LOS EMPEÑOS DE UN ENGAÑO

 

 

Personas que hablan en ella:

  • Don DIEGO, galán
  • El MARQUÉS Fadrique, galán
  • Don JUAN, galán
  • CAMPANA, gracioso.
  • Doña TEODORA, dama
  • CONSTANZA, criada
  • Doña LEONOR, dama
  • INÉS, criada
  • Don SANCHO, galán
  • Un CRIADO
  • Dos CORTESANOS, primos de un gentilhombre, don Sancho

      


      

ACTO PRIMERO


      




Salen doña LEONOR e INÉS


LEONOR:           ¿Quién será este forastero,
               que tan falso y recatado
               hace con tanto cuidado
               de nuestra calle terrero?
INÉS:             De esta casa el primer suelo
               es primer cielo, señora,
               de la luna de Teodora;
               y el segundo es cuarto cielo
                  de tu sol, cuyo arrebol
               da al alba perlas que llore;  
               y no es posible que adore
               la luna, si ha visto el sol.
LEONOR:           ¡Quién supiera la verdad 
               de sus intentos!
INÉS:                            Leonor,
               ¿es curiosidad o amor?
LEONOR:        Agora es curiosidad, 
                  y está en saber su intención 
               ser amor.
INÉS:                    Dame a entender
               cómo puede proceder
               de saberla, tu afición.
LEONOR:           Si tocas de un instrumento
               sola una cuerda, verás
               que están mudas las demás,
               si es disonante su acento;
                  más si alguna está en distancia 
               y en consonancia debida,
               suena sin tocarla, herida
               sólo de la consonancia
                  de aquella que se tocó;
               que mostrar el cielo quiso
               la virtud, en este aviso,
               de la amistad. Así yo
                  tengo en tal punto templada
               mi pasión, que si supiere
               que este galán no me quiere,
               será muda o será nada;
                  mas si adora mi favor,
               tocado sólo del viento
               de su consonante acento,
               sonará también mi amor.
INÉS:             Pues si logras este empleo,
               de don Juan, ¿qué hemos de hacer?
LEONOR:        Poco sentiré perder
               lo que ganar no deseo.
                  Por concierto se ha tratado
               conmigo su casamiento;
               provecho, y no gusto, siento
               en admitir su cuidado.
                  Y si el forastero es cierto
               que me quiere y me merece,
               noble, como lo parece,
               donde hay amor no hay concierto.
INÉS:             Pues de ese cuidado quiero
               sacarte.
LEONOR:                ¿Cómo?
INÉS:                         Un crïado
               que siempre, señora, al lado
               he visto del forastero,
                  me hace señas, y en la calle 
               le vi agora; y pues estás 
               sola conmigo, si das 
               licencia, quiero llamalle.
LEONOR:           Bien dices.  Llámale, pues; 
               y porque venir podría 
               mi hermano, ponte en espía 
               en ese balcón, Inés.
INÉS:             Ya conoces mi cuidado. 


Vase INÉS


LEONOR:        No con severo rigor 
               le niegues la dicha, amor, 
               a quien la ocasión has dado.
                  No siempre el dorado arpón 
               a costa de penas dé 
               los gustos.


Sale INÉS


INÉS:                         Ya le llamé,
               y sube.
LEONOR:                  Ponte al balcon.
                  Amor tengo, y mucho amor, 
               pues tan turbada le espero.


Vase INÉS y sale CAMPANA



CAMPANA:       (La dicha del forastero            Aparte
               me negoció este favor.
                  La mozuela se ha rendido 
               a las señas que le he hecho... 
               Pero, ¿qué miro? Sospecho 
               que en el puerto me he perdido.)


Quiere irse CAMPANA


LEONOR:           Volved, mancebo.
CAMPANA:                           Venía...
LEONOR:        No os turbéis; yo os he mandado 
               llamar.
CAMPANA:              (Presto me ha faltado       Aparte
               la dicha que ya creía.)
                  ¿No queréis que me turbara 
               luego que a veros llegué, 
               puesto que me deslumbré 
               de ver el sol cara a cara?
LEONOR:           ¿Cómo os llamáis?
CAMPANA:                           Tengo el nombre
               más hinchado y campanudo
               que siendo de mujer, pudo
               ponerse jamás con hombre,
                  y el que da cada mañana
               a todo preste dormido
               más enfadoso rüido.
LEONOR:        Decid ya cuál, es.
CAMPANA:                         Campana.
LEONOR:           ¿Quién es ese caballero 
               a quien servís?
CAMPANA:                      Claro está,
               pues le sirvo, que será
               mi amo.
LEONOR:                Su nombre quiero
                  saber.
CAMPANA:                 Don Diego de Luna.
LEONOR:        ¡Buena alcuña!
CAMPANA:                      ¡Y cómo buena!
               Por ser de rayos tan llena,
               tiene opuesta la Fortuna.
LEONOR:           Pues no le conozco yo, 
               forastero le imagino.
CAMPANA:       No es sino hijo de vecino 
               del lugar donde nació.
LEONOR:           Ya me obligáis a pensar 
               que oculta prendas mayores.
CAMPANA:       ¿Por qué?
LEONOR:                  Porque es de señores
               traer consigo un juglar.
CAMPANA:          Cuando imagino que os doy 
               gusto en esto, ¿os enfadáis?
LEONOR:        Sí; que de burlas estáis 
               cuando de veras estoy; 
                  y con ellas, porque quiero 
               abreviarlas, os diré
               la ocasión por qué os llamé. 
               Decid a ese caballero 
                  que quien este cuarto habita 
               es doña Leonor Girón, 
               cuya sangre y opinión 
               al sol mismo rayos quita; 
                  que yo he de tomar estado 
               con hacienda y calidad, 
               con hermosura y edad 
               que a mil nobles da cuidado; 
                  y que su mucho asistir 
               en esta calle, y mirar 
               a esta casa, puede dar 
               contra mi honor qué decir; 
                  que su afición importuna 
               declare a quién solicita, 
               que a muchas desacredita, 
               sin obligar a ninguna; 
                  y si, por ventura, es cierto, 
               como presumo, que adora 
               la belleza de Teodora, 
               lo dé a entender; que le advierto 
                  que si constante porfía 
               ocultando la ocasión, 
               de las demás la opinión 
               aseguraré en la mía, 
                  con dar a mi hermano cuenta 
               de mi ofensa y de su injuria, 
               porque con violenta furia 
               ponga remedio en mi afrenta.


Quiere irse doña LEONOR


CAMPANA:          ¡Oíd, por Dios!
LEONOR:                            ¿Qué queréis?
CAMPANA:       Pues de vuestro enojo ciego
               al arcabuz distes fuego,
               que la respuesta escuchéis;
                  que ya que os habéis llegado
               tan de veras a enojar,
               de plano he de confesar
               al potro de vuestro enfado.
LEONOR:           (Bien le he obligado a decir    Aparte
               la verdad sin declararme.)
CAMPANA:       (El caso viene a obligarme,        Aparte
               por deslumbrarla, a mentir;
                  que así quiero la intención 
               de don Diego asegurar, 
               pues tanto importa ocultar 
               que es Teodora su afición.)
                  Don Diego, señora, os vio; 
               que en esto se cifra todo, 
               pues decir que os vio es el modo 
               de asegurar que os amó;
                  y si algun indicio ha dado
               de amar a doña Teodora,          
               es disimulo, señora,
               no verdad de su cuidado;
                  porque es tan alto sujeto,
               el vuestro, que desconfía,
               y si amarlo es osadía,
               no publicarlo es respeto.
LEONOR:           (Cierta es mi dicha.)           Aparte
CAMPANA:                              Y me admira
               que, si en el terso cristal
               vuestro hermoso original
               tal vez su retrato mira,      
                  ofensa hagáis semejante
               a don Diego en presumir
               que no sabrá distinguir
               del amatista el diamante.
                  A pesar del sufrimiento,
               no os ha dicho su pasión;
               que si ha tenido ocasión,
               le ha faltado atrevimiento;
                  mas si cobarde ha callado, 
               ya no os temerá crüel; 
               que, pues las partes que en él 
               habéis visto os dan cuidado,
                  las que ignoráis, con razón 
               esperan vuestros favores; 
               que dibujos exteriores 
               bosquejos del alma son;
                  que en calidad y valor, 
               en discreción y prudencia, 
               poderle hacer competencia 
               es la ventaja mayor; 
                  y tanto...
LEONOR:                   ¡Tened! Decis
               que las partes que en él veo
               me dan cuidado, y deseo
               saber de que lo inferís.
CAMPANA:          De que llamarme habéis hecho, 
               y de que me preguntáis 
               quién es, y solicitáis 
               saber quién le abrasa el pecho. 
                  Todo esto muestra cuidado; 
               y pues que de él no sabéis 
               mas partes de las que veis, 
               ellas son las que os le han dado.
LEONOR:           De lo que os he dicho yo, 
               que me da, habéis de inferir, 
               su asistencia qué sentir; 
               que cuidar sus partes, no.
CAMPANA:          Si no os pareciesen buenas, 
               ni os diera, señora mía, 
               qué recatar su porfía, 
               ni qué imaginar sus penas; 
                  y asi, sus méritos son 
               causa en vos de esos efetos; 
               que los indignos sujetos 
               no merecen atención.
LEONOR:           Al fin, ¿por fuerza queréis 
               que confiese amarle?
CAMPANA:                           Quiero
               que entendáis que yo lo infiero,
               no que vos lo confeséis;
                  que publicar sus cuidados
               a la primer diligencia
               las señoras, es licencia
               de poetas mal mirados,
                  que escriben, aunque les sobre
               la ventura, sin decoro;
               mas no de aquellos que el oro
               saben distinguir del cobre. 
                  Y así, por no ocasionaros 
               a incurrir en semejantes 
               indecencias, me voy antes 
               que lleguéis a declararos, 
                  pues no poco por agora 
               mi señor ha conseguido, 
               supuesto que habéis sabido 
               que sois vos la que él adora; 
               y si luego en su ventura 
               vuestro amor se declarara, 
               la liviandad apagara 
               lo que encendió la hermosura. 


Vase CAMPANA
  

LEONOR:           ¡Que bien hizo en refrenarme! 
               Que según estoy, no fuera, 
               si un punto se detuviera, 
               posible no declararme.


Sale INÉS


INES:             ¿Qué tenemos?
LEONOR:                       Que he vencido.
               El forastero es mi amante.
INÉS:          ¿Luego tu amor consonante 
               su crïado habrá entendido?
LEONOR:           Aunque la lengua ocultó
               cuanto pudo mis enojos,
               en las voces de los ojos
               la consonancia entendió.
INÉS:             Los celos entran agora
               de don Juan y del Marqués.
LEONOR:        El secreto importa, Inés; 
               que aunque es mi amiga Teodora, 
                  es hermana de don Juan, 
               y solicita su gusto; 
               y darle a entender no es justo 
               que he admitido a otro galán.
INÉS:             Es verdad, y fuera bien
               advertirlo al forastero
               y a su crïado.
LEONOR:                       Yo infiero
               que es excusado, pues quien
                  tanto ha ocultado su amor
               a quien lo ha de remediar,
               a quien lo puede estorbar
               sabrá ocultarlo mejor.
                  Mas nunca la prevención
               dañó. Toma el manto, Inés,
               y tú, pues ciega me ves,
               puedes con esa ocasión,
                  como que sale de ti,
               por no ofender mi decoro,
               darle a entender que le adoro,
               y ofrecerle que de mí
                  alcanzarás que le dé
               audiencia esta noche.
INÉS:                               Piensa
               que tu gusto, sin ofensa
               de tu opinión, dispondré. 


Vanse doña LEONOR e INÉS.  Salen con DIEGO, de
color, y el MARQUÉS


MARQUÉS:          Digo, pues, que en esta calle 
               vive preso mi cuidado; 
               nunca a pisarla he llegado 
               que en ella también no os halle.
                  Pesárame de encontrarme 
               con vos; y pues yo, don Diego, 
               que con la demanda llego 
               soy quien debo declararme,
                  sabed que quien me atormenta 
               es doña Leonor Girón; 
               su oriente es aquel balcón, 
               del sol venturosa afrenta.
                  Allí vivo y allí muero,
               ella es el norte que sigo; 
               desde Flandes sois mi amigo...
DIEGO:         No dígáis mas; que no os quiero 
                  permitir ese cuidado; 
               que de él os debo sacar 
               brevemente, por pagar 
               el que a mí me habéis quitado. 
                  Otra hermosura, Marqués, 
               adoro, cuyo preceto 
               me obliga a guardar secreto.
MARQUÉS:       No importa saber quién es, 
                  pues con eso voy de vos 
               satisfecho y obligado.
DIEGO:         Vivir podéis confïado 
               de mi amistad.
MARQUÉS:                   Guárdeos Dios. 


Vase el MARQUÉS


DIEGO:            Siendo publico el efeto, 
               ser secreta la ocasión, 
               dar a entender la afición 
               y desmentir el sujeto, 
                  ¿cómo puede ser, Teodora? 
               Y, ¿cómo puede dejar 
               de asistir y de obligar 
               quién recela y quien adora?


