JUAN DE MATOS FRAGOSO

 

LORENZO ME LLAMO, Y CARNONERO DE TOLEDO

 

 

 

PERSONAS QUE HABLAN EN ELLA.

 

 

Lorenzo.

Doña Juana.

Madama Teodora.

El Marqués de Santa Cruz.

Don Juan Flores.

El Varón Rosel.

Martín.

Lucía.

Pedro.

Un Sargento.

Un Ayudante.

Dos Soldados.

Quatro Salteadores.

Músicos.

Otros papelillos.

Un Tambor.

 

JORNADA PRIMERA.

 

Salen Lorenzo de Carbonero, Doña Juana, y Lucía.

 

Juan. Cierra essa puerta, Lucía,

y a quien me buscare, di,

que no estoy en casa.

 

Luc. Assí lo haré, señora mía.           vas.

 

Juan. Lorenzo, solo estamos,

oídme. Lor. Decid, señora,

que me admira el ver aora,

como decís lo quedamos,

que es notable novedad

en vuestro agradecimiento.

 

Juan. Estadme, Lorenzo, atento.

 

Lor. Decid, señora. Juan. Escuchad:

Tres años ha que venís

de los Montes de Toledo

a traer carbón a casa,

de cuyo conocimiento

ha nacido la amistad,

y voluntad que os tenemos.

En ausencia de mi hermano

el Capitán, que sirviendo

está en Flandes a Filipo

Segundo, que guarde el Cielo,

debaxo de las Vanderas,

que militan el Gobierno

del Conde de Fuentes, que oy

es de nuestras Armas Héctor,

os debe amistades grandes:

no quiero decir que es debo

servicios, que no es razón,

si bien estáis satisfecho,

que os paga mi voluntad

de la manera que puedo.

Ha un año que me persigue,

sin dexarme en ningún tiempo,

un deseo de saber

lo que os diré, estadme atento;

y si fuere liviandad,

con presumir que es deseo

de muger, tendré disculpa,

que quando algo no tenemos

por natural condición,

tanto nos abrassa el pecho,

que no ay prudencia en el alma,

ni en la lengua sufrimiento.

He visto que me miráis

algunas veces suspenso,

de manera, que aunque os hablo,

o no respondéis tan presto,

o no es respuesta conforme

a tan bien entendimiento

como tenéis, aunque sois

un Labrador Carbonero.

Si me dais algo, tembláis,

y a veces el rostro os veo

pálido, o roxo, colores

de la verguenza, y del miedo.

Si quando a casa venís,

y estoy en la Iglesia, buelvo

el rostro, y os veo mirarme

con tal atención, que pienso,

que forma altar de mis ojos

la devoción de los vuestros.

Si salgo al campo, en el campo

os hallo, tanto, que llego

a imaginar que es amor;

y estad seguro, que tengo,

con ser muger principal,

tan poco de lo sobervio,

que con ser vos lo que sois,

si es amor, os lo agradezco,

que bien puede amor entrar

en un villano grosero,

como espíritu sin ser

en agravio del sugeto.

Vos tenéis muy buen juicio,

y puede amor aver hecho

este milagro con vos;

decídmelo que ay en esto,

que por vida de mi hermano

de no enojarme, pues veo,

que lo que os sobra de amor,

os falta de atrevimiento:

que a tenerle, siendo vos

lo que sois, tened por cierto,

que eran pocas muchas vidas

para el menor pensamiento.

No os parezca liviandad

querer entender, si es cierto,

pues no perdéis el decirlo,

y yo gusto de saberlo.

 

Lor. Pues avéis dado, señora,

licencia a mis pensamientos,

cosa que ellos no pensaron,

porque si pensaran ellos,

que pudiera ser llegar

a declararse, sospecho,

que huviera vívora sido,

que a quien los engendra, abriendo

el pecho, quitan la vida:

gran providencia del Cielo,

que uno nazca, y otro muera,

para que siendo veneno,

no vaya dexando vivos

su fiero daño en aumentos;

si bien los que me congojan,

pues que ya los digo, entiendo,

claro está, que ha de matarme,

rompiendo mi sufrimiento;

pero no acierto en llamarlos

vívoras, siendo tan cierto,

que ha sido vuestra hermosura

quien los engendra en mi pecho.

Soy un pobre Labrador

de los montes de Toledo,

donde nací de los Robles,

padres, que ya por lo menos,

por una letra erraron,

no fueron Nobles, y fueron

Robles; mirad en qué está

de nuestra fortuna el yerro.

Sé leer, aunque no es mucho,

he aprendido sin Maestro:

Escrivir, aunque he tenido

de saberlo gran deseo,

mi oficio no me ha dexado

jamás un hora de tiempo

para la pluma, o la espada;

si bien, señora, os prometo,

que allá en mi Lugar las fiestas,

los Labradores más diestros

temen, si no la destreza,

la fuerza con que la juego.

Pues en los montes a veces

me sucede cuerpo a cuerpo

matar un osso, que es cosa,

que a caballo con monteros

teme el más exercitado:

perdonad si os entretengo,

que es más buscar dilaciones

a mis pensamientos necios,

que deciros alabanzas

de tan rustico sugeto.

Finalmente, es fuerza hablar,

como deuda obedeceros,

pues la licencia asegura,

si no la averguenza el miedo,

que un libro de disparates

compré ayer en prosa, y verso,

y en el principio decía,

que era con licencia impresso,

y assí escuchareis los míos,

pues que ya de vos la tengo;

y digo, que vine un día,

gurado de un escudero,

con dos cargas de carbón

a vuestra casa, tan lexos

de pensar que lo era yo,

como fue milagro nuevo

encenderme vos los ojos

con un rayo de los vuestros.

Salisteis a hacer la quenta,

como quien tiene el govierno

desta casa, sin hermano,

con un guardapiés honesto,

dorado el color, con plata

la pretinilla, cubriendo

sólo el pecho, temerosa

de tocar la nieve al cuello::

recién puesta la camisa,

me pareció a los almendros,

que en essos montes florecen,

quando entra de paz Febrero.

Yo triste, enseñado a ver

carbón, quedeme tan suspenso

de ver tanta nieve junta

no aviendo entrado el Invierno.

Quando haciades la quenta,

estaba entre mí diciendo,

troquemos nieve a carbón,

divino monte de Venus.

Oyolo amor, y tomando

una pella de los pechos,

tirome al alma (¡o milagro!)

que encendió con nieve el fuego:

flechas de nieve tiramos

a un corazón Carbonero:

¡qué victoria! mas ¿qué dige?

¿Qué más heroycos trofeos,

que hacer, que un rudo villano

levantasse el pensamiento

a un Ángel, y conociesse

de amor los altos mysterios?

Desde entonces, por no daros

fastidio con largos cuentos,

que han de oír los cuentos largos,

o caminantes, o presos,

ha sido mi vida estar

entre el Cielo, y el infierno;

el infierno, si no os vía;

y el Cielo, en llegando a veros.

Con el zapato de baca

llegaba a la puente, y luego

el de cordován pulido

calzaba a mis pies grosseros:

Quiteme el cuello colchado,

compré Cortesanos cuellos,

no por pareceros bien,

que bien estaba yo cierto,

que no reparaba el Sol

en átomos tan pequeños,

pero por honrar, señora,

vuestro gran merecimiento,

por disculparle conmigo,

siquiera de averme muerto,

es de un Águila caudal,

una liebre baxo empleo,

que matar un jerifalte,

honra su pico sobervio.

Llegó a tanto mi locura,

que de reñir con el sueño

se me passaba la noche,

haciendo en el alma versos:

es Doña Juana de Flores

vuestro nombre, oid, que presto

fabrica amor un Poeta

desde el carbón al concepto.

Una mañana, quando el Sol salía,

Que no importara, no, que el Sol sa-

liera,

pues otro Sol truxera más apacible día:

hallé unas flores entre blanca nieve,

y como negras del carbón tenía

las manos, dixo amor al alma, atrévete,

tómalas con el alma: el hurto alabo,

pues dixe como esclavo,

o Flores, perdonad, suspenso en calma,

que si es cuerpo negro, es blanca el alma;

¿por qué pide carbón tiempo de nieve?

¿Diréis, que cómo es posible

que hiciesse versos tan presto?

esso preguntarlo a amor,

que es Dios del entendimiento:

en él los hice sin pluma,

y otros muchos, porque versos,

son como cestos, señora,

que quien hace uno, hará ciento.

¡Qué lágrimas he llorado

en estos montes, haciendo

responder a mis suspiros

los páxaros, y los ecos!

Muchas veces he querido

matarme, no porque os quiero,

mas porque siendo quien soy,

tuve tal atrevimiento.

Como yo no sé escrivir

vuestro nombre, tengo llenos

los blancos olmos del Tajo,

por cifra del nombre vuestro,

de Flores mal retratadas,

assí la vida entretengo.

Trayendoos la liebre viva,

la fruta de el verde almendro,

las truchas de los arroyos,

y los panales cubiertos

de rosas, las blancas natas,

el vino oloroso, el queso,

y tal vez os he traído,

ved que rudo Polifeme,

que en un libro lo he leído,

que aunque muy obscuro, entiendo

lo que avía de decir,

mas no que lo dice el verso,

que los ossos presentaban

a Galatea pequeños,

y assí yo los he traído

la vez que me parecieron

en los rústicos donayres,

y en los grosseros pellejos;

pero ¿cómo de contaros,

señora, no me averguenzo,

tan atrevidas passiones,

como gloriosos tormentos?

Hago fin con advertiros,

que de oy para siempre pierdo,

pues no es justo veros más,

sabiendo mi atrevimiento.

 

Juan. Lorenzo, yo os pregunté,

no ha sido la culpa vuestra,

pero llamémosla nuestra,

pues culpa de entrambos fue:

mía, porque os agradé:

vuestra, porque el ser os culpa

quien sois, aunque nos disculpa

una disculpa a los dos:

a mí el Cielo; amor a vos,

que es accidente, y no culpa.

Condenar la inclinación,

no es possible; pero creo,

que engendra en vuestro deseo

monstruos la imaginación.

Olvidad essa passión

tan vana, y tan atrevida,

que aunque vuestra fee rendida

me solicite obligada,

borran las leyes de honrada

los fueros de agradecida:

que cierto, vuestra persona,

más de hombre noble parece,

que humilde, y que vista ofrece

alma que todo lo abona:

si amor, amor galardona,

con que le puedo tener

adonde no puede ser:

Id con Dios, y perdonad,

que a un noble la voluntad

donde se pueda tener.

 

Lor. Señora, bien me temía,

que el día que se supiesse

mi amor, el último fuesse

que veros mereciera;

mas si por la vida mía,

que va  a morir, la esperanza

algún ramo verde alcanza

de donde se puede asir,

temblando quiero pedir

de essa sentencia mudanza.

Si yo intentasse valor

algo, señora, por mí,

en partiéndome de aquí,

y tal os volviese a ver,

que os pudiesse merecer,

que tanto me esperaría

vuestra noble cortesía.

 

Juan. Mucho agradezco essa fee,

Lorenzo, pero no sé

qué os responda; ¡ay tal porfía!

dé agora a mi compassión

 esta esperanza a tu brío,

que con esso le desvío

de su loca pretenssión.

 

Lor. Tiemblo al rogar. Juan. Si son

a vuestros ciegos engaños

despechos los desengaños,

revóquelos mi piedad.

 

Lor. Señora, un plazo me dad.

 

Juan. Pues sea un plazo tres años.

 

Lorenz. ¿Tres? pues aceto el partido,

que en tres será cierto,

o ser otro hombre, o ser muerto:

con esto licencia os pido,

y aunque humilde, y atrevido,

la mano.

 

Juan. Yo os pongo en ella

esta memoria, que sella

el concierto de los dos.

 

Dale la mano y bésala Lorenzo, y se va:

Sale Lucía, y da una carta.

 

Lor. Pues a Dios, señora.                  vase

 

Juan. A Dios,

furor, amorosa estrella.

 

Luc. Pues ya Lorenzo se ha ido,

bien puedo entrar; ¿quién lo ignora?

de Flandes, señora, ahora

esta carta te han traído

de Don Juan tu hermano.

 

Juan. Muestra.

 

Lucía. Don Fernando me la dio.

 

Juan. Luego el alma me advirtió,

como una sola es la nuestra,

días ha que la deseo.

 

Luc. ¿Si se acordará de mí?

abre, y lee. Juan. Dice assí,

apenas, que es cierto creo.

 

Lee. Hermana mía, la fuerza ha sido la causa de mi descuido, aunque nunca le tuve en procurar tus dichas, de que te doy la norabuena, pues tengo concertadas tus bodas con el Varón Rosel: su calidad es grande, y su caudal no menos; yo iré por ti muy presto, para cuya jornada puedes desde ahora prevenirte. Madama Teodora, que es hermana del que ha de ser tu esposo, te desea ver en Flandes, y te asseguro, que en su compañía no has de echar menos a España.

                                               Tu hermano el Capitán

                                                        D. Juan Flores.

 

¿Pudiera aver más estraña

nueva para mí, Lucía?

 

Luc. ¿Sentirás, señora mía,

el que dexemos a España?

 

Juan. No siento sino casarme.

 

Luc. ¡Pues si es con un señor!

 

Juan. Puesto que tiene valor

mi hermano, pudiera darme

un Español por marido.

 

Luc. No, a lo menos Señoría

 

Juan. No está la desdicha mía

en que estrangero aya sido,

sino que siento que di

una palabra a un galán,

y si me fuerza Don Juan,

será desacierto en mí.

 

Luc. ¿Galán? ¿pues tú le has tenido,

y no lo he sabido yo?

 

Juan. Es una sombra que entró

para despertar mi olvido:

ven, que te quiero contar

un disparate de amor.

 

Luc. Mal dissimula el dolor

quien llegó una vez a amar.

 

Vanse, y salen quatro valientes como de noche.

 

I. Amigos, esto ha de ser,

en esta esquina podemos

aguardar, pues tanto importa

el buen fin de este sucesso.

El Marqués de Santa Cruz

ha días que está en Toledo,

porque como passa a Flandes

a governar quando menos,

aquellos Estados, antes

quiere llevarse dos tercios

de Españoles, que levanta

en esta Ciudad; yo viendo

que todas las noches sale

a hacer oración al Templo

de la Virgen del Sagrario,

sólo disfrazado intento,

amigos del alma mía,

que un cintillo le quitemos

de diamantes, que trae siempre

por toquilla en el sombrero,

sin la bolsa, que Dios fuere

servido que trayga, puesto

que un señorazo tan grande

nunca ha de andar sin dinero;

y dado que no le tryga,

el cintillo, a lo que creo,

vale un Reyno, porque son

los diamantes como huevos;

y bien mirado, el Marqués

no ha de tener quexa desto,

pues a un Príncipe, no es falta

que le quiten el sombrero.

 

2. Digo que has dado en el punto,

Cespedosa; desde luego

mi espada, con mi persona,

para la empressa te ofrezco;

haz cuenta que ya el cintillo

le llegó su hora.

 

I. Tan cierto

es lo que dices, que juzgo,

que ya en mi poder le tengo.

 

2. ¿Y para essa niñería

gasta ucé saliva? bueno;

¿pues ay más de daca, y toma

y santas Pasquas?

 

4. Hablemos claro,

para estas empressas

los hombres de bien nacieron,

porque los de obligaciones

no son ladrones rateros:

sólo quiero preguntaros,

porque este lance no erremos,

si le conocéis.

 

I. Amigos, bien espiado le tengo,

aunque es obscura la noche,

esso del conocimiento

a mi cargo queda.

