WILLIAM SHAKESPEARE

 

ENRIQUE IV

( TRADUCIDO POR MIGUEL CANÉ)

 

 

 

      Indice

 

      A la memoria de Aristóbulo del Valle

      Introducción

      Notas

 

      Primera parte

      Acto I

      Acto II

      Acto III

      Acto IV

      Acto V

      Notas

 

 

      Segunda parte

      Prólogo

      Acto I

      Acto II

      Acto III

      Acto IV

      Acto V

      Epílogo

      Notas

 

 

 

A la memoria de Aristóbulo del Valle

 

 

      Dedico este trabajo, que en vida le ofrecí como homenaje de profundo

      afecto y alta estimación. El me lo aconsejó, en días amargos y sombríos,

      para disciplinar mi espíritu inquieto y angustiado. En esa labor mecánica,

      que el contacto con el alma del poeta soberano hacía deliciosa -y que

      llevé a cabo diez años ha, lejos de mi patria- el recuerdo del amigo no se

      apartó de mí. Él ha entrado ya en el reposo eterno, sin haber dado, a los

      ojos de los hombres, la medida de su inteligencia noble y levantada. Pero

      ese recuerdo queda -y por la vida- en el alma de los que le amamos y

      parece iluminarla, orientándola hacia cuanto es leal, justo y elevado.

      Quizá la impresión profunda que dejan tras sí los grandes espíritus, sea

      el único y real patrimonio humano, legado incomparable, porque él

      determina todo lo que ennoblece a la especie, el culto del honor, la

      aspiración al ideal, el desinterés, la cultura del propio intelecto y el

      amor sin límites a la tierra natal. De esa arcilla divina estaba formada

      el alma de Del Valle y ante su memoria inclino reverente mi corazón de

      amigo.

 

 

 

Introducción

 

 

      La mayor parte de las obras de Shakespeare [1] están traducidas en todos

      los idiomas occidentales [2] . La cultura universal ha pronunciado su

      fallo definitivo sobre el mayor genio dramático que la humanidad ha

      producido y las viejas querellas de escuela, al repasar ante nuestros

      ojos, en el estudio de la historia crítica de esa obra colosal, nos

      parecen más absurdas aún que las controversias de los médicos del siglo XV

      sobre las causas determinantes del sexo en la fecundación. Cómo nace en el

      cerebro una concepción genial o cómo se forma en las entrañas maternas un

      cuerpo de líneas puras, son cuestiones que por el momento la ciencia

      humana deja prudentemente de lado, para sólo estudiar el resultado

      prodigioso. En Shakespeare, el misterio no se limita al arcano inexplorado

      de la gestación; todo lo que al poeta se refiere está envuelto en una

      sombra impenetrable y que jamás despejará la humanidad. El progreso de la

      ciencia fisiológica puede llegar algún día a penetrar las leyes que rigen

      el pensamiento y hasta explicar las razones que determinan la intensidad

      de su manifestación; jamás se sabrá quién fue Shakespeare.

 

      La ciencia histórica, ayudada por un método de asombrosa severidad, nos ha

      revelado el secreto de la vida de la mayor parte de los hombres famosos de

      la antigüedad. Sus actos, su corte intelectual, su vida privada misma,

      todo se rehace, a la luz de datos inconexos, pero que la exégesis aclara,

      y la vida de un hombre extraordinario, separada de la nuestra por sólo

      tres siglos, que ha dejado tras sí la obra intelectual más poderosa de que

      puede estar orgulloso el género humano, nos es más desconocida que la

      existencia de cualesquiera de los mignons de Enrique III.

 

      Hasta tal punto llega nuestra ignorancia respecto a lo que a Shakespeare

      se refiere, que un paciente americano, después de una labor digna por

      cierto de una causa más racional, ha tratado, no hace mucho, de despojar

      al poeta de la corona de gloria que el mundo le ha discernido, para ceñir

      con ella la frente de un hombre de espíritu altísimo y de alma ruin,

      Bacon, a quien atribuye la paternidad de las obras dramáticas que

      Shakespeare firmara para ocultar al autor, cuya alta situación le

      impidiera dar su nombre [3] . ¡Escribir el "Rey Lear" en la sombra y

      emplear un testaferro para lanzar "Hamlet"! El sentido común ha dado

      cuenta de esa estrafalaria concepción. Shakespeare sigue creciendo a

      medida que los tiempos corren y que la conciencia humana se persuade que

      ese parto maravilloso de la tierra es ya de casi imposible renovación.

 

      ¿Qué se sabe de positivo de Shakespeare? Nada más de lo que dice Steevens,

      uno de sus mejores biógrafos:

 

      "Todo lo que se sabe con cierto grado de certidumbre acerca de

      Shakespeare, es que nació en Stratford-upon-Avon; que casó allí y tuvo

      hijos; que fue a Londres, donde empezó la carrera siendo actor y luego

      escribió poemas y comedias; que volvió a Stratford y que allí hizo

      testamento, murió y recibió sepultura."

 

      Nada más; sobre esos datos, la intensa curiosidad despertada por el autor

      de una obra tan extraordinaria, ha bordado, apoyándose en detalles,

      suposiciones, deducciones, etc., que la crítica severa no puede tomar en

      cuenta, una vida completa con sus anécdotas características y hasta

      conatos de estudio psicológico sobre un carácter totalmente desconocido y

      que no ha dejado reflejos de su propia personalidad en todo el curso de

      sus inmensos trabajos.

 

      Si por el fruto se conoce el árbol, según una expresión que el mismo

      Shakespeare pone en boca de Falstaff, no hay duda de que el alma, que

      concibió los tipos levantados del drama shakespeariano, tenía el temple

      puro y sin tacha de los grandes caracteres. La afección profunda del

      pueblo inglés, atribuyendo a su autor favorito todos los elementos que

      ennoblecen el espíritu humano, está aquí justificada por la deducción más

      rigurosa y justiciera. Basta haber visto un cuadro de Rubens de la buena

      manera, una de aquellas telas irradiantes de luz esplendoroso arrojada a

      raudales, sin medida, como saliendo a borbotones de la inagotable fuente,

      para forjarse, en un instante, una idea lógica de la vida y los gustos del

      incomparable artista. El que así derrocha sus fuerzas, el que se da todo

      entero a la obra del momento, debe haber concebido la existencia con

      extraordinaria amplitud, haberse rodeado de todas las cosas que embellecen

      la vida, frecuentado los grandes de la tierra y mezcládose al movimiento

      activo de su tiempo. Y, en efecto, tal fue la vida de Rubens. En cambio,

      la manera exigua, parsimoniosa, paciente y concienzuda de un holandés, nos

      refleja, como en un diorama, la apacible existencia del artista, su

      trabajo tenaz, sus reposos del domingo en los suburbios, su hogar

      tranquilo y numeroso, su dulce y apagada existencia.

 

 

 

Notas

 

      Notas del prólogo

 

      1. Escribo Shakespeare porque es la manera usada con mayor frecuencia por

      el poeta para escribir su nombre, según se desprende de las pocas firmas

      indisputablemente auténticas que de él se conservan. El nombre de

      Shakespeare, según se ha probado, es susceptible de 4000 variaciones de

      forma. (Wise, Autograph of William Shakespeare... together with 4000 ways

      of spelling the name , Philadelphia, 1869).

 

      2. Comprendo en éstos el frisón, el flamenco, el serbio, el rumano, el

      maltés, el uckraniano, el valaco, el croata, el griego moderno, el latín y

      el hebreo. Algunas de estas obras han sido también vertidas al japonés, al

      bengalí, al hindustani, al marathi, al gujarati, al urdu, al kanarese y

      otros idiomas de la India y representadas en teatros indígenas.

 

      3. La absurda controversia continúa aún en el día, y en Inglaterra se han

      fundado sociedades y periódicos para sostenerla, aunque la mayor boga de

      la opinión favorable a Bacon ha sido alcanzada en América. El que quiera

      estudiar la cuestión a fondo, puede encontrar todos los elementos

      necesarios en el libro de W. H. Wyman "The Bibliography of the

      Shakespeare-Bacon Controversy", Cincinnati, 1884, en el que da los títulos

      de 255 libros y panfletos, publicados por los combatientes de ambos lados.

      La lista, que a partir de 1886, ha sido continuada por un periódico

      semanal de Filadelfia, debe haberse ya duplicado.

 

      Baste recordar que el único fundamento de la atribución a Bacon de las

      obras de Shakespeare era: las frases similares empleadas por ambos en sus

      escritos. El valor del argumento desaparece, si se considera que puede

      aplicarse a cualquier otro escritor de la época. El caballo de batalla de

      los baconianos es éste: Aristóteles ha escrito, en su Etica , que los

      jóvenes no eran aptos para el estudio de la filosofía política . Bacon, en

      su "Advancement of Learning" (1605), rebatiendo a Aristóteles, y al citar

      el pasaje de éste, dice filosofía moral , en vez de política .

      Shakespeare, allá por 1603, en "Troilus y Cressida" (act. 11, esc. II),

      refiere la misma opinión de Aristóteles, pero dice también filosofía moral

      . Basta recordar que, en el concepto de la frase de Aristóteles, política

      y moral tienen igual valor (como lo prueban muchísimas traducciones en las

      que se emplean indistintamente ambas palabras), para hacer innocua la

      arremetida del citado corcel de guerra.

 

      Sí, pero ¿cómo Shakespeare, con la educación elemental y rudimentaria

      recibida en Stratford, ha podido ostentar en sus dramas esa universalidad

      de conocimientos, de que sólo un hombre, Bacon, era capaz en su tiempo?

      (*). En primer lugar, Shakespeare abarca mucho, pero aprieta poco, pues

      cada vez que un técnico ha entrado a analizar la parte de su arte, tratada

      por el poeta, ha patentizado lo que era natural y lógico suponer, esto es,

      que el genio extraordinario de Shakespeare le permitía asimilar, de una

      lectura, de una conversación o de una audiencia judicial, un caudal de

      conocimientos muy superior a la que cualquier cerebro común podría

      adquirir en doble o triple tiempo y aplicación, pero que esos

      conocimientos no tenían nada de extraordinario. Por lo demás, los versos

      que sobreviven de Bacon, pesados, difíciles y ramplones, prueban que si

      bien fue un gran escritor y un filósofo insigne, fue también completamente

      incapaz de dar a luz la obra poética de Shakespeare.

 

      A mis ojos, la cuestión no tiene más importancia que la de su irritante

      ingratitud.

 

      * Hay que citar el famoso verso de Ben Jonson, afirmando que el poeta

      poseía

 

 

      poquísimo latín y menos griego

 

      (And though thou hadst small Latín and less Greek)

 

 

      Pero si Shakespeare no sabía latín, sabía latines , como nuestro

      Sarmiento, y los empleaba con frecuencia y propiedad.

 

      4. Aubrey (*) refiere que Shakespeare era "un hombre hermoso y bien

      formado" ( A handsome well-shap't man ), pero no existe ningún retrato que

      pueda afirmarse, con absoluta seguridad, haber sido hecho durante la vida

      del poeta, aunque uno ha sido últimamente descubierto con buenos títulos a

      esa distinción. Sólo de dos de los retratos existentes se sabe

      positivamente que fueron hechos poco tiempo después de su muerte. Son el

      busto de Stratford Church y el frontispicio del in folio de 1623. Ambos

      son tentativas poco artísticas a una semejanza póstuma. Hay considerables

      discrepancias entre ellos; los principales puntos de parecido son la

      calvicie de la parte superior del cráneo y la abundancia de pelo sobre las

      orejas. El busto era de Gerardo Johnson o Janssen, que fue un holandés

      albañil o constructor de sepulcros, establecido en Southwark. Fue erigido

      en la iglesia, antes de 1623 y es un specimen rudamente tallado, de la

      escultura mortuoria. Hay señales cerca de la frente, y las orejas, que

      sugieren que la cara fue tomada de una máscara hecha sobre el rostro del

      poeta muerto; pero la factura es completamente grosera. La cara redonda y

      los ojos tienen una expresión pesada y sin inteligencia. El busto era

      originalmente coloreado, pero en 1793 Malone le hizo dar una mano de

      blanco. En 1861 se retiró el blanqueo y los colores fueron restaurados,

      tanto como lo permitían los rastros que quedaban. Los ojos son castaño

      claro, el cabello y la barba obscuros. Se han hecho numerosas

      reproducciones de ese busto, tanto grabadas como fotografiadas. Primero se

      grabó, muy imperfectamente, para la edición de Rowe en 1709; después por

      Vertue, para la edición de Pope de 1725, y por Gravelot para la de Hanmer

      en 1744. Un buen grabado, por William Ward, apareció en 1816. Una

      fototipia y un cromo-fototipia, publicadas por la "New Shakespeare

      Society", son las mejores reproducciones para los propósitos de estudio.

      La pretenciosa pintura conocida por de "Stratford" y presentada en 1867

      por W. O. Hunt al "Birthplace Museum" (Museo Natal, en Stratford-on-Avon),

      donde se muestra con mucha ostentación, es probablemente una copia del

      busto citado, hecha en el siglo XVIII y desprovista de todo interés

      histórico y artístico.

 

      El retrato grabado -de medio cuerpo próximamente- que se imprimió en la

      carátula del in folio de 1623, era por Martín Droeshout. En los versos que

      acompañan al grabado, Ben Jonson congratula "al grabador" por haber

      satisfactoriamente acertado con la cara del poeta. El testimonio de Jonson

      no acredita su discernimiento artístico. La expresión del semblante, muy

      crudamente rendida, no tiene ni distinción ni vida. La cara es larga y la

      frente alta; la parte superior del cráneo es calva, pero el cabello cae

      abundantemente sobre las orejas; como barba, un escaso bigote y una

      pequeña mosca bajo el labio inferior. Un ancho y rígido cuello, proyectado

      horizontalmente, oculta el pescuezo. La casaca está completamente

      abrochada y cuidadosamente ribeteada, especialmente en los hombros. Las

      dimensiones de la cabeza y de la cara son de una desproporción excesiva,

      comparadas con las del cuerpo. En el único ejemplar de prueba (proof

      copy), que perteneció a Halliwell-Phillips, (ahora en América, con toda su

      colección), el tono es más claro que en los ejemplares ordinarios y las

      sombras menos obscurecidas por las rayas que las cruzan y el punteo

      grosero. El grabador, Martín Droeshout, pertenecía a una familia flamenca

      de pintores y grabadores, de largo tiempo atrás establecida en Londres,

      donde nació aquél en 1601. Tenía, pues, 15 años en el momento de la muerte

      de Shakespeare en 1616, y es por consiguiente improbable que tuviera

      ningún conocimiento personal del poeta. El grabado fue seguramente hecho

      por Droeshout muy poco tiempo antes de la publicación del primer in folio

      en 1623, cuando había cumplido los 22 años. Pertenece, pues, al principio

      de la carrera profesional del grabador, en la que nunca alcanzó mucha

      clientela ni reputación. Una copia del grabado de Droeshout se publicó al

      frente de los "Poemas" de Shakespeare en 1640 y William Faithorne hizo

      otra para el frontispicio de la edición de "The Rape of Lucrece",

      publicada en 1655.

 

 

      Notas del prólogo

 

      1. Escribo Shakespeare porque es la manera usada con mayor frecuencia por

      el poeta para escribir su nombre, según se desprende de las pocas firmas

      indisputablemente auténticas que de él se conservan. El nombre de

      Shakespeare, según se ha probado, es susceptible de 4000 variaciones de

      forma. (Wise, Autograph of William Shakespeare... together with 4000 ways

      of spelling the name , Philadelphia, 1869).

 

      2. Comprendo en éstos el frisón, el flamenco, el serbio, el rumano, el

      maltés, el uckraniano, el valaco, el croata, el griego moderno, el latín y

      el hebreo. Algunas de estas obras han sido también vertidas al japonés, al

      bengalí, al hindustani, al marathi, al gujarati, al urdu, al kanarese y

      otros idiomas de la India y representadas en teatros indígenas.

 

      3. La absurda controversia continúa aún en el día, y en Inglaterra se han

      fundado sociedades y periódicos para sostenerla, aunque la mayor boga de

      la opinión favorable a Bacon ha sido alcanzada en América. El que quiera

      estudiar la cuestión a fondo, puede encontrar todos los elementos

      necesarios en el libro de W. H. Wyman "The Bibliography of the

      Shakespeare-Bacon Controversy", Cincinnati, 1884, en el que da los títulos

      de 255 libros y panfletos, publicados por los combatientes de ambos lados.

      La lista, que a partir de 1886, ha sido continuada por un periódico

      semanal de Filadelfia, debe haberse ya duplicado.

 

      Baste recordar que el único fundamento de la atribución a Bacon de las

      obras de Shakespeare era: las frases similares empleadas por ambos en sus

      escritos. El valor del argumento desaparece, si se considera que puede

      aplicarse a cualquier otro escritor de la época. El caballo de batalla de

      los baconianos es éste: Aristóteles ha escrito, en su Etica , que los

      jóvenes no eran aptos para el estudio de la filosofía política . Bacon, en

      su "Advancement of Learning" (1605), rebatiendo a Aristóteles, y al citar

      el pasaje de éste, dice filosofía moral , en vez de política .

      Shakespeare, allá por 1603, en "Troilus y Cressida" (act. 11, esc. II),

      refiere la misma opinión de Aristóteles, pero dice también filosofía moral

      . Basta recordar que, en el concepto de la frase de Aristóteles, política

      y moral tienen igual valor (como lo prueban muchísimas traducciones en las

      que se emplean indistintamente ambas palabras), para hacer innocua la

      arremetida del citado corcel de guerra.

 

      Sí, pero ¿cómo Shakespeare, con la educación elemental y rudimentaria

      recibida en Stratford, ha podido ostentar en sus dramas esa universalidad

      de conocimientos, de que sólo un hombre, Bacon, era capaz en su tiempo?

      (*). En primer lugar, Shakespeare abarca mucho, pero aprieta poco, pues

      cada vez que un técnico ha entrado a analizar la parte de su arte, tratada

      por el poeta, ha patentizado lo que era natural y lógico suponer, esto es,

      que el genio extraordinario de Shakespeare le permitía asimilar, de una

      lectura, de una conversación o de una audiencia judicial, un caudal de

      conocimientos muy superior a la que cualquier cerebro común podría

      adquirir en doble o triple tiempo y aplicación, pero que esos

      conocimientos no tenían nada de extraordinario. Por lo demás, los versos

      que sobreviven de Bacon, pesados, difíciles y ramplones, prueban que si

      bien fue un gran escritor y un filósofo insigne, fue también completamente

      incapaz de dar a luz la obra poética de Shakespeare.

 

      A mis ojos, la cuestión no tiene más importancia que la de su irritante

      ingratitud.

 

      * Hay que citar el famoso verso de Ben Jonson, afirmando que el poeta

      poseía

 

 

      poquísimo latín y menos griego

 

      (And though thou hadst small Latín and less Greek)

 

 

      Pero si Shakespeare no sabía latín, sabía latines , como nuestro

      Sarmiento, y los empleaba con frecuencia y propiedad.

 

      4. Aubrey (*) refiere que Shakespeare era "un hombre hermoso y bien

      formado" ( A handsome well-shap't man ), pero no existe ningún retrato que

      pueda afirmarse, con absoluta seguridad, haber sido hecho durante la vida

      del poeta, aunque uno ha sido últimamente descubierto con buenos títulos a

      esa distinción. Sólo de dos de los retratos existentes se sabe

      positivamente que fueron hechos poco tiempo después de su muerte. Son el

      busto de Stratford Church y el frontispicio del in folio de 1623. Ambos

      son tentativas poco artísticas a una semejanza póstuma. Hay considerables

      discrepancias entre ellos; los principales puntos de parecido son la

      calvicie de la parte superior del cráneo y la abundancia de pelo sobre las

      orejas. El busto era de Gerardo Johnson o Janssen, que fue un holandés

      albañil o constructor de sepulcros, establecido en Southwark. Fue erigido

      en la iglesia, antes de 1623 y es un specimen rudamente tallado, de la

      escultura mortuoria. Hay señales cerca de la frente, y las orejas, que

      sugieren que la cara fue tomada de una máscara hecha sobre el rostro del

      poeta muerto; pero la factura es completamente grosera. La cara redonda y

      los ojos tienen una expresión pesada y sin inteligencia. El busto era

      originalmente coloreado, pero en 1793 Malone le hizo dar una mano de

      blanco. En 1861 se retiró el blanqueo y los colores fueron restaurados,

      tanto como lo permitían los rastros que quedaban. Los ojos son castaño

      claro, el cabello y la barba obscuros. Se han hecho numerosas

      reproducciones de ese busto, tanto grabadas como fotografiadas. Primero se

      grabó, muy imperfectamente, para la edición de Rowe en 1709; después por

      Vertue, para la edición de Pope de 1725, y por Gravelot para la de Hanmer

      en 1744. Un buen grabado, por William Ward, apareció en 1816. Una

      fototipia y un cromo-fototipia, publicadas por la "New Shakespeare

      Society", son las mejores reproducciones para los propósitos de estudio.

      La pretenciosa pintura conocida por de "Stratford" y presentada en 1867

      por W. O. Hunt al "Birthplace Museum" (Museo Natal, en Stratford-on-Avon),

      donde se muestra con mucha ostentación, es probablemente una copia del

      busto citado, hecha en el siglo XVIII y desprovista de todo interés

      histórico y artístico.

 

      El retrato grabado -de medio cuerpo próximamente- que se imprimió en la

      carátula del in folio de 1623, era por Martín Droeshout. En los versos que

      acompañan al grabado, Ben Jonson congratula "al grabador" por haber

      satisfactoriamente acertado con la cara del poeta. El testimonio de Jonson

      no acredita su discernimiento artístico. La expresión del semblante, muy

      crudamente rendida, no tiene ni distinción ni vida. La cara es larga y la

      frente alta; la parte superior del cráneo es calva, pero el cabello cae

      abundantemente sobre las orejas; como barba, un escaso bigote y una

      pequeña mosca bajo el labio inferior. Un ancho y rígido cuello, proyectado

      horizontalmente, oculta el pescuezo. La casaca está completamente

      abrochada y cuidadosamente ribeteada, especialmente en los hombros. Las

      dimensiones de la cabeza y de la cara son de una desproporción excesiva,

      comparadas con las del cuerpo. En el único ejemplar de prueba (proof

      copy), que perteneció a Halliwell-Phillips, (ahora en América, con toda su

      colección), el tono es más claro que en los ejemplares ordinarios y las

      sombras menos obscurecidas por las rayas que las cruzan y el punteo

      grosero. El grabador, Martín Droeshout, pertenecía a una familia flamenca

      de pintores y grabadores, de largo tiempo atrás establecida en Londres,

      donde nació aquél en 1601. Tenía, pues, 15 años en el momento de la muerte

      de Shakespeare en 1616, y es por consiguiente improbable que tuviera

      ningún conocimiento personal del poeta. El grabado fue seguramente hecho

      por Droeshout muy poco tiempo antes de la publicación del primer in folio

      en 1623, cuando había cumplido los 22 años. Pertenece, pues, al principio

      de la carrera profesional del grabador, en la que nunca alcanzó mucha

      clientela ni reputación. Una copia del grabado de Droeshout se publicó al

      frente de los "Poemas" de Shakespeare en 1640 y William Faithorne hizo

      otra para el frontispicio de la edición de "The Rape of Lucrece",

      publicada en 1655.

 

      Es casi indudable que el joven Droeshout, al ejecutar su grabado, tuvo por

      modelo un cuadro al óleo y hay una probabilidad de que esa pintura

      original se haya descubierto últimamente. Hace poco, en 1892, Mr. Edgar

      Flower, de Stratford-on-Avon, descubrió en poder de Mr. H. C. Clements, un

      caballero particular con gustos artísticos y residente en Peckham Rye, un

      retrato que pasaba por representar a Shakespeare. La pintura, que estaba

      borrada y bastante carcomida, databa, fuera de toda duda, de los primeros

      años del siglo XVII. Estaba pintada sobre una tabla formada de dos

      planchas de viejo olmo y en el rincón superior izquierdo se encontraba la

      inscripción "Willm. Shakespeare, 1609". Mr. Clements compró el retrato a

      un obscuro mercader, allá por 1840 y no sabe nada de su historia, fuera de

      lo que puso por escrito en una tira de papel cuando lo adquirió. La nota

      que entonces escribió y pegó en la caja dentro de la que guardó la

      pintura, dice así: "Retrato original de Shakespeare, del que el ahora

      famoso grabado de Droeshout fue copiado e insertado en la primera edición

      completa de sus obras, publicada en 1823, siete años después de su muerte.

      La pintura fue hecha nueve ( vere siete) años antes de su muerte, y por

      consiguiente diez y seis ( vere catorce) antes de su publicación... Este

      cuadro fue públicamente exhibido en Londres hace setenta años y varios

      miles de personas fueron a verlo".

 

      En todos sus detalles y en sus dimensiones comparativas, especialmente en

      la desproporción entre el tamaño de la cabeza y el del cuerpo, esa pintura

      es idéntica al grabado de Droeshout. Aunque grosera y duramente dibujada,

      la cara está mucho más hábilmente presentada que en el grabado, y la

      expresión de la fisonomía revela un sentimiento artístico ausente de la

      copia. Personas competentes, entre las que se cuentan Sir Edward Poynter,

      Mr. Sidney Calvins y Mr. Lionel Cust, han afirmado, casi sin reserva, que

      la pintura era de fecha anterior al grabado y han llegado a la conclusión

      de que, según todas las probabilidades, Martín Droeshout hizo su grabado

      directamente de la pintura. Se nota en ésta, con toda claridad, la

      influencia de la escuela flamenca de principios del siglo XVII, y es muy

      posible que sea ésta obra de un tío del joven grabador Martín Droeshout,

      que llevaba el mismo nombre que su sobrino y se naturalizó inglés el 25 de

      Enero de 1608, siendo entonces designado como un "pintor de Brabante".

      Aunque la historia del retrato queda dentro de la crítica conjetural, es

      pisar terreno firme considerarlo como un retrato de Shakespeare, pintado

      durante su vida, a la edad de cuarenta y cinco años. Ninguna otra

      representación histórica del poeta tiene iguales títulos para ser tratada

      de contemporánea con él y es por eso que presenta caracteres de interés

      sin igual. A la muerte de su propietario, Mr. Clements, en 1895, el cuadro

      fue comprado por Mr. Charles Flower y ofrecido a la "Memorial Picture

      Gallery" en Stratford, donde ahora se encuentra. Ninguna tentativa de

      restauración ha sido hecha.(**)

 

      Del mismo tipo que el grabado de Droeshout, aunque de una semejanza menos

      completa que la pintura antes descripta, es el retrato llamado de Ely

      House, (actualmente propiedad de The Birthplace Trustees , en Stratford)

      que antes perteneció a Thomas Turton, obispo de Ely. Esta pintura tiene un

      alto valor artístico. Los rasgos son mucho más atrayentes y de mayor

      expresión intelectual que en los dos Droeshout, pintura o grabado, y las

      numerosas diferencias de detalle sugieren la duda hasta de si la persona

      representada puede haber pasado por Shakespeare. Los expertos opinan que

      el cuadro fue pintado en los primeros años del siglo XVII.

 

      Al principio del reinado de Carlos II, el Lord Canciller Clarendon agregó

      un retrato de Shakespeare a su galería de St. James. Se hace mención de él

      en una carta del diarista John Evelyn a su amigo Samuel Pepys, en 1689;

      pero la colección de Clarendon fue dispersada a fines del siglo XVII y no

      se han encontrado rastros de ese retrato.

 

      De las numerosas pinturas existentes que han sido descriptas como retratos

      de Shakespeare, sólo las "Droeshout" y "Ely House", ambas en Stratford,

      ofrecen alguna semejanza definible con el grabado del infolio o con el

      busto en la iglesia. A despecho de sus reconocidas imperfecciones, sólo

      éstas, por el momento, pueden ser honradamente designadas como que

      reflejan las facciones del poeta. Deben ser consideradas como modelo de

      autenticidad, a juzgar por la legitimidad de otros retratos que se

      pretende son de una fecha anterior.

 

      De los otros pretendidos retratos existentes, el más famoso e interesante

      es el "Chandos", actualmente en la "Galería Nacional de Retratos". Por su

      pedigree , parece que se le hubiera considerado como representando al

      poeta; pero numerosas y muy marcadas divergencias con el parecido

      auténtico, hacen ver que fue pintado según descripciones de fantasía,

      algunos años después de la muerte de Shakespeare. La cara tiene barba

      entera y lleva aros en las orejas. Oldys refiere que era debido al pincel

      de Burbage, un actor compañero de Shakespeare, que tuvo alguna reputación

      como retratista y que perteneció a Joseph Tagler, otro actor compañero

      también de Shakespeare. Esos rumores no están corroborados; pero no hay

      duda que al principio perteneció a D'Avenant y que más tarde pasó

      sucesivamente del actor Betterton a Mrs. Barry, la actriz. En 1693, Sir

      Godfrey Kneller hizo una copia para regalar a Dryden. Después de la muerte

      de Mrs. Barry, en 1713, fue adquirido en 40 guineas por Robert Keck, un

      abogado de Inner Temple. Al fin llegó a manos de un John Nichols, cuya

      hija casó con James Bridges, tercer duque de Chandos. A su tiempo, el

      duque adquirió la propiedad del retrato, el que pasó más tarde, por la

      hija de Chandos, a su marido, el primer duque de Buckingham, cuyo hijo, el

      segundo duque, lo vendió con el resto de sus bienes, en Stowe, en 1848,

      siendo entonces comprado por el conde de Ellesmere. Este lo regaló a la

      nación. Edward Capell, algunos años antes, presentó una copia por Ranelagh

      Barret al Trinity College, de Cambridge, y otras copias se atribuyen a Sir

      Joshua Reynolds y Ozias Humphrey (1783). Fue grabado por Jorge Vertue en

      1719 para la edición de Pope de 1725 y muy a menudo más tarde, siendo una

      de las mejores reproducciones la de Vandergucht. Una buena litografía, de

      un dibujo hecho por Sir George Scharf, fue publicado por los conservadores

      de la "Galería Nacional de Retratos" en 1864. La baronesa Burdett-Couts

      compró en 1875 un retrato de tipo análogo, del que se decía, aunque con

      alguna duda, que había pertenecido a John, lord Lumley, quien murió en

      1609, y que había formado parte de una colección de retratos de los

      grandes hombres de su tiempo, que tenía en su casa, Lumley Castle, Durham.

      La temprana historia de esta pintura no está positivamente autentizada;

      puede muy bien ser de las primeras copias del "Chandos". El "Lumley" sido

      muy bien cromo-litografiado en 1863 por Vin Brooks.

 

      El retrato llamado "Jansen" o Janssens, que pertenece a Lady Guendolen

      Ramsden, hija del duque de Somerset, y que se encuentra actualmente en su

      residencia de Bulstrode, fue primero dudosamente identificado, por 1770,

      cuando estaba en poder de Charles Jennens. Jennens no vino a Inglaterra

      antes de la muerte de Shakespeare.

 

      Es un hermoso retrato, pero tiene tan poco parecido con el poeta, como

      cualquiera otro de los que se ha pretendido ser retratos de éste. Richard

      Earlom hizo de él una admirable media tinta en 1811. El "Felton", una

      pequeña cabeza pintada sobre tabla, con una frente alta y muy calva

      (perteneciente desde 1873 a la baronesa Burdett-Couts), fue comprado por

      S. Felton, de Drayton, Shropshire, en 1792, a J. Wilson, el propietario

      del "Shakespeare Museum" en Pall Mall; muestra una reciente inscripción:

      "Gul. Shakespeare, 1597, R. B.". (Richard Burbage). Fue grabado por Josiah

      Bogdell para Steevens en 1797 y por James Neagle para la edición de Isaac

      Reed en 1803. Fuseli declara que es la obra de un artista holandés, pero

      los pintores Romney y Lawrence lo consideraban como una obra inglesa del

      siglo XVI. Steevens sostiene que ésta fue la pintura original de la que

      tanto Droeshout como Marshall sacaron sus grabados; pero no hay ningún

      punto de semejanza entre ella y éstos.

 

      El "Soest" o "Zoust", en poder de Sir John Lister Kaye, de la Grange,

      Wackfield, se encontraba en la colección de Thomas Wright, pintor de

      Covent-Garden en 1725, cuando John Simon lo grabó. Soest había nacido

      veintiún años después de la muerte de Shakespeare y el retrato, sólo en el

      terreno de la fantasía, puede identificarse con el poeta. Un dibujo al

      lápiz, por José Michael Wright, seguramente inspirado por el retrato de

      Soest, pertenece a Sir Arthur Hodgson, de Clepton House, y se encuentra en

      préstamo en la "Memorial Gallery" de Stratford.

 

      Una buena miniatura, por Hilliard, en otro tiempo en posesión del poeta

      Somerville y ahora propiedad de Sir Stapford Northcote, fue grabada por

      Agar para el vol. II del "Variorum Shakespeare"(***) de 1821. Tiene pocos

      títulos a la atención, como retrato del dramaturgo. Otra miniatura,

      llamada el "Auriol", de dudosa autenticidad, perteneció antiguamente a Mr.

      Lumsden Propert. Una tercera se encuentra en Warwick Castle.

 

      Un busto, que se dice ser de Shakespeare, fue descubierto en 1845,

      enladrillado en un muro, en el almacén de artículos de la China de Spode &

      Copeland's, en Lincoln's Inn Fields. El almacén había sido edificado sobre

      el sitio que ocupó el "Duke's Theater", construido por D'Avenant en 1660.

      El busto, que es en terra-cotta negra y muestra rasgos de ser una obra

      italiana, pasa por haber adornado el proscenio de aquel teatro. Fue

      adquirido por el cirujano Williams Clift, del que pasó a su yerno, Richard

      (más tarde Sir Richard) Owen, el naturalista. El último adquirente fue el

      duque de Devonshire, quien lo regaló en 1851 al Garrick Club, después de

      haber hecho sacar dos copias en yeso. Una de esas copias está en la

      "Memorial Gallery" de Stratford.

 

      La máscara mortuoria de Kesselstadt fue descubierta por el Dr. Ludwig

      Becker, bibliotecario del palacio ducal de Darmstadt, en un boliche

      andrajoso de Mayence, en 1849. Las facciones se parecen a las de un

      pretendido retrato de Shakespeare (fechado: 1637), que el doctor Becker

      compró en 1847. Esta pintura estuvo largo tiempo en poder de la familia

      del conde Francis de Kesselstadt, de Mayence, quien murió en 1843. El Dr.

      Becker trajo la máscara y la pintura a Inglaterra, en 1849, y Richard Owen

      sostuvo la teoría de que la máscara había sido tomada sobre la cara de

      Shakespeare después de muerto y que era la base del busto de la iglesia de

      Stratford. La máscara estuvo por mucho tiempo en los apartamentos privados

      del Dr. Becker en el palacio ducal de Darmstadt. Las facciones son

      singularmente atrayentes; pero el encadenamiento de las evidencias con el

      que se quiere identificarlas con las de Shakespeare, es incompleto". (S.

      Lee).

 

      He transcripto esta minuciosa noticia sobre los retratos conocidos como de

      Shakespeare, la más reciente y la mejor informada de todas, porque he

      pensado que, aunque se aparta del campo restringido de este trabajo, será

      leída con el vivo interés que despierta todo lo que al inmortal poeta se

      refiere.

 

      Los retratos citados por Lee son sólo los que presentan alguna pretensión

      plausible a la autenticidad; sería cuestión de nunca acabar la simple

      mención de todos los que han surgido, sobre todo en nuestro siglo y

      especialmente en su segunda mitad, con aspiraciones shakesperianas.

 

      * Juan Aubrey, anticuario de cierta reputación en su época, 50 años

      después de la muerte de Shakespeare, se trasladó a Strat-ford-on-Avon para

      adquirir noticias sobre el poeta. Sus datos inspiran poca fe, porque su

      amigo y colaborador Wood, habla de él en estos términos: "Aubrey es un

      infeliz, con la cabeza hueca y con ribetes de loco; es muy crédulo y llena

      sus cartas con tonterías y sandeces..."

 

      ** Sidney Lee, en su "A life of William Shakespeare" (1898), trae una

      reproducción de ese retrato, que en este momento tengo ante mis ojos,

      tratando de contestarme a mi pregunta mental sobre la impresión que me

      haría un rostro semejante, encontrado por azar, sin la menor idea de las

      facultades morales o intelectuales de su dueño. Contesto decididamente: la

      impresión de fuerza y de serenidad. Mirando bien y con alguna fijeza esos

      ojos, parecen surgir lentamente los signos, sino del cansancio, de las

      constantes fatigas. La frente es luminosa y el corte de la nariz revela

      nobleza; los labios, ligeramente sensuales, son llenos y bien delineados.

      La fisonomía general carece indudablemente de finura y distinción, casi

      diría de expresión, porque el pintor le ha dado una inmovilidad

      desesperante. Cuando se piensa que en el año en que esa pintura se hizo,

      Rubens, que vivía ahí enfrente, en Bruselas, tenía ya treinta y dos años,

      se deplora que no haya tenido la ocurrencia de atravesar el canal en esa

      época y después de una representación triunfal a la que hubiera asistido,

      la de dejarnos un retrato del poeta, lleno de vida y verdad. Van Dick, que

      debía más tarde retratar tanto personaje en Londres, sólo tenía 17 años a

      la muerte de Shakespeare.

 

      No me llena tampoco el "Chandos", que también tengo a la vista. Según este

      retrato, Lady Southampton no habría podido hablar de miller's thumb ,

      porque en él, la cabeza parece muy pequeña para el cuerpo. Además, aunque

      los ojos son inteligentes, es otra expresión. Prefiero, con su basta

      factura y todos sus defectos, el "Droeshout".

 

      En cuanto al Busto del Garrick Club, me parece teatral y petulante, lejos,

      muy lejos de lo que debió ser el poeta.

 

      Recordaré, de paso, que el actor Garrick , promotor del famoso Jubileo

      Shakesperiano de 1769, fue, al par de incomparable intérprete de las obras

      del poeta, un verdadero asesino de sus dramas, que arregló de una manera

      desastrada.

 

      *** Ver la nota sobre las ediciones de las obras completas de Shak.

 

      5. La primera alusión a la ocupación de Shakespeare en la puerta de los

      teatros, en los primeros tiempos de su llegada a Londres, se encuentra en

      la compilación de Cibber "Vida de los Poetas" (1735). Según éste, esa

      historia fue contada por D'Avenant a Betterton; llama la atención que

      Rowe, a quien también Betterton la narró, no la consigne.

 

      Es un hecho exacto de que la gente de calidad iba a caballo a los dos

      principales teatros de Londres y que Burbage, el propietario de uno de

      ellos, tenía cerca de éste una caballeriza de alquiler. "No hay

      improbabilidad inherente en esa tradición", dice Lee. La ampliación del

      Dr. Johnson, según la que Shakespeare aparece organizando una banda de

      muchachos para cuidar los caballos de los concurrentes, parece no tener

      base.

 

      Respecto a la anécdota de que reemplazó a su camarada Burbage en una cita

      de amor, que había dado una dama al último, diciéndole que se presentara

      bajo el nombre de Ricardo III, papel que le había visto desempeñar, cuenta

      Manningham en su "Diary" (Marzo 13, 1601 - Camdem Soc. pág. 39), que

      Shakespeare se le anticipó y, cuando Burbage llegó, le salió al encuentro

      diciéndole que "Guillermo el Conquistador estaba antes que Ricardo III".

 

      6. Apodo dado a Enrique IV, del nombre del castillo en que nació,

      Bolingbroke Castle.

 

      7. "Pero Falstaff, el jamás imitado e inimitable Falstaff, ¿cómo

      describirlo? Conjunto de buen sentido y de vicio, de vicio que puede ser

      despreciado, pero no aborrecido, sus errores despiertan tan sólo un

      movimiento de disgusto. Es ladrón y glotón, cobarde al mismo tiempo que

      fanfarrón, pronto siempre a engañar al que es más débil que él y a

      despojar al que es más pobre, a asustar al miedoso, a insultar al

      indefenso. A un tiempo es obsequioso y maligno, y con su sátira zahiere,

      por poco que se ausenten, a aquellos mismos que, adulados por él, le pagan

      sus gastos. Se hace siervo del príncipe pero sin otro fin que el de

      servirle en sus hábitos viciosos; y de tal servidumbre se muestra tan vano

      que no sólo es con los demás arrogante y soberbio, pero parece creer que

      por él se aumenta la importancia del mismo duque Lancaster. Y, sin

      embargo, un hombre tan endurecido en el mal y tan despreciable, se hace

      como necesario al príncipe que lo desprecia, por su calidad que más

      aprecia, una alegría continua, una incesante facultad de excitar la risa,

      esa risa que a su derredor se suelta más libremente, porque su burla no es

      brillante ni ambiciosa, sino que consiste en ligeros puntillazos de buen

      humor, que divierten sin dejar rencor. Debe observarse también que no está

      manchado con graves delitos ni con actos de sangre; tanto que su licencia

      no ofende, y conviene soportarla, a causa de su festiva índole.

 

      "La idea moral que puede desprenderse de esta representación, es que nadie

      es más peligroso que el que, con el mal designio de corromper, tiene la

      facultad de agradar; y que no hay espíritu, por más alto y honesto que

      sea, que pueda salir ileso de tal compañía, cuando se ve un Enrique

      seducido por un Falstaff". (Johnson)

 

      8. Falstaff, estudio del que escribe estas líneas (1884).

 

      9. Según toda probabilidad, "Las Alegres Comadres de Windsor", comedia

      vecina de la farsa y desprovista de todo interés poético, siguió de cerca

      a "Enrique IV". En el epílogo de la Segunda Parte de este drama,

      Shakespeare escribía: "Si no estáis ya hartos de carne gorda, nuestro

      humilde autor continuará la historia, con Sir John en ella..."

 

      Rowe afirma que "la reina Isabel se mostró tan complacida con ese

      admirable carácter de Falstaff en las dos partes de "Enrique IV", que le

      ordenó continuarlo una pieza más y mostrarlo metido en amoríos".

 

      Dennis, en su dedicatoria del "Comical Gallant" (1702) observa que la

      comedia "Las Alegres Comadres", fue escrita por orden de la reina y por su

      indicación; y estaba tan ansiosa por verla representar, que ordenó fuese

      la pieza concluida en catorce días y se mostró más tarde, según una

      tradición que se nos ha trasmitido, muy satisfecha con la representación".

      En sus cartas, Dennis (1721, pág. 232) reduce el período de composición a

      diez días, "cosa prodigiosa" agrega Gildon ( Remarks , página 291) "en la

      que todo es imaginado y desarrollado sin la menor confusión". La

      localización de la escena en Windsor y las lisonjeras referencias al

      Castillo de ese nombre, corroboran la tradición de que la comedia se

      preparó para satisfacer una real orden. (S. Lee, A life of W. Shakespeare

      , pág. 172).

 

      10. Falstaff, ídem.

 

      11. Conozco las siguientes traducciones de Shakespeare al español:

 

      Obras de Shakespeare, versión al castellano, por Jaime Clark: 5 volúmenes.

 

 

      Obras de William Shakespeare, traducidas fielmente del original inglés,

      por el Marqués de Dos Hermanas: 3 volúmenes.

 

      Shakespeare, obras dramáticas, versión castellana, de D. Guillermo

      Macpherson: 5 volúmenes.

 

      Dramas de Guillermo Shakespeare, traducción de D. Marcelino Meléndez

      Pelayo: 1 volumen.

 

      Dramas de Shakespeare, traducción de don José Arnaldo Marques: 1 volumen.

 

      Luego algunas traducciones parciales, como la de Macbeth , de García

      Villalta, Romeo y Julieta , de Lucio Viñas y Deza, Hamlet , de Carlos

      Coello, etc. Ninguna de las versiones generales contiene el "Enrique IV".

      No conozco, en una palabra, traducción española de esa obra.

 

      12. La de Letourneur, por ejemplo.

 

      13. En vida de Shakespeare, sólo dos de sus obras, sus poemas "Venus y

      Adonis" y "Lucrecia", fueron publicadas con su aprobación y cooperación.

      Para limitar esta breve nota bibliográfica a la obra que he traducido,

      diré que de los diez y seis o diez y ocho dramas (incluyendo la

      "Contention", primer esbozo de Enrique VI y "La verdadera tragedia",

      primer esbozo de la parte III de la misma pieza) de Shakespeare,

      únicamente publicados en vida del poeta (hasta 1816), la Primera Parte de

      nuestro Enrique IV había alcanzado cinco ediciones (todas en 4º mayor) en

      1598, 1599, 1604, 1608, 1615. La Segunda Parte de Enrique IV sólo se editó

      una vez (1600) mientras vivió su autor. En 1622 salió a luz la sexta

      edición de la Primera Parte de Enrique IV. De estas viejas ediciones, de

      las que se han publicado algunos facsímiles litografiados (por E. W.

      Ashbee, 1862-1871), existen algunos ejemplares originales en las

      bibliotecas del duque de Devonshire, del British Museum, de Trinity

      College (Cambridge) y en la Bolderiana. Todos los in 4º publicados en vida

      de Shakespeare se vendieron a seis peniques cada uno.(*)

 

      En el Primer conato de edición completa de las obras del poeta (el primer

      infolio ), hecho por sus amigos y compañeros de escena, John Herning y

      Henry Condell, figura nuestro Enrique IV. Ese infolio , que contiene 36

      piezas de Shakespeare, es considerado en Inglaterra como el volumen más

      valioso, bajo todo concepto, de la literatura nacional. Una reimpresión de

      este primer infolio se hizo en 1807-1808.

 

      La segunda edición infolio se imprimió en 1632. La tercera, por Peter

      Shetwyinde, en 1663 y reimpresa el año siguiente, con la adición de seis

      nuevas piezas, nunca comprendidas en los infolios anteriores y que en

      realidad no eran de Shakespeare, The London Prodigall, The History of

      Thomas Ld. Cromwell, Sir John Oldcastle, lord Cobham, The Puritan Widow, A

      Yorkshire Trajedy, The Trajedy of Locrine . El cuarto infolio se imprimió

      en 1865, sobre el anterior, sin más cambio que modernizar el lenguaje,

      pero conservando las piezas espúreas.

 

      Desde 1685, algo como doscientas ediciones independientes de las obras

      completas de Shakespeare, han sido publicadas en la Gran Bretaña e

      Irlanda, y varios miles de ediciones de sus dramas separados. La serie de

      errores introducidos en el texto primitivo ha hecho lenta, difícil y

      meritoria la tarea de los editores del siglo pasado y del presente, cuyos

      esfuerzos han conseguido hacer inteligible la lectura de Shakespeare a los

      que no están habituados a la crítica de los textos.

 

      Aunque un poco fuera del cuadro de esta simple traducción, pensando que

      todo lo que a Shakespeare se refiere, es interesante para los que le aman,

      daré, con ayuda del "Dictionary of National Biography" y del libro de Lee,

      algunos datos sobre los principales editores críticos del poeta.

 

      El primero fue Nicolás Rowe, un dramaturgo popular del tiempo de la reina

      Ana y poeta laureado de Jorge I. Publicó en 1709 una edición en seis vol.

      en 8º, a la que siguió otra en ocho vol. en 1714, con uno de suplemento

      conteniendo los poemas. Siguió el texto del 4º infolio , escribió una

      interesante vida de Shakespeare, conservando algunas anécdotas

      tradicionales, que sin él se habrían perdido. Su práctica de la escena le

      sirvió para fijar la lista de personajes y dividir las piezas en actos y

      escenas; cuidó la puntuación y la gramática y modernizó el lenguaje.

 

      El poeta Pope fue el segundo editor de Shakespeare (1725, 7 vol. el último

      de glosas). Sin gran preparación para la tarea, Pope hizo, sin embargo,

      numerosas innovaciones en el texto, "según su propio sentido y conjetura".

      A menudo son éstas plausibles e ingeniosas. Fue Pope el primero en indicar

      el sitio de cada escena y mejoró la subdivisión de las mismas hecha por

      Rowe. En 1728 apareció la 2ª edición de Pope y siguieron varias otras en

      1735 y 1768.

 

      Pope encontró la horma de su zapato en Lewis Theobald (1688-1744),

      escritor y poeta mediocre, pero el más inspirado de todos los críticos de

      Shakespeare. Pope se vengó salvajemente de su censor, dice Lee,

      entregándole al ridículo como el héroe de la "Dunciad" (**). La primera

      versión de la hábil crítica de Theobald apareció en 1726 en un volumen

      cuyo título era nada menos que el siguiente: "Shakespeare restaurado, o un

      specimen de los numerosos errores tanto cometidos como no corregidos por

      Mr. Pope en su última edición de ese poeta, errores que se apuntan no sólo

      para corregir dicha edición, sino también para restaurar la verdadera

      lectura de Shakespeare en todas las ediciones hasta ahora publicadas. "El

      príncipe de los críticos de Shakespeare, como se le llama en Inglaterra,

      explica así su manera en una carta a Warburton: "Siempre me esfuerzo en

      hacer las menores desviaciones, que me son posibles, del texto; en no

      alterar nada cuando por cualquier medio puedo explicar con sentido un

      pasaje; en no hacer ninguna enmienda que mejore el texto como

      probablemente salió de manos del autor"(***). Theobald publicó en 1733 su

      edición en 7 vol., una segunda en 1740, una tercera apareció en 1752, en

      1772 y 1773. Está comprobado que se vendieron de estas últimas 12.860

      ejemplares.

 

      El cuarto editor fue un hidalgo de campaña, Sir Thomas Hanmer (1677-1746)

      que, retirado de la vida política (había presidido por corto tiempo la

      Cámara de los Comunes), dedicó sus ocios y su nativo ingenio a una edición

      de Shakespeare, en la que introdujo algunas enmiendas de buen sentido

      (pues no tenía gran preparación) que fueron aceptadas. Su edición, impresa

      en la imprenta de la Universidad de Oxford, en 1744, en seis vol. in 4º,

      fue la primera con algunas pretensiones a la belleza tipográfica. Se

      reimprimió en 1770.

 

      El obispo Warburton fue el quinto editor de nota de nuestro poeta. El buen

      obispo publicó en 1747 una versión revisada de la de Pope. Tomó mucho de

      Theobald y de Hanmer, de quienes abusó en regla, determinando por esto

      severas críticas por su pretenciosa incompetencia, especialmente de Thomas

      Edwards cuyo "Suplemento a la edición de Shakespeare por Warburton", que

      apareció en el mismo año, fue llamado "Los cánones del criticismo" y tuvo

      varias reimpresiones (no menos de 7) hasta 1765.

 

      El famoso Dr. Johnson (1709-1783) publicó su primera edición en ocho vol.

      en 1765 y la segunda en 1778. Sus trabajos sobre el texto tuvieron poca

      importancia y en sus notas demostró un conocimiento poco extenso de la

      literatura de los siglos XVI y XVII. Pero fue quizá el primero que sintió

      la grandeza de Shakespeare y su triunfal pintura de caracteres.

 

      El séptimo editor Edward Capell (1713-1781), un escritor basto, de quien

      Johnson decía que "charlaba monstruosamente", avanzó sin embargo mucho y

      en varios conceptos, sobre sus predecesores. Su colación de los primero y

      segundo infolios , fue hecha con método más riguroso que todas las

      precedentes, sin exceptuar la de Theobald. Era incansable y se dice que

      copió más de diez veces todo Shakespeare. La edición de Capell apareció en

      10 pequeños vol. en 8º en 1768 y en otro vol. aparecido en 1774, de notas,

      mostró cuán versado estaba en la literatura del tiempo de Isabel.

 

      Traduzco textualmente la excelente noticia de Sidney Lee sobre el octavo

      editor de Shakespeare. "Jorge Steevens (1736-1800), cuyo humor áspero le

      envolvió durante toda su vida en una serie de querellas literarias con los

      que se ocupaban de Shakespeare, hizo valiosísimas contribuciones al

      estudio del poeta. En 1766 reimprimió veinte de sus dramas, tomados de los

      in quarto. Poco después revisó la edición de Johnson, sin mucha ayuda del

      Doctor y su revisión, que comprendía numerosos progresos, apareció en diez

      vol. en 1773. Fue durante mucho tiempo considerada como la versión modelo.

      Los conocimientos de Steevens, sobre la historia y la literatura del

      tiempo de Isabel, eran mayores que las de cualquiera de los editores

      anteriores; sus citas de pasajes paralelos de escritores contemporáneos de

      Shakespeare, dilucidando palabras y frases obscuras, no han sido excedidas

      en número, ni superadas en calidad, por ninguno de sus sucesores. En esa

      materia, todos los comentadores de los tiempos recientes, son deudores en

      mayor grado a Steevens que a ningún otro crítico. Pero careció de gusto

      como de templanza y excluyó de su edición los sonetos y los poemas de

      Shakespeare porque, escribió, 'el más poderoso Acto del Parlamento que

      pueda forjarse, tendría que fallar si compeliera a las gentes a leerlos'.

      La segunda edición de la versión de Johnson y de Steevens apareció en 10

      vol. en 1778. La tercera edición (10 vol. 1785) fue revisada por el amigo

      de Steevens, Isaac Reed (1742-1807), un erudito de su mismo tipo. La

      cuarta y última edición, publicada en vida de Steevens, fue preparada por

      él mismo en 15 vol. en 1793. Al hacerse viejo, hizo algunos cambios poco

      cuidados en el texto, particularmente con el profano objeto de mistificar

      a los que trabajaban en el mismo terreno. Con una malicia no exenta de

      buen humor, puso, también, algunas notas obscuras a expresiones groseras y

      pretendió que era deudor de esas indecencias a uno u otro de los dos

      respetabilísimos clergymen , Richard Amner y John Collins, cuyos

      apellidos, en cada caso, eran citados. Con ambos se querelló. Tales

      pruebas de perversidad justifican el mote que Gifford le aplicó, "el Puck

      (****) de los Comentadores." (S. Lee) .

 

      Edmund Malone (1741-1812), sin las condiciones de estilo y espíritu de

      Steevens, fue un buen arqueólogo sin mucho gusto ni sentido práctico. Hizo

      profundas investigaciones sobre la vida de Shakespeare, la cronología y

      fuentes de sus obras, y a él se debe el primer ensayo para establecer el

      orden en el cual fueron escritas las piezas atribuidas a Shakespeare. Sus

      primeros trabajos, en ese sentido, se agregaron a la edición de Steevens

      en 1778. Su propia edición en 10 volúmenes apareció en 1790. Escribió

      también una disertación tendiente a probar que las tres partes del "Rey

      Enrique VI", no habían sido originariamente escritas por Shakespeare.

 

      De las conocidas en el mundo de los libros por ediciones Variorum (*****),

      la primera, basada en la obra de Steevens de 1793, fue, después de la

      muerte de éste, preparada por su amigo Isaac Reed (21 vol., 1803). La

      "Segunda Variorum", que fue principalmente una reimpresión de la primera,

      se publicó en 1813 (31 vol.). La "Tercera Variorum", basada sobre la

      edición de Malone de 1790, y que comprendía un gran acopio de notas

      dejadas por Malone a su muerte, fue preparada por James Boswell, el hijo

      del biógrafo del Dr. Johnson(******) (21 vol., 1821). Es considerada como

      la más valiosa de las ediciones de las obras completas de Shakespeare,

      aunque sus tres volúmenes de notas y sus ensayos biográficos y críticos

      son confusos, sin método y sin índice. Una nueva "Variorum", en escala

      reducida, ha sido emprendida por M. Howard Furnes, de Filadelfia, en 1871

      (11 vol. publicados hasta hoy. En ellos no está "Enrique IV").

 

      Los editores del siglo XIX, de las obras completas de Shakespeare, que más

      se han distinguido en la prosecución de los grandes trabajos del siglo

      pasado, han sido:

 

      Elexander Dyce (1798-1869), tan versado como Steevens en la literatura y

      especialmente en el drama contemporáneo de Shakespeare, pero con

      frecuencia poco oportuno en sus notas, cuya brevedad aguza sin satisfacer

      la curiosidad del lector. Tiene algunas buenas enmiendas del texto y un

      glosario excelente (9 vol., 1857).

 

      Howard Staunton (1810-1874), muy versado en la época de Shakespeare,

      excelente crítico, contribuyó mucho al estudio de la historia del teatro

      inglés. (3 vol., 1868-1870).

 

      Nikolas Delius (1813-1888), sobre sanos y seguros principios de crítica

      literaria, publicó en Elberfeld su edición en 7 vol., en 1854-1861.

 

      La edición de Cambridge (9 vol., 1863-1866), con copiosos comentarios y

      notas sobre las variaciones de texto en las precedentes ediciones, se

      distingue por su gran Apparutus criticus , como dice Lee. Hay otra edición

      en 9 volúmenes (1887), y lo último, en 40 vol., en 1893.

