LOS EMPEÑOS DE UN ENGAÑO
Personas que hablan en ella:
ACTO PRIMERO
Salen doña LEONOR e INÉS LEONOR: ¿Quién será este forastero, que tan falso y recatado hace con tanto cuidado de nuestra calle terrero? INÉS: De esta casa el primer suelo es primer cielo, señora, de la luna de Teodora; y el segundo es cuarto cielo de tu sol, cuyo arrebol da al alba perlas que llore; y no es posible que adore la luna, si ha visto el sol. LEONOR: ¡Quién supiera la verdad de sus intentos! INÉS: Leonor, ¿es curiosidad o amor? LEONOR: Agora es curiosidad, y está en saber su intención ser amor. INÉS: Dame a entender cómo puede proceder de saberla, tu afición. LEONOR: Si tocas de un instrumento sola una cuerda, verás que están mudas las demás, si es disonante su acento; más si alguna está en distancia y en consonancia debida, suena sin tocarla, herida sólo de la consonancia de aquella que se tocó; que mostrar el cielo quiso la virtud, en este aviso, de la amistad. Así yo tengo en tal punto templada mi pasión, que si supiere que este galán no me quiere, será muda o será nada; mas si adora mi favor, tocado sólo del viento de su consonante acento, sonará también mi amor. INÉS: Pues si logras este empleo, de don Juan, ¿qué hemos de hacer? LEONOR: Poco sentiré perder lo que ganar no deseo. Por concierto se ha tratado conmigo su casamiento; provecho, y no gusto, siento en admitir su cuidado. Y si el forastero es cierto que me quiere y me merece, noble, como lo parece, donde hay amor no hay concierto. INÉS: Pues de ese cuidado quiero sacarte. LEONOR: ¿Cómo? INÉS: Un crïado que siempre, señora, al lado he visto del forastero, me hace señas, y en la calle le vi agora; y pues estás sola conmigo, si das licencia, quiero llamalle. LEONOR: Bien dices. Llámale, pues; y porque venir podría mi hermano, ponte en espía en ese balcón, Inés. INÉS: Ya conoces mi cuidado. Vase INÉS LEONOR: No con severo rigor le niegues la dicha, amor, a quien la ocasión has dado. No siempre el dorado arpón a costa de penas dé los gustos. Sale INÉS INÉS: Ya le llamé, y sube. LEONOR: Ponte al balcon. Amor tengo, y mucho amor, pues tan turbada le espero. Vase INÉS y sale CAMPANA CAMPANA: (La dicha del forastero Aparte me negoció este favor. La mozuela se ha rendido a las señas que le he hecho... Pero, ¿qué miro? Sospecho que en el puerto me he perdido.) Quiere irse CAMPANA LEONOR: Volved, mancebo. CAMPANA: Venía... LEONOR: No os turbéis; yo os he mandado llamar. CAMPANA: (Presto me ha faltado Aparte la dicha que ya creía.) ¿No queréis que me turbara luego que a veros llegué, puesto que me deslumbré de ver el sol cara a cara? LEONOR: ¿Cómo os llamáis? CAMPANA: Tengo el nombre más hinchado y campanudo que siendo de mujer, pudo ponerse jamás con hombre, y el que da cada mañana a todo preste dormido más enfadoso rüido. LEONOR: Decid ya cuál, es. CAMPANA: Campana. LEONOR: ¿Quién es ese caballero a quien servís? CAMPANA: Claro está, pues le sirvo, que será mi amo. LEONOR: Su nombre quiero saber. CAMPANA: Don Diego de Luna. LEONOR: ¡Buena alcuña! CAMPANA: ¡Y cómo buena! Por ser de rayos tan llena, tiene opuesta la Fortuna. LEONOR: Pues no le conozco yo, forastero le imagino. CAMPANA: No es sino hijo de vecino del lugar donde nació. LEONOR: Ya me obligáis a pensar que oculta prendas mayores. CAMPANA: ¿Por qué? LEONOR: Porque es de señores traer consigo un juglar. CAMPANA: Cuando imagino que os doy gusto en esto, ¿os enfadáis? LEONOR: Sí; que de burlas estáis cuando de veras estoy; y con ellas, porque quiero abreviarlas, os diré la ocasión por qué os llamé. Decid a ese caballero que quien este cuarto habita es doña Leonor Girón, cuya sangre y opinión al sol mismo rayos quita; que yo he de tomar estado con hacienda y calidad, con hermosura y edad que a mil nobles da cuidado; y que su mucho asistir en esta calle, y mirar a esta casa, puede dar contra mi honor qué decir; que su afición importuna declare a quién solicita, que a muchas desacredita, sin obligar a ninguna; y si, por ventura, es cierto, como presumo, que adora la belleza de Teodora, lo dé a entender; que le advierto que si constante porfía ocultando la ocasión, de las demás la opinión aseguraré en la mía, con dar a mi hermano cuenta de mi ofensa y de su injuria, porque con violenta furia ponga remedio en mi afrenta. Quiere irse doña LEONOR CAMPANA: ¡Oíd, por Dios! LEONOR: ¿Qué queréis? CAMPANA: Pues de vuestro enojo ciego al arcabuz distes fuego, que la respuesta escuchéis; que ya que os habéis llegado tan de veras a enojar, de plano he de confesar al potro de vuestro enfado. LEONOR: (Bien le he obligado a decir Aparte la verdad sin declararme.) CAMPANA: (El caso viene a obligarme, Aparte por deslumbrarla, a mentir; que así quiero la intención de don Diego asegurar, pues tanto importa ocultar que es Teodora su afición.) Don Diego, señora, os vio; que en esto se cifra todo, pues decir que os vio es el modo de asegurar que os amó; y si algun indicio ha dado de amar a doña Teodora, es disimulo, señora, no verdad de su cuidado; porque es tan alto sujeto, el vuestro, que desconfía, y si amarlo es osadía, no publicarlo es respeto. LEONOR: (Cierta es mi dicha.) Aparte CAMPANA: Y me admira que, si en el terso cristal vuestro hermoso original tal vez su retrato mira, ofensa hagáis semejante a don Diego en presumir que no sabrá distinguir del amatista el diamante. A pesar del sufrimiento, no os ha dicho su pasión; que si ha tenido ocasión, le ha faltado atrevimiento; mas si cobarde ha callado, ya no os temerá crüel; que, pues las partes que en él habéis visto os dan cuidado, las que ignoráis, con razón esperan vuestros favores; que dibujos exteriores bosquejos del alma son; que en calidad y valor, en discreción y prudencia, poderle hacer competencia es la ventaja mayor; y tanto... LEONOR: ¡Tened! Decis que las partes que en él veo me dan cuidado, y deseo saber de que lo inferís. CAMPANA: De que llamarme habéis hecho, y de que me preguntáis quién es, y solicitáis saber quién le abrasa el pecho. Todo esto muestra cuidado; y pues que de él no sabéis mas partes de las que veis, ellas son las que os le han dado. LEONOR: De lo que os he dicho yo, que me da, habéis de inferir, su asistencia qué sentir; que cuidar sus partes, no. CAMPANA: Si no os pareciesen buenas, ni os diera, señora mía, qué recatar su porfía, ni qué imaginar sus penas; y asi, sus méritos son causa en vos de esos efetos; que los indignos sujetos no merecen atención. LEONOR: Al fin, ¿por fuerza queréis que confiese amarle? CAMPANA: Quiero que entendáis que yo lo infiero, no que vos lo confeséis; que publicar sus cuidados a la primer diligencia las señoras, es licencia de poetas mal mirados, que escriben, aunque les sobre la ventura, sin decoro; mas no de aquellos que el oro saben distinguir del cobre. Y así, por no ocasionaros a incurrir en semejantes indecencias, me voy antes que lleguéis a declararos, pues no poco por agora mi señor ha conseguido, supuesto que habéis sabido que sois vos la que él adora; y si luego en su ventura vuestro amor se declarara, la liviandad apagara lo que encendió la hermosura. Vase CAMPANA LEONOR: ¡Que bien hizo en refrenarme! Que según estoy, no fuera, si un punto se detuviera, posible no declararme. Sale INÉS INES: ¿Qué tenemos? LEONOR: Que he vencido. El forastero es mi amante. INÉS: ¿Luego tu amor consonante su crïado habrá entendido? LEONOR: Aunque la lengua ocultó cuanto pudo mis enojos, en las voces de los ojos la consonancia entendió. INÉS: Los celos entran agora de don Juan y del Marqués. LEONOR: El secreto importa, Inés; que aunque es mi amiga Teodora, es hermana de don Juan, y solicita su gusto; y darle a entender no es justo que he admitido a otro galán. INÉS: Es verdad, y fuera bien advertirlo al forastero y a su crïado. LEONOR: Yo infiero que es excusado, pues quien tanto ha ocultado su amor a quien lo ha de remediar, a quien lo puede estorbar sabrá ocultarlo mejor. Mas nunca la prevención dañó. Toma el manto, Inés, y tú, pues ciega me ves, puedes con esa ocasión, como que sale de ti, por no ofender mi decoro, darle a entender que le adoro, y ofrecerle que de mí alcanzarás que le dé audiencia esta noche. INÉS: Piensa que tu gusto, sin ofensa de tu opinión, dispondré. Vanse doña LEONOR e INÉS. Salen con DIEGO, de color, y el MARQUÉS MARQUÉS: Digo, pues, que en esta calle vive preso mi cuidado; nunca a pisarla he llegado que en ella también no os halle. Pesárame de encontrarme con vos; y pues yo, don Diego, que con la demanda llego soy quien debo declararme, sabed que quien me atormenta es doña Leonor Girón; su oriente es aquel balcón, del sol venturosa afrenta. Allí vivo y allí muero, ella es el norte que sigo; desde Flandes sois mi amigo... DIEGO: No dígáis mas; que no os quiero permitir ese cuidado; que de él os debo sacar brevemente, por pagar el que a mí me habéis quitado. Otra hermosura, Marqués, adoro, cuyo preceto me obliga a guardar secreto. MARQUÉS: No importa saber quién es, pues con eso voy de vos satisfecho y obligado. DIEGO: Vivir podéis confïado de mi amistad. MARQUÉS: Guárdeos Dios. Vase el MARQUÉS DIEGO: Siendo publico el efeto, ser secreta la ocasión, dar a entender la afición y desmentir el sujeto, ¿cómo puede ser, Teodora? Y, ¿cómo puede dejar de asistir y de obligar quién recela y quien adora? Sale CAMPANA CAMPANA: Bien puedes darme, señor, albricias. DIEGO: ¿De qué, Campana? CAMPANA: De que tiene tu amor llana la dificultad mayor; que doña Leonor Girón, que ha notado tus paseos, me llamó, y de tus deseos me preguntó la ocasión; y yo, como la vi mía, la logré, y le dije que ella era la candida estrella que en el mar de amor te guía. DIEGO: Mal has hecho. CAMPANA: ¡Bueno es eso! DIEGO: Echado me has a perder. Ya no es posible tener en mi afición buen suceso. CAMPANA: Cuando imaginé que había hecho más que si pusiera una española bandera en un muro de Turquia, ¿me das ese galardón? DIEGO: Si; que a Teodora perdí. CAMPANA: Entremos en cuenta aquí y estemos a la razón. Tú dices que te conviene que nadie entienda que adora tu ardiente pecho a Teodora, porque, supuesto que tiene su hermano tan gran poder, por su sangre y su dinero, y eres pobre y forastero, si lo llegase a saber primero que tu esperanza logres con Teodora bella, recelas en ti y en ella el remedio y la venganza; y