 

I. Oíd,

que ruido a esta parte siento,

y él debe de ser sin duda.

 

4. Azia aquí nos retiremos.

 

Retíranse los quatro a un lado, y sale el de Santa Cruz rebozado con cintillo de diamantes en el sombrero.

 

Marq. Aunque es obscura la noche,

de mi casa lo primero

mi devoción me ha sacado,

como lo acostumbro, y luego

aver llegado a mi oído,

que la gente de estos Tercios,

que en Toledo se levantan,

hacen en anocheciendo

mil insultos, que es perder

a mi persona el respeto,

y assí he querido esta noche

examinarlo yo mesmo;

y si hallo algunos culpados,

por la fee de Cavallero,

que su castigo ha de ser

de los demás escarmiento.

 

I. Él es, amigos.

 

Salen por el otro lado Lorenzo, y Martín con capotillos, y espadas.

 

Lorenz. Martín,

no creerás quanto me alegro

el que quieras ir conmigo

a la guerra. Mart. Yo prometo

serviete bien. Lor. Mucho estimo

tus honrados pensamientos,

ven a casa; pero aguarda,

que, si no me engaño, creo,

que oygo ruido en esta esquina.

 

Llegan los quatro al Marqués.

 

Marq. Aquí ay gente.

 

I. Cavallero,

quatro hidalgos muy honrados,

que no tienen un sustento,

vive Dios, y no acostumbran

buscarlo por baxos medios,

os suplican una cosa

muy fácil. Mar. Ya yo la espero.

 

I. Es, pues, que aquí de los tres,

uno de mis compañeros

está con un resfriado,

y le hace falta un sombrero,

y assí, hacedle caridad

de prestarle aquesse vuestro

hasta mañana. Mar. Si es essa

la causa, hidalgos, no puedo,

porque también lo estoy yo,

y aprieta mucho el sereno,

y siempre la caridad

diz que empieza de sí mesmo

 

Lor. ¿No escuchas, Martín?

 

Mart. Ya escucho. Lor. Ladrones son.

 

I. Dale luego,

o quitareselo yo

 

Mart. La cortesía agradezce,

pero de noche a obscuras

no reparo en cumplimientos:

¿Son Soldados vuessarcedes?

 

2. Ninguno es. Marq. Yo me alegro

de que sea assí: estos doblones

tomen, y váyanse luego,

antes que yo me arrepienta

de avérselos dado.

 

I. Bueno;

si essa es treta, o intentona

para escapar, el sombrero

quédese con él, que sólo

esse centillo queremos.

 

Marq. Hidalgos, aquesso tiene

dificultad. Lor. Vive el Cielo

que es hombre de bien, Martín.

 

Mart. ¿Dónde vas?

 

Lor. A socorrerlo,

que me han picado tus bríos.

 

3. ¿A qué aguarda? dexe luego

sombrero, capa, y espada.

 

Pónese Lorenzo al lado del Marqués.

 

2. Y la bolsa.

 

Lor. Cavalleros,

estando yo aquí, no es fácil:

ea, hidalgo, al lado vuestro

tenéis un hombre de bien.

 

Marq. En vuestra acción lo estoy viendo.

 

2. Hombre, mira que te pierdes,

porque he de passarte el pecho

con dos balas.

 

Saca uno de los quatro una pistola, y encara a Lorenzo.

 

Lor. Pues amigo,

apunta bien, y no erremos,

que si no da lumbre el gato,

he de quitarte el pellejo.

 

Sacan todos las espadas, y el de la pistola dispara, y no da lumbre; metenlos a cuchilladas, y quédase solo Martín.

 

Mart. De esta manera respondo

a ladrones. 2. No dio fuego,

huyamos.

 

Dentr. I. Que me matan.

 

Dentr. 2. Que me han muerto.

 

Dentr. 3. Confessión.

 

Mart. Tres por la cuenta

van ya; ha famoso Lorenzo,

que puedes ser en España

honra de los Carboneros;

pero aquí ha quedado uno,

¿qué aguardo, que no le espero?

 

Finge pendencia uno con Martín.

 

Hombre riñe; vive Dios

que es valiente como un Héctor,

doyle con la irremediable;

esto se acabó, Laus Deo:

cansado estoy de reñir.

 

Salen el Marqués, y Lorenzo embaynando las espadas.

 

Marq. Obligado, Cavallero,

os estoy, pues vida, y honra

a vuestro valor le debo;

decidme, ¿quién sois?

 

Lor. Hidalgo,

a mi fortuna agradezco,

aunque no era menester

el aver llegado a tiempo

que os hiciesse este servicio;

mas si la verdad confiesso,

a vos sólo os podéis dar

tan justo agradecimiento,

porque hablando sin passión,

no vi tan lindos azeros

en mi vida. Mar. Si es querer

honestarme lo que os debo

con mi alabanza, esso fuera

faltar yo al conocimiento

que debo tener; y assí,

decid quien sois, pues es cierto,

que quien obra tan bizarro,

debe de ser Cavallero.

 

Mart. Vive Dios, señor, que ha dado

en el punto, subolengo

viene, si yo no me engaño,

de los montes de Toledo,

y del gran Solar de Encina;

y en quanto a Christiano Viejo,

al Rey no le debe nada,

porque es tratante de aquello

con que queman los Judíos;

y de la honra, ya sabemos

con quanto entra en la romana.

 

Lor. Cavallero, este criado,

que es un loco imaginad;

pero lo que es la verdad,

es, que soy un hombre honrado,

y de tan corta fortuna

mis pensamientos se ven,

que tengo hombre de bien

el no merecer ninguna.

No sé quien soy, ni he podido

conseguirlo a mi despecho,

mas si me informo del pecho,

dice que soy bien nacido,

porque aunque algunas estrellas

influyen altos blasones,

sólo tiene obligaciones

quien sabe cumplir con ellas.

Éste soy, éste he de ser,

oro poco, y mucho esmalte,

pero aunque todo me falte,

me sobra el buen proceder.

Y pues ya quedáis seguro,

no haciéndoos falta a los dos,

quedaos, hidalgo, con Dios.

 

Marq. Esperad, que aora procuro

con más veras vuestro nombre

saber. Mart. Yo se lo diré.

 

Lor. Mi nombre, pues, ¿para qué?

 

Marq. Para conocer a un hombre,

que sin noticia ninguna

de si poco, o mucho adquiere,

sólo con su aliento quiere

contrastar a la fortuna.

 

Mart. Ea, a decirlo disponte.

 

Marq. No perderá vuestra fama.

 

Mart. Señor, mi amo se llama

Lorenzo de Todo-Monte.

 

Lor. El nombre, verdad ha sido,

pero el sobrenombre no,

que los pobres como yo

nunca tienen apellido.

 

Mart. Hombre, responde al reclamo.

 

Lor. ¡Qué necio, y cansado estás!

ya he dicho, que no se más

de que Lorenzo me llamo.

 

Marq. Que yo os estimo creed,

y assí, hidalgo, perdonad,

este bolsico tomad,

y esta sortija os poned

en mi nombre, y esto sea

sin que nada me digáis.

 

Dale un bolsillo, y una sortija.

 

Lor. Como a pobre me tratáis.

 

Marq. Con más servicios desea

mi atención, quedaos con dios;

cumplimientos no gastemos,

que algún día nos veremos.

 

Lor. Pero aora he de ir con vos.

 

Marq. No ha de ser, por vida mía,

que no os lo consentiré,

quedaos, hidalgo. Lor. Ya sé

que es necedad la porfía,

ya os obedezco. Marq. Admirado

voy, porque el mundo se assombre,

sí, por Dios, de ver a un hombre

tan valiente, y tan honrado.       vas.

 

Lor. ¿Qué dices desto, Martín?

 

Mart. Vive Dios, que es cosa nueva

esta que te ha sucedido,

y que yo no lo creyera

a no averla visto; ¿tu

sortija, y doblones? Lor. Dexa

que me admire de que yo

alguna fortuna tenga:

¿quién será este hombre? Mar. Será

el alma de un Sastre en pena,

que se anda restituyendo

todo. Lor. ¿Qué nunca de veras

has de hablar? ¿no puede ser

que algún Cavallero sea

de mucha importancia?

esta dádiva lo muestra.

 

Mart. No señor. Lor. ¿Por qué?

 

Mart. Porque

los Cavalleros a secas

no dan sortija, y doblones,

porque tienen muchas deudas

con quien cumplir: vive Dios,

que una dádiva como ésta

la pudo dar el gran Turco,

o el gran Tamorlán de Persia:

mas ¿sabes lo que he pensado?

 

Lor. Acaba, dilo, ¿qué piensas?

 

Mart. Que estaba el hombre borracho,

porque si no lo estuviera,

no hiciera tan gran locura;

y assí, vámonos apriessa,

no buelva en su juicio,

y a dar tras nosotros buelva.

 

Lor. ¡Ay Doña Juana divina!

ya parece que mi estrella

quiere hacer paces conmigo.

 

Mart. Ta, ta, ¿de esse pie cogeas?

luego ¿estás enamorado?

 

Lor. ¿Quién ha de ser? el Sol mismo,

el Alva, el Aurora bella,

todo el Cielo, y quantas partes

puede imaginar la idea,

tantas presumo, Martín,

que se han de admirar en ella.

 

Mart. Pues un pobre Carbonero

tales desatinos piensa,

no he de creerlo, por Dios;

mira, si tú me dixeras,

Martín, yo pierdo mi juicio

por Juana la Carbonera,

o la gorrona, era fácil

de creer; pero estas Reynas,

atreverte con la cara

de color de chimenea,

con más borrones, que plana

de algún muchacho de escuela,

no lo he de creer. Lor. Martín,

ven, que quiero que la veas,

porque disculpe mi amor.

 

Mart. Aquesse recado a ella,

que ella se ha de disculpar

si tal desatino intenta.

 

Lor. Ven, compraremos vestidos.

 

Mart. Con los doblones que llevas

bastante avrá para todo.

 

Lor. Y pues se va con gran priessa

el Marqués de Santa Cruz

a Flandes, mi diligencia

me ha de valer, porque pienso,

debaxo de sus Vanderas,

merecer por mi valor

lo que mi sangre me niega.

 

Mart. Vamos, que también Martín

ha de campar con mi estrella;

¿y hemos de passar el mar

para llegar a esta tierra?

 

Lor. Sí, Martín. Mart. Dígolo, porque

iremos mar en carreta,

que son de los Carboneros

los barcos en que navegan.

 

Lor. Fortuna, tres años solos

de mi vida a mi amor le queda

en este tiempo, o morir,

o adquirir lustre, y hacienda.

 

Vanse, y salen Doña Juana, y Lucía con mantos.

 

Luc. Hermosa, señora estás.

 

Juan. De oirte Lucí, me río.

 

Luc. Con tu donayre, y tu brío

embidia a las flores das:

alegre está tu belleza,

señora, aunque más me digas.

 

Juan. Nunca verás ser amigas

la hermosura, y la tristeza:

yo estoy triste, y de esta suerte,

aunque tus lisonjas crea,

estaré sin duda fea.

 

Luc. Que estás engañada advierte,

porque la melancolía

suele añadir perfección.

 

Juan. Esso en las que hermosas son;

mas ¿negasme, Lucía,

si desengañarte quieres,

y salir de aqueste error,

que solamente el color

hace hermosas las mugeres?

Luego si estoy triste, cosa

que el color a todas priva,

¿en qué la hermosura estriva,

cómo puedo estar hermosa?

 

Luc. Mucho del color te agradas,

y no es cosa de matar;

yo he visto a muchos penar

por mugeres opiladas:

si fuera hombre, sus desdenes

adorara, y sus querellas,

y me anduviera tras ellas.

 

Juan. Lucía, mal gusto tienes,

graciosa has estado. Luc. Pero

dexando esto aparte yo,

¿no dirás qué te passó

con Lorenzo el Carbonero?

 

Juan. He sabido, si te agrada,

aquí para entre las dos,

que se me inclina. Luc. ¡Por Dios

que te hallas enamorada!

no son tus designios malos;

¿qué has de hacer si perseveras?

 

Juan. Yo reírme. Luc. Mejor fuera

hacerle moler a palos,

porque vaya el picarón

en su oficio a trabajar.

 

Juan. Yo a nadie puedo quitar

que me tenga inclinación,

y que de esso haga chanzas aora;

mas dexando aquesto a un lado,

¿has visto con el cuidado

que me sirve, y enamora

Don Pedro de Vargas? Luc. Puedo

decirte sin interés,

que esse Cavallero es

de lo mejor de Toledo:

y si serviste desea,

¿quién por más galán merece?

 

Juan. Si a mi no me lo parece,

¿qué importa que lo sea?

a Flandes me voy contenta

sólo por estar sin él.

 

Luc. En fin, ¿el Varón Rosel

es el dichoso? Juan. Que sienta;

no extrañes, casarme aora

con un hombre, que a mi gusto

no sé si será. Luc. Del gusto

saldrás en Flandes, señora.

 

Juana. Oye.

 

Hablan aparte las dos, y salen Martín, y Lorenzo de gala.

 

Mart. Señor, vive Dios,

que aunque somos dos patanes,

que venimos más galanes,

que Gerineldos los dos;

bien aya, amen, el bolsillo,

que en fin nos ha remediado.

 

Lor. Pues todavía ha quedado,

Martín, algún dinerillo.

 

Mart. ¿Y la sortija? Lor. Aquí está

en el dedo. Mart. Bien a fe

dexame reír.  Lor. Maxadero,

¿con qué tu discurso topa?

 

Mart. Ayer eras poca ropa,

y oy pareces Cavallero.

 

Lor. Aguarda, Martín (¡qué veo!

¡es verdad, Cielos divinos!)

¿no es Doña Juana? Juan. Ay, Lucía,

¿no es Lorenzo aquel que miro?

¿Lorenzo? Lor. Señora mía,

no en vano el alma me dixo

que saliesse al campo, y no

en vano está florido;

porque alentándole vos

con vuestros ojos divinos,

y pisándole, bolvéis

la campaña en Paraíso.

Ya por lo menos, señora,

Lorenzo, mejor vestido

está de lo que solía;

ya por vos me determino

a colgar de mi esperanza

el gossero capotillo.

Ya por vos me voy. Juan. Lorenzo,

yo os agradezco, y estimo

la voluntad que mostráis

tenerme, y aora os digo,

que la palabra que os di,

desde aquí os la revalido

de esperar tres años: Cielos,     ap.

¿qué tiene este hombre consigo,

que el corazón se alborota

de verle? Lor. A essos pies rendido

otra vez os lo agradezco.

 

Luc. Y usted, señor monacillo,

¿es Carbonero también?

 

Mart. Pico más alto. Luc. ¡O qué lindo!

por lo dicho, y alegado

parece usted un gran pollino.

 

Mar. Y usted un día de San Marcos,

porque es usted un mal trapillo.

 

Luc. Oygame. Martín. Diga.

 

Sale un criado, y Don Pedro de Vargas

 

Criado. Señor,

una criada me dixo,

que azia la huerta del Rey

aquesta mañana vino

tomando el hacero. Pedr. Pienso

que es verdad lo que te ha dicho,

que alguna mañana suelo

encontrarla en este sitio;

pero aguarda, ¿no es aquella?

¡Viven los Cielos divinos

que está hablando con un hombre!

¡de cólera estoy perdido!

 

Juan. ¡Ay Dios! Don Pedro Vargas,

Lucía. Luc. Buena la hicimos.

 

Pedr. Aunque el mundo me estorve,

vengaré los zelos míos::

mi señora Doña Juana,

dos palabras os suplico

me escuchéis aparte. Lor. Hidalgo,

estando hablando conmigo,

es sobra de atrevimiento,

y mucha falta de estilo

llegar sin pedir licencia.