Sale CAMPANA
 

CAMPANA:          Bien puedes darme, señor, 
               albricias.
DIEGO:                   ¿De qué, Campana?
CAMPANA:       De que tiene tu amor llana 
               la dificultad mayor; 
                  que doña Leonor Girón,
               que ha notado tus paseos, 
               me llamó, y de tus deseos 
               me preguntó la ocasión;
                  y yo, como la vi mía, 
               la logré, y le dije que ella 
               era la candida estrella 
               que en el mar de amor te guía.
DIEGO:            Mal has hecho.
CAMPANA:                       ¡Bueno es eso!
DIEGO:         Echado me has a perder. 
               Ya no es posible tener 
               en mi afición buen suceso.
CAMPANA:          Cuando imaginé que había 
               hecho más que si pusiera 
               una española bandera 
               en un muro de Turquia,
                  ¿me das ese galardón?
DIEGO:         Si; que a Teodora perdí.
CAMPANA:       Entremos en cuenta aquí 
               y estemos a la razón.
                  Tú dices que te conviene 
               que nadie entienda que adora 
               tu ardiente pecho a Teodora, 
               porque, supuesto que tiene
                  su hermano tan gran poder, 
               por su sangre y su dinero, 
               y eres pobre y forastero, 
               si lo llegase a saber
                  primero que tu esperanza 
               logres con Teodora bella, 
               recelas en ti y en ella 
               el remedio y la venganza;
                  y por esto me has mandado 
               hacer, trazar y fingir 
               cuanto no fuere decir 
               que es Teodora tu cuidado.
                  ¿Es todo esto asi, señor?
DIEGO:         Todo es así.
CAMPANA:                    Escucha agora.
               Si has de seguir a Teodora
               y disimular su amor,
                  si a su casa noche y día 
               has de asistir y mirar, 
               y esto no se ha de ocultar, 
               ¿qué mejor traza podía 
                  haber dado, que fingir 
               que es Leonor la que te abrasa 
               pues vive en su misma casa? 
               Y junto con desmentir 
                  sospechas, si viene a darte 
               entrada en ella, podrás 
               ver a Teodora, y saldrás, 
               si ambas están de tu parte, 
                  del riesgo en que estás agora, 
               obligadas de tu amor, 
               con el engaño Leonor, 
               y con la verdad Teodora.
DIEGO:            Y en llegando a colegir 
               Leonor que a Teodora quiero, 
               dime tú, ¿qué fin espero? 
               Que mal se le ha de encubrir 
                  siendo su vecina.
CAMPANA:                           Mira,
               pasar con facilidad
               la mentira por verdad,
               y la verdad por mentira;
                  que ella ya lo ha presumido
               y yo le he dicho, señor,
               que por encubrir su amor,
               el de Teodora has fingido.
DIEGO:            ¿Que lo cierto ha sospechado?
CAMPANA:       Y de suerte lo afirmó, 
               que si engañándola yo 
               no la hubiera deslumbrado, 
                  ésta sin duda es la hora 
               que te diera por perdido, 
               porque lo hubiera sabido 
               don Sancho, que es de Teodora 
                  amante, su mano espera; 
               y, con esto, en el honor 
               le toca, y así Leonor,
               su hermana, se lo dijera.
DIEGO:            Dices bien e hiciste bien.
CAMPANA:       ¡Gloria a Dios! Asegurarte, 
               y, como dicen, sangrarte 
               en salud, será también 
                  acertado, y prevenir 
               a Leonor, si hay ocasión 
               de hablarla, que la aficion 
               fingida has de proseguir 
                  con Teodora; que supuesto 
               que los dos le habéis de dar 
               por puntos qué sospechar, 
               la asegurarás con esto.
DIEGO:            Sí; pero falta que aplique 
               remedio a un nuevo cuidado, 
               supuesto que he asegurado 
               hoy al marqués don Fadrique 
                  de que a Leonor no pretendo, 
               de quien él es ciego amante.
CAMPANA:       Esto es lo mas importante 
               al fin que vas previniendo, 
                  pues te dispone su amor 
               lo mismo que tu pudieras 
               desear; que cuando quieras 
               desengañar a Leonor, 
                  lo fundaras con razon 
               en los celos del marqués, 
               pues de un poderoso es 
               vitoria la pretensión.
DIEGO:            No está la dificultad 
               en eso; la del marqués 
               siento sólo.
CAMPANA:                   No lo es,
               supuesto que la verdad
                  llevas, señor de tu parte;
               y debajo de secreto,
               si te vieres en aprieto,
               puedes con él declararte;
                  que mientras los casos dan
               remedio más importante,
               vivir y trampa adelante,
               es en la corte refrán.
DIEGO:            Fuerza es, al fin, por agora
               proseguirlo; que mi amor 
               si desengaña a Leonor,
               se declara por Teodora;
                  que es lo que estoy recelando. 


Vase don DIEGO.  Sale INÉS, con manto, tapada
y haciendo señas con la cabeza que la sigan


INÉS:             Ya me han visto.
CAMPANA:                           Una tapada
               salió de allá, y recatada
               por señas nos va llamando.
DIEGO:            Sigámosla, pues que Amor
               me dice que es mensajera
               de Teodora.
CAMPANA:                   Mas, ¿qué fuera
               si lo fuese de Leonor?   


Vanse todos.  Salen don JUAN, de camino, doña TEODORA, don
SANCHO, y CONSTANZA a la sala


JUAN:             Hermana, don Sancho queda, 
               mientras vuelvo, en mi lugar, 
               ya que no puedo excusar 
               la partida.
SANCHO:                   En cuanto pueda,
                  procuraré que Teodora 
               no os eche menos.
JUAN:                             Mirad
               que os toca su honor.
SANCHO:                             Fïad
               de lo que mi fe la adora,
                  su regalo y mi asistencia;
               que en lo que toca a su honor,     
               suplir sabrá su valor,
               mejor que yo vuestra ausencia.


Don JUAN habla aparte a doña TEODORA


JUAN:             Dame los brazos, y advierte
               sólo que me va la vida
               en hallarte reducida,
               cuando vuelva, hermana, a verte,
                  a ser de don Sancho esposa;
               pues trocando solamente,
               a mi firme amor consiente
               que goce a Leonor hermosa.    
TEODORA:          El cielo os traiga a mis ojos
               con salud. 


Llora


JUAN:                    Sancho, adiós. 


Vase don JUAN


SANCHO:        Él quiera que de los dos 
               cesen, don Juan, los enojos 
                  cuando del Betis volváis 
               a Manzanares. Teodora, 
               no lloréis si de la aurora 
               ser afrenta no intentáis, 
                  ni agravéis mi fe constante 
               con sentimiento tan vano, 
               si las penas de un hermano 
               puede aliviar un amante.
TEODORA:          Yo estimo, como es razón, 
               las mercedes que me hacéis. 
               (Mas las lagrimas que veis,        Aparte
               no nacen del corazon; 
                  que para hablar a don Diego 
               deseaba la partida
               de don Juan.) 
SANCHO:                     (Contra una vida,
               ¿no basta de amor el fuego? 
                  Y la rabia de un desdén,
               ¿no basta, sagrados cielos, 
               sin que en sospechas y celos 
               se abrase el alma también?
                  Un forastero galán 
               a estas rejas he encontrado 
               mil veces; y mi cuidado, 
               pues la ausencia de don Juan
                  al suyo dará osadía 
               mas libre, ha de ser agora 
               centinela de Teodora, 
               y del forastero espía.)


Sale CONSTANZA


CONSTANZA:        Tus primos te están, señor, 
               aguardando. 
SANCHO:                     A hacer vendrán
               las cuentas.  (Mas no me dan       Aparte
               los cuidados de mi amor,
                  que tan celoso se ve, 
               licencia para olvidalle; 
               y más cuenta con la calle 
               que con las cuentas tendré.)
                  Teodora, adiós; y más perlas 
               no vertáis; que ofenderéis 
               a mi amor si las vertéis 
               mientras no puedo cogerlas. 


Vase don SANCHO


TEODORA:          ¡Qué pesado es un amante 
               aborrecido! Constanza, 
               siglos tardó la esperanza 
               de este venturoso instante;
                  que desde el ultimo día
               que en Sevilla al ausentarme 
               le vi, no ha podido hablarme 
               don Diego.
CONSTANZA:               Saber querría,
                  si te alegró el ver partir 
               a tu hermano, ¿cómo tanto 
               pudo en los ojos el llanto 
               el corazón desmentir?
                  Que en una causa no más 
               contrarios efetos son.
TEODORA:       Oye una comparación, 
               Constanza, y lo entenderás.
                  El leño que aun no el verdor 
               del fértil tronco ha perdido, 
               por un extremo encendido, 
               por el otro vierte humor.
                  Yo estaba llena de enojos 
               y así mi pecho, al entrar 
               el gusto, arrojó el pesar 
               en lágrimas por los ojos.
                  A don Diego es menester 
               dar aviso de la ausencia 
               de don Juan.
CONSTANZA:                  Tu diligencia
               puede la suya ofender.
                  Excusado es avisalle 
               de lo que su amor le avisa; 
               que de la aurora la risa 
               llorando le halló en la calle.
                  Mas Leonor viene.


Sale doña LEONOR


LEONOR:                            Teodora,
               ¿estás muy triste?
TEODORA:                           Don Juan
               es mi hermano y mi galan;
               dos males el alma llora.
LEONOR:           Para aliviarlos me ordena
               don Sancho que de tu lado 
               no me aparte.
TEODORA:                      Ese cuidado
               es aumento de mi pena.
                  (¡Que nunca falten al bien       Aparte
               azares! )
LEONOR:                  Con este intento
               me manda que en tu aposento
               pase las noches también.
TEODORA:          Yo lo estimo. (Sus desvelos     Aparte
               entiendo; con esta traza 
               quiere guardarme, y disfraza 
               con mi lisonja, sus celos.)
LEONOR:           (Parece que le ha pesado;       Aparte
               y esto, y saber que desdeña 
               tanto a don Sancho, me enseña 
               que otro amor le da cuidado; 
                  y me importa que conmigo 
               se declare, por poder 
               declararme yo, y tener, 
               para el nuevo amor que sigo, 
                  ocasión, pues he de estar 
               en su cuarto; y si mi ciego 
               amor le oculto, don Diego 
               no me ha de poder hablar; 
                  y de la noche pasada, 
               que por el balcón me habló 
               y de ambas partes quedó 
               nuestra afición declarada, 
                  estoy gustosa de suerte, 
               y tan del todo rendida, 
               que los instantes de vida 
               sin él, son siglos de muerte.) 
                  Teodora, ya la ocasión 
               llegó en que es bien que deshagas 
               los agravios con que pagas 
               mi verdadera aficion; 
                  que en tus suspiros, amiga, 
               en tus ansias y tristezas, 
               y en despreciar las finezas 
               con que mi hermano te obliga,
                  en tu pecho he conocido
               algún oculto cuidado;
               y ya, aunque haberlo fïado
               de mi fe no hayas querido,
                  por fuerza lo he de saber
               estando en tu compañía.
               Haga pues la cortesía
               lo que la fuerza ha de hacer;
                  que la palabra te doy
               de estar siempre de tu parte, o
               si no basta a asegurarte
               mi amistad, siendo quien soy.
TEODORA:          ¿Yo, Leonor, otro cuidado?
LEONOR:        Mujer soy y mujer eres;
               no lo niegues, si no quieres
               una enemiga a tu lado;
                  que si conmigo enmudeces,
               con falso pecho me tratas;
               y, si amiga te recatas,
               enemiga me mereces. 
TEODORA:          (¿Qué he de hacer? ¿Puede dañarme   Aparte
               Leonor más, si declarada
               la obligo, que si agraviada
               la dejo con recatarme?
                  ¿No sabe ya que a su hermano
               aborrezco? ¿No sospecha
               la causa? Si ve la flecha,
               ¿por que le oculto la mano?
                  Para verme con don Diego
               he esperado esta ocasión;   
               y cuando ya el corazón
               no es capaz de tanto fuego,
                  ¿no tengo de gozar della?
               Pues si la pierdo callando
               de conocido, y hablando
               me arriesgo sólo a perdella,
                  ¿qué tengo que recelar,
               si entre hablar y enmudecer,
               callando es cierto perder,
               y hablando puedo ganar?  
                  Y pues, por más que lo impida,
               ha de saberlo, mejor 
               me está que sepa mi amor 
               obligada que ofendida.)
                  Ya, mi Leonor, ya no es justo 
               dejarte de declarar 
               mi pecho, por descansar, 
               cuando no por darte gusto.
                  Sabe que yo tengo amor 
               a un gallardo caballero...    
               Qué poco he dicho! ¡Que muero, 
               amiga, diré mejor
                  por el joven más galán 
               que al amor gastó saetas, 
               sin que a mis ansias inquietas 
               el respeto de don Juan
                  y de don Sancho el intento 
               hayan, Leonor, permitido, 
               que hablándole, haya podido 
               dar alivio a mi tormento!
                  Ésta es de mi confusión 
               la causa, y de que tu hermano 
               conquiste mi pecho en vano; 
               ésta, Leonor, la ocasión,
                  y el de ocultarla de ti; 
               y haberme tú asegurado, 
               siendo quien eres, la ha dado 
               para decírtela aquí.
LEONOR:           Teodora, ya me obligué, 
               pues te ofrecí mi favor, 
               y no tendrá en ti tu amor 
               más alientos que en mi fe.
TEODORA:          Dios te guarde; que de ti 
               mucho más, Leonor, confío; 
               y ya que del pecho mío 
               la mejor porción te di,
                  sólo que guardes secreto... 
               Y si presumiere acaso 
               del amor en que me abraso, 
               por indicios el sujeto
                  don Sancho, amiga, te pido 
               que le deslumbres, pues ves
               el peligro de los tres; 
               porque don Juan ofendido, 
                  ciego mi amante, y celoso 
               don Sancho, ¿qué desventura 
               no sucederá?
LEONOR:                       Segura
               corre a tu fin amoroso;
                  que la vida me verás
               perder antes que el secreto
               descubra que te prometo.
TEODORA:       A mí, Leonor, me la das. 
                  Pero, díme, ¿ya salió 
               tu hermano de casa?
LEONOR:                            Agora
               en su escritorio, Teodora,
               con mis primos se encerró
                  a hacer unas cuentas.
TEODORA:                               ¿Luego
               tendré seguro lugar
               de hablar al que adoro, y dar
               dulce alivio a tanto fuego?
LEONOR:           Bien puedes; que todo el día, 
               sin duda, habrán de ocupalle.
TEODORA:       Pues llega, si está en la calle, 
               Constanza, a esa celosía, 
                  y hazle señas.
CONSTANZA:                       Cualquier seña
               a su amor le bastará;
               que es lince, y no perderá
               de vista la más pequeña. 


Vase CONSTANZA


LEONOR:           (Ya he conseguido mi intento;   Aparte
               que empeñada así Teodora, 
               segura le puedo agora 
               confïar mi pensamiento.)


Vuelve CONSTANZA


CONSTANZA:        Ya viene.
LEONOR:                     Quiero dejarte
               gozar a solas tu amor.
TEODORA:       Tú no embarazas, Leonor; 
               fuera de que para darte
                  disculpa, si la deseas,
               de mi loco desvarío,
               quiero que del dueño mío
               las bizarras partes veas.     
LEONOR:           Y lo haré; pero no es justo
               impedir como testigo;
               que el testigo más amigo
               quita licencias al gusto.
                  Oculta en este aposento
               le veré sin estorbar.
TEODORA:       Bien te puedes retirar,
               Leonor, que sus pasos siento.
LEONOR:           (¿Cuándo con mi forastero           Aparte
               gozaré dichas iguales?)     


