Bartolomé de las Casas

 

 

 

Brevíssima relación de la destruyción de las Indias

 

 

 

 

 

         ÍNDICE

 

        Argumento del presente epítome

        Prólogo del obispo don Fray Bartolomé de las Casas, o Casaus

        Descubrimiento de las Indias

        De la isla Española

        De los reinos que había en la isla Española

        De las dos islas de Sant Juan y Jamaica

 

 

      

 

      "Argumento del presente epítome"

 

 

      Todas las cosas que han acaecido en las Indias, desde su maravilloso

      descubrimiento, y del principio que a ellas fueron españoles, para estar

      tiempo alguno, y después, en el proceso adelante hasta los días de agora,

      han sido tan admirables y tan no creíbles en todo género a quien no las

      vido, que parece haber añublado y puesto silencio y bastantes a poner

      olvido a todas cuantas, por hazañosas que fuesen, en los siglos pasados se

      vieron y oyeron en el mundo. Entre éstas son las matanzas y estragos de

      gentes inocentes, y despoblaciones de pueblos, provincias y reinos que en

      ellas se han perpetrado, y que todas las otras no de menor espanto. Las

      unas y las otras, refiriendo a diversas personas, que no las sabían, el

      obispo don fray Bartolomé de las Casas o Casaus, la vez que vino a la

      corte, después de fraile, a informar al Emperador nuestro señor (como

      quien todas bien visto había), y causando a los oyentes con la relación

      dellas una manera de éxtasi y suspensión de ánimos, fue rogado e

      importunado que destas postreras pusiese algunas con brevedad por

      escripto. El lo hizo, y viendo algunos años después muchos insensibles

      hombres, que la cobdicia y ambición ha hecho degenerar del ser hombres, y

      sus facinorosas obras traído en reprobado sentido, que, no contentos con

      las traiciones y maldades que han cometido, despoblando con exquisitas

      especies de crueldad aquel orbe, importunaban al rey por licencia y

      auctoridad, para tornarlas a cometer y otras peores (si peores pudiesen

      ser) acordó presentar esta suma de lo que cerca desto escribió al Príncipe

      nuestro señor, para que Su Alteza fuese en que se les denegase. Y

      parecióle cosa conveniente ponella en molde, porque Su Alteza la leyese

      con más facilidad. Y esta es la razón del siguiente Epítome, o brevísima

      relación.

 

 

        

      [Brevíssima relación de la destruyción de las Indias. Colegida por el

      Obispo don Bartolomé de las Casas o Casaus de la orden de Santo Domingo,

      1552. Edición digital a cargo de José Luis Gómez-Martínez]

       

 

 

        

    

       

 

      "Prólogo del obispo don Fray Bartolomé de las Casas, o Casaus"

      para el muy alto y muy poderoso señor

      el príncipe de las Españas don Felipe, nuestro señor

 

 

      Muy alto y muy poderoso señor.

      Como la providencia divina tenga ordenado en su mundo que para dirección y

      común utilidad del linaje humano se constituyesen en los Reinos y pueblos,

      reyes, como padres y pastores (según los nombra Homero), y por

      consiguiente sean los más nobles y generosos miembros de las repúblicas,

      ninguna dubda de la rectitud de sus ánimos reales se tiene, o con recta

      razón se debe tener, que si algunos defectos, nocumentos y males se

      padecen en ellas, no ser otra la causa sino carecer los reyes de la

      noticia dellos. Los cuales si les contasen, con sumo estudio y vigilante

      solercia extirparían. Esto parece haber dado a entender la divina

      escriptura en los proverbios de Salomón: Rex, qui sedet in solio judicii,

      dissipat omne malum in tuitu suo [El Rey que está sentado en el solio del

      juicio disipa todo mal con su mirada]. Porque de la innata y natural

      virtud del rey así se supone, conviene a saber, que la noticia sola del

      mal de su reino es bastantísima, para que lo disipe, y que ni por un

      momento sólo en cuanto en sí fuere lo pueda sufrir.

