JUAN VALERA

 

ANTINOMIAS CRÍTICAS SOBRE LA CRÍTICA LITERARIA

 

     Ya que tuvimos la fatal ocurrencia de dar a luz este raquítico engendro de nuestra imaginación titulado La Malva, fuerza es que lo alimentemos y no le demos muerte prematura.

     Pero ¿cómo alimentarlo?

     De política no queremos ni podemos hablar, y para hablar de salones y de bailes y de la hermosura y de las galas que las damas lucen en ellos, nos faltan tino, tiento, tacto, primor y melifluidad pedrofernandina.

     Lo único que nos queda es la crítica literaria; pero como la crítica literaria es casi imposible en nuestro país, viene a resultar que no nos queda casi nada, y que nuestro periódico tendrá que fenecer, no sólo por falta de suscriptores, que con esto ya contábamos, sino también por falta de asunto.

     El asunto de la crítica literaria es la literatura; y la literatura va desapareciendo. Ni las obras del señor Pirala, que sin querer hemos criticado injustamente, porque no caen bajo el dominio de la critica literaria; ni otras muchas producciones que no son obras del ingenio, sino ingeniaturas, y que no pasan de ser medios muy honrosos de ganarse la puchera o de matar el tiempo, el cual difícilmente se podría emplear en cosa peor; ni nuestro periodiquín, que más que periodiquín es una sandez periódica, e cosi via discorrendo, nada de esto es literatura, ni cosa que lo valga. De nada de esto hablaremos, por consiguiente.

     Pero ¿podremos hablar de la verdadera literatura? That is the question, la cual se divide en varias. La primera es si hay o no en nuestra España de ahora una verdadera literatura; y el amor propio nacional, aunque no tuviéramos otras razones más poderosas, nos lleva a decir que sí. La segunda es si nosotros somos o no competentes para criticarlas; y el amor propio individual, aunque no haya otras razones más poderosas, también nos lleva a decir que sí. El diploma de crítico, ni se gana en la Universidad ni se reparte en ninguna academia. No hay más sino dárselo uno a sí mismo gratis et amore. Provistos ya de este diploma, veamos qué otras dificultades se presentan.

     Es la mayor de todas la amistad y convivencia de cuantos nos llamamos literatos, y el convenio tácito que se diría hemos hecho de no descubrir al vulgo nuestras faltas. Allí donde nos reunimos cuatro, allí criticamos y mordemos bien a los cuatro mil que están ausentes; pero al público no le decimos nada de todo esto, para que a su vez no nos descubran los criticados, quedando todos iguales.

     Por ejemplo: voy yo por ahí diciendo que soy un admirable helenista. El vulgo me cree y los sabios no me desmienten. Si tal sabio descubriese que yo no sé la lengua griega, descubriría yo que él no sabe la arábiga, y que el de más allá no sabe la hebraica, y nada ganaríamos con quedarnos unos sin griego, otros sin hebreo y sin árabe esotros. De esta suerte hemos venido a formar, a semejanza de los antiguos colegios sacerdotales, donde se custodiaba y escondía la ciencia a los ojos profanos, una especie de colegio sacerdotal, donde se custodia nuestra ignorancia oculta, dejando que la poca ciencia que tenemos discurra libremente y con desenfado por esas calles y plazas; lo cual es más conforme a los adelantos y al liberalismo democrático de nuestra edad.

     Es imposible, por tanto, censurar de ignorante a nadie. No queremos reírnos de los sabios para que no nos paguen en la misma moneda, y, sobre todo, para que no nos acusen de haber descubierto el indigno misterio de los iniciados. Conocidos son los horribles castigos que se imponían a los que divulgaban los misterios de Samotracia, de Eleusis o de otro punto por el mismo orden. Aquí también ha de haber castigos señalados para un crimen idéntico.

     Pero ya que no nos riamos de los sabios, ¿no nos podríamos reír de la sabiduría, como hacen muchos?

     ¿No nos será permitido, ignorando la Economía política, burlarnos de ella? ¿No sabiendo de filosofía, decir que la filosofía son tiquis miquis incomprensibles; y no habiendo leído nunca más que la retórica de Hugo Blair y la poética de Horacio, mal traducidas, condenar toda obra que no se ajuste a aquellos preceptos?

     Para responder debidamente a estas preguntas necesitamos más espacio. La suite, au prochain numéro... Estas cuestiones no caben en un artículo, y tendrán que ir desenvolviéndose en una serie de ellos.