PEDRO DE VALDIVIA
CARTAS QUE TRATAN DEL DESCUBRIMIENTO Y
CONQUISTA DEL REINO DE CHILE
ÍNDICE
o A Gonzalo
Pizarro
Santiago, 20
de agosto de 1545
o Al
emperador Carlos V
La Serena, 4
de septiembre de 1545
o A Hernando
Pizarro
La Serena, 4
de septiembre de 1545
o Al
emperador Carlos V
La Serena, 5
de septiembre de 1545
o Al Consejo
de Indias
Los Reyes
del Perú, 15 de junio de 1548
o Al
emperador Carlos V
Santiago, 9
de julio de 1549
o A sus
apoderados en la corte
Santiago, 15
de octubre de 1550
o Al
emperador Carlos V
Concepción,
15 de octubre de 1550
o Al
emperador Carlos V
Concepción,
25 de septiembre de 1551
o Al
príncipe don Felipe
Santiago, 26
de octubre de 1552
o Al
emperador Carlos V
Santiago, 26
de octubre de 1552
A Gonzalo
Pizarro
Santiago, 20
de agosto de 1545
Magnífico señor: La carta de vuestra
merced, escripta en Lima a los 14 de marzo del año pasado de 1543, recebí, que
me trujo Gaspar Orense. Las manos de vuestra merced beso por lo que dice
haberse holgado de mi saluda de verme enviar por gente, que es señal he topado
contento della; así es en verdad y, nunca tove menos segúnd con la voluntad con
que me hizo la merced el Marqués, mi señor, que haya gloria; y así sentí la
pérdida de vuestra merced y mal subceso de su descubrimiento; y pues vuestra
merced tiene salud, por ella doy muchas gracias a Dios, que la hacienda, como
vuestra merced dice, Él la da cuando es servido, y hace al contrario della.
De la muerte del Marqués, mi señor, no
hay que decir sino que la sentí muy dentro del ánima y cada vez, que me
acuerdo, lloro con el corazón lágrimas de sangre, y tengo una pena que mientras
viviere, durará por no me poder haber hallado a la satisfación de la venganza,
y por lo mesmo tengo la habrá sentido y sentirá vuestra merced al doblo: y pues
tal sentencia estaría de Dios pronunciado, démosle gracias por ello, y a todos
los deudos, criados y servidores de su Señoría nos es grand consuelo saber que
fue martirizado por servir a su Majestad, a manos de sus deservidores, y que la
fama de sus hazañas hechas en acrescentamiento de su Real patrimonio y cesárea
auctoridad vive y vivirá en la memoria de los presentes y por venir, y saber
que su muerte fue tan bien vengada por el ilustre señor Gobernador Vaca de Castro,
cuanto lo fue por Otaviano la de Julio César. Y dejado aparte que por el valor
de su Señoría obliga a todos a tenerle por señor y padre, por la merced tan
grande que en ello se nos hizo, hemos de servirle con las haciendas y vidas en
tanto que duraren, hasta aventurarlas y perderlas, si fuere menester, en su
servicio como yo lo haré siempre, aunque en ello aventuramos antes a ganarlas,
y lo mesmo escribo al señor Hernando Pizarro, dándole larga cuenta de lo por mí
pasado después que de su merced me partí, porque sé que se holgará. Y en lo que
yo perdí, no quiero hablar, porque si vuestra merced perdió hermano, yo, señor
y padre, y por lo mesmo que vuestra merced me dejo de alargar en este caso. A
su Majestad escribo un capítulo en mi carta suplicándole haga las mercedes a
esos huerfanitos para que se sustenten en su servicio como hijos de quien eran;
y al señor Gobernador suplico asimesmo en mi carta los tenga so su protección y
amparo, favoreciéndolos con su Majestad y v. m. tiene mucha razón de dar gracias
a Dios por haber traído, a tal coyuntura, a esas tierras tan valeroso caballero
y señor y su Majestad le proveyó cual convenía para la necesidad dellas:
suplico a vuestra merced le tenga en el lugar que al Marqués mi señor, porque
yo creo, segúnd me dicen de su Señoría, desea en todo la honra y
acrescentamiento del señor Hernando Pizarro y de vuestra merced y sustentación
con toda auctoridad de esos señoritos huérfanos, y en proveer a vuestra merced
por tutor dellos fue muy acertado, porque ternán así padre y vuestra merced los
mirará como a hijos y como de tales hará sus cosas.
Como supe la muerte del Marqués, mi
señor, proveí en hacer sus honras y cabo de año, por poder prevenir a su ánima
con algunos sufragios; pues con su persona honro la mía, quisiera tener aparejo
para hacerlas tan sumptuosas cuanto el valor y ser de su persona merecía; pero
Dios reciba mi voluntad y en lo de adelante terné, mientras viviere, el mesmo
cuidado, como soy obligado y lo debo.
Acá llegó Gaspar Orense y en verdad su
persona es la que vuestra merced en su carta dice, y después que, vino ha mucho
y muy bien servido a su Majestad en esta tierra, y así por esto como por
mandarme vuestra merced le haya por encomendado y haber corrido una mesma
fortuna con vuestra merced, le he dado un muy buen cacique con mill y
quinientos indios, cuarenta leguas desta cibdad, que han de servir en la que
poblare en la provincia de Rauco, que es veinte leguas de allí: y lo mesmo haré
con todos los servidores e criados del Marqués, mi señor, y del señor Hernando
Pizarro y de vuestra merced que por acá vinieren, que para les hacer bien no es
menester saber más de que lo son, cuanto más, escribiéndome vuestra merced en
su recomendación; y si a algunos caballeros desea vuestra merced que tengan de
comer, por amor, cargo o amistad que les tenga, envíemelos acá, que yo cumpliré
con ellos lo que vuestra merced no pudo por salirle su designo al revés.
Ahora despacho al capitán Alonso de
Monroy, mi teniente general, a esas provincias, y irá a la cibdad del Cuzco y a
donde estoviere el señor Gobernador, a darle mis cartas y cuenta destas partes.
Hele mandado bese las manos a vuestra merced de mi parte y le dé razón de todo
lo que de mí querrá saber y desta tierra.
También vino con su navío el capitán Juan
Baptista de Pastene acá, y le hice mi teniente general en la mar, por haber
sido criado y servidor del Marqués, mi señor, y ser hombre para ello, y le
torno a enviar a la cibdad de Los Reyes a que me traiga armas y pólvora y la
gente que quisiere venir, y si hallare acaso allí a vuestra merced, haga el
mesmo oficio; y suplico a vuestra merced sea servido de me mandar avisar de la
salud de su magnífica persona y de todo lo demás que a vuestra merced
pareciere, diciéndome asimesmo del señor Hernando Pizarro si tiene vuestra
merced carta suya y nuevas de Corte y del subceso de sus negocios, que de todo
me holgaré como de los propios, mayormente si van guiados en el descanso y
acrescentamiento de vuestras mercedes.
A esos señores todos beso las manos de
sus mercedes, y sepan que los tengo de tener en el lugar que a mi padre para
los servir como lo hiciera a él.
Como supe la muerte del Marqués, mi
señor, hice sus honras y cabo de año lo mejor que me dio lugar la posibilidad:
quisiérala tener tan grande, que en ello se pudiera dar a entender las grandes
proezas y hazañas que en la vida hizo a su Majestad. Siempre terné memoria de
subvenir a su ánima con sufragios.
A esos señores todos beso las manos, y
Nuestro Señor guarde y prospere la magnífica persona de vuestra merced con el
acrescentamiento que merece. Desta cibdad de Sanctiago, a 20 de agosto 1545. De
vuestra merced muy cierto servidor que sus manos besa.-PEDRO DE VALDIVIA.
Al emperador
Carlos V
La Serena, 4
de septiembre de 1545 S. C. C. M.:
Cinco años ha que vine de las provincias
del Perú con provisiones del Marqués y gobernador don Francisco Pizarro a
conquistar y poblar estas de la Nueva Extremadura, llamadas primero Chili, y
descobrir otras adelante, y en todo este tiempo no he podido dar cuenta a V. M.
de lo que he hecho en ellas por haberlo gastado en su cesáreo servicio. Y bien
sé escribió el Marqués a V. M. cómo me envió, y dende ha un año que llegué a
esta tierra envié por socorro a la cibdad del Cuzco al capitán Alonso de
Monroy, mi teniente general, y halló allí al gobernador Vaca de Castro, el cual
asimesmo escribió a V. M. dando razón de mí, y otro tanto hizo el capitán
Monroy, con relación, aunque breve, de lo que había hecho hasta que de aquí partió,
y tengo a muy buena dicha hayan venido a noticia de V. M. mis trabajos por
indirectas, primero que las importunaciones de mis cartas, para por ellos pedir
mercedes, las cuales estoy bien confiado me las hará V. M. en su tiempo, con
aquella liberalidad que acostumbra pagar a sus súbditos y vasallos sus
servicios; y aunque los míos no sean de tanto momento cuanto yo querría, por la
voluntad que tengo de hacerlos los más crecidos que ser pudiesen, me hallo
merecedor de todas las mercedes que V. M. será servido de me mandar hacer y las
que yo en esta carta pediré; en tanto que los trabajos de pacificar lo poblado
me dan lugar a despachar y enviar larga relación de toda esta tierra y la que
tengo descubierta en nombre de V. M., y la voy a conquistar y poblar, suplico
muy humillmente me sean otorgadas, pues las pido con celo de que mi buen
propósito en su real servicio haga el fructo que deseo, que ésta es la mayor
riqueza y contentamiento que puedo tener.
Sepa V. M. que cuando el Marqués don
Francisco Pizarro me dio esta empresa, no había hombre que quisiese venir a
esta tierra, y los que más huían della eran los que trajo el adelantado don
Diego de Almagro, que como la desamparó, quedó tan mal infamada, que como de la
pestilencia huían della; y aún muchas personas que me querían bien y eran
tenidos por cuerdos, no me tovieron por tal cuando me vieron gastar la hacienda
que tenía en empresa tan apartada del Perú, y donde el Adelantado no había
perseverado, habiendo gastado él y los que en su compañía vinieron más de
quinientos mill pesos de oro; y el fructo que hizo fue poner doblado ánimo a
estos indios; y como vi el servicio que a V. M. se hacía en acreditársela,
poblándola y sustentándola, para descobrir por ella hasta el Estrecho de
Magallanes y Mar del Norte, procuré de me dar buena maña, y busqué prestado
entre mercaderes y con lo que yo tenía y con amigos que me favorecieron, hice
hasta ciento y cincuenta hombres de pie y caballo, con que vine a esta tierra;
pasando en el camino todo grandes trabajos de hambres, guerras con indios, y
otras malas venturas que en estas partes ha habido hasta el día de hoy en
abundancia.
Por el mes de abril del año de mil
quinientos treinta y nueve me dio el Marqués la provisión, y llegué a este
valle de Mapocho por el fin del año de 1540. Luego procuré de venir a hablar a
los caciques de la tierra, y con la diligencia que puse en corrérselas,
creyendo éramos cantidad de cristianos, vinieron los más de paz y nos sirvieron
cinco o seis meses bien, y esto hicieron por no perder sus comidas, que las
tenían en el campo, y en este tiempo nos hicieron nuestras casas de madera y
paja con la traza que les di, en un sitio donde fundé esta cibdad de Sanctiago
del Nuevo Extremo, en nombre de V. M., en este dicho valle, como llegué a los
24 de febrero de 1541.
Fundada, y comenzando a poner alguna
orden en la tierra, con recelo que los indios habían de hacer lo que han
siempre acostumbrado en recogiendo sus comidas, que es alzarse, y
conociéndoseles bien en el aviso que tenían de nos contar a todos; y como nos
vieron asentar, pareciéndoles pocos, habiendo visto los muchos con que el
Adelantado se volvió, creyendo que de temor dellos, esperaron estos días a ver
si hacíamos lo mesmo, y viendo que no, determinaron hacérnoslo hacer por fuerza
o matarnos; y para podernos defender y ofenderlos, en lo que proveí
primeramente fue en tener mucho aviso en la vela, y en encerrar toda la comida
posible, porque, ya que hiciesen ruindad, ésta no nos faltase; y así hice
recoger tanta, que nos bastara para dos años y más, porque había en cantidad.
De indios tomados en el camino, cuando
vine a esta tierra, supe cómo Mango Inga, señor natural del Cuzco, que anda
rebelado del servicio de V. M., había enviado a avisar a los caciques della cómo
veníamos, y que si querían nos volviésemos como Almagro, que escondiesen todo
el oro, ovejas, ropa, lana y algodón y las comidas, porque como nosotros
buscábamos esto, no hallándolo, nos tornaríamos. Y ellos lo cumplieron tan al
pie de la letra, que se comieron las ovejas, que es gente que se da de buen
tiempo, y el oro y todo lo demás quemaron, que aún a los propios vestidos no
perdonaron, quedándose en carnes, y así han vivido, viven y vivirán hasta que
sirvan. Y como en esto estaban bien prevenidos nos salieron de paz hasta ver si
dábamos la vuelta, porque no les destruyésemos las comidas, que las de los años
atrás también las quemaron, no dejando más de lo que habían menester hasta la
cosecha.
En este medio tiempo, entre los fieros
que nos hacían algunos indios que no querían venirnos a servir, nos decían, que
nos habían de matar a todos, como el hijo de Almagro, que ellos llamaban
Armero, había muerto en Pachacama al Apomacho, que así nombraban al gobernador
Pizarro, y que, por esto, todos los cristianos del Perú se habían ido. Y
tomados algunos destos indios y atormentados, dijeron que su cacique, que era
el principal señor del valle de Canconcagua, que los del Adelantado llamaron
Chili, tenía nueva dello de los caciques de Copayapo, y ellos de los de
Atacama, y con esto acordó el procurador de la cibdad hacer un requerimiento al
Cabildo para que me eligiese por gobernador en nombre de V. M., por la nueva de
la muerte del dicho Marqués, cuyo teniente yo era, hasta que, informado V. M.,
enviase a mandar lo que más a su Real servicio conviniese. Y así, ellos y el
pueblo, todos de un parecer, se juntaron y dijeron era bien, y dieron sus
causas para que lo acebtase, y yo las mías para me excusar, y al fin me
vencieron, aunque no por razones, sino porque me pusieron delante el servicio
de V. M., y por parecer me convenía a aquella coyuntura, lo acebté. Ahí va el
traslado de la elección como pasó para que siendo V. M. servido, lo vea.
Fecho esto, como no creí lo que los
indios decían de la muerte del Marqués, por ser mentirosos, para enviarle a dar
cuenta de lo que acá pasaba, como era obligado, había ido al valle de
Canconcagua a la costa a entender en hacer un bergantín, y con ocho de caballo
estaba haciendo escolta a doce hombres que trabajaban en él; recebí allí una
carta del capitán Alonso de Monroy, en que me avisaba de cierta conjuración que
se trataba entre algunos soldados que comigo vinieron de la parcialidad del
Adelantado, de los cuales yo tenía confianza, para me matar. En recibiéndola,
que fue a media noche, me partí y vine a esta cibdad, con voluntad de dar la
vuelta dende a dos días, y detóveme más, avisando a los que quedaban viviesen
sobre aviso, que a hacerlo, no los osaran acometer los indios. Y no curándose
desto, andaban poco recatados, y de día sin armas; y así los mataron, que no se
escaparon sino dos, que se supieron bien esconder, y la tierra toda se alzó.
Hice aquí mi pesquisa; y hallé culpados a muchos, pero, por la necesidad en que
estaba, ahorqué cinco, que fueron las cabezas, y disimulé con los demás; y con
esto aseguré la gente. Confesaron en sus depusiciones que habían dejado
concertado en las provincias del Perú con las personas que gobernaban al don
Diego, que me matasen a mí acá por este tiempo, porque así harían ellos allá al
Marqués Pizarro, por abril o mayo; y ésta fue su determinación, y irse a tener
vida esenta en el Perú con los de su parcialidad, y desamparar la tierra, si no
pudiesen sostenerla.
Luego tove noticia que se hacía junta de
toda la tierra en dos partes para venir a hacernos la guerra, y yo con noventa
hombres fui a dar en la mayor, dejando a mi teniente para la guardia de la
cibdad con cincuenta, los treinta de caballo. Y en tanto que yo andaba con los
unos, los otros vinieron sobre ella, y pelearon todo un día en peso con los
cristianos, y le mataron veintitrés caballos y cuatro cristianos, y quemaron
toda la cibdad, y comida, y la ropa, y cuanta hacienda teníamos, que no
quedamos sino con los andrajos que teníamos para la guerra y con las armas que
a cuestas traíamos, y dos porquezuelas y un cochinillo y una polla y un pollo
y, hasta dos almuerzas de trigo, y al fin al venir de la noche, cobraron tanto
ánimo los cristianos con el que su caudillo les ponía, que, con estar todos
heridos, favoreciéndolos señor Sanctiago, que fueron los indios desbaratados, y
mataron dellos grand cantidad; y otro día me hizo saber el capitán Monroy la
victoria sangrienta con pérdida de lo que teníamos y quema de la cibdad. Y en
esto comienzan la guerra de veras, como nos la hicieron, no queriendo sembrar,
manteniéndose de unas cebolletas y una simiente menuda como avena, que da una
yerba, y otras legumbres que produce de suyo esta tierra sin lo sembrar y en
abundancia, que con esto y algún maicejo que sembraban entre las sierras podían
pasar, como pasaron.
Como vi las orejas al lobo, parecióme
para perseverar en la tierra y perpetuarla a V. M. habíamos de comer del
trabajo de nuestras manos como en la primera edad, procuré de darme a sembrar,
y hice de la gente que tenía dos partes, y todos cavábamos, arábamos y
sembrábamos en su tiempo, estando siempre armados y los caballos ensillados de
día, y una noche hacía cuerpo de guardia la mitad, y por sus cuartos velaban, y
lo mesmo la otra; y hechas las sementeras, los unos atendían a la guardia
dellas y de la cibdad de la manera dicha, y yo con la otra andaba a la continua
ocho y diez leguas a la redonda della, deshaciendo las juntas de indios, do
sabía que estaban, que de todas partes nos tenían cercados, y con los cristianos
y pecezuelas de nuestro servicio que trujimos del Perú, reedifiqué la cibdad y
hecimos nuestras casas, y sembrábamos para nos sustentar, y no fue poco hallar
maíz para semilla, y se hobo con harto riesgo; y también hice sembrar las dos
almuerzas de trigo, y dellas se cogieron aquel año doce hanegas con que nos
hemos simentado.
Como los indios vieron que nos
disponíamos a sembrar, porque ellos no lo querían hacer, procuraban de nos
destruir nuestras sementeras por constreñirnos a que de necesidad
desamparásemos la tierra. Y como se me traslucían las necesidades en que la
continua guerra nos había de poner, por prevenir a ellas y poder ser proveído
en tanto que las podíamos sufrir, determiné enviar a las provincias del Perú al
capitán Alonso de Monroy con cinco hombres, con los mejores caballos que tenía,
que no pude darle más, y él se ofreció al peligro tan manifiesto por servir a
V. M. y traerme remedio, que si de Dios no, de otro no lo esperaba, atento que
sabía que ninguna gente se movería a venir a esta tierra por la ruin fama
della, si de acá no iba quien la trujese y llevase oro para comprar los hombres
a peso dél, y porque por do había de pasar estaba la tierra de guerra y había
grandes despoblados, habían de ir a la ligera a noche sin mesón, determiné para
mover los ánimos de los soldados, llevando muestra de la tierra, enviar hasta
siete mill pesos, que en tanto que estove en el valle de Canconcagua
entendiendo en el bergantín, los habían sacado los anaconcillas de los
cristianos, que eran allí las minas, y me los dieron todos para el común bien;
y porque no llevasen carga los caballos, hice seis pares de estriberas para
ellos y guarniciones para las espadas y un par de vasos en que bebiesen, y de
los estribos de hierro y guarniciones y de otro poco más que entre todos se
buscó, les hice hacer herraduras hechizas a un herrero que truje con su fragua,
con que herraron muy bien los caballos, y llevó cada uno para el suyo otras
cuatro y cient clavos, y echándoles la bendición los encomendé a Dios y envié,
encargando a mi teniente se acordase siempre en el frangente que quedaba.
Fecho esto, entendí en proveer a lo que
nos convenía, y viendo la grand desvergüenza y pujanza que los indios tenían
por la poca que en nosotros veían, y lo mucho que nos acosaban, matándonos cada
día a las puertas de nuestras casas nuestros anaconcillas, que eran nuestra
vida, y a los hijos de los cristianos, determiné hacer un cercado de estado y
medio en alto, de mill y seiscientos pies en cuadro que llevó doscientos mill
adobes de a vara de largo y un palmo de alto, que a ellos y a él hicieron a
fuerza de brazos los vasallos de V. M., y yo con ellos, y con nuestras armas a
cuestas, trabajamos desde que lo comenzamos hasta que se acabó, sin descansar
hora, y en habiendo grita de indios se acogía a él la gente menuda y bagaje, y
allí estaba la comida poca que teníamos guardada, y los peones quedaban a la
defensa, y los de caballo salíamos a correr el campo y pelear con los indios, y
defender nuestras sementeras. Esto nos duró desde que la tierra se alzó, sin
quitarnos una hora las armas de a cuestas, hasta que el capitán Monroy volvió a
ella con el socorro, que pasó espacio de casi tres años.
Los trabajos de la guerra, invictísimo
César, puédenlos pasar los hombres, porque loor es al soldado morir peleando;
pero los de la hambre concurriendo con ellos, para los sufrir, más que hombres
han de ser: pues tales se han mostrado los vasallos de V. M. en ambos, debajo
de mi protección, y yo de la de Dios y de V. M., por sustentarle esta tierra. Y
hasta el último año destos tres que nos simentamos muy bien y tovimos harta
comida, pasamos los dos primeros con extrema necesidad, y tanta que no la
podría significar; y a muchos de los cristianos les era forzado ir un día a
cavar cebolletas para se sustentar aquel y otros dos, y acabadas aquéllas,
tornaba a lo mesmo, y las piezas todas de nuestro servicio y hijos con esto se
mantenían, y carne no había ninguna; y el cristiano que alcanzaba cincuenta
granos de maíz cada día, no se tenía en poco, y el que tenía un puño de trigo,
no lo molía para sacar el salvado. Y desta suerte hemos vivido, y toviéranse
por muy contentos los soldados si con esta pasadía los dejara estar en sus
casas; pero conveníame tener a la contina treinta o cuarenta de caballo por el
campo, invierno y verano y acabadas las mochillas que llevaban, venían aquellos
y iban otros. Y así andábamos como trasgos, y los indios nos llamaban Cupais,
que así nombran a sus diablos, porque a todas las horas que nos venían a
buscar, porque saben venir de noche a pelear, nos hallaban despiertos, armados
y, si era menester, a caballo. Y fue tan grande el cuidado que en esto tove
todo este tiempo, que con ser pocos nosotros y ellos muchos, los traía
alcanzados de cuenta; y para que V. M. sepa no hemos tomado truchas a bragas
enjutas, como dicen, basta esta breve relación.
De las provincias del Perú escribió el
capitán Alonso de Monroy a V. M. cómo llegó a ellas sólo con uno de los
soldados que de aquí sacó, y pobre, habiéndole muerto en el valle de Copayapo
los indios los cuatro compañeros, y preso a ellos, y les tomaron el oro y
despachos que llevaban, que no salvó sino un poder para me obligar en dineros;
y dende a tres meses que estovieron presos, el capitán Monroy, con un cuchillo
que tomó a un cristiano de los de don Diego de Almagro, que estaba allí hecho
indio, que éste fue causa de la muerte de sus compañeros, y del daño que le
vino, mató al cacique principal a puñaladas, y llevando por fuerza consigo a
aquel transformado cristiano, se escaparon en sendos caballos y sin armas; y
cómo halló en ellas al gobernador Vaca de Castro, en nombre de V. M., con la
victoria de la batalla que ganó en su cesárea ventura contra el hijo de don
Diego de Almagro y los que le seguían, y cómo le recibió muy bien y le
favoresció con su abtoridad.
Y porque el gobernador en aquella
coyuntura tenía muchas ocupaciones, así en justiciar a los culpados, poner en
tranquilidad la tierra y naturales, satisfacer servicios, despachar capitanes
que le pedían descubrimientos, y en dar a V. M. cuenta y razón de todo con
mensajeros propios y duplicados despachos, y la Caja de V. M. sin dinero, y él
muy gastado y adeudado, buscó personas entre los vasallos de V. M. que sabía
eran celosos de su real servicio y tenían hacienda, para que me favoreciesen
con ella en tal coyuntura y me la fiasen. Halló uno, y un portugués, y
diciéndoles lo que convenía al servicio de V. M. y sustentación desta tierra,
interponiendo en todo su abtoridad muy de veras y con tanta eficacia y
voluntad, que me dijo mi teniente conoció dél dolerse en el ánima, y si toviera
dineros o en la coyuntura que estaba le fuera lícito pedirlos prestados, se los
diera con toda liberalidad para que hiciera la gente, por servir a Dios y a V.
M.
Y las personas que favorecieron se llama
la una Cristóbal de Escobar, que siempre se ha en aquellas partes empleado en
el Real servicio de V. M.; éste socorrió, con que se hicieron setenta de
caballo. Y un reverendo padre sacerdote llamado Gonzaliáñez le prestó otros
cinco mill castellanos en oro, con que dio a la gente más socorro; y ambos
vinieron a esta tierra por más servir a V. M. en persona. Y demás desto, viendo
el gobernador la necesidad que había del presto despacho deste regocio entre los
de más importancia, avió a mi teniente, primero, rogando a muchos gentiles
hombres que tenían aderezo y querían ir a buscar de comer con otros capitanes,
se viniesen con el mío, por el servicio que a V. M. se hacía, y a su
intercesión vinieron muchos dellos, y así le despidió y dijo que viniese con
aquel socorro, que él procuraría enviar otro navío cargado de lo que fuese
menester a estas provincias, como diese algúnd vado a los negocios.
Viniendo el capitán Alonso de Monroy a
cibdad de Arequipa a comprar armas y cosas para la gente, diciendo a ciertas
personas la necesidad que tenía de un navío y como el gobernador Vaca de Castro
había enviado a llamar al maestre de uno para concertar con él viniese a estas
partes, y no se atreviendo el maestre a eso, un vecino de allí, llamado Lucas
Martínez Vegaso, súbdito y vasallo de V. M. y muy celoso de su Real servicio,
que tal fama tiene en aquellas partes, sabiendo el que a V. M. se hacía, y la
voluntad del gobernador, por quererle bien, cargó un navío que tenía de armas,
herraje y otras mercaderías, quitándole de las granjerías de sus haciendas, que
no perdió poco en ellas, y vino, que había cuatro meses que por falta dél no se
celebraba el culto divino, ni oíamos misa, y me lo envió con un amigo suyo llamado
Diego García de Villalón, y sabido por el Gobernador, se lo envió mucho a
agradecer y tener en grand servicio de parte de V. M.
Escribióme el gobernador Vaca de Castro,
entre otras muchas cosas, los ejércitos que el Rey de Francia había puesto contra
V. M. por diversas partes, y la confederación con el turco, que fue su último
de potencia, y que la provisión de V. M. fue tal, que no sólo le fue forzado
retirarse, pero perder ciertas plazas en su reino. De creer es que el temor de
no perder el renombre de cristianísimo (a no irle a la mano) no fuera parte
para que dejara de llegar a ejecución su dañada voluntad.
También me envió el pregón Real de la
guerra contra Francia, de que me holgué por estar avisado, aunque podemos vivir
bien seguros en estas partes de franceses, porque mientras más vinieren más se
perderán. También me escribió para que enviase los quintos a V. M. Por ésta se
verá lo que en esto se ha podido hacer, certificando a V. M. estimaría como a
la salvación hallar en esta tierra doscientos o trescientos mill castellanos
sobre ella para servir a V. M. con ellos, y socorrer a gastos tan crecidos,
justos y sanctos; y confianza tengo en Dios y en la buena ventura de V. M.
poderlo hacer algúnd día.
Por el mes de septiembre del año de 1543
llegó el navío de Lucas Martínez Vegaso al puerto de Valparaíso desta cibdad, y
el capitán Alonso de Monroy con la gente por tierra, mediado el mes de
diciembre adelante, y desde entonces los indios no osaron venir más, ni
llegaron cuatro leguas en torno desta cibdad, y se recogieron todos a la
provincia de los Promaocaes, y cada día me enviaban mensajeros diciendo que
fuese a pelear con ellos y llevase los cristianos que habían venido, porque
querían ver si eran valientes como nosotros, y que, si eran, que nos servirían,
y si no, que harían como en lo pasado; yo les respondí que sí haría.
