LAS
DESGRACIAS DEL REY
Personas que hablan en ella:
LOASale la LOA diciendo: Queriendo la hermosa Dido que aquel padre de troyanos le refiriese la historia de sus lamentables llantos, le dice de aquesta suerte: "Eneas fuerte y gallardo, cuéntame, si acaso gustas, aquel desastre pasado que entre ti y los griegos hubo". Él dice: "Quiero contarlo, con tal que me des silencio". Concediólo. Yo me espanto poderlo acabar consigo; que las mujeres son diablos. Yo salgo a pedir silencio, no a los hombres, porque es llano, que tienen de conocerlo. Sólo con mujeres hablo; que tienen tan largos picos que pretendiendo gastarlos, están parlando continuo, sentadas, corriendo, andando, en sus casas, en la iglesia, en el sermón, en los autos, y aun me dicen que hay algunas que están durmiendo y hablando. Y, porque vengo mohino de un caso que me han contado, referiré algunos males de los muchos que han causado para que se eche de ver que las mujeres son diablos. Ya saben que la primera causa de nuestro pecado fue mujer, y de mujer la forma en que le engañaron. Mil males causó la Cava a España, pues que duraron sus reliquias hasta que el cielo envió a Pelayo. Y también los causó Elena a atenienses y troyanos y a griegos, pues que dos veces a dos príncipes la hurtaron. La primera a Teseo, rey de Atenas a quien Castor y Apolux en campal guerra de su poder la sacaron; y la segunda, fue Paris; que era lo de [los] troyano[s]. Príamo, aquéste la hurtó a otro rey, que es Menelao. Ningún bien causó tampoco Clitimnestra, pues dando a su marido la muerte fue causa de tantos daños. Pero, ¿qué me maravillo? ¡Que las mujeres son diablos! La cautelosa Semíramis, estando un tiempo reinando con su marido, el rey Nino, le pidió por solo espacio de cinco horas su poder, y apenas se le hubo dado cuando le mandó matar por quedar con todo el mando. Mil más pudiera decir; pero déjolo, mirando que vengo a pedir y el pobre nunca ha de ser porfïado, y también me mueve a ello ver que de allí me han mirado dos mujeres que por señas me dicen que calle, y callo; que me lo mandan mujeres, que las mujeres son diablos. Mas, si me fuera yo agora con el cabello así largo a meterme entre mujeres, ¡cómo saliera pelado! Más quiero volver la hoja y deshacer el agravio y en lo que toca a ser Eva, causa de nuestro pecado, yo digo que Adán lo fue y sábese de San Pablo cuando dice que en Adán mueren, y resucitamos. Y Cristo, nuestro maestro nos dice aquesto bien claro, que mujer nos dio el remedio si por mujer fue el pecado. Y así mal dice el que dice que las mujeres son diablos. Si algún mal causó la Cava a España, sólo [Juliano] la forzó, y donde hay fuerza nunca interviene pecado. Si Semíramis mató a Nino, fue porque estando en sus reinos, no quisieron amplificar sus estados. Después de muerto quedó por reina, y en un caballo, de todas armas vestida, con sus gentes salió al campo sujetando muchos reinos: Etíopes, Egipcianos. La valerosa Cenobia, de Palmirenos espanto, es quien rindió a Capodacia y a Persia, y está enseñando a dos hijos que tenía el latín, griego y hebraico. Las invictas amazonas dieron poderío y mando a dos mujeres que fueron las que España han envïado reliquias de aquellos godos que se han ido prolongando hasta el tercero Filipo que Dios guarde muchos años. Y así mal dice el que dice que las mujeres son diablos. Bien las he vuelto su honra. A fe que me deben harto; que lo que dije al principio era que venía enojado, y agora lo iré también si no dan lo que demando, que es el silencio que dio Dido a Eneas, y gustando oirán la mejor comedia que se haya visto en tablado. Y también doy la palabra de que aquí y en cualquier cabo, desmentiré al que dijere que las mujeres son diablos.
BAILE DEL AMOR Y DEL INTERÉS
Salen los MÚSICOS MÚSICOS: Entre apacibles vergeles que adornan flores vistosas y cantan los ruiseñores entre los lirios y rosas, y las cristalinas fuentes riegan hierbas olorosas, y hace fértiles labores y aljófar sus hojas brotan haciendo el céfiro manso en el jazmín y amapola, un sonoroso rüido al menear de las hojas andaba a caza Cupido. Sale Cupido con arco y aljaba y flechas, vendado los ojos Entre contento y congoja, por negarle la obediencia las damas bellas, graciosas, miran que es obedecido del pastor a la real pompa rindiéndosele a sus pies cuanto de este mundo gozan. Siente que mujeres flacas le quieren quitar la gloria, y se la den a interés entre preseas y joyas, quítase el arco y aljaba y entre la hierba lo arroja cuando vio entrar a Interés con gran majestad y pompa. Sale Interés, muy galán con cadena y sortijas de oro Cadena de oro en el cuello, sortijas, preseas y aljorcas, alegre en ver que le estiman el mundo y naciones todas, paséase ante Cupido y con meneos se entona. No le hace acatamiento de que Cupido se enoja. Quítase la venda Amor, y dícele: "Cómo osas parecer en mi presencia, siendo invencibles mis obras?" Interés le ha respondido: "Como han sido cautelosas conociendo sus afectos, se han acogido a mi sombra. Los dos hacemos el juego y porque es cosa notoria, escucha aquesta razón y conocerás mi gloria". Obras son amores, hermano Polo, obras son amores que no amor sólo. Cupido replica: "Aqueso es porque mi fuerza afloja cuando el amor es fingido, y dádivas le sobornan". A aquesta razón responde Interés aquesta nota: "Dos amorosos galanes quieren a una dama hermosa. Pregúntanla a quién más ama. Y ella dice melindrosa, --Fulano me quiere mucho mas Zutano me hace obras--. Da el uno amor y palabras, el otro da amor y doblas". Interés es cosa firme y Amor un jerigonza. Si no, mira aquesta letra que tu mismo nombre nombras, y por verse atropellado de sus entrañas te arroja. Danzan al son de la letra "Las damas de hogaño, Blas, que visten sedas y galas, querránte bien si regalas y más cuando dieres más". Dice Amor, "Es cierta cosa; que no les diera su hacienda, luego más parte me toca". Quiso Interés replicar mas Amor con voz sonora dice que es cosa muy justa que esté por igual la gloria. Interés no lo consiente; que el premio da la victoria. Declaren por ser sentencia Belisa y la bella Flora. Salen Belisa y Flora en traje aldeano Salen las pastoras bellas como al salir de la aurora; salen los rayos de Febo haciendo ricas alfombras. Las dos hacen reverencia y ellos que los campos bordan con luces de sus reflejos, con su mesura se adornan. Amor les propone el caso y con razones exhorta a que sentencien por él; que es cosa que les importa. E Interés descubre el hecho y su gran cadena toca mostrando preseas y anillos y otras riquezas y joyas. Las dos entran en acuerdo y en sentenciar se conforman que lleve sólo Interés el lauro de la victoria. Oyendo Amor la sentencia a voces dice, "¿qué importa que en los jardines del Chipre tengo yo mi trono y pompa, y allá en los campos Elíseos suene mi sonora trompa, y en el monte del Parnaso que su publique mi gloria si soy de Interés vencido?" E Interés dice, "Aquí os toca que hagáis lo que yo os mandare". Y callando, Amor otorga, "¿Por qué razón un bastardo, hijo de una mujer loca, conmigo se ha de igualar; que soy quien el mundo asombra? Seamos, Amor, amigos, y con mudanzas graciosas los dos quiero que bailemos con estas damas hermosas". Bailan al son de esta letra Amor, pues quedáis vencido, no tiréis, porque os arrepentiréis. Ya vuestras flechas, Amor, que están de tormento y lloro, Interés las vuelve de oro que se reciben mejor. Aplacad, luego, el rigor y no tiréis porque os arrepentiréis. Amansad un poco el brío en tirar a los amantes; que con perlas y diamantes tiene Interés señorío, lo demás es desvarío. No tiréis, porque os arrepentiréis. Bueno es Interés y Amor, si los dos corren parejas; que se entra por las orejas este süave licor. Mas Interés es mejor. No tiréis porque os arrepentiréis.
ACTO PRIMERO
Suena música y salen al tablado [tres] tambores, uno con un pendón levantado y en él un león, otro con una fuente de plata con una corona, otro con otra fuente con una espada. Después en orden, todos los que pudieren y corriendo una cortina aparece en un tribunal el rey don ALFONSO, armado el pecho, galán y descubierta la cabeza. Arrímanse todos a los dos lienzos del vestuario ALFONSO: Hidalgos asturianos reliquias y sucesión de godos y de romanos, fortaleza de León que he de regir con mis manos; por el valor sin segundo que tenéis, máquinas fundo para dar a España asombros, y he puesto sobre mis hombros el mayor peso del mundo. Los reinos y majestades suelen tener por grandeza lisonjas y falsedades, y así pongo en mi cabeza montes de dificultades. Poca paz y mucha guerra son columnas de reinar; que el hombre que en rey se encierra entre las sirtes del mar y volcanes de la tierra, siempre ha de vivir velando. La vida le van gastando los cuidados con que lidia, y los linces de la envidia sus obras le están mirando. Desde la gallega sierra hasta la andaluz nevada me está llamando la guerra. Mirad si es carga pesada para un hombre hecho de tierra. En efecto a mi persona el cuidado no perdona; que a todo estaré ofrecido desde oí que habrá ceñido mis sienes esta corona. SANCHO: Seas, Alfonso, de hoy más para los moros un rayo que abrase, y sí lo serás; que eres nieto de Pelayo y vas dejándole atrás. Ya que es hecho la elección, falta la coronación. Permita, pues, tu persona ponerle espada y corona en señal de posesión. De Pelayo es esta espada, que el mundo causaba espanto en su brazo levantada, y si viviera otro tanto viera a España restaurada. Ármate, señor, con ella, serás sol de la milicia y hemos de jurar en ella; tú de guardarnos justicia, nosotros de obedecella. Con aquesta un león se doma, de tus vasallos la toma, que darte quisieran ellos el águila de dos cuellos con el imperio de Roma. Y si en aqueste estandarte, por insignia un león te han dado, ellos gustarán de darte el fuego del scita helado, del tracio el armado Marte, las águilas del romano, arco y flechas del persiano, los leones del inglés, los tres lirios del francés, las lunas del otomano. Y en tanto, señor, que vienes a estos pomposos trofeos, ciñe con ésta tus sienes, que aumenta nuestros deseos esta majestad que tienes. Toma la corona y sube a coronar el REY La corona te asegura del reino la envestidura, como a los pasados reyes; pero de guardar las leyes sobre esta espada jura. Ponen la espada junto al rey [ALFONSO] y llegan todos a feudar ALFONSO: Pues ha de ser de esa suerte en su cruz; que en la malicia de muchos ha sido muerte, juro de guardar justicia. TODOS: Nosotros de obedecerte. ANCELINO: De ti la reina conciba más hijos que tuvo Egisto. TODOS: ¡Viva Alfonso el Casto! ALFONSO: ¡Viva! Para que la fe de Cristo en su defensa reciba. Aunque hay hombre que son hechos nobles por naturaleza, libres de tributo y pechos, la verdadera nobleza se adquiere con nuestros hechos; Tener la familia llena de nobles, nobleza es buena; mas ser solamente honrados con hechos de los pasados es buscar nobleza ajena. Supuesto, pues, lo que digo, si en España rica y bella fue desdichado Rodrigo, procuremos echar de ella al africano enemigo; que en los reales pendones espero ver dibujadas águilas, quinas, leones, castillo, barras, granadas, y otros famosos blasones. Y espero dejar tal lauro, si las Españas restauro, que este león que celebro beba del Turia, del Ebro, del Tajo, Betis y Dauro. SANCHO: Rey eres de las montañas. Ensancha, Alfonso, tu tierra. ALFONSO: Con vuestras grandes hazañas. Tornan a tocar las cajas TODOS: ¡Guerra, Alfonso, guerra, guerra! ¡Restauremos las Españas! SUERO: Pues ya con tanto valor te han jurado por señor, los españoles cristianos te hemos de besar las manos o los pies será mejor. Tocan la música y llegan de dos en dos al rey humillándose. Luego hacen otra reverencia al pendón real y suben a besar la mano al rey. Levántese el rey a tomar el pendón [y] cáesele la corona de la cabeza ALFONSO: La corona se ha caído de mi frente, ya he tenido prodigio adverso. SANCHO: Eso no; que a caso rey se cayó. Vuélvesela a poner ALFONSO: Plegue a Dios que así haya sido. Toma el rey el pendón y tres veces le levanta y abaja, y la última vez se quiebra el hasta del pendón, y cae en el suelo, quedándose el rey con el pedazo de él SANCHO: Rota el hasta, ya me asombra. ALFONSO: Mi Dios, que eterno se nombra, dice que no me asegure porque no hay reino que dure; que esta vida es humo y sombra. Los reinos y monarquías de cualquiera rey o reina son las olas del mar frías; sólo Dios por siglos reina, que el hombre reina por días. Ningún rey seguro viva, que el imperio que celebra es de vidrio o flor altiva; que entre las manos se quiebra o que el aire la derriba. Levanta el pendón don SANCHO y dale al rey SANCHO: Esos agüeros desprecia; tu corona estima y precia porque sangre no ha llovido el cielo como se vido cuando entró Filipo en Grecia. Como en la guerra de Dario no han hablado las murallas, la región del aire vario no ha visto entre sí batallas como en el tiempo de Mario. En las nubes inconstantes no has visto armados gigantes, ni has visto como otros reyes hablar los perros y bueyes y ladrar los elefantes. Junto al sol de luz eterna no se ha visto una persona, ni bramar una caverna. ¿Qué es caerse una corona y quebrarse una hasta tierna? Vive, señor, muy seguro; pon el pendón en el muro. Muestra el corazón más ancho. ALFONSO: Bien me aconsejáis, don Sancho. SANCHO: Tu vida y honra procuro. ANCELINO: Ya León su rey te ha hecho, acaba esta ceremonia; que es de fuero y de derecho. ALFONSO: La confusa Babilonia llevo dentro de mi pecho. Vanse en orden de dos en dos, y el rey detrás, tocando la