 

Pedr. Con los hombres de mis bríos,

y de mi sangre, no corre

essa razón que avéis dicho:

con vos pudiera correr,

porque ya os he conocido,

y no merecéis... Lor. Tencos;

y no pronunciéis altivo

palabras, que no se halle

satisfacción, ni castigo;

mas pues de vuestro valor

estáis tan pagado, elijo

que riñamos, y pluguiera

a Dios en este conflicto,

que el que tuviera más manos

fuera oy el favorecido.

 

Sacan las espadas, y éntranse acuchillando, y retira a Don Pedro.

 

Pedr. De esta manera respondo

a tan locos desvaríos.

 

Lor. Y yo de aquesta manera

a las obras me remito.

 

Martín. A ellos, que son badeas.

 

Dent. Lor. Assí, cobardes, castigo.

 

Dent. Pedr. Muerto soy.

 

Luc. Virgen de Gracia,

padre mío San Francisco,

que se matan. Juan. ¡Ven, Lucia,

sin alma voy! Luc. Ya te sigo.

 

Mart. Señor, la Justicia toda

nos sigue, huyamos.

 

Voces dentro. Seguidlos,

porque es Don Pedro de Vargas

el que está muerto, o herido.

 

Lor. Ven azia el cuerpo de guardia

del Marqués.

 

Mart. Pleguete Christo, aguija.

 

Éntranse corriendo por una puerta, y salen por otra.

 

Voz dentro. Por acá van.

 

Mart. Vive Dios que hemos corrido

como dos galgos. Lor. Martín,

estando aquí no ay peligros;

el cuerpo de guardia es éste

del Marqués. Mart. ¿Estás herido?

 

Lor. ¿Qué dices, estás borracho?

echarme a mí de estos lindos

engolillados galanes,

es como echarme mosquitos:

sólo con pena me tiene

saber qué avrá sucedido

de Doña Juana; por Dios

que estoy por bolver al sitio

a saberlo. Mart. Sor Lorenzo,

¿usted quiere ser racimo

con pies? ¿es boba la otra?

a su casa se avrá ido.

 

Voz dent. Toca a recoger, Tambor.

 

Tocan la caxa.

 

Lor. Los Soldados a este sitio

vienen ya.

 

Salen el Sargento, dos Soldados, y el Tambor con la caxa.

 

I. Sold. En fin, so Sargerto,

el Capitán nos ha dicho,

que marcha el Marqués mañana.

 

Sarg. Assí lo tengo entendido,

pues ya prevenido tienen

los Baxeles. 2. Sol. Vive Christo,

que si Dios no lo remedia,

que la Chata ha de ir conmigo.

 

I. Sold. Señor Sargento, ¿usted quiere

entretenerse un poquito

a los naypes boca arriba?

 

Sarg. Debe de aver dinerillo,

que ha sido día de paga.

 

I. Sold. Aqueste tambor maldito

servirá de mesa. Sarg. Vaya.

 

Saca naypes.

 

I. Sold. El desquadernado libro

saco, que yo aquestas horas

las traygo siempre conmigo.

 

Pónense a jugar.

 

Sarg. Alzo por mano, un Rey es.

 

I. Yo una Sota ¡vive Christo,

que no aya aquí una pretina!

barage usted: mal principio;

a cinco, y cinco, y terceras,

y veinte en quinta.

 

Sarg. Hago, y digo. Lor. Martín.

 

Mart. Señor. Lor. ¿Quieres que

pruebe la mano? Mart. Esso pido,

y mas que estás de jornada

pondré, que me quemen vivo,

si no haces mesa Gallega.

 

Llega a ellos.

 

Lor. Aquí tengo en el bolsillo

unos doblones, yo llego:

hidalgos, si sois servidos

de que en el juego haga tercio,

jugaré también. Sarg. Yo digo,

que entre por mí.

 

I. Sold. Yo también:

este parece chorlico;

seor Sargento, ojo alerta,

iremos dos al mohino.

 

Lor. Mío es el naype.

 

Toma Lorenzo el naype, y baraxa, y alzan por mano.

 

Sold. I. A ocho, y ocho.

 

Sarg. Veinte, y veinte.

 

2. Sold. A entrambos digo,

quatro, cinco, mío es el quatro.

 

I. Sold. Ande, que la mía he visto.

 

Lor. Se engaña usted.

 

Mar. Dice bien,

porque le faltó el ombligo.

 

Lor. Essa es mi suerte. Sarg. Por vida...

 

Lor. Una, dos, tres, quatro,, cinco,

seis, siete, ocho, nueve, diez,

once, doce. I. Sold. Vive Christo,

¿donce pintas? doce diablos

carguen conmigo.

 

Muerde los naypes.

 

Sarg. Barxe usted, a cinco, y cinco.

 

I. Sold. Yo a lo mismo.

 

Mart. Ha buenos hijos,

que assí paráis a la errona.

 

Lor. Mi suerte a la quarta vino,

diez pintas gano. Sarg. ¿Está loco?

pese a su alma, pues ¿no ha visto

que es sencilla?

 

Lor. Lo que veo

es, que tantas he corrido,

y que se me han de pagar

luego al punto.

 

Quítale a Lorenzo la bolsa, y sacan las espadas, y riñen.

 

Sarg. Bien ha dicho;

mas pues le quito el dinero,

haga cuenta que ha perdido.

 

Lor. Ha gallinas, vive Dios

que os he de hacer mil añicos,

y pedazos, aunque venga

todo el mundo a resistirlo.

 

Mar. Señor Sargento, cuidado

con la panza.

 

Salen un Ayudante, y el Marqués.

 

Ayud. Fuera digo,

que está su Excelencia aquí.

 

Marqués. ¿Qué es esto?

 

Sarg. Señor invicto,

sobre cierta diferencia,

que en el juego hemos tenido,

tras no quererme pagar

el dinero que ha perdido

este Soldado, señor,

sacó la espada conmigo,

sin la atención que se debe

a este lugar, a este sitio:

esto es lo que passa. Mart. Bueno,

trocada la hemos perdido.

 

Marq. ¡Ay tan grande atrevimiento!

vive el Cielo, que a delito

tan grande, no halla la ira,

ni la cólera castigo;

quando tengo echado el vando,

que nadie sea atrevido

a sacar la espada en

mi cuerpo de guardia mismo,

¿con un Oficial se atreve,

desatento un Soldadillo?

por vida del Rey, que es mengua

no castigarle yo mismo

con este hacero: Ayudante,

luego al instante, al proviso

le den dos tratos de cuerda.

 

Lor. A Vuecelencia suplico...

 

Mart. Aceytunas.

 

Lor. Que me escuche,

que un Soberano Ministro,

y un Capitán, de quien tiembla

el mundo, de dos oidos

que le dio naturaleza

ha de usar, tan sin perjuicio,

que uno ha de dar a la dexa

justiciero, otro benigno

a la disculpa; porque

sentenciar sin más aviso,

da a entender, que la razón

está sujeta al capricho.

 

Marq. Hablad, pues. Lor. Digo, señor,

que no sólo aquí he perdido

dinero alguno, sino antes

estando ganando, altivos

estos Soldados, por fuerza

me arrebataron el mío.

Yo, pues, no por el dinero,

que es lo que menos estimo,

sino por el menosprecio,

que en los hombres bien nacidos

es lo que se siente más,

saqué la espada atrevido,

y sin mirar... Marq. Bien está,

ya de no averos oído

no os quexareis. Lor. No señor.

 

Marq. Pues la sentencia confirmo,

porque sacasteis la espada

con un Superior; asidlo,

y llevadlo. Lor. Vuecelencia

mire... Marq. Ya lo tengo visto.

 

Asido del Marqués, y repara en la sortija.

 

Lor. Por Dios que esto va de veras;

advertí, que mi castigo

no os toca.

 

Marq. ¡Válgame el Cielo!

 

Lorenz. Porque yo...

 

Marq. ¡Qué es lo que miro!

¿no es mi sortija?

 

Lorenz. No soy Soldado.

 

Marqués. Cielos Divinos,

¿no es éste el hombre a quien debo

la vida? bien lo averiguo

en la sortija que tienes;

en fin, ¿que no sois Soldado?

 

Lor. No señor, pero me inclino

a serlo: passar quisiera

a Flandes, si en vuestro arrimo

hallo sombra que me ampare.

 

Marq. Bien me parece el designio;

¿qué sobrenombre tenéis?

 

Lor. Lorenzo me llamo..

 

Marq. El mismo

es que dixo aquella noche;

no os pregunto el nombre, digo

el sobrenombre.

 

Lor. Lorenzo me llamo he dicho

a secas, porque esto sólo

de mi linage he sabido.

 

Marq. Pues Lorenzo, en mí tendréis

buen padrino, y buen amigo,

sentad plaza luego al punto

en mi Compañía. Lor. Invicto

Marqués, de mi sobrenombre

avéis de ser mi padrino,

quando veáis que le gano

en el Real del enemigo.

 

Marq. Andad, señor, que ya sé

que tenéis muy buenos bríos,

y yo, y vos para otros dos.

 

Lor. Si estos favores consigo,

verá Flandes por mi brazo

un assombro, y un prodigio.

 

Marq. Vamos, Ayudante, vos

a las tropas dad aviso

que marcho luego.          vas.

 

Sarg. Señor Lorenzo,

seamos amigos,

que aquí están vuestros doblones.

 

Lor. Pues señores, repartidlos

entre todos, porque yo,

con la dicha que he tenido,

no estoy en mí.

 

Sargento. Venid, pues.

 

Vanse, y quedan Lorenzo, y Martín.

 

Martín. ¿Qué ay, Lorenzo?

 

Lorenzo. Estoy sin juicio.

 

Martín. A Flandes vamos.

 

Lorenzo. Fortuna,

ya un escalón he subido

en estos tres años, ten

de tu rueda el curso fixo:

a Dios tres años, España,

a Dios, pues, bello prodigio,

desde oy, con vuestra licencia,

aunque parezca delito,

me llamo Lorenzo Flores,

que un esclavo ya ha sabido

tomar de su dueño el nombre.

Flores soy, y te suplico,

(¡o deidad de la fortuna!)

que te avengas bien conmigo,

y en tres años tengas

de tu rueda un curso fixo.

 

 

JORNADA SEGUNDA.

 

 

Salen el Varón, y Don Juan.

 

Varón. De aver visto a mi esposa,

señor Don Juan, tan estraña,

o tan esquiva, ha nacido

en mí la confianza

de imaginar, que en su pecho

no hallaron lugar mis ansias,

o que sus cuidados son

efectos de mi desgracia.

 

Juan. No estrañéis, señor Varón,

ver en tristeza a mi hermana,

que esse es común sentimiento

de las que dexan su Patria,

que otra cosa ser no puede

de su tristeza la causa,

quando felizmente en vos

tan ilustre esposa gana.

Ayer de España llegamos

mi hermana, y yo a esta casa,

y el cansancio del camino,

después de tantas jornadas,

junto con la novedad

de verse en Flandes, bastaba

para turbar su alegría;

además, que allá en España

usan las nobles mugeres

una hermosura afectada,

que como melancolía

a la venganza acompaña,

pues sólo en gravedad fundan

de su honestidad la gala,

y no se alegran tan presto

como aquí vuestras Madamas.

Dexad que tome el estilo,

porque después de tratadas

las Españolas, son otras,

afables, y cortesanas,

y lo que en ceño comienza,

en noble caricia acaba.

 

Varón. Norabuena, estese aora

assistida de mi hermana

Teodora en aquesta Quinta,

que en ganándose la Plaza

de Darén, a quien ha puesto

sitio el Marqués, mi esperanza

logrará en su blanca mano

la possessión deseada;

y corre tanto, con festines

de este País a la usanza,

divirtiré la belleza

a quien he rendido el alma.

 

Juan. Y también yo de Teodora,

a quien rendido idolatro,

festejaré su hermosura,

que a ser del Varón hermana,

es bien fundado el motivo,

que si él por esposa alcanza

a mi hermana, puedo yo

serlo también de su hermana:

quiera el Cielo que muy presto

a las Cathólicas Armas

se rinda Darén. Var. El sitio

va, según pienso a la larga,

aunque un alegre rumor

por el campo se derrama,

que queriendo el enemigo

meter socorro en la Plaza,

rompimos los Esquadrones.

 

Disparan, y caxas, y clarines tocan dentro.

 

Voces dentr. Viva España, viva España.

 

Juan. Sin duda que la victoria

por nuestra está declarada,

que es alegre: azia esta parte

llega el Marqués.

 

Tocan caxas, y clarines, y salen Soldados, luego Lorenzo, y Martín, y el Marqués de Santa Cruz detrás de todos: Martín saca el penacho, y la celada, y Lorenzo lo pone a los pies del Marqués.

 

Lorenz. A las plantas,

gran señor, de Vuecelencia,

de aquel General de fama,

el Monsiur de Xateler,

pongo el penacho, y celada,

que militares adornos

fueron de su pompa vana,

reservando para mí

sólo aquesta verde vanda,

con que pienso honrar mi pecho,

que por aver sido alhaja

de un General, me la pongo

por norte de mi esperanza,

que a sombra de Vuecelencia

no ay quien no la tenga.

 

Pónese la vanda.

 

Marqués. Basta,

Lorenzo Flores, llegad

a mis brazos, que esta hazaña

no la consiguió jamás.              Abráxale.

Griega, ni Romana espada:

contadme sólo el sucesso,

que os empeño mi palabra

de premiar vuestro valor.

 

Lor. Si Vuecencia me ampara,

no he menester más fortuna

para bolver a mi Paria

venturoso, siendo en ella

asombro de las estrañas.

Salió el Exército junto

del enemigo a campaña

a entrar socorro en Durén,

que fortalecida estaba.

En bien formadas hileras

venia al son de las caxas

todo lo noble, y florido

de la juventud lozana.

En vistoso alarde el campo,

lleno de plumas, y galas,

formaba, sembrando a trechos

de Abril la más bella estampa,

dibuxándose en los lexos

bien como hermosas montañas,

que el Cielo finge en las nubes,

y con la luz de las armas,

entre las plumas se vían,

parecían tremoladas

mariposas, que se ardían

a puro incendio de nácar.

A Monsiur de Xatelet

su General acompaña,

que con arrogancia loca

presumptuoso animaba

a los que al compás del bronce

iban siguiendo la marcha.

Venía el bravo Olandés,

sobre un peñasco con alma,

bruto Alemán, tan sobervio,

que a la máquina Troyana

hurtó la robusta forma,

siendo racional muralla.

Armado desde las clines,

hasta el cordón de las ancas,

relámpago, rayo, y trueno

pareció, que le abortaba

de alguna preñada nube,

hijo del arte, y la llama,

pues siendo bolcán la boca,

con su incendio se abrasara,

si por templarse no hiciera

de su misma espuma, escacha.

Salimos a recibirle

de la línea mil corazas,

y otros tantos Españoles,

desigual número a tanta

multitud de armadas huestes,

que de nueve mil passaban.

Despreciáronnos por pocos,

mas fue tan fuerte la carga

que les dimos, que al estruendo

de la artillería, las balas

se estremecieron los montes,

y el Sol se cubrió la cara;

pues con polvorosas nubes,

que los cavallos levantan,

con el humo, que a globos

del alquitrán se desata,

pareció que anochecía,

y la ceguedad fue tanta,

que por mucho espacio estuvo

el fiero combate en calma,

hasta que de la tiniebla

el caos se desenlutaba,

pues también para los ojos

huvo en el campo batalla.