Reformadas las personas y los caballos,
que venían todos flacos por no haber visto desde el Perú hasta aquí un indio de
paz, padeciendo mucha hambre, por hallar en todas partes alzados los
mantenimientos, salí con toda la gente, que vino muy bien aderezada y a
caballo, a cumplirles mi palabra, y fui a buscar los indios, y llegado a sus
fuertes los hallé huídos todos, acogiéndose de la parte de Mauli hacia la mucha
gente, dejando quemados todos sus pueblos y desamparado el mejor pedazo de
tierra que hay en el mundo, que no parece sino que en la vida hobo indio en
ella. Y en esto estábamos por el mes de abril del año de 1544, cuando llegó a
esta costa un navío, que era de cuatro o cinco compañeros que de compañía lo
compraron y cargaron de cosas necesarias, por granjear la vida, y hallaron la
muerte; porque cuando al paraje desta tierra llegaron, venían tres hombres
solos y un negro y sin batel, que los indios de Copoyapo los habían engañado y
tomado el barco, y muerto al maestre y marineros, saliendo por agua, y treinta
leguas deste puerto junto a Mauli dieron con temporal al través, y mataron los
indios a los cristianos que habían quedado, y robaron y quemaron el navío.
El junio adelante, que es el riñón del
invierno, y le hizo tan grande y desaforado de lluvias, tempestades, que fue
cosa mostruosa, que como es toda esta tierra llana, pensamos de nos anegar, y
dicen los indios que nunca tal han visto, pero que oyeron a sus padres que en
tiempo de sus abuelos hizo así otro año. Llegó otro navío, que fue el que
prometió de enviar el gobernador Vaca de Castro, que un criado suyo, llamado
Juan Calderón de la Barca, por cumplir su palabra, viendo el deseo que tenía su
amo de enviarme socorro de cosas necesarias, y que no se hallaba con dineros
para ello, empleó diez o doce mill pesos que tenía, y cargó y vino con ellas, y
el navío se llama Sanct Pedro.
El capitán, piloto y señor del navío, y
que le trujo después de Dios y guió acá, se llama Juan Baptista de Pastene,
ginovés, hombre muy práctico de la altura y cosas tocantes a la navegación, y
uno de los que mejor entienden este oficio de cuantos navegan esta Mar del Sur,
persona de mucha honra, fidelidad y verdad, y que sirvió mucho a V. M. en las
provincias del Perú y al Marqués don Francisco Pizarro, y después de muerto, en
la recuperación dellas debajo la comisión del gobernador Vaca de Castro, el
cual le mandó, de parte de V. M. viniese a estas provincias, por ser hombre de
confianza y se empleara en su Real servicio y le conocía por tal; y él se
ofresció a venir por hacerle a V. M. tan señalado, demás de los hechos: con él
me envió el Gobernador las nuevas de Francia, y el pregón contra ella que tengo
dicho.
Pasada la furia del invierno, mediado
agosto, que comienza la primavera, fui al puerto, y sabiendo la voluntad del
capitán, que era servir a V. M. en estas partes en lo que yo le mandase, y la
persona que era, y lo que había hecho en su Real servicio, que ya yo lo sabía y
le conocía del tiempo del Marqués, le hice mi teniente general en la mar y le
envié a descubrir esta costa hacia el Estrecho de Magallanes, dándole otro
navío y muy buena lente para que llevase en ambos, y a que me tomase posesión
en nombre de V. M., de la tierra, y así fue. Lo que halló y hizo, verá V. M.
por la fee que aquí va, y dello la da Juan de Cárdenas como escribano mayor del
juzgado destas provincias, que en nombre de V. M. crié, que juntamente le envié
por acompañado con él para lo que conviniese para al servicio de V. M.
También envié a mi maestre de campo
Francisco de Villagra, por tener práctica de las cosas de la guerra y que ha
servido mucho a V. M. en estas partes, para que a los indios destas provincias
los echase hacia acá y me tomase lengua de las de adelante; y desde entonces
tengo a Francisco de Aguirre, mi capitán, desa parte del río Mauli, en la
provincia de Itata, con gente, que tiene aquella frontera y no da lugar que los
indios de por acá pasen a la otra parte, y si los acogen los castiga; y estará
allí hasta que yo vaya adelante; y viéndose tan seguidos, y que perseveramos en
la tierra, y que han venido navíos y gente, tienen quebradas las alas y ya de
cansados de andar por las nieves y montes, como animalias, determinan de
servir; y el verano pasado comenzaron a hacer sus pueblos y cada señor de
cacique ha dado a sus indios simiente, así de maíz como de trigo, y han
sembrado para simentarse y sustentarse, y de hoy en adelante habrá en esta
tierra grand abundancia de comida, porque se hacen en el año dos sementeras,
que por abril y mayo se cogen los maíces, y allí se siembra el trigo, y por
diciembre se coge, y torna a sembrar el maíz.
Como esta tierra, estaba tan mal
infamada, como he dicho, pasé mucho trabajo en hacer la gente que a ella truje,
y toda la acaudillé a fuerza de brazos de soldados amigos que se quisieron
venir en mi compañía aunque fuera a perderme, como lo pensaron muchos, y por lo
que hallé prestado para remediar a los que lo hobieron menester, que fueron
hasta quince mill pesos en caballos, armas y ropa, pago más de sesenta mill en
oro, y el navío y gente de socorro que me trajo mi teniente. Debo por todo lo
que se gastó ciento y diez mill pesos, y del postrero que vino me adeudé en
otros sesenta mill, y están al presente en esta tierra doscientos hombres, que
me cuesta cada uno más de mill pesos puesto en ella; porque a otras tierras
nuevas van por la buena fama a ella los hombres, y desta huyen todos por la
mala en que la hablan dejado los que no quisieron hacer en ella como tales: y
así me ha convenido hasta el día de hoy para la sustentar, comprar los que
tengo a peso de oro, certificando a V. M., que no tengo de toda esta suma que
he dicho acción contra nadie de un solo peso para en descuento della, y todos
los he gastado en beneficio de la tierra y soldados que la han sustentado por
no podérseles dar aquí lo que es justo y merecen, haciéndoles de todo suelta; y
haré lo mesmo en lo de adelante, que no deseo sino descobrir y poblar tierras a
V. M., y no otro interese, junto con la honra y mercedes que será servido de me
hacer por ello, para dejar memoria y fama de mí, y que la gané por la guerra
como un pobre soldado, sirviendo a un tan esclarecido monarca, que poniendo su
sacratísima persona cada hora en batallas contra el común enemigo de la
Cristiandad y sus aliados, ha sustentado con su invictísimo brazo y sustenta la
honra della y de nuestro Dios, quebrantándoles siempre las soberbias que tienen
contra los que honran el nombre de Jesús.
Demás desto, en lo que yo he entendido
después que en la tierra entré y los indios se me alzaron, para llevar adelante
la intención que tengo de perpetuarla a V. M., es en haber sido gobernador en
su Real nombre para gobernar sus vasallos, y a ella con abtoridad, y capitán
para los animar en la guerra, y ser el primero a los peligros, porque así
convenía; padre para los favorecer con lo que pude y dolerme de sus trabajos,
ayudándoselos a pasar como de hijos, y amigo en conversar con ellos; zumétrico
en trazar y poblar; alarife en hacer acequias y repartir aguas; abrador y gañán
en las sementeras; mayoral y rabadán en hacer criar ganados; y, en fin,
poblador, criador, sustentador, descubridor y conquistador. Y por todo esto, si
merezco tener de V. M. el abtoridad que en su Real nombre me ha dado su Cabildo
y vasallos, y confirmármela de nuevo para con ella hacerle muy mayores
servicios, a su cesárea voluntad lo remito.
Y por lo que yo me persuado merecerla
mejor, es por haberme, con el ayuda primeramente de Dios, sabido valer con
doscientos españoles tan lejos de poblaciones de cristianos, habiendo subcedido
en las del Perú lo pasado, siendo tan abundantes de todo lo que desean los
soldados poseer, teniéndolos aquí subjectos, trabajados, muertos de hambre y
frío, con las armas a cuestas, arando y sembrando por sus propias manos para la
sustentación suya y de sus hijos; y con todo esto, no me aborrecen, pero me
aman porque comienzan a ver ha sido todo menester para poder vivir y alcanzar de
V. M. aquello que venimos a buscar: y con esto, rabian por ir a entrar esa
tierra adelante, para que pueda en su Real nombre remunerarles sus servicios. Y
por mirar yo lo que al de V. M. conviene, me voy poco a poco: que aunque he
tenido poca gente, si toviera la intención que otros gobernadores, que es no
parar hasta topar oro para engordar, yo pudiera con ella haber ido a lo buscar
y me bastaba; pero por convenir al servicio de V. M. y perpetuación de la
tierra, voy con el pie de plomo, poblándola y sustentándola. Y si Dios es
servido que yo haga este servicio a V. M. no será tarde, y donde no, el que
viniere después de mí, a lo menos halle en buena orden la tierra, porque mi
interese no es comprar un palmo della en España, aunque toviese un millón de ducados,
sino servir a V. M. con ellos y que me haga en esta tierra mercedes, y para que
dellas, después de mis días, gocen mis herederos y quede memoria de mí y dellos
para adelante. Y tampoco no quisiera haber tenido más posibilidad, si no fuera
tanta que hobiera para dejar y llevar, porque a no ir con ella adelante,
mientras más gente hobiera más trabajos pasara en la sustentar. Con la que he
tenido, aventurando muchas veces sus vidas y la mía, he hecho el fruto que ha
sido menester para tener las espaldas seguras cuando me vaya a meter de hecho
adonde pueda poblar y perpetuarse lo poblado.
Sepa V. M. que desde el valle de Copayapo
hasta aquí hay cient leguas y siete valles en medio, y de ancho hay veinte y
cinco por lo más, y por otras, quince y menos, y las gentes que de las
provincias del Perú han de venir a estas, el trabajo de todo su camino es de
allí aquí, porque hasta el valle de Atacama, como están de paz los indios del
Perú, con la buena orden que el Gobernador Vaca de Castro ha dado, hallarán
comida en todas partes, y en Atacama se rehacen della para pasar el grand
despoblado que hay hasta Copoyapo, de ciento y veinte leguas, los indios del
cual y de todos los demás, como son luego avisados, alzan las comidas en partes
que no se pueden haber, y no sólo no les dan ningunas a los que vienen, pero
hácenles la guerra. Y porque ya en esta tierra se pueden sustentar todos los
que están y vinieren, atento que se cogerán de aquí a tres meses por diciembre,
que es el medio del verano, en esta cibdad diez o doce mill hanegas de trigo y
maíz sin número, y de las dos porquezuelas y el cochinillo que salvamos cuando
los indios quemaron esta cibdad, hay ya ocho o diez mill cabezas, y de la polla
y el pollo tantas gallinas como yerbas, que verano y invierno se crían en
abundancia. Procuré este verano pasado, en tanto que yo entendía en dar manera
para enviar al Perú, poblar la cibdad de la Serena en el valle de Coquimbo, que
es a la mitad del camino, y hase dado tan buena maña el teniente que allí envié
con la gente que llevó, que dentro de dos meses trujo de paz todos aquellos
valles, y llámase el capitán Juan Bohón: y con esto pueden venir de aquí
adelante seis de caballo del Perú acá, sin peligro ni trabajo.
Como dieron la vuelta el capitán Juan
Baptista de Pastene, mi teniente, por la mar, y mi maestre de campo por la
tierra de donde los había enviado, y que los indios comenzaban a asentar y
sembrar, por poder ir yo adelante a buscar de dar de comer a doscientos hombres
que tengo, que en lo repartido a esta cibdad, que es de aquí hasta Mauli, no
hay para veinte y cinco vecinos, y es mucho, porque son treinta leguas en largo
y catorce o quince en ancho, y porque me puedan venir caballos y yeguas para la
gente que tengo, que en la guerra y trabajos della me han muerto la mayor parte
que truje, eché este verano pasado a las minas los anaconcillas que nos
servían, y nosotros con nuestros caballos les acarreábamos las comidas, por no
fatigar a los naturales, hasta que asienten, trabajando éstos que tenemos por
hermanos, por haberlos hallado en nuestras necesidades por tales, y ellos se
huelgan viendo que hacen tanto fructo, y en las mazamorras que han dejado los
indios de la tierra donde sacaban oro, han sacado hasta veinte y tres mill
castellanos, con los cuales y con nuevos poderes y crédito para que me obligue
en otros cient mill, envío al capitán Alonso de Monroy, para que tome segundo
trabajo, a las provincias del Perú; y por responder a aquella tierra al
Gobernador Vaca de Castro, que le he hallado en todo lo que al servicio de V.
M. ha convenido como aquí digo; y para que haga saber a los mercaderes y gentes
que se quisieren venir a avecindar, que vengan, porque esta tierra es tal, que
para poder vivir en ella y perpetuarse no la hay mejor en el mundo; dígolo
porque es muy llana, sanísima, de mucho contento; tiene cuatro meses de
invierno, no más, que en ellos, si no es cuando hace cuarto la luna, que llueve
un día o dos, todos los demás hacen tan lindos soles, que no hay para qué
llegarse al fuego. El verano es tan templado y corren tan deleitosos aires, que
todo el día se puede el hombre andar al sol, que no le es importuno. Es la más
abundante de pastos y sementeras, y para darse todo género de ganado y plantas
que se puede pintar; mucha y muy linda madera para hacer casas, infinidad otra
de leña para el servicio dellas, y las minas riquísimas de oro, y toda la
tierra está llena dello, y donde quiera que quisieren sacarlo allí hallarán en
qué sembrar y con qué edeficar y agua, leña y yerba para sus ganados, que
parece la crió Dios a posta para poderlo tener todo a la mano; y a que me
compre caballos para dar a los que han muerto en la guerra como muy buenos
soldados, hasta que tengan de qué los comprar, porque no es justo anden a pie,
pues son buenos hombres de caballo y la tierra ha menester; y algunas yeguas
para que con otras cincuenta que aquí hay al presente, no tenga de aquí
adelante necesidad de enviar a traer caballos de otras partes; y para que diga
a todos los gentiles hombres y súbditos de V. M. que no tienen allá de comer,
que vengan con él, si lo desean tener acá. Y con este viaje, tengo por mí, los
caminos y voluntades de los hombres se abrirán y vernán a esta tierra muchos
sin dineros a tenerlos en ella, y cuando no, quien ha gastado lo de hasta aquí,
y espera gastar lo de ahora, lo pagará y gastará otro tanto por acabar de
acreditar la tierra y perpetuarla a V. M.; y el que está como yo al pie de la
obra, ha gastado y espera gastar lo que digo y pasado los trabajos: vea V. M.
qué puede hacer el que viniere por el Estrecho con gente nueva.
También envío al capitán Juan Baptista de
Pastene, mi teniente por la mar, con algunos dineros y crédito a traerme por
ella armas, herraje, pólvora y gente.
También quiero advertir a V. M. de una cosa:
que yo envié a poblar la cibdad de la Serena, por la causa dicha de tener el
camino abierto, y hice Cabildo y les di todas las demás abtoridades que
convenía, en nombre de V. M., y esto me convino hacer y decir. Y porque las
personas que allá envié fuesen de, buena gana, les deposité indios que nunca
nacieron, por no decirles habían de ir sin ellos a trabajos de nuevo, después
de haber pasado los tan crecidos de por acá. Así que, para mí tengo que como se
haya hecho el efecto porque lo poblé, converná despoblarse si detrás de la
cordillera de la nieve no se descubren indios que sirvan allí, porque no hay
desde Copoyapo hasta el valle de Canconcagua, que es diez leguas de aquí, tres
mil indios, y los vecinos que agora hay, que serán hasta diez, tienen a ciento
y doscientos indios no más; y por esto me conviene, en tanto que hay seguridad
de gente en esta tierra, con el trato della, tener una docena de criados míos
en frontería con aquellos vecinos, y de lo que aquellos valles podrán servir a
sus amos en esta cibdad de Sanctiago será con algúnd tributo y con tener un
tambo en cada valle donde se acojan los cristianos que vinieren y les den de
comer; y haránlo esto los indios muy de buena voluntad y no les será trabajo
ninguno, antes se holgarán.
Así que, V. M. sepa que esta cibdad de
Sanctiago del Nuevo Extremo es el primer escalón para armar sobre él los demás
y ir poblando por ellos toda esta tierra a V. M. hasta el Estrecho de
Magallanes y Mar del Norte. Y de aquí ha de comenzar la merced que V. M. será
servido de me hacer, porque la perpetuidad desta tierra y los trabajos que por
sustentarla he pasado, no son para más de poder emprehender lo de adelante;
porque, a no haber hecho este pie y meterme más en la tierra sin poblar aquí,
si del cielo no caían hombres y caballos, por la tierra era excusado venir
pocos, y muchos menos por la falta de los mantenimientos, y por mar no pueden
traerse caballos, por no ser para ellos la navegación; y con poblar aquí y
sustentar ya Coquimbo de prestado, pueden ir y venir a placer todos los que
quisieren. Y como me venga ahora gente, aunque no sea mucha, para la seguridad
de aquí, y algunos caballos para dar a la que acá tengo a pie, entraré con ella
a buscar donde les dar de comer y poblar y correr hasta el Estrecho, si fuese
menester. Así que, este es el discurso de lo que se ha podido y pienso hacer y
las razones porque se ha hecho, aunque en breve dichas.
También repartí esta tierra, como aquí
vine, sin noticia, porque así convino para aplacar los ánimos de los soldados,
y dismembré a los caciques por dar a cada uno quien le sirviese; y la relación
que pude tener fue de cantidad de indios desde este valle de Mapocho hasta
Mauli y muchos nombres de caciques; y es que, como éstos nunca han sabido
servir, porque el Inga no conquistó más de hasta aquí, y son behetrías, eran
nombrados todos los principalejos, y cada uno déstos los indios que tienen son
a veinte y treinta, y así los deposité después que cesó la guerra y he ido a
los visitar; lo comienzo a poner en orden tomando a los principales caciques
sus indios, haciendo como mejor puedo para que no se disipen los naturales que
hay, y se perpetúe esta tierra; y llevaré comigo adelante todos los que aquí
tenían nonada, y lo dejan, con satisfacer a V. M. que particularmente ni por mi
propio interese no haré agravio a nadie; y si lo que se hiciere les pareciere a
algunos lo es, será por el servicio de V. M. y general bien de toda la tierra y
naturales, a los cuales trato yo conforme a los mandamientos de V. M., por descargar
su Real conciencia y la mía. Y para ello hay cuatro religiosos sacerdotes, que
los tres vinieron comigo, que se llaman Rodrigo González y Diego Pérez y Juan
Lobo, y entienden en la conversión de los indios y nos administran los
sacramentos y usan muy bien su oficio de sacerdocio; y el padre bachiller
Rodrigo González hace en todo mucho fructo con sus letras y predicación, porque
lo sabe muy bien hacer, y todos sirven a Dios y a V. M.
Así que, invictísimo César, el peso desta
tierra y de su sustentación y perpetuidad y descubrimiento, y lo mesmo de la de
adelante, está en que en estos cinco o seis años no venga a ella de España por
el Estrecho de Magallanes capitán proveído por V. M., ni de las provincias del
Perú, que me perturbe. Al Perú así lo escribo al Gobernador Vaca de Castro, que
se hace en todo lo que al servicio de V. M. conviene: A V. M. aquí se lo
advierto y suplico, porque, caso que viniese gente por el Estrecho, no pueden
traer caballos, que son menester, que es la tierra llana como la palma. Pues
gente no acostumbrada a los mantenimientos de acá, primero que hagan los
estómagos barquinos acedos para se aprovechar dellos, se mueren la mitad y los
indios dan presto con los demás al traste; y si nos viesen litigar sobre la
tierra, está tan vedriosa que se quebraría y el juego no se podría tornar a
entablar en la vida. La verdad yo la digo a V. M. al pie de la letra, y así
ella y a su cesárea voluntad halle yo siempre en mi favor; que por lo que deseo
no venga persona que me extraiga del servicio de V. M. ni perturbe en esta
coyuntura, es por emplear la vida y hacienda que tengo y hobiere, en descobrir,
poblar, conquistar y pacificar toda esta tierra hasta el Estrecho de Magallanes
y Mar del Norte, y buscarla tal que en ella pueda a los vasallos de V. M. que
comigo tengo, pagarles lo mucho que en ésta han trabajado y descargar con ellos
su Real conciencia y la mía. Y después desto hecho, que es mi principal
contento, y que V. M. tenga noticia de mis servicios y de mí como es justo,
pues yo a su cesárea persona los he hecho y hago y merezca oír y ver por cartas
de V. M. que le son aceptos y a mí es servido de me tener en el número de sus
leales súbditos y vasallos y criados de su Real Casa, que no deseo más. Si la
tierra toda V. M. fuese servido darla a otra u otras personas en gobierno, sin
dejarme a mí parte o con la que fuere su Real servicio, digo que, siendo cierto
mana de su cesáreo albedrío yo meteré en la posesión della toda, o de aquella
parte, a la persona que V. M. me enviara a mandar por una muy breve cédula
firmada de su cesárea mano, o de los señores que presiden en el Real Consejo
destas sus Indias, y hasta que V. M. pueda saber esto y sea servido de me
mandar responder, yo manterné la tierra como hasta aquí con la abtoridad que su
Cabildo y pueblo me ha dado: y viendo mandado en contrario desto, la deporné y
me tornaré un privado soldado y serviré al que viniere nuevamente proveído a
estas partes en su sacratísimo nombre, con el ánimo y voluntad que en lo pasado
lo he hecho y presente hago a V. M. Y estas mercedes son las que en principio
de mi carta digo que he pedir, en satisfacción de los pequeños servicios que
hasta el día de hoy he hecho y de los muy crecidos que deseo hacer toda la vida
en acrescentamiento del patrimonio y rentas reales de V. M.
Advierto a V. M. de una cosa y suplico
muy humillmente por ella, y es: que siendo servido de dar esta tierra a alguna
persona que con importunación la pida, por haber hecho servicios y
representarlos ante su cesáreo acatamiento, sea con condición se obligue a mis
acreedores por la suma de los doscientos y treinta mill pesos que debo y por
los cient mill que de nuevo envío a que me obliguen, que también se gastarán, y
de los demás que yo hobiere gastado en beneficio de la tierra y para su
sustentación, porque hasta ahora no he habido della sino son los siete mill
pesos que tomaron los indios de Copoyapo al capitán Alonso de Monroy la primera
vez y los veinte y tres mill que también envío ahora para el útil della al
Perú; y esto sólo por no perder el crédito y por ser razonable y por la
conciencia, y no quiero salir con más hacienda de saber que en ello se sirve V.
M., porque de nuevo, en calzas y jubón, con mi espada y capa, tornaría a
emprender con mis amigos, a quien no he satisfecho lo que es justo y merecen, a
hacer nuevos servicios a V. M.
Otra y muchas veces suplico a V. M., pues
tengo comenzada tal obra, porque no se me haga mala, hasta que yo envíe la
relación y discretión de la tierra, y escriba cumplidamente con mensajeros
propios y duplicados despachos, y los Cabildos, ni más ni menos, con relación
de todo lo por mí y ellos hecho en su Real servicio, y le envíe a pedir las
mercedes, exenciones y libertades que V. M. acostumbra dar y merecen los que
bien le sirven, sea servido de mandar que no se provea cosa nueva para acá; y
estando proveída, se sobresea, porque así conviene al servicio de V. M., y para
mí será tan grand merced cual no sabría encarecer ni significar, porque no
querría que al tiempo que han de ser por V. M. acebtos mis servicios, viniese
algúnd traspié, sin querer yo dar causa a ello, por donde se tornase ante su
cesáreo acatamiento al contrario.
Quedé tan obligado al Marqués Pizarro, de
buena memoria, por haberme enviado donde V. M. y tenga la noticia de mis
servicios y de mí, que no puedo pagárselo sino con tener, mientras viviere, a
sus hijos en el lugar que a él, y por perder el abrigo de tal padre, que tanto
se desveló en el servicio de V. M. haciendo tan grand fructo en
acrescentamiento de su Real patrimonio, para que ellos gocen de tan justos
sudores: a V. M. suplico humillmente se acuerde dellos, haciéndoles tales
mercedes que se puedan sustentar como hijos de quien son.
El portador desta carta se llama Antonio
de Ulloa: es tenido por mí, y estimado por los que le conocen por sus obras y
buenas maneras, por caballero y hijodalgo, y como tal se mostró en estas partes
en su Real servicio, gastando para venirle a servir en ellas la hacienda que él
por acá ha ganado y podido haber; y por ello va adeudado y obligado a pagar en
su tierra, por venir en mi compañía y traer muy buenos caballos y armas para
servir en la guerra, como ha servido como muy gentil soldado que es, prático y
experimentado en las cosas della, y lo ha gastado todo en la sustentación desta
tierra, y por esto le deposité en nombre de V. M. dos mill indios. Y dejado
aparte, es justo los tenga por sus servicios: por ellos y por otras muchas
razones que hay, es merecedor de las mercedes que V. M. fuera servido de le
mandar hacer en estas partes, así a él, como a la persona que a ellas quisiese
enviar a que goce por él de los trabajos que ha pasado en el conflicto de toda
esta tierra. Vase ahora que había de haber satisfacción cogiendo fructo dellos;
y porque la razón que le mueve a irse a su natural es tan justa, le dejo ir,
que, a no tenerla tan grande y serle a él en tanto contentamiento la ida, hasta
que yo le satisficiera en nombre de V. M. sus servicios, o le diera tanta
cantidad de pesos de oro como era justo para que allá se pudiera representar
como quien es, no le partiera de mí. Él tuvo cartas de España con el primer
navío que aquí vino de sus deudos, en que le avisaban que su hermano mayor,
heredero que quedó de su padre para sustentar su casa, murió sin dejar hijos, y
porque ésta no perezca saliendo fuera de su derecha línea, se va a casar, por
dejar quien después della herede, para que no muera la memoria della. Y así,
dándole de lo poco que tenía, yendo satisfecho, de mi voluntad quisiera darle
mucho, le di la licencia que deseaba; y porque yo estoy de camino y tan ocupado
en lo que digo, y no puedo enviar relación de la tierra hasta que tenga de qué
darla buena, escribo con él esta carta para que la presente a V. M. y sepa en
el estado en que quedo y mande proveer a lo que suplico. Y porque dél se podrá
saber lo demás que yo aquí no digo, ceso, suplicando muy humillmente a V. M. en
todo aquello que de mi parte dijere y suplicare, por quedar confiado dirá y
hará como quien es, le mande V. M. dar todo el crédito que a mi propia persona
sería servido de dar.
Porque tenía necesidad el navío de darse
carena y echar a monte, y no había aparejo para ello en esta cibdad, y en la
Serena hay un cierto betume que lo da Dios de su rocío y se cría en unas yerbas
en cantidad, que es como cera, y dicen para esto muy apropiado; me voy a ella a
despachar a V. M., y al Cuzco en tanto que se calafetea y pone en orden, por no
perder tiempo; y dejo a mi maestre de campo para que en el entretanto haga se
aderece la gente para partir en dando la vuelta, que será como se vayan los
mensajeros y navío esté en orden y presto; y ya lo está, y le despacho, y se
parte con el ayuda de Dios y de su bendita Madre, y en la ventura de V. M. A su
inmensa bondad plega me la de a mí y llegue a salvamento ante su cesáreo
acatamiento esta carta y elección y fe de la posesión y mensajero, para que
entienda V. M. cuál es mi fin en su Real servicio. Y así he hablado a los
caciques y dícholes que sirvan muy bien a los cristianos, porque, a no hacerlo,
envío ahora a V. M. y al Perú a que me traigan muchos, y que, venidos, los
mataré a todos; que para qué los quiero, que adelante hay tantos como yerbas
que sirvan a V. M. y a los cristianos, y que pues son ellos perros y malos
contra los que yo traje, no ha de quedar ninguno, y que no les valdrá la nieve
ni enterrarse vivos en la tierra donde salieron; que allí los hallaré; por eso,
que vean cómo les va. Y como ellos me conocen y que hasta aquí no les he dicho
cosa que no haya salido; así y héchola yo de la mesma manera, temieron y temen
en verdad, y respondieron quieren servir muy bien en todo lo que yo les
mandare. Y ni con esto me engañarán, que yo dejaré aquí recaudo hasta que venga
gente y después de seguro lleve toda la que hay, y servirán ellos a la cibdad
de Sanctiago con algúnd tributo a sus amos y con tener tambos en el camino. Y
así me parto y vuelvo a ella con la bendición de Dios y de V. M., que le
suplico me alcance, cuya sacratísima persona por largos tiempos guarde Nuestro
Señor con la superioridad y señorío de la cristiandad y monarquía del universo.