      Considerando, pues, yo (muy poderoso señor), los males y daños, perdición

      y jacturas (de los cuales nunca otros iguales ni semejantes se imaginaron

      poderse por hombres hacer) de aquellos tantos y tan grandes y tales

      reinos, y por mejor decir de aquel vastísimo y nuevo mundo de las Indias,

      concedidos y encomendados por Dios y por su Iglesia a los reyes de

      Castilla, para que se los rigiesen y gobernasen, convertiesen y

      prosperasen temporal y espiritualmente, como hombre que por cincuenta años

      y más de experiencia, siendo en aquellas tierras presente, los he visto

      cometer; que constándole a Vuestra Alteza algunas particulares hazañas

      dellos, no podría contenerse de suplicar a su Majestad con instancia

      importuna, que no conceda ni permita las que los tiranos inventaron,

      prosiguieron y han cometido, [que] llaman conquistas. En las cuales (si se

      permitiesen) han de tornarse a hacer, pues de sí mismas (hechas contra

      aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie

      ofenden) son inicuas, tiránicas, y por toda ley natural, divina y humana

      condenadas, detestadas y malditas; deliberé, por no ser reo, callando, de

      las perdiciones de ánimas y cuerpos infinitas que los tales perpetraran,

      poner en molde algunas y muy pocas que los días pasados colegí de

      innumerables que con verdad podría referir, para que con más facilidad

      Vuestra Alteza las pueda leer.

      Y puesto que el arzobispo de Toledo, maestro de Vuestra Alteza, siendo

      obispo de Cartagena, me las pidió y presentó a Vuestra Alteza, pero por

      los largos caminos de mar y de tierra que Vuestra Alteza ha emprendido, y

      ocupaciones frecuentes reales que ha tenido, puede haber sido que, o

      Vuestra Alteza no las leyó, o que ya olvidadas las tiene, y el ansia

      temeraria e irracional de los que tienen por nada indebidamente derramar

      tan inmensa copia de humana sangre, y despoblar de sus naturales moradores

      y poseedores, matando mil cuentos de gentes, aquellas tierras grandísimas,

      y robar incomparables tesoros, crece cada día, importunando por diversas

      vías y varios fíngidos colores que se les concedan o permitan las dichas

      conquistas (las cuales no se les podrían conceder sin violación de la ley

      natural y divina, y por consiguiente gravísimos pecados mortales, dignos

      de terribles y eternos suplicios), tuve por conviniente servir a Vuestra

      Alteza con este sumario brevísimo de muy difusa historia que de los

      estragos y perdiciones se podría y debería componer. Suplico a Vuestra

      Alteza lo reciba y lea con la clemencia y real benignidad que suele las

      obras de sus criados y servidores, que puramente por sólo el bien público

      y prosperidad del estado real, servir desean. Lo cual visto, y entendida

      la deformidad de la injusticia que a aquellas gentes inocentes se hace,

      destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni razón justa para ello,

      sino por sola la cudicia y ambición de los que hacer tan nefarias obras

      pretenden, Vuestra Alteza tenga por bien de con eficacia suplicar y

      persuadir a Su Majestad que deniegue a quien las pidiere tan nocivas y

      detestables empresas, antes ponga en esta demanda infernal perpetuo

      silencio, con tanto terror que ninguno sea osado dende adelante ni aun

      solamente se las nombrar.

      Cosa es ésta, muy alto señor, convenientisima y necesaria para que todo el

      estado de la corona real de Castilla, espiritual y temporalmente Dios lo

      prospere y conserve y haga bienaventurado, Amén.

 

        

    

 

 

  

 

      "Descubrimiento de las Indias"

 

 

      Descubriéronse las Indias en el año de mil e cuatrocientos y noventa y

      dos. Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles, por

      manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellas cantidad de

      españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar, fue la

      grande y felicísima isla Española, que tiene seiscientas leguas en torno.

      Hay otras muy grandes e infinitas islas alrededor, por todas las partes

      della, que todas estaban e las vimos las más pobladas e llenas de

      naturales gentes, indios dellas, que puede ser tierra poblada en el mundo.

      La tierra firme, que está de esta isla por lo más cercano docientas e

      cincuenta leguas, pocas más, tiene de costa de mar más de diez mil leguas

      descubiertas e cada día se descubren más, todas llenas como una colmena de

      gentes, en lo que hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que

      parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe, o la mayor

      cantidad de todo el linaje humano.