MÚSICA. Salen doña JIMENA, con una carta abierta y un pañuelo a los ojos, y doña ELVIRA ELVIRA: Lágrimas das en despojos; la carta te da pasión. Sin duda dándote enojos te ha deshecho el corazón, pues lo destilan los ojos. JIMENA: Siempre he sido desdichada y como mis ojos vieron una carta que me agrada, con sus lágrimas quisieron dejar la letra borrada. ELVIRA: ¿Luego, lloras de placer? JIMENA: Los gustos suelen hacer que esté a veces afligida porque gustos de esta vida sin amargo han de tener. Sigue el resplandor del día la oscura noche que asombra, la muerte pálida y fría la vida al cuerpo, su sombra, y el disgusto al alegría. Y como tal pensamiento hasta el alma me penetra, y en la carta gusto siento temo que de cada letra ha de nacer un tormento. ELVIRA: Será mi dicha muy corta sin ese gusto, y te importa contarlo porque es doblado el gusto comunicado, y el mal contado se acorta. JIMENA: Son cosas para callar. ELVIRA: Por fïel merezco lauro. Más muda tengo de estar que grulla pasando el Tauro, y que pez cortando el mar. De tu recato me admira, mi amistad advierte y mira al deudo y obligación. JIMENA: Dices bien, tienes razón. Oye, pues, mi doña Elvira. Hízome el cielo piadoso hermana de Alfonso el casto, que a imitarle no borrara estas letras con mi llanto. Aunque viven en el mundo los reyes idolatrados, que apenas tiene deseos porque de nada están faltos. Aunque entre púrpura y telas, y en camarines dorados adulan sus majestades lisonjeros cortesanos; aunque gobiernan el mundo en sus soberbios palacios cuyos chapiteles de oro escalan el cielo santo; aunque dan blasones y honras, no tienen seguro estado, que también pueden los reyes ser a veces deshonrados; pies tiene torpes y feos el pavón bello y ufano, calentura el león, y frío el elefante gallardo; así los reyes del mundo, aunque ricos, tienen algo que refrene su potencia, que en efecto son humanos. Y como está de una suerte sujeto el fino brocado a la mancha negra y fea, como la jerga y el paño, suele caer en los reyes, aunque son oro acendrado, la escoria del deshonor y la mancha del agravio. Cayó por flaqueza mía en la sangre que heredamos; que como es vidrio la honra quiebra por lo más delgado. Por mis pecados, al fin, quizá no por mis pecados que es Dios incomprehensible y son secretas sus casos, hubo una justa en León donde los godos hidalgos quebraron lanzas al rey, y entre ellas su honor quebraron. Entre los nobles de Asturias salió a la justa don Sancho, digo el conde de Saldaña, aunque bastaba nombrarlo. Salió, con armas azules y con azules penachos, hecho un cielo en el color y un infierno en mi descanso, en un overo andaluz que al margen del Betis claro se crió dejando atrás los vientos desenfrenados. Corto el cuello, el rostro alegre, de caderas fuerte y ancho, no era potro ni era viejo aunque estatua remendado. De estas razones, mi Elvira, podrás colegir de espacio si olvidará al caballero quien se acuerda del caballo. Como ligera saeta que disparada del arco por el arrogante persa, sin ser vista, llega al blanco. Y como desde las nubes girando bajan los rayos hasta romper con su furia los edificios más altos, tal fue Sancho en su carrera que de él fuimos derribados, yo de toda libertad, del caballo su contrario. Tras sí llevó el corazón de este pecho y corrió tanto que me he quedado sin él porque no pude alcanzarlo. Al fin, desde aquellas justas quedo con algún cuidado de ver el que yo tenía en oírlo y en mirarlo. Son los ojos lenguas mudas, son parleros secretarios, del alma son vidrïeras y del corazón retratos. Ellos, al fin, le dijeron lo que callaron mis labios, con la grana de vergüenza encendidos y encarnados. Amor, con las flechas de oro, para que no fuese ingrato hirióle el pecho de acero y así me sirvió dos años. Al fin, para no cansarte, de esposo le di la mano y por ella me ganó el resto de mi recato. Correspondí a sus deseos y a diez meses desdichados tras los dolores de amor me afligieron los de un parto. Un niño grande y hermoso el fruto fue de este árbol; que por dar fruto sin tiempo merece ya ser cortado. Lleváronle a las montañas, su nombre ha sido Bernardo, y con orden de su padre ha sido en ellas crïado. Mil prodigios vide entonces. Los edificios temblaron; tronaron los aires densos, aunque era invierno erizado. Soñé que de mis entrañas nació un león africano, que a los franceses comía y a los moros daba espanto. Sospecho que ha de ser hombre que a España sirva de amparo; porque a veces saca Dios grande bien de un gran pecado. Ya hemos visto en este mundo buen fin de principios malos, y aunque aborrezca mi culpa el suceso será honrado. Hoy supe de su salud; que me escribió don Gonzalo, el que en su casa le tiene, y esto ha causado mi llanto. ELVIRA: Si tu afición no me engaña, yo no te puedo culpar; que tu culpa fuera extraña con hombre particular, no con Sancho, el de Saldaña. JIMENA: Temo por muchos respetos que mis esperanzas borre, y que con paso inquietos el tiempo que aprisa corre descubrirá mis secretos. Las culpas no se encubrieron, que aún las piedras las dijeron y siempre lo que en mal hecho aún no les cabe en el pecho a los mismos que lo hicieron. ELVIRA: Yo me voy; que el conde viene y quizá te querrá hablar algo que a los dos conviene. JIMENA: Tu discreción singular aficionada me tiene. Vase doña ELVIRA y sale don SANCHO SANCHO: ¡Mi Jimena! JIMENA: ¡Mi don Sancho! Ya mi corazón ensancho por recibirte en mi pecho aunque es aposento estrecho y era menester más ancho. SANCHO: Si he vivido dentro de él, ¿ya es estrecho? JIMENA: Si, señor, que siendo a mi amor fïel tanto has crecido en amor que ya no cabes en él. Aunque si tienes de entrar en mi pecho, es ancho mar en constancia y en valor. Aunque entren ríos de amor, todos hallarán lugar. SANCHO: ¿Y no podrá suceder que mengüe? JIMENA: Sí, puede ser; mas saliendo amor de mí, como ha de ser para ti a su centro ha de volver. SANCHO: Dices bien. ¿Qué carta es ésta? JIMENA: De venta de mi virtud; que hoy la he tenido por fiesta, mensajera es de salud que está esperando respuesta. Don Gonzalo, vuestro tío, de quien mi honra confío, y no como en pecho ajeno, me escribe como está bueno aquel hijo vuestro y mío. SANCHO: ¿Por eso habéis de llorar? Antes la nueva merece quitaros todo pesar. JIMENA: Es verdad; mas me entristece el no poderlo gozar. Dicen dentro ANCELINO: ¿Sabes que soy Ancelino? SUERO: Ni pedirlo determino porque le eres muy molesto. JIMENA: Acude, don Sancho, presto pon en paz a tu sobrino. Vanse. Salen SUERO y ANCELINO SUERO: Doña Elvira no consiente tu amor, ni he de consentir tu loco y necio accidente. ANCELINO: Yo la merezco servir con mucha razón. SUERO: ¡Él miente! Ponen mano a las espadas ANCELINO: Sin duda quieres, traidor, que esta espada con rigor el infame pecho te abra de quien nación la palabra que me ha quitado el honor. Sale don SANCHO SANCHO: Quien la corte ha alborotado merece ser castigado aunque mi sobrino sea. Apartad. Entre el rey, JIMENA, RAMIRO, primo de ANCELINO, y gente ALFONSO: Luego se vea quién de los dos es culpado. ANCELINO: De mi misma boca fía; que te diré la verdad. A tu cámara venía, díjome una necedad, respondíle que mentía. SUERO: ¿Hay tal maldad? ¿Tal permito y la vida no le quito? ALFONSO: En eso ofendes mi pecho; que confesar lo mal hecho es preciarse del delito. SUERO: Escucha, señor, advierte que yo fui... SANCHO: Calla, cobarde, pues no le diste la muerte. [..................... -arde] [..................... -erte]. ALFONSO: ¡Prendedlo ya! Prenden a ANCELINO y llévanle SUERO: ¿Hay tal afrenta? ALFONSO: ¿Suero Velázquez consienta que sin campo ni batalla le satisfaga? SUERO: Antes... SANCHO: Calla, la lengua tu agravio sienta. ALFONSO: ¡Ah, don Sancho! SANCHO: ¿Señor? ALFONSO: Mira, ¿quién provocó el corazón de Ancelino a tener ira? SANCHO: Sospecho que celos son y amores de doña Elvira. ALFONSO: Llamadla; que hoy determino casarla con tu sobrino. Vase un criado SANCHO: Será paz el casamiento. RAMIRO: (Nueva será de tormento Aparte para mi primo Ancelino). Vase RAMIRO SANCHO: (¡Ay, honra, como eres vida Aparte del corazón principal, si una vez estás perdida, nunca tarde, poco o mal le será restitüida. Aquél que con honra nace, mire en guardarla, qué hace, porque un edificio labra tan frágil, que una palabra lo derriba y lo deshace. Gran vigilancia conviene que el honor por valer más tan hecho espíritu viene que no se siente jamás hasta que ya no se tiene.) Sale doña ELVIRA ELVIRA: ¿Qué manda tu majestad? ALFONSO: Darle dueño a tu beldad, a tu pecho fortaleza, a tu cuerpo otra cabeza, a tu honor seguridad, darle a tu casa gobierno, un freno a tu voluntad, prudencia a tu ingenio tierno, imperio a tu libertad, a tu cuello un yugo eterno, un descuido a tu cuidado, a tu edad honroso estado, para tus dudas consejo, para tus ojos espejo, y en efecto un desposado. ELVIRA: (Si será don Suero, sí, Aparte mi ventura será inmensa). SUERO: (¡Que aquél que desmentí Aparte me atribuyese su ofensa, pues vivo, no la sentí! ¡Ah, rigurosa Fortuna, ayer dos almas tenía y hoy he perdido la una!) ALFONSO: (Trocar quiero en alegría Aparte esa tristeza importuna). Hoy quiero dar galardón a tu amorosa pasión, a tus padres alegría, a tu lecho compañía, regalo a tu corazón, canas a tu poca edad, a tu hacienda nueva parte, aumento a tu calidad, y otro tú imagino darte para mayor igualdad. SANCHO: (¡Que seis letras han deshecho Aparte la nobleza de este pecho; mas las obras han de ser las que habrán de deshacer lo que palabras han hecho!) ALFONSO: Una esposa te doy. Mira, que serla tuya merece; porque es un cielo que admira, es un sol que resplandece, y en efecto es doña Elvira. ELVIRA: (Si es verdad que me ha querido, Aparte ¿cómo no muestra don Suero que contento ha recibido?) SUERO: (Yo le desmentí primero; Aparte mas, ¡ay, que a solas ha sido! ¡Y él con gente cortesana! Mi deshonra al fin es llana; que es la honra la opinión del pueblo, y los hombres son con quien se pierde o se gana. ¡Abriré el pecho inhumano!) ELVIRA: (Que me aborrece es muy llano Aparte el que me adoraba ayer). Está divertido don SUERO y llega el rey y tírale del brazo SUERO: (Su amigo no pienso ser). Aparte ALFONSO: Deisle, don Suero, la mano. SUERO: ¡La mano? (Su majestad Aparte me obliga a no obedecello. ¡No, afrenta mi calidad! Tuerza, si gusta, este cuello pero no esta voluntad). ALFONSO: Dadle la mano, don Suero. SUERO: No está bien a un caballero tal amistad ni tal mano. ELVIRA: ¡Ah, traidor, falso, villano, tal oigo y no desespero! ALFONSO: ¡Ah, don Suero! ¿Habéis oído lo que os he dicho? SUERO: Señor, lo que dices he entendido; mas no conviene a mi honor. ELVIRA: (¿Él ha estado divertido?) Aparte SUERO: (¿Yo su amigo? No haré tal Aparte aunque me venga más mal que hasta aquí, si esto es posible.) ALFONSO: Aspero estás y terrible. SUERO: Por ser noble y principal. ELVIRA: (¿Y yo no los soy, traidor? Aparte ¿A esto me ha llamado el rey?) SUERO: Que obedezco a mi señor, [.................. ley], en lo bueno y justo es rigor. Su majestad no lo pida; que la honra amortecida en sí es posible tornar, pero no resucitar si pierde toda la vida. Aunque mi agravio repara llegarla ya con mi mano; mas ha de ser en la cara. Vase don SUERO ELVIRA: (¿A mí bofetón, villano? Aparte ¡Quién la vida le quitara!) ALFONSO: (O está loco o no ha entendido.) Aparte ELVIRA: (Estará loco fingido.) Aparte ALFONSO: Suero Velázquez, espera. SANCHO: ¡Vuelva, aguarda! ELVIRA: No quisiera. (¡Que esto hubiera sucedido!) Aparte Vanse todos y queda sola ELVIRA ELVIRA: ¿Quién vio tal deshonor en quien ayer era piedra en firmeza y en valor y en quien ha sido la hiedra de los muros de mi amor? Mas el tiempo de esta suerte derriba el muro más fuerte, el agua gasta la piedra, el sol marchita la hiedra, y todo tiene su muerte. El sol fui de sus amores, y él jardín en quien decía que como con sus favores el alba perlas vertía, era yo perlas y flores. Pero viene tiempo en fin que el hielo quema el jardín, el alba aljófar no ofrece, la luz del sol se oscurece, y todo tiene su fin. Pero mi mal no remedio sintiéndolo de esta suerte, quiero buscar otro medio, que, si en todo hay fin y muerte, todo mal tiene remedio. Vuelve don SUERO SUERO: Ya, León, no me verás hasta que venga... ¿Aquí estás, mi Elvira, mi bien , señora? Dame tu licencia agora para no verte jamás. Un hidalgo deshonrado no merece la presencia de este rostro que he adorado. Muera a manos de tu ausencia para ser más desdichado. ELVIRA: Loco, falso, necio, infame, que así es justo que te llame. ¿Cómo a mi presencia has vuelto? ¿O acaso vienes resuelto a que tu sangre derrame? Vase doña ELVIRA SUERO: Ya con desdenes me mata quien me dio vida sin ellos. Trueque el tiempo, ¡oh falsa ingrata!, el oro de tus cabellos en blancas hebras de plata. Pecho y cuello transparentes del cristal con que me alegro hallen ébano las gentes, granos de azabache negro el aljófar de tus dientes. A tus manos de mosquetas cristalinas y perfetas, haga el tiempo mil agravios; los corales de tus labios vuelva en moradas violetas. Arrugue tu tez serena en cárdenos lirios trueque; tus mejillas de azucena tus años floridas seque... ¡Pero no! ¡Que es dame pena! Hoy me matan con rigor tu desdén y mi deshonra, y no sé cuál es mayor si la falta de mi honra o la falta de tu amor. Infame al fin me llamaste, bien el nombre me acertaste; que sólo ese nombre tengo en tanto que no me vengo de aquél que sin duda amaste. Pero hago voto al cielo a mi ofensor y a mi dama de estar al calor y al hielo sin entrar en blanda cama durmiendo en el duro suelo, de