LAS DESGRACIAS DEL REY
DON ALFONSO EL CASTO

Mira de Amescua, Antonio

 

Personas que hablan en ella:

  • El rey don ALFONSO el Casto
  • Don SANCHO Díaz, el conde de Saldaña
  • Don SUERO Velázquez
  • Doña JIMENA, hermana del rey
  • Doña ELVIRA, dama
  • RAMIRO
  • ORDOÑO
  • ANCELINO
  • El conde TIBALDO
  • MAUREGATO hijo ilegítimo de Alfonso el Magno
  • BERNARDO, labrador
  • SANCHA, labradora
  • Don GONZALO
  • El CAPITÁN Muza, moro
  • MOROS, de acompañamiento
  • Dos CRIADOS
  • Dos plateros PEREGRINOS
  • Dos CIUDADANOS

      



LOA





Sale la LOA diciendo:




                  Queriendo la hermosa Dido
               que aquel padre de troyanos
               le refiriese la historia
               de sus lamentables llantos,
               le dice de aquesta suerte:       
               "Eneas fuerte y gallardo,
               cuéntame, si acaso gustas,
               aquel desastre pasado
               que entre ti y los griegos hubo".
               Él dice:  "Quiero contarlo,   
               con tal que me des silencio".
               Concediólo.  Yo me espanto
               poderlo acabar consigo;
               que las mujeres son diablos.
                  Yo salgo a pedir silencio,   
               no a los hombres, porque es llano,
               que tienen de conocerlo.
               Sólo con mujeres hablo;
               que tienen tan largos picos
               que pretendiendo gastarlos,     
               están parlando continuo,
               sentadas, corriendo, andando,
               en sus casas, en la iglesia,
               en el sermón, en los autos,
               y aun me dicen que hay algunas       
               que están durmiendo y hablando.
               Y, porque vengo mohino
               de un caso que me han contado,
               referiré algunos males
               de los muchos que han causado   
               para que se eche de ver
               que las mujeres son diablos. 
                  Ya saben que la primera
               causa de nuestro pecado
               fue mujer, y de mujer      
               la forma en que le engañaron.
               Mil males causó la Cava
               a España, pues que duraron
               sus reliquias hasta que
               el cielo envió a Pelayo.      
               Y también los causó Elena
               a atenienses y troyanos
               y a griegos, pues que dos veces
               a dos príncipes la hurtaron.
               La primera a Teseo,        
               rey de Atenas a quien Castor
               y Apolux en campal guerra
               de su poder la sacaron;
               y la segunda, fue Paris;
               que era lo de [los] troyano[s].      
               Príamo, aquéste la hurtó
               a otro rey, que es Menelao.
               Ningún bien causó tampoco
               Clitimnestra, pues dando
               a su marido la muerte      
               fue causa de tantos daños.
               Pero, ¿qué me maravillo?
               ¡Que las mujeres son diablos!
                  La cautelosa Semíramis,
               estando un tiempo reinando      
               con su marido, el rey Nino,
               le pidió por solo espacio
               de cinco horas su poder,
               y apenas se le hubo dado
               cuando le mandó matar    
               por quedar con todo el mando.
               Mil más pudiera decir;
               pero déjolo, mirando
               que vengo a pedir y el pobre
               nunca ha de ser porfïado,       
               y también me mueve a ello
               ver que de allí me han mirado
               dos mujeres que por señas
               me dicen que calle, y callo;
               que me lo mandan mujeres,       
               que las mujeres son diablos.  
                 Mas, si me fuera yo agora
               con el cabello así largo
               a meterme entre mujeres,
               ¡cómo saliera pelado!    
               Más quiero volver la hoja
               y deshacer el agravio
               y en lo que toca a ser Eva,
               causa de nuestro pecado,
               yo digo que Adán lo fue       
               y sábese de San Pablo
               cuando dice que en Adán 
               mueren, y resucitamos.
               Y Cristo, nuestro maestro
               nos dice aquesto bien claro,    
               que mujer nos dio el remedio
               si por mujer fue el pecado.
               Y así mal dice el que dice
               que las mujeres son diablos.
                  Si algún mal causó la Cava    
               a España, sólo [Juliano]  
               la forzó, y donde hay fuerza
               nunca interviene pecado.
               Si Semíramis mató
               a Nino, fue porque estando     
               en sus reinos, no quisieron
               amplificar sus estados.
               Después de muerto quedó
               por reina, y en un caballo,
               de todas armas vestida,   
               con sus gentes salió al campo
               sujetando muchos reinos:
               Etíopes, Egipcianos.
               La valerosa Cenobia,
               de Palmirenos espanto,    
               es quien rindió a Capodacia
               y a Persia, y está enseñando
               a dos hijos que tenía
               el latín, griego y hebraico.
               Las invictas amazonas     
               dieron poderío y mando
               a dos mujeres que fueron
               las que España han envïado
               reliquias de aquellos godos
               que se han ido prolongando     
               hasta el tercero Filipo
               que Dios guarde muchos años.
               Y así mal dice el que dice
               que las mujeres son diablos.
                  Bien las he vuelto su honra.     
               A fe que me deben harto;
               que lo que dije al principio
               era que venía enojado,
               y agora lo iré también
               si no dan lo que demando,      
               que es el silencio que dio
               Dido a Eneas, y gustando
               oirán la mejor comedia
               que se haya visto en tablado.
               Y también doy la palabra     
               de que aquí y en cualquier cabo,
               desmentiré al que dijere
               que las mujeres son diablos.



BAILE DEL AMOR Y DEL INTERÉS





Salen los MÚSICOS




MÚSICOS:          Entre apacibles vergeles
               que adornan flores vistosas
               y cantan los ruiseñores
               entre los lirios y rosas,
               y las cristalinas fuentes        
               riegan hierbas olorosas,
               y hace fértiles labores
               y aljófar sus hojas brotan
               haciendo el céfiro manso
               en el jazmín y amapola,       
               un sonoroso rüido
               al menear de las hojas
               andaba a caza Cupido.



Sale Cupido con arco y aljaba y flechas, vendado
los ojos




               Entre contento y congoja,
               por negarle la obediencia       
               las damas bellas, graciosas,
               miran que es obedecido
               del pastor a la real pompa
               rindiéndosele a sus pies
               cuanto de este mundo gozan.     
               Siente que mujeres flacas
               le quieren quitar la gloria,
               y se la den a interés
               entre preseas y joyas,
               quítase el arco y aljaba      
               y entre la hierba lo arroja
               cuando vio entrar a Interés
               con gran majestad y pompa.



Sale Interés, muy galán con cadena y
sortijas de oro




               Cadena de oro en el cuello,
               sortijas, preseas y aljorcas,   
               alegre en ver que le estiman
               el mundo y naciones todas,
               paséase ante Cupido
               y con meneos se entona.
               No le hace acatamiento     
               de que Cupido se enoja.
               Quítase la venda Amor,
               y dícele:  "Cómo osas
               parecer en mi presencia,
               siendo invencibles mis obras?"       
               Interés le ha respondido:
               "Como han sido cautelosas
               conociendo sus afectos,
               se han acogido a mi sombra.
               Los dos hacemos el juego   
               y porque es cosa notoria,
               escucha aquesta razón
               y conocerás mi gloria".     


                  Obras son amores,
                  hermano Polo,           
                  obras son amores
                  que no amor sólo.


               Cupido replica:  "Aqueso
               es porque mi fuerza afloja
               cuando el amor es fingido,      
               y dádivas le sobornan".
               A aquesta razón responde
               Interés aquesta nota:
               "Dos amorosos galanes
               quieren a una dama hermosa.     
               Pregúntanla a quién más ama.
               Y ella dice melindrosa,
               --Fulano me quiere mucho
               mas Zutano me hace obras--.
               Da el uno amor y palabras,      
               el otro da amor y doblas".
               Interés es cosa firme
               y Amor un jerigonza.
               Si no, mira aquesta letra
               que tu mismo nombre nombras,    
               y por verse atropellado
               de sus entrañas te arroja.



Danzan al son de la letra




               "Las damas de hogaño, Blas,
               que visten sedas y galas,
               querránte bien si regalas     
               y más cuando dieres más".


               Dice Amor, "Es cierta cosa;
               que no les diera su hacienda,
               luego más parte me toca".
               Quiso Interés replicar   
               mas Amor con voz sonora
               dice que es cosa muy justa
               que esté por igual la gloria.
               Interés no lo consiente;    
               que el premio da la victoria.        
               Declaren por ser sentencia
               Belisa y la bella Flora.



Salen Belisa y Flora en traje aldeano




               Salen las pastoras bellas
               como al salir de la aurora;
               salen los rayos de Febo    
               haciendo ricas alfombras.
               Las dos hacen reverencia
               y ellos que los campos bordan
               con luces de sus reflejos,
               con su mesura se adornan.       
               Amor les propone el caso
               y con razones exhorta
               a que sentencien por él;
               que es cosa que les importa.
               E Interés descubre el hecho  
               y su gran cadena toca
               mostrando preseas y anillos
               y otras riquezas y joyas.
               Las dos entran en acuerdo
               y en sentenciar se conforman   
               que lleve sólo Interés    
               el lauro de la victoria.
               Oyendo Amor la sentencia
               a voces dice, "¿qué importa
               que en los jardines del Chipre      
               tengo yo mi trono y pompa,
               y allá en los campos Elíseos
               suene mi sonora trompa,
               y en el monte del Parnaso
               que su publique mi gloria      
               si soy de Interés vencido?"
               E Interés dice, "Aquí os toca
               que hagáis lo que yo os mandare".
               Y callando, Amor otorga,
               "¿Por qué razón un bastardo,   
               hijo de una mujer loca,  
               conmigo se ha de igualar;
               que soy quien el mundo asombra?
               Seamos, Amor, amigos,
               y con mudanzas graciosas  
               los dos quiero que bailemos
               con estas damas hermosas".



Bailan al son de esta letra




                  Amor, pues quedáis vencido,
               no tiréis,
               porque os arrepentiréis.     
                  Ya vuestras flechas, Amor,
               que están de tormento y lloro,
               Interés las vuelve de oro
               que se reciben mejor.
               Aplacad, luego, el rigor  
               y no tiréis
               porque os arrepentiréis.
                  Amansad un poco el brío
               en tirar a los amantes;
               que con perlas y diamantes     
               tiene Interés señorío,
               lo demás es desvarío.
               No tiréis,
               porque os arrepentiréis.
                  Bueno es Interés y Amor,  
               si los dos corren parejas;
               que se entra por las orejas
               este süave licor.
               Mas Interés es mejor.
               No tiréis                    
               porque os arrepentiréis.



ACTO PRIMERO





Suena música y salen al tablado [tres]
tambores, uno con un pendón levantado y en él un
león, otro con una fuente de plata con una corona, otro
con otra fuente con una espada.  Después en orden, todos
los que pudieren y corriendo una cortina aparece en un tribunal
el rey don ALFONSO, armado el pecho, galán y descubierta
la cabeza.  Arrímanse todos a los dos lienzos del
vestuario




ALFONSO:          Hidalgos asturianos
               reliquias y sucesión
               de godos y de romanos,
               fortaleza de León
               que he de regir con mis manos;        
                  por el valor sin segundo
               que tenéis, máquinas fundo
               para dar a España asombros,
               y he puesto sobre mis hombros
               el mayor peso del mundo.   
                  Los reinos y majestades
               suelen tener por grandeza
               lisonjas y falsedades,
               y así pongo en mi cabeza
               montes de dificultades.    
                  Poca paz y mucha guerra
               son columnas de reinar;
               que el hombre que en rey se encierra
               entre las sirtes del mar
               y volcanes de la tierra,   
                  siempre ha de vivir velando.
               La vida le van gastando
               los cuidados con que lidia,
               y los linces de la envidia
               sus obras le están mirando.   
                  Desde la gallega sierra
               hasta la andaluz nevada
               me está llamando la guerra.
               Mirad si es carga pesada
               para un hombre hecho de tierra.      
                  En efecto a mi persona
               el cuidado no perdona;
               que a todo estaré ofrecido
               desde oí que habrá ceñido
               mis sienes esta corona.    
SANCHO:           Seas, Alfonso, de hoy más
               para los moros un rayo
               que abrase, y sí lo serás;
               que eres nieto de Pelayo
               y vas dejándole atrás.      
                  Ya que es hecho la elección,
               falta la coronación.
               Permita, pues, tu persona
               ponerle espada y corona
               en señal de posesión.       
                  De Pelayo es esta espada,
               que el mundo causaba espanto
               en su brazo levantada,
               y si viviera otro tanto
               viera a España restaurada.    
                  Ármate, señor, con ella,
               serás sol de la milicia
               y hemos de jurar en ella;
               tú de guardarnos justicia,
               nosotros de obedecella.     
                  Con aquesta un león se doma,
               de tus vasallos la toma,
               que darte quisieran ellos
               el águila de dos cuellos
               con el imperio de Roma.    
                  Y si en aqueste estandarte,
               por insignia un león te han dado,
               ellos gustarán de darte
               el fuego del scita helado,
               del tracio el armado Marte,     
                  las águilas del romano,
               arco y flechas del persiano,
               los leones del inglés,
               los tres lirios del francés,
               las lunas del otomano.     
                  Y en tanto, señor, que vienes
               a estos pomposos trofeos,
               ciñe con ésta tus sienes,
               que aumenta nuestros deseos
               esta majestad que tienes.       



Toma la corona y sube a coronar el REY




                  La corona te asegura
               del reino la envestidura,
               como a los pasados reyes;
               pero de guardar las leyes
               sobre esta espada jura.    



Ponen la espada junto al rey [ALFONSO] y llegan
todos a feudar




ALFONSO:          Pues ha de ser de esa suerte
               en su cruz; que en la malicia
               de muchos ha sido muerte,
               juro de guardar justicia.
TODOS:         Nosotros de obedecerte.    
ANCELINO:         De ti la reina conciba
               más hijos que tuvo Egisto.
TODOS:         ¡Viva Alfonso el Casto!
ALFONSO:                              ¡Viva!
               Para que la fe de Cristo
               en su defensa reciba.      
                  Aunque hay hombre que son hechos
               nobles por naturaleza,
               libres de tributo y pechos,
               la verdadera nobleza
               se adquiere con nuestros hechos;     
                  Tener la familia llena
               de nobles, nobleza es buena;
               mas ser solamente honrados
               con hechos de los pasados
               es buscar nobleza ajena.  
                  Supuesto, pues, lo que digo,
               si en España rica y bella
               fue desdichado Rodrigo,
               procuremos echar de ella
               al africano enemigo;      
                  que en los reales pendones
               espero ver dibujadas
               águilas, quinas, leones,
               castillo, barras, granadas,
               y otros famosos blasones.      
                  Y espero dejar tal lauro,
               si las Españas restauro,
               que este león que celebro
               beba del Turia, del Ebro,
               del Tajo, Betis y Dauro.  
SANCHO:           Rey eres de las montañas.
               Ensancha, Alfonso, tu tierra.
ALFONSO:       Con vuestras grandes hazañas.



Tornan a tocar las cajas




TODOS:         ¡Guerra, Alfonso, guerra, guerra!   
               ¡Restauremos las Españas!    
SUERO:            Pues ya con tanto valor
               te han jurado por señor,
               los españoles cristianos
               te hemos de besar las manos
               o los pies será mejor.  



Tocan la música y llegan de dos en dos al
rey humillándose. Luego hacen otra reverencia al
pendón real y suben a besar la mano al rey. 
Levántese el rey a tomar el pendón [y]
cáesele la corona de la cabeza




ALFONSO:          La corona se ha caído
               de mi frente, ya he tenido
               prodigio adverso.
SANCHO:                       Eso no;
               que a caso rey se cayó.



Vuélvesela a poner




ALFONSO:       Plegue a Dios que así haya sido.  



Toma el rey el pendón y tres veces le
levanta y abaja, y la última vez se quiebra el hasta del
pendón, y cae en el suelo, quedándose el rey con el
pedazo de él




SANCHO:           Rota el hasta, ya me asombra.
ALFONSO:       Mi Dios, que eterno se nombra,
               dice que no me asegure
               porque no hay reino que dure;
               que esta vida es humo y sombra.     
                  Los reinos y monarquías
               de cualquiera rey o reina
               son las olas del mar frías;
               sólo Dios por siglos reina,
               que el hombre reina por días.     
                  Ningún rey seguro viva,
               que el imperio que celebra 
               es de vidrio o flor altiva;   
               que entre las manos se quiebra
               o que el aire la derriba.      



Levanta el pendón don SANCHO y dale al rey




SANCHO:           Esos agüeros desprecia;    
               tu corona estima y precia
               porque sangre no ha llovido
               el cielo como se vido
               cuando entró Filipo en Grecia.    
                  Como en la guerra de Dario
               no han hablado las murallas,
               la región del aire vario
               no ha visto entre sí batallas
               como en el tiempo de Mario.    
                  En las nubes inconstantes
               no has visto armados gigantes,
               ni has visto como otros reyes
               hablar los perros y bueyes
               y ladrar los elefantes.   
                  Junto al sol de luz eterna
               no se ha visto una persona,
               ni bramar una caverna.
               ¿Qué es caerse una corona
               y quebrarse una hasta tierna?  
                  Vive, señor, muy seguro;
               pon el pendón en el muro.
               Muestra el corazón más ancho.
ALFONSO:       Bien me aconsejáis, don Sancho.
SANCHO:        Tu vida y honra procuro.  
ANCELINO:         Ya León su rey te ha hecho,   
               acaba esta ceremonia;
               que es de fuero y de derecho. 
ALFONSO:       La confusa Babilonia
               llevo dentro de mi pecho.      