Éntrase doña LEONOR en el cuarto, y deja
entornada la puerta


TEODORA:       ¡Cuántas penas, cuántos males
               troqué a la gloria que espero!


Salen don DIEGO y CAMPANA a la antesala


CAMPANA:          ¿Si te habrá visto Leonor
               entrar?
DIEGO:                   Con ella asenté,
               cuando esta noche la hablé,
               que le he de mostrar amor
                  a Teodora.
CAMPANA:                      Limitar
               importa las ocasiones;
               que muchas demonstracíones
               la pueden desengañar.  


Don DIEGO y CAMPANA pasan a la sala, y doña LEONOR
entreabre la puerta del aposento


DIEGO:            ¡Señora! ¿Quién a la suerte 
               debió gloria tan crecida?
TEODORA:       Pues llegó hasta aquí la vida, 
               despreciar puedo la muerte.
LEONOR:           (¿Que es don Diego a quien adora?)   Aparte
TEODORA:       ¡Que te veo!
LEONOR:                    (Yo creía            Aparte
               que don Diego lo fingía;
               que no le amaba Teodora.)
TEODORA:          ¡Cuánto me cuestas!
DIEGO:                            ¡Y cuanto
               he padecido por ti,
               mi bien!
LEONOR:                (Licencia le di            Aparte
               de fingir; pero no tanto.)
DIEGO:            ¿De qué te turbas? ¿Qué es esto?
TEODORA:       Pasos siento en la escalera, 
               y ser don Sancho pudiera. 
               Constanza...
CONSTANZA:               ¿Señora?
TEODORA:                           Presto,
                  cierra a ese cuarto la puerta.
CONSTANZA:     Tarde tu temor me avisa; 
               que el recebimiento pisa 
               don Sancho ya.
TEODORA:                      ¡Yo soy muerta!
CAMPANA:          ¿No dije yo?...
TEODORA:                        ¡A ese aposento
               presto os retirad los dos!
DIEGO:         ¿Yo?
TEODORA:           ¡No repliques, por Dios,
               que me va el honor!
DIEGO:                             Tu intento
                  cumpliré, porque    de suerte
               miro, señora, tu honor,
               que ha de hacer en mí valor
               lo que no hiciera la muerte.


Retíranse don DIEGO y CAMPANA al aposento donde
está Leonor


TEODORA:          ¡Que de tormentos me dan 
               con cada gusto los cielos!


Sale don SANCHO a la sala

               
SANCHO:        No fueron vanos mis celos. 
               ¿Apenas partió don Juan, 
                  cuando ya a nuestras afrentas 
               las puertas abres, Teodora?


Están doña LEONOR, don DIEGO y CAMPANA en el
aposento


LEONOR:        ¡Falso don Diego!
DIEGO:                          ¡Señora!
CAMPANA:       (¡Éstas son otras quinientas!)    Aparte
DIEGO:            ¿Aquí estabas?
LEONOR:                         ¡Sí, traidor!
DIEGO:         (¿Hay tal desdicha?)               Aparte
CAMPANA:                           No den
               tus labios, por fingir bien,
               ese nombre a mi señor.      
LEONOR:           ¿Esto es fingir?
DIEGO:                             Claro está.
CAMPANA:       O ha de ser del mismo paño 
               de la verdad el engaño, 
               o el remiendo se verá.
DIEGO:            No mostrándole afición,  
               ¿cómo pudiera engañarla?
LEONOR:        O no habéis de requebrarla 
               o ha de acabar la invención.
DIEGO:            Ley es tu gusto, Leonor.
TEODORA:       Mirad, don Sancho... 
DIEGO:                            En tu mano 
               fundo mi bien.
SANCHO:                       Vuestro hermano
               dejó a mi cargo el honor
                  de esta casa.
CONSTANZA:                    (¿Hay mas extraña  Aparte
               confusión?)
TEODORA:                  (¡Yo soy perdida!)       Aparte
CAMPANA:       (Ya ha quedado persuadida.         Aparte
               ¡Lo que el proprio amor engaña!)
SANCHO:           ¿Y mis celos?


Salen dos cortesanos, PRIMOS de don Sancho, a la
antesala


PRIMO 1:                       Demudado
               tomó la espada y salió.
PRIMO 2:       Desde que entré, le vi yo
               divertido y alterado,         
                  puesto el cuidado en la calle.
PRIMO 1:       Eso me le ha dado a mí;
               que es deudo nuestro; y de aquí
               hemos de ver si importalle
                  podemos algo.
SANCHO:                          Él entró;
               que yo le vi, y no ha salido:
               tú le tienes escondido;
               con que se verificó 


Mete mano


                  mi agravio y el de tu hermano.
TEODORA:       ¿Qué hacéis? ¡Mirad...!
SANCHO:                            ¡Vive Dios, 
               que he de vengar a los dos...!
DIEGO:         ¡Eso fuera si esta mano 
                  no gobernara este acero!


Sale don DIEGO del aposento, hace frente a don SANCHO y 
se acuchíllan


PRIMO 1:       ¡Esto es fuerza!


Pasan de la antesala a la sala los PRIMOS, y
pónense al lado de don SANCHO y ríñen. Salen
del aposento doña LEONOR y CAMPANA


LEONOR:                        ¡Ay, desdichada!
TEODORA:       ¡Muerta soy!
CAMPANA:                   Espada a espada
               riñe quien es caballero.
DIEGO:            Herido estoy. No es hazaña
               darme, don Sancho, la muerte
               con ventaja.
TEODORA:                   ¡Triste suerte!
SANCHO:        Yo os la diera en la campaña          
                  solo; que solo emprendió
               vuestro castigo mi acero.
TEODORA:       ¡Don Sancho, tened!
LEONOR:                          (¿Qué espero    Aparte
               Que si él muere, muero yo.)
TEODORA:          Ved que con vuestra venganza
               queda mi opinión perdida.
LEONOR:        (Arriesgar quiero la vida          Aparte
               por tan dichosa esperanza.)
                  ¡Hermano, no le matéis!
               ¡Primos, valedme! ¡Mirad,     
               que es mi esposo!
PRIMO 1:                        ¡Refrenad, 


Atajándole


               don Sancho, el furor!
SANCHO:                            ¿Qué hacéis?
                  ¡Dejadme!


Cae don DIEGO en una silla


DIEGO:                        Tarde ha venido
               vuestra fineza, Leonor;
               que yo muero.
PRIMO 1:                    ¿No es mejor
               que deis a Leonor marido
                  que hacer afrenta a los dos?
LEONOR:        Don Diego de Luna, hermano,
               puede, honrarme con su mano;
               que es tan bueno como vos.
TEODORA:          (¡Guárdente, Leonor, los cielos! Aparte
               No me atrevo a interceder;
               que a don Sancho han de encender,
               más que su ofensa, mis celos.)
SANCHO:           (Pues satisface la injuria      Aparte
               de Leonor siendo su esposo,
               y de mi incendio celoso
               con esto cesa la furia,
                  el remedio a la venganza
               prefiero.) Ved si a la vida   
               ha dado puerta la herida.
CONSTANZA:     Aun da su aliento esperanza
                  de vivir.
SANCHO:                      Primos, partid
               a buscar un cirujano.
PRIMO 1:       Yo voy a buscar la mano 
               más dichosa de Madrid. 


Vase el PRIMO 1


CAMPANA:          Un confesor le llamad; 
               que está expirando.
PRIMO 2:                           Yo voy. 


Vase el PRIMO 2


TEODORA:       ¡Qué desdicha!
LEONOR:                       ¡Muerta soy!
SANCHO:        A mi cuarto le llevad
                  que en él es bien que se cure, 
               pues es de Leonor esposo; 
               y de este caso es forzoso 
               que el secreto se asegure.
CAMPANA:          De su vida desespero; 
               que está muerto en lo pesado.
TEODORA:       (Él muere por desdichado          Aparte
               y yo por amante muero.)
LEONOR:           Campana, con paso lento, 
               en movimiento süave 
               le lleva, porque no acabe 
               de matarle el movimiento.
TEODORA:          En todo muestras, Leonor, 
               que es tu amistad verdadera.
LEONOR:        (¡Ay de mi! Mejor dijera            Aparte
               que es verdadero mi amor.)
SANCHO:           De honor y celos, Teodora, 
               los excesos perdonad.
TEODORA:       En vano espera piedad 
               quien ofende a la que adora.



FIN DEL ACTO PRIMERO


      


      

ACTO SEGUNDO


      




Sale INÉS huyendo de
CAMPANA



CAMPANA:          ¡Inés!
INÉS:                    ¡A Consntanza hablabas,
               traidor!
CAMPANA:                Le estaba pidiendo...
INÉS:          ¿Que?
CAMPANA:            Que me echase un remiendo.
INÉS:          ¿Por qué no me lo encargabas?
CAMPANA:          Porque eres tú mi cuidado,
               no quise que lo supieras;
               que por dicha no quisieras
               un amante remendado.
INÉS:             No es buen modo de excusarse,
               supuesto que es tan sabido    
               que un bellacón tan rompido
               ha menester remendarse.


Vase INÉS


CAMPANA:          Ya le da pena mi amor. 
               No hay mejor madurativo 
               para el pecho más esquivo 
               que darle celos.


Sale don DIEGO, sín espada y con
muletilla


                                Señor,
                  ya--¡gloria a Dios!--con salud 
               te ves.
DIEGO:                 ¡Al cielo pluguiera 
               que el piadoso lecho hubiera 
               sido fúnebre ataúd!
                  ¡Ay, Campana, cuál me veo 
               en un proceloso mar 
               de inconvenientes!
CAMPANA:                           Nadar
               al puerto de tu deseo,
                  mientras durare la vida, 
               con sufrimiento y valor, 
               es lo que importa, señor; 
               que en la empresa más perdida,
                  le resta imperio a la suerte 
               y a la fortuna mudanza. 
               La vida todo lo alcanza,
               todo lo acaba la muerte,
                  y si te causa impaciencia 
               el vivir, cosa es morir 
               que se puede conseguir 
               con muy poca diligencia;
                  pero vive, aunque no aguardes 
               vencer tu enemiga suerte, 
               que valerse de la muerte 
               es remedio de cobardes.
                  Anímate, y ve diciendo 
               uno y otro inconveniente, 
               y verás qué fácilmente 
               voy a todos respondiendo.
DIEGO:            Huésped de don Sancho soy, 
               y que a su hermana la mano 
               he de dar tengo por llano, 
               y ya con salud estoy;
                  con que si hasta aquí el efeto 
               por enfermo he suspendido, 
               ya es fuerza ser su marido 
               o descubrir el secreto.
                  Casarme con ella es 
               imposible; que a Teodora 
               pierdo, a quien mi pecho adora, 
               y la fe rompo al Marqués.
                  Declararme y no casarme 
               es darle, con una ofensa 
               y un desaire, recompensa 
               a Leonor, que por librarme,
                  arriesgando condolida 
               vida y honor, me dio allí 
               nombre de esposo, y debí 
               a su fineza la vida,
                  y después a su cuidado; 
               y de que soy su marido, 
               porque en su casa he vivido, 
               la opinión se ha confirmado.
                  Tantos los empeños son 
               en que un engaño me ha puesto; 
               mira si alcanzas con esto 
               remedio a mi confusión.
CAMPANA:          Vesle aquí.  Pues de mil modos 
               te cercan riesgos tan grandes, 
               toma postas, vete a Flandes, 
               y escaparáste de todos.
DIEGO:            ¡Buen consejo me propones! 
               Pretendo lograr mi amor 
               con Teodora, y con Leonor 
               cumplir mis obligaciones,
                  y del uno y otro extremo 
               dudo en cuál arriesgo más, 
               ¿y por remedio me das 
               los mismos daños que temo?
                  ¿Fuera acción de quien soy, di, 
               que las espaldas volviera, 
               sin que cara a cara diera 
               yo satisfación de mí?
CAMPANA:          Pues desengaña a Leonor.
DIEGO:         Bien quisiera; mas, ¿qué labios 
               podrán pronunciar agravios 
               a que mi engaño y mi error
                  dio tan injusta ocasión?
CAMPANA:       El refrán te lo declara-- 
               más vale vergüenza en cara, 
               que mancilla en corazón.
DIEGO:            ¡Ay de mí! Pues el tormento 
               no me mata, o yo estoy loco, 
               o es mi sentimiento poco, 
               pues cabe en él sufrimiento.


Salen doña LEONOR e INÉS


LEONOR:           ¡Don Diego! ¡Señor! ¿Qué es esto?
DIEGO:         Éstos son rayos, Leonor, 
               de la nube de un error 
               que en ciega noche me ha puesto.
LEONOR:        ¿Qué noche o qué error?
DIEGO:                                  Supuesto
               que el desengaño, señora...
LEONOR:        A entenderos llego ahora;
               confuso estáis y penoso,
               viendo que es ya tan forzoso
               desengañar a Teodora...     
CAMPANA:          (¡Buenas noches nos dé Dios!)  Aparte
LEONOR:        Yo lo haré; no os dé cuidado.
CAMPANA:       (Con eso queda enmendado.)         Aparte
DIEGO:         Mirad, señora, que vos...
LEONOR:        No temáis que de los dos
               querellosa ha de quedar;
               que yo lo sabré trazar.


CAMPANA habla aparte con su amo


CAMPANA:       ¿Qué es de tu valor, señor?
               ¡Habla!
DIEGO:                 Por tener valor,
               Campana, no puedo hablar. 
INÉS:             Teodora viene.
CAMPANA:                        (Aquí es ello.   Aparte
               De esta vez, que la tramoya
               descubre, se abrasa Troya.)
DIEGO:         (Mil cuchillos, de un cabello      Aparte
               pendientes, mi triste cuello
               amenazan.)