no mudar el vestido, ni el cabello más crecido cortar, ni tratar con gente hasta que ofenda y afrente al mismo que me ha ofendido. Vase don SUERO. Salen RAMIRO y ORDOÑO, el uno con papel y tinta RAMIRO: Sin duda lo habrá sabido. ORDOÑO: Holgara que lo supiera. RAMIRO: La mala nueva es ligera y es mala la de un olvido. Ya lo sabrá, y en su llama más calor habrá imagino. ORDOÑO: Bueno quedará Ancelino con enemigo y sin dama. RAMIRO: Aún vale que el agraviado no fue mi primo. ORDOÑO: Es verdad, pero no hay seguridad con un ofendido honrado. RAMIRO: El tiempo cura las cosas con el amistad y el favor. ORDOÑO: Heridas en el honor son heridas peligrosas. Las del honor quebradizo son heridas de alacrán, que curarse no podrán sin el mismo que las hizo. Como la abeja atrevida es quien afrenta a un honrado porque en habiendo picado, le dura poco la vida. RAMIRO: Deja agora esos temores. Si acaso parece, mira y sepa como su Elvira fue precio de otros amores. Asómase ANCELINO al balcón ORDOÑO: Ancelino. ANCELINO: ¿Quién me llama? ORDOÑO: Quien trae nuevas de disgusto y el gusto sin algún gusto. ANCELINO: Luego serán de mi dama. RAMIRO: No es bien que la llames tuya, ni aún suya ha de ser llamada, porque es la mujer casada de su marido y no suya. ANCELINO: ¿Doña Elvira se ha casado? RAMIRO: Agora el rey la casó, porque aplacar procuró a tu enemigo agraviado. Luego la pendencia ha sido de la honra y el amor. Don Suero perdió el honor y tú la dama has perdido. ANCELINO: ¡Ay, amigos! ¿De qué suerte tales nuevas he escuchado y en albricias no os he dado las de mi temprana muerte? Digo que quisiera ser --y nadie, amigos, se asombre-- ofendido de tal hombre a trueco de tal mujer. RAMIRO: ¡Oh, primo! No digas más esa razón; que te infama. Hallar podrás otra dama y otra honra no hallarás. Y aun esa mujer liviana que te ha dejado, si fuera agora tuya, pudiera dejarlo de ser mañana. ANCELINO: Yo me pienso resolver en darle rienda a mi amor; que quien le quitó el honor le ha de quitar la mujer. Pues al rey se la he pedido y habiéndomela negado, a don Suero se la ha dado. El rey me tiene ofendido. Ya no podré refrenar mi cólera, que estoy loco. El rey me ha tenido en poco pues no me la quiso dar. Vase quitando las ligas y atándolas al balcón Vengarme, amigos, conviene. ORDOÑO: ¿De quién vengarte has querido? ANCELINO: De uno que en nada he tenido y otro que en nada me tiene. Dejar quiero la prisión. RAMIRO: No desciendas. Vuelve arriba. ANCELINO: No, abajo; que me derriba el peso de mi pasión. Desciende RAMIRO: Lo que hacer quieres ignoro. ANCELINO: Quebrar de honrado la ley con quitar al reino a un rey que me quitó la que adoro. ORDOÑO: Ni es justo ni hacerlo puedes. No tengas tal pensamiento; que a voces dirán tu intento aquestas mudas paredes. ANCELINO: La reprobada traición que al hidalgo no conviene, dos partes iguales tiene que hacerla y pensarla son. Y siendo aquesto verdad ya, amigos, estoy culpado, porque en haberlo pensado tengo hecho la mitad. Esos papeles, ¿qué son? ¿Para qué pluma traías? RAMIRO: Para si acaso querías escribir en la prisión. ANCELINO: Dame, pues escribiré cosas que al rey den temor. RAMIRO: Ciego estás. ANCELINO: Con el amor y con agravios cegué. Sólo me puede ofender don Sancho en mi pretensión, y con aquesta invención le he de quitar el poder. Mientras puede averiguar el rey aquesta mentira, por librar mi doña Elvira el reino le he de quitar. Escribe ANCELINO RAMIRO: Paréceme que Ancelino delira con este humor. ORDOÑO: Ya tiene para traidor andado el medio camino. ¿Qué será su pretensión? RAMIRO: Será buscar con recato al valiente Mauregato y hacerle rey de León. ANCELINO: Hoy intento una hazaña con que nombre me darán de segundo Julián para los reinos de España. Hoy, si este reino persigo, Alfonso el casto ha de ver que merecí la mujer que el ofreció a mi enemigo. La atrevida pretensión que hoy Ancelino procura, ha de ser la calentura que derribe a este león. Mi corazón sólo basta, montañeses caballeros, para cumplir los agüeros de la corona y el hasta. De gallo mis voces son; que velo en mi honra y así haré que tiemble de mí este gallardo león. Escribe Quiero dejar esta carta, Ata el papel que escribió en la liga que colgó del balcón donde el rey la puede ver, y el que más quiere valer, sígame, tras mí se parta. RAMIRO: Tu sangre me está llamando. ORDOÑO: Y a mí tu mucha amistad. ANCELINO: Perdona, noble ciudad, que tus males voy buscando. Vanse. Salen ALFONSO y el conde TIBALDO ALFONSO: Muéstrase el reino feroz para que el horror y miedo lleve la fama velos a los moros de Toledo, de Córdoba y Badajoz. Gástese en vencer al moro ese pequeño tesoro que hay en Oviedo y León, y el valor del corazón supla la falta de oro. Sale un CRIADO CRIADO: Ancelino ha quebrantado la prisión. ALFONSO: ¿Cómo lo sabes? ¿A quién las llaves han dado? CRIADO: No abrió la torre con llaves. Por la ventana ha saltado. ALFONSO: Si los vasallo mayores que tienen cargo y honores pierden al rey el temor, o en él ven poco valor o empiezan a ser traidores. Pues no me tuvo temor que de él le tengo os prometo; que quien al rey su señor pierde una vez el respeto, mucho tiene de traidor. TIBALDO: Atado dejó un papel del pendiente tafetán que le sirvió de cordel. ALFONSO: Sus intentos se sabrán sabido lo que hay en él. Conoceré sus intentos que las letras son retratos de los mismos pensamientos. ¡Ah, cortesanos ingratos! [................. -entos]. Lee el REY la carta "A los criados que pidieren a vuestra majestad, mereciéndola como yo a doña Elvira, no se le niegue, pues los ha menester quien tiene pretensores de su reino, como son el valiente Mauregato, hijo bastardo del primer Alfonso, y su tío, y así mismo el conde de Saldaña, habiendo [un hijo] en doña Jimena, hermana de vuestra majestad, como ya lo sabe. Ancelino" ¿Hijo? ¿Jimena? ¿Qué espero? Pero creerlo no quiero que el hombre más principal dejando de ser leal deja de ser verdadero. En Ancelino hay pasión por causa de doña Elvira, y al infierno de traición descendió por la mentira que es el primer escalón. Venir a Jimena veo. Salid todos. La verdad saber agora deseo para más seguridad pero no porque lo creo. Vanse todos. Quédase en la puerta TIBALDO y sale por otra JIMENA ALFONSO: Por hacer más extendido, Jimena, el árbol real te caso con un marido que aunque en sangre no es tu igual en los méritos lo ha sido. Con Tibaldo has de casarte. JIMENA: (¡El corazón se me parte! Aparte ¡Ay, mi Dios! ¿Qué trance aguardo? ¡Ay, mi Sancho! ¡Ay mi Bernardo! Recibid de éste mal parte; mas ya sé qué responder). Si, de casto y limpio, nombre has procurado tener, más conviene a la mujer este título que al hombre. Hónrame con él, señor. ALFONSO: De sucesor estoy falto; esto conviene. JIMENA: (¡Ay, dolor!) Aparte ALFONSO: (Con el nuevo sobresalto Aparte se ha trocado el color. Ella sintió la alteración. ¡Qué buenos indicios son de flaquezas, si se ampara con la sangre de la cara, el temido corazón. Si su color natural tiene el rostro, indicios siento; mas no, que sospecho mal porque es muerte el casamiento y vuelve el rostro mortal. Pero un engaño he de hacer que ella misma haya de ser quien me diga la verdad). Tibaldo, con brevedad me trae... Sale TIBALDO que ha estado a la puerta y háblale al oído JIMENA: (¿Qué podrá querer? Aparte ¿Con qué tormento infinito, con qué antojos y pasión sospecha y miedo maldito, vive siempre el corazón, que ha cometido un delito?) Vase TIBALDO ALFONSO: ¿Qué has de hacer? JIMENA: Lo que quisieres. ALFONSO: Casarte. JIMENA: Mientras vivieres, no será razón dejarte. ALFONSO: Conde don Sancho has de casarte pues a Tibaldo no quieres. (Ya se alegra y le comienza Aparte a hacer el rostro rosado, el brasil de la vergüenza; que el cómplice del pecado al delincuente avergüenza). ¿Qué quieres? JIMENA: Tu gusto trata. ALFONSO: Tu maldad está entendida. Mejor será, falsa ingrata, un engaño que da vida que un desengaño que mata. Todo se sabe. JIMENA: Señor, no me causes tal dolor. Tu sangre en mis venas vive. ALFONSO: Para morir la apercibe. (Así lo sabré mejor). Aparte JIMENA: ¿Para qué? ALFONSO: Para morir. JIMENA: ¡Ay, Dios! ¡Qué extraño accidente! Mal me podré apercibir si me matas de repente. Hermano, torna a decir para qué. ALFONSO: Para la muerte, este monstruo torpe y fuerte. (Si es verdad que ella lo ha hecho, Aparte del laberinto del pecho lo sacaré de esta suerte). JIMENA: Alfonso, si hablas de veras, de Dios culpado has de ser. ALFONSO: ¡Ojalá tu no lo fueras! JIMENA: Culpa quisiera tener porque tú no la tuvieras. ¿La muerte me das en fin? ALFONSO: Sí, porque importa tu fin. JIMENA: ¿De qué te sirve, crüel, ser casto como un Abel si eres también un Caín? Fueras otro Salomón y otro David penitente con tu manso corazón, y no un José continente con entrañas de Absalón. Mira, Alfonso, que haces mal. Fue blanco y puro cristal que a castidad te ha dado, hoy lo tiñes de encarnado con esta sangre real. ¿En qué te ofendí, señor? Sale TIBALDO con un vaso de vino ALFONSO: Dame el vaso y vete luego. Toma el vaso el REY y vase TIBALDO a la puerta Confiesa ya sin temor. JIMENA: Eres mozo y eres lego para ser mi confesor. ALFONSO: Tengo, aunque lego, tal ciencia que entendiendo tu pecado, sin encargar mi conciencia antes de haber confesado, te he de dar la penitencia. Aquesta purga te ordeno porque soy médico bueno para curar mi deshonra; que enfermedades en honra se purgan bien con veneno. Pues que no has tenido cuenta con mi honor y el tuyo, ingrata, bebe hidrópica, sedienta; que con veneno se mata la sed que te tienes afrenta. Toma el vaso JIMENA JIMENA: Ya, señor, quiero beber, si éste tu gusto ha de ser; pero dirá mi virtud que me purgas en salud y me brindas sin comer. Mi vida quieres quitar no mi sed, y así no digas que te he querido afrentar aunque si tú me castigas culpada debo de estar. Bebe un trago Poco a poco iré muriendo; crecerá mi mal notorio; y pues que tanto te ofendo, sírvame de purgatorio [el vaso que voy bebiendo]. Bebe Ya, señor, está bebida. ALFONSO: La causa tendrás sabida. JIMENA: No la sé; mas la sospecho. ALFONSO: Confiesa, pues, lo mal hecho mientras te dure la vida. JIMENA: Ya que mi Dios fue servido que este veneno me quite la vida que le ha ofendido, con la purga es bien vomite las culpas que he cometido. Veinte años ha, señor, que le cobré grande amor a un caballero, y después me casé con él. ALFONSO: ¿Quién es? JIMENA: ¡Estás con mucho rigor! Serás con él muy crüel aunque tan querida fui de su corazón fïel; que en darme una muerte a mí, dos muertes le das a él. ALFONSO: Darle una largo confío. Deja el necio desvarío. Díme su nombre. JIMENA: Es [sin] nombre, que no le supe otro nombre sino esposo y señor mío. De él tengo en esa montaña un hijo hermoso y gallardo. ALFONSO: (Ancelino no me engaña). Aparte ¿Cómo se llama? JIMENA: Bernardo. ALFONSO: ¿Fue el conde de Saldaña? Túrbase ella JIMENA: No, señor. ALFONSO: ¿Quién fue su padre? JIMENA: El saberlo no te cuadre. Sólo pido, si ser puede, que aqueste hijo no herede las desdichas de su madre. Hijo y madre natural, del padre un espejo son, pues por mi culpa y mi mal le rompes la guarnición. No le quiebres el cristal. Ya que el árbol has cortado, conserva el fruto, señor, quizá sabrá ser honrado. ALFONSO: No me dará buen olor fruto tan mal sazonado. Muerte te di sin saber tu culpa, y has de tener la vida ya que se sabe. JIMENA: Mi muerte ha sido süave, pues me la diste a beber. ALFONSO: No fue veneno. Levanta; que yo cobrar mi honra quiero, ya llena de infamia tanta. JIMENA: ¡Ay, mi Dios! Que vida espero con el alma en la garganta. ALFONSO: El vino te hizo hablar. JIMENA: Luego bien podré alegar que el vino, como era fuerte y el engaño de mi muerte, me hicieron desvarïar. ALFONSO: No; que la verdad ha sido, y por ella has merecido ser monja de Santa Clara para que cubras la cara que honestidad no ha tenido. Viste de jerga crüel ese cuerpo mal regido, [................... -el] deja el mundo inadvertido [................... -el]. Castigada no estarás, pues en pago de tu pena a vida del cielo vas. Anda, imita a Magdalena ya que a Clara no podrás. Vase doña JIMENA ¿Así Sancho mi honra guarda? Presto le verán difunto. Él es, su muerte no tarda). Don Tibaldo, ten a punto toda mi gente de guarda. Sale don SANCHO y vase don TIBALDO Conde, llamarte quería en este infelice día para ser aconsejado en un caso que ha causado la muerte y deshonra mía. Tú eres médico [que allana] mi deshonra. ¿Qué haré para dar muerte inhumana a un vasallo que hoy hallé abrazado con mi hermana? (Así sabré la verdad). Aparte SANCHO: ¿Qué dice tu majestad? ALFONSO: Digo, porque más te asombre que hoy vi a Jimena y a un hombre sin ninguna honestidad. SANCHO: ¿A quién, señor? ALFONSO: A mi hermana. SANCHO: ¿Y con quién? ALFONSO: Con un crïado. SANCHO: Dime, ¿cuándo? ALFONSO: Esta mañana. SANCHO: (¡Ay, don Sancho, desdichado! Aparte ¡Ay, mujer falsa y liviana!) ¿Y ella, señor, le quería? ALFONSO: Mil requiebros le decía. SANCHO: (Pues, el rey, siendo agraviado Aparte su deshonra ha confesado, también es cierta la mía). Su vida, señor, acaba y quita al que te ofendía los ojos con que miraba, los oídos con que oía y la lengua con que hablaba. Dime, quién es el traidor que nos quitó nuestro honor... Digo como a hermano a ti y como a vasallo a mí, honrado de su señor. Muerte les daré a los dos que su vida y honra gastan en tu ofensa y la de Dios. ALFONSO: Conde, vuestros celos bastan; no tengáis celos de vos. Delincuente sois de amor; que ha descubierto los cielos. Y confesáis vuestro error en el potro de los celos que es el tormento mayor. El consejo tomaré que me dais. ¡Ah, de mi guarda! Prended al conde. SANCHO: ¿Por qué? ALFONSO: Porque el precepto no guarda de Dios, del rey y su fe. Porque, siendo mi hechura, igualárseme procura sin prudencia ni consejo y porque siendo mi espejo no me enseña mi figura. Porque habiéndolo querido, a mi amor ha sido ingrato, porque me tiene ofendido, porque siendo mi retrato, en nada me ha parecido. Encerradlo en esa torre. SANCHO: El tiempo que aprisa corre borró cualquiera delito. ALFONSO: Soy bronce y está en mí escrito: "No has miedo que se borre." Vanse FIN DEL PRIMER ACTO