Vanse en orden de dos en dos, y el rey
detrás, tocando la MÚSICA.  Salen doña
JIMENA, con una carta abierta y un pañuelo a los ojos, y
doña ELVIRA




ELVIRA:           Lágrimas das en despojos;
               la carta te da pasión.
               Sin duda dándote enojos
               te ha deshecho el corazón,
               pues lo destilan los ojos.     
JIMENA:           Siempre he sido desdichada
               y como mis ojos vieron   
               una carta que me agrada,
               con sus lágrimas quisieron  
               dejar la letra borrada.   
ELVIRA:           ¿Luego, lloras de placer?
JIMENA:        Los gustos suelen hacer
               que esté a veces afligida
               porque gustos de esta vida
               sin amargo han de tener.  
                  Sigue el resplandor del día
               la oscura noche que asombra,
               la muerte pálida y fría
               la vida al cuerpo, su sombra,
               y el disgusto al alegría.    
                  Y como tal pensamiento
               hasta el alma me penetra,
               y en la carta gusto siento
               temo que de cada letra
               ha de nacer un tormento.  
ELVIRA:           Será mi dicha muy corta
               sin ese gusto, y te importa
               contarlo porque es doblado
               el gusto comunicado,
               y el mal contado se acorta.    
JIMENA:           Son cosas para callar.
ELVIRA:        Por fïel merezco lauro.
               Más muda tengo de estar
               que grulla pasando el Tauro,
               y que pez cortando el mar.     
                  De tu recato me admira,
               mi amistad advierte y mira
               al deudo y obligación.
JIMENA:        Dices bien, tienes razón.
               Oye, pues, mi doña Elvira.   


                  Hízome el cielo piadoso
               hermana de Alfonso el casto,
               que a imitarle no borrara
               estas letras con mi llanto.
               Aunque viven en el mundo  
               los reyes idolatrados,
               que apenas tiene deseos
               porque de nada están faltos.
               Aunque entre púrpura y telas,
               y en camarines dorados    
               adulan sus majestades
               lisonjeros cortesanos;
               aunque gobiernan el mundo     
               en sus soberbios palacios
               cuyos chapiteles de oro   
               escalan el cielo santo;
               aunque dan blasones y honras,
               no tienen seguro estado,
               que también pueden los reyes
               ser a veces deshonrados;  
               pies tiene torpes y feos
               el pavón bello y ufano,
               calentura el león, y frío
               el elefante gallardo;
               así los reyes del mundo,     
               aunque ricos, tienen algo
               que refrene su potencia,
               que en efecto son humanos.
               Y como está de una suerte
               sujeto el fino brocado    
               a la mancha negra y fea,
               como la jerga y el paño,
               suele caer en los reyes,
               aunque son oro acendrado,
               la escoria del deshonor   
               y la mancha del agravio.
               Cayó por flaqueza mía
               en la sangre que heredamos;
               que como es vidrio la honra
               quiebra por lo más delgado.  
               Por mis pecados, al fin,
               quizá no por mis pecados
               que es Dios incomprehensible
               y son secretas sus casos,
               hubo una justa en León  
               donde los godos hidalgos
               quebraron lanzas al rey,
               y entre ellas su honor quebraron.
               Entre los nobles de Asturias
               salió a la justa don Sancho,      
               digo el conde de Saldaña,
               aunque bastaba nombrarlo.
               Salió, con armas azules
               y con azules penachos,
               hecho un cielo en el color     
               y un infierno en mi descanso,
               en un overo andaluz
               que al margen del Betis claro
               se crió dejando atrás
               los vientos desenfrenados.     
               Corto el cuello, el rostro alegre,
               de caderas fuerte y ancho,
               no era potro ni era viejo
               aunque estatua remendado.
               De estas razones, mi Elvira,   
               podrás colegir de espacio
               si olvidará al caballero
               quien se acuerda del caballo.
               Como ligera saeta
               que disparada del arco    
               por el arrogante persa,
               sin ser vista, llega al blanco.
               Y como desde las nubes
               girando bajan los rayos
               hasta romper con su furia      
               los edificios más altos,
               tal fue Sancho en su carrera
               que de él fuimos derribados,
               yo de toda libertad,
               del caballo su contrario.      
               Tras sí llevó el corazón
               de este pecho y corrió tanto
               que me he quedado sin él
               porque no pude alcanzarlo.
               Al fin, desde aquellas justas  
               quedo con algún cuidado
               de ver el que yo tenía
               en oírlo y en mirarlo.
               Son los ojos lenguas mudas,
               son parleros secretarios,      
               del alma son vidrïeras
               y del corazón retratos.
               Ellos, al fin, le dijeron
               lo que callaron mis labios,
               con la grana de vergüenza      
               encendidos y encarnados.
               Amor, con las flechas de oro,
               para que no fuese ingrato
               hirióle el pecho de acero
               y así me sirvió dos años.    
               Al fin, para no cansarte,
               de esposo le di la mano
               y por ella me ganó
               el resto de mi recato.
               Correspondí a sus deseos     
               y a diez meses desdichados
               tras los dolores de amor
               me afligieron los de un parto.
               Un niño grande y hermoso
               el fruto fue de este árbol;  
               que por dar fruto sin tiempo
               merece ya ser cortado.
               Lleváronle a las montañas,
               su nombre ha sido Bernardo,
               y con orden de su padre   
               ha sido en ellas crïado.
               Mil prodigios vide entonces.
               Los edificios temblaron;
               tronaron los aires densos,
               aunque era invierno erizado.   
               Soñé que de mis entrañas 
               nació un león africano,
               que a los franceses comía
               y a los moros daba espanto.
               Sospecho que ha de ser hombre  
               que a España sirva de amparo;
               porque a veces saca Dios
               grande bien de un gran pecado.
               Ya hemos visto en este mundo
               buen fin de principios malos,  
               y aunque aborrezca mi culpa
               el suceso será honrado.
               Hoy supe de su salud;
               que me escribió don Gonzalo,
               el que en su casa le tiene,    
               y esto ha causado mi llanto.


ELVIRA:           Si tu afición no me engaña,
               yo no te puedo culpar;
               que tu culpa fuera extraña
               con hombre particular,    
               no con Sancho, el de Saldaña.    
JIMENA:           Temo por muchos respetos
               que mis esperanzas borre,
               y que con paso inquietos
               el tiempo que aprisa corre     
               descubrirá mis secretos.
                  Las culpas no se encubrieron,
               que aún las piedras las dijeron
               y siempre lo que en mal hecho 
               aún no les cabe en el pecho  
               a los mismos que lo hicieron.
ELVIRA:           Yo me voy; que el conde viene
               y quizá te querrá hablar
               algo que a los dos conviene.
JIMENA:        Tu discreción singular  
               aficionada me tiene.



Vase doña ELVIRA y sale don SANCHO




SANCHO:           ¡Mi Jimena!
JIMENA:                       ¡Mi don Sancho!
               Ya mi corazón ensancho
               por recibirte en mi pecho
               aunque es aposento estrecho    
               y era menester más ancho.
SANCHO:           Si he vivido dentro de él,
               ¿ya es estrecho?
JIMENA:                        Si, señor,
               que siendo a mi amor fïel
               tanto has crecido en amor      
               que ya no cabes en él.
                  Aunque si tienes de entrar
               en mi pecho, es ancho mar
               en constancia y en valor.
               Aunque entren ríos de amor,  
               todos hallarán lugar.
SANCHO:           ¿Y no podrá suceder
               que mengüe?
JIMENA:                    Sí, puede ser;
               mas saliendo amor de mí,
               como ha de ser para ti    
               a su centro ha de volver.
SANCHO:           Dices bien.  ¿Qué carta es ésta?
JIMENA:        De venta de mi virtud;
               que hoy la he tenido por fiesta,
               mensajera es de salud     
               que está esperando respuesta.
                  Don Gonzalo, vuestro tío,
               de quien mi honra confío,
               y no como en pecho ajeno,
               me escribe como está bueno   
               aquel hijo vuestro y mío.
SANCHO:           ¿Por eso habéis de llorar?
               Antes la nueva merece
               quitaros todo pesar.
JIMENA:        Es verdad; mas me entristece   
               el no poderlo gozar.



Dicen dentro




ANCELINO:         ¿Sabes que soy Ancelino?
SUERO:         Ni pedirlo determino
               porque le eres muy molesto.
JIMENA:        Acude, don Sancho, presto      
               pon en paz a tu sobrino.



Vanse.  Salen SUERO y ANCELINO




SUERO:            Doña Elvira no consiente
               tu amor, ni he de consentir
               tu loco y necio accidente.
ANCELINO:      Yo la merezco servir      
               con mucha razón.
SUERO:                          ¡Él miente!



Ponen mano a las espadas




ANCELINO:         Sin duda quieres, traidor,
               que esta espada con rigor
               el infame pecho te abra
               de quien nación la palabra   
               que me ha quitado el honor.



Sale don SANCHO




SANCHO:           Quien la corte ha alborotado
               merece ser castigado
               aunque mi sobrino sea.
               Apartad.



Entre el rey, JIMENA, RAMIRO, primo de ANCELINO, y
gente




ALFONSO:                 Luego se vea    
               quién de los dos es culpado.
ANCELINO:         De mi misma boca fía;
               que te diré la verdad.
               A tu cámara venía,
               díjome una necedad,          
               respondíle que mentía.
SUERO:            ¿Hay tal maldad?  ¿Tal permito
               y la vida no le quito?
ALFONSO:       En eso ofendes mi pecho;
               que confesar lo mal hecho      
               es preciarse del delito.
SUERO:            Escucha, señor, advierte
               que yo fui...
SANCHO:                    Calla, cobarde,
               pues no le diste la muerte.
               [..................... -arde]      
               [..................... -erte].
ALFONSO:          ¡Prendedlo ya!



Prenden a ANCELINO y llévanle




SUERO:                       ¿Hay tal afrenta?
ALFONSO:       ¿Suero Velázquez consienta
               que sin campo ni batalla
               le satisfaga?
SUERO:                       Antes...
SANCHO:                              Calla,   
               la lengua tu agravio sienta.
ALFONSO:          ¡Ah, don Sancho!
SANCHO:                            ¿Señor?
ALFONSO:                                   Mira,
               ¿quién provocó el corazón
               de Ancelino a tener ira?
SANCHO:        Sospecho que celos son    
               y amores de doña Elvira.
ALFONSO:          Llamadla; que hoy determino
               casarla con tu sobrino.



Vase un criado




SANCHO:        Será paz el casamiento.
RAMIRO:        (Nueva será de tormento     Aparte
               para mi primo Ancelino).



Vase RAMIRO




SANCHO:           (¡Ay, honra, como eres vida    Aparte
               del corazón principal,
               si una vez estás perdida,
               nunca tarde, poco o mal   
               le será restitüida.
                  Aquél que con honra nace,
               mire en guardarla, qué hace,
               porque un edificio labra
               tan frágil, que una palabra  
               lo derriba y lo deshace.
                  Gran vigilancia conviene
               que el honor por valer más
               tan hecho espíritu viene
               que no se siente jamás  
               hasta que ya no se tiene.)



Sale doña ELVIRA




ELVIRA:           ¿Qué manda tu majestad?
ALFONSO:       Darle dueño a tu beldad,
               a tu pecho fortaleza,    
               a tu cuerpo otra cabeza,  
               a tu honor seguridad,
                  darle a tu casa gobierno,
               un freno a tu voluntad,
               prudencia a tu ingenio tierno,
               imperio a tu libertad,    
               a tu cuello un yugo eterno,
                  un descuido a tu cuidado,
               a tu edad honroso estado,
               para tus dudas consejo,
               para tus ojos espejo,     
               y en efecto un desposado.
ELVIRA:           (Si será don Suero, sí,     Aparte
               mi ventura será inmensa).
SUERO:         (¡Que aquél que desmentí     Aparte
               me atribuyese su ofensa,  
               pues vivo, no la sentí!
                  ¡Ah, rigurosa Fortuna,
               ayer dos almas tenía
               y hoy he perdido la una!)
ALFONSO:       (Trocar quiero en alegría     Aparte
               esa tristeza importuna).
                  Hoy quiero dar galardón
               a tu amorosa pasión,
               a tus padres alegría,
               a tu lecho compañía,  
               regalo a tu corazón,
                  canas a tu poca edad,
               a tu hacienda nueva parte,         
               aumento a tu calidad,
               y otro tú imagino darte      
               para mayor igualdad.
SANCHO:           (¡Que seis letras han deshecho    Aparte
               la nobleza de este pecho;
               mas las obras han de ser
               las que habrán de deshacer   
               lo que palabras han hecho!)
ALFONSO:          Una esposa te doy.  Mira,
               que serla tuya merece;
               porque es un cielo que admira,
               es un sol que resplandece,     
               y en efecto es doña Elvira.
ELVIRA:           (Si es verdad que me ha querido,  Aparte
               ¿cómo no muestra don Suero 
               que contento ha recibido?)
SUERO:         (Yo le desmentí primero;     Aparte
               mas, ¡ay, que a solas ha sido!
                  ¡Y él con gente cortesana!
               Mi deshonra al fin es llana;
               que es la honra la opinión
               del pueblo, y los hombres son  
               con quien se pierde o se gana.
                  ¡Abriré el pecho inhumano!)
ELVIRA:        (Que me aborrece es muy llano     Aparte
               el que me adoraba ayer).



Está divertido don SUERO y llega el rey y
tírale del brazo




SUERO:         (Su amigo no pienso ser).     Aparte
ALFONSO:       Deisle, don Suero, la mano.
SUERO:            ¡La mano?  (Su majestad     Aparte
               me obliga a no obedecello.
               ¡No, afrenta mi calidad!
               Tuerza, si gusta, este cuello  
               pero no esta voluntad).
ALFONSO:          Dadle la mano, don Suero.
SUERO:         No está bien a un caballero                
               tal amistad ni tal mano.
ELVIRA:        ¡Ah, traidor, falso, villano,  
               tal oigo y no desespero!
ALFONSO:          ¡Ah, don Suero!  ¿Habéis oído
               lo que os he dicho?
SUERO:                              Señor,
               lo que dices he entendido;
               mas no conviene a mi honor.    
ELVIRA:        (¿Él ha estado divertido?)     Aparte
SUERO:            (¿Yo su amigo?  No haré tal    Aparte
               aunque me venga más mal
               que hasta aquí, si esto es posible.)
ALFONSO:       Aspero estás y terrible.     
SUERO:         Por ser noble y principal.
ELVIRA:           (¿Y yo no los soy, traidor?    Aparte
               ¿A esto me ha llamado el rey?)
SUERO:         Que obedezco a mi señor,
               [.................. ley],    
               en lo bueno y justo es rigor.
                  Su majestad no lo pida;
               que la honra amortecida
               en sí es posible tornar,
               pero no resucitar         
               si pierde toda la vida.
                  Aunque mi agravio repara
               llegarla ya con mi mano;
               mas ha de ser en  la cara.



Vase don SUERO




ELVIRA:        (¿A mí bofetón, villano?     Aparte
               ¡Quién la vida le quitara!)
ALFONSO:          (O está loco o no ha entendido.)  Aparte
ELVIRA:        (Estará loco fingido.)     Aparte
ALFONSO:       Suero Velázquez, espera.
SANCHO:        ¡Vuelva, aguarda!   
ELVIRA:                          No quisiera.      
               (¡Que esto hubiera sucedido!)    Aparte



Vanse todos y queda sola ELVIRA




ELVIRA:           ¿Quién vio tal deshonor
               en quien ayer era piedra
               en firmeza y en valor
               y en quien ha sido la hiedra   
               de los muros de mi amor?
                  Mas el tiempo de esta suerte
               derriba el muro más fuerte,
               el agua gasta la piedra,
               el sol marchita la hiedra,     
               y todo tiene su muerte.
                  El sol fui de sus amores,
               y él jardín en quien decía
               que como con sus favores
               el alba perlas vertía,  
               era yo perlas y flores.
                  Pero viene tiempo en fin
               que el hielo quema el jardín,
               el alba aljófar no ofrece,
               la luz del sol se oscurece,    
               y todo tiene su fin.
                  Pero mi mal no remedio
               sintiéndolo de esta suerte,
               quiero buscar otro medio,
               que, si en todo hay fin y muerte,   
               todo mal tiene remedio.



Vuelve don SUERO




SUERO:            Ya, León, no me verás
               hasta que venga...  ¿Aquí estás,
               mi Elvira, mi bien , señora?
               Dame tu licencia agora    
               para no verte jamás.
                  Un hidalgo deshonrado
               no merece la presencia
               de este rostro que he adorado.     
               Muera a manos de tu ausencia   
               para ser más desdichado.
ELVIRA:           Loco, falso, necio, infame,
               que así es justo que te llame.
               ¿Cómo a mi presencia has vuelto?
               ¿O acaso vienes resuelto  
               a que tu sangre derrame?



Vase doña ELVIRA




SUERO:            Ya con desdenes me mata
               quien me dio vida sin ellos.
               Trueque el tiempo, ¡oh falsa ingrata!,
               el oro de tus cabellos    
               en blancas hebras de plata.
                  Pecho y cuello transparentes
               del cristal con que me alegro
               hallen ébano las gentes,
               granos de azabache negro  
               el aljófar de tus dientes.
                  A tus manos de mosquetas
               cristalinas y perfetas,
               haga el tiempo mil agravios;
               los corales de tus labios      
               vuelva en moradas violetas.
                  Arrugue tu tez serena
               en cárdenos lirios trueque;
               tus mejillas de azucena
               tus años floridas seque...   
               ¡Pero no!  ¡Que es dame pena!
                  Hoy me matan con rigor
               tu desdén y mi deshonra,
               y no sé cuál es mayor
               si la falta de mi honra   
               o la falta de tu amor.
                  Infame al fin me llamaste,
               bien el nombre me acertaste;
               que sólo ese nombre tengo
               en tanto que no me vengo  
               de aquél que sin duda amaste.
                  Pero hago voto al cielo
               a mi ofensor y a mi dama
               de estar al calor y al hielo
               sin entrar en blanda cama      
               durmiendo en el duro suelo,
                  de no mudar el vestido,
               ni el cabello más crecido
               cortar, ni tratar con gente
               hasta que ofenda y afrente     
               al mismo que me ha ofendido.