Sale doña TEODORA


TEODORA:                   Mi Leonor,
               mil gracias te da mi amor
               por mí y mi dueño querido,
               pues a tu fe hemos debido,
               él la vida y yo el honor.   
                  Tan bueno y galán os veo,
               que juzgo, bien de mi vida, 
               que os dio más salud la herida, 
               la enfermedad más aseo; 
               mas tal mano y tal deseo 
               en restauraros, ¿qué haría 
               si para que cada día 
               dé la edad pasos atrás,
               es la hermosura no más 
               la mejor filosofía?
                  ¿Pero qué es esto, don Diego? 
               ¿No me habláis? ¿Tan mesurado, 
               suspenso, triste y callado, 
               nieve sois a tanto fuego?
DIEGO:         ¡Ay, Teodora, que me anego! 
               ¡Ay, que entre una y otra roca 
               mi confuso pecho toca 
               ya el cielo, ya las arenas, 
               y las olas de mis penas 
               matan la voz en la boca!
TEODORA:          Dueño de mi pensamiento, 
               si son de esas tempestades 
               causa las dificultades 
               opuestas a nuestro intento, 
               vuestra soy, cobrad aliento. 
               Al puerto anhelad seguro, 
               que si la vida aventuro, 
               rayos dará la verdad, 
               que en clara tranquilidad 
               cambien el nublado obscuro.
                  Ya del peligro el aprieto, 
               y ya el rigor de las penas 
               a quebrantar las cadenas 
               nos obligan del secreto. 
               Don Sancho es noble y discreto, 
               la verdad sepa; y Leonor, 
               pues su amistad y su amor 
               lo aseguran, con su mano, 
               cuando lo sepa mi hermano, 
               mitigará su furor.
LEONOR:           Teodora, Teodora, advierte 
               que es muy otro estado ya 
               el que a nuestras cosas da 
               la violencia de la suerte. 
               En evitar yo la muerte 
               de don Diego, en honestar 
               la ocasión, en ocultar 
               tu amor, y en haberle hallado
               solo conmigo encerrado, 
               tú no me puedes culpar.
TEODORA:          Es verdad que fuerza ha sido, 
               no culpa.
LEONOR:                  Juzga con esto
               el empeño en que me ha puesto
               quien después acá ha tenido
               el nombre de mi marido
               en mi casa y a mi lado,
               y si queda restaurado
               en la opinión popular,
               mi honor, sólo con quedar
               mi hermano desengañado.
TEODORA:          ¿Qué quieres decir en eso?
LEONOR:        Que mires cómo daré 
               sin que él la mano me dé 
               a mi fama buen suceso.
TEODORA:       Harásme perder el seso
CAMPANA:       (Ya ha reventado la mina.)         Aparte
TEODORA:       ¿Tal dice, tal imagina, 
               tan fina amiga, Leonor?
LEONOR:        No obliga contra el honor 
               la ley de amistad más fina.
TEODORA:          ¿Esto escucho, y de mis celos 
               no me enloquece la furia? 
               ¿Así la amistad se injuria? 
               ¿Así se ofenden los cielos? 
               ¿Cómo ardientes Mongibelos, 
               cielos, no multiplicáis? 
               ¿A qué delitos guardais 
               de los rayos vengadores 
               las iras, si los traidores 
               amigos no fulmináis?
LEONOR:           Ni los cielos he ofendido, 
               ni mi amistad es aleve; 
               que quien hace lo que debe, 
               Teodora, no ha delinquido.
TEODORA:       Bien dices; lo que has debido 
               has hecho; justa venganza 
               tomas, pues mi confïanza 
               funde en tu firmeza mal,
               sabiendo que es natural 
               en la mujer la mudanza.
                  No des color mentiroso 
               de honor a lo que es amor, 
               pues diera al mundo tu honor 
               desengaño tan forzoso 
               con ser don Diego tu esposo; 
               y pues mi razón adviertes, 
               si me costase mil muertes 
               no has de conseguir tu gusto.
CAMPANA:       Sobre la mano del justo 
               echan rayos, que no suertes.
TEODORA:          Pero vos, ¿Cómo tenéis 
               en dura prisión los labios? 
               ¿Vos escucháis mis agravios, 
               don Diego, y enmudecéis? 
               Sin duda a Leonor queréis; 
               mudado habéis pensamiento.
DIEGO:         Ya se acabó el sufrimiento; 
               que si mi fe desconoces, 
               hará que la diga a voces 
               la violencia del tormento.
                  Tuya es el alma, Teodora, 
               y tuya ha de ser la mano; 
               que Leonor obliga en vano 
               a quien por dueño te adora,
LEONOR:        ¿Que escucho, cielos?
CAMPANA:                            (Agora        Aparte
               entra el papel de Leonor.)
LEONOR:        Eso debistes, traidor, 
               decir, cuando vuestros labios 
               dieron causa a estos agravios, 
               solicitando mi amor.
TEODORA:          ¿Qué dices?
CAMPANA:                      (Vertió el poleo.)      Aparte
INÉS:          (¡Ya escampa la tempestad!)         Aparte
TEODORA:       Díme, Leonor, la verdad.
LEONOR:        Que engañaba tu deseo
               dijo... 
TEODORA:             ¡Oh, falso!
LEONOR:                         Y que su empleo
               era verdadero en mi. 
               Si no merezco de tí 
               credito por mi nobleza, 
               infórmete la fineza 
               con que la vida le di.
TEODORA:          Dices verdad.
DIEGO:                        Fue fingido
               mi amor.
LEONOR:                  Si lo fue el amarme,
               no lo ha sido el obligarme
               y haberos favorecido.
TEODORA:       0 verdadero o mentido 
               haya sido, ya a Leonor 
               obligastes; ya traidor 
               emprendistes mis agravios; 
               que es negarla con los labios 
               delito en la fe de amor.
DIEGO:            Si me escucháis la ocasion, 
               satisfecha quedaréis.
TEODORA:       ¿Qué he de escuchar, si me habéis 
               confesado la traición? 
               Cuando haya sido ficción, 
               y no verdad el amarla, 
               ¿cómo podéis disculparla 
               habiéndomela ocultado, 
               pues es de haberme agraviado 
               tan cierto indicio el callarla?
DIEGO:            Si yo no pude...
TEODORA:                         ¡Callad!
DIEGO:         ¡Dejadme decir!
TEODORA:                       Ya veo
               que vuestro falso deseo
               amó su comodidad.
               Sangre, riqueza y beldad
               vistes en Leonor, y así,
               aunque tanto os merecí,
               quisistes al mismo paso
               obligarla, por sí acaso
               me perdiésedes a mí.
                  Y pues ya con eso habéis 
               merecido su favor,
               satisfaced a Leonor 
               la opinión que le debéis. 
               Vida por ella tenéis; 
               pagádsela con la mano; 
               que yo, pues ha sido vano 
               el crédito que tenía 
               del amor vuestro, la mía
               resuelvo dar a su hermano.    
DIEGO:            ¡Tente...


Sale CONSTANZA


CONSTANZA:                Tu hermano, señora
               ha llegado; baja presto. 


Vase CONSTANZA


TEODORA:       ¡Soltadme, engañoso! 


Vase doña TEODORA


DIEGO:                             (Esto,         Aparte
               --¡cielos!--me faltaba agora.
               Cuando resolvió Teodora
               mi muerte, y satisfacella
               de su engañada querella
               me importó, don Juan llegó,
               por que no pudiese yo
               seguirla ni detenella.)
LEONOR:           ¡Don Diego, escuchad!
DIEGO:                                  ¡Leonor,
               dejadme! 


Vase don DIEGO


LEONOR:                  ¡Ah, falso! Esta furia
               ha confirmado mi injuria,
               que aun esperaba mi amor
               que era fingido el rigor,
               por cumplir con los desvelos
               de Teodora. ¿Cómo, cielos,
               de un pecho aleve ofendida
               ni rindo al dolor la vida
               ni se la quitan mis celos?    
CAMPANA:          (El diablo ha sido el desdén.  Aparte
               Rabiando está.) 


Vase CAMPANA


LEONOR:                       Inés, don Diego
               está por Teodora ciego,
               como lo has visto. Prevén 
               a esos criados que estén, 
               sin darlo a entender, alerta 
               para impedille la puerta, 
               si se quisiere ausentar. 
INÉS:          Bien se puede recelar
               de su traición.
LEONOR:                       ¡Estoy muerta!


Vanse doña LEONOR e INÉS.  Salen don
JUAN, de camino, y doña TEODORA


JUAN:             Muerto vengo, Teodora.
TEODORA:                               ¿De cansado?
JUAN:          No; que si bien las postas han tomado
               de mi encendida furia
               rayos por alas, con que fue una injuria
               cada bruto del viento,
               en matarme previno
               al cansancio y fatiga del camino
               el filo de un celoso pensamiento,
               la punta de un escrúpulo, que vivo
               siempre en el pecho honrado y vengativo
               por el remedio clama
               de mis celos, Teodora, y de tu fama.
               Escucha, pues, el sentimiento mío,
               si restan voces a un cadáver frío.
               Apenas de Sevilla
               los muros saludé, cuando me entrega
               una carta don Pedro de Castilla,
               de don Sancho Girón. ¡Qué presto llega
               con la nueva infeliz el mensajero,
               pues partiendo después, llegó primero!
               Ábrola, pues, y en su discurso breve
               tósigo el alma por los ojos bebe;
               que el caso, para mí tan desdichado,
               de don Diego de Luna, sucedido
               en tu cuarto, Teodora, epilogado
               en diez renglones solos, mi sentido
               tiranizó de suerte,
               que por ya muerto me olvidó la muerte.
               Quien del rápido rayo divididos
               los polos vio y del trueno estremecidos,
               horror tan explicado a los mortales,
               que aun lo entienden los brutos animales,
               no quedó tan confuso, tan turbado,
               inútil tronco, bulto inanimado,
               como quedé, leyendo
               la sentencia crüel que me condena
               a que viva muriendo;
               pues para mayor pena,
               en aquel triste punto
               el sentir sólo me negó difunto.
               Mas como en la borrasca turbulenta
               el náufrago infeliz salvar intenta
               la vida en leño breve,
               cuando la muerte ya en las ondas bebe;
               así yo, que en la carta, donde veo
               mi daño, también leo
               que en tanto que don Diego no cobraba
               salud, la ejecución se dilataba
               del matrimonio.  Mi esperanza asida
               a esta pequeña tabla, di a la vida
               aliento; y sin quitarme las espuelas,
               velas los remos son, alas las velas,
               con que desde Sevilla
               montañas penetré, y llegué a la orilla
               donde suele anegarse el desdichado,
               después que el golfo undoso venció a nado;
               y yo saber espero si lo mismo,
               después de haber pasado tanto abismo,
               me ha sucedido agora
               con las nuevas, Teodora,
               que me han de dar tus labios
               del estado que tienen mis agravios.
TEODORA:       Hermano, cobra aliento, cobra vida; 
               que entre don Diego y tu Leonor querida
               aun no a la breve sílaba que en lazo 
               prende inmortal las almas, llegó el plazo.
JUAN:          ¡Ay, Teodora! No puedo darte albricias 
               mejores, si codicias 
               la vida de tu hermano, 
               que con dármela tomas de tu mano. 
               Dime ya todo el caso, y no receles 
               mi enojo, pues las furias más crüeles 
               aplacas, y benigno me granjeas, 
               cuando con nueva tal me lisonjeas.
TEODORA:       (Disponga mi venganza              Aparte
               cómo Leonor malogre su esperanza 
               con don Diego, y su mano 
               goce don Juan, mi hermano, 
               aunque prometa agora lo que luego 
               no me deje cumplir el amor ciego.) 
               Ni fuera noble yo, don Juan, ni fuera 
               hermana tuya, si el peligro huyera 
               de la vida con riesgo de la fama. 
               Y si es delito la amorosa llama, 
               por éste no recelo mi castigo, 
               pues eres mi disculpa tú contigo. 
               De todo adorno la verdad desnuda 
               escucha, pues, y la vergüenza muda 
               quebrante las prisiones; 
               que supuesto que tantas opiniones 
               puede, si me refreno o me limito, 
               dañar más el silencio que el delito,
               bañe púrpura el rostro, y no consienta 
               el corazón la mancha de la afrenta. 
               En la noble ciudad que el Betis baña, 
               oriente donde a España 
               de plata y oro rayos amanecen, 
               que las Indias ofrecen 
               al Jove castellano, 
               por que vibrados de su heroica mano 
               del moro y del hereje a la malicia 
               den pena, dando pasto a su cudicia 
               --que aun a sus mismos fieros enemigos 
               riqueza les dispensa en los castigos-- 
               allí, digo, don Juan, que dio don Diego
               principio al amor ciego, 
               que sujetó mi pecho en breve instante; 
               que como es dios, su flecha penetrante 
               --no pienso que lo ignoras, 
               pues tu fe lo acredita--
               para volar y herir no necesita 
               del favor sucesivo de las horas. 
               Trajísteme a la corte, 
               de nobles centro y de ambiciosos norte; 
               y apenas en la puente 
               de Toledo, mi llanto a la corriente 
               de Manzanares el raudal aumenta, 
               por ver si puedo redimir la afrenta 
               de trocar el caudal del Betis puro 
               por una vena de licor obscuro, 
               cuando en la noche de su amor, ligero, 
               siguiendo el resplandor de su lucero, 
               llegó también don Diego; y el confuso 
               caos de Madrid los medios le dispuso 
               de proseguir tan cauto el galanteo, 
               que escondió a tu cuidado su deseo. 
               Jamás, ni en el silencio más secreto
               --que esto debes, don Juan, a mi respeto-- 
               mi audiencia mereció; bien que me hablaba 
               mirando, y yo mirando le escuchaba, 
               porque para entender gustos y enojos 
               tiene Amor los oídos en los ojos. 
               Al fin, cuando tu ausencia 
               a mi ciega afición dio más licencia,
               le permití pisar estos umbrales 
               una vez sola; que mi suerte dura 
               en una sola ocasionó mil males; 
               que en ella sucedió la desventura 
               que no refiero, porque la supiste 
               en la carta, don Juan, que recibiste 
               de don Sancho en Sevilla; y así, paso 
               a contar lo que ignoras de este caso. 
               Cayó don Diego herido, 
               a la ventaja, no al valor, rendido; 
               reservóle la vida el engañoso 
               título que Leonor le dio de esposo
               que yo juzgué de su amistad fineza, 
               y era--¡ay de mí!--de aleve amor bajeza; 
               que hoy, hoy, el desengaño 
               tuve de su traición y de mi daño. 
               Hoy supe que don Diego me engañaba, 
               y en secreto a Leonor solicitaba, 
               y que esto, junto con haber tenido, 
               huésped suyo, opinión de su marido, 
               es tan forzoso empeño, 
               que de él no saldrá bien, si no es su dueño; 
               que hoy me dijeron, hoy, los mismos labios 
               de Leonor las razones que has oído, 
               si se llaman razones los agravios. 
               ¡Cuál quedó de sentirlos mi sentido! 
               Finge en tu pensamiento, 
               don Juan, un labrador a cuya vista 
               el voraz elemento 
               desata en humo la preñada arista. 
               Imagina en tu idea 
               un capitán famoso, 
               que al pálido temor y muerte fea 
               rendido ve su campo numeroso. 
               Mira en tu fantasia 
               una manchada tigre, que perdidos 
               sus hijos, a tormentos y bramidos 
               las furias del infierno desafía. 
               Piénsate a ti cuando la nueva triste 
               de haber perdido a tu Leonor supiste; 
               y un breve rasgo en todos, una vana 
               sombra apenas verás de la inhumana 
               rabia, furor, congoja y sentimiento 
               que inundó mi abrasado pensamiento, 
               cuando a su lengua oí mi desengaño, 
               y en su resolución miré mi daño. 
               Mas como arroja al navegante incierto 
               tal vez la misma tempestad al puerto, 
               la misma sinrazón, la misma rabia, 
               libró mi amor de quien mi amor agravia, 
               y así, no amante ya, sino enemiga 
               de don Diego, ha resuelto mi venganza 
               quitarle de una y otra la esperanza,
               y que la suya tu afición consiga, 
               efetüando el trueco deseado 
               que con don Sancho tienes concertado; 
               pues contándole el caso, es fácil cosa 
               impedir a don Diego 
               el casamiento de Leonor, y luego 
               le impedirá su falsedad el mío... 
               (Si a la pasión venciere el albedrío.)        Aparte
               ...y quedará con esto satisfecha 
               tu opinión y mi fama, la sospecha 
               del pueblo desmentída, 
               manifestada la invención fingida, 
               Leonor honrada, tú, don Juan, contento, 
               logrado tu constante pensamiento, 
               de don Sancho la fe galardonada, 
               don Diego castigado, y yo casada.
JUAN:          Porque en fe de que yo te he asegurado, 
               Teodora, la verdad me has confesado, 
               y porque tus amores 
               no han llegado a más prendas que favores, 
               y porque tu más loco desvarío 
               disculpa y aun piedad halla en el mío, 
               tiempla mi pecho la enojosa llama 
               de que hayas arriesgado nuestra fama; 
               y más cuando el haberlo confesado 
               es por dar fin dichoso a mi cuidado. 
               Mas--¡ay de mí!--¡Qué fácil significas 
               la ejecución! Parece que los fueros 
               olvidas del honor cuando fabricas 
               remedios sólo al gusto lisonjeros. 
               ¿Esposo he de ser yo de quien esposo 
               a otro llamó, con ella tan dichoso, 
               que le ha favorecido, 
               y que en su misma casa le ha tenido?
TEODORA:       Hemos visto, don Juan, un caballero 
               dar la mano a una dama 
               que, pródiga ella misma de su fama, 
               le confesó primero 
               que a otro galán había 
               dádole, no esperanzas y favores, 
               mas las prendas mayores
               que el honor al amor rendir podía; 
               y que fue tan bienquista y celebrada 
               esta resolución, por acertada, 
               que el general aplauso de su historia 
               vencerá de los tiempos la memoria. 
               ¿Y, recatado tú y escrupuloso, 
               reparas sólo en que ha llamado esposo 
               a don Diego Leonor, y en que le ha dado, 
               favores, sin mirar que el más pesado 
               agravio que a palabras se refiere, 
               nace en los labios y en oyente muere?
JUAN:          Sí; que soy desdichado, 
               y el escrupulo en mí será pecado, 
               si es virtud el delito en el dichoso.
TEODORA:       No siempre dura el tiempo tenebroso. 
               Pues en la corte estás, tu amor no sea 
               hidalgo puntüal de corta aldea, 
               porque si de los ojos y los labios 
               los favores, don Juan, fuesen agravios, 
               ¿de cuál mujer en esto 
               no ha delinquido el pecho mas honesto? 
               0, ¿cuál varón al tálamo llegara 
               honrado, si esto la opinión manchara?
JUAN:          Yo, al menos, por agora, 
               mientras los mismos casos 
               muestran lo que he de hacer, quiero, Teodora, 
               al nuevo intento de Leonor los pasos 
               impedir, por que, ya que mi esperanza 
               no logre, logre al menos mi venganza. 