BAILE DE LAS DIOSAS
Salen las MÚSICAS y cuando quieren comenzar a cantar se ha de correr una cortina y aparece PARIS recostado sobre unas hierbas Quedito, no hagáis rüido porque está Paris durmiendo entre lentiscos y adelfas aunque hacen profundo el sueño. El hijo del gran troyano está ausente de su reino por el sueño de su madre que le desterró en naciendo. Los parleros ruiseñores, su valor reconociendo, cesan las arpadas lenguas mostrando grato silencio. Cuando las tres bellas diosas que son Palas, Juno y Venus llegaron a su presencia haciéndole acatamiento. Salen las tres diosas danzando al son de los instrumentos JUNO: Invencible y fuerte Paris, recuerda, pues ves que el sueño es imagen de la muerte. PARIS: Es verdad, yo lo confieso. ¿Quién sois? Que me habéis nombrado por mi nombre; pues es cierto que me llaman Alejandro. JUNO: Aquése fue nombre impuesto. Porque sepas la causa de buscarte, estáme atento que aquestas diosas y yo gran diferencia tenemos porque estando en un convite una manzana pusieron de oro sobre la mesa, y en ella puesto un letrero: "Dénsela a la más hermosa". Y cada cual pretendiendo serlo, por jüez te nombra, advierte como discreto, Paris, si por mí juzgares, aqueste don te prometo: de hacerte el más rico rey del más poderoso reino. PALAS: Si por mí juzgas, infante, aqueste don te prometo: que tendrás ventura en armas y serás en fuerza Héctor. VENUS: Si por mí dieres sentencia, gran infante, te prometo una saeta amorosa que abrase de amor los pechos. Daréte una dama hermosa que con su poder supremo crió la naturaleza y de rostro más perfecto. PARIS: Ya he entendido la ocasión y vuestros rostros contemplo, y pues lo público he visto quisiera ver lo secreto; mas por los gallardos talles las demás partes penetro y juzgo que la manzana se lleve la diosa Venus. PALAS: Por lo que has juzgado, Paris, a la muerte te condeno y morirás a las manos de Ajax Telemón, el griego. Y porque Paris no piense que tenemos sentimiento las dos iremos bailando al son de los instrumentos. Bailan las dos diosas al son de la letra que cantarán las MÚSICAS "No fiéis de los hombres, niña. ¡Mal haya quien de ellos fía! Venían confïadas las dos bellas diosas, que por ser hermosas fueron señaladas. Quedaron burladas con su porfía. No fiéis de los hombres niña. ¡Mal haya quien de ellos fía! Vanse PALAS y JUNO VENUS: Lo que yo te he dicho, Paris, se ha de cumplir en efecto; que has de casar con Elena mujer de Menelao griego. Tú, ¿no eres hijo de rey gallardo, sabio y discreto? Valiente por tus proezas, no hay de qué tener recelo, y porque es bien celebrar el valor de ese real pecho, danzar quiero en tu presencia. Recibe mi buen intento. Danza VENUS una mudanza curiosa y cierra una cortina con que se da fin al baile
ACTO SEGUNDO
Salen ANCELINO, RAMIRO y ORDOñO. ANCELINO con una lanza y una adarga, con una banda escrita con letras y una corona en la mano ANCELINO: En esta sierra tan alta como la bárbara torre, donde el veloz ciervo corre y el ligero gamo salta, entre estos pinos que quitan los rayos del sol dorados, de heladas aguas bañados que al valle se precipitan, en todo aqueste horizonte sigue la caza ligera, sin dejar ave ni fiera en el aire ni en el monte, aquí le habemos de hallar. RAMIRO: ¿Si querrá admitir la empresa? ANCELINO: En ningunos hombros pesa la máquina de reinar. Un regalo sin segundo al principio el reinar es que no se siente, y después pesa tanto como el mundo. Cargas son, y no pequeñas. ORDOÑO: Si no me engaña el deseo, Mauregato es él que veo bajar por aquellas peñas. ANCELINO: Dices bien. Aquí le dejo la corona, adarga y lanza porque así tengo esperanza de darle un mudo consejo. Si en llegando a este lugar reparando en la corona, se la pone y se aficiona, bien le podemos tentar. Pero si la voluntad a la corona no ofrece, es señal que no apetece el imperio y majestad. Y así es justo que sepamos su intención antes de hablarle. ORDOÑO: ¿Dónde habemos de mirarle? RAMIRO: Entre aquellos verdes ramos. Dejan la adarga en el suelo y encima la corona y lanza, y escóndense, ya descendiendo MAUREGATO de un monte, en el traje que mejor le pareciere a un hombre que vive en el campo MAUREGATO: Alto monte en quien descansa sin ser cazada la fiera, ribera alegre, agua mansa, fieras, monte, agua, ribera, vuestra soledad me cansa. Duros robles donde oía de las aves la armonía, fuentes y flores süaves, robles, fuentes, flores y aves ya me dais melancolía. Ya al mar no lleváis mis penas, arroyuelos de cristal, que estas sierras no son buenos para la sangre real que hierve en aquestas venas. Al mundo, de polo a polo dará vueltas como Apolo, no he de ser más cazador. Basta ser sólo en valor sin ser en la vida solo. Mira la corona ¿Qué rey dejó estos despojos? ¿Quién trató tales trofeos? Ilusiones son o antojos que mis soberbios deseos representan a mis ojos. ¿Corona en esta aspereza? Por donde vio más flaqueza el demonio me ha tentado. ¡Qué bien dirá este tocado a esta hidalga cabeza! El gentil, cristiano, el moro esta diadema procura a costa de su tesoro porque vale más su hechura que los quilates del oro. ¿Qué montes no ha derribado? ¿Qué mares no ha navegado? ¿Dónde no hizo traición la codicia y ambición de aquesto que aquí he hallado? Hace a las gentes airadas los campos de sangre tiñe, leyes funda mal guardadas, y al fin las sienes que ciñe son por ella idolatradas. Pero si el reinar es sueño, yo que agora soy su dueño, rey de un mundo he de ser hoy, pues rey de mí mismo soy; que soy un mundo pequeño. Pónese la corona La que siempre he deseado a ver en mis sienes vengo, pero soy un rey pintado pues que de rey sólo tengo estar cual rey coronado. Mas, ya al orbe de la luna el mundo verá subidos mis intentos. Aquí hay una letra: "Con los atrevidos es favorable Fortuna". Esta letra está en la banda del adarga Dice bien. Tiene razón. Tenga, pues mi corazón atrevimiento gallardo. Hijo soy, aunque bastardo de Alfonso, rey de León. Toma la lanza y adarga El reino he de pretender; que con esta lanza basto a derribar el poder del segundo Alfonso, el casto, por ser medio hombre y mujer. Ya que no hay hombre presente que mi coronada frente pueda ver y respetar, yo mismo me he de mirar en el cristal de esta fuente. Bueno estoy con tal trofeo; mas, pues no veo mi rostro, y en estas aguas le veo, al rey que he visto me postro, pues que vasallos deseo. Llega entre unos ramos como en una fuente, y allí se está mirando, levantando la lanza al hombro, la adarga en el brazo, y la corona puesta, hace humillación a su sombra Para que pueda afirmar que me han visto coronar, plantas que quitáis enojos, haced de las hojas ojos con que poderme mirar. Pero examinarme quiero, si sabré imitar los reyes, ya en León me considero, poniendo y quitando leyes, el rostro grave y severo; afable con el leal, airado con el traidor, Hace todos los ademanes que va diciendo encima de la fuente con todo[s] semblante igual, modesto en el bien mayor, compuesto en cualquiera mal, derecho el cuerpo ha de estar, los ojos no han de mirar, la cabeza quieta y alta. ¡Reinarse! Sólo me falta gente y reino en quien reinar. Soy un rey sin posesión, casi a reír me provoco, de ver que mis reinos son como reinos de hombre loco; que está en la imaginación. Pero a lanzadas haré que los de Asturias me sigan, y que los moros sin fe al rey Alfonso persigan hasta que el reino me dé. ANCELINO: (Pues que dispuesto le hallo, Aparte quiero salir a animallo fingiendo que me perdí). MAUREGATO: Un hombre viene hacia mí. Esta vez tengo un vasallo. ¿Quién eres? ¿Adónde vas? ANCELINO: Buscando al gran Mauregato. MAUREGATO; ¿Hazle tratado? ANCELINO: ¡Jamás. MAUREGATO: ¿Qué quieres? ANCELINO: Darle un retrato. MAUREGATO: ¡Buena prenda le darás! ¿Es de dama? ANCELINO: Y tan fïel que muere de amores de él. MAUREGATO: ¿Tanto le quiere? ANCELINO: Le adora y le está esperando agora. MAUREGATO: Pues, hablando están con él. ANCELINO: Besaré tus pies. MAUREGATO: Levanta, el retrato manifiesta. ¿Tiene hermosura? ANCELINO: Que espanta. MAUREGATO: ¿Y quién es la dama? ANCELINO: ¡Aquésta! Descubre Ancelino un tafetán donde está pintado un león. Puede ser el mismo pendón que sacaron al principio MAUREGATO: Nunca vi hermosura tanta. ANCELINO: Ésta se quiere entregar a tu valor singular; que el esposo que ha tenido, como siempre casto ha sido, no la ha sabido agradar. De esta dama que he mostrado hoy será repudïado; que para su condición su esposa es vivo león y para [ella] está pintado. MAUREGATO: (No va sucediendo mal Aparte tu pretensión, Mauregato. Corona hallaste real y agora el reino en retrato; ¡él vendrá en original!) Imagen, que la belleza te puso naturaleza en dientes, manos y pies, porque tu hermosura es la invencible fortaleza, si mi imperio en la ciudad que representes se ve y me muestras voluntad, un oso y tigre seré con quien tengas amistad; pero bravo león, advierte, que si te mostrares fuerte, resistiendo a mi ventura, seré gallo y calentura que te dé temor y muerte. ANCELINO: Yo a servirte estoy propicio. Doble el tafetán; que lo ha tenido extendido hasta aquí MAUREGATO: Subirás como una hiedra arrimado a mi servicio. Eres la primera piedra de mi soberbio edificio. Para vasallo te prevengo, y si en popa a crece vengo, en valor has de crecer que eres todo mi poder pues más vasallo no tengo. Eres mi reino. Salen RAMIRO y ORDOñO RAMIRO: No es tan pobre el reino que alcanzas porque agora tiene tres. MAUREGATO: Ya crecen mis esperanzas. ORDOŃO: Danos a besar tu pies. MAUREGATO; Al pecho podréis llegar; que es más honrado lugar. RAMIRO; Es mucha merced el pecho. MAUREGATO: A aquellos que rey me han hecho este pecho he de pagar. ANCELINO: En tu edificio real, un triángulo seremos, y de tu sol sin igual somos tres rayos que hacemos figura piramidal. Tres vidas hemos de ser dispuestas a tu servicio las cuales han de hacer al cuerpo del edificio crecer, sentir y entender. Llamarnos el que nos viera los tres luceros pudiera de tu cielo sin segundo, las tres partes de tu mundo, las tres zonas de tu esfera. De Alfonso fuimos crïados, pero a buscarte venimos para volver más honrados. Sólo tu gusto pedimos para darte sus estados. La justicia no permite que tu sobrino te quite lo que es tuyo de derecho. Saca valor de ese pecho que esta empresa facilite. De estas montañas vendrán mil nobles asturïanos que su hacienda te darán, y si faltaren cristianos, los moros te ayudarán. MAUREGATO: Seguidme, pues, con recato. Veréis, amigos, que trato con valor la empresa altiva. ANCELINO: ¡Muera Alfonso! TODOS: ¡Muera! ANCELINO: ¡Y viva en su reino Mauregato! Vanse. Salen BERNARDO en hábito de labrador y SANCHA de labradora BERNARDO: No me nieguen luz también esos ojos que son cielos. SANCHA: Tengo celos. BERNARDO: No hay de quién; aunque no los llames celos sino rigor y desdén. Todo tiempo, oh Sancha ingrata, tu amor con desdén me trata, desde que a este monte y llano frescas flores da el verano, y el invierno helada plata. Sólo tu rigor me aqueja desde que el sol con su vuelo pasa un signo y otro deja bordando el raso del cielo con su dorada madeja; desde que empieza Dïana y da fin el crüel Saturno con su cabellera cana a repartir por su turno los días de la semana; desde que en el firmamento con su rapto movimiento sale el sol que al aire dora de las faldas de la Aurora y se esconde en su aposento; desde que la noche fría al melancólico suelo con sus lágrimas rocía hasta que se afeita el cielo con las colores del día; al fin, en mi pecho moras y tú, Sancha, me enamoras con tus partes más que humanas siglos, años y semanas, meses, noches, días y horas. SANCHA: Lisonjas falsas destierra cuando vienes de esa sierra que a pasos cazando mides, licencia a señor no pides para armarte e ir a la guerra. Pues si te da más cuidado la guerra que mi favor, ¿con esto no has declarado que has quebrado ya en mi amor pues que quieres ser soldado? BERNARDO: No puedo, Sancha, negar que es verdad; mas de esta suerte he pretendido ganar valor para merecerte. SANCHA: Y aun para olvidar. Sale GONZALO, viejo, con gabán y báculo GONZALO: Bernardo. Sancha. SANCHA: ¿Señor? GONZALO: ¿Qué tratáis? BERNARDO; Hemos tratado: yo cosas de cazador... SANCHA: Y yo de las lluecas que he echado de mi costura y labor. GONZALO: Honrado entretenimiento. Habla aparte SANCHA a BERNARDO SANCHA: Trátale del casamiento. BERNARDO: Y si no, ¿te doy enojos? GONZALO: ¿Qué es lo que pides? BERNARDO: ¿Los ojos no han dicho mi pensamiento? GONZALO: Yo no puedo adivinar. BERNARDO: ¿Qué te puedo yo pedir? GONZALO; Mil cosas que puedo dar. BERNARDO; Pues, ¿qué ganó, por servir, Jacob? GONZALO: ¿Te querrás casar? BERNARDO: Eso propio. GONZALO: ¿Y es la esposa? BERNARDO: ¿No ves tú quién puede ser? GONZALO: ¿Sancha? SANCHA: ¿Yo? BERNARDO: Era melindrosa. Quiere ella ser mi mujer y agora está vergonzosa. Tocan dentro una caja de marchar BERNARDO: Pero, señor, ¿no has oído? Soldados han descendido de la montaña esta vez. Sola una