Desta cibdad de la Serena, a 4 de
septiembre 1545.-S. C. C. M.-Muy humillde súbdito y vasallo de V. M., que sus
sacratísimos pies y manos besa.-PEDRO DE VALDIVIA.
A Hernando
Pizarro
La Serena, 4
de septiembre de 1545
Muy magnífico señor: Después que de
vuestra señoría me despedí, cuando en buena hora se fue a España, no he visto
carta suya, ni sabido de v. m. cómo ha estado, hasta agora año y medio qué me
vino socorro del Perú, a donde envié por él a mi teniente general y me dijo
supo de la salud de v. m. del señor Vaca de Castro, y en la reputación que con
nuestro César quedaba, de lo que yo me holgué de todo en el corazón; por el
amor que sé el de la v. m. me tiene, lo conocerá, pues esto, como es cierto, no
es engaño. Plega a Dios oya yo siempre tiene v. m. aquel contento y descanso
que ha menester, y que S. M. le ha hecho y hace de cada día las mercedes que
los tan señalados servicios que en estas partes a su cesárea persona hizo,
merecen; ayudándolas, primero, con tan crecidos trabajos a descubrir,
conquistar e poblar, y últimamente, con su valor y severidad a se las conservar
y librar de las fuerzas de los que presumían con tácitas objeciones hacerlas a
S. M. en su deservicio, queriendo se usase con ellos, no la razón, que ninguna
tenían, pero que los dejasen salir con las sinrazones que quisiesen hacer en la
tierra. Y si lo que como caballero y valeroso capitán como v. m. hizo,
venciéndolos, justiciando las cabezas de los tumultos, el Marqués, mi señor, de
buena memoria, con la abtoridad cesárea que tenía, hobiera ejecutado en los que
quedaron, porque lo merecían por sus continuas tramas, que públicamente decían
querer acometer, pudiera ser que S. S. estuviera como v. m. y yo desearíamos, y
sus hijos habían menester; y porque los secretos de Dios son grandes, no hay
que decir en esto más de darle gracias por todo lo que hace.
El Marqués, mi señor, como v. m. sabe, me
envió con sus provisiones por su teniente general a esta tierra para que la
poblase y sustentase y descubriese otra y otras adelante en nombre de S. M. y
por sólo el parecer de v. m. junto con el deseo que yo tenía de servir a su
cesárea persona, lo aceté contrariándomelo mis amigos; y por conocer el ánimo
de v. m., que era emprender cosas en su Real servicio, arduas, que a otros
caballeros que no tuviesen el valor déste, aunque fueran de muy crecidos, les
parecerían imposibles, quise yo seguir éste, porque vi que no podía dejar de
ser acertado, por se me dar con entera y sana voluntad; y por ésta, aunque me
perdiera, fuera más satisfacción para mí que engañarme por los demás. Y como v.
m. vido, dispúseme luego a hacer gente para mi empresa, y llegáronseme mis
amigos, y buscando prestado entre mercaderes y otras personas, hallé hasta
quince mill pesos en caballos y armas; y con lo que yo tenía socorrí a los que
más menester lo habían, y hice dellos ciento cincuenta hombres; y en esto me
detuve nueve meses.
Por enero del año de cuarenta salí del
Cuzco para seguir mi viaje, no con tanto aparejo como fuera menester, pero con
el ánimo que sobraba a los trabajos que se podían pasar y pasaron en el camino,
por ser el que v. m. sabe, despoblados e indios no domados, antes muy
desvergonzados y animados contra cristianos, por creer que sus fuerzas fueran
cabsa para costreñir los primeros que acá vinieron a dar la vuelta.
Tardé en el camino once meses, y fue
tanto tiempo por el trabajo en buscar las comidas que nos las tenían escondidas
de manera que el diablo no las hallara; y, con todo, me di tan buena maña, que
llegué, con el ayuda de Dios, a este valle de Mapocho, que es doce leguas más
adelante de Canconcagua, que el Adelantado llamó el valle de Chili, con perder
sino dos o tres que me mataron indios en guazábaras en Copayapo y en el camino,
y otros tantos caballos y algunas piezas de servicio y indios de carga; y de
éstos fueron cuarenta, aunque en el valle de Coquimbo se me huyeron y quedaron,
por temer la hambre de adelante, viendo la que hasta allí habían pasado, más de
cuatrocientas piezas de yanaconas y indios, y quedáronnos otras tantas.
Llegado a este valle con mi gente, hice
un cuerpo de los peones, y dejé con ellos todo el bagaje y veinte de caballo; y
los demás repartí en cuatro cuadrillas, y con ellas corrí todo este valle y
tomé muchos indios sin les hacer mal, y con ellos envié a llamar los caciques
que me viniesen de paz y no temiesen, porque les quería decir la cabsa de mi
venida y saber sus voluntades; y diciéndoles todos sus indios que éramos muchos
cristianos, y pensaron esto por el astucia que tuve en repartir la gente,
porque como los indios huían de una cuadrilla, topaban con otra, y escapándose
de aquélla, con las demás, temieron éramos muchos; y de este temor vinieron los
señores.
Venidos, les dije cómo S. M. me enviaba a
poblar esta tierra, para que sirviesen con sus indios a los cristianos, como en
el Cuzco lo hacían los ingas y caciques, y que supiesen habíamos de perseverar
para siempre, y porque, por haberse vuelto Almagro, le mandaron cortar la
cabeza; por tanto, que me hiciesen casas primeramente para Santa María y para
los cristianos que conmigo venían y para mí; y así las hicieron en la traza que
les señalé. Aquí poblé esta cibdad en nombre de S. M. y llaméla Sanctiago del
Nuevo Extremo, a 24 de hebrero de 1541, y a toda la tierra y que demás he
descubierto y descubriré, la Nueva Extremadura, por ser el Marqués della y yo
su hechura.
Por un indio que tomé en el camino cuando
venía acá, supe que todos los señores desta tierra estaban avisados de Mango
Inga, con mensajeros que vinieron delante de mí, haciéndole saber, si querían
que diésemos la vuelta como Almagro, que escondiensen el oro, porque como
nosotros no buscamos otra cosa, no hallándolo, haríamos lo que él; y que asimesmo
quemasen las comidas, ropa y lo que tenían. Cumpliéronlo tan al pie de la
letra, que las ovejas que tenían se comieron y arrancaron todos los algodonales
y quemaron la lana, no se doliendo de sus propias carnes, que por sólo que los
viésemos no tener nada, se quedaron desnudos, quemando la propia ropa dellos y
por temor de las sementeras, que dende a tres meses se recogían creyendo éramos
más cristianos, nos sirvieron cuatro o cinco meses bien.
Con recelo que se habían de rebelar los
indios, como me decían lo habían acostumbrado, pareciéndome que éstos no podían
hacer menos, siendo una la condición de todos, atendí a me velar muy bien y
andar sobre aviso y a encerrar comida y metí tanta, que bastaba para nos
sustentar dos años, porque había grandes sementeras, que es esta tierra
fertilísima de comidas, porque si algo hiciesen no faltase al soldado de comer,
porque con esto hacen la guerra.
Entre los fieros que nos hacían algunos
indios que no querían servirnos, decían que nos habían de matar a todos, como
el hijo de Armero había hecho al Apomacho en Pachacama; y que por esto todos
los cristianos se habían huido de los Charcas y de Porco y de toda la tierra; y
atormentados ciertos sobre ello, dijeron que los caciques de Copayapo se lo
habían enviado a decir a Michemalongo y que ellos lo supieron de mensajeros que
les envió el de Atacama; y tóvelo por burla, como lo fue por entonces, que aún
no lo habían muerto, pero hicieron dende a un mes, como después supe; y esto
debió de saberse por decir tan desvergonzadamente a los indios en las
provincias del Perú los de la parte del Adelantado que lo habían de hacer; y
ellos, como veían se juntaban los de esta parcialidad en Lima, entendíanlo
mejor que los servidores del Marqués, mi señor, que haya gloria, el deseo
voluntario por hecho.
Como esto se supo por el procurador de la
cibdad, hizo ciertos requerimientos al cabildo para que me eligiesen por
Gobernador en nombre de S. M. y por mis respuestas se lo contradije; y ellos,
tornando a porfiar por parecerme convenir al servicio de S. M., por conservarle
con abturidad esta tierra y contentar al pueblo, y con eficacia y runrún me lo
pedía, lo aceté quedándome la voluntad sana en el servicio del Marqués, mi
señor, y en la mesma sujeción que de antes, lo aceté como parece por la copia
de la elección que a S. M. envío y v. m. allá verá.
Luego me partí al valle de Canconcagua a
hacer un bergantín, para avisar de todo al Marqués, mi señor; y estando
haciendo escolta con ocho de caballo a doce hombres que entendían en él, me
escribió el capitán Alonso de Monroy que ciertos soldados de los de la parte
del Adelantado que conmigo vinieron, a los cuales honraba, que por no tenerlos
tan bien conocidos como v. m., me fiaba dellos más de lo que era razón, me querían
matar. Como recibí la carta, que fue a media noche, vine en diligencia,
ordenando a los que trabajaban cesasen hasta que yo diese la vuelta y
atendiesen a se guardar, porque desta suerte no les osarían acometer los indios
teniendo por mí darla otro día. Convínome estar en la cibdad seis o siete, y
ellos, no acordándose de lo que les dije, andaban de día sin armas. Como los
indios vieron su descuido, dieron en ellos y los mataron. Y hecho esto, se me
alzó la tierra con la interpretación de sus palabras, que significaban lo que
las de los villanos de Italia, cuando dicen: "Carne, carne, masa,
masa." Hice mi pesquisa, y hallé culpados a más cantidad, y por la
necesidad que tenía de gente, ahorqué cinco, que fueron las cabezas,
disimulando con los demás, y aseguré los ánimos de todos. Confesaron en sus
dipusiciones que venían concertados para me matar con los que mandaban al hijo
de Almagro, porque ellos habían de hacer otro tanto en el Perú por este tiempo
en la persona del Marqués, mi señor, y de sus deudos, servidores y criados; y
aun con todo esto, vivía sin recelo, habiendo oído dar a v. m. instrucción a S.
S. de cómo se había de gobernar con esta gente para no venir en lo que vino, y
tenía por mí la guardaría, y también te enviaba yo avisar desto, como le escribí
después, para que hubiese más recabdo.
Alzada la tierra, se juntó toda en dos
partes para dar en nosotros. Salí, luego como lo supe, desta cibdad a dar en la
mayor parte con noventa hombres, dejando cincuenta, los treinta de caballo, con
Alonso de Monroy a la guardia della. Y en tanto que yo hacía fruto donde fui,
viene la otra, en que había ocho o diez mill indios, y dan en ellos; mataron
cuatro cristianos y veinte y tres caballos, y queman toda la cibdad, sin quedar
una sola estaca, y cuanta comida teníamos, que no quedamos todos más de con las
armas e andrajos viejos. Dióse tan buena maña con pelear todo el día en peso el
capitán y sus soldados y estar heridos todos, cobrando ánimo al venir de la
noche, que desbarataron y hicieron huir los indios y mataron infinidad dellos.
Hízome Alonso de Monroy saber a la hora
la victoria sangrienta que habían habido, con pérdida de lo qué teníamos y
quema de la cibdad y comida. Di la vuelta a la hora, y pareciéndome era
menester ánimo y no dormir en las pajas, todos los cristianos, con ayuda de los
anaconcillas, reedificamos la cibdad de nuevo; y entendí en sembrar y criar,
como en la primera edad, con un poco de maíz que sacamos a fuerza de brazos, y
dos almuerzas de trigo; y salvarnos dos cochinillas y un porquezuelo y una
gallina y un pollo; y el primer año se cogieron de trigo doce hanegas, con que
nos hemos simentado.
Luego se me traslució el trabajo que
había de tener en esta tierra por la falta de herraje, armas y caballos, y que
si acaso fuese verdad la muerte del Marqués, mi señor, que por haberla tan mal
infamado la gente de Almagro, no vernía ninguna a ella, si no iba persona
propia a traerla, y que llevase siquiera cebo de manjar amarillo para moverle
los ánimos y tornarla a acreditar, y se perpetuase, y porque en tanto se iban
mis mensajeros y venían tuviese con qué sustentar la gente, y no esperar a lo
hacer cuando todo me faltase, envié al capitán Alonso de Monroy por escrebir y
dar cuenta al Marqués, mi señor; y dile cinco hombres que fuesen en su
compañía, con los mejores caballos que tenía, que no pude dalle más, y con seis
o siete mill pesos que tenía y me dieron los vasallos de S. M., que habían
sacado sus anaconcillas en el tiempo que estaba yo entendiendo en el bergantín,
porque allí estaban las minas, ricas, y se pusieron algunos a escarbar y
sacaron con palos. Estos los despaché encomendándolos a Dios; y porque no
fuesen tan cargados con el oro, por el peligro de tan largo camino habían de ir
a noche y mesón, hice seis pares de estriberas para los caballos, y
guarniciones de espadas; y de las de hierro, con otro poco que se halló entre
todos, hice hacer a un herrero que truje con su fragua cincuenta herraduras
hechizas, y ochocientos clavos, no quedándonos otro tanto acá, porque como no
trajemos navío, fue poco lo que podimos traer a cuestas; y con esto herraron
sus
caballos muy
bien, y llevaron cada cuatro herraduras y cien clavos, y un herramental, y
fuéronse, diciendo a mi teniente se acordarse del conflito en que quedaba.
Como se partió el capitán Alonso de
Monroy con sus compañeros y soldados, era tanta la desvergüenza de los indios,
que no quisieron darse a sembrar sino a nos hacer la guerra; y con la
posibilidad que tenían y con estos torcedores, viendo la poca posibilidad
nuestra, pensaron de nos matar y costreñir a desamparar esta tierra y
volvernos; y así, venían a nos matar a las puertas de nuestras casas los
yanaconas y los hijos de los cristianos y a arrancarnos las sementeras; y ellos
se han mantenido de unas cebolletas y simientes de yerbas y legumbres que
produce la tierra de suyo, como es gruesa, en mucha cantidad, mantenimiento
para ellos; y seguíannos tanto como los cuervos al cordero que se quiere morir,
y así me convino hacer un fuerte tan grande como la casa que tenía el Marqués,
mi señor, en el Cuzco, cercándolo de adobes de estado y medio en alto, que
entraron en él más de doscientos mill; y a ellos y a él hecimos los cristianos
a fuerza de brazos, sin descansar desde que se comenzó hasta que se acabó; y
cuando venían indios metíase la gente menuda y el bagaje, y quedaba la de pie a
la guardia y los de a caballo salíamos al campo a alancear indios y a guardar
las sementeras.
Esto nos duró cerca de tres años, que
pasaron desde que la tierra se alzó hasta que dio la vuelta mi teniente del
Cuzco. Las hambres que en los dos dellos se pasaron, fueron encomportables, y
en verdad en esto usó Dios de sus grandes misericordias con nosotros. Y las
piezas y hijos de cristianos y la mayor parte de sus padres se mantuvieron con
las cebolletas y legumbres dichas todo este tiempo, que, a fe, pocos comieron
en él tortillas; y los que venían a comer conmigo ya teníamos cuenta que unos
días salíamos a dos tortillas y bien chiquitas, otros a una y media, y otros a una,
y los más con ninguna, y con Dios proveerá, como lo provee, pasamos; y en lo
que entendí en este tiempo fue en hacer oficios, que nunca deprendimos,
mostrándome los unos la necesidad, que constriñe hablar las picazas, y otros me
enseñaban la voluntad y deseo que tenía al servicio de S. M. y a la propia
honra y conservación de las personas que debajo de mi protección estaban, y
ellos e yo de la de Dios y de su cesárea persona, con deseo de salir con la
intención que tenía de servirles. Y para todo fue menester sacar fuerzas de
flaqueza, siendo sumétrico, alarife, pastor, labrador y, en fin, poblador,
sustentador y descubridor. Y por todo esto no sé lo que merezco; pero por
haberme sustentado con ciento y cincuenta españoles, que son del pelo que v. m.
sabe, en esta tierra, trabajándolos a la contina, de noche y de día, sin se
desnudar las armas, haciendo los medios cuerpos de guardia un día y una noche,
y los otros otra, cavando, sembrando, arando y a las veces no cogiendo para
mantenerse ellos y sus piezas y hijos, y sin haber dado un papirote a ninguno,
ni díchole mala palabra, si no fue a los que ahorqué por sus merecimientos, Y.
con todo esto, me aman: háseme persuadido merecer de S. M. las mercedes que le
pido, las cuales aquí diré para que v. m., pues me puso en esto, si soy hechura
del Marqués, mi señor, me favorezca, interponiendo su abtoridad con nuestro
César, que bien cierto soy le sea dado entero crédito en lo que dijere y
pidiere en lo destas partes.
Después que el capitán Alonso de Monroy partió
de aquí por el socorro, le mataron los indios de Copayapo cuatro cristianos, y
al que le quedó y a él prendieron y tomaron el oro y todos los despachos, que
no salvó sino un poder para me obligar, y como es hijodalgo y hombre para todo
y para mucho y de los que v. m. le parecen bien y ama, a cabo de tres meses que
le tuvieron preso, con un cuchillo que quitó a un cristiano de los de Almagro
que allí halló hecho indio, que éste fue la cabsa de toda su pérdida, mató al
cacique prencipal a puñaladas, y yendo el Monroy y su compañero y aquel
cristiano y el cacique a caballo a caza, en medio de más de doscientos indios
flecheros y se salieron llevando por fuerza aquel transformado cristiano a las
provincias del Perú; y llegó a coyuntura que halló al señor Gobernador Vaca de
Castro en Limatambo, que venía al Cuzco con la victoria que había habido contra
don Diego habiendo hecho gran justicia de los matadores del Marqués, mi señor y
capitanes, y pidió socorro a su Señoría, y le favoreció con su decreto y abtoridad;
y el capitán sedió tan buena maña, que trató con Cristóbal de Escobar, que bien
conoce vuestra merced, que favoreció a Pedro de Candía con su hacienda; y él,
como fue siempre aficionado a las cosas del Marqués, mi señor, y a las de v. m.
y su hijo Alonso de Escobar era criado del señor Gonzalo Pizarro, la gastó
toda; y con esto y con otros cuatro o cinco mill pesos que le prestó un padre
portugués que estaba en Porco, llamado Gonzaliáñez, hizo setenta hombres, todos
de a caballo, con que vino a me socorrer; y viniendo por Arequipa, Lucas
Martínez Vegaso, vecino della, que, como v. m. sabe, ha tan bien servido a S.
M., y por hacerle de nuevo este servicio tan señalado y por haber sido servidor
del Marqués, mi señor, y serlo de v. m., me favoreció con un navío, quitándolo
del trato de sus minas de Tarapacá, que no perdió poco; en el cual me envió
diez o doce mill pesos de empleo, de armas, herraje, hierro y vino para decir
misa, que había cuatro meses no la oíamos por falta dél; y con un amigo suyo
que se dice Diego García Villalón, que v. m. conocería a la pasada de Panamá,
me lo envió para que hiciese dél a mi voluntad y lo gastase con los soldados y
se lo pagase cuando quisiere y toviese, y que no le diese por todo nada: que de
todas estas liberalidades usó, por ser él el que es.
Este navío llegó por el mes de setiembre
del año de quinientos y cuarenta y tres, y el capitán Alonso de Monroy con toda
la gente por el diciembre adelante, ya que estábamos en punto de cantar A te
levavi anima mea; y nunca vimos más indios, que todos se acogieron a la
provincia de los poromabcaes, que comienza seis leguas de aquí, de la parte de
un río cabdalosísimo que se llama Maypo, entre el cual y éste está esta cibdad.
Llegado el navío, supe cómo mataron al
Marqués, mi señor, que en lo muy vivo del ánima lo sentí; y el capitán Alonso
de Monroy me dio relación más por entero deste frangente, porque como hombre
que sabía el amor que tenía a S. S. y lo que me iba en ello, venía más
advertido. Hube tanto menester el consuelo en aquella hora cuanto v. m. ternía
ánimo como caballero para disimular tan gran pérdida cuando la supiese, aunque
el corazón no dejaría de hacer el sentimiento que era justo; y la mayor pena
que presumo tendría v. m. sería por no hallarse en parte donde con el valor de
su persona hiciera la venganza en los matadores, conforme al delito; y en
verdad por lo mesmo lo sentí yo en tanto grado, y pues tal sentencia estaba por
Dios ordenada, a Él debemos dar infinitas gracias por ello; y a v. m. y a todos
sus deudos, servidores y criados que fuimos suyos, nos es tan gran consuelo
saber que fue martirizado por servir a S. M. a manos de sus deservidores, y que
la fama de sus hazañas hechas en acrescentamiento de su Real patrimonio y
cesárea abtoridad vivirá en la memoria de los presentes y por venir; y saber
que su muerte fue tan bien vengada por el ilustre señor Vaca de Castro, cuanto
lo fue por Otaviano la de Julio César, y dejado aparte que por el valor de S.
S. obligaba a v. m. y a todos esos servidores a tenerle por señor y padre por
la merced tan grande que con ella se nos hizo, hemos de servirle todos con las
haciendas y vidas mientras duraren, hasta aventurarlas y perderlas, si fuere
menester en su servicio, como yo lo haré.
También recebí una carta con el capitán,
del señor Gonzalo Pizarro, de Lima, que había llegado a ella después de la
batalla, saliendo perdido del descubrimiento donde fue. Tuve a muy mala dicha
que no se hubiese hallado presente al tiempo que se hizo el castigo del delito,
que aunque no faltaron vasallos de S. M. y amigos, criados y servidores del
Marqués, mi señor, y de v. m. para ello, quisiera que, como hermano, tampoco
hubiera faltado, por ser cierto fuera a su md. gran contentamiento, y el mesmo
sintiera yo en la verdad. A S. M. escribo suplicándole haga a sus hijos las
mercedes de que su padre era merecedor, porque no muera la fama de las proezas
que en su cesáreo servicio hizo, y es justo lo haga porque se animen sus
vasallos a le servir, viendo que ya que no pueden gozar del premio de los que a
su Real persona hacen, lo gozarán sus hijos, pues el de ellos es el principal
amor por ser el reino nativo. También suplico en mis cartas al señor Gobernador
Vaca de Castro los tenga so su proteción y amparo, favoreciéndolos con S. M. y
así me dicen, ha siempre mirando mucho por ellos.
Estando en esto, por el abril adelante,
pareció otro navío por esta costa, que era de cuatro o cinco compañeros que le
compraron y cargaron de cosas para acá; y no acertando el puerto, pasó a Mable,
y no quisieron tomar tierra, aunque los indios les hicieron señas, porque se
temieron, que no venían en él sino tres cristianos y un negro, que los indios
de Copayapo les habían muerto al piloto y marineros y tomado el barco con
engaño; y al fin, como era por principio de invierno, y entró aquel año muy
recio, dio con él a través, y los indios mataron los cristianos y robaron la
ropa y quemaron el navío, y así lo supe de unas indias que Francisco de
Villagrán, servidor de v. m. y mi maestro de campo general, hobo, que venían en
el navío, que le envié en su seguimiento con veinte de caballo, y llegó cuatro
o cinco días después de dado al través, que por las grandes lluvias y ríos que
halló que pagar, no pudo hacer más diligencia.
A esta coyuntura llegó el capitán Juan
Batista de Pastene, criado del Marqués, mi señor, y servidor de v. m. con su
navío San Pedro, que le envió el señor Gobernador Vaca de Castro a saber de mí,
cargado de cosas necesarias, que por contemplación de S. S. un criado suyo llamado
Juan Calderón de la Barca, empleó su hacienda y vino acá en él; y como nos
conocíamos el capitán y yo, y por ser tan buen hombre de la mar, tan honrado y
de fidelidad, y para tanto y hechura del Marqués, mi señor, diciendo que en
todo me quería hacer placer y servir a S. M. en estas partes, porque ansí se lo
había mandado el señor Gobernador, le hice mi teniente general en la mar.
Viendo la voluntad del capitán Juan
Baptista, por principios de mes de septiembre adelante le di un poder y le entregué
un estandarte con las armas de S. M., y debajo del escudo imperial uno con las
mías, para que me fuese a descobrir doscientas leguas de costa y tomase
posesión, en nombre de V. M., por mí, y me trujese lenguas; y dile treinta
hombres, muy buenos soldados, que fueron en su navío, y el de Lucas Martínez
también, que acá tenía, con gente; y así fue y la tomó, como v. m. allá verá
por la fe que dello da Juan de Cárdenas, escribano mayor del juzgado, que hice
en nombre de S. M. y mi secretario, hasta que venga poder del muy magnífico
señor Juan
de Samano, secretario mayor de las Indias y del Consejo de S. M., y hícelo,
porque él se tiene por muy servidor de vra. md. y desea ocuparse en su
servicio, como yo, y sé dará muy buena cuenta y razón de sí y de lo que se le
encomendare; lo sabe muy bien hacer, y es persona de tan buena manera, que se
holgará v. m. de conocerle, porque tiene muchas y muy buenas partes de hombre.
También envié a las provincias de Arauco
por tierra a Francisco de Villagra para que tomase lenguas y me echase los
indios desta tierra hacia acá; y desde entonces tengo un capitán con gente en
la provincia de Itata para que no los deje volver hacia allá; y con esta
provisión y con estar ya los indios muy cansados, que más no pueden, vienen a
querer servir; y hogaño han sembrado y se les ha dado trigo y maíz para que se
simienten y cojan para comer, y en tanto que esto hacía, por no fatigar los
indios antes que asentasen, con los anaconcillas, que los hemos ya por hijos,
procuré de sacar algún oro para tornar a enviar con estos navíos al Perú para
que venga gente, y con mill hanegas de comida que ahorré de la costa de todos,
saqué, en mazamorras de los indios, hasta veinte y tres mil pesos, y con ellos
envío al capitán Alonso de Monroy y al capitán Juan Baptista, para que el uno
por tierra y el otro por mar me traigan gente, armas, caballos; y llevan
crédito y poderes para me poder obligar en otros cien mill pesos, porque esto y
el rascar no quieren sino encomenzar, y por responder al Gobernador Vaca de
Castro, que me escribió ambas veces.
También envié este verano a poblar una
cibdad en el valle de Coquimbo, y púsele La Serena, que es al medio de camino
de Copayapo aquí, porque, con estar aquella venta allí, pueden venir seguros de
indios. Dejé media docena de soldados, y no les faltará y doscientos que
quieran, y el teniente que allí envié, en dos meses trujo todos los valles de
paz, y le sirven. Está con veinte de caballo, y los doce son criados míos que
los tengo en frontería, porque no hay indios; y los demás vecinos ternán a
ciento y a doscientos el que más, porque desde el valle de Canconcagua hasta
Copayapo no hay tres mill indios; y por eso pienso que la despoblaré como el
camino se trille, y así lo escribo a S. M. De lo que han de servir aquellos
valles será de algún tributo a esta cibdad, y de tener en cada uno un tambo
para los que pasaren; y los indios se holgarán dello, que también están
cansados de la guerra que les he hecho los años pasados.
Así que ya pueden venir sin temor los que
quisieren, que no les faltará de comer, porque hay tanto, que sobra. De aquí a
tres meses, que es el medio del verano, se cogerán en esta cibdad más de doce
mill hanegas de trigo y maíz; al tiempo, sin número, porque hay dos sementeras,
que el maíz siembran por noviembre y se coge por abrill y mayo; y por este
tiempo se siembra el trigo y se coge para noviembre y diciembre; y de las dos
cochinillas y el cochino se han dado tantos puercos, que hay más de ocho mill
cabezas en la tierra, y de la gallina y pollo hay tantos como yerbas, y en
invierno y verano se crían sin cuento, y cómese de todo en abundancia.
Sepa v. m. que tengo doscientos hombres
en la tierra, que cada uno me cuesta, puesto aquí, más de mill pesos; porque
por lo que me prestaron los mercaderes cuando yo vine, pagó sesenta mill pesos
de oro, y por lo que trajo el capitán, así de gasto de la gente, como del navío
de Lucas Martínez, debo ciento y diez mill pesos, y del postrer navío que trajo
el capitán Juan Baptista, me adeudé en otros sesenta mill, y desta ida que va
Monroy me adeudará en otros cien mill, y de la tierra no se ha habido más de
los siete mill que le tomaron en Copayapo, que ya los indios me los han
enviado, y los veinte y tres mill que agora van, y todo vuelve al Perú a gastar
en beneficio de la tierra y para su sustentación: se ha tomado y distribuido
entre los soldados, porque han sustentado la tierra, y la sustentan, y lo
merecen y no hay qué darles aquí; y sepa v. m. que no tengo ación de quien
cobrar un solo peso para en descuento de toda esta suma, que todo se lo he
soltado y soltaré lo que más les diere. Bien sé que dirá v. m. que no haré casa
con palomar y que soy un perdido. Yo lo confieso: pero, porque mudar costumbres
es a par de muerte, con todas estas tachas me ha de hacer mill mercedes v. m.