      Todas estas universas e infinitas gentes a toto genero crió Dios los más

      simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas, fidelísimas a sus

      señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más

      pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bollicios, no

      rijosos, no querulosos, sin rancores, sin odios, sin desear venganzas, que

      hay en el mundo. Son asimesmo las gentes más delicadas, flacas y tiernas

      en complisión e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente

      mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre

      nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que

      ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores. Son

      también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes

      temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no cubdiciosas. Su

      comida es tal que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber

      sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus vestidos comúnmente son

      en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta

      de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra.

      Sus camas son encima de una estera e, cuando mucho, duermen en unas como

      redes colgadas, que en lengua de la isla Española llamaban hamacas. Son

      eso mesmo de limpios e desocupados e vivos entendimientos, muy capaces e

      dóciles para toda buena doctrina, aptísimos para recebír nuestra sancta fe

      católica, e ser dotados de virtuosas costumbres, e las que menos

      impedimientos tienen para esto que Dios crió en el mundo. Y son tan

      importunas desque una vez comienzan a tener noticia de las cosas de la fe,

      para saberlas, y en ejercitar los sacramentos de la Iglesia y el culto

      divino, que digo verdad que han menester los religiosos, para sufrillos,

      ser dotados por Dios de don muy señalado de paciencia; e, finalmente, yo

      he oído decir a muchos seglares españoles de muchos años acá e muchas

      veces, no pudiendo negar la bondad que en ellos veen: "cierto, estas

      gentes eran las más bienaventuradas del mundo, si solamente conoscieran a

      Dios".

      En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y

      Criador así dotadas, entraron los españoles desde luego que las conocieron

      como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y

      otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en

      este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas,

      atormentallas y destruillas por las estrañas y nuevas e varias e nunca

      otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales

      algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla

      Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los

      naturales della docientas personas. La isla de Cuba es cuasi tan luenga

      como desde Valladolid a Roma, está hoy cuasi toda despoblada. La isla de

      Sant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas,

      ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la

      Española e a Cuba por la parte del Norte, que son más de sesenta con las

      que llamaban de Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor

      dellas es más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más

      sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil ánimas,

      no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas

      a la isla Española, después que veían que se les acababan los naturales

      della. Andando un navío tres años a rebuscar por ellas la gente que había,

      después de haber sido vendimiadas, porque un buen cristiano se movió por

      piedad para los que se hallasen convertillos e ganallos a Cristo, no se

      hallaron sino once personas, las cuales yo vide. Otras más de treinta

      islas, que están en comarca de la isla de Sant Juan, por la mesma causa

      están despobladas e perdidas. Serán todas estas islas, de tierra, más de

      dos mil leguas, que todas están despobladas e desiertas de gente.

      De la gran Tierra Firme somos ciertos que nuestros españoles por sus

      crueldades y nefandas obras, han despoblado y asolado y que están hoy

      desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos

      mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más

      tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil

      leguas.

      Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos

      cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los

      cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas,

      hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que

      son más de quince cuentos.

      Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado,

      que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la tierra a

      aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles, sangrientas y

      tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían

      anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que

      padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones

      (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y

      mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en

      que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de

      tiranía infernal se reducen e se resuelven, o subalternan como a géneros,

      todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son

      infinitas.

      La causa por que han muerto y destruido tantas y tales e tan infinito

      número de ánimas los cristianos, ha sido solamente por tener por su fin

      último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días, e subir a

      estados muy altos e sin proporción de sus personas; conviene a saber, por

      la insaciable cudicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en

      el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices e tan ricas, e las

      gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a subjectarlas; a las

      cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima

      (hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo

      que de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hobieran

      tractado y estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así

      han curado de sus vidas e de sus ánimas, e por esto todos los números e

      cuentos dichos han muerto sin fe e sin sacramentos. Y ésta es una muy

      notoria e averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos e

      matadores, la saben e la confiesan: que nunca los indios de todas las

      Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos

      del cielo, hasta que primero muchas veces hobieron recebido ellos o sus

      vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos

      mesmos.