por esto me has mandado hacer, trazar y fingir cuanto no fuere decir que es Teodora tu cuidado. ¿Es todo esto asi, señor? DIEGO: Todo es así. CAMPANA: Escucha agora. Si has de seguir a Teodora y disimular su amor, si a su casa noche y día has de asistir y mirar, y esto no se ha de ocultar, ¿qué mejor traza podía haber dado, que fingir que es Leonor la que te abrasa pues vive en su misma casa? Y junto con desmentir sospechas, si viene a darte entrada en ella, podrás ver a Teodora, y saldrás, si ambas están de tu parte, del riesgo en que estás agora, obligadas de tu amor, con el engaño Leonor, y con la verdad Teodora. DIEGO: Y en llegando a colegir Leonor que a Teodora quiero, dime tú, ¿qué fin espero? Que mal se le ha de encubrir siendo su vecina. CAMPANA: Mira, pasar con facilidad la mentira por verdad, y la verdad por mentira; que ella ya lo ha presumido y yo le he dicho, señor, que por encubrir su amor, el de Teodora has fingido. DIEGO: ¿Que lo cierto ha sospechado? CAMPANA: Y de suerte lo afirmó, que si engañándola yo no la hubiera deslumbrado, ésta sin duda es la hora que te diera por perdido, porque lo hubiera sabido don Sancho, que es de Teodora amante, su mano espera; y, con esto, en el honor le toca, y así Leonor, su hermana, se lo dijera. DIEGO: Dices bien e hiciste bien. CAMPANA: ¡Gloria a Dios! Asegurarte, y, como dicen, sangrarte en salud, será también acertado, y prevenir a Leonor, si hay ocasión de hablarla, que la aficion fingida has de proseguir con Teodora; que supuesto que los dos le habéis de dar por puntos qué sospechar, la asegurarás con esto. DIEGO: Sí; pero falta que aplique remedio a un nuevo cuidado, supuesto que he asegurado hoy al marqués don Fadrique de que a Leonor no pretendo, de quien él es ciego amante. CAMPANA: Esto es lo mas importante al fin que vas previniendo, pues te dispone su amor lo mismo que tu pudieras desear; que cuando quieras desengañar a Leonor, lo fundaras con razon en los celos del marqués, pues de un poderoso es vitoria la pretensión. DIEGO: No está la dificultad en eso; la del marqués siento sólo. CAMPANA: No lo es, supuesto que la verdad llevas, señor de tu parte; y debajo de secreto, si te vieres en aprieto, puedes con él declararte; que mientras los casos dan remedio más importante, vivir y trampa adelante, es en la corte refrán. DIEGO: Fuerza es, al fin, por agora proseguirlo; que mi amor si desengaña a Leonor, se declara por Teodora; que es lo que estoy recelando. Vase don DIEGO. Sale INÉS, con manto, tapada y haciendo señas con la cabeza que la sigan INÉS: Ya me han visto. CAMPANA: Una tapada salió de allá, y recatada por señas nos va llamando. DIEGO: Sigámosla, pues que Amor me dice que es mensajera de Teodora. CAMPANA: Mas, ¿qué fuera si lo fuese de Leonor? Vanse todos. Salen don JUAN, de camino, doña TEODORA, don SANCHO, y CONSTANZA a la sala JUAN: Hermana, don Sancho queda, mientras vuelvo, en mi lugar, ya que no puedo excusar la partida. SANCHO: En cuanto pueda, procuraré que Teodora no os eche menos. JUAN: Mirad que os toca su honor. SANCHO: Fïad de lo que mi fe la adora, su regalo y mi asistencia; que en lo que toca a su honor, suplir sabrá su valor, mejor que yo vuestra ausencia. Don JUAN habla aparte a doña TEODORA JUAN: Dame los brazos, y advierte sólo que me va la vida en hallarte reducida, cuando vuelva, hermana, a verte, a ser de don Sancho esposa; pues trocando solamente, a mi firme amor consiente que goce a Leonor hermosa. TEODORA: El cielo os traiga a mis ojos con salud. Llora JUAN: Sancho, adiós. Vase don JUAN SANCHO: Él quiera que de los dos cesen, don Juan, los enojos cuando del Betis volváis a Manzanares. Teodora, no lloréis si de la aurora ser afrenta no intentáis, ni agravéis mi fe constante con sentimiento tan vano, si las penas de un hermano puede aliviar un amante. TEODORA: Yo estimo, como es razón, las mercedes que me hacéis. (Mas las lagrimas que veis, Aparte no nacen del corazon; que para hablar a don Diego deseaba la partida de don Juan.) SANCHO: (Contra una vida, ¿no basta de amor el fuego? Y la rabia de un desdén, ¿no basta, sagrados cielos, sin que en sospechas y celos se abrase el alma también? Un forastero galán a estas rejas he encontrado mil veces; y mi cuidado, pues la ausencia de don Juan al suyo dará osadía mas libre, ha de ser agora centinela de Teodora, y del forastero espía.) Sale CONSTANZA CONSTANZA: Tus primos te están, señor, aguardando. SANCHO: A hacer vendrán las cuentas. (Mas no me dan Aparte los cuidados de mi amor, que tan celoso se ve, licencia para olvidalle; y más cuenta con la calle que con las cuentas tendré.) Teodora, adiós; y más perlas no vertáis; que ofenderéis a mi amor si las vertéis mientras no puedo cogerlas. Vase don SANCHO TEODORA: ¡Qué pesado es un amante aborrecido! Constanza, siglos tardó la esperanza de este venturoso instante; que desde el ultimo día que en Sevilla al ausentarme le vi, no ha podido hablarme don Diego. CONSTANZA: Saber querría, si te alegró el ver partir a tu hermano, ¿cómo tanto pudo en los ojos el llanto el corazón desmentir? Que en una causa no más contrarios efetos son. TEODORA: Oye una comparación, Constanza, y lo entenderás. El leño que aun no el verdor del fértil tronco ha perdido, por un extremo encendido, por el otro vierte humor. Yo estaba llena de enojos y así mi pecho, al entrar el gusto, arrojó el pesar en lágrimas por los ojos. A don Diego es menester dar aviso de la ausencia de don Juan. CONSTANZA: Tu diligencia puede la suya ofender. Excusado es avisalle de lo que su amor le avisa; que de la aurora la risa llorando le halló en la calle. Mas Leonor viene. Sale doña LEONOR LEONOR: Teodora, ¿estás muy triste? TEODORA: Don Juan es mi hermano y mi galan; dos males el alma llora. LEONOR: Para aliviarlos me ordena don Sancho que de tu lado no me aparte. TEODORA: Ese cuidado es aumento de mi pena. (¡Que nunca falten al bien Aparte azares! ) LEONOR: Con este intento me manda que en tu aposento pase las noches también. TEODORA: Yo lo estimo. (Sus desvelos Aparte entiendo; con esta traza quiere guardarme, y disfraza con mi lisonja, sus celos.) LEONOR: (Parece que le ha pesado; Aparte y esto, y saber que desdeña tanto a don Sancho, me enseña que otro amor le da cuidado; y me importa que conmigo se declare, por poder declararme yo, y tener, para el nuevo amor que sigo, ocasión, pues he de estar en su cuarto; y si mi ciego amor le oculto, don Diego no me ha de poder hablar; y de la noche pasada, que por el balcón me habló y de ambas partes quedó nuestra afición declarada, estoy gustosa de suerte, y tan del todo rendida, que los instantes de vida sin él, son siglos de muerte.) Teodora, ya la ocasión llegó en que es bien que deshagas los agravios con que pagas mi verdadera aficion; que en tus suspiros, amiga, en tus ansias y tristezas, y en despreciar las finezas con que mi hermano te obliga, en tu pecho he conocido algún oculto cuidado; y ya, aunque haberlo fïado de mi fe no hayas querido, por fuerza lo he de saber estando en tu compañía. Haga pues la cortesía lo que la fuerza ha de hacer; que la palabra te doy de estar siempre de tu parte, o si no basta a asegurarte mi amistad, siendo quien soy. TEODORA: ¿Yo, Leonor, otro cuidado? LEONOR: Mujer soy y mujer eres; no lo niegues, si no quieres una enemiga a tu lado; que si conmigo enmudeces, con falso pecho me tratas; y, si amiga te recatas, enemiga me mereces. TEODORA: (¿Qué he de hacer? ¿Puede dañarme Aparte Leonor más, si declarada la obligo, que si agraviada la dejo con recatarme? ¿No sabe ya que a su hermano aborrezco? ¿No sospecha la causa? Si ve la flecha, ¿por que le oculto la mano? Para verme con don Diego he esperado esta ocasión; y cuando ya el corazón no es capaz de tanto fuego, ¿no tengo de gozar della? Pues si la pierdo callando de conocido, y hablando me arriesgo sólo a perdella, ¿qué tengo que recelar, si entre hablar y enmudecer, callando es cierto perder, y hablando puedo ganar? Y pues, por más que lo impida, ha de saberlo, mejor me está que sepa mi amor obligada que ofendida.) Ya, mi Leonor, ya no es justo dejarte de declarar mi pecho, por descansar, cuando no por darte gusto. Sabe que yo tengo amor a un gallardo caballero... Qué poco he dicho! ¡Que muero, amiga, diré mejor por el joven más galán que al amor gastó saetas, sin que a mis ansias inquietas el respeto de don Juan y de don Sancho el intento hayan, Leonor, permitido, que hablándole, haya podido dar alivio a mi tormento! Ésta es de mi confusión la causa, y de que tu hermano conquiste mi pecho en vano; ésta, Leonor, la ocasión, y el de ocultarla de ti; y haberme tú asegurado, siendo quien eres, la ha dado para decírtela aquí. LEONOR: Teodora, ya me obligué, pues te ofrecí mi favor, y no tendrá en ti tu amor más alientos que en mi fe. TEODORA: Dios te guarde; que de ti mucho más, Leonor, confío; y ya que del pecho mío la mejor porción te di, sólo que guardes secreto... Y si presumiere acaso del amor en que me abraso, por indicios el sujeto don Sancho, amiga, te pido que le deslumbres, pues ves el peligro de los tres; porque don Juan ofendido, ciego mi amante, y celoso don Sancho, ¿qué desventura no sucederá? LEONOR: Segura corre a tu fin amoroso; que la vida me verás perder antes que el secreto descubra que te prometo. TEODORA: A mí, Leonor, me la das. Pero, díme, ¿ya salió tu hermano de casa? LEONOR: Agora en su escritorio, Teodora, con mis primos se encerró a hacer unas cuentas. TEODORA: ¿Luego tendré seguro lugar de hablar al que adoro, y dar dulce alivio a tanto fuego? LEONOR: Bien puedes; que todo el día, sin duda, habrán de ocupalle. TEODORA: Pues llega, si está en la calle, Constanza, a esa celosía, y hazle señas. CONSTANZA: Cualquier seña a su amor le bastará; que es lince, y no perderá de vista la más pequeña. Vase CONSTANZA LEONOR: (Ya he conseguido mi intento; Aparte que empeñada así Teodora, segura le puedo agora confïar mi pensamiento.) Vuelve CONSTANZA CONSTANZA: Ya viene. LEONOR: Quiero dejarte gozar a solas tu amor. TEODORA: Tú no embarazas, Leonor; fuera de que para darte disculpa, si la deseas, de mi loco desvarío, quiero que del dueño mío las bizarras partes veas. LEONOR: Y lo haré; pero no es justo impedir como testigo; que el testigo más amigo quita licencias al gusto. Oculta en este