JUAN GUADALBERTO GODOY

 

 

MI PROGRAMA

 

 

Desde ahora quiero entrar

en cuentas conmigo mismo,

por si llego a gobernar,

y mi cuenta he de sacar

aunque tachen de cinismo

mi manera de contar.

Ea pues, manos a la obra,

no perdamos tiempo en vano,

que al pobre y al soberano

jamás el tiempo les sobra,

como al Sudamericano.

Entraré pues en materia,

sin rodeos, ni escapadas,

porque andar con agachadas

me parece una miseria,

propia de almas mal templadas.

La política es en suma

el arte de gobernar;

pues bien, la he de examinar,

he de meterle la pluma

y ver lo que puede dar.

No en bambolla ni en honores

porque ésa es paja picada,

sino en moneda sellada,

o en efectivos valores:

lo demás no vale nada.

Daráme dinero y fama

esta empresa singular,

si a este examen puedo dar

el carácter del programa

con que yo he de gobernar.

Yo al menos así lo espero,

pero si, mi tal programa,

tan sólo me ha de dar fama,

y no me ha de dar dinero,

llévese el diablo mi trama.

¿La política qué importa

cuando no da qué comer,

casa, estancias y mujer,

y a la larga, o a la corta

no nos viene a enriquecer?

Política que así va

sólo es para los simplones,

que suplen los pantalones

poniéndose chiripá ,

y jamás tienen calzones.

En los veinte años pasados

la cosa no anduvo así;

que a muchos que conocí

pelados y muy pelados

hechos chiche después vi.

Y no es decir que robaron,

según mi cuenta analítica,

sino que de la política

los tales se aprovecharon,

en lo que no cabe crítica.

Pues mucho más he de hacer

que aquellos que hicieron más:

los he de dejar atrás,

y todo el mundo ha de ver

de lo que yo soy capaz.

A bien que si un ventarrón

de mi puesto me hace a un lado,

no habrá ningún desalmado

que pida devolución,

y lo apañado, apañado.

Que los pueblos sufrirán

me lo enseña la experiencia,

porque tanta es su paciencia,

que si de azotes les dan

los toman por penitencia.

¿Qué ha sido antes, en sustancia,

la República Argentina?

lo diré sin repugnancia:

cada provincia una estancia,

y cada estancia una mina.

Y si a mí me toca ser

alguna vez estanciero

¿por qué no he de ser minero,

y por lerdo he de perder

la ocasión de hacer dinero?

Los que la echan de modestos

de patriotas y de honrados,

son unos diablos menguados,

que subiendo a buenos puestos

mandan, y salen pelados.

Mas si el hombre de talento

estos títeres maneja,

estaca en pared no deja,

ni piedra sobre su asiento;

y a todos los empareja.

Elementos he de crearme

para marchar a mi objeto,

con un éxito completo,

sin que alguien pueda estorbarme,

llegar donde me prometo.

Los medios que yo emplearé

para tener servidores

y buenos sostenedores,

serán, ser de buena fe,

caporal de expoliadores.

Dejaré que cada empleado

pueda explotar su destino,

y desnudar al vecino,

sin temer ser acusado

de ladrón, ni de asesino.

Los bobos me ganaré

fundando fuertes y villas,

y edificando capillas,

cuidando que crean que

se pagan a mis costillas.

Y aunque un centavo no emplee

de mis haberes en esto,

no es fácil que haya un molesto

en la Sala, que desee

se me exija presupuesto.

Así quedará cubierto

todo el gasto que haya habido,

y el más leido y escribido

cuánto es no sabrá de cierto,

ni de qué caja ha salido.

Haré que los ciudadanos

entren todos a ejercicios,

para corregir los vicios,

y que por bienes mundanos

dejen de hacerse perjuicios.

Y mientras cada uno es santo

y se ocupa en obras pías,

siquiera por quince días,

nadie me estorbará en tanto,

el hacer yo de las mías.

Así, al mismo tiempo que hago

sin estorbos mi negocio

y a la religión me asocio,

guardo para echar un trago

y comer bien en el ocio.

Yo formaré compañías

para introducir ganado:

el costo lo hará el Estado,

las ganancias, serán mías

y hasta el capital empleado.

Caballos para el arreo

los vecinos los darán:

algunos los cobrarán;

pero, aunque parezca feo

otra vez no los verán.

Todo el pasto necesario

para engordar esta hacienda,

no buscaré quien lo venda,

lo pediré al vecindario,

y que la cuide y la atienda.

Si de mi familia alguno

me propone cambalache,

no haya miedo que me empache,

yo le daré tres por uno

y haré que se le despache.

Mas si otros me piden dos

por un animal de grasa,

diré, la hacienda está escasa,

y aunque me clamen por Dios,

le daré tres al de casa.

A estos arbitrios sencillos

que dan clientela y dinero,

agregarles otros quiero

que me llenen los bolsillos,

solo y sin un compañero.

Mantendré una guarnición

en los fuertes permanente,

y yo haré la provisión

de vestuario y mantención,

aunque la tropa reviente.

Y como a nadie le toca

hacer este negocito,

a muchos, por lo bonito,

se les hará agua la boca

por hacerlo, pero chito ...

Y no hay que andar con bullangas,

la cosa ha de ser así;

porque yo entre el mí y el tí ,

sea por faldas o mangas,

me decido por el mí .

Una partida de juego

con carácter oficial,

es un rico mineral

de plata con que muy luego

podré reunir un caudal.