 

      Otros editores, en el presente siglo, de las obras completas de

      Shakespeare, que, aunque de algún valor, presentan rasgos característicos

      propios, son:

 

      William Harness (8 vol., 1825), Samuel Weller Singer (10 vol., 1826),

      Charles Knight (Pictural edition, 8 vol., 1838-1843), Bryan Waller Propter

      y Barry Cornwall (3 volúmenes, 1839-43), John Payne Collier (8 vol.,

      1841-44), Samuel Phelps, el actor (2 vol., 1852-54), J. H. Halliwell (15

      volúmenes, infolio , con una gran colección da anotaciones de los primeros

      editores (1853-61), Richard Grant White (Boston, Estados Unidos, 12 vol.,

      1857-65), el Rev. H. N. Hudson (la "edición de Harward", Boston, 20 vol.,

      1881). Las últimas ediciones completas y anotadas en los Estados Unidos,

      son: "The Henry Irving Shakespeare", por F. A. Marshall y otros (8 vol.

      1888-90) y "The Temple Shakespeare", por Israel Gollancz (38 vol. in 12º,

      1894-96).

 

      Las mejores ediciones en un volumen, de las obras completas, sin

      anotaciones, según la opinión de Sydney Lee (y no creo haya autoridad

      superior en la materia), son: la llamada "The Globe", hecha por W. G.

      Clark y el Dr. Aldis Wright (1864 y constantemente reimpresa hasta 1891,

      con un nuevo y excelente glosario). "The Leopold" (1876, sobre el texto de

      Delius, con un prefacio del Dr. Furnivall) y la de Oxford (1894, hecha por

      W. F. Craig).

 

      (*) Los buenos ejemplares alcanzan hoy, según su rareza, el precio de 200

      a 300 libras esterlinas. En 1864, en la venta de la biblioteca de Jorge

      Daniel, ejemplares in 4º (primera edición) de "Penas de amor perdidas" y

      de "Las alegres Comadres" alcanzaron a 346 libras. En Mayo 14, 1897, un

      ejemplar del in 4º del "Mercader de Venecia" (impreso por James Roberts en

      1600), se vendió en Sotheby por 315 libras.

 

      (**) Dunciad, palabra inventada por Pope y con la que tituló un norma

      satírico. Viene de dunce , zote, sopenco, bolo (Dice. de Velasq.).

 

      Theobald contestó noblemente: "Yo siempre estimaré mejor carecer de

      ingenio que de humanidad; y la posteridad, imparcial, acaso sea de mi

      opinión. Al considerar de qué modo se me ataca, dudo como Quinto Sereno.

 

 

                Sive homo, seu similis turpissima bestia, nobis

 

                Vulnera dente dedit".

 

 

      (***) Para dar una idea de las correcciones introducidas por Theobald,

      tomaré un ejemplo que se refiere a nuestro Falstaff. En la narración de la

      muerte de Sir John, hecha por Mistress Quickly en el drama "El rey Enrique

      V" (acto II, esc. III), las ediciones anteriores a la de Theobald, decían:

      "His nose was as sharp as a pen and a table of green fields". Table no

      tenía sentido; Theobald propuso babbled , que ha quedado consagrado. "Su

      nariz puntiaguda como una pluma y charlaba sobre prados verdes". Estos

      síntomas, según Mistress Quickly, eran mortales.

 

      De la edición de Theobald de 1733, se vendieron 13.000 ejemplares.

 

      (****) Puck, el delicioso personaje de la "Noche de Verbena", más travieso

      que perverso. Gifford, al darle ese apodo, hizo mucho honor a Steevens,

      que, sin exageración, fue un dechado de deslealtad.

 

      (*****) Llámanse así las ediciones que presentan todas las opiniones y en

      todo sentido, que se han dado por todos los críticos y editores

      precedentes, sobre los pasajes controvertidos.

 

      (******) Véase, sobre ese curioso e ingenuo escritor, el ensayo de

      Macaulay sobre el doctor Johnson.

 

      14. Créese generalmente que Cervantes murió el mismo día que Shakespeare,

      el 23 de abril de 1616. Es exacto, en cuanto a la fecha, pues la misma se

      registra en el acta mortuoria de ambos; no lo es, en tiempo absoluto,

      porque el Calendario Gregoriano, que corría ya en España a la muerte de

      Cervantes, sólo se adoptó en Inglaterra en 1752; el mes de septiembre de

      ese año tuvo tan sólo diez y nueve días. Shakespeare murió, por

      consiguiente, once días antes que Cervantes.

 

      Se ignora la fecha exacta del nacimiento de Shakespeare. Según la

      tradición, nació el 23 de abril de 1564 y murió el mismo día de 1616. Pero

      el monumento existente en la iglesia de Stratford, dice:

 

      Obiit ano. Doi. 1616 Ætatis 53-Die 23 ap.

 

      La imaginación popular se complace en las coincidencias curiosas; pero esa

      inscripción, que existía en vida de la mujer y las dos hijas de

      Shakespeare, prueba que no pudo nacer el día que se indica. El fundamento

      de esa versión es que fue bautizado el 26 de abril de 1564 y las

      costumbres de la época hacen inexplicable ese retardo de un año desde el

      día del nacimiento.

 

      15. Falstaff se hizo en poco tiempo popular en todas las clases sociales,

      especialmente en la aristocrática. Una curiosa muestra de cómo había

      impresionado el tipo admirable, creado por Shakespeare, es la carta que en

      1599 escribía Lady Southampton a su marido, el Mecenas inglés de la época,

      a la sazón en Irlanda.

 

      "Todas las noticias, que puedo enviaros y que os pueden alegrar, son que

      he leído en una carta de Londres que Sir John Falstaff ha sido hecho, por

      su señora Dama Juana ( dame pint-pot ), padre de un espléndido coto (*),

      un muchacho que es todo cabeza y poquísimo cuerpo". Este rasgo prueba la

      familiaridad de los dos esposos con las aventuras del gordo caballero; la

      alusión se refiere a la escena IV, acto II, parte I, de "Enrique IV" (**).

      ¿A quiénes alude Lady S. en esa carta? No es posible saberlo; pero parece

      no estar fuera de los límites de la posibilidad, que tal vez fuera al

      mismo creador de Sir John Falstaff, por aquello de "todo cabeza y

      poquísimo cuerpo", que no hay duda era muy aplicable a la persona de

      Shakespeare. (Ver la nota, en la "Introducción", sobre los retratos de

      Shakespeare).

 

      (*) Miller's thumb , coto, pescado de agua dulce.

 

      (**) Pág. 100 de esta traducción.

 

      16. El nombre de OldCastle es aún lisible en el texto de la edición

      original de "Enrique IV", parte II, escena II.

 

      17. En la primera representación de "Enrique IV", el personaje a quien

      estaba confiado el papel del bufón no se llamaba Falstaff, sino Sir John

      Oldcastle; los descendientes de este personaje, que llevaban su título,

      habiéndose ofendido justamente de semejante exhibición, el poeta se vio

      obligado a recurrir al torpe expediente de ultrajar a Sir John Fastolphe,

      hombre de no menor virtuosa memoria...

 

      (Extracto de una carta del Doctor Richard James, escrita en tiempo de

      Shakespeare y descubierta hace algunos años en la Biblioteca Bolderiana).

 

      Este Sir John Fastolphe, o Falstaff, a quien se refiere el doctor James,

      fue un caballero (1477-1559), veterano de Azincourt, que ganó en 1528 la

      batalla de los Arenques , contra los franceses, pero a quien el capítulo

      de la orden de la Jarretière degradó más tarde por haber huido en el

      combate de Patay.

 

      18. "Porque Sir John Oldcastle murió mártir y éste no es el mismo hombre".

      Epílogo de la II parte de "Enrique IV".

 

      19. Con mucha posteridad a la producción de este trabajo, Sidney Lee ha

      publicado una vida completa de Shakespeare, que es lo más notable que haya

      aparecido hasta ahora sobre la materia. Tiene poco nuevo; pero su método,

      su claridad, las empeñosas investigaciones que le sirven de base, hacen de

      esa obra el libro tal vez más definitivo sobre la vida del ilustre poeta.

      Lo recomiendo al que de ella quiera conocer todo lo que podemos saber. ( A

      Life of William Shakespeare , by Sidney Lee, with portrait and facsimiles,

      London, 1898, Smith, Elder and Co., 15, Waterloo Place).

 

 

 

Acto I

Primera parte

 

del Rey Enrique IV

 

 

 

      PERSONAJES

 

 

      REY ENRIQUE IV

 

      ENRIQUE, Príncipe de Gales, hijo del rey

 

      PRÍNCIPE JUAN DE LANCASTER, hijo del rey

 

      CONDE DE WESTMORELAND, amigo del rey

 

      SIR WALTER BLUNT, amigo del rey

 

      TOMÁS PERCY, conde de Worcester

 

      ENRIQUE PERCY, conde de Northumberland

 

      ENRIQUE PERCY, llamado Hotspur, su hijo

 

      EDMUNDO MORTIMER, conde de March

 

      SCROOP, Arzobispo de York

 

      SIR MICHAEL, amigo del Arzobispo

 

      ARCHIBALDO, conde de Douglas

 

      OWEN GLENDOWER

 

      SIR RICARDO VERNON

 

      SIR JOHN FALSTAFF

 

      POINS

 

      GADSHILL

 

      BARDOLFO

 

      LADY PERCY, mujer de Hotspur y hermana de Mortimer

 

      LADY MORTIMER, hija de Glendower y mujer de Mortimer

 

      MISTRESS QUICKLY, posadera de una taberna en Eastcheap

 

 

 

      (Lores y oficiales, un sheriff, un tabernero, un gentilhombre de cámara,

      mozos de posada, dos carreteros, viajeros y gente de servicio).

 

            ESCENA-INGLATERRA

 

 

 

ACTO I

 

 

Escena I

 

      LONDRES. Una sala en el Palacio Real.

 

      (Entran el rey Enrique, Westmoreland, sir Walter Blunt y otros).

      REY ENRIQUE: Estremecidos, pálidos aún de inquietud, permitamos respirar

      un instante a la paz aterrada y en breves palabras dejad que os anuncie

      nuevas luchas que van a emprenderse en lejanas orillas. No más la sedienta

      Erynne de esta tierra empapará sus labios en la sangre de sus propios

      hijos; ni la dura guerra atravesará sus campos con fosas y trincheras, ni

      hollará sus flores bajo los férreos cascos de las cargas enemigas. Esas

      miradas hostiles que, semejantes a los meteoros de un cielo turbado, todos

      de una misma naturaleza, todos creados de idéntica substancia, se chocaban

      hace poco en la contienda intestina y en el encuentro furioso de la

      hecatombe fratricida, en adelante armoniosamente unidas, se dirigirán a un

      mismo objetivo y cesarán de ser adversas al pariente, al amigo y al

      aliado. El acero de la guerra no herirá más, como cuchillo mal envainado,

      la mano de su dueño. Ahora, amigos, lejos, hasta el sepulcro de Cristo

      (cuyo soldado somos ya, juramentados a luchar bajo su cruz bendita)

      queremos llevar los guerreros de Inglaterra, cuyos brazos se formaron en

      el seno maternal para arrojar a esos paganos de las llanuras sagradas que

      pisaron los pies divinos, clavados, hace catorce siglos, para nuestra

      redención, en la amarga Cruz. Esta resolución tomada fue hace un año y es

      inútil hablaros de ella; iremos. Pero no nos hemos reunido para

      discutirla; vos, gentil primo Westmoreland, decidnos lo que ha resuelto

      ayer noche nuestro consejo respecto a esa expedición querida.

      WESTMORELAND: Mi señor, la cuestión se había examinado con calor y varios

      estados de gastos se habían fijado anoche, cuando, inesperadamente, llegó

      un mensajero del país de Gales, trayendo graves noticias; la peor de todas

      es que el noble Mortimer, que conducía las tropas del Herefordshire contra

      el insurrecto, el salvaje Glendower, ha sido hecho prisionero por las

      rudas manos de ese galense y mil de sus hombres han perecido; sus

      cadáveres con tan vergonzoso y tan bestial furor han sido mutilados por

      las mujeres galenses, que no podría sin sonrojo repetirlo o hablar de

      ello.

      REY ENRIQUE: Esta noticia de guerra, según parece, ha suspendido nuestros

      preparativos sobre Tierra Santa.

      WESTMORELAND: Esa y otras, gracioso señor, porque otras nuevas adversas e

      infaustas llegan del Norte. He aquí lo que refieren: el día de la Santa

      Cruz, el valiente Hotspur, el joven Enrique Percy y el bravo Archibaldo,

      ese escocés de reconocido valor, han tenido un encuentro en Holmedon; el

      combate ha debido ser recio y sangriento, a juzgar por el estruendo de la

      artillería; así lo cree el mensajero que montó a caballo en lo más

      ardiente de la pelea, incierta aún la victoria.

      REY ENRIQUE: He aquí un amigo querido y experto, Sir Walter Blunt, que

      recién baja del caballo, cubierto aún con el polvo recogido en el camino

      de Holmedon a aquí; nos ha traído agradables y bienvenidas noticias; el

      conde de Douglas ha sido derrotado; diez mil hombres escoceses y veintidós

      caballeros, bañados en su propia sangre, vio Sir Walter en los llanos de

      Holmedon. Como prisioneros, Hotspur ha tomado a Mordake, conde de Fife,

      primogénito del vencido Douglas y a los condes de Athol, de Murray, Angus

      y Mentheith. ¿No es éste un glorioso botín, una gallarda presa, primo?

      WESTMORELAND: En verdad, esa conquista es capaz de enorgullecer a un

      príncipe.

      REY ENRIQUE: Sí y me entristece y me siento lleno de envidia hacia

      Northumberland, padre de ese hijo bendecido; un hijo que es tema de honor

      de la alabanza, árbol selecto de la selva, favorito de la fortuna y de

      ella querido; mientras que yo, testigo de su gloria, veo el vicio y la

      deshonra empañar la frente de mi joven Enrique. ¡Oh si se pudiese probar

      que alguna hada vagarosa de la noche cambió nuestros hijos en la cuna y ha

      llamado al mío, Percy, y al suyo Plantagenet! Entonces tendría yo su

      Enrique y él el mío... Pero no quiero pensar en él. ¿Qué opináis, primo,

      de la altanería de ese joven Percy? Pretende reservar para sí los

      prisioneros que ha sorprendido en esta aventura y me comunica que sólo me

      enviará uno, Mordake, conde de Fife.

      WESTMORELAND: Esa es la lección de su tío, eso viene de Worcester, siempre

      contrario a vos en toda ocasión, que lo excita a ensoberbecerse, a

      levantar su cresta juvenil contra vuestra dignidad.

      REY ENRIQUE: Pero le he llamado para que me dé satisfacción; por esta

      causa nos vemos obligados a suspender nuestros santos propósitos sobre

      Jerusalén. Primo, el miércoles próximo nuestro consejo se reunirá en

      Windsor; avisad a los lores, porque hay que decir y hacer más que lo que

      la cólera me permite ahora explicar.

      WESTMORELAND: Lo haré, señor.

 

 

Escena II

 

      LONDRES. Otra sala del Palacio Real.

 

      (Entran Enrique Príncipe de Gales y Falstaff).

      FALSTAFF: A ver, Hal, [1] ¿qué hora es, chico?

      ENRIQUE: Te has embrutecido de tal manera, bebiendo vino añejo [2] ,

      desabrochándote después de cenar y durmiendo sobre los bancos desde

      mediodía, que te has olvidado hasta de preguntar lo que quieres realmente

      saber. ¿Qué diablos tienes tú que hacer con la hora del día? A menos que

      las horas fueran jarros de vino, los minutos pavos rellenos y los relojes

      lenguas de alcahuetas, los cuadrantes enseñas de burdeles y el mismo

      bendito sol una cálida ramera vestida de tafetán rojo, no veo la razón

      para que hagas preguntas tan superfluas como la de la hora que es.

      FALSTAFF: Bien. Hal, lo has acertado; porque nosotros, los tomadores de

      bolsas, vamos a favor de la luna, y los siete astros y no bajo Febo, el

      espléndido caballero errante; [3] por lo que te ruego, mi suave burlón,

      que cuando seas rey Dios salve tu gracia... no, majestad, quiero decir,

      porque lo que es gracia no tendrás ninguna.

      ENRIQUE: ¡Cómo! ¿Ninguna?

      FALSTAFF: No, por mi fe, ni aun aquella que basta como prólogo a un huevo

      con manteca [4] .

      ENRIQUE: Bien, al hecho, al hecho.

      FALSTAFF: Allá voy, oh suave burlón; digo que cuando seas rey no permitas

      que nosotros, los guardias de corps de la noche, seamos llamados ladrones

      de la belleza del día; que se nos llame los guardabosques de Diana,

      caballeros de la sombra, favoritos de la luna; y que se diga que somos

      gente de buen gobierno, siendo gobernados como el mar, por nuestra noble y

      casta señora la Luna, bajo cuyos auspicios... adquirimos.

      ENRIQUE: Dices bien y hablas verdad; porque la fortuna de nosotros, los

      hombres de la luna, tiene, como el mar, flujo y reflujo, estando, como

      éste, gobernada por la luna. Y he aquí la prueba: una bolsa de oro muy

      resueltamente robada el lunes por la noche y muy disolutamente gastada el

      martes por la mañana. Se la gana vociferando: ¡la bolsa o la vida! y se

      gasta gritando: ¡traer vino! Hoy es marea baja, como el pie de la escala;

      mañana será alta, como la cumbre de la horca.

      FALSTAFF: Pardiez, dices la verdad, chico. Dime, ¿no es cierto que mi

      hostelera de la taberna es una hembra espléndida?

      ENRIQUE: Dulce como la miel del Hibla, ¡oh mi viejo castellano! [5] ¿y no

      es cierto también que un coleto de búfalo viste espléndidamente a un

      polizonte?

      FALSTAFF: Pero, rematado burlón, ¿qué significan tus pullas y sarcasmos?

      ¿Qué diablo tengo yo que hacer con ese coleto de búfalo?

      ENRIQUE: ¿Y qué diablo tengo yo que hacer con la hostelera de la taberna?

      FALSTAFF: ¿No la has hecho venir a menudo para pagarle la cuenta?

      ENRIQUE: ¿Te he llamado acaso para reclamarte tu parte?

      FALSTAFF: No, te hago justicia; siempre pagaste todo.

      ENRIQUE: Sí, aquí y fuera de aquí, mientras mis fondos me lo permitían y

      luego usando del crédito.

      FALSTAFF: Sí y tanto has usado, que si no se presumiese que eres el

      heredero presuntivo ... Pero dime, ¡oh suave burlador! ¿habrá horcas en

      pie en Inglaterra cuando tú seas rey? ¿Y la noble energía será aún

      defraudada por el mohoso freno de la ley, esa vieja antigualla? ¡Cuando

      seas rey, no hagas colgar al ladrón, te lo ruego!

      ENRIQUE: No, tú lo harás.

      FALSTAFF: ¿Yo? ¡Perfectamente! Pardiez, seré un juez de primer orden.

      ENRIQUE: ¿Ves? Ya tienes el juicio falso; quiero decir que te encargarás

      de ahorcar a los ladrones, y así, en breve, serás un verdugo excelente.

      FALSTAFF: Bueno, Hal, bueno; hasta cierto punto, ese oficio me conviene

      tanto como el de cortesano, te lo aseguro.

      ENRIQUE: ¿Para obtener favores? [6]

      FALSTAFF: Sí, para obtener... vestidos, porque el verdugo, como sabes, no

      tiene desprovisto el guardarropa... ¡Ay de mí! Estoy melancólico como un

      gato escaldado o un oso con la hociquera.

      ENRIQUE: O como un león decrépito o un laúd de enamorado.

      FALSTAFF: Sí, o como el roncón de una gaita del Lincolnshire.

      ENRIQUE: O si quieres, como una liebre o como el lúgubre charco de

      Moorditch [7] .

      FALSTAFF: Siempre me endilgas los símiles más ingratos y eres, a la

      verdad, el más comparativo, el más belitre dulce principillo. Pero, caro

      Hal, no me fastidies más con esas futilezas. Lo que yo quisiera sería

      rogar a Dios me indicara donde se puede cómodamente hacer provisión de

      buena fama. Un viejo lord del consejo me ha sermoneado el otro día en la

      calle a vuestro respecto, señor mío, pero no le hice atención; y hablaba

      muy sensatamente, pero no le escuché. ¡Y hablaba muy sensatamente te lo

      aseguro y en medio de la calle!

      ENRIQUE: Hiciste bien; "porque la sabiduría grita por las calles y nadie

      la oye" [8] .

      FALSTAFF: ¡Mal haya tu cita condenada! ¡Eres capaz de hacer pecar un

      santo! Me has corrompido mucho, Enriquillo: ¡Dios te lo perdone! Antes de

      conocerte, todo lo ignoraba y ahora valgo, si el hombre debe decir verdad,

      poco más que cualquier pecador. Necesito cambiar de vida y cambiaré; por

      el Señor, si no lo hago, soy un bellaco. No quiero condenarme por todos

      los hijos de rey de la cristiandad.

      ENRIQUE: ¿Dónde robaremos una bolsa mañana, Jack?

      FALSTAFF: Donde quieras, chico; soy de la partida, y si no lo hago,

      llámame bellaco y confúndeme.

      ENRIQUE: Veo que te enmiendas; de penitente, te conviertes en salteador.

      (Entra Poins y se detiene en el fondo de la escena).

      FALSTAFF: ¿Qué quieres, Hal? Esa es mi vocación. No hay pecado en el

      hombre que trabaja según su vocación. ¡Hola, Poins! Ahora sabremos si

      Gadshill tiene alguna red tendida. ¡Oh! si los hombres sólo se salvaran

      por sus méritos, ¿qué agujero del infierno será bastante caliente para él?

      Es el más omnipotente de los truhanes que haya gritado: ¡alto ahí! a un

      hombre de bien.

      ENRIQUE: Buen día, Ned [9] .

      POINS: Buen día, caro Hal. ¿Qué está diciendo don Remordimiento? ¿Qué dice

      sir John Sangría? [10] . ¿Cómo te has arreglado con el diablo Jack a

      propósito de tu alma que le vendiste el último viernes santo por un jarro

      de Madera y una pierna de carnero frío?

      ENRIQUE: Sir John mantendrá su palabra y el diablo tendrá su ganga, porque

      Jack jamás hizo mentir un proverbio y dará al diablo lo que es suyo.

      POINS: Entonces te condenarás por mantener tu palabra con el diablo.

      ENRIQUE: De otro modo se condenaría por haberle defraudado.

      POINS: Bueno, bueno, muchachos: mañana temprano, a las cuatro, a Gadshill.

      Hay allí peregrinos que se dirigen a Canterbury con ricas ofrendas y

      comerciantes que van a Londres con las bolsas repletas. Tengo yo máscaras

      para todos vosotros; tenéis caballos; Gadshill duerme esta noche en

      Rochester; para mañana a la noche he encargado ya la cena en Eastcheap.

      Podemos dar el golpe tan seguros como en nuestras camas. Si queréis venir

      os llenaré bolsa de escudos; si no, quedaos en casa y que os ahorquen.

      FALSTAFF: Oye, Eduardito; si me quedo en casa y no voy, os haré ahorcar

      porque vais.

      POINS: ¿Serás capaz, chuleta?

      FALSTAFF: ¿Copas, Hal?

      ENRIQUE: ¿Yo ladrón? ¿Yo salteador? No, por mi fe.

      FALSTAFF: No hay en ti un átomo de honestidad, energía y compañerismo, ni

      tienes una gota de sangre real en las venas, si por diez chelines no

      emprendes campaña.

      ENRIQUE: En fin, por una vez en la vida, haré locura.

      FALSTAFF: ¡Eso es hablar!

      ENRIQUE: Sí, suceda lo que suceda, me quedo en casa.

      FALSTAFF: ¡Vive Dios que, cuando seas rey, me sublevo!

      ENRIQUE: ¡Para lo que me importa!

      POINS: Te ruego, Sir John, que nos dejes solos un momento al príncipe y a

      mí; voy a hacerle tales argumentos, que estoy seguro que irá.

      FALSTAFF: Bien; puedas tu tener el espíritu de persuasión y él el oído que

      aprovecha, que lo que le hables le convenza y lo que oiga lo crea, hasta

      convertir, por pasatiempo, a un príncipe en bandolero, ¡ya que los pobres

      abusos de nuestra época necesitan protección! Hasta luego; nos veremos en

      Eastcheap.

      ENRIQUE: ¡Adiós, primavera desvanecida! ¡Adiós, veranillo de San Juan!

      (Sale Falstaff) .

      POINS: Ahora, mi caro y dulce príncipe, veníos con nosotros mañana. Tengo

      preparada una broma que no puedo llevar a cabo solo. Falstaff, Bardolfo,

      Peto y Gadshill desvalijarán a la gente que tenemos vigilada; ni vos ni yo

      estaremos allí, y si cuando ellos tengan la presa no se las robamos a

      nuestro turno, separadme la cabeza del tronco.

      ENRIQUE: ¿Pero, cómo nos separamos de ellos en el camino?

      POINS: Muy sencillamente nos ponemos en marcha antes o después que ellos y

      les damos un lugar de cita, a la que faltamos si nos place; querrán

      entonces dar el golpe solos y nosotros, apenas hayan concluido, les caemos

      encima.

      ENRIQUE: Sí, pero es muy probable que nos conozcan por nuestros caballos,

      nuestros trajes o cualquier otro indicio.

      POINS: ¡Bah! No verán nuestros caballos, porque los ocultaré en el bosque;

      cambiaremos de caretas así que nos separemos y luego, amigo, tengo unas

      capas de goma para cubrir nuestros vestidos que conocen.

      ENRIQUE: Y yendo por lana, ¿no saldremos esquilados?

      POINS: En cuanto a dos de ellos, me consta son los dos mayores cobardes

      que hayan vuelto la cara; en cuanto al tercero, si combate más de lo que

      juzga razonable, abjuro el oficio de las armas. La sal de la broma estará

      en las inenarrables embrollas que nos contará este obeso bribón cuando nos

      reunamos para cenar; de cómo se habrá batido con treinta a lo menos;

      cuántas guardias, cuántas paradas hizo, en qué peligro se encontró. En el

      desmentido va a ser lo bueno.

      ENRIQUE: Bien, iré contigo; prepara todo lo necesario y vete a buscarme

      esta noche a Eastcheap: allí cenaré. Adiós.

      POINS: Adiós, señor.

      ENRIQUE: Os conozco bien a todos y quiero, por un tiempo aún, prestarme a

      vuestro humor desenfrenado. Quiero imitar al sol, que permite a las nubes

      ínfimas e impuras que oculten al mundo su belleza, hasta que le plazca

      volver a su brillo soberano, reapareciendo al disipar las brumas sombrías

      y los vapores que parecían ahogarle. Para ser más admirado. Si todo el año

      fuera fiesta, el placer sería tan fastidioso como el trabajo; pero

      viniendo aquellas rara vez, son más deseadas y se esperan como un

      acontecimiento. Así, cuando abandone esta torpe vida y pague una deuda que

      no contraje y ultrapase lo que prometía, el asombro de los hombres será

      mayor. Y, semejante a un metal que brilla en la obscuridad, mi reforma,

      resplandeciendo sobre mis faltas, atraerá más las miradas, que una virtud

      que nada hace resaltar. Quiero acumular faltas, para hacer de ellas un

      mérito al surgir puro, cuando los hombres menos lo esperen. (Sale) .

 

 

Escena III

 

      Otra Sala del Palacio Real.

 

      (Entran el rey Enrique, Northumberland, Worcester, Hotspur, Sir Walter

      Blunt y otros).

      REY ENRIQUE: Hasta ahora, tantas iniquidades no han conseguido agitar mi

      fría y tranquila sangre; lo habéis notado, y es por eso sin duda que

      abusáis de mi paciencia. Pero estad seguro que en adelante recordaré quién

      soy y me mostraré poderoso y temible y no untuoso como aceite y suave como

      fina lana, lo que me ha hecho perder el respeto que las almas altivas sólo

      tienen por las altivas.

      WORCESTER: Nuestra casa, soberano señor, no ha merecido que el poder

      descargue sus golpes sobre ella; de ese mismo poder que sus propias manos

      contribuyeron a fortalecer.

      NORTHUMBERLAND: Mi señor...

      EL REY: Worcester, vete, porque adivino en tus ojos la amenaza y la

      desobediencia. Vuestra actitud es por demás atrevida y perentoria y la

      majestad real no debe soportar el enfadado entrecejo de un vasallo; tenéis

      permiso para retiraros; cuando nos sean necesarios vuestros servicios o

      vuestros consejos, os haremos venir. (Sale Worcester). Estabais a punto de

      hablar... (A Northumberland).

      NORTHUMBERLAND: Sí, mi buen señor. Esos prisioneros pedidos en nombre de

      vuestra alteza, que tomó en Holmedon Enrique Percy, aquí presente, no se

      han rehusado a vuestra majestad, tan formalmente como se dice. Debe

      atribuirse esa falta a la envidia o a algún error, no a mi hijo.

      HOTSPUR: Mi señor, yo no he rehusado entregar los prisioneros. Pero

      recuerdo que cuando terminó el combate y me encontraba sediento por el

      furor de la lucha y la extrema fatiga, fuera de aliento y desfalleciente,

      apoyado sobre mi espada, llegó allí cierto lord, muy limpio, muy

      primorosamente vestido, fresco como un novio, la barba muy afeitada y rasa

      como un campo después de la siega. Estaba perfumado como un mercader de

      modas y entre el índice y el pulgar tenía un bote de perfumes que ora

      aproximaba, ora alejaba de su nariz que al fin, irritada, rompió a

      estornudar. Y sonreía siempre y charlaba; como los soldados pasaban

      trayendo los muertos, les llamó groseros, mal educados, cochinos, por

      atreverse a llevar un sucio y feo cadáver entre el viento y su señoría. En

      términos galantes y afeminados me interrogó, pidiéndome, entre otras

      cosas, los prisioneros en nombre de vuestra majestad. Fue entonces que yo,

      sufriendo de mis heridas que se habían enfriado y ya harto del petimetre,

      fuera de mí de impaciencia, no sé qué le contesté, que se los daría o

      no... Porque me traía loco verle, tan peripuesto y tan perfumado, hablando

      como una dama de guardia (¡Dios le perdone!) de cañones, de tambores y de

      heridas y diciéndome que no había nada en el mundo como el espermaceti

      para las lesiones internas y que era una gran lástima que ese pícaro de

      salitre hubiera sido arrancado de las entrañas de la tierra, para destruir

      tan cobardemente tantos hombres bellos y animosos; que, a no haber

      existido esos viles cañones, él mismo habría sido soldado. A esa charla

      insulsa y descosida contesté, vagamente, como os he dicho, señor; os ruego

      que no permitáis que el relato de ese hombre llegue hasta una acusación,

      entre mi afecto y vuestra majestad.

      BLUNT: Si se consideran las circunstancias, mi buen señor, lo que haya

      dicho Harry Percy a semejante persona, en semejante sitio y en tal

      ocasión, puede, junto con la relación que de ello se ha hecho, ser

      relegado a un justo olvido, del que no debe salir jamás, porque lo que

      entonces dijo lo desdice ahora.

      EL REY: El hecho es que nos rehúsa los prisioneros sin la condición

      expresa de que rescatemos por nuestra cuenta a su cuñado, el imbécil

      Mortimer, quien, por mi alma, ha sacrificado voluntariamente las vidas de

      los que guiaba a combatir contra el gran mago, el condenado Glendower, con

      cuya hija, según hemos oído, acaba de casarse. ¿Debemos vaciar nuestros

      cofres para redimir un traidor? ¿Debemos comprar la traición y transigir

      con vasallos que se han perdido y arruinado ellos mismos? No, que se muera

      de hambre en esas montañas estériles. ¡Jamás consideraré amigo al hombre

      que abra la boca para pedirme un penique para el rescate del rebelde

      Mortimer!

      HOTSPUR: ¡Rebelde, Mortimer! Si fue vencido, mi soberano, fue sólo por el

      azar de la guerra. Para probarlo, bastaría hacer hablar una de sus

      heridas, de esas heridas abiertas, valientemente recibidas, cuando en la

      verde orilla del gentil Saverna, en singular combate, frente a frente,

      luchó más de una hora contra el fuerte Glendower. Tres veces descansaron y

      tres veces, de común acuerdo, bajaron a aplacar la sed en las frescas

      aguas del Saverna, el que, espantado de su aspecto sangriento, corría

      azorado entre los trémulos juncos, ocultando su rizada cabeza en el fondo

      del lecho, ensangrentado por los valerosos combatientes. A más jamás una

      baja e inmunda superchería hubiera coloreado su obra con tales heridas de

      muerte, ni jamás el noble Mortimer las habría recibido voluntariamente.

      ¡Que no se lo trate, pues, de rebelde!

      EL REY: Mientes por él, Percy, mientes por él; jamás combatió contra

      G1endower. Te lo aseguro: tanto se habría atrevido a encontrarse frente a

      frente con el diablo que con Glendower. ¿No te avergüenza?... Pero,

      pardiez, que en adelante no te oiga hablar de Mortimer. Remíteme los

      prisioneros en el acto o tendrás noticias mías poco agradables. Podéis

      partir con vuestro hijo, milord Northumberland. Enviadme los prisioneros u

      oiréis hablar de mí. (Salen el rey, Blunt y la comitiva) .

      HOTSPUR: Aun cuando el diablo mismo viniera a pedírmelos rugiendo, no se

      los enviaré; voy a correr tras él y a decírselo. Quiero descargar mi alma,

      aun a riesgo de mi cabeza.

      NORTHUMBERLAND: ¿Así te embriaga la ira? Detente un momento; viene aquí tu

      tío. (Worcester vuelve) .

      HOTSPUR: ¡Que no se hable más de Mortimer! ¡Vive Dios! Quiero hablar de

      él; que mi alma se condene si no me reúno con él. Quiero, por su causa,

      agotar mis venas y derramar gota a gota mi sangre querida hasta levantarlo

      tan alto como a este rey desagradecido, a este ingrato y vil Bolingbroke.

      NORTHUMBERLAND: (A Worcester) . Hermano, el rey ha enloquecido a vuestro

      sobrino.

      WORCESTER: ¿Qué es lo que tanto le ha irritado durante mi ausencia?

      HOTSPUR: Quiere, pardiez, que le dé todos mis prisioneros y cuando le

      insté una vez más por el rescate del hermano de mi mujer, sus mejillas

      palidecieron y me dirigió una mirada mortal, estremeciéndose al solo

      nombre de Mortimer.

      WORCESTER: No puedo censurarlo; ¿no fue Mortimer proclamado por el difunto

      rey Ricardo, el más próximo entre los príncipes de sangre real?

      NORTHUMBERLAND; Lo fue; yo mismo oí la proclamación, que tuvo lugar cuando

      el infortunado rey (Dios nos perdone el mal que le hicimos) partió para la

      expedición de Irlanda, de la que volvió bruscamente para ser depuesto y,

      en breve, asesinado.

      WORCESTER: Muerte por la que la opinión del mundo entero nos cubre de

      infamia.

      HOTSPUR: Pero vamos despacio, os lo ruego: ¿quiere decir que el rey

      Ricardo proclamó a mi hermano Edmundo Mortimer heredero de la corona?

      NORTHUMBERLAND: Lo hizo y yo mismo lo oí.

      HOTSPUR: A fe mía que no puedo entonces censurar que su primo el rey desee

      que se muera de hambre en las áridas montañas. Pero ¿vosotros, que

      colocasteis la corona sobre la cabeza de este hombre sin memoria y que,

      por él, estáis manchados con la odiosa complicidad de un asesino, vosotros

      querréis mostrar un mundo de maldiciones, ser sus agentes, sus secuaces

      secundarios, las cuerdas, la escala, el verdugo mismo que emplea? ¡Oh!

      perdonadme si tanto rebajo, para mostraros la situación, el rango a que

      descendéis sirviendo a ese rey desleal. ¡Oh vergüenza! ¿Se dirá en

      nuestros días, se escribirá en las crónicas futuras, que hombres de

      vuestra nobleza y poderío se comprometieron en una injusta causa, como

      ambos lo hicisteis (¡Dios os lo perdone!), para derribar a Ricardo, esa

      suave rosa gentil, para poner en su lugar a esta espina áspera y enconada

      de Bolingbroke? ¿Y se dirá, para mayor vergüenza aún, que fuisteis

      befados, repelidos, apartados, por el mismo en cuyo obsequio arrostrasteis

      tanta infamia? No; aún es tiempo de recuperar vuestro honor perdido y de

      levantaros nuevamente en la opinión del mundo. Vengaos de las burlas y

      desprecio de este altivo rey que sólo piensa noche y día en pagaros la

      deuda con vosotros contraída, con el precio sangriento de vuestra muerte.

      Digo, pues...

      WORCESTER: Basta, sobrino, no digáis más. Ahora voy a abriros un libro

      secreto y leer a vuestro descontento, rápido en comprender, un propósito

      profundo y arriesgado, lleno de peligros, para cumplir el cual se necesita

      tanta audacia como para atravesar un torrente que ruge, sobre el asta

      vacilante de una lanza.

      HOTSPUR: Si caemos en él, buenas noches; o ahogarse o nadar. Que se

      desencadene el Peligro de levante al ocaso, si el Honor marcha a su

      encuentro del Sur al Norte y dejadlos frente a frente. La sangre circula

      más vigorosa cuando se acecha un león que cuando se levanta una liebre.

      NORTHUMBERLAND: La idea de una gran hazaña le arroja fuera de los límites

      de la paciencia.

      HOTSPUR: ¡Por el cielo! Creo sería fácil dar un salto hasta la pálida faz

      de la luna para arrancar de allí el refulgente Honor o bajar hasta lo más

      hondo del abismo, a profundidades que no alcanzó la sonda, para retirar de

      los cabellos la Gloria allí enterrada, si sobre el que tal hace recayera,

      solo y sin rival, todo el brillo de su acción. ¡No quiero medallas de

      doble cara!

      WORCESTER: Helo ahí vagando en un mundo de quimeras, sin prestar atención

      a aquello que la reclama. Buen sobrino, prestadme un momento de atención.

      HOTSPUR: Os ruego me excuséis.

      WORCESTER: Esos mismos nobles escoceses, que son vuestros prisioneros...

      HOTSPUR: Me quedaré con todos. ¡Vive el cielo! que no tendrá uno solo de

      esos escoceses. Si uno solo de ellos bastara para salvar su alma, no lo

      tendrá; ¡me quedaré con todos, por mi brazo!

      WORCESTER: Os arrebatáis y no prestáis oídos a mis palabras. Guardaréis

      esos prisioneros.

      HOTSPUR: Ciertamente que lo haré, eso es claro. Dice que no quiere

      rescatar a Mortimer; me ha prohibido hablar de Mortimer; pero iré a

      buscarle mientras duerme y le gritaré al oído: ¡Mortimer! Sí, ¿eh? Voy a

      tener un loro que no sepa hablar más que una palabra: ¡Mortimer! y se lo

      voy a dar para que conserve su cólera en movimiento.

      WORCESTER: Oídme, sobrino, una palabra.

      HOTSPUR: Juro que mi única preocupación será vejar e irritar a ese

      Bolingbroke y a ese príncipe de capa y espada, el de Gales; si no supiera

      que su padre no le ama y se alegraría al saber que le ha ocurrido alguna

      desgracia, le haría envenenar con un jarro de cerveza.

      WORCESTER: Adiós, pariente. Os hablaré cuando estéis mejor dispuesto a

      escucharme.

      NORTHUMBERLAND: ¿Qué avispa te ha picado y qué locura impaciente te domina

      para que charles así como una comadre y sólo prestes oído a tus propias

      palabras?

      HOTSPUR: Es que me siento azotado, flagelado, sobre espinas, es que siento

      un hormigueo, cuando oigo hablar de ese vil politicastro. En tiempo de

      Ricardo... ¿Cómo llamáis el sitio? ¡La peste sea con el!... es en el

      Gloucestershire, allí donde residía ese reblandecido, el duque, tu tío

      York, allí donde por primera vez doblé la rodilla ante este rey de las

      sonrisas, cuando con él volvisteis de Ravenspurg...

      NORTHUMBERLAND: En el castillo de Berkley.

      HOTSPUR: Eso es; ¡cuántas caricias, cuántas zalamerías me tributó entonces

      ese perro rastrero! Cuando crezca su infantil fortuna , decía y ¡gentil

      Harry Percy y mi querido primo! ... ¡Que se lleve el diablo semejante

      canalla! ¡Dios me perdone! Querido tío, seguid vuestro cuento, que he

      concluido.

      WORCESTER: No, si no habéis concluido, podéis recomenzar, que esperaremos.

 

      HOTSPUR: Mi palabra que he concluido.

      WORCESTER: Volvamos de nuevo a vuestros prisioneros escoceses. Ponedlos

      inmediatamente en libertad, sin rescate y haced del hijo de Douglas

      vuestro único agente en Escocia para que levante tropas; por diversas

      razones que os enviaré por escrito, será cosa fácil, os lo aseguro. Vos,

      milord (A Northumberland) en tanto que vuestro hijo se ocupa así en

      Escocia, tratad de insinuaros en el ánimo de ese noble y venerable prelado

      tan querido, el arzobispo...

      HOTSPUR: De York, ¿no es así?

      WORCESTER: El mismo; aún resiente el golpe de la muerte de su hermano lord

      Scroop, en Bristol. No hablo aquí por conjeturas, no digo lo que creo

      probable, sino lo que me consta ha sido complotado, concertado y resuelto,

      plan cuya realización sólo espera un momento oportuno.

      HOTSPUR: Lo olfateo ya y ¡vive Dios! que tendrá éxito.

      NORTHUMBERLAND: ¡Suelta siempre la traílla antes de empezar la caza!

      WORCESTER: No se puede encontrar un plan más noble. Entonces las tropas de

      York con las de Escocia, reuniéndose a las de Mortimer... ¿qué os parece?

      NORTHUMBERLAND: Así lo harán.

      HOTSPUR: ¡Soberbia concepción, a fe mía!

      WORCESTER: Pero graves razones nos dan prisa; apresurémonos a salvar

      nuestras cabezas, alzándolas bien alto [11] . Porque, por más humilde que

      sea nuestra actitud, el rey se considerará siempre como nuestro deudor y

      pensará que no estamos satisfechos, hasta tanto que no encuentre medio de

      arreglarnos la cuenta. Observad cómo ya empieza a alejarnos de sus buenas

      gracias.

      HOTSPUR: Lo hace, lo hace; pero ya nos vengaremos.

      WORCESTER: Adiós, sobrino; no hagáis nada en este sentido, hasta tanto que

      mis cartas os den una dirección. Cuando el momento sea propicio, y lo será

      en breve, iré a buscar secretamente a Glendower y a Mortimer; entonces

      vos, Douglas y nosotros, reuniremos con éxito nuestras tropas, según el

      plan adoptado, para sostener vigorosamente nuestras fortunas, que por el

      instante parecen vacilar.

      NORTHUMBERLAND; Adiós mi buen hermano; llevaremos la obra a buen fin,

      tengo confianza.

      HOTSPUR: Adiós, tío; quieran volar las horas, hasta que los combates, los

      golpes y los gemidos sean el eco de nuestro esfuerzo.

 

 

 

Acto II

 

Escena I

 

      ROCHESTER. El patio de una taberna.

 

      (Entra un carretero, con una linterna en la mano).

      1° CARRETERO: ¡Hola! Que me ahorquen si no son ya las cuatro de la mañana;

      la gran Osa está encima de la nueva chimenea y nuestro caballo no está aún

      con el arnés. ¡A ver, palafrenero!

      EL PALAFRENERO: (Del interior) ¡Allá voy, allá voy!

      1° CARRETERO: Te ruego, Tom, que golpees un poco la silla de Cut y

      rellenes algo el arzón; la pobre bestia se lastima constantemente en el

      lomo.

      (Entra otro carretero).

      2° CARRETERO: Los guisantes y las habas son aquí húmedas como el diablo,

      es ese el camino más corto para que esas pobres bestias revienten; esta

      casa se la ha llevado el diablo desde que murió el palafrenero Bertoldo.

      1° CARRETERO: ¡Pobrecito! ¡No tuvo un momento de alegría desde que el

      precio de la avena subió; eso fuE lo que le mató!

      2° CARRETERO: Creo que en todo el camino de Londres esta es la casa más

      infame por las pulgas; estoy picoteado como una tenca.

      1° CARRETERO: ¡Como una tenca! ¡Vive Dios! que ningún rey de la

      cristiandad fue nunca mejor chupado que lo que yo lo he sido desde que

      cantó el gallo.

      2° CARRETERO: Y nunca le dan a uno un vaso de noche y hay que mear en la

      chimenea, lo que convierte el cuarto en un hormiguero de pulgas.

      1° CARRETERO: ¡Hola, palafrenero, racimo de horca, venir aquí!

      2° CARRETERO: Tengo un jamón y dos raíces de jengibre que llevar hasta

      Charing-Cross.

      1° CARRETERO: ¡Por el diablo! los gansos se están muriendo de hambre en el

      canasto. ¡Hola, palafrenero! ¡Un rayo te parta! ¿Nunca has tenido ojos en

      la cara? ¿Estás sordo? Si no hay tanta razón de romperte el alma como de

      beber un trago, soy un pillo de marca. Ven acá y que te ahorquen: ¿no

      tienes conciencia?

      (Entra Gadshill).

      GADSHILL: Buen día, muchachos. ¿Qué hora es?

      1° CARRETERO: Las dos, creo.

      GADSHILL: Te ruego me prestes tu linterna para ver mi caballo en la

      cuadra.

      1° CARRETERO: Anda, que conozco una broma que vale por dos como esa.

      GADSHILL: (Al 2°) . Por favor, préstame la tuya.

      2° CARRETERO: ¿Hola, a mí con esas? ¿Préstame la linterna, dice? Primero

      te veré ahorcado.

      GADSHILL: A ver, pillos, ¿a qué hora pensáis llegar a Londres?

      2° CARRETERO: A tiempo para ir a la cama con un candil, te lo aseguro.

      Vamos, vecino Mugs, a despertar a esos señores; quieren viajar en

      compañía, porque llevan mucha carga. (Salen los carreteros) .

      GADSHILL: ¡Hola, aquí, camarero!

      CAMARERO: (Del interior) . Pronto, a la mano como dicen los ladrones.

      GADSHILL: Lo mismo dicen los camareros; porque entre tú y un ladrón, no

      hay más diferencia que entre dirigir y hacer; tú eres quién arma el lazo.

      (Entra el camarero)

      CAMARERO: Buen día, maese Gadshill. Las cosas están como os dije ayer;

      tenemos aquí un propietario de las selvas de Kent, que trae sobre él

      trescientos marcos en oro; se lo he oído decir a él anoche en la cena, a

      uno de sus compañeros, una especie de auditor, que va también provisto de

      una gruesa valija, sabe Dios con qué dentro. Están los dos ya en pie y han

      pedido huevos y manteca; van a partir en breve.

      GADSHILL: Compadre, si éstos no se encuentran con los hermanos de San

      Nicolás [12] , te doy mi cabeza.

      CAMARERO: No, no sabría que hacer de ella; te ruego la conserves para el

      verdugo, porque te sé tan devoto de San Nicolás, como puede serlo un

      hombre sin fe.

      GADSHILL: ¿Qué me hablas del verdugo? Si me ahorcan, haremos un hermoso

      par de racimos de horca, porque, si me cuelgan, colgarán conmigo al viejo

      Sir John, y bien sabes que no está tísico. ¡Bah! hay otros Troyanos [13]

      en los que no sueñas, quienes, por placer, se dignan hacer honor a la

      profesión y que, si los jueces curiosearan de cerca, se encargarían, por

      propia conveniencia, de hacer arreglar las cosas. Yo no hago liga con

      descamisados, ni con villanos armados de garrotes, que apalean por seis

      sueldos; ni con matasietes bigotudos, de rostro inflamado por la cerveza;

      sino con gente noble y tranquila, con burgomaestres y tesoreros [14] ,

      gente de peso más pronto a pegar que a hablar, hablar que a beber y a

      beber que rezar. Y ¡pardiez! que me engaño; porque rezan continuamente a

      su santo el erario público. ¿Le rezan, digo? No, lo rozan; porque lo suben

      y lo bajan, para calzarse las botas [15] .

      CAMARERO: ¿Cómo calzarse las botas? Cuidado no se les humedezcan en un mal

      camino.

      GADSHILL: No hay cuidado; la justicia misma les da un lustre impermeable.

      Robaremos tan seguros como en un castillo fuerte; tenemos la receta de la

      semilla de helecho [16] ; caminamos invisibles.

      CAMARERO: Creo, voto a bríos, que debéis más a la noche que a esa semilla

      el andar invisibles.

      GADSHILL: Dame la mano; tendrás una parte en nuestra presa, tan cierto

      como que soy un hombre de bien.

      CAMARERO: Di más bien: tan cierto como que soy un pillo redomado y te

      creeré.

      GADSHILL: Qué quieres, Homo es un nombre común a todos los hombres. Dile

      al palafrenero que me traiga mi caballo de la cuadra. Adiós, cenagoso

      bellaco. (Sale).

      Escena II

      El camino cerca de Gadshill.

 

      (Entran el príncipe Enrique y Poins; Bardolfo y Peto a cierta distancia).

      POINS: Pronto, pronto, esconderse; he alejado el caballo de Falstaff y

      está rechinando como pana engomada [17] .

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Disimúlate aquí. (Entra Falstaff) .

      FALSTAFF : ¡Poins! ¡Poins! ¡No verte ahorcado! ¡Poins!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Silencio, enjundia de riñonada! ¿Por qué metes ese

      alboroto?

      FALSTAFF: ¿Dónde está Poins, Hal?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Se ha subido a la colina; voy a buscarle. (Finge salir

      en su busca).

      FALSTAFF: Es una maldición robar en compañía de ese pillo; el bellaco ha

      alejado mi caballo y lo ha atado no sé dónde. Con cuatro pies cuadrados

      más que ande se me corta el resuello. Si escapo a la horca por quitarle el

      gusto del pan a ese canalla, seguro que tendrá una muerte hermosa. Hace

      veintidós años que estoy jurando a toda hora renunciar a la compañía de

      ese rufián; pero debe ser cosa de maleficio el atractivo que tiene sobre

      mí. Si el pillo no me ha dado algún filtro a beber para hacerse querer,

      que me cuelguen; no puede ser de otro modo, he bebido un filtro. ¡Poins!

      ¡Hal! ¡La peste sea con vosotros! ¡Bardolfo! ¡Peto! ¡Que me muera de

      hambre si doy un paso más por robar! Si no es cierto que tanto me

      convendría hacerme hombre honrado y abandonar esta canalla, como beber un

      buen trago, ¡soy el más genuino belitre que jamás mascó con un diente!

      Ocho yardas, a pie, en un terreno desparejo, equivalen para mí a diez

      millas; bien lo saben esos villanos de corazón de piedra. ¡Que la peste se

      lleve a todos los ladrones que no se guardan fe unos a otros! (Se oye un

      silbido) . ¡Ouf! ¡La peste sea con vosotros todos! ¡Devolvedme mi caballo,

      marranos, el caballo, fruta de horca!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Silencio, salchichón! Echate ahí. Pega el oído a

      tierra, y dime si no oyes el paso de algún viajero.

      FALSTAFF: ¿Tenéis algunas palancas para levantarme una vez que esté

      echado? ¡Voto al diablo! ¡No recomenzaré a pasear a pie mi pobre carne por

      todo el oro que haya en la caja de tu padre! ¿Qué rabia tenéis de

      enflaquecerme así?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: No se te enflaquece, se te desengrasa [18] .

      FALSTAFF: Te ruego, mi buen príncipe Hal, encuéntrame mi caballo, ¡buen

      hijo de rey!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Hola, bribón! ¿Soy acaso tu mozo de cuadra?

      FALSTAFF: ¡Vete a ahorcar con tus propias ligas de heredero presuntivo! Si

      me cogen, ya me las pagaréis. Si no os hago unas letrillas que se cantarán

      con las tonadas más sucias del mercado, que me sepa a veneno una copa de

      Jerez. Cuando una broma va tan lejos, sobre todo a pie, la detesto.

      GADSHILL: ¡Alto!

      FALSTAFF: Así lo hago, contra mi voluntad.

      POINS: Ahí viene nuestro olfatero; conozco su voz.

      BARDOLFO: ¿Qué hay de nuevo?

      GADSHILL: Pronto, pronto, tapaos; poneos la máscara; ya viene el oro del

      rey. Baja de la colina y va a la real caja.

      FALSTAFF: Mientes, pillo: va a la real taberna.

      GADSHILL: Hay bastante para hacernos a todos...

      FALSTAFF: Ahorcar.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Vosotros cuatro les detendréis en el desfiladero; Ned,

      Poins y yo nos colocaremos más abajo; si se os escapan, nos caerán a las

      manos.

      PETO: ¿Cuántos son?

      GADSHILL: Unos ocho o diez.

      FALSTAFF: ¡Cáspita! ¿Y no nos robarán a nosotros?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Qué pedazo de cobarde este don Juan Panza!

      FALSTAFF: Yo no digo que sea un don Juan de Gante [19] , vuestro abuelo,

      pero un cobarde! No, no lo soy, Hal.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien; eso lo veremos

      POINS: Amigo Jack, tu caballo está detrás del cerco, allí le encontrarás

      cuando lo necesites. Adiós y mano firme.

      FALSTAFF: ¡Ay si pudiese aplastarle, aunque me ahorcaran después!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Ned, ¿dónde están nuestros disfraces?

      POINS: Aquí al lado; seguidme.

      (Salen el Príncipe Enrique y Poins).

      FALSTAFF: ¡Vamos, señores, buena suerte! Cada uno a su tarea.

      (Entran los viajeros) .

      1° VIAJERO: Venid, vecino; el muchacho llevará nuestros caballos hasta

      abajo de la cuesta; andemos un poco a pie para estirar las piernas.

      LOS LADRONES: ¡Alto ahí!

      VIAJEROS: ¡Cristo nos ampare!

      FALSTAFF: ¡Duro en ellos! ¡Echarlos al suelo! ¡Degolladlos! ¡Miserables

      gusanos! ¡Hijos de p...! ¡Hartos de tocino! ¡Nos odian, jóvenes amigos! ¡A

      tierra con ellos! ¡Despojadles!

      1° VIAJERO: ¡Ay! ¡Estamos perdidos, con todo lo que poseemos, para

      siempre!

      FALSTAFF: ¡A la horca, panzudos miserables! ¿Perdidos vosotros? No,

      gruesos patanes. ¡Quisiera que todo vuestro haber estuviera aquí!

      ¡Adelante, cerdos, adelante! ¿Cómo, miserables? ¿No es acaso necesario que

      la juventud viva? Sois grandes jurados, ¿no es verdad? Pues ahora os vamos

      a hacer jurar nosotros.

      (Despojan a los viajeros y, echándoles fuera, salen Falstaff y los otros).

 

 

      Vuelve el príncipe Enrique y Poins

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Los bandidos han maniatado a la gente de bien. Ahora si

      pudiéramos tú y yo robar a los bandidos y volvernos alegremente a Londres,

      tendríamos tema para charlar una semana, reírnos un mes y burlarnos

      siempre.

      POINS: No hagamos ruido, les siento venir.

      Vuelven los ladrones.

      FALSTAFF: Vamos, compañeros, a repartirnos, y antes que venga el día, a

      caballo todos. Si el príncipe y Poins no son unos cobardes de marca, no ha

      habido nunca justicia en el mundo. No hay más bravura en ese Poins que en

      un pato salvaje.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: (Cayendo sobre ellos) . ¡La bolsa o la vida!

      POINS: ¡Villanos!

      (Mientras están repartiendo el botín, el príncipe y Poins se les van

      encima. Falstaff, después de uno o dos quites, huye con los otros, dejando

      tras ellos todo el botín).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Fácil victoria! ¡Ahora, alegremente, a caballo! Los

      ladrones se han dispersado y llevan tal miedo, que no se atreven a

      acercarse uno al otro. Cada uno toma al compañero por un gendarme.

      Adelante, buen Ned. Falstaff va sudando a chorros y engrasando la flaca

      tierra al caminar. Si no me riera tanto, le tendría lástima.

      POINS: ¡Cómo chillaba el bellaco!

      Escena III

      WARKWORTH. Una sala en el Castillo.