aposento le veré sin estorbar. TEODORA: Bien te puedes retirar, Leonor, que sus pasos siento. LEONOR: (¿Cuándo con mi forastero Aparte gozaré dichas iguales?) Éntrase doña LEONOR en el cuarto, y deja entornada la puerta TEODORA: ¡Cuántas penas, cuántos males troqué a la gloria que espero! Salen don DIEGO y CAMPANA a la antesala CAMPANA: ¿Si te habrá visto Leonor entrar? DIEGO: Con ella asenté, cuando esta noche la hablé, que le he de mostrar amor a Teodora. CAMPANA: Limitar importa las ocasiones; que muchas demonstracíones la pueden desengañar. Don DIEGO y CAMPANA pasan a la sala, y doña LEONOR entreabre la puerta del aposento DIEGO: ¡Señora! ¿Quién a la suerte debió gloria tan crecida? TEODORA: Pues llegó hasta aquí la vida, despreciar puedo la muerte. LEONOR: (¿Que es don Diego a quien adora?) Aparte TEODORA: ¡Que te veo! LEONOR: (Yo creía Aparte que don Diego lo fingía; que no le amaba Teodora.) TEODORA: ¡Cuánto me cuestas! DIEGO: ¡Y cuanto he padecido por ti, mi bien! LEONOR: (Licencia le di Aparte de fingir; pero no tanto.) DIEGO: ¿De qué te turbas? ¿Qué es esto? TEODORA: Pasos siento en la escalera, y ser don Sancho pudiera. Constanza... CONSTANZA: ¿Señora? TEODORA: Presto, cierra a ese cuarto la puerta. CONSTANZA: Tarde tu temor me avisa; que el recebimiento pisa don Sancho ya. TEODORA: ¡Yo soy muerta! CAMPANA: ¿No dije yo?... TEODORA: ¡A ese aposento presto os retirad los dos! DIEGO: ¿Yo? TEODORA: ¡No repliques, por Dios, que me va el honor! DIEGO: Tu intento cumpliré, porque de suerte miro, señora, tu honor, que ha de hacer en mí valor lo que no hiciera la muerte. Retíranse don DIEGO y CAMPANA al aposento donde está Leonor TEODORA: ¡Que de tormentos me dan con cada gusto los cielos! Sale don SANCHO a la sala SANCHO: No fueron vanos mis celos. ¿Apenas partió don Juan, cuando ya a nuestras afrentas las puertas abres, Teodora? Están doña LEONOR, don DIEGO y CAMPANA en el aposento LEONOR: ¡Falso don Diego! DIEGO: ¡Señora! CAMPANA: (¡Éstas son otras quinientas!) Aparte DIEGO: ¿Aquí estabas? LEONOR: ¡Sí, traidor! DIEGO: (¿Hay tal desdicha?) Aparte CAMPANA: No den tus labios, por fingir bien, ese nombre a mi señor. LEONOR: ¿Esto es fingir? DIEGO: Claro está. CAMPANA: O ha de ser del mismo paño de la verdad el engaño, o el remiendo se verá. DIEGO: No mostrándole afición, ¿cómo pudiera engañarla? LEONOR: O no habéis de requebrarla o ha de acabar la invención. DIEGO: Ley es tu gusto, Leonor. TEODORA: Mirad, don Sancho... DIEGO: En tu mano fundo mi bien. SANCHO: Vuestro hermano dejó a mi cargo el honor de esta casa. CONSTANZA: (¿Hay mas extraña Aparte confusión?) TEODORA: (¡Yo soy perdida!) Aparte CAMPANA: (Ya ha quedado persuadida. Aparte ¡Lo que el proprio amor engaña!) SANCHO: ¿Y mis celos? Salen dos cortesanos, PRIMOS de don Sancho, a la antesala PRIMO 1: Demudado tomó la espada y salió. PRIMO 2: Desde que entré, le vi yo divertido y alterado, puesto el cuidado en la calle. PRIMO 1: Eso me le ha dado a mí; que es deudo nuestro; y de aquí hemos de ver si importalle podemos algo. SANCHO: Él entró; que yo le vi, y no ha salido: tú le tienes escondido; con que se verificó Mete mano mi agravio y el de tu hermano. TEODORA: ¿Qué hacéis? ¡Mirad...! SANCHO: ¡Vive Dios, que he de vengar a los dos...! DIEGO: ¡Eso fuera si esta mano no gobernara este acero! Sale don DIEGO del aposento, hace frente a don SANCHO y se acuchíllan PRIMO 1: ¡Esto es fuerza! Pasan de la antesala a la sala los PRIMOS, y pónense al lado de don SANCHO y ríñen. Salen del aposento doña LEONOR y CAMPANA LEONOR: ¡Ay, desdichada! TEODORA: ¡Muerta soy! CAMPANA: Espada a espada riñe quien es caballero. DIEGO: Herido estoy. No es hazaña darme, don Sancho, la muerte con ventaja. TEODORA: ¡Triste suerte! SANCHO: Yo os la diera en la campaña solo; que solo emprendió vuestro castigo mi acero. TEODORA: ¡Don Sancho, tened! LEONOR: (¿Qué espero Aparte Que si él muere, muero yo.) TEODORA: Ved que con vuestra venganza queda mi opinión perdida. LEONOR: (Arriesgar quiero la vida Aparte por tan dichosa esperanza.) ¡Hermano, no le matéis! ¡Primos, valedme! ¡Mirad, que es mi esposo! PRIMO 1: ¡Refrenad, Atajándole don Sancho, el furor! SANCHO: ¿Qué hacéis? ¡Dejadme! Cae don DIEGO en una silla DIEGO: Tarde ha venido vuestra fineza, Leonor; que yo muero. PRIMO 1: ¿No es mejor que deis a Leonor marido que hacer afrenta a los dos? LEONOR: Don Diego de Luna, hermano, puede, honrarme con su mano; que es tan bueno como vos. TEODORA: (¡Guárdente, Leonor, los cielos! Aparte No me atrevo a interceder; que a don Sancho han de encender, más que su ofensa, mis celos.) SANCHO: (Pues satisface la injuria Aparte de Leonor siendo su esposo, y de mi incendio celoso con esto cesa la furia, el remedio a la venganza prefiero.) Ved si a la vida ha dado puerta la herida. CONSTANZA: Aun da su aliento esperanza de vivir. SANCHO: Primos, partid a buscar un cirujano. PRIMO 1: Yo voy a buscar la mano más dichosa de Madrid. Vase el PRIMO 1 CAMPANA: Un confesor le llamad; que está expirando. PRIMO 2: Yo voy. Vase el PRIMO 2 TEODORA: ¡Qué desdicha! LEONOR: ¡Muerta soy! SANCHO: A mi cuarto le llevad que en él es bien que se cure, pues es de Leonor esposo; y de este caso es forzoso que el secreto se asegure. CAMPANA: De su vida desespero; que está muerto en lo pesado. TEODORA: (Él muere por desdichado Aparte y yo por amante muero.) LEONOR: Campana, con paso lento, en movimiento süave le lleva, porque no acabe de matarle el movimiento. TEODORA: En todo muestras, Leonor, que es tu amistad verdadera. LEONOR: (¡Ay de mi! Mejor dijera Aparte que es verdadero mi amor.) SANCHO: De honor y celos, Teodora, los excesos perdonad. TEODORA: En vano espera piedad quien ofende a la que adora. FIN DEL ACTO PRIMERO
ACTO SEGUNDO
Sale INÉS huyendo de CAMPANA CAMPANA: ¡Inés! INÉS: ¡A Consntanza hablabas, traidor! CAMPANA: Le estaba pidiendo... INÉS: ¿Que? CAMPANA: Que me echase un remiendo. INÉS: ¿Por qué no me lo encargabas? CAMPANA: Porque eres tú mi cuidado, no quise que lo supieras; que por dicha no quisieras un amante remendado. INÉS: No es buen modo de excusarse, supuesto que es tan sabido que un bellacón tan rompido ha menester remendarse. Vase INÉS CAMPANA: Ya le da pena mi amor. No hay mejor madurativo para el pecho más esquivo que darle celos. Sale don DIEGO, sín espada y con muletilla Señor, ya--¡gloria a Dios!--con salud te ves. DIEGO: ¡Al cielo pluguiera que el piadoso lecho hubiera sido fúnebre ataúd! ¡Ay, Campana, cuál me veo en un proceloso mar de inconvenientes! CAMPANA: Nadar al puerto de tu deseo, mientras durare la vida, con sufrimiento y valor, es lo que importa, señor; que en la empresa más perdida, le resta imperio a la suerte y a la fortuna mudanza. La vida todo lo alcanza, todo lo acaba la muerte, y si te causa impaciencia el vivir, cosa es morir que se puede conseguir con muy poca diligencia; pero vive, aunque no aguardes vencer tu enemiga suerte, que valerse de la muerte es remedio de cobardes. Anímate, y ve diciendo uno y otro inconveniente, y verás qué fácilmente voy a todos respondiendo. DIEGO: Huésped de don Sancho soy, y que a su hermana la mano he de dar tengo por llano, y ya con salud estoy; con que si hasta aquí el efeto por enfermo he suspendido, ya es fuerza ser su marido o descubrir el secreto. Casarme con ella es imposible; que a Teodora pierdo, a quien mi pecho adora, y la fe rompo al Marqués. Declararme y no casarme es darle, con una ofensa y un desaire, recompensa a Leonor, que por librarme, arriesgando condolida vida y honor, me dio allí nombre de esposo, y debí a su fineza la vida, y después a su cuidado; y de que soy su marido, porque en su casa he vivido, la opinión se ha confirmado. Tantos los empeños son en que un engaño me ha puesto; mira si alcanzas con esto remedio a mi confusión. CAMPANA: Vesle aquí. Pues de mil modos te cercan riesgos tan grandes, toma postas, vete a Flandes, y escaparáste de todos. DIEGO: ¡Buen consejo me propones! Pretendo lograr mi amor con Teodora, y con Leonor cumplir mis obligaciones, y del uno y otro extremo dudo en cuál arriesgo más, ¿y por remedio me das los mismos daños que temo? ¿Fuera acción de quien soy, di, que las espaldas volviera, sin que cara a cara diera yo satisfación de mí? CAMPANA: Pues desengaña a Leonor. DIEGO: Bien quisiera; mas, ¿qué labios podrán pronunciar agravios a que mi engaño y mi error dio tan injusta ocasión? CAMPANA: El refrán te lo declara-- más vale vergüenza en cara, que mancilla en corazón. DIEGO: ¡Ay de mí! Pues el tormento no me mata, o yo estoy loco, o es mi sentimiento poco, pues cabe en él sufrimiento. Salen doña LEONOR e INÉS LEONOR: ¡Don Diego! ¡Señor! ¿Qué es esto? DIEGO: Éstos son rayos, Leonor, de la nube de un error que en ciega noche me ha puesto. LEONOR: ¿Qué noche o qué error? DIEGO: Supuesto que el desengaño, señora... LEONOR: A entenderos llego ahora; confuso estáis y penoso, viendo que es ya tan forzoso desengañar a Teodora... CAMPANA: (¡Buenas noches nos dé Dios!) Aparte LEONOR: Yo lo haré; no os dé cuidado. CAMPANA: (Con eso queda enmendado.) Aparte DIEGO: Mirad, señora, que vos... LEONOR: No temáis que de los dos querellosa ha de quedar; que yo lo sabré trazar. CAMPANA habla aparte con su amo CAMPANA: ¿Qué es de tu valor, señor? ¡Habla! DIEGO: Por tener valor, Campana, no puedo hablar. INÉS: Teodora viene. CAMPANA: (Aquí es ello. Aparte De esta vez, que la tramoya descubre, se abrasa Troya.) DIEGO: (Mil cuchillos, de un cabello Aparte pendientes, mi triste cuello amenazan.) Sale doña TEODORA TEODORA: Mi Leonor, mil gracias te da mi amor por mí y mi dueño querido, pues a tu fe hemos debido, él la vida y yo el honor. Tan bueno y galán os veo, que juzgo, bien de mi vida, que os dio más salud la herida, la enfermedad más aseo; mas tal mano y tal deseo en restauraros, ¿qué haría si para que cada día dé la edad pasos atrás, es la hermosura no más la mejor filosofía? ¿Pero qué es esto, don Diego? ¿No me habláis? ¿Tan mesurado, suspenso, triste y callado, nieve sois a tanto fuego? DIEGO: ¡Ay, Teodora, que me anego! ¡Ay, que entre una y otra roca mi confuso pecho toca ya el cielo, ya las arenas, y las olas de mis penas matan la voz en la boca! TEODORA: Dueño de mi pensamiento, si son de esas tempestades causa las dificultades opuestas a nuestro intento, vuestra soy, cobrad