Todo consiste en el modo

con que la cosa maneje,

para que a salvo me deje

meter el brazo hasta el codo,

y que a todos empareje.

Si pierdo, debe jugarse

hasta haberme desquitado;

pero cuando haya ganado,

podrán todos levantarse,

cuando me haya levantado.

Ya se podrá comprender

que con tal procedimiento

es de apostar uno a ciento

a que no puedo perder;

y que es bueno el pensamiento.

¡Los diezmos!... ésa es mamada,

mistela con bizcochuelos;

eso es chupar caramelos;

hallar la breva pelada;

eso es miel sobre buñuelos.

Siendo yo gobernador,

y habiendo al remate entrado,

estoy bien asegurado

de ser el rematador,

sin que nadie haya pujado.

No habrá males pagadores

porque cada decurión

hará la recaudación,

para que los labradores

no intenten ocultación.

Siendo juez el que recaude

y siendo yo su fiscal,

será el recaudo cabal;

y cuidado que haya fraude

siquiera de medio real.

En cuanto a la cuatropea

la masa se contará,

y el diezmo se sacará

de lo que la masa sea,

y el fraude se evitará.

Por cualquiera triqui-traque ,

¡Zas! una contribución,

y la orden al decurión

que sin remisión la saque,

bajo de multa y prisión.

Y si de caballos es

deberán ser escogidos,

gordos, de talla y fornidos,

sanos de lomos y pies,

y además, bien parecidos.

Llega el momento de enviarlos

a los fuertes y cantones,

entonces por mancarrones

se cambian, para librarlos

de pícaros y ladrones.

A más, se logran dos cosas:

tener las fuerzas montadas,

y vender yo caballadas

gordas, sanas y famosas

que serán muy bien pagadas.

Si una provincia pastora

me tocare gobernar,

es entonces otro cantar;

la situación se mejora

y más se puede lucrar.

Ya verán que no me empampo

en materia de adquirir;

a la Sala iré a pedir

ocho mil leguas de campo,

y las he de conseguir.

Porque en esto de las Salas

he llegado a colegir

que no sabiendo elegir,

todas las Salas son malas,

porque saben resistir.

Pero cuando la elección

se hace con algún talento,

es la Sala un instrumento

que da la autorización

para hacer de una hasta ciento.

¡Qué agradable será andar

de estancia en estancia meses,

y vender a los ingleses,

sin dejar de gobernar,

los cueros de cien mil reses!

Y si llegare a faltar

ganado para el completo,

tirar al golpe un decreto

prohibiendo a todos matar,

hasta salir yo de aprieto.

Lo mismo es si saladero

tuviere yo establecido,

y estando comprometido,

que baje el ganado quiero

para no verme afligido.

Prohibo entonces trabajar

en todo otro saladero

que el mío; y sacar un cuero

ni aun para hacer un ijar,

o carona un estanciero.

Como con tal prohibición

ningún estanciero mata,

el que necesita plata

viene a hacer proposición,

y por lo que ofrezco trata.

Con sólo estas arterias

basta para enriquecer,

porque así vienen a ser

todas las estancias mías,

sin tenerlas que atender.

Sólo queda cierto punto

de la política usual

sin tocar, y sin el cual

de mi programa el conjunto

no quedaría cabal.

Este es el de la familia,

esa fuente de placer,

en que el goce y el deber,

se confunde y se concilia

entre el hombre y la mujer.

Y para que mis tareas,

trazadas con mano diestra,

puedan dar perfecta muestra

de los designios e ideas

que he lanzado a la palestra.

Y para que todos sepa

n cómo irán mis procederes

en materia de mujeres

y que dudas no les quepan

los reduzco a caracteres.

En materias femeniles

echaré también el resto,

sin tapujos, ni pretexto;

puesto que en las varoniles

dejo el pabellón bien puesto.

Imitaré a los romanos

sin detenerme en pamplinas,

y todas las argentinas

que pueda haber a las manos,

serán, para mí, Sabinas.

El más ridículo tuno

de cuantos me han precedido,

tres, cuatro, seis ha exhibido,

en público, sin que alguno

se diese por ofendido.

Y si a criticar llegaron

lo harían tan en secreto,

y de modo tan discreto,

que ocasión no presentaron

de tocarles el coleto.

¡Y los pueblos recibieron

este ejemplo, sin chistar

los curas, ni predicar

contra los que asi supieron

su grey escandalizar!

Esos mismos curas, antes,

llenos de celo divino,

proclamaron libertino

al que tuvo en sus estantes

la Biblia sin Belarmino.

¿Por qué toleró aquel mal

sin resollar el pastor?

porque era gobernador,

o era el señor general

el escandalizador.

Pues menos no quiero ser,

siendo también gobernante:

tendré diez, si esto es bastante,

y ciento, si es menester,

sin que ninguno se espante.

Así se puede vivir,

así se puede mandar,

y gozando preparar

un regular porvenir

exento de mendigar.

En fin, no por ganar fama

doy en una obra didáctica,

como en un manual de táctica,

la expresión en un programa,

de mi política práctica.

Y si es que a mi diligencia

ayuda un poco la suerte,

no me ha de coger la muerte,

sin poner en evidencia

lo que mi programa advierte.

Entonces he de cantar

en un arpa bien templada

y con voz muy entonada

la copla que he de dejar

al fin de éstas consignada,

Aprended flores de mi

lo que va de ayer a hoy:

ayer era un tararí

ved hoy la altura en que estoy

y qué maravilla soy.

aprended flores de mi.