Vase don JUAN


TEODORA:       Impida yo a don Diego 
               el casamiento de Leonor, y luego 
               podrá mi amor, si tan valiente fuere, 
               que a manos de mis celos no muriere, 
               por lograr gustos, perdonar agravios, 
               aunque don Sancho acuse de mis labios
               la promesa inconstante;
               que no obligan palabras a un amante.


Vase doña TEODORA.  Sale don DIEGO con
banda, sin espada, y CAMPANA


CAMPANA:          Señor, mucho va apretando
               la dificultad. La noche
               en su tachonado coche
               el plazo va apresurando
                  de dar a Leonor la mano;   
               que sólo para que tenga
               efeto aguarda a que venga
               con la licencia su hermano.
                  ¿Resuelves casarte?
DIEGO:                                No.
CAMPANA:       De ese modo, si yo fuera
               don Diego de Luna, huyera.
DIEGO:         Y también huyera yo,
                  si fuera Campana.
CAMPANA:                            Pues,
               ¿cuál es desaire mayor?
               ¿Desconfiar a Leonor          
               huyendo agora, o después,
                  llegado el lance postrero,
               decir un "no" cara a cara?
DIEGO:         En la opinión le tocara,
               y a la ley de caballero
                  faltara yo, si volviera
               las espaldas.
CAMPANA:                     Pues, señor,
               ¿qué has de hacer? Que está Leonor
               resuelta.
DIEGO:                   Si yo supiera,
                  Campana, lo que he de hacer,    
               ¿llamárame desdichado?
               ¡Que a tan infeliz estado
               me haya podido traer
                  mi engaño, que viendo el daño, 
               ni puedo huir ni esperar, 
               porque advierta, a mi pesar, 
               los empeños de un engaño!


Sale doña LEONOR, muy bizarra, e INÉS


INÉS:             Bizarra y hermosa estás.
LEONOR:        Don Diego con sus rigores 
               halla espinas en las flores.
INÉS:          Inútil tributo das
                  al temor; que de tus ojos 
               los rayos le tienen ciego; 
               que claro está, si a don Diego 
               tu amor le causara enojos,
                  que se hubiera ya intentado 
               ausentar, pues él no entiende 
               que tu recelo le prende, 
               y le guarda tu cuidado
                  las puertas con centinelas.
LEONOR:        Vanos consuelos previenes,
               cuando en él miro desdenes
               tan groseros.
INÉS:                         Son cautelas,
                  rigores fingidos son
               por deslumbrar a Teodora;
               que así le paga, señora,
               su primera obligación.
                  El mismo caso lo enseña,
               pues en punto tan estrecho
               tu prisión guarda su pecho,
               si su boca te desdeña.
LEONOR:           Hablarle quiero.
INÉS:                              Él te adora.
               Llegar puedes confïada;
               que es ventaja declarada
               la que llevas a Teodora.


CAMPANA habla aparte a su amo


CAMPANA:          Doña Leonor sale a verte 
               de novia.
DIEGO:                   En luto funesto 
               cambiará las galas presto, 
               si no su agravio, mi muerte.
LEONOR:           Don Diego, señor, mi esposo...
DIEGO:         Callad, Leonor, y mirad 
               que es en vuestra calidad 
               arrojamiento afrentoso
                  dar nombre de esposo a quien 
               tan declarado os advierte 
               que lo ha de estorbar mi muerte 
               si no basta mi desdén.
LEONOR:           De vos lo espero mejor, 
               que ilustre sangre tenéis; 
               y aunque mi amor despreciéis, 
               habéis de estimar mi honor.
DIEGO:            Puesto que no persuadida, 
               de mí estáis desengañada, 
               no se querelle agraviada 
               quien no se enmienda advertida.
                  Mucho os debo, no lo niego, 
               y pagároslo quisiera; 
               mas no es posible que os quiera; 
               que estoy por Teodora ciego.
                  Y habiendo de ser forzoso, 
               amarla y aborreceros, 
               más que gusto, fuera haceros 
               tiro, ser yo vuestro esposo;
                  y andaréis más prevenida 
               en querer sufrir, señora, 
               ingratitudes agora 
               que penas toda la vida.
                  Y así, mudad parecer; 
               no aguardéis a vuestro hermano; 
               que o no he de daros la mano, 
               o la vida he de perder.
LEONOR:           En eso habrá de parar; 
               que si os dio vida mi amor 
               engañado, mi vigor 
               os ayudará a matar.
CAMPANA:          ¿Qué dices de esto? 
INÉS:                               Que es hombre
               don Diego; mas la porfía 
               le vencerá.
CAMPANA:                  ¿Y de la mía?
INÉS:          Que te responda tu nombre;    
                  que campana y porfïada
               cansa orejas de diamante.
CAMPANA:       No porfïado y amante 
               se cansa, y no alcanza nada.


Sale un CRIADO de don Diego


CRIADO:           Un gentilhombre, señor 
               don Diego, pide licencia 
               de hablaros.
DIEGO:                      Si la presencia
               lo permite de Leonor,
                  podrá entrar.
INÉS:                          (Su cortesía,         Aparte
               entre el enojo, ha guardado   
               el decoro que al estado
               de doña Leonor debía.)
LEONOR:           A que negociéis con él 
               daré lugar. 


Retírase doña LEONOR


DIEGO:                       Entre agora.


Vase el CRIADO


LEONOR:        Inés, escucha.
INÉS:                         Señora 


Retírase INÉS con doña LEONOR. 
Sale un GENTILHOMBRE con un papel
 

GENTILHOMBRE:  Ved, señor, ese papel. 
DIEGO:            Aguardad.
GENTILHOMBRE:              Quien me le dio
               para vos, que os le entregara
               a vos mismo y no aguardara
               la respuesta, me mandó. 


Vase el GENTILHOMBRE.  Don DIEGO lee para sí


DIEGO:            "Faltando a lo prometido 
               habéis amado a Leonor, 
               y no sufre mi valor 
               ni aun sospechas de ofendido.
                  Este intento he dilatado 
               aguardando que cobréis 
               salud; pues ya la tenéis, 
               señor don Diego, en el Prado
                  de San Jerónimo espero 
               solo, y que saldréis confío 
               tambien solo al desafío, 
               como honrado caballero."
                  La firma dice, "El marqués 
               don Fadrique." Él ha creído,


Mete el papel en la faltriquera


               con razon, que le he rompido 
               la palabra; cierto es,
                  que la fama ha divulgado 
               que soy de Leonor esposo. 
               Salir al campo es forzoso; 
               que un noble desafïado
                  con razón o sin razón, 
               por ley del duelo asentada, 
               solamente con la espada 
               puede dar satisfación.
                  Sólo faltaba este daño, 
               pues ya es forzoso morir 
               o matar, para advertir 
               los empeños de un engaño.


Vase don DIEGO.  Salen doña LEONOR,
INÉS y CAMPANA


CAMPANA:          (¿De quién el papel será?)                 Aparte
INÉS:          Sin hablarte se retira
               hacia su cuarto.
LEONOR:                        Inés, mira, 
               porque sospecha me da
                  verle tan suspenso y mudo
               que es el papel de Teodora,
               si va a escribir.
INÉS:                           ¡Ay, señora!


Mira adentro


               Irse quiere, no lo dudo;
                  que la espada ha requerido,
               y ciñéndosela está.
LEONOR:        ¡Ah, falso! No logrará
               intento tan mal nacido.
                  ¡Cierra presto, cierra presto   


Cierra INÉS la puerta por donde se retiró don DIEGO


               esa puerta; que no quiero 
               que a medir llegue el acero 
               con mis crïados!
CAMPANA:                       ¿Qué es esto?
                  ¿Por qué le encierras?
DIEGO:                                  ¡Leonor,    Dentro
               abre aqui!
LEONOR:                   ¡Es intento vano,
               hasta que venga mi hermano!
DIEGO:         ¡Mira que me va el honor            Aparte
                  en salir!
LEONOR:                    ¡Y a mí me va
               en impedirlo! (¡Estoy muerta!)      Aparte
DIEGO:         ¡Haré pedazos la puerta!          Dentro


Da golpes


CAMPANA:       Ella es fuerte, y él está 
                  sin fuerzas... Pero, ¿que espera 
               Campana?


Va CAMPANA a abrir y dale doña LEONOR un golpe


LEONOR:                  ¡Aparta, villano!
CAMPANA:       Nunca vi tan blanda mano 
               que tan duramente hiera.
INÉS:             ¿Hay tal maldad?
CAMPANA:                           Mira Inés,
               si con razón he temido.


Sale doña TEODORA


TEODORA:       (Con las voces y el rüido           Aparte
               alas calzaron mis pies
                  para subir a saber         
               la ocasión.) Leonor, ¿qué es esto?
INÉS:          (Ya no da golpes.)                 Aparte
LEONOR:                         ¡Qué presto,
               Teodora, subiste a ver
                  los efetos que ha causado
               tu billete!
TEODORA:                   ¿Yo billete?
               ¿Que dices?
LEONOR:                   Teodora, ¡vete,
               vete, y no te den cuidado
                  mis cosas, ni de ese modo
               disimules; que valor
               tengo yo, sin tu favor,  
               para salir bien de todo!
TEODORA:          Leonor, engañada estás;
               pero tu hermano y el mío 
               han llegado, y presto fío 
               que mi venganza verás.
CAMPANA:          (Aquí es ello. Ya han venido   Aparte
               don Juan y don Sancho, y ya 
               escaparse no podrá, 
               que entre puertas le han cogido.
                  Pero ya muestra, callando, 
               que ha mudado parecer.)