 

        

   

       

 

      "De la isla Española"

 

 

      En la isla Española, que fue la primera, como dejimos, donde entraron

      cristianos e comenzaron los grandes estragos e perdiciones destas gentes e

      que primero destruyeron y despoblaron; comenzando los cristianos a tomar

      las mujeres e hijos a los indios para servirse e para usar mal dellos; e

      comerles sus comidas que de sus sudores e trabajos salían, no

      contentándose con lo que los indios les daban de su grado, conforme a la

      facultad que cada uno tenía, que siempre es poca, porque no suelen tener

      más de lo que ordinariamente han menester e hacen con poco trabajo, e lo

      que basta para tres casas de a diez personas cada una para un mes, come un

      cristiano e destruye en un día; e otras muchas fuerzas e violencias e

      vejaciones que les hacían; comenzaron a entender los indios que aquellos

      hombres no debían de haber venido del cielo. Y algunos escondían sus

      comidas; otros sus mujeres e hijos; otros huíanse a los montes por

      apartarse de gente de tan dura y terrible conversación. Los cristianos

      dábanles de bofetadas e puñadas y de palos hasta poner las manos en los

      señores de los pueblos. E llegó esto a tanta temeridad y desvergüenza, que

      al mayor rey, señor de toda la isla, un capitán cristiano le violó por

      fuerza su propia mujer. De aquí comenzaron los indios a buscar maneras

      para echar los cristianos de sus tierras: pusiéronse en armas que son

      harto flacas e de poca ofensión e resistencia y menos defensa (por lo cual

      todas sus guerras son poco más que acá juegos de cañas e aun de niños);

      los cristianos con sus caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer

      matanzas e crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos, ni

      dejaban niños ni viejos ni mujeres preñadas ni paridas que no

      desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en

      sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el

      hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las

      entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las

      piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros daban con ellas

      en ríos por las espaldas, riendo e burlando e cayendo en el agua decían:

      bullís cuerpo de tal; otras criaturas metían a espada con las madres

      juntamente e todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas

      largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e de trece en trece, a

      honor y reverencia de Nuestro Redemptor e de los doce apóstoles,

      poniéndoles leña e fuego los quemaban vivos. Otros ataban o liaban todo el

      cuerpo de paja seca, pegándoles fuego así los quemaban. Otros y todos los

      que querían tomar a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban

      colgando, y decíanles: "Andad con cartas", conviene a saber, lleva las

      nuevas a las gentes que estaban huidas por los montes. Comúnmente mataban

      a los señores y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas

      sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso,

      para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos, desesperados,

      se les salían las ánimas.

      Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco

      principales y señores (y aun pienso que había dos o tres pares de

      parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes gritos y daban

      pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen, y el

      alguacil, que era peor que verdugo que los quemaba (y sé cómo se llamaba y

      aun sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogallos, antes les metió

      con sus manos palos en las bocas para que no sonasen y atizóles el fuego

      hasta que se asaron de espacio como él quería. Yo vide todas las cosas

      arriba dichas y muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir

      podía se encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres

      tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y

      capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles,

      perros bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y

      mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco. Estos perros

      hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas veces, raras y

      pocas, mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa

      justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que los indios

      matasen, habían los cristianos de matar cien indios.

 

        

    

 

 

      "Los reinos que había en la isla Española"

 

 

      Había en esta isla Española cinco reinos muy grandes principales y cinco

      reyes muy poderosos, a los cuales cuasi obedecían todos los otros señores,

      que eran sin número, puesto que algunos señores de algunas apartadas

      provincias no reconocían superior dellos alguno. El un reino se llamaba

      Maguá, la última sílaba aguda, que quiere decir el reino de la vega. Esta

      vega es de las más insignes y admirables cosas del mundo, porque dura

      ochenta leguas de la mar del Sur a la del Norte. Tiene de ancho cinco

      leguas y ocho hasta diez; y tierras altísimas de una parte y de otra.