Vase don SUERO.  Salen RAMIRO y ORDOÑO, el
uno con papel y tinta




RAMIRO:           Sin duda lo habrá sabido.
ORDOÑO:        Holgara que lo supiera.
RAMIRO:        La mala nueva es ligera
               y es mala la de un olvido.     
                  Ya lo sabrá, y en su llama
               más calor habrá imagino.
ORDOÑO:        Bueno quedará Ancelino
               con enemigo y sin dama.
RAMIRO:           Aún vale que el agraviado      
               no fue mi primo.
ORDOÑO:                      Es verdad,
               pero no hay seguridad
               con un ofendido honrado.
RAMIRO:           El tiempo cura las cosas
               con el amistad y el favor.     
ORDOÑO:        Heridas en el honor
               son heridas peligrosas.
                  Las del honor quebradizo
               son heridas de alacrán,
               que curarse no podrán   
               sin el mismo que las hizo.
                  Como la abeja atrevida
               es quien afrenta a un honrado
               porque en habiendo picado,
               le dura poco la vida.     
RAMIRO:           Deja agora esos temores.
               Si acaso parece, mira
               y sepa como su Elvira
               fue precio de otros amores.





Asómase ANCELINO al balcón




ORDOÑO:           Ancelino.
ANCELINO:                  ¿Quién me llama?      
ORDOÑO:        Quien trae nuevas de disgusto
               y el gusto sin algún gusto.
ANCELINO:      Luego serán de mi dama.
RAMIRO:           No es bien que la llames tuya,
               ni aún suya ha de ser llamada,    
               porque es la mujer casada
               de su marido y no suya.
ANCELINO:         ¿Doña Elvira se ha casado?
RAMIRO:        Agora el rey la casó,
               porque aplacar procuró  
               a tu enemigo agraviado.
                  Luego la pendencia ha sido
               de la honra y el amor.
               Don Suero perdió el honor
               y tú la dama has perdido.    
ANCELINO:         ¡Ay, amigos!  ¿De qué suerte
               tales nuevas he escuchado
               y en albricias no os he dado
               las de mi temprana muerte?
                  Digo que quisiera ser  
               --y nadie, amigos, se asombre--
               ofendido de tal hombre
               a trueco de tal mujer.
RAMIRO:           ¡Oh, primo!  No digas más
               esa razón; que te infama.    
               Hallar podrás otra dama
               y otra honra no hallarás.
                  Y aun esa mujer liviana
               que te ha dejado, si fuera
               agora tuya, pudiera       
               dejarlo de ser mañana.
ANCELINO:         Yo me pienso resolver
               en darle rienda a mi amor;
               que quien le quitó el honor
               le ha de quitar la mujer.      
                  Pues al rey se la he pedido
               y habiéndomela negado,
               a don Suero se la ha dado.
               El rey me tiene ofendido.
                  Ya no podré refrenar      
               mi cólera, que estoy loco.
               El rey me ha tenido en poco
               pues no me la quiso dar.



Vase quitando las ligas y atándolas al
balcón




                  Vengarme, amigos, conviene.
ORDOÑO:        ¿De quién vengarte has querido?   
ANCELINO:      De uno que en nada he tenido
               y otro que en nada me tiene.
                  Dejar quiero la prisión.
RAMIRO:        No desciendas.  Vuelve arriba.
ANCELINO:      No, abajo; que me derriba      
               el peso de mi pasión.



Desciende




RAMIRO:           Lo que hacer quieres ignoro.
ANCELINO:      Quebrar de honrado la ley
               con quitar al reino a un rey
               que me quitó la que adoro.   
ORDOÑO:           Ni es justo ni hacerlo puedes.
               No tengas tal pensamiento;
               que a voces dirán tu intento
               aquestas mudas paredes.
ANCELINO:         La reprobada traición     
               que al hidalgo no conviene,
               dos partes iguales tiene
               que hacerla y pensarla son.
                  Y siendo aquesto verdad
               ya, amigos, estoy culpado,     
               porque en haberlo pensado
               tengo hecho la mitad.
                  Esos papeles, ¿qué son?
               ¿Para qué pluma traías?
RAMIRO:        Para si acaso querías   
               escribir en la prisión.
ANCELINO:         Dame, pues escribiré
               cosas que al rey den temor.
RAMIRO:        Ciego estás.
ANCELINO:                Con el amor
               y con agravios cegué.   
                  Sólo me puede ofender
               don Sancho en mi pretensión,
               y con aquesta invención
               le he de quitar el poder.
                  Mientras puede averiguar    
               el rey aquesta mentira,
               por librar mi doña Elvira
               el reino le he de quitar.



Escribe ANCELINO




RAMIRO:           Paréceme que Ancelino                    
     
               delira con este humor.    
ORDOÑO:        Ya tiene para traidor
               andado el medio camino.
                  ¿Qué será su pretensión?
RAMIRO:        Será buscar con recato
               al valiente Mauregato     
               y hacerle rey de León.
ANCELINO:         Hoy intento una hazaña
               con que nombre me darán
               de segundo Julián
               para los reinos de España.   
                  Hoy, si este reino persigo,
               Alfonso el casto ha de ver
               que merecí la mujer
               que el ofreció a mi enemigo.
                  La atrevida pretensión    
               que hoy Ancelino procura,
               ha de ser la calentura
               que derribe a este león.
                  Mi corazón sólo basta,
               montañeses caballeros,  
               para cumplir los agüeros
               de la corona y el hasta.
                  De gallo mis voces son;
               que velo en mi honra y así
               haré que tiemble de mí     
               este gallardo león.



Escribe




                  Quiero dejar esta carta,



Ata el papel que escribió en la liga que
colgó del balcón




               donde el rey la puede ver,
               y el que más quiere valer,
               sígame, tras mí se parta.  
RAMIRO:           Tu sangre me está llamando.
ORDOÑO:        Y a mí tu mucha amistad.
ANCELINO:      Perdona, noble ciudad,   
               que tus males voy buscando.



Vanse.  Salen ALFONSO y el conde TIBALDO




ALFONSO:          Muéstrase el reino feroz  
               para que el horror y miedo
               lleve la fama velos
               a los moros de Toledo,
               de Córdoba y Badajoz.
                  Gástese en vencer al moro      
               ese pequeño tesoro
               que hay en Oviedo y León,
               y el valor del corazón
               supla la falta de oro.



Sale un CRIADO




CRIADO:           Ancelino ha quebrantado     
               la prisión.
ALFONSO:                  ¿Cómo lo sabes?
               ¿A quién las llaves han dado?
CRIADO:        No abrió la torre con llaves.
               Por la ventana ha saltado.
ALFONSO:          Si los vasallo mayores      
               que tienen cargo y honores
               pierden al rey el temor,
               o en él ven poco valor
               o empiezan a ser traidores.
                  Pues no me tuvo temor  
               que de él le tengo os prometo;
               que quien al rey su señor
               pierde una vez el respeto,
               mucho tiene de traidor.
TIBALDO:          Atado dejó un papel  
               del pendiente tafetán
               que le sirvió de cordel.
ALFONSO:       Sus intentos se sabrán
               sabido lo que hay en él.
                  Conoceré sus intentos     
               que las letras son retratos
               de los mismos pensamientos.
               ¡Ah, cortesanos ingratos!
               [.................  -entos].



Lee el REY la carta




               "A los criados que pidieren a vuestra majestad,
               mereciéndola como yo a doña Elvira,
	       no se le niegue, pues los ha menester quien tiene
               pretensores de su reino, como son el valiente
               Mauregato, hijo bastardo del primer Alfonso, y su
               tío, y así mismo el conde de	
	       Saldaña, habiendo [un  hijo] en doña 
	       Jimena, hermana de vuestra majestad, como ya lo sabe.
                                 Ancelino"


                  ¿Hijo?  ¿Jimena?  ¿Qué	espero?         
               Pero creerlo no quiero
               que el hombre más principal
               dejando de ser leal
               deja de ser verdadero.
                  En Ancelino hay pasión    
               por causa de doña Elvira,
               y al infierno de traición
               descendió por la mentira
               que es el primer escalón.
                  Venir a Jimena veo.    
               Salid todos.  La verdad
               saber agora deseo
               para más seguridad
               pero no porque lo creo.



Vanse todos.  Quédase en la puerta TIBALDO y
sale por otra JIMENA




ALFONSO:          Por hacer más extendido,  
               Jimena, el árbol real
               te caso con un marido
               que aunque en sangre no es tu igual
               en los méritos lo ha sido.
                  Con Tibaldo has de casarte.      
JIMENA:        (¡El corazón se me parte!     Aparte
               ¡Ay, mi Dios!  ¿Qué trance aguardo?
               ¡Ay, mi Sancho!  ¡Ay mi Bernardo!
               Recibid de éste mal parte;
                  mas ya sé qué responder).    
               Si, de casto y limpio, nombre
               has procurado tener,
               más conviene a la mujer
               este título que al hombre.
                  Hónrame con él, señor.    
ALFONSO:       De sucesor estoy falto;
               esto conviene.
JIMENA:                        (¡Ay, dolor!)     Aparte
ALFONSO:       (Con el nuevo sobresalto      Aparte
               se ha trocado el color.
                  Ella sintió la alteración.   
               ¡Qué buenos indicios son
               de flaquezas, si se ampara
               con la sangre de la cara,
               el temido corazón.
                  Si su color natural    
               tiene el rostro, indicios siento;
               mas no, que sospecho mal
               porque es muerte el casamiento
               y vuelve el rostro mortal.
                  Pero un engaño he de hacer     
               que ella misma haya de ser
               quien me diga la verdad).
               Tibaldo, con brevedad
               me trae...



Sale TIBALDO que ha estado a la puerta y
háblale al oído




JIMENA:                   (¿Qué podrá querer?     Aparte
                  ¿Con qué tormento infinito,    
               con qué antojos y pasión
               sospecha y miedo maldito,
               vive siempre el corazón,
               que ha cometido un delito?)



Vase TIBALDO




ALFONSO:          ¿Qué has de hacer?
JIMENA:                           Lo que quisieres.     
ALFONSO:       Casarte.
JIMENA:                Mientras vivieres,
               no será razón dejarte.
ALFONSO:       Conde don Sancho has de casarte
               pues a Tibaldo no quieres.
                  (Ya se alegra y le comienza     Aparte
               a hacer el rostro rosado,
               el brasil de la vergüenza;
               que el cómplice del pecado
               al delincuente avergüenza).
                  ¿Qué quieres?
JIMENA:                         Tu gusto trata.    
ALFONSO:       Tu maldad está entendida.
               Mejor será, falsa ingrata,
               un engaño que da vida  
               que un desengaño que mata.
                  Todo se sabe.
JIMENA:                          Señor,     
               no me causes tal dolor.
               Tu sangre en mis venas vive.
ALFONSO:       Para morir la apercibe.
               (Así lo sabré mejor).       Aparte
JIMENA:           ¿Para qué?
ALFONSO:                     Para morir.      
JIMENA:        ¡Ay, Dios!  ¡Qué extraño accidente!
               Mal me podré apercibir
               si me matas de repente.
               Hermano, torna a decir
                  para qué.
ALFONSO:                    Para la muerte,   
               este monstruo torpe y fuerte.
               (Si es verdad que ella lo ha hecho,  Aparte
               del laberinto del pecho
               lo sacaré de esta suerte).
JIMENA:           Alfonso, si hablas de veras,     
               de Dios culpado has de ser.
ALFONSO:       ¡Ojalá tu no lo fueras!
JIMENA:        Culpa quisiera tener
               porque tú no la tuvieras.
                  ¿La muerte me das en fin?   
ALFONSO:       Sí, porque importa tu fin.
JIMENA:        ¿De qué te sirve, crüel,
               ser casto como un Abel
               si eres también un Caín?
                  Fueras otro Salomón  
               y otro David penitente
               con tu manso corazón,
               y no un José continente
               con entrañas de Absalón.
                  Mira, Alfonso, que haces mal.    
               Fue blanco y puro cristal
               que a castidad te ha dado,
               hoy lo tiñes de encarnado
               con esta sangre real.
                  ¿En qué te ofendí, señor?   



Sale TIBALDO con un vaso de vino




ALFONSO:       Dame el vaso y vete luego.



Toma el vaso el REY y vase TIBALDO a la puerta




               Confiesa ya sin temor.
JIMENA:        Eres mozo y eres lego
               para ser mi confesor.
ALFONSO:          Tengo, aunque lego, tal ciencia  
               que entendiendo tu pecado,
               sin encargar mi conciencia
               antes de haber confesado,
               te he de dar la penitencia.
                  Aquesta purga te ordeno     
               porque soy médico bueno
               para curar mi deshonra;
               que enfermedades en honra
               se purgan bien con veneno.
                  Pues que no has tenido cuenta    
               con mi honor y el tuyo, ingrata,
               bebe hidrópica, sedienta;
               que con veneno se mata
               la sed que te tienes afrenta.



Toma el vaso JIMENA




JIMENA:           Ya, señor, quiero beber,  
               si éste tu gusto ha de ser;
               pero dirá mi virtud
               que me purgas en salud
               y me brindas sin comer.
                  Mi vida quieres quitar      
               no mi sed, y así no digas
               que te he querido afrentar
               aunque si tú me castigas
               culpada debo de estar.



Bebe un trago




                  Poco a poco iré muriendo;      
               crecerá mi mal notorio;
               y pues que tanto te ofendo,   
               sírvame de purgatorio
               [el vaso que voy bebiendo].



Bebe




                  Ya, señor, está bebida.      
ALFONSO:       La causa tendrás sabida.
JIMENA:        No la sé; mas la sospecho.
ALFONSO:       Confiesa, pues, lo mal hecho
               mientras te dure la vida.
JIMENA:           Ya que mi Dios fue servido  
               que este veneno me quite
               la vida que le ha ofendido,
               con la purga es bien vomite
               las culpas que he cometido.
                  Veinte años ha, señor,  
               que le cobré grande amor
               a un caballero, y después
               me casé con él.
ALFONSO:                       ¿Quién es?
JIMENA:        ¡Estás con mucho rigor!
                  Serás con él muy crüel  
               aunque tan querida fui
               de su corazón fïel;
               que en darme una muerte a mí,
               dos muertes le das a él.
ALFONSO:          Darle una largo confío.   
               Deja el necio desvarío.
               Díme su nombre.
JIMENA:                       Es [sin] nombre,
               que no le supe otro nombre
               sino esposo y señor mío.
                  De él tengo en esa montaña  
               un hijo hermoso y gallardo.
ALFONSO:       (Ancelino no me engaña).     Aparte
               ¿Cómo se llama?
JIMENA:                        Bernardo.
ALFONSO:       ¿Fue el conde de Saldaña?



Túrbase ella




JIMENA:           No, señor.
ALFONSO:                     ¿Quién fue su padre?    
JIMENA:        El saberlo no te cuadre.
               Sólo pido, si ser puede,
               que aqueste hijo no herede
               las desdichas de su madre.
                  Hijo y madre natural, 
               del padre un espejo son,
               pues por mi culpa y mi mal
               le rompes la guarnición.
               No le quiebres el cristal.
                  Ya que el árbol has cortado,  
               conserva el fruto, señor,
               quizá sabrá ser honrado.
ALFONSO:       No me dará buen olor
               fruto tan mal sazonado.
                  Muerte te di sin saber     
               tu culpa, y has de tener
               la vida ya que se sabe.
JIMENA:        Mi muerte ha sido süave,
               pues me la diste a beber.
ALFONSO:          No fue veneno.  Levanta;   
               que yo cobrar mi honra quiero,
               ya llena de infamia tanta.
JIMENA:        ¡Ay, mi Dios!  Que vida espero
               con el alma en la garganta.
ALFONSO:          El vino te hizo hablar.    
JIMENA:        Luego bien podré alegar
               que el vino, como era fuerte
               y el engaño de mi muerte,
               me hicieron desvarïar.
ALFONSO:          No; que la verdad ha sido, 
               y por ella has merecido
               ser monja de Santa Clara
               para que cubras la cara
               que honestidad no ha tenido.
                  Viste de jerga crüel  
               ese cuerpo mal regido,
               [...................  -el]
               deja el mundo inadvertido
               [...................  -el].
                  Castigada no estarás,    
               pues en pago de tu pena
               a vida del cielo vas.
               Anda, imita a Magdalena       
               ya que a Clara no podrás.



Vase doña JIMENA




                  ¿Así Sancho mi honra guarda?       
               Presto le verán difunto.
               Él es, su muerte no tarda).
               Don Tibaldo, ten a punto
               toda mi gente de guarda.



Sale don SANCHO y vase don TIBALDO




                  Conde, llamarte quería   
               en este infelice día
               para ser aconsejado
               en un caso que ha causado
               la muerte y deshonra mía.
                  Tú eres médico [que allana] 
               mi deshonra.  ¿Qué haré
               para dar muerte inhumana
               a un vasallo que hoy hallé
               abrazado con mi hermana?
                  (Así sabré la verdad).     Aparte
SANCHO:        ¿Qué dice tu majestad?
ALFONSO:       Digo, porque más te asombre
               que hoy vi a Jimena y a un hombre
               sin ninguna honestidad.
SANCHO:           ¿A quién, señor?
ALFONSO:                           A mi hermana.  
SANCHO:        ¿Y con quién?
ALFONSO:                     Con un crïado.
SANCHO:        Dime, ¿cuándo?
ALFONSO:                       Esta mañana.
SANCHO:        (¡Ay, don Sancho, desdichado!     Aparte
               ¡Ay, mujer falsa y liviana!)
                  ¿Y ella, señor, le quería?  
ALFONSO:       Mil requiebros le decía.
SANCHO:        (Pues, el rey, siendo agraviado     Aparte
               su deshonra ha confesado,
               también es cierta la mía).
                  Su vida, señor, acaba    
               y quita al que te ofendía
               los ojos con que miraba,
               los oídos con que oía
               y la lengua con que hablaba.
                  Dime, quién es el traidor     
               que nos quitó nuestro honor...
               Digo como a hermano a ti
               y como a vasallo a mí,
               honrado de su señor.
                  Muerte les daré a los dos     
               que su vida y honra gastan
               en tu ofensa y la de Dios.
ALFONSO:       Conde, vuestros celos bastan;
               no tengáis celos de vos.
                  Delincuente sois de amor;  
               que ha descubierto los cielos.
               Y confesáis vuestro error
               en el potro de los celos
               que es el tormento mayor.
                  El consejo tomaré   
               que me dais.  ¡Ah, de mi guarda!
               Prended al conde.
SANCHO:                          ¿Por qué?
ALFONSO:       Porque el precepto no guarda
               de Dios, del rey y su fe.
                  Porque, siendo mi hechura, 
               igualárseme procura
               sin prudencia ni consejo
               y porque siendo mi espejo
               no me enseña mi figura.
                  Porque habiéndolo querido,    
               a mi amor ha sido ingrato,
               porque me tiene ofendido,
               porque siendo mi retrato,
               en nada me ha parecido.
                  Encerradlo en esa torre.   
SANCHO:        El tiempo que aprisa corre
               borró cualquiera delito.
ALFONSO:       Soy bronce y está en mí escrito:
               "No has miedo que se borre."