 

      (Entra Hotspur, leyendo una carta)

      HOTSPUR: Pero, por mi parte, milord, estaría muy contento de encontrarme

      allí, a causa del afecto que tengo a vuestra casa . ¿Que estaría muy

      contento? ¿Por qué no está aquí, entonces? A causa del afecto que tiene a

      nuestra casa : muestra en esto que tiene más afecto a su granja que a

      nuestra casa. Sigamos: la empresa que tentáis es peligrosa . ¡Vaya si lo

      es! También es peligroso resfriarse, dormir, beber; pero también os digo,

      milord estúpido, que sobre esa espina del peligro se recoge la flor de la

      seguridad. La empresa que tentáis es peligrosa; los amigos que me

      nombráis, inseguros; el momento mismo, inoportuno; todo el conjunto de

      vuestro proyecto, muy frágil frente a los formidables obstáculos . ¿Cómo

      decís, cómo decís? En cambio os digo que sois un necio, un cobarde patán y

      que mentís. Pero, ¿qué especie de idiota es éste? ¡Pardiez, nuestro plan

      es uno de los mejores que jamás se concibieron; nuestros amigos leales y

      constantes; un buen plan, buenos amigos y un mundo de esperanzas! Un plan

      excelente, amigos de primer orden. ¡Qué alma de témpano tiene ese

      mentecato! ¿Cómo? Milord de York aprueba el plan y la marcha general de la

      acción... Voto al chápiro, si estuviese en este momento cerca de ese

      villano, le rompería el cráneo con el abanico de su mujer. ¿No están en

      ello mi padre, mi tío y yo mismo? ¿Lord Edmundo Mortimer, milord de York,

      Owen Glendower? ¿No están además los Douglas? ¿No tengo acaso cartas de

      todos ellos, en las que me anuncian vendrán con su gente a reunirse

      conmigo el 9 del próximo mes? ¿Acaso algunos de ellos no están ya en

      camino? ¡Y este vil renegado!... ¡Ah! le vais a ver, con toda la

      sinceridad del miedo y de la pusilanimidad, irse al rey y revelarle todos

      nuestros proyectos. ¡Quisiera despedazarme, abofetearme yo mismo por haber

      invitado a tan alta empresa a semejante plato de natillas! ¡Racimo de

      horca! Que vaya a contárselo al rey: estamos prontos; esta misma noche

      parto.

      (Entra Lady Percy).

      HOTSPUR: ¿Y bien, Kate? Es necesario que os deje dentro de dos horas.

      LADY PERCY: ¡Oh, mi buen señor! ¿Por qué estáis así tan solo? ¿Y por qué

      ofensa me encuentro desterrada hace dos semanas, del lecho de mi Enrique?

      Dime, mi dulce dueño, qué te quita así el apetito, la alegría y el sueño

      de oro: ¿por qué miras fijamente al suelo y te estremeces a menudo cuando

      estás solo? ¿Por qué ha desaparecido de tus mejillas el vivo ardor de la

      sangre? ¿Por qué han abandonado mis tesoros y mis derechos sobre ti a la

      meditación sombría y a la melancolía maldita? He velado durante tus sueños

      inquietos y te he oído murmurar historias de férreos combates, dar gritos

      de aliento a tu ardiente corcel: "¡valor, al campo!" Has hablado de

      salidas, de retiradas, de trincheras, de carpas, palizadas, fortines,

      parapetos, de bombas; cañones, culebrinas, de prisioneros rescatados, de

      soldados muertos, de toda la brega de un combate implacable. Tu espíritu

      había guerreado tanto y te había agitado de tal manera en tu sueño, que

      las gotas de sudor corrían por tu frente como burbujas sobre un curso de

      agua recién agitado. Y sobre tu cara aparecían extrañas contracciones,

      semejantes a las que vemos cuando se retiene el aliento en un brusco

      ímpetu. ¿Qué presagios son éstos? Algún grave designio tiene mi señor;

      debo conocerlo, o él no me ama.

      HOTSPUR: ¡Hola! (Entra un criado) . ¿Partió Williams con el paquete?

      CRIADO: Sí, milord, hace una hora.

      HOTSPUR: ¿Ha traído Butler los caballos de casa del sheriff?

      CRIADO: Acaba de llegar con uno de los caballos.

      HOTSPUR: ¿Qué caballo? ¿No es un ruano, desorejado?

      CRIADO: Ese es, milord.

      HOTSPUR: Ese ruano será mi trono. Le montaré en breve. ¡Oh esperanza! [20]

      Di a Butler que lo traiga al parque. (Sale el criado) .

      LADY PERCY: Pero oídme, milord.

      HOTSPUR: ¿Qué dices, milady?

      LADY PERCY: ¿Qué es lo que te arrastra lejos de mí?

      HOTSPUR: Mi caballo, amor mío, mi caballo.

      LADY PERCY: ¡Vamos, mono antojadizo! ¡Una comadreja tiene menos caprichos

      que vos! Por mi fe, quiero conocer lo que os ocupa, Harry, lo quiero. Temo

      que mi hermano Mortimer empiece a moverse por sus derechos al trono y os

      haya enviado a buscar. Pero si vais...

      HOTSPUR: Tan lejos, a pie, me fatigará mucho, amor mío.

      LADY PERCY: Vamos, vamos, papagayo [21] , contestad directamente a la

      pregunta que os hago. Harry, te voy a romper el dedo meñique si no me

      dices toda la verdad.

      HOTSPUR: ¡Basta, locuela! ¿Amarte? No, no te amo, ni me importa nada de

      ti, Kate. No es el momento de jugar a las muñecas ni de chocar los labios.

      Necesitamos narices ensangrentadas; las coronas [22] rotas son la moneda

      del día. ¡Mi caballo, vive Dios! ¿Qué dices, Catalina? ¿Qué es lo que

      quieres de mí?

      LADY PERCY: ¿No me quieres? ¿No, en verdad? Está bien; pero si no me amas,

      no amaré yo tampoco. No, dime si hablas en broma o no.

      HOTSPUR: ¿Quieres verme montar a caballo? Una vez que esté sobre la silla,

      te juraré un amor infinito. Pero, óyeme bien, Kate: en adelante, necesito

      que no me preguntes donde voy, ni cosa semejante. Voy donde debo ir y,

      para concluir, tengo que dejarte esta noche, mi linda Kate. Sé que eres

      prudente; pero nada más que prudente, tanto como puede serlo la mujer de

      Harry Percy. Eres constante, pero mujer. Para los secretos, ninguna más

      discreta, porque estoy seguro que no revelarás lo que no sabes. ¡Ve hasta

      dónde confío en ti, mi linda Kate!

      LADY PERCY: ¿Cómo? ¿Hasta ahí?

      HOTSPUR: Ni una pulgada más. ¿Pero me oyes bien, Kate? Donde yo vaya, iras

      tú. Yo parto hoy y tú mañana. ¿Estás contenta, Kate?

      LADY PERCY: Tengo que contentarme, a la fuerza. (Salen) .

      Escena IV

      EASTCHEAP. Un cuarto en la taberna de la "Cabeza del Cerdo".

 

      (Entran el Príncipe Enrique y Poins).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Ned, hazme el favor de salir de ese cuarto inmundo y

      préstame tu ayuda para reírme un poco.

      POINS: ¿Dónde has estado, Hal?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Con tres o cuatro tontos entre sesenta u ochenta

      barriles [23] . He tocado el más bajo fondo de la canallería. Soy hermano

      juramentado de una trailla de mozos de taberna y puedo llamarles a todos

      por sus nombres cristianos de Tom, Dick y Francis. Juran ya, por su vida

      eterna, que aunque yo no sea aún más que príncipe de Gales, soy ya el rey

      de la cortesía, y afirman netamente que no soy un altanero Jack, como

      Falstaff, sino un Corintio, un muchacho de corazón, un buen compañero;

      ¡pardiez! es así como me llaman. Cuando sea rey de Inglaterra, mandaré a

      todos los buenos rapaces de Eastcheap. Al beber firme, llaman teñir de

      escarlata , y cuando, al vaciar una botella, respiráis, gritan: ¡hum!, y

      te imponen ver el fondo. En suma, he hecho tantos progresos en un cuarto

      de hora, que puedo, toda mi vida, invitar a beber, en su propia jerga, a

      cualquier calderero remendón. Ned, te aseguro que perdiste un gran honor

      no estando conmigo en esa acción. Pero, dulce Ned, te doy este cucurucho

      de azúcar, que hace poco me metió en la mano un subtabernero, uno que

      jamás habló más inglés en su vida que: ocho chelines y seis penique o

      ¡Bienvenido! , con este estribillo chillón: ¡al instante, al instante,

      señor, medir una pinta de BASTARDO [24] en la Media Luna! , o algo por el

      estilo. Ahora, Ned, para pasar el tiempo hasta que venga Falstaff, vete a

      la pieza contigua, en tanto que interrogo a ese ingenuo fámulo con qué

      objeto me ha dado el azúcar; no dejes de llamar ¡Paco!, de manera que la

      historia que me cuentes se reduzca a: ¡al instante! Sepárate, voy a

      enseñarte el modo.

      POINS: ¡Paco!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Perfectamente.

      (Sale Poins. Entra Paco)

      PACO: Al instante, al instante, señor. Ve en el salón granate, Ralph.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Ven aquí, Paco.

      PACO: ¿Milord?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cuánto tiempo tienes que servir aún, Paco?

      PACO: A fe mía, cinco años y tanto como...

      POINS: (Dentro) . ¡Paco!

      PACO: ¡Al instante, al instante, señor!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Cinco años! ¡Por Nuestra Señora, es una contrata muy

      larga para fregar el estaño! Pero, dime, Paco, ¿serás bastante valiente

      para hacerte el cobarde ante ese compromiso y mostrarle un bello par de

      talones huyendo de él?

      PACO: ¡Oh, señor! Podría jurar sobre todas las biblias de Inglaterra que

      tendría bastante corazón para...

      POINS: (Dentro) . ¡Paco!

      PACO: ¡Al instante, al instante, señor!

      PRINCIPE ENRIQUE: ¿Qué edad tienes, Paco?

      PACO: Dejadme contar... Para el próximo San Miguel tendré...

      POINS: (Dentro) . ¡Paco!

      PACO: ¡Al instante, señor! Milord, esperad un momento, os ruego.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: No, ocúpate de mí, Paco. El azúcar que me diste, sólo te

      costó un penique, ¿verdad?

      PACO: ¡Oh, milord! Hubiera querido que me costara dos.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Quiero darte en cambio mil libras; pídemelas cuando

      quieras y las tendrás.

      POINS: (Dentro) . ¡Paco!

      PACO. ¡Al instante, al instante!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Al instante, Paco! No, Paco; mañana, Paco, o el jueves,

      Paco, o, por mi fe, Paco, cuando quieras. Pero, Paco...

      PACO: ¿Milord?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Te animarías a robar a un quídam que lleva un coleto de

      ante, botones de cristal, pelado al ras, anillo de ágata, medias color

      pulga, ligas de lana, voz melosa y panza española?

      PACO: ¡Oh, milord! ¿De quién queréis hablar?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Vamos, veo que tu única bebida es ese brebaje bastardo;

      porque, mira, Paco, tu justillo de blanca lona se ensuciará. En Berbería

      eso no puede costar tan caro [25] .

      PACO: ¿Cómo señor?

      POINS: (Dentro) . ¡Paco!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Anda, granuja! ¡No oyes que te están llamando!

      (Ambos le llaman a la vez; el mozo se queda perplejo, no sabiendo a quién

      acudir). (Entra el tabernero).

      TABERNERO: ¿Cómo, estáis ahí parado oyendo como te llaman? ¡Corre a servir

      los parroquianos! (Paco sale) . Milord, el viejo Sir John, con una media

      docena más están ahí fuera: ¿debo dejarles entrar?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Que esperen un momento y luego ábreles la puerta. (Sale

      el Tabernero) . ¡Poins!

      (Vuelve Poins) .

      POINS: ¡Al instante, al instante, señor!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Amigo, Falstaff y el resto de los ladrones están ahí

      fuera. ¡Lo que vamos a reírnos!

      POINS: A reírnos como grillos, chico. Pero, dime ¿qué maligno placer has

      tenido en esa broma con el mozo? ¿Qué te proponías?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Daría en este momento todas las bromas que se han

      inventado desde los viejos tiempos del buen hombre Adam hasta la hora

      juvenil de medianoche, que suena ahora. (Vuelve Paco, con vino) . ¿Qué

      hora es, Paco?

      PACO: ¡Al instante, al instante, señor!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Es posible que este asno sepa menos palabras que un

      loro y sea, sin embargo, hijo de mujer! Su industria se reduce a subir y

      bajar escaleras; su ciencia, a cuanto debe el parroquiano. No tengo

      todavía el humor de Percy, la Espuela Ardiente [26] del norte, ese que

      mata seis o siete docenas de escoceses en un almuerzo, se lava las manos y

      dice a su mujer: ¡Qué vida ociosa! ¡Tengo necesidad de hacer algo! -Oh, mi

      dulce Enrique, contesta ella, ¿cuántos has muerto hoy?... -Que den de

      beber a mi caballo ruano! exclama él; luego, una hora después, contesta:

      Unos catorce, ¡una bagatela, una bagatela!... Haz entrar a Falstaff, te

      ruego; yo haré el papel de Percy, y ese condenado jabalí hará el de Lady

      Mortimer, su esposa. ¡Rivo! [27] suelen decir los borrachos. Introduce

      esas osamentas y esa vejiga de sebo.

      (Entran Falstaff, Gadshill, Bardolfo y Peto) .

      POINS: ¡Bienvenido, Jack! ¿Dónde has estado?

      FALSTAFF: ¡La peste se lleve a todos los cobardes, digo! ¡Ojalá les

      apretaran el gañote! ¡ Amén , pardiez! Dame una copa de Canarias,

      muchacho. Antes que continuar esta vida, prefiero hacer calceta, zurcir

      medias y hasta pisotearlas. ¡La peste se lleve a todos los cobardes! No

      hay ya virtud sobre la tierra. Dame una copa de Canarias, pillo. (Bebe) .

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Has visto alguna vez a Febo besar un pan de mantequilla

      y éste derretirse, enternecido, bajo la dulce caricia del sol? Si lo

      viste, contempla esa mole.

      FALSTAFF: Bribón, hay cal en este vino; no se encuentra sino infamia en el

      hombre villano; sin embargo, un cobarde es peor que un jarro de vino con

      yeso dentro; ¡innoble cobarde! Sigue tu camino, viejo Jack, muere cuando

      quieras; si el heroísmo, el verdadero heroísmo, no desaparece del haz de

      la tierra, soy un arenque seco. La Inglaterra no cuenta más de tres

      hombres de bien no ahorcados aún; uno de ellos está algo grueso y comienza

      a envejecer. ¡Dios le tenga en su guarda! ¡Oh mundo infame! Quisiera ser

      un artesano; cantaría salmos o cualquier cosa. ¡Una vez más, que la peste

      se lleve a todos los cobardes!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Eh, saco de lana, ¿qué estás refunfuñando ahí?

      FALSTAFF: ¡Un hijo de rey! Sí no te expulso de tu reino con una espada de

      palo y delante de ti a toda la turba de tus súbditos como a una bandada de

      gansos, no llevaré más un pelo en la cara. ¿Tú, príncipe de Gales?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Pero, hijo de p..., ¿de qué se trata?

      FALSTAFF: ¿No eres un cobarde? ¡Contéstame a eso! ¿Y Poins también?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Por Cristo, panzón inmundo, si me llamas cobarde, te

      coso a puñaladas!

      FALSTAFF: ¡Llamarte a ti cobarde! ¡Te vería condenado antes de llamarte

      cobarde! Pero daría mil libras por poder correr tan ligero como tú. Sois

      bien formado de espaldas, compadres y no os importa que os miren por

      detrás. ¿Y a eso llamas sostener a los amigos? ¡La peste sea con semejante

      sostén! ¡Dadme gente que me haga cara! Que me den de beber; soy un bellaco

      si he bebido un trago hoy.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Canalla! ¡Tienes los labios aún húmedos del último

      jarro que te has tragado!

      FALSTAFF: ¡Nada, lo repito una vez más: la peste se lleve a todos los

      cobardes! (Bebe) .

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Pero de qué se trata?

      FALSTAFF: ¿De qué se trata? Henos aquí cuatro que esta mañana habíamos

      cogido mil libras.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Dónde están, Jack, dónde están?

      FALSTAFF: ¿Dónde están? Nos las han quitado. ¡Pobres de nosotros! ¡Eramos

      cuatro contra cien!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Cómo, hombre! ¿Contra cien?

      FALSTAFF: Soy un badulaque si no crucé el hierro durante dos horas contra

      una docena de ellos. He escapado por milagro. Me han atravesado ocho veces

      el peto y cuatro las bragas; mi escudo está perforado de parte a parte y

      mi espada mellada como una sierra: ecce signum. ¡Jamás me conduje mejor

      desde que soy hombre! Todo fue inútil. ¡La peste se lleve a todos los

      cobardes! Que hablen éstos ahora; si exageran o amenguan la verdad, son

      unos malvados, hijos de las tinieblas.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Hablad, amigos; ¿qué ha ocurrido?

      GADSHILL: Nosotros cuatro, caímos sobre unos doce...

      FALSTAFF: ¡Diez y seis, al menos, milord!

      GADSHILL: Y los amarramos.

      PETO: No es cierto, no los amarramos.

      FALSTAFF: Bribón, los ligamos a todos, sin excepción o no soy más que un

      judío, un judío hebreo.

      GADSHILL: Mientras nos estábamos repartiendo, un grupo de seis o siete se

      nos vino encima...

      FALSTAFF: Y éstos desataron a los primeros; luego llegaron otros.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo? ¿Os habéis batido contra todos ellos?

      FALSTAFF: ¿Todos? No sé lo que llamas todos ; pero si yo no me he batido

      con cincuenta de ellos, soy un manojo de rábanos. Y si cincuenta y dos o

      cincuenta y tres asaltantes no atacaron al pobre viejo Jack, no soy una

      criatura bípeda.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Quiera Dios que no hayas matado a varios de ellos!

      FALSTAFF: Me parece el voto algo tardío; empimenté dos; dos, estoy seguro,

      quedaron liquidados, dos pillos con trajes de bocací [28] . Oye, Hal: ¡si

      te miento, escúpeme en la cara, llámame caballo! Tú bien conoces mi vieja

      guardia. He aquí mi actitud: con la espada en esta posición, cuatro pillos

      vestidos de bocací me acometen...

      PRINCIPE ENRIQUE: ¿Cómo cuatro? Dijiste dos hace un momento.

      FALSTAFF: Cuatro, Hal, te dije cuatro.

      POINS: Sí, sí, dijo cuatro.

      FALSTAFF: Esos cuatro se me vinieron de frente y me atacaron al mismo

      tiempo. Yo, con toda sangre fría, recibí las siete puntas en mi escudo,

      así.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Siete? ¡Hace un momento no eran más que cuatro!

      FALSTAFF: Con trajes de bocací.

      POINS: Sí, cuatro en trajes de bocací.

      FALSTAFF: ¡Siete, por la empuñadura de mi espada, o no soy más que un

      follón!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Déjalo continuar; el número va a crecer en breve.

      FALSTAFF: ¿Me atiendes, Hal?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí, y te observo también Jack.

      FALSTAFF: Presta atención, porque la cosa vale la pena. Los nueve en traje

      de lino, de que te hablé...

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Ya aparecieron dos más!

      FALSTAFF: Habiéndoseles roto las puntas... [29] .

      POINS: Se les cayeron los calzones.

      FALSTAFF: Empezaron a recular; pero les aprieto de cerca, trabajo con pies

      y manos y, en un relámpago, me liquido a siete de los once.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh, prodigio! ¡De dos hombres vestidos de bocací han

      salido once!

      FALSTAFF: Pero, como si el diablo se mezclara, tres de esos bandidos, tres

      canallas vestidos de paño verde de Kendal, me acometen por la espalda;

      estaba tan obscuro, Hal, que no habrías podido ver tu mano.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Esas mentiras son como el padre que las engendra, gordas

      como montañas, impudentes, palpables. Especie de tripa con relleno de

      barro, imbécil de nudoso cráneo, hijo de p..., obsceno, indecente, montón

      de sebo!

      FALSTAFF: ¿Pero estás loco? ¿Estás loco? ¿No es verdad, la pura verdad?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Pero cómo has podido distinguir que esos hombres

      estaban vestidos de paño verde de Kendal, cuando estaba tan obscuro que no

      podías ver tus manos? A ver, danos una razón; ¿qué contestas a eso?

      POINS: ¡Vamos, una razón, Jack, una razón!

      FALSTAFF: ¿Cómo, así, por apremio? No, aunque me descuartizaran, aunque me

      dieran todos los suplicios del mundo, no diría una palabra por apremio.

      ¡Obligarme a dar una razón! Aunque las razones fueran más abundantes que

      las moras en los cercos, no le daría a nadie una sola. ¡Con apremios a mí!

 

      PRÍNCIPE ENRIQUE: No quiero ser más tiempo cómplice de este mentir

      descarado; este sanguíneo poltrón, este demoledor de camas, este

      deslomador de caballos, esta sucia mole de carne...

      FALSTAFF: Fuera de aquí, hambriento, piel de duende, lengua seca de buey,

      bacalao... ¡Oh, si tuviese aliento para decirte a todo lo que te pareces!

      ¡Vara de sastre, vaina, mascarón de proa, vil espadín!...

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien, respira un poco y recomienza; cuando te hayas

      agotado en innobles comparaciones, óyeme un poco.

      POINS: Escucha, Jack.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Este y yo os hemos visto, a vosotros cuatro, caer sobre

      cuatro hombres; los habéis atado y despojado de cuanto tenían encima. Oye

      ahora cómo, con una palabra, echo al suelo toda tu historia... Entonces

      nosotros dos caímos sobre vosotros cuatro y en un suspiro os aligeramos de

      vuestra presa, trayéndonosla; os la podemos mostrar aquí, en esta casa. En

      cuanto a ti, Falstaff, te echaste la panza al hombro con extraordinaria

      habilidad y metiste a correr como un gamo, bramando, pidiendo gracia,

      mugiendo como nunca oí a un becerro. ¡Es necesario que seas muy canalla

      para haber mellado así tu espada y asegurar que fue batiéndote! ¿Qué

      fábula, qué estratagema, qué escapatoria podrás encontrar para salvarte de

      esta manifiesta y patente vergüenza?

      POINS: Vamos a ver, Jack: ¿qué subterfugio encuentras?

      FALSTAFF: ¡Pardiez! Os reconocí en el acto como el que os hizo. Oídme

      ahora, señores: ¿debía yo matar al heredero presuntivo? ¿Atentar contra el

      príncipe legítimo? Bien sabes que soy valiente como Hércules; pero observa

      el instinto: el león respeta siempre la sangre real [30] . El instinto es

      una gran cosa; he sido cobarde por instinto. Así, mientras viva, tendré

      más alta opinión de mí mismo y de ti; de mí, por león valiente; de ti, por

      verdadero príncipe. Al fin y al cabo, ¡vive el cielo! muchachos, que me

      alegro que tengáis el dinero. ¡Posadera, en facción a la puerta! Velarás

      esta noche, rezarás mañana. ¡Valientes amigos! ¡Compañeros! ¡Bravos

      chicos! ¡Corazones de oro! Dejadme daros todos los títulos que me inspira

      mi fraternal cariño. Armaremos una juerga, ¿verdad? ¡Si improvisáramos una

      comedia!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Perfectamente; tu escapada servirá de trama.

      FALSTAFF: No hablar más de eso, Hal, si me quieres.

      (Entra la posadera)

      POSADERA: Milord... mi príncipe...

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Y bien, milady... posadera, ¿qué tienes que decirme?

      POSADERA: Pues, nada, milord; hay en la puerta un noble de la corte que

      quiere hablaros; dice que viene de parte de vuestro padre.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Pues dale lo suficiente para hacer de él un hombre real

      [31] y que se vuelva adonde está mi padre.

      FALSTAFF: ¿Qué clase de hombre es?

      POSADERA: Un hombre viejo.

      FALSTAFF: ¿Cómo su gravedad ha abandonado el lecho a media noche? ¿Debo

      contestarle?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Hazlo, Jack, te lo ruego.

      FALSTAFF: Déjame hacer, pronto le despacharé. (Sale).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Ahora a nosotros, señores. Por mi fe, os habéis batido

      bien; tú también, Peto, y tú, Bardolfo. También sois unos leones, también

      huíais por instinto y no queríais tocar al príncipe legítimo. ¡Pouah!

      BARDOLFO: A fe mía, corrí cuando vi a los otros correr.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Dime ahora seriamente, ¿cómo es que está tan mellada la

      espada de Falstaff?

      PETO: ¡Eh! la melló con su propia daga; dijo que juraría por todo el honor

      que hay en Inglaterra, para haceros creer que el desperfecto había

      ocurrido en la lucha y nos persuadió que hiciéramos lo mismo.

      BARDOLFO: Y que nos frotáramos las narices con grama ruda para hacerlas

      sangrar; luego salpicar con esa sangre nuestros trajes y jurar que era la

      de los buenos viandantes. Hice lo que hacía siete años no me ocurría, me

      sonrojé al oír esas monstruosas imposturas.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Bellaco! Hace diez y ocho años que te robaste un frasco

      de Canarias y desde ese día, sorprendido infraganti , cubre tu cara color

      de púrpura. Teniendo ese fuego a tu disposición y a más la espada, has

      disparado como un gamo; ¿qué instinto te impelía?

      BARDOLFO: Milord, ¿veis estos meteoros? ¿Apercibís estas erupciones?

      (Mostrando su nariz roja).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Las veo.

      BARDOLFO: ¿Qué pensáis que anuncian?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Hígado caliente y bolsa fría.

      BARDOLFO: Bilis, milord, bilis, al que es entendido.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: No, al que es entendido, eso anuncia cuerda. (Vuelve

      Falstaff). He aquí al enclenque Jack, he aquí al esqueleto. Y bien, dulce

      criatura inflada, ¿cuánto tiempo hace, Jack, que te viste la rodilla?

      FALSTAFF: ¿Mi rodilla? Cuando tenía tu edad, Hal, tenía el talle más

      delgado que la garra de un águila; habría pasado a través del anillo de un

      regidor. ¡La peste se lleve a las penas y suspiros! ¡Hinchan un hombre

      como una vejiga!... De ahí fuera traigo malas noticias; era sir John Bracy

      que venía de parte de vuestro padre. Necesitáis ir a la corte por la

      mañana. Ese loco rematado del Norte, Percy y el otro de Gales, que le dio

      una paliza a Amaimón [32] , hizo cornudo a Lucifer y obligó al diablo a

      jurarle homenaje sobre la cruz de una alabarda galense... ¿Cómo diablos le

      llamáis?

      POINS: ¡Ah! sí, Glendower.

      FALSTAFF: Owen, Owen, el mismo; y su yerno Mortimer y el viejo

      Northumberland y el más despierto escocés de todos los escoceses, Douglas,

      que trepa a galope una falda de cerro perpendicular...

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Ese que a toda carrera derriba con su pistola un pájaro

      volando.

      FALSTAFF: Diste en el clavo.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Mejor de lo que él dio en el pájaro.

      FALSTAFF: Bien, pero ese pillo tiene energía; no sabe huir.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Y por qué, entonces, bellaco, le alabas tanto su

      agilidad?

      FALSTAFF: A caballo, pichón mío; porque a pie, no daría un paso.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Por instinto, Jack.

      FALSTAFF: De acuerdo, por instinto. Bien, pues; él está en la cosa, con un

      tal Mordake y un millar de gorras azules. Worcester ha huido esta noche;

      la barba de tu padre, ha blanqueado con estas noticias; podréis comprar

      tierras ahora tan a vil precio como pescado podrido.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Entonces es probable que si el mes de junio es caluroso

      y si esta gresca civil dura, podamos comprar vírgenes a centenares, como

      se compran los clavos.

      FALSTAFF: ¡Por la misa, chico, que tenéis razón! Seguro que vamos a hacer

      buen negocio en ese ramo. Pero, dime, Hal, ¿no tienes un miedo horrible?

      ¿Siendo tú heredero presuntivo, podía el universo oponerte tres enemigos

      semejantes a esa furia de Douglas, a ese furibundo Percy o a ese

      endemoniado Glendower? ¿No tienes un miedo horrible? ¿No se te hiela la

      sangre?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Absolutamente; necesitaría un poco de tu instinto.

      FALSTAFF: Bueno, pero mañana vas a ser horriblemente regañado cuando vayas

      a ver a tu padre, si me quieres, prepara al menos una respuesta.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien, haz el papel de mi padre y examina mi conducta en

      detalle.

      FALSTAFF: ¿Yo? Con mucho gusto: esta silla será mi trono, esta daga mi

      cetro y este cojín mi corona.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Tu trono parece una silla agujereada, tu cetro de oro

      una daga de plomo y tu preciosa y rica corona una lastimera calva

      tonsurada.

      FALSTAFF: No importa; si el fuego de la gracia no está en ti completamente

      extinguido, ahora vas a conmoverte. Dadme una copa de vino, para tener los

      ojos enrojecidos, como si hubiera llorado; porque tengo que hablar con

      pasión, en el tono del rey Cambises. [33]

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien; he aquí mi reverencia.

      FALSTAFF: Y allá va mi discurso. ¡Rodeadme, nobleza!

      POSADERA: ¡Jesús mío! ¡Qué espectáculo tan divertido!

      FALSTAFF: No llores, dulce reina, porque ese chorro de lágrimas es inútil.

 

      POSADERA: ¡Mirad al viejo! ¡Qué bien sostiene su dignidad!

      FALSTAFF: ¡En nombre del cielo, señores, llevaos mi triste reina, porque

      las lágrimas obstruyen las exclusas de sus ojos!

      POSADERA: ¡Parece mentira! Recita su papel como uno de esos cómicos

      indecentes que he visto muchas veces.

      FALSTAFF: ¡Silencio, dama Juana! ¡A callar, Rascabuche! Harry, no sólo me

      causan asombro los sitios donde pasas tu tiempo, sino también la compañía

      de que te rodeas. Porque, si bien la camomila brota más vivaz cuanto más

      se la pisotea, la juventud, cuanto más se derrocha, más se consume. Que

      eres mi hijo, lo sé, primero, por la palabra de tu madre, y luego por mi

      propia opinión; pero mi principal garantía es esa horrible mueca constante

      de tu ojo y la estúpida depresión de tu labio inferior. Siendo, pues, tú

      mi hijo, llego al punto: ¿por qué siendo hijo mío, te haces así señalar

      con el dedo? ¿Anda acaso el bendecido hijo de los cielos vagabundeando por

      los campos, comiendo moras? Es una pregunta sin respuesta. ¿Debe acaso el

      hijo de Inglaterra andar como un ladrón, robando bolsas? Una pregunta con

      respuesta. Hay una cosa, Harry, de la que habrás oído hablar a menudo y

      que es conocida de mucha gente en nuestro país bajo el nombre de pez; esa

      pez, según lo afirman antiguos escritores, ensucia; lo mismo hace la

      sociedad que frecuentas; porque, Harry, no te hablo ahora en la

      embriaguez, sino en las lágrimas, no en el placer, sino en la

      desesperación, no con vanas palabras, sino con el corazón herido... Sin

      embargo, hay en tu compañía un hombre de bien, que he observado a menudo,

      pero no sé cómo se llama.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué clase de hombre es, señor, si os place?

      FALSTAFF: Por mi fe, un hombre de hermosa presencia, corpulento, aspecto

      alegre, mirada graciosa, noble actitud; parece tener cincuenta años ¡por

      Nuestra Señora! tal vez raye en los sesenta. Y ahora recuerdo, su nombre

      es Falstaff. Si ese hombre fuera un libertino, sería para mí una

      decepción, porque leo, Enrique, la virtud en su mirar. Sí, pues el árbol

      puede conocerse por el fruto y el fruto por el árbol, declaro

      perentoriamente que hay virtud en ese Falstaff; consérvalo, destierra el

      resto. Dime ahora, inicuo bribón, dime, ¿dónde has estado todo este mes?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿A eso llamas hablar como un rey? Toma ahora mi parte,

      que yo haré la de mi padre.

      FALSTAFF: Cómo, ¿me depones? Si tienes en la palabra y en el gesto sólo la

      mitad de esta mi gravedad majestuosa, que me cuelguen por los talones como

      una piel de conejo en un escaparate de tienda.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien, tomo asiento.

      FALSTAFF: Y aquí estoy de pie; sed jueces, compañeros.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Y bien, Harry, ¿de dónde venís?

      FALSTAFF: De Eastcheap, mi noble señor.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Las quejas que oigo contra ti son graves.

      FALSTAFF: ¡Pardiez, milord, son falsas!... ¡Ahora vais a ver cómo hago

      zalamero al joven príncipe!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo, echas votos, joven impío? En adelante no me mires

      más a la cara. Te has apartado violentamente del camino de la salvación.

      Un espíritu infernal te posee, bajo la forma de un viejo gordo; tienes por

      compañero un tonel humano. ¿Por qué frecuentas ese baúl de humores, esa

      tina de bestialidad, ese hinchado paquete de hidropesía, ese enorme barril

      de vino, esa maleta henchida de intestinos, ese buey gordo asado con el

      relleno en el vientre, ese vicio reverendo, esa iniquidad gris, ese padre

      rufián, esa vanidad vetusta? ¿Para qué sirve? Para catar un vino y

      bebérselo. ¿Para qué es útil y apto? Para trinchar un capón y devorárselo.

      ¿En qué es experto? En tretas y astucias. ¿En qué es astuto? En picardías.

      ¿En qué es pícaro? En todo. ¿En qué estimable? En nada.

      FALSTAFF: Rogaría a vuestra gracia que me permitiera seguirla. ¿A quién se

      refiere vuestra gracia?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: A ese canalla abominable, corruptor de la juventud,

      Falstaff, ese viejo Satán de barba blanca.

      FALSTAFF: Señor, conozco al hombre.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Le conoces demasiado.

      FALSTAFF: Pero decir que le conozco más defectos que a mí mismo, sería

      decir más de lo que sé. Que sea viejo (y es por ello más digno de

      lástima), lo prueba su cabello blanco; pero que sea (salvo vuestro

      respeto) dado a p..., lo niego redondamente. Si el vino y los dulces son

      pecados, Dios perdone a los pecadores. Si es un pecado ser viejo y alegre,

      conozco muchos viejos compañeros que están condenados; si ser gordo es ser

      odioso, entonces deben amarse las vacas flacas de Faraón. No, mi buen

      señor: destierra a Peto, destierra a Bardolfo, destierra a Poins; pero en

      cuanto al dulce Jack Falstaff, al gentil Jack Falstaff, al leal Jack

      Falstaff, al valiente Jack Falstaff, tanto más valiente cuanto que es el

      viejo Jack Falstaff, no le destierres, no, de la compañía de tu Enrique.

      ¡Desterrar al gordinflón Jack valdría desterrar al mundo entero!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Le destierro, así lo quiero.

      (Se oye golpear a la puerta; salen la Posadera, Francis y Bardolfo).

 

      (Vuelve Bardolfo, corriendo).

      BARDOLFO: ¡Oh, milord, milord! El sheriff está ahí fuera con una patrulla

      monstruo.

      FALSTAFF: ¡Fuera de aquí, pillete! Concluyamos la pieza; tengo mucho que

      decir en defensa de ese Falstaff.

      (Vuelve la posadera muy aprisa).

      POSADERA: ¡Misericordia! ¡Milord, milord!

      FALSTAFF: ¡He, he! ¡El diablo cabalga sobre un arco de violín! ¿Qué es lo

      que hay?

      POSADERA: Ahí están fuera el sheriff y los guardias; vienen a registrar la

      casa. ¿Debo dejarle entrar?

      FALSTAFF: ¿Has oído, Hal? No debemos tomar nunca una pieza falsa por una

      de oro verdadera; eres esencialmente loco, sin parecerlo.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Y tú, naturalmente, cobarde, sin instinto.

      FALSTAFF: Nego majorem. Si no quieres recibir al sheriff, perfectamente;

      si quieres, que entre; si no figuro en la última carreta tan bien como

      cualquiera, la peste se lleve al que me educó. Espero que una soga pueda

      estrangularme tan pronto como a otro.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Anda, ocúltate detrás de la cortina; vosotros idos

      arriba. Ahora, señores míos, buena cara y buena conciencia.

      FALSTAFF: Ambas cosas poseía; pero la época pasó y, por consiguiente, me

      escondo.

      (Salen todos menos el Príncipe y Poins).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Haz entrar al sheriff.

 

      (Entran el Sheriff y un Carretero). Y bien, sheriff, ¿qué me queréis?

 

 

      SHERIFF: Desde luego que me perdonéis, milord. La grita pública ha seguido

      ciertos hombres hasta esta casa.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué hombres?

      SHERIFF: Uno de ellos es muy conocido, mi gracioso señor. Un hombre

      grueso, gordo.

      CARRETERO: Como un pan de manteca.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Ese hombre, os lo aseguro, no está aquí; yo mismo acabo

      de darle una comisión; pero te doy mi palabra, sheriff, que le enviaré

      mañana, antes de comer, a responder ante ti o cualquier otro, de cualquier

      cargo que se le haga. Ahora, permitidme os pida salgáis de esta casa.

      SHERIFF: Lo haré, milord. Hay aquí dos señores que en este robo han

      perdido trescientos marcos.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Puede que así sea. Si ha robado a esos hombres, él

      responderá. Ahora, adiós.

      SHERIFF: Buenas noches, mi noble señor.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: O más bien buenos días, ¿no es así?

      SHERIFF: La verdad, milord, porque creo que son ya las dos de la mañana.

      (Salen el Sheriff y el Carretero).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Este oleaginoso pillo es tan conocido como la Catedra1

      de San Pablo. Llámale.

      POINS: (Levanta la cortina que oculta a Falstaff) . ¡Falstaff! Está

      profundamente dormido detrás de la tapicería y ronca como un caballo.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Oye cómo respira laboriosamente. Regístrale los

      bolsillos. (Poins registra). ¿Qué encuentras?

      POINS: Sólo a1gunos papeles, milord.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Veamos qué contienen; léelos.

      POINS: (Leyendo) . Item , un capón 2 chelines, 2 peniques. Item , salsa 4

      p. Item , vino, 5 ch. 8 p. Item , anchoas y vino después de cenar, 2 ch. 6

      p. Item , pan, medio penique.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh monstruosidad! ¡Sólo medio penique de pan para esa

      intolerable cantidad de vino! Guarda el resto; lo leeremos más despacio;

      déjale dormir hasta el día. Iré a la corte por la mañana. Iremos todos a

      la guerra y tendrás un puesto honorable. Procuraré a ese obeso bribón

      empleo en la infantería. Estoy seguro que una marcha de trescientas yardas

      será su muerte. Haré restituir el dinero con usura. Ven a buscarme mañana

      temprano. Buen día, Poins.

      POINS: Buen día, mi buen señor.

 

 

 

Enrique IV, de William Shakespeare / 1900

 

 

 

 

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        Enrique IV, de William Shakespeare / 1900

 

 

      Miguel Cané [traductor] (1851 - 1905)

      Fuente: William Shakespeare, Enrique IV, traducción, prólogo y notas de

      Miguel Cané, Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1918.

 

      

      

 

Acto III

 

Escena I

 

 

      BANGOR. Una sala en el Palacio del Archidiácono.

 

      (Entran Hotspur, Worcester, Mortimer y Glendower).

      MORTIMER: Esas promesas son brillantes, las personas seguras y empezamos

      bajo felices auspicios.

      HOTSPUR: ¿Lord Mortimer y vos, primo Glendower, queréis sentaros? Y vos,

      tío Worcester... ¡Por mil diablos! ¡Me he olvidado del plano!

      GLENDOWER: No, aquí está. Sentaos, primo Percy, sentaos, buen primo

      Hotspur; porque cada vez que Lancaster oye esos nombres, sus mejillas

      palidecen y, lanzando un suspiro, os desearía en el cielo.

      HOTSPUR: Y a vos en el infierno, cada vez que oye hablar de Owen

      Glendower.

      GLENDOWER: No puedo censurarle por eso; cuando nací, la frente del cielo

      se llenó de figuras fulgurantes y de ardientes antorchas; el globo

      terráqueo, hasta su base profunda, tembló como un cobarde. [34]

      HOTSPUR: ¡Bah! Habría hecho lo mismo, en ese momento, si la gata de

      vuestra madre hubiera parido, aunque vos no hubiérais nacido.

      GLENDOWER: Digo que la tierra tembló cuando nací.

      HOTSPUR: Y yo digo que la tierra estaba en otra situación de ánimo que la

      mía, si, como suponéis, tembló de miedo de vos.

      GLENDOWER: Los cielos estaban en llamas, y la tierra tembló.

      HOTSPUR: Entonces la tierra tembló al ver los cielos en llamas y no por

      temor de vuestro nacimiento. La naturaleza enferma estalla a menudo en

      extrañas erupciones. A menudo la tierra, en dolor de parto, sufre

      atormentada por una especie de cólico por los vientos impetuosos,

      encerrados en sus entrañas, los que, buscando una salida, sacuden esta

      vieja comadre, la tierra, y derriban campanarios y torres cubiertas de

      musgo. A vuestro nacimiento, nuestra abuela la tierra, sintiendo esa

      indisposición, entró en convulsiones.

      GLENDOWER: Primo, de muy pocos hombres soportaría esas contradicciones.

      Permitidme repetiros que, cuando nací, la frente del cielo se llenó de

      figuras fulgurantes; las cabras huían de las montañas y los rebaños

      llenaban de extraños clamores las espantadas llanuras. Esos signos me han

      hecho un hombre extraordinario; todo el curso de mi vida muestra que no

      estoy en la lista de los hombres comunes. ¿Dónde está, en el recinto

      trazado por el mar que murmura sobre las costas de Inglaterra, de Escocia

      y de Gales, el viviente que pueda llamarme su discípulo o me haya enseñado

      algo? Y sin embargo, encontradme un hijo de mujer que pueda seguirme en

      las fastidiosas vías de la ciencia y marchar a mi lado en las más

      profundas experiencias.

      HOTSPUR: Creo que nadie habla mejor el caló galense... me voy a comer.

      MORTIMER: Vamos, primo Percy, le vais a volver loco.

      GLENDOWER: Yo puedo evocar los espíritus del fondo del abismo.

      HOTSPUR: También lo puedo yo y cualquier hombre puede hacerlo; falta saber

      si vienen, cuando los llamáis.

      GLENDOWER: Y puedo enseñaros, primo, a ordenar al diablo.

      HOTSPUR: Y yo puedo enseñarte, primito, a humillar al diablo, diciendo la

      verdad: "Di la verdad y humillarás al diablo". Si tienes el poder de

      evocarlo, tráelo aquí; juro que verás cómo le humillo. Así, en tanto que

      vivas, di la verdad y humillarás al diablo.

      MORTIMER: Vamos, vamos; basta de esa charla inútil.

      GLENDOWER: Tres veces Enrique Bolingbroke afrontó mi poder; tres veces,

      desde las orillas del Wye y del arenoso Saverna, le puse en fuga, descalzo

      y batida las espaldas por lluvia tormentosa.

      HOTSPUR: ¡Descalzo y bajo un tiempo semejante! ¿Cómo diablos pudo evitar

      las fiebres?

      GLENDOWER: Vamos, he aquí el plano; ¿debemos dividir nuestros dominios, de

      acuerdo con nuestra triple convención?

      MORTIMER: El arzobispo los ha dividido en tres partes exactamente iguales.

      La Inglaterra, desde el Trent y el Saverna hasta aquí, al sud y al este,

      se me asigna por parte, todo el oeste, el país de Gales más allá del

      Saverna y todo el fértil territorio comprendido en ese límite, a Owen

      Glendower; y a vos, querido primo, todo lo que queda al norte, a partir

      del Trent. Ya nuestros contratos tripartitos están prontos; sólo nos resta

      sellarlos respectivamente (operación que puede hacerse esta noche) ; y

      mañana, primo Percy, vos y yo, como mi buen señor de Worcester,

      marcharemos a reunirnos con vuestro padre y el ejército escocés, como

      hemos convenido, en Shrewsbury. Mi padre Glendower no está aún pronto y su

      ayuda no nos será necesaria hasta dentro de catorce días. En ese tiempo (a

      Glendower) habréis podido reunir vuestros arrendatarios, amigos e hidalgos

      de la vecindad.

      GLENDOWER: En más breve tiempo me uniré a vosotros, señores, y vuestras

      damas irán bajo mi escolta. Es necesario que tratéis de partir pronto sin

      ser vistos y sin despedirnos de ellas, porque va a haber un diluvio de

      lágrimas en el momento de la separación.

      HOTSPUR: (Con un dedo sobre el plano). Me parece que mi parte, al norte

      del Burton, hasta aquí, no iguala en cantidad ninguna de las vuestras.

      Observad cómo este río se me viene tortuosamente y me corta, de lo mejor

      de toda mi tierra, una enorme media luna, un pedazo monstruoso; haré

      detener la corriente en este sitio y el caprichoso y argentino Trent

      correrá por aquí, en un nuevo canal, suave y directo. No serpenteará más,

      con esas entradas profundas, para arrebatarme un pedazo de suelo tan rico.

 

      GLENDOWER: ¿Qué no serpenteará más? Lo hará, es necesario; ¿no lo veis?

      MORTIMER: Sí, pero observad cómo prosigue su curso y corre hacia mí en

      sentido inverso, para indemnizaros; me toma de mi lado tanto como tomó del

      vuestro.

      WORCESTER Sí, pero con poco gasto se podría desviarla aquí y ganar todo

      ese cabo del lado del Norte, haciéndola correr directa e igual.

      HOTSPUR: Así lo quiero; lo haré con poco gasto.

      GLENDOWER: No quiero alteraciones.

      HOTSPUR: ¿No queréis?

      GLENDOWER: No y no lo haréis.

      HOTSPUR: ¿Y quién me lo impedirá?

      GLENDOWER: Ese seré yo.

      HOTSPUR: Permitidme que no os comprenda, decidlo en galense.

      GLENDOWER: Puedo hablar inglés, milord, tan bien como vos, porque fui

      educado en la Corte de Inglaterra, donde, siendo muy joven aún, compuse

      para el arpa, y de una manera deliciosa, numerosas canciones inglesas, y

      agregué a la lengua útiles adornos, virtud que nunca se ha visto en vos.

      HOTSPUR: ¡Pardiez! Me felicito de todo corazón. Preferiría ser un gato y

      aullar como tal, a ser uno de esos autores de insulsas baladas. Preferiría

      oír el estridente girar de un candelero de cobre o el rechinar de una

      rueda seca sobre el eje; todo eso me destemplaría menos los dientes, que

      esa poesía llena de afectación que parece la forzada marcha a tropezones

      de una jaca.

      GLENDOWER: Vamos, basta; se os cambiará el curso del Trent.

      HOTSPUR: Eso no me importa; daría tres veces más de tierra a cualquier

      amigo que sirviera bien; pero cuando se trata de arreglos, oídlo bien,

      haría cuestión de la novena parte de un cabello. ¿Están los convenios

      prontos? ¿Podemos irnos?

      GLENDOWER: La luna brilla en toda su claridad; podéis partir de noche. Voy

      a apurar al escribiente y al mismo tiempo revelar a vuestras damas la

      partida. Temo que mi hija se vuelva loca, de tal modo está chocha con su

      Mortimer. (Sale).

      MORTIMER: ¡Por Dios, primo Percy! ¡Cómo contradecís a mi padre!

      HOTSPUR: No puedo impedírmelo; a veces me exaspera hablándome del topo y

      de la hormiga, del encantador Merlín y de sus profecías y de un dragón y

      de un pescado sin aletas, de un grifo con alas recortadas, de un cuervo

      que muda, de un león acostado y de un gato rampante y de otras tantas

      bellaquerías que me ponen fuera de mí [35] . Os diré más; la última noche

      me ha tenido no menos de nueve horas enumerándome los nombres de los

      diversos diablos que eran sus lacayos. Yo le contestaba: ¡hum!, ¡está

      bien!, continuad!, pero sin prestar atención a una palabra. ¡Oh! Es tan

      fastidioso como un caballo cansado, una mujer maldiciente, peor que una

      casa ahumada. Me gustaría más vivir de queso y ajo, en un molino de

      viento, bien lejos, que de manjares suculentos, en la más espléndida casa

      de la cristiandad, si tuviera que aguantar su charla.

      MORTIMER: Por mi fe, es un dignísimo gentil hombre, perfectamente

      instruido e iniciado en extraños misterios; valiente como un león y

      maravillosamente afable; generoso como las minas de la India. ¿Debo

      decíroslo, primo? Tiene vuestro carácter en una alta estimación y domina

      su propia naturaleza cuando le contrariáis; a la verdad se domina. Os

      garantizo que no hay un hombre vivo que hubiera podido provocarle como lo

      habéis hecho, sin correr el peligro de una respuesta violenta. No lo

      hagáis tan a menudo, os lo ruego.

      WORCESTER: En verdad, milord, os obstináis demasiado en vuestra censura;

      desde que habéis llegado aquí, harto habéis hecho para hacerle perder la

      paciencia. Es necesario que aprendáis, milord, a corregiros de ese

      defecto. Aunque a veces atestigüe grandeza, valor, nobleza (y esa es la

      gracia más preciosa que os recuerda), a menudo también revela ímpetus

      coléricos, ausencia de buenas maneras, falta de dominio, orgullo, altivez,

      presunción y desdén; el menor de esos defectos, cuando acompaña a un

      gentil hombre, le enajena los corazones, mancha la belleza de todas sus

      virtudes, privándolas de su encanto.

      HOTSPUR: Bueno, ya estoy sermoneado. ¡Que los buenos modales os ayuden! He

      aquí nuestras esposas; despidámonos de ellas.

      (Vuelve Glendower con ladies Mortimer y Percy).

      MORTIMER: Esta es una mortal contrariedad que me angustia; mi mujer no

      habla inglés ni yo galense.

      GLENDOWER: Mi hija llora; no quiere separarse de vos; quiere también ser

      soldado e ir a la guerra.

      MORTIMER: Mi buen padre, decidle que ella y mí tía Percy seguirán en

      breve, conducidas por vos.

      (Glendower habla a su hija en galense y ésta le contesta en la misma

      lengua).

      GLENDOWER: Está desesperada; es una impertinente, terca, desvergonzada,

      sobre la que el razonamiento no tiene acción.

      (Lady Mortimer habla a Mortimer en galense).

      MORTIMER: Comprendo tus miradas; el lindo galense que derramas de esos

      cielos henchidos, lo entiendo perfectamente; y, si no fuera por rubor,

      quisiera contestarte en el mismo idioma. (Lady Mortimer habla besándole).

      Comprendo tus besos y tú los míos, y es esta una discusión bien sentida.

      Pero no faltaré a la dulce escuela, amor mío, hasta tanto haya aprendido

      tu idioma, porque tu lengua hace al galense tan suave como los bellos

      cantares, de tiernas modulaciones, cantadas en el laúd, por una hermosa

      reina, bajo un bosque de estío.

 

 

      GLENDOWER: Si os enternecéis así, la vais a volver loca.

      (Lady Mortimer habla otra vez)

      MORTIMER: En esta lengua soy la ignorancia misma.

      GLENDOWER: Os pide que os tendáis sobre la estera indolente y que reposéis

      vuestra gentil cabeza en su regazo y ella os cantará las canciones que

      amáis para coronar sobre vuestros párpados el dios del sueño y sumir

      vuestros sentidos en deliciosa languidez, intermediaria entre la vigilia y

      el sueño, como el alba entre el día y la noche, a la hora en que el divino

      tronco comienza su ruta dorada en Oriente.

      MORTIMER: De todo corazón; me siento para oír su canción. Entretanto, el

      acta estará redactada, presumo.

      GLENDOWER: Sentaos; los músicos que van a tocar para vos, se ciernen en

      los aires a mil leguas de aquí y, no obstante, estarán aquí en el acto.

      Sentaos y oíd.

      HOTSPUR: Ven aquí, Kate; acostada eres perfecta. Ven, pronto, pronto, que

      pueda reposar mi cabeza en tus faldas.

      LADY PERCY: Ven acá, cabeza de chorlo [36] .

      (Glendower dice algunas palabras galenses y en el momento empieza la

      música).

      HOTSPUR: Ahora veo que el diablo comprende el galense, lo que no me

      asombra, siendo tan fantástico. ¡Por Nuestra Señora! Es buen músico.

      LADY PERCY: Entonces tú debías ser un músico de primer orden, porque

      siempre te gobierna la fantasía. Estate quieto, bandido, y oye el canto

      galense de esta lady.

      HOTSPUR: Prefiero oír a Lady , mi perra, aullar en irlandés.

      LADY PERCY: ¿Quieres que te rompa la cabeza?

      HOTSPUR: No.

      LADY PERCY: Entonces está quieto.

      HOTSPUR: Tampoco. Esta es manía de mujer [37] .

      LADY PERCY: ¡Que Dios te guíe!

      HOTSPUR: A la cama de la dama galense.

      LADY PERCY: ¿Cómo es eso?

      HOTSPUR: Silencio; canta.

      (Canción galense de Lady Mortimer).

      HOTSPUR: Kate, también quiero una canción tuya.

      LADY PERCY: ¿Mía? No la tendrás, por mi fe.

      HOTSPUR: ¡No, por mi fe! Amor mío, juras como la mujer de un confitero.

      ¡No, por mi fe! ¡Tan cierto como que vivo! ¡Dios me perdone! ¡Tan cierto

      como es de día! Envuelves tus juramentos en una tela tan sedosa, que se

      diría que nunca te has paseado más allá de Frinsbury [38] . Jura, Kate,

      como una buena lady que eres, con un juramento que te llene la boca y deja

      los ¡a fe mía! y otros votos de agua tibia, a los guardias con traje de

      terciopelo y a las burguesas domingueras. Vamos, canta.

      LADY PERCY: No quiero cantar.

      HOTSPUR: Es el mejor medio de hacerte tomar por un sastre o por un

      educador de pajarillos. Si los contratos están prontos, partiré antes de

      dos horas; ahora, ven cuando quieras. (Sale) .

      GLENDOWER: Venid, venid, lord Mortimer; sois tan lento para partir, como

      ardiente el fogoso lord Percy. Ya está nuestra convención redactada; no

      tenemos más que sellarla y luego a caballo inmediatamente.

      MORTIMER: Con toda mi alma. (Salen).

 

 

Escena II

 

      LONDRES. Una sala en el Palacio Real

 

      (Entran el Rey Enrique, el Príncipe de Gales y Señores).

      REY ENRIQUE: Dejadnos, señores; el príncipe de Gales y yo tenemos que

      hablar en particular; pero no os alejéis, porque pronto tendremos

      necesidad de vosotros. (Salen los señores) .

 

      No sé si es por alguna falta cometida por mí, que Dios ha querido, en sus

      secretos designios, hacer nacer de mi sangre, el azote que debe

      castigarme; pero tú me haces creer, por las circunstancias de tu vida, que

      has sido designado para ser el instrumento de la ardiente venganza, el

      látigo celeste que debe caer sobre mis faltas. Dime si no ¿cómo tan

      desordenados y bajos deseos, tan pobres, tan miserables, tan ínfimas, tan

      impuras ocupaciones, tan estériles placeres, tan soez sociedad, como

      aquella a que te unes y asocias, cómo pueden acompañar la grandeza de tu

      raza y llegar al nivel de tu corazón de príncipe?

 

 

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Si es del agrado de Vuestra Majestad, querría y podría

      justificarme de todas mis faltas, como estoy seguro de poder lavarme de

      todas las acusaciones que se lanzan contra mí. Pero permitidme que implore

      vuestro ánimo indulgente, y cuando haya desvanecido todas las fábulas que

      al oído del poder necesariamente llegan, de risueños entremetidos y de

      viles calumniadores, pueda, por algunas faltas reales, en las que se ha

      extraviado mi juventud irregular, encontrar perdón en mi sumisión

      verdadera.

      REY ENRIQUE: ¡Dios te perdone! Pero déjame asombrarme, Harry, de tus

      afecciones, que toman una dirección contraria al vuelo de las de tus

      antepasados. Has perdido violentamente tu sitio en el Consejo, ocupado hoy

      por tu hermano menor, y te has enajenado todos los corazones de la Corte y

      de los príncipes de mi sangre. Arruinadas están las esperanzas fundadas en

      tu porvenir, y no hay alma de hombre que no profetice tu caída. Si yo

      hubiera sido tan pródigo de mi presencia, si me hubiera prostituido ante

      las miradas de los hombres, mostrándome en vil compañía, la opinión, que

      me levantó hasta el trono, habría permanecido fiel a mi antecesor,

      abandonándome a un destierro deshonroso, como un hombre sin valor y sin

      importancia. Haciéndome ver rara vez, no podía dar un paso, sin provocar,

      como los cometas, el asombro. Unos decían a sus hijos: ¡Ese es! Otros

      exclamaban: ¡Dónde! ¿Cuál es Bolingbroke? Entonces arrebataba al cielo

      todos los homenajes y me envolvía en tal humildad, que arrancaba la

      simpatía a todos los corazones, las aclamaciones y los vivas de todas las

      bocas, aun en presencia del rey coronado. De esa manera conservé mi

      prestigio siempre fresco y nuevo; mi presencia, como un traje pontifical,

      era siempre observada con asombro; mis apariciones, siempre brillantes,

      parecían fiestas y ganaban tal solemnidad por su rareza. En cuanto al

      andariego rey, iba de aquí a allá con insípidos bufones, espíritus

      extravagantes, fuegos fatuos, pronto encendidos y pronto apagados; se

      despojaba de su dignidad, comprometía su majestad con insensatos

      saltimbanquis, dejaba profanar su gran nombre con sus sarcasmos; alentaba,

      a despecho de su nombre, las bromas de los pajes con su risa, y era el

      blanco de las ridículas comparaciones de cualquier lampiño. Se

      familiarizaba con la calle pública y se hacía feudo del populacho, y como

      diariamente hartaba a los hombres con su presencia, estaban ahítos de miel

      y empezaban a perder el gusto de la dulzura, que, por poco que empalague,

      empalaga demasiado. Así cuando tenía ocasión de mostrarse, era como el

      cuclillo en Junio, que se oye sin prestarle atención. Si era visto, era

      con tales ojos que cansados y entorpecidos por el hábito, no le prestaban

      la atención extraordinaria que se acuerda al sol de la majestad real,

      cuando se muestra rara vez a las miradas llenas de admiración; con ojos

      adormecidos, que bajaban sus párpados somnolientos ante él y le ofrecían

      ese aspecto sombrío que los hombres tétricos presentan a sus advesarios,

      tan saturados, hartos y cansados estaban de su presencia. Por ese mismo

      camino vas tú, Harry porque has perdido tu prerrogativa de príncipe, en

      compañías que envilecen. Todos los ojos está fatigados de tu presencia

      banal, excepto los míos, que habrían deseado verte más, y que ahora mismo,

      a despecho de todo, están enceguecidos por una loca ternura.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: En el porvenir, tres veces gracioso señor, seré más

      digno de mí mismo.

