del Sud que negros vapores arrastra,
empieza a
caer sobre nuestras cabezas desnudas y desarmadas! Dame mi
espada y mi
capa. Buenas noches, Falstaff.
(Salen el Príncipe Enrique, Poins, Peto y Bardolfo).
FALSTAFF: ¡Y ahora que llegaba el trozo apetecible de la
noche, tener que
partir sin comerlo! (Llaman a la puerta) . ¿Otra vez golpean?
(Vuelve Bardolfo).
Y bien, ¿qué es lo que hay?
BARDOLFO: Debéis ir a la corte inmediatamente, señor; una
docena de
capitanes os esperan ahí abajo.
FALSTAFF: (Al paje) . Paga a los músicos, pillete. Adiós,
posadera. Adiós,
Doll. Ya veis, muchachos, como los hombres de mérito son
rebuscados; los
inservibles pueden dormir, cuando el hombre de acción es
solicitado.
Adiós, mis buenas criaturas. Si no me expiden de prisa, os
volveré a ver
aquí antes de partir.
DOROTEA: ¡No puedo hablar! ¡Si mi corazón no está por estallar!...
¡Adiós,
mi Jack adorado, cuídate mucho!
FALSTAFF: ¡Adiós, adiós!
(Salen Falstaff y Bardolfo).
POSADERA: ¡Adiós! Hará, para los guisantes verdes,
veintinueve años que te
conocí. ¡Un hombre más honorable y de corazón más sincero!...
¡Vamos,
adiós!
BARDOLFO: (De dentro). ¡Doña Rompe-Sábana!
POSADERA: ¿Qué hay?
BARDOLFO: (De dentro) . Decid a doña Rompe-Sábana que venga
adonde está mi
amo.
POSADERA: ¡Corre, Doll, corre; corre, buena Doll!
(Salen)
Escena I
EN EL PALACIO REAL.
(Entra el Rey Enrique, en traje de interior y un paje).
REY ENRIQUE: Ve a llamar a los condes de Surrey y de Warwick;
pero, antes
de venir, diles que lean estas cartas y que presten mucha
atención a su
contenido. Ve aprisa.
(Sale el paje).
¡Cuántos millares de mis humildes súbditos duermen a esta
hora! Sueño,
dulce sueño, suave nodriza de la naturaleza, ¿qué espanto te
he causado,
no quieres ya cerrar
mis párpados y empapar mis sentidos en el olvido?
¿Por qué, ¡oh sueño! prefieres y te complaces en las chozas
ahumadas,
tendido sobre incómodos jergones, adormecido por el zumbar de
los insectos
nocturnos, en vez de las perfumadas moradas de los grandes,
bajo doseles
de lujosa pompa, arrullado por los sonidos de la más dulce
melodía? ¡Oh
torpe dios! ¿Por qué reposas con el miserable, sobre lechos
infectos, y
abandonas la cama real, como la garita del centinela o la
atalaya de la
campana de alarma? Vas hasta lo alto de los mástiles a cerrar
los ojos
vertiginosos del grumete y a mecer su cabeza en la ruda cuna
de la mar
imperiosa, bajo el empuje de los vientos que toman las olas
brutales por
la cima, rizan sus cabezas montruosas y las suspenden a las
nubes
fugitivas entre clamores que atruenan, estruendo que
despierta a la muerte
misma. ¿Puedes, ¡oh parcial sueño!, dar tu reposo en hora tan
ruda al
grumete aterido y, en
la noche más serena y más tranquila, en medio de las
comodidades y regalos del lujo, lo rehúsas a un rey? ¡Reposad
en paz,
humildes felices! ¡Inquieta vive la cabeza que lleva una
corona! [84] .
(Entran Warwick y Surrey).
WARWICK: ¡Mil días felices a vuestra majestad!
REY ENRIQUE: ¿Cómo? ¿Ya el buen día milord?
WARWICK: Es más de la una de la mañana.
REY ENRIQUE: Entonces, felices a vosotros todos, milords.
¿Habéis leído
las cartas que os he enviado?
WARWICK: Sí, mi señor.
REY ENRIQUE: Veis, pues, en qué estado deplorable está el
cuerpo de
nuestro reino y qué mal acerbo y peligroso le ataca cerca del
corazón.
WARWICK: No es aún más que un cuerpo perturbado, que puede
recuperar su
fuerza primitiva con buenas resoluciones y remedios ligeros;
milord
Northumberland se enfriará pronto.
REY ENRIQUE: ¡Oh cielos! ¡Si pudiera leer el libro del
destino y ver las
revoluciones de los tiempos allanar las montañas, y el
continente, cansado
de su sólida firmeza, fundirse en el mar! ¡O, en otras
épocas, la húmeda
cintura del océano ensancharse hasta aislar el cuerpo de
Neptuno! ¡No
poder ver todas las ironías de la suerte y de cuantos licores
variados la
fortuna llena la copa del azar. Si todo esto pudiera verse,
el joven más
feliz, viendo el camino a recorrer, querría cerrar el libro,
tenderse y
morir. No han transcurrido diez años que Ricardo y Northumberland,
grandes
amigos, se regalaban juntos; dos años después, estaban en
guerra. Sólo
hace ocho años, ese Percy era el hombre más cerca de mi alma;
como un
hermano me ayudaba en mis trabajos, ponía a mis pies su amor
y su vida y
hasta iba, por mi causa, ante los ojos mismos de Ricardo a
arrojarle un
cartel. ¿Pero cuál de vosotros estaba allí? (A Warwick) .
Vos, primo
Nevil, lo recuerdo; cuando Ricardo, con los ojos llenos de
lágrimas,
vilipendiado e injuriado por Northumberland, dijo estas
palabras, que el
tiempo ha hecho proféticas: Northumberland, tú, la escala por
la que mi
primo Bolingbroke sube a mi trono (el cielo sabe que no tenía
entonces tal
intención; pero la necesidad inclinó tanto el Estado, que la
grandeza y yo
nos vimos compelidos a besarnos) ; el tiempo vendrá ,
continuó, el tiempo
vendrá en que este crimen odioso, formando absceso reventará
en
corrupción! Y siguió hablando, profetizando los sucesos de
esta época, y
la ruptura de nuestra amistad.
WARWICK: Se encuentra siempre en la vida de los hombres algún
acontecimiento que representa el estado de los tiempos
extinguidos;
observándolo, un hombre puede predecir, casi sin errar, los
principales
azares de las cosas que aún no han venido a la vida y que, en
su germen y
débil comienzo, yacen atesorados. Esas cosas son el huevo y
la progenie
del porvenir. Así por la formación necesaria de éstas, el rey
Ricardo ha
podido crear un perfecto vaticinio de que el gran
Northumberland, falso
entonces para con él, llegaría, por esa semilla a una
traición mayor, que
no encontraría terreno para arraigarse sino en vuestro daño.
REY ENRIQUE: ¿Esas cosas, entonces, son necesidades? ¡Vengan,
pues, como
tales! Y es la misma palabra que nos apura, en este momento;
se dice que
el obispo y Northumberland disponen de cincuenta mil hombres.
WARWICK: No puede ser, milord. El rumor, semejante a la voz y
al eco,
dobla el número de los que se temen. Quiera vuestra gracia
acostarse. Por
mi vida, milord, las fuerzas que ya habéis enviado
conseguirán esa
victoria bien fácilmente. Para tranquilizaros más aún, he
recibido un
informe fidedigno de que Glendower ha muerto. Vuestra
Majestad ha estado
indispuesto desde hace dos semanas y esta vigilia inusitada
agravará
forzosamente vuestro mal.
REY ENRIQUE: Seguiré vuestro consejo. Cuando no tengamos
entre manos estas
querellas intestinas, amigos queridos, partiremos a Tierra
Santa. (Salen)
Un patio delante de la casa del Juez Trivial, en el
Gloucestershire.
(Entran Trivial y Silencio por diferenes lados; luego Mohoso,
Sombra,
Verruga, Enclenque, Becerro y criados que se mantienen en el
fondo de la
escena). [85]
TRIVIAL: ¡Adelante, adelante, adelante; dadme la mano; un
buen madrugador,
por la Santa Cruz! ¿Y cómo va mi buen primo Silencio?
SILENCIO: Buen día, buen primo Trivial.
TRIVIAL: ¿Y cómo va mi prima, vuestra compañera de cama? ¿Y
vuestra
brillante hija y mía, mi ahijada Elena?
SILENCIO: ¡Ay! un mirlo, primo Trivial.
TRIVIAL: Por sí o por no, señor, me atrevo a decir que mi
primo Guillermo
está hecho un buen estudiante. Está siempre en Oxford, ¿no es
así?
SILENCIO: Cierto, señor, a mi costa.
TRIVIAL: Pronto irá, pues, a la escuela de derecho. Yo estuve
en la de San
Clemente, donde pienso que todavía se ha de hablar de este
loco de
Trivial.
SILENCIO: Os llamaban entonces el fornido Trivial, primo.
TRIVIAL: ¡Por la misa, me daban mil nombres! Porque, en
efecto, habría
hecho cualquier cosa y sin el menor reparo. Eramos yo, el
pequeño Juan
Sueldo de Staffordshire, el negro Jorge Raído, Paco Roedor y
Will Squele,
un muchacho de Costwold; [86] no habríais encontrado en todo
el colegio
cuatro matasietes como nosotros; y puedo decir que bien
sabíamos dónde
estaban las buenas faldas; teníamos lo mejor de entre ellas a
nuestra
disposición. Entonces Jack Falstaff, hoy sir John, era un
niño y paje de
Tomás Mowbray, duque de Norfolk. [87]
SILENCIO: ¿Ese sir John, primo, que va a venir en busca de
reclutas?
TRIVIAL: El mismo sir John, el mismísimo. Le vi rajar la
cabeza a Skogan
[88] en la puerta del colegio, cuando era un mocoso de este
tamaño; y el
mismo día me batí con un Sansón Stockfish, un frutero, detrás
de la posada
de Gray. ¡Oh los locos días pasados! ¡Y ver cuántas de mis
viejas
relaciones han muerto!
SILENCIO: Todos hemos de seguir, primo.
TRIVIAL: Sin duda, sin duda; seguramente, seguramente. La
muerte, como
dice el Salmista, es segura para todos. Todos morirán.
¿Cuánto una buena
yunta de bueyes en la feria de Stamfort?
SILENCIO: A la verdad, primo, no he estado allí.
TRIVIAL: La muerte es segura... ¿Vive aún el viejo Double de
vuestra
ciudad?
SILENCIO: Ha muerto, señor.
TRIVIAL: ¡Muerto! ¡Toma! ¡Toma! ¡Tiraba tan bien el arco! ¡Y
muerto! Hacía
unos golpes excelentes; Juan de Gante le quería bien y
apostaba mucho
dinero por él. ¡Muerto! Habría dado en el blanco a doscientos
cuarenta
pasos; [89] lanzaba una flecha a doscientos ochenta, hasta
doscientos
noventa mismo, de tal manera que alegraba el corazón verle...
¿Cuánto la
veintena de ovejas?
SILENCIO: Depende de cómo son; una veintena de buenas ovejas
puede valer
diez libras.
TRIVIAL: ¡Y el viejo Double ha muerto!
(Entran Bardolfo y otro con él).
SILENCIO: Ahí vienen dos de los hombres de sir John Falstaff,
según creo.
BARDOLFO: Buenos días, honorables caballeros. ¿Cuál de
vosotros es, os
ruego, el Juez Trivial?
TRIVIAL: Yo soy Roberto Trivial, señor, un pobre hidalgo de
este condado y
uno de los jueces de paz del rey. ¿Qué se os ofrece de mí?
BARDOLFO: Mi capitán, señor, os presenta sus cumplimientos;
mi capitán,
sir John Falstaff, un apuesto caballero, ¡por el cielo! y un
muy bravo
oficial.
TRIVIAL: Me congratulo en extremo, señor; le he conocido como
un hombre de
armas excelente. ¿Cómo va el buen caballero? ¿Puedo preguntar
cómo va
milady su esposa?
BARDOLFO: Perdón, señor; pero un soldado se acomoda mejor sin
mujer.
TRIVIAL: Bien dicho, a fe mía, señor; perfectamente dicho.
¡Se acomoda
mejor! ¡Excelente! Es la pura verdad: una buena frase es
seguramente y
siempre fue recomendable. ¡Acomoda! ¡Eso viene de accommodo ;
muy bien;
buena frase!
BARDOLFO: Perdón, señor; he oído esa palabra. ¿Frase, la
llamáis?
¡Pardiez! No conozco la frase; pero mantendré con mi espada
que esa
palabra es una palabra militar y digna de todo respeto. ¡Se
acomoda! Esto
es, cuando un hombre, como se dice... se acomoda, o cuando se
encuentra en
un estado en que, puede decirse, que... se acomoda; lo que es
una cosa
excelente.
(Entra Falstaff) .
TRIVIAL: Justísimo; pero ved, he aquí al buen Sir John. Dadme
vuestra
buena mano, dadme la buena y excelente mano de vuestra
señoría. Por mi
alma, tenéis un soberbio aspecto y lleváis los años
admirablemente;
bienvenido, buen Sir John.
FALSTAFF: Encantado de veros en buena salud, mi querido señor
Roberto
Trivial. ¿El señor Carta-Segura, creo?
TRIVIAL: No, Sir John; es mi primo Silencio, mi compañero de
comisión.
FALSTAFF: Querido Silencio, os sienta muy bien ese empleo de
paz.
SILENCIO: Bienvenida Vuestra Señoría.
FALSTAFF: ¡Ouf! ¡Hace un tiempo muy caluroso! Caballeros, ¿me
habéis
encontrado aquí una media docena de hombres aptos para el
servicio?
TRIVIAL: Por mi fe que sí, señor. ¿Queréis sentaros?
FALSTAFF: Os ruego que los hagáis ver.
TRIVIAL: ¿Dónde está la lista? ¿Dónde está la lista? ¿Dónde
está la lista?
A ver, a ver; eso es, eso es. ¡Pardiez, aquí está, señor...
Rodolfo
Mohoso! Que todos se presenten a medida que les llame. Que
ninguno falte,
que ninguno falte. A ver, ¿dónde está Mohoso?
MOHOSO: Aquí, con vuestro permiso.
TRIVIAL: ¿Qué os parece, Sir John? Un mocetón bien plantado,
joven, fuerte
y de buena familia.
FALSTAFF: ¿Te llamas Mohoso?
MOHOSO: Sí, con vuestro permiso.
FALSTAFF: Entonces hay que hacerte servir pronto.
TRIVIAL: ¡Ha! ¡ha! ¡ha! Excelente palabra de honor. ¡Lo que
está mohoso
hay que emplearlo pronto! ¡Eso es particularmente excelente!
Bien dicho,
Sir John, por mi fe; muy bien dicho.
FALSTAFF: (A Trivial) . Apuntadlo.
MOHOSO: Ya me han pinchado bastante [90] ; bien podíais
dejarme en paz. Mi
vieja patrona va a desesperarse, sin tener quien le haga la
labranza y las
bajas faenas. No necesitabais apuntarme: hay otros hombres
más a propósito
que yo para marchar.