Vanse





FIN DEL PRIMER ACTO





BAILE DE LAS DIOSAS


Salen las MÚSICAS y cuando quieren comenzar
a cantar se ha de correr una cortina y aparece PARIS recostado
sobre unas hierbas




                  Quedito, no hagáis rüido
               porque está Paris durmiendo
               entre lentiscos y adelfas
               aunque hacen profundo el sueño.
               El hijo del gran troyano    
               está ausente de su reino
               por el sueño de su madre
               que le desterró en naciendo.
               Los parleros ruiseñores,
               su valor reconociendo,     
               cesan las arpadas lenguas
               mostrando grato silencio.          
               Cuando las tres bellas diosas
               que son Palas, Juno y Venus
               llegaron a su presencia    
               haciéndole acatamiento.



Salen las tres diosas danzando al son de los
instrumentos




JUNO:          Invencible y fuerte Paris,
               recuerda, pues ves que el sueño  
               es imagen de la muerte.
PARIS:         Es verdad, yo lo confieso.      
               ¿Quién sois?  Que me habéis nombrado       
               por mi nombre; pues es cierto
               que me llaman Alejandro.
JUNO:          Aquése fue nombre impuesto.
               Porque sepas la causa      
               de buscarte, estáme atento
               que aquestas diosas y yo
               gran diferencia tenemos
               porque estando en un convite
               una manzana pusieron       
               de oro sobre la mesa,
               y en ella puesto un letrero:
               "Dénsela a la más hermosa".
               Y cada cual pretendiendo
               serlo, por jüez te nombra,      
               advierte como discreto,
               Paris, si por mí juzgares,
               aqueste don te prometo:
               de hacerte el más rico rey
               del más poderoso reino.       
PALAS:         Si por mí juzgas, infante,
               aqueste don te prometo:
               que tendrás ventura en armas
               y serás en fuerza Héctor.
VENUS:         Si por mí dieres sentencia,   
               gran infante, te prometo
               una saeta amorosa
               que abrase de amor los pechos.
               Daréte una dama hermosa
               que con su poder supremo   
               crió la naturaleza
               y de rostro más perfecto.
PARIS:         Ya he entendido la ocasión
               y vuestros rostros contemplo,
               y pues lo público he visto    
               quisiera ver lo secreto;
               mas por los gallardos talles
               las demás partes penetro
               y juzgo que la manzana
               se lleve la diosa Venus.   
PALAS:         Por lo que has juzgado, Paris,
               a la muerte te condeno
               y morirás a las manos
               de Ajax Telemón, el griego. 
               Y porque Paris no piense   
               que tenemos sentimiento
               las dos iremos bailando
               al son de los instrumentos.



Bailan las dos diosas al son de la letra que
cantarán las MÚSICAS




                  "No fiéis de los hombres, niña.
               ¡Mal haya quien de ellos fía!      
               Venían confïadas
               las dos bellas diosas,
               que por ser hermosas
               fueron señaladas.
               Quedaron burladas          
               con su porfía.
               No fiéis de los hombres niña.
               ¡Mal haya quien de ellos fía!



Vanse PALAS y JUNO




VENUS:            Lo que yo te he dicho, Paris,
               se ha de cumplir en efecto;     
               que has de casar con Elena
               mujer de Menelao griego.
               Tú, ¿no eres hijo de rey
               gallardo, sabio y discreto?
               Valiente por tus proezas,       
               no hay de qué tener recelo,
               y porque es bien celebrar
               el valor de ese real pecho,
               danzar quiero en tu presencia.
               Recibe mi buen intento.    



Danza VENUS una mudanza curiosa y cierra una
cortina con que se da fin al baile





ACTO SEGUNDO





Salen ANCELINO, RAMIRO y ORDOñO.  ANCELINO
con una lanza y una adarga, con una banda escrita con letras y
una corona en la mano




ANCELINO:         En esta sierra tan alta    
               como la bárbara torre,
               donde el veloz ciervo corre
               y el ligero gamo salta,
                  entre estos pinos que quitan
               los rayos del sol dorados,     
               de heladas aguas bañados
               que al valle se precipitan,
                  en todo aqueste horizonte
               sigue la caza ligera,
               sin dejar ave ni fiera   
               en el aire ni en el monte,
                  aquí le habemos de hallar.
RAMIRO:        ¿Si querrá admitir la empresa?
ANCELINO:      En ningunos hombros pesa
               la máquina de reinar.  
                  Un regalo sin segundo
               al principio el reinar es
               que no se siente, y después
               pesa tanto como el mundo.
                  Cargas son, y no pequeñas.    
ORDOÑO:        Si no me engaña el deseo,
               Mauregato es él que veo
               bajar por aquellas peñas.
ANCELINO:         Dices bien.  Aquí le dejo
               la corona, adarga y lanza     
               porque así tengo esperanza
               de darle un mudo consejo.
                  Si en llegando a este lugar
               reparando en la corona,
               se la pone y se aficiona,     
               bien le podemos tentar.
                  Pero si la voluntad
               a la corona no ofrece,
               es señal que no apetece
               el imperio y majestad.   
                  Y así es justo que sepamos
               su intención antes de hablarle.
ORDOÑO:        ¿Dónde habemos de mirarle?
RAMIRO:        Entre aquellos verdes ramos.



Dejan la adarga en el suelo y encima la corona y
lanza, y escóndense, ya descendiendo MAUREGATO de un
monte, en el traje que mejor le pareciere a un hombre que vive en
el campo




MAUREGATO:        Alto monte en quien descansa    
               sin ser cazada la fiera,
               ribera alegre, agua mansa,
               fieras, monte, agua, ribera,
               vuestra soledad me cansa.
                  Duros robles donde oía   
               de las aves la armonía,
               fuentes y flores süaves,
               robles, fuentes, flores y aves
               ya me dais melancolía.
                  Ya al mar no lleváis mis penas,    
               arroyuelos de cristal,
               que estas sierras no son buenos
               para la sangre real
               que hierve en aquestas venas.
                  Al mundo, de polo a polo   
               dará vueltas como Apolo,
               no he de ser más cazador.
               Basta ser sólo en valor 
               sin ser en la vida solo.



Mira la corona




                  ¿Qué rey dejó estos despojos?      
               ¿Quién trató tales trofeos?
               Ilusiones son o antojos
               que mis soberbios deseos
               representan a mis ojos.
                  ¿Corona en esta aspereza?  
               Por donde vio más flaqueza
               el demonio me ha tentado.
               ¡Qué bien dirá este tocado
               a esta hidalga cabeza!
                  El gentil, cristiano, el moro   
               esta diadema procura
               a costa de su tesoro
               porque vale más su hechura
               que los quilates del oro.
                  ¿Qué montes no ha derribado?  
               ¿Qué mares no ha navegado?
               ¿Dónde no hizo traición
               la codicia y ambición
               de aquesto que aquí he hallado?
                  Hace a las gentes airadas  
               los campos de sangre tiñe,
               leyes funda mal guardadas,
               y al fin las sienes que ciñe
               son por ella idolatradas.
                  Pero si el reinar es sueño,   
               yo que agora soy su dueño,
               rey de un mundo he de ser hoy,
               pues rey de mí mismo soy;
               que soy un mundo pequeño.



Pónese la corona




                  La que siempre he deseado  
               a ver en mis sienes vengo,
               pero soy un rey pintado
               pues que de rey sólo tengo
               estar cual rey coronado.
                  Mas, ya al orbe de la luna 
               el mundo verá subidos
               mis intentos.  Aquí hay una
               letra:  "Con los atrevidos
               es favorable Fortuna".



Esta letra está en la banda del adarga




                  Dice bien.  Tiene razón. 
               Tenga, pues mi corazón 
               atrevimiento gallardo.
               Hijo soy, aunque bastardo
               de Alfonso, rey de León.



Toma la lanza y adarga




                  El reino he de pretender;  
               que con esta lanza basto
               a derribar el poder
               del segundo Alfonso, el casto,
               por ser medio hombre y mujer.
                  Ya que no hay hombre presente   
               que mi coronada frente
               pueda ver y respetar,
               yo mismo me he de mirar
               en el cristal de esta fuente.
                  Bueno estoy con tal trofeo;     
               mas, pues no veo mi rostro,
               y en estas aguas le veo,
               al rey que he visto me postro,
               pues que vasallos deseo.



Llega entre unos ramos como en una fuente, y
allí se está mirando, levantando la lanza al
hombro, la adarga en el brazo, y la corona puesta, hace
humillación a su sombra



 
                  Para que pueda afirmar     
               que me han visto coronar,
               plantas que quitáis enojos,
               haced de las hojas ojos
               con que poderme mirar.
                  Pero examinarme quiero,    
               si sabré imitar los reyes,
               ya en León me considero,
               poniendo y quitando leyes,
               el rostro grave y severo;
                  afable con el leal,   
               airado con el traidor,



Hace todos los ademanes que va diciendo encima de
la fuente




               con todo[s] semblante igual,
               modesto en el bien mayor,
               compuesto en cualquiera mal,
                  derecho el cuerpo ha de estar,  
               los ojos no han de mirar,
               la cabeza quieta y alta.
               ¡Reinarse!  Sólo me falta
               gente y reino en quien reinar.
                  Soy un rey sin posesión, 
               casi a reír me provoco,
               de ver que mis reinos son
               como reinos de hombre loco;
               que está en la imaginación.
                  Pero a lanzadas haré     
               que los de Asturias me sigan,
               y que los moros sin fe
               al rey Alfonso persigan
               hasta que el reino me dé.
ANCELINO:         (Pues que dispuesto le hallo,     Aparte
               quiero salir a animallo
               fingiendo que me perdí).
MAUREGATO:     Un hombre viene hacia mí.
               Esta vez tengo un vasallo.
                  ¿Quién eres?  ¿Adónde vas?           
ANCELINO:      Buscando al gran Mauregato.
MAUREGATO;     ¿Hazle tratado?
ANCELINO:                       ¡Jamás.
MAUREGATO:     ¿Qué quieres?
ANCELINO:                    Darle un retrato.
MAUREGATO:     ¡Buena prenda le darás!
                  ¿Es de dama?
ANCELINO:                       Y tan fïel             
               que muere de amores de él.
MAUREGATO:     ¿Tanto le quiere?
ANCELINO:                        Le adora
               y le está esperando agora.
MAUREGATO:     Pues, hablando están con él.
ANCELINO:         Besaré tus pies.
MAUREGATO:                         Levanta,  
               el retrato manifiesta.
               ¿Tiene hermosura?
ANCELINO:                       Que espanta.
MAUREGATO:     ¿Y quién es la dama?
ANCELINO:                           ¡Aquésta!



Descubre Ancelino un tafetán donde
está pintado un león.  Puede ser el mismo
pendón que sacaron al principio




MAUREGATO:     Nunca vi hermosura tanta.
ANCELINO:         Ésta se quiere entregar  
               a tu valor singular;
               que el esposo que ha tenido,
               como siempre casto ha sido,
               no la ha sabido agradar.
                  De esta dama que he mostrado    
               hoy será repudïado;
               que para su condición
               su esposa es vivo león
               y para [ella] está pintado.
MAUREGATO:        (No va sucediendo mal     Aparte
               tu pretensión, Mauregato.
               Corona hallaste real
               y agora el reino en retrato;
               ¡él vendrá en original!)
                  Imagen, que la belleza     
               te puso naturaleza
               en dientes, manos y pies,
               porque tu hermosura es
               la invencible fortaleza,
                  si mi imperio en la ciudad 
               que representes se ve
               y me muestras voluntad,  
               un oso y tigre seré
               con quien tengas amistad;
                  pero bravo león, advierte,    
               que si te mostrares fuerte,
               resistiendo a mi ventura,
               seré gallo y calentura
               que te dé temor y muerte.
ANCELINO:         Yo a servirte estoy propicio.   



Doble el tafetán; que lo ha tenido extendido
hasta aquí




MAUREGATO:     Subirás como una hiedra
               arrimado a mi servicio.
               Eres la primera piedra
               de mi soberbio edificio.
                  Para vasallo te prevengo,  
               y si en popa a crece vengo,
               en valor has de crecer
               que eres todo mi poder
               pues más vasallo no tengo.
                  Eres mi reino.



Salen RAMIRO y ORDOñO




RAMIRO:                       No es     
               tan pobre el reino que alcanzas
               porque agora tiene tres.
MAUREGATO:     Ya crecen mis esperanzas.
ORDOŃO:        Danos a besar tu pies.
MAUREGATO;        Al pecho podréis llegar; 
               que es más honrado lugar.
RAMIRO;        Es mucha merced el pecho.
MAUREGATO:     A aquellos que rey me han hecho
               este pecho he de pagar.
ANCELINO:         En tu edificio real,  
               un triángulo seremos,
               y de tu sol sin igual
               somos tres rayos que hacemos
               figura piramidal.
                  Tres vidas hemos de ser    
               dispuestas a tu servicio
               las cuales han de hacer  
               al cuerpo del edificio 
               crecer, sentir y entender.
                  Llamarnos el que nos viera 
               los tres luceros pudiera
               de tu cielo sin segundo,
               las tres partes de tu mundo,
               las tres zonas de tu esfera.
                  De Alfonso fuimos crïados, 
               pero a buscarte venimos
               para volver más honrados.
               Sólo tu gusto pedimos
               para darte sus estados.
                  La justicia no permite     
               que tu sobrino te quite
               lo que es tuyo de derecho.
               Saca valor de ese pecho
               que esta empresa facilite.
                  De estas montañas vendrán   
               mil nobles asturïanos
               que su hacienda te darán,
               y si faltaren cristianos,
               los moros te ayudarán.
MAUREGATO:        Seguidme, pues, con recato.     
               Veréis, amigos, que trato
               con valor la empresa altiva.
ANCELINO:      ¡Muera Alfonso!
TODOS:                      ¡Muera!
ANCELINO:                            ¡Y viva
               en su reino Mauregato!



Vanse.  Salen BERNARDO en hábito de labrador
y SANCHA de labradora




BERNARDO:         No me nieguen luz también     
               esos ojos que son cielos.
SANCHA:        Tengo celos.
BERNARDO:                  No hay de quién;
               aunque no los llames celos
               sino rigor y desdén.
                  Todo tiempo, oh Sancha ingrata, 
               tu amor con desdén me trata,
               desde que a este monte y llano
               frescas flores da el verano,
               y el invierno helada plata.
                  Sólo tu rigor me aqueja  
               desde que el sol con su vuelo
               pasa un signo y otro deja
               bordando el raso del cielo
               con su dorada madeja;
                  desde que empieza Dïana    
               y da fin el crüel Saturno
               con su cabellera cana    
               a repartir por su turno
               los días de la semana;
                  desde que en el firmamento 
               con su rapto movimiento
               sale el sol que al aire dora
               de las faldas de la Aurora
               y se esconde en su aposento;
                  desde que la noche fría  
               al melancólico suelo
               con sus lágrimas rocía
               hasta que se afeita el cielo
               con las colores del día;
                  al fin, en mi pecho moras  
               y tú, Sancha, me enamoras
               con tus partes más que humanas
               siglos, años y semanas,
               meses, noches, días y horas.
SANCHA:           Lisonjas falsas destierra  
               cuando vienes de esa sierra
               que a pasos cazando mides,
               licencia a señor no pides
               para armarte e ir a la guerra.
                  Pues si te da más cuidado     
               la guerra que mi favor,
               ¿con esto no has declarado
               que has quebrado ya en mi amor
               pues que quieres ser soldado?
BERNARDO:         No puedo, Sancha, negar    
               que es verdad; mas de esta suerte
               he pretendido ganar
               valor para merecerte.
SANCHA:        Y aun para olvidar.



Sale GONZALO, viejo, con gabán y
báculo




GONZALO:          Bernardo.  Sancha.
SANCHA:                              ¿Señor?    
GONZALO:       ¿Qué tratáis?
BERNARDO;                    Hemos tratado:
               yo cosas de cazador...
SANCHA:        Y yo de las lluecas que he echado
               de mi costura y labor.
GONZALO:          Honrado entretenimiento.   



Habla aparte SANCHA a BERNARDO




SANCHA:        Trátale del casamiento.
BERNARDO:      Y si no, ¿te doy enojos?
GONZALO:       ¿Qué es lo que pides?
BERNARDO:                            ¿Los ojos
               no han dicho mi pensamiento?
GONZALO:          Yo no puedo adivinar. 
BERNARDO:      ¿Qué te puedo yo pedir?
GONZALO;       Mil cosas que puedo dar.
BERNARDO;      Pues, ¿qué ganó, por servir,
               Jacob?
GONZALO:              ¿Te querrás casar?
BERNARDO:         Eso propio.
GONZALO:                     ¿Y es la esposa?     
BERNARDO:      ¿No ves tú quién puede ser?
GONZALO:       ¿Sancha?  
SANCHA:                 ¿Yo?
BERNARDO:                    Era melindrosa.
               Quiere ella ser mi mujer
               y agora está vergonzosa.