      REY ENRIQUE: Para todo el mundo, como eres en este momento, era Ricardo,

      cuando vine de Francia a desembarcar en Ravenspury. Yo era entonces, como

      es Percy ahora. ¡Ah! por mi cetro y por mi alma, tiene más títulos al

      poder que tú, fantasma de heredero; porque, sin derecho, sin color aún de

      derecho, cubre de arneses los campos de reino, afronta las armadas fauces

      del león y sin deber a los años más que tú, guía antiguos lores y

      reverendos obispos a sangrientas batallas y recias luchas. ¡Qué gloria

      imperecedera no ha adquirido contra el famoso Douglas, cuyos altos hechos,

      cuyas ardientes excursiones y gran renombre en la armas, conquistaron el

      rango supremo entre los soldados y el título de primer capitán en todos

      los reinos que confiesan a Cristo! Tres veces ese Hotspur, ese Marte en

      pañales, ese niño guerrero, ha desbaratado las empresas del gran Douglas;

      le ha hecho prisionero, le ha puesto en libertad y le ha convertido en

      amigo, para alzar un cartel con voz profunda, que conmueve la paz y la

      seguridad de nuestro trono. ¿Qué dices tú de esto? Percy, Northumberland,

      su Gracia el Arzobispo de York, Douglas, Mortimer, se coaligan contra

      nosotros y están levantados! ¡Pero a qué comunicarte estas noticia, a ti!

      ¿A qué hablarte de mis adversarios, a ti, Harry, que eres el más próximo y

      querido de mis enemigos? ¡Tú, que tal vez cediendo al miedo servil, a una

      baja pasión o a un acceso de humor, combatas contra mí, a sueldo de Percy,

      hecho un perro a sus pies, adulando sus caprichos para mostrar hasta qué

      punto has degenerado!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: No lo creáis, tal no veréis. ¡Que Dios perdone aquellos

      que hasta ese punto han desviado de mí la buena opinión de Vuestra

      Majestad! Quiero redimir todo esto sobre la cabeza de Percy y, al fin de

      alguna gloriosa jornada, atreverme a deciros que soy vuestro hijo;

      entonces vestiré un traje todo de sangre y ocultará mi cara una sangrienta

      máscara que, una vez lavada, se llevará mi vergüenza con ella. Y ese será

      el día, no importa cuando brille, en que ese mismo hijo del honor y de la

      fama, ese valiente Hotspur, ese caballero alabado por todos, y vuestro

      olvidado y despreciado Harry, lleguen a encontrarse. ¡Que crezcan y se

      agiganten los honores sobre su casco y sobre mi cabeza redoblen las

      vergüenzas! Porque el tiempo vendrá en que obligaré a ese joven del norte

      a cambiar toda su gloria por mis indignidades. Percy, mi buen señor, no es

      más que el encargado de recolectar altos hechos en mi beneficio. Y le

      reclamaré una cuenta tan estricta, que tendrá que devolverme toda su

      gloria, hasta la más pequeña alabanza recibida, aunque tenga que

      arrancarle con la cuenta el corazón. Eso, en el nombre de Dios, prometo

      aquí: si a Vuestra Majestad place que lo cumpla, ruégole suavice con su

      indulgencia generosa las viejas heridas de mi desenfreno. Si no, el fin de

      nuestra vida rompe todos los vínculos y quiero morir cien mil veces antes

      que romper en un ápice este voto.

      REY ENRIQUE: En él veo la muerte de cien mil rebeldes. Tendrás un alto

      puesto en la guerra y nuestra soberana confianza.

 

      (Entra Blunt). ¿Qué hay de nuevo, buen Blunt? Tus miradas revelan

      impaciente prisa.

 

 

      BLUNT: Como el asunto de que vengo a hablaros. Lord Mortimer de Escocia

      envía la nueva de que Douglas y los rebeldes ingleses se han reunido el 11

      de este mes en Shrewsbury. Jamás más temibles y formidables fuerzas, si

      mantienen sus promesas en todo sentido, pusieron al Estado en más

      peligroso fuego.

      REY ENRIQUE: El conde Westmoreland partió hoy con mi hijo Juan de

      Lancaster, porque ese aviso tiene ya cinco días de fecha. El miércoles

      próximo tú partirás, Harry; el jueves nos pondremos nosotros mismos en

      camino. Nuestro punto de reunión es Bridgenorth. Vos, Harry, os dirigiréis

      por el Gloucestershire. Según el cálculo de lo que nos resta hacer, dentro

      de doce días estarán nuestras fuerzas reunidas en Bridgenorth. Tenemos en

      mano muchos y graves asuntos. Adelante, que el enemigo engrosa su

      esperanza con nuestra demora.

 

 

Escena III

 

      EASTCHEAP. Un cuarto en la taberna de la Cabeza del Cerdo.

 

      (Entran Falstaff y Bardolfo).

      FALSTAFF: Bardolfo, ¿no encuentras que he aflojado indignamente después de

      esta última empresa? ¿No estoy disminuido? ¿No he mermado? Mira, mi piel

      cuelga sobre mí como el pellejo suelto de una vieja lady; estoy marchito

      como una manzana de invierno. Bien; quiero arrepentirme, y eso

      súbitamente, mientras estoy aún en estado: pronto va a faltarme el corazón

      y entonces no tendré ya la fuerza para hacerlo. Si no he olvidado cómo

      está hecho el interior de una iglesia, soy una piltrafa, un rocín de

      cervecero. ¡El interior de una iglesia! ¡La compañía, la mala compañía ha

      sido mi perdición!

      BARDOLFO: Sir John, estáis tan mohíno, que no viviréis mucho tiempo.

      FALSTAFF: Eso, eso es; ven, cántame una canción de burdel, alégrame.

      ¡Estaba yo tan virtuosamente dotado, cuanto es necesario a un caballero;

      suficientemente virtuoso; juraba poco; a los dados, jugaba no más de siete

      veces por semana; a p..., no iba más que una vez cada cuarto... de hora;

      devolver el dinero prestado, lo hice tres o cuatro veces; vivía bien y en

      la justa medida... y ahora llevo una vida fuera de todo orden, fuera de

      toda medida!

      BARDOLFO: Es porque sois tan gordo, Sir John, que necesitáis estar fuera

      de toda medida; fuera de toda medida razonable, Sir John.

      FALSTAFF: Reforma tu cara, yo reformaré mi vida. ¡Tú eres nuestro

      almirante, tú llevas la linterna en la popa... tu nariz! Eres el caballero

      de lámpara ardiente.

      BARDOLFO: Vamos, Sir John, mi cara no os hace daño.

      FALSTAFF: No, te lo juro; hago tan buen uso de ella como muchos hombres

      hacen de una calavera como un memento mori . Nunca miro tu cara sin pensar

      en el fuego del infierno y en el rico que vivía en la púrpura, y está allí

      en su túnica, arde que arde. Si hubieras dado un paso en el sendero de la

      virtud, juraría por tu cara; mi juramento sería: ¡por ese fuego! Pero como

      estás absolutamente perdido, si no tuvieses la cara inflamada, serías el

      de la más densa tiniebla. Cuando corrías en la noche, por lo alto de

      Gadshill para coger mi caballo, si no pensé que era un ignis fatuus o una

      bola de fuego griego, ya no hay dinero que corra. ¡Oh! ¡Eres un triunfo

      perpetuo, un fuego de artificio perenne! Me has ahorrado no menos de mil

      marcos en antorchas y faroles, andando contigo por la noche, de taberna en

      taberna; pero la cantidad de vino que me has bebido, me habría bastado

      para comprarme luces, en la velería más cara de Europa. ¡He mantenido con

      fuego a esa salamandra durante treinta y dos años consecutivos; el cielo

      me recompense!

      BARDOLFO: ¡Voto al diablo! ¡Quisiera que mi cara estuviese en tu vientre!

      FALSTAFF: ¡Misericordia! Tendría un incendio en el corazón.

 

      (Entra la posadera). Y bien, señá Partlet, la gallina [39] ¿Habéis

      averiguado quién me robó los bolsillos?

 

 

      POSADERA: ¿Cómo, Sir John? ¿Qué es lo que pensáis, Sir John? ¿Creéis que

      tengo ladrones en mi casa? He buscado, he averiguado, he registrado con mi

      marido hombre por hombre, mozo por mozo, los criados uno por uno; jamás se

      ha perdido ni el décimo de un cabello en esta casa.

      FALSTAFF: Mientes, posadera; Bardolfo se ha hecho afeitar y ha perdido más

      de un cabello. Te juro que me han desvalijado el bolsillo. Vete, eres una

      mujer vulgar, vete.

      POSADERA: ¿Quién, yo? Te desafío; nadie me ha hablado así hasta ahora en

      mi casa.

      FALSTAFF: Ve no más, te conozco bastante.

      POSADERA: No, Sir John; no me conocéis, Sir John; yo sí que os conozco,

      Sir John; me debéis dinero, Sir John, y ahora me buscáis camorra para

      entretenerme y no pagar. Os he comprado una docena de camisas a vuestro

      cuerpo.

      FALSTAFF: Lona, grosera lona; se las he dado a unas panaderas para que

      hagan cedazos con ellas.

      POSADERA: Tan cierto como que soy una verdadera mujer, eran de tela de

      Holanda, a ocho chelines el ana. Debéis aquí, además, Sir John, por la

      mesa, por las bebidas extra y por dinero prestado, veinticuatro libras.

      FALSTAFF: Ese (por Bardolfo) tuvo su parte; que os la pague.

      POSADERA: ¿Qué ha de pagar ese, si es un pobrete? No tiene nada.

      FALSTAFF: ¿Cómo, pobre? Mírale la cara; ¿qué llamas rico entonces? Haz

      acuñar su nariz, haz acuñar sus cachetes. No pagaré un medio. ¿Cómo, me

      tomáis por un mozalbete? ¿No puedo estar tranquilo en mi posada, sin que

      me desvalijen el bolsillo? He perdido un anillo de mi abuelo que valía

      cuarenta marcos.

      POSADERA: ¡Oh, Jesús! ¡He oído al príncipe decirle, no sé cuantas veces,

      que el anillo era de cobre!

      FALSTAFF: ¡Bah! El príncipe es un imbécil, un rastrero; si estuviese aquí

      le azotaría como a un perro, si llegase a repetirlo.

      (Entran el Príncipe Enrique y Poins, a paso de marcha; Falstaff va a su

      encuentro haciendo el gesto de tocar la flauta en su bastón).

      FALSTAFF: ¿Qué tal, chico? ¿Soplan los vientos de ese lado? ¿Debemos

      marchar todos?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí, dos a dos, a la moda de Newgate [40] .

      POSADERA: Milord, por favor, oídme.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué dices, mistress Quickly? ¿Cómo va tu marido? Le

      quiero bien, es un hombre honrado.

      POSADERA: Mi buen señor, oídme.

      FALSTAFF: Déjala, te lo ruego y escúchame.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué dices, Jack?

      FALSTAFF: La otra noche me dormí aquí, detrás de la cortina y me robaron

      los bolsillos; esta casa se ha convertido en un burdel y se roba a

      mansalva.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué has perdido, Jack?

      FALSTAFF: ¿Me lo creerás, Hal? Tres o cuatro billetes de cuarenta libras y

      un anillo de mi abuelo.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Una baratija, un objeto de ocho peniques a lo sumo.

      POSADERA: Se lo he dicho, milord, y le he dicho que así lo había oído

      decir a vuestra gracia y él habló de vos de una manera villana, como un

      indecente mal hablado que es; agregó que os habría azotado.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo, dijo eso?

      POSADERA: No hay en mí fe, ni verdad, ni sexo, si no lo dijo.

      FALSTAFF: No hay más fe en ti que en una ciruela cocida, ni más verdad que

      en un zorro forzado, y, en cuanto al sexo, la doncella Mariana [41] haría

      mejor que tú la mujer de un gendarme. ¡Vete de aquí, especie de cosa!

      POSADERA: ¿Cómo cosa? ¿Qué cosa?

      FALSTAFF: ¿Qué cosa? Pues algo así como un reclinatorio.

      POSADERA: Yo no soy algo así como un reclinatorio; bueno es que lo sepas,

      soy la mujer de un hombre de bien; y, puesta aparte tu calidad de hidalgo,

      eres un bellaco en darme ese nombre.

      FALSTAFF: Puesta aparte tu calidad de mujer, eres una bestia en sostener

      lo contrario.

      POSADERA: Dime, ¿qué bestia, grandísimo bribón?

      FALSTAFF: ¿Qué bestia? Pues una nutria.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Una nutria, sir John? ¿Y por qué una nutria?

      FALSTAFF: ¿Por qué? Porque no es ni carne ni pescado; un hombre no sabe

      por dónde tomarla.

      POSADERA: Eres un hombre sin conciencia al decir eso; sabes, como todo

      hombre sabe, por dónde tomarme, canalla.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Dices la verdad, posadera; te difama muy groseramente.

      POSADERA: Lo mismo hace con vos, milord; el otro día decía que le debíais

      mil libras.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Pillo! ¿Te debo yo mil libras?

      FALSTAFF: ¿Mil libras, Hal? ¡Un millón! Tu amor vale más de un millón y tú

      me debes tu amor.

      POSADERA: Además, milord, os ha llamado imbécil y ha dicho que os iba a

      dar de palos.

      FALSTAFF: ¿He dicho eso, Bardolfo?

      BARDOLFO: Cierto, sir John, que lo habéis dicho.

      FALSTAFF: Sí, pero si él decía que mi anillo era de cobre.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Y lo digo, es de cobre. ¿Te atreves ahora a mantener tu

      palabra?

      FALSTAFF: Bien sabes, Hal, que como hombre, te me atrevo; pero como

      príncipe, te temo, como al rugido del leoncillo.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Y por qué no como al del león?

      FALSTAFF: Es el rey mismo quien debe ser temido como el león. ¿Piensas

      acaso que voy a temerte como temo a tu padre? No, y si lo hago, pido a

      Dios que se me reviente el cinturón.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh, si eso sucediera, cómo se te caerían las tripas

      sobre las rodillas! Pero, bribón, no hay sitio en tu panza para la fe, la

      verdad y la honestidad; está repleta con las tripas y el diafragma.

      ¡Acusar a una mujer honrada de haberte robado los bolsillos! Hijo de p...,

      imprudente, tunante, hinchado, si había otra cosa en tu bolsillo que

      cuentas de taberna, direcciones de burdeles y por valor de un sueldo

      miserable de azúcar candi para facilitarte la pedorrera; si tus bolsillos

      contenían otras riquezas que esas inmundicias, soy un villano. ¡Y aún te

      obstinas y no quieres embolsar un desmentido! ¿No tienes vergüenza?

      FALSTAFF: ¿Puedes oírme, Hal? Tú sabes que en estado de inocencia, Adán

      pecó; ¿qué puede hacer el pobrecito Jack Falstaff, en estos días de

      corrupción? Bien ves que tengo más carne que cualquier otro hombre; por

      consiguiente, más fragilidad ¿Confesáis pues, que habéis desvalijado mis

      bolsillos?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Así parece, según cuenta la historia.

      FALSTAFF: Posadera, te perdono; ve, prepara pronto el almuerzo; ama a tu

      marido, vigila la servidumbre, mima a tus huéspedes. Me encontrarás

      tratable para todo lo puesto en razón; ya lo ves, hago las paces contigo.

      ¿Todavía? Vamos, te lo ruego, vete. (Sale la posadera) .

 

      Y ahora, Hal, ¿qué noticias de la Corte? ¿El asunto del robo, qué cariz ha

      tomado?

 

 

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh, mi querido roastbeef, siempre seré tu buen ángel!

      Se ha devuelto el dinero.

      FALSTAFF: No me gustan esas restituciones; es una doble tarea.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Nos hemos hecho amigos con mi padre y puedo lo que

      quiera.

      FALSTAFF: Comienza por robarte la caja real; hazlo sin lavarte las manos.

      BARDOLFO: Hacedlo, milord.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Te he procurado, Jack, un puesto en la infantería.

      FALSTAFF: Lo habría preferido en la caballería. ¿Dónde podré encontrar un

      hombre que sepa robar como es debido? Lo que es de un ladrón fino, de

      veintidós años, poco más o menos, me encuentro atrozmente desprovisto.

      Bueno, Dios sea loado por enviarnos esos rebeldes que sólo atacan a la

      gente virtuosa; los aplaudo y les estoy reconocido.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Bardolfo!

      BARDOLFO: ¿Milord?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Lleva esta carta a lord Juan de Lancaster, a mi hermano

      Juan; ésta a milord Westmoreland. ¡Vamos, Poins, a caballo, a caballo!

      Porque tú y yo tenemos que galopar treinta millas antes de comer. Jack,

      ven a encontrarme mañana en Temple-Hall, a las dos de la tarde; allí

      sabrás cuál es tu empleo y recibirás dinero y órdenes para la provisión de

      tus hombres. La tierra arde y Percy está en la cumbre. Ellos o nosotros

      rodarán por el suelo.

      (Salen el Príncipe, Poins y Bardolfo).

      FALSTAFF: ¡Grandes palabras! ¡Magno mundo! Posadera, mi almuerzo. Vamos.

      Quisiera que esta taberna fuera mi tambor. (Sale) .

 

Acto IV

 

Escena I

 

      El campamento de los rebeldes cerca de Shrewsbury.

 

      (Entran Hotspur, Worcester y Douglas).

      HOTSPUR: Bien dicho, mi noble escocés; si hablar verdad, en estos tiempos

      refinados, no se tomara por lisonja, tales alabanzas daría a Douglas, que

      el más aguerrido soldado de esta época, no tendría fama más vasta en el

      mundo. ¡Por los cielos, no sé lisonjear! Desprecio las lenguas de

      adulones; pero mejor sitio, en el amor de mi alma, nadie lo tiene como

      vos. Ahora cogedme la palabra y ponedme a prueba, milord.

      DOUGLAS: Eres el rey del honor. Ningún hombre tan poderoso respira sobre

      la tierra, que no le afronte.

      HOTSPUR: Hacedlo así y todo irá bien.

      (Entra un mensajero con cartas).

      ¿Qué cartas traes ahí? No puedo menos que agradecéroslo.

      MENSAJERO: Estas cartas son de vuestro padre.

      HOTSPUR: ¿Cartas suyas? ¿Por qué no viene él mismo?

      MENSAJERO: No puede venir, milord; está gravemente enfermo.

      HOTSPUR: ¡Pardiez! ¿Cómo tiene la holganza de enfermarse en la hora del

      choque? ¿Quién conduce sus tropas? ¿Bajo qué mando vienen?

      MENSAJERO: Esas cartas os informarán de sus intenciones, no yo, milord.

      HOTSPUR: Dime, te lo ruego, ¿guarda cama?

      MENSAJERO: Hacía cuatro días que la guardaba, milord, cuando me puse en

      camino. Y hasta el momento de mi partida los médicos estaban muy inquietos

      por él.

      WORCESTER: A la verdad, habría deseado ver nuestras cosas en buen estado

      antes que la enfermedad le visitase. Nunca como ahora fue su salud tan

      preciosa.

      HOTSPUR: ¡Enfermo ahora! ¡Desfallecer en este momento! Esa enfermedad

      infecciona la sangre vital misma de nuestra empresa, llega hasta nosotros,

      hasta nuestro campamento. Me escribe aquí que su enfermedad es interna,

      que sus amigos no podrían ser reunidos por otro con la rapidez necesaria y

      que no ha juzgado conveniente confiar una misión tan delicada y ardua a

      otra autoridad que la suya. Sin embargo, nos envía el atrevido consejo de

      ensayar, con nuestras pocas fuerzas reunidas, de ver cómo está la Fortuna

      dispuesta hacia nosotros. Porque, escribe, ya no es tiempo de retroceder,

      estando el rey en el secreto de todos nuestros planes. ¿Qué decís de esto?

 

      WORCESTER: La enfermedad de vuestro padre es una mutilación para nosotros.

 

      HOTSPUR: Una cuchillada peligrosa, un verdadero miembro amputado. Y, sin

      embargo, no, por mi fe. La necesidad de su presencia parece menor que lo

      que la creemos. Será bueno arriesgar la fortuna de todos nuestros estados

      en un solo golpe. ¿Jugar tan rica presa al vidrioso azar de una hora

      incierta? No creo convenga; porque pondríamos en evidencia el fondo mismo

      y el alma de nuestras esperanzas, el límite, el más lejano término de

      todas nuestras fortunas.

      DOUGLAS: En verdad, así sería; mientras que aún tenemos una buena reserva,

      podemos gastar audazmente en la esperanza de lo que nos reserva el

      porvenir. Tenemos aquí la viva certidumbre de una buena retirada.

      HOTSPUR: Un lugar de cita, un sitio de retiro, si el diablo y la mala

      suerte amenazan la virginidad de nuestra empresa.

      WORCESTER: Habría deseado, sin embargo, que vuestro padre estuviese aquí.

      La calidad y el carácter delicado de nuestra empresa no admite ni

      apariencias de desunión; se pensará, por algunos, que no conocen la causa

      de su ausencia, que la prudencia, la lealtad o simple antipatía a nuestra

      conducta, tienen al conde alejado. Pensad hasta qué punto esa aprehensión

      puede contener el ímpetu de una fracción temerosa y poner en peligro

      nuestra causa. Bien sabéis que nosotros, la parte ofensiva, debemos alejar

      todo examen minucioso y tapar todos los claros, todas las aberturas a

      través de los que la mirada de la razón pueda acecharnos. Esta ausencia de

      vuestro padre es una cortina impenetrable, que suministra al ignorante un

      nuevo motivo de temor, en el que antes no soñó.

      HOTSPUR: Vais demasiado lejos. Más bien creo que esa ausencia producirá

      este efecto: dará a nuestra empresa mayor brillo, mayor autoridad, más

      prestigio heroico, que si el conde estuviera aquí. Porque la gente pensará

      que si nosotros, sin su ayuda, podemos hacer frente a toda la monarquía,

      con su concurso estamos seguros de darla vuelta de arriba a abajo. Así,

      todo va bien, nuestros miembros aún están intactos.

      DOUGLAS: Sí, como lo anhela el corazón; en la lengua que se habla en

      Escocia, la palabra temor no existe.

      (Entra Sir Ricardo Vernon).

      HOTSPUR: ¡Mi primo Vernon! ¡Bienvenido, por mi alma!

      VERNON: ¡Ojalá que mis noticias merecieran esa bienvenida, milord! El

      conde de Westmoreland, con siete mil hombres, marcha contra nosotros; el

      príncipe Juan viene con él.

      HOTSPUR: No veo daño en ello; ¿qué más?

      VERNON: He sabido, además, que el rey en persona se ha puesto en

      movimiento o se dispone a venir aquí rápidamente, con fuerzas poderosas.

      HOTSPUR: También será él bienvenido. ¿Dónde está su hijo, ese príncipe de

      Gales de pies ligeros y cabeza loca, y sus camaradas, que se burlan del

      mundo entero y le ordenan girar a su alrededor?

      VERNON: Todos equipados, todos en armas, todos emplumados como avestruces,

      a los que el viento da alas, agitándose como las águilas que acaban de

      bañarse, relampagueando como imágenes, en sus doradas cotas de malla,

      llenos de vigor como el mes de mayo, esplendorosos como el sol en pleno

      verano, retozones como cabrillas, salvajes como toros. He visto al joven

      Harry, calada la visera, armado de todas armas, alzarse del suelo como un

      Mercurio alado y saltar a caballo con tal soltura, que parecía un ángel

      bajado de las nubes, para dominar y guiar un fiero Pegaso y maravillar al

      mundo con su noble destreza.

      HOTSPUR: ¡Basta, basta! Peor que el sol de marzo, ese elogio engendra la

      fiebre. ¡Dejadles venir! Llegarán ataviados como víctimas que ofreceremos

      sangrientas y calientes, a la ardorosa virgen de la guerra humeante.

      ¡Marte, cubierto de hierro, sentado sobre su trono, nadará en sangre hasta

      las orejas! Estoy en ascuas, cuando oigo hablar de esa presa tan próxima y

      que aún no nos pertenece. Vamos, dejadme tomar mi caballo, que me lanzará,

      como el rayo, contra el pecho del príncipe de Gales. Harry contra Harry,

      corcel contra corcel, vamos a encontrarnos y no nos separaremos hasta que

      uno de ellos deje caer un cadáver. ¡Oh! ¡que Glendower no haya llegado

      aún!

      VERNON: Hay más noticias; he sabido en Worcester al pasar a caballo, que

      no podrá reunir sus fuerzas antes de dos semanas.

      DOUGLAS: Es esa la peor de las noticias que he oído.

      WORCESTER: A fe mía, tiene un sonido glacial.

      HOTSPUR: ¿A cuánto asciende el total de las fuerzas del rey?

      VERNON: A treinta mil hombres.

      HOTSPUP: Pongamos cuarenta mil; estando ausentes mi padre y Glendower,

      nuestras fuerzas propias pueden bastar para la gran jornada. Vamos a

      revistarlas rápidamente. El día del juicio está próximo; si hay que morir,

      muramos alegremente.

      DOUGLAS: No hables de muerte; por seis meses aún, no temo a la muerte ni

      sus golpes.

 

 

Escena II

 

      Un campo real cerca de Coventry.

 

      (Entran Falstaff y Bardolfo).

      FALSTAFF: Bardolfo, adelántate hasta Coventry; lléname un buen frasco de

      Canarias; nuestros soldados atravesarán la ciudad; iremos esta noche a

      Sutton-Colfield.

      BARDOLFO: ¿Queréis darme dinero, capitán?

      FALSTAFF: Gasta, gasta.

      BARDOLFO: El frasco lleno costará un ángel [42] .

      FALSTAFF: Si es así, tómalo por tu trabajo; si cuesta veinte, tómalos

      todos, que yo respondo de las finanzas. Di a mi teniente Peto que se me

      reúna al extremo de la ciudad.

      BARDOLFO: Bien, capitán; adiós. (Vase) .

      FALSTAFF: Si no estoy avergonzado de mis soldados, soy un arenque en

      escabeche. He hecho un uso abominable de la leva del rey. He recibido unas

      trescientas y tantas libras para personeros de ciento cincuenta soldados.

      No me dirigía sino a los sólidos propietarios, a los hijos de labradores

      acomodados; busco bachilleres novios, cuyas amonestaciones se han

      publicado dos veces, especie de pillos sibaritas que preferirían oír al

      diablo que a un tambor, que se espantan más de la detonación de un arcabuz

      que una ave asustada o un pato silvestre herido. No recluto sino buenos

      comedores de tostadas con manteca, con un corazón no mayor que una cabeza

      de alfiler; todos se han rescatado del servicio. Ahora toda mi tropa se

      compone de porta-estandartes, caporales, tenientes, oficiales de compañía,

      pordioseros tan harapientos como aquel Lázaro en tapicería, cuyas llagas

      lamen los perros del glotón; gentes que, a la verdad, jamás fueron

      soldados, sino criados pillos despedidos, hijos segundos de segundos

      hijos, mozos de taberna escapados, posaderos fallidos; los chancros de una

      sociedad tranquila y una paz prolongada, diez veces más andrajosos que una

      vieja insignia remendada. Tal es la gente que tengo para reemplazar a los

      que se rescataron del servicio; al verlos, pensaréis que son ciento

      cincuenta hijos pródigos en harapos, que acaban de llegar de cuidar cerdos

      y de compartir con éstos las bellotas y las escorias. Un sarcástico, que

      me encontró en el camino, me dijo que había descargado todas las horcas y

      reclutado cadáveres. Jamás se vieron tales espantajos. Claro está que yo

      no atravieso Coventry con ellos. Luego, todos estos malandrines caminan

      con las piernas apartadas, como si aún tuvieran los grillos en los pies;

      porque la verdad es que, a la mayor parte de ellos, les he sacado de la

      cárcel. No hay más que una camisa y media en toda mi compañía; la media

      camisa está hecha de dos servilletas, cosidas juntas y echadas sobre los

      hombros como la túnica sin mangas de un heraldo. La camisa, para ser

      verídico, fue robada al hostelero de Saint-Alban o al hombre de roja nariz

      que dirige la posada de Daintry, pero eso no importa; encontrarán ropa

      blanca de sobra sobre los cercos.

      (Entran el príncipe Enrique y Westmoreland).

      PRÍNCIPE FNRIQUE: ¿Qué tal, hinchado Jack? ¿Qué tal, colchón?

      FALSTAFF: ¡Hola, Hal! ¿Qué tal, loquillo? ¿Qué diablos haces en el condado

      de Warwick? Mi buen lord Westmoreland, imploro vuestra gracia; creía que

      vuestro honor se encontrara ya en Shrewsbury.

      WESTMORELAND: A fe mía, sir John, ya es más que tiempo de encontrarme allí

      y vos también; pero ya están allí mis tropas. El rey, puedo asegurarlo,

      cuenta con todos nosotros; debemos marchar toda la noche.

      FALSTAFF: No os inquietéis por mí; soy vigilante, como el gato que acecha

      la crema.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Que acecha la crema? Lo creo en verdad, porque a fuerza

      de robar crema, te has convertido en manteca. Pero dime, Jack, ¿a quién

      pertenecen esos hombres que vienen detrás?

      FALSTAFF: ¡Míos, Hal, míos!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Nunca vi chusma más miserable.

      FALSTAFF: ¡Bah, bah! ¡Excelentes para ser ensartados, carne de cañón,

      carne de cañón! Llenarán un foso tan bien como los mejores. ¡Eh, caro mío,

      hombres mortales, hombres mortales!

      WESTMORELAND: Sí, pero me parece que éstos, sir John, están excesivamente

      tísicos y consumidos, demasiado mezquinos.

      FALSTAFF: En cuanto a la consunción, no sé dónde la han tomado, y, en

      cuanto a la tisis, estoy seguro que no se les ha pegado de mí.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh, no! ¡Lo juraría! A menos que llames tisis a tres

      dedos de grasa sobre las costillas. Pero apresúrate, compadre; Percy está

      ya en campaña.

      FALSTAFF: ¿Cómo, ya ha acampado el rey?

      WESTMORELAND: Ciertamente, sir John; temo que estemos retardados.

      FALSTAFF: Bien; el final de un combate y el principio de un banquete

      convienen a un flojo soldado y a un voraz comensal.

 

 

Escena III

 

      El campamento de los rebeldes, cerca de Shrewsbury.

 

      (Entran Hotspur, Worcester, Douglas y Vernon).

      HOTSPUR: Esta noche daremos la batalla.

      WORCESTER: No puede ser.

      DOUGLAS: Entonces les daréis ventaja.

      VERNON: Absolutamente.

      HOTSPUR: ¿Cómo podéis afirmarlo? ¿No espera acaso refuerzos?

      VERNON: También nosotros.

      HOTSPUR: Los suyos son seguros; los nuestros dudosos.

      WORCESTER: Mi buen primo, sed prudente; no comprometáis la acción esta

      noche.

      VERNON: No lo hagáis, milord.

      DOUGLAS: No es bueno vuestro consejo; la frialdad del corazón y el miedo

      lo dictan.

      VERNON: No me calumnies, Douglas; por mi vida (y con mi vida mantendré lo

      que digo), cuando el honor bien entendido me lo ordena, no presto más oído

      al consejo del miedo y la debilidad, que vos, milord, o que cualquier

      escocés viviente. Mañana veremos en la batalla quién de nosotros tiene

      miedo.

      DOUGLAS: Sí, o esta noche.

      VERNON: Sea.

      HOTSPUR: Esta noche, digo.

      VERNON: Vamos, vamos, eso no puede ser. Me asombra en extremo que

      vosotros, hombres de alta dirección, no veáis los obstáculos que se oponen

      a nuestra empresa. Los jinetes de mi primo Vernon no han llegado aún y los

      de vuestro tío Worcester sólo han llegado hoy y por el momento el brío y

      el vigor de los caballos están adormecidos, su energía abatida y

      amortiguada por la fatiga, y no hay ninguno de ellos que no haya perdido

      las tres cuartas partes de su valor.

      HOTSPUR: Lo mismo están los caballos del enemigo, agotados, agobiados por

      la fatiga; la mejor parte de los nuestros están completamente reposados.

      WORCESTER: Las tropas del rey exceden a las nuestras. ¡En nombre del

      cielo! aguardad que lleguen todas las que esperamos.

      (Suena una trompeta Anunciando parlamentario).

 

      (Entra Sir Walter Blunt).

      BLUNT: Vengo con generosos ofrecimientos de parte del rey; dignaos oírme y

      prestarme atención.

      HOTSPUR: ¡Bienvenido, sir Walter Blunt! ¡Quisiera Dios que estuvierais de

      nuestro lado! Muchos de entre nosotros os quieren bien y esos mismos

      envidian vuestros grandes merecimientos y buen nombre, porque no estáis en

      nuestras filas y os volvéis contra nosotros como enemigo.

      BLUNT: ¡Dios impida que cambie de actitud, en tanto que vosotros, fuera de

      los límites del verdadero deber, os mantengáis en contra de la Sagrada

      Majestad! Pero, a mi objeto. El rey me envía a conocer la naturaleza de

      vuestras quejas y la causa que os hace conjurar, del seno de la paz

      pública, estas osadas hostilidades, enseñando a su leal pueblo, tan cruel

      audacia. Si el rey ha desconocido en alguna manera vuestros servicios, que

      reconoce considerables, os pide que formuléis vuestras reclamaciones y en

      el acto obtendréis plena satisfación con usura y el perdón absoluto para

      vosotros y para aquellos que vuestras sugestiones extraviaron.

      HOTSPUR: Es mucha bondad la del rey; el rey, todos lo sabemos, sabe cuándo

      debe prometer y cuándo pagar. Mi padre, mi tío y yo mismo, le hemos dado

      la diadema que lleva. Cuando no tenía más de veintiséis años, comprometido

      en el concepto del mundo, mísero y caído, pobre proscrito ignorado

      volviendo a hurtadillas a su país, mi padre le dio la bienvenida en la

      costa; y cuando oyó jurar ante Dios que venía sólo por el ducado de

      Lancaster a reclamar su herencia y pedir la paz, con lágrimas de inocencia

      y protestas de negación, mi padre, movido por la piedad y conmovido en el

      alma, juró prestarle ayuda y mantuvo su palabra. Desde que los lores y los

      barones del reino se apercibieron de que Northumberland inclinaba en su

      favor, grandes y pequeños vinieron a él, sombrero en mano y rodilla en

      tierra, salieron a su encuentro en las ciudades, villas y aldeas, le

      escoltaron en los puentes, le esperaron en las callejuelas, depusieron sus

      presentes a sus pies, le prestaron juramento, le dieron sus herederos por

      pajes, siguieron todos sus pasos en dorada multitud. El, ahora, tan pronto

      como pudo reconocer su propia fuerza, se sobrepone a la promesa que hizo a

      mi padre, cuando era un pobre aventurero, en la desierta playa de

      Ravenspurg. Pretende, pardiez, reformar ciertos edictos, ciertos decretos

      rígidos que pesan gravemente sobre la comunidad, grita contra los abusos,

      finge llorar sobre los males de la patria y, bajo esa máscara, bajo ese

      aparente aspecto de justicia, quiere ganar los corazones de todos los que

      quiere pescar. Ha ido más lejos, ha cortado la cabeza a todos los

      favoritos que el rey ausente había dejado como tenientes tras él, cuando

      en persona hacía la guerra en Irlanda.

      BLUNT: ¡Ta, ta! No he venido a oír eso.

      HOTSPUR: Voy, pues, al grano. Poco tiempo después depuso al rey y, sin

      mucho tardar, le quitó la vida. Al mismo tiempo gravó con impuestos a todo

      el Estado. Para ir de peor en peor, permitió que su primo March (quien

      sería, si cada uno ocupara su sitio, su verdadero rey), fuera puesto en

      prisión en el país de Gales y fuera allí abandonado sin rescate. Me

      humilló en mis felices victorias, trató de enredarme en sus astutos

      manejos, arrojó a mi tío de la Cámara del Consejo, desterró rabioso a mi

      padre de la Corte, rompió juramento tras juramento, cometió error sobre

      error y, por fin, nos obligó a buscar esta puerta de salvación y discutir

      además la justicia de su título, que encontramos demasiado doloso para ser

      durable.

      BLUNT: ¿Debo llevar esta respuesta al rey?

      HOTSPUR: No así, sir Walter, vamos primero a conferenciar entre nosotros.

      Volved al lado del rey; que nos empeñe alguna garantía por la seguridad de

      nuestro mensajero y mañana temprano mi tío le llevará nuestras

      intenciones. Ahora, adiós.

      BLUNT: Deseo que aceptéis un ofrecimiento de gracia y afección.

      HOTSPUR: Y tal vez lo aceptemos.

      BLUNT: ¡Quiéralo el cielo!

 

 

Escena IV

 

      YORK. Un cuarto en el palacio Arzobispal.

 

      (Entra el Arzobispo de York y un caballero).

      ARZOBISPO: Daos prisa, mi buen sir Michael, llevad esta carta sellada, con

      alada premura, al lord Mariscal; ésta a mi primo Scroop y las demás a su

      dirección; si supierais la importancia que tienen, os apresuraríais.

      CABALLERO: Adivino su contenido, mi buen lord.

      ARZOBISPO: Es muy probable. Mañana, buen sir Michael, es el día en que la

      fortuna de diez mil hombres va a jugar la suerte suprema. Porque mañana,

      en Shrewsbury, según los datos exactos que he recibido, el rey, al frente

      de un poderoso ejército formado a toda prisa, se encontrará con lord

      Harry; y temo, sir Michael, que, con la enfermedad de lord Northumberland

      (cuyas fuerzas eran el contingente más considerable) y con la ausencia de

      Owen Glendower, que habría prestado poderoso auxilio y que no ha acudido,

      dominado por ciertas profecías, temo, repito, que el ejército de Percy sea

      demasiado débil para sostener una lucha inmediata con el del rey.

      CABALLERO: Y bien, mi buen lord, nada debéis temer. Ahí están Douglas y

      Mortimer.

      ARZOBISPO: No, Mortimer no está.

      CABALLERO: Pero ahí están Mordake, Vernon, lord Harry Percy, ahí está

      milord Worcester y un grupo selecto de nobles caballeros, de valientes

      guerreros.

      ARZOBISPO: Es así; pero por su parte el rey ha reunido la flor de los

      gentiles hombres de todo el reino, el príncipe de Gales, lord Juan de

      Lancaster, el noble Westmoreland, el belicoso Blunt y muchos otros

      combatientes, sus émulos, hombres muy estimados por su experiencia y

      autoridad militar.

      CABALLERO: No dudéis, milord, que encontrarán dignos adversarios.

      ARZOBISPO: No espero menos, pero es útil desconfiar; así, para prever lo

      peor, sir Michael, apresuraos. Porque si lord Percy no triunfa, el rey,

      antes de licenciar sus fuerzas, piensa visitarnos, informado como está de

      nuestra confederación, y nada más prudente que fortificarnos contra él.

      Por lo tanto, daos prisa; aún debo ir a escribir a otros amigos. Ahora,

      Dios os guarde, sir Michael.

      (Parten de opuesto lado).

 

 

Acto V

 

Escena I

 

      El campamento del Rey cerca de Shrewsbury.

 

      (Entran el rey Enrique, príncipe Enrique, príncipe Juan de Lancaster, sir

      walter Blunt y Sir John Falstaff).

      REY ENRIQUE: ¡Cuán sangriento aparece el sol, allá tras la boscosa colina!

      El día empalidece ante esa perturbadora aparición.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: El viento del sur sirve de trompeta a sus propósitos y,

      en su ronco silbar entre las hojas, anuncia una tormenta y un día

      borrascoso.

      REY ENRIQUE: Que simpatice, pues, con los vencidos, porque nada aparece

      sombrío a los que triunfan.

      (Trompeta. Entran Worcester y Vernon).

      ¿Sois vos, milord de Worcester? Es bien triste que nos encontremos, vos y

      yo, en semejantes circunstancias. Habéis engañado nuestra confianza y nos

      habéis obligado a despojarnos de nuestros cómodos trajes de paz y

      comprimir nuestros viejos miembros entre ásperas mallas de acero. Eso es

      bien triste milord, bien triste. ¿Qué respondéis? ¿Queréis de nuevo

      desatar el nudo brutal de una guerra odiosa? ¿Queréis de nuevo moveros en

      aquella órbita de obediencia, donde resplandecíais con tan puro y legítimo

      brillo? ¿No ser ya un extraviado meteoro, prodigio de espanto, presagio de

      siniestras calamidades para los tiempos aún no nacidos?

      WORCESTER: Oídme, mi señor; por mi parte habría sido muy feliz en poder

      transcurrir en horas tranquilas la última parte de mi vida, porque

      protesto que no he buscado este día de discordia.

      REY ENRIQUE: ¿Que no lo habéis buscado? ¿ Cómo ha venido, pues?

      FALSTAFF: La rebelión estaba en su camino y él la encontró.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Silencio, lechuza, [43] silencio!

      WORCESTER: Plugo a vuestra majestad desviar de mí y de toda nuestra casa

      sus miradas benevolentes y, sin embargo, debo recordároslo, milord, fuimos

      los primeros y más abnegados de vuestros amigos. Por vos, rompí mi vara de

      mando en tiempo de Ricardo; corrí día y noche para ir a vuestro encuentro

      y besaros la mano, cuando, por la posición y el crédito erais menos

      poderoso y afortunado que yo. Fuimos yo mismo, mi hermano y su hijo, que

      os volvimos a vuestro hogar, afrontando ardientemente los peligros del

      momento. Nos jurasteis entonces -e hicisteis ese juramento en Doncaster-

      que no meditabais nada contra el Estado, que no reclamabais más que

      vuestros derechos, recién trasmitidos, a la herencia de Gante, el ducado

      de Lancaster; para eso os juramos nuestra ayuda. Pero en poco tiempo la

      fortuna hizo llover liberalmente sus favores sobre vuestra cabeza y tal

      ola de prosperidad cayó sobre vos, que, con nuestro auxilio, con la

      ausencia del rey, con los abusos de una época corrompida, los sufrimientos

      que en apariencia habíais padecido y los vientos contrarios que retuvieron

      al rey tanto tiempo en su desgraciada guerra de Irlanda, que todos en

      Inglaterra le creyeron muerto, con todo ese enjambre de ventajas

      brillantes, tomasteis ocasión para haceros rogar a toda prisa, de asir el

      poder con vuestras manos. Olvidasteis el juramento que nos habíais hecho

      en Doncaster; elevado por nosotros, nos destruisteis el nido, como suele

      hacer el cuclillo ingrato con el gorrión. A tanta altura rayó vuestra

      altivez, nutrida por nosotros mismos, que hasta nuestro mismo afecto no

      osaba presentarse ante vos, por temor de ser devorado; nos vimos forzados,

      en busca de seguridad, de recurrir a la alada fuga, lejos de vuestra vista

      y organizar esta resistencia. En adelante, nos dan fuerzas las armas que

      vos mismos forjasteis contra vos, por vuestros inicuos procederes, vuestra

      actitud temible y la violación de toda la fe, de todos los juramentos que

      nos hicisteis en el albor de vuestra empresa.

      REY ENRIQUE: Todas esas cosas las habéis ya propalado, proclamado en las

      encrucijadas de los mercados, leído en las iglesias, para dar brillo al

      traje de la rebelión con algunos hermosos colores que encanten los ojos de

      los hombres volubles, de esos pobres descontentos que se quedan

      boquiabiertas y se frotan las manos, a la noticia de cualquiera innovación

      tumultuosa. Nunca faltaron a la insurrección esos mentidos colores para

      decorar su causa, ni de canalla turbulenta, hambrienta de épocas de

      revueltas, confusión y estrago.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: En ambos ejércitos hay más de un alma que bien caro

      pagará el encuentro si una vez vienen a las manos. Decid a vuestro sobrino

      que el príncipe de Gales une su voz a la del mundo entero para alabar a

      Harry Percy. Por mi esperanza -y puesta a un lado la actual empresa- no

      creo exista hoy un caballero más bravo, de más activo valor o de valor más

      juvenil, más audaz, más arrojado, más capaz de engalanar esta época con

      nobles acciones. Por mi parte y puedo decirlo para mi vergüenza, he sido

      infiel a la caballería; así, según he oído, piensa él de mí. No obstante,

      declaro ante la majestad de mi padre, que consiento en que tome la ventaja

      de su gran nombre y reputación y quiero, para ahorrar la sangre de ambos

      lados, probar fortuna con él en un combate singular.

      REY ENRIQUE: Y nosotros, príncipe de Gales, no titubeamos en arriesgarte

      en esa lucha, aunque infinitas consideraciones se opongan... No, buen

      Worcester, no; amamos nuestro pueblo, amamos hasta los que se han

      desvariado en el partido de vuestro sobrino y si aceptan el ofrecimiento

      de nuestra gracia, él, ellos, vos, todos serán mis amigos nuevamente y yo

      el vuestro; decidlo así a vuestro sobrino y traedme respuesta de lo que

      piensa hacer; pero si no cede, la represión y el temible castigo están a

      nuestro mandato y harán su oficio. Con esto, partid; no queremos ser más

      fastidiosos con réplicas; el ofrecimiento que hacemos es generoso,

      aceptadlo cuerdamente.

      (Parten Worcester y Vernon).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Por mi vida! no será aceptado. Douglas y Hotspur juntos

      harían frente confiados a todo el universo en armas.

      REY ENRIQUE: ¡Ahora a la acción! Cada jefe a su puesto, porque, así que

      contesten, caeremos sobre ellos. Que Dios nos proteja, como nuestra causa

      es justa.

      (Salen el Rey, Blunt y el Príncipe Juan).

      FALSTAFF: Hal, si me ves caer en la batalla, cúbreme con tu cuerpo; es un

      servicio de amigo.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Sólo un coloso podría prestarte ese servicio. Di tus

      oraciones y adiós.

      FALSTAFF: Quisiera que fuera hora de acostarse, Hal, y todo anduviera

      bien.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Bah! Debes a Dios una muerte. (Sale).

      FALSTAFF: La letra no ha vencido aún; me repugnaría pagarla antes del

      término, ¿Qué necesidad tengo de salirle al paso a quien no me llama?

      Vamos, eso no importa; el honor me aguijonea. ¿Sí, pero si el honor,

      empujándome hacia adelante, me empuja al otro mundo? ¿Y luego? ¿Puede el

      honor reponerme una pierna? No. ¿O un brazo? No. ¿O suprimir el dolor de

      una herida? No. ¿El honor no es diestro en cirugía? No. ¿Qué es el honor?

      Un Soplo. ¡Hermosa compensación! ¿Quién lo obtiene? El que se murió el

      miércoles pasado. ¿ Lo siente? No. ¿Lo oye? Tampoco. ¿Es entonces cosa

      insensible? Sí, para los muertos. ¿Pero puede vivir con los vivos? No.

      ¿Por qué? La maledicencia no lo permite. Por consiguiente, no quiero saber

      nada con él; el honor es un mero escudo funerario [44] y así concluye mi

      catecismo. (Sale) .

 

 

Escena II

 

      El campamento de los rebeldes.

 

      (Entran Worcester y Vernon).

      WORCESTER: No, sir Ricardo, mi sobrino no debe conocer el liberal y

      generoso ofrecimiento del rey.

      VERNON: Sería mejor que lo conociese.

      WORCESTER: Entonces todos estamos perdidos. No es posible, no puede ser

      que el rey mantenga su palabra de amarnos. Tendrá siempre sospecha de

      nosotros y encontrará la ocasión de castigar esta ofensa en otras faltas.

      La suspición tendrá abiertos siempre sobre nosotros sus innumerables ojos,

      porque la traición no es más creída que el zorro, que, por más

      domesticado, encerrado y cuidado que sea, tendrá siempre la salvaje

      astucia de raza. Tengamos triste o alegre el aspecto, la cavilosidad lo

      interpretará mal y nos encontraremos en la situación de los bueyes en el

      establo, que cuanto mejor cuidados están, tanto más próxima es su muerte.

      La trasgresión de mi sobrino podrá ser fácilmente olvidada, teniendo por

      excusa la juventud y el calor de la sangre y el apodo privilegiado de

      Hotspur el aturdido, gobernado por sus ímpetus. Todas sus ofensas caerán

      sobre mi cabeza y sobre la de su padre; nosotros le hemos educado y,

      puesto que de nosotros ha adquirido su corrupción, nosotros, fuente de

      todo, pagaremos por todos. Así, pues, buen primo, no hagáis conocer a

      Harry, en ningún caso, el ofrecimiento del rey.

      VERNON: Decidle lo que queráis; repetiré lo mismo. Aquí viene vuestro

      primo.

      (Entran Hotspur y Douglas, seguidos de oficiales y soldados).

      HOTSPUR: Mi tío está de vuelta; que se ponga en libertad a milord

      Westmoreland. Tío, ¿qué noticias?

      WORCESTER: El rey va a daros batalla inmediatamente.

      DOUGLAS: Que lord Westmoreland le lleve nuestro cartel.

      HOTSPUR: Lord Douglas, id vos mismo a encargale de esa comisión.

      DOUGLAS: Con gran placer y en el acto. (Sale) .

      WORCESTER: No hay en el rey ni sombra de clemencia.

      HOTSPUR: ¿Acaso la habéis pedido? ¡No lo quiera Dios!

      WORCESTER: Le hablé respetuosamente de nuestras quejas, de su juramento

      quebrantado. Para corregir sus yerros, de nuevo perjura lo que juró. Nos

      llama rebeldes, traidores y quiere castigar con su altiva espada, ese

      nombre odioso en nosotros.

      (Vuelve Douglas).

      DOUGLAS: ¡A las armas, caballeros, a las armas! Porque he arrojado un

      soberbio reto a la cara del rey Enrique. Westmoreland, que era nuestro

      rehén, se lo ha llevado; eso sólo puede acelerar su ataque.

      WORCESTER: El príncipe de Gales se ha avanzado ante el rey, sobrino, y os

      desafía a combate singular.

      HOTSPUR: ¡Oh, si cayese sólo sobre nuestras cabezas la querella y que

      ningún otro hombre, fuera de Harry Monmouth o yo, estuviese expuesto a

      exhalar el último suspiro! Decidme, decidme, ¿cómo estaba concebido su

      cartel? ¿Lo hace en tono de desprecio?

      VERNON: ¡No, por mi alma! Jamás oí en mi vida un reto lanzado más

      modestamente. Habríais creído que era un hermano desafiando a un hermano a

      un paso de armas corteses; os ha discernido todos los elogios que merecer

      puede un hombre, ensalzando vuestra gloria con elocuencia real, hablando

      de vuestros servicios como un panegírico, poniéndoos arriba mismo del

      elogio y declarando todos los elogios inferiores a vuestro valor. Luego,

      con verdadera nobleza, digna de un príncipe, hizo la ruborosa crítica de

      sí mismo y reprendió su turbulenta juventud con tal gracia, que parecía

      animado por dos espíritus simultáneamente, el de maestro y el de

      discípulo. Luego calló; pero permitidme declarar ante el mundo entero que,

      si sobrevive al odio de esa jornada, jamás la Inglaterra habrá tenido tan

      bella esperanza, tan mal interpretada en sus desvaríos.

      HOTSPUR: Pienso, primo, que te has enamorado de sus locuras; jamás oí

      hablar de un príncipe tan desenfrenadamente libertino. Pero, sea lo que

      sea, quiero antes de esta noche estrecharlo en mis brazos de soldado,

      hasta ahogarlo bajo mi caricia. ¡A las armas, a las armas con prisa!

      Compañeros, soldados, amigos, mejor que yo, que no sé hablar, exalte el

      sentimiento del deber vuestro ardor y entusiasmo.

      (Entra un mensajero).

      MENSAJERO: Milord, una carta para vos.

      HOTSPUR: No puedo leerla ahora. Caballeros, el tiempo de la vida es muy

      corto, pero gastado ese breve plazo cobardemente, sería demasiado largo,

      aunque, cabalgando sobre la aguja de un reloj, la vida se detuviera al

      cabo de una hora. ¡Si vivimos, vivimos para hollar cabezas de reyes; si

      morimos, hermosa muerte, cuando príncipes mueren con nosotros! Ahora para

      nuestra conciencia, bellas son las armas, cuando se levantan por una causa

      justa.

      (Entra otro mensajero). .

      MENSAJERO: Preparaos, milord; el rey avanza rápidamente.

      HOTSPUR: Gracias le sean dadas porque me corta mi cuento; no hago

      profesión de elocuencia. Una palabra sola: que cada uno haga cuanto pueda.

      Y saco aquí mi espada, cuyo temple juro enrojecer con la mejor sangre que

      encuentre en los azares de este día peligroso. Ahora ¡Esperanza! ¡Percy! y

      adelante. Que resuenen todos los instrumentos soberbios de la guerra y

      abracémonos bajo ese acorde, porque, apostaría el cielo contra la tierra,

      que muchos de nosotros no podremos renovar esa cortesía.

      (Suenan las trompetas; se abrazan y salen).

 

 

Escena III

 

      Llanura cerca de Shrewsbury.

 

      (Movimientos de tropas. Escaramuzas. Toques de carga. Luego entran, de

      diferentes lados, Douglas y Blunt).

      BLUNT: ¿Cuál es tu nombre, tú que me cierras el paso en la batalla?

      DOUGLAS: Sábelo, pues; mi nombre es Douglas. Y si te persigo así en el

      combate, es porque alguien me ha dicho que eres el rey.

      BLUNT: Te han dicho la verdad.

      DOUGLAS: Lord Stafford ha pagado cara hoy su semejanza contigo; porque en

      vez de ti, rey Enrique, esta espada le ha quitado la vida; así haré

      contigo, a menos que no te entregues prisionero.

      BLUNT: No nací hombre de rendirme, soberbio escocés; encontrarás en mí un

      rey vengador de la muerte de Stafford.

      (Combaten. Blunt es muerto).

 

      (Entra Hotspur)

      HOTSPUR: ¡Oh, Douglas, si así hubieras combatido en Holmedon, jamás habría

      triunfado de un escocés!

      DOUGLAS: ¡Todo ha concluido! ¡Victoria! He ahí el rey tendido sin vida.

      HOTSPUR: ¿Dónde?

      DOUGLAS: Aquí.

      HOTSPUR: ¿Este, Douglas? No, conozco muy bien su cara; un bravo caballero

      era, su nombre Blunt; estaba vestido como el rey.

      DOUGLAS: (Mirando el cadáver) . ¡Que un loco acompañe tu alma, do quiera

      que vaya! ¡Caro pagaste un título prestado! ¿Por qué me dijiste que eras

      el rey?

      HOTSPUP: Muchos marchan con el rey, vestido como él.

      DOUGLAS: Por mi espada, voy a atravesar todas esas cotas parecidas, haré

      pedazos todo su guardarropa, pieza a pieza, hasta que encuentre al rey.

      HOTSPUR: ¡Arriba y adelante! Nuestros soldados sostienen gallardamente la

      jornada. (Salen)

      (Nuevos toques de alarma).

      FALSTAFF: Si en Londres podía librarme de pagar mi escote [45] tengo miedo

      que aquí no hay escape; aquí no hay moratoria, hay que pagar con el

      cuero... ¡Despacio! ¿Quién eres tú? ¡Sir Walter Blunt! ¡Vaya un honor!

      Fuera la vanidad: ardo como plomo derretido y no peso menos. Dios me

      preserve del plomo. No necesito más peso que mis propias tripas. He

      conducido a mis perdularios a un punto donde los han sazonado en regla; de

      mis ciento cincuenta sólo quedan tres con vida pero no servirán mientras

      vivan sino para mendigar a las puertas de la ciudad. Mas ¿quién llega?

      (Entra el príncipe Enrique).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo? ¿Te estás aquí, ocioso? Préstame tu espada.

      Muchos caballeros yacen muertos y pisoteados bajo los cascos de los

      arrogantes jinetes enemigos y cuyas muertes no han sido vengadas. Te

      ruego, préstame tu espada.

