ALEJANDRO MAGARIÑOS CERVANTES

 

A UN CAIDO


En la cuchilla y el llano
de fresca sombra cubierto
el ombú se eleva ufano,
siempre a los ranchos cercano
como el genio del desierto.

Protege el pajizo techo
y brinda con mano franca
al viajero abrigo y lecho:
el huracán más deshecho
de su base no le arranca.

Puede con mortal congoja
en la recia sacudida
ver volar hoja tras hoja,
o el rayo que el cielo arroja
calcinar su copa erguida.

Mas, si no tocan las llamas
las raíces protectoras,
tu savia, ombú, desparramas,
y pujante, viviforas,
haces brotar nuevas ramas.

Así el hombre que al ambate
de las pasiones o el vicio
cediera en letal combate
hundido en el precipicio,
si en su pecho oculta late

Una sola vital fibra
que electrice su alma yerta,
ante el rayo que ella vibra,
de su letargo despierta
y de la muerte se libra.

Como el árbol de la vida,
el árbol de la conciencia
auque tronchado, escondida
en sus raíces anida
su reparadora sencia.

Y si no tocan las llamas
las raíces protectoras,
tu savia, ¡oh virtud! derramas,
y potentes, vividoras,
haces brotar nuevas ramas.

En el más impuro seno
puede matar el veneno
y en la más villana frente
borrar la mancha de cieno
quien se humilla y se arrepiente.

Le basta un sublime anhelo
para elevarse del suelo
tan alto que al mundo asombre,
y si perdona en el cielo
Dios, ¿será menos el hombre?...

Alma pecadora, ¡escucha!
tu esfuerzo no te avergüence
aunque tu afrenta sea mucha;
la redención, es la lucha,
y el que lucha con fe, vence.