Tocan dentro una caja de marchar




BERNARDO:         Pero, señor, ¿no has oído?  
               Soldados han descendido
               de la montaña esta vez.
               Sola una espada, pardiez,
               y la bendición te pido.
                  Si verme entre moros puedo,     
               la espada te pagaré;
               porque si muerto no quedo
               corvos alfanjes traeré
               de los moros de Toledo.
                  De Córdoba, borceguíes 
               que allá dicen marroquíes;
               de Granada almohadas
               de grana y oro labradas
               que parezcan de rubíes;
                  caballos de los que cría 
               la fértil Andalucía;
               la manteca de azahar
               que el moro suele envïar
               de Valencia a Berbería;
                  y si soldado me nombras    
               en estas plantas y riscos
               que a tus casa hacen sombras,
               pondré alquiceles moriscos,
               turcos bonetes y alfombras.
GONZALO:          Si quieres ser desposado,  
               ¿cómo has de ir a ser soldado?
BERNARDO:      Bueno es casarse, señor,
               mas...
SANCHA:              ¿qué dices?
BERNARDO:                        Que es mejor
               estar ya, Sancha, casado.
GONZALO:          ¡Ah, señor, la inclinación  
               descubre su natural!
               ¡Ah, columna de León!
               ¿Cómo en aqueste sayal 
               no cabe tu corazón?



Sale SUERO  Velázquez




SUERO:            Noble casa [en] que nací 
               con bienes y honra, ya tienes
               un hijo pródigo en mí;
               que el otro volvió sin bienes,
               yo sin honra vuelvo a ti.
                  De verme en ti se recate   
               el padre que me desea;
               porque mejor es que trate
               que yo la ternera sea
               que mi venida se mate.
GONZALO:          Hijo.
BERNARDO:               Señor.
SUERO:                         Con tal nombre     
               nadie me llame ni nombre.
               No soy el que has engendrado
               porque el hombre deshonrado
               el ser ha perdido de hombre.
                  No des los brazos, señor,     
               a una hiedra que ha trepado
               por los muros de tu honor;    
               y hoy en el mundo ha derribado
               con su pequeño valor,.
                  A la cámara real         
               tu retrato has ofrecido,
               y díjole un desleal
               "miente;" que no ha parecido
               al famoso original.
                  Calló como hombre pintado     
               tu retrato, y deshonrado
               de la corte el rey lo echó.
               Si soy tu retrato yo,
               ya, señor, estoy borrado.
GONZALO:          Dime con razón más clara    
               para matarte tu lengua.
SUERO:         Sobra vergüenza en la cara
               y falta aliento en la lengua
               del que sus faltas declara.
                  Ancelino, un secretario    
               del rey que soberbia y fama
               le ha dado el tiempo voltario,
               quiso también a mi dama
               como loco y temerario;
                  toda la noche y el día   
               con recados la ofendía.
               Advertílo, replicóme;
               enfadéme y ofendióme,
               y díjele que mentía.
                  A su espada mano echó;   
               yo a la mía.  Fui tras de él.
               Vino el rey y preguntó:
               --¿Que es aquesto?--  Entonces él
               dijo que me desmintió;
                  yo que estaba inadvertido  
               porque él era el desmentido,
               quise hablar.  Quedé confuso;
               el rey en medio se puso
               y con él quedé ofendido.
GONZALO:          Cobarde hijo, desvía;    
               pues quebraste de esta vez
               un báculo que tenía
               para arrimo a la vejez
               de esta sangre helada y fría.
                  ¿A casa de un padre honrado     
               vuelves sin satisfacción
               del honor que te han quitado?
               ¿Quien sale así de León
               en un cordero se ha entrado?
                  Imprimieras en su cara     
               tu mano corta y avara,
               y cumplieras con la ley  
               de quien eras; aunque el rey
               la cabeza te cortara.
                  No me diera la tristeza    
               la muerte que tu deshonra;
               que el pecho donde hay nobleza
               ha de redimir su honra
               a costa de su cabeza.
                  ¿A tu casa vuelta das?     
               Tahur del honor serás;
               que en la corte lo jugaste
               y en perdiendo el que llevaste
               vuelves a casa por más.
                  Pero yo advertirte quiero  
               que si al dado o al tablero
               tu legítima perdieras,
               volver a casa pudieras
               para llevar más dinero;
                  pero agora, sabe Dios,     
               que con esto que has perdido
               quedamos pobres los dos.
BERNARDO:      Bernardo es el ofendido,
               no vertáis lágrimas vos.
                  Don Suero estará vengado 
               si acaso está declarado
               en las leyes del honor;
               que la ofensa del señor
               puede vengar el crïado.
                  Soy magnánimo gigante    
               que escalar los cielos pienso.
               Soy colérico elefante
               con la sangre de la ofensa
               que me ponen hoy delante.
                  Soy tigre que voy buscando,     
               como leona bramando,
               el hijo a quien tuve amor;
               que es la honra de un señor
               con quien yo me estoy honrando.
                  Con tus agravios estoy     
               como un mar con su tormenta;
               bramidos de toro doy
               en el coso de tu afrenta.
               Rayo de esta nube soy;
                  a la corte voy.  Perdona,  
               no me detenga persona
               que le perderé el decoro;
               que soy elefante, toro,
               tigre, mar, rayo, leona.
GONZALO;          Bernardo, vuelve.  ¿Adó vas?  
BERNARDO:      No podré, que soy río
               que tornar no puedo atrás.
GONZALO:       Pues, ¿qué pudo el honor mío?
               Torna tú; que sí podrás.
                  Esta venganza que ordena   
               el que a su honor satisface,
               como virtud y obra buena;
               que aprovecha a quien la hace
               más que le vale la ajena.
                  Como una moneda ha sido    
               la satisfacción honrada;
               que entre nobles no ha corrido
               si acaso no está acuñada  
               por mano del ofendido.
                  Deja que sepa ganar   
               lo que ha sabido perder;
               que hasta que se vuelva a honrar
               ni a mi mesa ha de comer,
               ni en mis casa ha de entrar.



Vase don GONZALO




SUERO:            Tiene mi padre, Bernardo,  
               mucha razón.  Sólo aguardo
               tu consejo y tu favor.
BERNARDO:      Hallarás en mí, señor,
               un corazón muy gallardo.
SUERO:            Parte, Bernardo, a León  
               y sabe si al secretario
               le tiene agora en prisión
               el rey;  que fue mi contrario
               en esta satisfacción.
                  Habla a don Sancho, mi tío,   
               que aunque el enemigo mío
               no tiene mi calidad,
               fijarás por la ciudad
               carteles de desafío;
                  y en tanto, amigo, que vienes   
               en estas sierras aguardo.



Vase don SUERO




BERNARDO:      En mí, crïado mantienes
               que te servirá.
SANCHA:                       ¡Ah, Bernardo!



Al irse, ásele SANCHA a BERNARDO




               ¡Ah, traidor, qué prisa tienes!
                  ¿Sin despedirse de mí    
               te vas a la corte así?
               Bien con esto me has mostrado
               que te doy poco cuidado.
BERNARDO:      No me voy si quedo en ti.
SANCHA:           Sí, te vas; pues que me dejas.     
               ¿Qué me tienes de traer?
BERNARDO:      Zarcillos a las orejas
               que sordas quisieron ser
               a mis lástimas y quejas;
                  gargantillas de cristal    
               que parezcan en tu cuello
               azabache natural;
               cintas para tu cabello;
               para tus brazos coral
                  traeré, pues mucho te debo;   
               un verde sayuelo nuevo
               en que mis esperanzas esté; 
               y a ti misma traeré
               en el lugar que le llevo.



Vase.  Salen MAUREGATO, ANCELINO, RAMIRO y algunos
moros.  Saquen una caja sin tocarla y una bandera cogida




MAUREGATO:        Espero coronarme antes del día,    
               agora que la noche está en silencio
               por vuestro gran valor, alarbes moros
               y la justicia que en mi empresa tengo.
CAPITÁN:       Prosigue valeroso Mauregato
               en hacer inmortales hoy tus hechos.     
               Contigo tienes moros valerosos
               que a pesar de la muerte, envidia y tiempo
               el reino te han de dar, cuya corona
               tu nombre hará escribir en bronce eterno.
               Sólo te falta confirmar agora    
               las condiciones que tratado habemos.
MAUREGATO:     Capitán, el más fuerte que en España
               con cristianos milita, yo prometo,
               por los sagrados que nos miran,
               de ofrecer a los moros largos pechos.   
               Cien doncellas daré, las más hermosas
               que el sol con su dorado movimiento
               alumbra entre cristianos, las cincuenta
               hijas de algo, cincuenta labradoras
               que en tributo daré todos los años. 
               Podéis, para regalo y pasatiempo
               escoger en el reino a vuestro gusto;
               que todo mi poder ha de ser vuestro gesto.
CAPITÁN:       Con ése puedes ya darnos el orden
               que habemos de guardar.
MAUREGATO:                             Eso lo dejo     
               a la industria y discurso de Ancelino.
ANCELINO:      Si el mío ha de seguirse, es vencer presto
               sin aguardar batalla rigurosa,
               y ya que hemos llegado con secreto
               junto a los muros de León famoso,     
               pues el portillo para entrar sabemos,
               en linternas que tengo prevenidas
               luces pongamos; que encubiertas dentro
               cuando en los fuertes muros nos veamos
               las luces en un punto sacaremos.   
               La gente que está dentro, descuidada
               deslumbrada, después tanta luz viendo,
               asombrada del son de las trompetas
               y sonorosas parchas, tendrán miedo.
               Apenas podrán ver a donde huyan. 
               Si queremos matar, muerte daremos,
               si vencerlos no más, en esta noche
               por vencidos los cuento desde luego.
               La grande Jericó fue así ganada;
               imitemos agora a los hebreos. 
MAUREGATO:     ¡Industria milagrosa!  Entremos, guía;
               que el reino ha de ser nuestro antes del día.



Vanse.  Salen el rey ALFONSO y TIBALDO




TIBALDO:          Ya, señor, como mandaste
               dejo en ásperas prisiones
               a don Sancho de Saldaña,    
               en el cubo de una torre.
               Con buen ánimo me dijo,
               --Pienso sufrir estos golpes
               con que el tiempo ha derribado
               el crédito de este conde,   
               porque el vasallo leal
               siempre ha de vivir conforme
               con la voluntad del rey
               si se ha de preciar de noble.
               Y como no es cosa nueva  
               que una nave se trastorne
               [........................]
               cuando el mar salado rompe,
               no es nuevo que en este mundo
               caiga de su trono un hombre,  
               pues son olas inquïetas  
               las privanzas de las cortes.
               A su majestad suplico
               que mis defectos perdone,
               y pues que ya están proscritos,  
               con su clemencia los borre--. 
ALFONSO:       No era rey ni yo sabía
               su malicia y culpa entonces,
               siendo rey, cupe mi agravio.
               Sufra pues, padezca y llore.  



Dentro [tocan] a rebato y dan voces




VOCES:         ¡Viva!  ¡[Viva] Mauregato!    
               ¡Rey ha de ser esta noche!
ALFONSO:       ¿Quién alborota a León
               con rumor de guerra y voces?



Sale un CRIADO alborotado




CRIADO:        Ampara, señor, tu reino     
               y a tus vasallos socorre,
               antes que de su ruína
               y de ellos la muerte llores.
               Esta noche miserable,
               no sé cómo ni por dónde,     
               en León se ha entrado gente
               que ni se ve ni conoce.
               Entre las voces y gritos
               que van dando, sólo se oyen 
               de Mauregato y de Alfonso     
               de cuando en cuando los nombres.
               Los de León que esto ven
               luego a salir se disponen.
               Vuelven ciegos, deslumbrados
               de diversos resplandores.     
               Con linternas encendidas,
               con luces y con faroles
               van todos y de esta suerte
               cualquiera los desconoce.
               Ni sabemos si son moros, 
               ni franceses ni españoles;
               que Mauregato ha incitado
               a ser contigo traidores.
               Mas sin duda son leoneses,
               pues con tal secreto y orden  
               han ganado sin ser vistos
               los alcázares y torres.
ALFONSO:       Dios, a cuya providencia
               nada se encubre ni esconde,
               los castigos nos envía 
               conforme a las intenciones.
               Sin duda no soy buen rey
               pues Dios que lo reconoce
               tan sin pensarlo me quita
               el reino y me deja pobre;     
               pero si valen defensas,
               hidalgos, alarma toquen.
               Pues sois hijos de un León,
               por fuerza seréis leones.



Vanse.  Tocan al arma.  Salen por la puerta dos
[ciudadanos] de León huyendo de los MOROS




MORO 1:        El que quisiere la vida, 
               rey a Mauregato nombre.
CIUDADANO 1:   Morir quiero y ser leal.
MORO 2:        Pues, repare estos dos golpes.
MORO 1:        Ríndete.
CIUDADANO 2:           Tengo valor.
MORO 1:        Niega, pues, en altas voces   
               que es rey Alfonso.
CIUDADANO 2:                       No quiero.
               ¡Viva!
MORO 2:              ¡Que así nos deshonres!



Tocan.  Sale el CAPITÁN moro y otros tras
TIBALDO




CAPITÁN:       ¿Has conocido, cristiano,
               otros brazos más feroces?
TIBALDO:       Resistencia hay en los míos.     
CAPITÁN:       ¡Mientras que yo no los corte!
               Ríndete humilde a mis pies
               porque tu pecho perdone.
CIUDADANO 1:   Entreguémonos.
TIBALDO:                      No es justo.
CIUDADANO 1:   No hay otro medio que importe.     



Salen los más que pudieren de León




TIBALDO:       ¡Viva, Alfonso!
CIUDADANO 2:                   Es imposible
               que al perdido reino torne.



Asómase MAUREGATO a lo alto, armado,
coronado, con una lanza al hombro y dos moros a los lados con dos
hachas encendidas




MAUREGATO:     Hidalgos asturianos,
               cuyos famosos blasones
               hará perpetuos el tiempo    
               para que a los reyes honren,
               Mauregato es el que os habla,
               el que ha vivido entre montes
               para sufrir como ellos
               la máquina de esta corte.   
               Un rey tenéis valeroso
               con pecho de duro bronce,
               y de fuerzas tan extrañas
               que gobierna entero un roble.
               Díganlo en esas Asturias    
               osos y ciervos veloces
               que aquestos desguijaraba
               a falta de los leones.
               No habrá desde el claro Betis
               hasta los hielos del Tormes   
               castellano ni andaluz
               a quien mis fuerzas no asombren.
               Hijo soy de Alfonso el magno,
               rey vuestro y de los mayores
               que han dado temor al mundo   
               con su valor y su nombre.
               Si Alfonso reinar quisiere
               nueva gente, y reinos cobre,
               salga a prisa de los míos
               antes que el cuello le corte; 
               que ya en Oviedo y León
               he mandado que tremolen
               en posesión de los reinos
               mis no vencidos pendones.
               El que quisiere seguirme 
               las insignias de paz tome
               antes que el cercano día
               descubra sus arreboles.



Quítase MAUREGATO y vase a entrar y
detiénese a las voces de ALFONSO que aparece en otro muro
con otras dos hachas a los lados



 
CIUDADANO 1:   Hidalgos, viva quien vence.
               Sigamos los vencedores.  
CIUDADANO 2:   Mauregato es nuestro rey.
               Su cabeza se corone.
ALFONSO:       Descendientes de los godos,
               ¿dónde está la sangre noble
               que vuestras venas crïaban?   
               ¿Dónde vais?  ¿A ser traidores?
               Vuestro legítimo rey,
               ¿es razón que se despoje
               de las insignias reales
               para que un bastardo adornen? 
TIBALDO:       ¿Quién nos habla?
ALFONSO:                         Vuestro rey.
TIBALDO:       Huye, Alfonso, no provoques
               el pecho de Mauregato
               porque su vida perdone.
ALFONSO:       ¡Vasallos!
CIUDADANO 1:              Ya no lo somos.    
ALFONSO:       Los leales cazadores,
               ¿dónde están?
CIUDADANO 2:                En nuestros pechos.
ALFONSO:       ¿Quién los ciega?
TIBALDO:                         Dos temores:
               de tu vida y de la nuestra.
               Por todos peligro corre. 
               Golpes son de la Fortuna.
               Ni nos culpes, ni te enojes.



Vanse y queda ALFONSO solo




ALFONSO:          Ya, reino, perdido vas.
               Plega a Dios no hayas perdido
               la fe con que agora estás   
               y que por malo que he sido
               no me eches menos jamás.
                  Plega a Dios, muerto León,
               que seas el de Sansón
               y que en ti nazca un panal    
               para tu bien y por mal
               de la morisca nación.
                  A Navarra voy huyendo,
               no por temor de la muerte
               sino porque así pretendo    
               con un ejército fuerte
               ganar lo que estoy perdiendo.
                  Tú, León, en quien me vi         
               diferente del que aquí
               mientras que volver no pueda  
               todo también te suceda
               que no te acuerdes de mí.



Vase.  Sale BERNARDO con un cartel y un bastón




BERNARDO:         Gracias a Dios que en León
               me hallo y adonde espero
               dar a mi señor, don Suero,  
               honrada satisfacción.
                  En aquesta mármol frío
               y más que mi Sancha duro    
               fijaré por más seguro
               el cartel de desafío.  



Salen RAMIRO y ORDOñO




RAMIRO:           Hacernos debe mercedes
               el rey con pródiga mano.
ORDOÑO:        Papeles fija un villano
               en mármoles y paredes. 
                  ¿Qué será?
RAMIRO:                      No sé qué sea.   
               Preguntárselo deseo.
ORDOÑO:        Labrador, ¿es jubileo
               que se gana en vuestra aldea?
BERNARDO:         Una indulgencia es, señor,
               que la gana una persona, 
               y con ella se perdona
               un deseo en el honor.
ORDOÑO:           ¿Qué Papa la ha concedido?
BERNARDO:      El papa des desagravio
               y cualquier honrado y sabio   
               la gana se está ofendido.
ORDOÑO:           Nuevos pontífices son.
BERNARDO:      Sí, que también en el suelo
               tiene las llaves del cielo
               la justicia y la razón.     
RAMIRO:           Si es cédula de alquiler
               o venta de vuestros bueyes
               en las casas de los reyes
               no es bien que ese escrito esté.
ORDOÑO:           ¿Qué alquiláis, villano honrado?       
BERNARDO:      Deshonrado caballero,
               yo mismo alquilarme quiero.
ORDOÑO:        ¿Y es vuestro oficio?
BERNARDO:                             Extremado.
                  Sé castigar socarrones
               que en las cortes adulando    
               los vientos andan papando
               para ser después soplones.
                  Castigo los lisonjeros
               que siempre han sido sus fines
               hacer de abuelos ruínes     
               nietos grandes caballeros.
                  Al que nació en pobre estado,
               y el mundo volando mira,
               en alas de la mentira
               que ha vestido y afeitado.    
                  Al que ayer sirviendo vi
               para ser mozo, aunque viejo,
               que quiere ser del consejo
               que no tiene para sí,
                  lo que no quieren iguales  
               siendo en esto como Dios,
               éstos castigo.
RAMIRO:                        A los dos,
               ¿por qué nos tienes?
BERNARDO:                           Por tales.
RAMIRO:           ¡Gracioso a fe!
BERNARDO:                         Soylo poco.
               Vosotros sí, que vivís    
               con gracias.