Desde Copayapo hasta Mauli hay ciento y
treinta leguas de largo y por lo más ancho veinte y cinco, veinte, y quince
menos. Habrá agora quince mill indios, porque de la guerra, hambres y malas
venturas que han pasado, se han muerto y faltan más de otros tantos. Así que
podrán ser aquí en esta cibdad veinte o veinte y cinco vecinos; y por esto, y
porque tengo de despoblar La Serena, porque no se podrá sustentar, envío a
suplicar a S. M. que la merced que fuese servido de me hacer, comience dende
aquí, porque por esto he sustentado este pie, y por ser todo esto un pedazo de
tierra riquísima de minas de oro, y de aquí se ha de encomenzar a entrar en la
tierra y buscar donde dar de comer a estos soldados y descargar la conciencia
de S. M.; y le digo que el peso de la tierra está en que no venga por el
Estrecho capitán que me perturbe a nada, hasta que yo envíe relación de toda la
tierra con la discrición della; y si estuviese alguno proveído, se sobresea,
porque dejado aparte que se perderán todos si los indios sintiesen alguna
contienda entre cristianos, ya v. m. sabe lo que es, como bien acuchillado,
porque no deseo sino descubrir y poblar tierras a S M. Y desque tenga noticia
de mí y de mis servicios, déla a quien fuere servido, con advertir sea con
condición que la tal persona pague a mis acreedores lo que pareciere haber
gastado en beneficio de la tierra y por su sustentación; y con esto yo quedaré
contento y en calzas y en jubón, y con mis amigos iré por mar y por tierra a
descubrir más en servicio de S. M. También le suplico me haga merced confirmar
la fecha por su Cabildo, y hacérmela de nuevo; y esto pido, porque conviene a
su cesáreo servicio tener esta reputación en esta tierra con la gente.
Así que esto es en lo que v. m. ha de
favorecerme, para que S. M. me haga estas mercedes, en tanto que yo envíe a dar
cuenta y razón cumplidamente. El portador de la carta de S. M. y de ésta es un
caballero llamado Antonio de Ulloa, natural de Cáceres. Tuvo nuevas de sus
debdos que un hermano mayorazgo se le murió y quedará él con la casa de su
padre. Váse porque no se pierda la memoria della. Quisiera tener con qué
envialle tan honrado y prósperamente como él merece; pero viendo él que no lo
tengo, y mi voluntad, que era de darle mucho, va contento con lo poco que
lleva. El ha servido muy bien a S. M. en estas partes. A v. m. suplico le tenga
en el lugar que merece; porque yo le tengo por amigo, por el valor de su
persona y ser quien es. Dél podrá v. m. saber todo lo que de más fuere servido
saber de mí y destas partes, porque, como testigo de vista, sabrá dar buena
relación.
Yo hice en el Perú ciertos negocios,
conciertos y compañías, a tiempo que tomé esta empresa, con Francisco Martínez
y Pero Sancho de Hoz, que v. m. bien conoce; y el Pero Sancho, por no poder
cumplir conmigo, se apartó del concierto voluntariamente; y el Francisco
Martínez, desque vio los gastos y poco provecho, me rogó deshiciese la
compañía; y así se hizo, no dejando de lo satisfacer al uno y al otro al
presente en lo que puedo, y en lo porvenir lo haré, de lo que están bien
confiados, dándome Dios salud. Y porque ellos enviaron en aquel tiempo a sus
debdos las escrituras y habrán negociado algo con los señores del Consejo de
Indias, y sabiendo agora que yo pido a S. M. lo que a v. m. escribo, quisiesen
estorbar, no siendo avisados de acá, envío las escrituras de la desistión y del
deshacer de la compañía con esta carta. Suplico a v. m. en este caso, si fuere
menester, responda por mí, hablando verbal y por cartas; y no hallándose en la
corte, lo encomiende v. m. a algún servidor que entienda en ello.
A v. m. suplico otra y muchas veces me
tenga en el lugar de muy verdadero servidor, como hasta aquí, y que en la
voluntad de v. m. no conozca yo mudanza del amor que siempre me mostró y tenía,
y sea servido de me mandar escribir al Perú por la vía que v. m. enviaré
cartas, enderezando las mías a Lucas Martínez Vegaso, a Arequipa, que él me las
encaminará de allí; y pues sabe v. m. la que recibiré con ellas, me haga tan
señalada en me hacer saber de la salud de su muy magnífica persona y de sus
negocios y reputación en que está con César, que todo será para mí muy entero
contentamiento: y con esto acabo, aunque no quisiera en mill pliegos de papel,
porque sé cuanto más largo escribiese, más v. m. se holgaría con las mías.
Si tuviera patrimonio para vender y salir
con esta empresa y servir a S. M. no solamente lo hiciera, pero empeñara la
mujer para ello, pudiendo la honra quedar satisfecha: dígolo, porque al
presente no la proveo para que tenga el descanso y honra que es razón. Por la
necesidad en que estoy, sólo le envío agora con el señor Ulloa quinientos pesos
para su sustentación. A v. m. suplico sea servido mirar por ella como por
servidora, pues lo soy yo y ambos una mesma cosa para su servicio, y la
favorezca a sus necesidades, como a v. m. lo supliqué cuando de Lima partió y a
ella se lo mande v. m. así escrito, porque le será gran descanso, y yo deseo de
dárselo, y para mí no hay merced que se le iguale.
Porque mis cosas tengan calor que han
menester con la sombra de v. m. me atreví a darle poder juntamente con el señor
Antonio de Ulloa para que, hallándose en corte, pida por virtud dél y de mi
parte a S. M. las mercedes que le escribo: a v. m. suplico me perdone este
atrevimiento, pues la confianza que tengo de ser v. m. mi señor me dio
avilanteza a lo hacer.
Como tuve nueva cierta de la muerte del
Marqués, mi señor, hice hacer sus honras y cabo de año, como me dio lugar la
posibilidad que al presente tenía. Siempre terné el cuidado, como soy obligado
y debo, en prevenir y ayudar a su ánima con sufragios. Dios le tenga en su
gloria. Deseara tener tanta posibilidad para las hacer tan sumptuosas cuanto
los trofeos de sus hazañas merecían.
Yo escribo al señor secretario Samano, y
digo que si v. m. se halla en corte, me presentará a su md. por servidor.
Suplico a la vuestra lo haga y de tal manera, que me tenga, en el lugar de los
muy verdaderos.
También escribo al Ilmo. y Rmo. señor
Visorrey y Cardenal y al muy ilustre señor conde de Osorno y muy magníficos
señores Oidores del Real Consejo de Indias. No digo de v. m. que les hablará,
por no atreverme; pero digo en mis cartas ser hechura del Marqués, mi señor. Por
aquí puede v. m. hacerse encontradizo, y en achaque de trama, como dicen,
hacerme merced, si fuere servido. También escribo al Ilmo. señor Duque de Alba
y al muy ilustre señor Comendador mayor de León y al muy magnífico señor
comendador Alonso de Idiáquez. Puede v. m. usar de la cautela que con los
demás. También escribo al señor Lope de Idiáquez, amigo de v. m. y mi señor,
haga en todo como en cosas de servidor.
Ahí envío a v. m. el treslado de una
carta que escribo al señor Gobernador Vaca de Castro, y le respondo como por
ella verá, a ciertas provisiones que me envió con el capitán Monroy para que
fuese su teniente; yo respondo: Noli me tangere quia Caesaris sum. Va mal
escripta, y Cárdenas no la pudo copiar porque es solo a este despacho.
Es el señor Gobernador tan gentil
caballero y sabio y háseme mostrado tan de veras padre, que bien cierto soy
acebtará mi desculpa; pero podría ser que algúnd factor de su S.ª en esa corte
fuera de su comisión, hablase algo por donde fuese necesario saber lo que yo le
he escripto, y por eso lo envío.
Cuando el señor Gobernador despachó al
capitán Alonso de Monroy el secretario de su S.ª, llamado Francisco Páez, que
es ido a esa corte, le fue propicio, y encaminó a un hermano suyo y otro amigo
en ella, que se llaman Miguel Páez y Sebastián de Ledesma; dicen son criados
del señor Comendador mayor de León, para que harían mis negocios en corte, y
para ellos le pidió el salario, y por virtud de un poder que llevaba mío les
señaló mill pesos en cada un año; y como dende a otro adelante, llegó a esta
cibdad el capitán con el socorro y me dijo esto, viendo la poca manera que
tenía para despachar a S. M. tan presto, porque no se multiplicase por
guarismo, sin fructo, revoqué el poder. No lo hice con cautela, porque desta no
quiero usar, sino porque no corra tanto salario, y lo haya de pagar sin saber
por qué; y así cuando ellos se hayan empleado en mis cosas, serán por mí
satisfechos; y esto quiero que sea voluntario y no forzoso. A v. m. suplico
sepa las personas que son y lo que pueden y me avise para que, conforme a ello,
yo provea a la razón, y, si la hay, para que satisfaga en todo o en parte; y si
fuere otra cosa, se pueda decir: anda con Dios que un pan me llevas.
A Pero de Soria escribo a Porco que si se
ofrecieren en esta tierra cosas que convengan al servicio de v. m. me lo haga
saber; y si él tuviese necesidad para ellas de que yo provea de acá allá,
también, porque así se cumplirá y que sepa está v. m. en esta tierra en
persona; y aunque la suya no sea de tanto valor, es de tanta voluntad para
emplearse en esto, que ninguna hay en el mundo que me pase, y la que me hobiere
de llegar ha de correr y volar más que el pensamiento.
Somos a quince de agosto, en este puerto
de Valparaíso de la cibdad de Sanctiago del Nuevo Extremo; y porque el navío
que envío abajo es menester echarlo a monte, y no hay aquí pez, y en la cibdad
de La Serena hay mucha, que es una cera y betume que nace en unas ramitas como
yerba, que dicen es para aderezar navíos mejor que cuanta pez gruesa hay, y se
deterná en esto diez o doce días, me embarco para allá por no perder tiempo y
acabar entre tanto estos despachos, que seré con ayuda de Dios en ella en dos.
Ha diez días que llegué a esta cibdad de
La Serena y he acabado mis despachos, y envío con la bendición de Dios a los
mensajeros para esa corte y para el Cuzco. Él los lleve todos a salvamento, y
esta carta a poder de v. m.; y yo daré de aquí a ocho días la vuelta a la de
Sanctiago, a donde dejé dada orden a mi maestre de campo toviese presta la
gente y para ir a poblar adelante. Aquí he dicho a los caciques sirvan bien a
los cristianos, porque ahora envío por muchos, y si no lo hacen, pagarán el
pato; y como hasta aquí no les he mentido, temen y dicen servirán. Con todo
esto, dejaré aquí tal orden que los hayan miedo, aunque, como v. m. sabe,
siempre que la ven la acometen. Vuestra merced me eche su bendición y haga mill
mercedes, pues yo nunca me he de cansar de hacerle servicios. Y así lo doy por
fe y testimonio, firmado de mi propia mano y firma. Guarde y prospere Nuestro
Señor la muy magnífica persona de v. m. con el acrescentamiento de estado que
yo deseo, que bien se me puede fiar. Desta cibdad de La Serena, 4 de septiembre
de 1545.-PEDRO DE VALDIVIA.
Al emperador
Carlos V
La Serena, 5
de septiembre de 1545 S. C. C. M.
Con Antonio de Ulloa escribo a V. M. lo
que hasta ahora me ha dado el tiempo lugar, y lleva los treslados autorizados
de la electión que hicieron en mi persona el Cabildo y pueblo desta cibdad de
Sanctiago del Nuevo Extremo, que yo fundé por V. M., y de la posesión que en su
cesáreo nombre he tomado de la tierra adelante; y asimismo envío otro duplicado
desto por vía de mercaderes para que alguno dellos venga ante su Real acatamiento.
Con el navío que de aquí van estos despachos, envío a lo que en mis cartas
digo, a las provincias del Perú, al capitán Alonso de Monroy, mi teniente
general; podría ser hallase en ellas alguna novedad, aun que no como las
pasadas, que desto seguras están, pero que hobiese Dios dispuesto del
Gobernador Vaca de Castro, lo cual a Él plega no sea, porque V. M. perdería en
muy grand servidor y criado, o otras que suelen acaescer, por donde no pudiese
hacer el fructo que conviene en su cesáreo servicio y bien de sus vasallos y
desta tierra y naturales, poniéndole algunos embarazos por donde no se
efectuase, y para dar a V. M. razón de quién fuese la causa de hacer este daño
y relación de mi persona y desta tierra, le conviniese irse a presentar ante V.
M.; lo que puedo decir y el auctoridad que le puedo dar para con su sacratísima
persona, es ser la misma mía: en lo que dijere y suplicare de parte della,
suplico yo muy humillmente le dé el crédito que a mí, porque es la suya de las
más preeminentes que conmigo vinieron a estas partes y que ha servido a V. M.
en ellas como caballero y hijodalgo que es, y si, caso Dios allá le llevare,
aunque más deseo tengo por el presente le volviese con buen recaudo, tenga V.
M. por cierto irá, más por lo que a su cesáreo servicio converná que por el
propio interese de ambos, y remitiéndome en tal caso a la relación que él hará,
por ir bien advertido de todo y saberle dar, no me alargo a más -S. C. C. M.:
Nuestro Señor por largos tiempos guarde su sacratísima persona con la superioridad
de la monarquía del universo. Desta cibdad de La Serena, en este Nuevo Extremo,
a cinco días de setiembre, 1545.-S. C. C. M., muy humillde súbdito y vasallo,
que las sacratísimas manos de V. M. besa.-PEDRO DE VALDIVIA.
Al Consejo
de Indias
Los Reyes
del Perú, 15 de junio de 1548
Muy alto y muy poderoso señor: Llegado a
este reino de la Nueva Castilla y real del Licenciado Gasca, presidente dél,
que en nombre de V. Alteza tenía contra la tiranía de Gonzalo Pizarro y los de
su rebelión, escrebí a nuestro Monarca y Emperador, mi señor, teniendo por
cierto aquella iría a sus sacratísimas manos o a las de V. Alteza, lo que no
tengo por cierto haber ido ninguna de las que hasta agora he escrito, y en
ellas daba relación a S. M. y a V. Alteza de lo que en su Real servicio he
hecho en aquel reino y gobernación del Nuevo Extremo y de los grandes gastos
que en sustentarlo y poblarlo y descubrirlo se me han ofrecido y cada día se me
ofrecen; y perseverando en el Real servicio de V. Alteza, de una nao que por
gran ventura fue a aquella tierra, supe la rebelión destos reinos y tiranía de
Gonzalo Pizarro, y luego me dispuse a venir a servir a V. Alteza, como siempre
lo he procurado de hacer y ha veintiocho años que lo hago. Venido al real de V.
Alteza, el Presidente me dio cargo del campo, juntamente con el mariscal Alonso
de Alvarado, Maestre de campo, y yo, deseando el servicio de V. Alteza y
merecer más en su Real acatamiento, hice lo que en nombre de V. Alteza me
mandó, y procuré por mi parte de hacer todo lo a mí posible para que la tiranía
no pasase más delante, con el menor daño posible y menos muertes de los
vasallos de V. Alteza. Fue Dios servido, que en la cesárea y Real ventura de
nuestro Monarca y de V. Alteza y bondad del Presidente y solicitud de los
capitanes de mi campo, con muerte de sólo un hombre, V. Alteza hobo la
victoria. El Presidente hizo justicia de Gonzalo Pizarro y de los que halló más
culpados, y cada día la hace de los que lo merecen: porque V. Alteza crea que
no se pudiera enviar a estos reinos quien mejor que él entendiera las cosas de
acá, ni de quien V. Alteza pudiera ser más bien servido.
Concluidas las alteraciones destos
reinos, habida del Presidente verdadera noticia de lo que ha gastado en
servicio de V. Alteza en la sustentación y población de aquella tierra, y
descubrimiento de la de adelante, que son más de trescientos mill pesos, y
conociendo el deseo que tengo de servir a V. Alteza, me proveyó en su Real
nombre de gobernador y capitán general de aquella gobernación del Nuevo
Extremo, por virtud del poder y comisión que para ello de nuestro César tenía,
por todo el tiempo de mi vida, señalándome por límites de la gobernación desde
veintisiete grados hasta cuarenta e uno norte sur meridiano, y del este ueste,
que es travesía, cien leguas, como lo relata más largo la provisión que por
virtud del poder me dio, y della envío un traslado auctorizado, juntamente con
la instruición de la Audiencia de V. Alteza que en estos reinos reside me dio.
Asimismo los capítulos que yo pedí al Presidente, y los que en nombre de V.
Alteza me otorgó, todo lo envío al Real Consejo de V. Alteza para que allá se
vea y mande V. Alteza lo que más a su servicio convenga.
Por la capitulación mandará V. Alteza ver
lo que a lo que yo pedí se me concedió; no se me concedió todo, porque la
comisión de S. M. no se extendía a más: como humill súbdito y vasallo suplico a
V. Alteza me mande enviar su Real provisión para confirmación de la que el
Presidente me
dio, y
juntamente con ella me mande hacer las mercedes que en la capitulación pido,
que aunque V. Alteza no tenga entera relación de mis servicios, le serán tan
acetos, que terná por bien de me hacer mercedes, porque aunque no hobiera
gastado trescientos mill pesos en sustentar y poblar y descubrir aquella
tierra, sólo por la haber sustentado, estando tan mal infamada como quedó
después que della dio la vuelta el Adelantado Almagro, y por la voluntad y
deseo con que tomé la jornada y me ofrecí a gastar lo que tenía en servicio de
V. Alteza, es cosa razonable V. Alteza me mande hacer todas mercedes.
Demás de los gastos que en la
sustentación de la tierra se me han ofrecido para venir a servir en esta
jornada a V. Alteza y llevar el armada que llevo, que por no hacer daño a los
naturales deste reino, irá muy poca gente, y la cuantidad della irá por mar, y
para ello juntamente con el galeón y galera que estaban en este puerto de la
real armada de V. Alteza, las cuales llevo, y ansimesmo otras dos naos que me
cuestan, dejando aparte lo que en esta tierra metí, que fueron más de ochenta
mill peses, más de otros sesenta mill.
El Presidente envió aquí a mandar a los
oficiales de V. Alteza que apreciasen el galeón y galera y otras costas de
vituallas que había, y me las diesen, quedando obligado a pagallo a los
Oficiales al tiempo que acá nos concertásemos, y aprecióse en veintisiete mill
y tantos pesos; estoy obligado a pagallos a V. Alteza, a quien humillmente
suplico, que pues todo se gastó en su Real servicio, yo no quiero más de para gastar;
lo cual sea servido enviarles a mandar no los cobren de mí, pues yo no quiero
más vida de para gastallo en servicio de V. Alteza.
A. V. Alteza suplico mande ver las
mercedes que en la capitulación pido, y me las mande conceder, pues V. Alteza
tiene por costumbre de gratificar los que le sirven y hacerles en mayor grado
las mercedes que son los servicios, y porque V. Alteza hallará por verdad que
con lo que he gastado en esta jornada que le he venido a servir y los gastos de
la armada que llevo, me cuesta, después que por servir a V. Alteza tomé la
empresa, más de cuatrocientos mill pesos, y los tengo por bien empleados,
habiendo sido en servicio de V. Alteza y en aumento de su Real Corona.
Cuando envié a descubrir la costa, como a
nuestro Monarca escrebí, y a tomar la posesión de la tierra en nombre de V.
Alteza, llegó el navío que envié cerca del Estrecho de Magallanes, y si V.
Alteza es servido que el Estrecho se navegue, me lo envíe a mandar, porque no
está en más navegarse, mediante la voluntad de Dios, de ser V. Alteza dello
servido; porque aunque yo para ello me haya de empeñar en más de lo empeñado,
por más servir a V. Alteza, haré de manera que desde el día que llegare el
mandado de V. Alteza, en muy breve haya nao en Sevilla que lo haya pasado;
porque en estos reinos todos tenemos por muy cierto que V. Alteza será dello
servido y ellos muy aumentados.
Nuestro Señor guarde y ensalce la muy
alta y poderosa persona de V. Alteza, con acrecentamiento de munchos más reinos
y señoríos, como los vasallos de V. Alteza deseamos.-Fecha en la ciudad de los
Reyes del Perú, a 15 de junio de 1548.-Muy alto y muy poderoso señor, humill
súbdito y vasallo que los reales pies y manos de V. Alteza besa.-PEDRO DE
VALDIVIA.
Al emperador
Carlos V
Santiago, 9
de julio de 1549
Sacratísimo e invictísimo César.
Habiendo, a imitación de mis pasados, servido a V. M. donde me he hallado y en
estas partes de Indias y provincias desta Nueva Extremadura, dicha antes Chili,
y últimamente en la restauración de las del Perú a su cesáreo servicio en la
rebelión de Gonzalo Pizarro bajo la comisión del Licenciado de la Gasca,
Presidente en la Real Abdiencia de los Reyes, que por el poder que de V. M.
trajo me dio la abtoridad de su Gobernador y Capitán General en este Nuevo
Extremo, que sólo la deseaba para mejor y más servir, en prosecución de mi
deseo, di la vuelta dél, habiendo gastado lo que de acá llevé y adeudándome
para traer gente y otras cosas necesarias para su perpetuación, y para ello me
avió y favoreció el Presidente, como habrá hecho relación de todo, y yo
asimismo la di por mis cartas a V. M. desde la cibdad de los Reyes.
Llegado aquí hallé que los indios del
valle de Copiapó, que es la primera población pasado el grand despoblado de
Atacama, que de allí comienzan los límites desta gobernación, y los de los
valles comarcanos, estaban rebelados, y en aquel valle y en un pueblo que se
decía La Serena, que tenía poblado cuarenta leguas más acá, a la costa, en un
muy buen puerto, que era la mitad del camino entre aquel valle y esta cibdad,
habían muerto cuarenta y cuatro cristianos y destruido el pueblo y quemado, y
los indios en extremo desvergonzados.
Y como traía prosupuesto, llegado a esta
tierra, con tener el valle de Copiapó y los comarcanos de paz y que servían en
aquel pueblo, que era seguridad del paso y distancia para que pudiese venir
segura la gente, que hay demasiada en el Perú, a servir aquí a V. M., y la
llave desta cibdad de Sanctiago, que es la puerta para entrar en la tierra, y
porque ésta no se me cerrase para el efecto de mi deseo, han sido en demasiados
trabajos que he tenido hasta aquí y gastos que he hecho en la sustentación de
todo, sin haber habido ningund provecho particular; y ha sido Dios servido que
torne a los ya pasados de nuevo, y para no perder tiempo en lo de adelante y
que la gente que ahora traje comigo no destruya esta cibdad, que tanto importa,
y quede segura con mi salida y el camino abierto, como llegué a ella, día de
Corpus Christi, presentadas las provisiones Reales en Cabildo, las recibieron,
y a mí por virtud dellas por gobernador y Capitán General de V. M., y se
pregonaron con el regocijo, solemnidad y abtoridad que se acostumbra y ellos y
todo el pueblo pudieron. Proveí a la hora de capitán y gente que conquiste y
castigue los indios y pueble; y a mi teniente general envío al Perú a que
traiga gente y con ella vaya a poblar este verano otro pueblo tras de la
cordillera de la nieve, en el paraje del de La Serena, que hay dispusición y
naturales para que el uno al otro se favorezcan; y yo en el entretanto
emprenderé lo de adelante y poblaré una cibdad donde comienza la grosedad de la
gente y tierra, que ya la tengo bien vista, y en demanda desta mesma noticia,
escuras y a la ventura, han andado todos los españoles del Río de la Plata y
los que han salido al Perú ahora de aquellas partes. Y yo espero en la buena de
V. M. y con lumbre ir a cosa sabida y a la causa, confiado de que Nuestro Señor
quiere de V. M., por manos de un su más humillde vasallo, recebir grand
servicio, perseverando en trabajar y empeñarme de nuevo, me disporné a ello
para sustentar esto y lo demás durante la vida que Dios fuere servido de me
dar.
Invictísimo César, bien me persuado que
para ser tenido de los caballeros que siguen su Real Corte y Casa por varón de
presunción y honra, por tocar a la mía y a mi interese particular, me convenía
de presente posponer todos los gastos que se me ofreciesen y sólo atender a
despachar a V. M. persona propia a representar servicios y pedir mercedes y
enviar por mi mujer y casa; y pensábalo hacer con el oro que tenían sacado mis
cuadrillas en tanto que fui al Perú a servir, porque no fuera necesario, a no
se haber ofrecido este frangente; pero por la rebelión de los indios y pérdida
del pueblo, me ha convenido, con ello y con lo demás que he podido hallar
prestado entre amigos, enviar ahora al Perú a mi teniente para traer más gente
y proveer a esta necesidad, por convenir así a la honra de V. M. y conservación
de su Real hacienda, que por estas dos cosas tengo de posponer las propias toda
la vida, teniendo delante los ojos la obligación con que nací de cumplir
primero con mi Rey; y como haya dado vado a esto, que es lo principal, atenderé
a lo que me tocaré como acesorio: a V. M. suplico sean en este caso aceptas mis
excusas, pues van fundadas sólo en hacer lo que soy obligado en el servicio de
V. M.; porque aquello en que más pudiere servir estimo ser mi mayor prosperidad
y camino de salvación, pues está en la mano el poderse convertir grandes
provincias populatísimas, de que Nuestro Señor será tan servido y el Real
patrimonio de V. M. ampliado.
Sacratísimo César, Nuestro Señor por
largos tiempos guarde la sacratísima persona de V. M. con augmento de la
cristiandad y monarquía del universo. Desta cibdad de Sanctiago del Nuevo
Extremo, IX de julio, 1549.-El más humillde súbdito y vasallo de V. M. que sus
sacratísimas manos besa.-PEDRO DE VALDIVIA.
A sus
apoderados en la corte
Santiago, 15
de octubre de 1550
Instrución y relación de lo que han de
pedir y suplicar a S. M. e a los señores Presidentes e Oidores de su Real
Consejo de Indias, en nombre de Pedro de Valdivia, gobernador e capitán general
en su cesáreo nombre en estas provincias, dichas y nombradas por él de la Nueva
Extremadura, como descubridor y primero poblador, conquistador, repartidor e
sustentador dellas, e con su poder el reverendo padre Bachiller en teología
Rodrigo González, clérigo presbítero, e Alonso de Aguilera, tenido y estimado
por caballero fijodalgo, cuando Dios sea servido de los llevar en salvamento a
España y Corte de S. M. y lo que han de hacer y decir ambos juntos o el que
dellos dos se presentare ante su cesáreo acatamiento y de los señores
Presidentes e Oidores de su Real Consejo de las Indias.
PRIMERAMENTE. Dar vuestras mercedes las cartas que llevan mías
para S. M. y para los dichos señores de su Consejo de Indias, y de mi parte
besarles las manos con aquel acatamiento y obediencia y devoción e humildad que
debo al vasallaje y sujeción con que nací de vasallo de S. M. representándolo
como soy obligado a lo ser e deben hacello en mi nombre.
Dar mis cartas particulares que van para
sus señorías e mercedes, ofreciéndome a cada uno por servidor, con aquella
afición e voluntad que yo a vuestras mercedes lo he significado.
Dar asimismo las cartas que llevan mías
para los grandes señores de la corte de S. M. besándoles asimismo las manos de
sus señorías de mi parte y representándome y ofreciéndome por servidor, en
particular de S. S., suplicándole a S. S. e los que fuere justo, me resciban en
el número de sus servidores e criados de sus ilustrísimas casas.
Darán vuestras mercedes asimismo mis
cartas a todos los demás caballeros e personas para quien van, hablando a cada
uno como vieren que conviene al tratamiento y ser de su persona, de mi parte,
para animarlos a que me conozcan los que no me conoscen, e se sirvan de mí y me
envíen a mandar como de mi parte se les puede pedir por merced me favorezcan e
ayuden en mis cosas, como yo haré en las suyas en todo tiempo; e a los que me
conoscen, dándoles por merced de mi parte me amen con aquella voluntad que yo
los amo; y en esta tecla me remito a las prudencias de vuestras mercedes en lo
demás.
