GERTRUDIS  GÓMEZ DE AVELLANEDA

 

 

ANTOLOGÍA POÉTICA

 

 

Índice

* Antología poética

o Al partir

Soneto

o La vuelta a la patria

Saludo

o A un cocuyo

o A él

o A él

o Soneto

Imitando una oda de safo

o Significado de la palabra yo amé

Imitación de Parny

o Al Excmo. Sr. Don Pedro Sabater

o Elegía I

Después de la muerte de mi marido

o Elegía II

o Mi mal

Soneto

o Epitafio

Para grabarse en la tumba de un escéptico

Imitación de Parny

o A la luna

o La noche de insomnio y el alba

Fantasía

o Los duendes

Imitación de Víctor Hugo

o El recuerdo importuno

Soneto

o A la luna

Imitación de Byron

o Al destino

o Las contradicciones

Imitación de Petrarca

Soneto

o A una joven madre

En la pérdida de su hijo

o Romance

Contestando a otro de una señorita

o La clemencia

o El canto de Altabiscar

o Al árbol de Guernica

o Al pendón castellano

o Polonia

Traducción libre de Víctor Hugo

o A Francia

Al tratarse de la traslación de los restos de Napoleón a París

o El porqué de la inconstancia

A mi amigo...

o En la muerte del laureado poeta señor don Manuel José Quintana

o A un amigo

Encargado por la dirección de un periódico de la crítica de una comedia sátira

o Las siete palabras

Y María al pie de la cruz

o Al nombre de Jesús

Soneto

o A Dios

Soneto

o La pesca en el mar

o Cuartetos escritos en un cementerio

o A las estrellas

Soneto

o A él

o A****

o A la poesía

 

Índice alfabético 

* Al cielo ofreciendo del mundo el rescate

* Bástete ¡oh Francia! la atronante gloria

* Cánticos de tus vírgenes sagradas

* Cantos de regocijo y de victoria

* ¡Cómo! ¿Tan gran perturbación te asedia

* Contra mi sexo te ensañas

* Con yo amé dice cualquiera

* Dime, luz misteriosa

* En la aurora lisonjera

* En vano ansiosa tu amistad procura

* Era la edad lisonjera

* Escrito estaba, sí: se rompe en vano

* Es grata al caminante en noche fría

* ¡Feliz quien junto a ti por ti suspira!

* He aquí el asilo de la eterna calma

* Iba tendiendo su luctuoso manto

* La pintura que hacéis prueba evidente

* ¡Mirad! ya la tarde fenece...

* Noche

* No encuentro paz, ni me permiten guerra

* ¿No es delirio, Señor? Tú, el absoluto

* No existe lazo ya: todo está roto

* No existe lazo ya: todo está roto

* No soy maga ni sirena

* ¡Oh tú, del alto cielo

* Otra vez llanto, soledad, tinieblas...

* Palacios y chozas

* ¡Perla del mar! ¡Cuba hermosa!

* ¡Perla del mar! ¡Estrella de Occidente!

* ¿Por qué lloras ¡oh Emilia! con dolor tanto?

* Reina el silencio; fúlgidas en tanto

* ¡Salve, oh pendón ilustre de Castilla

* ¿Serás del alma eterna compañera

* Sola al pie de la torre, donde la voz tonante

* ¡Sol del que triste vela!

* Súbito se alza un grito en las montañas

* Tú, que rigiendo de la noche el carro

* Tus cuerdas de oro en vibración sonora

* Tuvo el que yace aquí cordura extrema

Antología poética

Gertrudis Gómez de Avellaneda

 

 

 

Al partir

Soneto

                                        

   ¡Perla del mar! ¡Estrella de Occidente!

 

 

¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo

 

 

La noche cubre con su opaco velo,

 

 

Como cubre el dolor mi triste frente.

 

 

   ¡Voy a partir! La chusma diligente,

5

 

Para arrancarme del nativo suelo

 

 

Las velas iza, y pronta a su desvelo

 

 

La brisa acude de tu zona ardiente.

 

 

   ¡Adiós, patria feliz, edén querido!

 

 

¡Doquier que el hado en su furor me impela,

10

 

Tu dulce nombre halagará mi oído!

 

 

¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela...

 

 

El ancla se alza... el buque, estremecido,

 

 

Las olas corta y silencioso vuela!

 

 

 

 

 

La vuelta a la patria

Saludo

 

   ¡Perla del mar! ¡Cuba hermosa!

 

 

Después de ausencia tan larga

 

 

Que por más de cuatro lustros

 

 

Conté sus horas infaustas,

 

 

   Torno al fin, torno a pisar

5

 

Tus siempre queridas playas,

 

 

De júbilo henchido el pecho,

 

 

De entusiasmo ardiendo el alma.

 

 

   ¡Salud, oh tierra bendita,

 

 

Tranquilo edén de mi infancia,

10

 

Que encierras tantos recuerdos

 

 

De mis sueños de esperanza!

 

 

   ¡Salud, salud, nobles hijos

 

 

De aquesta mi dulce patria!

 

 

¡Hermanos, que hacéis su gloria!

15

 

¡Hermanas, que sois su gala!

 

 

   ¡Salud!... Si afectos profundos

 

 

Traducir pueden palabras,

 

 

Por los ámbitos queridos

 

 

Llevad, -¡brisas perfumadas,

20

 

   Que habéis mecido mi cuna

 

 

Entre plátanos y palmas!-

 

 

Llevad los tiernos saludos

 

 

Que a Cuba mi amor consagra.

 

 

   Llevadlos por esos campos

25

 

Que vuestro soplo embalsama,

 

 

Y en cuyo ambiente de vida

 

 

Mi corazón se restaura:

 

 

   Por esos campos felices,

 

 

Que nunca el cierzo maltrata,

30

 

Y cuya pompa perenne

 

 

Melifluos sinsontes cantan.

 

 

   Esos campos do la ceiba

 

 

Hasta las nubes levanta

 

 

De su copa el verde toldo,

35

 

Que grato frescor derrama:

 

 

   Donde el cedro y la caoba

 

 

Confunden sus grandes ramas,

 

 

Y el yarey y el cocotero

 

 

Sus lindas pencas enlazan

40

 

   Donde el naranjo y la piña

 

 

Vierten al par su fragancia;

 

 

Donde responde sonora

 

 

A vuestros besos la caña;

 

 

   Donde ostentan los cafetos

45

 

Sus flores de filigrana,

 

 

Y sus granos de rubíes

 

 

Y sus hojas de esmeraldas.

 

 

   Llevadlos por esos bosques

 

 

Que jamás el sol traspasa,

50

 

Y a cuya sombra poética,

 

 

Do refrescáis vuestras alas,

 

 

   Se escucha en la siesta ardiente

 

 

-Cual vago concento de hadas

 

 

La misteriosa armonía

55

 

De árboles, pájaros, aguas,

 

 

   Que en soledades secretas,

 

 

Con ignotas concordancias,

 

 

Susurran, trinan, murmuran,

 

 

Entre el silencio y la calma.

60

 

   Llevadlos por esos montes,

 

 

De cuyas vírgenes faldas

 

 

Se desprenden mil arroyos

 

 

En limpias ondas de plata.

 

 

   Llevadlos por los vergeles,

65

 

Llevadlos por las sabanas

 

 

En cuyo inmenso horizonte

 

 

Quiero perder mis miradas.

 

 

   ¡Llevadlos férvidos, puros,

 

 

Cual de mi seno se exhalan

70

 

-Aunque del labio el acento

 

 

A formularlos no alcanza,

 

 

   Desde la punta Maisí

 

 

Hasta la orilla del Mantua;

 

 

Desde el pico de Tarquino

75

 

A las costas de Guanaja!

 

 

   Doquier los oiga ese cielo,

 

 

Al que otro ninguno iguala,

 

 

Y a cuya luz, de mi mente

 

 

Revivir siento la llama:

80

 

   Doquier los oiga esta tierra

 

 

De juventud coronada,

 

 

Y a la que el sol de los trópicos

 

 

Con rayos de amor abrasa:

 

 

   Doquier los hijos de Cuba

85

 

La voz oigan de esta hermana,

 

 

Que vuelve al seno materno

 

 

-Después de ausencia tan larga

 

 

   Con el semblante marchito

 

 

Por el tiempo y la desgracia,

90

 

Mas de gozo henchido el pecho,

 

 

De entusiasmo ardiendo el alma.

 

 

   Pero ¡ah! decidles que en vano

 

 

Sus ecos le pido a mi arpa;

 

 

Pues sólo del corazón

95

 

Los gritos de amor se arrancan.

 

 

 

 

 

A un cocuyo

 

   Dime, luz misteriosa,

 

 

Que ante mis ojos vagas,

 

 

Y mi interés despiertas,

 

 

Y mi vigilia encantas,

 

 

 

 

 

   ¿Eres quizás del cielo

5

 

Lumbrera destronada,

 

 

Que por la tierra mísera

 

 

Peregrinando pasas?

 

 

 

 

 

   ¿Eres un genio o silfo

 

 

De nuestra virgen patria,

10

 

Que de su joven vida

 

 

Contienes la ígnea savia?

 

 

 

 

 

   ¿Eres de un ser querido

 

 

Quizás errante ánima,

 

 

Que a demandarme vienes

15

 

Recuerdos y plegarias;

 

 

 

 

 

   O bien fulgente chispa

 

 

De las brillantes alas

 

 

Con que sostiene al triste

 

 

La célica esperanza?

20

 

 

 

 

   No sé; mas cuando luces

 

 

Hermosa a mis miradas,

 

 

De tropicales noches

 

 

En la solemne calma,

 

 

 

 

 

   -Ya exhalación perdida

25

 

Cruces la esfera diáfana,

 

 

Ya cual la brisa juegues

 

 

Meciéndote en las cañas;

 

 

 

 

 

   Ya cual diamante puro

 

 

Te engastes en las palmas,

30

 

Cuyo susurro imitas,

 

 

Cuyo verdor esmaltas;-

 

 

 

 

 

   Paréceme que siento

 

 

Revelación extraña

 

 

De místicos amores

35

 

Entre tu brillo y mi alma.

 

 

 

 

 

   Paréceme que existen

 

 

Secretas concordancias

 

 

Entre el afán que oculto

 

 

Y entre el fulgor que exhalas.

40

 

 

 

 

   ¡Oh, pues, lucero o silfo,

 

 

Ánima o genio, lanza

 

 

Más vívidos destellos

 

 

Mientras mi voz te canta!

 

 

 

 

 

   Los sones de mi ¡ira,

45

 

Las chispas de tu llama,

 

 

Confúndanse y circulen

 

 

Por montes y sabanas,

 

 

 

 

 

   Y suban hasta el cielo

 

 

Del campo en la fragancia,

50

 

Allá do las estrellas

 

 

Simpáticas los llaman

 

 

 

 

 

   ¡Allá do el trono asienta

 

 

El que comprende y tasa

 

 

De toda luz la esencia,

55

 

De todo afán la causa!

 

 

 

 

 

A él

 

   No existe lazo ya: todo está roto:

 

 

Plúgole al cielo así: ¡bendito sea!

 

 

Amargo cáliz con placer agoto:

 

 

Mi alma reposa al fin: nada desea.

 

 

 

 

 

   Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:

5

 

¡Nunca, si fuere error, la verdad mire!

 

 

Que tantos años de amarguras llenos

 

 

Trague el olvido; el corazón respire.

 

 

 

 

 

   Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo

 

 

Una vez y otra vez pisaste insano...

10

 

Mas nunca el labio exhalará un murmullo

 

 

Para acusar tu proceder tirano.

 

 

 

 

 

   De graves faltas vengador terrible,

 

 

Dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras?

 

 

No era tuyo el poder que irresistible

15

 

Postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

 

 

 

 

 

   ¡Quísolo Dios y fue: gloria a su nombre!

 

 

Todo se terminó: recobro aliento:

 

 

¡Ángel de las venganzas! ya eres hombre

 

 

Ni amor ni miedo al contemplarte siento.

20

 

 

 

 

   Cayó tu cetro, se embotó tu espada...

 

 

Mas ¡ay! ¡cuán triste libertad respiro!

 

 

Hice un mundo de ti, que hoy se anonada,

 

 

Y en honda y vasta soledad me miro.

 

 

 

 

 

   ¡Vive dichoso tú! Si en algún día

25

 

Ves este adiós que te dirijo eterno,

 

 

Sabe que aún tienes en el alma mía

 

 

Generoso perdón, cariño tierno.

 

 

 

 

 

A él

 

   En la aurora lisonjera

 

 

De mi juventud florida,

 

 

En aquella edad primera

 

 

-Breve y dulce primavera,

 

 

De tantas flores vestida-

5

 

 

 

 

   Recuerdo que cierto día

 

 

Vagaba con lento paso

 

 

Por una floresta umbría,

 

 

Mientras que el sol descendía

 

 

Melancólico a su ocaso.

10

 

 

 

 

   Mi alma -que el campo enajena-

 

 

Se agitaba en vago anhelo,

 

 

Y en aquella hora serena

 

 

-De místico encanto llena

 

 

Bajo del tórrido cielo-

15

 

 

 

 

   Me pareció que el sinsonte

 

 

Que sobre el nido piaba;

 

 

Y la luz que acariciaba

 

 

La parda cresta del monte,

 

 

Cuando apacible espiraba;

20

 

 

 

 

   Y el céfiro, que al capullo

 

 

Suspiros daba fugaz;

 

 

Y del arroyo el murmullo,

 

 

Que acompañaba el arrullo

 

 

De la paloma torcaz;

25

 

 

 

 

   Y de la oveja el balido,

 

 

Y el cántico del pastor,

 

 

Y el soñoliento rumor

 

 

Del ramaje estremecido

 

 

¡Todo me hablaba de amor!