Salen ANCELINO y un MORO con su adarga




ORDOÑO:                      Los dos venís
               a tiempo de ver a un loco.
MORO:             ¿Qué hace en aquella puerta?
BERNARDO:      No hago ningún yerro.
               Esperando estaba un [perro]   
               para llevar a mi huerta.
ANCELINO:         Gusto el villano nos siente.
BERNARDO:      Cualquier perro o cristiano
               que me llamare villano,
               téngase dicho que miente.   
ORDOÑO:           Pues, ¿qué eres?
BERNARDO:                          Un labrador
               tan honrado como él;
               que he puesto aqueste papel
               en nombre de mi señor.
ANCELINO:         Quitadlo para romperlo.    
BERNARDO:      Pues yo, ¿de qué sirvo aquí?
RAMIRO:        De mirar.
BERNARDO:                 Pues, ¿no hay en mí
               valor para defenderlo?



Llega RAMIRO a quitarle y no se atreve




BERNARDO:         ¿Dónde vas?
RAMIRO:                      A hacerlo pedazos.
BERNARDO:      Llegue, pues, el fanfarrón; 
               sabrá lo que es un bastón
               regido por estos brazos.
ANCELINO:         ¿Que temes a este villano?
BERNARDO:      Ya se tiene un "miente" a cuenta.



Llega ANCELINO y no se atreve, y llega el MORO y va
a bastonazos tras él




ANCELINO:      El que no es igual no afrenta.     
BERNARDO:      Llegue, pues, llegue la mano.
MORO:             Yo llegaré, y el papel
               rasgaré en tu misma boca.
BERNARDO:      Pues mire que si le toca
               que ha de ladrar como él.   
                  Huya el galgo pues que sabe
               correr, pues la caza sigue.



Vase el MORO




ORDOÑO:        Ancelino lo mitigue
               antes que aquí nos acabe.
BERNARDO:         ¿Quién es Ancelino aquí?    
ANCELINO:      Yo soy quien dijiste.
BERNARDO:                           Pues,
               este cartel que aquí ves
               viene, traidor, para ti.
                  Don Suero te desafía.
               Señala campo y jüeces  
               y yo te reto mil veces
               de traición y alevosía.
                  El vestido y el calzado,
               la comida, armas y cama
               y cuanto tuyo se llama   
               queda por traidor retado.
                  Vasallo soy de don Suero
               de quien al rey le dijiste
               que sólo le desmentiste
               desmintiéndote él primero.     
                  Y así como su hechura
               te he dicho, falso, quien eres.
               Si de mí vengarte quieres,
               seguir mis pasos procura.



Vase BERNARDO




ANCELINO:         ¿Tal escucho y no le sigo? 
RAMIRO:        En nada estás agraviado;
               que es un villano y crïado
               de tu afrentado enemigo.
ORDOÑO:           El papel rasga.
ANCELINO:                         De enojos
               para rasgarlo y leer,    
               fuerza y luz no he de tener
               en las manos ni en los ojos.



Salen MAUREGATO y ELVIRA




MAUREGATO:        Dama, en extremo he sentido
               que con tan poca cordura
               sin saber de tu hermosura     
               a un capitán te he ofrecido.
                  Pero ya mi corazón
               tanto se alegra de verte
               que estimo más el perderte
               que a este reino de León.   
ANCELINO:         El rey, ¿qué podrá querer
               a mi Elvira?
MAUREGATO:                  Hoy será justo
               que al ídolo de mi gusto
               sacrifique tal mujer.
                  Dame un abrazo.
ELVIRA:                          ¡Ay, mi Dios!    
               Amparad la que os adora.
ANCELINO:      (Yo seré tu amparo agora,     Aparte
               pues nos importa a los dos).



Vanse RAMIRO, ORDOñO y ANCELINO




MAUREGATO:        No muestres el pecho ingrato
               porque abrazarte me atrevo.   



Tocan dentro a rebato




               Algún motín hay de nuevo
               pues que tocan a rebato.
                  Acudir quiero a saber
               este escándalo y motín.
               Espérame, serafín         
               en forma de una mujer.



Vase MAUREGATO.  Sale por otra puerta ANCELINO




ANCELINO:         (Buena industria fue la mía      Aparte
               para echar al rey de aquí.
               Amor, si vuelves por mí,
               celebrar pienso este día).  
                  Mi cielo, mi doña Elvira,
               cuyo norte y resplandor
               el aguja de mi amor
               tocada en tu piedra mira,
                  por casada te he tenido    
               con don Suero, y con recato
               hice rey a Mauregato
               del rey Alfonso ofendido;
                  mas ya, Elvira...



Sale el CAPITÁN moro




CAPITÁN:                         (Esta cristiana    Aparte
               desde el punto que fue mía, 
               amores y celos cría
               con su vista soberana.
                  Llevármela quiero ya).
               Venid, señora, conmigo.



Sale MAUREGATO




MAUREGATO:     No tengo hasta aquí enemigo.     
               Todo el reino quieta está
                  que si el conde de Saldaña
               está preso, no ha de ser
               hombre que pueda ofender
               mi valor y fuerza extraña.  
CAPITÁN:          Con tu licencia, señor,
               quiero partir.
ELVIRA:                      (Y partirme     Aparte
               el alma que tengo firme
               en mi ley.)
ANCELINO:                 (Y yo en tu amor).     Aparte
MAUREGATO:        (Pues que perdí la ocasión     Aparte
               y la prometí sin ver.
               ¡Paciencia, si he de tener
               por una dama un León!)
                  Cuando quisieres, te parte
               dejándome alguna gente 
               y al rey darás mi presente.
ANCELINO:      (Elvira, ¿podré librarte?)     Aparte



Vanse.  Sale BERNARDO solo




BERNARDO:         Si salgo fuera de León
               y paso por esta torre,   
               siento una nueva pasión     
               y toda mi sangre corre
               a alentar el corazón.
                  Torre que el cuello levantas
               hasta las estrellas santas,
               mucho vales, mucho puedes:    
               pues con tus mudas paredes
               me alborotas y me espantas.
                  Alguna deidad se encierra
               en tus archivos supremos;
               que ha causado en mí esta guerra 
               porque ambas nos parecemos
               en ser compuestos de tierra.
                  Oh, piedras, no seáis avaras
               si algunas reliquias caras
               tenéis en tanto silencio;   
               que os adoro y reverencio
               como si fuérades aras.



Sale el CAPITÁN moro, otros dos [moros] y
ELVIRA




CAPITÁN:          En mí un cautivo tendrás
               y una voluntad muy llana,
               y si tu ley vale más   
               el alma tendré cristiana
               porque tú mi alma serás.
ELVIRA:           Con razón mi suerte dura
               el Mahoma de tu seta
               me ha hecho, pues mi hermosura     
               ha sido un falso profeta
               de la ley de mi ventura.
                  (¡Ay, reino mal gobernado!     Aparte
               ¡República de mil yerros!
               De tu cuerpo me has cortado   
               y me arrojaste a los perros
               como miembro cancerado.)
BERNARDO:         (¿Tendrá Bernardo paciencia     Aparte
               viendo a una dama llorosa
               llevada así con violencia?  
               No es mi Sancha tan hermosa
               y perdóneme su ausencia.)
                  Brazos, aquí es menester
               descubrir vuestro poder.
               Dame tu favor a mí          
               para dártelo yo a ti,
               hermosísima mujer.
                  ¿Va acaso de buena gana
               esa dama con vosotros?
CAPITÁN:       ¡Oh, qué pregunta villana!  
               No; llevámosla nosotros.
BERNARDO:      ¿Y sabéis como es cristiana?
CAPITÁN:          Sí.  (El villano es del cartel.   Aparte
               Vengaréme agora de él).
BERNARDO:      Pues, si han venido a cazar   
               hoy la presa ha de quitar
               a tres galgos un lebrel.
                  No va bien de esa manera
               un serafín con Mahoma,
               con lobos una cordera,   
               con cuervos una paloma.
CAPITÁN:       ¡Oh, villano!  ¡Dadle!  ¡Muera!
BERNARDO:         Ambas cosas cumpliré
               que la dama habéis de darme
               y yo también moriré       
               cuando Dios quiera matarme.
CAPITÁN:       Sin ser Dios te mataré.
BERNARDO:         Dos vidas me habrás quitado        
               si el alma doy en despojos,
               una la que Dios me ha dado    
               y otra que me dan los ojos
               de ese cielo que he mirado.
                  ¡Reparad, perros!



Da en ellos




CAPITÁN:                             ¿Quién eres,
               monstruo de naturaleza?
BERNARDO:      Defensor de las mujeres. 
ELVIRA:        Dale mi Dios fortaleza
               si darme la vida quieres.
BERNARDO:         Noche seré negra y fría
               que os he de quitar el día
               porque este sol, no es razón     
               que se ponga hoy en León
               y que salga en Berbería.
CAPITÁN:          Muro soy de la milicia.
BERNARDO:      Hoy lo veré derribado
               por tu soberbia codicia  
               porque soy rayo arrojado
               del trueno de la justicia.



Huyen los moros




                  Cobardes, ¿por qué hüís
               si tres y armados venís?
CAPITÁN:       Porque eres un Lucifer.  
BERNARDO:      Ése no os puede ofender
               que es el Dios a quien servís.
                  Tras de vosotros iría
               pero es presa sin provecho.
               Alégrese el triste día    
               pues la niebla se ha deshecho
               que tu sol escurecía.
                  Por tu rostro y ojos bellos
               soy un cristiano Sansón.
               Mi fuerza está en los cabellos   
               pero aquésos tuyos son
               que el valor me tiene de ellos.
                  Y pues ya segura vives
               si dones de hombres recibes,
               recibe la voluntad       
               de quien te dio libertad
               para que tú le cautives.
ELVIRA:           De quien me libre y rescata
               [recibo el favor.]
BERNARDO:                          Me admira
               la modestia con que trata     
               el donaire con que mira,
               y la prisa con que mata.
                  (Ya, Sancha, puedes creer     Aparte
               que el amor pasado pierdo
               aunque en mucho has de tener  
               que de tu nombre me acuerdo
               mirando aquesta mujer).
ELVIRA:           Caballero o labrador,
               sombra, espíritu o favor
               que del cielo me ha venido,   
               ¿quién eres?
BERNARDO:                    Ángel he sido
               de la guarda de tu honor.
                  De esa montaña nací;
               mis padres no conocí
               aunque en nada los imito 
               pues cual cera me derrito
               después que tus ojos vi.
ELVIRA:           (¿Quién habrá que no se asombre   Aparte
               de un labrador tan gallardo,
               tan urbano y gentil hombre?   
               [................... Bernardo]
               [..........]  ¿Cómo es tu nombre?
                  (Si el corazón no me engaña,    Aparte
               éste es hijo de Jimena
               y del conde de Saldaña).    
BERNARDO:      Aunque la estancia no es buena,
               vamos, dama, a esa montaña.
                  Verás las sierras hermosas
               que viste abril de librea,
               guarnecidas de sus rosas 
               y el diciembre las platea
               con nevadas mariposas.
                  Siempre las pacen ganados;
               las ovejas valedoras
               entre los valles y prados,    
               y las cabras trepadoras
               entre los riscos pelados.
                  De sus ásperas entrañas
               brotan agua las montañas
               que cuajada en cristal frío 
               cae despeñada en un río
               enramado de espadañas.
                  Allí en robles erizados
               las abejas cuidadosas    
               labran panales dorados   
               picando flores y rosas
               de los árboles y prados.
                  Así mi pecho fïel
               te dará mil cosas buenas;
               un oso seré crüel      
               que descorcharé colmenas
               para sacarte la miel.
                  En abril la tierna almendra
               el pámpano y el hinojo
               que entre las zarzas se engendra   
               el clavel temprano y rojo
               con el lirio y con la cendra;
                  el mayo que amor enseña
               te dará la guinda roja,
               regalada aunque pequeña     
               en junio la breva floja
               y la amarilla cermeña;
                  el julio la suave pera
               que almizque hurto el olor
               y el color robó a la cera,  
               la manzana que dolor
               causó a la mujer primera;
                  en el agosto abrasado
               las uvas en su sarmiento,
               en el septiembre templado     
               con el durazno avariento
               el membrillo más guardado;
                  el octubre en quien helada
               muestra su cara el otoño,
               la castaña que está armada     
               arrebolado el madroño,
               y la nuez encarcelada;
                  y porque más viva esté
               la memoria entre los dos,
               un alma al fin te daré 
               tan amable para Dios
               según nos dice la fe.
ELVIRA:           Como obligada le estoy,
               aficionándome voy.
BERNARDO:      ¿Qué me dices?
ELVIRA:                       Que te digo.   
BERNARDO:      Llevando tu sol conmigo
               una esfera cuarto soy.



Vanse los dos





FIN DEL SEGUNDO ACTO




ACTO TERCERO


Salen doña ELVIRA y BERNARDO




BERNARDO:         Ya en las montañas estamos
               donde el lobo huye de día,
               saltan los ligeros gamos,     
               el águila en peñas cría,
               y el pajarillo en los ramos.
                  Esta casa que señalo
               es del noble don Gonzalo
               de quien yo labrador soy,     
               y donde palabra doy
               que no faltará regalo;
                  pues yo, porque tú me quieras,
               del aire derribaré
               todas las aves ligeras,  
               y en los montes mataré
               las más selváticas fieras.
                  Traeré la perdiz lozana
               con el pico y pies de grana
               a quien Dédalo envidió    
               porque la sierra inventó
               cuando fue persona humana,
                  el jabalí colmilludo
               que a pesar de Venus pudo
               ver a Adonis muerto y frío, 
               y sacaré de ese río
               la lisa anguila y pez mudo.



Sale SANCHA a la puerta




BERNARDO:         Aldeanas juntaré
               si la soledad te agravia.
               Sólo al Fénix no traeré 
               porque habiendo de ir a Arabia
               en tu ausencia moriré.
ELVIRA:           Yo para dejar pagadas
               voluntades como aquéstas,
               te haré de seda pintadas    
               polainas para las fiestas
               con dos camisas labradas.
                  Pañuelos de holanda fina,
               con cuadros en cada esquina,
               cordones, cuantos gastares,   
               y el día que te casares
               te serviré de madrina.
SANCHA:           Antes debéis de venir
               a ser vos la desposada.
BERNARDO:      ¿Celos me viene a pedir? 
SANCHA:        Más sola y más deseada
               te pensaba recibir.
                  De la jornada que has hecho      
               vuelves con mucho provecho
               pues que por esta señora    
               trocaste una labradora
               que llevabas en el pecho.
                  Entre tantos terciopelos,
               ¿quién dudara que olvidaste
               las sortijas y sayuelos  
               y el coral que me mandaste?
ELVIRA:        Donosas están los celos.
BERNARDO:         ¿Por qué, mi Sancha, estás triste?
               Si en tal espejo te viste,
               donde el mismo sol se ve,     
               que con él te traigo a fe
               todo lo que me pediste.



Sale SUERO




SUERO:            Mi Bernardo.
BERNARDO:                      Mi señor.
SUERO:         Seas bienvenido a fe.
               ¿Mostraste ya tu valor   
               en mi defensa?
BERNARDO:                     Reté
               a Ancelino de traidor.
                  Carteles puse en León
               donde ya los moros son
               el regimiento y gobierno,     
               y un ángel de Dios eterno
               traigo a casa en conclusión.
                  Míralo.
SUERO:                    ¿Qué es lo que veo?
               ¡O sueño lo que deseo
               o me favorece Dios!      
               ¿Mi doña Elvira, sois vos?
               Porque casi no lo creo.
ELVIRA:           Bien dudaste y bien creíste
               que yo quién era no soy,
               como tú no eres quién fuiste.  
SUERO:         Loco de contento estoy.
ELVIRA:        Y yo estoy loca de triste.
SUERO:            Hoy, y con mucha razón,
               no cabe en mi corazón
               el bien que en mi casa tengo. 
ELVIRA:        A las de tu padre vengo,
               y no porque tuyas son.
SANCHA:           Buenos sus amores van.
               Basta que ha sido alcahuete
               pretendiendo ser galán.     
BERNARDO:      ¿Quién con Elviras me mete
               si Sanchas favor me dan?



Sale don GONZALO




GONZALO:          ¿Qué dama es ésta que mira
               este monte?  ¿Es doña Elvira?
ELVIRA:        Las manos, señor, me dad.   
GONZALO:       Vuestra venida contad
               que me suspende y admira.