Han de informar vuestras mercedes a S. M.
e a los señores de su Real Consejo de Indias de las cosas que aquí se dirán,
atento que de todas ellas doy parte a S. M. en mis cartas, y no me alargo en la
relación dellas, aunque van largas o prolijas, conforme a lo que hay que decir
de tanto tiempo cuanto ha que vine a estas partes a servir a su Majestad e a
que le sirvo treinta años ha en el arte militar y trabajos de la guerra.
Hacer relación sucintamente cómo serví a
S. M. en Italia en tiempo del Próspero Colona e Marqués de Pescara hasta que murió,
en el adquerir el estado de Milán, como buen soldado, por imitar a mis
antepasados que se emplearon y emplean de cada día en lo mismo y servir en
Flandes cuando S. M. estaba en Valenciana e vino el Rey de Francia sobre ella.
Dar relación de cómo pasé a estas partes
de Indias, año de quinientos e treinta e cinco, y me hallé en el descubrimiento
e conquista de Venezuela un año.
Dar relación cómo el año adelante de
quinientos e treinta y seis pasé a las provincias del Perú a la nueva que por aquellas
partes donde yo estaba se decía de la rebelión del Inga, natural señor dellas,
con todos los naturales, de su levantamiento contra el servicio de S. M. e
aprieto en que tenían a los cristianos, que era en término de matar al Marqués
Pizarro que los gobernaba, e a los demás vasallos de S. M. vecinos
conquistadores que con él estaban, con la gran guerra que les daban; y cómo,
movido por servir a S. M. en la posesión que tenía hecha, pasé a servir e
ayudar a las defender o morir; e cómo en llegando ante el dicho Marqués
Pizarro, sabiendo mi deseo e plática que tenía de las cosas de la guerra, me
eligió por su maestre de campo general en nombre de S. M.; y con esta abtoridad
trabajé de las pacificar, así de cristianos por las pasiones del Adelantado don
Diego de Almagro, como de los naturales e rebelión suya; e cómo conquisté dos
veces las provincias del Collao e los Charcas, e ayudé a poblar la villa de
Plata en ellas, e traje de paz toda la tierra, la cual ha servido hasta el día
de hoy e sirve.
Informar y dar relación cómo el dicho
Marqués Pizarro, en remuneración de los servicios que a S. M. hice en término
de cuatro años que trabajé en lo dicho, me dio en depósito y encomienda el
valle todo llamado de la Canela, que después que yo le dejé le dio al capitán
Peranzulez e a su hermano Gaspar Rodríguez y a Diego Centeno; e Vaca de Castro,
cuando gobernó aquellas provincias del Perú a S. M. dio en él de comer a tres
conquistadores, que fue a los capitanes Diego Centeno, Lope de Mendoza e
Dionisio de Bobadilla, el cual repartimiento vale y ha valido cada año más de
doscientos mill castellanos de renta. Y asimesmo ayudé a descubrir las minas de
plata en el cerro rico e asiento de Porco, e hube en él una que ha valido más
de doscientos mill castellanos. E decir cómo, por venir a servir a S. M. en
esta empresa, descubrimiento e población, dejé los indios y valles etc. e
asimismo la mina, para que lo diese todo el Marqués a otros conquistadores e
cumpliese con ellos, sin haber un solo peso de oro de interese ni más por ella.
Informar e dar relación cómo por la
vuelta de la provincia de Chile del Adelantado don Diego de Almagro, que a ella
vino con quinientos de caballo y se volvió al Perú dejándola desamparada, quedó
la tierra más mal infamada de cuantas hay en las Indias, e que, con todo esto,
pedí al Marqués Pizarro que me diese autoridad de parte de S. M. para venir con
la gente de pie e caballo que yo pudiese hacer a la conquistar e poblar y
descobrir más provincias adelante, a poblarlas en su Real nombre, por cuanto
tenía deseo de me emplear en la restauración desta tierra, porque sabía que se
hacía muy grand servicio a S. M. en ello. E viendo mi voluntad, el Marqués me
dijo que se espantaba cómo quería dejar lo que tenía, que era tan bien de comer
como él, e aquella mina, por emprender cosa de tanto trabajo; e como vio mi
ánimo e determinación, por una cédula de S. M. dada en Monzón, año de treinta y
siete, refrendada de Francisco de los Cobos, secretario de su Real Consejo
Secreto, en que por ella mandaba al Marqués enviase a poblar e conquistar e
gobernar el nuevo Toledo e las provincias de Chili, de donde había vuelto
Almagro, me mandó viniese a poner mi buen propósito en cumplimiento della; y
así con los despachos que me dio, y por virtud de la dicha cédula, yo vine a
servir a estas partes, partiendo del Perú por el mes de enero de quinientos e
cuarenta años.
Informar asimismo cómo para hacer esta
jornada, el Marqués Pizarro no me favoresció ni con un tan solo peso de la Caja
de S. M. ni suyo, y cómo a mi costa e misión hice la gente e gastos que convino
para la jornada, e metí en esta tierra ciento e cincuenta hombres de pie e
caballo y me adeudé por lo poco que hallé prestado demás de lo que al presente
yo tenía en más de setenta mill castellanos.
Informar asimismo de los trabajos que
pasé en el camino por conducir la gente a estas provincias, para hacer el fruto
cine se ha fecho en ellas y en servicio de Dios y de S. M., siendo algund
instrumento para que no peresciesen cristianos, así por los grandes despoblados
que hay, y falta de comida e agua, como indios de nuestro servicio e cargas; y
llegado al valle de Copiapó, lo que trabajé en hacer la guerra a los naturales
e fuertes que les rompí y la guerra que hice por todos los valles adelante,
hasta que llegué al valle de Mapocho, que es cien leguas de Copiapó, e fundé la
cibdad de Sanctiago del Nuevo Extremo, a los veinte e cuatro de hebrero del año
de mill quinientos e cuarenta e uno, formando Cabildo, Justicia e Regimiento.
Informar asimismo cómo después de nos
haber servido los naturales cinco meses e dado la obediencia a S. M., se me
rebelaron, quemando el un bergantín que había fecho hacer con harto trabajo
para enviar mensajero a S. M. a darle cuenta de mí e de la tierra e conquista e
población de la cibdad, y para solicitar al Marqués Pizarro a que me enviase
algund socorro de gente, de caballos e armas para costreñir a los naturales a
que sirviesen e a poblar otras cibdades más adelante.
Informar asimismo cómo se juntó luego
toda la tierra e andando yo con ciento de caballo a deshacer los fuertes donde
la gente de guerra se favorescía, a quince e veinte leguas de la cibdad,
habiendo dejado la guardia della al capitán Alonso de Monroy con treinta de a
caballo e veinte peones, vinieron hasta ocho mill indios de todos los valles
atrás; e dieron en la cibdad y quemáronla todo, sin dejar un palo enhiesto en
ella, y pelearon todo un día con los cristianos y matáronnos veinte e tres
caballos e dos cristianos, quemándosenos cuanto teníamos para remediar y
proveer a los trabajos de la guerra, no quedándonos más de los andrajos e armas
que traíamos a cuestas; y al venir de la noche, estando todos los cristianos
heridos, dan en los indios con tanto ánimo que los desbaratan, e huyeron e
fueron matando en el alcance toda aquella noche; y como lo supe, di la vuelta y
reedifiqué la cibdad.
Informar asimismo cómo despaché, viendo
el bergantín quemado, con cinco soldados a caballo, que no le pude dar más, al
capitán Alonso de Monroy, caballero hijodalgo, por tierra, a las provincias del
Perú a que llevase los despachos a V. M. e los enviase de allí, y él volviese
con el socorro que pudiese traer, e fue en grande aventura como la quedábamos
asimismo acá; y llevaron todos hasta diez mill castellanos, que por el embarazo
e porque habían de ir a noche e mesón por tierra de guerra e despoblados, hice
hacer dellos seis pares de estriberas, e los pomos e puños, e cruces de las
espadas, e así se despidieron de mí para su jornada. Cómo en el valle de
Copiapó mataron los indios los cuatro, con salirles de paz, e prendieron al
Monroy y al otro compañero, tomáronles el oro e rompieron los despachos. Al
cabo de tres meses mataron al cacique principal e huyeron en sendos caballos a
las provincias del Perú. Llegaron a tiempo que gobernaba el Licenciado Vaca de
Castro, estando en la ochava de la vitoria que había habido contra el hijo de
don Diego de Almagro. Pidióle licencia e favor para volver con el socorro de
gente que pudiese hacer. Diósela, y el Monroy buscó quien le favoreciese para
lo traer: halló hasta ocho mill pesos, con que dio socorro de sesenta de a
caballo, que trajo consigo por tierra, e un navío con hasta cuatro mill pesos
de empleo de Arequipa, y con media docena de botijas de vino para decir misa,
porque cuando partió podía quedar en la cibdad hasta un azumbre, lo cual nos
faltó cinco meses antes que fuese de vuelta; y cómo me obligó a que pagase yo
acá por la cantidad dicha para el socorro e paga, más de setenta mill pesos.
Tardó desde el día que partió hasta que volvió ante mí, dos años justos.
Informar asimismo el trabajo que pasé en
estos dos años en la guerra, e cómo hice un cercado e fuerte, de estado y medio
en alto, de mill y seiscientos pies en cuadro, que llevó, doscientos mill
adobes de vara de largo a un palmo de alto; e que ellos y a él hecimos a fuerza
de brazos los vasallos de S. M., e con nuestras armas a cuestas, sin descansar
un hora, trabajamos en él hasta que se acabó; y esto a fin de que se acogiese
allí la gente menuda, e lo guardasen los peones, e los de caballo saliésemos a
los indios, que nos venían a matar nuestras piezas de servicio e hijos a las
puertas de nuestras casas, segúnd estaban tan desvergonzados, e arrancarnos
nuestras sementeras; porque viendo que nos dábamos a sembrar, temían que vio
nos habíamos de volver, e por forzarnos a ello nos hacían grand guerra en todo;
y ellos no sembraban, manteniéndose de ciertas cebolletas ¿otras legumbres que
produce la tierra de suyo; y en estos trabajos perseveramos los dos años
dichos, y el primero sembramos hasta dos almuerzas de trigo que hallamos buenas
entre obra de media fanega que nos quemaron los indios y habíamos traído para
sementarnos; y de aquellas dos almuerzas se cogieron aquel año doce hanegas,
que paresce lo quiso Dios dar así, e con aquellas nos sementamos e cogimos el
otro año al pie de dos mill; e con una cochinilla e un porquezuelo, que lo que
todos los demás nos mataron los indios, multiplicamos en aquellos dos años, e
una pollita e un pollo, questos salvó una dueña que con nosotros estaba, se ha
multiplicado gran cantidad de ganado gallinas; y en esto y en defendernos y
ofender a los indios no dejándolos estar seguros en parte ninguna, entendí los
dos años dichos; e repartí la tierra ascuras e sin tener relación, porque así
convino a la sustentación della por aplacar los ánimos de los conquistadores,
dando cédulas de repartimientos a más de setenta, porque con aquellos
atenderían a los trabajos que por delante tenían.
Informar asimismo cómo por el mes de
enero del año de quinientos e cuarenta e cuatro, llegó el capitán Alonso de
Monroy de vuelta a la cibdad de Sanctiago con los sesenta de caballo, e cuatro
meses antes llegó el navío que despachó desde el Perú.
Informar asimismo, cómo, llegada esta
gente, salí a conquistar la tierra, y constreñí tanto a los naturales
rompiéndoles todos los fuertes que tenían, que de puros cansados y muertos de
andar por las nieves e bosques, como alimañas brutas, vinieron a servir, e nos
han servido hasta el día de hoy sin se rebelar más, e vi la tierra toda, e
declaré los caciques e indios que había, que eran pocos e de aquellos habíamos
muerto en las guerras buena parte.
Informar asimismo cómo poblé luego la
cibdad de La Serena en un puerto de mar muy bueno e seguro, en el valle que se
dice de Coquimbo, que es a la mitad del camino dentre la cibdad de Sanctiago y
el valle de Copiapó, a efeto que pudiesen venir sin riesgo, los cristianos, a,
servir a S. M. en estas provincias, de las del Perú, e que los indios no los
matasen ni peresciesen por falta de comidas; y con el trabajo que la sustenté,
teniendo siempre, demás de trece vecinos que eran, otros diez o doce soldados a
la sustentación della, visitándolos de dos en dos meses con gente por tierra, e
con un barco que hice hacer para este efecto, enviándoles siempre trigo,
gallinas e puercos para que criasen y sembrasen y se pudiesen sustentar.
Informar asimismo cómo el junio adelante
del dicho año de cuarenta e cuatro, vino al puerto de Valparaíso, que es el de
la cibdad de Sanctiago, un navío que trajo el capitán Juan Batista de Pastene,
suyo, piloto mayor desta Mar del Sur, por los señores de la Real Audiencia de
Panamá, con hasta quince mill castellanos de empleo, de Panamá, que trajo un criado
del Licenciado Vaca de Castro, que se llamaba Juan Calderón de la Barca; e cómo
tomé de mercaderías, armas e otras cosas necesarias para repartir entre los
conquistadores para la sustentación de la tierra, al pie de ochenta mill
castellanos.
Informar asimismo que para estos efetos
he ayudado a soldados con armas e caballos, que les he dado en veces más de
cincuenta e hecho otros gastos muy crecidos por perpetuar esta tierra a S. M.;
e se me ha perdido gran cantidad de oro por enviar mensajeros a S. M., y por
socorro a las provincias de Perú, y de todo ello no he habido fruto ninguno, ni
tampoco han llegado mis despachos ante S. M. y no ha sido por falta mía, sino
por la malicia de algunos de los mensajeros, como adelante se informarán, y por
las alteraciones que ha habido en el Perú e por haberse quedado allí algunos de
los mensajeros que enviaba a S. M. e otros muerto.
Informar asimismo cómo, vista la voluntad
del piloto e capitán Juan Batista de Pastene, y con el celo que había venido al
socorro desta tierra con su navío llamado San Pedro, que fue por servir a S.M.
y se me ofresció de le servir, y a mi en su cesáreo nombre, y le conoscí por
hombre de valor y de prudencia y espiriencia de guerra de indios e nuevos
descubrimientos, le crié e di la abtoridad de mi lugarteniente de capitán
general en la mar, y le envié con su navío y con otro en conserva e gente la
que era menester, a que me descubriese por la costa arriba hacia el Estrecho de
Magallanes hasta doscientas leguas, y me trajese lenguas; y envié en su
compañía e para que me tomase posesión de la tierra, al capitán Jerónimo de
Alderete criado de V. M., e a Juan de Cárdenas escribano mayor del juzgado
desta gobernación, a que diese testimonio de la posesión que se tomaba, e
porque todos tres son muy celosos del servicio de S. M. E así se fueron, e me
trajeron lenguas, e tomaron la posesión, como se podrá ver por el treslado
abtorizado del mismo Juan de Cárdenas, que vuestras mercedes llevan, diciendo
cómo este descubrimiento me causó otra cantidad de pesos de oro de gasto, que
pasó la suma que por lo poder hacer hice, de más de veinticinco mill pesos.
Informar asimismo cómo, en viniendo del
descubrimiento dicho, procuré de echar a las minas las anaconcillas e indios de
nuestro servicio, porque los naturales atendiesen a sembrar, e los vasallos de
S. M. les llevábamos la comida en nuestros caballos a las minas, que eran doce
leguas de la cibdad; y esta comida la sacábamos de los cueros, partiendo por
medio la que teníamos por a nos sustentar a nosotros o, a nuestros fijos,
habiéndolas sembrado e cogido con el trabajo de las personas; e así aquella
demora, que fueron hasta ocho meses, con estas pecezuelas, que fueron hasta
quinientos, se sacaron hasta setenta mill castellanos. Todos los vasallos de S.
M. me dieron e prestaron lo que era suyo; e con ello e con lo que yo tenía
acordé de enviar de nuevo con el un navío de los dos que tenía, mensajero a S.
M. y otros al Perú, a que me tornasen a traer más socorro.
Informar asimismo cómo despaché luego al
capitán Alonso de Monroy y al capitán e piloto Juan Batista de Pastene en su
navío para que el uno por tierra y el otro por la mar, me volviesen con socorro
de gente caballos e armas e las demás cosas necesarias, trayéndome desto todo lo
que pudiesen, y envié a S. M. un mensajero, que se llamaba Antonio de Ulloa,
natural de Cáceres, con el cual escribí largo, dando cuenta a S. M. y a los
señores de su Real Consejo de Indias, de la conquista
desta tierra
e población de la cibdad de Sanctiago y descubrimiento por mar; y entre ellos
tres y otros dos mercaderes, repartí el oro que digo se sacó, para que todos
trajesen el recaudo que pudiesen a
esta tierra
para su perpetuación e para quel Antonio de Ulloa pudiese ir a dar cuenta a S.
M. de mí y presentarle mis despachos. E así partió el navío a los cuatro de
setiembre de mill y quinientos e cuarenta e cinco años.
Informar cómo fui a la cibdad de La
Serena a despachar este navío con los mensajeros que habían de ir a S. M. y al
Perú, e por visitar aquella cibdad y dejar buen recaudo en ella, porque
determinaba, luego de vuelta que fuese en la cibdad de Sanctiago, ir por tierra
a descobrir donde pudiese poblar otra cibdad. E así, en llegando hice apercebir
sesenta de caballo bien armados, con las lanzas en las manos, a la ligera, e
descobrí hasta un río grande que se dice Buybío, que está cincuenta leguas de
la cibdad de Sanctiago, donde me dieron hasta ocho mill indios una noche,
habiéndoles yo dado guazábaras. Otros dos días pelearon muy reciamente, y
estuvieron fuertes al pie de dos horas en un escuadrón, como tudescos. En fin,
los rompí, e huyeron y matamos su capitán y hasta doscientos indios, y ellos
nos mataron dos caballos e hirieron otros diez o doce cristianos y caballos. Y
teniendo nueva cierta cómo los indios desta parte del río y de aquella, que es
grand cantidad de lente, estaba junta para nos tomar todos los pasos y dar en
nosotros, determiné de dar la vuelta, porque, a susceder algún revés, que no se
pudiera excusar por ser pocos e los indios muchos, quedaba en riesgo la cibdad
de Sanctiago e de La Serena, acordé de dar la vuelta, habiendo visto el sitio e
tierra donde se podía poblar; y así lo di a entender a los indios e que
supiesen que no venía a otra cosa.
Informar asimismo cómo, vuelto del
descubrimiento, que tardé mes y medio en ir y volver, atendí a hacer sembrar,
creyendo venían mis capitanes presto con gente, y a que se sacase algún oro
para si me conviniese despachar más mensajeros. Luego el mes de setiembre, que
era ya un año que habían partido, determiné a hacer a S. M. otro mensajero con
el duplicado que llevó Antonio de Ulloa, e con lo demás que había que decir del
descubrimiento por tierra e próspera que había hallado, que se llamaba Juan
Dávalos, natural de las Garrovillas, y lleva dineros también para dar a mis
capitanes, si los topase con necesidad. Topó al piloto Juan Batista e no te dio
nada, ni fue a S. M. y echó los despachos a mal y a mí me llevó mis dineros sin
nunca más verle. Fue este mensajero en un barco que teníamos hecho para pescar
y nos sustentar con el pescado que tomábamos con el chinchorro. Fueron en el
barco, míos y de particulares, todo para beneficio de la tierra, más de setenta
mill castellanos. Todo se perdió e nunca se hobo fruto dello acá.
Informar asimismo cómo desde ahí a trece
meses llegó el capitán Juan Batista del Perú, que había veinte e siete meses
que se había partido de mí, y me dio aviso de las revueltas del Perú y prisión
del Visorrey Blasco Núñez Vela y desbarato suyo en Quito y muerte de su persona
por Gonzalo Pizarro e los suyos, e como el dicho Gonzalo Pizarro estaba alzado
y rebelado con la tierra contra el servicio de S. M., e como murió el capitán
Alonso de Monroy; e Antonio de Ulloa, el mensajero que enviaba a S. M., había
abierto los despachos, y después de leídos y hecho burla dellos con otros
mancebos como él, los rompió y se fue a Quito a servir a Gonzalo Pizarro y se
halló en la batalla contra el Virrey, e cómo por este servicio que había fecho
a Gonzalo Pizarro, le pidió licencia para hacer gente y traerme el socorro, e
desque se vido desta parte de los Reyes, se declaró venían a me matar e dar la
tierra a Gonzalo Pizarro; y a esto me dijeron le había ayudado y favorescido un
Lorenzo de Aldana, por gobernar acá, que era a la sazón teniente y justicia
mayor en los Reyes por Gonzalo Pizarro, e me tomó los dineros que llevaba el
Monroy, que murió allí, y los dio al Ulloa, y él los desperdició y gastó como
se le antojó, sin haber provecho yo ninguno dello. Y me fue causa el dicho
Ulloa de perder más de sesenta mill castellanos; y lo peor, la mala obra que me
hizo en no enviar los despachos a S. M. Y llegado a Atacama con la gente, dio
la vuelta a los Charcas, a se juntar con un Alonso de Mendoza, hermano del Juan
Dávalos, que a S. M. enviaba; y no fue, que era capitán de Gonzalo Pizarro en
los Charcas, con voluntad de ir ambos a Gonzalo Pizarro, porque los había
enviado a llamar, diciendo tener necesidad dellos para ir contra el Presidente
de la Gasca, que estaba en Panamá y pasaba al Perú, enviado por S. M.
Informar asimismo cómo este Antonio de
Ulloa fue causa de que matasen los indios del valle de Copiapó diez o doce
cristianos, e pusiesen en término de matar otros tantos, que salieron bien
heridos, con pérdida de las haciendas e piezas de servicio, esclavos e fijos, e
más de sesenta cabezas de yeguas; y esto fue por quitarle las armas e buenos
caballos, que traían e dejarlos en Atacama a ruego de sus amigos, porque tenían
voluntad de venir donde yo estaba. Destas cosas e muchas más fue causa el dicho
Antonio de Ulloa.
Informar asimismo cómo, sabida la
desvergüenza de Gonzalo Pizarro contra el servicio de S. M., llegando el navío
que traía el capitán e piloto Juan Batista, primero de diciembre del año de quinientos
cuarenta y siete al puerto de Valparaíso, a los diez del estaba dentro para ir
al Perú a servir a S. M. e buscar al Presidente para le servir en su cesáreo
nombre contra la rebelión de Gonzalo Pizarro.
Informar asimismo cómo desde allí proveí
por mi Teniente General al Capitán Francisco de Villagra y le dejé a la guardia
de esta tierra para que la defendiese e sustentase en servicio de S. M. e paz e
justicia, por cuanto yo iba a servir a S. M. a las provincias del Perú a ser
contra Gonzalo Pizarro, e cómo pedí al escribano mayor del Juzgado destas
provincias, en presencia de muchos caballeros que estaban allí conmigo en la
nao, que habían de venir en mi compañía, y vecinos que habían entrado a se
despedir de mí, que me diese, por fe e testimonio cómo yo dejaba estas
provincias del Nuevo Extremo con el mejor recaudo que podía para que las
sustentasen en servicio de S. M. e yo me hacía a la vela en aquel navío llamado
Santiago a servir a S. M. en las provincias del Perú, y el caballero que en su
cesáreo nombre venía a ellas, contra Gonzalo Pizarro e los que le seguían,
hasta la muerte, hasta la muerte. Y hecho esto, disferí velas a los trece; y en
doce días navegué hasta en paraje de Tarapacá, que es en el Perú, doscientas
leguas más arriba de la cibdad de los Reyes. Tomé lengua en aquella costa, e
supe cómo Gonzalo Pizarro estaba muy poderoso en el Cuzco con una vitoria que
había quince días había alcanzado en aquella provincia del Collao con
quinientos hombres del capitán Diego Centeno, que traía mill y doscientos
contra él, y que de Panamá era partido para el Perú el Licenciado la Gasca con
el armada que era de Gonzalo Pizarro, que se la habían entregado sus capitanes.
Informar cómo, sabido esto; mandé
disferir velas, con voluntad de no parar hasta verme con el Presidente; y así,
en catorce días llegué a la cibdad de los Reyes. Antes de llegar al puerto,
supe cómo el Presidente iba camino del Cuzco con la gente que le quiso seguir,
contra Gonzalo Pizarro. Surgí en el puerto, e salí en tierra, dejando la nao
con el armada de S. M. y fuime a la cibdad. Despaché luego con diligencia al
Presidente, y haciendo saber mi venida e suplicándole me esperase, porque no me
deternía en aquella cibdad sino ocho a diez días, que luego le seguiría.
Informar asimismo cómo en diez días que
allí estuve, me proveí de armas e caballos para mi persona e para los gentiles
hombres que iban en mi compañía, y de otros pertrechos para la guerra; y en
éstos y en socorros que di a gentiles hombres para que fuesen a servir a S. M.,
que lo habían menester, gasté en los diez días sesenta mill castellanos en oro;
y así seguí tras el Presidente y le alcancé en el valle de Andaguaylas,
cincuenta leguas más allá del Cuzco.
Informar asimismo cómo llevé destas
partes para servir a S. M. cien mill castellanos en oro, los sesenta mill míos
e de amigos que me los dieron de buena voluntad, y los cuarenta mill que tomé a
particulares, a quien mill, e mill quinientos, e dos mill, dejando orden a mi
teniente, a quien quedaron asimismo mis haciendas, para que se los pagasen poco
a poco dellas, como lo fuesen sacando de las minas, que sacan cada un año,
libre de costas, doce o quince mill pesos.
Informar asimismo cómo, llegado ante el
Presidente, me recibió muy bien e con mucha alegría, e todos aquellos
caballeros e capitanes del ejército asimismo; e dije al Presidente cómo yo
venía, como supe la rebelión de Gonzalo Pizarro e la venida de su señoría a la
tierra, a servirle en nombre de S. M. en lo que fuese servido de mandar.
Respondióme que más holgaba con mi persona en venir a tal coyuntura, que con
ochocientos hombres los mejores de guerra que le pudieran llegar. Yo le rendí
las gracias y tuve en señalada merced la que me hacía.
Informar asimismo cómo me dio toda la
autoridad que traía de S. M. para en los casos de la guerra, poniendo bajo de
mi mano todo el ejército de S. M. diciéndome que me daba aquel mando por mi
espiriencia e prudencia en las cosas de la guerra, e que ponía en mis manos la
honra de S. M.; e dijo a todos los caballeros e capitanes, gente de guerra, que
les rogaba y pedía por merced de su parte, y de la de S. M. les mandaba y
encargaba, me obedesciesen en lo que les mandase a todos en general e a cada
uno en particular en las cosas de la guerra, así como le obedescerían a él,
porque de aquello se servía mucho S. M.; e así respondieron todos que lo
harían, e yo besé las manos a su señoría de parte de S. M. por la merced tan
grande e confianza que hacía de mi persona en su cesáreo nombre, e dije que yo
tomaba la honra de S. M. sobre mí y la guardaría illesa o perdería la vida
sobre ello.
Informar cómo puse orden luego en
repartir los arcabuceros en compañías por sí, e los piqueros e gente de
caballo, e les hice repartir armas e proveer de pólvora e mecha, e ordené los
escuadrones y el artillería donde había de ir cada día, y con esta orden el
general Pedro de Hinojosa caminaba con el campo, y el mariscal Alonso de
Alvarado e yo caminábamos siempre delante, corriendo el campo, e hacíamos el
alojamiento, e con esta orden llegamos al río de Aporima.
Informar asimismo de lo que serví en
aquella jornada, así en el trabajo e diligencia que puse en el pasar la puente,
que nos quemaron los enemigos, por no cumplir un vecino del Cuzco que estaba a
hacerla lo que le mandé, que fue que no echase las criznejas de la otra parte
hasta que yo llegase personalmente.
Informar cómo pasé e tomé el alto a los
enemigos, quedando el Presidente, Alonso de Alvarado y el General Hinojosa a
hacer pasar toda la gente y cómo llegó toda arriba e descansamos allí dos días,
estando a seis leguas de Gonzalo Pizarro e su
campo.
Informar cómo el mariscal Alonso de
Alvarado e yo íbamos delante, reconosciendo el campo; y dende a dos días
llegamos a vista de los enemigos, e toda aquella noche hice estar en escuadrón
toda la gente, y los de caballo con las riendas en las manos, renegando de mí e
de quien allí me trajo; e otro día por la mañana oímos misa el Mariscal e yo; e
dije al Presidente que hiciese bajar el campo cuando se lo hiciésemos saber, y
luego eché fuera todos los sargentos y puse en orden todos los escuadrones,
para que marchasen así como los dejaba.
Informar cómo fuimos el Mariscal e yo con
el artillería, e de un alto puse cuatro tiros, e yo los asesté, e con ellos
forcé los enemigos alzar sus toldos y recogerse en un fuerte en escuadrón.