Salen don JUAN y don SANCHO


JUAN:          Esto pasa; y por saber 
               que andábades negociando
                  para el efeto licencia, 
               os fui a buscar para daros 
               cuenta de ello, y excusaros 
               el desaire que en presencia
                  de más testigos hiciera 
               a la vuestra y mi opinión, 
               si en la postrera ocasión 
               el casamiento impidiera.
SANCHO:           Bien hicistes. ¡Que Leonor, 
               por defenderle la vida, 
               cautelosa y atrevida 
               arriesgase nuestro honor!
                  ¡Loco estoy, viven los cielos! 
               Mas, don Juan, si de este daño 
               es fin vuestro desengaño, 
               es principio de mis celos.
                  ¿A Teodora he de perder? 
               Antes moriré.
JUAN:                        Mi hermana
               conoce ya lo que gana,
               y vuestra esposa ha de ser,
                  y yo he de ser de Leonor. 
               (Si las cosas se disponen          Aparte
               de suerte que no ocasionen 
               afrentas gustos de amor.)
SANCHO:           Mejorada así mi suerte, 
               ¿qué espero? Desengañemos
               a don Diego, y evitemos  
               con su ausencia o con su muerte
                  peligros de nuestra fama.
JUAN:          A todo, como obligado,
               me hallaréis determinado.
SANCHO:        Inés, a don Diego llama.
INÉS:             (Aquí el enredo se acaba.)     Aparte


Vase INÉS


SANCHO:        ¿Aqui estáis, Teodora mia?
TEODORA:       Con Leonor me entretenía
               mientras mi hermano llegaba.
SANCHO:           Él me ha dicho ya el favor    
               con que pagáis mi firmeza.
TEODORA:       Toque ha sido mi esquiveza
               del oro de vuestro amor.
                  (Mas, ¿qué importa?)                Aparte
JUAN:                                   ¿No me dais, 
               Leonor bella, el bienvenido?
LEONOR:        No, don Juan; que no ha querido 
               mi suerte que lo seáis.


Sale INÉS


SANCHO:           ¿Viene don Diego?
INÉS:                               Excusado
               es, señor, el aguardalle,
               porque, sin duda, a la calle       
               por el balcón se ha arrojado.
CAMPANA:          ¡Por Dios, si no se mató,
               que es milagro!
LEONOR:                        Quién pensara
               que tal locura intentara?
TEODORA:       (¡Ay de mí! ¿Si te costó               Aparte
                  esta fineza, don Díego,
               la vida?)
SANCHO:                  Nuestra intención
               previno.


A doña TEODORA


CAMPANA:                 A linda ocasión
               tomó las de Villadiego
                  si ha escapado con la vida;     
               porque de un balcón tan alto
               más es vuelo que no salto.
TEODORA:       Y mas él, que de la herida
                  apenas ha restaurado
               las fuerzas.
CAMPANA:                   Voy a buscarle;
               que recelo que he de hallarle,
               más que la noche estrellado.
SANCHO:           Ya, don Juan, ¿qué resta agora
               sino dar a nuestro amor
               dichoso fin? A Leonor    
               dad la mano y yo a Teodora.
LEONOR:           (¡Ay de mí!)                   Aparte
TEODORA:                      (¿Qué puedo hacer?      Aparte
               Mas don Diego ha asegurado
               con esto ya mi cuidado,
               y no hay riesgo en suspender
                  el casamiento a mi hermano
               para dilatar el mío.)


A don JUAN al oído


               Advierte que es desvarío
               darle tan presto la mano
                  a Leonor.
JUAN:                      ¿Por qué ocasión?  
LEONOR:        Porque debes recelar
               lo que puede resultar
               de este caso en su opinión.
JUAN:             ¡Ah, cielos!


Sale CONSTANZA


CONSTANZA:                    ¡Señor, señor!
JUAN:          ¿Qué hay, Constanza?
CONSTANZA:                         Que a don Diego
               han entrado de la calle
               en el zaguan, si no muerto,
               expirando ya.
TEODORA:                   (¿Que escucho?)         Aparte
LEONOR:        (Castigo ha sido del cielo.)       Aparte
CONSTANZA:     Ha llegado la justicia   
               al alboroto, y haciendo
               diligencias, dos testigos
               han dicho allí que le vieron
               dar gran golpe, y que sin duda
               de algún balcón de los vuestros,
               señor don Sancho, cayó
               a la calle.
SANCHO:                    ¿Qué no puedo,
               vil Fortuna, verme libre
               de este don Diego?
JUAN:                            (Con esto        Aparte
               ha quedado la opinión  
               de Leonor y mi deseo
               en más peligro.) Don Sancho,
               a prevenir el remedio
               del daño que esta desdicha
               nos amenaza, bajemos. 


Vase don JUAN


SANCHO:        (No sé lo que hemos de hacer;          Aparte
               en gran confusión me veo;
               que publicado este caso
               pues ya no puede ser menos,
               o la opinión de Leonor 
               corre conocido riesgo,
               o he de perder a Teodora,
               y la vida si la pierdo.) 


Vase don SANCHO


TEODORA:       Constanza, ¿vístele tú?
CONSTANZA:     Yo le vi, y tal, que no espero
               que viva. 


Vase CONSTANZA


TEODORA:                 (Bajaré a verle;        Aparte
               que no basta el sufrimiento
               a decoros ni recatos.
               ¡Ay, mi bien, cuánto te cuesto!
               ¡Mal haya, amén, tu fineza! 
               Que ya, conforme te quiero,
               sufriera de mejor gana, 
               que tus desdichas, mis celos.) 


Vase doña TEODORA


INÉS:          Señora, ¿qué te parece? 
               ¿Cómo ha pagado don Diego 
               su ingratitud y tu ofensa?
LEONOR:        Inés, mi culpa confieso; 
               que aunque en duro pedernal 
               su sinrazón y desprecio 
               convirtió la blanda cera 
               de mi enamorado pecho; 
               como en su dureza helada 
               viven semillas del fuego 
               de mi ardiente amor, al golpe 
               de su infelice suceso 
               ha dado el alma centellas 
               de piadosos sentimientos.



FIN DEL ACTO SEGUNDO




      

ACTO TERCERO


      




Sale don DIEGO, con capa y espada, cerrando un papel


DIEGO:            Ya que me impidió la suerte,
               con desdicha tan crüel,
               que saliese a la campaña    
               cuando me esperó el marqués,
               en este papel verá
               la ocasión y que a la ley
               no falto del desafío
               cuando puedo, pues en él
               verá que le aguardo solo
               esta noche.


Sale CAMPANA


CAMPANA:                  Señor.
DIEGO:                          ¿Pues?
               ¿Qué dice Teodora?
CAMPANA:                         ¿Como
               qué dice? Imposible fue
               verla; que de ella y su casa
               tan vigilante Argos es
               su hermano, que en todo el día
               no ha puesto en la calle el pie.
DIEGO:         No haces cosa que no sea, 
               Campana, echarme a perder.
CAMPANA:       ¿Pues de esto te quejas?
DIEGO:                                  De eso
               no me quejo.
CAMPANA:                     Pues, ¿de que?
DIEGO:         De que dieses a Teodora 
               tan neciamente el papel.
CAMPANA:       ¿Tanto el papel importaba?
DIEGO:         Tanto, que me puede hacer 
               dos terribles daños. (Que era    Aparte
               el billete en que el marqués 
               me desafió, y Teodora 
               puede publicarlo, y él 
               pensar que es flaqueza mía 
               lo que mi desdicha fue,
               con que mi valor se infama, 
               y ella habrá echado de ver 
                que a la estacada salía 
               por Leonor; con que mi fe 
               ha de condenar del todo, 
               pues del todo ha de creer 
               que a doña Leonor amaba; 
               que ya sabrá que tomé 
               la espada y quise salir 
               en recibiendo el papel. 
               Ya lo sabrá, claro está, 
               pues tanta ocasión, despues 
               de informarse por minutos, 
               dio mi suceso crüel; 
               y cuando esperé, ocultando 
               la verdad, darle a entender 
               que por hüir de Leonor 
               por el balcón me arrojé, 
               habrá visto, en daño mío,
               lo peor que pudo ver.) 
               ¡Ay, Campana, cuál me tienen 
               tus necedades!
CAMPANA:                      Más bien
               dijeras mis prevenciones;
               que si salen al revés,
               culpa a la suerte, no a mí
               Díme tú, ¿qué pude hacer,
               si a verte casi difunto
               de los primeros llegué,
               que fuese más bien pensado?
               Mira, senor, una vez,
               por un negro galanteo
               con un toro me arriesgué.
               Pescóme, y como pelota,
               dio un bote conmigo; y dél
               apenas libre me vi,
               cuando cercado me hallé
               de mil pícaros piadosos,
               que con achaque de ver
               la herida, las faltriqueras
               me dejaron del revés.
               De este caso escarmentado,
               en el tuyo me acordé,
               y te saqué de ellas luego
               llaves, dinero y papel.
               Llegó al punto la justicia,
               y como trató de hacer
               información de quien eres
               y del caso, recelé
               que los que el papel me vieron
               sacarte, le diesen de él
               noticia, y para informarse
               me le quitasen. Hallé
               a mano a Teodora bella,
               que vuelto el rojo clavel
               en blanca azucena, al punto
               que oyó tu mal, bajó a ver
               si el alma que ya exhalabas
               viendo que venció al desdén
               la piedad, se detenía,
               avarienta de beber 
               las perlas que por dos bellas
               niñas derramaban tres. 
               Y como suyo, con causa, 
               el billete imaginé, 
               pues al punto que los ojos 
               pasaste, señor, por él, 
               demonstración tan extraña 
               hiciste, que por poder 
               hüir de Leonor te echaste 
               por un balcón, le entregué 
               el billete sin recelo; 
               antes temiendo que de él 
               la justicia coligiera 
               vuestro amor, imaginé 
               que de nadie lo podía 
               fïar sino de ella, a quien 
               iba el honor en guardarle. 
               Si los discursos que ves 
               me engañaron, no fue mía 
               la culpa, que tuya fue; 
               que si tú no me ocultaras, 
               cuando leíste el papel, 
               sus misterios, yo supiera 
               lo que me importaba hacer.
DIEGO:         Bien dices, la culpa es mía,     
               pues no le rompí; que quien      
               no entrega al fuego testigos,      
               que viviendo pueden ser 
               instrumentos de su mal, 
               pierde por su culpa el bien. 
               Ya está hecho. Agora importa 
               que lleves éste al marqués 
               don Fadrique, y en su mano 
               se le entregues.
CAMPANA:                        ¿Para qué?
               Que no tardará un momento,
               señor, en llegarte a ver.
DIEGO:         ¿Cómo?
CAMPANA:              Preguntóme agora
               que por su puerta pasé,
               dónde estabas; respondíle 
               que en esta posada; y él 
               replicó, "Pues, ¿cómo está 
               en una posada quien 
               es esposo de Leonor?" 
               Yo le dije, "Engaño es." 
               Y como le vi celoso, 
               le quise satisfacer, 
               y de todos tus amores 
               la verdad le declaré; 
               y mostróse tan contento 
               del desengaño el marqués, 
               que para verte, al instante, 
               el coche mandó poner.
DIEGO:         ¿Que supo todo el suceso 
               de ti?
CAMPANA:              No todo; que de él 
               alguna parte sabía.
DIEGO:         ¿Qué sabía?
CAMPANA:                    Que después
               de haber cobrado tu acuerdo
               la infelice noche que
               del cielo de Leonor fuiste
               precipitado Luzbel,
               a tu posada te trajo
               la justicia para hacer
               diligencia. Esto sabía
               el marqués; yo le conté
               cómo don Juan y don Sancho
               lo permitieron, por ser
               más conveniente a sus celos
               y disimular más bien
               la ocasión; y cómo tú
               declaraste que el caer
               del balcón fue contingencia,
               porque te dio estando en él
               gota coral; y don Sancho,
               advirtiendo cuán cortés
               y recatado anduviste,
               lo que tú dijo también,
               y que con esto cesó 
               la justicia en proceder.
DIEGO:         ¿Que de mi amor los sucesos 
               todos le contaste?
CAMPANA:                           Al pie
               de la letra, como dicen.
DIEGO:         ¡Voto a Dios, que me has de hacer 
               que te mate o que me mate!
CAMPANA:       ¿Otra tenemos? ¿Pues qué? 
               ¿También en esto he pecado?
DIEGO:         ¡Hombre o demonio, también!
CAMPANA:       Él me lleve, pues no acierto 
               a servirte.
DIEGO:                      Amén.
CAMPANA:                           Amén,
               mil amenes, pues tu gusto
               en esto solo acerté.
DIEGO:         (El marqués ha de pensar          Aparte
               que echadizo le envié 
               a darle satisfación, 
               y para reñir con él 
               no tengo valor. ¡Ah, cielos! 
               ¿Por qué permitís, por qué, 
               que deslustre la Fortuna 
               un noble acero por quien 
               de tanto enemigo vuestro 
               el escarmiento se ve?) 
               Mas tú, ¿qué causa le diste 
               de mi caída al marqués?
CAMPANA:       Escaparte de Leonor.
DIEGO:         ¿Eso más?
CAMPANA:                 ¿Esto también
               culpas? Ello va de errar.
DIEGO:         (¿Cuando debiera entender           Aparte
               que por ir al desafío 
               por el balcón me arrojé, 
               le ha dicho que por hüir 
               de Leonor, porque el marqués 
               dé más crédito a mi afrenta? 
               ¿Hay desdicha más crüel? 
               ¡La verdad ha desmentido
               con la mentira! ¿Qué haré 
               sin ventura y sin honor?) 
               ¡Vive Dios, que estoy...
CAMPANA:                               No estés;
               que ya el marqués ha llegado.
DIEGO:         ¿Con qué cara le he de ver?


Sale el MARQUÉS


MARQUÉS:          ¡Don Diego amigo!
DIEGO:                             ¡Marqués!
               ¿Cómo a quien desafiáis
               nombre de amigo le dais?
MARQUÉS:       No haré poco si después
                  que la verdad he sabido, 
               os obligo a perdonar 
               el delito que en dudar 
               de vuestra fe he cometido.
DIEGO:            Para mi satisfación 
               vuestro engaño es la disculpa, 
               que aunque yo no tuve culpa, 
               vos tuvistes ocasión.
                  Mas advertid que Campana 
               se erró, Marqués, en decir 
               que yo salté por hüir 
               de Leonor por la ventana.
MARQUÉS:          ¿Cómo?
DIEGO:                   Porque yo salía
               a veros al señalado
               sitio; y como ese crïado
               esta ocasión no sabía,
                  y la otra sí, atribuyó 
               a la que supo el exceso; 
               y para dejaros de eso 
               satisfecho, os escribió
                  hoy mi mano este papel.
               Vedle, marqués.
MARQUÉS:                    Yo lo estoy.
DIEGO:         No cumplo yo con quien soy, 
               si vos no os informáis de él.
MARQUÉS:          Verélo por vuestro gusto, 
               mas no porque es menester.