aliento. Al puerto anhelad seguro, que si la vida aventuro, rayos dará la verdad, que en clara tranquilidad cambien el nublado obscuro. Ya del peligro el aprieto, y ya el rigor de las penas a quebrantar las cadenas nos obligan del secreto. Don Sancho es noble y discreto, la verdad sepa; y Leonor, pues su amistad y su amor lo aseguran, con su mano, cuando lo sepa mi hermano, mitigará su furor. LEONOR: Teodora, Teodora, advierte que es muy otro estado ya el que a nuestras cosas da la violencia de la suerte. En evitar yo la muerte de don Diego, en honestar la ocasión, en ocultar tu amor, y en haberle hallado solo conmigo encerrado, tú no me puedes culpar. TEODORA: Es verdad que fuerza ha sido, no culpa. LEONOR: Juzga con esto el empeño en que me ha puesto quien después acá ha tenido el nombre de mi marido en mi casa y a mi lado, y si queda restaurado en la opinión popular, mi honor, sólo con quedar mi hermano desengañado. TEODORA: ¿Qué quieres decir en eso? LEONOR: Que mires cómo daré sin que él la mano me dé a mi fama buen suceso. TEODORA: Harásme perder el seso CAMPANA: (Ya ha reventado la mina.) Aparte TEODORA: ¿Tal dice, tal imagina, tan fina amiga, Leonor? LEONOR: No obliga contra el honor la ley de amistad más fina. TEODORA: ¿Esto escucho, y de mis celos no me enloquece la furia? ¿Así la amistad se injuria? ¿Así se ofenden los cielos? ¿Cómo ardientes Mongibelos, cielos, no multiplicáis? ¿A qué delitos guardais de los rayos vengadores las iras, si los traidores amigos no fulmináis? LEONOR: Ni los cielos he ofendido, ni mi amistad es aleve; que quien hace lo que debe, Teodora, no ha delinquido. TEODORA: Bien dices; lo que has debido has hecho; justa venganza tomas, pues mi confïanza funde en tu firmeza mal, sabiendo que es natural en la mujer la mudanza. No des color mentiroso de honor a lo que es amor, pues diera al mundo tu honor desengaño tan forzoso con ser don Diego tu esposo; y pues mi razón adviertes, si me costase mil muertes no has de conseguir tu gusto. CAMPANA: Sobre la mano del justo echan rayos, que no suertes. TEODORA: Pero vos, ¿Cómo tenéis en dura prisión los labios? ¿Vos escucháis mis agravios, don Diego, y enmudecéis? Sin duda a Leonor queréis; mudado habéis pensamiento. DIEGO: Ya se acabó el sufrimiento; que si mi fe desconoces, hará que la diga a voces la violencia del tormento. Tuya es el alma, Teodora, y tuya ha de ser la mano; que Leonor obliga en vano a quien por dueño te adora, LEONOR: ¿Que escucho, cielos? CAMPANA: (Agora Aparte entra el papel de Leonor.) LEONOR: Eso debistes, traidor, decir, cuando vuestros labios dieron causa a estos agravios, solicitando mi amor. TEODORA: ¿Qué dices? CAMPANA: (Vertió el poleo.) Aparte INÉS: (¡Ya escampa la tempestad!) Aparte TEODORA: Díme, Leonor, la verdad. LEONOR: Que engañaba tu deseo dijo... TEODORA: ¡Oh, falso! LEONOR: Y que su empleo era verdadero en mi. Si no merezco de tí credito por mi nobleza, infórmete la fineza con que la vida le di. TEODORA: Dices verdad. DIEGO: Fue fingido mi amor. LEONOR: Si lo fue el amarme, no lo ha sido el obligarme y haberos favorecido. TEODORA: 0 verdadero o mentido haya sido, ya a Leonor obligastes; ya traidor emprendistes mis agravios; que es negarla con los labios delito en la fe de amor. DIEGO: Si me escucháis la ocasion, satisfecha quedaréis. TEODORA: ¿Qué he de escuchar, si me habéis confesado la traición? Cuando haya sido ficción, y no verdad el amarla, ¿cómo podéis disculparla habiéndomela ocultado, pues es de haberme agraviado tan cierto indicio el callarla? DIEGO: Si yo no pude... TEODORA: ¡Callad! DIEGO: ¡Dejadme decir! TEODORA: Ya veo que vuestro falso deseo amó su comodidad. Sangre, riqueza y beldad vistes en Leonor, y así, aunque tanto os merecí, quisistes al mismo paso obligarla, por sí acaso me perdiésedes a mí. Y pues ya con eso habéis merecido su favor, satisfaced a Leonor la opinión que le debéis. Vida por ella tenéis; pagádsela con la mano; que yo, pues ha sido vano el crédito que tenía del amor vuestro, la mía resuelvo dar a su hermano. DIEGO: ¡Tente... Sale CONSTANZA CONSTANZA: Tu hermano, señora ha llegado; baja presto. Vase CONSTANZA TEODORA: ¡Soltadme, engañoso! Vase doña TEODORA DIEGO: (Esto, Aparte --¡cielos!--me faltaba agora. Cuando resolvió Teodora mi muerte, y satisfacella de su engañada querella me importó, don Juan llegó, por que no pudiese yo seguirla ni detenella.) LEONOR: ¡Don Diego, escuchad! DIEGO: ¡Leonor, dejadme! Vase don DIEGO LEONOR: ¡Ah, falso! Esta furia ha confirmado mi injuria, que aun esperaba mi amor que era fingido el rigor, por cumplir con los desvelos de Teodora. ¿Cómo, cielos, de un pecho aleve ofendida ni rindo al dolor la vida ni se la quitan mis celos? CAMPANA: (El diablo ha sido el desdén. Aparte Rabiando está.) Vase CAMPANA LEONOR: Inés, don Diego está por Teodora ciego, como lo has visto. Prevén a esos criados que estén, sin darlo a entender, alerta para impedille la puerta, si se quisiere ausentar. INÉS: Bien se puede recelar de su traición. LEONOR: ¡Estoy muerta! Vanse doña LEONOR e INÉS. Salen don JUAN, de camino, y doña TEODORA JUAN: Muerto vengo, Teodora. TEODORA: ¿De cansado? JUAN: No; que si bien las postas han tomado de mi encendida furia rayos por alas, con que fue una injuria cada bruto del viento, en matarme previno al cansancio y fatiga del camino el filo de un celoso pensamiento, la punta de un escrúpulo, que vivo siempre en el pecho honrado y vengativo por el remedio clama de mis celos, Teodora, y de tu fama. Escucha, pues, el sentimiento mío, si restan voces a un cadáver frío. Apenas de Sevilla los muros saludé, cuando me entrega una carta don Pedro de Castilla, de don Sancho Girón. ¡Qué presto llega con la nueva infeliz el mensajero, pues partiendo después, llegó primero! Ábrola, pues, y en su discurso breve tósigo el alma por los ojos bebe; que el caso, para mí tan desdichado, de don Diego de Luna, sucedido en tu cuarto, Teodora, epilogado en diez renglones solos, mi sentido tiranizó de suerte, que por ya muerto me olvidó la muerte. Quien del rápido rayo divididos los polos vio y del trueno estremecidos, horror tan explicado a los mortales, que aun lo entienden los brutos animales, no quedó tan confuso, tan turbado, inútil tronco, bulto inanimado, como quedé, leyendo la sentencia crüel que me condena a que viva muriendo; pues para mayor pena, en aquel triste punto el sentir sólo me negó difunto. Mas como en la borrasca turbulenta el náufrago infeliz salvar intenta la vida en leño breve, cuando la muerte ya en las ondas bebe; así yo, que en la carta, donde veo mi daño, también leo que en tanto que don Diego no cobraba salud, la ejecución se dilataba del matrimonio. Mi esperanza asida a esta pequeña tabla, di a la vida aliento; y sin quitarme las espuelas, velas los remos son, alas las velas, con que desde Sevilla montañas penetré, y llegué a la orilla donde suele anegarse el desdichado, después que el golfo undoso venció a nado; y yo saber espero si lo mismo, después de haber pasado tanto abismo, me ha sucedido agora con las nuevas, Teodora, que me han de dar tus labios del estado que tienen mis agravios. TEODORA: Hermano, cobra aliento, cobra vida; que entre don Diego y tu Leonor querida aun no a la breve sílaba que en lazo prende inmortal las almas, llegó el plazo. JUAN: ¡Ay, Teodora! No puedo darte albricias mejores, si codicias la vida de tu hermano, que con dármela tomas de tu mano. Dime ya todo el caso, y no receles mi enojo, pues las furias más crüeles aplacas, y benigno me granjeas, cuando con nueva tal me lisonjeas. TEODORA: (Disponga mi venganza Aparte cómo Leonor malogre su esperanza con don Diego, y su mano goce don Juan, mi hermano, aunque prometa agora lo que luego no me deje cumplir el amor ciego.) Ni fuera noble yo, don Juan, ni fuera hermana tuya, si el peligro huyera de la vida con riesgo de la fama. Y si es delito la amorosa llama, por éste no recelo mi castigo, pues eres mi disculpa tú contigo. De todo adorno la verdad desnuda escucha, pues, y la vergüenza muda quebrante las prisiones; que supuesto que tantas opiniones puede, si me refreno o me limito, dañar más el silencio que el delito, bañe púrpura el rostro, y no consienta el corazón la mancha de la afrenta. En la noble ciudad que el Betis baña, oriente donde a España de plata y oro rayos amanecen, que las Indias ofrecen al Jove castellano, por que vibrados de su heroica mano del moro y del hereje a la malicia den pena, dando pasto a su cudicia --que aun a sus mismos fieros enemigos riqueza les dispensa en los castigos-- allí, digo, don Juan, que dio don Diego principio al amor ciego, que sujetó mi pecho en breve instante; que como es dios, su flecha penetrante --no pienso que lo ignoras, pues tu fe lo acredita-- para volar y herir no necesita del favor sucesivo de las horas. Trajísteme a la corte, de nobles centro y de ambiciosos norte; y apenas en la puente de Toledo, mi llanto a la corriente de Manzanares el raudal aumenta, por ver si puedo redimir la afrenta de trocar el caudal del Betis puro por una vena de licor obscuro, cuando en la noche de su amor, ligero, siguiendo el resplandor de su lucero, llegó también don Diego; y el confuso caos de Madrid los medios le dispuso de proseguir tan cauto el galanteo, que escondió a tu cuidado su deseo. Jamás, ni en el silencio más secreto --que esto debes, don Juan, a mi respeto-- mi audiencia mereció; bien que me hablaba mirando, y yo mirando le escuchaba, porque para entender gustos y enojos tiene Amor los oídos en los ojos. Al fin, cuando tu ausencia a mi ciega afición dio más licencia, le permití pisar estos umbrales una vez sola; que mi suerte dura en una sola ocasionó mil males; que en ella sucedió la desventura que no refiero, porque la supiste en la carta, don Juan, que recibiste de don Sancho en Sevilla; y así, paso a contar lo que ignoras de este caso. Cayó don Diego herido, a la ventaja, no al valor, rendido; reservóle la vida el engañoso título que Leonor le dio de esposo que yo juzgué de su amistad fineza, y era--¡ay de mí!