      Entran en ella sobre treinta mil ríos y arroyos, entre los cuales son los

      doce tan grandes como Ebro y Duero y Guadalquivir. Y todos los ríos que

      vienen de la una sierra que está al poniente, que son los veinte y veinte

      y cinco mil, son riquísimos de oro. En la cual sierra o sierras se

      contiene la provincia de Cibao, donde se dicen las minas de Cibao, de

      donde sale aquel señalado y subido en quilates oro que por acá tiene gran

      fama. El rey y señor deste reino se llamaba Guarionex; tenía señores tan

      grandes por vasallos, que juntaba uno dellos dieciséis mil hombres de

      pelea para servir a Guarionex, e yo conocí a algunos dellos. Este rey

      Guarionex era muy obediente y virtuoso y naturalmente pacífico y devoto a

      los reyes de Castilla; y dio ciertos años su gente, por su mandado, cada

      persona que tenía casa, lo güeco de un cascabel lleno de oro, y después,

      no pudiendo henchirlo, se lo cortaron por medio e dio llena aquella mitad,

      porque los indios de aquella isla tenían muy poca o ninguna industria de

      coger o sacar el oro de las minas. Decía y ofrescíase este cacique a

      servir al rey de Castilla, con hacer una labranza que llegase desde la

      Isabela, que fue la primera población de los cristianos, hasta la ciudad

      de Sancto Domingo, que son grandes cincuenta leguas, porque no le pidiesen

      oro, porque decía, y con verdad, que no lo sabían coger sus vasallos. La

      labranza que decía que haría sé yo que la podía hacer y con grande

      alegría, y que valiera más al rey cada año de tres cuentos de castellanos;

      y aun fuera tal que causara esta labranza haber en la isla hoy más de

      cincuenta ciudades tan grandes como Sevilla.

      El pago que dieron a este rey y señor tan bueno y tan grande, fue

      deshonrallo por la mujer, violándosela un capitán mal cristiano: él, que

      pudiera aguardar tiempo y juntar de su gente para vengarse, acordó de irse

      y esconderse sola su persona y morir desterrado de su reino y estado a una

      provincia que se decía de los Ciguayos, donde era un gran señor su

      vasallo. Desde que lo hallaron menos los cristianos, no se les pudo

      encubrir: van y hacen guerra al señor que lo tenía. Donde hicieron grandes

      matanzas hasta que en fin lo hobieron de hallar y prender, y preso con

      cadenas y grillos lo metieron en una nao para traerlo a Castilla. La cual

      se perdió en la mar y con él se ahogaron muchos cristianos y gran cantidad

      de oro, entre lo cual pereció el grano grande, que era como una hogaza y

      pesaba tres mil y seiscientos castellanos, por hacer Dios venganza de tan

      grandes injusticias.

      El otro reino se decía del Maríen, donde agora es el Puerto Real, al cabo

      de la Vega, hacia el norte, y más grande que el reino de Portugal, aunque

      cierto harto más felice y digno de ser poblado, y de muchas y grandes

      sierras y minas de oro y cobre muy rico, cuyo rey se llamaba Guscanagarí

      (última aguda); debajo del cual había muchos y muy grandes señores, de los

      cuales yo vide y conocí muchos; y a la tierra déste fue primero a parar el

      Almirante viejo que descubrió las Indias. Al cual recibió la primera vez

      el dicho Guscanagarí, cuando descubrió la isla, con tanta humanidad y

      caridad, y a todos los cristianos que con él iban; y les hizo tan suave y

      gracioso rescibimiento y socorro y aviamiento (perdiéndosele allí aun la

      nao en que iba el Almirante), que en su misma patria y de sus mismos

      padres no lo pudiera rescebir mejor. Esto sé por relación y palabras del

      mismo Almirante. Este rey murió huyendo de las matanzas y crueldades de

      los cristianos, destruido y privado de su estado, por los montes perdido.

      Todos los otros señores súbditos suyos murieron en la tiranía y

      servidumbre que abajo será dicha.