ELVIRA:           Huyendo de la injusticia
               y no de justicia vengo;
               que quien huye sin delitos    
               se retrae en tales templos.
               Dos contrarios tiene el mundo
               que son la muerte y el tiempo;
               ellos deshacen sus cosas
               y así mi bien han deshecho. 
               Después que el rey don Alfonso
               tiene al de Saldaña preso,...
               que siempre el cielo, aunque tarda,
               castiga pecados viejos....
               después que está penitente     
               Jimena en un monasterio
               donde con gusto del alma
               padece penas el cuerpo,
               la Fortuna varïable
               el castigo de los cielos,     
               el gran descuido de Alfonso,
               y los pecados del reino
               trajeron a Mauregato
               y a diez mil moros trajeron
               a los muros de León         
               una noche con secreto.   
               El soberbio Mauregato
               como un Lucifer soberbio
               quitó la silla de Alfonso;
               que el rey es dios en el suelo.    
               Pero aquí faltó un Miguel
               que con brazo justiciero
               quien como Alfonso dijese
               derribando los soberbios.
               Coronóse Mauregato          
               y a Alfonso puso en destierro
               mostrando en aquestos días
               que su reino es, sólo, entero.
               Siguiéronle los más nobles
               porque el interés y el miedo     
               son dos cosas que derriban
               los honrados pensamientos.
               A los moros sus amigos
               de Badajoz y Toledo
               les ofreció cien doncellas  
               --¡Oh, bárbaro ofrecimiento!--
               Él ha impuesto este tributo
               y si agora paga censo
               la santa virginidad,
               plega a Dios no sea perpetuo. 
               Era cosa lastimosa
               mirar a los padres viejos
               llorando como unos niños
               que el amor es padre tierno,
               las madres viendo sus hijas   
               se arrancaban los cabellos
               dando voces y arrojando
               hebras de plata en el suelo.
               Muchas de las tristes hijas
               despedirse no pudieron   
               que los suspiros y el llanto
               cortaban la voz y aliento.
               Toda fue una confusión,
               plegarias, votos, deseos,
               exclamaciones y gritos,  
               y el rey más duro con esto
               que un corazón obstinado
               más se endurece con ruegos,
               y al que es tirano deleita
               un lastimoso suceso.     
               Cupe en suerte a un capitán,
               y Bernardo llegó a tiempo
               que iba mi honor peligrando
               entre ladrones intentos.
               Fue en mi tormenta dudosa     
               el resplandor de Santelmo,
               y en mi diluvio el arco
               que en señal de paz me dieron.   
               Libróme de muchos moros
               con aquel nudoso fresno  
               y huyendo de mis desdichas
               con él a tu casa vengo.
GONZALO:       ¡Ay, desdichado León!
               ¡Ay, Asturias!  ¡Ay, Oviedo!
               ¡Qué miserias y ruínas    
               te vienen ya persiguiendo!
               Entremos, Elvira, en casa
               que tanto estas cosas siento
               que sólo vuestra venida
               me servirá de consuelo.     



Éntranse




SUERO:         De esta suerte mi venganza
               no puede tener efecto; 
               mas pues mi dama he cobrado
               el honor cobrar espero.



Vase.  Sale MAUREGATO dando voces




MAUREGATO:        ¿No sabéis mi condición?    
               Que con mi brazo robusto
               pegaré fuego a León
               si contradice mi gusto
               como a Roma hizo Nerón.
                  Haré como otro Anibal,   
               de cuerpos humanos puentes.
               Siendo a Falaris igual,
               haré que bramen las gentes
               en un toro de metal.
                  Por las divinas estrellas  
               que alumbran los altos coros
               que las casadas más bellas
               se han de entregar a los moros
               cuando faltaren doncellas.
                  Matarélas como Atila     
               si no van de buena gana.
               Seré un Mario, seré un Scila
               vertiendo sangre romana;
               seré otro godo Totila.
                  Mi imperio no es tiranía 
               y justas mis obras son.
               ¡Qué extraña melancolía!
               Golpes me da el corazón
               cercado de sangre fría.
                  Los miembros están sudando,   
               la vista me va faltando...
               ¡De repente tanto mal!
               Pero yo, ¿no soy mortal?
               ¿De qué me estoy admirando? 



Van saliendo unas figuras enlutadas con hachas,
otro con una bandera arrastrando y otro con un cuerpo en los
hombros a modo de entierro y detrás una figura de DEMONIO
con una cadena en las manos




                  Aquéstas, ¿qué luces son:   
               ¡Caso extraño!  ¿Qué visión
               tengo delante los ojos?
               ¿Son sueños, sombras, antojos:
               ¿Es entierro o ilusión?
                  Dime, amigo tú, lo cierto.    
PRIMERO:       Llevamos a Mauregato
               a enterrar.
MAUREGATO:               (Yo no estoy muerto.    Aparte
               ¿Cómo aquesto no los mato?
               Pero yo, ¿no estoy despierto?)
                  ¿Quién es éste que lleváis?   
SEGUNDO:       Mauregato.
MAUREGATO:                 ¿Donde vais?
TERCERO:       A enterrarlo.
MAUREGATO:                   ¿Quién decís?
PRIMERO:       Mauregato.
MAUREGATO:                ¿A qué venís?
SEGUNDO:       A enterrarlo.
MAUREGATO:                  ¿Hoy me matáis?
                  Sombra, espíritu, figura,     
               ¿dónde vas?
DEMONIO:                   Por Mauregato.
MAUREGATO:     ¿Adónde?
DEMONIO:                A la sepultura,
               a llevar el cuerpo ingrato
               con el ánima perjura.



Van pasando, éntranse.  Quiere echar mano
MAUREGATO a la espada




MAUREGATO:        Oye, escucha, espera, advierte. 
               Probarás mi brazo fuerte;
               mas levantarme no puedo.
               Estas sombras con el miedo
               han querido darme muerte.
                  Rabio y pierdo la paciencia.    
               Sierpes me rompen el pecho,
               pero sierpe es la conciencia
               del que mala vida ha hecho    
               y muerte sin penitencia.
                  El corazón se me abrasa. 
               Gente de mi reino y casa,
               venid.  Sabréis este día
               que la humana monarquía
               como un relámpago pasa.
                  Un sol fui que entré León   
               con resplandor y con fama,
               y hoy estoy en Escorpión
               que me muerde y que derrama
               veneno en mi corazón.  
                  La misma muerte me hiere.  
               Quien mal hace, mal recibe.
               El que mal vive, mal muere,
               y quien como bruto vive,
               morir como bruto espere.



Quédase muerte el la silla.  Suena dentro un
tronador.  Sale ANCELINO




ANCELINO:         Hoy he visto una doncella  
               que oscurece al mismo sol.    
               Sólo tú, rey español,
               eres digno agora de ella.
                  Su majestad, ¿qué imagina?
               ¿Duerme?  Mas, ¡ay, dura suerte!   
               Que a sólo Dios y la muerte  
               el rey la cabeza inclina.
                  Pues él ha inclinado tanto,
               muerte está que a Dios no mira.
               Su rostro negro me admira.    
               Sus ojos me dan espanto.
                  Si el rey murió de repente,
               ¿qué fin podré tener yo?
               Si está vivo...  pero no;
               que ni se mueve ni siente.    
                  El triste pecho me rompe,
               la guarda quiero llamar;
               pero no, yo he de reinar
               mientras que no se corrompe.
                  El mundo ha de ver agora   
               un rey muerto en un momento
               y otro rey que tiene intento
               de reinar sólo una hora.



Pónese ANCELINO al lado de MAUREGATO y salen
dos CIUDADANOS




                  ¡Ah, de la guarda!  ¡Hola, gente!
CIUDADANO 1:   ¿Quién llama?
ANCELINO:                    Su majestad.    
               (Mi dañada voluntad           Aparte
               goce la ocasión presente).
                  Que pongáis en más prisiones
               a don Sancho, el de Saldaña.
               (¿No es semejante hazaña     Aparte
               para todos corazones?)



Vase el CIUDADANO y vuelve




CIUDADANO 1:      Muza ha llegado a esta puerta,
               ¿entrará?
ANCELINO:                Bien puede [entrar].



Vanse los CIUDADANOS.  Sale el CAPITÁN Muza.

  


[ANCELIN0]:    (A mi Elvira he de cobrar     Aparte
               si de dolor no está muerta).     



ANCELINO hace que habla el REY con el dedo




CAPITÁN:          Su majestad, ¿en qué entiendes?
ANCELINO:      Que prendáis a Muza luego
               manda el rey.
CAPITÁN:                      Agora llego.
               Mi venida, ¿en qué le ofende?
ANCELINO:         Porque su vida le priva    
               de una dama que te dio.
CAPITÁN:       Un villano la quitó
               a los moros con quien viva.



Los demás están al lado de ANCELINO,
que no pueden ver si está muerto MAUREGATO




ANCELINO:         El del cartel fue sin duda
               que se vaya presto fuera.     
CAPITÁN:       (Nunca este agravio creyera;     Aparte
               mas cualquier hombre se muda).



[Sacan preso al CAPITÁN]




ANCELINO:         Buscar quiero mujer bella.
               ¡Ah, de la guarda!
CRIADO:                           ¿Señor?
ANCELINO:      Que vais por doña Leonor    
               porque quiero gozar de ella.
CRIADO:           Y vamos.
ANCELINO:                  Al camarero
               manda que venga.
CRIADO:                         Ya viene.
ANCELINO:      (Todas las joyas que tiene     Aparte
               gozar como rey espero).  



Sale el CAMARERO




ANCELINO:         Su majestad ha mandado
               que traigas de su tesoro
               todas las piedras y el oro.
CAMARERO:      Voy por ellos.



Vase el CAMARERO




ANCELINO:                       ¡Con cuidado!
                  (Con esto no satisfago     
               mi atrevido pensamiento,
               si como rey no me asiento
               y si mercedes no hago.
                  Sentaréme, y quien me viere
               que es favor ha de pensar.    
               ¡Qué gustoso es el reinar!)



Allega otra silla junto al rey.  Siéntase. 
Salen RAMIRO y ORDOñO




ORDOÑO:        Ramiro está aquí.
ANCELINO:                       ¿Qué quiere?
RAMIRO:           A su majestad real
               quisiera hablar.
ANCELINO:                      No podéis
               aunque título tenéis 
               de capitan general
                  y de conde.
RAMIRO:                      Yo lo estimo.
               Besarle quiero los pies.
ANCELINO:      No lleguéis.  Venid después.
RAMIRO:        Gran valor tiene mi primo.    
ANCELINO:         Ordoño, su majestad
               os ha hecho su almirante.
               No estéis agora delante;
               que es cosa de calidad
                  la que trata.
ORDOÑO:                         Su pies beso 
               por merced tan infinita.
RAMIRO:        (¡Que a su lado se permita     Aparte
               asentarse!)
ORDOÑO:                  (¡Extraño exceso!)   Aparte
ANCELINO:         (Con majestad fingida       Aparte
               rey soy de este reino incierto,    
               y alma soy de este rey muerto
               pues doy a su cuerpo vida.
                  En ambos el rey está,
               él con su cuerpo gobierna,
               yo con alma aunque eterna     
               en esto no lo será.
                  Al fin son amigos ciertos
               el rey, el mundo, y la muerte;
               pues por reinar de esta suerte
               estoy entre cuerpos muertos). 



Sale un CRIADO alborotado y adentro tocan cajas




CRIADO:           ¡Alfonso ha vuelto a su tierra
               con [ejército] copioso!
               ¡Levanta, rey poderoso!
               ¡Defiéndete!  ¡Guerra, guerra!
ANCELINO:         (No puedo ya proseguir     Aparte
               con mi intento.  ¿Qué haré?
               Así disimularé).
               Salgámosle a recibir.
                  Levanta, señor, levanta.
               No estés agora suspenso;... 
               mas, ¡ay Dios!  ¡Ay Dios inmenso!
               Su negro rostro me espanta.
                  ¡Muerto está!
CRIADO:                        ¿Qué dices?
ANCELINO:                                  Digo
               que está muerto.
CRIADO:                        ¿Así es verdad?
ANCELINO:      Ya tenemos libertad.     
               A Dios mil veces bendigo.
                  ¡Libertad tienes, León!
               ¡Libertad, que el rey es muerto!
               ¡Libertad!



Dentro




VOCES:                    Si fuere cierto,
               nuevas de contento son.  



Salen todos los más que pudieren y
TIBALDO




ANCELINO:         (Ya no lo son para mí;     Aparte
               que seguro no he de estar).
TIBALDO:       Todos vamos a mirar
               si este suceso es así.
CRIADO:           Sin duda Dios lo mató    
               por su mucha tiranía.
TIBALDO:       Alegre y dichoso día
               a su reino amaneció.
                  Con este cuerpo salgamos
               para que el pueblo lo vea;    
               que ya su muerte desea
               y a nuestro rey recibamos.



Meten a MAUREGATO en la silla




ANCELINO:         (No es bien detenerme más.     Aparte
               Ocasión tengo oportuna.
               ¡Ah, rueda de la Fortuna,     
               qué aprisa tus vueltas das!)



Vanse.  Sale don SANCHO a un balcón aprisionado




SANCHO:           Prisión dura y larga
               que deshaciendo vas mi sufrimiento,
               si duda serás amarga
               porque un breve contento 
               suele ser causa de un mortal tormento.
                  Alfonso desterrado,
               el rey mil injurias hoy padece,
               que todo se ha trocado
               y sólo permanece       
               la pena que mi ofensa no merece.



Salen BERNARDO y SUERO de labradores




BERNARDO:         Ese vestido, señor,
               otro labrador te ha hecho.
SUERO:         Soy, Bernardo, labrador;
               siembro acechanza en mi pecho 
               y pienso coger honor. 
                  Labro con esta mudanza
               el campo de mi esperanza,
               y si el disfraz aprovecha
               al tiempo de la cosecha  
               será el fruto mi venganza.
SANCHO:           (¿Si tendrá fin mi prisión?     Aparte
               ¿Si habrá para tanto mal
               alguna consolación?)
BERNARDO:      No esperes suceso tal.   
SANCHO:        (¡Qué malos agüeros son!     Aparte
                  ¿No dicen unos serranos
               mal habrá favor o manos
               que me libren de esta suerte?)
SUERO:         Escapará con la muerte.     
SANCHO:        (Prodigios son inhumanos.     Aparte
                  Aunque no, pues me consuelo
               de ver esto labradores.
               Favorable está ya el cielo
               pues que me ofrece favores    
               en las cosas de este suelo.
BERNARDO:         En esta torre, ¿qué habrá?
SUERO:         En ella pienso que está
               mi tío en larga prisión.
BERNARDO:      ¿Qué será?  Que el corazón 
               extraños golpes me da.
SANCHO:           Labrador.
BERNARDO:                  ¿Quién es?
SUERO:                                Mi tío.
               Que me conozca no quiero;
               habla tú y yo me desvío.



Escóndese




BERNARDO:      (Grandes mudanzas espero)     Aparte
SANCHO:        (Extraño gusto es el mío).    Aparte
BERNARDO:         Si habéis menester, señor,
               a este humilde labrador
               vuestro intentos decid.
SANCHO:        (Digo que es otro David.      Aparte
               Ya me suspende el dolor).
                  ¿Quién eres?
BERNARDO:                     Soy quien quisiera
               ser otro vos para hacer
               que en esa prisión tan fiera
               rey viniérades a ser   
               aunque el rey otro yo fuera.
                  Yo soy quien estoy temblando
               de sólo estaros mirando.
               Un no sé qué soy de vos
               que como cosa de Dios    
               os estoy reverenciando.
                  Mirándoos yo sin querer
               tanto humillarme quisiera
               ante vos, que a no creer
               que Dios me dio el ser, creyera    
               que vos me disteis el ser.              
                  Mi sangre habéis alterado     
               y a ser posible, diría
               que la sangre se ha trocado
               porque vos tenéis la mía  
               y a mí la vuestra me han dado.
                  En resolución yo estoy
               con don Gonzalo y le guardo
               sus bienes prósperos hoy.
               Todos me llaman Bernardo 
               y yo no sé quien me soy.
SANCHO:           Si no te abrazo perdona,
               mi Bernardo, con razón.



[Habla] consigo




               (Nuestra sangre se aficiona;     Aparte
               que eres tú mi corazón    
               y somos una persona.
                  ¡Ay, imagen!  ¡Ay, hechura!
               De este conde sin ventura
               hay gusanillo que nace
               del Fénix, que se deshace   
               en esta prisión oscura.
                  El cielo que te ha querido
               guardar en la edad pequeña,
               [...................  -ido]
               te dé piedad de cigüeña   
               para sacarme del nido.
                  Reyes venzas, oro pises,
               tiemblen las franceses lises,
               Dios te dé lo que deseas.
               Déte los hombros de Eneas   
               para librar a este Anquises).
BERNARDO:         ¿Por qué, señor, agua vierte
               tu pecho invencible?
SANCHO:                              Lloro
               de pena y gozo de verte
               porque eres, Bernardo, un oro 
               acendrado con mi muerte.
                  Y pues eres cosa mía,
               y has sido tú la ocasión
               de que me falte alegría
               sácame de esta prisión;   
               convierte mi noche en día.



[Vase don SANCHO]




BERNARDO:         Espera, señor, [espera].
               No huyas de esa manera
               dejándome tan confuso.
               Extrañas cosas propuso 
               si sus cifras entendiera.
                  Dice que la causa soy
               de su prisión, pues ¿qué hago
               que libertad no le doy?
               ¿Cómo la deuda no pago 
               si tan obligado estoy?
                  Con el valor de mis brazos
               haré la torre pedazos,
               los candados romperé
               y en hombros lo sacaré 
               para darle mis abrazos.



Da golpes con el bastón en las puertas




                  Libertad tendrá.
SUERO:                             Sosiega;
               que Alfonso a la corte llega.
               No hagas eso.
BERNARDO;                     Hasta morir
               le pienso, Suero, servir 
               si a tu tío nos entrega.




Vanse.  Salen los que pudieren con ALFONSO y TIBALDO




ALFONSO:          Gracias al cielo que los muros veo
               cuyas almenas sirven de corona
               [a] León, que es el rey de las ciudades.
               Gracias al cielo, nobles ciudadanos     
               que mis desgracias y destierros largos,
               dichosos en fin, veros han tenido
               Publíquese el perdón con las trompetas;
               que yo perdono a todos los culpados
               pues Mauregato con su tiranía    
               que ya el cielo quitó, hizo rebeldes
               los nobles que siguieron su bandera.
               Y si es del rey un brazo la justicia
               la clemencia ha de ser el brazo diestro.
TIBALDO:       De esa suerte, señor, don Sancho, el conde 
               que tú prendiste, y en prisión ha estado
               por odio y por temor de Mauregato,
               saldrá de aquesta vez.
ALFONSO:                               Salir no puede,
               que pues no quiso el cielo libertarlo,
               el tiempo que este reino sin mí estuvo,    
               sin duda su prisión es pena justa.