Enviamos luego el Mariscal e yo a decir al Presidente que ficiese marchar el
campo e que yo prometía a su señoría de darle aquel día la victoria de sus
enemigos, sin que muriesen del ejército de S. M. treinta hombres, y lo mismo
dije al Mariscal; y en esto comienzan a huírse los indios con los toldos
echados, a una banda de la sierra, e algunos cristianos entrellos, e fue tanto
el temor que hubieron del artillería, como después dijo Francisco de Caravajal,
que no podía tener la gente en orden en escuadrón. Y en esto hice bajar el
artillería al bajo, al llano, y ya la gente de caballo estaba allá; e yo bajé a
pie, que no podía ir a caballo, e mandé tirar el artillería; y con esto
comienzan a huir unos para nuestro ejército y otros a salvarse por otras
partes, de manera que se constriñó a Gonzalo Pizarro a venirse a dar a un
soldado; e así se prendieron las cabezas e se hicieron justicia dellas allí en
el valle de Xaquixaguana, que es donde se representó esta batalla.
Informar asimismo como fui, estando ya
preso Gonzalo Pizarro e aquellos capitanes, a hablar al Presidente, y en
viéndome me dijo: "Señor gobernador -que hasta allí siempre me llamaba
capitán-, vuestra merced ha dado la tierra a S. M." Yo le respondí que se
la había dado Dios, e yo sirviéndole como criado y vasallo, e que besaba las
manos a su señoría por tan gran merced e favor; que de lo que yo rescebía
entero contento era de haber hecho lo que era obligado, cumpliendo mi palabra e
ser la vitoria sin pérdida ninguna de los vasallos de S. M., e que así le
volvía la abtoridad que en su cesáreo nombre me había dado, illesa. Respondióme
que era verdad que yo había cumplido muy bien lo que había prometido y dado la
tierra a S. M.; y el mariscal Alonso de Alvarado dijo a la sazón que aún había
hecho más de lo que había dicho, de quél era buen testigo.
Informar asimismo, cómo, vencida la
batalla, se vino el Presidente al Cuzco e vine en su compañía y estuve allí
hasta quince días. Pedíle licencia para hacer gente y sacarla por mar e tierra
para esta gobernación: diómela; despaché un capitán luego a que me tomase las
comidas en Atacama para cuando yo fuese con la demás gente, e otros dos a los
Charcas e Arequipa, e yo me partí a los Reyes a procurar de comprar navíos; e
viendo el Presidente la necesidad en que estaba, mandó a los Oficiales de S. M.
me vendiesen un galeón e una galera que había de V. M. en aquel puerto, e me lo
fiasen. Llegué a los Reyes; diéronme los navíos; hice escritura por ellos, e
por cierta comida que me dieron e navíos para conducir la gente e armada a
estas partes, de cantidad de treinta mill castellanos. Estove un mes, aderecé
estos navíos e compré otro e salí con ellos mi viaje. Es la costa en aquel
tiempo trabajosa de navegar. E porque suelen tardar las naos en subir mucho
hasta Atacama, salté en la Nasca en tierra, dejando el armada al capitán
Jerónimo de Alderete, mi teniente general della, para que la subiese. Yo me
vine por tierra a la cibdad de Arequipa, donde hallé la gente que tenían hecha
mis capitanes; y sin detenerme más de diez días, por no dar molestia a los
vecinos, salí della; víneme para el valle de Tacana e Arica, donde había
mandado sobir el armada.
Informar asimismo que, llegado a Tacana,
me alcanzó ocho leguas atrás el general Pedro de Hinojosa, y le rescibí como
servidor de S. M. e amigo mío; e demándele que a qué era su venida. Respondió
que se iba a su casa, e le había escrito el Presidente viniese donde yo estaba,
porque le habían dicho que venía robando la tierra a los naturales e aun hecho
muy mal tratamiento a los vecinos de Arequipa. Demandado qué era lo que había
sabido, que todo era falsedad; diciéndome muy tibiamente que me fuese a ver con
el Presidente. Yo le respondí que, si sabía que holgaría dello, o me lo enviaba
a mandar, iría de muy buena gana, pero que por lo que lo dejaba era por no
saber si lo ternía a bien, atento que por mi vuelta se recrecerían muchos
daños, y el principal era dejar la gente, que podría destruir aquella tierra
por allí, y estar ya con ella al último de lo poblado del Perú, y dilatárseme
un año de poblar estas partes y después el largo y trabajoso camino que hay
hasta los Reyes, de arenales e otros mill inconvenientes que le puse por
delante, que ternía por mí le pesaría al Presidente de verme allá, pudiéndose
excusar, con no ir, todos estos daños, pero que, no obstante, si había mandado,
yo iría. Tornóme a responder tibiamente que no.
Informar asimismo que no sé a qué efeto,
dende a tres o cuatro días, una mañana, poniendo delante de la puerta de mi
aposento ocho arcabuceros, que no traía en su compañía más, con los arcabuces
cargados, entró él en mi cámara e me presentó una provisión de S. M. por la
cual me mandaba volviese a dar cuenta de las informaciones que habían dado de
mi persona, de los malos tratamientos y desafueros que iba haciendo por la
tierra.
Informar asimismo que luego mandé
ensillar, e dije que fuésemos, mandando a mis capitanes, que estaban allí con
cuarenta de caballo e otros tantos arcabuceros algo alterados, que nadie se
revolviese, porque a mí me convenía, como leal vasallo de S. M. volver a su
mandado; e así todos se apaciguaron, e dentro de cuatro horas proveí del
capitán que fuese con la gente que llevaba a Atacama, hasta mi vuelta, a dejar
recaudo en mi casa para que me esperase allí. Venimos a Arequipa en siete días;
e supe que en el puerto della estaba mi galera; y el galeón había sobido arriba
a Arica, e la otra nao había arribado a los Reyes. Fuímonos a embarcar por
llegar allá más presto y excusar el trabajo de la tierra; y en diez días me
presenté ante el Presidente, que me rescibió con mucha alegría, y de parte de
S. M. me tuvo en muy señalado servicio la vuelta con tanta presteza e obidiencia,
diciendo que aquella era la señal de la perfeta lealtad, e mas me dijo: que ya
estaba informado cómo eran falsedades e mentiras las que me habían levantado, e
que le pesaba por el trabajo que había rescibido, que bien podía volver a hacer
mi jornada cuando quisiese. Estuve allí descansando un mes y negocié otras
cosas que me convenían e despidiéndome del Presidente torné a mi jornada con
diez o doce gentiles hombres, por tierra, e dejé la galera a un capitán para
que la hiciesen aderezar y se viniesen a esta gobernación con los gentiles
hombres que a ella quisiesen venir.
Informar asimismo cómo llegué a Arequipa
por Pascua de Navidad, y me dio una dolencia de los trabajos e cansancios del
camino, que llegué al último de la vida. Fue Dios servido de darme salud en
ocho o diez días; y no del todo convalescido, caminé para el puerto de Arica,
donde hallé mi galeón e al capitán Jerónimo de Alderete e alguna gente de pie
que iba en mi demanda y me esperaba allí, y porquel Presidente me había rogado
no me detuviese por aquella tierra e me fuese con la mayor diligencia que
pudiese, por razón que la gente que andaba por allí desmandada no hiciesen
daños con achaque de decir que venían a irse conmigo, por el peligro que corría
la plata que de S. M. estaba en los Charcas y no se podía conducir a los Reyes
hasta que yo me partiese. A este efeto llegué a los diez y ocho de enero del
año de cuarenta e nueve a aquel puerto, e a los veinte e uno estaba hecho a la
vela para dar la vuelta a esta gobernación.
Informar asimismo cómo, por hacer este
servicio a S. M., me metí en el galeón dicho Sant Cristóbal, que hacía agua por
tres o cuatro partes, e sin otro refrigerio, vino, ni refresco de cosa del
mundo, sino sólo con maíz, e hasta cuarenta ovejas en sal, con doscientos
hombres, teniendo por delante doscientas e cincuenta leguas de navegación que
las habíamos de navegar a la bolina, dando bordos, ganando cada día cuatro o
cinco leguas e otros perdiendo al doble, e la navegación muy más mala, atento
que corren muy recios sures, y cuanto es de buena yendo desta gobernación para
el Perú, tanto es trabajosa de allá para acá. Fue Dios servido de me dar tan
buen viaje, que con embarcándome con la necesidad dicha y estar el navío tan
mal acondicionado, en dos meses e medio llegué al puerto de Valparaíso, que fue
muy grande la alegría que todos rescibieron con mi llegada; y desde a diez días
llegó la galera que había dejado en los Reyes.
Informar cómo partí luego para la cibdad
de Santiago, e presenté mis provisiones al Cabildo, y cómo me rescibió e todo
el pueblo por gobernador en nombre de S. M. e se pregonaron en la plaza con
todo el regocijo e solenidad que ser pudo, e cómo me dio cuenta mi teniente
general de los trabajos que había pasado en la sustentación de la tierra
mientras yo falté, y aunque la hallé en servicio de S. M. hallé fecho muy gran
daño en ella por parte de los naturales, porque hallé ser muertos por sus manos
e rebelión más de cuarenta cristianos y otros tantos caballos, e todos los vecinos
de La Serena, e la cibdad quemada e destruida y los indios de aquellos valles
todos rebelados.
Informar cómo envié un capitán a
reedificar la dicha cibdad e tornarla a poblar, e se fundó Cabildo, Justicia e
Regimiento, e hice repartimiento entre los vecinos e mandé castigar la tierra e
conquistarla, y agora está asentada e sirve. Poblóse a veinte e seis de agosto
de cuarenta y nueve.
Informar asimismo cómo luego despaché al
teniente Francisco de Villagra con treinta e seis mill castellanos que pude
haber entre amigos, que me trajesen de las provincias del Perú algún socorro de
gente e caballos, por que ya ternían más ganas de salir del las personas que no
tuviesen allá qué hacer para servir acá a S. M., porque yo truje poca gente,
atento que la primera vez que partí, como no era repartida la tierra e cada uno
pensaba haber parte, no quisieron venir muchos que fuera justo vinieran. La
segunda que volví no tenían con qué salir, por estar gastados, por esperar lo
que no se les podía dar, ni yo con ellos gastar.
Informar asimismo cómo desde ahí a un mes
que fui rescibido, llegaron mis capitanes por tierra con hasta cien hombres e
otros tantos caballos, habiéndome perdido e quedádoseles muertos otra tanta
cantidad.
Informar asimismo cómo el día de Nuestra
Señora de Septiembre adelante, salí a hacer reseña de la gente que tenía para
mi conquista e andando escaramuzando con la gente de caballo en el campo, cayó
el caballo comigo y me quebró todos los dedos del pie derecho y me hizo saltar
los huesos del dedo pulgar. Estuve tres meses en la cama. En esto llegaron
fiestas de Navidad, e viendo que se me pasaba el tiempo e si no salía dallí a
un mes a la población e conquista desta cibdad de la Conceción, la había de
dilatar hasta otro año, determiné de ponerme en camino, aunque tan trabajado
que no me podía tener a caballo, y contra la voluntad de todo el pueblo salí en
una silla en indios. Vine así hasta pasar de los límites de Santiago e comienzo
desta tierra de guerra, que ya venía convalescido en alguna manera e podía
andar a caballo.
Hacer relación cómo entrando en la tierra
de guerra puse en orden la gente que traía, que eran hasta doscientos de pie e
caballo. Viniendo en la vanguardia, dejando los que eran menester para la
rezaga y en
medio todo nuestro bagaje, en buena orden comencé a entrar por la tierra, e
yendo algunas veces yo, e otras el capitán Jerónimo de Alderete, y otras mi
maestre de campo y otros capitanes, cada día con cuarenta o cincuenta de
caballo, corriendo el campo e viendo la dispusición donde habíamos de asentar a
la noche.
Informar asimismo cómo me aparté de la
costa hasta quince o diez y seis leguas, e pasé un río que va tan ancho como
dos tiros de arcabuz, e muy llano e sesgo, que da a los caballos a los estribos.
Aquí, viniendo mi maestre de campo delante, desbarató más de dos mill indios, e
les tomó ganado. e dos o tres caciques.
Informar asimismo cómo no tengo descuido
ninguno en lo que toca hacer requerimiento a los indios, conforme a los
mandamientos de S. M. y haciéndoles siempre mensajeros, como en las reales
istruciones me manda, e requeriendo antes que pelee con ellos, e todo lo que
demás conviene acerca deste caso hacerse.
Informar cómo, pasado este río, llegué a
otro muy mayor que se dice Buybíu, muy cenagoso, ancho e hondo, que no se puede
pasar a caballo; e como allí nos salieron grand cantidad de indios, e fiándose
en la multitud, pasaron a nosotros a cerca de la orilla, les dimos una mano:
matamos hasta diez o doce, que no se pudo más porque se echaron al agua.
Informar asimismo cómo subí otro día río
arriba, e parescieron gran multitud de indios por donde íbamos, e dio el
capitán Alderete en ellos con veinte de caballo, y échanse al río y él con los
caballos tras ellos; e que como vi esto, porque hiciesen espaldas contra mucha
cantidad de indios que parescía del otro cabo, hice pasar otros treinta de a
caballo. Pelearon muy bien con los indios y mataron muchos dellos e vuélvense a
la tarde con más de mill cabezas de ganado de ovejas con que se regocijó el
campo.
Informar cómo caminé otras tres leguas el
río arriba e asenté, e allí vinieron tercera vez mucha cantidad de indios que
los pasados a me defender el paso, e que por allí, aunque daba encima los
bastos a los caballos, pasé yo a ellos, porque era pedregal menudo, con
cincuenta de caballo, e diles una muy buena mano. Quedaron tendidos hartos por
aquellos llanos. Fui matando más de una legua; di la vuelta a mi real.
Informar que otro día torné a pasar el
río con cincuenta de a caballo, dejando el campo desta otra banda, e corrí dos
días hacia la mar en el paraje de Arauco, donde topé tanta poblazón que era
grima; e di luego la vuelta, porque no me paresció estar más de una noche fuera
de mi campo, porque no rescibiese daño con mi ausencia.
Informar cómo estuve allí corriendo la
tierra ocho días, a un cabo y a otro, llamando todos los caciques de paz e
tomando ganado para sustentarnos donde hubiésemos de asentar el pueblo.
Informar cómo torné a dar la vuelta e
torné a pasar el río de Nibequetén, e fuime al de Biubiu abajo, que allí se
juntan ambos, cinco leguas de la mar, hasta que llegué a ella. Asenté media
legua del río de Biubiu en un valle, cabe unas lagunas de agua dulce, para
buscar de allí la mejor comarca donde asentar, no descuidándome en la vela y
guardia que nos convenía, porque velábamos los medios una noche y los otros
otra. La segunda noche vinieron, pasado la media della, sobre nosotros tres
escuadrones de indios, que pasaban de veinte mill, con un tan grande alarido e
ímpetu, que parescía hundirse la tierra, y comenzaron a pelear con nosotros tan
reciamente que ha treinta años que peleo con diversas naciones e gente e nunca
tal tesón he visto en el pelear como éstos tuvieron contra nosotros. Estuvieron
tan fuertes, que en espacio de tres horas no pude romper un escuadrón con
ciento de a caballo. Era tanta la flechería e astería de lanzas, que no podían
los cristianos hacer arrostrar sus caballos contra los indios. E desta manera
estábamos peleando todo el dicho tiempo, hasta que vi que los caballos no
podían meterse entre los indios. Arremetí a ellos con la gente de pie, e como
fui dentro en su escuadrón e sintieron las espadas, desbaratáronse e dan a
huir. Hiriéronme sesenta caballos e más, e otros tantos cristianos, e no murió
más de un cristiano, e no a manos de indios, sino de un soldado que, disparando
a tino un arcabuz, le acertó. Lo que quedó de la noche e otro día atendieron a
curarse e yo fui a ver la comarca para asentar, que fue en la parte donde los
años pasados, cuando vine a descubrir, había mirado.
Informar cómo a los veintitrés de hebrero
pasé allí el campo e hice un fuerte, cercado de muy gruesos árboles, espesos,
entretejídolos como seto, e haciendo un ancho e hondo foso a la redonda, a la
lengua del agua e costa de la mar, en un puerto e bahía el mejor que hay en
estas Indias. Tiene en un cabo un buen río que entra allí en la mar, de
infinito número de pescado, de céfalos, lampreas, lenguados, merluzas e otros
mill géneros dellos, en extremo buenos, e de la otra parte pasa otro riachuelo
de muy clara e linda agua, que corre todo el año. Aquí me puse por ser muy buen
sitio y por
aprovecharme
de la mar para me socorrer de la galera y un galeontete que traía de armada el
piloto capitán Joan Batista de Pastene, al cual había dado orden me viniese a
buscar en el paraje de Biubiu, e corriese a la costa hasta me hallar.
Informar asimismo cómo a veinte e tres de
hebrero comencé a hacer el fuerte e se acabó en ocho días, e fue tal e tan
bueno, que se puede defender de franceses, el cual se hizo a fuerza de brazos.
Hízose por dar algúnd descanso a los conquistadores en la vela e por guardar
nuestro bagaje, heridos y enfermos e para poder salir a pelear cuando
quisiésemos y no cuando los indios nos incitasen a ello.
Informar cómo a tres de marzo del año de
quinientos e cincuenta entramos en el fuerte e repartí las estancias. A todos
ordené las velas e guardias, de tal manera, que podíamos descansar algunas
noches, cayéndonos la vela de tres en tres días. Estando ocupados en hacer
nuestras casillas para nos meter e pasar el invierno, que comienza por abril,
me vino nueva cómo toda la tierra se juntaba para venir sobre nosotros, y estos
toros cada día los esperábamos, viendo que por nuestra ocupación no habíamos
podido salir a buscarlos a sus casas.
Informar asimismo cómo un día, a hora de
vísperas, se presentaron sobre nuestro fuerte en unos cerros cuatro
escuadrones, que habría cuarenta mill indios, viniendo a dar socorro otros
tantos e más. Salí a las puertas; e como vi que no se podían favorescer el un
escuadrón al otro, envié al capitán Jerónimo de Alderete con cincuenta de
caballo, que venía un tiro de arcabuz de la una puerta. Ellos, con
determinación de ponernos cerco, marcharon para el fuerte. Acomételos de tal
manera, que luego dieron lado, e viendo los otros escuadrones esto, dan a huir.
Secutóse la vitoria; matarse hían hasta dos mill indios; hiriéndose otros
muchos. Prendiéronse trescientos o cuatrocientos, a los cuales hice cortar las
manos derechas e narices, dándoles a entender que se hacía porque les había
avisado viniesen de paz e me dijeron que sí harían, e viniéronme de guerra, e
que, si no servían, que así los había de tratar a todos; e porque estaban entre
ellos algunos caciques principales, dije a lo que veníamos para que supiesen e
dijesen a sus vecinos, e así los licencié.
Informar cómo luego hice recoger toda la
comida de la comarca y meterla dentro en el fuerte.
Informar asimismo de la buena tierra ques
ésta, de buen temple, fructífera e abundosa e de sementeras e de mucha madera e
todo lo demás ques menester e se requiere para ser poblada e perpetuada de
nosotros, e con razón, porque paresce tenerla nuestro Dios de su mano y
servirse de nosotros en la conquista e perpetuación della, pues dicen los
indios naturales quel día que llegaron a vista deste fuerte cayó entre ellos un
hombre viejo, vestido de blanco en un caballo blanco e que les dijo: "Huid
todos, que os matarán estos cristianos" e así huyeron; e tres días antes,
al pasar del río grande para acá, dijeron haber caído del cielo una señora muy
hermosa en medio dellos, también vestida de blanco, e que les dijo: "No
vais a pelear con esos cristianos, que son valientes e os matarán"; e ida
de allí tan buena visión, vino el diablo su patrón e les dijo que se juntasen
muchos e viniesen a nosotros, que, en viendo tantos, nos caeríamos muertos de
miedo, e que también él vernía; y con esto llegaron a vista de nuestro fuerte.
Llaman a nuestros caballos hueques, y a nosotros ingas, que quiere decir ovejas
de inga. Hasta hoy no han hecho más juntas para contra nosotros.
Informar asimismo cómo, desde a ocho o
diez días, llegó a este puerto con la galera e navío el capitán e piloto Juan
Batista de Pastene. Luego le despaché a que corriese la costa de Arauco e
trajese los navíos cargados de comida, e hice pasar el río grande al capitán
Jerónimo de Alderete con cincuenta de caballo, y se pasó muy bien, e que fuesen
a correr a Arauco e hacer espaldas a la armada, e así se hizo. Vieron la más
linda tierra del mundo todo, sana e apacible e sitio para poblar una cibdad
mayor que Sevilla.
Informar cómo topó una isla de hasta mill
indios de poblazón, e los trajeron de paz e le sirvieron. Cargaron los navíos
de maíz.
Informar asimismo cómo, desde a tres
meses, torné a enviar al dicho capitán e piloto por más comida e a que dijese a
los indios de la tierra, enviándoles mensajeros de los que tomase, que viniesen
a servir, si no, que los enviaríamos a matar; e navegó veinte leguas más
adelante de la primera isla, donde halló otra isla de más poblazón; y cargando
los navíos de maíz, dio la vuelta; e cómo llegó un mes ha.
Informar asimismo cómo, desde a ocho o
diez días, tornó a enviar el armada por más comida e a que diese una mano en la
tierra firme e matasen algunos indios, de noche, porque los costriñesen a tener
algún temor para que, pasando allá, vengan más presto de paz.
Informar asimismo cómo en este tiempo que
iba o venía el armada, conquisté yo toda esta tierra y términos que han de
servir a la cibdad que aquí poblare, e cómo todos los caciques han venido de
paz e sirven. He poblado e poblé la cibdad en este fuerte, y he formado
cabildo, justicia e regimiento e repartido solares e los caciques entre vecinos
que han de quedar a su sustentación, e cómo la intitulé la cibdad de la
Concebción, e fundéla a los cinco de otubre deste presente año de quinientos e
cincuenta.
Informar e dar relación a S. M. e a los
señores de su Real Consejo de Indias, cómo desde los trece de diciembre del año
de quinientos e cuarenta e siete que partí del puerto de Valparaíso hasta que
volví a él por mayo de quinientos e cuarenta e nueve, que fueron diez y siete
meses, gasté en servicio de S. M. en oro e plata, ciento e ochenta e seis mill
e quinientos castellanos, e gastara un millón, si toviera, siendo menester,
como lo fue gastar aquéllos.
Informar asimismo cómo, después que
emprendí esta jornada hasta el día de hoy, para su sustentación y perpetuación,
no poniendo aquí el gasto que he fecho con mi persona, casa e criados, he
gastado doscientos y noventa e siete mill castellanos en caballos, armas,
ropas, herraje que he repartido a conquistadores para la sustentación de la
tierra, y que no tengo acción a demandar un solo peso de oro, ni más a ninguno
dellos, ni escritura, e que, como esté libre o algo más desocupado de los
trabajos de la guerra, enviaré probanza por donde conste claro.
Ítem, informar asimismo cómo me he
aventurado a gastar e gastaré que agora comienzo de nuevo, por poblar tan buena
tierra a S. M. e questa ha sido, es y será muy trabajosa e costosa a los
conquistadores e a mí, porque no se ha hallado oro sobre la tierra, como en el
Perú; pero que, poblada, conquistada e asentada, como yo espero en Dios de lo
concluir cuando Él fuere servido, será muy más abundosa de todo lo que venimos
a buscar a estas partes, fertilísimas e de contento, así a los conquistadores
como a todas las personas que en ellas estuvieren; e que mi principal intento
es servir a Dios Nuestro Señor e a S. M. en poblar e perpetuar tan buena cosa.
Informar a S. M. cómo, a no haber
suscedido las cosas en el Perú de tan mala disistión después que Vaca de Castro
vino a las gobernar, que segúnd la diligencia que he tenido y maña que me he
dado en hacer la guerra a los indios y en enviar por socorro, e lo que ha
gastado e perdídoseme por este efecto, hubiera descubierto, conquistado y
poblado hasta el Estrecho de Magallanes e Mar del Norte, e hobiera ya en esta
tierra dos mill hombres más de los que hay para lo poder haber efetuado.
Certificar a S. M. e informar quel fruto
que de los trabajos que aquí significo que he pasado, servicios e gastos que he
hecho, el bien que ha surtido es no más de la pacificación e sosiego de las
provincias del Perú de la rebelión de Gonzalo Pizarro y el haber poblado en
éstas las cibdades de Santiago, La Serena y esta de la Concebción y tener
quinientos hombres en esta gobernación.
Informar asimismo cómo, de aquí a tres
meses, con ayuda de Dios, con los trescientos hombres déstos e los mejores
caballos e yeguas, dejando los demás para la conservación de las cibdades, me
meteré en la grosedad de la tierra, veinte e cinco leguas de aquí o treinta a
poblar otra cibdad.
Informar asimismo del tratamiento que hasta el día de hoy he
fecho e hago a los naturales, que es conforme a los mandamientos de S. M.; e
que desto tengo en extremo muy gran cuidado e vigilancia, porque se sirviese
dello S. M., e ser la principal cosa que conviene que haga cualquier buen
gobernador en descargo de la cesárea conciencia, e questo doy a Dios por
testigo, e la fama que correrá e testimonio que darán las personas que agora
van e que, andando el tiempo, fueren destas provincias, e lo que vuestras
mercedes, señores, dirán, como tan buenos testigos e fidedignos.
Ítem, después de informado de todas las
cosas aquí contenidas en esta relación e de las demás que a vuestras mercedes
les pareciere converná decir en respuesta de lo que les fuere preguntado de
parte de S. M. e de los señores de su Real Consejo de Indias, de mi parte
suplicarán muy humildemente lo que se contiene en los capítulos que aquí
adelante se siguen, los cuales yo escribo en mi carta e relación que vuestras
mercedes llevan, e van aquí puestos al pie de la letra para que estén
advertidos dellos, porque platicando sobre ellos e demandando S. M. y los
señores de su Consejo de Indias, vean lo que se pide e lo que han de responder.
Como en las provisiones que me dio e
merced que me hizo por virtud del poder que de S. M. trajo el señor Presidente
de La Gasca, me señaló de límites de gobernación hasta cuarenta e un grados de
Norte sur, costa adelante, e cien leguas de ancho ueste leste; y porque dallí
al Estrecho de Magallanes es la tierra que puede haber poblada poca, e la
persona a quien se diese, antes estorbaría que serviría, e yo la voy toda
poblando y repartiendo a los vasallos de S. M. e conquistadores, aquella muy
humilldemente, suplico sea servido de mandarme confirmar lo dado e de nuevo
hacerme merced de me alargar los límites della, que sean hasta el Estrecho
dicho, la costa en la mano, e la tierra adentro hasta la Mar del Norte. E la
razón porque lo pido es porque tenemos noticia que la costa del Río de la
Plata, desde cuarenta grados hasta la boca del Estrecho, es despoblada y temo
va ensangostando mucho la tierra, porque cuando envié al piloto Juan Batista de
Pastene, mi teniente general en la mar, al descubrimiento de la costa hacia el
Estrecho, regiéndose por las cartas de marear que de España tenía empremidas,
hallándose en cuarenta e un grados, estuvo un punto de se perder; por do se ve
que las cartas que se hacen en España están erradas en cuanto al Estrecho de
Magallanes, andando en su demanda, en gran cantidad; e porque no se ha sabido
la médula cierta, no envío relación dello hasta que se haga correr toda, porque
se corrija en esto el error de las dichas cartas e para que los navíos que a
estas partes vinieren enderezados no vengan en peligro de perderse. Y este
error no consiste, como estoy informado, en los grados de norte sur, ques la
demanda del dicho Estrecho, sino del este y ueste. E no pido esta merced al fin
que otras personas de abarcar mucha tierra, pues para la mía siete pies
abastan, e la que a mis suscesores hobiere de quedar para que en ello dure mi
memoria, será la parte que S. M. se servirá de me hacer merced por mis pequeños
servicios, que por pequeña que sea, la estimaré en lo que debo, que sólo por el
efecto que la pido es para más servir e trabajar, e como la vea e tenga cierta
relación, la enviaré a S. M. para que si fuere servido partirla o darla en dos
o más gobernaciones, se haga.
Asimismo suplico a S. M. sea servido de
me mandar confirmar la dicha gobernación, como la tengo, por mi vida, e hacerme
merced de nuevo della por vida de dos herederos, suscesive, o de las personas
que yo señalare, para que después de mis días la hayan e tengan como yo.
Asimismo suplico a S. M. sea servido de
me mandar confirmar e hacer de nuevo merced del oficio del alguacil mayor de la
dicha gobernación, perpetuo, para mí e mis herederos.