Lee en secreto


CAMPANA:       Agora llego a entender 
               los misterios del disgusto 
                  que le he dado. Como honrado 
               el desafío calló; 
               y bien me espantaba yo 
               de que se hubiese arriesgado 
                  por el balcón, para hüir 
               de Leonor, quien por la puerta, 
               pues la tuvo siempre abierta, 
               pudo a su salvo salir.
MARQUÉS:          El papel he ya leído; 
               mas, ¿quién dudó o quien ignora
               que vos, como siempre, agora 
               con quien sois habéis cumplido? 
                  Mas decidme ya el estado 
               que tiene vuestra esperanza; 
               que al remedio o a la venganza 
               me hallaréis a vuestro lado.
DIEGO:            Mil años el cielo os guarde; 
               mas si bien vuestro favor 
               vale tanto, ya en mi amor 
               sospecho que llega tarde.
MARQUÉS:          ¿Pues tan poca confïanza 
               tenéis de Teodora hermosa?
DIEGO:         Si está con razón celosa, 
               no es liviandad su mudanza, 
                  y no he podido hasta agora 
               satisfacer su sospecha.
MARQUÉS:       ¿Esperáis que satisfecha, 
               volverá a amaros Teodora?
DIEGO:            De su firmeza fiara 
               el remedio de mi daño, 
               si llegara el desengaño 
               antes que el daño llegara.
MARQUÉS:          Pues si consiste, don Diego,
               en dilatar la ocasión 
               de darle satisfación 
               el peligro, vamos luego;
                  que en ello, puesto que os doy 
               con razón nombre de amigo, 
               a arriesgar por vos me obligo 
               cuanto puedo y cuanto soy.
                  (Vengaréme de Leonor                Aparte
               en esto; que a su pesar 
               con Teodora ha de lograr 
               don Diego su firme amor.)
DIEGO:            Dos mil años tus blasones 
               aumentes, noble marqués, 
               porque a los señores des 
               un espejo en tus acciones;
                  que no consiste en nacer 
               señor la gloria mayor; 
               que es dicha nacer señor, 
               y es valor saberlo ser.


Vanse el MARQUÉS y don DIEGO


CAMPANA:          Vivas, si llegan a verse 
               premiados tantos cuidados 
               por ti, más que dos casados 
               que dan en aborrecerse.
                  Vivas, marqués, mas edades 
               que una sisa, y que un pavés 
               en casa de un montañés 
               preciado de antigüedades.
                  Y vivas, en conclusión, 
               más que un ministro cansado 
               de quien tiene un desdichado 
               la futura sucesión. 


Vase CAMPANA. Salen doña TEODORA y CONSTANZA


CONSTANZA:        Ya dicen que está don Diego 
               con salud.
TEODORA:                 ¡Nunca el sentido
               tan en mi agravio perdido,
               cobrará el ingrato!
CONSTANZA:                         ¿Luego
                  estás mal con él?
TEODORA:                           Constanza,
               aquella demonstración
               a mi celosa pasión
               restituyó la esperanza.
                  Porque, ¿quién en mi favor 
               no creyera que seguía 
               a Teodora quien huía 
               tan resuelto de Leonor?
                  Mas ya sabiendo mi daño, 
               desvaneció su mudanza 
               la sombra de mi esperanza 
               a la luz del desengaño.
CONSTANZA:        ¿Pues cómo huyó, si quería 
               a Leonor, de la ocasión,         
               cuando ya de su afición 
               el fin a los ojos veía?
TEODORA:          Díme tú cómo aguardó, 
               si no la amaba, el forzoso 
               instante de ser su esposo, 
               y diréte cómo huyo. 
                  La verdad han declarado 
               los mismos casos después; 
               que conforme lo que Inés 
               del suceso me ha contado,
                  apenas del desafío 
               el billete recibió, 
               que su crïado me dio, 
               y Leonor tuvo por mío;
                  cuando confuso y callado 
               se entró en su cuarto, y ceñida 
               la espada, que requerida 
               dio indicios de su cuidado,
                  salir quiso, y lo impidió 
               doña Leonor, que avisada 
               del billete y de la espada, 
               la llave a la puerta echó.
                  Éste fue, Constanza mía, 
               el motivo y la ocasión 
               de saltar por el balcón. 
               A la campaña salía, 
                  donde el marqués le aguardaba, 
               a matarse por Leonor; 
               mira si le tiene amor 
               quien por ella se mataba. 
                  Yo estoy tan determinada, 
               Constanza, como ofendida, 
               y he de cumplir advertida, 
               si he resistido engañada, 
                  de don Sancho la esperanza, 
               con tal que mi amor pasado, 
               ya que el gusto no ha logrado 
               logre al menos la venganza; 
                  porque, o no ha de dar la mano 
               Leonor, pues que me ofendió, 
               al falso don Diego, o yo 
               no la he de dar a su hermano. 
CONSTANZA:        Don Juan viene.


Sale don JUAN


JUAN:                              Ya, Teodora,
               mira mi ardiente deseo
               dispuesto el dichoso empleo
               que en Leonor mi pecho adora,
                  pues que no estorba el suceso
               de don Diego mi cuidado;
               que en Madrid se ha divulgado
               que por privarle de seso
                  la gota coral, cayó
               del balcón; y yo con esto,
               que se publique he dispuesto
               que don Sancho le curó
                  por amigo y por piadoso,
               y que se erró la opinión
               que atribuyó la ocasión
               a ser de Leonor esposo.
                  Y así, ya lo que impedia 
               mi dicha cesó, y estoy 
               ya determinado, y hoy 
               ha de ser esposa mía;
                  que pues me admite Leonor, 
               siendo quien es, por su dueño, 
               no llegó a mayor empeño 
               con don Diego su favor.
TEODORA:          Dices bien; que es necedad 
               pensar que la que es honrada, 
               por más que esté enamorada, 
               ofenda su honestidad
                  antes que al tálamo llegue; 
               y los que dan a entender 
               que ha habido noble mujer 
               que sin ser querida ruegue,
                  o en palabras confïada 
               pierda la prenda mejor, 
               o no saben qué es honor, 
               o pretenden que enseñada
                  la de mejor calidad 
               de un ejemplar tan injusto, 
               fácilmente por el gusto 
               desprecie la honestidad.
JUAN:             Dices bien.
TEODORA:                       Y con razón
               te resuelves.
JUAN:                       Que la mano
               le des, Teodora, a su hermano
               me ha puesto por condición
                  solamente.
TEoDoRA:                     Y yo quería,
               para dársela, poner
               por condición que ha de ser
               ella tu esposa.
JUAN:                           Ya es mía,
                  pues determinada estás.
TEODORA:       Si estoy, don Juan, y por ti 
               hago poco, pues por mí 
               has hecho tú mucho más;
                  pues la prolija ocasión 
               que a tus pesares he dado 
               por don Diego, has perdonado.
JUAN:          Pues a don Sancho Girón
                  parto a buscar al momento; 
               que, por ventura, en palacio 
               estará con más espacio 
               que cabe en mí sufrimiento;
                  que nuestra dichosa suerte 
               sólo se ha de dilatar 
               lo que yo puedo tardar 
               en volver, con él, a verte. 


Vase don JUAN


CONSTANZA:        ¿Esto es hecho?
TEODORA:                         Sí, Constanza,
               esto es hecho. Ya perdió
               don Diego a las dos, y yo
               he logrado mi venganza.
                  Prevénme joyas y galas; 
               que a mi amor, para ocultar 
               del corazón el pesar, 
               dorarle quiero las alas.
                  Daré, ostentando contento, 
               a don Sancho galardón, 
               a don Juan satisfación, 
               y a don Diego sentimiento.
CONSTANZA:        De tan lucidos colores 
               pienso adornarte, señora, 
               que envidie la misma Flora 
               las mentiras de tus flores.
TEODORA:          El disgusto lisonjeo 
               de mi desdichado amor, 
               como don Diego y Leonor 
               no consigan su deseo.


Salen el MARQUÉS y don DIEGO. Los dos hablan
a la puerta


MARQUÉS:          Seguro la podéis ver; 
               que yo, si don Juan volviere, 
               le detendré.
DIEGO:                     (Quien ya muere,       Aparte
               ¿qué peligro ha de temer?)