30

 

 

 

 

   Yo -temblando de emoción-

 

 

Escuché concento tal,

 

 

Y en cada palpitación

 

 

Comprendí que el corazón

 

 

Llamaba a un ser ideal.

35

 

 

 

 

   Entonces ¡ah! de repente,

 

 

-No como sombra de un sueño,

 

 

Sino vivo, amante, ardiente

 

 

Se presentó ante mi mente

 

 

El que era su ignoto dueño.

40

 

 

 

 

   Reflejaba su mirada

 

 

El azul del cielo hermoso;

 

 

No cual brilla en la alborada,

 

 

Sino en la tarde, esmaltada

 

 

Por tornasol misterioso.

45

 

 

 

 

   Ni hercúlea talla tenía,

 

 

Mas esbelto -cual la palma-

 

 

Su altiva cabeza erguía,

 

 

Que alumbrada parecía

 

 

Por resplandores del alma.

50

 

 

 

 

   Yo, en profundo arrobamiento,

 

 

De su hálito los olores

 

 

Cogí en las alas del viento,

 

 

Mezclado con el aliento

 

 

De las balsámicas flores;

55

 

 

 

 

   Y hasta su voz percibía

 

 

-Llena de extraña dulzura-

 

 

En toda aquella armonía

 

 

Con que el campo despedía

 

 

Del astro rey la luz pura.

60

 

 

 

 

   ¡Oh alma! di: ¿quién era aquel

 

 

Fantasma amado y sin nombre?

 

 

¿Un genio? ¿un ángel? ¿un hombre?

 

 

¡Ah! lo sabes! era él;

 

 

Que su poder no te asombre.

65

 

 

 

 

   Volaban los años, y yo vanamente

 

 

Buscando seguía mi hermosa visión...

 

 

Mas dio al fin la hora; brillar vi tu frente,

 

 

Y "es él", dijo al punto mi fiel corazón.

 

 

 

 

 

   Porque era, no hay duda, tu imagen querida,

70

 

-Que el alma inspirada logró adivinar-

 

 

Aquella que en alba feliz de mi vida

 

 

Miré para nunca poderla olvidar.

 

 

 

 

 

   Por ti fue mi dulce suspiro primero;

 

 

Por ti mi constante, secreto anhelar

75

 

Y en balde el destino -mostrándose fiero-

 

 

Tendió entre nosotros las olas del mar.

 

 

 

 

 

   Buscando aquel mundo que en sueños veía,

 

 

Surcolas un tiempo valiente Colón

 

 

Por ti -sueño y mundo del ánima mía-

80

 

También yo he surcado su inmensa extensión.

 

 

 

 

 

   Que no tan exacta la aguja al marino

 

 

Señala el lucero que lo ha de guiar,

 

 

Cual fija mi mente marcaba el camino

 

 

De hallar de mi vida la estrella polar.

85

 

 

 

 

   Mas ¡ay! yo en mi patria conozco serpiente

 

 

Que ejerce en las aves terrible poder...

 

 

Las mira, les lanza su soplo atrayente,

 

 

Y al punto en sus fauces las hace caer.

 

 

 

 

 

   ¿Y quién no ha mirado gentil mariposa

90

 

Siguiendo la llama que la ha de abrasar?

 

 

¿ quién a la fuente no vio presurosa

 

 

Correr a perderse sin nombre en el mar?

 

 

 

 

 

   ¡Poder que me arrastras! ¿Serás tú mi llama?

 

 

¿Serás mi océano? ¿mi sierpe serás?

95

 

¿Qué importa? Mi pecho te acepta y te ama,

 

 

Ya vida, ya muerte le aguarde detrás.

 

 

 

 

 

   A la hoja que el viento potente arrebata,

 

 

¿De qué le sirviera su rumbo inquirir?

 

 

Ya la alce a las nubes, ya al cieno la abata,

100

 

Volando, volando le habrá de seguir.

 

 

 

 

 

Soneto

Imitando una oda de safo

 

   ¡Feliz quien junto a ti por ti suspira!

 

 

¡Quien oye el eco de tu voz sonora!

 

 

¡Quien el halago de tu risa adora

 

 

Y el blando aroma de tu aliento aspira!

 

 

   Ventura tanta -que envidioso admira

5

 

El querubín que en el empíreo mora-

 

 

El alma turba, al corazón devora,

 

 

Y el torpe acento, al expresarla, espira.

 

 

   Ante mis ojos desparece el mundo,

 

 

Y por mis venas circular ligero

10

 

El fuego siento del amor profundo.

 

 

   Trémula, en vano resistirte quiero...

 

 

De ardiente llanto mi mejilla inundo,

 

 

¡Deliro, gozo, te bendigo y muero!

 

 

 

 

 

Significado de la palabra yo amé

Imitación de Parny

 

   Con yo amé dice cualquiera

 

 

Esta verdad desolante:

 

 

-Todo en el mundo es quimera,

 

 

No hay ventura verdadera

 

 

Ni sentimiento constante.-

5

 

   Yo amé significa: -"Nada

 

 

Le basta al hombre jamás:

 

 

La pasión más delicada,

 

 

La promesa más sagrada,

 

 

Son humo y viento ¡y no más!"

10

 

 

 

 

Al Excmo. Sr. Don Pedro Sabater

(Poco después marido de la autora)

Con motivo de haberle enviado a ésta

unos versos en que pretendía hacer su retrato

 

   La pintura que hacéis prueba evidente

 

 

Es del hábil pincel que la ha trazado:

 

 

En ella advierto creadora mente

 

 

Y de entusiasta amor fuego sagrado.

 

 

 

 

 

   Toques valientes, vivo colorido,

5

 

Dignidad de expresión, conjunto grato

 

 

Todo es bello, ¡oh amigo! El parecido

 

 

Sólo le falta a tan feliz retrato.

 

 

 

 

 

   En vuestro genio, sí, no en el modelo,

 

 

Esos rasgos halláis tan ideales,

10

 

Que sólo al pensamiento otorga el cielo

 

 

Engendrar en su luz bellezas tales.

 

 

 

 

 

   Si como me pintáis, así os parece

 

 

Verme, creed que a confusión me muevo;

 

 

Pues tanto vuestra mente me engrandece,

15

 

Que ni a mirarme como soy me atrevo.

 

 

 

 

 

   Regio ropaje a su placer me viste

 

 

Vuestra exaltada y rica fantasía,

 

 

Y entre tanto fulgor no sé si existe

 

 

Algo real de la sustancia mía.

20

 

 

 

 

   ¡Desdichada de mí si el tiempo alado

 

 

Se lleva en pos el fúlgido atavío,

 

 

Y halláis un día, atónito, turbado,

 

 

El esqueleto descarnado y frío!...

 

 

 

 

 

   En esta tierra de miseria y lloro

25

 

Dispensad compasión, cariño tierno;

 

 

Mas no gastéis tan pródigo el tesoro

 

 

De admiración y amor que os dio el Eterno.

 

 

 

 

 

   Lo que se cambia y envejece y pasa,

 

 

Lo que se estrecha en límites mezquinos,

30

 

No es nada para el alma -que se abrasa

 

 

Anhelando de amor goces divinos.-

 

 

 

 

 

   ¿Ventura reclamáis de mí, que en vano

 

 

Tras de su sombra consumí mi brío?...

 

 

¡A mí, del polvo mísero gusano,

35

 

Que de mi propia mezquindad me río!

 

 

 

 

 

   Queréis volar, y os arrastráis despacio,

 

 

Y en pobre cieno vuestro afán se abisma

 

 

¡Salid, salid del tiempo y del espacio

 

 

Y traspasad vuestra esperanza misma!

40

 

 

 

 

   Yo, como vos, para admirar nacida;

 

 

Yo, como vos, para el amor creada;

 

 

Por admirar y amar diera mi vida...

 

 

Para admirar y amar no encuentro nada.

 

 

 

 

 

   Siempre el límite hallé: siempre, doquiera,

45

 

La imperfección en cuanto toco y veo

 

 

No juzgo al universo una quimera,

 

 

porque en él busco a Dios, porque en Dios creo.

 

 

 

 

 

   Tú eres, ¡Señor!, belleza y poesía;

 

 

Tú solo, amor, verdad, ventura y gloria;

50

 

Todo es, mirado en Ti, luz y armonía;

 

 

Todo es, fuera de Ti, sombra y escoria.

 

 

 

 

 

   ¡Oh, desdichado quien -de juicio escaso-

 

 

Hallar la dicha en lo finito intente

 

 

Quien en turbio licor y estrecho vaso

55

 

Quiera apagar la sed que interna siente!

 

 

 

 

 

   No así jamás os profanéis, ¡oh amigo!

 

 

No en esas aras de vuestra alma bella

 

 

ídolo vano alcéis, que yo os predigo

 

 

Que con desdén y horror lo hundirá ella.

60

 

 

 

 

   Queredme bien, compadecedme y hasta:

 

 

No apreciéis cual diamante humilde arcilla:

 

 

Dadle el tesoro que jamás se gasta

 

 

A Aquel que siempre permanece y brilla.

 

 

 

 

 

   Yo no puedo sembrar de eternas flores

65

 

La senda que corréis de frágil vida;

 

 

Pero si en ella recogéis dolores,

 

 

Un alma encontraréis que los divida.

 

 

 

 

 

Yo pasaré con vos por entre abrojos;

 

 

El uno al otro apoyo nos daremos;

70

 

Y ambos, alzando al cielo nuestros ojos,

 

 

Allá la dicha y el amor busquemos.

 

 

 

 

 

   ¿Qué más podéis pedir? ¿Qué más pudiera

 

 

Ofrecer con verdad mi pobre pecho?

 

 

Ternura os doy con efusión sincera

75

 

¡De mi ídolo el altar ya está deshecho!

 

 

 

 

 

   No igual suerte me deis, ¡oh, vos, que en esta

 

 

Tierra de maldición sois mi consuelo!

 

 

¡No me queráis alzar ara funesta!

 

 

¡No me pidáis en el destierro el cielo!

80

 

 

 

 

   Vedme cual soy en mí, no en vuestra mente,

 

 

Bien que el retrato destrocéis con ira;

 

 

Que, aunque cual creación brille eminente,

 

 

Vale más la verdad que la mentira.

 

 

 

 

 

Elegía I

Después de la muerte de mi marido

 

   Otra vez llanto, soledad, tinieblas...

 

 

¡Huyó cual humo la ilusión querida!

 

 

¡La luz amada que alumbró mi vida

 

 

         Un relámpago fue!

 

 

 

 

 

   Brilló para probar sombra pasada;

5

 

Brilló para anunciar sombra futura;

 

 

Brilló para morir... y en noche oscura

 

 

         Para siempre quedé.

 

 

 

 

 

   Tras luengos años de tormenta ruda

 

 

Comenzaba a gozar benigna calma;

10

 

Mas ¡ay! que sólo por burlar el alma

 

 

         La abandonó el dolor.

 

 

 

 

 

   Así la pérfida alimaña finge

 

 

Que a su presa infeliz escapar deja,

 

 

Y con las garras extendidas, ceja

15

 

         Para asirla mejor.

 

 

 

 

 

   El que ayer era mi sostén y amparo,

 

 

Hoy de la muerte es mísero trofeo

 

 

¡Por corona nupcial me dio Himeneo

 

 

         Mustio y triste ciprés!

20

 

 

 

 

   De juventud, de amor, de fuerza henchido,

 

 

Su porvenir ¡cuán vasto parecía...

 

 

Mas la mañana terminó su día:

 

 

         ¡Ya del tiempo no es!

 

 

 

 

 

   Nada me resta, ¡oh Dios! Sus rotas alas

25

 

Pliega gimiendo mi esperanza bella

 

 

Hoy sus decretos el destino sella;

 

 

         Ya irrevocables son.

 

 

 

 

 

   Al golpe atroz que me desgarra el pecho

 

 

Quizás mi pobre vida no sucumba;

30

 

Mas con los restos que tragó esa tumba

 

 

         Se hunde mi corazón.

 

 

 

 

 

   ¡Alma noble y amante! tú, ante el trono

 

 

De la infinita paternal clemencia,

 

 

Por la que fue mitad de tu existencia

35

 

         ¡Pide, pide piedad!

 

 

 

 

 

   Baje un rayo de luz que alumbre mi alma

 

 

En este abismo de pavor profundo,

 

 

Hasta que pueda abandonar del mundo

 

 

         La inmensa soledad!

40

 

 

 

 

Elegía II

 

   Cánticos de tus vírgenes sagradas,

 

 

Que de tu amor proclaman las dulzuras,

 

 

Son esas voces que de unción colmadas,

 

 

Llegan al corazón graves y puras.

 

 

 

 

 

   Tu soberana mano ¡Ser eterno!

5

 

Me ha conducido a tan amable asilo:

 

 

Yo reconozco tu favor paterno

 

 

Y empieza el pecho a respirar tranquilo.

 

 

 

 

 

   Permite, pues, que al religioso coro

 

 

Hoy se asocie, aunque indigna, la voz mía:

10

 

Cubierta de ciprés mi lira de oro,

 

 

Para alabarte aún hallará armonía.

 

 

 

 

 

   De tu justicia el formidable azote

 

 

En mí se ensangrentó por tiempo largo;

 

 

Mas si lo quieres tú, que el labio agote

15

 

Del cáliz de la vida el dejo amargo.

 

 

 

 

 

   Prolongue a su placer mi senda triste

 

 

Tu providencia inescrutable y alta;

 

 

Que si la fe de tu bondad me asiste,

 

 

Vigor para sufrir nunca me falta

20

 

 

 

 

   Rompes mis lazos cual estambres leves;

 

 

Cuanto encumbra mi amor tu mano aterra;

 

 

Tú haces, Señor, exhalaciones breves

 

 

Las esperanzas que fundé en la tierra.

 

 

 

 

 

   Así, lo sé, tu voluntad me intima

25

 

Que sólo busque en Ti sostén y asiento;

 

 

Que cuanto el hombre en su locura estima

 

 

Es humo y polvo que dispersa el viento.