FALSTAFF: ¡Vamos, silencio, Mohoso! Partiréis, Mohoso, ya es
tiempo que
seais utilizado.
MOHOSO: ¡Aniquilado! [91] .
TRIVIAL: Silencio, patán, silencio. Pasad a este lado.
¿Sabéis dónde
estáis? A los otros, Sir John. ¡A ver... Simón Sombra!
FALSTAFF: Pardiez, dadme ese para sentarme debajo. Ese parece
ser un
soldado fresco.
TRIVIAL: ¿Dónde está Sombra?
SOMBRA: Aquí, señor.
FALSTAFF: Sombra, ¿de quién eres hijo?
SOMBRA: Hijo de mi madre, señor.
FALSTAFF: ¡Hijo de tu madre! Es muy probable. Y la sombra de
tu padre;
así, el hijo de la hembra es la sombra del macho. ¡Es el caso
frecuente,
en verdad, porque el padre pone tan poco de su parte!
TRIVIAL: ¿Os conviene, Sir John?
FALSTAFF: Sombra servirá para el verano; apuntadlo. Tenemos
muchas sombras
para llenar el libro de revista.
TRIVIAL: ¡Tomás Verruga!
FALSTAFF: ¿Dónde está?
VERRUGA: Aquí, señor.
FALSTAFF: ¿Te llamas Verruga?
VERRUGA: Si, señor.
FALSTAFF: Eres una
verruga bien andrajosa.
TRIVIAL: ¿Lo apunto, Sir John?
FALSTAFF: Sería superfluo, porque tiene el equipo sobre la
espalda y toda
la máquina reposa sobre alfileres; no le apuntéis.
TRIVIAL: ¡Ha! ¡ha! ¡ha! Como gustéis señor, como gustéis. ¡Os
felicito!
¡Francisco Enclenque!
ENCLENQUE: Aquí estoy, señor.
FALSTAFF: ¿Qué oficio tienes, Enclenque?
ENCLENQUE: Sastre para mujeres, señor.
TRIVIAL: ¿Debo apuntarle, señor?
FALSTAFF: Podéis hacerlo; pero, si hubiera sido sastre para
hombres, es él
quien os hubiera dado puntadas [92] . ¿Harás tantos agujeros
en las filas
enemigas como has hecho en las sayas mujeriles?
ENCLENQUE: Haré lo que pueda, señor; no podéis pedirme más.
FALSTAFF: ¡Bien dicho, buen sastre femenino! ¡Bien dicho,
valiente
Enclenque! Serás tan valeroso como el palomo enfurecido o el
ratón más
magnánimo; apuntad bien al sastre de mujeres, maese Trivial;
marcadle
bien.
ENCLENQUE: Habría deseado que Verruga partiera también,
señor.
FALSTAFF: Habría deseado que fueses sastre para hombres; así
podrías
haberlo corregido y arreglarlo como para partir. No puedo
hacer simple
soldado un hombre que tiene a la espalda un escuadrón tan
numeroso. Eso
debe bastarte, pujante Enclenque.
ENCLENQUE: Bastará, señor.
FALSTAFF: Muchísimas gracias, reverendo Enclenque. ¿Cuál
sigue?
TRIVIAL: Pedro Becerro, de la pradera.
FALSTAFF: Pues a ver ese becerro.
BECERRO: Aquí está, señor.
FALSTAFF: ¡Vive Dios! He ahí un mocetón bien plantado.
Apuntarme ese
becerro hasta que muja.
BECERRO: ¡Ah, milord! Mi buen lord capitán...
FALSTAFF: ¿Cómo, no te han apuntado todavía y ya estás
mugiendo?
BECERRO: ¡Oh, milord, soy un hombre enfermo, señor.
FALSTAFF: ¿Qué enfermedad tienes?
BECERRO: Un j... resfriado, señor; una tos que he pescado a
fuerza de
repicar por los asuntos del rey, el día de su coronamiento.
FALSTAFF: Bueno, irás a la guerra de bata colchada; ya te
quitaremos tu
resfriado y nos arreglaremos de manera a que tus amigos
repiquen por ti.
¿Están todos aquí?
TRIVIAL: Hay dos más que han sido citados con exceso del
número que os
corresponde; sólo debéis tomar cuatro aquí, señor. Y ahora,
os ruego que
comáis conmigo.
FALSTAFF: Vamos, quiero beber un trago con vos, pero no puedo
quedarme a
comer. Encantado de haber tenido el placer de veros, maese
Trivial.
TRIVIAL: ¡Oh, Sir John! ¿Os
acordáis cuando pasamos toda la noche en el
molino de viento del prado de San Jorge?
FALSTAFF: No hablemos ya de eso, querido maese Trivial, no
hablemos de
eso.
TRIVIAL: ¡Ah, fue una
noche alegre! Y Juana-Faena-de-Noche vive aún?
FALSTAFF: Vive, maese Trivial.
TRIVIAL: No podía separárseme.
FALSTAFF: ¡Qué había de poder! Siempre decía que no podía
pasar a maese
Trivial.
TRIVIAL: ¡Por la misa, cómo sabía hacerla rabiar! Era
entonces una real
hembra. ¿Se conserva bien?
FALSTAFF: Una conserva, maese Trivial [93] .
TRIVIAL: Sí, tiene que ser vieja; no puede menos que serlo;
ciertamente,
es vieja; tuvo a Robín Faena-de-Noche, del viejo
Faena-de-Noche, antes que
yo fuera a San Clemente.
SILENCIO: Hace de eso cincuenta y cinco años.
TRIVIAL: ¡Ah, primo Silencio! ¡Si hubierais visto lo que este
caballero y
yo hemos visto! ¿Digo bien Sir John?
FALSTAFF: Hemos oído el toque de media noche, maese Trivial.
TRIVIAL: Eso sí, eso sí; ¡ah, Sir John, esto sí! Nuestra
palabra de orden
era: ¡Hem, muchachos! Vamos a comer, vamos a comer. ¡Ah, los
días que
hemos visto! Vamos, vamos.
(Salen Falstaff, Trivial y Silencio).
BECERRO: Mi buen señor caporal Bardolfo, sed mi amigo y aquí
tenéis para
vos cuatro Enriques de diez chelines en escudos de Francia.
La pura verdad
es que me gustaría tanto ser ahorcado como partir; no es que,
por mi
parte, se me importe nada; pero me siento sin gana y, por mi
parte,
preferiría quedarme con mis amigos; sin eso, por mi parte,
personalmente,
no se me importaría nada.
BARDOLFO: Vamos, pasad a este lado.
MOHOSO: Mi buen caporal capitán, por la salud de mi vieja
patrona, sed
también mi amigo; no tendrá nadie a su lado para ayudarla,
cuando yo me
vaya; es vieja y no puede hacer nada; tendréis cuarenta
chelines, señor.
BARDOLFO: Vamos, pasad también a este lado.
ENCLENQUE: Por mi alma que me es indiferente. Un hombre no
puede morir más
que una vez. Debemos a Dios una muerte; nunca tendré el alma
ruin; si ese
es mi destino, sea; si no lo es, sea. Nadie es demasiado
bueno para servir
a su príncipe; suceda lo que suceda, el que muere este año,
queda libre
para el año próximo.
BARDOLFO: Bien dicho; eres hombre de corazón.
ENCLENQUE: Por mi fe, no tendré el alma ruin.
(Vuelven Falstaff, Trivial y Silencio).
FALSTAFF: Veamos, señor, ¿Cuáles son los hombres que debo
llevar?
TRIVIAL: Los cuatro que elijáis.
BARDOLFO: (Bajo, a Falstaff) . Señor, una palabra... Tengo
tres libras por
dejar libres a Mohoso y Becerro.
FALSTAFF: Comprendido; está bien.
TRIVIAL: Vamos, Sir John, ¿cuáles elegís?
FALSTAFF: Elegid por mí.
TRIVIAL: ¡Pardiez! Mohoso, Becerro, Enclenque y Sombra.
FALSTAFF: Mohoso y Becerro... Vos, Mohoso, quedaos en vuestra
casa, porque
ya no sois apto para el servicio. En cuanto a vos, Becerro,
quedaos hasta
que os hagáis apto para el mismo. No quiero ninguno de los
dos.
TRIVIAL: Sir John, Sir John, no os perjudiquéis vos mismo; son
esos los
hombres más sólidos y desearía serviros con lo mejor.
FALSTAFF: ¿Queréis enseñarme, maese Trivial, a elegir un
hombre? ¿Acaso me
preocupo de los miembros, del vigor, de la estatura, del
tamaño y de la
corpulencia exterior de un hombre? Dadme el espíritu, maese
Trivial. Aquí
tenéis a Verruga: veis qué mezquina apariencia tiene; pues os
cargará y
descargará su arma tan pronto como el martillo de un
estañador; le veréis
ir y venir con la misma rapidez que el mozo que llena los
jarros cerveza.
Y ese mismo tipo de media cara, Sombra, ese es un hombre; no
presenta
blanco al enemigo. Lo mismo valdría que apuntara al filo de
un
cortaplumas. Y para una retirada, ¡con qué ligereza este Enclenque,
sastre
de mujeres, sabrá correr! ¡Oh, dadme esos hombres de deshecho
y descártame
los elegidos! Pon un arcabuz en manos de Verruga, Bardolfo.
BARDOLFO: Toma, Verruga. ¡Apunten! Así, así.
FALSTAFF: Vamos, manéjame ese arcabuz. Así, muy bien; vamos;
bueno, bueno,
excelente. Oh, dadme siempre un tirador pequeño, descarnado,
viejo,
huesoso, pelado. Perfectamente, Verruga; eres un buen chico;
toma, aquí
tienes seis peniques para ti.
TRIVIAL: No domina bien ese arte, no lo hace como es debido.
Me acuerdo
que en el prado de Mile-End (cuando estaba en el colegio de
San Clemente),
yo hacía entonces el papel de Sir Dagonet en la pantomima de
Arturo [94] ;
había un diablillo de muchacho que os manejaba el arma así,
moviéndose
para acá, para allá, para adelante, para atrás. ¡Ra! ¡ta!
¡ta! , chillaba,
y luego ¡Bounce! y partía de nuevo y volvía. Nunca veré un
demonio
semejante.
FALSTAFF: Estos muchachos servirán, maese Trivial. Dios os
guarde, maese
Silencio. No usaré muchas palabras con vosotros. Quedad con
Dios ambos,
señores. Tengo que hacer una docena de millas esta noche.
Bardolfo, dad el
uniforme a estos soldados.
TRIVIAL: Sir John, ¡el cielo os bendiga, haga prósperos
vuestros negocios
y nos envíe la paz! A vuestro regreso, visitad mi casa;
renovaremos
nuestra vieja relación. Quizás vaya con vos a la Corte.
FALSTAFF: Mucho me alegraría, maese Trivial.
TRIVIAL: Vamos, he
dicho. Adiós.
(Salen Trivial y Silencio).
FALSTAFF: Adiós, gentiles caballeros. Adelante, Bardolfo;
llévate esos
hombres. (Salen Bardolfo, reclutas, etc.) . A mi vuelta,
sondearé estos
jueces de paz; veo ya el fondo del juez Trivial. Señor,
señor, ¡cuán
sujetos estamos nosotros los viejos a ese vicio de la
mentira! Este
hambriento juez de paz no ha hecho más que charlar sobre las
extravagancias de su juventud y las hazañas que llevó a cabo
en
Turnbull-Street [95] ; cada tres palabras, una mentira,
tributo al
auditor, pagado con más exactitud que el del Gran Turco. Le
recuerdo en
San Clemente, como una de esas figuras hechas después de
comer con las
cortezas del queso. Cuando estaba desnudo, era, para todo el
mundo, como
un rábano torcido, terminado por una cabeza fantásticamente
tallada con el
cuchillo; era tan enjuto, que sus dimensiones habrían sido
invisibles para
una vista medio confusa; era el verdadero Genio del hambre y,
sin embargo,
lujurioso como un mono; las p... le llamaban Mandrágora ; iba
siempre a
retaguardia de la moda; cantaba a sus sucias hembras las
tonadillas que
oía silbar a los carreteros, jurando que eran fantasías o
nocturnos de su
caletre. Y ahora tenemos a esa espada de palo del vicio
convertido en
caballero; habla tan familiarmente de Juan de Gante, como si
hubiera sido
su hermano de armas. Juraría que no le ha visto más que una
vez, en el
campo del torneo, el mismo día que le rajaron la cabeza por
haberse metido
en el séquito del mariscal. Yo lo vi y dije a Juan de Gante
que batía su
propio nombre [96] , porque se le podía meter, con toda su
vestimenta, en
una piel de anguila; el estuche de un oboe habría sido para
él un palacio,
un patio; ¡y ahora tiene tierras y ganados! Bien está;
estrecharemos
relaciones, si vuelvo. Muy mala suerte tendré, si no le
convierto en
piedra filosofal por partida doble para mi uso propio. Si la
pescadilla
joven es una buena carnada para el viejo lucio, no veo razón
por qué yo
siguiendo la ley de la naturaleza, no me le he de tragar. Que
la ocasión
ayude y hecho está. (Sale) .
Escena I
Una selva en el Yorkshire.
(Entran el Arzobispo de York, Mowbray, Hastings y otros).
ARZOBISPO: ¿Cómo se llama esta selva?
HASTINGS: Es la selva de Gaultree, con permiso de Vuestra
Gracia.
ARZOBISPO: Detengámonos aquí, señores, y envía exploradores
hacia
adelante, para conocer el número de nuestros enemigos.
HASTINGS: Ya hemos enviado.
ARZOBISPO: Bien está; mis amigos, mis hermanos en esta gran
empresa, debo
haceros saber que he recibido cartas recientes de
Northumberland. Su frío
contenido, tenor y substancia, es éste: habría deseado estar
aquí
personalmente, acompañado de fuerzas que estuviesen en
relación con su
rango, fuerzas que no ha podido reunir; en consecuencia y
para dejar
madurar su fortuna naciente, se ha retirado a Escocia;
concluye con
ardientes votos por que vuestros esfuerzos puedan dominar el
azar y el
temible poder de nuestros adversarios.
MOWBRAY: ¡Así las esperanzas que fundábamos en él caen por
tierra y se
hacen pedazos!
(Entra un mensajero).
HASTINGS: Y bien, ¿qué noticias?
MENSAJERO: Al oeste de esta selva y a una milla escasa, los
enemigos
avanzan en perfecto orden; por el terreno que ocupan, calculo
que su
número llega a cerca de treinta mil hombres.
MOWBRAY: Precisamente la cifra que le suponíamos. Salgamos a
su encuentro
y afrontémosle en el llano.
(Entra Westmoreland).
ARZOBISPO ¿Quién es ese jefe armado de pies a cabeza que se
avanza hacia
nosotros?
MOWBRAY: Paréceme que es milord de Westmoreland.
WESTMORELAND: Os saludo y os transmito el cordial
cumplimiento de nuestro
general, lord Juan, duque de Lancaster.
ARZOBISPO: Hablad sin temor alguno, milord de Westmoreland.
¿Qué motivo os
trae?