Tocaron toda la noche

nuestros Quarteles al arma,

vivanderos, y vagajes,

que por todo el campo estaban

recogiendo sus haciendas,

huyeron para guardarlas

a nuestros alojamientos,

que los que del golfo nadan,

el saber guardar la ropa

fue siempre la mejor gala.

Imaginó el enemigo

que esto era huir, y en voz alta,

los Españoles no huyen,

dice, pica, sigue, abanza,

y quando más orgullosos

hallar en fuga pensaban

a los Españoles, viendo

su resistencia, se espantan,

y engañados, y confusos

se turban, y desbaratan:

tanto en las graves empressas

puede el no considerarlas;

y dando sobre ellos juntos,

fue de manera la carga,

que huyeron, y la victoria

se declaró por España.

Allí Don Luis de Toledo,

mi Capitán, cara a cara

al batallón de la Corte

le acomete, y le desarma,

si bien le costó los dientes,

donde le puso una bala

silencio a su lengua noble,

pero no a la de su fama;

mas bastaba ser Toledo

para una acción tan bizarra,

cuyo tronco esclarecido

lleva trofeos por armas.

Yo entonces viéndole herido,

bien como piedra arrojada,

que en el crystalino golfo

forma cerúleas de plata,

y va ensanchando las ondas

todo el tiempo que baxa:

o bien como el duro azero,

que las espigas doradas

derriba; pero ¿qué digo?

perdonad, si en mis hazañas

quise hablar para obligaros,

que me iba en ellas un alma,

si lo que son de atrevidas

tuvieron de afortunadas.

En fin, señor, prisionero

hice al General de Olanda,

que en un Soldado visoño

es más dicha, que alabanza,

que teniéndole rendido,

oygo decir: Mata, mata,

mirad que no está, Soldados,

la victoria declarada;

y haciéndome atrás dos passos,

le tiré una cuchillada

de tan buen ayre, que al suelo

la pluma de la celada

viso a escrivir a la muerte

con roxa tinta las cartas;

y dexando otros progressos,

digo, señor, que a essas plantas

mi vida ofrezco, y con ella

esta Toledana espada,

con este Español orgullo,

hijo de sus peñas altas,

que al lado de Vuecelencia

sabrá dar triunfos a España,

si del Laurel que os adorna

la ilustre sombra me ampara.

 

Marq. No ha venido de Toledo

a Flandes mejor espada;

pero no es nuevo en sus hijos

ser en paz y en guerra el alma

del valor: Lorenzo Flores,

por donde muchos acaban,

vuestros servicios empiezan,

y que os debo, es cosa clara,

más de lo que vos pensáis.

 

Lor. A mí por premio me basta,

gran señor, ser conocido

sin merecerlo. Juan. Mi Patria

puede estar vanagloriosa

del valor que en vos se halla.

 

Mar. Don Juan Flores: Juan. Señor.

 

Marq. La Compañía está vaca

de Don Gaspar Maldonado,

en vos es bien empleada;

a Lorenzo podéis dar

la Vandera, pues con tantas

ventajas la ha merecido.

 

Juan. Por ella os beso las plantas,

y porque mi Alférez es

Lorenzo. Mart. Mi camarada,

señor, más que la Vandera,

ha menester ropa blanca.

 

Marq. Todo se hará; y ¿vos quién sois?

 

Mart. Puedo decir, que es muy alta

la rama de mi linage.

 

Marq. ¿Y qué apellido? Mart. Se llama

mi padre Pedro del Pino,

y mi madre Ana del Aya.

 

Marq. ¿Gente limpia? Mart. Sí señor,

y entrambos de la Montaña;

pero bolviendo a mi padre,

fue un hombre, que en la campaña,

por su brazo, y su valor,

vertió un mar de sangre.

 

Marq. ¿Tanta

sangre vertió? Mart. Sí señor,

que era Barbero, y sangraba.

 

Marq. ¿Y vos sois Soldado? Mart. Sí,

pero de más importancia,

pues en el encuentro de oy

hice atrás bolver dos mangas

solamente con el ayre

de mi aliento. Marq. ¡Cosa estraña!

 

Mart. Eran las mangas perdidas

de una ropilla de grana:

pues más hice. Lor. Aparta, loco.

 

Marq. Quédese para mañana,

porque me alegro de oiros.

 

Mart. Vuestro buen gusto me agrada,

que aquesso es querer tener

aquí gloria, y después gracia.

 

Marq. Si el Cielo me da a Durén,

Lorenzo Flores, la paga

corre por mi cuenta aora;

servid, que no es mala entrada

una Vandera. Lor. Señor,

Vuecelencia honra mi espada,

que para un visoño era

el favor; pero las balas,

si he de morir, el venablo

muy presto ha de ser vengala.

 

Marq. Venid conmigo, Varón;

Durén, si de tus murallas

no consigo la victoria,

tumba ha de ser la campaña

de quanto Español orgullo

empuña del Rey las armas,

pues no ay remontada nube

que se oponga al Sol de Austria.

 

Vánse los dos, y los Soldados.

 

Mar. Feliz ha sido el sucesso.

 

Lor. Ay divina Doña Juana,

por ti más ser solicito,

aliente amor mi esperanza.

 

Juan. Pues es de Toledo, quiero

Esperar a ver si me habla.

 

Lor. Éste es, Martín, el hermano

de Doña Juana. Mart. Es verdad,

con esso de su beldad

noticias tendrás. Lor. Es llano.

 

Mart. Pardiez, que de los mozotes

puede ser embidia ufana,

y se parece a su hermana.

 

Lor. Pues dime, ¿en qué?

 

Mar. En los vigotes.

 

Lor. De nuevo ahora rendido,

pues que somos Toledanos,

quiero besaros las manos.

 

Juan. Del contento recibido

de que tengáis mi Vandera,

no sé qué os pueda decir,

mas de que os he servir.

 

Lor. Trocar los servicios fuera,

y el mío es sólo serviros.

 

Juan. Mucho de vuestro valor

oygo decir. Lor. Que es, señor,

ventura, puedo deciros,

pero no merecimiento.

 

Juan. Vuestra persona me agrada,

y está muy bien empleada

mi Vandera en vuestro aliento,

que el ser Alférez en Flandes

no es muy poco.

 

Lor. Bien comienzo.

 

Mart. Toda su vida Lorenzo

se crió con humos grandes.

 

Juan. Pero de Toledo, y Flores

pienso que somos parientes.

 

Lor. Son, señor, mis ascendientes,

aunque mayores, menores.

 

Juan. ¿Quién es vuestro padre allí?

 

Lor. Por aora perdonad,

porque no es de la Ciudad,

aunque muy cercano es.

 

Juan. ¿Pues de quién tenéis las Flores?

¿es por hembra, o por varón?

 

Lor. De mugeres las Flores son,

y no por esso menores,

que mi padre se llamaba Robles.

 

Juan. ¿Por qué no tomasteis

su apellido? Lor. Preguntasteis

muy bien, pues Robles me honraba;

pero son muchos allí

los Robles y pocas las Flores,

y túvelas por mejores,

que el padre de quien nací.

 

Juan. Bien hicisteis, porque yo

mucho me honro de ser Flores.

 

Lor. Y yo tuve por favores

las que este nombre me dio;

si bien, aunque tributo

me promete aplauso fiel,

si un bien no logro por él,

serán mis Flores sin fruto.

 

Juan. Oy, para honrar mi posada,

conmigo avéis de comer.

 

Lor. No la pudiera tener

con el Marqués más honrada.

 

Juan. Venid luego, que desde oy

no pienso sin vos hallarme.                vas.

 

Lor. Ya la suerte a levantarme

comienza, Martín. Mart. Estoy

admirado: ¿quién dixera,

quando hacíamos carbón,

que el palo del aguijón

se te bolviera en Vandera?

¿tú en la guerra conocido,

con oro, plumas, y grana?

 

Lorenz. A la hermosa Doña Juana

aqueste honor he debido:

su hermosura celestial,

¿qué hará en Toledo? Mart. Sin penas,

comiendo estará almacenas

quizá en algún Cigarrral.

 

Lor. Serán ciertas sus promessas,

pues por su amor vine aquí:

¿si se acordará de mí?

 

Mart. Como aora lleven camuesas.

 

Lor. ¿En qué lo fundas? Mart. En que

muchas cartas le escriviste,

y de ninguna tuviste

respuesta. Lor. De esso no sé

la causa, ni lo penetra

mi discurso. Mart. Pienso yo,

que pues no te respondió

se mudó al pie de la letra.

 

Lor. ¿En su beldad puede aver

mudanza, ni doble trato?

¿no es del Sol mismo retrato?

 

Mart. Es verdad, pero es muger,

vamos de aquí. Lor. Tu razón

me dexa confuso, y ciego,

porque en muriénsose el fuego,

¿quién se acuerda del carbón?

 

Vanse, y salen Músicos, Doña Juana, Madama Teodora, y Lucía.

 

La Music. Sentid, corazón, sentid,

ojos no miréis mi daño,

que es poco valor del fuego

pedirle socorro al llanto.

 

Juan. Parece que de mi pena

la letra se ha dibuxado.

 

Teod. ¿Quieres que el tono prosiga?

 

Juan. Sí, porque gusto me ha dado;

miento, que no está mi pecho

capaz de ningún descanso.

 

La Musi. Al ayre de mis suspiros

no pida alivio el cuidado,

porque el ayre aviva el fuego,

y no es remedio el estrago.

 

Juan. Exemplo a las penas mías

estas voces me estan dando;

¿para quando un escarmiento

fue aviso de un desengaño?

 

Teod. No cantéis más: ordenome

el Varón Rosel mi hermano,

que con todos los festejos

que en este País usamos,

divierta yo tu hermosura:

mas parece que es en vano,

pues veo que en tu semblante

se va el dolor aumentando.

 

Juan. Bien sé que al Varón le debo

de fino amante agassajos,

y a ti, Madama Teodora,

finezas que nunca pago;

pero aver venido a Flandes

con disgusto, me ha causado

essa tristeza; y también

el ver que he de dar la mano

a un Cavallero Estrangero,

a quien no quieren los Astros

que me incline por algún

secreto, que ignoro. Teod. El trato

suele vencer impossibles,

y está tan enamorado

mi hermano de tu hermosura,

que hasta que vayas cobrando

cariño al País, pretende

que se dilate este plazo,

por ver si con sus finezas

obliga tus desagrados.

 

Juan. Mal podrá, pues a una sombra

todo el corazón he dado:                   ap.

¿cómo es possible querer

a quien tan poco he tratado?

 

Teod. Diferente condición

es la mía, que yo amo

a un Español solamente,

por ver que es hombre bizarro;

y porque es de otra Nación

tiene para mí grangeado

más aplauso en la memoria.

 

Juan. Ni te culpo, ni lo estraño,

pero llego a estima mucho

que a un Español quieras tanto.

 

Teod. Si quiero, mas vive en mí

este amor tan recatado,

que hasta aora no he tenido

ocasión para explicarlo;

mas esto no es para aora,

y bolviendo a mi cuidado,

digo, que el tiempo ha de ser

quien ha de enmendar el daño:

mi hermano es galán, y tiene

en Flandes un rico Estado,

que puede hacer venturosa

a la muger de más garbo.

Amante a tus pies lo pone

sólo por lograr tu mano:

si el verte de España ausente

tu pensamiento ha turbado,

en los Príncipes exemplo

puedes tomar, que dexando

sus Patrias, buscan las otras

sólo por razón de estado.

El sujetar sus passiones

es propio de ánimos altos,

que el Cortesano artificio

le inyectó el prudente Sabio.

Si oculta causa te obliga

para negarte a lo humano,

ceda el gusto al sentimiento

por no faltar a lo hidalgo.

Yo me retiro, tú aora

lo puedes mirar de espacio,

que no pretendo estorvar

tus penas, ni hacerte cargo

de que adores, ni desdores,

pues siempre es tuyo mi hermano.

 

Juan. ¡Válgame el Cielo mil veces!

¡qué de cosas han passado

por mí, Lucía! Luc. No entiendo

tus lucidos intervalos:

vienes de España a casrte,

y quando tiene tu hermano

ya prevenida la boda,

finges tristezas, desmayos,

pypocondrias, xaquecas,

temblores, tiricia, y flatos,

y otros males, sólo a fin

de dilatar este plazo:

Noble es el Varón, y tiene

de renta seis mil ducados,

y sobre todo, es galán:

¿qué aguarda tu estillo ingrato?

 

Juan. Tarde o nunca en estas dichas

mi pena hallará descanso.

 

Luc. ¿En qué lo fundas? Juan. ¿No ves

que es niño Amor, y si acaso

para quitarle una joya

le dan una flor del campo,

el inocente la admite,

y tiene por agassajo

lo que es menos? pues lo mismo

le sucede a mi cuidado,

que si es aprehensión la dicha,

y ésta en mis penas la hallo,

otra no quiero, pues vivo

gustosa con el engaño.

 

Luc. ¿Con esso disculpar quieres

aquel tu capricho estraño

de inclinarte a un labrador?

 

Juan. Tú, como nunca has amado,

no conoces el dominio

de aquel ciego Dios alhado,

que para juntar distancias,

tuerce con violencia el arco;

y assentado lo primero,

que soy muger, lastimado

tengo el corazón, de ver

que en mi palabra fiado

fuesse a buscar más fortuna

Lorenzo, porque passando

por mil desdichas, y riesgos,

al cabo de los tres años,

verá que no le cumplí

la palabra que le he dado.

 

Luc. ¡Miren qué gran Cavallero,

para que te dé cuidado,

un hombre, que cuando mucho,

se avrá otra vez buelto al campo

a continuar la carrera

del carbón, u del arado!

 

Juan. Lorenzo tiene valor,

y por la guerra alcanzaron

muchos sugetos humildes,

honores, triunfos, y lauros.

 

Luc. Esso era, señora mía,

en tiempo de los Romanos;

pero aora...

 

Salen Don Juan, y Lorenzo con las insignias Militares, y Martín de Soldado ridículo.

 

Juan. Si amor...

 

Luc. Calla, que viene tu hermano.

 

Juan. El Marqués de Santa Cruz,

hermana mía, a quien debe

tantos aplausos el bronce,

y España tantos laureles,

me ha dado una Compañía,

de que muy gustosa puedes

darme el parabién, no sólo

porque assí me favorece,

sino por averme dado

por camarada, y Alférez

al señor Lorenzo Flores,

de los hombres más valientes

que en Flandes ciñen espada.

 

Juan. Huélgome de conocerle:

¡Ay de mí! si es fantasía,

sombra, ilusión, ¿qué me quieres,

que a tan remotas Regiones

a turbar mi inquietud vienes?

 

Juan. Es de Toledo. Juan. Yo juzgo

que ha de ser nuestro pariente.

 

Juan. Es verdad que su valor,

y talle, no desmerece

el apellido. Lor. Señora,

yo, si en mí (¡Cielos valedme!

yo estoy turbado, ¡qué miro!

Doña Juana está aquí: ¿si es este

engaño de los sentido?)

digo, que os beso mil veces

la mano, y esclavo vuestro

he de ser eternamente,

como lo soy desde aora

de mi Capitán.

 

Hablan los dos a hurto de Don Juan.

 

Juan. ¿No es éste,

Lucía, Lorenzo? Luc. El mismo,

como cinco, y dos son siete.

 

Juan. ¡Sin mí estoy! Juan. Estos soldados,

de gran valor, comúnmente

más saben obrar, que hablar:

aora bien, señor Alférez,

aquí podéis aguardarme,

si gustáis, un rato breve,

mientras voy a prevenir

al varón, que tengo un huésped;

para que luego bolvamos

a dar muestra en los Quarteles:

y pues desta Casería

está cerca el sitio, siempre

podéis tener desde aora

por vuestro este pobre alvergue.        vas.