espada, pardiez, y la bendición te pido. Si verme entre moros puedo, la espada te pagaré; porque si muerto no quedo corvos alfanjes traeré de los moros de Toledo. De Córdoba, borceguíes que allá dicen marroquíes; de Granada almohadas de grana y oro labradas que parezcan de rubíes; caballos de los que cría la fértil Andalucía; la manteca de azahar que el moro suele envïar de Valencia a Berbería; y si soldado me nombras en estas plantas y riscos que a tus casa hacen sombras, pondré alquiceles moriscos, turcos bonetes y alfombras. GONZALO: Si quieres ser desposado, ¿cómo has de ir a ser soldado? BERNARDO: Bueno es casarse, señor, mas... SANCHA: ¿qué dices? BERNARDO: Que es mejor estar ya, Sancha, casado. GONZALO: ¡Ah, señor, la inclinación descubre su natural! ¡Ah, columna de León! ¿Cómo en aqueste sayal no cabe tu corazón? Sale SUERO Velázquez SUERO: Noble casa [en] que nací con bienes y honra, ya tienes un hijo pródigo en mí; que el otro volvió sin bienes, yo sin honra vuelvo a ti. De verme en ti se recate el padre que me desea; porque mejor es que trate que yo la ternera sea que mi venida se mate. GONZALO: Hijo. BERNARDO: Señor. SUERO: Con tal nombre nadie me llame ni nombre. No soy el que has engendrado porque el hombre deshonrado el ser ha perdido de hombre. No des los brazos, señor, a una hiedra que ha trepado por los muros de tu honor; y hoy en el mundo ha derribado con su pequeño valor,. A la cámara real tu retrato has ofrecido, y díjole un desleal "miente;" que no ha parecido al famoso original. Calló como hombre pintado tu retrato, y deshonrado de la corte el rey lo echó. Si soy tu retrato yo, ya, señor, estoy borrado. GONZALO: Dime con razón más clara para matarte tu lengua. SUERO: Sobra vergüenza en la cara y falta aliento en la lengua del que sus faltas declara. Ancelino, un secretario del rey que soberbia y fama le ha dado el tiempo voltario, quiso también a mi dama como loco y temerario; toda la noche y el día con recados la ofendía. Advertílo, replicóme; enfadéme y ofendióme, y díjele que mentía. A su espada mano echó; yo a la mía. Fui tras de él. Vino el rey y preguntó: --¿Que es aquesto?-- Entonces él dijo que me desmintió; yo que estaba inadvertido porque él era el desmentido, quise hablar. Quedé confuso; el rey en medio se puso y con él quedé ofendido. GONZALO: Cobarde hijo, desvía; pues quebraste de esta vez un báculo que tenía para arrimo a la vejez de esta sangre helada y fría. ¿A casa de un padre honrado vuelves sin satisfacción del honor que te han quitado? ¿Quien sale así de León en un cordero se ha entrado? Imprimieras en su cara tu mano corta y avara, y cumplieras con la ley de quien eras; aunque el rey la cabeza te cortara. No me diera la tristeza la muerte que tu deshonra; que el pecho donde hay nobleza ha de redimir su honra a costa de su cabeza. ¿A tu casa vuelta das? Tahur del honor serás; que en la corte lo jugaste y en perdiendo el que llevaste vuelves a casa por más. Pero yo advertirte quiero que si al dado o al tablero tu legítima perdieras, volver a casa pudieras para llevar más dinero; pero agora, sabe Dios, que con esto que has perdido quedamos pobres los dos. BERNARDO: Bernardo es el ofendido, no vertáis lágrimas vos. Don Suero estará vengado si acaso está declarado en las leyes del honor; que la ofensa del señor puede vengar el crïado. Soy magnánimo gigante que escalar los cielos pienso. Soy colérico elefante con la sangre de la ofensa que me ponen hoy delante. Soy tigre que voy buscando, como leona bramando, el hijo a quien tuve amor; que es la honra de un señor con quien yo me estoy honrando. Con tus agravios estoy como un mar con su tormenta; bramidos de toro doy en el coso de tu afrenta. Rayo de esta nube soy; a la corte voy. Perdona, no me detenga persona que le perderé el decoro; que soy elefante, toro, tigre, mar, rayo, leona. GONZALO; Bernardo, vuelve. ¿Adó vas? BERNARDO: No podré, que soy río que tornar no puedo atrás. GONZALO: Pues, ¿qué pudo el honor mío? Torna tú; que sí podrás. Esta venganza que ordena el que a su honor satisface, como virtud y obra buena; que aprovecha a quien la hace más que le vale la ajena. Como una moneda ha sido la satisfacción honrada; que entre nobles no ha corrido si acaso no está acuñada por mano del ofendido. Deja que sepa ganar lo que ha sabido perder; que hasta que se vuelva a honrar ni a mi mesa ha de comer, ni en mis casa ha de entrar. Vase don GONZALO SUERO: Tiene mi padre, Bernardo, mucha razón. Sólo aguardo tu consejo y tu favor. BERNARDO: Hallarás en mí, señor, un corazón muy gallardo. SUERO: Parte, Bernardo, a León y sabe si al secretario le tiene agora en prisión el rey; que fue mi contrario en esta satisfacción. Habla a don Sancho, mi tío, que aunque el enemigo mío no tiene mi calidad, fijarás por la ciudad carteles de desafío; y en tanto, amigo, que vienes en estas sierras aguardo. Vase don SUERO BERNARDO: En mí, crïado mantienes que te servirá. SANCHA: ¡Ah, Bernardo! Al irse, ásele SANCHA a BERNARDO ¡Ah, traidor, qué prisa tienes! ¿Sin despedirse de mí te vas a la corte así? Bien con esto me has mostrado que te doy poco cuidado. BERNARDO: No me voy si quedo en ti. SANCHA: Sí, te vas; pues que me dejas. ¿Qué me tienes de traer? BERNARDO: Zarcillos a las orejas que sordas quisieron ser a mis lástimas y quejas; gargantillas de cristal que parezcan en tu cuello azabache natural; cintas para tu cabello; para tus brazos coral traeré, pues mucho te debo; un verde sayuelo nuevo en que mis esperanzas esté; y a ti misma traeré en el lugar que le llevo. Vase. Salen MAUREGATO, ANCELINO, RAMIRO y algunos moros. Saquen una caja sin tocarla y una bandera cogida MAUREGATO: Espero coronarme antes del día, agora que la noche está en silencio por vuestro gran valor, alarbes moros y la justicia que en mi empresa tengo. CAPITÁN: Prosigue valeroso Mauregato en hacer inmortales hoy tus hechos. Contigo tienes moros valerosos que a pesar de la muerte, envidia y tiempo el reino te han de dar, cuya corona tu nombre hará escribir en bronce eterno. Sólo te falta confirmar agora las condiciones que tratado habemos. MAUREGATO: Capitán, el más fuerte que en España con cristianos milita, yo prometo, por los sagrados que nos miran, de ofrecer a los moros largos pechos. Cien doncellas daré, las más hermosas que el sol con su dorado movimiento alumbra entre cristianos, las cincuenta hijas de algo, cincuenta labradoras que en tributo daré todos los años. Podéis, para regalo y pasatiempo escoger en el reino a vuestro gusto; que todo mi poder ha de ser vuestro gesto. CAPITÁN: Con ése puedes ya darnos el orden que habemos de guardar. MAUREGATO: Eso lo dejo a la industria y discurso de Ancelino. ANCELINO: Si el mío ha de seguirse, es vencer presto sin aguardar batalla rigurosa, y ya que hemos llegado con secreto junto a los muros de León famoso, pues el portillo para entrar sabemos, en linternas que tengo prevenidas luces pongamos; que encubiertas dentro cuando en los fuertes muros nos veamos las luces en un punto sacaremos. La gente que está dentro, descuidada deslumbrada, después tanta luz viendo, asombrada del son de las trompetas y sonorosas parchas, tendrán miedo. Apenas podrán ver a donde huyan. Si queremos matar, muerte daremos, si vencerlos no más, en esta noche por vencidos los cuento desde luego. La grande Jericó fue así ganada; imitemos agora a los hebreos. MAUREGATO: ¡Industria milagrosa! Entremos, guía; que el reino ha de ser nuestro antes del día. Vanse. Salen el rey ALFONSO y TIBALDO TIBALDO: Ya, señor, como mandaste dejo en ásperas prisiones a don Sancho de Saldaña, en el cubo de una torre. Con buen ánimo me dijo, --Pienso sufrir estos golpes con que el tiempo ha derribado el crédito de este conde, porque el vasallo leal siempre ha de vivir conforme con la voluntad del rey si se ha de preciar de noble. Y como no es cosa nueva que una nave se trastorne [........................] cuando el mar salado rompe, no es nuevo que en este mundo caiga de su trono un hombre, pues son olas inquïetas las privanzas de las cortes. A su majestad suplico que mis defectos perdone, y pues que ya están proscritos, con su clemencia los borre--. ALFONSO: No era rey ni yo sabía su malicia y culpa entonces, siendo rey, cupe mi agravio. Sufra pues, padezca y llore. Dentro [tocan] a rebato y dan voces VOCES: ¡Viva! ¡[Viva] Mauregato! ¡Rey ha de ser esta noche! ALFONSO: ¿Quién alborota a León con rumor de guerra y voces? Sale un CRIADO alborotado CRIADO: Ampara, señor, tu reino y a tus vasallos socorre, antes que de su ruína y de ellos la muerte llores. Esta noche miserable, no sé cómo ni por dónde, en León se ha entrado gente que ni se ve ni conoce. Entre las voces y gritos que van dando, sólo se oyen de Mauregato y de Alfonso de cuando en cuando los nombres. Los de León que esto ven luego a salir se disponen. Vuelven ciegos, deslumbrados de diversos resplandores. Con linternas encendidas, con luces y con faroles van todos y de esta suerte cualquiera los desconoce. Ni sabemos si son moros, ni franceses ni españoles; que Mauregato ha incitado a ser contigo traidores. Mas sin duda son leoneses, pues con tal secreto y orden han ganado sin ser vistos los alcázares y torres. ALFONSO: Dios, a cuya providencia nada se encubre ni esconde, los castigos nos envía conforme a las intenciones. Sin duda no soy buen rey pues Dios que lo reconoce tan sin pensarlo me quita el reino y me deja pobre; pero si valen defensas, hidalgos, alarma toquen. Pues sois hijos de un León, por fuerza seréis leones. Vanse. Tocan al arma. Salen por la puerta dos [ciudadanos] de León huyendo de los MOROS MORO 1: El que quisiere la vida, rey a Mauregato nombre. CIUDADANO 1: Morir quiero y ser leal. MORO 2: Pues, repare estos dos golpes. MORO 1: Ríndete. CIUDADANO 2: Tengo valor. MORO 1: Niega, pues, en altas voces que es rey Alfonso. CIUDADANO 2: No quiero. ¡Viva! MORO 2: ¡Que así nos deshonres! Tocan. Sale el CAPITÁN moro y otros tras TIBALDO CAPITÁN: ¿Has conocido, cristiano, otros brazos más feroces? TIBALDO: Resistencia hay en los míos. CAPITÁN: ¡Mientras que yo no los corte! Ríndete humilde a mis pies porque tu pecho perdone. CIUDADANO 1: Entreguémonos. TIBALDO: No es justo. CIUDADANO 1: No hay otro medio que importe. Salen los más que pudieren de León TIBALDO: ¡Viva, Alfonso! CIUDADANO 2: Es imposible que al perdido reino torne. Asómase MAUREGATO a lo alto, armado, coronado, con una lanza al hombro y dos moros a los lados con dos hachas encendidas MAUREGATO: Hidalgos asturianos, cuyos famosos blasones hará perpetuos el tiempo para que a los reyes honren, Mauregato es el que os habla, el que ha vivido entre montes para sufrir como ellos la máquina de esta corte. Un rey tenéis valeroso con pecho de duro bronce, y de fuerzas tan extrañas que gobierna entero un roble. Díganlo en esas Asturias osos y ciervos veloces que aquestos desguijaraba a falta de los leones. No habrá desde el claro Betis hasta los hielos del Tormes castellano ni andaluz a quien mis fuerzas no asombren. Hijo soy de Alfonso el magno, rey vuestro y de los mayores que han dado temor al mundo con su valor y su nombre. Si Alfonso reinar quisiere nueva gente, y reinos cobre, salga a prisa de los míos antes que el cuello le corte; que ya en Oviedo y León he mandado que tremolen en posesión de los reinos mis no vencidos pendones. El que quisiere seguirme las insignias de paz tome antes que el cercano día descubra sus arreboles. Quítase MAUREGATO y vase a entrar y detiénese a las voces de ALFONSO que aparece en otro muro con otras dos hachas a los lados CIUDADANO 1: Hidalgos, viva quien vence. Sigamos los vencedores. CIUDADANO 2: Mauregato es nuestro rey. Su cabeza se corone. ALFONSO: Descendientes de los godos, ¿dónde está la sangre noble que vuestras venas crïaban? ¿Dónde vais? ¿A ser traidores? Vuestro legítimo rey, ¿es razón que se despoje de las insignias reales para que un bastardo adornen? TIBALDO: ¿Quién nos habla? ALFONSO: Vuestro rey. TIBALDO: Huye, Alfonso, no provoques el pecho de Mauregato porque su vida perdone. ALFONSO: ¡Vasallos! CIUDADANO 1: Ya no lo somos. ALFONSO: Los leales cazadores, ¿dónde están? CIUDADANO 2: En nuestros pechos. ALFONSO: ¿Quién los ciega? TIBALDO: Dos temores: de tu vida y de la nuestra. Por todos peligro corre. Golpes son de la Fortuna. Ni nos culpes, ni te enojes. Vanse y queda ALFONSO solo ALFONSO: Ya, reino, perdido vas. Plega a Dios no hayas perdido la fe con que agora estás y que por malo que he sido no me eches menos jamás. Plega a Dios, muerto León, que seas el de Sansón y que en ti nazca un panal para tu bien y por mal de la morisca nación. A Navarra voy huyendo, no por temor de la muerte sino porque así pretendo con un ejército fuerte ganar lo que estoy perdiendo. Tú, León, en quien me vi diferente del que aquí mientras que volver no pueda todo también te suceda que no te acuerdes de mí. Vase. Sale BERNARDO con un cartel y un bastón BERNARDO: Gracias a Dios que en León me hallo y adonde espero dar a mi señor, don Suero, honrada satisfacción. En aquesta mármol frío y más que mi Sancha duro fijaré por más seguro el cartel de desafío. Salen RAMIRO y ORDOñO RAMIRO: Hacernos debe mercedes el rey con pródiga mano. ORDOÑO: Papeles fija un villano en mármoles y paredes. ¿Qué será? RAMIRO: No sé qué sea. Preguntárselo deseo. ORDOÑO: Labrador, ¿es jubileo que se gana en vuestra aldea? BERNARDO: Una indulgencia es, señor, que la gana una persona, y con ella se perdona un deseo en el honor. ORDOÑO: ¿Qué Papa la ha concedido? BERNARDO: El papa des desagravio y cualquier honrado