JUAN VALERA

 

EL GENIO

 

     Por genio entendemos aquí cierto espíritu poderoso y sublime, que encarnándose en el hombre, en vez del entendimiento le dota de facultades creadoras y le hace saberlo todo sin estudiar nada. Los hombres dotados de espíritu se llaman también genios y son ahora muy comunes en España. Los genios son capaces de todo: todo lo comprenden. Así es que por la aptitud, no es posible diferenciarlos ni especificarlos. Las aficiones o inclinaciones de los genios son, sin embargo, diversas. En esta diversidad nos fundamos al dividir a los genios en cuatro especies principales, a saber: los poéticos, los filosóficos, los científicos y los políticos. Fecundada España por el Romanticismo, la primera cría de genios que sacó fue toda poética. Estos genios se van ya anticuando, pero bullen aún y procuran reconquistar el favor y popularidad de que antes gozaban. Se los conoce hasta por el modo de andar, por la mirada profunda y melancólica, por la sonrisa unas veces sarcástica y otras sardónica, por el pelo alborotado y por lo descontentos y tristes que aparecen. En sus conversaciones, y aun en sus escritos, emplean la ironía byreniana. Sólo hablan sin ironía cuando hablan de sí mismos. Muchos no hacen más que hablar de sí mismos, y, por tanto, no son irónicos. Se elogian desaforadamente con la mayor candidez, y se quejan de no ser comprendidos.

     Los más de estos genios poéticos presumen de chistosos, y aun se ven obligados a hacer el papel de tales para disimular la ignorancia, Siempre que se habla de algo que ignoran, les da rabia de quedarse callados y salen con un chiste. Este chiste suele estar alambicado y confeccionado con un mes de anticipación, cuando es nuevo; pero más a menudo siguen empleando los chistes que usan desde que empezaron a ser chistosos, los cuales chistes tienen el inconveniente de oler, como vulgarmente se dice, a puchero de enfermo.

     Son de estos genios escépticos y llevan desgarrado el corazón. La causa de sus pesares no puede ser nunca, aparentemente al menos, que no los quiere la novia, que no tienen un ochavo, o que el ministro no les da el empleo que pretenden. Esto lo disimula el verdadero genio y supone que su indómito amor a lo ideal, unido a un escepticismo espantoso, es el que le tiene tan malhumorado y desabrido.

     Por último, el genio poético se retrata o cree retratarse a sí propio en sus obras líricas, épicas o dramáticas; pero ya se entiende que se retrata disfrazado con todas las susodichas calidades de escéptico, de despreciador del mundo, de enamorado de lo ideal y de incomprendido. Este retrato no sólo es espiritual, sino también corporal. Citaremos algunos rasgos de autores recientes. Uno dice al público:

De mi semblante la abultada arruga;

otro, a su novia:

                            

Mi aliento emponzoñado

 

envenena el ambiente que respiras.

     Poco posterior, si no simultánea a la aparición de los genios poéticos, fue la de los políticos. Por desgracia, la índole de nuestro periódico no consiente que los describamos. Baste saber que su principal virtud consiste en hacer con el sueldo, o con los mezquinos ahorros del sueldo, algo parecido al milagro de pan y peces. Si por una rarísima casualidad la Justicia los persigue por hacer estos milagros, ellos se declaran bienaventurados y se comparan a Nuestro Señor Jesucristo, que padeció bajo el poder de Poncio Pilato.

     Vienen luego los genios científicos, los cuales inventaron que seis y seis son diez, o la filosofía de la numeración, y descubren la cuadratura del círculo, el Eolo, el Ictinio y el lenguaje universal. Así como los genios políticos se comparan a Cristo (Él los perdone) cuando son perseguidos, los genios científicos se comparan todos a Cristóbal Colón, cuando son tenidos por locos. Cierran la marcha de esta tropa de genios, o mejor diremos, coronan la cúspide de este monumento de nuestra gloria, los genios filosóficos, que son, por lo general, o neocatólicos o progresistas germánicokrausianos.

     Ser genio neocatólico es más fácil, pues en diciendo que la razón está reñida con la verdad, y que la ciencia es hija o madre de la mentira, se ahorra el candidato a genio neocatólico de cultivar un instrumento tan dañino como la razón; hasta es excusa de tenerla, y para no caer en error se allana a ser ignorante.

     Más difícil es ser genio progresista germánico; pero, al cabo, las dificultades se vencen con poco esfuerzo. Pronto se aprende algo del yo, no yo, subjetivo, y objetivo, antinomia y autonomía, estados finito e infinito, categorías, principio inconcuso y desenvolvimientos totales y omnilaterales, por arriba y por abajo, por dentro y por fuera, por detrás y por delante y por en medio. En aprendiendo bien esta jerigonza, y salpicando con ella lo que uno escriba, se gana pronto nombre de filósofo. La gente de buena fe y predispuesta a indigestarse de filosofía, aplaude y se admira más mientras menos entiende. Los que no entienden y se ríen, pasan por espíritus vulgares y necios.

     Mucho más se podría decir sobre los genios, pero no nos gusta ser prolijos; tal vez nos lean genios; tal vez nosotros lo seamos sin querer, y como a los genios les basta con poco para enterarse de lo que otro genio dice, y para adivinar lo que deja por decir, nos callamos ya, confiados en que seremos entendidos, y deseosos de que este artículo todo sea sustancial y nada tenga de sobra, y menos de desperdicio o de hojarasca.