      FALSTAFF: Te suplico, Hal, déjame respirar un momento. Jamás el turco

      Gregorio [46] llevó a cabo tantas hazañas como las a que he dado acabado

      fin en este día. He arreglado las cuentas a Percy y está a buen recaudo.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Lo está, a la verdad; vive para matarme. Préstame tu

      espada.

      FALSTAFF: ¡No, por Cristo! Si Percy aún vive, no te doy mi espada; pero si

      quieres toma mi pistola.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Dámela. ¿Cómo está aún en la pistolera?

      FALSTAFF: ¡Ay, Hal! ¡Está caliente, caliente como para saquear una ciudad

      entera! ( 47]

      PRÍNCIPE ENRIQUE: (Sacando una botella de la pistolera de Falstaff ) . ¿Te

      parece este el momento de bromas y burlas? (Le tira la botella y sale) .

      FALSTAFF: Bien, si Percy está vivo, le atravieso de parte a parte... si se

      me cruza en mi camino, bien entendido, porque, si soy yo quien voy a su

      encuentro, acepto que me convierta en carbonada. No me gusta esa gloria

      con mueca que tiene sir Walter Blunt. Dadme la vida; si puedo conservarla,

      tanto mejor; si no, ya vendrá la gloria sin que la busque y todo habrá

      concluido. (Sale) .

 

 

Escena IV

 

      Otra parte del campo de batalla.

 

      (Clarines, escaramuzas. Entran el Rey, Príncipe Enrique, Príncipe Juan,

      Westmoreland).

      REY ENRIQUE: Te ruego, Harry, retírate, estás perdiendo mucha sangre. Id

      con él, lord Juan de Lancaster.

      PRÍNCIPE JUAN: No, milord, no antes de perder mi sangre como él.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Ruego a vuestra majestad vuelva al frente de las tropas;

      temo que vuestra retirada alarme a nuestros enemigos.

      REY ENRIQUE: Voy a hacerlo... Lord Westmoreland, conducidlo a su tienda.

      WESTMORELAND: Vamos, milord, voy a conduciros.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Conducirme, milord? No necesito vuestra ayuda. ¡No

      permita el cielo que un simple rasguño arroje al príncipe de Gales de un

      campo de batalla como éste, donde la nobleza, bañada en sangre, es

      pisoteada, donde las armas rebeldes triunfan en el degüello!

      PRINCIPE JUAN: Nos reposamos demasiado; venid primo Westmoreland, por aquí

      nos llama el deber. ¡Venid, en nombre del cielo!

      (Salen Príncipe Juan y Westmoreland).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Vive Dios, que me has engañado, Lancaster! No te creía

      hombre de tal temple. Antes, te amé como un hermano, Juan; ¡ahora me eres

      tan sagrado como mi alma!

      REY ENRIQUE: Le he visto resistir a Percy con tan firme actitud como no

      encontraría en otro guerrero tan inexperto.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh, sí! Ese niño nos inflama a todos. (Sale) .

      (Toques de alarma. Entra Douglas)

      DOUGLAS: ¿Otro rey? ¡Retoñan como las cabezas de la hidra! Soy el Douglas

      fatal a todos los que llevan esas insignias. ¿Quién eres tú, que simulas

      la persona del rey?

      REY ENRIQUE: El rey en persona, quien Douglas lamenta en el alma que

      tantas veces hayas encontrado su sombra y nunca al rey verdadero. Tengo

      dos hijos que os buscan, a ti y a Percy, en el campo de batalla; pero

      puesto que mi buena estrella te trae a mi camino, quiero probarte; así,

      defiéndete.

      DOUGLAS: Temo que seas otro falso rey, aunque, a la verdad, tienes el

      aspecto soberano. Pero, seas quien fueres, eres mío y así te venzo.

      (Combaten; en el momento en que el rey se encuentra en peligro, entra el

      príncipe Enrique).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Levanta la cabeza, vil escocés o no la levantarás ya

      más. Animan mi espada los espíritus de Shirley, de Stafford y de Blunt; es

      el príncipe de Gales que te amenaza, que nunca prometió sin cumplir.

      (Combaten; Douglas huye).

      ¡Animo, milord! ¿Cómo se encuentra vuestra majestad? Sir Nicolás Gansey ha

      mandado pedir refuerzo, así como Clifton; voy ahora mismo a unirme con

      Clifton.

      REY ENRIQUE: Detente y respira un momento. Has redimido tu perdida

      reputación y demostrado que aprecias mi vida, en el brillante rescate que

      de mí has hecho.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh cielos! ¡Grave injuria me hicieron los que han dicho

      que yo anhelaba vuestra muerte! Si así hubiera sido, me habría bastado

      dejar caer sobre vos el brazo insultante de Douglas, que habría apresurado

      vuestro fin tanto como todas las pociones venenosas del mundo y ahorrada

      la tarea traidora a vuestro hijo.

      REY ENRIQUE: Corre adonde está Clifton; yo voy en socorro de Gansey.

      (Sale el rey Enrique; entra Hotspur).

      HOTSPUR: Si no me engaño, eres Harry Monmouth.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Hablas como si yo quisiera negar mi nombre.

      HOTSPUR: Mi nombre es Harry Percy.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Entonces, veo a un valiente rebelde de ese nombre. Soy

      el príncipe de Gales y no pienses, Percy, disputarme más la gloria; dos

      astros no pueden moverse en la misma esfera, ni puede la Inglaterra

      aceptar el doble cetro de Harry Percy y del príncipe de Gales.

      HOTSPUR: No será así, Harry, porque ha llegado la última hora para uno de

      nosotros. ¡Quisiera el cielo que tu fama guerrera fuera tan grande como la

      mía!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Voy a hacerla mayor, antes de separarnos. Quiero segar

      todos los honores brotados sobre tu casco y hacer con ellos una guirnalda

      para mi frente.

      HOTSPUR: No puedo soportar más tiempo tus fanfarronadas.

      (Combaten; entra Falstaff)

      FALSTAFF: ¡Bien contestado, Hal! ¡Duro en él, Hal! Ahora verás, te lo

      aseguro, que eso no es juguete de niño.

      (Entra Douglas, que combate con Falstaff, quien cae como muerto; sale

      Douglas. Hotspur es herido y cae).

      HOTSPUR: ¡Oh, Harry, me has arrebatado mí juventud! Siento menos la

      pérdida de esta vida frágil, que los lauros que sobre mí has ganado.

      Hieren mi pensamiento más de lo que tu espada hirió mi carne. Pero el

      pensamiento es el esclavo de la vida y la vida la mofa del tiempo; el

      tiempo, señor de todo lo creado, debe también detenerse. ¡Si pudiera decir

      mi profecía! Pero la terrosa y helada mano de la muerte sella mi labio.

      No, Percy, no eres más que polvo y pasto para los... (Muere).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Para los gusanos, bravo Percy! ¡Adiós, gran corazón!

      ¡Ambición mal tejida, cómo se encoge tu trama! Cuando ese cuerpo contenía

      un alma, un reino le parecía estrecho espacio; pero ahora dos pasos de la

      más vil tierra le son morada suficiente. Pero esta tierra que ahora te

      alberga muerto, no sostiene sobre ella un caballero más fuerte.

      (Se inclina sobre el cadáver)

      Si aún fueras sensible a la cortesía, no te daría una prueba tan profunda

      de mi admiración; deja que mis cuidados velen tu mutilada faz. Aún en tu

      obsequio, me hago una gloria en cumplir contigo los nobles ritos del

      afecto. ¡Lleva al cielo sólo las alabanzas que mereciste; quede sepultada

      la ignominia en la tumba y que tu epitafio no la recuerde!

      (Ve a Falstaff en el suelo).

      ¡Cómo! ¡Una vieja relación! ¿Toda esa carne no ha podido conservar un poco

      de vida? ¡Adiós, pobre Jack! ¡No habría perdido con mayor dolor un hombre

      mejor que tú! Si realmente hubiera amado la frivolidad, me habrías hecho

      una gran falta. La muerte no ha cogido un venado más gordo que tú, aunque

      haya tronchado muchas existencias más queridas en esta sangrienta refriega

      ( 48] . Quiero verte embalsamado dentro de poco; hasta entonces, reposa en

      la sangre, al lado del noble Percy.

      (Sale).

      FALSTAFF: (Levantándose lentamente) . ¡Embalsamado! Si me embalsamas hoy,

      te permito salarme mañana y comerme en seguida. ¡Canario! Era tiempo de

      simular el muerto; si no ese fogoso y turbulento escocés me habría pagado

      el escote. ¿ Simular? Me engaño, no tengo nada de simulado. Morir es

      simular, porque un cadáver que no tiene la vida de un hombre, es un

      simulacro de un hombre. Pero simular los muertos, cuando se está en plena

      vida, eso no es simulacro, sino la real y perfecta imagen de la vida. La

      mejor parte del valor es la prudencia; en virtud de esa mejor parte, he

      salvado la vida. ¡Cáspita! Me da miedo esa pólvora de cañón de Percy,

      aunque esté muerto. ¡Diablo!, ¿si él también simulara y fuera a

      levantarse? ¡Hum! me parece que de los dos muertos fingidos el más sólido

      sería él. Sin embargo, voy a asegurarle y podré jurar que le maté yo. ¿Por

      qué no se levantaría también como yo? Nadie puede desmentirme sino quien

      me vea y nadie me ve. (Hiere el cadáver) . Con que, amigo, esta herida más

      en el muslo y vámonos.

      (Se echa el cadáver a la espalda. Vuelven el Príncipe Enrique y el

      Príncipe Juan).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Bien, hermano Juan! Has estrenado heroicamente tu

      virgen espada.

      PRÍNCIPE JUAN: ¡Pero, mira! ¿Quién tenemos aquí? ¿No me habíais dicho que

      ese hombre gordo había muerto?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí; yo mismo le vi en el suelo inanimado y sangriento.

      ¿Estás vivo? ¿O eres una fantasía que engaña nuestras miradas? Habla, te

      lo ruego; no queremos creer a nuestros ojos sin el testimonio de nuestros

      oídos. Tú no eres lo que pareces ser.

      FALSTAFF: No, a la verdad. No soy un hombre doble; pero si no soy Juan

      Falstaff, entonces soy un Juan Lanas. Ahí está Percy (echando al suelo el

      cadáver) ; si vuestro padre quiere recompensarme con algún honor, bien

      está; si no que mate él mismo al próximo Percy. Espero ser conde o duque,

      os lo aseguro.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Pero si yo fui quien mató a Percy y a ti te vi muerto.

      FALSTAFF: ¿Tú?... ¡Señor, señor, cómo impera la mentira en este mundo!

      Concedo que yo estaba en el suelo y sin aliento y ese lo mismo, pero ambos

      nos levantamos al momento y combatimos una hora larga por el reloj de

      Shrewsbury. Si se quiere creerme, perfectamente; si no, que recaiga sobre

      los que deben premiar a los hombres de valor tal pecado de ingratitud.

      Sostendré con mi cabeza que le he hecho esta herida en el muslo; si el

      hombre estuviera vivo y lo negara, le haría comer un pedazo de mi espada.

      PRÍNCIPE JUAN: ¡Jamás he visto un caso más extraño!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Es que no hay tipo más extraño, hermano mío. Vamos,

      échate con soberbia tu carga al hombro. Por mi parte, si una mentira puede

      traerte beneficio, la doraré con los más felices términos que pueda.

      (Suena la retirada).

      Las trompetas suenan la retirada, el día es nuestro. Venid, hermano, vamos

      hasta el extremo del campo, para ver qué amigos viven aún y cuáles han

      muerto.

      (Salen el Príncipe Enrique y el Príncipe Juan).

      FALSTAFF: Voy a seguirles donde dicen para tener mi recompensa. A aquel

      que me recompense, Dios le recompense. Si crezco en grandeza, creceré en

      tristeza, porque me purgaré, dejaré el vino y viviré limpiamente, como

      conviene a un caballero.

      (Sale, llevándose el cuerpo).

 

 

Escena V

 

      Otra parte del campo de batalla.

 

      (Suenan las trompetas. Entran el Rey Enrique, Príncipe Enrique, Príncipe

      Juan, Westmoreland y otros, con Worcester y Vernon, prisioneros).

      REY ENRIQUE: Así la rebelión encontró siempre su castigo. Malvado

      Worcester, ¿no te enviamos con nuestra gracia, nuestro perdón y palabras

      de afecto para todos? Cambiaste el sentido de nuestras ofertas y abusaste

      de la conciencia de tu pariente. Tres caballeros de nuestras filas,

      muertos hoy, un noble conde y muchas otras criaturas, vivirían aún, si,

      como un cristiano, hubieras lealmente trasmitido mi real mensaje de un

      ejército a otro.

      WORCESTER: Lo que he hecho, mi seguridad me urgía hacerlo. Abrazaré

      paciente la fortuna que me agobia y que inevitable cae sobre mí.

      REY ENRIQUE: Conducid a Worcester a la muerte y a Vernon también. Los

      otros rebeldes serán juzgados más tarde.

      (Salen Worcester y Vernon, custodiados)

      ¿Cómo está el campo de batalla?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: El noble escocés, lord Douglas, cuando vio la fortuna de

      la jornada volverse contra él, al noble Percy muerto y todos sus hombres

      en aterrada fuga, huyó con el resto; cayendo de una colina quedó tan

      maltrecho, que los que le perseguían le tomaron. En mi tienda se encuentra

      Douglas y ruego a vuestra gracia me permita disponer de él.

      REY ENRIQUE: De todo corazón.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: A vos, pues, hermano Juan de Lancaster, debe

      corresponder esa honrosa liberalidad; id a Douglas y, sin rescate, dadle

      la libertad plena y entera. Su valor, que tanto muestran hoy nuestros

      cascos, nos ha enseñado a honrar esos altos hechos, aun en la persona de

      nuestros adversarios.

      REY ENRIQUE: Sólo nos resta ahora dividir nuestras fuerzas. Vos, mi hijo

      Juan, con mi primo Westmoreland, marcharéis sobre York a toda prisa, al

      encuentro de Northumberland y del prelado Scroop, que, a lo que sé, han

      tomado apresuradamente las armas. Yo mismo y vos, hijo Enrique, nos

      dirigiremos hacia el país de Gales, a combatir a Glendower y al conde de

      la March. La rebelión en esta tierra perderá su pujanza con otra jornada

      como ésta. Y puesto que nuestra empresa comenzó tan bien, no la

      abandonemos hasta reconquistar todo nuestro bien. (Salen) .

 

            Fin de la primera parte

 

 

Notas a la primera parte

 

      1. Diminutivo familiar de Enrique.

 

      2. Old Sack , especie de vino de España (probablemente Montilla o Jerez)

      al que se añadía azúcar.

 

      3. Palabras tomadas de alguna antigua balada.

 

      4. Alude al benedicite usual antes de las comidas.

 

      5. My old lad of the castle . Ver en la introducción lo que se refiere al

      primitivo nombre que Shakespeare diera a Falstaff, esto es, Oldcastle.

      Warburton cree ver en el pasaje a que se refiere esta nota una prueba de

      ello; Steevens ha probado que la pieza despreciable y obscena en que

      figura Oldcastle no era de Shakespeare.

 

      6. Juego de palabras: for obtaining of suits . Swits , favores, suits ,

      vestidos. Orlando, en As you like it , hace el mismo juego de palabras en

      su primer encuentro con Rosalinda.

 

      7. Moorditch, foso estagnado y palúdico en los alredadores de Londres.

 

      8. De la Biblia.

 

      9. Abreviación familiar de Eduardo.

 

      10. Vino azucarado.

 

      11. To save our heads by raising of a head , esto es, poniéndonos a la

      cabeza de las tropas.

 

      12. En caló inglés, San Nicolás (Old Nick) representa el diablo. Saint

      Nicholas Clerk's , ladrones.

 

      13. Ladrones.

 

      14. Oneyers . Esta palabra ha dado mucho que hacer a los comentadores.

      Théobald lee Moneyers y Warburton le sigue. Jhonson cree que no hay nada

      que cambiar y traduce oneyers por su componente ones (individuos). Malone

      propone Onyers .

 

      15. Juego de palabras entre boots , botín, provecho y boots , botas.

 

      16. Alusión a una creencia vulgar del tiempo.

 

      17. To fret , refiriéndose a telas, significa plegarse, ajarse. En

      general, impacientarse , despecharse . Eso explica la comparación de

      Poins.

 

      18. Hay en el texto un juego de palabras intraducible.

 

      19. Jhon of Gaunt , el abuelo del píncipe, famoso por sus hazañas. Gaunt

      significa flaco , de manera que la afirmación de Falstaff es también

      exacta por ese lado.

 

      20. Divisa de los Percy.

 

      21. Paraquito , en el texto.

 

      22. Crown , moneda y corona.

 

      23. Juego de palabras intraducible entre loggerheads y hogheads .

 

      24. Bastard , vino adulterado.

 

      25. Parece que el príncipe quiere atolondrar al criado con ese flujo de

      palabras y conceptos incoherentes.

 

      26. Hotspur.

 

      27. Rivo , grito de placer al beber, como el "Evohé!" antiguo.

 

      28. Tela basta de lino, engomada.

 

      29. Points, puntas y agujetas, broches . De ahí el juego de palabras de

      Poins.

 

      30. Alude a una superstición de la época, según la cual el león no ataca a

      los príncipes de regia estirpe.

 

      31. Alusión a una curiosa anécdota del tiempo. Jhon Blower, en un sermón

      que predicó delante de la reina Elizabeth, dijo primero my royale queen y

      luego la llamó my noble queen . "¿Cómo?, dijo la reina, ¡ahora valgo menos

      ¡que hace un instante?" La royale valía diez chelines y el noble seis

      chelines y ocho peniques.

 

      32. Uno de los cuatro reyes del infierno, según la leyenda.

 

      33. Alusión satírica a un personaje de una tragedia de Tomás Preston

      (1570).

 

      34. Holinshed refiere los prodigios que acompañaron el nacimiento de

      Glendower; se cree leer las prolijas listas de prodigios que trae Suetonio

      al nacer o morir un personaje romano.

 

      35. Alusión a una antigua profecía, citada por Holinshed, sobre el reparto

      de Inglaterra entre un topo, un dragón y un león.

 

      36. En el texto giddy goose , ganso aturdido.

 

      37. Tis a woman's fault , esto es, la contradicción.

 

      38. Finsbury , paseo en Londres, frecuentado entonces por la burguesía.

 

      39. En la traducción inglesa del antiguo romance francés del Renard , se

      da el nombre de Dame Partlet a la gallina.

 

      40. Prisión de Londres.

 

      41. Personaje de la antigua comedia de Robin Hood, representado siempre

      por un hombre, como todos los papeles femeninos.

 

      42. Angel , moneda de oro antigua.

 

      43. Chewet , lechuza; según Steevens, budín mantecoso.

 

      44. Scutcheon , escudo de armas generalmente usado en los funerales.

 

      45. Shot , escote y también pistoletazo.

 

      46. Alusión al Papa Gregorio VII, sobre quien los historiadores Fox y

      Warburton concentraban el odio de los protestantes, uniendo su nombre al

      del turco execrado.

 

      47. There's that will sack a city , juego de palabras sobre sack , vino de

      España, y to sack , saquear.

 

      48. Deer , venado y dear , querido.

 

 

 

Prólogo

 

Segunda parte

 

      del Rey Enrique IV

 

 
      PERSONAJES

 

      REY ENRIQUE IV

 

      ENRIQUE, Príncipe de Gales, más tarde Enrique V

 

      TOMÁS, Duque de Clarence de Bedford, hijo de Enrique IV y hermano de

      Enrique V

 

      JUAN DE LANCASTER, más tarde Duque de Glocester, hijo de Enrique IV y

      hermano de Enrique V

 

      CONDE DE WARWICK, partidario del rey

 

      CONDE DE WESTMORELAND, partidario del rey

 

      GOWER, partidario del rey

 

      HARCOURT, partidario del rey

 

      EL LORD GRAN JUEZ

 

      UN CABALLERO, del séquito del Gran Juez

 

      CONDE DE NORTHUMBERLAND, enemigo del rey

 

      SCROOP, Arzobispo de York, enemigo del rey.

 

      LORD MOWBRAY, enemigo del rey

 

      LORD HASTINGS, enemigo del rey

 

      LORD BARDOLFO, enemigo del rey

 

      SIR JHON COLEVILLE, enemigo del rey

 

      TRAVERS, criado de Northumberland

 

      MORTON, criado de Northumberland

 

      FALSTAFF

 

      BARDOLFO

 

      PISTOLA

 

      UN PAJE

 

      POINS, familiar del Príncipe de Gales

 

      PETO, familiar del Príncipe de Gales

 

      SHALLOW, (Trivial), juez rural

 

      SILENCIO, juez rural

 

      DAVY, criado de Shallow

 

      MOULDY, ( Mohoso ), recluta

 

      SHADOW, ( Sombra ), recluta

 

      WART, ( Verruga ), recluta

 

      FEEBLE, ( Enclenque ), recluta

 

      BULCALF, ( Becerro ), recluta

 

      SNARE, ( Trampa ), corchete

 

      FANG, ( Garra ), corchete

 

      EL RUMOR, ( Prólogo )

 

      UN DANZANTE, ( Epílogo )

 

      LADY NORTHUMBERLAND

 

      LADY PERCY

 

      LA POSADERA QUICKLY

 

      DOROTEA TEAR-SHEET, ( Rompe-Sábana )

 

      (Señores, oficiales, soldados, mensajeros, mozos de taberna, alguaciles,

      lacayos, etc.)

 

 

            ESCENA-INGLATERRA

 

 

Prólogo

 

      WARKWORTH. Delante del castillo de Northumberland.

 

      (Entra El Rumor, con un traje sembrado de lenguas pintadas).

      EL RUMOR: Tened los oídos; porque ¿cuál de vosotros querría cerrar el paso

      al sonido, cuando habla el ruidoso Rumor? Yo, desde el Oriente hasta el

      ocaso entristecido, haciendo del viento mi caballo de posta, divulgo sin

      cesar los actos comenzados en este globo de tierra. De mis lenguas brotan

      constantemente imposturas, que traduzco en todos los idiomas y que llenan

      de falsas relaciones los oídos de los hombres. Hablo de paz, mientras la

      encubierta hostilidad, bajo la sonrisa de la seguridad desgarra al mundo.

      ¿Y quién sino el Rumor, quién sino yo, reúne las gentes azoradas y prepara

      la defensa, mientras el año, preñado de alguna nueva catástrofe, parece

      llevar en su seno una guerra cruel y tiránica? ¡Y no hay tal cosa! El

      Rumor es una flauta que soplan las sospechas, los celos, las conjeturas,

      instrumento tan sencillo y tan fácil, que el rudo monstruo de innumerables

      cabezas, la discordante y ondeante multitud, puede tocarlo. ¿Pero qué

      necesidad tengo de anatomizar así mi cuerpo bien conocido entre mis

      familiares? ¿Por qué está aquí el Rumor? Corro delante de la victoria del

      rey Enrique, quien, en un sangriento campo cerca de Shrewsbury, ha

      deshecho al joven Hotspur y sus tropas, apagando la llama de la audaz

      rebelión, en la sangre misma de los rebeldes. Pero ¿qué hago, al

      principiar diciendo la verdad? Mi oficio es divulgar a lo lejos que Harry

      Monmouth cayó bajo el furor de la espada del noble Hotspur y que el rey,

      ante la cólera de Douglas, inclinó la sagrada cabeza hasta la muerte. Esto

      he esparcido a través de las aldeas entre el real campo de Shrewsbury,

      hasta esta yerma fortaleza carcomida, donde el padre de Hotspur, el viejo

      Northumberland, se finge enfermo; los correos llegan jadeantes y ninguno

      entre ellos trae otras noticias que las que de mí han sabido. De las

      lenguas del Rumor, traen los halagüeños consuelos de la mentira, peores

      que el verdadero mal. (Sale)

 

 

Acto I

 

Escena I

 

      La misma.

 

      (El portero está a la puerta, entra lord Bardolfo).

      Bardolfo: ¿Quién guarda aquí la puerta? ¿ Dónde está el conde?

      PORTERO: ¿A quién debo anunciar, señor?

      Bardolfo: Decid al conde que lord Bardolfo le espera aquí.

      PORTERO: Su señoría se pasea en este momento en la huerta; dígnese,

      vuestro honor, golpear a la puerta y él mismo contestará.

      (Entra Northumberland).

      Bardolfo: Aquí viene el conde.

      NORTHUMBERLAND: ¿Qué noticias, lord Bardolfo? Hoy, cada minuto debe ser

      padre de un suceso grave; los tiempos son rudos; la discordia, como un

      caballo, como un caballo nutrido de ardiente alimento, se ha desbocado

      frenética y todo derriba ante ella.

      Bardolfo: Noble conde, os traigo noticias ciertas de Shrewsbury.

      NORTHUMBELAND: ¡Buenas, lo quiera el cielo!

      Bardolfo: Tan buenas como el corazón puede desearlas: el rey ha sido

      herido casi mortalmente y en el triunfo de milord vuestro hijo, el

      príncipe Harry quedó muerto; los dos Blunt muertos por la mano de Douglas;

      el joven príncipe Juan, Westmoreland y Sttafford, huyeron del campo de

      batalla y el pulpo de Harry Monmouth, el armatoste sir John, está

      prisionero de vuestro hijo. ¡Jamás una jornada tan empeñosa, tan

      brillantemente ganada, vino a ennoblecer los tiempos, desde los triunfos

      de César!

      NORTHUMBERLAND: ¿Qué origen tienen esas noticias? ¿Habéis visto el campo

      de batalla? ¿Venís de Shrewsbury?

      Bardolfo: He hablado, milord, con una persona que venía de allí, un

      hidalgo bien nacido y de buen nombre, quien espontáneamente me comunicó

      esas noticias como exactas.

      NORTHUMBERLAND: Ahí viene mi criado, Travers, a quien envié el martes

      último en busca de noticias.

      Bardolfo: Milord, le he pasado en el camino y nada sabe de positivo, sino

      lo que ha podido saber de mis labios.

      (Entra Travers)

      NORTHUMBERLAND: Y bien, Travers, ¿qué buenas nuevas llegan con vos?

      TRAVERS: Milord, sir John Umfreville me ha hecho volver con alegres

      noticias y, yendo mejor montado que yo, me ha precedido. Después de él

      llegó, espoleando recio, un caballero casi inerte de fatiga que se detuvo

      junto a mí para dar respiro a su ensangrentado caballo; me preguntó por el

      camino de Chester y yo le pedí noticias de Shrewsbury. Me dijo que la

      rebelión había tenido mala suerte y que la espuela del joven Harry Percy

      se había enfriado. Dicho esto, soltó riendas a su ágil caballo e

      inclinándose hacia adelante, hundió sus talones armados en los flancos

      palpitantes de la pobre bestia hasta la rodaja. Y partiendo así, sin

      esperar más preguntas, parecía devorar el camino en su carrera.

      NORTHUMBERLAND: ¿Cómo? Dilo otra vez. ¿ Dijo que la espuela del joven

      Harry Percy se había enfriado? ¿La ardiente espuela, espuela helada? ¿Que

      la rebelión había tenido mala suerte?

      Bardolfo: Milord, oídme; si milord vuestro hijo no ha triunfado,

      consiento, por mi honor, en dar mi baronía por una madeja de seda. Que no

      se hable más de eso.

      NORTHUMBERLAND: ¿Y por qué el caballero que se detuvo junto a Travers, dio

      esas nuevas de desastre?

      Bardolfo: ¿Quién, él? Sería algún pillo pusilánime, que habría robado el

      caballo que montaba y que, por mi vida, hablaría al azar. ¡Milord!, ahí

      nos llegan más noticias.

      (Entra Morton).

      NORTHUMBERLAND: Sí, la frente de ese hombre, como ciertas portadas,

      presagia un libro de naturaleza trágica. Tal aparece la orilla sobre la

      que la ola imperiosa ha dejado el testimonio de su usurpación. Habla,

      Morton, ¿vienes de Shrewsbury?

      MORTON: Vengo huyendo de Shrewsbury, mi noble señor, donde la muerte

      odiosa se cubrió, con su máscara más horrenda para espanto de nuestro

      partido.

      NORTHUMBERLAND: ¿Cómo están mi hijo y mi hermano? ¡Tiemblas! Y la blancura

      de tu rostro es más apta que tu lenguaje para dar tu mensaje. Semejante a

      ti fue el hombre que desfalleciente, rendido, siniestro, la muerte en los

      ojos, loco de dolor, tiró la cortina de Príamo en el horror de la noche y

      quiso decirle que la mitad de su Troya ardía; pero Príamo vio el incendio

      antes de oír las palabras. Y yo sé la muerte de mi Percy antes que tú me

      la anuncies. He aquí lo que quieres decirme "Vuestro hijo hizo esto y

      esto; esto vuestro hermano; así combatió el noble Douglas". Quieres llenar

      mi ávido oído con sus altos hechos, pero al fin, llenándolo en verdad,

      tendrás un suspiro que desvanecerá tu alabanza y concluirás diciendo:

      ¡hermano, hijo, y todos murieron!

      MORTON: Douglas vive aún y vuestro hermano; pero en cuanto a milord

      vuestro hijo...

      NORTHUMBERLAND: ¡Ah! ¡Ha muerto! ¡Ved cuán rápida es la palabra de la

      sospecha! Aquel que teme algo que tiembla de conocer, ve por instinto en

      ojos extraños que, lo que temía, ha sucedido. Pero habla, Morton, di a tu

      señor que su profecía ha mentido y tu injuria me será dulce al oído y te

      haré rico en cambio de esa afrenta.

      MORTON: Sois demasiado grande para que yo os contradiga. Por demás exacto

      es vuestro presentimiento, por demás reales vuestros temores.

      NORTHUMBERLAND: Sí, pero todo eso no me asegura que Percy haya muerto. Veo

      una extraña confesión en tus ojos; inclinas la cabeza y juzgas peligroso o

      culpable hablar la verdad. Si ha muerto, dilo; no ofende la palabra que

      anuncia su muerte; hay culpa en calumniar un muerto, no la hay en anunciar

      que la vida ha cesado para él. Sin embargo, ingrato oficio es el del

      primero que trae una afligente noticia; su voz tiene el fúnebre sonido de

      la campana que nos trae el recuerdo del amigo perdido.

      Bardolfo: No puedo creer, milord, que vuestro hijo haya muerto.

      MORTON: Lamento verme obligado a forzar vuestra fe en lo que, Dios lo

      sabe, habría querido no haber visto. Pero estos mis ojos le vieron

      ensangrentado, contestando ya sin fuerzas, extenuado, sin aliento, los

      golpes de Harry Monmouth, cuyo ímpetu furioso derribó a tierra al nunca

      vencido Percy, quien ya no se levantó con vida. Breve, la muerte de

      Hotspur (cuyo espíritu inflamaba hasta al más tosco paisano de su

      ejército), habiéndose esparcido, heló el valor mejor templado de sus

      tropas. Porque era su temple el que aceraba su partido; caído él, el resto

      se abatió como macizo y pesado plomo. Y así como una maza lanzada por

      fuerza vigorosa vuela con mayor rapidez cuan más pesada es, así nuestros

      hombres, agobiados por la pérdida de Hotspur, dieron a su peso tal

      ligereza con el pánico, que, más rápidos que la flecha que busca la

      cíbola, buscaron la salvación en la fuga. Fue entonces que bien pronto

      cayó prisionero el noble Worcester; y el furioso escocés, el sangriento

      Douglas, cuya espada laboriosa por tres veces había muerto al espectro del

      rey, sintió flaquear el corazón y honró a los que volvieron la espalda,

      mezclándose en sus filas. En su huída, el temor le hizo tropezar y fue

      tomado. El resumen de todo es que el rey ha triunfado y ha enviado una

      columna ligera contra vos, milord, bajo el mando del joven Lancaster y de

      Westmoreland. Estas son todas las noticias.

      NORTHUMBERLAND: Sobrado tiempo tendré para lamentarme; el veneno entraña

      su remedio. Si hubiera estado bueno, esas noticias me habrían enfermado;

      enfermo, en cierta manera me han restablecido. Y así como el miserable

      cuyas coyunturas febricientes, semejantes a frágiles bisagras, se doblan

      bajo la vida, de pronto, en el ímpetu de un acceso, se escapa como el rayo

      de los brazos de sus guardianes, tal así mis miembros, agobiados por el

      dolor, pero por el dolor sobreexcitados, tienen triple energía. ¡Lejos de

      mí, pues, débil muleta! Ahora un guantelete escamoso, de junturas de

      acero, debe cubrir mi mano. ¡Lejos de mí, gorro de enfermo! ¡Eres muy

      débil defensa para una cabeza que aspira a herir príncipes hartos de

      triunfos! Ahora ceñid de hierro mi frente y que la hora más funesta que

      puedan traer el tiempo y la venganza, se avance amenazante contra

      Northumberland enfurecido. ¡Que el cielo se estrelle contra la tierra!

      ¡Que la mano de la naturaleza cese de contener la ola salvaje! ¡Que el

      orden perezca! ¡Que el mundo no sea ya una escena donde las luchas se

      suceden con lánguidos intermedios! ¡Que el espíritu solo del primer nacido

      Caín reine en todos los corazones, que los haga ávidos de actos

      sangrientos y el duro drama concluya y las tinieblas sean el sepulturero

      de los muertos!

      TRAVERS: Esa emoción violenta os hace mal, milord.

      Bardolfo: Buen conde, no divorciéis vuestra dignidad de la prudencia.

      MORTON: La vida de todos vuestros fieles partidarios pende de vuestra

      salud, que, si os entregáis a ese desordenado dolor, no podrá menos que

      decaer. Medisteis las consecuencias de la guerra, milord, y contasteis las

      probabilidades de éxito antes de decir: alcémonos en armas. Habéis

      previsto que, en la repartición de golpes, vuestro hijo podía caer. Sabéis

      que, marchando sobre los peligros, en el estrecho borde de un precipicio,

      era más probable que cayera en él en vez de atravesarlo. Sabíais que su

      carne no era invulnerable a las heridas y que su impetuoso valor le

      empujaba allí donde el peligro era más recio. Y, sin embargo, le habéis

      dicho: ¡anda! y ninguno de estos graves temores ha podido deteneros en

      esta empresa obstinadamente resuelta. ¿Qué ha sucedido de extraordinario?

      ¿Qué ha producido esta atrevida campaña sino aquello que, siendo probable,

      se ha realizado?

      Bardolfo: Todos nosotros, que estamos comprometidos en esa catástrofe,

      sabíamos que nos aventurábamos en mares tan peligrosos, que teníamos diez

      probabilidades contra una de perecer. Y, sin embargo, nos lanzamos a

      ellos, porque el objetivo perseguido, compensaba la expectativa del

      peligro temido. Estamos sobre el abismo, tenemos de nuevo la aventura,

      comprometiendo en ella cuanto tenemos, cuerpos y bienes.

      MORTON: ¡Sí, que el tiempo apura! Además, mi noble lord, sé de buena

      fuente y garantizo la verdad del hecho, que el buen arzobispo de York se

      ha levantado a la cabeza de tropas bien organizadas. Es un hombre que liga

      a sus partidarios con una doble seguridad; milord, vuestro hijo sólo tenía

      los cuerpos, las sombras, las apariencias de los hombres para combatir,

      porque esa palabra "rebelión" separaba sus almas de la acción de sus

      cuerpos y combatían con desgano, por apremio, como se traga una poción.

      Sus armas sólo estaban por nosotros, pero en cuanto a sus espíritus, a sus

      almas, estaban heladas por esa palabra "rebelión", como los pescados en un

      estanque. Pero ahora el arzobispo hace de la insurrección una religión;

      con la reputación de sincero y piadoso en sus pensamientos, se le sigue a

      la vez con el alma y con el cuerpo. Fortalece su rebelión con la sangre

      del buen rey Ricardo, raspada sobre las lozas de Pomfret y hace derivar

      del cielo su causa y su querella. Dice a todos que quiere libertar una

      tierra ensangrentada que agoniza bajo el poder de Bolingbroke, y grandes y

      pequeños se agrupan y le siguen.

      NORTHUMBERLAND: Lo sabía ya; pero, a decir verdad, el lord presente me lo

      había hecho olvidar. Entrad todos conmigo y que cada uno aconseje el mejor

      camino a sus ojos para la salvación y la venganza. Expidamos mensajeros y

      cartas y apresurémonos a procurarnos amigos. Nunca fueron tan pocos y

      nunca tan necesarios.

 

Escena II

 

      LONDRES. Una calle.

 

      (Entran Sir John Falstaff, seguido de un pequeño paje que lleva su espada

      y su escudo).

      FALSTAFF: ¡Hola, gigante! ¿Qué dice el doctor de mis aguas?

      PAJE: Dice, señor, que las aguas en sí mismas, son aguas buenas y sanas;

      pero que la persona a quien pertenecen puede tener más enfermedades que

      las que supone.

      FALSTAFF: Gentes de toda especie hacen ostentación de mofarse de mí. El

      cerebro de ese estúpido compuesto de barro, el hombre, no es capaz de

      concebir nada que sea gracioso, sino lo que yo invento o lo que se inventa

      sobre mí. No sólo soy espiritual por mí mismo, sino también la causa de

      que los otros hombres tengan espíritu... Andando así delante de ti,

      parezco una marrana que ha aplastado todos sus hijuelos menos uno. Si el

      príncipe te ha puesto a mi servicio con otro objeto que de servirme de

      contraste, confieso que no tengo criterio. Especie de bastardo de

      mandrágora [49] , estarías mejor en mi sombrero como penacho que a mis

      talones como lacayo. Hasta ahora nunca me vi en posesión de una ágata [50]

      ; pero no te engastaré ni en oro, ni en plata, sino en vil metal y te

      devolveré a tu patrón, como una joya; sí, a tu patrón, el príncipe, ese

      jovenzuelo cuya barba no ha pelechado aún. Antes tendré barba en la palma

      de la mano que él un pelo en la mejilla. Y, sin embargo, no tiene

      escrúpulo en decir que su cara es una cara-real. Dios la acabará cuando

      quiera, que lo que es un pelo de más no lo tiene. Puede conservarla como

      una cara-real; pero un barbero no daría seis peniques por ella. ¡Y, sin

      embargo, pretende gallear, como si hubiera sido ya hombre hecho, cuando su

      padre era aún un jovenzuelo! Puede conservar cuanto quiera su propia

      gracia, que lo que es yo no le encuentro ninguna, se lo aseguro... ¿Qué ha

      dicho Master Dumbleton respecto al raso para mi capa corta y mis calzones?

 

      PAJE: Dice, señor, que es necesario le deis una garantía mejor que la de

      Bardolfo; no quiere tomar su billete ni el vuestro; no le gusta esa

      canción.

      FALSTAFF: Que sea condenado como el glotón! [51] . ¡Que arda su lengua más

      que la de aquél! ¡Achi potel, hijo de p..., indecente marrano! ¡Tener un

      caballero en el aire y salir pidiendo garantías! ¡Esos cochinos de cabeza

      pelada no usan ahora más que tacones altos y un manojo de llaves en la

      cintura y cuando un hombre espera de ellos una honesta entrega, entonces

      se plantan pidiendo garantías! De tan buena gana les permitiría que me

      llenaran la boca de arsénico a que me la taparan con esa palabra:

      ¡garantía! Como soy un verdadero hidalgo que esperaba me enviara veintidós

      yardas de raso y lo que manda es un pedido de garantía. Bueno, puede

      dormir con toda garantía, porque posee el cuerno de la abundancia y la

      ligereza de su mujer brilla a través. Y él no ve ni jota, aunque tiene su

      propia linterna para alumbrarse. ¿Dónde está Bardolfo?

      PAJE: Ha ido a Smithfield, a comprar un caballo para vuestra señoría.

      FALSTAFF: ¡Le he comprado en San Pablo [52] , a él y me va a comprar un

      caballo a Smithfield! Si pudiera procurarme una mujer tan sólo en un

      burdel, tendría criado, caballo y hembra.

      (Entran el Lord Justicia Mayor [53] y un ujier).

      PAJE: Señor, aquí viene el noble personaje que puso preso al príncipe por

      haberle pegado a causa de Bardolfo.

      FALSTAFF: No te me separes; no quiero verle.

      LORD JUSTICIA: ¿Quién es ese que va allí?

      UJIER: Si vuestra señoría me permite, es Falstaff.

      LORD JUSTICIA: ¿El que estaba complicado en el robo?

      UJIER: EL mismo, milord; pero después ha prestado buenos servicios en

      Shrewsbury y, según tengo entendido, va con una misión cerca de lord Juan

      de Lancaster.

      LORD JUSTICIA: ¿Cómo, a York? Llamadle.

      UJIER: Sir John Falstaff.

      FALSTAFF: Muchacho, dile que soy sordo.

      PAJE: Hablad más fuerte; mi señor es sordo.

      LORD JUSTICIA: Estoy seguro que lo es, para oír buenas palabras; vamos,

      tiradle del codo, necesito hablarle.

      UJIER: ¡Sir John!...

      FALSTAFF: ¡Cómo, pilluelo! ¿Mendigar a tu edad? ¿No hay acaso guerras? ¿No

      hay ocupación? ¿Acaso el rey no necesita súbditos y la rebelión soldados?

      Aunque es una vergüenza estar en otro partido que el del rey, mayor

      vergüenza aún es mendigar que servir en el peor partido, por más

      deshonrado que esté por el nombre de rebelión.

      UJIER: Os equivocáis, señor.

      FALSTAFF: ¿Acaso he dicho que erais un hombre honorable? Poniendo de lado

      mi hidalguía y mi calidad de soldado, habría mentido como un bellaco si

      tal hubiera dicho.

      UJIER: Y bien, señor, poned, os ruego, de lado vuestra hidalguía y vuestro

      título de soldado y permitidme deciros que habéis mentido como un bellaco,

      si decís que no soy un hombre honorable.

      FALSTAFF: ¿Yo, darte permiso para decirme tal cosa? ¿Poner de lado lo que

      es parte constituyente de mí mismo? Si obtienes de mí ese permiso,

      ahórcame; si te lo tomas, más te valiera ir a ahorcarte. ¡Vamos, fuera de

      aquí, sabueso!

      UJIER: Milord, mi amo querría hablaros.

      LORD JUSTICIA: Sir John Falstaff, una palabra.

      FALSTAFF: ¡Mi buen lord! Dios conceda un buen día a vuestra señoría. Me

      alegro infinito de ver a vuestra señoría en la calle; había oído decir que

      vuestra señoría estaba enfermo. Espero que vuestra señoría ha salido por

      consejo del médico. Aunque vuestra señoría no ha pasado aún la juventud,

      ya tiene sus añitos encima y empieza a resentirse de la acción del tiempo;

      ruego humildemente a vuestra señoría que tome un reverente cuidado por su

      salud.

      LORD JUSTICIA: Sir John, os mandé buscar antes de vuestra expedición a

      Shrewsbury.

      FALSTAFF: Así he oído que su majestad había vuelto del país de Gales muy

      disgustado.

      LORD JUSTICIA: No hablo de su majestad. No quisisteis venir cuando os

      mandé buscar.

      FALSTAFF: Y además he oído que su alteza ha sido nuevamente atacada por

      esa p... de apoplejía.

      LORD JUSTICIA: Bien, que el cielo le restablezca. Os ruego que me dejéis

      hablaros.

      FALSTAFF: Esa apoplejía es, según yo colijo, una especie de letargo, si

      vuestra señoría permite; una especie de adormecimiento en la sangre, una

      j... puntada.

      LORD JUSTICIA: ¿Qué diablos estáis diciendo? Será lo que sea.

      FALSTAFF: Proviene de un sufrimiento agudo, de exceso de estudio y

      perturbación del cerebro. He leído en Galeno la causa de sus efectos; es

      algo como una sordera.

      LORD JUSTICIA: Me parece entonces que estáis atacado de esa enfermedad,

      porque no oís lo que os digo.

      FALSTAFF: Muy bien, milord, muy bien; pero, si permitís, es más bien la

      enfermedad de no escuchar, de no prestar atención, la que me aflige.

      LORD JUSTICIA: Castigándoos por los talones se corregiría la falta de

      atención de vuestros oídos. No tendría reparo en ser vuestro médico.

      FALSTAFF: Soy tan pobre como Job, milord, pero no tan paciente. Vuestra

      señoría puede, a causa de mi pobreza, suministrarme la prisión como droga;

      pero, respecto a si tendría la paciencia de seguir vuestras

      prescripciones, es un punto sobre el que los sabios pueden tener un dracma

      de escrúpulo, casi diría un escrúpulo entero.

      LORD JUSTICIA: Os mandé venir a hablarme cuando había una grave acusación

      contra vos, a causa de vuestro género de vida.

      FALSTAFF: Y yo, siguiendo la opinión de mi consejero legal, un sabio

      legista de este país, no me presenté.

      LORD JUSTICIA: Bien, pero el hecho es, sir John, que lleváis una vida

      grandemente infame.

      FALSTAFF: El que ciñe un cinturón como el mío, tiene que vivir en grande.

      LORD JUSTICIA: Vuestros recursos son escasos y vuestros gastos enormes.

      FALSTAFF: Quisiera que fuera al contrario: mis recursos enormes y mis

      gastos escasos [54] .

      LORD JUSTICIA: Habéis corrompido al joven príncipe.

      FALSTAFF: El es quien me ha corrompido a mí; yo soy el compañero de la

      gran panza y él mi perro [55] .

      LORD JUSTICIA: Bien; sentiría reabrir una herida recién cerrada. Vuestros

      servicios diurnos en Shrewsbury han dorado un tanto vuestra hazaña

      nocturna de Gadshill; debéis agradecer a la inquietud de los tiempos la

      quietud que gozáis después de esa acción.

      FALSTAFF: ¿Milord?

      LORD JUSTICIA: Pero ya que eso es así, estaos quieto; no despertéis al

      lobo que duerme.

      FALSTAFF: Despertar un lobo es tan desagradable como olfatear un zorro.

      LORD JUSTICIA: Pensad que estáis como una bujía cuya mejor parte se ha

      consumido ya.

      FALSTAFF: Una antorcha de alegría, milord, toda de sebo; y si hubiera

      dicho de cera [56] , mi vegetación probaría la verdad de mi aserto.

      LORD JUTICIA: No hay en vuestra cara un solo pelo blanco que no debiera

      inculcaros la gravedad.

      FALSTAFF: La gra...sa, la grasa ( 57] .

      LORD JUSTICIA: Seguís a todas partes al príncipe, como su ángel malo.

      FALSTAFF: No así, milord; vuestro ángel [58] malo no tiene peso; pero

      espero que aquel que me sirve, me tomará sin pesarme. Y, sin embargo,

      confieso que no soy de curso corriente. La virtud es tan poco considerada

      en estos tiempos de verduleros, que el verdadero valor se ha hecho

      guarda-osos. El ingenio se ha convertido en tabernero y se gasta en

      preparar y llevar las cuentas; todos los otros dones inherentes al hombre,

      tales como los ridiculiza la maldad de este siglo, no valen un racimo de

      grosella. Vos, que sois viejo, no os dais cuenta de las facultades de

      nosotros los jóvenes; juzgáis del calor de nuestros hígados con la

      amargura de vuestra bilis. Nosotros, los que estamos en todo el vigor de

      la juventud somos, a veces, lo confieso, un poco calaveras.

      LORD JUSTICIA: ¿Cómo? ¿Inscribir vuestro nombre en la lista de la

      juventud, vos, que todos los caracteres de la edad designan como un viejo?

      ¿No tenéis acaso los ojos llorosos? ¿La mano seca? ¿La mejilla

      amarillenta? ¿El vientre que aumenta? ¿No tenéis la voz rota, el aliento

      corto, la papada endeble, el espíritu simple, todas vuestras facultades,

      en fin, arruinadas por la edad? ¿Y todavía os llamáis joven? ¡Ta, ta, ta!

      !Sir John!

      FALSTAFF: Milord, nací a eso de las tres de la tarde, con la cabeza blanca

      y el vientre asaz redondo. En cuanto a la voz, la he perdido a fuerza de

      gritar y cantar antífonas. No quiero daros otras pruebas de mi juventud;

      la verdad es que soy viejo sólo por la razón y el entendimiento. Y aquel

      que quiera brincar conmigo por mil marcos, que me avance el dinero y ¡ay

      de él! En cuanto al bofetón que os dio el príncipe, os lo dio como un

      príncipe brutal y lo recibisteis como un lord sensible. Le he regañado por

      ello y el leoncillo hace penitencia, no a la verdad entre cenizas y ceñido

      el cilicio, sino vestido de seda y trincando vino añejo.

      LORD JUSTICIA: ¡Quiera el cielo dar al príncipe un compañero mejor!

      FALSTAFF: ¡Quiera el cielo dar al compañero un príncipe mejor! ¡No puedo

      zafarme de él!

      LORD JUSTICIA: Bien; el rey os ha separado ya del príncipe Enrique; me

      dicen que debéis marchar, con lord Juan de Lancaster, contra el arzobispo

      y el conde de Northumberland.

      FALSTAFF: Sí, gracias sean dadas a vuestro amable y delicioso espíritu.

      Pero a vosotros todos que os quedáis en vuestras casas besando a milady la

      Paz, os pido invoquéis al cielo en vuestras preces, a fin de que nuestros

      ejércitos no se encuentren en un día caluroso. Porque ¡vive Dios! que no

      llevo sino un par de camisas conmigo y no pretendo sudar

      extraordinariamente. Si hace calor y se me ve blandir otra cosa que la

      botella, que no vuelva a escupir blanco [59] en mi vida. Apenas asoma la

      cabeza un caso de peligro, que ya me meten dentro. Sin embargo, ¡yo no

      puedo durar eternamente! Pero esa ha sido siempre la manía de nuestra

      nación inglesa; apenas tiene algo bueno, lo emplea para todo. Si os

      obstináis en llamarme viejo, debéis dejarme reposar. ¡Quisiera el cielo

      que mi nombre no fuera tan terrible para los enemigos, como lo es!

      Preferiría que el moho me carcomiera hasta la muerte, que ser reducido a

      nada por el movimiento perpetuo.

      LORD JUSTICIA: Vamos, sed hombre de bien, sedlo y Dios bendiga vuestra

      expedición.

      FALSTAFF: ¿Vuestra señoría querría prestarme mil libras para mi equipo?

      LORD JUSTICIA: Ni un penique, ni un penique; sois demasiado impaciente

      para llevar cruces [60] ; pasadlo bien y recomendadme a mi primo

      Westmoreland.

      (Salen el Justicia Mayor y el ujier).

      FALSTAFF: Si lo hago, que me aplasten con un mazo. El hombre no puede

      separar la avaricia de la vejez ni la lujuria de la juventud; pero la gota

      martiriza al uno y el gálico pincha al otro, lo que hace superfluas mis

      maldiciones... ¡Hola, muchacho!

      PAJE: ¿Señor?

      FALSTAFF: ¿Cuánto hay en mi bolsa?

      PAJE: Siete groats y dos peniques.

      FALSTAFF: No puedo encontrar remedio contra esta consunción de la bolsa.

      Tomar prestado sólo es hacerla languidecer, pero el mal es incurable...

      Lleva esta carta a milord de Lancaster; ésta al príncipe; ésta al conde de

      Westmoreland, y ésta a la vieja mistress Ursula, a quien juro semanalmente

      desposarla, desde que apercibí el primer pelo blanco en mi barba. ¡Ya

      estás andando! Sabes donde encontrarme.

 

      (Sale el Paje). ¡Que el gálico se lleve a esta gota, o que la gota se

      lleve a este gálico! Porque una u otro danzan infernalmente en el dedo

      gordo de mi pie. No importa si cojeo, porque tengo la guerra para dar

      color a la cosa y así mi pensión parecerá más justa. Un hombre de espíritu

      debe sacar partido de todo; voy a hacer contribuir mis lacras a mi

      comodidad. (Sale) .

 

 

Escena III

 

      YORK. Una sala en el palacio del Arzobispo.

 

      (Entra el Arzobispo de York, los lores Hastings, Mowbray y Bardolfo).

      ARZOBISPO: Así, ya conocéis nuestros motivos y podéis apreciar nuestros

      recursos. Mis nobilísimos amigos, os ruego a todos que digáis francamente

      vuestras opiniones sobre nuestras esperanzas. Y vos el primero, milord

      mariscal, ¿qué pensáis?

      MOWBRAY: Apruebo las razones de nuestro levantamiento; pero quisiera que

      se me explicara más claramente, cómo, con nuestros medios, podemos oponer

      un ejército aguerrido y sólido, a las tropas y al poder del rey.

      HASTINGS: Por el momento, nuestras fuerzas, puestas en línea, alcanzan a

      veinticinco mil hombres escogidos y se esperan refuerzos considerables del

      gran Northumberland, cuyo pecho arde en el inextinguible fuego de las

      injurias recibidas.

      Bardolfo: La cuestión, lord Hastings, se reduce, pues, a esto: ¿pueden los

      veinticinco mil hombres con que contamos, hacer frente sin Northumberland?

 

      HASTINGS: Con él, lo pueden.

      Bardolfo: ¡Pardiez! esa es la verdad. Pero si nos consideramos demasiado

      débiles sin él, mi opinión es que no debemos avanzarnos más sin tener su

      ayuda a la mano; porque en una cuestión que se presenta tan sangrienta,

      las conjeturas, expectativas y suposiciones de auxilios inseguros, no

      deben admitirse.

      ARZOBISPO: Esa es la verdad neta, lord Bardolfo; en efecto, tal fue el

      caso del joven Hotspur en Shrewsbury.

      Bardolfo: Precisamente, milord; se ilusionó con la esperanza, aspiró el

      aire de una promesa de ayuda, animándose él mismo con la expectativa de un

      refuerzo que fue menor que la menor de sus ilusiones. Fue así que, con una

      imaginación desmedida, propia de la locura, llevó a los suyos a la muerte

      y, enceguecido, se precipitó él mismo en la tumba.

      HASTINGS: Pero permitidme deciros que no veo el mal en hacer el cálculo de

      probabilidades y analizar los motivos de esperanza.

      Bardolfo: Sí, lo hay, en una guerra de esta clase, cuando las fuerzas

      necesarias existen sólo en la esperanza, como esos botones que vemos

      aparecer al principio de la primavera y que ofrecen menos esperanzas de

      dar frutos que de ser consumidos por la helada. Cuando pensamos en

      edificar, estudiamos en primer término el terreno y luego levantamos el

      plano; cuando vemos la configuración de la casa, entonces calculamos los

      gastos de su construcción. Y si encontramos que sobrepasan nuestros

      recursos, ¿qué otra cosa hacemos sino volver a trazar nuestro plan en

      proporciones menores o, por fin, renunciar a edificar? Con mayor razón en

      esta grande obra (en la que se trata casi de derribar una monarquía y

      levantar otra) debemos estudiar el terreno de la situación y el plano,

      establecer cimientos sólidos y consultar los hombres idóneos, examinar

      nuestros recursos, saber cuáles son nuestras fuerzas para tal empresa y

      compararlas con las del enemigo. De otra manera, nos hacemos fuertes en el

      papel y alineamos nombres de hombres, en vez de hombres, como aquel que

      trazara un plan de edificio superior a sus medios para edificarlo y que,

      después de haber construido la mitad, renunciara a continuarlo, dejando

      sus costosos trabajos abandonados al llanto de las nubes y a la ruda

      tiranía del invierno.

      HASTINGS: Admitamos que nuestras esperanzas, a pesar de su hermosa

      concepción, mueran al nacer y que poseamos en este momento hasta el último

      soldado de los que podemos esperar, pienso que, tal como estamos, somos un

      cuerpo bastante fuerte para igualar al del rey.

      Bardolfo: ¿Cómo? ¿El rey no tiene más que veinticinco mil hombres?

      HASTINGS: Contra nosotros no más; ni aun tantos, lord Bardolfo, porque su

      ejército, en estos tiempos de tumulto, está dividido en tres cuerpos: uno

      contra los franceses y el otro contra Glendower. Por fuerza tiene que

      oponernos el tercero. Así el débil monarca se ve obligado a dividirse en

      tres y sus cofres resuenan con el hueco sonido de la pobreza y el vacío.

      ARZOBISPO: No es de temer que reúna en un solo ejército sus fuerzas

      divididas y que caiga sobre nosotros con todo el peso de su poder.

      HASTINGS: Si así lo hace, deja sus espaldas sin defensa, con los franceses

      y los galenses ladrando a sus talones. No lo temáis.

      Bardolfo: ¿Quién, según parece, debe dirigir las fuerzas contra nosotros?

      HASTINGS: El duque de Lancaster y Westmoreland; contra el Galense, él

      mismo y Harry Monmouth; pero no tengo noticias ciertas sobre el jefe que

      opone a los franceses.