y sabio la gana se está ofendido. ORDOÑO: Nuevos pontífices son. BERNARDO: Sí, que también en el suelo tiene las llaves del cielo la justicia y la razón. RAMIRO: Si es cédula de alquiler o venta de vuestros bueyes en las casas de los reyes no es bien que ese escrito esté. ORDOÑO: ¿Qué alquiláis, villano honrado? BERNARDO: Deshonrado caballero, yo mismo alquilarme quiero. ORDOÑO: ¿Y es vuestro oficio? BERNARDO: Extremado. Sé castigar socarrones que en las cortes adulando los vientos andan papando para ser después soplones. Castigo los lisonjeros que siempre han sido sus fines hacer de abuelos ruínes nietos grandes caballeros. Al que nació en pobre estado, y el mundo volando mira, en alas de la mentira que ha vestido y afeitado. Al que ayer sirviendo vi para ser mozo, aunque viejo, que quiere ser del consejo que no tiene para sí, lo que no quieren iguales siendo en esto como Dios, éstos castigo. RAMIRO: A los dos, ¿por qué nos tienes? BERNARDO: Por tales. RAMIRO: ¡Gracioso a fe! BERNARDO: Soylo poco. Vosotros sí, que vivís con gracias. Salen ANCELINO y un MORO con su adarga ORDOÑO: Los dos venís a tiempo de ver a un loco. MORO: ¿Qué hace en aquella puerta? BERNARDO: No hago ningún yerro. Esperando estaba un [perro] para llevar a mi huerta. ANCELINO: Gusto el villano nos siente. BERNARDO: Cualquier perro o cristiano que me llamare villano, téngase dicho que miente. ORDOÑO: Pues, ¿qué eres? BERNARDO: Un labrador tan honrado como él; que he puesto aqueste papel en nombre de mi señor. ANCELINO: Quitadlo para romperlo. BERNARDO: Pues yo, ¿de qué sirvo aquí? RAMIRO: De mirar. BERNARDO: Pues, ¿no hay en mí valor para defenderlo? Llega RAMIRO a quitarle y no se atreve BERNARDO: ¿Dónde vas? RAMIRO: A hacerlo pedazos. BERNARDO: Llegue, pues, el fanfarrón; sabrá lo que es un bastón regido por estos brazos. ANCELINO: ¿Que temes a este villano? BERNARDO: Ya se tiene un "miente" a cuenta. Llega ANCELINO y no se atreve, y llega el MORO y va a bastonazos tras él ANCELINO: El que no es igual no afrenta. BERNARDO: Llegue, pues, llegue la mano. MORO: Yo llegaré, y el papel rasgaré en tu misma boca. BERNARDO: Pues mire que si le toca que ha de ladrar como él. Huya el galgo pues que sabe correr, pues la caza sigue. Vase el MORO ORDOÑO: Ancelino lo mitigue antes que aquí nos acabe. BERNARDO: ¿Quién es Ancelino aquí? ANCELINO: Yo soy quien dijiste. BERNARDO: Pues, este cartel que aquí ves viene, traidor, para ti. Don Suero te desafía. Señala campo y jüeces y yo te reto mil veces de traición y alevosía. El vestido y el calzado, la comida, armas y cama y cuanto tuyo se llama queda por traidor retado. Vasallo soy de don Suero de quien al rey le dijiste que sólo le desmentiste desmintiéndote él primero. Y así como su hechura te he dicho, falso, quien eres. Si de mí vengarte quieres, seguir mis pasos procura. Vase BERNARDO ANCELINO: ¿Tal escucho y no le sigo? RAMIRO: En nada estás agraviado; que es un villano y crïado de tu afrentado enemigo. ORDOÑO: El papel rasga. ANCELINO: De enojos para rasgarlo y leer, fuerza y luz no he de tener en las manos ni en los ojos. Salen MAUREGATO y ELVIRA MAUREGATO: Dama, en extremo he sentido que con tan poca cordura sin saber de tu hermosura a un capitán te he ofrecido. Pero ya mi corazón tanto se alegra de verte que estimo más el perderte que a este reino de León. ANCELINO: El rey, ¿qué podrá querer a mi Elvira? MAUREGATO: Hoy será justo que al ídolo de mi gusto sacrifique tal mujer. Dame un abrazo. ELVIRA: ¡Ay, mi Dios! Amparad la que os adora. ANCELINO: (Yo seré tu amparo agora, Aparte pues nos importa a los dos). Vanse RAMIRO, ORDOñO y ANCELINO MAUREGATO: No muestres el pecho ingrato porque abrazarte me atrevo. Tocan dentro a rebato Algún motín hay de nuevo pues que tocan a rebato. Acudir quiero a saber este escándalo y motín. Espérame, serafín en forma de una mujer. Vase MAUREGATO. Sale por otra puerta ANCELINO ANCELINO: (Buena industria fue la mía Aparte para echar al rey de aquí. Amor, si vuelves por mí, celebrar pienso este día). Mi cielo, mi doña Elvira, cuyo norte y resplandor el aguja de mi amor tocada en tu piedra mira, por casada te he tenido con don Suero, y con recato hice rey a Mauregato del rey Alfonso ofendido; mas ya, Elvira... Sale el CAPITÁN moro CAPITÁN: (Esta cristiana Aparte desde el punto que fue mía, amores y celos cría con su vista soberana. Llevármela quiero ya). Venid, señora, conmigo. Sale MAUREGATO MAUREGATO: No tengo hasta aquí enemigo. Todo el reino quieta está que si el conde de Saldaña está preso, no ha de ser hombre que pueda ofender mi valor y fuerza extraña. CAPITÁN: Con tu licencia, señor, quiero partir. ELVIRA: (Y partirme Aparte el alma que tengo firme en mi ley.) ANCELINO: (Y yo en tu amor). Aparte MAUREGATO: (Pues que perdí la ocasión Aparte y la prometí sin ver. ¡Paciencia, si he de tener por una dama un León!) Cuando quisieres, te parte dejándome alguna gente y al rey darás mi presente. ANCELINO: (Elvira, ¿podré librarte?) Aparte Vanse. Sale BERNARDO solo BERNARDO: Si salgo fuera de León y paso por esta torre, siento una nueva pasión y toda mi sangre corre a alentar el corazón. Torre que el cuello levantas hasta las estrellas santas, mucho vales, mucho puedes: pues con tus mudas paredes me alborotas y me espantas. Alguna deidad se encierra en tus archivos supremos; que ha causado en mí esta guerra porque ambas nos parecemos en ser compuestos de tierra. Oh, piedras, no seáis avaras si algunas reliquias caras tenéis en tanto silencio; que os adoro y reverencio como si fuérades aras. Sale el CAPITÁN moro, otros dos [moros] y ELVIRA CAPITÁN: En mí un cautivo tendrás y una voluntad muy llana, y si tu ley vale más el alma tendré cristiana porque tú mi alma serás. ELVIRA: Con razón mi suerte dura el Mahoma de tu seta me ha hecho, pues mi hermosura ha sido un falso profeta de la ley de mi ventura. (¡Ay, reino mal gobernado! Aparte ¡República de mil yerros! De tu cuerpo me has cortado y me arrojaste a los perros como miembro cancerado.) BERNARDO: (¿Tendrá Bernardo paciencia Aparte viendo a una dama llorosa llevada así con violencia? No es mi Sancha tan hermosa y perdóneme su ausencia.) Brazos, aquí es menester descubrir vuestro poder. Dame tu favor a mí para dártelo yo a ti, hermosísima mujer. ¿Va acaso de buena gana esa dama con vosotros? CAPITÁN: ¡Oh, qué pregunta villana! No; llevámosla nosotros. BERNARDO: ¿Y sabéis como es cristiana? CAPITÁN: Sí. (El villano es del cartel. Aparte Vengaréme agora de él). BERNARDO: Pues, si han venido a cazar hoy la presa ha de quitar a tres galgos un lebrel. No va bien de esa manera un serafín con Mahoma, con lobos una cordera, con cuervos una paloma. CAPITÁN: ¡Oh, villano! ¡Dadle! ¡Muera! BERNARDO: Ambas cosas cumpliré que la dama habéis de darme y yo también moriré cuando Dios quiera matarme. CAPITÁN: Sin ser Dios te mataré. BERNARDO: Dos vidas me habrás quitado si el alma doy en despojos, una la que Dios me ha dado y otra que me dan los ojos de ese cielo que he mirado. ¡Reparad, perros! Da en ellos CAPITÁN: ¿Quién eres, monstruo de naturaleza? BERNARDO: Defensor de las mujeres. ELVIRA: Dale mi Dios fortaleza si darme la vida quieres. BERNARDO: Noche seré negra y fría que os he de quitar el día porque este sol, no es razón que se ponga hoy en León y que salga en Berbería. CAPITÁN: Muro soy de la milicia. BERNARDO: Hoy lo veré derribado por tu soberbia codicia porque soy rayo arrojado del trueno de la justicia. Huyen los moros Cobardes, ¿por qué hüís si tres y armados venís? CAPITÁN: Porque eres un Lucifer. BERNARDO: Ése no os puede ofender que es el Dios a quien servís. Tras de vosotros iría pero es presa sin provecho. Alégrese el triste día pues la niebla se ha deshecho que tu sol escurecía. Por tu rostro y ojos bellos soy un cristiano Sansón. Mi fuerza está en los cabellos pero aquésos tuyos son que el valor me tiene de ellos. Y pues ya segura vives si dones de hombres recibes, recibe la voluntad de quien te dio libertad para que tú le cautives. ELVIRA: De quien me libre y rescata [recibo el favor.] BERNARDO: Me admira la modestia con que trata el donaire con que mira, y la prisa con que mata. (Ya, Sancha, puedes creer Aparte que el amor pasado pierdo aunque en mucho has de tener que de tu nombre me acuerdo mirando aquesta mujer). ELVIRA: Caballero o labrador, sombra, espíritu o favor que del cielo me ha venido, ¿quién eres? BERNARDO: Ángel he sido de la guarda de tu honor. De esa montaña nací; mis padres no conocí aunque en nada los imito pues cual cera me derrito después que tus ojos vi. ELVIRA: (¿Quién habrá que no se asombre Aparte de un labrador tan gallardo, tan urbano y gentil hombre? [................... Bernardo] [..........] ¿Cómo es tu nombre? (Si el corazón no me engaña, Aparte éste es hijo de Jimena y del conde de Saldaña). BERNARDO: Aunque la estancia no es buena, vamos, dama, a esa montaña. Verás las sierras hermosas que viste abril de librea, guarnecidas de sus rosas y el diciembre las platea con nevadas mariposas. Siempre las pacen ganados; las ovejas valedoras entre los valles y prados, y las cabras trepadoras entre los riscos pelados. De sus ásperas entrañas brotan agua las montañas que cuajada en cristal frío cae despeñada en un río enramado de espadañas. Allí en robles erizados las abejas cuidadosas labran panales dorados picando flores y rosas de los árboles y prados. Así mi pecho fïel te dará mil cosas buenas; un oso seré crüel que descorcharé colmenas para sacarte la miel. En abril la tierna almendra el pámpano y el hinojo que entre las zarzas se engendra el clavel temprano y rojo con el lirio y con la cendra; el mayo que amor enseña te dará la guinda roja, regalada aunque pequeña en junio la breva floja y la amarilla cermeña; el julio la suave pera que almizque hurto el olor y el color robó a la cera, la manzana que dolor causó a la mujer primera; en el agosto abrasado las uvas en su sarmiento, en el septiembre templado con el durazno avariento el membrillo más guardado; el octubre en quien helada muestra su cara el otoño, la castaña que está armada arrebolado el madroño, y la nuez encarcelada; y porque más viva esté la memoria entre los dos, un alma al fin te daré tan amable para Dios según nos dice la fe. ELVIRA: Como obligada le estoy, aficionándome voy. BERNARDO: ¿Qué me dices? ELVIRA: Que te digo. BERNARDO: Llevando tu sol conmigo una esfera cuarto soy. Vanse los dos FIN DEL SEGUNDO ACTO
ACTO TERCERO
Salen doña ELVIRA y BERNARDO BERNARDO: Ya en las montañas estamos donde el lobo huye de día, saltan los ligeros gamos, el águila en peñas cría, y el pajarillo en los ramos. Esta casa que señalo es del noble don Gonzalo de quien yo labrador soy, y donde palabra doy que no faltará regalo; pues yo, porque tú me quieras, del aire derribaré todas las aves ligeras, y en los montes mataré las más selváticas fieras. Traeré la perdiz lozana con el pico y pies de grana a quien Dédalo envidió porque la sierra inventó cuando fue persona humana, el jabalí colmilludo que a pesar de Venus pudo ver a Adonis muerto y frío, y sacaré de ese río la lisa anguila y pez mudo. Sale SANCHA a la puerta BERNARDO: Aldeanas juntaré si la soledad te agravia. Sólo al Fénix no traeré porque habiendo de ir a Arabia en tu ausencia moriré. ELVIRA: Yo para dejar pagadas voluntades como aquéstas, te haré de seda pintadas polainas para las fiestas con dos camisas labradas. Pañuelos de holanda fina, con cuadros en cada esquina, cordones, cuantos gastares, y el día que te casares te serviré de madrina. SANCHA: Antes debéis de venir a ser vos la desposada. BERNARDO: ¿Celos me viene a pedir? SANCHA: Más sola y más deseada te pensaba recibir. De la jornada que has hecho vuelves con mucho provecho pues que por esta señora trocaste una labradora que llevabas en el pecho. Entre tantos terciopelos, ¿quién dudara que olvidaste las sortijas y sayuelos y el coral que me mandaste? ELVIRA: Donosas están los celos. BERNARDO: ¿Por qué, mi Sancha, estás triste? Si en tal espejo te viste, donde el mismo sol se ve, que con él te traigo a fe todo lo que me pediste. Sale SUERO SUERO: Mi Bernardo. BERNARDO: Mi señor. SUERO: Seas bienvenido a fe. ¿Mostraste ya tu valor en mi defensa? BERNARDO: Reté a Ancelino de traidor. Carteles puse en León donde ya los moros son el regimiento y gobierno, y un ángel de Dios eterno traigo a casa en conclusión. Míralo. SUERO: ¿Qué es lo que veo? ¡O sueño lo que deseo o me favorece Dios! ¿Mi doña Elvira, sois vos? Porque casi no lo creo. ELVIRA: Bien dudaste y bien creíste que yo quién era no soy, como tú no eres quién fuiste. SUERO: Loco de contento estoy. ELVIRA: Y yo estoy loca de triste. SUERO: Hoy, y con mucha razón, no cabe en mi corazón el bien que en mi casa tengo. ELVIRA: A las de tu padre vengo, y no porque tuyas son. SANCHA: Buenos sus amores van. Basta que ha sido alcahuete pretendiendo ser galán. BERNARDO: ¿Quién con Elviras me mete si Sanchas favor me dan? Sale don GONZALO GONZALO: ¿Qué dama es ésta que mira este monte? ¿Es doña Elvira? ELVIRA: Las manos, señor, me dad. GONZALO: Vuestra venida contad que me suspende y admira. ELVIRA: Huyendo de la injusticia y no de justicia vengo; que quien huye sin delitos se retrae en tales templos. Dos contrarios tiene el mundo que son la muerte y el tiempo; ellos deshacen sus cosas y así mi bien han deshecho. Después que el rey don Alfonso tiene al de Saldaña preso,... que siempre el cielo, aunque tarda, castiga pecados viejos.... después que está penitente Jimena en un monasterio donde con gusto del alma padece penas el cuerpo, la Fortuna varïable el castigo de los cielos, el gran descuido de Alfonso, y los pecados del reino trajeron a Mauregato y a diez mil moros trajeron a los muros de León una noche con secreto. El soberbio Mauregato como un Lucifer soberbio quitó la silla de Alfonso; que el rey es dios en el suelo. Pero aquí faltó un Miguel que con brazo justiciero quien como Alfonso dijese derribando los soberbios. Coronóse Mauregato y a Alfonso puso en destierro mostrando en aquestos días que su reino es, sólo, entero. Siguiéronle los más nobles porque el interés y el miedo son dos cosas que derriban los honrados pensamientos. A los moros sus amigos de Badajoz y Toledo les ofreció cien doncellas --¡Oh, bárbaro ofrecimiento!