WESTMORELAND: Y bien, milord, es a vos que principalmente
deben dirigirse
mis palabras. Si esta rebelión se avanzara, lógica consigo
misma, en
multitudes bajas y
abyectas, guiada por una juventud sanguinaria,
escoltada por el furor y seguida por muchachos y pillos; si,
repito, esta
maldita conmoción apareciera así en su verdadera, nativa y
más propia
forma, vos, reverendo padre, y estos nobles señores, no
estaríais aquí
para vestir las feas formas de la innoble y sangrienta
insurrección, con
vuestros brillantes honores. Vos, lord Arzobispo, cuya sede
se mantiene
sobre la paz civil, cuya barba tocó la argentina mano de la
paz, cuya
ciencia y bellas letras tuvieron la paz por tutor, cuyas
blancas
vestiduras simbolizan la inocencia, la paloma y el santo
espíritu de paz,
¿por qué con tal extravío traducís la palabra de paz, que
envuelve tanta
gracia, en la áspera y violenta lengua de la guerra,
convirtiendo vuestros
libros en tumbas, vuestra tinta en sangre, vuestras plumas en
lanzas y
vuestro lenguaje divino en la trompeta estrepitosa y el
clamor de la
guerra?
ARZOBISPO: ¿Por qué razones obro así? Tal es la cuestión, y
en breves
términos os diré mi objeto. Estamos todos enfermos; los
excesos de
intemperancia y de lascivia nos han comunicado una fiebre
ardiente, que
nos reclama sangrarnos. De esa enfermedad fue atacado nuestro
último rey,
Ricardo, y murió. Pero, mi muy noble lord de Westmoreland, no
me considero
aquí como médico, y no es como enemigo de la paz que milito
en las filas
de los hombres armados; antes bien, si me muestro bajo el
aspecto temible
de la guerra por un momento, es para cuidar los espíritus que
sufren,
anhelantes de felicidad, y purgar las obstrucciones que
comienzan a
detener en nuestras venas el curso de la vida. Hablaré más
claramente: he
pesado imparcialmente y en una justa balanza los males que
nuestras armas
pueden causar y los males que sufrimos, y he encontrado
nuestros
sufrimientos más graves que nuestras ofensas. Vemos por qué
camino corre
la corriente del
tiempo y el rudo torrente de las circunstancias nos
arranca de nuestra tranquila esfera. Tenemos el resumen de
todas nuestras
quejas, que mostraremos en adelante en el momento propicio;
le habríamos
ya, largo tiempo hace, presentado al rey, si, con todos
nuestros
esfuerzos, hubiéramos podido obtener una audiencia. Cuando
somos
perjudicados y queremos manifestar nuestras quejas, se nos
niega el acceso
a su persona, por los mismos hombres que nos causaron el
mayor perjuicio.
Los peligros de los tiempos ha poco transcurridos (cuyo
recuerdo está
escrito sobre la tierra con sangre aún visible), los ejemplos
que cada
minuto proporciona (presentes ahora), nos han obligado a
cubrirnos de
estas armas que tan mal nos van; no para romper la paz ni
ninguna de sus
ramas, sino para establecer aquí una paz positiva, en la que
concurra a la
vez el nombre y la realidad.
WESTMORELAND: ¿Cuándo fueron rechazadas vuestras
reclamaciones? ¿En qué
habéis sido ofendidos por el rey? ¿Qué par fue sobornado en
vuestro
perjuicio? ¿Por qué selláis el libro sangriento e ilícito de
la fraguada
rebelión con un sello divino y consagráis la espada amarga
del motín?
ARZOBISPO: Hago mi querella personal de los males del Estado,
nuestro
hermano común, así como de las crueldades ejercidas con mi
hermano por la
sangre.
WESTMORELAND: No hay ninguna satisfacción que dar; y si la
hay, no os
corresponde a vos
exigirla.
MOWBRAY: ¿Y por qué no a él, en parte, así como a todos
nosotros que,
sufriendo aún de un reciente pasado, vemos el tiempo presente
hacer sentir
sebre nuestros honores una mano injusta y opresiva?
WESTMORELAND: ¡Oh! mi buen lord Mowbray, apreciad los tiempos
según sus
necesidades y entonces diréis en verdad que es el tiempo y no
el rey que
causa vuestro daño. En cuanto a vos, sin embargo, paréceme
que ni el rey
ni el tiempo presente os han dado una pulgada de terreno
legítimo para
fundar vuestras quejas. ¿No habéis sido reintegrado en todos
los feudos
del duque de Norfolk, vuestro noble padre de respetada
memoria?
MOWBRAY: ¿Qué había perdido en su honor mi padre, que fuera
necesario
hacer revivir y reanimar en mí? El rey, que le amaba, se vio
obligado,
compelido por la razón del Estado, a desterrarle. Luego
cuando Enrique
Bolingbroke y él, ambos montados y rígidos sobre la silla,
relinchando los
caballos y provocando la espuela, las lanzas en ristre y la
visera calada,
los ojos arrojando llamas por entre los intersticios del
acero y la sonora
trompeta impeliéndolos el uno contra el otro, en el momento,
en el momento
mismo en que nada
podía proteger el pecho de Bolingbroke contra la lanza
de mi padre, el rey arrojó su bastón a tierra. Al mismo
tiempo arrojó con
él su vida, así como la de todos aquellos que, por sentencias
o bajo el
golpe de la espada, han sucumbido más tarde bajo Bolingbroke.
WESTMORELAND: Habláis, lord Mowbray, de lo que ignoráis; era
entonces el
conde de Hereford reputado en Inglaterra como el caballero
más valiente.
¿Quién puede decir a cuál de entre ellos habría sonreído la
fortuna? Pero,
si aun vuestro padre hubiera sido victorioso allí, no habría
salido vivo
de Coventry, porque todo el país unánimemente le odiaba y
todas sus
oraciones y todo su amor iban a Hereford, a quien mimaban v
bendecían más
que al rey, adornándole de todas las gracias... Pero es esta
una mera
digresión que me aparta de mi propósito. Vengo aquí en nombre
del
príncipe, nuestro general, a conceder vuestras quejas, a
deciros de parte
de Su Gracia, que consiente en daros audiencia; allí, todas
vuestras
reclamaciones que parezcan justas serán atendidas; todo se
desvanecerá de
lo que pueda haceros aparecer como enemigos.
MOWBRAY: Pero nos ha obligado a imponerle esa oferta, que la
política
sugiere, no el amor.
WESTMORELAND: Mowbray, la miráis muy presuntuosamente. Esta
oferta nace de
la clemencia, no del temor. Porque, ¡mirad!, ahí tenéis
nuestro ejército a
la vista. Os afirmo bajo mi honor que todos tienen demasiada
confianza
para dar cabida a un pensamiento de temor. Nuestras filas
cuentan con
mayor número de nombres ilustres que las vuestras; nuestros
soldados son
más hábiles en el manejo de las armas; nuestras armaduras son
tan fuertes
y nuestra causa la mejor; así, la razón impone que nuestros
corazones sean
tan valientes. No digáis, pues, que nuestra oferta es una
imposición.
MOWBRAY: Bien; en mi opinión, no debemos admitir
conferencias.
WESTMORELAND: Eso sólo prueba la confusión que os causa
vuestra ofensa;
una conciencia intranquila no admite examen.
HASTINGS: ¿Tiene el príncipe Juan plenos poderes, tan amplios
como la
autoridad misma de su padre, para oírnos y determinar en
absoluto las
condiciones del arreglo?
WESTMORELAND: Eso está comprendido en su título de general;
me sorprende
que hagáis tan frívola pregunta.
ARZOBISPO: Tomad, pues, esta cédula, milord de Westmoreland;
ella contiene
nuestras quejas
generales. Que cada uno de sus artículos reciba
reparación; que todos los miembros de nuestra causa, aquí y
fuera de aquí,
comprometidos en este asunto, sean amnistiados en positiva y
debida forma;
que la ejecución inmediata de nuestras voluntades, en lo que
a nuestros
propósitos se refiere, sea consignada. Entonces volveremos a
los límites
de la obediencia y enlazaremos nuestras fuerzas al brazo de
la paz.
WESTMORELAND: Mostraré esto al general. Si queréis, milord,
nos reuniremos
a la vista de nuestros ejércitos y allí, si Dios quiere,
concluiremos en
paz, o, sobre el terreno mismo de nuestra discordia,
apelaremos a las
armas que deben decidirla.
ARZOBISPO: Así lo haremos, milord.
(Sale Westmoreland).
MOWBRAY: Una voz íntima me dice que las condiciones de
nuestra paz no
pueden ser duraderas.
HASTINGS: No lo temáis; si podemos hacer la paz en los
términos tan
amplios y tan absolutos que sirvan de base a nuestras
condiciones, nuestra
paz será tan estable como la roca de la montaña.
MOWBRAY: Sí, pero la opinión que de nosotros se tendrá, será
tal que la
causa más ligera y el pretexto más infundado, el motivo más
trivial, más
vano y fútil, recordará al rey nuestra insurrección. Y aun
cuando con la
fe más leal fuéramos los mártires de nuestro amor por él,
seríamos
aventados por tan rudo viento, que nuestro grano parecería
tan ligero como
la paja, y que el buen grano no se separaría del malo.
ARZOBISPO: No, no, milord; observad esto: el rey está cansado
de tantas
quejas melindrosas e insignificantes, porque ha reconocido
que apagar una
sospecha con la muerte, es hacer revivir dos más graves en
los herederos
vivientes. Y por tanto, quiere limpiar suavemente sus listas
y no
conservar en su memoria ninguno que pueda recordarle de nuevo
sus
pérdidas. Porque sabe perfectamente que no puede extirpar por
completo de
esta tierra todo lo que le inquieta. Sus adversarios están
tan vinculados
con sus amigos, que cuando se esfuerza por derribar un
enemigo, conmueve y
sacude un amigo. Esta tierra es como una mujer insolente que
le ha
encolerizado hasta amenazarla con pegarla y que, en el
momento de hacerlo,
le presenta a su hijo, y el castigo más resuelto queda
suspendido en el
brazo levantado para ejecutarlo.
HASTINGS: Por lo demás, el rey ha usado todos sus azotes
sobre los últimos
que le han ofendido, y ahora carece de los instrumentos
mismos del
castigo. Tanto que su poder, como un león sin garras, puede
amenazar pero
no herir.
ARZOBISPO: Es muy cierto; por tanto, tened por seguro, mi
buen lord
Mariscal, que si hoy hacemos bien nuestra reconciliación,
nuestra paz,
semejante a un miembro roto y unido, será más firme que antes
de la
ruptura.
MOWBRAY: Que así sea; he aquí milord de Westmoreland que
vuelve.
(Entra Westmoreland).
WESTMORELAND: El príncipe está cerca de aquí. ¿Vuestra
Señoría querría
encontrarse con Su Gracia a una distancia igual entre ambos
ejércitos?
MOWBRAY: Que Vuestra Gracia de York marcha adelante, en
nombre del cielo.
ARZOBISPO: Id vosotros
adelante y saludad a Su Gracia; milord, os
seguimos. (Salen)
Otra parte de la selva.
(Entran, de un lado Mowbray, el Arzobispo, Hastings y otros;
del otro, el
Príncipe Juan de Lancaster, Westmoreland y oficiales de su
séquito).
PRÍNCIPE JUAN: Bienvenido, primo Mowbray. Buen día, gentil
lord Arzobispo
y también a vos, lord Hastings y a todos vosotros. Milord de
York, erais
más grato a la vista cuando vuestro rebaño reunido por la
campana, hacía
círculo a vuestro alrededor para oír con reverencia vuestra
exposición
sobre el sagrado texto, que ahora que os vemos aquí como un
hombre de
hierro, animando multitud de rebeldes con el ruido del
tambor, cambiando
la palabra por la espada y la vida por la muerte. El hombre
que ocupa el
corazón de un monarca y que madura bajo el sol de sus
favores, por
ligeramente que abuse de la confianza real, cuántas
desventuras, ¡ay!,
puede causar, a la sombra de tal grandeza. Así ha sido con
vos, lord
obispo. ¿Quién no oyó hablar del alto puesto que teníais en
los libros de
Dios? Erais, para nosotros, el que presidía su parlamento, la
imaginada
voz de Dios mismo, el verdadero abridor, el intermediario
entre la gracia,
las santidades del cielo y nuestras rudos trabajos. ¡Oh!
¿Quién no pensará
que abusáis de la reverencia de vuestras funciones, empleando
la confianza
y la gracia del cielo, como un falso favorito hace con el
nombre de su
príncipe, en actos deshonrosos? Habéis sublevado, con la
mentida
consagración de Dios, los súbditos de su representante, mi
padre; y es a
la vez contra la paz del cielo y contra él que los habéis
amotinado.
ARZOBISPO: Mi buen lord de Lancaster, no me encuentro aquí
contra la paz
de vuestro padre; pero, como lo he dicho a milord de
Westmoreland, es el
desorden de los tiempos y el sentimiento general de un
peligro común que
nos reúne y nos agrupa en esta forma monstruosa para
garantizar nuestra
seguridad. He enviado a Vuestra Gracia la enumeración y el
detalle de
nuestras quejas, los que fueron rechazados con desdén por la
Corte, lo que
dio origen a esta Hydra, hija de la guerra. Pero sus ojos
terribles pueden
ser adormecidos por el encanto, concediéndonos nuestros
justos y legítimos
reclamos y la verdadera obediencia, curada de esta locura,
caerá
humildemente a los pies de la majestad.
MOWBRAY: Si no,
prontos estamos a tentar la fortuna hasta el último
hombre.
HASTINGS: Y aunque sucumbiéramos aquí, tendremos
reemplazantes para
renovar la empresa; si fracasan, otros les sucederán, y así
tomará vida
una sucesión de insurrecciones; esta querella se transmitirá
de heredero
en heredero, en tanto que en Inglaterra haya generaciones.
PRÍNCIPE JUAN: Sois muy ligero, Hastings, demasiado ligero,
para sondar
así la profundidad de los tiempos venideros.
WESTMORELAND: Quiera vuestra gracia contestarles directamente
en qué
términos acepta sus proposiciones.
PRÍNCIPE JUAN: Las acepto todas y las apruebo. Juro aquí, por
el honor de
mi sangre, que los propósitos de mi padre fueron mal
entendidos y que
algunos de los que están cerca de él, falsearon
frecuentemente su voluntad
y su autoridad. Milord, estos agravios serán prontamente
reparados; por mi
alma, lo serán. Si os place, devolved vuestras fuerzas a sus condados
respectivos, como haremos con las nuestras; y aquí, entre los
ejércitos,
bebamos juntos amistosamente y abracémonos, para que todos
los ojos puedan
llevar a sus hogares el testimonio de nuestro restaurado amor
y renovada
amistad.
ARZOBISPO: Tomo vuestra palabra de príncipe por esas
satisfacciones.
PRÍNCIPE JUAN: Os lo doy y mantendré mi palabra; en
consecuencia, bebo a
la salud de vuestra gracia.
HASTINGS: Id, capitán (a un oficial) , y llevad al ejército
estas noticias
de paz; que las tropas sean pagadas y partan; sé que esto les
agradará.
Apresúrate, capitán.
(Sale el oficial).
ARZOBISPO: ¡A vos mi noble lord de Westmoreland!