      ARZOBISPO: Adelante, pues, y hagamos públicos los motivos de nuestro

      levantamiento. El pueblo está enfermo de su propia elección; su amor,

      demasiado ávido, se ha hartado. Vertiginosa e insegura habitación tiene

      aquel que edifica sobre el corazón de la plebe. ¡Oh estúpida multitud, qué

      aturdidoras aclamaciones lanzabas al cielo bendiciendo a Bolingbroke,

      antes que fuera lo que tú querías que fuese! Y ahora que estás satisfecho

      en tus propios deseos, tú, bestial glotón, estás tan harto de él, que te

      esfuerzas por vomitarlo. Así, así, bestia asquerosa, vomitaste de tu

      insaciable estómago al real Ricardo. ¿Y ahora querrías comer a aquel que

      arrojaste y le llamas con tus alaridos? ¿Qué hay de seguro en estos

      tiempos? Aquellos que, cuando Ricardo vivía, querían su muerte, están

      ahora enamorados de su tumba. Tú, que arrojabas polvo sobre su sagrada

      cabeza, cuando a través del soberbio Londres se avanzaba suspirando tras

      los admirados pasos de Bolingbroke, gritas ahora: ¡Oh, tierra, devuélvenos

      aquel rey y toma este! ¡Oh maldecidos pensamientos humanos! ¡El pasado y

      el porvenir parecen siempre mejores, el presente siempre peor! [61] .

      MOWBRAY: ¿Reuniremos nuestras tropas y entraremos en campaña?

      HASTINGS: Somos súbditos del tiempo y el tiempo ordena partir. (Salen).

 

 

Acto II

 

Escena I

 

      LONDRES. Una calle.

 

      (Entra la Posadera; Garra y su criado con ella; luego Trampa).

      POSADERA: ¿Maese Garra, habéis ya inscripto la ejecución?

      GARRA: Sí, está ya inscripta.

      POSADERA: ¿Dónde está vuestro corchete? ¿Es hombre vigoroso? ¿Irá adelante

      sin flaquear?

      GARRA: (Al criado) . A ver, pelafustán, ¿dónde está Trampa?

      POSADERA: Eso, eso, señor: ese buen maese Trampa.

      TRAMPA: (Avanzando) . Aquí estoy, aquí estoy.

      GARRA: Trampa, debemos arrestar a Sir John Falstaff.

      POSADERA: Sí, mi buen maese Trampa; ya le hemos hecho ejecutar legalmente.

 

      TRAMPA: Puede que cueste la vida a alguno de nosotros, porque se va a

      defender a puñalada limpia.

      POSADERA: ¡Día maldito! Tened mucho cuidado con él; me ha apuñaleado en mi

      propia casa, y eso de la manera más brutal. A la verdad, cuando echa el

      arma fuera, no se preocupa del mal que hace; juega de punta como un

      diablo, no perdona hombre, ni mujer, ni niño.

      GARRA: Si puedo agarrarlo bien, no me importa su arma.

      POSADERA: Ni a mí tampoco; yo os echaré una mano.

      GARRA: ¡Si puedo echarle la zarpa una sola vez y tenerlo entre estas

      tenazas!

      POSADERA: Su partida me arruina; os aseguro que tiene en casa una cuenta

      de nunca acabar. Mi buen maese Garra, agarradlo bien; no le dejéis

      escapar, mi buen maese Trampa. Va continuamente a la bocacalle, salvo

      vuestro respeto, a comprar una silla [62] ; está complicado [63] a comer

      en la Cabeza del Leopardo, en casa de maese Pulido, el mercader de sedas,

      en Lombard-Street. Os ruego, pues, ya que mi ejecución está registrada y

      mi caso tan notoriamente conocido del mundo entero, obligadle a arreglar

      cuentas. Cien marcos es una carga muy pesada para una pobre mujer sola. Y

      me he aguantado, aguantado, y me la ha pegado, pegado, que es una

      vergüenza recordarlo. Un proceder semejante es indecente, a menos que no

      se haga de una mujer un asno, una bestia, para soportar todo al primer

      pillo que llegue.

      (Entra sir John Falstaff, el Paje y Bardolfo)

      Helo aquí que viene, y con él ese pícaro redomado de nariz de malvasía,

      Bardolfo. Haced vuestro oficio, maese Garra, haced vuestro oficio, maese

      Trampa, hacedme, hacedme vuestro oficio.

      FALSTAFF: ¿Qué es esto? ¿Quién ha perdido aquí la mula? ¿De qué se trata?

      GARRA: Sir John, os arresto a requisición de Mistress Quickly.

      FALSTAFF: ¡Atrás, canalla! Desenvaina, Bardolfo, córtame la cabeza de ese

      villano y échame esa zorra al canal.

      POSADERA: ¿Echarme al canal? ¡Soy yo quien voy a echarte al canal!

      ¡Ensaya, ensaya, inmundo bastardo! ¡Homicidio! ¡Homicidio! ¡Malvado

      asesino! ¿Quieres matar a los oficiales de Dios y del rey? Eres un

      asesino, un bandido, matador de hombres y mujeres.

      FALSTAFF: Haz despejar esa canalla, Bardolfo.

      GARRA: ¡Ayuda, ayuda!

      POSADERA: Buenas gentes, dadnos un golpe de mano, o dos. ¡Ah! no quieres,

      ¿eh? ¿Con que no quieres? ¡Ahora verás, asesino, canalla!

      FALSTAFF: ¡Atrás, fregona hedionda, atrás, víbora, o te acaricio la

      catástrofe!

      (Entra el Lord Justicia Mayor y su séquito)

      LORD JUSTICIA: ¿Qué es esto? ¡Queréis cesar de alborotar!

      POSADERA: ¡Mi buen lord, sedme favorable, sostenedme, os conjuro!

      LORD JUSTICIA: ¿Cómo es esto, Sir John? ¿Qué escándalo estáis produciendo?

      ¿Es este vuestro sitio, en estos momentos, y así cumplís vuestra misión?

      Deberíais estar ya muy adelante en el camino de York. (Al corchete).

      Soltadle, muchacho, ¿por qué te aferras a él?

      POSADERA: ¡Oh! mi muy venerable lord, permítame Vuestra Gracia decirle que

      soy una pobre viuda de Eastcheap y que le prenden a mi requisición.

      LORD JUSTICIA: ¿Por qué suma?

      POSADERA: Es más que por algo [64] , milord, es por todo, por todo lo que

      poseo; me ha comido la casa y el hogar entero; ha trasladado toda mi

      substancia dentro de esa gruesa panza; pero quiero que me devuelva algo o

      he de cabalgar sobre ti todas las noches como una pesadilla.

      FALSTAFF: Me parece más probable que sería yo quien cabalgara la yegua

      [65] , por poco que me favoreciera el terreno.

      LORD JUSTICIA: ¿Qué significa eso, Sir John? ¿Qué hombre decente podría

      sufrir esta tempestad de denuestos? ¿No tenéis vergüenza de obligar a una

      pobre viuda a recurrir a esa violencia para recuperar lo que es suyo?

      FALSTAFF: (A la posadera) . ¿A qué suma asciende el total de lo que te

      debo?

      POSADERA: ¡Caramba! Tu persona y tu dinero, si fueras un hombre honrado.

      ¿No me juraste, sobre un jarro con figuras doradas, sentado en mi cuarto

      del Delfín, en la mesa redonda, cerca de un buen fuego, el miércoles de

      Pentecostés, el día en que el príncipe te rajó la cabeza porque comparaste

      a su padre con un cantor de Windsor, no me juraste, cuando estaba

      lavándote la herida, casarte conmigo y hacer de mí milady Falstaff?

      ¿Puedes negarlo? ¿Acaso en ese momento no entró Doña Sólida, la mujer del

      carnicero, y me llamó comadre Quickly? Venía a pedirme prestado un poco de

      vinagre, diciendo que tenía un buen plato de langostinos; por lo que

      deseaste comer algunos, a lo que contesté que eran malos para una herida

      abierta. ¿Y no me dijiste, cuando doña Sólida había ya bajado la escalera,

      que deseabas que no me familiarizara tanto con esa especie de gentes,

      añadiendo que antes de poco tendrían que llamarme Milady? ¿Y no me besaste

      entonces, pidiéndome te fuera a buscar treinta chelines? Ahora te exijo

      jures sobre la Sagrada Escritura si es o no cierto. Niégalo, si puedes.

      FALSTAFF: Milord, es una pobre loca; anda diciendo por todos los rincones

      de la ciudad que su hijo mayor se os parece. Ha estado en buena situación

      y la verdad es que la pobreza le ha perturbado el cerebro. Pero en cuanto

      a estos groseros corchetes me permitiréis presente una reclamación contra

      ellos.

      LORD JUSTICIA: Sir John, Sir John, conozco perfectamente vuestra manera de

      torcer la buena causa por el mal camino. No es un aspecto confiado, ese

      flujo de palabras que dejáis escapar con un descaro más que imprudente,

      que pueden desviarme de mi estricto deber; me parece que habéis abusado de

      la complaciente simplicidad de espíritu de esa mujer y la habéis

      convertido en sierva de vuestra persona tanto en cuerpo como en bienes.

      POSADERA: ¡Esa, esa es la verdad, milord!

      LORD JUSTICIA: ¡Vamos, silencio!... Pagadle lo que le debéis y reparad el

      daño que le habéis hecho. Lo primero podéis hacerlo en moneda esterlina;

      lo segundo con la penitencia de costumbre.

      FALSTAFF: Milord, no sufriré esa reprensión sin replicar. Llamáis

      imprudente descaro a la honorable franqueza. Si un hombre hace muchas

      cortesías, sin decir palabra, es virtuoso. No, milord, sin olvidar mis

      humildes deberes para con vos, no os hablaré en tono de súplica: os digo

      que deseo que se me desembarace de estos corchetes, porque el servicio del

      rey me reclama con premura.

      LORD JUSTICIA: Habláis en un tono como si tuviéseis derecho a hacer el

      mal; contestad como corresponde a vuestro carácter y satisfaced esta pobre

      mujer.

      FALSTAFF: Oyeme, posadera.

      (Toma aparte a la Posadera).

 

      (Entra Gower).

      LORD JUSTICIA: Y bien, maese Gower, ¿qué noticias?

      GOWER: El rey, milord, y el príncipe Enrique de Gales, están al llegar.

      Este papel os dirá el resto.

      FALSTAFF: (A la posadera) . ¡Palabra de caballero!

      POSADERA: No, lo mismo decíais antes.

      FALSTAFF: ¡Palabra de caballero! Vamos no hablemos más de eso.

      POSADERA: Por esta tierra cubierta de cielo que piso, me voy a ver

      obligada a empeñar toda mi plata labrada y los tapices de mis comedores.

      FALSTAFF: Vasos, vasos es todo lo que se necesita para beber; en cuanto a

      las paredes, cualquier historieta graciosa, como la del hijo pródigo o la

      cacería alemana, pintada al fresco, valen mil veces más que esas cortinas

      de cama o esas tapicerías apolilladas. Si puedes, que sean diez libras.

      Vamos, si no fueran tus humores no habría mujer que te valiera en

      Inglaterra. Ve, lávate la cara y retira tu queja. No te vuelvas a poner de

      mal humor conmigo. ¿No me conoces acaso? Vamos, ya sé que te han impulsado

      a obrar así.

      POSADERA: ¡Te ruego, sir John, que no sean más que veinte nobles! [66] Voy

      a tener que empeñar toda la vajilla, toda entera, te lo juro.

      FALSTAFF: No hablemos más de eso; buscaré otro arbitrio; serás una tonta

      toda tu vida.

      POSADERA: Bien, tendrás la suma, aunque tenga que empeñar hasta el

      vestido. Espero que vendréis a cenar a casa. ¿Me pagaréis todo junto?

      FALSTAFF: ¿Viviré? Ve con ella, ve con ella (a Bardolfo) , engatúsala,

      engatúsala.

      POSADERA: ¿Queréis que Dorotea Rompe-Sábana cene Con vos?

      FALSTAFF: Que venga y basta de charla.

      (Salen la Posadera, Bardolfo, los corchetes y el paje).

      LORD JUSTICIA: He oído mejores noticias

      FALSTAFF: ¿Qué noticias son, mi buen lord?

      LORD JUSTICIA: ¿Dónde durmió el rey la última noche?

      GOWER: En Basingstoke, señor.

      FALSTAFF: Espero, milord, que todo va bien. ¿Qué noticias hay, milord?

      LORD JUSTICIA: (A Gower) . ¿Todas sus fuerzas han regresado?

      GOWER: No; mil quinientos infantes y quinientos jinetes van a unirse a

      milord de Lancaster, para marchar contra Northumberland y el Arzobispo.

      FALSTAFF: ¿El rey vuelve del país de Gales, milord?

      LORD JUSTICIA: Os daré en breve algunas cartas; venid, venid conmigo, buen

      maese Gower.

      FALSTAFF: ¿Milord?

      LORD JUSTICIA: ¿Qué hay?

      FALSTAFF: (A Gower) Maese Gower, ¿comeréis conmigo?

      GOWER: Tengo que esperar aquí las órdenes de milord; os agradezco, buen

      Sir John.

      LORD JUSTICIA: Sir John, haraganeáis aquí demasiado, teniendo que reclutar

      soldados en los condados por donde paséis.

      FALSTAFF: ¿Queréis cenar conmigo, maese Gower?

      LORD JUSTICIA: ¿Quién es el imbécil profesor que os ha enseñado esas

      maneras, Sir John?

      FALSTAFF: (A Gower siempre) . Maese Gower, si esas maneras no me van bien,

      es un imbécil quien me las enseñó. Es la gracia perfecta de la esgrima,

      milord; golpe por golpe y a mano.

      LORD JUSTICIA: ¡Que el Señor te ilumine! ¡Eres un gran mentecato! (Salen).

 

 

Escena II

 

      LONDRES. Otra calle.

 

      (Entran el Príncipe Enrique y Poins).

      PRINCIPE ENRIQUE: Créeme que estoy excesivamente fatigado.

      POINS: ¿Cómo es posible? Nunca hubiera creído que el cansancio se

      atreviera con una persona tan altamente colocada.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Y Sin embargo, es cierto, aunque esa confesión empañe el

      esplendor de mi grandeza. ¿No es una indignidad de mi parte tener ganas de

      beber cerveza ordinaria?

      POINS: La verdad es que un príncipe no debería tener el gusto tan

      depravado para recordar ni la existencia de esa insulsa droga.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Hay que convenir entonces en que mi apetito no es de

      naturaleza real, porque te doy mi palabra que en este momento recuerdo la

      existencia de esa humilde bebida. Pero el hecho es que tan triviales

      reflexiones me harían perder el cariño a mi grandeza. ¿Qué mayor desgracia

      para mí que recordar tu nombre? ¿O reconocer mañana tu cara? ¿O tomar nota

      de cuántos pares de medias de seda tienes: a saber, éstas y aquéllas que

      en otro tiempo fueron color durazno? ¿O llevar el inventario de tus

      camisas, así: una para el diario, la otra de gala? Pero, en ese punto, el

      guardián del juego de pelota es más fuerte que yo, porque debes estar muy

      en baja marea de ropa, cuando no empuñas una raqueta allí. Si hace tiempo

      que no te entregas a ese ejercicio, ha de ser porque tus Países Bajos han

      encontrado el medio de consumir tu Holanda. Y sabe Dios si los chicuelos

      que hereden las ruinas de tu ropa blanca, heredarán el reino de los

      cielos; pero las comadronas dicen que los niños no tienen la culpa. De esa

      manera el mundo se aumenta y las parentelas se fortalecen poderosamente.

      POINS: ¡Qué mal suena, después de vuestras duras proezas, ese lenguaje

      fútil en vuestros labios! Decidme, ¿cuántos buenos jóvenes príncipes

      harían lo que hacéis, estando sus padres enfermos como está el vuestro en

      este momento?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Debo decirte una cosa, Poins.

      POINS: Sí, con tal que sea algo de primera.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: De todas maneras, siempre será muy buena para un

      espíritu de tu calibre.

      POINS: Adelante; espero a pie firme el choque de la cosa que queréis

      decirme.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien; te diré que no me conviene mostrarme triste, ahora

      que mi padre está enfermo; sin embargo, puedo decirte (como a alguien que

      se antoja, a falta de otro mejor, llamar amigo) que podría estar triste y

      bien triste a la verdad.

      POINS: No es cosa fácil, si es por esa causa.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Por mi fe que me juzgas ya tan en las buenas gracias del

      demonio, como tú o Falstaff, por lo empedernido de mi perversidad. Tiempo

      al tiempo y verás el hombre. Pero te lo digo: mi corazón sangra por

      dentro, de que mi padre esté enfermo. En una compañía tan vil como la

      tuya, he debido, naturalmente, evitar toda ostentación de dolor.

      POINS: ¿Y por qué razón?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué pensarías de mí, si me vieras llorar?

      POINS: Pensaría que eres el príncipe de los hipócritas.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Así pensaría todo el mundo. ¡Hombre feliz, que piensas

      como todo el mundo! ¡Jamás el pensamiento de un hombre siguió mejor la

      senda trillada que el tuyo! En efecto, en la idea del vulgo, debo ser un

      hipócrita. ¿Y qué es lo que determina a vuestro venerable pensamiento a

      pensar así?

      POINS: Habéis sido tan disoluto, tan estrecha vuestra vinculación con

      Falstaff.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Y contigo.

      POINS: Por la luz que nos alumbra, tengo buena reputación y puedo oír con

      las dos orejas lo que se dice de mí. Lo peor que puede decirse es que soy

      un segundón de familia y un joven con cierta habilidad de manos, y contra

      esos cargos, confieso, no tengo réplica. ¡Por la Misa! ahí viene Bardolfo.

 

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Y el muchacho que di a Falstaff. Era un cristiano cuando

      se lo entregué; mira cómo ese obeso pillo le ha transformado en mono.

      (Entran Bardolfo y el paje).

      BARDOLFO: ¡Salud a vuestra gracia!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Y a la tuya, nobilísimo Bardolfo.

      BARDOLFO: Ven aquí (al paje) virtuoso burro, bobo encogido, siempre

      ruborizándote ¿Por qué te ruborizas ahora? ¡Vaya un hombre de armas

      virginal! ¿Es tan grave asunto quitarle la virginidad a un jarro de

      cerveza?

      PAJE: Hace un momento, milord, me llamó a través de una celosía roja y no

      pude distinguir parte alguna de su cara del enrejado de la ventana. Por

      fin, apercibí sus ojos, y me pareció que había hecho dos agujeros en el

      delantal nuevo de la tabernera y que atisbaba a través.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Pues no ha aprovechado el muchacho!

      BARDOLFO: ¡Fuera de aquí, hijo de p..., conejo tieso, fuera de aquí!

      PAJE: ¡Fuera tú mismo, indecente, sueño de Altea.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Instrúyenos, muchacho; ¿qué sueño es ese?

      PAJE: Pardiez, milord, Altea soñó que había parido un tizón ardiente; por

      eso le llamo sueño de Altea [67] .

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Esa interpretación vale una corona; toma. (Le da dinero)

      .

      POINS: ¡Oh, pueda esta hermosa flor preservarse de los gusanos! Toma, aquí

      tienes seis peniques para preservarte.

      BARDOLFO: Si vuestra compañía no le conduce a la horca, defraudará al

      verdugo.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Y cómo va tu amo, Bardolfo?

      BARDOLFO: Bien, milord; supo el regreso de vuestra gracia a la ciudad;

      aquí traigo una carta para vos.

      POINS: ¡Entregada muy respetuosamente! ¿Y cómo va esa remota primavera de

      tu patrón?

      BARDOLFO: Como salud del cuerpo: bien.

      POINS: ¡Pardiez! la parte inmortal necesita médico; pero eso no le

      preocupa; por más enferma que esté, esa parte no muere.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Permito a ese lobanillo ser tan familiar conmigo como a

      mi perro; así abusa del privilegio. Ved cómo me escribe.

      POINS: (Lee) John Falstaff, hidalgo ... Todo el mundo tiene que saberlo,

      cada vez que encuentra ocasión de nombrarse. Exactamente como esos que

      tienen parentesco con el rey y que no se pinchan un dedo sin decir: ¡he

      ahí sangre real que corre! ¿Cómo así? dice alguno que afecta no

      comprender. La respuesta es tan pronta como el saludo de un petardista:

      Soy el pobre primo del rey, señor .

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí, quieren ser nuestros parientes, aunque tengan que

      remontarse hasta Japet, Pero, a la carta.

      POINS: Sir John Falstaff, hidalgo, al hijo del rey, el primero después de

      su padre, Harry, príncipe de Gales, ¡salud! ¡Parece un testimonio!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Vamos!

      POINS: Quiero imitar al honorable Romano en su brevedad... querrá decir en

      la brevedad de aliento, respiración entrecortada. Me encomiendo a ti, te

      encomiendo al cielo y te saludo. No seas muy familiar con Poins, porque

      abusa de tus favores hasta el punto de jurar que vas a casarte con su

      hermana Nelly. Arrepiéntete como puedas del tiempo mal empleado, y con

      esto, adiós.

 

      Tuyo, sí o no (según tú me trates) Jack Falstaff, para mis íntimos; John,

      para mis hermanos y hermanas, y sir John para toda la Europa.

 

      Milord, voy a empapar esta carta en vino y se la voy a hacer tragar.

 

 

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Le harás tragar veinte de sus palabras. ¿Conque es así

      que me tratas, Ned? ¿Conque debo casarme con tu hermana?

      POINS: ¡Pueda la infeliz no tener peor fortuna! Pero nunca dije eso.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Vamos, estamos jugando con el tiempo como locos y los

      espíritus de la cordura se ciernen en las nubes y se burlan de nosotros.

      ¿Está tu amo aquí en Londres?

      BARDOLFO: Sí, milord.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Dónde cena? ¿El viejo jabalí se apacienta siempre en la

      vieja pocilga?

      BARDOLFO: En el viejo sitio, milord, en Eastcheap.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿En qué compañía?

      BARDOLFO: Borrachones, milord, de la vieja escuela.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cenan algunas mujeres con él?

      BARDOLFO: Ninguna, milord, fuera de la vieja mistress Quickly y de doña

      Dorotea Rompe-Sábana.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué especie de pagana es esa?

      BARDOLFO: Una señora de pro, milord, una parienta de mi señor.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí, parienta a la manera que las vacas de la parroquia

      lo son del toro de la aldea... ¿Si les sorprendiéramos cenando, Ned?

      POINS: Soy vuestra sombra, milord; os seguiré.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Pardiez, muchacho! y tú, Bardolfo, ni una palabra a

      vuestro amo de que ya he llegado a la ciudad. Esto por vuestro silencio.

      (Les da dinero) .

      BARDOLFO: No tengo lengua, señor.

      PAJE: En cuanto a la mía, señor, la dominaré.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Adiós, pues; podéis iros. (Salen Bardolfo y el paje).

      Esta Dorotea Rompe-Sábana debe ser una vía pública.

      POINS: Os lo garantizo, tan pública como el camino de Saint Albans a

      Londres.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo podríamos ver a Falstaff esta noche mostrarse bajo

      sus verdaderos colores, sin ser vistos nosotros?

      POINS: Pongámonos chaquetas y delantales de cuero y sirvámosle a la mesa

      como si fuéramos mozos de taberna.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡De Dios a toro! ¡Grave caída! Fue el caso de Júpiter.

      ¡De príncipe a aprendiz! ¡Baja transformación! Esa será la mía, porque en

      todas las cosas, el objetivo compensa la locura. Sígueme, Ned. (Salen) .

 

 

Escena III

 

      WARKWORTH. Delante del Castillo.

 

      (Entran Northumberland, lady Northumberland y lady Percy).

      NORTHUMBERLAND: Te ruego, amada esposa, y a ti, gentil hija, dejadme dar

      libre curso a mis severos designios, no toméis la expresión de las

      circunstancias y no seais, como ellas, importunas a Percy.

      LADY NORTHUMBERLAND: No, ya he cesado, no hablaré más; haced lo que

      queráis. Que vuestra prudencia sea vuestro guía.

      NORTHUMBERLAND: ¡Ay! querida mía, mi honor está empeñado y sólo mi partida

      puede redimirlo.

      LADY PERCY: ¡No, os conjuro por la salud divina, no vais a esa guerra!

      Hubo un tiempo, padre, en que faltasteis a vuestra palabra, cuando os

      ligaban vínculos más queridos que ahora; cuando vuestro propio Percy, el

      Harry querido a mi alma, arrojó más de una mirada al Norte, para ver si su

      padre le traía sus refuerzos; pero en vano suspiró. ¿Quién os persuadió

      entonces a quedaros en vuestra casa? Hubo dos honores perdidos: el vuestro

      y el de vuestro hijo. El vuestro... ¡quiera el cielo reavivarlo

      gloriosamente! El suyo... estaba adherido a él como el sol a la bóveda

      gris del cielo y con su luz guiaba a todos los caballeros de la Inglaterra

      a los hechos brillantes. Era, a la verdad, el espejo al que la noble

      juventud se ajustaba; todos imitaban su modo de andar, y el brusco

      lenguaje, que era su defecto natural, se había convertido en el idioma de

      los bravos; porque aquellos mismos que hablaban bajo y reposadamente, se

      corrigieron de esa calidad como de una imperfección, a fin de parecérsele.

      Tanto que, en palabras, en continente, en gustos, inclinaciones, placeres,

      en disciplina militar, en humoradas, era el parangón y el espejo, la copia

      y el libro, sobre el que los demás se modelaban. ¡Y a él, a ese prodigio,

      a ese milagro de los hombres, habéis abandonado! No habéis secundado a

      aquel que nunca tuvo segundo [68] . Le dejasteis afrontar el horrible Dios

      de la guerra desventajado y sostener un campo de batalla donde sólo el eco

      del nombre de Hotspur era elemento de lucha. Así le abandonasteis. Nunca,

      ¡oh! ¡nunca hagáis a su sombra la afrenta de mantener vuestra palabra con

      más religión a los otros que a él! Dejadlos solos. El mariscal y el

      arzobispo son fuertes. ¡Si mi dulce Harry hubiera tenido la mitad de sus

      tropas, podría hoy, colgada del cuello de mi Hotspur, hablar de la tumba

      de Monmouth!

      NORTHUMBERLAND: ¡Amargo y duro tienes el corazón, mi gentil hija! Abates

      mi espíritu, haciéndole de nuevo lamentar pasados errores. Pero debo ir y

      hacer frente al peligro; si no me buscará en otra parte y me encontrará

      menos preparado.

      LADY NORTHUMBERLAND: ¡Oh! huye a Escocia, hasta que los nobles y las

      comunas armadas hayan hecho un primer ensayo de sus fuerzas.

      LADY PERCY: Si ganan terreno y obtienen ventajas sobre el rey, entonces

      uníos a ellos, como un puntal de acero, para fortalecer su pujanza; pero,

      por todo lo que amamos, dejadles que primero se ensayen ellos mismos. Así

      hizo vuestro hijo, así permitisteis que hiciera, así quedé yo viuda. Y

      jamás tendré bastante vida para regar mi recuerdo con mis lágrimas, de

      manera que crezca y se eleve tan alto como los cielos, en memoria de mi

      noble esposo.

      NORTHUMBERLAND: Vamos, vamos, entrad conmigo. Sucede a mi espíritu lo que

      a la marea cuando, llegada a su mayor altura, queda inmóvil entre dos

      direcciones. De buena gana iría a reunirme con el arzobispo, pero mil

      razones me detienen. Resuelvo ir a Escocia; allí permaneceré hasta que el

      momento y la ocasión exijan mi regreso. (Salen).

 

 

Escena IV

 

      LONDRES. Un cuarto en la Taberna del Jabalí en Eastcheap.

 

      (Entran dos mozos de taberna).

      1° MOZO: ¿Qué diablos traes ahí? ¿Peras de San Juan? [69] Bien sabes que

      sir John no puede sufrir sus tocayas.

      2° MOZO: ¡Por la Misa, que dices la verdad! Una vez, el príncipe colocó un

      plato de esas peras delante de él y le dijo que ahí había cinco sir Johns

      más; luego, sacándose el sombrero, añadió: ahora voy a despedirme de esos

      seis secos, redondos, viejos y arrugados caballeros. Eso le irritó hasta

      el alma; pero ya lo ha olvidado.

      1° MOZO: Bien, entonces tápalas, y sírvelas. Ve si puedes encontrar la

      charanga de Mosca Muerta en alguna parte; doña Rompe-Sábana oiría con

      gusto un poco de música. Despáchate; el cuarto en que van a cenar está

      demasiado caliente, van a venir ahora mismo.

      2° MOZO: El príncipe y Poins van a estar aquí dentro de un momento; van a

      ponerse dos de nuestras chaquetas y delantales de cuero. Sir John no debe

      saberlo; Bardolfo vino a decirlo.

      l° MOZO: Por la Misa que va a ser una farsa de primera, una estratagema

      excelente.

      2° MOZO: Me voy a ver si puedo encontrar a Mosca Muerta. (Sale) .

      (Entran la Posadera y Dorotea Rompe-Sábana).

      POSADERA: A fe mía, corazoncito de mi alma, me parece que estáis ahora en

      un buen y excelente temple; vuestra pulsación bate tan extraordinariamente

      [70] como el corazón puede desearlo y os garantizo que vuestro color está

      tan rojo como el de una rosa. Pero, a la verdad, habéis bebido demasiado

      Canarias, y es ese un vino maravilloso y penetrante, que os perfuma la

      sangre antes de poder decir: ¿qué es esto? ¿Cómo os encontráis?

      DOROTEA: Mejor que hace un momento...¡Hem!

      POSADERA: Vamos, tanto mejor; un buen corazón vale oro. Mirad, ahí viene

      sir John.

      (Entra Falstaff tarareando).

      FALSTAFF: Cuando Arturo vino a la Corte... Vaciad el orinal. Y era un buen

      rey...

      (Sale el mozo).

      ¿Qué tal, mistress Doll?

      POSADERA: No se encuentra bien... Unas náuseas...

      FALSTAFF: Así son todas; si no os les vais encima, se ponen malas.

      DOROTEA: ¡Canalla fangoso! ¿Es ese el consuelo que me das?

      FALSTAFF: Vos hacéis engordar a los canallas, mistress Doll.

      DOROTEA: ¡Que yo los hago engordar! Lo hincha la glotonería y la

      enfermedad, no yo.

      FALSTAFF: Si el cocinero ayuda a la glotonería, vos ayudáis a la

      enfermedad, Doll, las pescamos de vosotras, Doll, las pescamos de

      vosotras; conviene en ello, mi pobre virtud, conviene en ello.

      DOROTEA: Sí, pardiez, lo que nos pescáis son nuestras cadenas y nuestras

      alhajas.

      FALSTAFF: (Tarareando) . Vuestros broches, perlas y botones [71] . Para

      servir como un valiente, es necesario, sabéis, avanzar con firmeza,

      avanzar valientemente sobre la brecha con la pica tendida, entregarse

      valientemente al cirujano, aventurarse valientemente sobre las piezas

      cargadas...

      DOROTEA: Vete a los demonios, cenagoso congrio, ahórcate con tus manos.

      POSADERA: ¡Siempre la misma historia! No podéis estar juntos sin poneros a

      discutir en el acto. A la verdad, sois ambos tan caprichosos como dos

      tostadas secas que no pueden ajustarse una a otra.

 

      (A Dorotea). ¡Mal año! Uno debe soportar al otro y ese debe ser vos; sois

      el navío más débil, como dicen, el más vacío.

 

 

      DOROTEA: ¿Puede acaso un débil navío vacío soportar semejante tonel

      repleto? Tiene dentro todo un cargamento de Burdeos. Nunca habéis visto un

      barco con la bodega tan cargada. Vamos, seamos amigos, Jack; vas a partir

      a la guerra y si te volveré a ver o no, es cuestión que a nadie interesa.

      (Vuelve el mozo).

      MOZO: Señor, el portainsignia Pistola está ahí abajo Y desea hablaros.

      DOROTEA: ¡Que el diablo se lleve a ese camorrista! No le dejéis entrar

      aquí; es el pillo de boca más sucia que hay en Inglaterra.

      POSADERA: Si arma camorras, que no entre aquí; no, a fe mía, que tengo que

      vivir entre mis vecinos; no quiero pendencieros. Tengo buen nombre y buena

      fama entre la gente más honorable... Cerrad la puerta: aquí no me entran

      camorristas. No he vivido hasta hoy para tener camorras ahora; cerrad la

      puerta, por favor.

      FALSTAFF: ¿Puedes oírme, posadera?

      POSADERA: Os lo ruego, pacificaos, sir John; no entran pendencieros aquí.

      FALSTAFF: Pero óyeme, es mi portainsignia.

      POSADERA: ¡Ta, ta ta! no me habléis de eso, sir John. Vuestro insigne

      fanfarrón no entrará por mis puertas. Me encontraba el otro día en

      presencia de maese Tísico, el diputado, y como me dijera (no más tarde que

      el miércoles último)... Vecina Quickly -me dijo- Maese Mudo, el

      predicador, estaba también allí... Vecina Quickly , me dijo, recibid a la

      gente culta, porque, añadió, tenéis mala reputación... Bien sé yo por qué

      me decía eso... Porque, dijo, sois una mujer honrada y estimada; en

      consecuencia, tened mucho cuidado con los huéspedes que recibís. No

      recibais, dijo, gente camorrista. No entran aquí... Os habríais

      maravillado de oír a maese Tísico. ¡No, nada de camorristas!

      FALSTAFF: No es un camorrista, posadera, es un petardista inofensivo;

      podéis acariciarlo con tanta seguridad como a un perrillo faldero, no

      haría frente a una gallina de Berbería, apenas erizara ésta las plumas y

      se pusiera en defensa. Hazle subir, tú, mozo.

      POSADERA: ¿Un petardista, decís? Mi casa no está cerrada a ningún hombre

      honrado ni a ningún petardista; [72] pero no quiero camorras. Mi palabra,

      me siento mal cuando alguien habla de pendencias. Ved, señores, como

      tiemblo, mirad, os lo aseguro.

      DOROTEA: En efecto, posadera.

      POSADERA: ¿No es verdad? Sí, a fe mía, tiemblo como una hoja; no puedo

      sufrir los camorristas.

      (Entran Pistola, Bardolfo y el Paje).

      PISTOLA: Dios os guarde, sir John.

      FALSTAFF: Bienvenido, portainsignia Pistola. Vamos, Pistola, os cargo con

      una copa de Canarias; descargad sobre nuestra posadera.

      PISTOLA: Voy a descargarle dos tiros, sir John.

      FALSTAFF: Es a prueba de bala, señor mío; difícilmente podréis entrarle.

      POSADERA: No tragaré ni pruebas ni balas; no beberé sino lo que me dé la

      gana, por el placer de ningún hombre, ¿estamos?

      PISTOLA: A vos, pues, mistress Dorotea; preparaos, que os cargo.

      DOROTEA: ¿Cargarme a mí? Te desprecio, asqueroso bribón. ¿Cómo? ¡Vos,

      mendigo, vil pillete, canalla, tramposo, harapiento! ¡Atrás, villano

      mohoso, atrás! Este bocado es para tu amo.

      PISTOLA: ¡Nos conocemos, Dorotea!

      DOROTEA: ¡Fuera de aquí, vil ratero, inmundo tarugo, fuera de aquí! Por

      este vino, que os encajo el cuchillo en ese cachete enmohecido si os

      atrevéis conmigo. ¡Fuera, botellón de cerveza! ¡Truhán repleto de

      imposturas ¿Desde cuándo, señor mío? ¿Y todo por esas charreteras en los

      hombros? ¡Gran cosa!

      PISTOLA: Eso merece que te estruje la gorguera.

      FALSTAFF: Basta, Pistola; no quiero que estalléis aquí. Descargaos fuera

      de nuestra compañía, Pistola.

      POSADERA: No, mi buen capitán Pistola; aquí no, mi querido capitán.

      DOROTEA: ¡Capitán! Abominable y maldecido estafador, ¿no tienes vergüenza

      de oírte llamar capitán? Si los capitanes fueran de mi opinión, te

      apalearían por engalanarse con ese título antes de ganarlo. ¡Tú capitán,

      villano! ¿Y por qué? ¿Por haber maltratado una pobre p... en un burdel?

      ¡Capitán, él! ¡Que te ahorquen, canalla! Un hombre que vive de ciruelas

      podridas y de galleta seca. ¡Un capitán! Estos bellacos concluirán por

      hacer la palabra capitán tan odiosa como la palabra poseer , que era una

      excelente y buena palabra antes de ser mal empleada. Los capitanes

      deberían prestar atención a esto.

      BARDOLFO: Vamos, desciende, te lo ruego, buen porta.

      FALSTAFF: Escucha, Dorotea.

      PISTOLA: ¡Que no me voy! Te lo declaro, caporal Bardolfo; la voy a hacer

      pedazos, me voy a vengar sobre ella!

      PAJE: Te lo ruego, vete.

      PISTOLA: Primero quiero verla condenada, en el maldito lago de Plutón, en

      el abismo infernal, en brazos del Erebo y en las más viles torturas.

      ¡Retirad líneas y anzuelos, digo! ¡Fuera! ¡Fuera, perros!¡Fuera,

      traidores! ¿No tenemos a Irene aquí? [73]

      POSADERA: Buen capitán Pistola, tranquilizaos; es ya muy tarde; os lo

      ruego, agravad vuestra cólera.

      PISTOLA: ¡Vaya una broma! ¿Acaso las bestias de carga, rocines de Asia

      hartos y huecos, incapaces de andar treinta millas al día, pueden

      compararse con los Césares y los Caníbales [74] y los Griegos Troyanos?

      No, antes sean condenados con el rey Cerbero y que ruja el cielo. [75]

      ¿Vamos a rompernos el alma por tales nimierías?

      POSADERA: ¡Por mi alma, capitán, son esas palabras muy amargas!

      BARDOLFO: Vamos, partid, buen porta; aquí va a haber barullo.

      PISTOLA: ¡Que los hombres mueran como perros! ¡Que las coronas se den como

      alfileres! ¿No tenemos a Irene aquí?

      POSADERA: Mi palabra, capitán, que no tenemos aquí nada semejante. ¡Mal

      año! ¿Creéis que lo negaría? ¡En nombre del cielo, calmaos!

      PISTOLA: Entonces come y engorda, bella Calípolis. Vamos, dame un poco de

      vino. Si fortuna me tormenta, sperato me contenta. [76]

 

      ¡Tener las andanadas, nosotros? ¡No, que el diablo haga fuego! Dadme de

      beber; y tú, mi dulce bien, reposa aquí a mi lado. (Coloca su espada en el

      suelo) . ¿Pondremos punto final aquí? ¿Los etcétera no valen nada?

 

 

      FALSTAFF: ¡Pistola, quiero estar tranquilo!

      PISTOLA: Suave hidalgo, beso tu puño... ¡Bah! hemos visto los siete

      astros.

      DOROTEA: Echadlo escaleras abajo; no puedo aguantar este enfático bribón.

      PISTOLA: ¡Echadlo escaleras abajo! ¿Cómo? ¿No conocemos acaso las jacas

      galenses? [77]

      FALSTAFF: Hazlo rodar, Bardolfo, como un tejo. Si no hace nada aquí sino

      decir sandeces, está aquí de más.

      BARDOLFO: Vamos, baja.

      PISTOLA: ¿Cómo? ¿Vamos a proceder a las incisiones? ¿Empiezan las

      sangrías? (Desnudando la espada) . ¡Que la muerte me arrebate dormido y

      abrevie mis tristes días! ¡Que crueles, profundas y anchas heridas

      desenmarañen el copo de las tres hermanas! [78] ¡A mí, Atropos, a mí!

      POSADERA: ¡Qué gresca colosal!

      FALSTAFF: Muchacho, dame mi espada.

      DOROTEA: Te ruego, Jack, te ruego, no desenvaines!

      FALSTAFF: (Desenvainando y empujando a Pistola) . ¡A ver si me bajas la

      escalera!

      POSADERA: ¡Esto se llama un tumulto de verdad! Voy a renunciar a tener

      casa antes de volver a pasar por estos trances y terrores. Eso es un

      homicidio, estoy segura! ¡Por favor, por favor, envainad esas espadas

      desnudas!

      (Salen Pistola y Bardolfo).

      DOROTEA: Te suplico, Jack, tranquilízate; ese pillo se ha ido. ¡Qué

      valiente p... [79] querido eres, Jack!

      POSADERA: ¿No estáis herido en la ingle? Me pareció que te tiraba un

      puntazo traidor a la barriga.

      (Vuelve Bardolfo).

      FALSTAFF: ¿Le habéis echado fuera?

      BARDOLFO: Sí, señor. El bribón está borracho. Le habéis herido en el

      hombro, señor.

      FALSTAFF: ¡Semejante pillete, atrevérseme!

      DOROTEA: ¡Briboncillo querido! ¡Pobre monino, cómo sudas! ¡Deja que te

      enjugue la cara... ¡Ven ahora, canalla! ¡Ah bandido, te amo en verdad!

      Eres tan valeroso como Héctor de Troya, más que cinco Agamenones y diez

      veces más que los nueve héroes. ¡Ah villano!

      FALSTAFF: ¡Miserable esclavo! ¡Voy a darle un manteo!

      DOROTEA: ¡Hazlo, si tienes corazón; si lo haces, te recompensaré entre dos

      sábanas!

      (Entra la música).

      PAJE: Ha llegado la música, señor.

      FALSTAFF: Pues que toque; tocad, maestros. Siéntate en mis rodillas, Doll.

      ¡Inmundo fanfarrón! Se me escapó de entre las manos como azogue.

      DOROTEA: Es cierto, por mi fe y tú le seguías como una iglesia! ¡Ah mi

      gentil p..., lechoncillo de San Bartolo [80] , ¿cuándo cesarás de pelear

      durante el día y estoquear por la noche y empezarás a empaquetar tu

      vetusta persona para el otro mundo?

      (Entran por el fondo de la escena el príncipe Enrique y Poins disfrazados

      de mozos de taberna).

      FALSTAFF: Calla, mi buena Doll. No me hables como una calavera; [81] no me

      hagas recordar mi última hora...

      DOROTEA: Dime, ¿qué carácter tiene el príncipe?

      FALSTAFF: Un buen muchacho insignificante; habría sido un buen panetero,

      un buen peón de molino.

      DOROTEA: Dicen que Poins es muy espiritual.

      FALSTAFF: ¡El, espiritual! ¡El diablo se lleve ese macaco! Tiene el

      espíritu más espeso que la mostaza de Tewkesbury; no hay en él más

      imaginación que en un mazo.

      DOROTEA: ¿Y por qué le quiere tanto el príncipe?

      FALSTAFF: Porque ambos tienen las piernas del mismo tamaño; y juega bien

      al tejo; y come congrio con hinojo; [82] y traga cabos de vela como fruta

      en aguardiente; [83] y cabalga en un palo como los chiquillos; salta a pie

      junto por encima de los bancos; y blasfema con gracia; y se calza muy

      justo, como pierna de muestra; y no promueve riñas contando historias

      secretas; y, en fin, porque tiene otras facultades de mono, que atestiguan

      un espíritu mezquino y un cuerpo flexible. Por eso el príncipe le admite a

      su lado; porque el príncipe mismo es otro que le vale. Si se pesaran, el

      peso de un cabello haría inclinar la balanza.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Y no cortaremos las orejas a esa maza de rueda?

      POINS: Vamos a darle de palos delante de su p...

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Mira si el marchito viejo no tiene la cabeza pelada

      como un loro!

      POINS: ¿No es extraño que el deseo sobreviva tanto tiempo a la facultad de

      satisfacerlo?

      FALSTAFF: Bésame, Doll.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Saturno y Venus en conjunción este año! ¿Qué dice de

      eso el almanaque?

      POINS: (Señalando a Bardolfo y a la posadera) ¡Mirad ese triángulo de

      fuego, su escudero, lamiendo los archivos de su amo, su libro de notas, su

      consejera!

      FALSTAFF: Me besoteas con adulonería.

      DOROTEA: No, en verdad; te beso de todo corazón.

      FALSTAFF: ¡Soy viejo, soy viejo!

      DOROTEA: Te quiero más que a cualesquiera de esos mocosuelos.

      FALSTAFF: ¿De qué tela quieres tener un vestido? Recibiré dinero el

      jueves; mañana tendrás una gorra. ¡Vamos, una alegre canción! Se hace

      tarde; vamos a acostarnos... ¿Cuando no esté aquí, me vas a olvidar?

      DOROTEA: Por mi vida que me vas a hacer llorar si me repites eso. Verás si

      me pueden probar que me haya acicalado una sOla vez antes de tu vuelta.

      Vamos, oye el final de la canción.

      FALSTAFF: Vino, Paco.

      PRÍNCIPE ENRIQUE Y POINS: (Avanzando) . ¡Al instante, al instante, señor!

      FALSTAFF: (Observándoles) . ¡Ah ah! ¡Un bastardo del rey! ¿Y tú no eres un

      hermano de Poins?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh! globo de continentes impuros, ¿no tienes vergüenza

      de la vida que haces?

      FALSTAFF: Mejor que la tuya; yo soy caballero; tú un arrancado mozo de

      taberna.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Exactísimo; he venido a arrancarte de aquí por las

      orejas.

      POSADERA: ¡Que el Señor preserve tu gracia! ¡Por mi alma bienvenido a

      Londres! ¡Que el Señor bendiga tu dulce cara! ¡Jesús mío! ¿Habéis vuelto,

      pues, del país de Gales?

      FALSTAFF: ¡Oh, h... de p..., compuesto de locura y majestad, por esta

      flaca carne y corrompida sangre (poniendo la mano sobre Dorotea) ,

      bienvenido seas!

      DOROTEA: ¿Cómo, gordo indecente? ¡Te desprecio!

      POINS: Quiere alejar vuestra venganza y echarlo todo a chacota; no os

      descuidéis.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Inmunda mina de sebo, ¿qué viles palabras sobre mí has

      pronunciado hace un momento delante de esta honesta, virtuosa damisela?

      POSADERA: ¡Bendito sea vuestro buen corazón! Todo eso es, en verdad.

      FALSTAFF: ¿Me has oído tú?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Sí; me habrás reconocido, sin duda, como el día que

      echaste a correr en Gadshill; sabrías que estaba detrás de ti y has

      hablado de esa manera para probar mi paciencia.

      FALSTAFF: No, no, no, no es así; no creía que pudieras oírme.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Entonces voy a obligarte a confesar la premeditación del

      insulto y entonces sabré cómo tratarte.

      FALSTAFF: No ha habido insulto, Harry, palabra de honor, que no ha habido

      insulto.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Que no? ¿Y no me has denigrado? ¿No me has llamado

      panetero, peón de molino y no sé qué más?

      FALSTAFF: No ha habido insulto, Hal.

      POINS: ¡Que no ha habido insulto!

      FALSTAFF: Ningún insulto, Ned; ninguno, honesto Ned. Le he despreciado

      ante los malvados a fin de que los malvados no le cobren afección; lo que

      me he conducido como un amigo cariñoso y un súbdito fiel, por lo que tu

      padre me debe dar las gracias. Ningún insulto, Hal; ninguno, Ned. Ni

      sombra de insulto, muchachos.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Y ahora, por miedo puro, simple cobardía, injurias a

      esta virtuosa damisela para reconciliarte con nosotros. ¿Es ella uno los

      malvados? ¿Lo es tu posadera, aquí presente? ¿Lo es este muchacho? ¿El

      honesto Bardolfo, cuyo celo arde en su nariz, es también de los malvados?

      POINS: ¡Contesta, viejo olmo muerto, contesta!

      FALSTAFF: El diablo ha echado ya la garra sobre Bardolfo de una manera

      irrevocable; su cara es la cocina privada de Lucifer, en la que asa sin

      cesar borrachones. En cuanto al muchacho, si bien tiene un ángel bueno

      cerca de él, también el demonio le domina.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: En cuanto a las mujeres...

      FALSTAFF: Una de ellas está en el infierno hace rato y allí arde, ¡la

      pobre alma! En cuanto a la otra, le debo dinero; si por eso debe ser

      condenada, lo ignoro.

      POSADERA: No, te lo garantizo.

      FALSTAFF: No, no creo que lo seas. Creo que por ese lado puedes estar

      tranquila; pero hay otro motivo grave contra ti y es permitir comer carne

      en tu casa, contra lo que manda la ley; por lo que me parece que vas a

      aullar.

      POSADERA: Todos los fondistas hacen lo mismo. ¿Qué son uno o dos cuartos

      de carnero en toda una cuaresma?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Vos, gentil dama...

      DOROTEA: ¿Qué dice vuestra gracia?

      FALSTAFF: Su gracia dice algo contra lo que su carne se rebela.

      POSADERA: ¿Quién golpea tan fuerte la puerta? Ve a ver, Paco.

      (Entra Peto)

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Peto! ¿Qué hay? ¿Qué noticias?

      PETO: El rey vuestro padre está en Westminster y hay allí veinte

      mensajeros llegados del Norte casi exhaustos; al venir aquí, he encontrado

      y dejado atrás una docena de capitanes, sin sombrero, sudorosos, que

      golpeaban a las puertas de las tabernas, preguntando a todo el mundo por

      sir John Falstaff.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Por el cielo, Poins que me encuentro culpable en

      profanar tan locamente el tiempo precioso, cuando la tormenta del

      desorden, como el viento del Sud que negros vapores arrastra, empieza a

      caer sobre nuestras cabezas desnudas y desarmadas! Dame mi espada y mi

      capa. Buenas noches, Falstaff.

      (Salen el Príncipe Enrique, Poins, Peto y Bardolfo).

      FALSTAFF: ¡Y ahora que llegaba el trozo apetecible de la noche, tener que

      partir sin comerlo! (Llaman a la puerta) . ¿Otra vez golpean?

      (Vuelve Bardolfo).

      Y bien, ¿qué es lo que hay?

      BARDOLFO: Debéis ir a la corte inmediatamente, señor; una docena de

      capitanes os esperan ahí abajo.

      FALSTAFF: (Al paje) . Paga a los músicos, pillete. Adiós, posadera. Adiós,

      Doll. Ya veis, muchachos, como los hombres de mérito son rebuscados; los

      inservibles pueden dormir, cuando el hombre de acción es solicitado.

      Adiós, mis buenas criaturas. Si no me expiden de prisa, os volveré a ver

      aquí antes de partir.

      DOROTEA: ¡No puedo hablar! ¡Si mi corazón no está por estallar!... ¡Adiós,

      mi Jack adorado, cuídate mucho!

      FALSTAFF: ¡Adiós, adiós!

      (Salen Falstaff y Bardolfo).

      POSADERA: ¡Adiós! Hará, para los guisantes verdes, veintinueve años que te

      conocí. ¡Un hombre más honorable y de corazón más sincero!... ¡Vamos,

      adiós!

      BARDOLFO: (De dentro). ¡Doña Rompe-Sábana!

      POSADERA: ¿Qué hay?

      BARDOLFO: (De dentro) . Decid a doña Rompe-Sábana que venga adonde está mi

      amo.

      POSADERA: ¡Corre, Doll, corre; corre, buena Doll!

      (Salen)

 

 

Acto III

 

Escena I

 

      EN EL PALACIO REAL.

 

      (Entra el Rey Enrique, en traje de interior y un paje).

      REY ENRIQUE: Ve a llamar a los condes de Surrey y de Warwick; pero, antes

      de venir, diles que lean estas cartas y que presten mucha atención a su

      contenido. Ve aprisa.

      (Sale el paje).

      ¡Cuántos millares de mis humildes súbditos duermen a esta hora! Sueño,

      dulce sueño, suave nodriza de la naturaleza, ¿qué espanto te he causado,

      no quieres ya cerrar mis párpados y empapar mis sentidos en el olvido?

      ¿Por qué, ¡oh sueño! prefieres y te complaces en las chozas ahumadas,

      tendido sobre incómodos jergones, adormecido por el zumbar de los insectos

      nocturnos, en vez de las perfumadas moradas de los grandes, bajo doseles

      de lujosa pompa, arrullado por los sonidos de la más dulce melodía? ¡Oh

      torpe dios! ¿Por qué reposas con el miserable, sobre lechos infectos, y

      abandonas la cama real, como la garita del centinela o la atalaya de la

      campana de alarma? Vas hasta lo alto de los mástiles a cerrar los ojos

      vertiginosos del grumete y a mecer su cabeza en la ruda cuna de la mar

      imperiosa, bajo el empuje de los vientos que toman las olas brutales por

      la cima, rizan sus cabezas montruosas y las suspenden a las nubes

      fugitivas entre clamores que atruenan, estruendo que despierta a la muerte

      misma. ¿Puedes, ¡oh parcial sueño!, dar tu reposo en hora tan ruda al

      grumete aterido y, en la noche más serena y más tranquila, en medio de las

      comodidades y regalos del lujo, lo rehúsas a un rey? ¡Reposad en paz,

      humildes felices! ¡Inquieta vive la cabeza que lleva una corona! [84] .

      (Entran Warwick y Surrey).

      WARWICK: ¡Mil días felices a vuestra majestad!

      REY ENRIQUE: ¿Cómo? ¿Ya el buen día milord?

      WARWICK: Es más de la una de la mañana.

      REY ENRIQUE: Entonces, felices a vosotros todos, milords. ¿Habéis leído

      las cartas que os he enviado?

      WARWICK: Sí, mi señor.

      REY ENRIQUE: Veis, pues, en qué estado deplorable está el cuerpo de

      nuestro reino y qué mal acerbo y peligroso le ataca cerca del corazón.

      WARWICK: No es aún más que un cuerpo perturbado, que puede recuperar su

      fuerza primitiva con buenas resoluciones y remedios ligeros; milord

      Northumberland se enfriará pronto.

      REY ENRIQUE: ¡Oh cielos! ¡Si pudiera leer el libro del destino y ver las

      revoluciones de los tiempos allanar las montañas, y el continente, cansado

      de su sólida firmeza, fundirse en el mar! ¡O, en otras épocas, la húmeda

      cintura del océano ensancharse hasta aislar el cuerpo de Neptuno! ¡No

      poder ver todas las ironías de la suerte y de cuantos licores variados la

      fortuna llena la copa del azar. Si todo esto pudiera verse, el joven más

      feliz, viendo el camino a recorrer, querría cerrar el libro, tenderse y

      morir. No han transcurrido diez años que Ricardo y Northumberland, grandes

      amigos, se regalaban juntos; dos años después, estaban en guerra. Sólo

      hace ocho años, ese Percy era el hombre más cerca de mi alma; como un

      hermano me ayudaba en mis trabajos, ponía a mis pies su amor y su vida y

      hasta iba, por mi causa, ante los ojos mismos de Ricardo a arrojarle un

      cartel. ¿Pero cuál de vosotros estaba allí? (A Warwick) . Vos, primo

      Nevil, lo recuerdo; cuando Ricardo, con los ojos llenos de lágrimas,

      vilipendiado e injuriado por Northumberland, dijo estas palabras, que el

      tiempo ha hecho proféticas: Northumberland, tú, la escala por la que mi

      primo Bolingbroke sube a mi trono (el cielo sabe que no tenía entonces tal

      intención; pero la necesidad inclinó tanto el Estado, que la grandeza y yo

      nos vimos compelidos a besarnos) ; el tiempo vendrá , continuó, el tiempo

      vendrá en que este crimen odioso, formando absceso reventará en

      corrupción! Y siguió hablando, profetizando los sucesos de esta época, y

      la ruptura de nuestra amistad.

      WARWICK: Se encuentra siempre en la vida de los hombres algún

      acontecimiento que representa el estado de los tiempos extinguidos;

      observándolo, un hombre puede predecir, casi sin errar, los principales

      azares de las cosas que aún no han venido a la vida y que, en su germen y

      débil comienzo, yacen atesorados. Esas cosas son el huevo y la progenie

      del porvenir. Así por la formación necesaria de éstas, el rey Ricardo ha

      podido crear un perfecto vaticinio de que el gran Northumberland, falso

      entonces para con él, llegaría, por esa semilla a una traición mayor, que

      no encontraría terreno para arraigarse sino en vuestro daño.

      REY ENRIQUE: ¿Esas cosas, entonces, son necesidades? ¡Vengan, pues, como

      tales! Y es la misma palabra que nos apura, en este momento; se dice que

      el obispo y Northumberland disponen de cincuenta mil hombres.

      WARWICK: No puede ser, milord. El rumor, semejante a la voz y al eco,

      dobla el número de los que se temen. Quiera vuestra gracia acostarse. Por

      mi vida, milord, las fuerzas que ya habéis enviado conseguirán esa

      victoria bien fácilmente. Para tranquilizaros más aún, he recibido un

      informe fidedigno de que Glendower ha muerto. Vuestra Majestad ha estado

      indispuesto desde hace dos semanas y esta vigilia inusitada agravará

      forzosamente vuestro mal.

      REY ENRIQUE: Seguiré vuestro consejo. Cuando no tengamos entre manos estas

      querellas intestinas, amigos queridos, partiremos a Tierra Santa. (Salen)

 

 

 

Escena II

 

      Un patio delante de la casa del Juez Trivial, en el Gloucestershire.

 

      (Entran Trivial y Silencio por diferenes lados; luego Mohoso, Sombra,

      Verruga, Enclenque, Becerro y criados que se mantienen en el fondo de la

      escena). [85]

      TRIVIAL: ¡Adelante, adelante, adelante; dadme la mano; un buen madrugador,

      por la Santa Cruz! ¿Y cómo va mi buen primo Silencio?

