RICARDO GÜIRALDES
CARTA ABIERTA
Amigos:
He leído hoy el último número de MARTÍN
FIERRO. Patria chica en el papel, grande en el anhelo. Vuestra juventud sube
hacia mi rostro, como un aliento de pampa, cuando sobre la gramilla iluminada
de rocío (emoción de la madrugada, que vuelve a encontrar su mundo) me aferro
al optimismo ascendente de los nuevos crecimientos. El hombre se siente pequeño
ante la infinita transmutación que anuncia lo porvenir, pero crece con sentirse
capaz de comprenderla.
En vuestra valentía se produce una vez
más el eterno amanecer del espíritu. ¿No es ése el misterio de la anunciación?
Vienen y vendrán los ataques. Inútil
sorprenderse. Caminos sin pantanos no son caminos de hombres libres y los más
duros son los que más espolean el deseo de llegar. Caer no es nada. Las
osamentas sirven de mojón a los que después de uno sienten el vértigo del
desierto. Así se conquistan horizontes. Así se regala el bien habido a los
timoratos.
Uno de los nuestros ha pedido piedad. Y
es que dio el rostro a lo que siempre debió volver la espalda. ¿Cómo la
cobardía momentánea del fuerte puede pedir ayuda a la cobardía constante de los
débiles? Dice un refrán gaucho: "No hay que mudar caballo en medio 'el
río'".
En el camino de las ideas la duda
equivale a mudar de caballo.
Además, ¿qué puede esperar el que cargó
sobre sus hombros con la responsabilidad de partir, de aquellos que se
aferraron a la inmovilidad? Solamente un reproche, una acusación de soberbia,
de inútil rebeldía... tal vez un sarcástico comentario de su grito.
El que parte debe saber que se cierra a
la posibilidad de todo consuelo. Pedir es un verbo que perdió su significado
por la imposibilidad de hacerse acción. Mil mástiles deben enderezar su
voluntad, aunque sea triste cosa zarpar dejando que detrás de uno el hombre se
ensucie con sentimientos poco generosos.
El fuerte sabe que sólo debe dar la mano
para ayudar y que la amistad no puede ser más que un oasis en su Sahara. Mojar
los labios en ese oasis es crearse una mayor capacidad para la marcha.
En arte hay dos actitudes: la de mirar al
público y hacer las piruetas de histrión necesarias para que los espectadores
le arrojen moneditas de su simpatía (gloria mundana) y la de encararse con el
misterio inexpugnable del arte mismo, siempre capaz de ennoblecer con su
perenne juventud a los que se dan de cuerpo y alma. En el primer caso la
actitud es de pedido; en el segundo nada puede pedirse que no venga de uno
mismo y la ruta se prolonga aumentando paso a paso sus exigencias,
endureciéndose a medida que el artista se hace capaz de cargar con mayor peso.
Toda palabra contiene en sí un misterio total. La conjunción de las palabras es
el campo infinito que jamás venceremos sino con pasajeras vislumbres. Esto para
los escritores.
¿Quién puede resolver por uno el problema
que uno se impone? Todo problema resuelto por otro, se ha hecho ajeno a
nuestros propósitos y no puede servirnos sino para aumentar por el ejemplo,
nuestra ansia de llegar. Y además llegar no significa sino haberse creado
nuevos motivos de partir. ¿Quién será tan presuntuoso para creer que ha
resuelto totalmente un problema de arte? Únicamente un engreimiento de limitado
puede suponer límites definitivos. La eternidad no se concibe sino como un
constante andar. El que quiere enfrentarla debe decirse a diario con alegre
confianza: "Levántate y anda".
Y para concluir: Los que atacan todo
gesto de independencia, son los sometidos a ideas de otros, en quienes creen haber
encontrado una verdad definitiva. Sea de quien sea esa idea y sea como sea,
están en un error.
El que cree saber, ha creado en sí una
muerte. Saber es en el hombre un estado de relación con una ignorancia
anterior. Todo saber, adquirido como conocimiento transitorio, se modifica por
una duda y llega a ser una ignorancia de la cual se parte hacia un conocimiento
futuro.
El que acopia los saberes transitorios
como inamovibles, va osificando poco a poco su inteligencia hasta llegar a una
completa incapacidad de comprender y se convierte en un más o menos ameno
predicador de verdades-lastre.
La memoria no es un oráculo infalible.
Sus conocimientos no "son" sino que "han sido" y no pueden
servirnos para negar la adquisición constante de nuevos datos que nos atrae el
hecho mudadizo del vivir.
Del saber interno y del saber que a cada
momento vamos adquiriendo, surge el proceso de nuestra inquietud intelectual.
Los que creen en las verdades definitivamente adquiridas, matan la vida del pensamiento.
Los que en cambio no admiten sino verdades del momento, crean a la inteligencia
una razón de vivir.
No hay en el hombre un solo saber
absoluto; hay una "actual" comprensión de un aspecto de verdad,
dentro de ciertos factores inseparables de esa verdad relativa, sin los cuales
no se hubiera presentado. Si admitimos este conocimiento como inmutable,
desatendiendo las circunstancias especiales que nos lo trajeron, sólo habremos
muerto nuestra capacidad de ver otro aspecto de verdad, en beneficio de una
mentira.
Diciembre de 1924.
Ricardo
Güiraldes.