WESTMORELAND: Correspondo a vuestra gracia. Y, si supierais
qué de trabajo
me ha dado para conseguir esta paz, beberíais de todo
corazón; pero mi
amor por vos se hará ver en breve más abiertamente.
ARZOBISPO: No dudo de vos.
WESTMORELAND: Eso me contenta; ¡salud a milord, mi gentil
primo, Mowbray!
MOWBRAY: Me deseáis salud en el momento oportuno, porque
acabo de sentir
súbitamente una indisposición.
ARZOBISPO: Antes de la desgracia, siempre los hombres están
alegres, pero
la tristeza presagia la felicidad.
WESTMORELAND: Regocijáos, pues, primo, porque esa súbita
tristeza os
permite decir que algo feliz os sucederá mañana.
ARZOBISPO: Creedme, tengo el humor más que alegre.
MOWBRAY: Tanto peor, si vuestra máxima es exacta.
(Aclamaciones a lo lejos).
PRÍNCIPE JUAN: La palabra de paz se ha hecho pública. ¡Oíd
cómo la
aclaman!
MOWBRAY: Esos vítores habrían sido más gozosos después de una
victoria.
ARZOBISPO: La paz es en sí misma una conquista; porque
entonces ambos
partidos se someten y ninguno de ellos se pierde.
PRÍNCIPE JUAN: Id, milord, y licenciad también nuestro
ejército.
(Sale Westmoreland) . Y si lo permitís, mi buen lord,
nuestras tropas
desfilarán ante nosotros, a fin de que veamos con qué clase
de hombres
habríamos tenido que medirnos.
ARZOBISPO: Id, buen lord Hastings, que antes de desbandarse,
desfilen
delante de nosotros.
(Sale Hastings)
PRÍNCIPE JUAN: Espero, milords, que reposaremos juntos esta
noche.
(Vuelve Westmoreland). Y bien, primo, ¿por qué permanece
inmóvil nuestro
ejército?
WESTMORELAND: Los jefes, habiendo recibido de vos la orden de
permanecer,
no quieren irse antes que les hayáis hablado.
PRÍNCIPE JUAN: Conocen sus deberes.
(Vuelve Hastings).
HASTINGS: Milord, nuestro ejército está ya disperso. Como
torillos libres
del yugo, se han desbandado al Este, Oeste, Norte y Sur; o,
como una
escuela en licencia, cada uno se precipita a su casa o al
sitio de juegos.
WESTMORELAND: Buena noticia, milord Hastings, por la cual te
arresto,
traidor, por alta traición. Y vos, lord Arzobispo, y vos,
lord Mowbray, os
prendo también por traición capital.
MOWBRAY: ¿Es ese un proceder justo y honorable?
WESTMORELAND: ¿Vuestro levantamiento lo es?
ARZOBISPO: ¿Así rompéis la fe jurada?
PRÍNCIPE JUAN: No te empeñé ninguna; os he prometido corregir
los abusos
de que os habéis quejado; los que, por mi honor, reformaré
con cristiana
solicitud. Pero en cuanto a vosotros, rebeldes, gustaréis la
recompensa
que se debe a la rebelión y a actos como los vuestros. Habéis
levantado
esas tropas imprudentemente, aturdidamente reunido aquí y
dispersado
locamente. Que batan nuestros tambores y se persigan las
tropas
desbandadas. El cielo, no nosotros, ha triunfado sin sangre
en este día.
Una guardia lleve estos traidores a la muerte, el verdadero
lecho donde la
traición rinde su último aliento. (Salen) .
Otra parte de la selva.
(Clarines. Movimiento de tropas. Entran Falstaff y Coleville
y se
encuentran).
FALSTAFF: ¿Cuál es vuestro nombre, señor? ¿Cuál vuestra
condición? ¿De qué
punto sois, os ruego?
COLEVILLE: Soy caballero, señor, y mi nombre es Coleville del
Valle.
FALSTAFF: Bien, pues; Coleville es vuestro nombre; caballero
vuestro rango
y vuestro punto el Valle. Coleville será siempre vuestro
nombre, traidor
vuestro rango, el calabozo vuestro sitio, un sitio bastante
profundo, de
manera que siempre seréis Coleville del Valle.
COLEVILLE: ¿No sois sir John Falstaff?
FALSTAFF: Un hombre que le vale, señor, sea yo quien
sea. ¿Os rendís,
señor? ¿O debo sudar por vuestra causa? Si llego a sudar,
cada gota será
una lágrima para tus amigos, que llorarán tu muerte. Por
tanto, despierta
tu miedo y tiembla e inclínate ante mi clemencia.
COLEVILLE: Pienso que sois sir John Falstaff y, en ese
concepto, me rindo.
FALSTAFF: Tengo en este vientre mío una escuela entera de
lenguas y
ninguna de ellas dice otra palabra más que mi nombre. Si no tuviera
más
que un vientre común, sería simplemente el muchacho más
activo de Europa.
¡Mi panza, mi panza, mi panza me perjudica! Aquí viene
nuestro general.
(Entra el Príncipe Juan de Lancaster, Westmoreland y otros).
PRÍNCIPE JUAN: La furia ha pasado; no vamos más lejos ahora.
Tocad
llamada, primo Westmoreland.
(Sale Westmoreland).
Y bien, Falstaff, ¿dónde habéis estado todo este tiempo?
Siempre llegáis
cuando todo ha concluido. Por vida mía que todas esas tretas
el día menos
pensado van a hacer deslizar una plancha de horca bajo
vuestros pies.
FALSTAFF: Sería una lástima, milord, que así no sucediera.
Nunca he
conocido otra cosa sino censuras y reprensiones como
recompensa del valor.
¿Pensáis que soy una golondrina, una flecha o una bala?
¿Tengo, acaso, en
mi pobre y vieja movilidad, la rapidez del pensamiento? He
corrido hasta
aquí con la más extremada prontitud posible; he reventado más
de ciento
ochenta caballos de posta y aquí mismo, embarcado como estoy,
he, en mi
puro e inmaculado valor, hecho prisionero a sir John
Coleville del Valle,
un furiosísimo caballero y valeroso enemigo. ¿Pero qué vale
eso? Me vio y
se rindió; tanto es que puedo justamente decir como el gran
narigón de
Roma: vine, vi, vencí.
PRÍNCIPE JUAN: Debido más a su cortesía que a vuestro valor.
FALSTAFF: No lo sé; el hecho es que aquí está y aquí os lo
entrego. Ruego
a vuestra gracia se sirva hacer anotar este acto con el resto
de los
sucesos del día. Si no, por el cielo, lo haré cantar en una
balada
especial, con mi propio retrato al frente y Coleville
besándome los pies.
Si me veo forzado a tomar ese partido, si no aparecéis todos
vosotros a mi
lado como monedillas doradas de a dos peniques y yo, en el
brillante cielo
de la fama, eclipsándoos como la luna llena apaga las chispas
del
firmamento, que parecen cabezas de alfiler a su lado, no
creáis en la
palabra del noble. En consecuencia, dejadme gozar de mis
derechos y
permitid que el mérito ascienda.
PRÍNCIPE JUAN: Eres muy pesado para ascender.
FALSTAFF: Entonces hacedlo brillar.
PÍNCIPE JUAN: Es demasiado opaco para brillar.
FALSTAFF: Haced cualquier cosa, mi buen lord, que me sea
favorable, y
llamadla como queráis.
PRÍNCIPE JUAN: ¿Tu nombre es Coleville?
COLEVILLE: Sí, milord.
PRÍNCIPE JUAN: Eres un famoso rebelde Coleville.
FALSTAFF: Y un famoso súbdito leal le tomó.
COLEVILLE: No soy, milord, sino lo que son mis superiores,
que me
condujeron aquí. Si se hubieran dejado guiar por mí, os
habría costado más
caro vencerlos.
FALSTAFF: No sé cuánto habría costado; pero tú, como un buen
muchacho, te
entregaste gratis y te lo agradezco.
(Vuelve Westmoreland).
PRÍNCIPE JUAN: Y bien, ¿habéis suspendido la persecución?
WESTMORELAND: Las tropas se retiran y la matanza ha cesado.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Enviad a Coleville, con sus confederados, a
York, para
ser ejecutado en el acto; Blunt, conducidlos allí y
custodiadlos
seguramente.
(Salen algunos con Coleville).
Y ahora, señores, apresurémonos a partir para la Corte. Me
anuncian que mi
padre está gravemente enfermo. Nuestras noticias llegarán
antes que
nosotros a su majestad y vos las llevaréis, primo, para
reconfortarlo y
nosotros os seguiremos con sobria rapidez.
FALSTAFF: Os ruego, milord, que me permitáis pasar por el
Gloucestershire;
cuando lleguéis a la Corte, os suplico, deis buenos informes
de mí.
PRÍNCIPE JUAN: Adiós, Falstaff; en mi calidad, hablaré de vos
mejor que lo
que merecéis. (Sale) .
FALSTAFF: Desearía tan sólo que tuvieras un poco de espíritu;
eso te
valdría más que tu ducado. A fe mía, que este muchacho de
sangre helada no
me quiere; [97] ningún hombre puede hacerle reír; pero eso no
es raro,
porque no bebe vino. Nunca estos jóvenes reservados llegan a
ser algo de
provecho, porque la exigua bebida y las numerosas comidas de
pescado, les
enfría tanto la sangre, que caen en una especie de anemia
masculina;
luego, cuando se casan, engendran rameras; por lo general,
son estúpidos y
cobardes, como lo seríamos muchos de nosotros sin ese
estimulante. Un buen
jarro de Jerez hace un doble efecto. Me asciende al cerebro,
diseca allí
todos los tontos, obtusos y agrios vapores que lo rodean, lo
hace sagaz,
vivo, inventivo, lleno de ligeras, ardientes y deliciosas
formas, que,
entregadas a la voz (la lengua) que les da vida, se
convierten en
excelente espíritu. La segunda propiedad de vuestro excelente
Jerez es
calentar la sangre, la que, antes fría y pesada, deja al
hígado blanco y
pálido, que es el distintivo de la pusilanimidad y cobardía;
pero el Jerez
la calienta y la hace correr del interior a todos los
extremos. Ilumina la
cara que, como un faro, da la señal a todo el resto de este
pequeño reino,
el hombre, de armarse; entonces toda la milicia vital y los
pequeños
espíritus internos se forman detrás de su capitán, el
corazón, que, grande
y soberbio de ese cortejo, se atreve a cualquier empresa
valerosa. Y todo
ese valor viene del Jerez. Así la ciencia de las armas no es
nada sin el
vino; porque él la empuja a la acción; la doctrina es una
mera mina de
oro, custodiada por un demonio, hasta que el vino no emprende
con ella y
la pone en obra y valor. De ahí viene que el príncipe Harry
sea valiente,
porque la sangre fría que naturalmente heredó de su padre,
semejante a un
terreno mezquino, desnudo y estéril, la ha cultivado,
abonado, labrado por
el excelente hábito de beber en grande, por frecuentes
libaciones de
fértil Jerez; así es que se ha vuelto muy ardiente y bravo.
Si tuviera mil
hijos, el principio humano que les enseñaría sería de
proscribir toda
bebida ligera y dedicarse al buen vino.
(Entra Bardolfo)
¿Qué hay, Bardolfo?
BARDOLFO: El ejército ha sido licenciado y ha partido.
FALSTAFF: Déjalo partir. Yo me iré por el Gloucestershire y
visitaré allí
a maese Roberto Trivial, hidalgo. Ya le he amoldado entre mi
índice y
pulgar y en breve le pondré mi sello. Vamos. (Salen)
WESTMINSTER. Una sala en el Palacio.
(Entran el rey Enrique, Clarence, el príncipe Humphrey,
Warwick y otros).
REY ENRIQUE: Ahora, señores, si el cielo da éxito feliz al
debate que
sangra a nuestras puertas, queremos guiar a nuestra juventud
a más altos
campos de batalla y no blandir espadas que no estén
santificadas. Nuestra
armada está preparada, nuestras fuerzas reunidas, nuestros
sustitutos
durante nuestra ausencia debidamente investidos, todo está en
orden y de
acuerdo con nuestros deseos. Sólo nos hace falta un poco de
fuerza
personal y esperamos que esos rebeldes, aún en pie, hayan
caído bajo el
yugo del gobierno.
WARWICK: No dudamos que en breve tendrá vuestra majestad
ambas
satisfacciones.
REY ENRIQUE: Hijo Humphrey de Gloster, ¿dónde está el
príncipe vuestro
hermano?
HUMPRHEY: Creo que ha ido a cazar, milord, a Windsor.
REY ENRIQUE: ¿Quién le acompaña?
HUMPRHEY: No lo sé, milord.
REY ENRIQUE: ¿No está con él su hermano, Tomás de Clarence?
HUMPHREY: No, mi buen lord; está aquí presente.
CLARENCE: ¿Qué desea mi padre y señor?
REY ENRIQUE: Sólo bien te desea, Tomás de Clarence. ¿Cómo es
que no estás
con el príncipe tu hermano? El te ama y tú le desatiendes,
Tomás. Tienes
mejor sitio en su afección que todos sus hermanos; foméntala,
hijo mío.
Así podrás, después de mi muerte, llenar el noble oficio de
mediador entre
su majestad y sus otros hermanos. Por tanto, no le evites, no
adormezcas
su amor, no pierdas las ventajas de su cariño mostrándote
frío o
indiferente hacia él. Porque es benevolente cuando se le
cultiva; tiene
siempre una lágrima para la piedad y la mano generosa como la
luz del día
para la dulce caridad. Sin embargo, cuando se le exaspera, es
de piedra,
tan sombrío como el
invierno, tan brusco como las lluvias heladas que caen
al amanecer. Por lo tanto, debe observarse mucho su
temperamento; regáñale
por sus faltas, pero hazlo con respeto y cuando te apercibas
que su sangre
se inclina al contento. Pero, si está malhumorado, dale
espacio y suéltale
la cuerda, hasta que sus pasiones, como una ballena sobre la
arena, se
consuman en sus propios esfuerzos. No olvides esto, Tomás, y
serás un
amparo para tus amigos, el vínculo de oro que mantendrá
unidos a tus
hermanos, tanto, que el vaso en el que su sangre se confunde,
será
inatacable al veneno de la sugestión que por fuerza la edad
derramará en
él, aun cuando ese veneno fuera tan violento como el acónito,
tan
impetuoso como la pólvora.
CLARENCE: Cultivaré su cariño con toda mi atención y mi
ternura.
REY ENRIQUE: ¿Por qué no estás ahora en Windsor con él,
Tomás?
CLARENCE: No está allí hoy; como en Londres.
REY ENRIQUE: ¿Quién le acompaña? ¿Puedes decírmelo?
CLARENCE: Poins y otros de sus compañeros habituales.
REY ENRIQUE: Las tierras más ricas son las más invadidas por
la mala
yerba. Y él, la noble imagen de mi juventud, está obstruido
por ella; es
por eso que mi angustia se extiende más allá de la hora de la
muerte. Mi
corazón llora sangre cuando me figuro por la imaginación los
días de
extravío, los tiempos corrompidos que veréis cuando yo duerma
con mis
antepasados. Porque cuando su obstinado desenfreno no tenga
sujeción,
cuando la cólera y el ardor de la sangre sean sus consejeros,
cuando los
medios y la prodigalidad se reúnan, ¡oh, con qué alas le
arrebatarán sus
pasiones a través de peligros amenazadores, hacia la ruina
fatal!