 

Lor. Haré lo que me mandáis:

a tus pies señora, tienes

a un infeliz, que sin duda

te adoró para perderte,

porque no pudiera yo

tan presto tus ojos ver

sino para mayor daño;

que de ordinario la suerte

da bienes a un desdichado

para quitarle los bienes,

que tal vez, de los pesares,

son víspera los placeres.

Divino impossible mío,

norte de mis altiveces,

idolatra esperanza

de mis suspiros ardientes,

¿qué novedad, qué sucesso

pudo a tu hermano moverle

para conducirte a Flandes?

¿Qué desdicha, qué accidente

te obligó a dexar a España?

Pero si acaso enmudeces

por saber de mi fortuna

el ser que a tu ser le debe,

porque luego me respondas,

te lo diré brevemente:

Yo, señora, confiado

en tus promessas alegres,

vine a ser más por la guerra

(¡ o qué mal pleyto que tiene

quien sale a buscar la vida

por las sendas de la muerte!)

Y como para ser tuyo

era preciso que fuesse

nuevo assombro de los siglos,

y admiración de las gentes,

exponiéndome al peligro

de las picas, y mosquetes,

muchas heridas me han dado;

pero no fueron crueles

las heridas que repito,

quando considero alegre,

que son ventanas por donde

puedo entrar a merecerte;

¿qué rigores no he pasado por ti,

que escuchas? ¿qué ardientes

llamas no le han parecido

a mi sufrimiento leyes?

¿Pues cómo, divino dueño,

no me hablas? ¿de qué enmudeces?

¿qué te embaraza? ¿qué es esto,

señora? Si te arrepientes

de aquella noble promessa

que me has dado, y te parece

que puedo llegar por mí

algún día a merecerte,

un pobre Labrador soy,

señora, no soy Alférez,

y me bolveré a los campos,

que quizá menos rebeldes

los riscos, a mi valor

darán más piadoso alvergue,

pues centro han sido los montes

de los desengaños siempre.

 

Juan. Lorenzo (¡ay silencio mío1

haces cargo injustamente,

pues con otra mayor, pago

la inclinación que me tienes;

y no pudo la fortuna

en el estado presente

hacerme mayor lisonja,

que llegar feliz a verte

con essa insignia de Marte,

que por lo menos, promete

a tus nobles esperanzas

más venturosos Laureles.

Yo estoy sujeta a mi hermano,

como padre, en mi tiene

aquel natural dominio;

que dan las comunes leyes,

a los que con sangre ilustre

nacieron por accidente.

Al Varón Rosel, por mí

con quien grande amistad tiene,

dice, que ha dado la mano,

para cuyo efecto breve,

desde Toledo me truxo,

mira tú si es bastante

este estorvo para turbarme

el regocijo de verte:

lo que puedo hacer por ti

es dilatarlo hasta... Lor. ¡Tente:

ha, ingrata, cómo me engañas!

De España a casarte vienes

a Flandes, y ¿esso me dices?

¿Qué es esto? ¿Cielos, valedme!

Rosel es gran Cavallero,

rico, discreto, valiente,

y entre la Luna, y el Sol

sería eclipse oponerme,

siendo mi linage humilde,

que es de calidad la suerte,

lo que ha de negar, sólo

permite que se desee;

pero no será tu esposo

viviendo yo, porque de esse

rebellín del enemigo,

desesperado un mosquete

buscaré para sepulcro,

y ruego al Cielo, que llegue

tan arrebatado el plomo,

que de púrpura caliente

tiña el lunar denegrido,

que me dio la patria agreste,

porque veas que he cumplido

lo que he prometido siempre

de morir, o ser dichoso:

balas, y horrores me cerquen,

que assí moriré contento,

si es que acaso no me buelve

con el gusto de morir

a darme vida la muerte.             vas.

 

Juan. Aguarda, detente, espera.

 

Mart. Vive Dios, ¿qué es detenerle?

hacernos venir a Flandes

con su carita de sierpe,

passando lo que Dios sabe

por trincheras, y ornabeques,

¿y aora hace muy falsita

la gata de Mari Pérez? 

Plegue a Dios, Lucía ingrata,

que antes que yo buelva a verte,

un solomo de adobado

en las tripas se me yele,

y que el gran licor de Esquivias,

con el de Pedro Ximénez,

a puros carabinazos

las piernas me desjarreten,

y con el tufo precioso,

que se hospedare en mis sienes

muera atolondrado yo,

si es que acaso no me buelve

con el gusto de morir,

a darme vida la muerte.             vas.

 

Luc. ¿Que assí le dexasses ir?

 

Juan. No aguardó a que le dixesse

lo que intentaba yo hacer,

tú se lo dirás si buelve. Luc. Fuerte

resolución es la tuya.

 

Sale Madama Teodora.

 

Teod. Vengo, Juana mía, a verte,

y a darte dos mil abrazos,

pues ya mi esperanza tiene

celaxes de la victoria,

que amor por ti me promete.

Este que salió de aquí,

que de Don Juan es Alférez,

es el Español que adoro,

y pues avéis de tenerle

por amigo, Juana mía,

de lo que le quiero le advierte.

 

Juan. Esso sólo me faltaba

para que me desespere.            ap.

 

Teod. Haz que sin temor me mire,

pues que puede honestamente,

que aquí no es como en España,

que en hablándose dos veces,

llaman traydores los hombres,

o fáciles las mugeres;

qualquiera doncella noble

ir a los festines puede

con el galán que la sirve,

y hablarle, y favorecerle.

Dile que venga esta noche

al sarao, que te previene

el Varón para alegrarte.

 

Luc. No son malos los cordeles.

 

Teod. ¿No harás aquesto por mí?

 

Juan. Haré lo que yo pudiere,

mas pienso que podré poco:

dissimular me conviene.           apart.

 

Teod. ¿No te pareció gallardo?

 

Juan. Mucho.

 

Teod. ¡Qué bizarramente

entró con el Capitán!

 

Luc. Por Dios que andan bien los fuelles.

 

Juan. ¡Y que sea el callar fuerza!

 

Teod. Pues es fuerza conocerle,

cuéntame su calidad,

¿qué nobleza, y sangre tiene,

qué padres, deudos, y hacienda?

 

Juan. Si oy, Teodora, vino a verme,

como Alférez de mi hermano,

mal pudo satisfacerme;

por ti le preguntaré

lo que deseas, si buelve.

A Dios. Teod. A Dios.

 

Juan. Yo me abraso,

pues que mis desdichas quieren,

sobre el mal que yo padezco,

me den los zelos la muerte.

 

Teod. Sin duda oy logro mi amor,

si Juana me favorece.               vas.

 

Luc. De las dos se puede hacer

un pretal de cascabeles.

 

Juan. Lucía, ya no puedo

callar, que un tormento fuerte

en el potro de los zelos

hace que mi amor confiesse.

Yo quiero bien a Lorenzo,

y hame picado la suerte

esta necia, esta Teodora,

con ver que también le quiere,

que de aquí adelante pienso

de veras favorecerle,

porque a otro amor no se rinda;

y si a Martín buscar puedes,

para que diga a Lorenzo

que venga esta noche a verme

al festín, y que este lazo

 

Dale un lazo de tocado.

 

será la seña que lleve,

para que yo le conozca:

ve apriessa: ¿qué te detienes?

¡yo voy sin mí! Luc. Nadie hará

lo que los zelos no hicieren.

 

Vanse, y salen Don Juan, y el Varón.

 

Juan. Tod, Rosel, lo he dexado

con la nueva del sucesso.

 

Var. No menos me traxo a mí,

pero deseo saberlo,

que no estoy bien informado.

 

Juan. Al Exército vinieron,

señor Varón, dos Trompetas

de los rebeldes sobervios,

estando en él publicaron

un desafío tan necio

como muestra este traslado

de la copia que me dieron.

 

Muéstrale un papel.

 

Var. Señor Don Juan, essa es propia

acción de Hereges sobervios,

que como les falta Dios,

les falta el entendimiento;

y el Marqués, ¿qué determina?

 

Juan. Hallole el cartel batiendo

el Castillo de Durén,

y mostrando sentimiento

de la desveguenza, quiere

castigar su desafuero.

 

Var. ¿Nombró quien con ellos salga?

 

Juan. Nombró el Varón Filiberto;

a Falcón Napolitano,

y a mi Alférez de los nuestros.

 

Var. No ay, Don Juan, en todo el campo

Español como Lorenzo,

essotros no los conozco.

 

Juan. Ellos al Marqués pidieron

les hiciesse essa merced.

 

Var. ¿Qué plazo? Juan. Será muy presto.

 

Tocan al arma dentro.

 

Var. Assaltando están el Fuerte,

tiene mucha gente dentro,

será impossible tomarle.

 

Juan. ¡Con qué generoso esfuerzo

el Varón su gente anima!

¡qué valientes, qué ligeros

van trepando los Soldados,

de las rodelas cubiertos!

 

Tocan, y salen el Marqués, y Martín.

 

Marq. Ea, fuertes Españoles,

este día ha de ser nuestro,

embistamos al Castillo,

hijos, viva España.          Tocan, y vas.

 

Mart. Ha perros,

yo basto para otros tantos.

 

Juan. Y puesto, Varón, que tengo

orden, quiero aventurarme.

 

Varón. Sois noble.

 

Juan. Aquí por lo menos

moriré como Español.

 

Var. Juntos los dos abancemos.                  vans.

 

Mart. Fuego de Christo, ¡qué zurra

les van pegando los nuestros!

válgame Dios, ¡y qué gusto

es ver desde afuera el fuego!

¡O qué famoso balcón

es éste de los pañeros!

¡qué lindo toro! es un rayo.

 

Salen el Marqués, el Varón, y Soldados.

 

Marq. Brava defensa me han hecho;

pero por vida del Rey,

que hasta ponerle en el suelo

no he de quitarme las armas.

 

Var. Ganado el Castillo, es cierto,

Invictíssimo señor,

que Durén quede por nuestro.

 

Marq. ¿Quién será aquel Español,

que entre las almenas puesto,

parte del muro rompido

le ha derribado, y le ha muerto?

 

Varón. El polvo, fagina, y piedra

le avrá servido de entierro.

 

Por un despeñadero baxa rodando Lorenzo con dos estandartes, y por otra parte sale Don Juan con espada, y rodela.

 

Marq. Rodando, y aún casi vivo

viene a nuestros pies su cuerpo.

 

Lor. Pues llego a vuestros pies,

Invicto señor, no quiero

más premio, que aver llegado

a rendir mi vida en ellos;

 

Caído a los pies de el Marqués.

 

tomad estos estandartes,

si no trofeos, efectos

de un hombre desesperado.

 

Marq. ¿Quién eres, Aquiles nuevo?

¿quién eres, heroyco joven?

 

Juan. Mi Alférez, señor, que pienso

que perdéis en él un hombre,

que no salió de Toledo

a Flandes mejor espada.

 

Marq. Pésame, y más quando llego

a pensar el desafío

en que nombrado le tengo;

puse en su espada el honor

de España, aunque Filiberto,

y Falcón son dos Soldados

de la opinión que sabemos;

suceda Flores a Flores;

vos Don Juan...

 

Levántase Lorenzo.

 

Lor. Señor, teneos,

que aún vive Lorenzo Flores,

y aunque más justo derecho

tiene aquí mi Capitán,

a cuyos merecimientos

rindo mi espada, y honor,

bien sabéis que fui el primero

nombrado por vos. Juan. Alférez,

yo vuestra vida deseo,

no quiero mayor honor.

 

Marq. Don Juan, quitarle no puedo

a Flores lo que le di,

y aora honrarle pretendo

con darle la Compañía

de Don Iñigo Pacheco,

que está vaca. Lor. Gran señor...

 

Marq. Capitán Lorenzo,

nada me digáis aora,

id a descansar, que luego

trataremos de amansar

los enemigos sobervios.

 

Vanse todos, quedan Lorenzo y Martín.

 

Mart. Pues azia la Casería

a descansar vamos, quiero

darte el parabién. Lor. Martín,

¿de qué me sirven los puestos,

si con ellos no consigo

el logro de mis intentos?

Si mi esperanza (¡ay de mí!)

se desvaneció en el viento,

¿para qué quiero la dicha,

si la dicha no apetezco?

¿Pero quándo para un triste

llegó la fortuna a tiempo?

 

Mart. Y como que a tiempo llega

si me escuchas. Lor. Ya te entiendo,

porque siempre que camino,

con oírte me divierto.

 

Mart. Apenas de Doña Juana

te despediste gimiendo,

quando dentro de un instante,

Lucía, que es el correo

de la estafeta de Amor,

me vino a buscar, diciendo:

que un sarao que se hacía

esta noche en su aposento,

te hallasses sin duda alguna,

que tendría gusto de esso

la señora Doña Juana;

por señas, que de su pelo

te embía un lazo de cintas

con que adornes el sombrero

para poder conocerte,

por ser uso en los festejos

el entrar con mascarillas.

 

Lor. Motivo de sus desprecios

quiere que sea mi amor;

dame el lazo. Mart. ¡ Vive el Cielo

 

Busca las faltriqueras.

 

que no le hallo, por más

que le busco; estoy sin sesso!

 

Lor. Mira bien la faltriquera.

 

Saca de las faltriqueras lo que dice en los versos.

 

Mart. Aquí sólo ay pan, y queso.

el peyne, tabaco, y naypes:

Lucía me le dio embuelto

en unos versos, sin duda

se le han comido los versos.

 

Lor. ¿Pues cómo se te ha caído?

 

Mart. No lo sé, señor, mas pienso

que era lazo escurridizo.

 

Lor. ¡Que por tu descuido, necio,

me ponga a un desayre yo!

si no me ve en el sombrero

el lazo, ¿qué dirá Juana?

 

Mart. Discúlpate con mi yerro,

o ponte qualquiera cinta.

 

Lor. Y si el color es diverso,

¿cómo podrá conocerme?

 

Mart. ¿No ves que el amor es ciego,

y no juzga de colores?

 

Lor. ¡Mal aya tu entendimiento!

¡de qué manera era el lazo?

 

Mart. era entre azul, y bermejo,

amarillo, y verdegay,

más del color no e acuerdo.

 

Lor. ¡Que siempre has de estar de chanza!

molerte fuera bien hecho

con un palo.

 

Mart. Antes me honrarás,

pues fuera hacerme Sargento.

 

Lor. Aora bien, pues ya el descuido

tuyo no tiene remedio,

yo me daré a conocer

por señas en el festejo:

pero ya avemos llegado

a la casería, y quiero,

Martín, irme a prevenir,

que ya viene anocheciendo.

 

Suenan instrumentos.

 

Mart. Y de que el sarao comienza

avisan los instrumentos;

vamos, señor, que ya es hora.

 

Lor. Juana a mi me llama: Cielos,

si en su desdén no ay mudanza,

otra ventura no espero.

 

Vanse y sale el Varón de gala por el sarao con el lazo de Doña Juana en el sombrero.

 

Var. Jurara que aqueste lazo,

que me he hallado aquí dentro,

esta mañana le vi

en el precioso cabello

de Doña Juana; y si acaso

ella le ha perdido, quiero

que sepa, que la fortuna

me le ha dado, por empeño

de que adoro sus despojos;

y si no le echare menos,

será avisarla, que yo

me le pongo en el sombrero

por blasón de mis memorias,

y que su olvido condene;

la mascarilla me pongo

porque el festín empecemos.