--de aleve amor bajeza; que hoy, hoy, el desengaño tuve de su traición y de mi daño. Hoy supe que don Diego me engañaba, y en secreto a Leonor solicitaba, y que esto, junto con haber tenido, huésped suyo, opinión de su marido, es tan forzoso empeño, que de él no saldrá bien, si no es su dueño; que hoy me dijeron, hoy, los mismos labios de Leonor las razones que has oído, si se llaman razones los agravios. ¡Cuál quedó de sentirlos mi sentido! Finge en tu pensamiento, don Juan, un labrador a cuya vista el voraz elemento desata en humo la preñada arista. Imagina en tu idea un capitán famoso, que al pálido temor y muerte fea rendido ve su campo numeroso. Mira en tu fantasia una manchada tigre, que perdidos sus hijos, a tormentos y bramidos las furias del infierno desafía. Piénsate a ti cuando la nueva triste de haber perdido a tu Leonor supiste; y un breve rasgo en todos, una vana sombra apenas verás de la inhumana rabia, furor, congoja y sentimiento que inundó mi abrasado pensamiento, cuando a su lengua oí mi desengaño, y en su resolución miré mi daño. Mas como arroja al navegante incierto tal vez la misma tempestad al puerto, la misma sinrazón, la misma rabia, libró mi amor de quien mi amor agravia, y así, no amante ya, sino enemiga de don Diego, ha resuelto mi venganza quitarle de una y otra la esperanza, y que la suya tu afición consiga, efetüando el trueco deseado que con don Sancho tienes concertado; pues contándole el caso, es fácil cosa impedir a don Diego el casamiento de Leonor, y luego le impedirá su falsedad el mío... (Si a la pasión venciere el albedrío.) Aparte ...y quedará con esto satisfecha tu opinión y mi fama, la sospecha del pueblo desmentída, manifestada la invención fingida, Leonor honrada, tú, don Juan, contento, logrado tu constante pensamiento, de don Sancho la fe galardonada, don Diego castigado, y yo casada. JUAN: Porque en fe de que yo te he asegurado, Teodora, la verdad me has confesado, y porque tus amores no han llegado a más prendas que favores, y porque tu más loco desvarío disculpa y aun piedad halla en el mío, tiempla mi pecho la enojosa llama de que hayas arriesgado nuestra fama; y más cuando el haberlo confesado es por dar fin dichoso a mi cuidado. Mas--¡ay de mí!--¡Qué fácil significas la ejecución! Parece que los fueros olvidas del honor cuando fabricas remedios sólo al gusto lisonjeros. ¿Esposo he de ser yo de quien esposo a otro llamó, con ella tan dichoso, que le ha favorecido, y que en su misma casa le ha tenido? TEODORA: Hemos visto, don Juan, un caballero dar la mano a una dama que, pródiga ella misma de su fama, le confesó primero que a otro galán había dádole, no esperanzas y favores, mas las prendas mayores que el honor al amor rendir podía; y que fue tan bienquista y celebrada esta resolución, por acertada, que el general aplauso de su historia vencerá de los tiempos la memoria. ¿Y, recatado tú y escrupuloso, reparas sólo en que ha llamado esposo a don Diego Leonor, y en que le ha dado, favores, sin mirar que el más pesado agravio que a palabras se refiere, nace en los labios y en oyente muere? JUAN: Sí; que soy desdichado, y el escrupulo en mí será pecado, si es virtud el delito en el dichoso. TEODORA: No siempre dura el tiempo tenebroso. Pues en la corte estás, tu amor no sea hidalgo puntüal de corta aldea, porque si de los ojos y los labios los favores, don Juan, fuesen agravios, ¿de cuál mujer en esto no ha delinquido el pecho mas honesto? 0, ¿cuál varón al tálamo llegara honrado, si esto la opinión manchara? JUAN: Yo, al menos, por agora, mientras los mismos casos muestran lo que he de hacer, quiero, Teodora, al nuevo intento de Leonor los pasos impedir, por que, ya que mi esperanza no logre, logre al menos mi venganza. Vase don JUAN TEODORA: Impida yo a don Diego el casamiento de Leonor, y luego podrá mi amor, si tan valiente fuere, que a manos de mis celos no muriere, por lograr gustos, perdonar agravios, aunque don Sancho acuse de mis labios la promesa inconstante; que no obligan palabras a un amante. Vase doña TEODORA. Sale don DIEGO con banda, sin espada, y CAMPANA CAMPANA: Señor, mucho va apretando la dificultad. La noche en su tachonado coche el plazo va apresurando de dar a Leonor la mano; que sólo para que tenga efeto aguarda a que venga con la licencia su hermano. ¿Resuelves casarte? DIEGO: No. CAMPANA: De ese modo, si yo fuera don Diego de Luna, huyera. DIEGO: Y también huyera yo, si fuera Campana. CAMPANA: Pues, ¿cuál es desaire mayor? ¿Desconfiar a Leonor huyendo agora, o después, llegado el lance postrero, decir un "no" cara a cara? DIEGO: En la opinión le tocara, y a la ley de caballero faltara yo, si volviera las espaldas. CAMPANA: Pues, señor, ¿qué has de hacer? Que está Leonor resuelta. DIEGO: Si yo supiera, Campana, lo que he de hacer, ¿llamárame desdichado? ¡Que a tan infeliz estado me haya podido traer mi engaño, que viendo el daño, ni puedo huir ni esperar, porque advierta, a mi pesar, los empeños de un engaño! Sale doña LEONOR, muy bizarra, e INÉS INÉS: Bizarra y hermosa estás. LEONOR: Don Diego con sus rigores halla espinas en las flores. INÉS: Inútil tributo das al temor; que de tus ojos los rayos le tienen ciego; que claro está, si a don Diego tu amor le causara enojos, que se hubiera ya intentado ausentar, pues él no entiende que tu recelo le prende, y le guarda tu cuidado las puertas con centinelas. LEONOR: Vanos consuelos previenes, cuando en él miro desdenes tan groseros. INÉS: Son cautelas, rigores fingidos son por deslumbrar a Teodora; que así le paga, señora, su primera obligación. El mismo caso lo enseña, pues en punto tan estrecho tu prisión guarda su pecho, si su boca te desdeña. LEONOR: Hablarle quiero. INÉS: Él te adora. Llegar puedes confïada; que es ventaja declarada la que llevas a Teodora. CAMPANA habla aparte a su amo CAMPANA: Doña Leonor sale a verte de novia. DIEGO: En luto funesto cambiará las galas presto, si no su agravio, mi muerte. LEONOR: Don Diego, señor, mi esposo... DIEGO: Callad, Leonor, y mirad que es en vuestra calidad arrojamiento afrentoso dar nombre de esposo a quien tan declarado os advierte que lo ha de estorbar mi muerte si no basta mi desdén. LEONOR: De vos lo espero mejor, que ilustre sangre tenéis; y aunque mi amor despreciéis, habéis de estimar mi honor. DIEGO: Puesto que no persuadida, de mí estáis desengañada, no se querelle agraviada quien no se enmienda advertida. Mucho os debo, no lo niego, y pagároslo quisiera; mas no es posible que os quiera; que estoy por Teodora ciego. Y habiendo de ser forzoso, amarla y aborreceros, más que gusto, fuera haceros tiro, ser yo vuestro esposo; y andaréis más prevenida en querer sufrir, señora, ingratitudes agora que penas toda la vida. Y así, mudad parecer; no aguardéis a vuestro hermano; que o no he de daros la mano, o la vida he de perder. LEONOR: En eso habrá de parar; que si os dio vida mi amor engañado, mi vigor os ayudará a matar. CAMPANA: ¿Qué dices de esto? INÉS: Que es hombre don Diego; mas la porfía le vencerá. CAMPANA: ¿Y de la mía? INÉS: Que te responda tu nombre; que campana y porfïada cansa orejas de diamante. CAMPANA: No porfïado y amante se cansa, y no alcanza nada. Sale un CRIADO de don Diego CRIADO: Un gentilhombre, señor don Diego, pide licencia de hablaros. DIEGO: Si la presencia lo permite de Leonor, podrá entrar. INÉS: (Su cortesía, Aparte entre el enojo, ha guardado el decoro que al estado de doña Leonor debía.) LEONOR: A que negociéis con él daré lugar. Retírase doña LEONOR DIEGO: Entre agora. Vase el CRIADO LEONOR: Inés, escucha. INÉS: Señora Retírase INÉS con doña LEONOR. Sale un GENTILHOMBRE con un papel GENTILHOMBRE: Ved, señor, ese papel. DIEGO: Aguardad. GENTILHOMBRE: Quien me le dio para vos, que os le entregara a vos mismo y no aguardara la respuesta, me mandó. Vase el GENTILHOMBRE. Don DIEGO lee para sí DIEGO: "Faltando a lo prometido habéis amado a Leonor, y no sufre mi valor ni aun sospechas de ofendido. Este intento he dilatado aguardando que cobréis salud; pues ya la tenéis, señor don Diego, en el Prado de San Jerónimo espero solo, y que saldréis confío tambien solo al desafío, como honrado caballero." La firma dice, "El marqués don Fadrique." Él ha creído, Mete el papel en la faltriquera con razon, que le he rompido la palabra; cierto es, que la fama ha divulgado que soy de Leonor esposo. Salir al campo es forzoso; que un noble desafïado con razón o sin razón, por ley del duelo asentada, solamente con la espada puede dar satisfación. Sólo faltaba este daño, pues ya es forzoso morir o matar, para advertir los empeños de un engaño. Vase don DIEGO. Salen doña LEONOR, INÉS y CAMPANA CAMPANA: (¿De quién el papel será?) Aparte INÉS: Sin hablarte se retira hacia su cuarto. LEONOR: Inés, mira, porque sospecha me da verle tan suspenso y mudo que es el papel de Teodora, si va a escribir. INÉS: ¡Ay, señora! Mira adentro Irse quiere, no lo dudo; que la espada ha requerido, y ciñéndosela está. LEONOR: ¡Ah, falso! No logrará intento tan mal nacido. ¡Cierra presto, cierra presto Cierra INÉS la puerta por donde se retiró don DIEGO esa puerta; que no quiero que a medir llegue el acero con mis crïados! CAMPANA: ¿Qué es esto? ¿Por qué le encierras? DIEGO: ¡Leonor, Dentro abre aqui! LEONOR: ¡Es intento vano, hasta que venga mi hermano! DIEGO: ¡Mira que me va el honor Aparte en salir! LEONOR: ¡Y a mí me va en impedirlo! (¡Estoy muerta!) Aparte DIEGO: ¡Haré pedazos la puerta! Dentro Da golpes CAMPANA: Ella es fuerte, y él está sin fuerzas... Pero, ¿que espera Campana? Va CAMPANA a abrir y dale doña LEONOR un golpe LEONOR: ¡Aparta, villano! CAMPANA: Nunca vi tan blanda mano que tan duramente hiera. INÉS: ¿Hay tal maldad? CAMPANA: Mira Inés, si con razón he temido. Sale doña TEODORA TEODORA: (Con las voces y el rüido Aparte alas calzaron mis pies para subir a saber la ocasión.) Leonor, ¿qué es esto? INÉS: (Ya no da golpes.) Aparte LEONOR: ¡Qué presto, Teodora, subiste a ver los efetos que ha causado tu billete! TEODORA: ¿Yo billete? ¿Que dices? LEONOR: Teodora, ¡vete, vete, y no te den cuidado mis cosas, ni de ese modo disimules; que valor tengo yo, sin tu favor, para salir bien de todo! TEODORA: Leonor, engañada estás; pero tu hermano y el mío han llegado, y presto fío que mi venganza verás. CAMPANA: (Aquí es ello. Ya han venido Aparte don Juan y don Sancho, y ya escaparse no podrá, que entre puertas le han cogido. Pero ya muestra, callando, que ha mudado parecer.) Salen don JUAN y don SANCHO JUAN: Esto pasa; y por saber que andábades negociando