WARWICK: Mi buen lord, miráis demasiado lejos. El príncipe
sólo estudia a
sus compañeros como una lengua extranjera. Así, para saber su
idioma, es
necesario haber aprendido las palabras más inmodestas. Una
vez que esto se
ha conseguido, vuestra alteza sabe que no se las emplea ya y
que sólo se
las conoce para evitarlas. Así, como a esos términos
groseros, el
príncipe, ilustrado por el tiempo, rechazará a sus
compañeros, cuyo
recuerdo, como un
patrón, como una medida viva, servirá a su gracia para
estimar la conducta de los otros, aprovechando así los
errores pasados.
REY ENRIQUE: Raro es que la abeja abandone el panal que ha
dejado en la
carroña... ¿Quién viene? ¿Westmoreland?
(Entra Westmoreland).
WESTMORELAND: ¡Salud a mi soberano! ¡Que nuevas dichas
se añadan para él a
las que vengo a anunciar! El príncipe Juan, vuestro hijo,
besa la mano de
vuestra gracia. Mowbray, el obispo Scroop, Hastings y todos,
cayeron bajo
el rigor de vuestra ley. No hay ya una sola espada rebelde
desenvainada y
la paz extiende por doquier su ramo de olivo. Cómo se obtuvo
este triunfo,
más despacio podrá vuestra alteza leerlo en este relato
completo y
detallado.
REY ENRIQUE: ¡Oh, Westmoreland! ¡Eres el pájaro primaveral
que siempre,
sobre el anca del invierno, canta el amanecer! Mira, aquí
tenemos más
noticias.
(Entra Harcourt)
HARCOURT: ¡El cielo preserve de enemigos a vuestra majestad!
¡Y cuando
contra vos se levanten, puedan caer como aquellos de quienes
vengo a
hablaros! El conde de Northumberland y lord Bardolfo, al
frente de una
numerosa fuerza de ingleses y escoceses, han sido batidos por
el Sheriff
del Yorkshire. Los detalles y circunstancias de la lucha,
están contenidos
ampliamente en estos despachos.
REY ENRIQUE: ¿Por qué esas buenas noticias me causan este
mal? ¿Jamás
vendrá la Fortuna con sus dos manos llenas y escribirá
siempre sus más
bellas palabras en sombríos caracteres? Ora da el apetito y
no el
alimento, como al pobre en plena salud; ora da un festín y
retira el
apetito, como al rico, que tiene la abundancia y no la goza.
Quisiera
regocijarme ahora de esas nuevas felices y mi vista se turba,
la cabeza me
gira. ¡A mí! aproximaos, me siento muy mal.
(Se desvanece).
HUMPRHEY: ¡Animo, majestad!
CLARENCE: ¡Oh, mi real padre!
WESTMORELAND: ¡Mi soberano señor, volved en vos, abrid los
ojos!
WARWICK: Paciencia, príncipes; ya sabéis que estos ataques
son ordinarios
en su alteza. Apartaos de él, dadle aire; pronto volverá en
sí.
CLARENCE: No, no; no puede soportar por mucho tiempo esas
congojas. La
incesante inquietud y trabajo de su espíritu han roto el muro
que le
contiene y la vida sale a través y se le escapa.
HUMPHREY: El pueblo me alarma, porque ha observado criaturas
sin padres,
monstruosos partos de la naturaleza. Las estaciones han
cambiado de
carácter, como si el año, encontrando algunos meses dormidos,
los hubiera
pasado de un salto.
CLARENCE: El río ha tenido tres mareas, sin reflujo
intermediario; la
gente vieja, vetusta crónica del pasado, dice que lo mismo
sucedió poco
tiempo antes que nuestro bisabuelo Eduardo, cayera enfermo y
muriera.
WARWICK: Hablad bajo, príncipe, porque el rey vuelve en sí.
HUMPHREY: Esta apoplejía concluirá seguramente con él.
REY ENRIQUE: Os ruego, sostenedme y llevadme a otra pieza;
despacio, os
suplico.
(Transportan al Rey a una alcoba, en el fondo de la escena y
le colocan
sobre un lecho).
Que no se haga ruido, mis buenos amigos; quisiera que una
mano dulce y
cariñosa susurre un poco de música a mi fatigado espíritu.
WARWICK: Haced venir los músicos al cuarto contiguo.
REY ENRIQUE: Poned la corona aquí, sobre la almohada.
CLARENCE: Sus ojos se hunden y cambia mucho.
WARWICK: Menos ruido, menos ruido.
(Entra al príncipe Enrique).
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Quién ha visto al duque de Clarence?
CLARENCE: Aquí estoy, hermano, agobiado de dolor.
PÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo? ¿Lluvia aquí dentro y no fuera? ¿Cómo
va el rey?
HUMPHREY: Excesivamente mal.
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Conoce ya las buenas noticias? Decídselas.
HUMPHREY: Es al saberlas que se ha agravado.
PRÍNCIPE ENRIQUE: Si está enfermo de alegría, sanará sin
médico.
WARWICK: No tanto ruido, milords; mi buen príncipe, hablad
más bajo. El
rey, vuestro padre, se dispone a dormir.
CLARENCE: Retirémonos a la otra cámara.
WARWICK: ¿Vuestra gracia se dignará venir con nosotros?
PRÍNClPE ENRIQUE: No; me sentaré aquí y velaré al rey. (Salen
todos, menos
el rey y el Príncipe Enrique). ¿Por qué la corona reposa,
allí sobre su
almohada, esa inquieta compañera del lecho? ¡Oh espléndida
perturbación!
¡Dorada ansiedad, que tienes las puertas del sueño de par en
par abiertas
a tantas noches agitadas! ¡Duerme con ella ahora! ¡Pero no
tan
profundamente, no con tanta intensa dulzura como aquel que,
con la frente
ceñida por un tosco gorro, ronca la noche entera! ¡Oh,
majestad! ¡Cuánto
oprimes a aquel que te lleva! Lo haces como una rica armadura
que, en el
calor del día, abrasa protegiendo. A las puertas de su
aliento, reposa una
suave pluma, que no se agita; si respirara, ese blando e
imponderable
vello se movería. ¡Mi buen lord! ¡Mi padre! Este sueño es
profundo en
verdad; es el sueño que ha hecho divorciar a tantos reyes
ingleses con
esta diadema de oro. Lo que te debo son lágrimas, son las
hondas
aflicciones de la sangre, que la naturaleza, el amor y la
ternura filial
te pagarán, padre querido, ampliamente. Lo que me debes tú es
esta
imperial corona que, como inmediato a tu rango y a tu sangre,
me viene por
sí misma. Hela aquí puesta: (coloca la corona sobre su
cabeza) ¡que el
cielo la guarde! Que todas las fuerzas del mundo se reúnan en
un brazo
gigante, no me arrancarán este honor hereditario. La recibí
de ti y a los
míos la transmitiré, como tú la dejaste. (Sale) .
REY ENRIQUE: (Despertándose) . ¡Warwick! ¡Gloster! ¡Clarence!
(Vuelve Warwick y los otros).
CLARENCE: ¿Llama el rey?
WARWICK: ¿Qué desea, vuestra majestad? ¿Cómo se encuentra,
vuestra gracia?
REY ENRIQUE: ¿Por qué
me habéis dejado solo aquí, milords?
CLARENCE: Dejamos al príncipe mi hermano aquí, mi señor,
quien se encargó
de velar por vos.
REY ENRIQUE: ¿El príncipe de Gales? ¿Dónde está? Dejadme
verle. No está
aquí.
WARWICK: Esa puerta está abierta; ha salido en esa dirección.
HUMPHREY: No ha pasado por el cuarto en que estábamos.
REY ENRIQUE: ¿Dónde está la corona? ¿Quién la ha tomado de mi
cabecera?
WARWICK: Cuando nos retiramos, mi señor, la dejamos aquí.
REY ENRIQUE: El príncipe la habrá tomado; id en su busca.
¿Tiene tal prisa
que confunde mi sueño con mi muerte? Encontradle, milord de
Warwick, y
traedle aquí en el acto.
(Sale Warwick).
Esa conducta de su parte se une a la enfermedad para acelerar
mi fin.
¡Ved, hijos, cómo sois! ¡Cuán pronto la naturaleza cae en la
rebelión,
cuando el oro es su objetivo! Para eso los padres,
insensatamente
inquietos, han roto su sueño con las preocupaciones, su
cerebro por los
cuidados, sus huesos por la labor! ¡Para eso han engrosado y
apilado
impuros montones de oro extrañamente adquiridos! ¡Para eso se
han
preocupado de educar a sus hijos en las artes y en los
ejercicios de la
guerra! Tal como las abejas, tomando a cada flor su dulce
savia, con los
muslos cargados de cera y la boca de miel, llevamos nuestro
tesoro a la
colmena, y, como a las abejas, se nos mata por nuestro
trabajo. Ese amargo
desencanto premia la previsión del padre expirante.
(Vuelve Warwick).
Y bien, ¿dónde está el que no puede esperar hasta que su
aliada la
enfermedad concluya conmigo?
WARWICK: Milord, he encontrado al príncipe en la cámara
contigua, regando
con tiernas lágrimas su dulce rostro, en tal actitud de
profunda pena, que
la tiranía, que sólo con sangre se desaltera, habría al
verle, lavado su
espada en lágrimas de piedad.
REY ENRIQUE: ¿Pero por qué ha tomado la corona?
(Vuelve el Príncipe Enrique).
¡Ah! helo aquí. Acércate, Harry. Alejaos de esta cámara;
dejadnos solos.
(Salen Clarence, Humphrey, Lords, etc.).
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Nunca creí oír ya vuestra voz!
REY ENRIQUE: Esa idea era hija de tu deseo, Harry. Tardo
demasiado cerca
de ti y te canso. ¿Tienes tal hambre de mi trono vacío, que
quieres
violentamente investirte de mis dignidades, antes que la hora
madure? ¡Oh,
loca juventud! ¡Aspirar a la grandeza que debe abrumarte!
Espera tan solo
un momento; porque la nube de mi poder está sostenida por tan
débil
viento, que pronto caerá: mi día se obscurece. Has estafado
aquello que,
dentro de pocas horas, era tuyo sin delito. En la hora de muerte,
has
puesto el sello a mis previsiones. En vida me has probado que
no me amabas
y quieres que muera con esa convicción. Encubres mil puñales
en tus
pensamientos, que has afilado sobre tu corazón de piedra,
para herir la
última media hora de mi vida. ¡Cómo! ¿No puedes tolerarme una
media hora
más? Ve, pues, a cavar tú mismo mi tumba y ordena a las
alegres campanas
que suenen a tus oídos, que estás coronado, no que estoy
muerto. ¡Que
todas las lágrimas que regarían mi féretro, sean gotas de
bálsamo para
santificar tu cabeza! Arroja mis restos al polvo del olvido,
da a los
gusanos aquel que te dio la vida. Expulsa a mis servidores,
anula mis
decretos, porque la hora ha llegado de escarnecer el orden.
Enrique V ha
sido coronado: ¡arriba la Locura! ¡Abajo la real grandeza!
¡Vosotros
todos, sabios consejeros, atrás! Y ahora acudid a la Corte de
Inglaterra,
de todas las regiones, ¡frívolas abejas! ¡Ahora, vecinas
contreras,
purgaos de vuestra escoria! ¿Tenéis algún rufián que jure,
beba, baile,
pase la noche en jarana, robe, asesine y cometa los más
viejos crímenes de
la manera más nueva? Sed felices, ya no os incomodará más:
¡Inglaterra va
a cubrir con un doble dorado su triple infamia! [98]
Inglaterra le dará
empleo, honor, poder; porque el quinto Enrique arranca a la
licencia
domada el bozal de la represión y la perra salvaje va a
clavar su diente
en la inocencia. ¡Oh, mi pobre reino, enfermo de las luchas
intestinas! Si
mis cuidados no han podido preservarte del desastre, ¿qué
será de ti
cuando sea el desastre quien te cuide? ¡De nuevo te
convertirás en un
desierto, poblado por los lobos, tus antiguos habitantes!
PRÍNCIPE ENRIQUE: (Arrodillándose) . Perdonadme, mi señor,
pero si las
lágrimas no hubieran detenido mi palabra, me habría
anticipado a esos
duros y acerbos reproches, antes que vuestro dolor hubiera
hablado, antes
que tan lejos hubiera llegado. He aquí vuestra corona: que
aquel que lleva
la corona inmortal, os la guarde largo tiempo. Si de otra
manera la
estimo, que como vuestro honor y vuestra gloria, que jamás me
levante de
esta postura obediente (que mi espíritu profundamente leal y
respetuoso me
sugiere) como el homenaje visible de su sumisión. El cielo me
es testigo
que, cuando aquí llegué y encontré sin aliento a vuestra
majestad, un frío
mortal penetró mi corazón. Si finjo, ¡pueda morir en mi
presente desvarío
y no vivir bastante para mostrar al mundo incrédulo el noble
cambio que me
había propuesto! Habiéndome acercado para miraros, creyendoos
muerto (casi
muerto yo mismo), ¡oh!, mi soberano, pensando que lo
estabais, hablé a la
corona como si pudiera oírme y así la vituperé: Los cuidados,
que causas,
aniquilaron el cuerpo de mi padre. Así, tú del mejor oro,
eres el oro
peor. Otro de menos ley que tú, es más precioso, porque bajo la
forma de
medicina, preserva la vida humana; ¡pero tú, más fino, más
lleno de
honores, más renombrado, devoras al que te lleva! como con un
enemigo que,
a mi vista, hubiera asesinado a mi padre: querella de buen
heredero. Fue
así, mi real soberano, que acusando a la corona, la puse
sobre mi cabeza
para medirme con ella. Pero si ha llegado a infestar de gozo
mi alma o a
inflar de orgullo mi corazón, si el menor espíritu de
rebelión o de
vanidad me ha hecho acoger el poder que simboliza con la
menor afección de
bienvenida. ¡Que el cielo la aleje para siempre de mi cabeza
y me
convierta en el más miserable de los vasallos que con
reverencia y pavor
se arrodillaban ante ella!
REY ENRIQUE: ¡Oh, hijo mío! El cielo te inspiró la idea de
tomarla para
que pudieras acrecentar el amor de tu padre, abogando tan
cuerdamente en
tu excusa. Acércate, Harry, siéntate cerca de mi lecho y oye
mis consejos,
los últimos, creo, que proferiré. El cielo conoce, hijo mío,
por qué
sendas extraviadas, por qué caminos tortuosos e indirectos,
alcancé esta
corona; yo mismo sé cuán laboriosamente se fijó sobre mi
cabeza. Sobre la
tuya descenderá más tranquilamente, con mayor respeto de la
opinión, más
firme, porque toda la mancha de la adquisición bajará conmigo
a la tumba.
Aparecía en mí, sólo como un honor arrancado con violenta
mano y muchos
hombres vivían para echarme en cara haberla ganado con su asistencia.