 

 

 

 

 

   Mas no condenes, ¡ah! que acerbo llanto

 

 

Riegue ese polvo que me fue querido

30

 

Bendiciendo mi voz tu fallo santo,

 

 

Deja gemir al corazón herido.

 

 

 

 

 

   El alma que a tu seno encumbró el vuelo,

 

 

Obedeciendo a tu querer, Dios mío,

 

 

Por toda herencia me dejó en el suelo

35

 

Ese sepulcro silencioso y frío.

 

 

 

 

 

   Y ni ese triste bien permite el hado

 

 

Pueda yo siempre custodiar amante

 

 

Bajo extranjero cielo abandonado

 

 

Lo he de dejar, para gemir distante.

40

 

 

 

 

   ¡Oh esposas de Jesús! Cuando aquel llegue

 

 

Forzoso instante de la ausencia impía,

 

 

Permitid ¡ay! que ese sepulcro os legue,

 

 

Y en él al corazón que os lo confía.

 

 

 

 

 

   Ya lo purificó la desventura,

45

 

Y vuestro puro afecto lo embalsama:

 

 

No olvidéis, pues, que en esa sepultura

 

 

Velando queda un corazón que os ama.

 

 

 

 

 

   Y tú, ¡Señor! que entre tus hijas santas

 

 

Hoy me toleras con piedad benigna,

50

 

Acepta con sus himnos a tus plantas

 

 

Las bendiciones de tu sierva indigna.

 

 

 

 

 

Mi mal

Soneto

A...

 

   En vano ansiosa tu amistad procura

 

 

Adivinar el mal que me atormenta;

 

 

En vano, amigo, conmovida intenta

 

 

Revelarlo mi voz a tu ternura.

 

 

   Puede explicarse el ansia, la locura

5

 

Con que el amor sus fuegos alimenta...

 

 

Puede el dolor, la saña más violenta,

 

 

Exhalar por el labio su amargura...

 

 

   Mas de decir mi malestar profundo,

 

 

No halla mi voz, mi pensamiento medio,

10

 

Y al indagar su origen me confundo:

 

 

   Pero es un mal terrible, sin remedio,

 

 

Que hace odiosa la vida, odioso el mundo,

 

 

Que seca el corazón... ¡En fin, es tedio!

 

 

 

 

 

Epitafio

Para grabarse en la tumba de un escéptico

Imitación de Parny

 

   Tuvo el que yace aquí cordura extrema:

 

 

Para evitar error dudó de todo:

 

 

La existencia de Dios puso en problema,

 

 

Y -dudando vivir- vivió a su modo.

 

 

   Cansado al fin de caos tan profundo,

5

 

Huyó por esta puerta diligente,

 

 

Para ir a preguntar al otro mundo

 

 

Lo que en éste creer cuadra al prudente.

 

 

 

 

 

A la luna

 

   Tú, que rigiendo de la noche el carro,

 

 

Sus sombras vistes de cambiantes bellos,

 

 

Dando entre nubes -que en silencio arrollas-

 

 

         Puros destellos,

 

 

 

 

 

   Para que mi alma te bendiga y ame, 

5

 

Cubre veloz tu lámpara importuna...

 

 

Cuando eclipsada mi ventura lloro,

 

 

         ¡Vélate, luna!

 

 

 

 

 

   Tú, que mis horas de placer miraste,

 

 

Huye y no alumbres mi profunda pena

10

 

No sobre restos de esperanzas muertas

 

 

         Brilles serena.

 

 

 

 

 

   Pero ¡no escuchas! Del dolor al grito

 

 

Sigues tu marcha majestuosa y lenta,

 

 

Nunca temiendo la que a mí me postra,

15

 

         Ruda tormenta.

 

 

 

 

 

   Siempre de infausto sentimiento libre,

 

 

Nada perturba tu sublime calma

 

 

Mientras que uncida de pasión al yugo,

 

 

         Rómpese mi alma.

20

 

 

 

 

   Si parda nube de tu luz celosa

 

 

Breve momento sus destellos vela,

 

 

Para lanzarla de tu excelso trono

 

 

         Céfiro vuela.

 

 

 

 

 

   Vuela, y de nuevo tu apacible frente

25

 

Luce, y argenta la extensión del cielo

 

 

¡Nadie ¡ay! disipa de mi pobre vida

 

 

         Sombras de duelo!

 

 

 

 

 

   Bástete, pues, tan superior destino;

 

 

Con tu belleza al trovador inflama;

30

 

Sobre los campos y las gayas flores

 

 

         Perlas derrama;

 

 

 

 

 

   Pero no ofendas insensible a un pecho

 

 

Para quien no hay consolación ninguna

 

 

Cuando eclipsada mi ventura lloro,

35

 

         ¡Vélate, luna!

 

 

 

 

 

La noche de insomnio y el alba

Fantasía

 

            Noche

 

 

            Triste

 

 

            Viste

 

 

            Ya,

 

 

            Aire,

5

 

            Cielo,

 

 

            Suelo,

 

 

            Mar.

 

 

            Brindándole

 

 

            Al mundo

10

 

            Profundo

 

 

               Solaz,

 

 

            Derraman

 

 

            Los sueños

 

 

               Beleños

15

 

               De paz;

 

 

            Y se gozan

 

 

            En letargo,

 

 

            Tras el largo

 

 

            Padecer,

20

 

               Los heridos

 

 

            Corazones,

 

 

            Con visiones

 

 

            De placer.

 

 

         Mas siempre velan

25

 

         Mis tristes ojos;

 

 

         Ciñen abrojos

 

 

         Mi mustia sien;

 

 

            Sin que las treguas

 

 

         Del pensamiento

30

 

         A este tormento

 

 

         Descanso den.

 

 

            El mudo reposo

 

 

         Fatiga mi mente;

 

 

         La atmósfera ardiente

35

 

         Me abrasa doquier;

 

 

            Y en torno circulan

 

 

         Con rápido giro

 

 

         Fantasmas que miro

 

 

         Brotar y crecer.

40

 

         ¡Dadme aire! Necesito

 

 

      De espacio inmensurable,

 

 

      Do del insomnio al grito

 

 

      Se alce el silencio y hable!

 

 

         Lanzadme presto fuera

45

 

      De angostos aposentos...

 

 

      ¡Quiero medir la esfera!

 

 

      ¡Quiero aspirar los vientos!

 

 

      Por fin dejé el tenebroso

 

 

   Recinto de mis paredes

50

 

   Por fin, ¡oh espíritu!, puedes

 

 

   Por el espacio volar

 

 

      Mas, ¡ay!, que la noche oscura,

 

 

   Cual un sarcófago inmenso,

 

 

   Envuelve con manto denso

55

 

   Calles, campos, cielo, mar.

 

 

   Ni un eco se escucha, ni un ave

 

 

Respira, turbando la calma;

 

 

Silencio tan hondo, tan grave,

 

 

Suspende el aliento del alma.

60

 

   El mundo de nuevo sumido

 

 

Parece en la nada medrosa;

 

 

Parece que el tiempo rendido

 

 

Plegando sus alas reposa.

 

 

   Mas ¡qué siento! ¡Balsámico ambiente

65

 

Se derrama de pronto!... El capuz

 

 

De la noche rasgando, en Oriente

 

 

Se abre paso triunfante la luz.

 

 

   ¡Es el alba! Se alejan las sombras,

 

 

Y con nubes de azul y arrebol

70

 

Se matizan etéreas alfombras,

 

 

Donde el trono se asiente del sol.

 

 

   Ya rompe los vapores matutinos

 

 

La parda cresta del vecino monte;

 

 

Ya ensaya el ave sus melifluos trinos;

75

 

Ya se despeja inmenso el horizonte.

 

 

   Tras luenga noche de vigilia ardiente

 

 

Es más bella la luz, más pura el aura

 

 

¡Cómo este libre y perfumado ambiente

 

 

Ensancha el pecho, el corazón restaura!

80

 

   Cual virgen que el beso de amor lisonjero

 

 

Recibe agitada con dulce rubor,

 

 

Del rey de los astros al rayo primero

 

 

Natura palpita bañada de albor.

 

 

   Y así, cual guerrero que oyó enardecido

85

 

De bélica trompa la mágica voz,

 

 

Él lanza impetuoso, de fuego vestido,

 

 

Al campo del éter su carro veloz.

 

 

   ¡Yo palpito, tu gloria mirando sublime,

 

 

Noble autor de los vivos y varios colores!

90

 

¡Te saludo si puro matizas las flores!

 

 

¡Te saludo si esmaltas fulgente la mar!

 

 

   En incendio la esfera zafírea que surcas,

 

 

Ya convierte tu lumbre radiante y fecunda,

 

 

Y aún la pena que el alma destroza profunda,

95

 

Se suspende mirando tu marcha triunfal.

 

 

   ¡Ay! de la ardiente zona do tienes almo asiento,

 

 

Tus rayos a mi cuna lanzaste abrasador

 

 

¡Por eso en ígneas alas remonto el pensamiento,

 

 

Y arde mi pecho en llamas de inextinguible amor! 

100

 

   Mas quiero que tu lumbre mis ansias ilumine,

 

 

Mis lágrimas reflejen destellos de tu luz,

 

 

y sólo cuando yerta la muerte se avecine

 

 

La noche tienda triste su fúnebre capuz.

 

 

   ¡Qué horrible me fuera, brillando tu fuego fecundo,

105

 

Cerrar estos ojos, que nunca se cansan de verte;

 

 

En tanto que ardiente brotase la vida en el mundo,

 

 

Cuajada sintiendo la sangre por hielo de muerte!

 

 

   ¡Horrible me fuera que al dulce murmurio del aura,

 

 

Unido mi ronco gemido postrero sonase;

110

 

Que el plácido soplo que al suelo cansado restaura,

 

 

El último aliento del pecho doliente apagase!

 

 

   ¡Guarde, guarde la noche callada sus sombras de duelo,

 

 

hasta el triste momento del sueño que nunca termina;

 

 

Y aunque hiera mis ojos, cansados por largo desvelo,

115

 

Dale, ¡oh sol! a mi frente, ya mustia, tu llama divina!

 

 

   Y encendida mi mente inspirada, con férvido acento

 

 

-Al compás de la lira sonora- tus dignos loores

 

 

Lanzará, fatigando las alas del rápido viento,

 

 

A do quiera que lleguen triunfantes tus sacros fulgores!

120

 

 

 

 

Los duendes

Imitación de Víctor Hugo

E como i gru van cantando lor lai

Facendo in aer di se lunga riga;         

Cosi vid'io venir traendo guai            

Ombra portate d'aIla de-tta briga.      

DANTE

 

   Palacios y chozas,

 

 

Campos y ciudad,

 

 

Brutos, aves, hombres,

 

 

Todo duerme ya;

 

 

 

 

 

   Que cubren las sombras

5

 

Del cielo la faz,

 

 

Y guardan silencio

 

 

Los vientos y el mar.

 

 

 

 

 

   Sólo un rumor se percibe,

 

 

Vago, débil y fugaz

10

 

El aliento de la noche,

 

 

Que llena la inmensidad;

 

 

 

 

 

   Y cual un alma se queja

 

 

Perseguida sin cesar

 

 

Por una llama invisible

15

 

De la región infernal.

 

 

 

 

 

   Mas crece el rumor... sí, ¡crece,

 

 

Y ninguno fue jamás

 

 

Tan importuno y extraño,

 

 

Tan pavoroso y tenaz!

20

 

 

 

 

   Ya parece de los búhos

 

 

La horrible voz sepulcral;

 

 

Ya de un inmenso gentío

 

 

El confuso respirar;

 

 

 

 

 

   Ya fatídica campana

25

 

vibrando en la oscuridad,

 

 

Cuyos sonidos mil ecos

 

 

Repitiendo en torno van.

 

 

 

 

 

   Pero no; cual cascabeles

 

 

Que mueve mano vivaz,

30

 

Que inarmónicos sones

 

 

Oigo en los aires vagar.

 

 

 

 

 

   Ora se cambian... podría

 

 

Presumirse, que a compás

 

 

Bailan niños juguetones

35

 

Sobre rollos de cristal,

 

 

 

 

 

   Que se chocan, que se quiebran,

 

 

Que saltan acá y allá,

 

 

Revolviéndose en fragmentos

 

 

Con un ruido sin igual.

40

 

 

 

 

   Son, ¡oh cielo! son los duendes,

 

 

Que enemigos de mi paz

 

 

Cada noche, en turba inmensa,

 

 

Visitan mi soledad.

 

 

 

 

 

   Son los duendes, que mi insomnio

45

 

Parece siempre evocar,

 

 

Para burlarme, aturdirme,

 

 

Volverme loca quizás.

 

 

 

 

 

   ¡Ay! mi lámpara se extingue,

 

 

Y oigo al enjambre fatal

50

 

Que en confuso tropel cruza,

 

 

Surcando la inmensidad!

 

 

 

 

 

      ¡El techo retiembla

 

 

   Sobre mí agitado!

 

 

   ¡Cual pino quemado

55

 

   Lo escucho crujir!

 

 

      ¡La viga se dobla

 

 

   Como junco blando!

 

 

   ¡La puerta, girando,

 

 

   Se comienza a abrir!

60

 

      ¡Los goznes mohosos

 

 

   Rechinan con ruido!

 

 

   ¡Con bronco estallido

 

 

   Se parte el dintel!

 

 

      ¡Y veo entre nubes

65

 

   De impuros vapores,

 

 

   De extraños colores

 

 

   Confuso tropel!

 

 

 

 

 

      La horrible falange

 

 

   Forma batallones.

70

 

   Vampiros, dragones

 

 

   Vuelan en montón,

 

 

      Y pasan lanzando

 

 

   Gemidos dolientes

 

 

   ¡Sus alas rugientes

75

 

   Les presta Aquilón!