      SILENCIO: Buen día, buen primo Trivial.

      TRIVIAL: ¿Y cómo va mi prima, vuestra compañera de cama? ¿Y vuestra

      brillante hija y mía, mi ahijada Elena?

      SILENCIO: ¡Ay! un mirlo, primo Trivial.

      TRIVIAL: Por sí o por no, señor, me atrevo a decir que mi primo Guillermo

      está hecho un buen estudiante. Está siempre en Oxford, ¿no es así?

      SILENCIO: Cierto, señor, a mi costa.

      TRIVIAL: Pronto irá, pues, a la escuela de derecho. Yo estuve en la de San

      Clemente, donde pienso que todavía se ha de hablar de este loco de

      Trivial.

      SILENCIO: Os llamaban entonces el fornido Trivial, primo.

      TRIVIAL: ¡Por la misa, me daban mil nombres! Porque, en efecto, habría

      hecho cualquier cosa y sin el menor reparo. Eramos yo, el pequeño Juan

      Sueldo de Staffordshire, el negro Jorge Raído, Paco Roedor y Will Squele,

      un muchacho de Costwold; [86] no habríais encontrado en todo el colegio

      cuatro matasietes como nosotros; y puedo decir que bien sabíamos dónde

      estaban las buenas faldas; teníamos lo mejor de entre ellas a nuestra

      disposición. Entonces Jack Falstaff, hoy sir John, era un niño y paje de

      Tomás Mowbray, duque de Norfolk. [87]

      SILENCIO: ¿Ese sir John, primo, que va a venir en busca de reclutas?

      TRIVIAL: El mismo sir John, el mismísimo. Le vi rajar la cabeza a Skogan

      [88] en la puerta del colegio, cuando era un mocoso de este tamaño; y el

      mismo día me batí con un Sansón Stockfish, un frutero, detrás de la posada

      de Gray. ¡Oh los locos días pasados! ¡Y ver cuántas de mis viejas

      relaciones han muerto!

      SILENCIO: Todos hemos de seguir, primo.

      TRIVIAL: Sin duda, sin duda; seguramente, seguramente. La muerte, como

      dice el Salmista, es segura para todos. Todos morirán. ¿Cuánto una buena

      yunta de bueyes en la feria de Stamfort?

      SILENCIO: A la verdad, primo, no he estado allí.

      TRIVIAL: La muerte es segura... ¿Vive aún el viejo Double de vuestra

      ciudad?

      SILENCIO: Ha muerto, señor.

      TRIVIAL: ¡Muerto! ¡Toma! ¡Toma! ¡Tiraba tan bien el arco! ¡Y muerto! Hacía

      unos golpes excelentes; Juan de Gante le quería bien y apostaba mucho

      dinero por él. ¡Muerto! Habría dado en el blanco a doscientos cuarenta

      pasos; [89] lanzaba una flecha a doscientos ochenta, hasta doscientos

      noventa mismo, de tal manera que alegraba el corazón verle... ¿Cuánto la

      veintena de ovejas?

      SILENCIO: Depende de cómo son; una veintena de buenas ovejas puede valer

      diez libras.

      TRIVIAL: ¡Y el viejo Double ha muerto!

      (Entran Bardolfo y otro con él).

      SILENCIO: Ahí vienen dos de los hombres de sir John Falstaff, según creo.

      BARDOLFO: Buenos días, honorables caballeros. ¿Cuál de vosotros es, os

      ruego, el Juez Trivial?

      TRIVIAL: Yo soy Roberto Trivial, señor, un pobre hidalgo de este condado y

      uno de los jueces de paz del rey. ¿Qué se os ofrece de mí?

      BARDOLFO: Mi capitán, señor, os presenta sus cumplimientos; mi capitán,

      sir John Falstaff, un apuesto caballero, ¡por el cielo! y un muy bravo

      oficial.

      TRIVIAL: Me congratulo en extremo, señor; le he conocido como un hombre de

      armas excelente. ¿Cómo va el buen caballero? ¿Puedo preguntar cómo va

      milady su esposa?

      BARDOLFO: Perdón, señor; pero un soldado se acomoda mejor sin mujer.

      TRIVIAL: Bien dicho, a fe mía, señor; perfectamente dicho. ¡Se acomoda

      mejor! ¡Excelente! Es la pura verdad: una buena frase es seguramente y

      siempre fue recomendable. ¡Acomoda! ¡Eso viene de accommodo ; muy bien;

      buena frase!

      BARDOLFO: Perdón, señor; he oído esa palabra. ¿Frase, la llamáis?

      ¡Pardiez! No conozco la frase; pero mantendré con mi espada que esa

      palabra es una palabra militar y digna de todo respeto. ¡Se acomoda! Esto

      es, cuando un hombre, como se dice... se acomoda, o cuando se encuentra en

      un estado en que, puede decirse, que... se acomoda; lo que es una cosa

      excelente.

      (Entra Falstaff) .

      TRIVIAL: Justísimo; pero ved, he aquí al buen Sir John. Dadme vuestra

      buena mano, dadme la buena y excelente mano de vuestra señoría. Por mi

      alma, tenéis un soberbio aspecto y lleváis los años admirablemente;

      bienvenido, buen Sir John.

      FALSTAFF: Encantado de veros en buena salud, mi querido señor Roberto

      Trivial. ¿El señor Carta-Segura, creo?

      TRIVIAL: No, Sir John; es mi primo Silencio, mi compañero de comisión.

      FALSTAFF: Querido Silencio, os sienta muy bien ese empleo de paz.

      SILENCIO: Bienvenida Vuestra Señoría.

      FALSTAFF: ¡Ouf! ¡Hace un tiempo muy caluroso! Caballeros, ¿me habéis

      encontrado aquí una media docena de hombres aptos para el servicio?

      TRIVIAL: Por mi fe que sí, señor. ¿Queréis sentaros?

      FALSTAFF: Os ruego que los hagáis ver.

      TRIVIAL: ¿Dónde está la lista? ¿Dónde está la lista? ¿Dónde está la lista?

      A ver, a ver; eso es, eso es. ¡Pardiez, aquí está, señor... Rodolfo

      Mohoso! Que todos se presenten a medida que les llame. Que ninguno falte,

      que ninguno falte. A ver, ¿dónde está Mohoso?

      MOHOSO: Aquí, con vuestro permiso.

      TRIVIAL: ¿Qué os parece, Sir John? Un mocetón bien plantado, joven, fuerte

      y de buena familia.

      FALSTAFF: ¿Te llamas Mohoso?

      MOHOSO: Sí, con vuestro permiso.

      FALSTAFF: Entonces hay que hacerte servir pronto.

      TRIVIAL: ¡Ha! ¡ha! ¡ha! Excelente palabra de honor. ¡Lo que está mohoso

      hay que emplearlo pronto! ¡Eso es particularmente excelente! Bien dicho,

      Sir John, por mi fe; muy bien dicho.

      FALSTAFF: (A Trivial) . Apuntadlo.

      MOHOSO: Ya me han pinchado bastante [90] ; bien podíais dejarme en paz. Mi

      vieja patrona va a desesperarse, sin tener quien le haga la labranza y las

      bajas faenas. No necesitabais apuntarme: hay otros hombres más a propósito

      que yo para marchar.

      FALSTAFF: ¡Vamos, silencio, Mohoso! Partiréis, Mohoso, ya es tiempo que

      seais utilizado.

      MOHOSO: ¡Aniquilado! [91] .

      TRIVIAL: Silencio, patán, silencio. Pasad a este lado. ¿Sabéis dónde

      estáis? A los otros, Sir John. ¡A ver... Simón Sombra!

      FALSTAFF: Pardiez, dadme ese para sentarme debajo. Ese parece ser un

      soldado fresco.

      TRIVIAL: ¿Dónde está Sombra?

      SOMBRA: Aquí, señor.

      FALSTAFF: Sombra, ¿de quién eres hijo?

      SOMBRA: Hijo de mi madre, señor.

      FALSTAFF: ¡Hijo de tu madre! Es muy probable. Y la sombra de tu padre;

      así, el hijo de la hembra es la sombra del macho. ¡Es el caso frecuente,

      en verdad, porque el padre pone tan poco de su parte!

      TRIVIAL: ¿Os conviene, Sir John?

      FALSTAFF: Sombra servirá para el verano; apuntadlo. Tenemos muchas sombras

      para llenar el libro de revista.

      TRIVIAL: ¡Tomás Verruga!

      FALSTAFF: ¿Dónde está?

      VERRUGA: Aquí, señor.

      FALSTAFF: ¿Te llamas Verruga?

      VERRUGA: Si, señor.

      FALSTAFF: Eres una verruga bien andrajosa.

      TRIVIAL: ¿Lo apunto, Sir John?

      FALSTAFF: Sería superfluo, porque tiene el equipo sobre la espalda y toda

      la máquina reposa sobre alfileres; no le apuntéis.

      TRIVIAL: ¡Ha! ¡ha! ¡ha! Como gustéis señor, como gustéis. ¡Os felicito!

      ¡Francisco Enclenque!

      ENCLENQUE: Aquí estoy, señor.

      FALSTAFF: ¿Qué oficio tienes, Enclenque?

      ENCLENQUE: Sastre para mujeres, señor.

      TRIVIAL: ¿Debo apuntarle, señor?

      FALSTAFF: Podéis hacerlo; pero, si hubiera sido sastre para hombres, es él

      quien os hubiera dado puntadas [92] . ¿Harás tantos agujeros en las filas

      enemigas como has hecho en las sayas mujeriles?

      ENCLENQUE: Haré lo que pueda, señor; no podéis pedirme más.

      FALSTAFF: ¡Bien dicho, buen sastre femenino! ¡Bien dicho, valiente

      Enclenque! Serás tan valeroso como el palomo enfurecido o el ratón más

      magnánimo; apuntad bien al sastre de mujeres, maese Trivial; marcadle

      bien.

      ENCLENQUE: Habría deseado que Verruga partiera también, señor.

      FALSTAFF: Habría deseado que fueses sastre para hombres; así podrías

      haberlo corregido y arreglarlo como para partir. No puedo hacer simple

      soldado un hombre que tiene a la espalda un escuadrón tan numeroso. Eso

      debe bastarte, pujante Enclenque.

      ENCLENQUE: Bastará, señor.

      FALSTAFF: Muchísimas gracias, reverendo Enclenque. ¿Cuál sigue?

      TRIVIAL: Pedro Becerro, de la pradera.

      FALSTAFF: Pues a ver ese becerro.

      BECERRO: Aquí está, señor.

      FALSTAFF: ¡Vive Dios! He ahí un mocetón bien plantado. Apuntarme ese

      becerro hasta que muja.

      BECERRO: ¡Ah, milord! Mi buen lord capitán...

      FALSTAFF: ¿Cómo, no te han apuntado todavía y ya estás mugiendo?

      BECERRO: ¡Oh, milord, soy un hombre enfermo, señor.

      FALSTAFF: ¿Qué enfermedad tienes?

      BECERRO: Un j... resfriado, señor; una tos que he pescado a fuerza de

      repicar por los asuntos del rey, el día de su coronamiento.

      FALSTAFF: Bueno, irás a la guerra de bata colchada; ya te quitaremos tu

      resfriado y nos arreglaremos de manera a que tus amigos repiquen por ti.

      ¿Están todos aquí?

      TRIVIAL: Hay dos más que han sido citados con exceso del número que os

      corresponde; sólo debéis tomar cuatro aquí, señor. Y ahora, os ruego que

      comáis conmigo.

      FALSTAFF: Vamos, quiero beber un trago con vos, pero no puedo quedarme a

      comer. Encantado de haber tenido el placer de veros, maese Trivial.

      TRIVIAL: ¡Oh, Sir John! ¿Os acordáis cuando pasamos toda la noche en el

      molino de viento del prado de San Jorge?

      FALSTAFF: No hablemos ya de eso, querido maese Trivial, no hablemos de

      eso.

      TRIVIAL: ¡Ah, fue una noche alegre! Y Juana-Faena-de-Noche vive aún?

      FALSTAFF: Vive, maese Trivial.

      TRIVIAL: No podía separárseme.

      FALSTAFF: ¡Qué había de poder! Siempre decía que no podía pasar a maese

      Trivial.

      TRIVIAL: ¡Por la misa, cómo sabía hacerla rabiar! Era entonces una real

      hembra. ¿Se conserva bien?

      FALSTAFF: Una conserva, maese Trivial [93] .

      TRIVIAL: Sí, tiene que ser vieja; no puede menos que serlo; ciertamente,

      es vieja; tuvo a Robín Faena-de-Noche, del viejo Faena-de-Noche, antes que

      yo fuera a San Clemente.

      SILENCIO: Hace de eso cincuenta y cinco años.

      TRIVIAL: ¡Ah, primo Silencio! ¡Si hubierais visto lo que este caballero y

      yo hemos visto! ¿Digo bien Sir John?

      FALSTAFF: Hemos oído el toque de media noche, maese Trivial.

      TRIVIAL: Eso sí, eso sí; ¡ah, Sir John, esto sí! Nuestra palabra de orden

      era: ¡Hem, muchachos! Vamos a comer, vamos a comer. ¡Ah, los días que

      hemos visto! Vamos, vamos.

      (Salen Falstaff, Trivial y Silencio).

      BECERRO: Mi buen señor caporal Bardolfo, sed mi amigo y aquí tenéis para

      vos cuatro Enriques de diez chelines en escudos de Francia. La pura verdad

      es que me gustaría tanto ser ahorcado como partir; no es que, por mi

      parte, se me importe nada; pero me siento sin gana y, por mi parte,

      preferiría quedarme con mis amigos; sin eso, por mi parte, personalmente,

      no se me importaría nada.

      BARDOLFO: Vamos, pasad a este lado.

      MOHOSO: Mi buen caporal capitán, por la salud de mi vieja patrona, sed

      también mi amigo; no tendrá nadie a su lado para ayudarla, cuando yo me

      vaya; es vieja y no puede hacer nada; tendréis cuarenta chelines, señor.

      BARDOLFO: Vamos, pasad también a este lado.

      ENCLENQUE: Por mi alma que me es indiferente. Un hombre no puede morir más

      que una vez. Debemos a Dios una muerte; nunca tendré el alma ruin; si ese

      es mi destino, sea; si no lo es, sea. Nadie es demasiado bueno para servir

      a su príncipe; suceda lo que suceda, el que muere este año, queda libre

      para el año próximo.

      BARDOLFO: Bien dicho; eres hombre de corazón.

      ENCLENQUE: Por mi fe, no tendré el alma ruin.

      (Vuelven Falstaff, Trivial y Silencio).

      FALSTAFF: Veamos, señor, ¿Cuáles son los hombres que debo llevar?

      TRIVIAL: Los cuatro que elijáis.

      BARDOLFO: (Bajo, a Falstaff) . Señor, una palabra... Tengo tres libras por

      dejar libres a Mohoso y Becerro.

      FALSTAFF: Comprendido; está bien.

      TRIVIAL: Vamos, Sir John, ¿cuáles elegís?

      FALSTAFF: Elegid por mí.

      TRIVIAL: ¡Pardiez! Mohoso, Becerro, Enclenque y Sombra.

      FALSTAFF: Mohoso y Becerro... Vos, Mohoso, quedaos en vuestra casa, porque

      ya no sois apto para el servicio. En cuanto a vos, Becerro, quedaos hasta

      que os hagáis apto para el mismo. No quiero ninguno de los dos.

      TRIVIAL: Sir John, Sir John, no os perjudiquéis vos mismo; son esos los

      hombres más sólidos y desearía serviros con lo mejor.

      FALSTAFF: ¿Queréis enseñarme, maese Trivial, a elegir un hombre? ¿Acaso me

      preocupo de los miembros, del vigor, de la estatura, del tamaño y de la

      corpulencia exterior de un hombre? Dadme el espíritu, maese Trivial. Aquí

      tenéis a Verruga: veis qué mezquina apariencia tiene; pues os cargará y

      descargará su arma tan pronto como el martillo de un estañador; le veréis

      ir y venir con la misma rapidez que el mozo que llena los jarros cerveza.

      Y ese mismo tipo de media cara, Sombra, ese es un hombre; no presenta

      blanco al enemigo. Lo mismo valdría que apuntara al filo de un

      cortaplumas. Y para una retirada, ¡con qué ligereza este Enclenque, sastre

      de mujeres, sabrá correr! ¡Oh, dadme esos hombres de deshecho y descártame

      los elegidos! Pon un arcabuz en manos de Verruga, Bardolfo.

      BARDOLFO: Toma, Verruga. ¡Apunten! Así, así.

      FALSTAFF: Vamos, manéjame ese arcabuz. Así, muy bien; vamos; bueno, bueno,

      excelente. Oh, dadme siempre un tirador pequeño, descarnado, viejo,

      huesoso, pelado. Perfectamente, Verruga; eres un buen chico; toma, aquí

      tienes seis peniques para ti.

      TRIVIAL: No domina bien ese arte, no lo hace como es debido. Me acuerdo

      que en el prado de Mile-End (cuando estaba en el colegio de San Clemente),

      yo hacía entonces el papel de Sir Dagonet en la pantomima de Arturo [94] ;

      había un diablillo de muchacho que os manejaba el arma así, moviéndose

      para acá, para allá, para adelante, para atrás. ¡Ra! ¡ta! ¡ta! , chillaba,

      y luego ¡Bounce! y partía de nuevo y volvía. Nunca veré un demonio

      semejante.

      FALSTAFF: Estos muchachos servirán, maese Trivial. Dios os guarde, maese

      Silencio. No usaré muchas palabras con vosotros. Quedad con Dios ambos,

      señores. Tengo que hacer una docena de millas esta noche. Bardolfo, dad el

      uniforme a estos soldados.

      TRIVIAL: Sir John, ¡el cielo os bendiga, haga prósperos vuestros negocios

      y nos envíe la paz! A vuestro regreso, visitad mi casa; renovaremos

      nuestra vieja relación. Quizás vaya con vos a la Corte.

      FALSTAFF: Mucho me alegraría, maese Trivial.

      TRIVIAL: Vamos, he dicho. Adiós.

      (Salen Trivial y Silencio).

      FALSTAFF: Adiós, gentiles caballeros. Adelante, Bardolfo; llévate esos

      hombres. (Salen Bardolfo, reclutas, etc.) . A mi vuelta, sondearé estos

      jueces de paz; veo ya el fondo del juez Trivial. Señor, señor, ¡cuán

      sujetos estamos nosotros los viejos a ese vicio de la mentira! Este

      hambriento juez de paz no ha hecho más que charlar sobre las

      extravagancias de su juventud y las hazañas que llevó a cabo en

      Turnbull-Street [95] ; cada tres palabras, una mentira, tributo al

      auditor, pagado con más exactitud que el del Gran Turco. Le recuerdo en

      San Clemente, como una de esas figuras hechas después de comer con las

      cortezas del queso. Cuando estaba desnudo, era, para todo el mundo, como

      un rábano torcido, terminado por una cabeza fantásticamente tallada con el

      cuchillo; era tan enjuto, que sus dimensiones habrían sido invisibles para

      una vista medio confusa; era el verdadero Genio del hambre y, sin embargo,

      lujurioso como un mono; las p... le llamaban Mandrágora ; iba siempre a

      retaguardia de la moda; cantaba a sus sucias hembras las tonadillas que

      oía silbar a los carreteros, jurando que eran fantasías o nocturnos de su

      caletre. Y ahora tenemos a esa espada de palo del vicio convertido en

      caballero; habla tan familiarmente de Juan de Gante, como si hubiera sido

      su hermano de armas. Juraría que no le ha visto más que una vez, en el

      campo del torneo, el mismo día que le rajaron la cabeza por haberse metido

      en el séquito del mariscal. Yo lo vi y dije a Juan de Gante que batía su

      propio nombre [96] , porque se le podía meter, con toda su vestimenta, en

      una piel de anguila; el estuche de un oboe habría sido para él un palacio,

      un patio; ¡y ahora tiene tierras y ganados! Bien está; estrecharemos

      relaciones, si vuelvo. Muy mala suerte tendré, si no le convierto en

      piedra filosofal por partida doble para mi uso propio. Si la pescadilla

      joven es una buena carnada para el viejo lucio, no veo razón por qué yo

      siguiendo la ley de la naturaleza, no me le he de tragar. Que la ocasión

      ayude y hecho está. (Sale) .

 

 

Acto IV

 

Escena I

 

      Una selva en el Yorkshire.

 

      (Entran el Arzobispo de York, Mowbray, Hastings y otros).

      ARZOBISPO: ¿Cómo se llama esta selva?

      HASTINGS: Es la selva de Gaultree, con permiso de Vuestra Gracia.

      ARZOBISPO: Detengámonos aquí, señores, y envía exploradores hacia

      adelante, para conocer el número de nuestros enemigos.

      HASTINGS: Ya hemos enviado.

      ARZOBISPO: Bien está; mis amigos, mis hermanos en esta gran empresa, debo

      haceros saber que he recibido cartas recientes de Northumberland. Su frío

      contenido, tenor y substancia, es éste: habría deseado estar aquí

      personalmente, acompañado de fuerzas que estuviesen en relación con su

      rango, fuerzas que no ha podido reunir; en consecuencia y para dejar

      madurar su fortuna naciente, se ha retirado a Escocia; concluye con

      ardientes votos por que vuestros esfuerzos puedan dominar el azar y el

      temible poder de nuestros adversarios.

      MOWBRAY: ¡Así las esperanzas que fundábamos en él caen por tierra y se

      hacen pedazos!

      (Entra un mensajero).

      HASTINGS: Y bien, ¿qué noticias?

      MENSAJERO: Al oeste de esta selva y a una milla escasa, los enemigos

      avanzan en perfecto orden; por el terreno que ocupan, calculo que su

      número llega a cerca de treinta mil hombres.

      MOWBRAY: Precisamente la cifra que le suponíamos. Salgamos a su encuentro

      y afrontémosle en el llano.

      (Entra Westmoreland).

      ARZOBISPO ¿Quién es ese jefe armado de pies a cabeza que se avanza hacia

      nosotros?

      MOWBRAY: Paréceme que es milord de Westmoreland.

      WESTMORELAND: Os saludo y os transmito el cordial cumplimiento de nuestro

      general, lord Juan, duque de Lancaster.

      ARZOBISPO: Hablad sin temor alguno, milord de Westmoreland. ¿Qué motivo os

      trae?

      WESTMORELAND: Y bien, milord, es a vos que principalmente deben dirigirse

      mis palabras. Si esta rebelión se avanzara, lógica consigo misma, en

      multitudes bajas y abyectas, guiada por una juventud sanguinaria,

      escoltada por el furor y seguida por muchachos y pillos; si, repito, esta

      maldita conmoción apareciera así en su verdadera, nativa y más propia

      forma, vos, reverendo padre, y estos nobles señores, no estaríais aquí

      para vestir las feas formas de la innoble y sangrienta insurrección, con

      vuestros brillantes honores. Vos, lord Arzobispo, cuya sede se mantiene

      sobre la paz civil, cuya barba tocó la argentina mano de la paz, cuya

      ciencia y bellas letras tuvieron la paz por tutor, cuyas blancas

      vestiduras simbolizan la inocencia, la paloma y el santo espíritu de paz,

      ¿por qué con tal extravío traducís la palabra de paz, que envuelve tanta

      gracia, en la áspera y violenta lengua de la guerra, convirtiendo vuestros

      libros en tumbas, vuestra tinta en sangre, vuestras plumas en lanzas y

      vuestro lenguaje divino en la trompeta estrepitosa y el clamor de la

      guerra?

      ARZOBISPO: ¿Por qué razones obro así? Tal es la cuestión, y en breves

      términos os diré mi objeto. Estamos todos enfermos; los excesos de

      intemperancia y de lascivia nos han comunicado una fiebre ardiente, que

      nos reclama sangrarnos. De esa enfermedad fue atacado nuestro último rey,

      Ricardo, y murió. Pero, mi muy noble lord de Westmoreland, no me considero

      aquí como médico, y no es como enemigo de la paz que milito en las filas

      de los hombres armados; antes bien, si me muestro bajo el aspecto temible

      de la guerra por un momento, es para cuidar los espíritus que sufren,

      anhelantes de felicidad, y purgar las obstrucciones que comienzan a

      detener en nuestras venas el curso de la vida. Hablaré más claramente: he

      pesado imparcialmente y en una justa balanza los males que nuestras armas

      pueden causar y los males que sufrimos, y he encontrado nuestros

      sufrimientos más graves que nuestras ofensas. Vemos por qué camino corre

      la corriente del tiempo y el rudo torrente de las circunstancias nos

      arranca de nuestra tranquila esfera. Tenemos el resumen de todas nuestras

      quejas, que mostraremos en adelante en el momento propicio; le habríamos

      ya, largo tiempo hace, presentado al rey, si, con todos nuestros

      esfuerzos, hubiéramos podido obtener una audiencia. Cuando somos

      perjudicados y queremos manifestar nuestras quejas, se nos niega el acceso

      a su persona, por los mismos hombres que nos causaron el mayor perjuicio.

      Los peligros de los tiempos ha poco transcurridos (cuyo recuerdo está

      escrito sobre la tierra con sangre aún visible), los ejemplos que cada

      minuto proporciona (presentes ahora), nos han obligado a cubrirnos de

      estas armas que tan mal nos van; no para romper la paz ni ninguna de sus

      ramas, sino para establecer aquí una paz positiva, en la que concurra a la

      vez el nombre y la realidad.

      WESTMORELAND: ¿Cuándo fueron rechazadas vuestras reclamaciones? ¿En qué

      habéis sido ofendidos por el rey? ¿Qué par fue sobornado en vuestro

      perjuicio? ¿Por qué selláis el libro sangriento e ilícito de la fraguada

      rebelión con un sello divino y consagráis la espada amarga del motín?

      ARZOBISPO: Hago mi querella personal de los males del Estado, nuestro

      hermano común, así como de las crueldades ejercidas con mi hermano por la

      sangre.

      WESTMORELAND: No hay ninguna satisfacción que dar; y si la hay, no os

      corresponde a vos exigirla.

      MOWBRAY: ¿Y por qué no a él, en parte, así como a todos nosotros que,

      sufriendo aún de un reciente pasado, vemos el tiempo presente hacer sentir

      sebre nuestros honores una mano injusta y opresiva?

      WESTMORELAND: ¡Oh! mi buen lord Mowbray, apreciad los tiempos según sus

      necesidades y entonces diréis en verdad que es el tiempo y no el rey que

      causa vuestro daño. En cuanto a vos, sin embargo, paréceme que ni el rey

      ni el tiempo presente os han dado una pulgada de terreno legítimo para

      fundar vuestras quejas. ¿No habéis sido reintegrado en todos los feudos

      del duque de Norfolk, vuestro noble padre de respetada memoria?

      MOWBRAY: ¿Qué había perdido en su honor mi padre, que fuera necesario

      hacer revivir y reanimar en mí? El rey, que le amaba, se vio obligado,

      compelido por la razón del Estado, a desterrarle. Luego cuando Enrique

      Bolingbroke y él, ambos montados y rígidos sobre la silla, relinchando los

      caballos y provocando la espuela, las lanzas en ristre y la visera calada,

      los ojos arrojando llamas por entre los intersticios del acero y la sonora

      trompeta impeliéndolos el uno contra el otro, en el momento, en el momento

      mismo en que nada podía proteger el pecho de Bolingbroke contra la lanza

      de mi padre, el rey arrojó su bastón a tierra. Al mismo tiempo arrojó con

      él su vida, así como la de todos aquellos que, por sentencias o bajo el

      golpe de la espada, han sucumbido más tarde bajo Bolingbroke.

      WESTMORELAND: Habláis, lord Mowbray, de lo que ignoráis; era entonces el

      conde de Hereford reputado en Inglaterra como el caballero más valiente.

      ¿Quién puede decir a cuál de entre ellos habría sonreído la fortuna? Pero,

      si aun vuestro padre hubiera sido victorioso allí, no habría salido vivo

      de Coventry, porque todo el país unánimemente le odiaba y todas sus

      oraciones y todo su amor iban a Hereford, a quien mimaban v bendecían más

      que al rey, adornándole de todas las gracias... Pero es esta una mera

      digresión que me aparta de mi propósito. Vengo aquí en nombre del

      príncipe, nuestro general, a conceder vuestras quejas, a deciros de parte

      de Su Gracia, que consiente en daros audiencia; allí, todas vuestras

      reclamaciones que parezcan justas serán atendidas; todo se desvanecerá de

      lo que pueda haceros aparecer como enemigos.

      MOWBRAY: Pero nos ha obligado a imponerle esa oferta, que la política

      sugiere, no el amor.

      WESTMORELAND: Mowbray, la miráis muy presuntuosamente. Esta oferta nace de

      la clemencia, no del temor. Porque, ¡mirad!, ahí tenéis nuestro ejército a

      la vista. Os afirmo bajo mi honor que todos tienen demasiada confianza

      para dar cabida a un pensamiento de temor. Nuestras filas cuentan con

      mayor número de nombres ilustres que las vuestras; nuestros soldados son

      más hábiles en el manejo de las armas; nuestras armaduras son tan fuertes

      y nuestra causa la mejor; así, la razón impone que nuestros corazones sean

      tan valientes. No digáis, pues, que nuestra oferta es una imposición.

      MOWBRAY: Bien; en mi opinión, no debemos admitir conferencias.

      WESTMORELAND: Eso sólo prueba la confusión que os causa vuestra ofensa;

      una conciencia intranquila no admite examen.

      HASTINGS: ¿Tiene el príncipe Juan plenos poderes, tan amplios como la

      autoridad misma de su padre, para oírnos y determinar en absoluto las

      condiciones del arreglo?

      WESTMORELAND: Eso está comprendido en su título de general; me sorprende

      que hagáis tan frívola pregunta.

      ARZOBISPO: Tomad, pues, esta cédula, milord de Westmoreland; ella contiene

      nuestras quejas generales. Que cada uno de sus artículos reciba

      reparación; que todos los miembros de nuestra causa, aquí y fuera de aquí,

      comprometidos en este asunto, sean amnistiados en positiva y debida forma;

      que la ejecución inmediata de nuestras voluntades, en lo que a nuestros

      propósitos se refiere, sea consignada. Entonces volveremos a los límites

      de la obediencia y enlazaremos nuestras fuerzas al brazo de la paz.

      WESTMORELAND: Mostraré esto al general. Si queréis, milord, nos reuniremos

      a la vista de nuestros ejércitos y allí, si Dios quiere, concluiremos en

      paz, o, sobre el terreno mismo de nuestra discordia, apelaremos a las

      armas que deben decidirla.

      ARZOBISPO: Así lo haremos, milord.

      (Sale Westmoreland).

      MOWBRAY: Una voz íntima me dice que las condiciones de nuestra paz no

      pueden ser duraderas.

      HASTINGS: No lo temáis; si podemos hacer la paz en los términos tan

      amplios y tan absolutos que sirvan de base a nuestras condiciones, nuestra

      paz será tan estable como la roca de la montaña.

      MOWBRAY: Sí, pero la opinión que de nosotros se tendrá, será tal que la

      causa más ligera y el pretexto más infundado, el motivo más trivial, más

      vano y fútil, recordará al rey nuestra insurrección. Y aun cuando con la

      fe más leal fuéramos los mártires de nuestro amor por él, seríamos

      aventados por tan rudo viento, que nuestro grano parecería tan ligero como

      la paja, y que el buen grano no se separaría del malo.

      ARZOBISPO: No, no, milord; observad esto: el rey está cansado de tantas

      quejas melindrosas e insignificantes, porque ha reconocido que apagar una

      sospecha con la muerte, es hacer revivir dos más graves en los herederos

      vivientes. Y por tanto, quiere limpiar suavemente sus listas y no

      conservar en su memoria ninguno que pueda recordarle de nuevo sus

      pérdidas. Porque sabe perfectamente que no puede extirpar por completo de

      esta tierra todo lo que le inquieta. Sus adversarios están tan vinculados

      con sus amigos, que cuando se esfuerza por derribar un enemigo, conmueve y

      sacude un amigo. Esta tierra es como una mujer insolente que le ha

      encolerizado hasta amenazarla con pegarla y que, en el momento de hacerlo,

      le presenta a su hijo, y el castigo más resuelto queda suspendido en el

      brazo levantado para ejecutarlo.

      HASTINGS: Por lo demás, el rey ha usado todos sus azotes sobre los últimos

      que le han ofendido, y ahora carece de los instrumentos mismos del

      castigo. Tanto que su poder, como un león sin garras, puede amenazar pero

      no herir.

      ARZOBISPO: Es muy cierto; por tanto, tened por seguro, mi buen lord

      Mariscal, que si hoy hacemos bien nuestra reconciliación, nuestra paz,

      semejante a un miembro roto y unido, será más firme que antes de la

      ruptura.

      MOWBRAY: Que así sea; he aquí milord de Westmoreland que vuelve.

      (Entra Westmoreland).

      WESTMORELAND: El príncipe está cerca de aquí. ¿Vuestra Señoría querría

      encontrarse con Su Gracia a una distancia igual entre ambos ejércitos?

      MOWBRAY: Que Vuestra Gracia de York marcha adelante, en nombre del cielo.

      ARZOBISPO: Id vosotros adelante y saludad a Su Gracia; milord, os

      seguimos. (Salen)

 

 

Escena II

 

      Otra parte de la selva.

 

      (Entran, de un lado Mowbray, el Arzobispo, Hastings y otros; del otro, el

      Príncipe Juan de Lancaster, Westmoreland y oficiales de su séquito).

      PRÍNCIPE JUAN: Bienvenido, primo Mowbray. Buen día, gentil lord Arzobispo

      y también a vos, lord Hastings y a todos vosotros. Milord de York, erais

      más grato a la vista cuando vuestro rebaño reunido por la campana, hacía

      círculo a vuestro alrededor para oír con reverencia vuestra exposición

      sobre el sagrado texto, que ahora que os vemos aquí como un hombre de

      hierro, animando multitud de rebeldes con el ruido del tambor, cambiando

      la palabra por la espada y la vida por la muerte. El hombre que ocupa el

      corazón de un monarca y que madura bajo el sol de sus favores, por

      ligeramente que abuse de la confianza real, cuántas desventuras, ¡ay!,

      puede causar, a la sombra de tal grandeza. Así ha sido con vos, lord

      obispo. ¿Quién no oyó hablar del alto puesto que teníais en los libros de

      Dios? Erais, para nosotros, el que presidía su parlamento, la imaginada

      voz de Dios mismo, el verdadero abridor, el intermediario entre la gracia,

      las santidades del cielo y nuestras rudos trabajos. ¡Oh! ¿Quién no pensará

      que abusáis de la reverencia de vuestras funciones, empleando la confianza

      y la gracia del cielo, como un falso favorito hace con el nombre de su

      príncipe, en actos deshonrosos? Habéis sublevado, con la mentida

      consagración de Dios, los súbditos de su representante, mi padre; y es a

      la vez contra la paz del cielo y contra él que los habéis amotinado.

      ARZOBISPO: Mi buen lord de Lancaster, no me encuentro aquí contra la paz

      de vuestro padre; pero, como lo he dicho a milord de Westmoreland, es el

      desorden de los tiempos y el sentimiento general de un peligro común que

      nos reúne y nos agrupa en esta forma monstruosa para garantizar nuestra

      seguridad. He enviado a Vuestra Gracia la enumeración y el detalle de

      nuestras quejas, los que fueron rechazados con desdén por la Corte, lo que

      dio origen a esta Hydra, hija de la guerra. Pero sus ojos terribles pueden

      ser adormecidos por el encanto, concediéndonos nuestros justos y legítimos

      reclamos y la verdadera obediencia, curada de esta locura, caerá

      humildemente a los pies de la majestad.

      MOWBRAY: Si no, prontos estamos a tentar la fortuna hasta el último

      hombre.

      HASTINGS: Y aunque sucumbiéramos aquí, tendremos reemplazantes para

      renovar la empresa; si fracasan, otros les sucederán, y así tomará vida

      una sucesión de insurrecciones; esta querella se transmitirá de heredero

      en heredero, en tanto que en Inglaterra haya generaciones.

      PRÍNCIPE JUAN: Sois muy ligero, Hastings, demasiado ligero, para sondar

      así la profundidad de los tiempos venideros.

      WESTMORELAND: Quiera vuestra gracia contestarles directamente en qué

      términos acepta sus proposiciones.

      PRÍNCIPE JUAN: Las acepto todas y las apruebo. Juro aquí, por el honor de

      mi sangre, que los propósitos de mi padre fueron mal entendidos y que

      algunos de los que están cerca de él, falsearon frecuentemente su voluntad

      y su autoridad. Milord, estos agravios serán prontamente reparados; por mi

      alma, lo serán. Si os place, devolved vuestras fuerzas a sus condados

      respectivos, como haremos con las nuestras; y aquí, entre los ejércitos,

      bebamos juntos amistosamente y abracémonos, para que todos los ojos puedan

      llevar a sus hogares el testimonio de nuestro restaurado amor y renovada

      amistad.

      ARZOBISPO: Tomo vuestra palabra de príncipe por esas satisfacciones.

      PRÍNCIPE JUAN: Os lo doy y mantendré mi palabra; en consecuencia, bebo a

      la salud de vuestra gracia.

      HASTINGS: Id, capitán (a un oficial) , y llevad al ejército estas noticias

      de paz; que las tropas sean pagadas y partan; sé que esto les agradará.

      Apresúrate, capitán.

      (Sale el oficial).

      ARZOBISPO: ¡A vos mi noble lord de Westmoreland!

      WESTMORELAND: Correspondo a vuestra gracia. Y, si supierais qué de trabajo

      me ha dado para conseguir esta paz, beberíais de todo corazón; pero mi

      amor por vos se hará ver en breve más abiertamente.

      ARZOBISPO: No dudo de vos.

      WESTMORELAND: Eso me contenta; ¡salud a milord, mi gentil primo, Mowbray!

      MOWBRAY: Me deseáis salud en el momento oportuno, porque acabo de sentir

      súbitamente una indisposición.

      ARZOBISPO: Antes de la desgracia, siempre los hombres están alegres, pero

      la tristeza presagia la felicidad.

      WESTMORELAND: Regocijáos, pues, primo, porque esa súbita tristeza os

      permite decir que algo feliz os sucederá mañana.

      ARZOBISPO: Creedme, tengo el humor más que alegre.

      MOWBRAY: Tanto peor, si vuestra máxima es exacta.

      (Aclamaciones a lo lejos).

      PRÍNCIPE JUAN: La palabra de paz se ha hecho pública. ¡Oíd cómo la

      aclaman!

      MOWBRAY: Esos vítores habrían sido más gozosos después de una victoria.

      ARZOBISPO: La paz es en sí misma una conquista; porque entonces ambos

      partidos se someten y ninguno de ellos se pierde.

      PRÍNCIPE JUAN: Id, milord, y licenciad también nuestro ejército.

 

      (Sale Westmoreland) . Y si lo permitís, mi buen lord, nuestras tropas

      desfilarán ante nosotros, a fin de que veamos con qué clase de hombres

      habríamos tenido que medirnos.

 

 

      ARZOBISPO: Id, buen lord Hastings, que antes de desbandarse, desfilen

      delante de nosotros.

      (Sale Hastings)

      PRÍNCIPE JUAN: Espero, milords, que reposaremos juntos esta noche.

 

      (Vuelve Westmoreland). Y bien, primo, ¿por qué permanece inmóvil nuestro

      ejército?

 

 

      WESTMORELAND: Los jefes, habiendo recibido de vos la orden de permanecer,

      no quieren irse antes que les hayáis hablado.

      PRÍNCIPE JUAN: Conocen sus deberes.

      (Vuelve Hastings).

      HASTINGS: Milord, nuestro ejército está ya disperso. Como torillos libres

      del yugo, se han desbandado al Este, Oeste, Norte y Sur; o, como una

      escuela en licencia, cada uno se precipita a su casa o al sitio de juegos.

 

      WESTMORELAND: Buena noticia, milord Hastings, por la cual te arresto,

      traidor, por alta traición. Y vos, lord Arzobispo, y vos, lord Mowbray, os

      prendo también por traición capital.

      MOWBRAY: ¿Es ese un proceder justo y honorable?

      WESTMORELAND: ¿Vuestro levantamiento lo es?

      ARZOBISPO: ¿Así rompéis la fe jurada?

      PRÍNCIPE JUAN: No te empeñé ninguna; os he prometido corregir los abusos

      de que os habéis quejado; los que, por mi honor, reformaré con cristiana

      solicitud. Pero en cuanto a vosotros, rebeldes, gustaréis la recompensa

      que se debe a la rebelión y a actos como los vuestros. Habéis levantado

      esas tropas imprudentemente, aturdidamente reunido aquí y dispersado

      locamente. Que batan nuestros tambores y se persigan las tropas

      desbandadas. El cielo, no nosotros, ha triunfado sin sangre en este día.

      Una guardia lleve estos traidores a la muerte, el verdadero lecho donde la

      traición rinde su último aliento. (Salen) .

 

 

Escena III

 

      Otra parte de la selva.

 

      (Clarines. Movimiento de tropas. Entran Falstaff y Coleville y se

      encuentran).

      FALSTAFF: ¿Cuál es vuestro nombre, señor? ¿Cuál vuestra condición? ¿De qué

      punto sois, os ruego?

      COLEVILLE: Soy caballero, señor, y mi nombre es Coleville del Valle.

      FALSTAFF: Bien, pues; Coleville es vuestro nombre; caballero vuestro rango

      y vuestro punto el Valle. Coleville será siempre vuestro nombre, traidor

      vuestro rango, el calabozo vuestro sitio, un sitio bastante profundo, de

      manera que siempre seréis Coleville del Valle.

      COLEVILLE: ¿No sois sir John Falstaff?

      FALSTAFF: Un hombre que le vale, señor, sea yo quien sea. ¿Os rendís,

      señor? ¿O debo sudar por vuestra causa? Si llego a sudar, cada gota será

      una lágrima para tus amigos, que llorarán tu muerte. Por tanto, despierta

      tu miedo y tiembla e inclínate ante mi clemencia.

      COLEVILLE: Pienso que sois sir John Falstaff y, en ese concepto, me rindo.

 

      FALSTAFF: Tengo en este vientre mío una escuela entera de lenguas y

      ninguna de ellas dice otra palabra más que mi nombre. Si no tuviera más

      que un vientre común, sería simplemente el muchacho más activo de Europa.

      ¡Mi panza, mi panza, mi panza me perjudica! Aquí viene nuestro general.

      (Entra el Príncipe Juan de Lancaster, Westmoreland y otros).

      PRÍNCIPE JUAN: La furia ha pasado; no vamos más lejos ahora. Tocad

      llamada, primo Westmoreland.

      (Sale Westmoreland).

      Y bien, Falstaff, ¿dónde habéis estado todo este tiempo? Siempre llegáis

      cuando todo ha concluido. Por vida mía que todas esas tretas el día menos

      pensado van a hacer deslizar una plancha de horca bajo vuestros pies.

      FALSTAFF: Sería una lástima, milord, que así no sucediera. Nunca he

      conocido otra cosa sino censuras y reprensiones como recompensa del valor.

      ¿Pensáis que soy una golondrina, una flecha o una bala? ¿Tengo, acaso, en

      mi pobre y vieja movilidad, la rapidez del pensamiento? He corrido hasta

      aquí con la más extremada prontitud posible; he reventado más de ciento

      ochenta caballos de posta y aquí mismo, embarcado como estoy, he, en mi

      puro e inmaculado valor, hecho prisionero a sir John Coleville del Valle,

      un furiosísimo caballero y valeroso enemigo. ¿Pero qué vale eso? Me vio y

      se rindió; tanto es que puedo justamente decir como el gran narigón de

      Roma: vine, vi, vencí.

      PRÍNCIPE JUAN: Debido más a su cortesía que a vuestro valor.

      FALSTAFF: No lo sé; el hecho es que aquí está y aquí os lo entrego. Ruego

      a vuestra gracia se sirva hacer anotar este acto con el resto de los

      sucesos del día. Si no, por el cielo, lo haré cantar en una balada

      especial, con mi propio retrato al frente y Coleville besándome los pies.

      Si me veo forzado a tomar ese partido, si no aparecéis todos vosotros a mi

      lado como monedillas doradas de a dos peniques y yo, en el brillante cielo

      de la fama, eclipsándoos como la luna llena apaga las chispas del

      firmamento, que parecen cabezas de alfiler a su lado, no creáis en la

      palabra del noble. En consecuencia, dejadme gozar de mis derechos y

      permitid que el mérito ascienda.

      PRÍNCIPE JUAN: Eres muy pesado para ascender.

      FALSTAFF: Entonces hacedlo brillar.

      PÍNCIPE JUAN: Es demasiado opaco para brillar.

      FALSTAFF: Haced cualquier cosa, mi buen lord, que me sea favorable, y

      llamadla como queráis.

      PRÍNCIPE JUAN: ¿Tu nombre es Coleville?

      COLEVILLE: Sí, milord.

      PRÍNCIPE JUAN: Eres un famoso rebelde Coleville.

      FALSTAFF: Y un famoso súbdito leal le tomó.

      COLEVILLE: No soy, milord, sino lo que son mis superiores, que me

      condujeron aquí. Si se hubieran dejado guiar por mí, os habría costado más

      caro vencerlos.

      FALSTAFF: No sé cuánto habría costado; pero tú, como un buen muchacho, te

      entregaste gratis y te lo agradezco.

      (Vuelve Westmoreland).

      PRÍNCIPE JUAN: Y bien, ¿habéis suspendido la persecución?

      WESTMORELAND: Las tropas se retiran y la matanza ha cesado.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Enviad a Coleville, con sus confederados, a York, para

      ser ejecutado en el acto; Blunt, conducidlos allí y custodiadlos

      seguramente.

      (Salen algunos con Coleville).

      Y ahora, señores, apresurémonos a partir para la Corte. Me anuncian que mi

      padre está gravemente enfermo. Nuestras noticias llegarán antes que

      nosotros a su majestad y vos las llevaréis, primo, para reconfortarlo y

      nosotros os seguiremos con sobria rapidez.

      FALSTAFF: Os ruego, milord, que me permitáis pasar por el Gloucestershire;

      cuando lleguéis a la Corte, os suplico, deis buenos informes de mí.

      PRÍNCIPE JUAN: Adiós, Falstaff; en mi calidad, hablaré de vos mejor que lo

      que merecéis. (Sale) .

      FALSTAFF: Desearía tan sólo que tuvieras un poco de espíritu; eso te

      valdría más que tu ducado. A fe mía, que este muchacho de sangre helada no

      me quiere; [97] ningún hombre puede hacerle reír; pero eso no es raro,

      porque no bebe vino. Nunca estos jóvenes reservados llegan a ser algo de

      provecho, porque la exigua bebida y las numerosas comidas de pescado, les

      enfría tanto la sangre, que caen en una especie de anemia masculina;

      luego, cuando se casan, engendran rameras; por lo general, son estúpidos y

      cobardes, como lo seríamos muchos de nosotros sin ese estimulante. Un buen

      jarro de Jerez hace un doble efecto. Me asciende al cerebro, diseca allí

      todos los tontos, obtusos y agrios vapores que lo rodean, lo hace sagaz,

      vivo, inventivo, lleno de ligeras, ardientes y deliciosas formas, que,

      entregadas a la voz (la lengua) que les da vida, se convierten en

      excelente espíritu. La segunda propiedad de vuestro excelente Jerez es

      calentar la sangre, la que, antes fría y pesada, deja al hígado blanco y

      pálido, que es el distintivo de la pusilanimidad y cobardía; pero el Jerez

      la calienta y la hace correr del interior a todos los extremos. Ilumina la

      cara que, como un faro, da la señal a todo el resto de este pequeño reino,

      el hombre, de armarse; entonces toda la milicia vital y los pequeños

      espíritus internos se forman detrás de su capitán, el corazón, que, grande

      y soberbio de ese cortejo, se atreve a cualquier empresa valerosa. Y todo

      ese valor viene del Jerez. Así la ciencia de las armas no es nada sin el

      vino; porque él la empuja a la acción; la doctrina es una mera mina de

      oro, custodiada por un demonio, hasta que el vino no emprende con ella y

      la pone en obra y valor. De ahí viene que el príncipe Harry sea valiente,

      porque la sangre fría que naturalmente heredó de su padre, semejante a un

      terreno mezquino, desnudo y estéril, la ha cultivado, abonado, labrado por

      el excelente hábito de beber en grande, por frecuentes libaciones de

      fértil Jerez; así es que se ha vuelto muy ardiente y bravo. Si tuviera mil

      hijos, el principio humano que les enseñaría sería de proscribir toda

      bebida ligera y dedicarse al buen vino.

      (Entra Bardolfo)

      ¿Qué hay, Bardolfo?

      BARDOLFO: El ejército ha sido licenciado y ha partido.

      FALSTAFF: Déjalo partir. Yo me iré por el Gloucestershire y visitaré allí

      a maese Roberto Trivial, hidalgo. Ya le he amoldado entre mi índice y

      pulgar y en breve le pondré mi sello. Vamos. (Salen)

 

 

Escena IV

 

      WESTMINSTER. Una sala en el Palacio.

 

      (Entran el rey Enrique, Clarence, el príncipe Humphrey, Warwick y otros).

      REY ENRIQUE: Ahora, señores, si el cielo da éxito feliz al debate que

      sangra a nuestras puertas, queremos guiar a nuestra juventud a más altos

      campos de batalla y no blandir espadas que no estén santificadas. Nuestra

      armada está preparada, nuestras fuerzas reunidas, nuestros sustitutos

      durante nuestra ausencia debidamente investidos, todo está en orden y de

      acuerdo con nuestros deseos. Sólo nos hace falta un poco de fuerza

      personal y esperamos que esos rebeldes, aún en pie, hayan caído bajo el

      yugo del gobierno.

      WARWICK: No dudamos que en breve tendrá vuestra majestad ambas

      satisfacciones.

      REY ENRIQUE: Hijo Humphrey de Gloster, ¿dónde está el príncipe vuestro

      hermano?

      HUMPRHEY: Creo que ha ido a cazar, milord, a Windsor.

      REY ENRIQUE: ¿Quién le acompaña?

      HUMPRHEY: No lo sé, milord.

      REY ENRIQUE: ¿No está con él su hermano, Tomás de Clarence?

      HUMPHREY: No, mi buen lord; está aquí presente.

      CLARENCE: ¿Qué desea mi padre y señor?

      REY ENRIQUE: Sólo bien te desea, Tomás de Clarence. ¿Cómo es que no estás

      con el príncipe tu hermano? El te ama y tú le desatiendes, Tomás. Tienes

      mejor sitio en su afección que todos sus hermanos; foméntala, hijo mío.

      Así podrás, después de mi muerte, llenar el noble oficio de mediador entre

      su majestad y sus otros hermanos. Por tanto, no le evites, no adormezcas

      su amor, no pierdas las ventajas de su cariño mostrándote frío o

      indiferente hacia él. Porque es benevolente cuando se le cultiva; tiene

      siempre una lágrima para la piedad y la mano generosa como la luz del día

      para la dulce caridad. Sin embargo, cuando se le exaspera, es de piedra,

      tan sombrío como el invierno, tan brusco como las lluvias heladas que caen

      al amanecer. Por lo tanto, debe observarse mucho su temperamento; regáñale

      por sus faltas, pero hazlo con respeto y cuando te apercibas que su sangre

      se inclina al contento. Pero, si está malhumorado, dale espacio y suéltale

      la cuerda, hasta que sus pasiones, como una ballena sobre la arena, se

      consuman en sus propios esfuerzos. No olvides esto, Tomás, y serás un

      amparo para tus amigos, el vínculo de oro que mantendrá unidos a tus

      hermanos, tanto, que el vaso en el que su sangre se confunde, será

      inatacable al veneno de la sugestión que por fuerza la edad derramará en

      él, aun cuando ese veneno fuera tan violento como el acónito, tan

      impetuoso como la pólvora.

      CLARENCE: Cultivaré su cariño con toda mi atención y mi ternura.

      REY ENRIQUE: ¿Por qué no estás ahora en Windsor con él, Tomás?

      CLARENCE: No está allí hoy; como en Londres.

      REY ENRIQUE: ¿Quién le acompaña? ¿Puedes decírmelo?

      CLARENCE: Poins y otros de sus compañeros habituales.

      REY ENRIQUE: Las tierras más ricas son las más invadidas por la mala

      yerba. Y él, la noble imagen de mi juventud, está obstruido por ella; es

      por eso que mi angustia se extiende más allá de la hora de la muerte. Mi

      corazón llora sangre cuando me figuro por la imaginación los días de

      extravío, los tiempos corrompidos que veréis cuando yo duerma con mis

      antepasados. Porque cuando su obstinado desenfreno no tenga sujeción,

      cuando la cólera y el ardor de la sangre sean sus consejeros, cuando los

      medios y la prodigalidad se reúnan, ¡oh, con qué alas le arrebatarán sus

      pasiones a través de peligros amenazadores, hacia la ruina fatal!

      WARWICK: Mi buen lord, miráis demasiado lejos. El príncipe sólo estudia a

      sus compañeros como una lengua extranjera. Así, para saber su idioma, es

      necesario haber aprendido las palabras más inmodestas. Una vez que esto se

      ha conseguido, vuestra alteza sabe que no se las emplea ya y que sólo se

      las conoce para evitarlas. Así, como a esos términos groseros, el

      príncipe, ilustrado por el tiempo, rechazará a sus compañeros, cuyo

      recuerdo, como un patrón, como una medida viva, servirá a su gracia para

      estimar la conducta de los otros, aprovechando así los errores pasados.

      REY ENRIQUE: Raro es que la abeja abandone el panal que ha dejado en la

      carroña... ¿Quién viene? ¿Westmoreland?

      (Entra Westmoreland).

      WESTMORELAND: ¡Salud a mi soberano! ¡Que nuevas dichas se añadan para él a

      las que vengo a anunciar! El príncipe Juan, vuestro hijo, besa la mano de

      vuestra gracia. Mowbray, el obispo Scroop, Hastings y todos, cayeron bajo

      el rigor de vuestra ley. No hay ya una sola espada rebelde desenvainada y

      la paz extiende por doquier su ramo de olivo. Cómo se obtuvo este triunfo,

      más despacio podrá vuestra alteza leerlo en este relato completo y

      detallado.

      REY ENRIQUE: ¡Oh, Westmoreland! ¡Eres el pájaro primaveral que siempre,

      sobre el anca del invierno, canta el amanecer! Mira, aquí tenemos más

      noticias.

      (Entra Harcourt)

      HARCOURT: ¡El cielo preserve de enemigos a vuestra majestad! ¡Y cuando

      contra vos se levanten, puedan caer como aquellos de quienes vengo a

      hablaros! El conde de Northumberland y lord Bardolfo, al frente de una

      numerosa fuerza de ingleses y escoceses, han sido batidos por el Sheriff

      del Yorkshire. Los detalles y circunstancias de la lucha, están contenidos

      ampliamente en estos despachos.

      REY ENRIQUE: ¿Por qué esas buenas noticias me causan este mal? ¿Jamás

      vendrá la Fortuna con sus dos manos llenas y escribirá siempre sus más

      bellas palabras en sombríos caracteres? Ora da el apetito y no el

      alimento, como al pobre en plena salud; ora da un festín y retira el

      apetito, como al rico, que tiene la abundancia y no la goza. Quisiera

      regocijarme ahora de esas nuevas felices y mi vista se turba, la cabeza me

      gira. ¡A mí! aproximaos, me siento muy mal.

      (Se desvanece).

      HUMPRHEY: ¡Animo, majestad!

      CLARENCE: ¡Oh, mi real padre!

      WESTMORELAND: ¡Mi soberano señor, volved en vos, abrid los ojos!

      WARWICK: Paciencia, príncipes; ya sabéis que estos ataques son ordinarios

      en su alteza. Apartaos de él, dadle aire; pronto volverá en sí.

      CLARENCE: No, no; no puede soportar por mucho tiempo esas congojas. La

      incesante inquietud y trabajo de su espíritu han roto el muro que le

      contiene y la vida sale a través y se le escapa.

      HUMPHREY: El pueblo me alarma, porque ha observado criaturas sin padres,

      monstruosos partos de la naturaleza. Las estaciones han cambiado de

      carácter, como si el año, encontrando algunos meses dormidos, los hubiera

      pasado de un salto.

      CLARENCE: El río ha tenido tres mareas, sin reflujo intermediario; la

      gente vieja, vetusta crónica del pasado, dice que lo mismo sucedió poco

      tiempo antes que nuestro bisabuelo Eduardo, cayera enfermo y muriera.

      WARWICK: Hablad bajo, príncipe, porque el rey vuelve en sí.

      HUMPHREY: Esta apoplejía concluirá seguramente con él.

      REY ENRIQUE: Os ruego, sostenedme y llevadme a otra pieza; despacio, os

      suplico.

      (Transportan al Rey a una alcoba, en el fondo de la escena y le colocan

      sobre un lecho).

      Que no se haga ruido, mis buenos amigos; quisiera que una mano dulce y

      cariñosa susurre un poco de música a mi fatigado espíritu.