De
ahí las querellas diarias y los sangrientos trastornos de una
paz
ilusoria. Tú has visto con qué peligro he arrostrado esas
amenazas
insolentes, porque todo mi reino no ha sido sino el drama en
que se ha
desenvuelto ese argumento. Pero ahora mi muerte cambia la
situación,
porque lo que en mí fue una adquisición, te llega por un
camino más digno,
porque obtienes la diadema por sucesión. Sin embargo, aunque
tú te
establecerás con mayor firmeza de la que yo podía alcanzar,
no tendrás
solidez suficiente mientras persistan las quejas aún vivaces.
Todos mis
amigos, de los que debes hacer tus amigos, sólo desde hace
poco perdieron
sus garras y sus dientes; elevado primeramente por su ruda
asistencia,
temí luego ser derribado por su poder. Para evitarlo, les
hice pedazos;
tenía ahora el proyecto de conducir el resto a Tierra Santa,
temiendo que
el reposo y la inacción no les aconsejasen examinar de cerca
mi autoridad.
Así, pues, Harry, que ese sea tu sistema, ocupar esos
espíritus inquietos,
en guerras extranjeras, de manera que su actividad,
ejercitada lejos de
aquí, pueda borrar la memoria de los primeros días. Más te
diría, pero mis
pulmones están de tal modo fatigados, que ya no tengo fuerza
para hablar.
¡Que Dios me perdone cómo alcancé la corona y permita que
puedas tú vivir
en paz con ella!
PRÍNCIPE ENRIQUE: Mi gracioso señor, la habéis ganado,
llevado, conservado
y me la dais; así, mi posesión es completa y legítima: con
una energía
superior a la común, la defenderé contra el mundo entero.
(Entran el Príncipe Juan de Lancaster, Warwick, lores, etc.).
REY ENRIQUE: Mirad, mirad, ahí viene mi Juan de Lancaster.
PRÍNCIPE JUAN: ¡Salud, paz y prosperidad a mi real padre!
REY ENRIQUE: Me traes la prosperidad y la paz, hijo Juan;
pero la salud
¡ay! volose sobre sus alas juveniles de este tronco seco y
marchito. Ya lo
ves; mi tarea en este
mundo toca a su fin. ¿Dónde está milord de Warwick?
PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Milord de Warwick!
REY ENRIQUE: ¿La cámara en la que me desvanecí por primera
vez, tiene
algún nombre particular?
WARWICK: La llaman Jerusalem, mi noble señor.
REY ENRIQUE: ¡Dios sea alabado! Es allí donde debe concluir
mi vida. Se me
ha profetizado hace muchos años que no moriría si no en
Jerusalem; había
creído por error que sería en Tierra Santa. Pero llevadme a
esa cámara;
quiero reposar allí; en esa Jerusalem morirá Enrique. (Salen) .
Escena I
GLOUCESTERSHIRE. Un cuarto en la casa del juez Trivial.
(Entran Trivial, Falstaff, Bardolfo y el Paje).
TRIVIAL: ¡Vive Dios, señor mío, que no os iréis esta noche!
Vamos, Davy,
¿vienes?
FALSTAFF: Es necesario que me excuséis, maese Trivial.
TRIVIAL: No os excusaré; no seréis excusado; no se admitirán
excusas; no
hay excusa que valga; no seréis excusado... ¡Y bien, Davy!
(Entra Davy)
DAVY: Aquí estoy, señor.
TRIVIAL : Davy, Davy, Davy... A
ver Davy, a ver... ¡Ya, eso es! William,
el cocinero... decidle que venga. Sir John, no seréis
excusado.
DAVY: ¡Ay, señor! esas órdenes no pueden ser ejecutadas; ¿una
vez más,
señor, sembraremos de trigo la tierra del cercado?
TRIVIAL: De trigo rojo, Davy. Pero en cuanto a William, el
cocinero... ¿No
hay pichones tiernos?
DAVY: Sí, señor. He aquí ahora la cuenta del herrero por
herraduras y
hierros de arado.
TRIVIAL: Que se examine y se pague... Sir John, no seréis
excusado.
DAVY: Señor, el cubo necesita absolutamente un anillo
nuevo... Además,
señor, ¿pensáis retener algo sobre el sueldo de William, por
el saco que
perdió el otro día en la feria de Kinckey?
TRIVIAL: Debe responder de él... Algunos pichones, Davy, un
par de
gallinas de patas cortas, un cuarto de carnero y algunas
pequeñas
fruslerías bien sabrosas... Avisa a William el cocinero.
DAVY: ¿El hombre de guerra se quedará aquí toda la noche,
señor?
TRIVIAL: Sí, Davy. Quiero tratarle bien. Un amigo en la Corte
vale más que
un penique en el bolsillo. Trata a esos hombres bien, Davy,
porque son
bribones de cuenta y pueden difamarnos.
DAVY: No más, sin embargo, que lo que se les difama a ellos
mismos.
TRIVIAL: Bien encontrado, Davy. Ahora, a tu quehacer.
DAVY: Os ruego, señor, que apoyéis a Williams Visor, de
Wincot, contra
Clement Perkes de la Colina.
TRIVIAL: Hay muchas quejas, Davy, contra ese Visor; ese Visor
es un pillo
de cuenta, según sé.
DAVY: Concedo a vuestro honor que es un pillo; pero no
obstante, señor, no
quiera Dios que a un pillo pueda faltarle apoyo, cuando un
amigo lo pide.
Un hombre de bien, señor, puede hablar por sí mismo; no así
un pillo. He
servido con fidelidad a vuestro honor desde hace ocho años y
si no puedo,
una o dos veces por mes, sacar adelante a un pillo contra un
hombre
honrado, tengo bien poco crédito con vuestro honor. Ese pillo
es un amigo
honrado para mí; así, ruego a vuestro honor que lo favorezca.
TRIVIAL: Vamos, bien está; no le sucederá nada malo. A tu
quehacer, Davy.
(Davy sale) .
¿Dónde estáis, sir John? Vamos, sacaos las botas. Dadme
vuestra mano,
maese Bardolfo.
BARDOLFO: Me alegro de ver a vuestro honor.
TRIVIAL: Te lo agradezco de todo corazón, gentil maese
Bardolfo. (Al paje)
. Bienvenido, mi gran muchacho. Vamos, sir John. (Sale
Trivial) .
FALSTAFF: Ya os sigo, mi buen maese Roberto. Bardolfo, cuida
de los
caballos. (Salen Bardolfo y el paje). Si me dividieran en
varios pedazos,
haría cuatro docenas
de báculos de ermita barbudo, como Trivial. Es una
cosa maravillosa observar la completa conexión que existe
entre el
espíritu de sus servidores y el suyo. Ellos, a fuerza de
observarle, han
tomado el aire de jueces reblandecidos; él, conversando con
ellos, el de
un criado de juez. Sus espíritus están tan estrechamente
unidos por el
comercio social constante, que marchan todos en manada, como
gansos
silvestres. Si quisiera obtener algún favor de maese Trivial,
adularía a
sus gentes, afirmándoles, que hacen uno con su amo; si de sus
gentes,
lisonjearía a maese Trivial, asegurándole que ningún hombre
tiene más
imperio sobre sus servidores. Es un hecho que tanto el
espíritu como la
imbecilidad se contagian en los hombres, de uno a otro; por
tanto, hay que
preocuparse de las compañías. Tendré tema suficiente, con
este Trivial,
para tener al príncipe Harry en continua risa durante seis
modas (que
comprenden cuatro términos ( 99] o dos acciones por deudas) y
reirá así
sin intervalluns . ¡Es enorme el efecto que hace una mentira,
sostenida
por un juramento ligero y una broma, dicha con aire serio,
sobre un
muchacho a quien nunca han dolido las espaldas! ¡Oh, le
veréis reír hasta
que su cara se ponga como una capa mojada y puesta de través!
TRIVIAL: (Dentro) . ¡Sir John!
FALSTAFF: Voy allá, maese Trivial, voy allá.
(Sale)
WESTMINSTER. Una sala en palacio.
(Entran Warwick y el lord Justicia Mayor).
WARWICK: Y bien, milord gran juez, ¿ dónde vais?
LORD JUSTICIA: ¿Cómo está el rey?
WARWICK: Excesivamente bien; todas sus penas han concluido.
LORD JUSTICIA: ¿No ha muerto, espero?
WARWICK: Ha recorrido el camino de la naturaleza y para
nosotros ya no
vive.
LORD JUSTICIA: Hubiera querido que su majestad me llevara
consigo; los
servicios que fielmente le presté durante su vida, me dejan
expuesto a
todo género de vejámenes.
WARWICK: A la verdad, me parece que el joven rey no os tiene
mucho cariño.
LORD JUSTICIA: No lo ignoro; me he preparado a hacer frente a
las
circunstancias, que no pueden ser más horribles para mí que
lo que mi
imaginación me las representa.
(Entran el Príncipe Juan, Príncipe Humphrey, Clarence,
Westmoreland y
otros).
WARWICK: Aquí viene la angustiada descendencia del muerto
Enrique. ¡Oh, si
el Enrique vivo tuviera el temple del menos favorecido de
esos tres
caballeros! ¡Cuántos nobles conservarían entonces sus
puestos, que ahora
tendrán que arriar pabellón ante hombres de la más vil
especie!
LORD JUSTICIA: ¡Ay! ¡Temo que todo sea trastornado!
PRÍNCIPE JUAN: Buen día, primo Warwick.
HUMPHREY Y CLARENCE: Buen día, primo.
PRÍNCIPE JUAN: Nos encontramos como hombres que han olvidado
el habla.
WARWICK: La recordamos; pero nuestro argumento es demasiado
penoso para
admitir mucha plática.
PRÍNCIPE JUAN: Bien, que la paz sea con aquel que nos ha
sumido en la
tristeza.
LORD JUSTICIA: Que la paz sea con nosotros y nos preserve de
mayor
tristeza.
HUMPHREY: ¡Oh, mi buen lord! Habéis perdido un amigo
seguramente; me
atrevería a jurar que no es fingida la tristeza de vuestra
cara; es
sincera.
PRÍNCIPE JUAN: Aunque ningún hombre está seguro de la suerte
que le
espera, vos estáis en una fría expectativa. Eso me entristece
en extremo;
quisiera que no fuera así.
CLARENCE: Ahora tendréis que tratar bien a sir John Falstaff,
nadando así
contra la corriente de vuestro carácter.
LORD JUSTICIA: Mis buenos príncipes, lo que he hecho lo he
hecho
honorablemente, guiado por la imparcial dirección de mi
conciencia; nunca
me veréis solicitar remisión por medio de indignos manejos.
Si la verdad y
la recta inocencia me fallan, iré a encontrar a mi señor el
rey muerto y
le diré quién me envió
a reunirme con él.
WARWICK: He aquí el príncipe que viene.
(Entra el Rey Enrique V).
LORD JUSTICIA: ¡Buen día y que Dios guarde a vuestra
majestad!
REY ENRIQUE V: Este nuevo y esplendoroso adorno, la majestad,
no me es tan
cómodo como pensáis. Hermanos, mezcláis algún temor a vuestra
tristeza;
esta es la corte de Inglaterra y no de Turquía; no sucede un
Amurat a un
Amurat, sino un Enrique a un Enrique. No obstante, estad
tristes, mis
buenos hermanos, porque, a decir verdad, eso os sienta bien.
Lleváis el
duelo de tan soberana manera, que quiero arraigar
profundamente esa moda y
llevarla en mi corazón. Estad, pues, tristes; pero no habléis
de esa
tristeza, mis buenos hermanos, sino como de una carga que
pesa por igual
sobre todos nosotros. En cuanto a mí, podéis estar seguros,
seré a la vez
vuestro padre y vuestro hermano. Dadme vuestro amor, yo os
daré mi
solicitud. Llorad al Enrique muerto; también le lloraré yo.
Pero vive un
Enrique que convertirá esas lágrimas en otras tantas horas de
alegría.
LOS PRÍNCIPES: No esperamos otra cosa de Vuestra Majestad.
REY ENRIQUE V: Me miráis todos de extraña manera; (al lord
Justicia) sobre
todo vos. Estáis seguro, pienso, que no os tengo afecto.
LORD JUSTICIA: Estoy seguro, si se me juzga rectamente, que
Vuestra
Majestad no tiene justo motivo de odiarme.
REY ENRIQUE V: ¡No, eh! ¿Cómo puede un príncipe, llamado como
yo a tan
altos destinos, olvidar las graves indignidades que me habéis
hecho
sufrir? ¡Cómo! A Regañar, censurar y enviar rudamente a la
prisión al
heredero inmediato de la corona? ¿Eso es sencillo? ¿Puede eso
ser lavado
en el Leteo y
olvidado?
LORD JUSTICIA: Representaba entonces la persona de vuestro
padre, y la
imagen de su poder estaba en mí. En la administración de
justicia estaba
yo encargado del interés público, cuando plugo a Vuestra
Alteza olvidar mi
dignidad, la majestad y el poder de la ley y la justicia, la
imagen del
rey que yo representaba, llegando hasta pegarme sobre mi
sitial mismo de
juez. Entonces, como contra un ofensor de vuestro padre, hice
uso enérgico
de mi autoridad y os
hice arrestar. Si el acto era vituperable, debéis
resignaros, ahora que lleváis la diadema, a ver un hijo
burlarse de
vuestros decretos, a arrancar la justicia de vuestro augusto
tribunal,
echar por tierra la ley y embotar la espada que guarda la paz
y la
seguridad de vuestra persona, qué digo, a desdeñar vuestra
real imagen y
mofarse de vuestros actos hechos por un segundo vos mismo.
Interrogad
vuestra real inteligencia, haced vuestro el caso, sed ahora
el padre y
suponed el hijo; oíd que vuestra dignidad ha sido de esa
manera profanada,
ved vuestras leyes más formidables tan aturdidamente
escarnecidas,
figuraos vos mismo así despreciado por un hijo e imaginadme
entonces a mí,
tomando vuestro partido y, en uso de vuestra autoridad,
reduciendo vuestro
hijo dignamente al silencio. Después de ese frío examen,
sentenciadme y,
como sois rey, declarad, en esa calidad, lo que haya hecho
que menoscabe
mi puesto, mi persona o a la soberanía de mi señor.
REY ENRIQUE: Estáis en la verdad, juez, y pesáis muy bien las
cosas.
Conservad, pues, la balanza y la espada. Deseo que vuestros
honores se
acrecienten hasta que viváis bastante para ver un hijo mío
ofendemos y
obedeceros como lo he hecho. Pueda yo también vivir para
repetir las
palabras de mi padre: Feliz soy en tener un servidor tan
enérgico para
tener el valor de hacer justicia en mi propio hijo y no menos
feliz en
tener un hijo que así entrega su grandeza al brazo de la
justicia . Me
habéis hecho arrestar; por eso coloco en vuestras manos la
inmaculada
espada que estáis habituado a llevar, con esta recomendación:
que la uséis
con el mismo enérgico, justo e imparcial espíritu con que lo
habéis hecho
contra mí. He aquí mi mano; seréis un padre para mi juventud;
mi voz hará
oír aquello que insinuéis a mi oído y sujetaré, humildemente
mis
propósitos a la sabia dirección de vuestra experiencia. Y
vosotros todos,
príncipes, creedme, os lo ruego. Mi padre ha llevado consigo
a la tumba
mis desenfrenos, porque es allí que reposan mis afecciones.