 

 

 

 

 

      Acaso ¡ay! se posen

 

 

   Sobre mi morada,

 

 

   Ceda desquiciada

 

 

   La antigua pared,

80

 

      Y al impulso ruede

 

 

   De la horda maldita,

 

 

   Cual hoja marchita

 

 

   Del viento a merced.

 

 

 

 

 

      ¡Oh Musa! si tu mano

85

 

   Me ofrece libertad,

 

 

   Prosternaré mi frente

 

 

   Delante de tu altar.

 

 

      De estos hijos impuros

 

 

   De la noche fatal,

90

 

   Sálvame compasiva,

 

 

   Sálvame por piedad!

 

 

 

 

 

      Haz que en vano sus alas,

 

 

   Con capricho tenaz,

 

 

   De mis viejos balcones

95

 

   Azoten el cristal,

 

 

      Y cerradas mis puertas

 

 

   No dejen penetrar

 

 

   El aliento maldito

 

 

   De su boca infernal.

100

 

 

 

 

      ¡Ah! pasaron! las cohortes

 

 

   Huyen ya, de furor llenas

 

 

   Mas en los aires cadenas

 

 

   Aún me parecen crujir.

 

 

      Allá al remoto horizonte

105

 

   La horrible cuadrilla avanza,

 

 

   Y se escucha en lontananza

 

 

   De sus alas el batir.

 

 

 

 

 

      Bajo su vuelo impetuoso

 

 

   Tiemblan las selvas vecinas,

110

 

   Doblándose las encinas,

 

 

   Removida su raíz.

 

 

      ¡Cómo en torno de la luna

 

 

   Dibujan faja sangrienta,

 

 

   Y en las nubes, que ella argenta,

115

 

   Forman extraño matiz!

 

 

 

 

 

      Mas ya las rasgan -huyendo-

 

 

   Mis enemigos veloces...

 

 

   Ya sus discordantes voces

 

 

   Apenas puedo escuchar;

120

 

      Siendo el ruido tan confuso,

 

 

   A proporción que se aleja,

 

 

   Que imita de la corneja

 

 

   El fatídico graznar,

 

 

  

 

 

      Y del granizo el sonido

125

 

   Cayendo en un viejo techo,

 

 

   O bien rodando deshecho

 

 

   Desde elevada canal.

 

 

      Pero más dulce se torna

 

 

   Ya es de una fuente el murmullo

130

 

   Ya el melancólico arrullo

 

 

   De la tórtola leal

 

 

    

 

 

      Ya de piadosa plegaria

 

 

   Es la sílaba postrera...

 

 

   Ya de la ola, en la ribera,

135

 

   El espirante rumor

 

 

      O es el aura -que en las ramas

 

 

   Juega con vuelo liviano-

 

 

   O acaso el eco lejano

 

 

   Del insomne ruiseñor.

140

 

 

 

 

         Todo cesa...

 

 

      Ningún ruido

 

 

      A mi oído

 

 

      Llega ya;

 

 

         Todo calla,

145

 

      Y el reposo

 

 

      Silencioso

 

 

      Tornará.

 

 

            Ya benigno

 

 

      Vierte el sueño

150

 

      Su beleño

 

 

      Por mi sien,

 

 

            Y en sosiego

 

 

      Tan profundo

 

 

      Duerme el mundo...

155

 

      ¡Y yo también!

 

 

 

El recuerdo importuno

Soneto

 

   ¿Serás del alma eterna compañera,

 

 

Tenaz memoria de veloz ventura?

 

 

¿Por qué el recuerdo interminable dura,

 

 

Si el bien pasó cual ráfaga ligera?

 

 

   ¡Tú, negro olvido, que con hambre fiera

5

 

Abres ¡ay! sin cesar tu boca oscura,

 

 

De glorias mil inmensa sepultura

 

 

Y del dolor consolación postrera!

 

 

   Si a tu vasto poder ninguno asombra,

 

 

Y al orbe riges con tu cetro frío,

10

 

¡Ven! que su dios mi corazón te nombra.

 

 

   ¡Ven y devora este fantasma impío,

 

 

De pasado placer pálida sombra,

 

 

De placer por venir nublo sombrío!

 

 

 

 

 

A la luna

Imitación de Byron

 

   ¡Sol del que triste vela!

 

 

   ¡Astro de lumbre fría,

 

 

Cuyos trémulos rayos, de la noche

 

 

Para mostrar las sombras sólo brillan!

 

 

 

 

 

   ¡Oh, cuánto te semejas

5

 

   De la pasada dicha

 

 

Al pálido recuerdo, que del alma

 

 

Sólo hace ver la soledad sombría!

 

 

 

 

 

   Reflejo de una llama

 

 

   Ya oculta o extinguida,

10

 

Llena la mente, pero no la enciende;

 

 

Vive en el alma, pero no la anima.

 

 

 

 

 

   Descubre, cual tú, sombras

 

 

   Que esmalta y acaricia;

 

 

Y como a ti, tan sólo la contempla

15

 

El dolor mudo en férvida vigilia.

 

 

 

 

 

Al destino

 

   Escrito estaba, sí: se rompe en vano

 

 

Una vez y otra la fatal cadena,

 

 

Y mi vigor por recobrar me afano.

 

 

Escrito estaba: el cielo me condena

 

 

A tornar siempre al cautiverio rudo,

5

 

            Y yo obediente acudo,

 

 

            Restaurando eslabones

 

 

Que cada vez más rígidos me oprimen;

 

 

Pues del yugo fatal no me redimen

 

 

De mi altivez postreras convulsiones.

10

 

 

 

 

   ¡Heme aquí! ¡Tuya soy! ¡Dispón, destino,

 

 

De tu víctima dócil! Yo me entrego

 

 

Cual hoja seca al raudo torbellino

 

 

            Que la arrebata ciego.

 

 

   ¡Tuya soy! ¡Heme aquí! ¡Todo lo puedes!

15

 

Tu capricho es mi ley: sacia tu saña...

 

 

Pero sabe, ¡oh cruel!, que no me engaña

 

 

La sonrisa falaz que hoy me concedes.

 

 

 

 

 

Las contradicciones

Imitación de Petrarca

Soneto

 

   No encuentro paz, ni me permiten guerra;

 

 

De fuego devorado, sufro el frío;

 

 

Abrazo un mundo, y quédome vacío;

 

 

Me lanzo al cielo, y préndeme la tierra.

 

 

   Ni libre soy, ni la prisión me encierra;

5

 

Veo sin luz, sin voz hablar ansío;

 

 

Temo sin esperar, sin placer río;

 

 

Nada me da valor, nada me aterra.

 

 

   Busco el peligro cuando auxilio imploro;

 

 

Al sentirme morir me encuentro fuerte;

10

 

Valiente pienso ser, y débil lloro.

 

 

   Cúmplese así mi extraordinaria suerte;

 

 

Siempre a los pies de la beldad que adoro,

 

 

Y no quiere mi vida ni mi muerte.

 

 

 

 

 

A una joven madre

En la pérdida de su hijo

 

¿Por qué lloras ¡oh Emilia! con dolor tanto?

 

 

-¡Ay! he perdido al ángel que era mi encanto...

 

 

         Ni aun leves huellas

 

 

Dejaron en el mundo sus plantas bellas.

 

 

 

 

 

-Te engañas, joven madre; templa tu duelo;

5

 

Que ese ángel -aunque libre remonta el vuelo-

 

 

         Te sigue amante

 

 

Doquiera que dirijas tu paso errante.

 

 

 

 

 

¿No admiras, cuando baña la tibia esfera

 

 

Del alba sonrosada la luz primera,

10

 

         Con qué armonía

 

 

Cielo y tierra saludan al nuevo día?

 

 

 

 

 

Pues sabe, joven madre, que cada aurora

 

 

Por las manos de un ángel su faz colora,

 

 

         Y aquel concento

15

 

Se lo enseña a natura su dulce acento.

 

 

 

 

 

Cuando del sol el rayo postrero expira,

 

 

¿No escuchas un suspiro que en torno gira,

 

 

         Y un soplo leve

 

 

No acaricia tu rostro, tus rizos mueve?

20

 

 

 

 

   Pues dicen, joven madre, que en cada tarde

 

 

Hay un ángel que el rayo postrero guarde;

 

 

         Y es su sonrisa

 

 

La que te llega en alas de fresca brisa.

 

 

 

 

 

En el silencio grave de la alta noche,

25

 

Cuando la luna oculta su lento coche,

 

 

         ¿Ves blanca estrella

 

 

Que trémula en tu frente su luz destella?

 

 

 

 

 

Pues oye, joven madre: las almas puras

 

 

Viajan por esos astros de las alturas;

30

 

         Y es su mirada

 

 

La que a halagarte llega dulce y callada.

 

 

 

 

 

Aun ora, que me escuchas, ¿pierde tu oído

 

 

Cierto eco misterioso, que al mío unido,

 

 

         Vierte en tu alma

35

 

Bálsamo delicioso, que su afán calma?...

 

 

 

 

 

Pues mira, joven madre, dolor tan rudo

 

 

Sólo un ángel celeste consolar pudo,

 

 

         Y oigo al que dice:

 

 

"No llores más, no llores yo soy felice!"

40

 

 

 

 

Romance

Contestando a otro de una señorita

 

   No soy maga ni sirena,

 

 

Ni querub ni pitonisa,

 

 

Como en tus versos galanos

 

 

Me llamas hoy, bella niña.

 

 

   Gertrudis tengo por nombre,

5

 

Cual recibido en la pila;

 

 

Me dice Tula mi madre,

 

 

Y mis amigos la imitan.

 

 

   Prescinde, pues, te lo ruego,

 

 

De las Safos y Corinas,

10

 

Y simplemente me nombra

 

 

Gertrudis, Tula o amiga.

 

 

   Amiga, sí; que aunque tanto

 

 

Contra tu sexo te indignas,

 

 

Y de maligno lo acusas

15

 

Y de envidioso lo tildas,

 

 

   En mí pretendo probarte

 

 

Que hay en almas femeninas,

 

 

Para lo hermoso entusiasmo,

 

 

Para lo bueno justicia.

20

 

   Naturaleza madrastra

 

 

No fue (lo ves en ti misma)

 

 

Con la mitad de la especie

 

 

Que la razón ilumina.

 

 

   No son las fuerzas corpóreas

25

 

De las del alma medida,

 

 

No se encumbra el pensamiento

 

 

Por el vigor de las fibras.

 

 

   Perdona, pues, si no acato

 

 

Aquel fallo que me intimas;

30

 

Como no acepto el elogio

 

 

En que lo envuelves benigna.

 

 

   No, no aliento ambición noble,

 

 

Como engañada imaginas,

 

 

De que en páginas de gloria

35

 

Mi humilde nombre se escriba.

 

 

   Canto como canta el ave,

 

 

Como las ramas se agitan,

 

 

Como las fuentes murmuran,

 

 

Como las auras suspiran.

40

 

   Canto porque al cielo plugo

 

 

Darme el estro que me anima;

 

 

Como dio brillo a los astros,

 

 

Como dio al orbe armonías.

 

 

   Canto porque hay en mi pecho

45

 

Secretas cuerdas que vibran

 

 

A cada afecto del alma,

 

 

A cada azar de la vida.

 

 

   Canto porque hay luz y sombras,

 

 

Porque hay pesar y alegría,

50

 

Porque hay temor y esperanza,

 

 

Porque hay amor y hay perfidia.

 

 

   Canto porque existo y siento,

 

 

Porque lo bello me admira,

 

 

Porque lo bello me encanta,

55

 

Porque lo malo me irrita.

 

 

   Canto porque ve mi mente

 

 

Concordancias infinitas,

 

 

Y placeres misteriosos,

 

 

Y verdades escondidas.

60

 

   Canto porque hay en los seres

 

 

Sus condiciones precisas:

 

 

Corre el agua, vuela el ave,

 

 

Silba el viento, y el sol brilla.

 

 

   Canto sin saber yo propia

65

 

Lo que el canto significa,

 

 

Y si al mundo, que lo escucha,

 

 

Asombro o lástima inspira.

 

 

   El ruiseñor no ambiciona

 

 

Que lo aplaudan cuando trina

70

 

Latidos son de su seno

 

 

Sus nocturnas melodías.

 

 

   Modera, pues, tu alabanza,

 

 

Y de mi frente retira

 

 

La inmarchitable corona

75

 

Que tu amor me pronostica.

 

 

   Premiando nobles esfuerzos,

 

 

Sienes más heroicas ciña;

 

 

Que yo al cantar solo cumplo

 

 

La condición de mi vida.

80

 

 

 

 

 

    La clemencia

Heureux le Prince empli de pieuses pensés.

VICTOR HUGO

                                         

Iba tendiendo su luctuoso manto

 

 

   La noche oscura y fría,

 

 

         Sin que templase un tanto

 

 

La opacidad de la región vacía,

 

 

El rayo de la luna macilento

5

 

Ni el trémulo fulgor de las estrellas;

 

 

         Pues, cual rastro sangriento,

 

 

De un sol de invierno las rojizas huellas

 

 

Surcaban sólo el negro firmamento.

 

 

 

 

 

   Tristes también las calles parecían

10

 

De la opulenta villa coronada,

 

 

Do circulando multitud callada,

 

 

Sólo semblantes serios se veían,

 

 

         Que presentir hacían

 

 

         Algún grave suceso,

15

 

Pronto explicado por las roncas voces

 

 

         Que esparcieron veloces

 

 

         Por el gentío espeso

 

 

Los vendedores de volantes hojas,

 

 

Gritando por doquier: "Causa y sentencia

20

 

"Del coronel Rengifo y compañeros,

 

 

         "Que a los rayos primeros

 

 

"Del nuevo sol terminan su existencia."