      El tercero reino y señoría fue la Maguana; tierra también admirable,

      sanísima y fertilísima, donde agora se hace la mejor azúcar de aquella

      isla. El rey dél se llamó Caonabo. Este, en esfuerzo y estado y gravedad y

      cerimonias de su servicio, excedió a todos los otros. A éste prendieron

      con una gran sutileza y maldad, estando seguro en su casa. Metiéronlo

      después en un navío para traello a Castilla, y estando en el puerto seis

      navíos para se partir, quiso Dios mostrar ser aquella con las otras grande

      iniquidad e injusticia y envió aquella noche una tormenta que hundió todos

      los navíos y ahogó todos los cristianos que en ellos estaban; donde murió

      el dicho Caonabo cargado de cadenas y grillos. Tenía este señor tres o

      cuatro hermanos muy varoniles y esforzados como él; vista la prisión tan

      injusta de su hermano y señor y las destruiciones y matanzas que los

      cristianos en los otros reinos hacían, especialmente desque supieron que

      el rey su hermano era muerto, pusiéronse en armas para ir a cometer y

      vengarse de los cristianos: van los cristianos a ellos con ciertos de

      caballo (que es la más perniciosa arma que puede ser para entre indios) y

      hacen tantos estragos y matanzas que asolaron y despoblaron la mitad de

      todo aquel reino.

      El cuarto reino es [el] que se llamó de Xaragua; éste era como el meollo o

      médula o como la corte de toda aquella isla; excedía en la lengua y habla

      ser más polida; en la policía y crianza más ordenada y compuesta; en la

      muchedumbre de la nobleza y generosidad, porque había muchos y en gran

      cantidad señores y nobles; y en la lindeza y hermosura de toda la gente, a

      todos los otros. El rey y señor dél se llamaba Behechio; tenía una hermana

      que se llamaba Anacaona. Estos dos hermanos hicieron grandes servicios a

      los reyes de Castilla e inmensos beneficios a los cristianos, librándolos

      de muchos peligros de muerte; y después de muerto el rey Behechio quedó en

      el reino por señora Anacaona. Aquí llegó una vez el gobernador que

      gobernaba esta isla, con sesenta de caballo y más trescientos peones, que

      los de caballo solos bastaban para asolar a toda la isla y la Tierra

      Firme, y llegáronse más de trescientos señores a su llamado seguros; de

      los cuales hizo meter dentro de una casa de paja muy grande los más

      señores por engaño; e metidos les mandó poner fuego y los quemaron vivos.

      A todos los otros alancearon e metieron a espada con infinita gente, e a

      la señora Anacaona, por hacelle honra, ahorcaron. Y acaescía algunos

      cristianos, o por piedad o por cudicia, tomar algunos niños para

      mamparallos no los matasen, e poníanlos a las ancas de los caballos: venía

      otro español por detrás e pasábalos con su lanza. Otrosí, estaba el niño

      en el suelo, le cortaban las piernas con el espada. Alguna gente que pudo

      huir desta tan inhumana crueldad pasáronse a una isla pequeña que está

      cerca de allí ocho leguas en la mar, y el dicho gobernador condenó a todos

      estos que allí se pasaron que fuesen esclavos, porque huyeron de la

      carnicería.

      El quinto reino se llamaba Higüey e señoreábalo una reina vieja que se

      llamó Higuanama. A ésta ahorcaron e fueron infinitas las gentes que yo

      vide quemar vivas y despedazar e atormentar por diversas y nuevas maneras

      de muerte e tormentos y hacer esclavos todos los que a vida tomaron. Y

      porque son tantas las particularidades que en estas matanzas e perdiciones

      de aquellas gentes ha habido, que en mucha escriptura no podrían caber

      (porque en verdad que creo que por mucho que dijese no pueda explicar de

      mil partes una), sólo quiero en lo de las guerras susodichas concluir con

      decir e afirmar que en Dios y en mi consciencia que tengo por cierto que

      para hacer todas las injusticias y maldades dichas e las otras que dejo e

      podría decir, no dieron más causa los indios ni tuvieron más culpa que

      podrían dar o tener un convento de buenos e concertados religiosos para

      roballos e matallos y, los que de la muerte quedasen vivos, ponerlos en

      perpetuo captiverio e servidumbre de esclavos. Y más afirmo, que hasta que

      todas las muchedumbres de gentes de aquella isla fueron muertas e

      asoladas, que pueda yo creer y conjecturar, no cometieron contra los

      cristianos un solo pecado mortal que fuese punible por hombres; y los que

      solamente son reservados a Dios, como son los deseos de venganza, odio y

      rancor que podían tener aquellas gentes contra tan capitales enemigos,

      como les fueron los cristianos, éstos creo que cayeron en muy pocas

      personas de los indios, y eran poco más impetuosos e rigurosos, por la

      mucha experiencia que dellos tengo, que de niños o muchachos de diez o

      doce años. Y sé por cierta e infalible sciencia, que los indios tuvieron

      siempre justísima guerra contra los cristianos, e los cristianos una ni

      ninguna nunca tuvieron justa contra los indios; antes fueron todas

      diabólicas e injustísimas e mucho más que de ningún tirano se puede decir

      del mundo; e lo mismo afirmo de cuantas han hecho en todas las Indias.