Yo sobrevivo
con su reposado espíritu, para burlarme de la expectativa del
mundo, para
frustrar las profecías, para destruir la carcomida sentencia
que me ha
condenado según mis apariencias. En mí, la ola de la sangre
ha rodado
hasta ahora locamente en vanidad; ahora se vuelve y refluye
hacia el mar,
donde va a confundirse en el dominio de las olas y correr en
adelante en
la calma de la majestad. Convoquemos ahora nuestra alta corte
del
parlamento y elijamos de tal manera los miembros del noble
consejo, que el
gran cuerpo de nuestra nación pueda marchar en el mismo rango
que los
países mejor gobernados; que la guerra o la paz, o ambas a la
vez, sean
para nosotros cosas familiares y conocidas, (al lord
Justicia). En lo que,
padre, tendréis la alta mano. Hecha nuestra coronación,
reuniremos, como
lo he recordado antes, todos nuestros estados y -si Dios
suscribe a mis
buenas intenciones- ningún príncipe, ningún par, tendrá justa
causa para
desear que el cielo abrevie de un solo día la afortunada vida
de Enrique.
(Salen) .
GLOUCESTERSHIRE. El jardín de la casa de Trivial.
(Entran Falstaff, Silencio, Bardolfo, el paje y Davy).
TRIVIAL: Bien, ahora veréis mi huerta, y bajo una glorieta
comeremos una
manzana esperiega que yo he injertado con mi propia mano, con
un plato de
anís y otras cosillas; vamos, primo Silencio, y luego a la
cama.
FALSTAFF: Vive Dios que tenéis aquí una buena habitación y
rica.
TRIVIAL: Improductiva, improductiva, improductiva; parásitos
todos,
parásitos todos, Sir John... ¡Bah! El aire es bueno; sirve,
Davy, sirve,
Davy. Bien, Davy.
FALSTAFF: Este Davy os sirve para muchos usos; es
vuestro criado y vuestro
labrador.
TRIVIAL: Es un buen criado, un excelente criado, Sir John...
¡Por la misa!
He bebido demasiado vino en la cena... ¡Un buen criado! Ahora
sentaos,
ahora sentaos; venid, primo.
SILENCIO: Por mi fe, no haremos:
Más que comer y banquetear (cantando)
Y agradecer al cielo el año feliz;
Cuando la carne está barata, y las hembras caras
Y que los robustos muchachos andan rondando
Tan alegremente
Y por siempre alegremente.
FALSTAFF: ¡He ahí un carácter alegre! ¡Buen maese Silencio,
una copa al
instante a vuestra salud!
TRIVIAL: Servid vino a maese Bardolfo, Davy.
DAVY: Mi dulce señor, sentaos; (haciendo sentar a Bardolfo y
al paje a
otra mesa). Soy con vosotros al momento, dulcísimo señor.
Maese Paje, buen
maese Paje, sentaos: ¡que aproveche! Lo que os falta en
comida, lo
tendremos en bebida. Pero nos excusaréis; la buena intención
es todo.
TRIVIAL: ¡Alegría, maese Bardolfo! ¡Y vos allá, soldadillo,
alegría!
SILENCIO: (Cantando)
Alegría, alegría, mi mujer es como todas;
Las mujeres son bribonas, tanto grandes como pequeñas,
Hay alegría en la sala, cuando las barbas ondean,
¡Bienvenida la alegre carnestolenda!
FALSTAFF: Nunca hubiera pensado que maese Silencio fuera un
hombre de esos
bríos.
SILENCIO: ¿Quién, yo? Más de una vez he estado chispo.
(Vuelve Davy).
DAVY: (Colocando un plato delante de Bardolfo) . He aquí un
plato de
manzanas para vos.
TRIVIAL: ¡Davy!
DAVY: ¿Señor? (a Bardolfo) . En seguida soy con vos. (a
Trivial) . ¿Una
copa de vino, señor?
SILENCIO: (Cantando) :
Una copa de vino, que sea vino fino,
¡Yo bebo a mi querida!
¡Un corazón alegre vive mucho tiempo!
FALSTAFF: ¡Bien dicho, maese Silencio!
SILENCIO: Debemos estar alegres; ahora viene la dulce hora de
la noche.
FALSTAFF: ¡Salud y larga vida, maese Silencio!
SILENCIO: (Cantando) :
Llenad la copa y pasádmela;
Os correspondo hasta una milla más allá.
TRIVIAL: Honesto Bardolfo, bienvenido. Si tienes necesidad de
algo y no lo
pides, el diablo te lleve. (Al paje) . Bienvenido,
briboncillo; tú
también, bienvenido, a fe mía. Quiero beber a maese Bardolfo
y a todos los
alegres muchachos [ 100] de Londres.
DAVY: Espero ver Londres una vez antes de morir.
BARDOLFO: Si puedo veros allí, Davy...
TRIVIAL: ¡Por la misa! ¿Os beberéis una pinta juntos, heim?
¿No es así,
maese Bardolfo?
BARDOLFO: Sí, señor, en un jarro de cuatro pintas.
TRIVIAL: Gracias; el pillo no te soltará; tendrá firme; es de
buena
sangre.
BARDOLFO: Yo tampoco le soltaré, señor.
TRIVIAL: Bien, eso es hablar como un rey. No os privéis de
nada y estad
alegres. (Llaman) . Mira quién está a la puerta; ¡hola!
¿Quién llama?
(Sale Davy) .
FALSTAFF: (A Silencio, que ha bebido un largo trago). Así,
ahora me habéis
correspondido.
SILENCIO: (Cantando) :
Correspóndeme
Y hazme caballero,
¡Samingo!
¿No es así?
FALSTAFF: Eso es.
SILENCIO: ¿Es así? Confesad entonces que un hombre viejo
sirve para algo.
(Vuelve Davy).
DAVY: Con el permiso de Vuestra Señoría, es un Pistola que
trae noticias
de la Corte.
FALSTAFF: ¿De la Corte? ¡Que entre!
(Entra Pistola).
¿Qué hay de nuevo, Pistola?
PISTOLA: ¡Dios os guarde, Sir John!
FALSTAFF: ¿Qué viento te ha empujado por aquí, Pistola?
PISTOLA: No es el mal viento que nunca empuja al bueno...
Dulce caballero,
eres ahora uno de los más grandes personajes del reino.
SILENCIO: Por Nuestra Señora, creo que lo es; después del
bueno de Puf de
Barson, sin embargo.
PISTOLA: ¿Puf? ¡Al diablo Puf, follón, villano y cobarde!
¡Sir John, soy
tu Pistola, soy tu amigo y a rienda suelta he corrido hasta
ti y te traigo
las noticias más afortunadas y gozosas de sucesos de oro,
nuevas del mayor
precio!
FALSTAFF: Te ruego, suéltalas como un humilde mortal.
PISTOLA: ¡El diablo se lleve este mundo y sus humildes
mortales! ¡Hablo
del Africa y de sus placeres de oro!
FALSTAFF: Oh, vil caballero asirio, ¿qué noticias traes? ¡Di
la verdad al
rey Cophetua!
SILENCIO: (Cantando) : Y Robin Hood, Escarlata y Juan .
PISTOLA: ¿Corresponde a los perros sarnosos contestar a los
hijos del
Helicón? ¿Es permitido mofarse de las buenas noticias? Si es
así, ¡oh
Pistola, oculta tu cabeza en el regazo de las Furias!
TRIVIAL: Honesto caballero, no entiendo jota de lo que decís.
PISTOLA: Entonces, deplóralo.
TRIVIAL: Perdonadme, señor. Si traéis, señor, noticias de la
Corte, pienso
que no hay más que dos caminos: o decirlas o callarlas.
Ejerzo, señor, por
el rey, alguna autoridad.
PISTOLA: ¿Por qué rey, andrajoso? Habla o muere.
TRIVIAL: Por el rey Enrique.
PISTOLA: ¿Enrique IV o V?
TRIVIAL: Enrique IV.
PISTOLA: ¡Al diablo tu oficio! Sir John, tu tierno
corderillo, es ahora
rey; Enrique V es el hombre. Digo la verdad. Si Pistola
miente, hazme
esto: la higa, como a un fanfarrón español.
FALSTAFF: ¿Cómo? ¿El viejo rey ha muerto?
PISTOLA: Como un clavo en una puerta; lo que afirmo es
exacto.
FALSTAFF: ¡En marcha, Bardolfo! Ensilla mi caballo. Maese
Roberto Trivial,
elige el empleo que quieras en el país; tuyo es. Pistola,
quiero agobiarte
de dignidades.
BARDOLFO: ¡Oh, día feliz! ¡No daría mi fortuna por un título
de caballero!
PISTOLA: ¿Qué tal? ¡Traigo buenas noticias!
FALSTAFF: Llevad a la cama a maese Silencio. Maese Trivial,
milord
Trivial, sé lo que quieras; yo soy el proveedor de la
fortuna. Ponte las
botas, galoparemos toda la noche. ¡Oh, suave Pistola! ¡En
marcha,
Bardolfo! (Sale Bardolfo) . Ven, Pistola, cuéntame todo y, además,
piensa
en lo que puede convenirte. Las botas, las botas, maese
Trivial. Sé que el
joven rey languidece por mi ausencia. Tomemos los primeros
caballos que
encontremos; las leyes de Inglaterra están a mis órdenes.
Felices aquellos
que han sido mis amigos, y ¡ay de milord Justicia Mayor!
PISTOLA: ¡Que los viles buitres le devoren los pulmones.
Dónde está la
vida que antaño llevaba, dicen; y bien, hela aquí.
¡Bienvenidos estos
gratos días! (Salen) .
LONDRES. Una calle.
(Entran alguaciles arrastrando a mistress Quickly y a Dorotea
Rompe-Sábana).
HOSTELERA: No, infame bribón, aun a costa de mi vida,
quisiera verte
ahorcado. Me has dislocado el hombro.
1° ALGUACIL: Los constables me la han entregado y se llevará
una azotaina
en regla, se lo garantizo. Ultimamente ha habido uno o dos
hombres muertos
por su causa.
DOROTEA: Mientes, maldito corchete, mientes. Oyeme; quiero
decirte,
maldecido canalla con cara de tripa, que si el hijo que llevo
nace antes
de tiempo, más te hubiera valido golpear a tu madre, villano
con rostro de
papel.
HOSTELERA: ¡Oh, señor! ¡Si Sir John estuviera aquí! ¡Habría
hecho que este
día fuera sangriento
para alguno! ¡Pero ruego a Dios que el fruto de sus
entrañas aborte!
1° ALGUACIL: Si eso sucede, necesitaréis hasta doce
almohadillas; por
ahora no tenéis más que once [ 101] . Vamos, os ordeno a
ambas que me
sigáis, porque el
hombre que habéis golpeado Pistola y vos, ha muerto.
DOROTEA: Te diré, cara de incensario; te haré azotar en
regla, infame
mosca azul [102] , verdugo tísico. Si no te hago dar una
azotaina,
renuncio para siempre a las faldas.
l° ALGUACIL: ¡Vamos, caballero errante hembra, en marcha!
HOSTELERA: ¡Oh! ¡Que la fuerza aplaste así al derecho! Está
bien; después
de la pena, el placer.
DOROTEA: Vamos, villano, vamos; llevadme a un juez.
HOSTELERA: ¡Sí, vamos, sabueso hambriento!
DOROTEA: ¡Espectro! ¡Osamenta!
HOSTELERA: ¡Esqueleto!
DOROTEA: ¡Anda, perro flaco, degradado!
1° ALGUACIL: Perfectamente. (Salen) .
Una plaza cerca de la abadía de Westminster.
(Entran dos grooms y cubren el suelo con esteras).
1° GROOM: ¡Más esteras, más esteras!
2° GROOM: Las trompetas han tocado dos veces.
1° GROOM: Serán las dos antes que vuelvan de la coronación.
Despachemos,
despachemos.
(Los grooms salen).
(Entran Falstaff, Trivial, Pistola, Bardolfo y el paje).
FALSTAFF: Colocaos cerca de mí, maese Roberto Trivial; haré
que el rey os
distinga. Le guiñaré el ojo así que llegue, y observad qué
cara va a
ponerme.
PISTOLA: Dios bendiga tus pulmones, buen caballero.
FALSTAFF: Ven aquí, Pistola; colócate detrás de mí. (A
Trivial) . ¡Oh! si
hubiera tenido tiempo de mandar hacer libreas nuevas, habría
gastado en
ellas las mil libras que me habéis prestado. Pero no importa;
esta pobre
apariencia conviene más. Le hará comprender mi celo por
verle.
TRIVIAL: Así lo creo.
FALSTAFF: Hará ver el calor de mi afecto.
TRIVIAL: Así lo creo.
FALSTAFF: Mi devoción.
TRIVIAL: Así lo creo, así lo creo.
FALSTAFF: Revelará que he estado a caballo todo el día y toda
la noche,
sin deliberar, sin acordarme de nada, sin tiempo ni paciencia
para
mudarme.
TRIVIAL: Es bien cierto.
FALSTAFF: Y que he
venido a colocarme aquí maculado aún por el viaje,
sudando del deseo de verle, no pensando en otra cosa,
olvidando todo otro
asunto, como si no tuviera otra cosa que hacer en el mundo,
sino verle.
PISTOLA: Es semper idem , porque absque hoc nihil est . Eso
está en regla.
TRIVIAL: Así es, ciertamente.
PISTOLA: Mi caballero, voy a inflamar tu noble hígado y
hacerte
encolerizar. Tu Dorotea, Helena de tus nobles pensamientos,
está en un
inmundo calabozo, en una infecta prisión, adonde la han
arrastrado las más
villanas y sucias manos. Levanta de su antro de ébano la
vengadora
serpiente de la feroz Alectro, porque Dorotea está en el
violín. Pistola
sólo habla la verdad.
(Aclamación en el interior y toques de trompeta).
FALSTAFF: Yo la libertaré.
PISTOLA: He ahí los rugidos del mar y el brillante sonar de
las trompetas.
(Entran el Rey con su séquito, en el cual se ve al Justicia
Mayor).
FALSTAFF: ¡Dios salve
a tu Gracia, rey Hal, mi real Hal.
PISTOLA: ¡Los cielos te guarden y te preserven, muy augusto
vástago de la
fama!
FALSTAFF: ¡Dios te salve, muchacho querido!
REY ENRIQUE V: Milord Justicia, hablad a ese insensato.
LORD JUSTICIA: ¿Estáis en vuestro sentido? ¿Sabéis lo qué
decís?
FALSTAFF: ¡Mi rey! ¡Mi Júpiter!
¡Es a ti a quien hablo, mi corazón!
REY ENRIQUE V: No te conozco, anciano. Ve a tus oraciones.