 

Salen con mascarillas D. Juan, D. Juana, Lorenzo, Martín, Teodora, Lucía, y Músicos; y con la Música se empieza el sarao, hablando a su tiempo con Juana, y con Teodora, conforme los versos de cada uno.

 

La Music. Oy presenta el Dios vendado

batalla a los elementos,

y tocando el arma, rinde

dos mundos a sangre, y fuego.

 

Juan. Pues por el lazo conozco

que el que le trae es Lorenzo,

he de adelantar su esperanza.

 

Teod. Si no os ha dicho mi  afecto,

 

A Lorenzo.

 

gallardo, Español, sabed,

que ay quien se alegre de veros.

 

Lor. No aspiro a tanto impossible,

con mi amor estoy contento.

 

La Music. Entre las iras de Marte

suele dilatar su incendio,

que no se niega el cariño,

aunque se despeñe al riesgo.

 

Var. ¿Quándo, adorado prodigio,

 

A Doña Juana.

 

veré piadoso tu cielo?

 

Juan. Siempre vos en mi memoria

 

Al Varón.

 

tuvisteis seguro premio;

vuestra he de ser.

 

Var. Alma, albricias,

que ya su rigor es menos.

 

Juan. Si lo que dispensa el bayle

 

A Teodora.

 

lo hiciera amor mi trofeo,

sólo estaba en esta mano.

 

Teod. Es ya mi alvedrío ageno.

 

A Don Juan.

 

Lor. ¿Hasta en el festín, señora,

vos de mi semblante huyendo?

 

A Doña Juana.

 

Juan. Para abrazar tanta nieve,

 

A Lorenzo.

 

vuestro amor es poco incendio.

 

Lor. Ha falsa, ingrata, engañosa,

¿para desayres como éstos

me llamáis? ¡yo estoy sin mí!

¡todo un bolcán en mi pecho!

 

La Music. Muy duro combate ofrece,

quien dixo cera, dixo

amor, amor, fuego, fuego.

 

Var. Pues me anticipáis la vida,

asseguradme el aliento;

 

A Doña Juana.

 

¿quándo será el día? Juan. Quando

os vea en más alto puesto,

porque os asseguro, que

no será el Varón mi dueño.

 

Var. ¡Qué he escuchado! ésta es cautela

y he de quedar satisfecho,

 

Quítase la mascarilla.

 

examinando este agravio:

no cantéis más, Cavalleros,

parad, que lo ordeno yo,

por ser de esta casa el dueño.

Todos descubrid las caras,

que en viendo en los festejos

algún delito, es costumbre

descubrirse por el reo.             Descúbrese.

 

Juan. Ya todos se han descubierto.

 

Juan. ¡Qué miro! ¡ay de mí! engañada

tuve al varón por Lorenzo:

¿qué haré Cielos? Var. Dudas mías,

verdades sois, y no zelos.

 

Juan. Hablad, ¿de qué os suspendéis?

 

Teod. ¿Qué te ha movido a este empeño?

 

Lor. ¡Qué delito! Var. Una firmeza

perdí, con los movimientos,

de diamantes, y rubíes;

y aunque era de grande precio,

más la estimaba por ser

de una hermosura, ¿a quién debo

un desengaño? ¡ ha traydora!

mal pagas mi fee, y supuesto

que ninguno me la da,

yo la cobraré a su tiempo,

pues ya yo sé quién la ha hallado,

aunque lo calle el silencio.                  vas.

 

Lor. ¡Llamarme al festejo Juana

para no escuchar mis ruegos!

¿qué es esto, Cielos? abismo

de confusiones padezco.                   vas.

 

Teod. Mi amor le avrán dicho ya,

pues vino al festín Lorenzo.               vas.

 

Juan. ¡Irse el Varón enojado!

¡Teodora hablarme con ceño!

honor mío, aquí ay sin duda,

algún engaño encubierto.                   vas.

 

Juan. ¿Si alguno el lazo le embío,

cómo en el otro le encuentro,

y por no hacerle el desayre

al uno, a los dos desprecio?               vas.

 

Mart. Quando esperaba una cena,

Lucía amiga, hallo un duelo.

 

Luc. Mira, Martín, lo que son

deste mundo los festejos.

 

JORNADA TERCERA

 

Salen Teodora, Doña Juana, y Lucía.

 

Teod. El sentimiento que anoche

mostró mi hermano en la fiesta,

juzgo que ha sido por ver,

que le Capitán Flores entra

a festejar mi hermosura.

 

Juan. Si en los saraos es licencia

común, ¿qué razón avía

para formar dello ofensa?

 

Teod. De que a Lorenzo llamasses

te agradezco la fineza;

pero es menester aora,

que como amiga, y tercera,

le des a entender mi amor:

que al passo que sus proezas

van creciendo en sus aplausos,

crece la afición secreta

de mi amoroso cuidado;

dile, Juana, que no tema,

porque impossibles mayores

allana amor. Luc. ¡Linda flema!

traza tiene de mandarte

que bayles las paraletas,

mira que te va el honor

en que tu passión no entienda.

 

Salen Martín, y Lorenzo.

 

Lor. Martín, mi amor, y mis zelos

de los cabellos me llevan,

 

Mart. Pues habla de otra materia.

 

Lor. Yo fingiré otro motivo.

 

Luc. ¡Mas qué es lo que miro! alerta,

que está Lorenzo en campaña.

 

Teod. Famosa ocasión es ésta

para que sepa mi amor.

 

Lor. Señoras, a la presencia

del Sol llegara cobarde,

si las alas no me diera

la obligación de serviros,

que en mi voluntad es deuda;

tres a tres a un desafío

salimos en competencia,

sobre si al Cetro Español

Olanda ha de estar sujeta:

y aunque se ve que esto ha sido

invención de la sobervia

del de Orange, el Marqués quiere

castigarla, y que yo sea

uno de los tres que salen;

y aunque la ocasión me empeña,

un disgusto me ha quitado

la esperanza, de que tenga

buen sucesso por mi parte,

porque quien morir desea,

mucho lleva anticipado

para que assí le suceda.

Vengo sólo a despedirme,

y a llevar alguna prenda

de favor, para que sirva

de norte a mi poca estrella.

 

Teod. Aquesso por mí lo dice.          ap.

 

Juan. ¡Que aya de callar mis penas!

 

Teod. Yo soy, bizarro Español,

Teodora, de aquesta tierra

Señora, y en cuya Quinta

Doña Juana se aposenta

por orden del que ha de ser

su esposo, si desta guera

sale el Marqués victorioso,

ella os avrá dado cuenta,

como yo se lo he rogado,

de que a las hazañas vuestras

estoy muy afiscionada;

si no ay quien os favorezca,

más que yo , esperad aquí,

y entraré por una prenda

que llevéis al desafío;

después me daréis respuesta:

dile aora muchas cosas

de mí, pues con él quedas.                vas.

 

Lor. ¿Es, señora, essa invención

de vuestra merced? Juan. Quisiera

estar sin vida. Lor. Teodora

me quiere, y honrarme intenta

con favores de su mano:

es porque yo me entretenga

mientras te casas, ingrata;

¿cómo con doble cautela

me llamas para el sarao,

y luego en él me desprecias?

 

Juan. Es engañoso.

 

Lor. No es engañoso.

 

Juan. ¡Ay Lorenzo, si supieras

las memorias que me debes,

qué diferentes sospechas

tuvieras de mis cuidados!

 

Lor. ¿Lo que vi, y escuché niegas?

 

Juan. La seña que di a Martín,

la vi en el sombrero puesta

del Varón; imaginando

que eras tú, le di respuesta

afable, y a ti desprecios,

pensando que el Varón eras.

 

Mart. Es verdad, yo la perdí,

él se la halló por la cuenta.

 

Lor. De mi estrella desconfío.

 

Mart. Por Dios, señor, que no seas

de aquellos necios amantes,

que en dándoles la caletra,

gastan en sus pesadumbres

lo que en sus gustos pudieran;

Flores sale al desafío,

si quieres que viva, y venza,

dale una prenda y los brazos,

dile que harás de manera,

que no se case el Varón,

será cosa tan bien hecha,

que te lo agradezca España,

su Rey, Toledo, su Tierra,

el Exército, el Marqués,

Francia,, Italia, Inglaterra,

el mundo, y los Mosqueteros

del patio de las Comedias.

 

Juan. Martín, quien da la esperanza,

en nada al amor se niega.

 

Lorenzo. Hasta verlo, permitid,

que esta ventura no crea.

 

Mart. Si es que has de favorecerle,

no des lugar a que venga

Teodora. Jua. Esta ayrón es tuyo,

y estos brazos.                                  Sale Teodora.

 

Teodora. Mejor prenda es ésta,

que no la mía.

 

Juan. Es uso de nuestra tierra

dar las Damas un abrazo

al Cavallero que intenta

favor para el desafío.

 

Teod. Pues yo, que ya de Flamenca

me passo a ser Española,

razón es que lo parezca;

mis brazos os doy también;

y porque la color sea

destas plumas esperanzas,

por favor las llevad puestas.

 

Lor. Yo lo estimo; a dios señoras.     vas.

 

Juan. Mi vida en la tuya llevas.          aparte.

 

Teod. El Cielo os haga dichoso.

 

Mart. ¿Y ella no me da, Doncella,

siquiera un abrazo solo,

como su ama? Luc. Tente, bestia.

 

Mart. ¿Pues por qué?

 

Luc. Aquí entra en cuento.

Venía un hombre de fuera,

y un perrillo que tenía,

comenzándole a hacer fiestas;

en los hombros le saltaba;

estaba un pollino cerca,

y tuvo embidia del perro,

y de la misma manera

quiso alhagar a su amo,

y poniéndose en dos piernas;

le derribó una quijada;

saca tú la consequencia.

 

Mart. Según esso, ¿vengo a ser

el pollino, y tú la perra?

pues dame una mano blanca.

 

Lucía. Tampoco.

 

Mart. Dame una trenza.

 

Luc. Mucho menos.

 

Mart. Dame una guante.

 

Luc. Si tú, Martín, no peleas,

¿para qué quieres favores?

 

Mart. Para ser hombre de prendas.

 

Luc. ¡Ay, qué Lacayo de Flores!

 

Mar. ¡Ay qué Fregona de perlas!       vas.

 

Teod. Di lo que te habló de mí.

 

Juan. Fino, Teodora, se muestra,

pero vive temeroso

de que tu hermano no quiera

venir en el casamiento.

 

Teod. ¿Pues no podrá con cautela

decir que soy ya su esposa?

 

Juan. A mucho riesgo se empeña,

por ser tan gran Cavallero,

el Varón. Teod. Si tú quisieras...

 

Luc. Ya escampa, y llovían ladrillos.

 

Juan. ¡Ay Lucía! ¡yo estoy muerta!

porque en su amor no prosiga

valdrame aquí la cautela:

¿no fuera mejor, Teodora,

que amor, que tan mal empleas,

le lograsse otro sugeto

más digno de tu nobleza?

¿Tus altivos pensamientos

de quando acá se sujetan

a humildes desigualdades,

quando de ilustre te precias?

¿Los bizarros esplendores

de tu sangre a una materia

de interior fortuna, avían

de rendir la fortaleza?

¿Tú, por capricho vano,

que amor dibuxa en tu idea,

avías de aventurar

de tu opinión la firmeza?

Aora bien, Teodora, a mí,

como quien tu bien desea,

me toca desengañarte.

 

Teod. Como amiga me aconsejas:

¿qué enmudeces? Juan. Digo, pues,

que viene a ser vana empressa

para tu afición Lorenzo,

que es mucha la diferencia

de los dos, y no conviene

que tu opinión obscurezcas

en un hombre de valor,

y de tanta fama, y prendas;

¿qué defecto puede aver,

para que capaz no sea

de mi atención?

 

Lucía. Es un pobre Labrador.

 

Teod. Acá en la guerra

no se repara en linages,

porque quien mejor pelea,

es solamente el más noble;

y el ser Labrador, no es mengua,

que a tan honesto exercicio

nunca el honor se le niega.

 

Juan. No sé que has visto en Lorenzo

para que tanto le quieras.

 

Teod. Su valor, su talle, y brío,

su discreción, y modestia.

 

Juan. ¿Y si huviesse hecho carbón

en un monte de su tierra?

 

Teod. No sé lo que te responda,

ya aquesso es de otra materia:

abrid los ojos, amor,

mi honor por su aplauso buelva,

respeto mío, al aviso.

 

Juan. ¿No es mejor que essas finezas

te las merezca mi hermano

que tan fino te refleja,

y tan galán te enamora?

 

Teod. No es fácil que me resuelva

tan presto, que ha mucho tiempo

que sigo a esta obscura idea,

y ha poco que el desengaño

a mi pensamiento llega.

¡A Dios, mal fundado empleo            ap.

de mi memoria, que apenas

naciste, quando una sombra

te turba, y te desalienta!

 

Juan. Abanza de tu discurso

essa bastarda influencia,

que si he de decir verdad,

porque de una vez lo entiendas,

Teodora, para contigo,

mi hermano me hizo tercera

de su amor, y assí, es preciso

que en Lorenzo a hablar no buelvas,

porque importa a tu decoro.

 

Teod. Ignoraba su baxeza,

y de Don Juan, hasta aora

no he visto amorosas señas;

y pues en lances de amor

nací con tan poca estrella,

a consultarlo de espacio

me retiro con mis penas,

porque mi honor, y mi sangre,

que no admita me aconseja,

ni de Lorenzo memorias,

ni de tu hermano finezas.

 

Luc. Con esso, de su capricho

ya disusadida la dexa.

 

Juan. Engañar con la verdad

fue siempre industria discreta.

 

Luc. Silencio, que Rosel viene.

 

Sale el Varón Rosel.

 

Ros. Salte, Lucía, allá fuera,

que con tu señora aquí

tengo que hablar.

 

Luc. Señor, norabuena;

¡ay infeliz tortolilla!

 

Var. Aora de mis sospechas

he de examinar la causa,

mas de suerte, que no entienda

Juana mi desconfianza,

que hasta apurar la materia,

el que discurre su agravio,

él se hace a sí mismo ofensa.

 

Juan. ¿Vos triste una vez que os veo?

¿qué suspensión es la vuestra?

 

Var. La dilación de entregarse

Durén, cuyo fin espera

mi amor para enlazar dichas

con tu hermosura, merezca

de pensamientos cobardes:

pero siempre que mi pena

me trae a tus ojos, luego

en alegría se trueca,

efectos del Sol, que aclara

lo obscuro de la tiniebla;

pero dexando esto aparte,

yo preguntarte quuisiera

por cierta curiosidad,

una verdad.

 

Juan. Pues ¿qué esperas?

 

Var. Señora, ¿quién es Lorenzo

Flores en Toledo? Juana. Yerras

en pensar que le conozco,

sólo porque sale, y entra

con mi hermano aquí le he visto.

 

Var. Ayer le dexé en la tienda

del Marqués, y luego anoche,

sin que yo le previniera,

ni Don Juan tampoco, estuvo

en el festín. Juan. Señor, essa

fue noticia de Teodora,

porque como él la festeja

con aquel lícito aplauso

que se usa en aquesta tierra,

le llamó. Var. ¡Cielos, qué escucho!

vana ha sido mi sospecha:

y dime, ¿quién te obligó

a que anoche me dixeras,

no será el Varón mi dueño?

 

Juan. Pensé que mi hermano eras

por un lazo que le di,

y como me daba priesa

para casarme contigo,

yo le respondí resuelta:

No será el Varón mi dueño,

hasta acabarse la guerra

de Durén, que anda encendida,

y la consonancia mesma

del son, me atajó la voz.

con que no pudo la lengua

pronunciar con los compases

toda la razón entera.