      Después de acabadas las guerras e muertes en ellas todos los hombres,

      quedando comúnmente los mancebos e mujeres y niños, repartiéronlos entre

      sí, dando a uno treinta, a otro cuarenta, a otro ciento y docientos (según

      la gracia que cada uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían

      gobernador). Y así repartidos a cada cristiano dábanselos con esta color:

      que los enseñase en las cosas de la fe católica, siendo comúnmente todos

      ellos idiotas y hombres crueles, avarísimos e viciosos, haciéndoles curas

      de ánimas. Y la cura o cuidado que dellos tuvieron, fue enviar los hombres

      a las minas a sacar oro, que es trabajo intolerable; e las mujeres ponían

      en las estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la

      tierra, trabajo para hombres muy fuertes y recios. No daban a los unos ni

      a las otras de comer sino yerbas y cosas que no tenían substancia;

      secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, e así murieron en

      breve todas las criaturas. Y por estar los maridos apartados, que nunca

      vían a las mujeres, cesó entre ellos la generación; murieron ellos en las

      minas, de trabajos y hambre, y ellas en las estancias o granjas, de lo

      mesmo, e así se acabaron tantas e tales multitúdines de gentes de aquella

      isla; e así se pudiera haber acabado todas las del mundo. Decir las cargas

      que les echaban de tres y cuatro arrobas, e los llevaban ciento y

      docientas leguas. Y los mismos cristianos se hacían llevar en hamacas, que

      son como redes, a cuestas de los indios, porque siempre usaron dellos como

      de bestias para cargar. Tenían mataduras en los hombros y espaldas, de las

      cargas, como muy matadas bestias. Decir asimesmo los azotes, palos,

      bofetadas, puñadas, maldiciones e otros mil géneros de tormentos que en

      los trabajos les daban, en verdad que en mucho tiempo ni papel no se

      pudiese decir e que fuese para espantar los hombres.

      Y es de notar que la perdición destas islas e tierras se comenzaron a

      perder y destruir desde que allá se supo la muerte de la serenísima reina

      doña Isabel, que fue el año de mil e quinientos e cuatro, porque hasta

      entonces sólo en esta isla se habían destruido algunas provincias por

      guerras injustas, pero no del todo, y éstas por la mayor parte y cuasi

      todas se le encubrieron a la Reina. Porque la Reina, que haya santa

      gloria, tenía grandísimo cuidado e admirable celo a la salvación y

      prosperidad de aquellas gentes, como sabemos los que lo vimos y palpamos

      con nuestros ojos e manos los ejemplos desto.

      Débese de notar otra regla en esto: que en todas las partes de las Indias

      donde han ido y pasado cristianos, siempre hicieron en los indios todas

      las crueldades susodichas e matanzas e tiranías y opresiones abominables

      en aquellas ínnocentes gentes; e añadían muchas más e mayores y más nuevas

      maneras de tormentos, e más crueles siempre fueron porque los dejaba Dios

      más de golpe caer y derrocarse en reprobado juicio o sentimiento.

 

  

       

 

      "De las dos islas de Sant Juan y Jamaica"

 

 

 

      Pasaron a la isla de Sant Juan y a la de Jamaica (que eran unas huertas y

      unas colmenas) el año de mil e quinientos y nueve los españoles, con el

      fin e propósito que fueron a la Española. Los cuales hicieron e cometieron

      los grandes insultos e pecados susodichos, y añidieron muchas señaladas e

      grandísimas crueldades más; matando y quemando y asando y echando a perros

      bravos, e después oprimiendo y atormentando y vejando en las minas y en

      los otros trabajos, hasta consumir y acabar todos aquellos infelices

      innocentes: que había en las dichas dos islas más de seiscientas mil

      ánimas, y creo que más de un cuento, e no hay hoy en cada una docientas

      personas, todas perecidas sin fe e sin sacramentos.