para el efeto licencia, os fui a buscar para daros cuenta de ello, y excusaros el desaire que en presencia de más testigos hiciera a la vuestra y mi opinión, si en la postrera ocasión el casamiento impidiera. SANCHO: Bien hicistes. ¡Que Leonor, por defenderle la vida, cautelosa y atrevida arriesgase nuestro honor! ¡Loco estoy, viven los cielos! Mas, don Juan, si de este daño es fin vuestro desengaño, es principio de mis celos. ¿A Teodora he de perder? Antes moriré. JUAN: Mi hermana conoce ya lo que gana, y vuestra esposa ha de ser, y yo he de ser de Leonor. (Si las cosas se disponen Aparte de suerte que no ocasionen afrentas gustos de amor.) SANCHO: Mejorada así mi suerte, ¿qué espero? Desengañemos a don Diego, y evitemos con su ausencia o con su muerte peligros de nuestra fama. JUAN: A todo, como obligado, me hallaréis determinado. SANCHO: Inés, a don Diego llama. INÉS: (Aquí el enredo se acaba.) Aparte Vase INÉS SANCHO: ¿Aqui estáis, Teodora mia? TEODORA: Con Leonor me entretenía mientras mi hermano llegaba. SANCHO: Él me ha dicho ya el favor con que pagáis mi firmeza. TEODORA: Toque ha sido mi esquiveza del oro de vuestro amor. (Mas, ¿qué importa?) Aparte JUAN: ¿No me dais, Leonor bella, el bienvenido? LEONOR: No, don Juan; que no ha querido mi suerte que lo seáis. Sale INÉS SANCHO: ¿Viene don Diego? INÉS: Excusado es, señor, el aguardalle, porque, sin duda, a la calle por el balcón se ha arrojado. CAMPANA: ¡Por Dios, si no se mató, que es milagro! LEONOR: Quién pensara que tal locura intentara? TEODORA: (¡Ay de mí! ¿Si te costó Aparte esta fineza, don Díego, la vida?) SANCHO: Nuestra intención previno. A doña TEODORA CAMPANA: A linda ocasión tomó las de Villadiego si ha escapado con la vida; porque de un balcón tan alto más es vuelo que no salto. TEODORA: Y mas él, que de la herida apenas ha restaurado las fuerzas. CAMPANA: Voy a buscarle; que recelo que he de hallarle, más que la noche estrellado. SANCHO: Ya, don Juan, ¿qué resta agora sino dar a nuestro amor dichoso fin? A Leonor dad la mano y yo a Teodora. LEONOR: (¡Ay de mí!) Aparte TEODORA: (¿Qué puedo hacer? Aparte Mas don Diego ha asegurado con esto ya mi cuidado, y no hay riesgo en suspender el casamiento a mi hermano para dilatar el mío.) A don JUAN al oído Advierte que es desvarío darle tan presto la mano a Leonor. JUAN: ¿Por qué ocasión? LEONOR: Porque debes recelar lo que puede resultar de este caso en su opinión. JUAN: ¡Ah, cielos! Sale CONSTANZA CONSTANZA: ¡Señor, señor! JUAN: ¿Qué hay, Constanza? CONSTANZA: Que a don Diego han entrado de la calle en el zaguan, si no muerto, expirando ya. TEODORA: (¿Que escucho?) Aparte LEONOR: (Castigo ha sido del cielo.) Aparte CONSTANZA: Ha llegado la justicia al alboroto, y haciendo diligencias, dos testigos han dicho allí que le vieron dar gran golpe, y que sin duda de algún balcón de los vuestros, señor don Sancho, cayó a la calle. SANCHO: ¿Qué no puedo, vil Fortuna, verme libre de este don Diego? JUAN: (Con esto Aparte ha quedado la opinión de Leonor y mi deseo en más peligro.) Don Sancho, a prevenir el remedio del daño que esta desdicha nos amenaza, bajemos. Vase don JUAN SANCHO: (No sé lo que hemos de hacer; Aparte en gran confusión me veo; que publicado este caso pues ya no puede ser menos, o la opinión de Leonor corre conocido riesgo, o he de perder a Teodora, y la vida si la pierdo.) Vase don SANCHO TEODORA: Constanza, ¿vístele tú? CONSTANZA: Yo le vi, y tal, que no espero que viva. Vase CONSTANZA TEODORA: (Bajaré a verle; Aparte que no basta el sufrimiento a decoros ni recatos. ¡Ay, mi bien, cuánto te cuesto! ¡Mal haya, amén, tu fineza! Que ya, conforme te quiero, sufriera de mejor gana, que tus desdichas, mis celos.) Vase doña TEODORA INÉS: Señora, ¿qué te parece? ¿Cómo ha pagado don Diego su ingratitud y tu ofensa? LEONOR: Inés, mi culpa confieso; que aunque en duro pedernal su sinrazón y desprecio convirtió la blanda cera de mi enamorado pecho; como en su dureza helada viven semillas del fuego de mi ardiente amor, al golpe de su infelice suceso ha dado el alma centellas de piadosos sentimientos. FIN DEL ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO
Sale don DIEGO, con capa y espada, cerrando un papel DIEGO: Ya que me impidió la suerte, con desdicha tan crüel, que saliese a la campaña cuando me esperó el marqués, en este papel verá la ocasión y que a la ley no falto del desafío cuando puedo, pues en él verá que le aguardo solo esta noche. Sale CAMPANA CAMPANA: Señor. DIEGO: ¿Pues? ¿Qué dice Teodora? CAMPANA: ¿Como qué dice? Imposible fue verla; que de ella y su casa tan vigilante Argos es su hermano, que en todo el día no ha puesto en la calle el pie. DIEGO: No haces cosa que no sea, Campana, echarme a perder. CAMPANA: ¿Pues de esto te quejas? DIEGO: De eso no me quejo. CAMPANA: Pues, ¿de que? DIEGO: De que dieses a Teodora tan neciamente el papel. CAMPANA: ¿Tanto el papel importaba? DIEGO: Tanto, que me puede hacer dos terribles daños. (Que era Aparte el billete en que el marqués me desafió, y Teodora puede publicarlo, y él pensar que es flaqueza mía lo que mi desdicha fue, con que mi valor se infama, y ella habrá echado de ver que a la estacada salía por Leonor; con que mi fe ha de condenar del todo, pues del todo ha de creer que a doña Leonor amaba; que ya sabrá que tomé la espada y quise salir en recibiendo el papel. Ya lo sabrá, claro está, pues tanta ocasión, despues de informarse por minutos, dio mi suceso crüel; y cuando esperé, ocultando la verdad, darle a entender que por hüir de Leonor por el balcón me arrojé, habrá visto, en daño mío, lo peor que pudo ver.) ¡Ay, Campana, cuál me tienen tus necedades! CAMPANA: Más bien dijeras mis prevenciones; que si salen al revés, culpa a la suerte, no a mí Díme tú, ¿qué pude hacer, si a verte casi difunto de los primeros llegué, que fuese más bien pensado? Mira, senor, una vez, por un negro galanteo con un toro me arriesgué. Pescóme, y como pelota, dio un bote conmigo; y dél apenas libre me vi, cuando cercado me hallé de mil pícaros piadosos, que con achaque de ver la herida, las faltriqueras me dejaron del revés. De este caso escarmentado, en el tuyo me acordé, y te saqué de ellas luego llaves, dinero y papel. Llegó al punto la justicia, y como trató de hacer información de quien eres y del caso, recelé que los que el papel me vieron sacarte, le diesen de él noticia, y para informarse me le quitasen. Hallé a mano a Teodora bella, que vuelto el rojo clavel en blanca azucena, al punto que oyó tu mal, bajó a ver si el alma que ya exhalabas viendo que venció al desdén la piedad, se detenía, avarienta de beber las perlas que por dos bellas niñas derramaban tres. Y como suyo, con causa, el billete imaginé, pues al punto que los ojos pasaste, señor, por él, demonstración tan extraña hiciste, que por poder hüir de Leonor te echaste por un balcón, le entregué el billete sin recelo; antes temiendo que de él la justicia coligiera vuestro amor, imaginé que de nadie lo podía fïar sino de ella, a quien iba el honor en guardarle. Si los discursos que ves me engañaron, no fue mía la culpa, que tuya fue; que si tú no me ocultaras, cuando leíste el papel, sus misterios, yo supiera lo que me importaba hacer. DIEGO: Bien dices, la culpa es mía, pues no le rompí; que quien no entrega al fuego testigos, que viviendo pueden ser instrumentos de su mal, pierde por su culpa el bien. Ya está hecho. Agora importa que lleves éste al marqués don Fadrique, y en su mano se le entregues. CAMPANA: ¿Para qué? Que no tardará un momento, señor, en llegarte a ver. DIEGO: ¿Cómo? CAMPANA: Preguntóme agora que por su puerta pasé, dónde estabas; respondíle que en esta posada; y él replicó, "Pues, ¿cómo está en una posada quien es esposo de Leonor?" Yo le dije, "Engaño es." Y como le vi celoso, le quise satisfacer, y de todos tus amores la verdad le declaré; y mostróse tan contento del desengaño el marqués, que para verte, al instante, el coche mandó poner. DIEGO: ¿Que supo todo el suceso de ti? CAMPANA: No todo; que de él alguna parte sabía. DIEGO: ¿Qué sabía? CAMPANA: Que después de haber cobrado tu acuerdo la infelice noche que del cielo de Leonor fuiste precipitado Luzbel, a tu posada te trajo la justicia para hacer diligencia. Esto sabía el marqués; yo le conté cómo don Juan y don Sancho lo permitieron, por ser más conveniente a sus celos y disimular más bien la ocasión; y cómo tú declaraste que el caer del balcón fue contingencia, porque te dio estando en él gota coral; y don Sancho, advirtiendo cuán cortés y recatado anduviste, lo que tú dijo también, y que con esto cesó la justicia en proceder. DIEGO: ¿Que de mi amor los sucesos todos le contaste? CAMPANA: Al pie de la letra, como dicen. DIEGO: ¡Voto a Dios, que me has de hacer que te mate o que me mate! CAMPANA: ¿Otra tenemos? ¿Pues qué? ¿También en esto he pecado? DIEGO: ¡Hombre o demonio, también! CAMPANA: Él me lleve, pues no acierto a servirte. DIEGO: Amén. CAMPANA: Amén, mil amenes, pues tu gusto en esto solo acerté. DIEGO: (El marqués ha de pensar Aparte que echadizo le envié a darle satisfación, y para reñir con él no tengo valor. ¡Ah, cielos! ¿Por qué permitís, por qué, que deslustre la Fortuna un noble acero por quien de tanto enemigo vuestro el escarmiento se ve?) Mas tú, ¿qué causa le diste de mi caída al marqués? CAMPANA: Escaparte de Leonor. DIEGO: ¿Eso más? CAMPANA: ¿Esto también culpas? Ello va de errar. DIEGO: (¿Cuando debiera entender Aparte que por ir al desafío por el balcón me arrojé, le ha dicho que por hüir de Leonor, porque el marqués dé más crédito a mi afrenta? ¿Hay desdicha más crüel? ¡La verdad ha desmentido con la mentira! ¿Qué haré sin ventura y sin honor?) ¡Vive Dios, que estoy... CAMPANA: No estés; que ya el marqués ha llegado. DIEGO: ¿Con qué cara le he de ver? Sale el MARQUÉS MARQUÉS: ¡Don Diego amigo! DIEGO: ¡Marqués! ¿Cómo a quien desafiáis nombre de amigo le dais? MARQUÉS: No haré poco si después que la verdad he sabido, os obligo a perdonar el delito que en dudar de vuestra fe he cometido. DIEGO: Para mi satisfación vuestro engaño es la disculpa, que aunque yo no tuve culpa, vos tuvistes ocasión. Mas advertid que Campana se erró, Marqués, en decir que yo salté por hüir de Leonor por la ventana. MARQUÉS: ¿Cómo? DIEGO: Porque yo salía a veros al