 

 

 

 

 

         Pasan de mano en mano

 

 

         Los públicos papeles,

25

 

Y -aunque no haya quizá pechos crueles

 

 

Que al contemplar destino tan tirano

 

 

Puedan negar a los dolientes reos,

 

 

Víctimas de políticos errores,

 

 

Un suspiro, una lágrima piadosa-

30

 

Siguen los transeúntes sus paseos,

 

 

Su fúnebre pregón los vendedores,

 

 

Y la noche su marcha silenciosa.

 

 

 

 

 

Las horas vuelan entre tanto; cesa

 

 

         La agitación del mundo,

35

 

         Y entre la sombra espesa

 

 

Do el silencio por fin reina profundo,

 

 

Derramando narcótico beleño

 

 

         -Que a descansar convida

 

 

De los rudos afanes de la vida-

40

 

Desciende en alas de la noche el sueño.

 

 

   Mas, ¡ah!, tan honda calma

 

 

No aduerme, no, pesares sin consuelo

 

 

-Que apenas puede resistir el alma,

 

 

         Y en su prisión austera

45

 

Gimen los tristes que el postrer desvelo

 

 

Sufriendo están en el infausto suelo

 

 

Donde el sepulcro abierto les espera.

 

 

 

 

 

Vida y vigor devolverá a natura

 

 

         La claridad febea,

50

 

         Y ellos en la luz pura

 

 

Sólo verán su funeraria tea

 

 

¡Oh! ¿Qué pincel tan fúnebres colores

 

 

         Puede tener, que alcance

 

 

A bosquejar siquiera los dolores

55

 

Que así cercanos al tremendo trance

 

 

De cada cual el corazón devora?

 

 

No sólo ve la muerte, la vigilia

 

 

         -De espectros crëadora-

 

 

Presenta allí la mísera familia...

60

 

La esposa, el padre, el hijo a quien adora!

 

 

 

 

 

¡Oh, pobre infante, cuya blanda cuna,

 

 

         De la esperanza nido,

 

 

         La pérfida fortuna

 

 

-Que oyó propicia su primer vagido-

65

 

Deja con luto de orfandad cubierta!...

 

 

¡Oh, pobre infante, que en el pecho tierno

 

 

         Verá la herida abierta,

 

 

Que de su vida con brotar eterno

 

 

La senda regará triste y desierta!...

70

 

 

 

 

Mas ¿qué puedes hacer, padre infelice?

 

 

¡Fuerza es morir!... Con pavorosos ecos

 

 

         Tu corazón lo dice...

 

 

Y esa luz bella -que a tus ojos, secos

 

 

Por insomnio crüel la aurora envía-

75

 

Te lo dice también. Morir es fuerza;

 

 

No esperes, no, que su guadaña tuerza,

 

 

Piadosa a tu dolor, la parca impía.

 

 

 

 

 

Fuerza es dejar el hijo abandonado,

 

 

      La esposa desvalida,

80

 

      El padre desolado,

 

 

¡Ay! y a la madre tierna, encanecida

 

 

Por años de virtud. -De esa existencia,

 

 

Que ella ha cuidado con afán prolijo,

 

 

Infatigable amor, santa paciencia,

85

 

¿Qué cuenta le darás, ¡funesto hijo!?

 

 

¿Qué cuenta le darás en tu conciencia?...

 

...................................

 

   Repentino rumor se eleva y crece

 

 

         En la mansión sombría:

 

 

         Crujiendo se estremece

90

 

La férrea puerta, que ostentar debía

 

 

-Cual la del reino del eterno llanto

 

 

Del rudo Dante la inscripción tremenda;

 

 

         Y trémulos -en tanto

 

 

Que abre a sus pasos la temida senda-

95

 

Los sentenciados, que entre mil dolores

 

 

Por conservarse sin flaqueza luchan,

 

 

Ya los redobles fúnebres escuchan

 

 

Con que a morir los llaman los tambores.

 

 

Llegó el instante, ¡oh Dios! -Pero ¿qué anuncia

100

 

La voz que el nombre de Isabel pronuncia,

 

 

         Mientras cual bella aurora

 

 

-Que las tristes tinieblas desvanece

 

 

         Y a los campos colora

 

 

En la lóbrega estancia que ilumina,

105

 

Tierna beldad de súbito aparece,

 

 

Vertiendo luz de compasión divina,

 

 

Que en sus azules ojos resplandece?...

 

 

 

 

 

¡Es ella! ¡Sí! ¡Miradla!... Pura y bella,

 

 

         De sus plantas reales

110

 

         Sienta la leve huella

 

 

De la horrible capilla en los umbrales.

 

 

El ángel santo de piedad la guía,

 

 

La majestad del solio la acompaña,

 

 

         La siguen a porfía

115

 

Las esperanzas y el amor de España,

 

 

Y huye a su aspecto la discordia impía.

 

 

¡Llega, virgen real! Tu planta imprime

 

 

         En la mansión del duelo

 

 

         Ejerce la sublime

120

 

Prerrogativa que te otorga el cielo

 

 

Perdona como él, y que la historia

 

 

De los monarcas, con tu ejemplo egregio,

 

 

Legue a tus sucesores la memoria

 

 

De que -al usar tan noble privilegio-

125

 

La diestra augusta que perdón concede

 

 

         Recoge en cambio gloria,

 

 

Que a otra ninguna compararse puede.

 

 

 

 

 

   La tuya, ¡oh Isabel!, la tuya hermosa

 

 

         En esos rostros mira,

130

 

         Do tu mano piadosa

 

 

Secó el llanto cruel: ella respira

 

 

En esas vidas que arrancó a la tumba

 

 

Tu corazón magnánimo; se extiende

 

 

         En ese que retumba,

135

 

 

 

 

Víctor inmenso, que el espacio hiende,

 

 

Y aún brilla en el cadalso que derrumba.

 

 

 

 

 

         La tuya el laurel santo

 

 

         No hace nacer con riego

 

 

De hirviente sangre y congojoso llanto,

140

 

Sino de amor al fecundante fuego;

 

 

Y el que la ensalza, sublimado canto,

 

 

No es el que ensayo con humilde tono

 

 

         De mi lira en los sones;

 

 

Sino el que se alza en tiernas bendiciones

145

 

         Hasta tu excelso trono.

 

 

 

 

 

Feliz en él por dilatados días

 

 

         Goza, joven augusta,

 

 

         Las santas alegrías

 

 

Del poder bienhechor. La frente adusta

150

 

De la justicia tu piedad suavice;

 

 

Que el rigor nunca la nefanda tea

 

 

         De la venganza atice;

 

 

Y justa siempre y perdurable sea

 

 

La voz universal que hoy te bendice.

155

 

 

 

 

El canto de Altabiscar

 

   Súbito se alza un grito en las montañas

 

 

De los valientes euskaldunes. Presta

 

 

Todo su oído el bravo echeco-jauna,

 

 

Que de su noble hogar guarda la puerta.

 

 

-¡Qué es eso!, exclama- y se levanta al punto

5

 

Su perro fiel, irguiendo las orejas.

 

 

¡Escuchad! ¡Escuchad cual sus ladridos

 

 

De Altabiscar en derredor resuenan!

 

 

Pero un ruido mayor, más espantoso,

 

 

Parte veloz de lo alto de Ibañeta,

10

 

Y va, de monte en monte retumbando,

 

 

A ensordecer las solitarias crestas.

 

 

¡Es la voz de un ejército que avanza!

 

 

Otras mil, otras mil responden fieras,

 

 

Del ronco cuerno al áspero sonido,

15

 

Entre montes, peñascos y malezas.

 

 

¡Los nuestros son! -El bravo echeco-jauna

 

 

Salta blandiendo la acerada flecha.

 

 

-¡Con él todos!... ¡Mirad! Sobre esas cimas

 

 

Móvil bosque de lanzas centellea,

20

 

Y en medio, sus colores ostentando,

 

 

Majestuosas ondulan las banderas.

 

 

¡Oh!... ¡Qué bajan!... ¡Qué vienen!... ¡Qué desfilan,

 

 

Cual lobos a caer sobre su presa!...

 

 

¡Qué guerrero tropel!¡Cuéntalos, mozo!

25

 

-Diez... quince... veinte... veinticinco... treinta...

 

 

¡Y otros tantos!... ¡Y cien!... Se pierde el número,

 

 

Porque son más, señor, que las arenas.

 

 

-¿Qué importa? Venid todos, ¡euskaldunes!

 

 

De cuajo arrancaremos estas peñas,

30

 

Y sobre el vil enjambre de enemigos

 

 

Las lanzarán nuestras nervudas diestras.

 

 

¿Qué vienen a buscar a nuestros montes

 

 

Esos hijos del Norte en son de guerra?

 

 

¿Entre ellos y nosotros puso en balde

35

 

El mismo Dios una muralla eterna?

 

 

¡Caiga sobre ellos, caiga desplomado

 

 

Todo este monte, piedra sobre piedra!

 

 

¡A una todos!... ¡Así! -Se anubla el aire;

 

 

La tierra cruje; los peñascos ruedan;

40

 

Jinetes y caballos confundidos

 

 

Con sus despojos los breñales siembran;

 

 

Y palpitan las carnes aplastadas,

 

 

Chorros brotando, que en el suelo humean.

 

 

¡Cuántos huesos molidos!¡Cuánta sangre,

45

 

En la que el sol medroso reverbera!...

 

 

-¡Huid si aún podéis, reliquias miserables!

 

 

El que aún tiene bridón métale espuelas,

 

 

Y corra como ciervo perseguido

 

 

El que aún conserve para hacerlo fuerzas.

50

 

¡Huye con tu pendón, rey Carlo-Magno,

 

 

Que el rico manto entre las zarzas dejas,

 

 

Mientras el viento en remolinos barre

 

 

De tu casco rëal las plumas negras!

 

 

¿Qué aguardas? ¿A quién buscas? Tu sobrino,

55

 

El que rival no tuvo en la pelea,

 

 

Tu famoso Roldán, bravo entre bravos,

 

 

¡Allí tendido entre los muertos queda!

 

 

Ya huyen veloces, ¡euskaldunes!... ¡Huyen!...

 

 

¿Do sus lanzas están? ¿Do sus enseñas?

60

 

¡Cuál huyen!... ¡Oh! ¡Cuál huyen!... ¡Cuenta, mozo!

 

 

¿Cuántos los vivos son que aún aquí restan?

 

 

¿Veinte?... ¿quince?... ¿diez?... ¿ocho?... ¿siete?... ¿cinco?...

 

 

-No, señor. -¿Cuatro?... ¿dos?...- ¡Ni uno siquiera!

 

 

Todo acabó. -Valiente echeco-jauna,

65

 

Llama a tu perro; vuelve do te esperan

 

 

Los tiernos hijos, la querida esposa,

 

 

Y en tu cuerno de buey guarda las flechas;

 

 

Que ya en el campo, herencia de tus padres,

 

 

Puedes dormir tranquilo sobre de ellas.

70

 

¡Pronto la noche tenderá su manto,

 

 

Y acudiendo de buitres nube espesa,

 

 

Se cebarán en carnes machacadas,

 

 

Esparciendo las blancas osamentas,

 

 

Que en polvo convertidas por los siglos

75

 

Darán abono a nuestra agreste tierra!

 

 

 

 

 

Al árbol de Guernica

 

Tus cuerdas de oro en vibración sonora

 

 

         Vuelve a agitar, ¡oh lira!,

 

 

Que en este ambiente, que aromado gira,

 

 

Su inercia sacudiendo abrumadora

 

 

         La mente creadora,

5

 

De nuevo el fuego de entusiasmo aspira.

 

 

 

 

 

¡Me hallo en Guernica! Ese árbol que contemplo,

 

 

         Padrón es de alta gloria

 

 

De un pueblo ilustre interesante historia

 

 

De augusta libertad sencillo templo,

10

 

         Que -al mundo dando ejemplo-

 

 

Del patrio amor consagra la memoria.

 

 

 

 

 

Piérdese en noche de los tiempos densa

 

 

         Su origen venerable;

 

 

Mas ¿qué siglo evocar que no nos hable

15

 

De hechos ligados a su vida inmensa,

 

 

         Que en sí sola condensa

 

 

La de una raza antigua e indomable?

 

 

Se transforman doquier las sociedades;

 

 

         Pasan generaciones;

20

 

Caducan leyes; húndense naciones

 

 

Y el árbol de las vascas libertades

 

 

         A futuras edades

 

 

Trasmite fiel sus santas tradiciones.

 

 

Siempre inmutables son, bajo este cielo,

25

 

         Costumbres, ley, idioma...

 

 

¡Las invencibles águilas de Roma

 

 

Aquí abatieron su atrevido vuelo,

 

 

         Y aquí luctuoso velo

 

 

Cubrió la media luna de Mahoma!

30

 

Nunca abrigaron mercenarias greyes

 

 

         Las ramas seculares,

 

 

Que a Vizcaya cobijan tutelares;

 

 

Y a cuya sombra poderosos reyes

 

 

         Democráticas leyes

35

 

Juraban ante jueces populares.

 

 

¡Salve, roble inmortal! Cuando te nombra

 

 

         Respetuoso mi acento,

 

 

Y en ti se fija ufano el pensamiento,

 

 

Me parece crecer bajo tu sombra,

40

 

         Y en tu florida alfombra

 

 

Con lícita altivez la planta asiento.

 

 

 

 

 

¡Salve! ¡La humana dignidad se encumbra

 

 

         En esta tierra noble

 

 

Que tú proteges, perdurable roble,

45

 

Que el sol sereno de Vizcaya alumbra,

 

 

         Y do el Cosnoaga inmoble

 

 

Llega a tus pies en colosal penumbra!

 

 

 

 

 

¿En dónde hallar un corazón tan frío

 

 

         Que a tu aspecto no lata,

50

 

Sintiendo que se enciende y se dilata?