-- Él ha impuesto este tributo y si agora paga censo la santa virginidad, plega a Dios no sea perpetuo. Era cosa lastimosa mirar a los padres viejos llorando como unos niños que el amor es padre tierno, las madres viendo sus hijas se arrancaban los cabellos dando voces y arrojando hebras de plata en el suelo. Muchas de las tristes hijas despedirse no pudieron que los suspiros y el llanto cortaban la voz y aliento. Toda fue una confusión, plegarias, votos, deseos, exclamaciones y gritos, y el rey más duro con esto que un corazón obstinado más se endurece con ruegos, y al que es tirano deleita un lastimoso suceso. Cupe en suerte a un capitán, y Bernardo llegó a tiempo que iba mi honor peligrando entre ladrones intentos. Fue en mi tormenta dudosa el resplandor de Santelmo, y en mi diluvio el arco que en señal de paz me dieron. Libróme de muchos moros con aquel nudoso fresno y huyendo de mis desdichas con él a tu casa vengo. GONZALO: ¡Ay, desdichado León! ¡Ay, Asturias! ¡Ay, Oviedo! ¡Qué miserias y ruínas te vienen ya persiguiendo! Entremos, Elvira, en casa que tanto estas cosas siento que sólo vuestra venida me servirá de consuelo. Éntranse SUERO: De esta suerte mi venganza no puede tener efecto; mas pues mi dama he cobrado el honor cobrar espero. Vase. Sale MAUREGATO dando voces MAUREGATO: ¿No sabéis mi condición? Que con mi brazo robusto pegaré fuego a León si contradice mi gusto como a Roma hizo Nerón. Haré como otro Anibal, de cuerpos humanos puentes. Siendo a Falaris igual, haré que bramen las gentes en un toro de metal. Por las divinas estrellas que alumbran los altos coros que las casadas más bellas se han de entregar a los moros cuando faltaren doncellas. Matarélas como Atila si no van de buena gana. Seré un Mario, seré un Scila vertiendo sangre romana; seré otro godo Totila. Mi imperio no es tiranía y justas mis obras son. ¡Qué extraña melancolía! Golpes me da el corazón cercado de sangre fría. Los miembros están sudando, la vista me va faltando... ¡De repente tanto mal! Pero yo, ¿no soy mortal? ¿De qué me estoy admirando? Van saliendo unas figuras enlutadas con hachas, otro con una bandera arrastrando y otro con un cuerpo en los hombros a modo de entierro y detrás una figura de DEMONIO con una cadena en las manos Aquéstas, ¿qué luces son: ¡Caso extraño! ¿Qué visión tengo delante los ojos? ¿Son sueños, sombras, antojos: ¿Es entierro o ilusión? Dime, amigo tú, lo cierto. PRIMERO: Llevamos a Mauregato a enterrar. MAUREGATO: (Yo no estoy muerto. Aparte ¿Cómo aquesto no los mato? Pero yo, ¿no estoy despierto?) ¿Quién es éste que lleváis? SEGUNDO: Mauregato. MAUREGATO: ¿Donde vais? TERCERO: A enterrarlo. MAUREGATO: ¿Quién decís? PRIMERO: Mauregato. MAUREGATO: ¿A qué venís? SEGUNDO: A enterrarlo. MAUREGATO: ¿Hoy me matáis? Sombra, espíritu, figura, ¿dónde vas? DEMONIO: Por Mauregato. MAUREGATO: ¿Adónde? DEMONIO: A la sepultura, a llevar el cuerpo ingrato con el ánima perjura. Van pasando, éntranse. Quiere echar mano MAUREGATO a la espada MAUREGATO: Oye, escucha, espera, advierte. Probarás mi brazo fuerte; mas levantarme no puedo. Estas sombras con el miedo han querido darme muerte. Rabio y pierdo la paciencia. Sierpes me rompen el pecho, pero sierpe es la conciencia del que mala vida ha hecho y muerte sin penitencia. El corazón se me abrasa. Gente de mi reino y casa, venid. Sabréis este día que la humana monarquía como un relámpago pasa. Un sol fui que entré León con resplandor y con fama, y hoy estoy en Escorpión que me muerde y que derrama veneno en mi corazón. La misma muerte me hiere. Quien mal hace, mal recibe. El que mal vive, mal muere, y quien como bruto vive, morir como bruto espere. Quédase muerte el la silla. Suena dentro un tronador. Sale ANCELINO ANCELINO: Hoy he visto una doncella que oscurece al mismo sol. Sólo tú, rey español, eres digno agora de ella. Su majestad, ¿qué imagina? ¿Duerme? Mas, ¡ay, dura suerte! Que a sólo Dios y la muerte el rey la cabeza inclina. Pues él ha inclinado tanto, muerte está que a Dios no mira. Su rostro negro me admira. Sus ojos me dan espanto. Si el rey murió de repente, ¿qué fin podré tener yo? Si está vivo... pero no; que ni se mueve ni siente. El triste pecho me rompe, la guarda quiero llamar; pero no, yo he de reinar mientras que no se corrompe. El mundo ha de ver agora un rey muerto en un momento y otro rey que tiene intento de reinar sólo una hora. Pónese ANCELINO al lado de MAUREGATO y salen dos CIUDADANOS ¡Ah, de la guarda! ¡Hola, gente! CIUDADANO 1: ¿Quién llama? ANCELINO: Su majestad. (Mi dañada voluntad Aparte goce la ocasión presente). Que pongáis en más prisiones a don Sancho, el de Saldaña. (¿No es semejante hazaña Aparte para todos corazones?) Vase el CIUDADANO y vuelve CIUDADANO 1: Muza ha llegado a esta puerta, ¿entrará? ANCELINO: Bien puede [entrar]. Vanse los CIUDADANOS. Sale el CAPITÁN Muza. [ANCELIN0]: (A mi Elvira he de cobrar Aparte si de dolor no está muerta). ANCELINO hace que habla el REY con el dedo CAPITÁN: Su majestad, ¿en qué entiendes? ANCELINO: Que prendáis a Muza luego manda el rey. CAPITÁN: Agora llego. Mi venida, ¿en qué le ofende? ANCELINO: Porque su vida le priva de una dama que te dio. CAPITÁN: Un villano la quitó a los moros con quien viva. Los demás están al lado de ANCELINO, que no pueden ver si está muerto MAUREGATO ANCELINO: El del cartel fue sin duda que se vaya presto fuera. CAPITÁN: (Nunca este agravio creyera; Aparte mas cualquier hombre se muda). [Sacan preso al CAPITÁN] ANCELINO: Buscar quiero mujer bella. ¡Ah, de la guarda! CRIADO: ¿Señor? ANCELINO: Que vais por doña Leonor porque quiero gozar de ella. CRIADO: Y vamos. ANCELINO: Al camarero manda que venga. CRIADO: Ya viene. ANCELINO: (Todas las joyas que tiene Aparte gozar como rey espero). Sale el CAMARERO ANCELINO: Su majestad ha mandado que traigas de su tesoro todas las piedras y el oro. CAMARERO: Voy por ellos. Vase el CAMARERO ANCELINO: ¡Con cuidado! (Con esto no satisfago mi atrevido pensamiento, si como rey no me asiento y si mercedes no hago. Sentaréme, y quien me viere que es favor ha de pensar. ¡Qué gustoso es el reinar!) Allega otra silla junto al rey. Siéntase. Salen RAMIRO y ORDOñO ORDOÑO: Ramiro está aquí. ANCELINO: ¿Qué quiere? RAMIRO: A su majestad real quisiera hablar. ANCELINO: No podéis aunque título tenéis de capitan general y de conde. RAMIRO: Yo lo estimo. Besarle quiero los pies. ANCELINO: No lleguéis. Venid después. RAMIRO: Gran valor tiene mi primo. ANCELINO: Ordoño, su majestad os ha hecho su almirante. No estéis agora delante; que es cosa de calidad la que trata. ORDOÑO: Su pies beso por merced tan infinita. RAMIRO: (¡Que a su lado se permita Aparte asentarse!) ORDOÑO: (¡Extraño exceso!) Aparte ANCELINO: (Con majestad fingida Aparte rey soy de este reino incierto, y alma soy de este rey muerto pues doy a su cuerpo vida. En ambos el rey está, él con su cuerpo gobierna, yo con alma aunque eterna en esto no lo será. Al fin son amigos ciertos el rey, el mundo, y la muerte; pues por reinar de esta suerte estoy entre cuerpos muertos). Sale un CRIADO alborotado y adentro tocan cajas CRIADO: ¡Alfonso ha vuelto a su tierra con [ejército] copioso! ¡Levanta, rey poderoso! ¡Defiéndete! ¡Guerra, guerra! ANCELINO: (No puedo ya proseguir Aparte con mi intento. ¿Qué haré? Así disimularé). Salgámosle a recibir. Levanta, señor, levanta. No estés agora suspenso;... mas, ¡ay Dios! ¡Ay Dios inmenso! Su negro rostro me espanta. ¡Muerto está! CRIADO: ¿Qué dices? ANCELINO: Digo que está muerto. CRIADO: ¿Así es verdad? ANCELINO: Ya tenemos libertad. A Dios mil veces bendigo. ¡Libertad tienes, León! ¡Libertad, que el rey es muerto! ¡Libertad! Dentro VOCES: Si fuere cierto, nuevas de contento son. Salen todos los más que pudieren y TIBALDO ANCELINO: (Ya no lo son para mí; Aparte que seguro no he de estar). TIBALDO: Todos vamos a mirar si este suceso es así. CRIADO: Sin duda Dios lo mató por su mucha tiranía. TIBALDO: Alegre y dichoso día a su reino amaneció. Con este cuerpo salgamos para que el pueblo lo vea; que ya su muerte desea y a nuestro rey recibamos. Meten a MAUREGATO en la silla ANCELINO: (No es bien detenerme más. Aparte Ocasión tengo oportuna. ¡Ah, rueda de la Fortuna, qué aprisa tus vueltas das!) Vanse. Sale don SANCHO a un balcón aprisionado SANCHO: Prisión dura y larga que deshaciendo vas mi sufrimiento, si duda serás amarga porque un breve contento suele ser causa de un mortal tormento. Alfonso desterrado, el rey mil injurias hoy padece, que todo se ha trocado y sólo permanece la pena que mi ofensa no merece. Salen BERNARDO y SUERO de labradores BERNARDO: Ese vestido, señor, otro labrador te ha hecho. SUERO: Soy, Bernardo, labrador; siembro acechanza en mi pecho y pienso coger honor. Labro con esta mudanza el campo de mi esperanza, y si el disfraz aprovecha al tiempo de la cosecha será el fruto mi venganza. SANCHO: (¿Si tendrá fin mi prisión? Aparte ¿Si habrá para tanto mal alguna consolación?) BERNARDO: No esperes suceso tal. SANCHO: (¡Qué malos agüeros son! Aparte ¿No dicen unos serranos mal habrá favor o manos que me libren de esta suerte?) SUERO: Escapará con la muerte. SANCHO: (Prodigios son inhumanos. Aparte Aunque no, pues me consuelo de ver esto labradores. Favorable está ya el cielo pues que me ofrece favores en las cosas de este suelo. BERNARDO: En esta torre, ¿qué habrá? SUERO: En ella pienso que está mi tío en larga prisión. BERNARDO: ¿Qué será? Que el corazón extraños golpes me da. SANCHO: Labrador. BERNARDO: ¿Quién es? SUERO: Mi tío. Que me conozca no quiero; habla tú y yo me desvío. Escóndese BERNARDO: (Grandes mudanzas espero) Aparte SANCHO: (Extraño gusto es el mío). Aparte BERNARDO: Si habéis menester, señor, a este humilde labrador vuestro intentos decid. SANCHO: (Digo que es otro David. Aparte Ya me suspende el dolor). ¿Quién eres? BERNARDO: Soy quien quisiera ser otro vos para hacer que en esa prisión tan fiera rey viniérades a ser aunque el rey otro yo fuera. Yo soy quien estoy temblando de sólo estaros mirando. Un no sé qué soy de vos que como cosa de Dios os estoy reverenciando. Mirándoos yo sin querer tanto humillarme quisiera ante vos, que a no creer que Dios me dio el ser, creyera que vos me disteis el ser. Mi sangre habéis alterado y a ser posible, diría que la sangre se ha trocado porque vos tenéis la mía y a mí la vuestra me han dado. En resolución yo estoy con don Gonzalo y le guardo sus bienes prósperos hoy. Todos me llaman Bernardo y yo no sé quien me soy. SANCHO: Si no te abrazo perdona, mi Bernardo, con razón. [Habla] consigo (Nuestra sangre se aficiona; Aparte que eres tú mi corazón y somos una persona. ¡Ay, imagen! ¡Ay, hechura! De este conde sin ventura hay gusanillo que nace del Fénix, que se deshace en esta prisión oscura. El cielo que te ha querido guardar en la edad pequeña, [................... -ido] te dé piedad de cigüeña para sacarme del nido. Reyes venzas, oro pises, tiemblen las franceses lises, Dios te dé lo que deseas. Déte los hombros de Eneas para librar a este Anquises). BERNARDO: ¿Por qué, señor, agua vierte tu pecho invencible? SANCHO: Lloro de pena y gozo de verte porque eres, Bernardo, un oro acendrado con mi muerte. Y pues eres cosa mía, y has sido tú la ocasión de que me falte alegría sácame de esta prisión; convierte mi noche en día. [Vase don SANCHO] BERNARDO: Espera, señor, [espera]. No huyas de esa manera dejándome tan confuso. Extrañas cosas propuso si sus cifras entendiera. Dice que la causa soy de su prisión, pues ¿qué hago que libertad no le doy? ¿Cómo la deuda no pago si tan obligado estoy? Con el valor de mis brazos haré la torre pedazos, los candados romperé y en hombros lo sacaré para darle mis abrazos. Da golpes con el bastón en las puertas Libertad tendrá. SUERO: Sosiega; que Alfonso a la corte llega. No hagas eso. BERNARDO; Hasta morir le pienso, Suero, servir si a tu tío nos entrega. Vanse. Salen los que pudieren con ALFONSO y TIBALDO ALFONSO: Gracias al cielo que los muros veo cuyas almenas sirven de corona [a] León, que es el rey de las ciudades. Gracias al cielo, nobles ciudadanos que mis desgracias y destierros largos, dichosos en fin, veros han tenido Publíquese el perdón con las trompetas; que yo perdono a todos los culpados pues Mauregato con su tiranía que ya el cielo quitó, hizo rebeldes los nobles que siguieron su bandera. Y si es del rey un brazo la justicia la clemencia ha de ser el brazo diestro. TIBALDO: De esa suerte, señor, don Sancho, el conde que tú prendiste, y en prisión ha estado por odio y por temor de Mauregato, saldrá de aquesta vez. ALFONSO: Salir no puede, que pues no quiso el cielo libertarlo, el tiempo que este reino sin mí estuvo, sin duda su prisión es pena justa. Sale ANCELINO y arrodíllase ANCELINO: Movido de mí mismo, humilde vengo a recibir la pena y el castigo que merece la culpa de este pecho. De la prisión salí sin licencia; rebelde