Asimismo suplico a S. M. sea servido de
me hacer merced de las escribanías públicas y del cabildo de las cibdades,
villas e lugares que yo poblare en esta gobernación e si S. M. tiene hecha
alguna merced dellas, a aquella suplico la mía siga, expirando la primera.
Asimismo, si mis servicios fueren acebtos
a S. M. en todo o en parte; pues la voluntad
con que yo
he hecho los de hasta aquí y deseo hacer en lo porvenir, es del más humilde e
leal criado, súbdito e vasallo de su cesárea persona que se puede hallar, a
aquella muy humilldemente suplico, en remuneración dellos, sea servido de me
hacer merced de la ochava parte de la tierra que tengo conquistada e poblada e
descubierta, descubriere e conquistare e poblare andando el tiempo, perpetua,
para mí e para mis descendientes, e que la pueda tomar en la parte que me
paresciere, con el título que S. M. fuere servido de me hacer con ella.
Asimismo suplico a S. M. por confirmación
de la merced de que pueda nombrar tres regidores perpetuos en cada uno de los
pueblos que poblare en nombre de S. M. en esta gobernación, e de nuevo me hagan
merced de que los tales regidores por mí nombrados no tengan necesidad de ir
por la confirmación al Consejo Real de Indias, a causa del gasto que dellas
podía recrecer con el enviar, e daño que podían rescebir en el ir, por largo e
trabajoso viaje.
Asimismo suplico a S. M. atento los
grandes gastos que en lo porvenir se me han de recrecer, porque no tengo hasta
el día de hoy diez mill pesos de provecho, e son más de cien mill, por los
menos, los que gastaré cada un año para me prevenir en algo para ellos, sea
servido de me hacer merced y dar licencia para que pueda meter en esta
gobernación hasta número de dos mill negros, de España o de la isla de Cabo
Verde o de otras partes, libres de todos derechos reales, e que nadie pueda
meter de dos esclavos arriba en esta dicha gobernación sin mi licencia, hasta
en tanto que tenga cumplida la suma dicha.
Asimismo suplico a S. M. que, atentos los
gastos tan excesivos que he hecho después que emprendí esta jornada, por el
descubrimiento e conquista e población, sustentación e perpetuación destas
provincias, e los que se me recrecieron cuando fui a servir contra la rebelión
de Gonzalo Pizarro, como paresce por los capítulos de la carta que a S. M.
escribo, sea servido de me mandar hacer merced e suelta de las escrituras mías
que están en las Cajas Reales de la cibdad de los Reyes e de las de Santiago,
que son de la cantidad siguiente: una de cincuenta mill pesos que yo tomé en
oro de la Caja de S. M. de la cibdad de Santiago, cuando fui a servir al Perú,
como es dicho, y otra escritura que hice a los Oficiales de la cibdad de los Reyes,
del galeón y galera que me vendieron de S. M. e comida que me dieron en el
puerto de Arica para proveer la gente que truje a estas partes, de cantidad de
treinta mill pesos, e más de treinta e ocho mill pesos que debo por otras
escrituras a un Calderón de la Barca, criado que fue de Vaca de Castro, los
cuales debo de resto de sesenta mill pesos que tomé de la hacienda que se trajo
acá del dicho Vaca de Castro, en el navío del piloto y capitán Juan Batista de
Pastene, para remedio de la gente que en esta tierra estaba sirviendo a S. M.,
como está dicho que por haber sido del Vaca de Castro es ya de S. M., que
montan estas tres partidas dichas ciento e diez e ocho mill pesos de oro:
destos suplico a S. M. como tengo suplicado, me haga merced e suelta.
Asimismo suplico a S. M. sea servido de me hacer otra nueva
merced de mandar sea socorrido con otros cien mill pesos de la Caja de S. M.
para ayudarme en parte a los grandes gastos que de cada día se me ofrecen, porque
mi teniente Francisco de Villagra aún no es vuelto con el socorro por que le
envié, e ya despacho otro capitán que parte con los mensajeros que llevan esta
carta, con más cantidad de dinero al Perú a que me haga más gente; y como el
teniente llegue, irá otro, y así ha de ser hasta en tanto que se efectúe mi
buen deseo en el servicio de S. M.
Asimismo suplico a S. M. que por cuanto
esta tierra es poderosa de gente e belicosa e la población della es, a la
costa, e, para la guardia de sus reales vasallos sea servido de me dar licencia
que pueda fundar tres o cuatro fortalezas en las partes que a mí me paresciere
convenir desde aquí al Estrecho de Magallanes, y señalar a cada una dellas para
las edificar e sustentar el número de naturales que me paresciere, e darles
tierras convenientes como a los conquistadores para su sustentación, las cuales
dichas fortalezas S. M. sea servido de me las dar en tenencia para mí e mis
herederos con salario en cada un año, cada fortaleza, de un cuento de
maravedís.
Asimismo suplico a S. M. sea servido,
atento que la tierra es tan costosa e lejos de nuestra Españas, de me hacer
merced y señalar diez mill pesos de salario e ayuda de costa en cada un año.
Asimismo se escribe a S. M. suplicándole
haga merced a esta tierra y sus vasallos de mandar nombrar por obispo al padre
bachiller Rodrigo González; y el señor Alonso de Aguilera atenderéis a
solicitar esto, que si no es por mandárselo S. M. no acetará el obispado,
atento que no es nada presuntuoso de dignidades, y en esto diréis lo que sabéis
de su integridad y de lo que todos le amamos acá, por sus letras, predicación e
buena vida. E desta cibdad de la Concebción a quince de otubre de quinientos
cincuenta años. -PEDRO DE VALDIVIA.-Por mandado de S. S. el señor
Gobernador.-JOAN DE CÁRDENAS.
Al emperador
Carlos V
Concepción,
15 de octubre de 1550
S. C. C. M.
Después de haber servido a V. M., como
era obligado, en Italia en el adquerir el estado de Milán y prisión del Rey de
Francia, en tiempo del Próspero Colona y del Marqués de Pescara, vine a estas
partes de Indias año de quinientos treinta y cinco. Habiendo trabajado en el
descubrimiento y conquista de Venezuela, en prosecución de mi deseo, pasé al
Perú, año de quinientos treinta y seis, do serví en la pacificación de aquellas
provincias a V. M., con provisión de maestre de campo general del Marqués
Pizarro, de buena memoria, hasta que quedaron pacíficas, así de la alteración
de los cristianos como de la rebelión de los indios. El Marqués, como tan
celoso del servicio de V. M., conosciendo mi buena inclinación en él, me dio
puerta para ello, y con una cédula y merced que de V. M. tenía, dada en Monzón,
año de quinientos treinta y siete, refrendada del secretario Francisco de los
Cobos, del Consejo Secreto de V. M., para enviar a conquistar y poblar la
gobernación del Nuevo Toledo, y provincia de Chili, por haber sido desamparada
de don Diego de Almagro que a ella vino a este efecto, nombrándome a que la
cumpliese e toviese en gobierno e las demás que descobriese, conquistase e poblase,
hasta que fuese la voluntad de V. M. Obedescí, volviendo el ánimo, por trabajar
en perpetuarle una tierra como ésta, aunque era jornada tan mal infamada, por
haber dado la vuelta della Almagro, desamparándola con tanta e tan buena gente
como trajo. Y dejé en el Perú tan bien de comer como lo tenía el Marqués, que
era el valle de la Canela en los Charcas, que se dio a tres conquistadores, que
fueron Diego Centeno, Lope de Mendoza y Bobadilla, y una mina de plata, que ha
valido después acá más de doscientos mill castellanos, sin haber un solo
interese por ello, ni el Marqués me lo dio para ayuda a la jornada.
Tomado mi despacho del Marqués, partí del
Cuzco por el mes de enero de quinientos cuarenta, caminé hasta el valle de
Copiapó, que es el prencipio desta tierra, pasado el gran despoblado de
Atacama, y cient leguas más adelante hasta el valle que se dice de Chili, donde
llegó Almagro y dio la vuelta por la cual quedó tan mal infamada esta tierra. Y
a esta cabsa, e porque se olvidase este apellido, nombré a la que él había
descubierto e a la que yo podía descubrir hasta el Estrecho de Magallanes, la
Nueva Extremadura. Pasé diez leguas adelante, e poblé en un valle que se llama
Mapocho, doce leguas de la mar, la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, a los
veinticuatro de hebrero de quinientos cuarenta y uno, formando cabildo e
poniendo justicia.
Desde aquel año hasta el día de hoy he
procurado e puesto en efeto de dar a V. M. entera relación e cuenta de la
población e conquista de aquesta ciudad y del descubrimiento de la tierra de
adelante y de su prosperidad, y de los grandes trabajos que he pasado y gastos
tan crecidos que he hecho y se me ofrescen de cada día por salir con tan buen
propósito adelante. He escripto las veces, con los mensajeros que aquí diré, y
en qué tiempos por advertir que lo que a mí ha sido posible, he hecho, con
aquella fidelidad, diligencia y vasallaje que debo a V. M.; e la falta de no
haber llegado mis cartas y relaciones ante su cesáreo acatamiento, no ha sido a
mi culpa, sino de algunos de los mensajeros, por haber sido maliciosos y pasar
por tierra tan libre, próspera e desasosegada como ha sido el Perú, y a otros
tomar los indios, en el largo viaje, los despachos, y a los demás la muerte.
Estando poblado, traje a los naturales,
por la guerra e conquista que les hice, de paz; y en tanto que les duraba el
propósito de nos servir, porque luego procuran cometer traiciones para se
rebelar, que esto es muy natural en todos estos bárbaros, atendí a que se
hiciese la iglesia y casas, e a la buena guardia de todo lo que convenía. Para
enviar por socorro y dar a V. M. cuenta, di orden de hacer un bergantín, y el
trabajo que costó Dios lo sabe; hecho, me le quemaron los indios e mataron ocho
españoles de doce que estaban de guardia dél, por exceder de la orden que les
dejé. E a un punto se me levantó y rebeló la tierra, que fue todo en término de
seis meses, e comenzáronme a hacer muy cruda guerra. Viendo la imposibilidad de
poder hacer otro, despaché por tierra, con harto trabajo y riesgo de los que
fueron y quedábamos, al capitán Alonso de Monroy, mi teniente, con cinco
soldados de caballo, que no pude ni se sufría darle más. Partióse de mí por el
mes de enero del año de quinientos cuarenta y dos; llegado al valle de Copiapó,
le mataron los indios los cuatro compañeros y prendieron a él y al otro e
tomáronles hasta ocho o diez mill pesos que llevaban, y rompiéronles los
despachos. Dende a tres meses, mataron al cacique prencipal, e se huyeron al
Perú en sendos caballos de los que les habían tomado los indios, que por ser la
puerta del despoblado se pudieron salvar, mediante la voluntad de Dios con su
buena diligencia. Llegaron a la ciudad del Cuzco, al tiempo que Vaca de Castro
gobernaba, y en la coyuntura que había desbaratado a los que seguían al hijo de
Almagro y preso a él.
Allí trató con Vaca de Castro que le
diese licencia de sacar gente para esta tierra; hizo sesenta de caballo, y con
ellos dio la vuelta a donde yo estaba; tardó dos años justos en su viaje. Halló
hasta doce mill pesos de ropa y caballos para traerme esta gente y darles
socorro, y un navío en que metió los cuatro mill dellos; pagué acá a las
personas que se los prestaron, ochenta y tantos mill castellanos.
Por enero de quinientos cuarenta y cuatro
fue de vuelta en la ciudad de Santiago el capitán Alonso de Monroy con los
sesenta de caballo; y el navío que envió del Perú echó ancla en el puerto desta
ciudad, que se dice de Valparaíso, cuatro meses antes. En lo que entendí en el
comedio destos dos años fue en trabajos de la guerra y en apretar a los
naturales y no dejarlos descansar con ella, y en lo que convenía a nuestra
sustentación e guardia de sementeras; porque como éramos pocos y ellos muchos,
teníamos bien que hacer; y en esto me halló ocupado.
En descansando un mes la gente y
regocijándonos todos con su buena venida, apreté tan recio a los naturales con
la guerra, no dejándolos vivir ni dormir seguros, que les fue forzado venir de
paz a nos servir, como lo han hecho después acá.
Andando ocupado en esto, el jullio adelante del año dicho de
quinientos cuarenta y cuatro, llegó al dicho puerto de Valparaíso el capitán
Juan Bautista de Pastene, ginovés, piloto general en esta Mar del Sur por los
señores de la Real Audiencia de Panamá, con un navío suyo, que por servir a V.
M. y por contemplación del Gobernador Vaca de Castro, le cargó de mercadería él
y un criado suyo para el socorro desta tierra, en que traería quience mill
pesos de empleo. Compré desta hacienda otros ochenta y tantos mill castellanos,
que repartí entre toda la gente que tenía, para la sustentación della.
El mes de septiembre adelante del mesmo
año de quinientos cuarenta y cuatro, sabiendo la voluntad con que el capitán y
piloto Juan Bautista de Pastene había venido e se me ofrescía a servir a V. M.
y a mí en su cesáreo nombre, y la abtoridad que tenía de piloto y su prudencia
y experiencia de la navegación desta mar y descubrimiento de tierras nuevas y
todas las demás partes que se requerían para lo que convenía al servicio de V.
M. y al bien de todos sus vasallos y desta tierra, le hice mi teniente general
en la mar, enviándole luego a que me descubriese ciento y cincuenta o
doscientas leguas de costa, hacia el Estrecho de Magallanes, e me trajese
lenguas de toda ella. Y así lo puso por obra; y en todo el dicho mes fue y
vino, con el recabdo que de parte de V. M. le encargué.
Oída la relación quel capitán y los que
con él fueron me daban de la navegación que hicieron y posesión que se tomó, y
prosperidad de la tierra, abundancia de gente e ganado y la que las lenguas que
trajo me dieron, trabajé de echar a las minas las anaconcillas e indias de
nuestro servicio que trajimos del Perú, que por ayudarnos lo hacían de buena
gana, que no fue pequeño trabajo, que serían hasta quinientas pecezuelas; y con
nuestros caballos les acarreábamos la comida desde la ciudad, questá doce
leguas dellas, partiendo por medio con ellas la que teníamos para la
sustentación de nuestros hijos e nuestra, que la habíamos sembrado y cogido con
nuestras propias manos y trabajo. Todo esto se hacía para poder tornar a enviar
mensajeros a V. M. a dar cuenta y razón de mí y de la tierra, y al Perú a que
me trajesen más socorro para entrar a poblarla; porque, no llevando oro, era
imposible traer un hombre, y aun con ello no se trabajaría poco cuando se
sacasen algunos, según la esención y largura que han tenido los españoles en
aquellas provincias y fama que había cobrado esta tierra.
Andovieron en las minas nueve meses de
demora; sacáronse hasta sesenta mill castellanos, o poco más; acordé de
despachar a los capitanes Alonso de Monroy y Juan Bautista de Pastene con su
navío, para quel uno por tierra y el otro por mar, trabajasen de me traer
socorro de gente, caballos e armas. Y en este navío envié a un Antonio de
Ulloa, natural de Cáceres, por ser tenido por caballero e hijodalgo, por
mensajero, con los despachos para V. M. En ellos daba relación de lo que hasta
allí había de qué darla, de mí y de la conquista, población e descubrimiento de
la tierra. Entre los tres y otros dos mercaderes que también fueron a traer
cosas necesarias, se distribuyó el oro que se había sacado para quel Ulloa
tuviese con qué ir a V. M., y los capitanes e los mercaderes algund resollo
para traer el socorro que pudiesen.
En lo que entendí con la gente que tenía,
en tanto que parte della atendía al sacar del oro y guardia de nuestras piezas,
fue en poblar la ciudad de La Serena, a la costa de la mar, en un muy buen
puerto, en el valle que se dice de Coquimbo, por ser en la mitad del camino que
hay del valle de Copoyapo a donde está poblada la de Santiago, que es la puerta
para que pudiese venir la gente del Perú a servir a V. M. a estas provincias,
sin riesgo. E fui a ella e fundáse el Cabildo y Justicia, y puse un teniente; y
de allí, a los cuatro de septiembre de quinientos cuarenta y cinco años,
despaché a los mensajeros e nao dicha, con quedar confiado que, al más tardar,
ternía respuesta de Alonso de Monroy dentro de siete o ocho meses. Y para esto
llevó indios de esta tierra, que se ofrescían a venir del Perú a donde yo
estoviese, con cartas, en cuatro meses y en menos.
Hecho el navío a la vela de la ciudad de
La Serena, dejando buena guardia en ella, di la vuelta a la de Santiago. El
enero adelante de quinientos e cuarenta e seis di orden en que se tornase a
sacar algúnd oro, como en la demora pasada, porque ya aquel año se cogió más
número de trigo que los pasados. Y porque me paresció no podía tardar el
socorro, determiné entrar descubriendo cincuenta leguas la tierra adentro, por
ver dónde podía poblar otra ciudad, venidos que fuesen los capitanes que había
enviado con gente. Apercebí sesenta de caballo, bien armados y a la ligera, e
puse por obra mi descubrimiento, dejando recabdo para que se sacase oro en
tanto que iba e volvía con el ayuda de Dios, teniendo para mí estaba más lejos
el prencipio de la tierra poblada, de donde la hallé.
A once de hebrero del dicho año, partí e
caminé hasta treinta leguas, que era la tierra que nos servía y habíamos
corrido; pasadas diez leguas adelante, topamos mucha poblazón, y a las diez e
seis, gente de guerra que nos salían a defender los caminos y pelear, y
nosotros corríamos la tierra, y los indios que tomaban los enviaba por
mensajeros a los caciques comarcanos, requeriéndolos con la paz. Y un día por
la mañana salieron hasta trescientos indios a pelear con nosotros, diciendo que
ya les habían dicho lo que queríamos, y que éramos pocos y nos querían matar;
dimos en ellos y matamos hasta cincuenta, e los demás huyeron.
Aquella misma noche, al cuarto de la
prima, dieron sobre nosotros otros siete o ocho mill indios, y peleamos con
ellos más de dos horas, e se nos defendían bravamente, cerrados en un
escuadrón, como tudescos: al fin dieron lado, y matamos muchos dellos y al
capitán que los guiaba. Matáronnos dos caballos y hirieron cinco o seis y a
otros tantos cristianos. Huídos los indios, entendimos lo que quedaba de la
noche en curar a nuestros caballos y a nosotros; y otro día anduve cuatro leguas
e di en un río muy grande, donde entra en la mar, que se llama Biubíu, que
tiene media legua de ancho. Y visto buen sitio donde podía poblar y la gran
cantidad de los indios que había, y que no me podía sustentar entrellos con tan
poca gente; y supe que toda la tierra, desta parte e de aquella del río, venía
sobre mí, y, a sucederme algún revés, dejaba en aventura de perderse todo lo de
atrás, di la vuelta a Santiago dentro de cuarenta días que salí dél, con muy
gran regocijo de los que vinieron comigo e quedaron a la guarda de la ciudad,
viendo y sabiendo teníamos tan buena tierra cerca y tan poblada, donde les
podía pagar sus trabajos en remuneración de sus servicios.
Con mi vuelta, aseguramos los indios que
servían a la ciudad de Santiago y los de los valles que servían en La Serena,
que estaban algo alterados con mi ida adelante, y tenían por cierto, segund
eran muchos los indios y nosotros pocos, nos habían de matar a todos; y con
esto estaban a la mira y en espera, para, en sabiendo algo, dar sobre los
pueblos y tornarse a alzar: quiso Dios volver sus pensamientos al revés. Luego
envié a La Serena a que supiesen de mi vuelta, con la nueva de la buena tierra
que había hallado, de que no se holgaron poco. El mayo adelante hice sembrar
gran cantidad de trigo, teniendo por cierto no podía tardar gente, porque
toviésemos todos en cantidad qué comer; y así hecimos, con el ayuda de Dios,
gran cantidad de sementeras.
Había siete meses que partieron mis
capitanes al Perú, y no tenía nueva cierta ni carta dellos; y un barco que
había hecho hacer para pescar en el puerto con redes, le hice adereszar de
manera que pudiesen ir al Perú siete o ocho hombres cuando conviniese.
Yo repartí esta tierra, como poblé la
ciudad de Santiago, sin tener noticia verdadera, porque así convino para
aplacar los ánimos de los conquistadores, y dismembré los caciques por dar a
cada uno quien le sirviese; e como después anduve conquistando la tierra
trayéndola de paz, tove la relación verdadera e vi la poca gente que había y
que estaban repartidos en sesenta y tantos vecinos los pocos indios que había;
e, a no poner este remedio, estovieran ya disipados y muertos los más, acordé
para la perpetuación de los naturales y para la sustentación desta ciudad,
porques la puerta para la tierra de adelante y donde se rehace la gente que ha
venido e la que viniere a poblarla e conquistarla, de reducir los sesenta y
tantos vecinos en la mitad, y entre éstos repartir todos los indios, porque
toviesen alguna más posibilidad para acoger en su casa a los que viniesen a nos
ayudar. Hícelo esto por la buena tierra que había descubierto y que podía dar
muy bien de comer a los vecinos que quité los pocos indios que tenían para
repartirlos en los que quedaron, certificando a V. M. no se podía hacer cosa
más acertada ni más provechosa para que la tierra se perpetúe y sustente a V.
M. e los naturales no se disipen.
Era por agosto pasados once meses y no
sabía nada del Perú. Con el oro que habían sacado unos indezuelos míos y lo que
los vecinos por su parte tenían, que todos me lo prestaron, parte de buena
gana, despaché otro mensajero a V. M., que se llamaba Juan Dávalos, natural de
las Garrubillas, con los despachos duplicados que había llevado el Antonio de
Ulloa y con lo que había de nuevo que decir de la jornada que había hecho e
tierra que había hallado; y para que diese socorro a alguno de mis capitanes si
los topase de camino con alguna necesidad.
Partió este barco, como digo, llevando
los que en él iban, míos y de particulares, casi sesenta mill pesos, que, a ir
a otra parte que al Perú, era gran cosa; pero como aquella tierra ha sido y es
tan próspera e rica de plata, estimarían en poco aquella cantidad, y acá
teníamosla en mucho por costarnos cada peso cient gotas de sangre y doscientas
de sudor. Hiciéronse a la vela del puerto de Valparaíso por el mes de
septiembre del año dicho de quinientos cuarenta y seis.
Como esperaba de cada día socorro, mi
cuidado e diligencia era en hacer sembrar maíz e trigo en sus tiempos, y en sacar
el oro que con la poca posibilidad que había se podía, para enviar siempre por
gente, caballos y armas, que esto es de lo que acá tenemos nescesidad, porque
lo demás que venimos a buscar, como gente no falte, ello sobrará, con el ayuda
de Dios.
Trece meses había quel barco era partido
del puerto de Valparaíso con el mensajero Juan Dávalos, cuando llegó a él de
vuelta del Perú el piloto y capitán Juan Bautista de Pastene, con gran
necesidad de comida, en un navío que no traía sino el casco dél, sin tan solo
un peso de mercadería, ni otra cosa que lo valiese. Estando sin esperanza de
verle más, teniendo por cierto, pues habían tardado tanto, que eran ya pasados
veinte e siete meses que habían partido destas provincias y no había tenido
nueva ninguna dellos, quel navío e todos se habían perdido y anegado, como le
vi, recebí tanta alegría que me saltaron las lágrimas del corazón, diciendo que
fuese bien venido: le abracé, demandándole la cabsa de tanta tardanza y cómo y
dónde quedaban los amigos que había llevado. Respondió que me daría razón, que
bien tenía de qué dármela, e yo de maravillarme de oír lo que había pasado e
pasaba en el Perú, y que Dios había permitido quel diablo toviese de su mano
aquellas provincias y a los que en ellas estaban; y así se asentaron a comer la
compañía y él, de que tenían extrema necesidad.
Contóme cómo en término de veinticuatro
días llegaron a la ciudad de los Reyes e supieron la venida allí del visorrey
Blasco Núñez Vela con las ordenanzas y oidores para asentar Abdiencia, y
privación del gobierno y prisión de Vaca de Castro, e prisión del Visorrey por
mano de los oidores y libertad suya, e cómo Gonzalo Pizarro iba en su
seguimiento con cantidad de gente contra él a Quito; y cómo, en desembarcando,
murió el capitán Alonso de Monroy, que llevaba la más cantidad de dinero mía. Y
que el Antonio de Ulloa determinó de mudar propósito, e dejando de ir a V. M. a
llevar los despachos, los abrió e leyó delante de muchos mancebos locos e
presumptuosos, como él se declaró allá serlo, y mofando dellos los rompió. Y
con el favor que en aquella ciudad halló en un Lorenzo de Aldana, que era primo
hermano suyo y había quedado en toda aquella tierra por su justicia mayor y
teniente de Gonzalo Pizarro, e por la ida suya contra el Virrey, procuró que se
secrestase el oro mío que dejó el difunto, hasta quél fuese a Gonzalo Pizarro a
dar cuenta desta tierra; y así se hizo, e se partió luego a le servir. Llegó a
tiempo que se halló en la batalla contra el Visorrey cuando le mataron, y por
aquel servicio, con el favor que también tovo de un Solís, que era su primo y
maestresala del Pizarro, diciendo que quería él venir a me traer socorro, bajo
de cabtela le pidió el abtoridad e licencia para ello, y así se la dio y
mandamiento para que tomase todo el oro mío, doquiera que se hallase, y con él
tomó lo que había dejado Alonso de Monroy e lo desperdició y hizo gente,
diciendo que era para me la traer.
Como partió el Antonio de Ulloa para
Quito, el Lorenzo de Aldana mandó con pena al capitán Juan Bautista que no
saliese de aquella ciudad. Holgó de estar quedo hasta saber nueva del Virrey y
en qué paraba el viaje de Pizarro, aunque no dejó de tener sospecha, por
algunos indicios que veía, que se trataba entre los dos primos alguna negociación
en contra de lo que me convenía. Y en esto llegó nueva del desbarato del
Visorrey, con muerte suya, y de la jornada que traía el Ulloa y servicios que
representaba tan grandes, por haberse hallado en la batalla contra el Visorrey;
e yo fiador, si los contrarios fueran todos de su estofa, no la hubieran,
veniendo con más presumpción y soberbia de pensamientos que de acá había
llevado, hablando siempre mal de mí. Visto el Aldana que le podían surtir bien
los que tenían ambos en mi daño con la vitoria habida de su parte, mandó de
nuevo al dicho capitán Juan Bautista, so pena de muerte y perdimiento de
bienes, que no saliese de la ciudad sin su expreso mandado, y tomóle la nao.