 

 

¿Quién de tu nombre ignora el poderío

 

 

         O en su desdén impío

 

 

Tu vejez santa con amor no acata?

 

 

 

 

 

Allá desde el retiro silencioso

55

 

         Donde del hombre huía

 

 

-Al par que sus derechos defendía-

 

 

Del de Ginebra pensador fogoso,

 

 

         Con vuelo poderoso

 

 

Llegaba a ti la inquieta fantasía;

60

 

 

 

 

   Y arrebatado en entusiasmo ardiente

 

 

         -Pues nunca helarlo pudo

 

 

De injusta suerte el ímpetu sañudo-

 

 

Postró a tu austera majestad la frente

 

 

         Y en página elocuente

65

 

Supo dejarte un inmortal saludo.

 

 

 

 

 

La Convención francesa, de su seno,

 

 

         Ve a un tribuno afamado

 

 

Levantarse de súbito, inspirado,

 

 

A bendecirte, de emociones lleno

70

 

         Y del aplauso al trueno

 

 

Retiembla al punto el artesón dorado.

 

 

 

 

 

Lo antigua que es la libertad proclamas...

 

 

         -¡Tú eres su monumento!-

 

 

Por eso cuando agita raudo viento

75

 

La secular belleza de tus ramas

 

 

         Pienso que en mí derramas

 

 

De aquel genio divino el ígneo aliento.

 

 

 

 

 

Cual signo suyo mi alma te venera,

80

 

         Y cuando aquí me humillo

 

 

De tu vejez ante el eterno brillo,

 

 

Recuerdo, roble augusto, que, doquiera

 

 

         Que el numen sacro impera,

 

 

Un árbol es su símbolo sencillo.

85

 

 

 

 

Mas, ¡ah! ¡Silencio! El sol desaparece

 

 

         Tras la cumbre vecina,

 

 

Que va envolviendo pálida neblina...

 

 

Se enluta el cielo... El aire se adormece...

 

 

         Tu sombra crece y crece

90

 

¡y sola aquí tu majestad domina!

 

 

 

 

 

Al pendón castellano

 

   ¡Salve, oh pendón ilustre de Castilla,

 

 

Que hoy en los muros de Tetuán tremolas,

 

 

Y haces llegar a la cubana Antilla

 

 

Reflejos de las glorias españolas!

 

 

   La media luna -que ante ti se humilla,-

5

 

Recuerda ya que entre revueltas olas,

 

 

De la raza de Agar con hondo espanto,

 

 

Se hundió al lucir el astro de Lepanto.

 

 

 

 

 

   Y esa morisma -de la Europa afrenta-

 

 

Que el rugido olvidó de tus leones,

10

 

Hoy al golpe cruel -que la escarmienta,-

 

 

Forjando en su pavor fieras visiones,

 

 

   De siete siglos a la luz sangrienta

 

 

Juzga que mira alzarse entre blasones,

 

 

-Sus turbantes teniendo por alfombras,-

15

 

Del Cid, de Alfonso y de Guzmán las sombras.

 

 

 

 

 

   ¡Oh! ¡sí! contigo van, por ti pelean

 

 

Esos nombres augustos; de su gloria

 

 

Los rayos en tus pliegues centellean,

 

 

Como fulguran en la hispana historia.

20

 

   ¡Que así triunfantes para siempre sean

 

 

Símbolos del honor y la victoria,

 

 

La civilización mirando ufana,

 

 

Que hoy te hospeda Tetuán, Tánger mañana!

 

 

 

 

 

Polonia

Traducción libre de Víctor Hugo

 

   Sola al pie de la torre, donde la voz tonante

 

 

Resuena pavorosa de tu señor fatal,

 

 

Cuya siniestra sombra parece por instante

 

 

Designarse en la piedra del silencioso umbral;

 

 

 

 

 

   Pronta a ver al esposo trocarse en asesino,

5

 

Pálida, y hasta el suelo doblada la cerviz

 

 

Vencida, encadenada, te ofreces al destino,

 

 

Bella y triste Polonia, por víctima infeliz.

 

 

 

 

 

   A falta de tus hijos, miro tus manos puras

 

 

El crucifijo santo con fervor estrechar...

10

 

¡Mancharon los Basquiros tus regias vestiduras,

 

 

Y en ellas sus sandalias grabaron al pasar!

 

 

 

 

 

   A intervalos te llegan palabras de amenaza,

 

 

Y de pisadas duras escuchase rumor,

 

 

Y un sable allá reluce, y un hierro que te enlaza

15

 

Al muro, por do corre tu llanto de dolor.

 

 

 

 

 

   ¡Polonia sin ventura! los brazos descarnados

 

 

Y la abatida frente te miro levantar,

 

 

Y los llorosos ojos, hundidos y empañados,

 

 

Hacia la Francia vuelves con tímido mirar.

20

 

 

 

 

   Un grito de tu pecho tristísimo desprendes:

 

 

-¡Oh Francia, hermana mía! -te escucho repetir:

 

 

Ansiosa tus miradas por el camino tiendes,

 

 

Y esperas ¡ ay! y esperas... ¡y a nadie ves venir!

 

 

 

 

 

A Francia

Al tratarse de la traslación de los restos de Napoleón a París

 

   Bástete ¡oh Francia! la atronante gloria

 

 

Con que llenó tus ámbitos el hombre;

 

 

Bástete ver en inmortal historia

 

 

Unido al tuyo su preclaro nombre.

 

 

Bástete la memoria

5

 

De aquellos grandes días

 

 

En que a su voz la Europa estremecías,

 

 

Y deja al mundo ese sepulcro austero

 

 

Donde el hado severo

 

 

Guarda al gigante de ambición y orgullo,

10

 

Entre esas peñas áridas y solas;

 

 

Mientras el mar -con turbulento arrullo-

 

 

Quiebra a sus pies las espumantes olas.

 

 

 

 

 

   ¡Déjale allí! Sin comitiva, aislado

 

 

Duerma en su roca solitaria y fría

15

 

El rey sin dinastía...

 

 

No en panteón estrecho sepultado,

 

 

De París oiga el bacanal rüido,

 

 

Entre vulgares reyes confundido.

 

 

 

 

 

   ¡Déjale, que supuesto es Santa Elena!

20

 

Los nombres poderosos

 

 

De Wagram, de Austerliz, Marengo y Jena

 

 

No volverán los ecos silenciosos,

 

 

La paz turbando de la tosca tumba,

 

 

A que no presta con sus alas sombra

25

 

El águila imperial, ni el hueco bronce

 

 

Por saludarla omnívomo retumba

 

 

Pero allí el mundo mírala, y se asombra

 

 

Del misterio que muda le revela;

 

 

Pues el fantasma inmenso,

30

 

Que entre cielo y abismo allí suspenso

 

 

Cumple quizás designios soberanos,

 

 

Es de la humana historia un monumento,

 

 

Que a pueblos y a tiranos

 

 

Dé alta lección, terrífico escarmiento!

35

 

 

 

 

El porqué de la inconstancia

A mi amigo...

 

   Contra mi sexo te ensañas

 

 

Y de inconstante lo acusas;

 

 

Quizá porque así te excusas

 

 

De recibir cargo igual.

 

 

   Mejor obrarás si emprendes

5

 

Analizar en ti mismo

 

 

Del alma humana el abismo,

 

 

Buscando el foco del mal.

 

 

 

 

 

   Proclamas que las mujeres

 

 

(Cual dijo no sé quién antes),

10

 

Piensan amar sus amantes

 

 

Cuando aman sólo al amor;

 

 

   Que el vago ardor del deseo

 

 

Se agita constante en ellas;

 

 

Mas pasa sin dejar huellas

15

 

Su preferencia mayor.

 

 

 

 

 

   ¡Ay, amigo! no te niego

 

 

Verdad que tan sólo prueba

 

 

Que son las hijas de Eva

 

 

Como los hijos de Adán.

20

 

   A entrambos el daño vino

 

 

De la funesta manzana,

 

 

Y a toda la raza humana

 

 

Sus tristes efectos van.

 

 

 

 

 

   ¡Mísera raza!... su mengua

25

 

Sufre, pero no la entiende;

 

 

Y aún sueña y hallar pretende

 

 

Bienes que torpe perdió.

 

 

   Tras ellos ciega se lanza,

 

 

Girando en vértigo insano...

30

 

Mas nunca su empeño vano

 

 

Ni aun en sombra los gozó.

 

 

 

 

 

   Amor pide, dicha busca,

 

 

Y a esperar loca se atreve

 

 

Que en vaso corrupto y breve

35

 

Apague el alma su sed;

 

 

   Pero ella su afán inmenso

 

 

Siente perenne, profundo,

 

 

Y rompe lazos del mundo

 

 

Como el águila la red.

40

 

 

 

 

   En balde en la extraña lucha

 

 

De su cansancio y su anhelo

 

 

Le agrada tomar el velo

 

 

Que la presenta el error,

 

 

   Y en los pálidos fantasmas,

45

 

-Que agranda ilusa ella sola

 

 

Se finge ver la aurëola

 

 

De la dicha y del amor.

 

 

 

 

 

   ¡Resbala pronto la venda!

 

 

¡Resbala y ve -con despecho-

50

 

Que vuela, en humo deshecho,

 

 

El fulgor de su ilusión!

 

 

   Pues no cabe en ser que piensa

 

 

Que eterno el engaño sea

 

 

Aunque inmortal es la idea

55

 

Que seduce al corazón.

 

 

 

 

 

   No es, no, flaqueza en nosotros,

 

 

Sí indicio de altos destinos,

 

 

Que aquellos bienes divinos

 

 

Nos sirvan de eterno imán,

60

 

   Y que el alma no los halle,

 

 

-Por más que activa se mueva

 

 

Ni tú en las hijas de Eva,

 

 

Ni yo en los hijos de Adán.

 

 

 

 

 

   Unas y otros nos quedamos

65

 

De lo ideal a distancia,

 

 

Y en todos es la inconstancia

 

 

Constante anhelo del bien.

 

 

   ¡De amor y dicha tenemos

 

 

Sólo un recuerdo nublado;

70

 

Pues su goce fue enterrado

 

 

Bajo el árbol del edén!

 

 

 

 

 

   Jamás ¡oh amigo! ventura

 

 

Ni amor eterno hallaremos...

 

 

Pero ¿qué importa? ¡esperemos!

75

 

Porque es vivir esperar;

 

 

   Y aquí -do todo nos habla

 

 

De pequeñez y mudanza

 

 

Sólo es grande la esperanza

 

 

Y perenne el desear.

80

 

 

 

 

En la muerte del laureado poeta señor don Manuel José Quintana

 

   Cantos de regocijo y de victoria

 

 

Nuestras voces alzaron aquel día

 

 

Que regia mortal mano te ceñía

 

 

Mezquino lauro de terrestre gloria:

 

 

 

 

 

   Y hoy que a la voz de tu Hacedor acudes,

5

 

A recibir la fúlgida diadema

 

 

Que la inmutable Majestad Suprema

 

 

Guarda en la eterna patria a las virtudes

 

 

 

 

 

   Hoy nuestra flaca condición humana

 

 

Su aliento en vano a remontar aspira

10

 

¡No le es dado arrancar, noble Quintana,

 

 

Ni un tierno adiós de la enlutada ¡ira!

 

 

 

 

 

   Que aunque la Fe con resplandor divino

 

 

La densa noche del sepulcro alumbre,

 

 

Y la Esperanza hasta la excelsa cumbre

15

 

Vuele, mostrando tu triunfal camino;

 

 

 

 

 

   Aquí -al mirar tus fúnebres despojos

 

 

A la tierra volver- sólo nos queda,

 

 

Con tu corona, que la España hereda,

 

 

¡Duelo en el corazón llanto en los ojos!

20

 

 

 

 

A un amigo

Encargado por la dirección de un periódico de la crítica de una comedia sátira

 

   ¡Cómo! ¿Tan gran perturbación te asedia

 

 

Porque te ordenan -con rigor y prisa

 

 

Juicio crítico hacer de una comedia?

 

 

   ¡Por Dios, que al ver a tu ánima indecisa

 

 

En trance tal (perdona si te enfado),

5

 

Cualquiera puede reventar de risa.

 

 

   ¿Imaginas tal vez, pecho cuitado,

 

 

Que para censurar una obra de arte

 

 

Has menester de un gusto delicado?

 

 

   ¿Qué talento tampoco ha de faltarte,

10

 

Ni juicio, ni instrucción, ni orden que guíe

 

 

A ver y a examinar parte por parte?

 

 

   Juro, si piensas tal, que me desvíe

 

 

para siempre de ti, como de un zote,

 

 

Por más que tierna tu amistad porfíe.

15

 

   ¿Hay, por ventura, estulto monigote,

 

 

Ignorante rapaz, coplero oscuro,

 

 

Que por cosa tan nimia se alborote?

 

 

   ¿Hay quien no sepa dar un golpe duro

 

 

Aún a la misma virginal Talía,

20

 

Con fuerte brazo y corazón seguro?

 

 

   Si no lo emprendes tú, por vida mía

 

 

Que no sin cascabel quedará el gato,

 

 

Y su pena tendrá tu cobardía;

 

 

   Pues no has de ver expuesto tu retrato

25

 

En baratillos mil, ni en gacetillas

 

 

Te han de llamar ilustre literato.

 

 

   Para crear de ingenio maravillas,

 

 

Desvélense Gallegos y Quintanas,

 

 

Y Hartzenhusches, y Vegas, y Zorrillas.

30

 

   Tú -sin recurso de las nueve hermanas-

 

 

Si esa tu indigna timidez sacudes,

 

 

Nombre a la par de sus ingenios ganas.

 

 

   Y trabaje Bretón, que -sin que sudes

 

 

Para agradar, con su feliz constancia-

35

 

Que te has de ver más popular no dudes.