señalado sitio; y como ese crïado esta ocasión no sabía, y la otra sí, atribuyó a la que supo el exceso; y para dejaros de eso satisfecho, os escribió hoy mi mano este papel. Vedle, marqués. MARQUÉS: Yo lo estoy. DIEGO: No cumplo yo con quien soy, si vos no os informáis de él. MARQUÉS: Verélo por vuestro gusto, mas no porque es menester. Lee en secreto CAMPANA: Agora llego a entender los misterios del disgusto que le he dado. Como honrado el desafío calló; y bien me espantaba yo de que se hubiese arriesgado por el balcón, para hüir de Leonor, quien por la puerta, pues la tuvo siempre abierta, pudo a su salvo salir. MARQUÉS: El papel he ya leído; mas, ¿quién dudó o quien ignora que vos, como siempre, agora con quien sois habéis cumplido? Mas decidme ya el estado que tiene vuestra esperanza; que al remedio o a la venganza me hallaréis a vuestro lado. DIEGO: Mil años el cielo os guarde; mas si bien vuestro favor vale tanto, ya en mi amor sospecho que llega tarde. MARQUÉS: ¿Pues tan poca confïanza tenéis de Teodora hermosa? DIEGO: Si está con razón celosa, no es liviandad su mudanza, y no he podido hasta agora satisfacer su sospecha. MARQUÉS: ¿Esperáis que satisfecha, volverá a amaros Teodora? DIEGO: De su firmeza fiara el remedio de mi daño, si llegara el desengaño antes que el daño llegara. MARQUÉS: Pues si consiste, don Diego, en dilatar la ocasión de darle satisfación el peligro, vamos luego; que en ello, puesto que os doy con razón nombre de amigo, a arriesgar por vos me obligo cuanto puedo y cuanto soy. (Vengaréme de Leonor Aparte en esto; que a su pesar con Teodora ha de lograr don Diego su firme amor.) DIEGO: Dos mil años tus blasones aumentes, noble marqués, porque a los señores des un espejo en tus acciones; que no consiste en nacer señor la gloria mayor; que es dicha nacer señor, y es valor saberlo ser. Vanse el MARQUÉS y don DIEGO CAMPANA: Vivas, si llegan a verse premiados tantos cuidados por ti, más que dos casados que dan en aborrecerse. Vivas, marqués, mas edades que una sisa, y que un pavés en casa de un montañés preciado de antigüedades. Y vivas, en conclusión, más que un ministro cansado de quien tiene un desdichado la futura sucesión. Vase CAMPANA. Salen doña TEODORA y CONSTANZA CONSTANZA: Ya dicen que está don Diego con salud. TEODORA: ¡Nunca el sentido tan en mi agravio perdido, cobrará el ingrato! CONSTANZA: ¿Luego estás mal con él? TEODORA: Constanza, aquella demonstración a mi celosa pasión restituyó la esperanza. Porque, ¿quién en mi favor no creyera que seguía a Teodora quien huía tan resuelto de Leonor? Mas ya sabiendo mi daño, desvaneció su mudanza la sombra de mi esperanza a la luz del desengaño. CONSTANZA: ¿Pues cómo huyó, si quería a Leonor, de la ocasión, cuando ya de su afición el fin a los ojos veía? TEODORA: Díme tú cómo aguardó, si no la amaba, el forzoso instante de ser su esposo, y diréte cómo huyo. La verdad han declarado los mismos casos después; que conforme lo que Inés del suceso me ha contado, apenas del desafío el billete recibió, que su crïado me dio, y Leonor tuvo por mío; cuando confuso y callado se entró en su cuarto, y ceñida la espada, que requerida dio indicios de su cuidado, salir quiso, y lo impidió doña Leonor, que avisada del billete y de la espada, la llave a la puerta echó. Éste fue, Constanza mía, el motivo y la ocasión de saltar por el balcón. A la campaña salía, donde el marqués le aguardaba, a matarse por Leonor; mira si le tiene amor quien por ella se mataba. Yo estoy tan determinada, Constanza, como ofendida, y he de cumplir advertida, si he resistido engañada, de don Sancho la esperanza, con tal que mi amor pasado, ya que el gusto no ha logrado logre al menos la venganza; porque, o no ha de dar la mano Leonor, pues que me ofendió, al falso don Diego, o yo no la he de dar a su hermano. CONSTANZA: Don Juan viene. Sale don JUAN JUAN: Ya, Teodora, mira mi ardiente deseo dispuesto el dichoso empleo que en Leonor mi pecho adora, pues que no estorba el suceso de don Diego mi cuidado; que en Madrid se ha divulgado que por privarle de seso la gota coral, cayó del balcón; y yo con esto, que se publique he dispuesto que don Sancho le curó por amigo y por piadoso, y que se erró la opinión que atribuyó la ocasión a ser de Leonor esposo. Y así, ya lo que impedia mi dicha cesó, y estoy ya determinado, y hoy ha de ser esposa mía; que pues me admite Leonor, siendo quien es, por su dueño, no llegó a mayor empeño con don Diego su favor. TEODORA: Dices bien; que es necedad pensar que la que es honrada, por más que esté enamorada, ofenda su honestidad antes que al tálamo llegue; y los que dan a entender que ha habido noble mujer que sin ser querida ruegue, o en palabras confïada pierda la prenda mejor, o no saben qué es honor, o pretenden que enseñada la de mejor calidad de un ejemplar tan injusto, fácilmente por el gusto desprecie la honestidad. JUAN: Dices bien. TEODORA: Y con razón te resuelves. JUAN: Que la mano le des, Teodora, a su hermano me ha puesto por condición solamente. TEoDoRA: Y yo quería, para dársela, poner por condición que ha de ser ella tu esposa. JUAN: Ya es mía, pues determinada estás. TEODORA: Si estoy, don Juan, y por ti hago poco, pues por mí has hecho tú mucho más; pues la prolija ocasión que a tus pesares he dado por don Diego, has perdonado. JUAN: Pues a don Sancho Girón parto a buscar al momento; que, por ventura, en palacio estará con más espacio que cabe en mí sufrimiento; que nuestra dichosa suerte sólo se ha de dilatar lo que yo puedo tardar en volver, con él, a verte. Vase don JUAN CONSTANZA: ¿Esto es hecho? TEODORA: Sí, Constanza, esto es hecho. Ya perdió don Diego a las dos, y yo he logrado mi venganza. Prevénme joyas y galas; que a mi amor, para ocultar del corazón el pesar, dorarle quiero las alas. Daré, ostentando contento, a don Sancho galardón, a don Juan satisfación, y a don Diego sentimiento. CONSTANZA: De tan lucidos colores pienso adornarte, señora, que envidie la misma Flora las mentiras de tus flores. TEODORA: El disgusto lisonjeo de mi desdichado amor, como don Diego y Leonor no consigan su deseo. Salen el MARQUÉS y don DIEGO. Los dos hablan a la puerta MARQUÉS: Seguro la podéis ver; que yo, si don Juan volviere, le detendré. DIEGO: (Quien ya muere, Aparte ¿qué peligro ha de temer?) Vase el MARQUÉS Teodora, la más crüel... TEODORA: Don Diego, el más fementido, el más falso, el más mudable, el más ingrato que ha visto el ámbito de los cielos y el discurso de los siglos, ¿qué quieres?, ¿qué quieres? ¡Vete vete, que ya me has perdido! DIEGO: Escucha. TEODORA: No hay que escucharte Ya estoy resuelta, enemigo; ni oír tus descargos quiero, ni te remedia decirlos. Ya de mis labios el sí don Sancho Gírón ha oído, y para darle la mano le aguardo ya, y con el mismo intento a don Juan espera tu Leonor; que lo has perdido todo, por quererlo todo. ¿Qué aguardas, pues? Que ya el brío de don Sancho, escarmentado y sangriento, has conocido; y si mi honor no te obliga, te ha de obligar tu peligro. DIEGO: ¿Hay más morir que morir? Pues si ya al tormento esquivo de tu mudanza y rigor doy los últimos suspiros, ¿qué peligros me amenazas? Antes, del agudo filo, el golpe será piadoso, si del tirano martirio de una muerte dilatada con él, Teodora, me libro; que es estar siempre muriendo vivir y haberte perdido. Óyeme, pues, si deseas que me vaya; que te estimo tanto, que a satisfacerte o a morir me determino; no porque a tu blanca mano las esperanzas animo; mas por cumplir con quien soy, que me infamo si permito que me publiques ingrato, cuando noble me publico. Atiende, pues, sin que el riesgo de mis fieros enemigos te divierta; que en la calle queda quien sabrá impedirlo. TEODORA: Di, pues, di, pues. DIEGO: Tú me acusas de que a Leonor he querido. TEODORA: ¿Con qué puedes disculparte? DIEGO: Con el precepto preciso que de ocultar nuestro amor por tu fama y mi peligro te escuché, de que avisado Campana, por haber visto que Leonor lo sospechaba, con esa ficción la quiso deslumbrar. TEODORA: ¿A tu crïado atribuyes tu delito? ¡Qué poca memoria tienes para mentir! ¿No te dijo en mi presencia Leonor que leyó en tus labios mismos finezas que la obligaron a rendirte el albedrío? DIEGO: Es verdad; mas ya empeñada del pensamiento fingido Leonor, juzgué que era menos el daño de proseguirlo que el riesgo de declararlo; pues ya que el error se hizo, de burlada se ofendiera y esforzara los indicios; pues desengañar su amor era declarar el mío. TEODORA: Buena disculpa, si hubiera prevenídome tu aviso de su engaño. DIEGO: Nunca fue posible verme contigo para darte cuenta de ello, desde que empecé a fingirlo hasta el instante infeliz en que mi suerte, al principio de tanta gloria, en don Sancho tanta pena me previno. TEODORA: Yo quiero pasar por eso. ¿Cómo, cuando Leonor dijo que era tu esposa, callaste? DIEGO: ¿Pude yo, si con decirlo mi vida te reservaba; pude yo, si con peligro de su honor la defendía del acero ejecutivo; pude yo, si nuestro amor dejaba así desmentido; y, al fin, pude yo, si ya en mortal púrpura tinto, para suspirar apenas respiraba el pecho frío, desmentirla? TEODORA: Ya que entonces causasen esos motivos tu silencio, ¿no dio al cielo el sol dilatados giros mientras cobrabas salud, en que mil veces nos vimos, y callaste? Esto no tiene descargo, no, fementido. DIEGO: Sí tiene. TEODORA: Pues si lo tiene, don Diego, no quiero oírlo. ¡Vete, vete! DIEGO: Sin dejarte satisfecha, ya te he dicho que no he de salir de aquí. TEODORA: Si con eso has de irte, digo que estoy satisfecha ya. ¿Qué esperas, pues? DIEGO: ¿Qué aspid libio cerró con tanta crueldad al encanto los oídos, como a mis disculpas tú? ¿Qué engañoso cocodrillo, como tú, con voz humana muerte inhumana previno, pues satisfecha te finges, cuando enemiga te miro? Dime tú, si de Leonor te dijera el desvarío, cuando a su lado me veías gozar de los beneficios de su hospedaje y su amor, ¿qué inquietudes, que delirios, que tormentos, qué furores, qué celos, qué desatinos te causara, sin poder por entonces impedirlos con mi ausencia, pues ponía la crueldad de mi destino, con las heridas del pecho, a los pies mortales grillos? TEODORA: ¡Mientes, falso! Que a ser ésa la ocasión, habiendo visto a Leonor tan obstinada, luego que convalecido te viste del accidente, evitaras