 

Var. Albricias, amor, perdona,

señora, la inadvertencia,

que es la passión melindrosa

hasta encontrar la evidencia:

a Dios. Juan. Él vaya contigo.

 

Var. ¡Qué mal fundadas ideas

tiene el honor! Pero es vidrio,

y al menor soplo se quiebra.              vas.

 

Juan. Ya con la disculpa a tiempo

me escapé de la tormenta.

 

Tocan caxas, y clarines, y salen Don Juan, el Marqués, y gente.

 

Juan. Si rendimos a Durén,

luego se ha de dar Cambray.

 

Marq. Si tantos socorros ay,

no es possible que se den.

 

Juan. ¿Y ha sabido Vuecencia

si entraron socorro? Marq. No,

mas Lorenzo se encargó

de hacer la diligencia.

 

Juan. Temo que se ha de perder

en Lorenzo un gran Soldado.

 

Marq. Es en todo afortunado.

 

Juan. Bien se le ha echado de ver,

pues en aquel desafío,

valiente Cid Castellano,

venció a los tres por su mano.

 

Mar. No ay hombre de mayor brío.

 

Juan. Gran rumor de la victoria

anda por el campo todo.

 

Marq. Lorenzo anduvo de modo,

que se ha llevado la gloria.

 

Juan. Quedaron sus compañeros

muertos en el campo, y él,

con ira, y saña cruel,

tales fueron sus aceros,

que sin darse por vencido,

a rostro firme embistió

con los tres, y los rindió,

y aqueste el sucesso ha sido.

 

Marq. Don Juan, poco he de perder,

o ha de quedar bien premiado.

 

Dent. Lor. No he visto hombre tan pesado;

¡mucho debes de beber!

 

Sale Lorenzo con un Flamenco Tambor debaxo del brazo, y saca la caxa en las espaldas el Tambor.

 

Marq. ¿Qué es esto?

 

Juan.  Flores, señor. Marq. ¿Qué trae?

 

Juan. ¡Grande fortaleza!

 

Lor. Una cuba de cerbeza,

digo, un Flamenco Atambor,

para que te informe aquí

de lo que passa en Durén.

 

Marq. en él a un tiempo se ven

dicha, y valor. Lor. Passa allí.

 

Marq. Pésame que os ayáis puesto

en peligro tan estraño.

 

Lor. No ay para serviros daño,

que no me parezca honesto.

 

Marq. Ha Tambor. Tamb. Señor. Mar. ¿Está

Durén muy fortalecido?

 

Tamb. Ninguna Ciudad ha avido

como Durén. Marq. ¿Entró ya socorro?

 

Tamb. Y grande, señor. Marq. ¿Qué gente?

 

Tamb. Mil hombres. Marq. ¡Mile

gentil socorro! Tamb. Y gentil

de quien lo traxo el valor.

 

Marq. ¿Quién?

 

Tamb. Monsiur de Vique. Marq. Es

un gran soldado en efecto,                          ap.

incierto fin me prometo

después del sitio de un mes;

y Mosiur de Balami,

tyrano de esta Ciudad,

¿qué dice? di la verdad

 

Tamb. Que bien tomará de ti

qualquier honesto partido;

pero tiene una muger,

cuyo valor puede ser

al de Lesvia parecido,

porque viendo cobarde

las armas por él tomó,

y por la Ciudad salió

ayer en vistoso alarde.

 

Marq. Si por su valor no fuera,

Durén, señor, se rindiera.

 

Marq. Buelve a la Plaza, Tambor,

y di, que en esta campaña,

hasta que la vea rendida,

he de estar toda mi vida,

por vida del Rey de España.

 

Tamb. Guarde el Cielo a Vuecelencia.         vas.

 

Marq. Flores, yo tengo que hablaros.

 

Lor. En aviendo en qué agradaros,

no ay sino darme licencia.

 

Marq. Apartémonos de aquí.

 

Lor. ¿Qué es, señor, lo que mandáis?

 

Marq. Vos, Capitán, me obligáis,

yo os quiero bien. Lor. Es ansí.

 

Marq. ¿Os acordáis, que en Toledo

a un hombre favorecisteis

una noche, que le distéis socorro?

 

Lor. Muy bien me acuerdo,

y por Dios, señor, que el tal

con garvo la meneaba.

 

Marq. ¿Tiraba bien? Lor. Sí tiraba,

me río yo de Aníbal;

recias, espesas, y fina

las llovía a borbotones

contra quatro, o seis ladrones.

 

Marq. Y a fee, que no eran gallinas,

vuestro favor le alentó.

 

Lor. No lo avía menester,

que hecho estaba un Lucifer.

 

Marq. Pues Lorenzo, esse era yo;

mira si en razón me fundo

en quererlo hacer por vos.

 

Lor. Vos, y yo para otros dos.

 

Marq. ¿Qué es para dos? venga el mundo,

señor Lorenzo: aora bien,

el desafío passado

toda la Nación ha honrado,

y al Rey de España también;

y por que le ha tocado

de aver buelto por su honor,

yo le he escrito; y del valor

vuestro, no mal informado,

quiero que un Ávito os dé,

pues lo merecéis; mas quiero,

que vos me informéis primero

si poneros le podré.

 

Lor. Señor, diciendo verdad,

no tengo más calidad,

ni padres más generosos,

que estos brazos, y esta espada:

soy un pobre Labrador,

que no tuve más honor,

que el arado, y el hazada,

pero muy Christiano viejo:

por vida del Rey, que no ay

en las Tiendas de Cambray

crystal de más limpio espejo;

de esta manera nací,

si es que la virtud se alaba,

que como en otros se acaba,

mi linage empieza en mí:

porque son mejores hombres

los que sus linages hacen,

que aquellos que los deshacen,

adquiriendo viles nombres.

Ay una gran necedad

en el mundo introducida,

en viendo en alto subida

la virtud, sin calidad,

todos afrentarla intentan,

y a los que miran perdidos,

alaban por bien nacidos

quando su linage afrentan.

No me dieron a escoger

padres, gran señor, y assí,

donde Dios quiso nací,

que por mi comienzo a ser

lo que soy, no es heredado,

que nadie me agradeciera,

si yo mismo no me hiera,

lo que otro me huviera dado.

Yo no he de bolver atrás

de oy mas, con favor de Dios,

lo que fuere, a Dios, y a vos,

y a mí, lo debo no más.

 

Marq. Pues yo me huelgo infinito,

que como si lo supiera,

de aquesta misma manera

al Rey se lo tengo escrito,

y por infantes aguardo

la respuesta. Lor. Señor, vos

como príncipe me honráis...

 

Tocan caxas, y sale un Ayudante.

 

pero ¿qué es esto? Ayud. Señor,

a la Plaza el enemigo

se acerca con un comboy

para socorrerla. Lor. Vamos,

que con ello tendrán oy

un refresco mis soldados;

abancemos. Marq. Esso no,

señor Capitán, teneos,

que aquí por orden os doy,

que no salgáis deste puesto,

y que con la guarnición

que tenéis lo mantengáis,

hasta que os avise; A dios.                vas.

 

Lor. ¡Vive el Cielo, que la guerra

es estrecha Religión,

que ha de tener un precepto

dominio sobre el valor,

y que de mi propio brío

no he de ser el dueño!

 

Sale Martín.

 

Mart. Aquí ha venido a buscarte

un Capitán Borgoñón,

si le quisieres hablar,

llamarele. Lor. ¿Por qué no?

di que llegue norabuena;

si es pobre, darele yo

quanto truxere conmigo.

 

Sale un Borgoñón.

 

Cap. ¿Puedo, Alférez Español,

hablarte a solas? Lor. No sé

si soy a quien buscáis yo,

porque ya soy Capitán,

que el General mi señor

me ha dado una Compañía.

 

Cap. Lo que mereces te dio.

 

Lor. ¿Qué quieres? Cap. Yo soy sobrino

de Xatelet Borgoñón,

aquel General insigne,

aquel heroyco Scipión,

que socorriendo a Durén,

como quien era, murió:

quitástele la celada,

y el penacho, grande honor

de tu espada, que al Marqués

tu vanidad presentó.

También essa vanda verde,

que traes puesta, y la que yo

miro con gran pesadumbre.

 

Lor. ¿Hacerte mal su color?

porque en lo verde se alivian

los ojos, que enfermos son.

 

Cap. No, si no el ver que era suya,

y que traiga un Español

trofeos públicamente

de un hombre de tal valor;

a quitártela he venido.

 

Lor. Buena empressa; ¿quántos sois?

 

Cap. Yo sólo. Lor. ¿Sólo? pues llama,

si te pareciere, otros dos,

y aún seréis pocos nublados

para que se cubra el Sol.

 

Mart. Como tiene por costumbre

de virlar a tres, dos son

los que faltan; ve por ellos,

y ajustaréis la questión.

 

Lor. Ve por ellos, y si quieres

que yo te ayude, aquí estoy,

que para echarte en tu tierra,

bastará darte una coz:

¿qué me miras?

 

Cap. ¡Qué arrogancia

tan de Español fanfarrón!

¿sabes tú que soy Bronduc?

 

Lor. No, pero sé, que si doy

a Bronduc una puñada,

por no afrentar mi opinión,

sacando la de Toledo,

le haré que baxe veloz,

donde te aguarda Lutero,

a las grutas de Plutón.

 

Cap. Yo gasto pocas palabras,

mas si te cojo, hablador,

yo haré, que al primer amago,

del rayo de mi furor,

vayas en cartas a España.

 

Lor. Soy carta de gran valor,

y no avrá quien pague el porte.

 

Cap. Pues a la verde estación

desta Vega ven conmigo,

que allí cuerpo a cuerpo yo,

quitándote los despojos,

te arrancaré el corazón:

apártate de la gente.

 

 Lor. Mi General me mandó,

que guardasse aqueste puesto,

y bien sabes, que en razón

de la Milicia, no puedo

faltar a este pundonor,

porque aquí es el primer duelo

la obediencia al superior;

espérame en essa Vega,

que al instante tras ti voy,

pues vendrán luego a mudarme.

 

Cap. Hasta que se ponga el Sol

te espero allí cuerpo a cuerpo.

 

Lor. Cumpliré mi obligación,

y esta es mi mano en señal.

 

Danse las manos.

 

Cap. Yo lo aceto, vive Dios:

¡ay! ¡ay! suelta, que me matas,

y que arrancas con furor

el alma. Lor. ¿Quién desafía

se quexa de un apretón,

que suele entre dos amigos

ser cariño, y no rigor?

 

Cap. Yo por vencido me doy.

 

Mart. Si tiene las manos blandas,

váyase a guisar arroz,

y no se venga a la guerra,

pudiendo irse a hacer labor.

 

Cap. ¡Ha traydores!

 

Vase el Capitán.

 

Mart. Oye, aguarda,

maquillo, sobre hablador;

huyendo va como un galgo,

un neblí no es tan veloz;

si a correr te desafía,

te engaña, el mozo lo erró:

¿parece que te has quedado

suspenso? Lor. ¡Válgame Dios!

si el ponerme en el puesto

el Marqués, fue prevención

del Varón, que a ruego suyo

dispuso esta dilación,

para entretanto casarse,

muy possible es; pero no,

locas memorias dexar

de afligir un corazón.

 

Mart. ¡Ha señor! A essotra puerta.

 

Lor. ¡Ay Doña Juana! Mart. ¡Ha señor!

 

Lor. ¿Qué quieres, Martín? Un triste

se alivia con su passión.

 

Disparan, agáchase Martín.

 

Mart. ¿Sabes, señor, lo que veo?

que este sitio (¡sin mí estoy!)

en que el Marqués te ha dexado,

no es muy sano. Lor. ¿Por qué no?

 

Mart. Porque siento en los oídos

no sé qué cierto rumor

de unos pájaros de plomo,

que me hacen temblar por Dios.

 

Disparan, y hace lo mismo.

 

Lor. Mira, Martín, los aplausos

del militar esplendor

no se adquieren sin peligros,

nadie sin riesgo alcanzó

la prosperidad, que dexa

a los siglos el valor.

Ya tengo perdido el miedo

a las balas, y al furor

de Marte, porque a no ser

tan público este blasón,

no supiera el Rey de España

mi nombre, y lo sabe oy.

 

Buelven a disparar, y hace lo mismo.

 

Mart. No es la guerra para todos;

mal aya quien inventó

tan peligroso exercicio;

ser cochero no es pero:

que es ver en una batalla

tanto clarín, y tambor,

tanto mosquete, y balazo,

tanto ruido, tanto horror,

tanta munición de rayos,

y tanto severo harpón.

Luego decir un Sargento

con mucha resolución:

señor, soldado, acometa,

porque palabra le doy,

si le matan,, de ir tras él;

¡miren que linda razón

de pie de blanco! después

de muerto me hace el honor

daca el araque, el abanze,

el rebellín, el cordón,

el ornaveque, la escolta,

y luego hacer pretensión

sobre quien ha de ir primero

a que le hagan salpicón.

No es este modo de vida

para mí, mas quiero yo

ser ganapán de Madrid,

que no aquí Governador.

 

Lor. Como eres vil, no conoces

que es el premio desta acción

la victoria. Mart. Es verdad,

pero para mí fuera mejor

irme desde la Vitoria

hasta la puerta del Sol,

y a la una desde allí

zamparme en un bodegón.

 

Lor. Como quien eres discurres.

 

Mart. Yo me entiendo con mi flor.

 

Sale Don Juan.

 

Juan. De averos hallado aquí

doy a mi fortuna gracias,

que ha mucho que ando a buscaros.

 

Lor. Lo mismo avrá que me encarga

aqueste sitio el Marqués.

 

Juan. Ya descansaréis, que trata

Durén de rendirse. Lor. ¿Es cierto?

 

Juan. A pesar de la Madama

del Mosiur de Balamí,

muger tan desesperada,

que viendo que su marido

se ha rendido al Rey de España,

se ha muerto con veneno.

 

Lor. ¡Loca hazaña, aunque Romana!

 

Mart. No importa, porque ere hereja,

y en qualquier tiempo llevara

de que se rindió Durén

a Monsiur Calvino cartas:

desta vez a España buelves.

 

Lor. Martín, esto se declara               ap.

sin duda, que ya Don Juan

me ha casado con su hermana.

 

Mart. ¿Qué me darás si es verdad?

 

Lor. La mitad de mi esperanza.

 

Mart. Pues será para el Invierno

buen capote de campaña.

 

Juan. Para que no estéis suspenso,

de una de las Ordenanzas

de Flandes, dizque os darán

el Tercio, que es de importancia,

con que os casaréis quizá

con una noble Madama,

digna de vuestro valor.

 

Lor. Para ponerlo a las plantas

vuestras, ha de ser, Don Juan,

quanto tenga, y quanto valga.

 

Juan. Y puesto que tantos días

fuimos los dos camaradas,

es justo que de mis dichas

también partícipe os haga;

sabréis como aquella noche

caso al Varón con mi hermana,

y vengo a que vos me honréis,

como amigo tan del alma,

que el no daros cuenta, fuera

delito de mi ignorancia.

 

Lor. ¡Ay de mí! Cielos, ¿qué escucho?        ap.

aquí dio fin mi esperanza,

yo iré, Don Juan, a serviros;

¡todo mi aliento me valga!

 

Juan. ¿De qué os avéis puesto triste?

 

Mart. Es, que siente la desgracia

de que esta noche no pueda

hacer una encamisada.

 

Lor. Tristeza, ninguna tengo,

antes de ventura tanta

daros quiero el parabién,

que gocéis edades largas.