¡Qué mal
sientan los cabellos blancos a un loco y a un bufón! Largo
tiempo he
soñado con un hombre de esa especie, tan hinchado por la
orgía, tan viejo
y tan profano. Pero, despierto, he despreciado mi sueño. En
adelante,
amengua tu cuerpo y aumenta tu virtud; abandona la
glotonería; sabe que la
tumba se abre para ti tres veces más ancha que para el resto
de los
hombres. No me contestes con una bufonada. No presumas que
soy lo que fui;
porque el cielo lo sabe y el mundo se apercibirá, que he
despojado en mí
el antiguo hombre y que otro tanto haré con aquellos que
fueron mis
compañeros. Cuando oigas que soy lo que fui, acércateme y
serás lo que
fuiste, el tutor y el incitador de mis excesos. Hasta
entonces, te
destierro, bajo pena de muerte, como he hecho con el resto de
mis
corruptores; y te prohíbo permanecer a menos de diez millas
de mi persona.
En cuanto a medios de subsistencia, yo los proveeré, para que
la falta de
recursos no te empuje al mal: y si sabemos que os habéis
reformado,
entonces, de acuerdo con vuestras facultades y méritos, os
ocuparemos. (Al
lord Justicia) . Encargaos, milord, de hacer cumplir nuestras
órdenes.
Adelante.
(Salen el Rey y su séquito).
FALSTAFF: Maese Trivial, os debo mil libras.
TRIVIAL: ¡Ay, sí! Sir John, os ruego me permitáis llevármelas
a casa.
FALSTAFF: Difícilmente podrá ser, maese Trivial; no os
apesadumbréis por
esto; pronto, me hará llamar en privado; ya comprenderéis que
esto lo hace
por la galería. No temáis por vuestro ascenso; aún seré el
hombre que os
hará grande.
TRIVIAL: No alcanzo a comprender cómo, a menos que me deis
vuestra casaca
y me rellenéis de paja. Os ruego, Sir John, devolvedme al
menos quinientas
de mis mil libras.
FALSTAFF: Caballero, mantendré mi palabra; lo que habéis
oído, no es más
que un color.
TRIVIAL: Temo que moriréis con ese color, Sir John.
FALSTAFF: No temáis los colores y veníos a comer conmigo.
Vamos, teniente
Pistola; vamos, Bardolfo; seré llamado antes de la noche.
(Vuelven el Príncipe Juan, el lord Justicia Mayor, oficiales,
etc.).
LORD JUSTICIA: Vamos, llevad a Sir John Falstaff a la prisión
de
Fleet-Street, y con él a todos sus compañeros.
FALSTAFF: Milord, milord...
LORD JUSTICIA: No puedo hablar ahora; en breve os
oiré. Llevadles.
PISTOLA: Si fortuna me tormenta, esperanza me contenta.
(Salen Falstaff, Trivial, Pistola, Bardolfo, el paje y los
oficiales).
PRÍNCIPE JUAN: Me gusta esa hermosa conducta del rey;
entiende que sus
compañeros habituales sean dignamente auxiliados; pero todos
son
desterrados hasta que sus hábitos parezcan al mundo más
cuerdos y
decorosos.
LORD JUSTICIA: Así es.
PRÍNCIPE JUAN: El rey ha convocado su parlamento, milord.
LORD JUSTICIA: En efecto.
PRÍNCIPE JUAN: Apostaría que, antes de concluir el año,
llevaremos
nuestras armas nacionales y ardor nativo hasta Francia. He
oído cantar eso
a un pájaro y me ha parecido que su música agradaba al rey.
Vamos, ¿venís?
(Salen) .
Dicho por un bailarín
Primero, mi temor; luego, mi reverencia; último, mi discurso.
Mi temor, es
vuestro desagrado; mi reverencia, mi homenaje; y mi discurso,
mi disculpa.
Si ahora esperáis un buen discurso, estoy perdido, porque lo
que tengo que
decir, es de mi propia cosecha; y lo que debo decir será, a
la verdad, en
mi propio perjuicio. Pero al grano y a la buena ventura...
Sabréis, pues
(como bien lo sabéis), que me encontraba aquí al final de una
pieza
desgraciada, para pediros paciencia para ella y prometeros una
mejor.
Pensaba, a la verdad, cumplir mi promesa con ésta; pero, si
como una mala
operación no tiene éxito, quiebro, y vosotros, mis amables
acreedores,
perdéis. Prometí que aquí estaría, y aquí entrego mi persona
a vuestra
merced. Rebajad vuestro crédito y os pagaré una parte,
haciéndoos promesas
infinitas, como la hacen muchos deudores.
Si mi lengua no alcanza a induciros a darme carta de pago,
¿queréis que
ponga en juego mis piernas? Pero sería pagar en moneda
demasiado ligera,
compensar mi deuda con cabriolas. Una conciencia sana debe
dar todas las
satisfacciones posibles, y así quiero hacerlo. Todas las
gentiles damas
aquí presentes, me han perdonado; si los caballeros no lo
hacen, entonces
los caballeros no concuerdan con las damas, lo que nunca fue
visto en una
reunión como ésta.
Una palabra más, os suplico. Si no estáis hartos de carne
gorda, vuestro
humilde autor continuará la historia, en la que seguirá
figurando Sir John
y os hará reír con la hermosa Catalina de Francia; donde,
tanto como puedo
saberlo, Falstaff morirá de un sudor resumido, a menos que no
le hayáis ya
inmolado por una injusta opinión; porque Oldcastle murió como
un mártir y
éste no es el mismo hombre. Mi lengua está fatigada; cuando
mis piernas lo
estén también, os desearé las buenas noches; así, doblo la
rodilla ante
vosotros; pero, a la verdad para rogar por la reina [103] .
49. Se suponía que la raíz de mandrágora (planta que tiene
mucho papel en
la alquimia de la brujería) afectaba la forma de un hombre.
50. Alusión a esas figurinas diminutas, talladas en ágata,
que sirven para
los sellos.
51. El mal rico, del Evangelio.
52. Era el sitio de reunión de los holgazanes y rateros de
Londres. Los
comentadores recuerdan a este propósito el viejo proverbio:
"quien busca
mujer en Westminster, hombre honrado en San Pablo y caballo
en Smithfield,
encuentra p..., pillo y penco".
53. El lord Chief-Justice de la época era Sir William
Gascoygne y a él se
refiere la anécdota legendaria en Inglaterra, base del
ejemplar respeto a
la autoridad en aquel país. El príncipe de Gales, irritado
contra el
Justicia Mayor por la negativa de éste de poner en libertad a
un ladrón de
sus protegidos, le habría dado un bofetón. El Justicia Mayor,
después de
haber probado, con nobles palabras, al heredero presuntivo
que a quien
había injuriado era a la augusta persona de su padre, por él
representada,
le habría mandado a la cárcel como a un simple particular.
Sobre esa anécdota está basado uno de los incidentes
capitales de la pieza
anónima, anterior a Shakespeare, "Las famosas victorias
del Rey Enrique
V".
54. Juego de palabras entre waste (gastos, despilfarros) y
waist (talle,
cintura).
55. I am the fellow with
the great belly, and he my dog . La
mayoría de
los traductores traducen fellow por ciego. El doctor Johnson
declara que
no comprende la broma del texto. "Los perros, dice,
conducen a los ciegos;
pero ¿qué servicio pueden prestar a un hombre gordo?" A
lo que el doctor
Farmer contesta que si el enorme vientre del hombre le
impedía ver su
camino, necesitaba, como el ciego, un perro que le guiase.
Eso es bien
alambicado; a mis ojos debe haber ahí una alusión que no
alcanzamos.
56. Equívoco entre wax , que significa cera y crecer .
Traduzco
textualmente para dar una idea de la cantidad de juegos de
palabra,
retruécanos, etc., que hay siempre en boca de Falstaff.
57. Gravity , gravedad, gravy , grasa.
58. Angel , hemos dicho ya, era una moneda de la época. He
ahí el
equívoco.
59. Es decir, a no beber más vino o licores.
60. Juego de palabras; algunas monedas inglesas tomaban su
nombre de la
cruz que llevaban grabada en el anverso.
61. Este soberbio apóstrofe del Arzobispo de York fue
agregado por
Shakespeare, según Pope, después de la primera edición del
drama.
62. A evacuar.
63. Indited , por invited , invitado, lapsus de la posadera.
64. Juego de palabras intraducible entre sum , suma y some ,
algo.
65. Mare , pesadilla y también yegua, de donde el retruécano
de Falstaff.
66. Moneda.
67. Los comentadores observan la confusión que hace el paje
entre el tizón
de Meleagro, hijo de Altea, con la antorcha que Hécuba creyó,
en sueño,
dar a luz.
68. Me permito observar que, aun en las tiradas de más alta
elocuencia,
Shakespeare no puede defenderse contra su manía de jugar
sobre las
palabras. Second to none un-secunded by you es un preciosismo
deplorable
en medio de la soberbia explosión del altivo dolor de lady
Percy.
69. Según los anotadores, las apple-Johns se conservan dos
años.
70. La posadera trabuca a menudo el significado de las
palabras.
71. Verso de una antigua canción.
72. La gracia de esta respuesta está en que la posadera
confunde cheater
(tramposo, petardista) con escheater , empleado de la
hacienda, bien
conocido del pueblo, que le llamaba cheater , sea por ironía
o por
corrupción del vocablo.
73. El comentador Donce supone que Pistola daba a su espada
el nombre de
Irene. Otros recuerdan que Hiren (Irene) era una palabra de
caló para
designar una prostituta. Casi todo lo que dice Pistola ha
sido tomado por
Shakespeare, en burla, de algunas piezas absurdas, llenas de
contrasentidos en las que tal vez él mismo tenía un papel.
74. Por Aníbales.
75. Estos versos son una parodia de una antigua pieza
ridícula,
Tamberlain's Conquest .
76. Este verso está en italiano en el texto. Cárcano, en su
traducción,
reemplaza sperato por esperanza .
77. Eran las más vulgares y las que se alquilaban por menos precio.
78. Las Parcas.
79. Whoreson chops .
80. Pequeños cerdos en pasta, que se vendían en la feria de
San Barthelemy
y se daban a los niños. (Comentadores).
81. En tiempo de Shakespeare, las prostitutas tenían costumbre
de usar, en
el dedo del medio, un anillo con la imagen de una calavera.
(Steevens)
82. Condimento reputado muy excitante. (Com.)
83. Flapdragon (texto) significa propiamente un escamoteo por
el cual se
aparenta comer fuego. Además un flapdragon era un cuerpo
combustible,
encendido en un extremo y flotando en una copa de licor. La
habilidad
consistía en beber el líquido sin quemarse. Lo que
Shakespeare quiere
decir es que el príncipe amaba a Poins porque siempre estaba
dispuesto a
divertirlo.
84. No hay traducción que refleje la belleza de esta
invocación al sueño,
a la altura de las más hermosas de Próspero o Lear.
85. En 1597, Shakespeare volvió de nuevo a la historia de Inglaterra.
De
la "Crónica" de Holinshed y de una pieza de poco
valor, pero muy popular,
"Las famosas victorias de Enrique V"(*), que había
sido representada en
varias ocasiones entre 1588 y 1595, hizo surgir, con
espléndida energía,
dos dramas sobre el reinado de Enrique IV. Estas forman un
todo continuo,
pero son conocidas por "Parte I" y "Parte
II" de "Enrique IV". La "Segunda
parte de Enrique IV" es casi tan rica como "The
Taming of the Shrew"(**)
en referencias directas a personas y sitios familiares a
Shakespeare. Dos
escenas muy entretenidas pasan en la casa del juez Shallow en
el
Gloucestershire, condado que toca los límites de Stratford.
(III. 2 y V.
1). Cuando, en la segunda de esas escenas, el factótum del
juez Davy pide
a su amo que "sostenga a William Visor de Woncot contra
Clement Perkes of
the Hill" las referencias locales son inenarrables.
Woodmancote, donde la
familia de Visor o Visard ha florecido desde el siglo XVI, se
pronuncia
aún Woncot. El inmediato Stinchcombe Hill (aun familiarmente
conocido por
los nativos por "The Hill"), era en el siglo XVI la
casa solariega de la
familia Perkes. Muy precisas son también las alusiones a la
región de
Cotswold Hills, que era fácilmente accesible desde Stratford.
Guillermo
Squele, un hombre de Cotswold, es designado como uno de los
amigos de
Shallow en su juventud (Parte II, acto III, esc. 23); y
cuando Davy, el
sirviente de Shallow, recibe de éste instrucciones para
sembrar "trigo
rojo" en el temprano otoño, hay ahí una obvia referencia
a la costumbre
casi peculiar a la gente de Cotswold de sembrar lo que llaman
"red lammas"
o sea trigo rojo prematuro, en un momento generalmente
inusitado en el año
agrícola. ( Lee )
(*) Se dio la licencia para publicarla en 1594 y se publicó
en 1598.
(**) ¿Cómo traducir ese título de una de las más curiosas
piezas de
Shakespeare? Taming , del verbo to tame , domar, amansar,
domesticar,
dominar, puede vestirse por la doma . Pero Shrew , que
significa una mujer
de genio insoportable, una "sierpe", una
"víbora", como dice el
diccionario, no tiene vocablo equivalente en castellano,
aunque sean tan
frecuentes los tipos de la especie, de habla española, como
de habla
inglesa. Los franceses traducen: " La Megère apprivoisée
". No me
satisface, porque Megère , por el espíritu de la lengua,
implica hasta
cierto punto no sólo la idea de vieja, sino también la de
crimen. Los
italianos dicen: " La Bisbética domata ". Bisbética
, significando en
general caprichosa, paréceme flojo. En español, lo que más se
acerca a
Shrew , es harpía . Tarosca , como han traducido algunos,
implica, a más
de mal natural, fealdad. La heroína de Shakespeare es una
hermosa mujer.
86. Steevens observa que Cotswold era un sitio famoso por sus
juegos
atléticos.
87. Detalle de la biografía de John Oldcastle, que
Shakespeare conserva a
Falstaff.
88. John Skogan, bufón de Eduardo IV de Inglaterra.
89. Twelve Score - Un Score, veinte pasos.
90. To prick , apuntar y pinchar, amén de una docena más de significados.
91. Spent tiene los dos significados.
92. Vuelve el retruécano, sobre to prick .
93. T. Doth She hold her own well? - F. Old , old master Shallow.
94. Espectáculo popular del tiempo de Shakespeare,
titulado "La muerte de
Arturo" y sacado de las crónicas de la Tabla Redonda.
95. Era una calle de Londres, ocupada por burdeles y tabernas
de mala
fama.
96. Gaunt , en inglés, significa flaco ; de ahí el juego de
palabras.
97. "Falstaff habla aquí como veterano de la vida. El
joven príncipe no le
amaba y él desesperaba de alcanzar su cariño, no pudiendo
hacerle reír.
Los hombres sólo se hacen amigos por la comunidad de los
placeres. El que
no puede amoldarse hasta la alegría, no se enternecerá jamás
hasta la
bondad". (Johnson)
98. England shall double
gild his treble gilt . La aberración del
espíritu
de Shakespeare por el juego de palabras, va hasta usar ese
trivial recurso
en este momento solemne y en medio de tanta soberana belleza.
99. Períodos de sesiones de los tribunales.
100. En el texto, cavaleroes .
101. Alusión a los embarazos fingidos.
102. Alusión al traje de los alguaciles.
103. Casi todas las antiguas piezas concluían por una oración
por el rey y
por la reina, con la fórmula: vivant rex et regina .
FIN