fugitivo ocasiones a mi agravio, y de su amor desperdicios; y pues que no te ausentaste, gustabas de ser vencido; que la ejecución desea quien no se esconde al peligro. DIEGO: ¿Qué dices? Pues, ¿fuera bien que con un exceso mismo, si me ausentara, perdiese cuanto ganar solicito? ¿No infamaba así a Leonor? Y con su agravio ofendidos don Sancho y don Juan, ¿no fueran mis mortales enemigos? Siéndolo, ¿pudiera verte? ¿Fuera acertado arbitrio que dejándoles con eso de nuestro amor advertidos, te expusiese a sus disgustos por evitar yo los míos? Y, al fin, la fineza vil de ausentarme fugitivo, ¿qué opinión me diera, cuando por merecerte la estimo? TEODORA: Pues, ¡no reparaste en eso por salir al desafío por Leonor, y reparaste para ser firme conmigo! Mira cuánta diferencia, cuánta ventaja colijo de lo que Leonor te obliga, falso, a lo que yo te obligo; que por sus celos tuviste alas para el precipicio del balcón, y por mi amor tuviste en la puerta grillos. DIEGO: Dices bien que grillos tuve, por tu amor apetecidos; que era más daño perderte libre, que verme cautivo. Dices mal que por Leonor alas calzo y vientos piso, cuando por mi honor, y no por su amor, me precipito; que no te quiero negar, supuesto que lo has sabido por el papel que Campana te dio incauto, el desafío. Mas fueron méritos ambos los que tú juzgas delitos, porque en hüir por tu amor, hiciera un exceso indigno de quien soy; que nunca huyendo negocian los que han nacido honrados; y en no salir por Leonor al desafío, infamara mi valor; que aunque sin razón sentido, si bien con ella engañado de lo que la fama dijo, me desafió el marqués, la ley del duelo no quiso que el engaño de la causa reservase del peligro. Mira, pues, si no saliera, si fuera de amarte digno, retado y no satisfecho, no vengado y ofendido. Mas, ¿para qué satisfago a estos cargos tan prolijos, si he visto ya que deseas más hallarlos que sentirlos? ¿No le dije en tu presencia a Leonor que el albedrío violentarme pretendía? Y en la suya, ¿no te dijo mi lengua que eras mi dueño? Pues, ¿por qué buscas indicios de culpas, si con probanzas mis finezas acredito? TEODORA: ¡Calla, calla! ¿Por tan necia me tienes, que no colijo --pues juntamente con dar a Leonor esos desvíos, aguardabas de entregarle la mano el lance previsto-- que eran fingidos desdenes, tratados y prevenidos con ella, los que le hiciste, sólo por cumplir conmigo? DIEGO: ¿Que pueda tanto la fuerza de mi contrario destino, que dicte a un pecho tan noble tan maliciosos jüicios? ¡Ingrata, di, di, crüel, que con tan sutil estilo, por negar mudanzas tuyas, arguyes agravios míos! Puesto que Leonor me adora, y que don Sancho ha querido que yo la mano le dé, ¿por quién queda? ¿Por quién? Dílo. ¿No queda por mí? Si yo la amara y fueran fingidos los desdenes que le he dado sólo por cumplir contigo, agora ya, ¿qué esperara, después de haber entendido que tú entiendes que lo son, y que sin fruto los finjo? ¿Y más cuando las ofensas que me has hecho y que me has dicho, disculpándome mudado, me merecen vengativo? ¿No me entrara por sus puertas? ¿No cumpliera mis designios? ¿Diérate satisfaciones? ¿Aguardara tus desvíos? Pues si la dejo y te busco, si de ella huyo y te sigo, si te adoro y la desprecio, si te ruego y le resisto, ¿cómo, di, negarte puedes satisfecha? O, ¿qué delitos me arguyes por disculpar agravios tan conocidos? ¡Di que te has mudado, falsa, di que don Sancho es más rico, di que yo soy desdichado, di que tu amor fue fingido, di que yo no te merezco; que esto yo también lo digo; y no desmientas finezas, cuyos sentimientos vivos hubieran hecho señal en las entrañas de un risco! TEODORA: (¡Ay de mi!) Aparte DIEGO: ¿Callas, Teodora? ¿Estás satisfecha? Dílo. TEODORA: (¿Qué importa, si cuando a tantas Aparte satisfacioncs me rindo, tan empeñado a don Juan, a mí y a don Sancho miro, pues en fe de que le he dado tan resuelta el sí, ha partido para el efeto a llamarle? ¡Mal haya mi desatino, pues quien se arroja celoso, no remedia arrepentido!) DIEGO: ¿Cómo enmudeces, Teodora? ¿Que pueda tu pecho esquivo no confesarse obligado, mostrándose convencido? Mas pues lo estás, y a esto sólo, y no a merecerte, aspiro, ¡quédate con Dios, ingrata, que partirme determino a Flandes, donde arrojado a los mayores peligros, o ya bala voladora, o ya blandiente cuchillo, del corazón con el alma arranque un amor que ha sido mal premiado por ser tuyo, desdichado por ser mío! Quiere irse TEODORA: ¡Tente! DIEGO: ¡Aparta! TEODORA: ¿No me oirás? DIEGO: ¡Suelta, que ya me has perdido! TEODORA: ¡Dame cortés el oído, si amante no me le das! DIEGO: ¿Para darme nueva herida pones al arco otra flecha? ¡Suelta! TEODORA: Ya estoy satisfecha. DIECO: Pues con esto es mi partida más cierta ya. TEODORA: Si te vas habiéndome satisfecho, entenderé que lo has hecho para matarme no más. DIEGO: Pues, ¿que quieres? TEODORA: ¡Ay de mi! ¿Que puedo querer? Que muero por no poder lo que quiero. Sale CAMPANA CAMPANA: ¿Cómo estas, señor, aquí tan seguro y descuidado? Trata de escaparte. DIEGO: Pues ¿qué hay de nuevo? CAMPANA: Que al Marqués he visto, señor, cansado de entretener en la calle a don Sancho y a don Juan. DIEGO: ¿Que impotta? ¡Verigan! CAMPANA: Sí, harán. Ya entrarán; que sin bastalle mil trazas con que el marqués alejarlos ha intentado --que sin duda han sospechado la causa--están ya los tres casi a los mismos umbrales de esta casa. TEODORA: ¡Ay, desdichada! DIEGO: Si tú estás determinada, hoy el fin de nuestros males, señora, y vuestra inhumana fortuna, verás vencida. Al marqués di que no impida la entrada a los dos, Campana; pero que él siga sus pasos. CAMPANA: ¿Cómo se lo he de decir? DIEGO: Los ojos suelen servir de lenguas en tales casos. CAMPANA: Dices bien; señas le haré. Vase CAMPANA TEODORA: ¿Qué disculpas me valdrán, hallándote aquí? DIEGO: Ya están los quilates de tu fe puestos al crisol, Teodora; muestren aquí su fineza; que si acaso la grandeza y la autoridad agora no bastare del marqués a obligarlos--¡vive Dios!-- que hemos de mostrar los dos, si ya me pudieron tres teñir en sangriento humor en el pasado suceso, que fue del número exceso, no ventaja del valor. Salen doña LEONOR e INÉS LEONOR: (Mi venganza conseguí, Aparte pues viene ya a dar la mano a mi enemiga mi hermano. ¡Pero don Diego está aquí!) ¿Así a don Sancho Girón cumples lo que has prometido, Teodora? ¿Así habéis cumplido, don Diego, la obligación en que mi hermano os ha puesto? DIEGO: ¿Que aún no de tu loco amor te arrepintieron, Leonor, mis desengaños? TEODORA: (Con esto Aparte quedo vengada y contenta.) Haz lo que te toca a ti; que lo que yo prometí, corre, Leonor, por mi cuenta. Salen el MARQUÉS, don JUAN, don SANCHO, y CAMPANA JUAN: Pues quiere vueseñoría honrarnos, será padrino de dos bodas. SANCHO: (Yo imagino, Aparte pues importuno porfía, que otros intentos le mueven.) JUAN: ¿Don Diego está aqui? SANCHO: (No ha sido Aparte el recelo que he tenido en vano.) JUAN: ¿Cómo se atreven a este cuarto vuestras plantas, don Diego, en ausencia mía? CAMPANA: (¡Aquí es ello!) Aparte DIEGO: ¿Cumpliría con obligaciones tantas como los lances pasados me han puesto, si no volviese a donde os satisfaciese? SANCHO: Satisfechos y obligados nos dejárades, don Diego, con no volvernos a ver, mucho más que con volver a dar alimento al fuego; que aún hay centellas en mí de la pasada ocasión. MARQUÉS: Señor don Sancho Girón, advertid que estoy aquí; y entre tales caballeros no ha de sufrir mi presencia ni ventaja ni violencia de palabras ni de aceros. DIEGO: Don Sancho y don Juan, oíd. Ya habéis visto que he excusado con sufrimiento y cuidado dar qué decir en Madrid; que no es bien que de los hombres que nacieron principales conozcan los tribunales, en casos de honor, los nombres. Las leyes del casamiento pronuncia la voluntad; de Teodora consultad el libre consentimiento; que si tan alta ventura pensáis que he de merecer, mil vidas he de perder primero que su hermosura; y si imagináis que no no tenéis qué recelar, pues de ello vendré a quedar desairado sólo yo. MARQUÉS: Don Diego pide razón. A don JUAN SANCHO: Don Juan, yo temo... JUAN: Ofendéis su calidad si ponéis duda en su resolución. Teodora es hermana mía, y la fe que nos ha dado cumplirá. SANCHO: Pues mi cuidado en vos y en ella se fía. A don JUAN LEONOR: Mirad lo que hacéis, don Juan. que ha de elegir a don Diego. JUAN: ¿Que aun aquí de tu amor ciego indicios tus celos dan? LEONOR: Que me perdáis de esa suerte es sólo lo que recelo. JUAN: (Yo me holgaré, ¡vive el cielo, Aparte por vengarme de perderte.) Don Diego, los dos estamos conformes en vuestro intento. A saber tu pensamiento sólo, Teodora, aguardamos. Mira tus obligaciones, y dinos tu voluntad. MARQUÉS: No ponga a tu libertad el temor vanas prisiones, pues que presente me ves y te ofrezco mi favor. LEONOR: (¡Que tome de mi rigor Aparte venganza en esto el marqués!) TEODORA: Cuando ofensas engañadas a ciegos efetos mueven, don Juan, cumplirse no deben palabras precipitadas. La verdadera y forzosa, pues que primero la di, gozó don Diego, y así la cumplo siendo su esposa. Dale la mano CAMPANA: (¡Arrojóse, vive Dios! Aparte JUAN: ¿Tal sufro? SANCHO: ¡Ah, falsa Teodora, DIEGO: Ésta es mi mano, señora. MARQUÉS: Y ésta sola de los dos las vidas defenderá si alguno intenta ofendellas. JUAN: Mal puede vengarse en ellas quien por su palabra está a consentir obligado. LEONOR: (Del marqués me he de vengar; Aparte que a don Juan he de pagar a sus ojos su cuidado.) En este efeto, don Juan, y en que la mano os ofrezco veréis ya que no merezco el título que me dan vuestros labios de engañosa. JUAN: (Pues su fama ha asegurado Aparte haber a don Diego dado Teodora, mano de esposa, lograré mi penamiento.) Con tanta nieve, Leonor, templanza siente el ardor y lisonja el sentimiento. Dale la mano Don Sancho, del mal, lo menos. SANCHO: Del bien lo más, pues que gana tanto en ser vuestra mi hermana. CAMPANA: (Los dos han quedado buenos.) Aparte MARQUÉS: (Vengóse de mí Leonor.) CAMPANA: Inés, mira que Constanza me hace el brindis. INÉS: Tu esperanza cumple de celos mi amor. Tuya soy. CAMPANA: Los que han quedado en esta ocasión de nones, ¿qué han de hacer? DIEGO: Pedir perdones de las faltas al senado. FIN DE LA COMEDIA
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