fui a mi rey por Mauregato. Conozco que pequé contra mi cuello. ALFONSO: ¿Quién te trajo a mis pies? ANCELINO: [El] desengaño del error en que he estado y el deseo que de verte he tenido, aunque malo, ya conozco, señor, que soy tu hechura y que eres casto Alfonso y rey cristiano. La espada que ayudó a quitarte el reino rendida está a tus pies, porque con ella saques el alma de este ingrato pecho. ALFONSO: Levanta de mis pies. Toma mi mano de favor, de amistad, perdón y gracia; que sólo porque tienes conocida tu culpa eres capaz de esta clemencia. Publique el mundo la piedad suprema con que vuelvo a mi reino. Soy piadoso y al fin supe por ti el torpe delito secreto para mí y público al mundo. ANCELINO: Vivas mil siglos, pues que a Dios imitas en perdonar el hombre sus ofensas. [Salen] SUERO y BERNARDO SUERO: Ya es tiempo, mi Bernardo. BERNARDO: Ánimo cobra. Satisface muy bien la antigua ofensa porque a pesar del rey y de su corte has de librarte. SUERO: Majestad suprema, si a traidores perdonas fácilmente, los agravios de honor no has perdonado; y así Ancelino que traidor ha sido gana la gracia que don Sancho pierde, pues si ofensas en honras son eternas, Ancelino el traidor que está presente, habiéndole yo a solas desmentido, en tu presencia me imputó su agravio. Y aunque en sangre no iguala aquesta mía, pues subió como hiedra por el muro de sólo tu favor, a su soberbia mil veces le he retado con carteles pidiéndole saliese al desafío; mas él como cobarde ha sido sordo y en el traje que ves vengo buscando a aquél que me quitó mi honor mintiendo. Hallélo en fin aquí, y pues no se atreve a empuñar contra mí la humilde espada, sufra este golpe de mi mano honrada. Dale un bastonazo [a ANCELINO] TIBALDO: Aquesto, ¿no es traición? ALFONSO: ¡Prendedlo! ¡Muera! BERNARDO: Cualquiera que traición aquí llamare a la venganza de don Suero miente. ALFONSO: ¡Dadle muerte también! ¡Muera el villano! BERNARDO: No se dejan matar así, señores. ALFONSO: ¡Prendedle! ¿Qué hacéis? Lléganle a prender y BERNARDO defiende a SUERO con su bastón BERNARDO: Es imposible darme la muerte porque soy crïado de un hombre que cobró su honor perdido. Y tengo yo valor con la honra suya. Y tú, Alfonso y señor, que te has preciado de amparar los nobles de tu reino, ¿Por qué no consientes que un noble, tu vasallo, cobre el honor perdido en tu presencia? ¿Es bien que los traidores que te quitan el cetro y corona estén honrados hallando amparo en ti y que no le hallen los hidalgo leales de tu corte? Rey, mira lo que haces; que aunque agora acabas de cobrar lo que perdiste, don Suero hizo bien, que a su enemigo rostro a rostro le dio, y agora espera y esperará después cual caballero. Si [a] alguno le parece que es mal hecho, dígalo agora y abriré su pecho. Vanse los dos ALFONSO: Bien dice. Gran valor tiene el villano. Consuélate, Ancelino, con que el cielo, aunque yo perdono, con esta ofensa tu delito castiga. ANCELINO: ¡Ay, crüel Fortuna! Que vueltas en mi daño has dado siempre. Sale un CRIADO CRIADO: Los cielos no permiten, grande Alfonso, que goces de tu reino con sosiego. No acaba tu inquietud. Nuevas desgracias hallarás en el reino; que don Bueso el francés más soberbio y arrogante que en la grande París sustente Carlos, con infinito ejército de gente por tus tierras ha entrado y casi llega a enarbolar sus lises en Oviedo. ALFONSO: Sin duda soy injusto, pues cristianos no me dejan en paz. ¡Francés soberbio! Yo mismo pienso ser el que tú buscas. En batalla entraré sólo contigo. TIBALDO: Eso no es justo; que vasallos tiene. De ellos elige quien le dé la muerte. ALFONSO: No sé quien puede ser porque es muy fuerte. Salen don GONZALO y BERNARDO GONZALO: La soberbia del francés con que llama a desafío me trae a besar tus pies como rey y señor mío. Suplico que me los des; que yo en aquesta ocasión vengo a darte un corazón que podrá los lises de oro entre las lunas del moro a los pies de tu León. De este labrador gallardo la empresa y victoria fía. ALFONSO: Que digas quién es aguardo. GONZALO: Sangre es tuya y sangre mía. ALFONSO: Luego vi que era Bernardo; que el fuego y sangre real no pueden disimularse. Llega que no dirán mal cuando lleguen a juntarse mi púrpura y tu sayal. Llega, que quiero abrazarte como a hidalgo y caballero; y porque puedan llamarte hijo mío, agora quiero en mi privanza engendrarte. Tu padre y madre he de ser y así quiero darte el pecho para que puedes crecer; que si hoy mi hijo te he hecho, hoy acabas de nacer. Y porque vivas honrado la espada que me he ceñido quiero ceñirte yo al lado. Muda luego de vestido pues que de ser has mudado. Lado de tal corazón bien merece recibirla; que aunque mal guardó a un León trae más sangre la cuchilla que perlas la guarnición. BERNARDO: Tanto, señor, me has trocado con tal merced que sospecho que otro espíritu me has dado o que dentro de mi pecho tu corazón se me ha entrado. Si hoy acabo de nacer, tu real majestad me mande, porque así pienso crecer; que hombre, que nación tan grande más que gigante ha de ser. Honra y eterna memoria con majestad y con gloria me dará esta espada a mí porque ella misma por sí se ganará la victoria; mas tú la verás después en el francés envainada si aquí en al vaina la ves. ALFONSO; Vamos, harás la jornada contra el soberbio francés. Luego me parto yo a Oviedo y tú con mi gente parte que acompañarte no puedo. BERNARDO: Vamos, pues, que al mismo Marte le dará esta espada miedo. Vanse. Salen doña ELVIRA y SANCHA SANCHA: Elvira, señora mía, ¿cómo en las sierras te va? ELVIRA: Mira tú cómo me irá con tan dulce compañía. SANCHA: ¿Echas menos la ciudad? ELVIRA: Olvidarla me da gloria. SANCHA: Allá tengo la memoria si va a decir la verdad. Quiero a Bernardo en extremo y tú no tienes amor. ELVIRA: Sí, tengo; mas con temor. SANCHA: Eso es común. También temo. Don Suero será a quién amas. ELVIRA: Y con celos me ha agraviado aunque ya se ha disculpado. SANCHA: Sois muy celosas las damas. Por acá las labradoras quieren más y sienten menos. ¿Verdad que ellos son buenos? ELVIRA: Eslo al menos el que adoras. Con razón, Sancha, has querido guardar a Bernardo ley porque es sobrino del rey. SANCHA: Dalo por aborrecido si eso, Elvira, verdad es. ELVIRA: Antes merece afición. SANCHA: No hace buena proporción la cabeza con los pies. Humildes y principales sin quererse están mejor; que no se pesa el amor en balanzas desiguales. El amor es infinito si igualdad la sangre siente, pero en sangre diferente no hay amor sino apetito. Apenas tú le dirás que tienes deudos tan buenos cuando a mí me tenga en menos para tenerse él en más. Sale SUERO SUERO: Si al tener un hombre honrado con hacienda, honra perdida, llama el mundo muerte en vida, yo vengo resucitado. Denme ya tus ojos gloria y premio de vencedor, porque es cobrar el honor dificultosa victoria. Vencer gente no vencida, ganar la tierra y el mar no es tanto como hallar la honra una vez perdida. Con mi honra tropecé. Era de vidrio y quebróse; mas levantéme y soldóse con otra que yo quebré. Ya deshice mi desgracia, ya he borrado mi deshonra y quien ha vuelto a su honra, bien es que vuelva a tu gracia. No mis contentos desdores. Denme favor esos labios; que donde mueren agravios bien es que nazcan favores. ELVIRA: Otro vienes este día. Grande mudanza hay en ti. SUERO: Dices bien porque hasta aquí no he sido quien ser solía. No podía merecerte pero ya méritos tengo. Me he vengado y vengo huyendo del rey por verte; porque estando así los dos no puedo ser ofendido viendo que estoy retraído junto a una imagen de Dios. ELVIRA: Llamar [su] imagen podrás a cualquiera crïatura. SUERO: Tienes tú más hermosura y así le pareces más. ELVIRA: Levanta. SUERO: No puede ser; que en la firmeza que gano soy monte, y sin esa mano jamás me podrá mover. ELVIRA: Pues, a estar así, disponte; que un monte no moveré. SUERO: La que tiene tanta fe bien puede mudar un monte. ELVIRA: Levanta, pues. SUERO: ¡Ay, amor! Bien levantes mi firmeza pues llego con la cabeza al cielo de ese favor. ELVIRA: Ven, mi Sancha, no estés triste. SANCHA: Es ya mi dolor extraña. ELVIRA: ¿Quién te aflige? SANCHA: Un desengaño que de Bernardo me diste. Para mí fuera más bueno verlo al margen de ese río hecho labrador y mío que caballero y ajeno. Alma suya me ha llamado pero ya Bernardo mal tendrá un alma de sayal cuerpo que viste brocado. Vanse. Tocan dentro caja un poco, luego dicen dentro VOCES: ¡Viva España, viva España! FRANCÉS: ¡Huyamos de la montaña! BERNARDO: No ha de aprovechar [huír]; que todos han de morir. FRANCÉS: ¡Grande valor! OTRO: ¡Fuerza extraña! Tocan cajas, entran por una puerta españoles tras de algunos franceses, acuchillándolos, luego BERNARDO con don BUESO debajo el brazo, éntrase con él y sale ALFONSO y dos peregrinos [PLATEROS], el uno con una caja pequeña en la mano ALFONSO: Mientras el cielo con piedad nos mira, dando a Bernardo del francés victoria, de las piedras y el oro que he traído de Navarra a mi reino, hacer pretendo una cruz de valor y de artificio que aquí en Oviedo, donde agora estamos honre los templos y las almas guarde. Pues, ¿qué decís los dos que sois plateros, peregrinos devotos de Santïago? Esas piedras tomad y todo el oro que necesario fuere. PLATERO 1: Por servirte empezaremos luego a fabricarla y a tu gusto saldrá. Vanse los dos ALFONSO: ¡Qué olor extraño en la sala han dejado estos plateros! Salen GONZALO, doña ELVIRA, SANCHA y don SUERO GONZALO: Para mejor servirte, ¡oh casto Alfonso!, de esas montañas donde siempre vivo con toda mi familia vengo a Oviedo. Como los va nombrando, se van arrodillando Este hijo, señor, que te ha enojado te traigo a que le des cualquier castigo. A doña Elvira traigo, que en mi casa, huyendo del poder de Mauregato, librada por Bernardo de los moros, enriqueciendo mi pobreza ha estado. Y aquesta labradora es doña Sancha, hija de Aurelio, hermano de tu padre, habida en una dama que fue noble, tu prima, como ya señor, lo sabes, aunque ella hasta este punto lo ha ignorado. Aquésta es la familia con que vengo. Dispón de ella, señor, como mandares y en mis cortos servicios no repares. ALFONSO: Levantad de ese suelo, hijos de Alfonso. Dadme los brazos todos, pues que quiero recibiros agora en mis entrañas. Tú, Sancha, reconoce en este pecho la sangre que en tus venas también vive. SANCHA: Reconozco un señor y un rey famoso. ALFONSO: Pide don Suero, y no perdón me pidas. Pide mercedes en mi pobre reino. SUERO: Los pies para besarlos sólo pido, y si gustas de darme a doña Elvira por esposa, aunque yo no la merezco. ALFONSO: Bien pediste; mas eso ya era tuyo. SUERO: Viva mil años porque sepa el mundo que eres su César sin tener segundo. Danse las manos [don SUERO y doña ELVIRA]. Sale BERNARDO con el estandarte francés cargado de cabezas y otra espada BERNARDO: Casi a la posta he venido para que sepas, señor, la victoria que has tenido. Tu espada me dio valor con que al francés he vencido. Porque tu ser autorices y este gozo solemnices, traigo las lises impresas y estas figuras francesas con que tu sala entapices. Por aquella noble espada de tu mano ilustre dada, aunque será don pequeño con la sangre de su dueño te doy esta acicalada. Murió en efecto don Bueso. Su gente huyó, y no por eso dejó también de morir, y yo te vengo a pedir en albricias sólo un preso. ALFONSO: Llega, Bernardo, a abrazarme; que si una vez te abracé, el abrazo has de pagarme porque entonces yo te honré y agora puedes honrarme. Pide mercedes. BERNARDO: Señor, como humilde labrador una Sancha sólo pido y un Sancho preso afligido porque a los dos tengo amor. Al conde, señor, nos da que es un español Alcides. ALFONSO: ¡Norabuena, bien está! Pero, ¿qué Sancha me pides? ¿Mi prima? BERNARDO: (¿Su prima es ya? Aparte Labradora la dejé, pero si infanta se ve, paciencia, importa y callar). ALFONSO: La mano le puedes dar. BERNARDO: ¿Que le dices que me dé? ALFONSO: La mano. BERNARDO: Palabra buena. Ya mi corazón ensancho. Sácame, Elvira, de pena. ¿Quién soy? ELVIRA: Hijo de don Sancho y de la noble Jimena. BERNARDO: ¡Válgame Dios! Padre mío, verte sin prisión confío. ¡Venturoso yo mil veces! Danse las manos BERNARDO y SANCHA ELVIRA: Todo, señor, lo mereces. GONZALO: Bernardo. BERNARDO: Señor y tío. Sale un CRIADO CRIADO: Los plateros que han tomado la plata, piedras y el oro no parecen. ALFONSO: ¿Has mirado en mi cámara? CRIADO: El tesoro que les diste se han llevado. ALFONSO: ¿No estaban en mi aposento? CRIADO: Allí estaban no ha un momento y ya labraban la cruz... Pero, ¿qué será esta luz? Suena música, aparece en el aire una cruz resplandeciente que va bajando hasta un altar e híncanse de rodillas ALFONSO: Música gloriosa siento. Imagen de aquel madero que de mesa tiene nombre donde se contó el dinero para redimir al hombre de la culpa del primero, pues ángeles os labraron con tan infinitas gracias, sin duda que aquí os dejaron por señal que mis desgracias con vuestra vista acabaron. El lugar que daros puedo pues en vos el Redentor nos salvó de mortal miedo es sólo San Salvador de la antigua y noble Oviedo. Será inmenso mi consuelo porque si Cristo llevó una cruz hecha en el suelo, llevaré en mis hombros yo otra labrada en el cielo. BERNARDO: Si la piensas colocar en algún sagrado lugar, yo, que tocarla deseo, pienso ser el Cirineo que te la ayude a llevar. Caso es digno de memoria éste que tus ojos vieron, y pues ya con tanta gloria fin tus desgracias tuvieron, téngalo también la historia. Llevan la cruz en procesión con que se da fin a la famosa comedia de las desgracias del rey don ALFONSO el casto FIN DE LA COMEDIA |