 

 

   ¡Eh! ¡Dispón el papel! Poco en sustancia

 

 

Te conviene decir: moja la pluma,

 

 

Y comienza a escribir con arrogancia.

 

 

   "Juicio crítico." ¡Bien! ¡Como la espuma

40

 

Tu gloria va a crecer! -Mas ¿qué diremos?

 

 

-Para empezar y terminar, en suma,

 

 

   Basta elegir entre los dos extremos

 

 

Y exclamar: -"La comedia es un dislate."

 

 

O -"¡hay en ella doquier rasgos supremos!"

45

 

   Lo primero es mejor: loar a un vate

 

 

Que adquiere gloria o acumula plata,

 

 

Es, yo lo afirmo, insigne disparate.

 

 

   Otra cosa ha de ser cuando se trata

 

 

De inofensivo autor o gente nuestra

50

 

¿Quién a los suyos con rigor maltrata?

 

 

   Mas para caso tal, nula es tu diestra,

 

 

La juzga bien el que escribió la obra,

 

 

Y sus mismos elogios das por muestra.

 

 

   Mas miro que renace tu zozobra:

55

 

¿Qué mosca te picó? Dilo y escribe,

 

 

Que para meditar tiempo te sobra.

 

 

   -Quiero saber si el juicio se suscribe.

 

 

   -¿El juicio suscribir?... Loco te creo:

 

 

¿Quién duda igual sin delirar concibe?

60

 

   Muy ignorante estás, por lo que veo,

 

 

De la crítica que hay en nuestra España,

 

 

O es que naciste para ser pigmeo.

 

 

   No se firma jamás cuando con saña

 

 

Se le zurra a un autor, que capaz fuera

65

 

De contestar con fabuleja extraña

 

 

   ¿Zapatero?... -¡Cabal! Mas la parlera

 

 

Fama, divulga el recatado nombre,

 

 

Por la voz de una turba vocinglera.

 

 

   Esa turba es de amigos; no te asombre;

70

 

Ellos dirán: -"La crítica es sublime:

 

 

La hizo Fulano." Y cátate grande hombre.

 

 

   ¿Qué te habrá de importar que desestime

 

 

Tu censura el autor, que docta gente

 

 

Exclame con dolor -y esto se imprime?

75

 

   Tú no por eso abatirás la frente,

 

 

Y el vulgo, que verá tu aire triunfante,

 

 

Acatará tu fallo reverente.

 

 

   -Mas lo habré de fundar. -¡Calla, ignorante!

 

 

¿A qué viene pensar en fundamento,

80

 

Si tu edificio debe ser flotante?

 

 

   ¡Es mala comedia! Aquí está el cuento.

 

 

Es mala, y basta... porque yo lo digo;

 

 

¡Estilo pobre... pésimo argumento!

 

 

   -Mas como del aplauso fui testigo, 

85

 

¿He de afirmar que el público se engaña?

 

 

¿Del voto general me haré enemigo?

 

 

   -No; pero puedes deslizar con maña

 

 

Que llenaba el local una pandilla

 

 

De amigos del autor; o que en España

90

 

   El mostrarse cortés no es maravilla,

 

 

Y que a esta condición -tan oportuna-

 

 

Alto triunfo debió mísera obrilla.

 

 

   Puedes decir también que allá en su cuna

 

 

Tuvo el autor benéfica influencia

95

 

De alguna estrella o de la misma luna;

 

 

   Mas que, en medio de todo, es por esencia

 

 

Un zopenco, un estúpido, un ilota,

 

 

Que sólo alcanza de agradar la ciencia.

 

 

   -¡No es poco, por mi vida! Pero nota

100

 

Que sólo comenzado el juicio tengo.

 

 

-Pues no habrás de añadir ni aun una jota.

 

 

   Bueno está como está; yo lo sostengo;

 

 

No hay para qué meternos en hondura:

 

 

Lo esencial dicho está, y a ello me atengo.

105

 

   Eso de analizar empresa es dura,

 

 

Y nadie tan sin miedo criticara

 

 

Si exigiese razones la censura.

 

 

   Si saber demandase, cosa es clara

 

 

Que tanto parlanchín folletinista

110

 

Temblar al comenzar, de pies a cara.

 

 

   Mas por milagro un diario se conquista

 

 

La pluma de algún crítico discreto,

 

 

Y siempre encuentra a la ignorancia lista.

 

 

   Ella le saca del perenne aprieto,

115

 

Y, ora mime al autor ora le zurre,

 

 

Nunca el arte infeliz halla respeto.

 

 

   Si sesudo lector rabia o se aburre

 

 

Del necio elogio o torpe vituperio,

 

 

Otro, por diversión, a ellos recurre.

120

 

   Y ni estólidos faltan, que al criterio

 

 

Del intruso censor la frente inclinen,

 

 

Por ejercer de su eco el ministerio.

 

 

   Corre, pues, ¡vive Dios!, no te acoquinen

 

 

Los descontentos que doquier pululan;

125

 

Mas los necios serán que te apadrinen.

 

 

   Adula o pega a tu placer: circulan,

 

 

Buenos o malos, los escritos todos

 

 

Que en las activas prensas se acumulan.

 

 

   Nuestra patria feliz por varios modos

130

 

Protege a los audaces, y aún levanta

 

 

A muchos, ¡ay!, que estaban entre lodos.

 

 

   Así nuestra cultura se adelanta,

 

 

Y a fe que los quejosos escritores

 

 

Se divierten también en gresca tanta;

135

 

   Pues ya entusiasmo encuentren, ya rigores,

 

 

Del oso bailarín hacen recuerdo,

 

 

Y al escuchar dicterios o loores

 

 

Saben si es mono el que los dice, o cerdo.

 

 

 

 

 

Las siete palabras

Y María al pie de la cruz

 

   Al cielo ofreciendo del mundo el rescate,

 

 

Con clavos sujetas las manos divinas,

 

 

Ciñendo sus sienes corona de espinas,

 

 

Se ostenta en los brazos del leño Jesús.

 

 

   A diestra y siniestra dos viles ladrones

5

 

Reciben la pena que al crimen se debe;

 

 

Mas ¡sólo en el Justo se ensaña la plebe,

 

 

Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

 

 

 

 

 

   La túnica sacra con grita sortean

 

 

En frente al suplicio los fieros sayones,

10

 

Y el pueblo inconstante con torpes baldones

 

 

Denuesta al que ha sido su gloria y salud.

 

 

   Ya nadie recuerda sus hechos pasmosos,

 

 

Del bien -que hizo a todos- cada uno se olvida,

 

 

Celebran su muerte, calumnian su vida...

15

 

¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

 

 

 

 

 

   "Si Dios es tu Padre"-por mofa le dicen-

 

 

"Desciende, y entonces tendremos creencia.

 

 

Los oye el Cordero con santa paciencia,

 

 

Y ya de sus ojos nublada la luz,

20

 

   Los alza clamando: -¡Perdónalos, Padre!

 

 

Lo que hacen ignoran, perdónalos pío.-

 

 

Con roncas blasfemias responde el gentío,

 

 

¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

 

 

 

 

 

   Sed tengo -murmura la Víctima augusta;

25

 

Vinagre mezclado con hiel le presentan...

 

 

Sus labios divinos la esponja ensangrientan,

 

 

Y ríe y se goza la vil multitud.

 

 

   En tanto del Mártir se hiela la sangre

 

 

Cubriendo su frente con nublos espesos

30

 

Le tiemblan las carnes, le crujen los huesos

 

 

¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

 

 

 

 

 

   -¡Mujer, ve tu hijo! la dice, y señala

 

 

En Juan a la prole de Adán delincuente.

 

 

-¡Ahí tienes, oh hombre, tu Madre clemente!-

35

 

Mirando al Apóstol añade Jesús.

 

 

   Tal es el legado que alcanzan los mismos

 

 

Que son de su muerte causantes insanos:

 

 

Les da para el cielo derechos de hermanos...

 

 

¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

40

 

    Mirando del Cristo la suma clemencia,

 

 

De aquel que a su diestra comparte el suplicio

 

 

Conmuévese el alma, que el gran sacrificio

 

 

Ya en él ejercita su inmensa virtud:

 

 

   -"De mí note olvides -le dice- en tu reino."

45

 

Jesús premia al punto su fe meritoria;

 

 

-Conmigo- responde -serás en la gloria...-

 

 

Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

 

 

 

 

 

   Mas ¡ay! ya el instante se acerca supremo:

 

 

Ya el pecho amoroso con pena respira:

50

 

Inclinase el rostro que el ángel admira,

 

 

Y eleva la muerte su fiera segur.

 

 

   -¡Oh Padre divino! ¿por qué me abandonas?

 

 

La voz espirante pronuncia despacio:

 

 

Su queja doliente devora el espacio...

55

 

¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

 

 

 

 

 

   -¡Todo es consumado! -Mi espíritu ¡oh Padre!

 

 

Recibe en tus manos -clamó el moribundo.

 

 

Retiemblan de pronto los ejes del mundo,

 

 

Los cielos se cubren de oscuro capuz,

60

 

   Se parten las piedras, las tumbas se abren,

 

 

Sangriento un cadáver se ve suspendido...

 

 

¡De Adán el linaje ya está redimido!

 

 

¡Y aún queda la Madre al pie de la Cruz!

 

 

 

 

 

Al nombre de Jesús

Soneto

 

   Es grata al caminante en noche fría

 

 

La alegre llama del hogar caliente:

 

 

Grata al que corre bajo sol ardiente

 

 

La fresca sombra de arboleda umbría:

 

 

   Grato, como dulcísima armonía,

5

 

Para el sediento el ruido de la fuente,

 

 

Y grato respirar en libre ambiente

 

 

Para quien sale de mazmorra impía.

 

 

   Es grata, en fin, la lluvia al campesino;

 

 

Grata al guerrero belicosa fama;

10

 

Y grato el natal suelo al peregrino:

 

 

   Pero más que aire, sombra, fuente, llama,

 

 

Lluvia, patria, laurel, ¡Jesús divino!

 

 

Tu nombre es grato al corazón que te ama.

 

 

 

 

 

A Dios

Soneto

 

   ¿No es delirio, Señor? Tú, el absoluto

 

 

En belleza, poder, inteligencia;

 

 

Tú, de quien es la perfección esencia

 

 

Y la felicidad santo atributo;

 

 

   Tú, a mí -que nazco y muero como el bruto-

5

 

Tú, a mí -que el mal recibo por herencia-

 

 

Tú, a mí -precario ser, cuya impotencia-

 

 

Sólo estéril dolor tiene por fruto...

 

 

   ¿Tú me buscas ¡oh Dios! Tú el amor mío

 

 

Te dignas aceptar como victoria

10

 

Ganada por tu amor a mi albedrío?

 

 

   ¡Sí! no es delirio; que a la humilde escoria,

 

 

Digno es de tu supremo poderío

 

 

Hacer capaz de acrecentar tu gloria!

 

 

 

 

 

La pesca en el mar

 

   ¡Mirad! ya la tarde fenece...

 

 

         La noche en el cielo

 

 

         despliega su velo,

 

 

         propicio al amor.

 

 

La playa desierta parece:

5

 

         Las olas serenas

 

 

         salpican apenas

 

 

         su dique de arenas,

 

 

         con blando rumor.

 

 

 

 

 

Del líquido seno la luna

10

 

         su pálida frente

 

 

         allá en occidente

 

 

         comienza a elevar.

 

 

No hay nube que vele importuna

 

 

         sus tibios reflejos,

15

 

         que miro de lejos

 

 

         mecerse en espejos

 

 

         del trémulo mar.

 

 

 

 

 

¡Corramos!... ¡quién llega primero!

 

 

         Ya miro la lancha...

20

 

         Mi pecho se ensancha,

 

 

         se alegra mi faz.

 

 

¡Ya escucho la voz del nauclero!

 

 

         que el lino despliega

 

 

         Y al soplo le entrega

25

 

         del aura que juega,

 

 

         girando fugaz!

 

 

 

 

 

¡Partamos! la plácida hora

 

 

         llegó de la pesca,

 

 

         y al alma refresca

30

 

         la bruma del mar.

 

 

¡Partamos, que arrecia sonora

 

 

         la voz indecisa

 

 

         del agua, y la brisa

 

 

         comienza de prisa

35

 

         la flámula a hinchar!

 

 

 

 

 

         ¡Pronto, remero!

 

 

         ¡Bate la espuma!

 

 

         ¡Rompe la bruma!

 

 

         ¡Parte veloz!

40

 

 

 

 

         ¡Vuele la barca!

 

 

         ¡Dobla la fuerza!

 

 

         ¡Canta y esfuerza

 

 

         brazos y voz!

 

 

 

 

 

         Un himno alcemos

45

 

         jamás oído,

 

 

         del remo al ruido

 

 

         del viento al son,

 

 

 

 

 

         y vuelve en alas

 

 

         del libre ambiente

50

 

         la voz ardiente

 

 

         del corazón.

 

 

 

 

 

Yo a un marino le debo la vida,

 

 

y por patria le debo al azar

 

 

una perla -en un golfo nacida-

55

 

         al bramar

 

 

         sin cesar

 

 

         de la mar.

 

 

Me enajena al lucir de la luna

 

 

con mi bien estas olas surcar,

60

 

y no encuentro delicia ninguna

 

 

         como amar

 

 

         y cantar

 

 

         en el mar.

 

 

Los suspiros de amor anhelantes

65

 

¿quién ¡oh amigos! querrá sofocar,

 

 

si es tan grato a los pechos amantes

 

 

         a la par

 

 

         suspirar

 

 

         en el mar?

70

 

¿No sentís que se encumbra la mente

 

 

esa bóveda inmensa al mirar?

 

 

Hay un goce profundo y ardiente

 

 

         en pensar

 

 

         y admirar

75

 

         en el mar.