Vase el MARQUÉS


                  Teodora, la más crüel...
TEODORA:       Don Diego, el más fementido, 
               el más falso, el más mudable, 
               el más ingrato que ha visto 
               el ámbito de los cielos 
               y el discurso de los siglos, 
               ¿qué quieres?, ¿qué quieres? 
               ¡Vete vete, que ya me has perdido!
DIEGO:         Escucha.
TEODORA:                 No hay que escucharte
               Ya estoy resuelta, enemigo;
               ni oír tus descargos quiero,
               ni te remedia decirlos.
               Ya de mis labios el sí
               don Sancho Gírón ha oído,
               y para darle la mano
               le aguardo ya, y con el mismo
               intento a don Juan espera
               tu Leonor; que lo has perdido
               todo, por quererlo todo.
               ¿Qué aguardas, pues? Que ya el brío
               de don Sancho, escarmentado
               y sangriento, has conocido;
               y si mi honor no te obliga, 
               te ha de obligar tu peligro.
DIEGO:         ¿Hay más morir que morir? 
               Pues si ya al tormento esquivo 
               de tu mudanza y rigor 
               doy los últimos suspiros, 
               ¿qué peligros me amenazas? 
               Antes, del agudo filo, 
               el golpe será piadoso, 
               si del tirano martirio 
               de una muerte dilatada 
               con él, Teodora, me libro; 
               que es estar siempre muriendo 
               vivir y haberte perdido. 
               Óyeme, pues, si deseas 
               que me vaya; que te estimo 
               tanto, que a satisfacerte 
               o a morir me determino; 
               no porque a tu blanca mano 
               las esperanzas animo; 
               mas por cumplir con quien soy, 
               que me infamo si permito que 
               me publiques ingrato, 
               cuando noble me publico. 
               Atiende, pues, sin que el riesgo 
               de mis fieros enemigos 
               te divierta; que en la calle 
               queda quien sabrá impedirlo.
TEODORA:       Di, pues, di, pues.
DIEGO:                             Tú me acusas
               de que a Leonor he querido.
TEODORA:       ¿Con qué puedes disculparte?
DIEGO:         Con el precepto preciso 
               que de ocultar nuestro amor 
               por tu fama y mi peligro 
               te escuché, de que avisado 
               Campana, por haber visto 
               que Leonor lo sospechaba, 
               con esa ficción la quiso
               deslumbrar.
TEODORA:                   ¿A tu crïado
               atribuyes tu delito? 
               ¡Qué poca memoria tienes 
               para mentir! ¿No te dijo 
               en mi presencia Leonor 
               que leyó en tus labios mismos 
               finezas que la obligaron 
               a rendirte el albedrío?
DIEGO:         Es verdad; mas ya empeñada 
               del pensamiento fingido 
               Leonor, juzgué que era menos 
               el daño de proseguirlo 
               que el riesgo de declararlo; 
               pues ya que el error se hizo, 
               de burlada se ofendiera 
               y esforzara los indicios; 
               pues desengañar su amor 
               era declarar el mío.
TEODORA:       Buena disculpa, si hubiera 
               prevenídome tu aviso 
               de su engaño.
DIEGO:                      Nunca fue
               posible verme contigo
               para darte cuenta de ello,
               desde que empecé a fingirlo
               hasta el instante infeliz
               en que mi suerte, al principio
               de tanta gloria, en don Sancho
               tanta pena me previno.
TEODORA:       Yo quiero pasar por eso. 
               ¿Cómo, cuando Leonor dijo 
               que era tu esposa, callaste?
DIEGO:         ¿Pude yo, si con decirlo 
               mi vida te reservaba; 
               pude yo, si con peligro 
               de su honor la defendía 
               del acero ejecutivo; 
               pude yo, si nuestro amor 
               dejaba así desmentido; 
               y, al fin, pude yo, si ya 
               en mortal púrpura tinto, 
               para suspirar apenas
               respiraba el pecho frío, 
               desmentirla?
TEODORA:                    Ya que entonces
               causasen esos motivos
               tu silencio, ¿no dio al cielo
               el sol dilatados giros
               mientras cobrabas salud,
               en que mil veces nos vimos,
               y callaste? Esto no tiene
               descargo, no, fementido.
DIEGO:         Sí tiene.
TEODORA:                 Pues si lo tiene,
               don Diego, no quiero oírlo.
               ¡Vete, vete!
DIEGO:                        Sin dejarte
               satisfecha, ya te he dicho
               que no he de salir de aquí.
TEODORA:       Si con eso has de irte, digo 
               que estoy satisfecha ya. 
               ¿Qué esperas, pues?
DIEGO:                             ¿Qué aspid libio
               cerró con tanta crueldad
               al encanto los oídos,
               como a mis disculpas tú?
               ¿Qué engañoso cocodrillo,
               como tú, con voz humana
               muerte inhumana previno,
               pues satisfecha te finges,
               cuando enemiga te miro?
               Dime tú, si de Leonor
               te dijera el desvarío,
               cuando a su lado me veías
               gozar de los beneficios
               de su hospedaje y su amor,
               ¿qué inquietudes, que delirios,
               que tormentos, qué furores,
               qué celos, qué desatinos
               te causara, sin poder
               por entonces impedirlos
               con mi ausencia, pues ponía
               la crueldad de mi destino,
               con las heridas del pecho, 
               a los pies mortales grillos?
TEODORA:       ¡Mientes, falso! Que a ser ésa 
               la ocasión, habiendo visto 
               a Leonor tan obstinada, 
               luego que convalecido 
               te viste del accidente, 
               evitaras fugitivo 
               ocasiones a mi agravio, 
               y de su amor desperdicios; 
               y pues que no te ausentaste, 
               gustabas de ser vencido; 
               que la ejecución desea 
               quien no se esconde al peligro.
DIEGO:         ¿Qué dices? Pues, ¿fuera bien 
               que con un exceso mismo, 
               si me ausentara, perdiese 
               cuanto ganar solicito? 
               ¿No infamaba así a Leonor? 
               Y con su agravio ofendidos 
               don Sancho y don Juan, ¿no fueran 
               mis mortales enemigos? 
               Siéndolo, ¿pudiera verte?  
               ¿Fuera acertado arbitrio 
               que dejándoles con eso 
               de nuestro amor advertidos, 
               te expusiese a sus disgustos 
               por evitar yo los míos? 
               Y, al fin, la fineza vil 
               de ausentarme fugitivo, 
               ¿qué opinión me diera, 
               cuando por merecerte la estimo?
TEODORA:       Pues, ¡no reparaste en eso 
               por salir al desafío 
               por Leonor, y reparaste 
               para ser firme conmigo! 
               Mira cuánta diferencia, 
               cuánta ventaja colijo 
               de lo que Leonor te obliga, 
               falso, a lo que yo te obligo; 
               que por sus celos tuviste
               alas para el precipicio 
               del balcón, y por mi amor 
               tuviste en la puerta grillos.
DIEGO:         Dices bien que grillos tuve, 
               por tu amor apetecidos; 
               que era más daño perderte 
               libre, que verme cautivo. 
               Dices mal que por Leonor 
               alas calzo y vientos piso, 
               cuando por mi honor, y no 
               por su amor, me precipito; 
               que no te quiero negar, 
               supuesto que lo has sabido 
               por el papel que Campana 
               te dio incauto, el desafío. 
               Mas fueron méritos ambos 
               los que tú juzgas delitos, 
               porque en hüir por tu amor, 
               hiciera un exceso indigno 
               de quien soy; que nunca huyendo 
               negocian los que han nacido 
               honrados; y en no salir 
               por Leonor al desafío, 
               infamara mi valor; 
               que aunque sin razón sentido, 
               si bien con ella engañado 
               de lo que la fama dijo, 
               me desafió el marqués, 
               la ley del duelo no quiso 
               que el engaño de la causa 
               reservase del peligro. 
               Mira, pues, si no saliera, 
               si fuera de amarte digno, 
               retado y no satisfecho, 
               no vengado y ofendido. 
               Mas, ¿para qué satisfago 
               a estos cargos tan prolijos, 
               si he visto ya que deseas 
               más hallarlos que sentirlos? 
               ¿No le dije en tu presencia 
               a Leonor que el albedrío
               violentarme pretendía? 
               Y en la suya, ¿no te dijo 
               mi lengua que eras mi dueño? 
               Pues, ¿por qué buscas indicios 
               de culpas, si con probanzas 
               mis finezas acredito?
TEODORA:       ¡Calla, calla! ¿Por tan necia 
               me tienes, que no colijo
               --pues juntamente con dar 
               a Leonor esos desvíos, 
               aguardabas de entregarle 
               la mano el lance previsto-- 
               que eran fingidos desdenes, 
               tratados y prevenidos 
               con ella, los que le hiciste, 
               sólo por cumplir conmigo?
DIEGO:         ¿Que pueda tanto la fuerza 
               de mi contrario destino, 
               que dicte a un pecho tan noble 
               tan maliciosos jüicios? 
               ¡Ingrata, di, di, crüel, 
               que con tan sutil estilo, 
               por negar mudanzas tuyas, 
               arguyes agravios míos! 
               Puesto que Leonor me adora, 
               y que don Sancho ha querido 
               que yo la mano le dé, 
               ¿por quién queda?  ¿Por quién? Dílo. 
               ¿No queda por mí? Si yo 
               la amara y fueran fingidos 
               los desdenes que le he dado 
               sólo por cumplir contigo, 
               agora ya, ¿qué esperara, 
               después de haber entendido 
               que tú entiendes que lo son, 
               y que sin fruto los finjo? 
               ¿Y más cuando las ofensas 
               que me has hecho y que me has dicho,
               disculpándome mudado,
               me merecen vengativo?
               ¿No me entrara por sus puertas?    
               ¿No cumpliera mis designios?
               ¿Diérate satisfaciones?
               ¿Aguardara tus desvíos?
               Pues si la dejo y te busco,
               si de ella huyo y te sigo,
               si te adoro y la desprecio,
               si te ruego y le resisto,
               ¿cómo, di, negarte puedes
               satisfecha?  O, ¿qué delitos
               me arguyes por disculpar 
               agravios tan conocidos?
               ¡Di que te has mudado, falsa,
               di que don Sancho es más rico,
               di que yo soy desdichado,
               di que tu amor fue fingido,
               di que yo no te merezco;
               que esto yo también lo digo;
               y no desmientas finezas,
               cuyos sentimientos vivos
               hubieran hecho señal   
               en las entrañas de un risco!
TEODORA:       (¡Ay de mi!)                        Aparte
DIEGO:                     ¿Callas, Teodora?
               ¿Estás satisfecha? Dílo.
TEODORA:       (¿Qué importa, si cuando a tantas      Aparte
               satisfacioncs me rindo,
               tan empeñado a don Juan,
               a mí y a don Sancho miro,
               pues en fe de que le he dado
               tan resuelta el sí, ha partido
               para el efeto a llamarle?     
               ¡Mal haya mi desatino,
               pues quien se arroja celoso,
               no remedia arrepentido!)
DIEGO:         ¿Cómo enmudeces, Teodora?
               ¿Que pueda tu pecho esquivo
               no confesarse obligado,
               mostrándose convencido?
               Mas pues lo estás, y a esto sólo,
               y no a merecerte, aspiro,
               ¡quédate con Dios, ingrata, 
               que partirme determino 
               a Flandes, donde arrojado 
               a los mayores peligros, 
               o ya bala voladora, 
               o ya blandiente cuchillo, 
               del corazón con el alma 
               arranque un amor que ha sido 
               mal premiado por ser tuyo, 
               desdichado por ser mío!


Quiere irse


TEODORA:          ¡Tente!
DIEGO:                   ¡Aparta!
TEODORA:                         ¿No me oirás?
DIEGO:         ¡Suelta, que ya me has perdido!
TEODORA:       ¡Dame cortés el oído, 
               si amante no me le das!
DIEGO:            ¿Para darme nueva herida 
               pones al arco otra flecha? 
               ¡Suelta!
TEODORA:                 Ya estoy satisfecha.
DIECO:         Pues con esto es mi partida 
                  más cierta ya.
TEODORA:                         Si te vas
               habiéndome satisfecho,
               entenderé que lo has hecho
               para matarme no más.
DIEGO:            Pues, ¿que quieres?
TEODORA:                              ¡Ay de mi!
               ¿Que puedo querer? Que muero
               por no poder lo que quiero.


Sale CAMPANA


CAMPANA:       ¿Cómo estas, señor, aquí

                  tan seguro y descuidado? 
               Trata de escaparte.
DIEGO:                             Pues
               ¿qué hay de nuevo?
CAMPANA:                         Que al Marqués
               he visto, señor, cansado
                  de entretener en la calle  
               a don Sancho y a don Juan.
DIEGO:         ¿Que impotta?  ¡Verigan! 
CAMPANA:                                Sí, harán.
               Ya entrarán; que sin bastalle
                  mil trazas con que el marqués
               alejarlos ha intentado
               --que sin duda han sospechado
               la causa--están ya los tres
                  casi a los mismos umbrales
               de esta casa.
TEODORA:                      ¡Ay, desdichada!    
DIEGO:         Si tú estás determinada,
               hoy el fin de nuestros males,
                  señora, y vuestra inhumana
               fortuna, verás vencida.
               Al marqués di que no impida
               la entrada a los dos, Campana;
                  pero que él siga sus pasos.
CAMPANA:       ¿Cómo se lo he de decir?
DIEGO:         Los ojos suelen servir
               de lenguas en tales casos.
CAMPANA:          Dices bien; señas le haré. 


Vase CAMPANA


TEODORA:       ¿Qué disculpas me valdrán, 
               hallándote aquí?
DIEGO:                          Ya están
               los quilates de tu fe
                  puestos al crisol, Teodora;
               muestren aquí su fineza;
               que si acaso la grandeza
               y la autoridad agora
                  no bastare del marqués
               a obligarlos--¡vive Dios!--
               que hemos de mostrar los dos, 
               si ya me pudieron tres
                  teñir en sangriento humor
               en el pasado suceso,
               que fue del número exceso,
               no ventaja del valor.


Salen doña LEONOR e INÉS


LEONOR:           (Mi venganza conseguí,         Aparte
               pues viene ya a dar la mano
               a mi enemiga mi hermano. 
               ¡Pero don Diego está aquí!)
                  ¿Así a don Sancho Girón     
               cumples lo que has prometido,
               Teodora? ¿Así habéis cumplido,
               don Diego, la obligación
                  en que mi hermano os ha puesto?
DIEGO:         ¿Que aún no de tu loco amor
               te arrepintieron, Leonor,
               mis desengaños?
TEODORA:                      (Con esto           Aparte
                  quedo vengada y contenta.)
               Haz lo que te toca a ti;
               que lo que yo prometí, 
               corre, Leonor, por mi cuenta.


Salen el MARQUÉS, don JUAN, don SANCHO, y CAMPANA


JUAN:             Pues quiere vueseñoría 
               honrarnos, será padrino 
               de dos bodas.
SANCHO:                    (Yo imagino,           Aparte
               pues importuno porfía,
                  que otros intentos le mueven.)
JUAN:          ¿Don Diego está aqui?
SANCHO:                             (No ha sido   Aparte
               el recelo que he tenido 
               en vano.)
JUAN:                    ¿Cómo se atreven
                  a este cuarto vuestras plantas,
               don Diego, en ausencia mía?
CAMPANA:       (¡Aquí es ello!)                  Aparte
DIEGO:                         ¿Cumpliría
               con obligaciones tantas
                  como los lances pasados
               me han puesto, si no volviese
               a donde os satisfaciese?
SANCHO:        Satisfechos y obligados 
                  nos dejárades, don Diego, 
               con no volvernos a ver, 
               mucho más que con volver 
               a dar alimento al fuego; 
                  que aún hay centellas 
               en mí de la pasada ocasión.
MARQUÉS:       Señor don Sancho Girón, 
               advertid que estoy aquí; 
                  y entre tales caballeros 
               no ha de sufrir mi presencia 
               ni ventaja ni violencia 
               de palabras ni de aceros.
DIEGO:            Don Sancho y don Juan, oíd. 
               Ya habéis visto que he excusado 
               con sufrimiento y cuidado 
               dar qué decir en Madrid; 
                  que no es bien que de los hombres 
               que nacieron principales 
               conozcan los tribunales, 
               en casos de honor, los nombres. 
                  Las leyes del casamiento 
               pronuncia la voluntad; 
               de Teodora consultad 
               el libre consentimiento; 
                  que si tan alta ventura 
               pensáis que he de merecer, 
               mil vidas he de perder 
               primero que su hermosura; 
                  y si imagináis que no
               no tenéis qué recelar, 
               pues de ello vendré a quedar 
               desairado sólo yo.
MARQUÉS:          Don Diego pide razón.  


A don JUAN


SANCHO:        Don Juan, yo temo...
JUAN:                              Ofendéis
               su calidad si ponéis
               duda en su resolución.
                  Teodora es hermana mía, 
               y la fe que nos ha dado 
               cumplirá.
SANCHO:                  Pues mi cuidado 
               en vos y en ella se fía.


A don JUAN


LEONOR:           Mirad lo que hacéis, don Juan. 
               que ha de elegir a don Diego.
JUAN:          ¿Que aun aquí de tu amor ciego 
               indicios tus celos dan?
LEONOR:           Que me perdáis de esa suerte 
               es sólo lo que recelo.
JUAN:          (Yo me holgaré, ¡vive el cielo,   Aparte
               por vengarme de perderte.)
                  Don Diego, los dos estamos
               conformes en vuestro intento.
               A saber tu pensamiento
               sólo, Teodora, aguardamos.
                  Mira tus obligaciones,
               y dinos tu voluntad.
MARQUÉS:       No ponga a tu libertad
               el temor vanas prisiones,
                  pues que presente me ves
               y te ofrezco mi favor.
LEONOR:        (¡Que tome de mi rigor              Aparte
               venganza en esto el marqués!)
TEODORA:          Cuando ofensas engañadas
               a ciegos efetos mueven,
               don Juan, cumplirse no deben  
               palabras precipitadas.
                  La verdadera y forzosa,
               pues que primero la di,
               gozó don Diego, y así
               la cumplo siendo su esposa. 


Dale la mano


CAMPANA:          (¡Arrojóse, vive Dios!         Aparte
JUAN:          ¿Tal sufro?
SANCHO:                    ¡Ah, falsa Teodora,
DIEGO:         Ésta es mi mano, señora.
MARQUÉS:       Y ésta sola de los dos
                  las vidas defenderá 
               si alguno intenta ofendellas.
JUAN:          Mal puede vengarse en ellas
               quien por su palabra está
                  a consentir obligado.
LEONOR:        (Del marqués me he de vengar;          Aparte
               que a don Juan he de pagar
               a sus ojos su cuidado.)
                  En este efeto, don Juan,
               y en que la mano os ofrezco
               veréis ya que no merezco    
               el título que me dan
                  vuestros labios de engañosa.
JUAN:          (Pues su fama ha asegurado         Aparte
               haber a don Diego dado
               Teodora, mano de esposa,
                  lograré mi penamiento.)
               Con tanta nieve, Leonor,
               templanza siente el ardor
               y lisonja el sentimiento. 


Dale la mano


                  Don Sancho, del mal, lo menos. 
SANCHO:        Del bien lo más, pues que gana 
               tanto en ser vuestra mi hermana.
CAMPANA:       (Los dos han quedado buenos.)      Aparte
MARQUÉS:          (Vengóse de mí Leonor.)
CAMPANA:       Inés, mira que Constanza 
               me hace el brindis.
INÉS:                             Tu esperanza
               cumple de celos mi amor.
                  Tuya soy.
CAMPANA:                    Los que han quedado
               en esta ocasión de nones,
               ¿qué han de hacer?
DIEGO:                             Pedir perdones 
               de las faltas al senado.



FIN DE LA COMEDIA