Sale ANCELINO y arrodíllase




ANCELINO:      Movido de mí mismo, humilde vengo
               a recibir la pena y el castigo
               que merece la culpa de este pecho.
               De la prisión salí sin licencia;    
               rebelde fui a mi rey por Mauregato.
               Conozco que pequé contra mi cuello.
ALFONSO:       ¿Quién te trajo a mis pies?
ANCELINO:                                   [El] desengaño
               del error en que he estado y el deseo
               que de verte he tenido, aunque malo,    
               ya conozco, señor, que soy tu hechura
               y que eres casto Alfonso y rey cristiano.
               La espada que ayudó a quitarte el reino
               rendida está a tus pies, porque con ella
               saques el alma de este ingrato pecho.   
ALFONSO:       Levanta de mis pies.  Toma mi mano
               de favor, de amistad, perdón y gracia;
               que sólo porque tienes conocida
               tu culpa eres capaz de esta clemencia.
               Publique el mundo la piedad suprema     
               con que vuelvo a mi reino.  Soy piadoso
               y al fin supe por ti el torpe delito
               secreto para mí y público al mundo.
ANCELINO:      Vivas mil siglos, pues que a Dios imitas
               en perdonar el hombre sus ofensas. 



[Salen] SUERO y BERNARDO




SUERO:         Ya es tiempo, mi Bernardo.
BERNARDO:                                 Ánimo cobra.
               Satisface muy bien la antigua ofensa
               porque a pesar del rey y de su corte
               has de librarte.
SUERO:                          Majestad suprema,
               si a traidores perdonas fácilmente,   
               los agravios de honor no has perdonado;
               y así Ancelino que traidor ha sido
               gana la gracia que don Sancho pierde,
               pues si ofensas en honras son eternas,
               Ancelino el traidor que está presente,     
               habiéndole yo a solas desmentido,
               en tu presencia me imputó su agravio.
               Y aunque en sangre no iguala aquesta mía,
               pues subió como hiedra por el muro
               de sólo tu favor, a su soberbia  
               mil veces le he retado con carteles
               pidiéndole saliese al desafío;
               mas él como cobarde ha sido sordo
               y en el traje que ves vengo buscando
               a aquél que me quitó mi honor mintiendo.     
               Hallélo en fin aquí, y pues no se atreve
               a empuñar contra mí la humilde espada,
               sufra este golpe de mi mano honrada.



Dale un bastonazo [a ANCELINO]




TIBALDO:       Aquesto, ¿no es traición?
ALFONSO:                                ¡Prendedlo!  ¡Muera! 
BERNARDO:      Cualquiera que traición aquí llamare        
               a la venganza de don Suero miente.
ALFONSO:       ¡Dadle muerte también!  ¡Muera el villano!
BERNARDO:      No se dejan matar así, señores.
ALFONSO:       ¡Prendedle!  ¿Qué hacéis?



Lléganle a prender y BERNARDO defiende a
SUERO con su bastón




BERNARDO:                                Es imposible
               darme la muerte porque soy crïado  
               de un hombre que cobró su honor perdido.
               Y tengo yo valor con la honra suya.
               Y tú, Alfonso y señor, que te has preciado
               de amparar los nobles de tu reino,
               ¿Por qué no consientes que un noble, tu vasallo,
               cobre el honor perdido en tu presencia?
               ¿Es bien que los traidores que te quitan     
               el cetro y corona estén honrados
               hallando amparo en ti y que no le hallen
               los hidalgo leales de tu corte?    
               Rey, mira lo que haces; que aunque agora
               acabas de cobrar lo que perdiste,
               don Suero hizo bien, que a su enemigo
               rostro a rostro le dio, y agora espera
               y esperará después cual caballero.  
               Si [a] alguno le parece que es mal hecho,
               dígalo agora y abriré su pecho.



Vanse los dos




ALFONSO:       Bien dice.  Gran valor tiene el villano.
               Consuélate, Ancelino, con que el cielo,
               aunque yo perdono, con esta ofensa 
               tu delito castiga.
ANCELINO:                         ¡Ay, crüel Fortuna!
               Que vueltas en mi daño has dado siempre.



Sale un CRIADO




CRIADO:        Los cielos no permiten, grande Alfonso,
               que goces de tu reino con sosiego.
               No acaba tu inquietud.  Nuevas desgracias    
               hallarás en el reino; que don Bueso
               el francés más soberbio y arrogante 
               que en la grande París sustente Carlos,
               con infinito ejército de gente
               por tus tierras ha entrado y casi llega 
               a enarbolar sus lises en Oviedo.
ALFONSO:       Sin duda soy injusto, pues cristianos
               no me dejan en paz.  ¡Francés soberbio!
               Yo mismo pienso ser el que tú buscas.
               En batalla entraré sólo contigo.    
TIBALDO:       Eso no es justo; que vasallos tiene.
               De ellos elige quien le dé la muerte.
ALFONSO:       No sé quien puede ser porque es muy fuerte.



Salen don GONZALO y BERNARDO




GONZALO:          La soberbia del francés       
               con que llama a desafío     
               me trae a besar tus pies 
               como rey y señor mío.
               Suplico que me los des;
                  que yo en aquesta ocasión
               vengo a darte un corazón    
               que podrá los lises de oro
               entre las lunas del moro
               a los pies de tu León.
                  De este labrador gallardo
               la empresa y victoria fía.  
ALFONSO:       Que digas quién es aguardo.
GONZALO:       Sangre es tuya y sangre mía.
ALFONSO:       Luego vi que era Bernardo;
                  que el fuego y sangre real
               no pueden disimularse.   
               Llega que no dirán mal
               cuando lleguen a juntarse
               mi púrpura y tu sayal.
                  Llega, que quiero abrazarte
               como a hidalgo y caballero;   
               y porque puedan llamarte
               hijo mío, agora quiero
               en mi privanza engendrarte.
                  Tu padre y madre he de ser
               y así quiero darte el pecho 
               para que puedes crecer;
               que si hoy mi hijo te he hecho,
               hoy acabas de nacer.
                  Y porque vivas honrado
               la espada que me he ceñido  
               quiero ceñirte yo al lado.
               Muda luego de vestido
               pues que de ser has mudado.
                  Lado de tal corazón
               bien merece recibirla;   
               que aunque mal guardó a un León
               trae más sangre la cuchilla
               que perlas la guarnición.
BERNARDO:         Tanto, señor, me has trocado
               con tal merced que sospecho   
               que otro espíritu me has dado
               o que dentro de mi pecho
               tu corazón se me ha entrado.
                  Si hoy acabo de nacer,
               tu real majestad me mande,    
               porque así pienso crecer;
               que hombre, que nación tan grande
               más que gigante ha de ser.
                  Honra y eterna memoria
               con majestad y con gloria     
               me dará esta espada a mí
               porque ella misma por sí
               se ganará la victoria;
                  mas tú la verás después
               en el francés envainada     
               si aquí en al vaina la ves.
ALFONSO;       Vamos, harás la jornada
               contra el soberbio francés. 
                  Luego me parto yo a Oviedo
               y tú con mi gente parte     
               que acompañarte no puedo.
BERNARDO:      Vamos, pues, que al mismo Marte
               le dará esta espada miedo.



Vanse.  Salen doña ELVIRA y SANCHA




SANCHA:           Elvira, señora mía,
               ¿cómo en las sierras te va? 
ELVIRA:        Mira tú cómo me irá
               con tan dulce compañía.
SANCHA:           ¿Echas menos la ciudad?
ELVIRA:        Olvidarla me da gloria.
SANCHA:        Allá tengo la memoria  
               si va a decir la verdad.
                  Quiero a Bernardo en extremo    
               y tú no tienes amor.
ELVIRA:        Sí, tengo; mas con temor.
SANCHA:        Eso es común.  También temo.   
                  Don Suero será a quién amas.
ELVIRA:        Y con celos me ha agraviado
               aunque ya se ha disculpado.
SANCHA:        Sois muy celosas las damas.
                  Por acá las labradoras   
               quieren más y sienten menos.
               ¿Verdad que ellos son buenos? 
ELVIRA:        Eslo al menos el que adoras.
                  Con razón, Sancha, has querido
               guardar a Bernardo ley   
               porque es sobrino del rey.
SANCHA:        Dalo por aborrecido
                  si eso, Elvira, verdad es.
ELVIRA:        Antes merece afición.
SANCHA:        No hace buena proporción    
               la cabeza con los pies.
                  Humildes y principales
               sin quererse están mejor;
               que no se pesa el amor
               en balanzas desiguales.  
                  El amor es infinito
               si igualdad la sangre siente,
               pero en sangre diferente
               no hay amor sino apetito.
                  Apenas tú le dirás     
               que tienes deudos tan buenos
               cuando a mí me tenga en menos
               para tenerse él en más.



Sale SUERO




SUERO:            Si al tener un hombre honrado
               con hacienda, honra perdida,  
               llama el mundo muerte en vida,
               yo vengo resucitado.
                  Denme ya tus ojos gloria
               y premio de vencedor,
               porque es cobrar el honor     
               dificultosa victoria.
                  Vencer gente no vencida,
               ganar la tierra y el mar
               no es tanto como hallar
               la honra una vez perdida.     
                  Con mi honra tropecé.
               Era de vidrio y quebróse;
               mas levantéme y soldóse
               con otra que yo quebré.
                  Ya deshice mi desgracia,   
               ya he borrado mi deshonra
               y quien ha vuelto a su honra,
               bien es que vuelva a tu gracia.
                  No mis contentos desdores.
               Denme favor esos labios; 
               que donde mueren agravios
               bien es que nazcan favores.
ELVIRA:           Otro vienes este día.
               Grande mudanza hay en ti.
SUERO:         Dices bien porque hasta aquí     
               no he sido quien ser solía.
                  No podía merecerte
               pero ya méritos tengo.
               Me he vengado y vengo
               huyendo del rey por verte;    
                  porque estando así los dos
               no puedo ser ofendido
               viendo que estoy retraído
               junto a una imagen de Dios.
ELVIRA:           Llamar [su] imagen podrás     
               a cualquiera crïatura.
SUERO:         Tienes tú más hermosura
               y así le pareces más.     
ELVIRA:           Levanta.
SUERO:                     No puede ser;
               que en la firmeza que gano    
               soy monte, y sin esa mano
               jamás me podrá mover.
ELVIRA:           Pues, a estar así, disponte;
               que un monte no moveré.
SUERO:         La que tiene tanta fe    
               bien puede mudar un monte.
ELVIRA:           Levanta, pues.
SUERO:                           ¡Ay, amor!
               Bien levantes mi firmeza
               pues llego con la cabeza
               al cielo de ese favor.   
ELVIRA:           Ven, mi Sancha, no estés triste.
SANCHA:        Es ya mi dolor extraña.
ELVIRA:        ¿Quién te aflige?
SANCHA:                          Un desengaño
               que de Bernardo me diste.
                  Para mí fuera más bueno     
               verlo al margen de ese río
               hecho labrador y mío
               que caballero y ajeno.
                  Alma suya me ha llamado
               pero ya Bernardo mal     
               tendrá un alma de sayal
               cuerpo que viste brocado.



Vanse.  Tocan dentro caja un poco, luego dicen dentro




VOCES:            ¡Viva España, viva España!
FRANCÉS:       ¡Huyamos de la montaña!
BERNARDO:      No ha de aprovechar [huír]; 
               que todos han de morir.
FRANCÉS:       ¡Grande valor!
OTRO:                         ¡Fuerza extraña!



Tocan cajas, entran por una puerta españoles
tras de algunos franceses, acuchillándolos, luego BERNARDO
con don BUESO debajo el brazo, éntrase con él y
sale ALFONSO y dos peregrinos [PLATEROS], el uno con una caja
pequeña en la mano




ALFONSO:          Mientras el cielo con piedad nos mira,
               dando a Bernardo del francés victoria,
               de las piedras y el oro que he traído 
               de Navarra a mi reino, hacer pretendo
               una cruz de valor y de artificio
               que aquí en Oviedo, donde agora estamos
               honre los templos y las almas guarde.
               Pues, ¿qué decís los dos que sois plateros, 
               peregrinos devotos de Santïago?
               Esas piedras tomad y todo el oro
               que necesario fuere.
PLATERO 1:                      Por servirte
               empezaremos luego a fabricarla
               y a tu gusto saldrá.



Vanse los dos




ALFONSO:                             ¡Qué olor extraño 
               en la sala han dejado estos plateros!



Salen GONZALO, doña ELVIRA, SANCHA y don SUERO




GONZALO:       Para mejor servirte, ¡oh casto Alfonso!,     
               de esas montañas donde siempre vivo
               con toda mi familia vengo a Oviedo.



Como los va nombrando, se van arrodillando




               Este hijo, señor, que te ha enojado   
               te traigo a que le des cualquier castigo.
               A doña Elvira traigo, que en mi casa,
               huyendo del poder de Mauregato,
               librada por Bernardo de los moros,
               enriqueciendo mi pobreza ha estado.     
               Y aquesta labradora es doña Sancha,
               hija de Aurelio, hermano de tu padre,
               habida en una dama que fue noble,
               tu prima, como ya señor, lo sabes,
               aunque ella hasta este punto lo ha ignorado. 
               Aquésta es la familia con que vengo.
               Dispón de ella, señor, como mandares
               y en mis cortos servicios no repares.
ALFONSO:       Levantad de ese suelo, hijos de Alfonso.
               Dadme los brazos todos, pues que quiero 
               recibiros agora en mis entrañas.
               Tú, Sancha, reconoce en este pecho
               la sangre que en tus venas también vive.
SANCHA:        Reconozco un señor y un rey famoso.
ALFONSO:       Pide don Suero, y no perdón me pidas. 
               Pide mercedes en mi pobre reino.
SUERO:         Los pies para besarlos sólo pido,
               y si gustas de darme a doña Elvira
               por esposa, aunque yo no la merezco.
ALFONSO:       Bien pediste; mas eso ya era tuyo. 
SUERO:         Viva mil años porque sepa el mundo
               que eres su César sin tener segundo.



Danse las manos [don SUERO y doña ELVIRA]. 
Sale BERNARDO con el estandarte francés cargado de cabezas
y otra espada




BERNARDO:         Casi a la posta he venido
               para que sepas, señor,
               la victoria que has tenido.   
               Tu espada me dio valor
               con que al francés he vencido.
                  Porque tu ser autorices
               y este gozo solemnices,
               traigo las lises impresas     
               y estas figuras francesas
               con que tu sala entapices.
                  Por aquella noble espada
               de tu mano ilustre dada,
               aunque será don pequeño   
               con la sangre de su dueño
               te doy esta acicalada.
                  Murió en efecto don Bueso.
               Su gente huyó, y no por eso
               dejó también de morir,    
               y yo te vengo a pedir
               en albricias sólo un preso.
ALFONSO:          Llega, Bernardo, a abrazarme;
               que si una vez te abracé,
               el abrazo has de pagarme 
               porque entonces yo te honré
               y agora puedes honrarme.
                  Pide mercedes.
BERNARDO:                         Señor,
               como humilde labrador
               una Sancha sólo pido   
               y un Sancho preso afligido
               porque a los dos tengo amor.
                  Al conde, señor, nos da
               que es un español Alcides.
ALFONSO:       ¡Norabuena, bien está! 
               Pero, ¿qué Sancha me pides?
               ¿Mi prima?
BERNARDO:                 (¿Su prima es ya?     Aparte
                  Labradora la dejé,
               pero si infanta se ve,
               paciencia, importa y callar). 
ALFONSO:       La mano le puedes dar.
BERNARDO:      ¿Que le dices que me dé?
ALFONSO:          La mano.
BERNARDO:                  Palabra buena.
               Ya mi corazón ensancho.
               Sácame, Elvira, de pena.    
               ¿Quién soy?
ELVIRA:                    Hijo de don Sancho
               y de la noble Jimena.
BERNARDO:         ¡Válgame Dios!  Padre mío,
               verte sin prisión confío.
               ¡Venturoso yo mil veces! 



Danse las manos BERNARDO y SANCHA




ELVIRA:        Todo, señor, lo mereces.
GONZALO:       Bernardo.
BERNARDO:                 Señor y tío.



Sale un CRIADO




CRIADO:           Los plateros que han tomado
               la plata, piedras y el oro
               no parecen.
ALFONSO:                    ¿Has mirado 
               en mi cámara?
CRIADO:                       El tesoro
               que les diste se han llevado.
ALFONSO:          ¿No estaban en mi aposento?
CRIADO:        Allí estaban no ha un momento
               y ya labraban la cruz... 
               Pero, ¿qué será esta luz?



Suena música, aparece en el aire una cruz
resplandeciente que va bajando hasta un altar e híncanse
de rodillas




ALFONSO:       Música gloriosa siento.
                  Imagen de aquel madero
               que de mesa tiene nombre
               donde se contó el dinero    
               para redimir al hombre
               de la culpa del primero,
                  pues ángeles os labraron
               con tan infinitas gracias,
               sin duda que aquí os dejaron     
               por señal que mis desgracias
               con vuestra vista acabaron.
                  El lugar que daros puedo
               pues en vos el Redentor
               nos salvó de mortal miedo   
               es sólo San Salvador
               de la antigua y noble Oviedo.
                  Será inmenso mi consuelo
               porque si Cristo llevó
               una cruz hecha en el suelo,   
               llevaré en mis hombros yo
               otra labrada en el cielo.
BERNARDO:         Si la piensas colocar
               en algún sagrado lugar,
               yo, que tocarla deseo,   
               pienso ser el Cirineo
               que te la ayude a llevar.
                  Caso es digno de memoria
               éste que tus ojos vieron,
               y pues ya con tanta gloria    
               fin tus desgracias tuvieron,
               téngalo también la historia.



Llevan la cruz en procesión con que se da
fin a la famosa comedia de las desgracias del rey don ALFONSO el
casto

 



FIN DE LA COMEDIA