 

Juan. El contento que mostráis

de nuestra amistad es paga.

 

Lor. Para un mal no huviera alivios,             ap.

¿cómo ay para un bien mudanza?

¡ha tyrana¡ ¿mas que es esto?

 

Dentro un clarín.

 

Juan. Este es el Marqués que mandó

que salgan los de Durén,

que se han rendido a las Armas

del Cathólico Filipo;

a Dios, mirad que os aguarda

toda mi casa esta noche.                             vas.

 

Lor. Yo iré. Marq. Buena va la danza.

 

Lor. ¡Mi muerte he de ir a ver! Cielos,

antes permitid que caygan

los montes sobre mi vida.

 

Tocan caxas, y clarines, y sale el Marqués, y Soldados, y un Burgués.

 

Marq. Digo que con armas salgan,

y con vanderas tendidas,

y que les doy la palabra

de entrar pacíficamente.

 

Burg. Buelvo con esta esperanza,

porque la Ciudad se aliente

después de desdichas tantas.                       vas.

 

Lorenzo. Yo sólo morir espero,

ya que tu nombre, y tu fama,

Bazán invicto, a los Cielos

esta victoria levanta;

dame licencia, señor,

para que me buelva a España,

adonde honrado me vean.

 

Marq. Capitán, yo tengo cartas

del Rey, que el Príncipe Alberto

viene a Flandes, y a esta causa,

luego que llegue a Bruselas,

será fuerza que me parta,

y quiero que vais conmigo;

y porque en esta jornada

vais con mayor alegría,

y más honrado a la Patria,

en esta carta del Rey

escuchad estas palabras.

 

Lee. En lo que toca a Lorenzo Flo-

res, dareisle el Ávito sin más

pruebas, porque a mí me consta

que lo merece.

¿Qué os parece? ¿quién jamás

tuvo, haciendo su probanza,

un Rey por testigo? ¿Quién

se puso la roja espada

por virtud, como vos?

Mirando os estoy la cara,

y no mostráis alegría. Lor. Señor,

antes por ser tanta,

y hallarme indigno, estoy triste.

 

Marq. No es essa, Flores, la causa,

habladme claro, ¿qué es esto?

 

Lor. Cierto, señor, que no es nada.

 

Marq. Ya sabes lo que os estimo,

essa ingratitud me agravia;

ved que ya sois Cavallero,

y que desde oy con ventaja

hemos de ser muy amigos.

 

Lorenz. No será jamás ingrata

mi obligación, gran señor.

 

Marq. Pues hablad, mostradme el alma.

 

Lor. Siendo yo Labrador, miré en Toledo

de este Don Juan Flores una hermana,

tres años justo, entre amor, y miedo;

que aún no llegaron a esperanza vana,

amor, que sola esta disculpa puedo

a su violencia proponer tyrana,

no descuidado, la obligó a quererme

sin hablarme, señor, sólo de verma.

Pero considerada mi baxeza;

concertamos que yo, porque los daños

repasasse mejor de su nobleza,

fuesse a se otro yo, mirad qué engaños,

obligado a esperar su firmeza

el término preciso de tres años;

della me llamo Flores: ¡qué rigores,

dar fruto amargo tan hermosas Flores!

Seguí la guerra, en que sabéis que he sido

del Rey, de vos, y del Amor soldado,

lo que por merecerla he padecido,

hasta ponerme en tan honoroso estado:

no lo podré jamás poner en olvido,

ni menos las heridas que me han dado,

que sólo amor pudiera hacer que un hombre

subiera desde humilde a tanto nombre.

Estando entre las armas divertido,

vino Don Juan a Flandes con su hermana,

porque en su ausencia la buscó marido;

burlose Amor de mi esperanza vana,

con el Varón Rosel, Durén rendido,

se desposa esta noche: ¡qué inhumana

resolución para mi pobre vida!

bien empleada, pero mal perdida.

Combidame a la boda, y yo con miedo

de no dar a entender mi desatino,

quiero partirme a España, a ver si puedo

resistir el furor de mi destino:

ir a lamentarme voy, neutral me quedo,

¡mirad qué puede hacer, quien ciego vino

a ganar una dama por la espada,

que aquesta noche la verá casada!

 

Marq. Aunque de mi condición

nunca he sido tierno, Flores,

que trompetas, y tambores

siempre mis requiebros son,

he tenido compassión

de lo que os cuesta essa dama,

que ya Rosel suya llama;

si bien le debéis a ella

por influencias de estrellas,

de vuestro aplauso la fama.

De los dos, si os quiere bien,

ella lleva lo peor,

que con vos con vuestro valor

quedáis casado también;

pues no os dexa por desdén,

quedad, Flores, consolado

del desvelo, y del cuidado;

proprio fin de los amores,

pues fue el fruto de essas Flores

el ser vos tan grande soldado.

¿Qué demás de la opinión,

qué consuelo puede aver,

como aver venido a ser

gloria de vuestra Nación?

si los matrimonios son

Cruces, ¿por qué no estimáis,

que la del Rey merezcáis,

pues donde, como sabéis,

de casaros la perdéis,

de Santiago la ganáis?

 

Lor. ¿Quién dará, señor, respuesta

a lo que sabéis decir?

 

Marq. Callad, los dos hemos de ir

esta noche a ver la fiesta,

que quiero ver quien os cuesta

tantas penas, Capitán.

 

Lor. Vuestros favores podrán

templar sólo mi dolor;

pero ¿qué es esto¿ ¿tambor?

 

Tocan, y sale el Varón.

 

Var. Que los de Durén se van:

por la orden que me ha dado

oy, gran señor, Vuecelencia,

sale de Durén la gente.

 

Marq. ¿Y la plaza cómo queda?

 

Var. Segura en vuestra palabra,

y esperando haceros fiestas,

quando victorioso entréis.

 

Marq. Varón, de essa heroyca empressa

se le debe al Rey la glorai,

lo que es de César, a César.

El disgusto de Lorenzo

me ha dado cuidado, y pena,

y el favorecerle aquí,

más que obligación, es deuda,

Capitán. Lor. Señor. Mar. Callad,

y dexadlo por mi cuenta,

que a la boda hemos de ir juntos.

 

Lor. Señor, ¿y si no quiere ella?

 

Marq. Andad, señor, que tenéis

poca maña, y gentil flema;

¿en palabras os fiáis?

quando de vuestra edad era

jamás fié en palabra

sin que me dexassen prenda.

 

Var. Oy Juana será mi esposa,

amor, tus plumas me presta.

 

Vanse el Marqués, y el Varón.

 

Mart. ¿qué ha dicho el Marqués?

 

Lor. que quiere

ver la novia, y que yo sea

el que le acompañe. Mart. Harás

una cosa muy discreta

dissimulando los zelos:

señor mío, aquesta pena

te ha dado con la de tengo;

dale tú también con ella,

casándote con Teodora.

 

Lor. Lindo desatino fuera.

 

Mart. ¿Desatino, señor mío,

tener Vassallos, y rentas?

¿parece que se te olvida

aquello de las carretas?

 

Lor. ¿Sabes, Martín, cómo ha sido

Doña Juana? ¿No te acuerdas

de aver visto, que un Pintor

en una tabla bosquexa

con carbón una figura,

y luego pinta sobre ella,

y queda el carbón borrado?

pues de la misma manera

son los esmaltes del oro,

que halló en Rosel su belleza,

cubrió el rústico bosquexo,

y fue borrando en la idea

aquella antigua memoria,

que echó las líneas primeras,

y assí quedaron las sombras

vencidas de la riqueza.

 

Mart. ¡Que quisiera a un estrangero,

y que a ti no te quisiera!

 

Lor. Aunque es estrangero el oro,

es mineral de la tierra;

¡Ay Doña Juana adorada!

¿quién pensara, quién dixera,

que en tan divina hermosura

tanta ingratitud cupiera?

 

Mart. ¿Divina aora la llamas?

no sino humana, y terrena,

pues a Varones se inclina:

mira que el Marqués te espera

para armarte Cavallero,

y quando mal te suceda,

por lo menos podrá ir

a dar Ávito a tu tierra,

que la Cruz del matrimonio

no se da, que antes se lleva.

 

Lor. Vamos, Martín, a la orilla:

murió i Amante firmeza.

 

Vanse, y sale la Música, Doña Juana, Teodora, Lucía, y Don Juan.

 

La Musi. Oy junta amor en dos vidas

todo su lucido imperio,

y dos passiones un alma

reducen a un lazo estrecho.

 

Juan. Furioso dolor, que en calma

tenéis todos mis sentidos,

zelos, que son atrevidos

hasta en lo oculto del alma;

¿qué gloria, qué bien, qué palma,

que un hombre humilde queréis?

en ganarle, ¿qué ganáis?

zelos, ¿por qué me encendéis?

Con amenzas mi hermano,

ignorando que me ofende,

contra mi gusto pretende

que al Vrón le de la mano:

palabra le dio tyrano,

que en rindiéndose Durén

sería su esposa, ¿quién

vio tan gran desvarío,

pues cruel, de mi alvedrío

oy quiere triunfar también?

 

Luc. Dexa essa vana memorias,

señora, y ten sufrimiento.

 

Juan. Divina Teodora, en quien

cifró su luz todo el Cielo,

el Abril todas sus Flores,

y el amor todo su imperio:

ya os ha dicho mi semblante,

señora, mi pensamiento,

sino explicado a suspiros,

retórico en los silencios;

por vos reparad piadosa

mi razón, y mi tormento;

coronado de esperanzas

aquellos ricos trofeos,

que nadie sin vuestro agrado

llegar puede a mereceros:

 a vuestro hermano di aora

parte de tan noble intento,

y a vos mi causa remite:

vos sois el juez severo,

no juzguéis mi causa, quando

sólo un favor de los vuestros

puede hacer vanaglorioso

el delito de quereros.

 

Teod. Yo estimo, señor Don Juan,

essa humildad en descuento

de alguna oculta memoria

que le debes a mi afecto;

y porque veáis que yo

vuestra fineza agradezco,

quando Rosel de la mano

a vuestra hermana, os prometo,

que de vuestras esperanzas

tendrá fin el noble intento.

 

Juan. Si sólo en esso consiste

mi dicha, dadlo por hecho,

porque agora se darán

las manos. Teod. Si por tan cierto

lo tenéis, yo os asseguro

de aquesta fineza el premio.

 

Juan. Albricias, fortuna mía:

señora, el partido acero,

pues mi hermana, y yo, dichosos

seremos a un mismo tiempo.

 

Luc. Finge, señora, alegría.

 

Juan. Murió para mí el contento.

 

Sale el Varón.

 

Var. Pensé hallar más regocijo,

señor Don Juan, que el que veo

en esta casa. Juan. La guerra

nos puso en tanto silencio,

que oy nos quitamos las armas,

y la prevención fue menos.

¿Pero qué más regocijo

queréis hallar en mi pecho,

que veros honrar mi hermana,

y ver que también merezco

a la divina Teodora?

 

Var. La noble elección apruebo,

cantad, celebrad las dichas

de nuestro dichoso empleo.

 

Mientras se canta, salen al paño el Marqués, y Lorenzo con Ávito de Santiago, y todos de noche.

 

La Musi. Por muchos siglos se gocen,

para admiración del tiempo,

las dos Rosas Castellanas,

con los dos lirios Flamencos.

 

Marq. Nunca os he visto cobarde

sino aora; ea, acabemos,

entrad conmigo. Lor. ¡Ay amor!

porque vos lo mandáis, entro,

y en este cancel el caso

he de mirar encubierto.

 

Var. Bello impossible... Juan. Tened,

que el Marqués viene.

 

Var. ¿A qué efecto?

 

Juan. Querrá honrar a sus Soldados.

 

Sale el Marqués.

 

Marq. Buenas noches, Cavalleros.

 

Var. Sea, señor, bien venido

Vuecelencia. Marq. Poco os debo,

señor Varón, en no averme

combidado a este festejo,

pues sabes quanto os estimo,

y que siempre he sido vuestro.

 

Juan. Para Príncipe tan grande,

nos pareció ser pequeño

este alvergue.

 

Var. Gran señor, essa es la causa.

 

Marqués. Deseo

conocer a estas señoras.

 

Juan. Señor, a servicio vuestro,

soy hermana de Don Juan.

 

Marq. Preciaros podéis de serlo,

y él de vos, bizarra Dama.

 

Var. Vos venís a tan buen tiempo,

que nos casamos los dos,

honrad nuestros casamientos

siendo padrino de entrambos.

 

Marq. Que es esta señora, pienso,

Madama Teodora. Teod. Y hija

del mayor servidor vuestro.

 

Marq. Con todo estremo, Madama,

deseaba conoceros;

¿vos os casáis? Teod. Sí señor.

 

Marq. de tan venturoso acierto

doy parabién a Rosel.

 

Var. No soy yo quien la merezco,

sino del Capitán Don Juan,

la nación trocado avemos,

y es Doña Juana mi esposa.

 

Marq. ¿Y está hecho?

 

Var. No está hecho.

 

Marq. Pues si no, yo traygo aquí

con quien casarla, supuesto

que ella le quiere, y le ha dado

palabra de casamiento.

 

Los dos. ¿Cómo, señor?

 

Marq. Nadie se mueva,

que adonde está mi respeto,

está la razón también:

¿Flores?                                  Sale Lorenzo.

 

Lor. Señor. Var. ¿Qué es aquesto?

 

Marq. Llegad, ¿de qué estáis temblando?

¿hombre que no tuvo miedo

de essaltar una muralla,

con mil balas a los pechos,

y que mató en desafío

tres Ingleses cuerpo a cuerpo,

su Patria honrado, por quien,

sin otros servicios hechos,

tiene en el pecho essa Cruz,

no se atreve a un casamiento?

 

Lor. Señor... Marq. No me digáis nada,

Don Juan. Juan. Señor...

 

Marq. Quanto os debo,

os pago en daros cuñado

de tanto merecimiento,

que le diera yo una hermana

por la fee de Cavallero:

dense las manos los dos.

 

Juan. Señor, no puede ser esso,

por una causa. Marq. ¿Qué causa?

 

Juan. Porque yo a Teodora pierdo

si no se casa el Varón.

 

Marq. No haréis, si yo se lo ruego.

 

Teod. Yo os tengo de obedecer,

sólo porque es gusto vuestro;

esta es mi mano, Don Juan.

 

Var. Señor, que advirtáis os ruego,

que es mi esposa Doña Juana,

que a Flandes por concierto

vino a casarse conmigo,

y que contra mi respeto

no ha de intentar Vuecelencia

un desayre, pues primero

daré la vida a un cuchillo.

 

Marq. Tened, ¿estaréis contento

con que ella declare a quién

quiere por su esposo? Var. Es cierto.

 

Marq. Pues señora esso aguardo,

decidlo, no tengáis miedo,

que aquí estoy para ampararos.

 

Juan. Señor, mi esposo es Lorenzo.

 

Lor. Por ella vine a ser más,

y puse mi vida a riesgo.

 

Marq. Vos tenéis famoso gusto,

que yo me hiciera lo mesmo.

 

Lor. Esposa, llega a mis brazos.

 

Juan. Logre en los míos el premio.

 

Marq. Bien se ha hecho, yo salí

famoso casamentero.

 

Luc. Sólo el Varón no se casa,

que es propio de los terceros.

 

Var. Mejor quedo sin casarme.

 

Lor. Y aquí, Senado discreto,

da sin Lorenzo me llamo,

porque perdonéis sus yerros.

 

FIN DE LA COMEDIA

 

 

 

DIGITALIZADO POR ERIS GARCÍA POSTIGO. MELILLA (ESPAÑA.)