      WARWICK: Haced venir los músicos al cuarto contiguo.

      REY ENRIQUE: Poned la corona aquí, sobre la almohada.

      CLARENCE: Sus ojos se hunden y cambia mucho.

      WARWICK: Menos ruido, menos ruido.

      (Entra al príncipe Enrique).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Quién ha visto al duque de Clarence?

      CLARENCE: Aquí estoy, hermano, agobiado de dolor.

      PÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo? ¿Lluvia aquí dentro y no fuera? ¿Cómo va el rey?

      HUMPHREY: Excesivamente mal.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Conoce ya las buenas noticias? Decídselas.

      HUMPHREY: Es al saberlas que se ha agravado.

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Si está enfermo de alegría, sanará sin médico.

      WARWICK: No tanto ruido, milords; mi buen príncipe, hablad más bajo. El

      rey, vuestro padre, se dispone a dormir.

      CLARENCE: Retirémonos a la otra cámara.

      WARWICK: ¿Vuestra gracia se dignará venir con nosotros?

      PRÍNClPE ENRIQUE: No; me sentaré aquí y velaré al rey. (Salen todos, menos

      el rey y el Príncipe Enrique). ¿Por qué la corona reposa, allí sobre su

      almohada, esa inquieta compañera del lecho? ¡Oh espléndida perturbación!

      ¡Dorada ansiedad, que tienes las puertas del sueño de par en par abiertas

      a tantas noches agitadas! ¡Duerme con ella ahora! ¡Pero no tan

      profundamente, no con tanta intensa dulzura como aquel que, con la frente

      ceñida por un tosco gorro, ronca la noche entera! ¡Oh, majestad! ¡Cuánto

      oprimes a aquel que te lleva! Lo haces como una rica armadura que, en el

      calor del día, abrasa protegiendo. A las puertas de su aliento, reposa una

      suave pluma, que no se agita; si respirara, ese blando e imponderable

      vello se movería. ¡Mi buen lord! ¡Mi padre! Este sueño es profundo en

      verdad; es el sueño que ha hecho divorciar a tantos reyes ingleses con

      esta diadema de oro. Lo que te debo son lágrimas, son las hondas

      aflicciones de la sangre, que la naturaleza, el amor y la ternura filial

      te pagarán, padre querido, ampliamente. Lo que me debes tú es esta

      imperial corona que, como inmediato a tu rango y a tu sangre, me viene por

      sí misma. Hela aquí puesta: (coloca la corona sobre su cabeza) ¡que el

      cielo la guarde! Que todas las fuerzas del mundo se reúnan en un brazo

      gigante, no me arrancarán este honor hereditario. La recibí de ti y a los

      míos la transmitiré, como tú la dejaste. (Sale) .

      REY ENRIQUE: (Despertándose) . ¡Warwick! ¡Gloster! ¡Clarence!

      (Vuelve Warwick y los otros).

      CLARENCE: ¿Llama el rey?

      WARWICK: ¿Qué desea, vuestra majestad? ¿Cómo se encuentra, vuestra gracia?

 

      REY ENRIQUE: ¿Por qué me habéis dejado solo aquí, milords?

      CLARENCE: Dejamos al príncipe mi hermano aquí, mi señor, quien se encargó

      de velar por vos.

      REY ENRIQUE: ¿El príncipe de Gales? ¿Dónde está? Dejadme verle. No está

      aquí.

      WARWICK: Esa puerta está abierta; ha salido en esa dirección.

      HUMPHREY: No ha pasado por el cuarto en que estábamos.

      REY ENRIQUE: ¿Dónde está la corona? ¿Quién la ha tomado de mi cabecera?

      WARWICK: Cuando nos retiramos, mi señor, la dejamos aquí.

      REY ENRIQUE: El príncipe la habrá tomado; id en su busca. ¿Tiene tal prisa

      que confunde mi sueño con mi muerte? Encontradle, milord de Warwick, y

      traedle aquí en el acto.

      (Sale Warwick).

      Esa conducta de su parte se une a la enfermedad para acelerar mi fin.

      ¡Ved, hijos, cómo sois! ¡Cuán pronto la naturaleza cae en la rebelión,

      cuando el oro es su objetivo! Para eso los padres, insensatamente

      inquietos, han roto su sueño con las preocupaciones, su cerebro por los

      cuidados, sus huesos por la labor! ¡Para eso han engrosado y apilado

      impuros montones de oro extrañamente adquiridos! ¡Para eso se han

      preocupado de educar a sus hijos en las artes y en los ejercicios de la

      guerra! Tal como las abejas, tomando a cada flor su dulce savia, con los

      muslos cargados de cera y la boca de miel, llevamos nuestro tesoro a la

      colmena, y, como a las abejas, se nos mata por nuestro trabajo. Ese amargo

      desencanto premia la previsión del padre expirante.

      (Vuelve Warwick).

      Y bien, ¿dónde está el que no puede esperar hasta que su aliada la

      enfermedad concluya conmigo?

      WARWICK: Milord, he encontrado al príncipe en la cámara contigua, regando

      con tiernas lágrimas su dulce rostro, en tal actitud de profunda pena, que

      la tiranía, que sólo con sangre se desaltera, habría al verle, lavado su

      espada en lágrimas de piedad.

      REY ENRIQUE: ¿Pero por qué ha tomado la corona?

      (Vuelve el Príncipe Enrique).

      ¡Ah! helo aquí. Acércate, Harry. Alejaos de esta cámara; dejadnos solos.

      (Salen Clarence, Humphrey, Lords, etc.).

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Nunca creí oír ya vuestra voz!

      REY ENRIQUE: Esa idea era hija de tu deseo, Harry. Tardo demasiado cerca

      de ti y te canso. ¿Tienes tal hambre de mi trono vacío, que quieres

      violentamente investirte de mis dignidades, antes que la hora madure? ¡Oh,

      loca juventud! ¡Aspirar a la grandeza que debe abrumarte! Espera tan solo

      un momento; porque la nube de mi poder está sostenida por tan débil

      viento, que pronto caerá: mi día se obscurece. Has estafado aquello que,

      dentro de pocas horas, era tuyo sin delito. En la hora de muerte, has

      puesto el sello a mis previsiones. En vida me has probado que no me amabas

      y quieres que muera con esa convicción. Encubres mil puñales en tus

      pensamientos, que has afilado sobre tu corazón de piedra, para herir la

      última media hora de mi vida. ¡Cómo! ¿No puedes tolerarme una media hora

      más? Ve, pues, a cavar tú mismo mi tumba y ordena a las alegres campanas

      que suenen a tus oídos, que estás coronado, no que estoy muerto. ¡Que

      todas las lágrimas que regarían mi féretro, sean gotas de bálsamo para

      santificar tu cabeza! Arroja mis restos al polvo del olvido, da a los

      gusanos aquel que te dio la vida. Expulsa a mis servidores, anula mis

      decretos, porque la hora ha llegado de escarnecer el orden. Enrique V ha

      sido coronado: ¡arriba la Locura! ¡Abajo la real grandeza! ¡Vosotros

      todos, sabios consejeros, atrás! Y ahora acudid a la Corte de Inglaterra,

      de todas las regiones, ¡frívolas abejas! ¡Ahora, vecinas contreras,

      purgaos de vuestra escoria! ¿Tenéis algún rufián que jure, beba, baile,

      pase la noche en jarana, robe, asesine y cometa los más viejos crímenes de

      la manera más nueva? Sed felices, ya no os incomodará más: ¡Inglaterra va

      a cubrir con un doble dorado su triple infamia! [98] Inglaterra le dará

      empleo, honor, poder; porque el quinto Enrique arranca a la licencia

      domada el bozal de la represión y la perra salvaje va a clavar su diente

      en la inocencia. ¡Oh, mi pobre reino, enfermo de las luchas intestinas! Si

      mis cuidados no han podido preservarte del desastre, ¿qué será de ti

      cuando sea el desastre quien te cuide? ¡De nuevo te convertirás en un

      desierto, poblado por los lobos, tus antiguos habitantes!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: (Arrodillándose) . Perdonadme, mi señor, pero si las

      lágrimas no hubieran detenido mi palabra, me habría anticipado a esos

      duros y acerbos reproches, antes que vuestro dolor hubiera hablado, antes

      que tan lejos hubiera llegado. He aquí vuestra corona: que aquel que lleva

      la corona inmortal, os la guarde largo tiempo. Si de otra manera la

      estimo, que como vuestro honor y vuestra gloria, que jamás me levante de

      esta postura obediente (que mi espíritu profundamente leal y respetuoso me

      sugiere) como el homenaje visible de su sumisión. El cielo me es testigo

      que, cuando aquí llegué y encontré sin aliento a vuestra majestad, un frío

      mortal penetró mi corazón. Si finjo, ¡pueda morir en mi presente desvarío

      y no vivir bastante para mostrar al mundo incrédulo el noble cambio que me

      había propuesto! Habiéndome acercado para miraros, creyendoos muerto (casi

      muerto yo mismo), ¡oh!, mi soberano, pensando que lo estabais, hablé a la

      corona como si pudiera oírme y así la vituperé: Los cuidados, que causas,

      aniquilaron el cuerpo de mi padre. Así, tú del mejor oro, eres el oro

      peor. Otro de menos ley que tú, es más precioso, porque bajo la forma de

      medicina, preserva la vida humana; ¡pero tú, más fino, más lleno de

      honores, más renombrado, devoras al que te lleva! como con un enemigo que,

      a mi vista, hubiera asesinado a mi padre: querella de buen heredero. Fue

      así, mi real soberano, que acusando a la corona, la puse sobre mi cabeza

      para medirme con ella. Pero si ha llegado a infestar de gozo mi alma o a

      inflar de orgullo mi corazón, si el menor espíritu de rebelión o de

      vanidad me ha hecho acoger el poder que simboliza con la menor afección de

      bienvenida. ¡Que el cielo la aleje para siempre de mi cabeza y me

      convierta en el más miserable de los vasallos que con reverencia y pavor

      se arrodillaban ante ella!

      REY ENRIQUE: ¡Oh, hijo mío! El cielo te inspiró la idea de tomarla para

      que pudieras acrecentar el amor de tu padre, abogando tan cuerdamente en

      tu excusa. Acércate, Harry, siéntate cerca de mi lecho y oye mis consejos,

      los últimos, creo, que proferiré. El cielo conoce, hijo mío, por qué

      sendas extraviadas, por qué caminos tortuosos e indirectos, alcancé esta

      corona; yo mismo sé cuán laboriosamente se fijó sobre mi cabeza. Sobre la

      tuya descenderá más tranquilamente, con mayor respeto de la opinión, más

      firme, porque toda la mancha de la adquisición bajará conmigo a la tumba.

      Aparecía en mí, sólo como un honor arrancado con violenta mano y muchos

      hombres vivían para echarme en cara haberla ganado con su asistencia. De

      ahí las querellas diarias y los sangrientos trastornos de una paz

      ilusoria. Tú has visto con qué peligro he arrostrado esas amenazas

      insolentes, porque todo mi reino no ha sido sino el drama en que se ha

      desenvuelto ese argumento. Pero ahora mi muerte cambia la situación,

      porque lo que en mí fue una adquisición, te llega por un camino más digno,

      porque obtienes la diadema por sucesión. Sin embargo, aunque tú te

      establecerás con mayor firmeza de la que yo podía alcanzar, no tendrás

      solidez suficiente mientras persistan las quejas aún vivaces. Todos mis

      amigos, de los que debes hacer tus amigos, sólo desde hace poco perdieron

      sus garras y sus dientes; elevado primeramente por su ruda asistencia,

      temí luego ser derribado por su poder. Para evitarlo, les hice pedazos;

      tenía ahora el proyecto de conducir el resto a Tierra Santa, temiendo que

      el reposo y la inacción no les aconsejasen examinar de cerca mi autoridad.

      Así, pues, Harry, que ese sea tu sistema, ocupar esos espíritus inquietos,

      en guerras extranjeras, de manera que su actividad, ejercitada lejos de

      aquí, pueda borrar la memoria de los primeros días. Más te diría, pero mis

      pulmones están de tal modo fatigados, que ya no tengo fuerza para hablar.

      ¡Que Dios me perdone cómo alcancé la corona y permita que puedas tú vivir

      en paz con ella!

      PRÍNCIPE ENRIQUE: Mi gracioso señor, la habéis ganado, llevado, conservado

      y me la dais; así, mi posesión es completa y legítima: con una energía

      superior a la común, la defenderé contra el mundo entero.

      (Entran el Príncipe Juan de Lancaster, Warwick, lores, etc.).

      REY ENRIQUE: Mirad, mirad, ahí viene mi Juan de Lancaster.

      PRÍNCIPE JUAN: ¡Salud, paz y prosperidad a mi real padre!

      REY ENRIQUE: Me traes la prosperidad y la paz, hijo Juan; pero la salud

      ¡ay! volose sobre sus alas juveniles de este tronco seco y marchito. Ya lo

      ves; mi tarea en este mundo toca a su fin. ¿Dónde está milord de Warwick?

      PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Milord de Warwick!

      REY ENRIQUE: ¿La cámara en la que me desvanecí por primera vez, tiene

      algún nombre particular?

      WARWICK: La llaman Jerusalem, mi noble señor.

      REY ENRIQUE: ¡Dios sea alabado! Es allí donde debe concluir mi vida. Se me

      ha profetizado hace muchos años que no moriría si no en Jerusalem; había

      creído por error que sería en Tierra Santa. Pero llevadme a esa cámara;

      quiero reposar allí; en esa Jerusalem morirá Enrique. (Salen) .

 

 

Acto V

 

Escena I

 

      GLOUCESTERSHIRE. Un cuarto en la casa del juez Trivial.

 

      (Entran Trivial, Falstaff, Bardolfo y el Paje).

      TRIVIAL: ¡Vive Dios, señor mío, que no os iréis esta noche! Vamos, Davy,

      ¿vienes?

      FALSTAFF: Es necesario que me excuséis, maese Trivial.

      TRIVIAL: No os excusaré; no seréis excusado; no se admitirán excusas; no

      hay excusa que valga; no seréis excusado... ¡Y bien, Davy!

      (Entra Davy)

      DAVY: Aquí estoy, señor.

      TRIVIAL : Davy, Davy, Davy... A ver Davy, a ver... ¡Ya, eso es! William,

      el cocinero... decidle que venga. Sir John, no seréis excusado.

      DAVY: ¡Ay, señor! esas órdenes no pueden ser ejecutadas; ¿una vez más,

      señor, sembraremos de trigo la tierra del cercado?

      TRIVIAL: De trigo rojo, Davy. Pero en cuanto a William, el cocinero... ¿No

      hay pichones tiernos?

      DAVY: Sí, señor. He aquí ahora la cuenta del herrero por herraduras y

      hierros de arado.

      TRIVIAL: Que se examine y se pague... Sir John, no seréis excusado.

      DAVY: Señor, el cubo necesita absolutamente un anillo nuevo... Además,

      señor, ¿pensáis retener algo sobre el sueldo de William, por el saco que

      perdió el otro día en la feria de Kinckey?

      TRIVIAL: Debe responder de él... Algunos pichones, Davy, un par de

      gallinas de patas cortas, un cuarto de carnero y algunas pequeñas

      fruslerías bien sabrosas... Avisa a William el cocinero.

      DAVY: ¿El hombre de guerra se quedará aquí toda la noche, señor?

      TRIVIAL: Sí, Davy. Quiero tratarle bien. Un amigo en la Corte vale más que

      un penique en el bolsillo. Trata a esos hombres bien, Davy, porque son

      bribones de cuenta y pueden difamarnos.

      DAVY: No más, sin embargo, que lo que se les difama a ellos mismos.

      TRIVIAL: Bien encontrado, Davy. Ahora, a tu quehacer.

      DAVY: Os ruego, señor, que apoyéis a Williams Visor, de Wincot, contra

      Clement Perkes de la Colina.

      TRIVIAL: Hay muchas quejas, Davy, contra ese Visor; ese Visor es un pillo

      de cuenta, según sé.

      DAVY: Concedo a vuestro honor que es un pillo; pero no obstante, señor, no

      quiera Dios que a un pillo pueda faltarle apoyo, cuando un amigo lo pide.

      Un hombre de bien, señor, puede hablar por sí mismo; no así un pillo. He

      servido con fidelidad a vuestro honor desde hace ocho años y si no puedo,

      una o dos veces por mes, sacar adelante a un pillo contra un hombre

      honrado, tengo bien poco crédito con vuestro honor. Ese pillo es un amigo

      honrado para mí; así, ruego a vuestro honor que lo favorezca.

      TRIVIAL: Vamos, bien está; no le sucederá nada malo. A tu quehacer, Davy.

      (Davy sale) .

      ¿Dónde estáis, sir John? Vamos, sacaos las botas. Dadme vuestra mano,

      maese Bardolfo.

      BARDOLFO: Me alegro de ver a vuestro honor.

      TRIVIAL: Te lo agradezco de todo corazón, gentil maese Bardolfo. (Al paje)

      . Bienvenido, mi gran muchacho. Vamos, sir John. (Sale Trivial) .

      FALSTAFF: Ya os sigo, mi buen maese Roberto. Bardolfo, cuida de los

      caballos. (Salen Bardolfo y el paje). Si me dividieran en varios pedazos,

      haría cuatro docenas de báculos de ermita barbudo, como Trivial. Es una

      cosa maravillosa observar la completa conexión que existe entre el

      espíritu de sus servidores y el suyo. Ellos, a fuerza de observarle, han

      tomado el aire de jueces reblandecidos; él, conversando con ellos, el de

      un criado de juez. Sus espíritus están tan estrechamente unidos por el

      comercio social constante, que marchan todos en manada, como gansos

      silvestres. Si quisiera obtener algún favor de maese Trivial, adularía a

      sus gentes, afirmándoles, que hacen uno con su amo; si de sus gentes,

      lisonjearía a maese Trivial, asegurándole que ningún hombre tiene más

      imperio sobre sus servidores. Es un hecho que tanto el espíritu como la

      imbecilidad se contagian en los hombres, de uno a otro; por tanto, hay que

      preocuparse de las compañías. Tendré tema suficiente, con este Trivial,

      para tener al príncipe Harry en continua risa durante seis modas (que

      comprenden cuatro términos ( 99] o dos acciones por deudas) y reirá así

      sin intervalluns . ¡Es enorme el efecto que hace una mentira, sostenida

      por un juramento ligero y una broma, dicha con aire serio, sobre un

      muchacho a quien nunca han dolido las espaldas! ¡Oh, le veréis reír hasta

      que su cara se ponga como una capa mojada y puesta de través!

      TRIVIAL: (Dentro) . ¡Sir John!

      FALSTAFF: Voy allá, maese Trivial, voy allá.

      (Sale)

 

 

Escena II

 

      WESTMINSTER. Una sala en palacio.

 

      (Entran Warwick y el lord Justicia Mayor).

      WARWICK: Y bien, milord gran juez, ¿ dónde vais?

      LORD JUSTICIA: ¿Cómo está el rey?

      WARWICK: Excesivamente bien; todas sus penas han concluido.

      LORD JUSTICIA: ¿No ha muerto, espero?

      WARWICK: Ha recorrido el camino de la naturaleza y para nosotros ya no

      vive.

      LORD JUSTICIA: Hubiera querido que su majestad me llevara consigo; los

      servicios que fielmente le presté durante su vida, me dejan expuesto a

      todo género de vejámenes.

      WARWICK: A la verdad, me parece que el joven rey no os tiene mucho cariño.

 

      LORD JUSTICIA: No lo ignoro; me he preparado a hacer frente a las

      circunstancias, que no pueden ser más horribles para mí que lo que mi

      imaginación me las representa.

      (Entran el Príncipe Juan, Príncipe Humphrey, Clarence, Westmoreland y

      otros).

      WARWICK: Aquí viene la angustiada descendencia del muerto Enrique. ¡Oh, si

      el Enrique vivo tuviera el temple del menos favorecido de esos tres

      caballeros! ¡Cuántos nobles conservarían entonces sus puestos, que ahora

      tendrán que arriar pabellón ante hombres de la más vil especie!

      LORD JUSTICIA: ¡Ay! ¡Temo que todo sea trastornado!

      PRÍNCIPE JUAN: Buen día, primo Warwick.

      HUMPHREY Y CLARENCE: Buen día, primo.

      PRÍNCIPE JUAN: Nos encontramos como hombres que han olvidado el habla.

      WARWICK: La recordamos; pero nuestro argumento es demasiado penoso para

      admitir mucha plática.

      PRÍNCIPE JUAN: Bien, que la paz sea con aquel que nos ha sumido en la

      tristeza.

      LORD JUSTICIA: Que la paz sea con nosotros y nos preserve de mayor

      tristeza.

      HUMPHREY: ¡Oh, mi buen lord! Habéis perdido un amigo seguramente; me

      atrevería a jurar que no es fingida la tristeza de vuestra cara; es

      sincera.

      PRÍNCIPE JUAN: Aunque ningún hombre está seguro de la suerte que le

      espera, vos estáis en una fría expectativa. Eso me entristece en extremo;

      quisiera que no fuera así.

      CLARENCE: Ahora tendréis que tratar bien a sir John Falstaff, nadando así

      contra la corriente de vuestro carácter.

      LORD JUSTICIA: Mis buenos príncipes, lo que he hecho lo he hecho

      honorablemente, guiado por la imparcial dirección de mi conciencia; nunca

      me veréis solicitar remisión por medio de indignos manejos. Si la verdad y

      la recta inocencia me fallan, iré a encontrar a mi señor el rey muerto y

      le diré quién me envió a reunirme con él.

      WARWICK: He aquí el príncipe que viene.

      (Entra el Rey Enrique V).

      LORD JUSTICIA: ¡Buen día y que Dios guarde a vuestra majestad!

      REY ENRIQUE V: Este nuevo y esplendoroso adorno, la majestad, no me es tan

      cómodo como pensáis. Hermanos, mezcláis algún temor a vuestra tristeza;

      esta es la corte de Inglaterra y no de Turquía; no sucede un Amurat a un

      Amurat, sino un Enrique a un Enrique. No obstante, estad tristes, mis

      buenos hermanos, porque, a decir verdad, eso os sienta bien. Lleváis el

      duelo de tan soberana manera, que quiero arraigar profundamente esa moda y

      llevarla en mi corazón. Estad, pues, tristes; pero no habléis de esa

      tristeza, mis buenos hermanos, sino como de una carga que pesa por igual

      sobre todos nosotros. En cuanto a mí, podéis estar seguros, seré a la vez

      vuestro padre y vuestro hermano. Dadme vuestro amor, yo os daré mi

      solicitud. Llorad al Enrique muerto; también le lloraré yo. Pero vive un

      Enrique que convertirá esas lágrimas en otras tantas horas de alegría.

      LOS PRÍNCIPES: No esperamos otra cosa de Vuestra Majestad.

      REY ENRIQUE V: Me miráis todos de extraña manera; (al lord Justicia) sobre

      todo vos. Estáis seguro, pienso, que no os tengo afecto.

      LORD JUSTICIA: Estoy seguro, si se me juzga rectamente, que Vuestra

      Majestad no tiene justo motivo de odiarme.

      REY ENRIQUE V: ¡No, eh! ¿Cómo puede un príncipe, llamado como yo a tan

      altos destinos, olvidar las graves indignidades que me habéis hecho

      sufrir? ¡Cómo! A Regañar, censurar y enviar rudamente a la prisión al

      heredero inmediato de la corona? ¿Eso es sencillo? ¿Puede eso ser lavado

      en el Leteo y olvidado?

      LORD JUSTICIA: Representaba entonces la persona de vuestro padre, y la

      imagen de su poder estaba en mí. En la administración de justicia estaba

      yo encargado del interés público, cuando plugo a Vuestra Alteza olvidar mi

      dignidad, la majestad y el poder de la ley y la justicia, la imagen del

      rey que yo representaba, llegando hasta pegarme sobre mi sitial mismo de

      juez. Entonces, como contra un ofensor de vuestro padre, hice uso enérgico

      de mi autoridad y os hice arrestar. Si el acto era vituperable, debéis

      resignaros, ahora que lleváis la diadema, a ver un hijo burlarse de

      vuestros decretos, a arrancar la justicia de vuestro augusto tribunal,

      echar por tierra la ley y embotar la espada que guarda la paz y la

      seguridad de vuestra persona, qué digo, a desdeñar vuestra real imagen y

      mofarse de vuestros actos hechos por un segundo vos mismo. Interrogad

      vuestra real inteligencia, haced vuestro el caso, sed ahora el padre y

      suponed el hijo; oíd que vuestra dignidad ha sido de esa manera profanada,

      ved vuestras leyes más formidables tan aturdidamente escarnecidas,

      figuraos vos mismo así despreciado por un hijo e imaginadme entonces a mí,

      tomando vuestro partido y, en uso de vuestra autoridad, reduciendo vuestro

      hijo dignamente al silencio. Después de ese frío examen, sentenciadme y,

      como sois rey, declarad, en esa calidad, lo que haya hecho que menoscabe

      mi puesto, mi persona o a la soberanía de mi señor.

      REY ENRIQUE: Estáis en la verdad, juez, y pesáis muy bien las cosas.

      Conservad, pues, la balanza y la espada. Deseo que vuestros honores se

      acrecienten hasta que viváis bastante para ver un hijo mío ofendemos y

      obedeceros como lo he hecho. Pueda yo también vivir para repetir las

      palabras de mi padre: Feliz soy en tener un servidor tan enérgico para

      tener el valor de hacer justicia en mi propio hijo y no menos feliz en

      tener un hijo que así entrega su grandeza al brazo de la justicia . Me

      habéis hecho arrestar; por eso coloco en vuestras manos la inmaculada

      espada que estáis habituado a llevar, con esta recomendación: que la uséis

      con el mismo enérgico, justo e imparcial espíritu con que lo habéis hecho

      contra mí. He aquí mi mano; seréis un padre para mi juventud; mi voz hará

      oír aquello que insinuéis a mi oído y sujetaré, humildemente mis

      propósitos a la sabia dirección de vuestra experiencia. Y vosotros todos,

      príncipes, creedme, os lo ruego. Mi padre ha llevado consigo a la tumba

      mis desenfrenos, porque es allí que reposan mis afecciones. Yo sobrevivo

      con su reposado espíritu, para burlarme de la expectativa del mundo, para

      frustrar las profecías, para destruir la carcomida sentencia que me ha

      condenado según mis apariencias. En mí, la ola de la sangre ha rodado

      hasta ahora locamente en vanidad; ahora se vuelve y refluye hacia el mar,

      donde va a confundirse en el dominio de las olas y correr en adelante en

      la calma de la majestad. Convoquemos ahora nuestra alta corte del

      parlamento y elijamos de tal manera los miembros del noble consejo, que el

      gran cuerpo de nuestra nación pueda marchar en el mismo rango que los

      países mejor gobernados; que la guerra o la paz, o ambas a la vez, sean

      para nosotros cosas familiares y conocidas, (al lord Justicia). En lo que,

      padre, tendréis la alta mano. Hecha nuestra coronación, reuniremos, como

      lo he recordado antes, todos nuestros estados y -si Dios suscribe a mis

      buenas intenciones- ningún príncipe, ningún par, tendrá justa causa para

      desear que el cielo abrevie de un solo día la afortunada vida de Enrique.

      (Salen) .

 

 

Escena III

 

      GLOUCESTERSHIRE. El jardín de la casa de Trivial.

 

      (Entran Falstaff, Silencio, Bardolfo, el paje y Davy).

      TRIVIAL: Bien, ahora veréis mi huerta, y bajo una glorieta comeremos una

      manzana esperiega que yo he injertado con mi propia mano, con un plato de

      anís y otras cosillas; vamos, primo Silencio, y luego a la cama.

      FALSTAFF: Vive Dios que tenéis aquí una buena habitación y rica.

      TRIVIAL: Improductiva, improductiva, improductiva; parásitos todos,

      parásitos todos, Sir John... ¡Bah! El aire es bueno; sirve, Davy, sirve,

      Davy. Bien, Davy.

      FALSTAFF: Este Davy os sirve para muchos usos; es vuestro criado y vuestro

      labrador.

      TRIVIAL: Es un buen criado, un excelente criado, Sir John... ¡Por la misa!

      He bebido demasiado vino en la cena... ¡Un buen criado! Ahora sentaos,

      ahora sentaos; venid, primo.

      SILENCIO: Por mi fe, no haremos:

 

 

      Más que comer y banquetear (cantando)

 

      Y agradecer al cielo el año feliz;

 

      Cuando la carne está barata, y las hembras caras

 

      Y que los robustos muchachos andan rondando

 

      Tan alegremente

 

      Y por siempre alegremente.

 

 

      FALSTAFF: ¡He ahí un carácter alegre! ¡Buen maese Silencio, una copa al

      instante a vuestra salud!

      TRIVIAL: Servid vino a maese Bardolfo, Davy.

      DAVY: Mi dulce señor, sentaos; (haciendo sentar a Bardolfo y al paje a

      otra mesa). Soy con vosotros al momento, dulcísimo señor. Maese Paje, buen

      maese Paje, sentaos: ¡que aproveche! Lo que os falta en comida, lo

      tendremos en bebida. Pero nos excusaréis; la buena intención es todo.

      TRIVIAL: ¡Alegría, maese Bardolfo! ¡Y vos allá, soldadillo, alegría!

      SILENCIO: (Cantando)

      Alegría, alegría, mi mujer es como todas;

 

      Las mujeres son bribonas, tanto grandes como pequeñas,

 

      Hay alegría en la sala, cuando las barbas ondean,

 

      ¡Bienvenida la alegre carnestolenda!

 

 

      FALSTAFF: Nunca hubiera pensado que maese Silencio fuera un hombre de esos

      bríos.

      SILENCIO: ¿Quién, yo? Más de una vez he estado chispo.

      (Vuelve Davy).

      DAVY: (Colocando un plato delante de Bardolfo) . He aquí un plato de

      manzanas para vos.

      TRIVIAL: ¡Davy!

      DAVY: ¿Señor? (a Bardolfo) . En seguida soy con vos. (a Trivial) . ¿Una

      copa de vino, señor?

      SILENCIO: (Cantando) :

      Una copa de vino, que sea vino fino,

 

      ¡Yo bebo a mi querida!

 

      ¡Un corazón alegre vive mucho tiempo!

 

 

      FALSTAFF: ¡Bien dicho, maese Silencio!

      SILENCIO: Debemos estar alegres; ahora viene la dulce hora de la noche.

      FALSTAFF: ¡Salud y larga vida, maese Silencio!

      SILENCIO: (Cantando) :

      Llenad la copa y pasádmela;

 

      Os correspondo hasta una milla más allá.

 

 

      TRIVIAL: Honesto Bardolfo, bienvenido. Si tienes necesidad de algo y no lo

      pides, el diablo te lleve. (Al paje) . Bienvenido, briboncillo; tú

      también, bienvenido, a fe mía. Quiero beber a maese Bardolfo y a todos los

      alegres muchachos [ 100] de Londres.

      DAVY: Espero ver Londres una vez antes de morir.

      BARDOLFO: Si puedo veros allí, Davy...

      TRIVIAL: ¡Por la misa! ¿Os beberéis una pinta juntos, heim? ¿No es así,

      maese Bardolfo?

      BARDOLFO: Sí, señor, en un jarro de cuatro pintas.

      TRIVIAL: Gracias; el pillo no te soltará; tendrá firme; es de buena

      sangre.

      BARDOLFO: Yo tampoco le soltaré, señor.

      TRIVIAL: Bien, eso es hablar como un rey. No os privéis de nada y estad

      alegres. (Llaman) . Mira quién está a la puerta; ¡hola! ¿Quién llama?

      (Sale Davy) .

      FALSTAFF: (A Silencio, que ha bebido un largo trago). Así, ahora me habéis

      correspondido.

      SILENCIO: (Cantando) :

      Correspóndeme

 

      Y hazme caballero,

 

      ¡Samingo!

 

 

      ¿No es así?

 

 

      FALSTAFF: Eso es.

      SILENCIO: ¿Es así? Confesad entonces que un hombre viejo sirve para algo.

      (Vuelve Davy).

      DAVY: Con el permiso de Vuestra Señoría, es un Pistola que trae noticias

      de la Corte.

      FALSTAFF: ¿De la Corte? ¡Que entre!

      (Entra Pistola).

      ¿Qué hay de nuevo, Pistola?

      PISTOLA: ¡Dios os guarde, Sir John!

      FALSTAFF: ¿Qué viento te ha empujado por aquí, Pistola?

      PISTOLA: No es el mal viento que nunca empuja al bueno... Dulce caballero,

      eres ahora uno de los más grandes personajes del reino.

      SILENCIO: Por Nuestra Señora, creo que lo es; después del bueno de Puf de

      Barson, sin embargo.

      PISTOLA: ¿Puf? ¡Al diablo Puf, follón, villano y cobarde! ¡Sir John, soy

      tu Pistola, soy tu amigo y a rienda suelta he corrido hasta ti y te traigo

      las noticias más afortunadas y gozosas de sucesos de oro, nuevas del mayor

      precio!

      FALSTAFF: Te ruego, suéltalas como un humilde mortal.

      PISTOLA: ¡El diablo se lleve este mundo y sus humildes mortales! ¡Hablo

      del Africa y de sus placeres de oro!

      FALSTAFF: Oh, vil caballero asirio, ¿qué noticias traes? ¡Di la verdad al

      rey Cophetua!

      SILENCIO: (Cantando) : Y Robin Hood, Escarlata y Juan .

 

 

      PISTOLA: ¿Corresponde a los perros sarnosos contestar a los hijos del

      Helicón? ¿Es permitido mofarse de las buenas noticias? Si es así, ¡oh

      Pistola, oculta tu cabeza en el regazo de las Furias!

      TRIVIAL: Honesto caballero, no entiendo jota de lo que decís.

      PISTOLA: Entonces, deplóralo.

      TRIVIAL: Perdonadme, señor. Si traéis, señor, noticias de la Corte, pienso

      que no hay más que dos caminos: o decirlas o callarlas. Ejerzo, señor, por

      el rey, alguna autoridad.

      PISTOLA: ¿Por qué rey, andrajoso? Habla o muere.

      TRIVIAL: Por el rey Enrique.

      PISTOLA: ¿Enrique IV o V?

      TRIVIAL: Enrique IV.

      PISTOLA: ¡Al diablo tu oficio! Sir John, tu tierno corderillo, es ahora

      rey; Enrique V es el hombre. Digo la verdad. Si Pistola miente, hazme

      esto: la higa, como a un fanfarrón español.

      FALSTAFF: ¿Cómo? ¿El viejo rey ha muerto?

      PISTOLA: Como un clavo en una puerta; lo que afirmo es exacto.

      FALSTAFF: ¡En marcha, Bardolfo! Ensilla mi caballo. Maese Roberto Trivial,

      elige el empleo que quieras en el país; tuyo es. Pistola, quiero agobiarte

      de dignidades.

      BARDOLFO: ¡Oh, día feliz! ¡No daría mi fortuna por un título de caballero!

 

      PISTOLA: ¿Qué tal? ¡Traigo buenas noticias!

      FALSTAFF: Llevad a la cama a maese Silencio. Maese Trivial, milord

      Trivial, sé lo que quieras; yo soy el proveedor de la fortuna. Ponte las

      botas, galoparemos toda la noche. ¡Oh, suave Pistola! ¡En marcha,

      Bardolfo! (Sale Bardolfo) . Ven, Pistola, cuéntame todo y, además, piensa

      en lo que puede convenirte. Las botas, las botas, maese Trivial. Sé que el

      joven rey languidece por mi ausencia. Tomemos los primeros caballos que

      encontremos; las leyes de Inglaterra están a mis órdenes. Felices aquellos

      que han sido mis amigos, y ¡ay de milord Justicia Mayor!

      PISTOLA: ¡Que los viles buitres le devoren los pulmones. Dónde está la

      vida que antaño llevaba, dicen; y bien, hela aquí. ¡Bienvenidos estos

      gratos días! (Salen) .

 

 

Escena IV

 

      LONDRES. Una calle.

 

      (Entran alguaciles arrastrando a mistress Quickly y a Dorotea

      Rompe-Sábana).

      HOSTELERA: No, infame bribón, aun a costa de mi vida, quisiera verte

      ahorcado. Me has dislocado el hombro.

      1° ALGUACIL: Los constables me la han entregado y se llevará una azotaina

      en regla, se lo garantizo. Ultimamente ha habido uno o dos hombres muertos

      por su causa.

      DOROTEA: Mientes, maldito corchete, mientes. Oyeme; quiero decirte,

      maldecido canalla con cara de tripa, que si el hijo que llevo nace antes

      de tiempo, más te hubiera valido golpear a tu madre, villano con rostro de

      papel.

      HOSTELERA: ¡Oh, señor! ¡Si Sir John estuviera aquí! ¡Habría hecho que este

      día fuera sangriento para alguno! ¡Pero ruego a Dios que el fruto de sus

      entrañas aborte!

      1° ALGUACIL: Si eso sucede, necesitaréis hasta doce almohadillas; por

      ahora no tenéis más que once [ 101] . Vamos, os ordeno a ambas que me

      sigáis, porque el hombre que habéis golpeado Pistola y vos, ha muerto.

      DOROTEA: Te diré, cara de incensario; te haré azotar en regla, infame

      mosca azul [102] , verdugo tísico. Si no te hago dar una azotaina,

      renuncio para siempre a las faldas.

      l° ALGUACIL: ¡Vamos, caballero errante hembra, en marcha!

      HOSTELERA: ¡Oh! ¡Que la fuerza aplaste así al derecho! Está bien; después

      de la pena, el placer.

      DOROTEA: Vamos, villano, vamos; llevadme a un juez.

      HOSTELERA: ¡Sí, vamos, sabueso hambriento!

      DOROTEA: ¡Espectro! ¡Osamenta!

      HOSTELERA: ¡Esqueleto!

      DOROTEA: ¡Anda, perro flaco, degradado!

      1° ALGUACIL: Perfectamente. (Salen) .

Escena V

 

      Una plaza cerca de la abadía de Westminster.

 

      (Entran dos grooms y cubren el suelo con esteras).

      1° GROOM: ¡Más esteras, más esteras!

      2° GROOM: Las trompetas han tocado dos veces.

      1° GROOM: Serán las dos antes que vuelvan de la coronación. Despachemos,

      despachemos.

      (Los grooms salen).

 

      (Entran Falstaff, Trivial, Pistola, Bardolfo y el paje).

      FALSTAFF: Colocaos cerca de mí, maese Roberto Trivial; haré que el rey os

      distinga. Le guiñaré el ojo así que llegue, y observad qué cara va a

      ponerme.

      PISTOLA: Dios bendiga tus pulmones, buen caballero.

      FALSTAFF: Ven aquí, Pistola; colócate detrás de mí. (A Trivial) . ¡Oh! si

      hubiera tenido tiempo de mandar hacer libreas nuevas, habría gastado en

      ellas las mil libras que me habéis prestado. Pero no importa; esta pobre

      apariencia conviene más. Le hará comprender mi celo por verle.

      TRIVIAL: Así lo creo.

      FALSTAFF: Hará ver el calor de mi afecto.

      TRIVIAL: Así lo creo.

      FALSTAFF: Mi devoción.

      TRIVIAL: Así lo creo, así lo creo.

      FALSTAFF: Revelará que he estado a caballo todo el día y toda la noche,

      sin deliberar, sin acordarme de nada, sin tiempo ni paciencia para

      mudarme.

      TRIVIAL: Es bien cierto.

      FALSTAFF: Y que he venido a colocarme aquí maculado aún por el viaje,

      sudando del deseo de verle, no pensando en otra cosa, olvidando todo otro

      asunto, como si no tuviera otra cosa que hacer en el mundo, sino verle.

      PISTOLA: Es semper idem , porque absque hoc nihil est . Eso está en regla.

 

      TRIVIAL: Así es, ciertamente.

      PISTOLA: Mi caballero, voy a inflamar tu noble hígado y hacerte

      encolerizar. Tu Dorotea, Helena de tus nobles pensamientos, está en un

      inmundo calabozo, en una infecta prisión, adonde la han arrastrado las más

      villanas y sucias manos. Levanta de su antro de ébano la vengadora

      serpiente de la feroz Alectro, porque Dorotea está en el violín. Pistola

      sólo habla la verdad.

      (Aclamación en el interior y toques de trompeta).

      FALSTAFF: Yo la libertaré.

      PISTOLA: He ahí los rugidos del mar y el brillante sonar de las trompetas.

 

      (Entran el Rey con su séquito, en el cual se ve al Justicia Mayor).

      FALSTAFF: ¡Dios salve a tu Gracia, rey Hal, mi real Hal.

      PISTOLA: ¡Los cielos te guarden y te preserven, muy augusto vástago de la

      fama!

      FALSTAFF: ¡Dios te salve, muchacho querido!

      REY ENRIQUE V: Milord Justicia, hablad a ese insensato.

      LORD JUSTICIA: ¿Estáis en vuestro sentido? ¿Sabéis lo qué decís?

      FALSTAFF: ¡Mi rey! ¡Mi Júpiter! ¡Es a ti a quien hablo, mi corazón!

      REY ENRIQUE V: No te conozco, anciano. Ve a tus oraciones. ¡Qué mal

      sientan los cabellos blancos a un loco y a un bufón! Largo tiempo he

      soñado con un hombre de esa especie, tan hinchado por la orgía, tan viejo

      y tan profano. Pero, despierto, he despreciado mi sueño. En adelante,

      amengua tu cuerpo y aumenta tu virtud; abandona la glotonería; sabe que la

      tumba se abre para ti tres veces más ancha que para el resto de los

      hombres. No me contestes con una bufonada. No presumas que soy lo que fui;

      porque el cielo lo sabe y el mundo se apercibirá, que he despojado en mí

      el antiguo hombre y que otro tanto haré con aquellos que fueron mis

      compañeros. Cuando oigas que soy lo que fui, acércateme y serás lo que

      fuiste, el tutor y el incitador de mis excesos. Hasta entonces, te

      destierro, bajo pena de muerte, como he hecho con el resto de mis

      corruptores; y te prohíbo permanecer a menos de diez millas de mi persona.

      En cuanto a medios de subsistencia, yo los proveeré, para que la falta de

      recursos no te empuje al mal: y si sabemos que os habéis reformado,

      entonces, de acuerdo con vuestras facultades y méritos, os ocuparemos. (Al

      lord Justicia) . Encargaos, milord, de hacer cumplir nuestras órdenes.

      Adelante.

      (Salen el Rey y su séquito).

      FALSTAFF: Maese Trivial, os debo mil libras.

      TRIVIAL: ¡Ay, sí! Sir John, os ruego me permitáis llevármelas a casa.

      FALSTAFF: Difícilmente podrá ser, maese Trivial; no os apesadumbréis por

      esto; pronto, me hará llamar en privado; ya comprenderéis que esto lo hace

      por la galería. No temáis por vuestro ascenso; aún seré el hombre que os

      hará grande.

      TRIVIAL: No alcanzo a comprender cómo, a menos que me deis vuestra casaca

      y me rellenéis de paja. Os ruego, Sir John, devolvedme al menos quinientas

      de mis mil libras.

      FALSTAFF: Caballero, mantendré mi palabra; lo que habéis oído, no es más

      que un color.

      TRIVIAL: Temo que moriréis con ese color, Sir John.

      FALSTAFF: No temáis los colores y veníos a comer conmigo. Vamos, teniente

      Pistola; vamos, Bardolfo; seré llamado antes de la noche.

      (Vuelven el Príncipe Juan, el lord Justicia Mayor, oficiales, etc.).

      LORD JUSTICIA: Vamos, llevad a Sir John Falstaff a la prisión de

      Fleet-Street, y con él a todos sus compañeros.

      FALSTAFF: Milord, milord...

      LORD JUSTICIA: No puedo hablar ahora; en breve os oiré. Llevadles.

      PISTOLA: Si fortuna me tormenta, esperanza me contenta.

      (Salen Falstaff, Trivial, Pistola, Bardolfo, el paje y los oficiales).

      PRÍNCIPE JUAN: Me gusta esa hermosa conducta del rey; entiende que sus

      compañeros habituales sean dignamente auxiliados; pero todos son

      desterrados hasta que sus hábitos parezcan al mundo más cuerdos y

      decorosos.

      LORD JUSTICIA: Así es.

      PRÍNCIPE JUAN: El rey ha convocado su parlamento, milord.

      LORD JUSTICIA: En efecto.

      PRÍNCIPE JUAN: Apostaría que, antes de concluir el año, llevaremos

      nuestras armas nacionales y ardor nativo hasta Francia. He oído cantar eso

      a un pájaro y me ha parecido que su música agradaba al rey. Vamos, ¿venís?

      (Salen) .

 

 

Epílogo

 

            Dicho por un bailarín

 

 

      Primero, mi temor; luego, mi reverencia; último, mi discurso. Mi temor, es

      vuestro desagrado; mi reverencia, mi homenaje; y mi discurso, mi disculpa.

      Si ahora esperáis un buen discurso, estoy perdido, porque lo que tengo que

      decir, es de mi propia cosecha; y lo que debo decir será, a la verdad, en

      mi propio perjuicio. Pero al grano y a la buena ventura... Sabréis, pues

      (como bien lo sabéis), que me encontraba aquí al final de una pieza

      desgraciada, para pediros paciencia para ella y prometeros una mejor.

      Pensaba, a la verdad, cumplir mi promesa con ésta; pero, si como una mala

      operación no tiene éxito, quiebro, y vosotros, mis amables acreedores,

      perdéis. Prometí que aquí estaría, y aquí entrego mi persona a vuestra

      merced. Rebajad vuestro crédito y os pagaré una parte, haciéndoos promesas

      infinitas, como la hacen muchos deudores.

 

      Si mi lengua no alcanza a induciros a darme carta de pago, ¿queréis que

      ponga en juego mis piernas? Pero sería pagar en moneda demasiado ligera,

      compensar mi deuda con cabriolas. Una conciencia sana debe dar todas las

      satisfacciones posibles, y así quiero hacerlo. Todas las gentiles damas

      aquí presentes, me han perdonado; si los caballeros no lo hacen, entonces

      los caballeros no concuerdan con las damas, lo que nunca fue visto en una

      reunión como ésta.

 

      Una palabra más, os suplico. Si no estáis hartos de carne gorda, vuestro

      humilde autor continuará la historia, en la que seguirá figurando Sir John

      y os hará reír con la hermosa Catalina de Francia; donde, tanto como puedo

      saberlo, Falstaff morirá de un sudor resumido, a menos que no le hayáis ya

      inmolado por una injusta opinión; porque Oldcastle murió como un mártir y

      éste no es el mismo hombre. Mi lengua está fatigada; cuando mis piernas lo

      estén también, os desearé las buenas noches; así, doblo la rodilla ante

      vosotros; pero, a la verdad para rogar por la reina [103] .

 

 

Notas a la segunda parte

 

      49. Se suponía que la raíz de mandrágora (planta que tiene mucho papel en

      la alquimia de la brujería) afectaba la forma de un hombre.

 

      50. Alusión a esas figurinas diminutas, talladas en ágata, que sirven para

      los sellos.

 

      51. El mal rico, del Evangelio.

 

      52. Era el sitio de reunión de los holgazanes y rateros de Londres. Los

      comentadores recuerdan a este propósito el viejo proverbio: "quien busca

      mujer en Westminster, hombre honrado en San Pablo y caballo en Smithfield,

      encuentra p..., pillo y penco".

 

      53. El lord Chief-Justice de la época era Sir William Gascoygne y a él se

      refiere la anécdota legendaria en Inglaterra, base del ejemplar respeto a

      la autoridad en aquel país. El príncipe de Gales, irritado contra el

      Justicia Mayor por la negativa de éste de poner en libertad a un ladrón de

      sus protegidos, le habría dado un bofetón. El Justicia Mayor, después de

      haber probado, con nobles palabras, al heredero presuntivo que a quien

      había injuriado era a la augusta persona de su padre, por él representada,

      le habría mandado a la cárcel como a un simple particular.

 

      Sobre esa anécdota está basado uno de los incidentes capitales de la pieza

      anónima, anterior a Shakespeare, "Las famosas victorias del Rey Enrique

      V".

 

      54. Juego de palabras entre waste (gastos, despilfarros) y waist (talle,

      cintura).

 

      55. I am the fellow with the great belly, and he my dog . La mayoría de

      los traductores traducen fellow por ciego. El doctor Johnson declara que

      no comprende la broma del texto. "Los perros, dice, conducen a los ciegos;

      pero ¿qué servicio pueden prestar a un hombre gordo?" A lo que el doctor

      Farmer contesta que si el enorme vientre del hombre le impedía ver su

      camino, necesitaba, como el ciego, un perro que le guiase. Eso es bien

      alambicado; a mis ojos debe haber ahí una alusión que no alcanzamos.

 

      56. Equívoco entre wax , que significa cera y crecer . Traduzco

      textualmente para dar una idea de la cantidad de juegos de palabra,

      retruécanos, etc., que hay siempre en boca de Falstaff.

 

      57. Gravity , gravedad, gravy , grasa.

 

      58. Angel , hemos dicho ya, era una moneda de la época. He ahí el

      equívoco.

 

      59. Es decir, a no beber más vino o licores.

 

      60. Juego de palabras; algunas monedas inglesas tomaban su nombre de la

      cruz que llevaban grabada en el anverso.

 

      61. Este soberbio apóstrofe del Arzobispo de York fue agregado por

      Shakespeare, según Pope, después de la primera edición del drama.

 

      62. A evacuar.

 

      63. Indited , por invited , invitado, lapsus de la posadera.

 

      64. Juego de palabras intraducible entre sum , suma y some , algo.

 

      65. Mare , pesadilla y también yegua, de donde el retruécano de Falstaff.

 

      66. Moneda.

 

      67. Los comentadores observan la confusión que hace el paje entre el tizón

      de Meleagro, hijo de Altea, con la antorcha que Hécuba creyó, en sueño,

      dar a luz.

 

      68. Me permito observar que, aun en las tiradas de más alta elocuencia,

      Shakespeare no puede defenderse contra su manía de jugar sobre las

      palabras. Second to none un-secunded by you es un preciosismo deplorable

      en medio de la soberbia explosión del altivo dolor de lady Percy.

 

      69. Según los anotadores, las apple-Johns se conservan dos años.

 

      70. La posadera trabuca a menudo el significado de las palabras.

 

      71. Verso de una antigua canción.

 

      72. La gracia de esta respuesta está en que la posadera confunde cheater

      (tramposo, petardista) con escheater , empleado de la hacienda, bien

      conocido del pueblo, que le llamaba cheater , sea por ironía o por

      corrupción del vocablo.

 

      73. El comentador Donce supone que Pistola daba a su espada el nombre de

      Irene. Otros recuerdan que Hiren (Irene) era una palabra de caló para

      designar una prostituta. Casi todo lo que dice Pistola ha sido tomado por

      Shakespeare, en burla, de algunas piezas absurdas, llenas de

      contrasentidos en las que tal vez él mismo tenía un papel.

 

      74. Por Aníbales.

 

      75. Estos versos son una parodia de una antigua pieza ridícula,

      Tamberlain's Conquest .

 

      76. Este verso está en italiano en el texto. Cárcano, en su traducción,

      reemplaza sperato por esperanza .

 

      77. Eran las más vulgares y las que se alquilaban por menos precio.

 

      78. Las Parcas.

 

      79. Whoreson chops .

 

      80. Pequeños cerdos en pasta, que se vendían en la feria de San Barthelemy

      y se daban a los niños. (Comentadores).

 

      81. En tiempo de Shakespeare, las prostitutas tenían costumbre de usar, en

      el dedo del medio, un anillo con la imagen de una calavera. (Steevens)

 

      82. Condimento reputado muy excitante. (Com.)

 

      83. Flapdragon (texto) significa propiamente un escamoteo por el cual se

      aparenta comer fuego. Además un flapdragon era un cuerpo combustible,

      encendido en un extremo y flotando en una copa de licor. La habilidad

      consistía en beber el líquido sin quemarse. Lo que Shakespeare quiere

      decir es que el príncipe amaba a Poins porque siempre estaba dispuesto a

      divertirlo.

 

      84. No hay traducción que refleje la belleza de esta invocación al sueño,

      a la altura de las más hermosas de Próspero o Lear.

 

      85. En 1597, Shakespeare volvió de nuevo a la historia de Inglaterra. De

      la "Crónica" de Holinshed y de una pieza de poco valor, pero muy popular,

      "Las famosas victorias de Enrique V"(*), que había sido representada en

      varias ocasiones entre 1588 y 1595, hizo surgir, con espléndida energía,

      dos dramas sobre el reinado de Enrique IV. Estas forman un todo continuo,

      pero son conocidas por "Parte I" y "Parte II" de "Enrique IV". La "Segunda

      parte de Enrique IV" es casi tan rica como "The Taming of the Shrew"(**)

      en referencias directas a personas y sitios familiares a Shakespeare. Dos

      escenas muy entretenidas pasan en la casa del juez Shallow en el

      Gloucestershire, condado que toca los límites de Stratford. (III. 2 y V.

      1). Cuando, en la segunda de esas escenas, el factótum del juez Davy pide

      a su amo que "sostenga a William Visor de Woncot contra Clement Perkes of

      the Hill" las referencias locales son inenarrables. Woodmancote, donde la

      familia de Visor o Visard ha florecido desde el siglo XVI, se pronuncia

      aún Woncot. El inmediato Stinchcombe Hill (aun familiarmente conocido por

      los nativos por "The Hill"), era en el siglo XVI la casa solariega de la

      familia Perkes. Muy precisas son también las alusiones a la región de

      Cotswold Hills, que era fácilmente accesible desde Stratford. Guillermo

      Squele, un hombre de Cotswold, es designado como uno de los amigos de

      Shallow en su juventud (Parte II, acto III, esc. 23); y cuando Davy, el

      sirviente de Shallow, recibe de éste instrucciones para sembrar "trigo

      rojo" en el temprano otoño, hay ahí una obvia referencia a la costumbre

      casi peculiar a la gente de Cotswold de sembrar lo que llaman "red lammas"

      o sea trigo rojo prematuro, en un momento generalmente inusitado en el año

      agrícola. ( Lee )

 

      (*) Se dio la licencia para publicarla en 1594 y se publicó en 1598.

 

      (**) ¿Cómo traducir ese título de una de las más curiosas piezas de

      Shakespeare? Taming , del verbo to tame , domar, amansar, domesticar,

      dominar, puede vestirse por la doma . Pero Shrew , que significa una mujer

      de genio insoportable, una "sierpe", una "víbora", como dice el

      diccionario, no tiene vocablo equivalente en castellano, aunque sean tan

      frecuentes los tipos de la especie, de habla española, como de habla

      inglesa. Los franceses traducen: " La Megère apprivoisée ". No me

      satisface, porque Megère , por el espíritu de la lengua, implica hasta

      cierto punto no sólo la idea de vieja, sino también la de crimen. Los

      italianos dicen: " La Bisbética domata ". Bisbética , significando en

      general caprichosa, paréceme flojo. En español, lo que más se acerca a

      Shrew , es harpía . Tarosca , como han traducido algunos, implica, a más

      de mal natural, fealdad. La heroína de Shakespeare es una hermosa mujer.

 

      86. Steevens observa que Cotswold era un sitio famoso por sus juegos

      atléticos.

 

      87. Detalle de la biografía de John Oldcastle, que Shakespeare conserva a

      Falstaff.

 

      88. John Skogan, bufón de Eduardo IV de Inglaterra.

 

      89. Twelve Score - Un Score, veinte pasos.

 

      90. To prick , apuntar y pinchar, amén de una docena más de significados.

 

      91. Spent tiene los dos significados.

 

      92. Vuelve el retruécano, sobre to prick .

 

      93. T. Doth She hold her own well? - F. Old , old master Shallow.

 

      94. Espectáculo popular del tiempo de Shakespeare, titulado "La muerte de

      Arturo" y sacado de las crónicas de la Tabla Redonda.

 

      95. Era una calle de Londres, ocupada por burdeles y tabernas de mala

      fama.

 

      96. Gaunt , en inglés, significa flaco ; de ahí el juego de palabras.

 

      97. "Falstaff habla aquí como veterano de la vida. El joven príncipe no le

      amaba y él desesperaba de alcanzar su cariño, no pudiendo hacerle reír.

      Los hombres sólo se hacen amigos por la comunidad de los placeres. El que

      no puede amoldarse hasta la alegría, no se enternecerá jamás hasta la

      bondad". (Johnson)

 

      98. England shall double gild his treble gilt . La aberración del espíritu

      de Shakespeare por el juego de palabras, va hasta usar ese trivial recurso

      en este momento solemne y en medio de tanta soberana belleza.

 

      99. Períodos de sesiones de los tribunales.

 

      100. En el texto, cavaleroes .

 

      101. Alusión a los embarazos fingidos.

 

      102. Alusión al traje de los alguaciles.

 

      103. Casi todas las antiguas piezas concluían por una oración por el rey y

      por la reina, con la fórmula: vivant rex et regina .

 

 

FIN