 

 

Ni un recuerdo del mundo aquí llegue

 

 

nuestra paz deliciosa a turbar:

 

 

libre el alma al deleite se entregue

 

 

         de olvidar

80

 

         y gozar

 

 

         en el mar.

 

 

¡Presto todos!... ¡Las redes se tienden!

 

 

¡Muy pesadas las hemos de alzar!

 

 

¡Presto todos, los cantos suspendan,

85

 

         y callar

 

 

         y pescar

 

 

         en el mar!

 

 

 

 

 

Cuartetos escritos en un cementerio

 

   He aquí el asilo de la eterna calma,

 

 

do sólo el sauce desmayado crece...

 

 

¡Dejadme aquí: que fatigada el alma,

 

 

el aura de las tumbas apetece!

 

 

 

 

 

Los que aspiráis las flores de la vida,

5

 

llenas de aroma de placer y gloria,

 

 

no piséis el lugar do convertida

 

 

veréis su pompa en miserable escoria:

 

 

 

 

 

mas venid todos los que el ceño airado

 

 

del destino mirasteis en la cuna;

10

 

los que sentís el corazón llagado

 

 

y no esperáis consolación alguna.

 

 

 

 

 

¡Venid también, espíritus ardientes,

 

 

que en ese mundo os agitáis sin tino,

 

 

y cuya inmensa sed sus turbias fuentes

15

 

calmar no pueden con raudal mezquino!

 

 

 

 

 

Los que el cansancio conocisteis, antes

 

 

que paz os diesen y quietud los años

 

 

¡Venid con nuestros sueños devorantes!

 

 

¡Venid con vuestros tristes desengaños!

20

 

 

 

 

No aquí las horas, rápidas o lentas,

 

 

cuenta el placer ni mide la esperanza:

 

 

¡quiébranse aquí las olas turbulentas

 

 

que el huracán de las pasiones lanza!

 

 

 

 

 

Aquí, si os turban sombras de la duda,

25

 

la severa verdad inmóvil vela:

 

 

aquí reina la paz eterna y muda,

 

 

si paz el alma fatigada anhela.

 

 

 

 

 

Los que aquí duermen en profundo sueño,

 

 

insomnes cual nosotros se agitaron...

30

 

Ya de la muerte en el letal beleño

 

 

sus abrasadas sienes refrescaron.

 

 

 

 

 

Amemos, pues, nuestra mansión futura,

 

 

única que tenemos duradera

 

 

¡Que ilusión de la vida es la ventura,

35

 

mas la paz de la muerte es verdadera!

 

 

 

 

 

A las estrellas

Soneto

 

   Reina el silencio; fúlgidas en tanto,

 

 

luces de paz, purísimas estrellas,

 

 

de la noche feliz lámparas bellas, 

 

 

bordáis con oro su luctuoso manto.

 

 

   Duerme el placer, mas vela mi quebranto,

5

 

y rompen el silencio mis querellas,

 

 

volviendo el eco unísono con ellas,

 

 

de aves nocturnas el siniestro canto.

 

 

   ¡Estrellas, cuya luz modesta y pura

 

 

del mar duplica el azulado espejo!

10

 

si a compasión os mueve la amargura

 

 

   del intenso penar porque me quejo,

 

 

¿cómo, para aclarar mi noche oscura,

 

 

no tenéis ¡ay! ni un pálido reflejo?

 

 

 

 

 

A él

 

   Era la edad lisonjera

 

 

en que es un sueño la vida,

 

 

era la aurora hechicera

 

 

de mi juventud florida,

 

 

en su sonrisa primera:

5

 

   cuando contenta vagaba

 

 

por el campo, silenciosa,

 

 

y en escuchar me gozaba

 

 

la tórtola que entonaba

 

 

su querella lastimosa.

10

 

   Melancólico fulgor

 

 

blanca luna repartía,

 

 

y el aura leve mecía

 

 

con soplo murmurador

 

 

la tierna flor que se abría.

15

 

   ¡Y yo gozaba! El rocío,

 

 

nocturno llanto del cielo,

 

 

el bosque espeso y umbrío,

 

 

la dulce quietud del suelo,

 

 

el manso correr del río.

20

 

   Y de la luna el albor,

 

 

y el aura que murmuraba,

 

 

acariciando a la flor,

 

 

y el pájaro que cantaba,

 

 

todo me hablaba de amor.

25

 

   Y trémula, palpitante,

 

 

en mi delirio extasiada,

 

 

miré una visión brillante,

 

 

como el aire perfumada,

 

 

como las nubes flotante.

30

 

   Ante mí resplandecía

 

 

como un astro brillador,

 

 

y mi loca fantasía

 

 

al fantasma seductor

 

 

tributaba idolatría.

35

 

   Escuchar pensé su acento

 

 

en el canto de las aves:

 

 

eran las auras su aliento

 

 

cargadas de aromas suaves,

 

 

y su estancia el firmamento.

40

 

   ¿Qué ser divino era aquél?

 

 

¿Era un Ángel o era un hombre?

 

 

¿Era un Dios o era Luzbel...?

 

 

¿Mi visión no tiene nombre?

 

 

¡Ah! nombre tiene... ¡Era él!

45

 

 

 

 

   El alma guardaba tu imagen divina

 

 

y en ella reinabas ignoto señor,

 

 

que instinto secreto tal vez ilumina

 

 

la vida futura que espera el amor.

 

 

   Al sol que en el cielo de Cuba destella,

50

 

del trópico ardiente brillante fanal

 

 

tus ojos eclipsan, tu frente descuella

 

 

cual se alza en la selva la palma real.

 

 

   Del genio la aureola, radiante, sublime,

 

 

ciñendo contemplo tu pálida sien,

55

 

y al verte, mi pecho palpita, y se oprime,

 

 

dudando si formas mi mal o mi bien.

 

 

   Que tú eres no hay duda mi sueño adorado,

 

 

el ser que vagando mi mente buscó,

 

 

mas ¡ay! que mil veces el hombre, arrastrado

60

 

por fuerza enemiga, su mal anheló.

 

 

 

 

 

   Así vi a la mariposa

 

 

inocente, fascinada

 

 

en torno a la luz amada

 

 

revolotear con placer.

65

 

   Insensata se aproxima

 

 

y le acaricia insensata,

 

 

hasta que la luz ingrata

 

 

devora su frágil ser.

 

 

   Y es fama que allá en los bosques

70

 

que adornan mi patria ardiente,

 

 

nace y crece una serpiente

 

 

de prodigioso poder,

 

 

   que exhala en torno su aliento

 

 

y la ardilla palpitante,

75

 

fascinada, delirante,

 

 

corre... ¡y corre a perecer!

 

 

   ¿Hay una mano de bronce,

 

 

fuerza, poder, o destino,

 

 

que nos impele al camino

80

 

que a nuestra tumba trazó?

 

 

   ¿Dónde van, dónde, esas nubes

 

 

por el viento compelidas?...

 

 

¿Dónde esas hojas perdidas

 

 

que del árbol arrancó?

85

 

   Vuelan, vuelan resignadas,

 

 

y no saben donde van,

 

 

pero siguen el camino

 

 

que les traza el huracán.

 

 

   Vuelan, vuelan en sus alas

90

 

nubes y hojas a la par,

 

 

ya los cielos las levante

 

 

ya las sumerja en el mar.

 

 

   ¡Pobres nubes! ¡pobres hojas

 

 

que no saben dónde van!...

95

 

pero siguen el camino

 

 

que les traza el huracán.

 

 

 

 

 

A****

 

   No existe lazo ya: todo está roto:

 

 

plúgole al cielo así: ¡bendito sea!

 

 

Amargo cáliz con placer agoto:

 

 

mi alma reposa al fin: nada desea.

 

 

 

 

 

   Te amé, no te amo ya; piénsolo al menos.

5

 

¡Nunca, si fuere error, la verdad mire!

 

 

Que tantos años de amarguras llenos

 

 

trague el olvido; el corazón respire.

 

 

 

 

 

   Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo

 

 

una vez y otra vez pisaste insano...

10

 

mas nunca el labio exhalará un murmullo

 

 

para acusar tu proceder tirano.

 

 

 

 

 

   De graves faltas vengador terrible,

 

 

dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras?

 

 

No era tuyo el poder que irresistible

15

 

postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

 

 

 

 

 

   ¡Quísolo Dios y fue: gloria a su nombre!

 

 

Todo se terminó: recobro aliento.

 

 

¡Ángel de las venganzas! ya eres hombre...

 

 

ni amor ni miedo al contemplarte siento.

20

 

 

 

 

   Cayó tu cetro, se embotó tu espada...

 

 

Mas ¡ay! ¡Cuán triste libertad respiro!

 

 

Hice un mundo de ti, que hoy se anonada,

 

 

y en honda y vasta soledad me miro.

 

 

 

 

 

   ¡Vive dichoso tú! Si en algún día

25

 

ves este adiós que te dirijo eterno,

 

 

sabe que aún tienes en el alma mía

 

 

generoso perdón, cariño tierno.

 

 

 

A la poesía

 

      ¡Oh tú, del alto cielo,

 

 

precioso don al hombre concedido!

 

 

¡Tú, de mis penas íntimo consuelo,

 

 

de mis placeres manantial querido!

 

 

¡Alma del orbe, ardiente Poesía,

5

 

dicta el acento de la lira mía!

 

 

   Díctalo, sí; que enciende

 

 

tu amor mi seno, y sin cesar ansío

 

 

la poderosa voz -que espacio hiende-

 

 

para aclamar tu excelso poderío;

10

 

y en la naturaleza augusta y bella

 

 

buscar, seguir y señalar tu huella.

 

 

   ¡Mil veces desgraciado

 

 

quien -al fulgor de tu hermosura ciego-

 

 

en su alma inerte y corazón helado

15

 

no abriga un rayo de tu dulce fuego!

 

 

Que es el mundo sin ti templo vacío,

 

 

cielos sin claridad, cadáver frío.

 

 

   Mas yo doquier te miro;

 

 

doquier el alma estremecida siente

20

 

tu influjo inspirador. El grave giro

 

 

de la pálida luna, el refulgente

 

 

trono del sol, la tarde, la alborada...,

 

 

todo me habla de ti con voz callada.

 

 

   En cuanto ama y admira

25

 

te halla mi mente. Si huracán violento

 

 

zumba y levanta el mar, bramando ira;

 

 

si con rumor responde soñoliento

 

 

plácido arroyo al aura que suspira...,

 

 

tú alargas para mí cada sonido

30

 

y me explicas su místico sentido.

 

 

   Al férvido verano,

 

 

a la apacible y dulce primavera,

 

 

al grave otoño y al invierno cano

 

 

embellece tu mano lisonjera;

35

 

que alcanza, si los pintan tus colores,

 

 

calor el hielo, eternidad las flores.

 

 

   ¿Qué a tu dominio inmenso

 

 

no sujetó el Señor? En cuanto existe

 

 

hallar tu ley y tus misterios pienso;

40

 

el universo tu ropaje viste,

 

 

y en su conjunto armónico demuestra

 

 

que tú guiaste la hacedora diestra.

 

 

   ¡Hablas! Todo renace;

 

 

tu creadora voz los yermos puebla:

45

 

espacios no hay que tu poder no enlace

 

 

y, rasgando del tiempo la tiniebla,

 

 

de lo pasado al descubrir ruinas,

 

 

con tu mágica voz las iluminas.

 

 

   Por tu acento apremiados,

50

 

levántanse del fondo del olvido,

 

 

ante tu tribunal, siglos pasados;

 

 

y el fallo, que pronuncias transmitido

 

 

por una y otra edad en rasgos de oro,

 

 

eterniza su gloria o su desdoro.

55

 

   Tu genio independiente

 

 

rompe las sombras del error grosero;

 

 

la verdad preconiza; de su frente

 

 

vela con flores el rigor severo,

 

 

dando al pueblo en bellas creaciones,

60

 

de saber y virtud santas lecciones.

 

 

   Tu espíritu sublime

 

 

ennoblece la lid; tu épica trompa

 

 

brillo eternal en el laurel imprime;

 

 

al triunfo presta inusitada pompa;

65

 

y los ilustres hechos que proclama

 

 

fatiga son del eco de la fama.

 

 

   Mas si entre gayas flores

 

 

a la beldad consagras tus acentos;

 

 

si retratas los tímidos amores;

70

 

si enalteces sus rápidos contentos,

 

 

a despecho del tiempo, en tus anales

 

 

beldad, placer y amor son inmortales.

 

 

   Así en el mundo suenan

 

 

del amante Petrarca los gemidos,

75

 

los siglos con su canto se enajenan;

 

 

y unos tras otros -de su amor movidos-

 

 

van de Valclusa a demandar al aura

 

 

el dulce nombre del cantor de Laura.

 

 

   ¡Oh! No orgullosa aspiro

80

 

a conquistar el lauro refulgente,

 

 

que humilde acato y entusiasta admiro

 

 

de tan gran vate la inspirada frente;

 

 

ni ambicionan mis labios juveniles

 

 

el clarín sacro del cantor de Aquiles.

85

 

   No tan ilustres huellas

 

 

seguir es dado a mi insegura planta...

 

 

mas -abrasada al fuego que destellas-,

 

 

¡oh, ingenio bienhechor!, a tu ara santa

 

 

mi pobre ofrenda estremecida elevo,

90

 

y una sonrisa a demandar me atrevo.

 

 

   Cuando las frescas galas

 

 

de mi lozana juventud se lleve

 

 

el veloz tiempo en sus potentes alas,

 

 

y huyan mis dichas como el humo leve,

95

 

serás aún mi sueño lisonjero,

 

 

y veré hermoso tu favor primero.

 

 

   Dame que pueda entonces,

 

 

¡Virgen de paz, sublime poesía!,

 

 

no transmitir ni en mármoles ni en bronces

100

 

con rasgos tuyos la memoria mía;

 

 

sólo arrullar, cantando mis pesares

 

 

a la sombra feliz de tus altares.