Paresce ser que en aquella coyuntura
llegó a aquella ciudad el maestre de campo Francisco de Carvajal, que venía del
Collao, donde había desbaratado a un Lope de Mendoza y Diego Centeno, que
andaban juntos con gente alborotando al Pizarro aquellas provincias del Collao,
Charcas e ciudades del Cuzco y Arequipa. Y mató al Mendoza, y tomó la gente, y
huyó el Diego Centeno, escondiéndosele de manera que nunca supo dél, aunque le
buscó con toda diligencia. Y hobo despachos de Pizarro de la vitoria que había
habido del Virrey, y aviso de otras personas que le escrebieron la negociación que
traía el Ulloa contra mí, negociada con el favor del Aldana y maestresala
Solís, sus primos. Y yendo el dicho capitán Bautista a visitar de mi parte al
Carvajal, diciendo él cómo nos conoscíamos de Italia y habíamos sido allá
amigos y que me tenía por el mejor hombre de guerra que había pisado a estas
partes y haría por amor de mí lo que pudiese inclinándose mucho a favorescer
mis cosas, le dijo que ¿por qué no había ido a negociar a Quito lo que me
convenía? Respondióle que porque Aldana le había puesto pena de muerte que no
saliese de aquella ciudad y le había tomado su navío: y como el Carvajal era
recatado y entendido y servía de voluntad a Pizarro, tenía odio al Aldana,
porque le conoscía por cabteloso y no nada valiente e muy presumptuoso en
demasía, y que no teniendo ánimo para emprender lo que deseaban, declarándose
por enemigos míos, mostró pesarle mucho, porque debajo de la ley de amistad
contra quien se fiaba dellos intentaban maldad galalonesia. Y así le dijo:
"Sabed, capitán, que Aldanica y Ulloa negocian la muerte de Pedro de
Valdivia, por gobernar, en gran secreto; y quiérense favorescer de la amistad
que tiene el Gobernador, mi señor, a Pedro de Valdivia, por sacar la gente,
porque saben que, si por Valdivia no, por otra persona en esta coyuntura no
dejaría salir un hombre de la tierra para favorescer a su mismo padre que
estoviese donde Valdivia está; y convieneos callar, porque tienen mucho favor,
y si lo descobrís para poner remedio, no seréis creído y os matarán y podrían
desta manera salir con su intención; y siendo avisado Valdivia, yo le conozco
por tan hombre que se sabrá dar maña contra personas que toviesen colmillos,
cuanto más contra estos conejos desollados, y si vos no os guardáis para ello,
no sé cómo le irá; por tanto, tomad el consejo que os quiero dar, por amor de
Valdivia y vuestro, porque os tengo por hombre de verdad y callado: ios luego
adonde está el Gobernador Pizarro, mi señor, que yo os daré licencia; y como el
capitán Valdivia sirvió al Marqués Pizarro, su hermano, le quiere bien, y vos
fuisteis también criado viejo suyo, hará por vos lo que pidierdes, con que no
sea llevarle gente ni armas de la tierra, porque las ha menester, porque hasta
la que llevará Ulloa con el favor que le dan sus primos, no por amor de Valdivia,
sino por su interese; y pues sois cuerdo, no os digo más: trabajad con el favor
de una buena licencia para poderos ir sólo con los marineros que pudiéredes y
una nao, dando a entender que Aldana y Ulloa son amigos de Pedro de Valdivia,
diciendo a Ulloa que iréis por su capitán, contentándole con los dineros que
pudiéredes y con palabras, hasta que salgáis a la mar; y allá haced lo que
viéredes convenir a quien os envió, no fiándoos de Ulloa, porque no os mate
como cobarde, debajo de estar vos descuidado, con lo que mostrará
quereros." Y así se partió a Quito a verse con Gonzalo Pizarro, y cuando
él iba por la costa, venía a los Reyes Ulloa por la sierra. Llegado a Quito,
pidió la licencia, y mandósela dar, y luego dio la vuelta a los Reyes. Díjole Pizarro
que, por tenerme por amigo me enviaba socorro por mar e tierra con Ulloa, que
me encaresciese lo mucho que hacía por mí en consentir sacar gente en tal
coyuntura, diciendo que con Hernando Pizarro, su
hermano, que
estoviera acá, no dispensara, e comigo sí, por lo que me quería y estimaba mi
persona. Y a la verdad, él dio licencia a los que tenía por sospechosos, que
eran de la gente que se había hallado con el Visorrey, aunque el Ulloa trajo
por sus oficiales y capitanes diez o doce de los muy apizarrados y
escandalosos, y que habían cometido en aquella tierra grandes maldades y venían
acá a sembrar aquella simiente, y persuadió al capitán Juan Bautista que fuese
amigo e compañero del Ulloa. Respondióle que no haría más de lo que le mandase,
de lo que se holgó en extremo, y con esto dio luego la vuelta a los Reyes. Y
como el Ulloa tenía por muy entendido al capitán Bautista, no fiándose dél, le
tomó el navío y puso capitán de su mano en él y en otro que estaba cargado de
hacienda de mercaderes y de diez o doce casados con sus mujeres que tenían
licencia para venir acá por salir del fuego de aquella tierra; y despachólos
ambos para que subiesen hasta el puerto de Tarapacá, que es doscientas leguas
arriba de los Reyes, y le esperasen allí, en tanto que llegaba él con la gente
por tierra.
Como llegó el capitán Juan Bautista a los
Reyes con la licencia de Pizarro y se vido sin navío y que se lo tomaron de
hecho, presentála al Aldana y Ulloa, pidiendo que se lo volviesen; y como la
vieron, no osaron contradecirla, demás de que le dijeron que él se podía ir
cuando quisiese, pues lo mandaba el Gobernador Pizarro, su señor; pero quel
navío no se lo podían dar, porque iba el viaje con las cosas que convenían para
la jornada. Y sólo se lo quitaron por nescesitarle, creyendo, según estaba
alcanzado, no hallaría con qué comprar otro; y en tanto que lo buscaba, pensaba
el Ulloa llegar acá a efectuar su ruindad.
Como sintió el capitán Juan Bautista por
do se guiaba, acordó de asegurarlos con hacer una compañía con Ulloa en
hacienda y gastar con él los dineros que tenía, diciéndole que era muy bien
fuesen delante aquellos dos navíos, porque llegados ellos acá, él compraría
otro y vernía con alguna mercaduría para que se ayudasen y aprovechasen. Y con
esto se despidió el Ulloa, aunque no muy contento de la licencia que tenía el
Juan Bautista, segund se supo después, y con alguna sospecha que, segund su
diligencia, se daría maña para pasarlo adelante, aunque le dejaba atrás y sin
dineros ni navío, ni aún quien se los prestase, a su parescer, por llevar
confianza que Aldana había de estorbar en este caso, como lo hizo, todo lo que
pudiese.
Diose tan buena maña el capitán Juan
Bautista con el crédito que tenía de su persona en aquella tierra del tiempo
que sirvió al Marqués, que halló quien le vendiese un navío en mill e tantos
pesos, porque pagase yo acá siete mill en oro, y con otros dos mill que halló
al mismo precio, se proveyó de algúnd matalotaje y refresco para el viaje, y
con hasta treinta hombres, entre soldados e marineros que tenían licencia, se
hizo a la vela. Tardó en llegar hasta el paraje de Arica y Tarapacá seis meses;
en este tiempo el Ulloa y sus dos navíos estaban entre Tarapacá y Atacama. Allí
tovo aviso el capitán Juan Bautista cómo se había declarado el Ulloa con
aquellos sus oficiales y consejeros, en mucho secreto, cómo me venía a matar, y
enviaba los dos navíos adelante para que me toviesen engañado cuando él
llegase; porque, muerto yo, repartiría los indios todos entre aquellos ocho o
diez, y la tierra daría a Gonzalo Pizarro. Y que por esta cabsa, si el capitán
Bautista viniera con él, le matara, por ser cierto que no le pudiera hacer de
su parte. Y con esta remuneración que les prometió y dar la tierra a Pizarro,
quedaron todos contentos y muy obligados a seguir su voluntad.
Estando en esto el Ulloa, paresció el
capitán Bautista a vista de sus dos navíos, con el suyo; tornó acordar con sus
amigos de procurar de matarlo con algúnd engaño, y así le envió a saludar y
congratularse con él, dándole la enhorabuena de su venida, fingiendo holgarse
mucho, y rogándole que saliese a verse con él para tal día, porque quería que
se llevase los otros dos navíos consigo. No faltó quien se aventuró en una
balsa y vino a darle aviso de la voluntad de Ulloa y engaño que le quería
hacer, aunque él estaba bien avisado.
Como el capitán Bautista respondió al
mensajero que no podía salir de su nao sino seguir su viaje y supo el Ulloa la
respuesta, comenzó a le amenazar, y echó toda la ropa e mujeres en aquella
costa, que es sin agua y arenales, donde se perdió casi todo, y embarcóse con
cincuenta arcabuceros para acometer la nao del capitán y matarle, si pudiese, o
echarla a fondo. Quiso Dios que, aunque se vieron a vista, no pudieron llegar a
barloventear, por la ventaja que tenía en el saber navegar el capitán Bautista
al que gobernaba el navío de Ulloa, y así pasó adelante, dejando al otro atrás,
hasta que lo perdieron de vista.
Díjome más el dicho capitán en su
relación, cómo, después de dada la batalla al Visorrey, e muértole, se alzó
Gonzalo Pizarro con la tierra, diciendo y jurando que si V. M. no se la daba,
que él se la tenía y defendería; y que también tenía usurpado al Nombre de Dios
y Panamá con una gruesa armada, capitanes e gente. Parecíame tan feo e
abominable esto, que atapé los oídos... y me temblaron las carnes, que un tan
suez hombrecillo y poco vasallo hobiese, no dicho, pero imaginado, cuanto más
intentado, tan abominable traición contra el poder de un tanto y tan católico
monarca, rey e señor natural suyo. Sentílo en tanta manera, que echando atrás
todas las pérdidas e intereses y trabajos que se me podían recrecer, no
estimando cosa más que el servicio de V. M., me determiné a la hora, de ir al
Perú, por tener confianza en Dios y en la ventura de V. M., que con sola la fe
de la fidelidad y obligación que tengo a su cesáreo y real servicio, había de
ser instrumento para le abajar de aquella presumptuosa frenesí, causada de
enfermedad y falta de juicio y superba luciferina.
Estaba con pena cuando me daba esta
relación el capitán Juan Bautista, porque el navío en que vino no era llegado
al puerto de Valparaíso, que lo dejó doce leguas abajo que no pudiendo venir
con los grandes sures, saltó allí con ocho o diez hombres por me venir a dar
las nuevas, temiendo quel Ulloa, habiéndole visto pasar adelante, no hobiese
caminado con alguna gente a la ligera por efectuar su mala intención, o a lo
menos hobiese puesto alteración de malas voluntades en los que acá estaban,
para que nos perdiéramos todos e la tierra, e por esperar allegar al puerto con
la nao se tardase algo más y hobiese su largo trabajo sido en balde.
Estando en esto, llegaron por tierra a la
ciudad de Santiago ocho cristianos, y entre ellos un criado mío, que había enviado
al Perú en el barco que llevó el Juan Dávalos. Venían tales que parescían salir
del otro mundo, en sendas yeguas bien flacas. Éstos me dieron nuevas del Ulloa,
que se apartaron dél en Atacama, e me dijeron que como no pudo llegar a barloar
con la nao del capitán Bautista, echó los soldados fuera de la suya y tornó a
meter las mujeres que había sacado, y a ambos navíos los tornó a enviar a los
Reyes, que no los consintió venir acá, aunque lo deseaban los que venían en
ellos, metiendo en ellos capitanes de aquellos sus aliados, y él dio la vuelta
a los Charcas, porque le envió a decir el capitán Alonso de Mendoza que en
ellas estaba por Pizarro, como está dicho, que se fuese a él con toda la gente,
porque así se lo había escrito Gonzalo Pizarro que se lo escrebiese de su
parte, porque tenía necesidad de sus amigos y era tiempo que le favoresciesen,
porque tenía nueva que había llegado a Panamá un caballero que venía de parte
de S. M. y que le habían sus capitanes entregado el armada, aunque no lo creía;
e que de cualquier manera que fuese, determinaba de no lo dejar entrar a él ni
a otro ninguno que viniese en la tierra, y quél estaba confiado que no haría
otra cosa. Y así se fue, y que no pudo holgarse con cosa más porque ya temía la
venida de acá, porque sabía que no se me podía escapar si pasaba el despoblado.
Al tiempo de su partida, por ruego de
aquellos sus amigos, dejó en Atacama hasta veinte hombres que deseaban venir
acá, y entre ellos quedaron tres o cuatro personas que traían sesenta yeguas,
que era la mejor hacienda y más provechosa y nescesaria que en esta tierra
podía entrar; e, por no hacer el Ulloa cosa bien hecha, ya que les dio licencia
para que quedasen, les quitó los caballos que traían buenos, cotas e lanzas,
que fue prencipio de su perdición.
Viéndose tan poca gente en Atacama y los
indios bellicosos y ellos tan envolumados de yeguas e con poco servicio, se
metieron al despoblado, con esperanza de se reformar en el valle de Copiapó. E
como los indios dél supieron de los de Atacama haberse vuelto el capitán y no
ir más de veinte cristianos y sin armas, y revuelto el Perú, en entrando en el
valle dieron en ellos y mataron los doce y los otros se escaparon, bien
heridos, en sendas yeguas cerriles. Como vino la noche, e se salieron del valle
e se vinieron hacia la ciudad de La Serena, y dejaron toda su ropa, yeguas,
negros, servicio y cinco o seis hijos pequeños. E la cabsa de no matarlos a
todos fue que tovieron nueva los indios del valle de otros que vinieron a dar
mandado, que salían cristianos de La Serena, e por esto no fueron tras ellos; e
así llegaron a la ciudad sin figura de hombres, del trabajo e hambre que habían
pasado y de las heridas. Destas cosas y otras muy peores fue cabsa el Ulloa que
digo, y Solís, su primo, en favorescerle, y Aldana en consejarle.
Primero de diciembre del año de
quinientos cuarenta y siete llegó el navío y surgió en el puerto de Valparaíso,
y a los diez del estaba embarcado, con diez hijosdalgo que llevé en mi compañía
para ir a servir a las provincias del Perú, contra la rebelión de Gonzalo
Pizarro, a la persona que venía de parte de V. M. y con su abtoridad a ponerlas
bajo de su cesárea y real obediencia.
Allí proveí al capitán Francisco de
Villagra, mi maestre de campo, porque le tenía por verdadero servidor y vasallo
de V. M. y celoso de su cesáreo servicio, por mi lugarteniente general, para
que atendiese a la guardia, pacificación e sustentación de las ciudades de
Santiago y La Serena y los vasallos de V. M. y de toda esta tierra y
conservación de los naturales della, como yo siempre lo había hecho, en tanto
que iba a servir al Perú en lo dicho y daba la vuelta, con el ayuda de Dios, a
esta tierra dejándole para ello la instrución que me paresció convenía al buen
gobierno y sustentación de todo. Y le despaché luego a la ciudad a que
presentase en el cabildo la provisión o le rescibiesen, e yo esperé en el navío
aquel día hasta que le hobiesen rescebido y se le pregonase en la plaza de la
cibdad. Tove aviso al tercer día por la mañana cómo la habían obedescido y
cumplido los del cabildo, e me enviaron sus cartas, declarando en ellas a V. M.
como le iba a servir y a procurar el bien de todos y la perpetuación destas
provincias.
Luego que vi la respuesta del Cabildo
pedí a Johan de Cárdenas, escribano mayor en el juzgado destas provincias de la
Nueva Extremadura, que estaba allí presente e iba en mi compañía, que me diese
por fe y testimonio para que paresciese en todo tiempo ante V. M. y los señores
de su Real Consejo, Chancillerías y Abdiencias de España e Indias, o ante
cualquier caballero que viniese con su real comisión a las provincias del Perú,
cómo dejaba en estas provincias de la Nueva Extremadura el mejor recabdo que
podía para que la sustentasen en servicio de V. M. y me hacía a la vela en
aquel navío, llamado "Santiago" para ir a las del Perú a servir a V.
M. y al tal caballero contra Gonzalo Pizarro y los que le seguían y estaban
revelados de su cesáreo servicio y contra todas las personas que lo tal
presumiesen e intentasen, y hacerles a todos, en general y particular, con las
armas en la mano la guerra a fuego e a sangre, hasta que depusiesen las suyas y
viniesen por fuerza o de grado a la obediencia, subjectión e vasallaje de V. M.
y fuesen justificados todos conforme a sus deméritos con la verga de justicia.
E pedí a las personas que iban en mi compañía y a otros diez o doce caballeros
e hijosdalgo vecinos de la dicha cibdad de Santiago, que allí estaban para se
despedir de mí y volverse a sus casas, que me fuesen testigos, y que así lo
declaraba, para que se supiese en todo tiempo que yo era servidor y leal
súbdito y vasallo de V. M. sin cabtela, sino a las derechas. Y con esto
salieron las personas que habían de ir a tierra en la harca, y vuelta al navío
y metida dentro, mandé disferir velas a los trece del dicho mes, llevando
delante la buena ventura de V. M. y con voluntad de emplear la persona, vida e
honra, con cient mill castellanos que llevaba de acá, e los demás que pudiese
hallar en el Perú empeñándome, los sesenta mill míos y de amigos que me los
habían dado de buena voluntad, y los cuarenta mill que tomé prestados a otros
diez o doce particulares, a uno mill y a otro mill e quinientos, dejando orden
para que se los fuesen pagando poco a poco de lo que sacasen de las minas mis
cuadrillas, que serían cada año, libres de gasto, doce o quince mill pesos; y
gastarlo todo y perderlo, juntamente con la vida, en su cesáreo servicio, o con
ello y ella destruir a todos sus deservidores y sueces vasallos.
Llegué en dos días de navegación a la
ciudad de La Serena, que tenía fundada a la lengua del agua, salté en tierra y
no me detove más de un día; di orden al teniente y cabildo de lo que habían de
hacer y cómo se habían de guardar de los naturales y obedescer en todo a mi
teniente general, diciéndoles cómo iba a servir a V. M. contra la rebelión de
Gonzalo Pizarro, y voluntad que llevaba, y tornéme a embarcar a los quince del
dicho mes, y seguí mi viaje. En alzando velas, mandé a los marineros que me
echasen a la mar una infinidad de plantas que llevaban destas partes a los
Reyes, porque no me gastasen el agua, diciéndoles que no había de parar hasta
me ver con la persona que venía, por parte de V. M., y así se echaron.
Víspera de Navidad, echo ancla en el
puerto de Tarapacá, que es en las provincias del Perú, ochenta leguas de la
ciudad de Arequipa y doscientas de la de los Reyes; hice echar la harca con
media docena de gentiles hombres, que quedasen a la guarda della dentro en la
mar, y saltase uno sólo a tomar lengua de indios de lo que había en la tierra,
o de algún cristiano. Halló el que saltó, que todos estábamos a la vista, dos
españoles, que le dijeron cómo había quince días que Gonzalo Pizarro, treinta
leguas de allí, la tierra adentro en el Collao, había desbaratado con
quinientos hombres, que no le seguían más, al capitán Diego Centeno que traía
contra él mill e doscientos, y estaba más poderoso que nunca en el Cuzco, y
toda la tierra por suya. Preguntados qué nuevas había de España, dijeron que se
decía que en Panamá estaba un Presidente que se decía Licenciado de la Gasca, y
que los capitanes de Gonzalo Pizarro le habían entregado el armada; pero que no
tenía gente ni quien le siguiese, y que seguro podía estar que no entraría en
la tierra, y que, si entrase, le matarían a él y a los que trujese, porque
había jurado Gonzalo Pizarro por Santa María, que la Candelaria había de estar
en la ciudad de los Reyes contra él.
Habida esta relación, la misma noche
mandé alzar vela y meter velas, y llegué en dieciocho días al paraje de la
ciudad de los Reyes, y supe cómo el Presidente había tomado allí tierra e iba
la vuelta del Cuzco con la gente que tenía contra el Gonzalo Pizarro. Torné
puerto y fuime a la ciudad con todos los gentiles hombres que llevaba; dejé el
navío con el armada de V. M. para que sirviese como los demás; despaché al
Presidente en toda diligencia, haciéndole saber mi llegada e la intención que
traía de servirle en nombre de V. M., que le suplicaba me fuese esperando,
porque no me deternía en los Reyes sino ocho o diez días para comprar aderezos
de la guerra. Y así lo hice, que no me detove más y compré armas e caballos y
otras cosas nescesarias para mi persona y para los gentiles hombres de mi
compañía; y esto y en dar socorro a otros gentiles hombres para que fuesen a
servir a V. M., gasté, en los diez días sesenta mill castellanos en oro; e así
me partí con todos en seguimiento del Presidente, andando en un día la jornada
quél hacía en tres, y desta manera le alcancé y al campo de V. M. en el valle
que se dice de Andaguaylas, cincuenta leguas del Cuzco.
Como el Presidente me vio, se holgó mucho
comigo y rescibió muy bien, teniéndome de parte de V. M. en muy gran servicio
la jornada que había hecho y trabajo que había tomado en venir a tal coyuntura;
y dijo público que estimaba más mi persona que a los mejores ochocientos
hombres de guerra que le pudieran venir aquella hora, y yo le rendí las gracias
teniéndoselo en muy señalada merced. Luego me dio el abtoridad toda que traía
de parte de V. M. para en los casos tocantes a la guerra, y me encargó todo el
ejército y le puso bajo mi mano, rogando y pidiendo por merced de su parte a
todos aquellos caballeros, capitanes y gentes de guerra, y de la de V. M.
mandándoles me obedesciesen en todo lo que les mandase acerca de la guerra y
cumpliesen mis madamientos como los suyos, porque desto se servía V. M.; e así
todo el ejército respondió que lo haría, y a mí me dijo que me encargaba la
honra de V. M. Yo me humillé e le besé la mano en su cesáreo nombre y le
respondí que yo tomaba su cesárea y real abtoridad sobre mi persona y la
emplearía en servicio de V. M. y en defensa de su fedelísimo ejército con toda
la diligencia y prudencia y experiencia que a mí se me alcanzase en las cosas
de la guerra, y con él y ellas tenía esperanza en Dios y en la buena ventura de
V. M. de restaurarle la tierra y ponerla bajo de su obediencia y vasallaje y
destruir a Gonzalo Pizarro y a los que le seguían, para que fuesen justificados
conforme a sus delitos, o quedaría sin ánima en el campo. Y así el ejército
todo se holgó y regocijó mucho comigo y yo con él. Aquí mostré el requerimiento
que hice en el puerto de Valparaíso ante el escribano mayor del juzgado y
testimonio que me dio de cómo venía a buscarle y servirle en nombre de V. M.,
de que rescibió en extremo grandísimo contento paresciéndole conjungía bien la
elección e confianza tan grande que de mi persona había fecho, con la fidelidad
de voluntad y obras mías en el servicio e vasallaje que debía a V. M. Y lo tomó
y dijo que él lo quería tener para enviar a V. M., y así se le quedó.
A la hora recorrí las compañías, así de
caballo como de pie, y hice la de los arcabuceros por sí y ordené los
escuadrones, poniéndolos en aquella orden que era menester y convenía a la
jornada, mandándolos proveer de pólvora y mecha y de picas y lanzas e de todas
aquellas armas que había, para que se aprovechase cada uno en su tiempo dellas,
poniendo el artillería donde había de ir, dándole orden de lo que había de
hacer cada día viniendo siempre con el ejército cuando marchaba; el general
Pedro de Hinojosa y el mariscal Alonso de Alvarado e yo delante con la gente
que me parescía, íbamos corriendo el campo a hacer el alojamiento donde
convenía. De aquí escrebí a V. M.: fue mi carta con los despachos que envió el
Presidente a doce de marzo de 1548.
Desta manera y con tan buena orden
caminaba el ejército de V. M. cada día la jornada que me parescía era menester,
a las veces grandes, por el pasar de las nieves, donde pudiera rescibir
detrimento por el frío y faltas de comida, otras pequeñas porque se rehiciesen
las personas y caballos; e así llegamos a un río grande, que se dice de
Aporima, que es doce leguas del Cuzco.
En comarca de veinte leguas hay cinco
puentes en este río para pasarle los que vienen de hacia los Reyes y de las
partes donde nosotros veníamos y todas estaban quemadas; esto, a fin de acudir
los enemigos a nos defender el paso, en sabiendo por do habíamos de pasar. Ocho
leguas antes que llegase el ejército a él, proveí que a todas cinco fuesen
capitanes con arcabuceros y hiciesen los aparejos de los puentes, que son unas
que llaman criznejas, que se hacen de vergas, como mimbres tejidas, diez o doce
pasos más largas que el río que se ha de pasar, y tan anchas como dos paliños,
y media docena déstas bastan para una puente, tejiéndolas después por cima con
otras ramas. Y así había de pasar la gente y bagaje aquel río, y los caballos a
la ventura se habían de echar al río, que va entre unas sierras muy hocinado,
recio y sin vado, e que, hechas las criznejas, no echasen en manera ninguna de
la otra parte del río hasta tanto que viesen mi persona. Y con esta orden, el
jueves de la Cena bajé a ver la dispusición de la puente y paso, y vista, mandé
a Lope Martín, que era el que la estaba haciendo, no echase crizneja ni otra
cosa de la otra parte hasta en tanto que yo viniese con todo el campo o
volviese a donde él estaba. Y viernes de Pasión volví al campo de V. M., y el
Presidente e todos los demás capitanes se juntaron e me pidieron dijese mi
parescer, e yo les dije que convenía que luego se levantase el campo y
pasásemos por aquel paso con toda brevedad. Y sábado se apercibió, y día de
Pascua por la mañana salimos el mariscal Alonso de Alvarado y yo y comenzamos a
caminar en el avanguardia. Topamos a las ocho horas del día a un Fray
Bartolomé, dominico, que venía en un caballo en gran diligencia la cuesta
arriba, y nos dio nueva cómo el Lope Martín, paresciéndole que era juego de
aventurar con decir quizá ganaré, y no sabiendo lo que aventuraba, había echado
la puente el sábado en la tarde, e que aquella noche habían venido los enemigos
y quemádola, y todos los amigos que la estaban haciendo con el Lope Martín se
habían huido y estaba perdida e por allí no había remedio de pasar. Visto por
mí el mal recabdo, dije a dos capitanes de arcabuceros, que iban con nosotros,
me siguiesen, que no era tiempo de comunicarlo con el Presidente, que venía en
la retaguardia. E así caminaron tras mí hasta doscientos arcabuceros con el
capitán Palomino, haciendo dejar el artillería en lo alto, una legua encima la
puente, y bajé los indios que la traían con cuatro o cinco tiros pequeños, para
poner a la resistencia de la puente si alguna gente cargase de la otra banda.
Llegué con dos horas de sol y vimos la gente que de la otra parte estaba, que
eran hasta veinte cristianos con algunos indios, para nos derrocar esa misma
noche un pilar de cantería que estaba en la otra banda, sobre que se arman
estas puentes; y, a derrocarnos este, quedábamos con muy grandes trabajos
porque habíamos de pasar doce o trece leguas de nieve para ir a otra puente, y
el campo venía muy fatigado, y subiendo a la otra puente que digo, dejábamos a
las espaldas los enemigos y podíanse venir a la ciudad de los Reyes, por donde
el ejército de V. M. no se podía sustentar, porque dentro de un mes se alzaban
las comidas del campo, y alzadas, no podía campear el campo de V. M. Esto
comunicaba muchas veces con el Presidente, y algunos, que no miraban los
inconvinientes ni los alcanzaban por falta de experiencia y sobra de
presumpción, se quejaban mucho de mí, porque los hacía caminar como convenía,
porque prometo a V. M. mi fe e palabra, con aquella fedelidad que debo, que si
me tardara un hora a comunicarlo con el Presidente el desbarato de la puente,
que no sé en qué paráramos, y para ganar había de usar Dios sobrenatural. Y
llegado, como digo, a la puente los que de la otra banda estaban, como vieron
descolgar tanta gente, hiciéronse a largo una legua a lo alto; visto esto por
mí, hice pasar cinco arcabuceros a nado de la otra parte, con el cabo de una
cuerda atada a una crizneja, y así puse por obra esa noche de hacer tres o
cuatro balsas, e de media noche abajo hice comenzar a pasar toda la más gente
noble que comigo estaba, e así pasaron hasta doscientos hombres a los cuales
hice estar sin comer bocado hasta que alzasen todas las criznejas. A los indios
amigos mandé hacer sogas y aderezos, que todas estaban quemadas, que era
menester gran cantidad para lo uno e lo otro y juntar de las criznejas. Otro
día, segundo de Pascua, a medio día, llegó el Presidente con todo el campo;
dime tanta priesa, sin quitarme jamás de allí, que el último día della estaba
hecha la puente. Este mismo día, en la tarde, llamé al Presidente allí junto a
la puente, y le dije: "Señor yo quiero pasar y tomar el alto, porque si
los enemigos nos lo toman, vernos hemos en trabajo en subirlo."
Respondióme que sí, por amor de Dios que lo hiciese y que mirase que la honra
de V. M. estaba puesta en mis manos; yo le repliqué que yo perdería la vida o
la sacaría en limpio, como era razón. Y luego en su presencia llamé al mariscal
Alonso de Alvarado e le dije que no se quitase de aquella puente e que pasase
por ella la gente de guerra, sin dejar pasar ningún bagaje hasta tanto que
estoviese, toda de la otra banda, porque no se nos acostase la puente y se nos
desbaratase, y los caballos se echasen al río, como ya se habían comenzado a
echar ese mismo día; y así pasé la puente, en el nombre de Dios y en la ventura
cesárea de V. M. Y en medio de la cuesta topé con un soldado que se venía
huyendo del campo de los enemigos, que se llamaba Juan Núñez de Prado, e me
dijo que Juan de Acosta venía a defendernos la puente, con doscientos e diez
arcabuceros y ochenta de caballo, e yo le dije: "Pasad adelante e id al
Presidente"; e yo acabé de subir hasta lo alto, e tomé un buen sitio que
me parescía convenir, donde, aunque viniera Gonzalo Pizarro con todo su
ejército, lo desbaratara, aunque era ya noche y no tenía más de hasta
doscientos hombres. Visto esto y quel capitán Acosta estaba media legua de mí,
mandé tocar arma a un hora de noche, porque la gente acudiese; y así llegó de
mano en mano el arma hasta donde el Presidente estaba, y dentro de dos horas
tenía hasta quinientos infantes comigo, los cuatrocientos arcabuceros y hasta
cincuenta de caballo, y así en escuadrón los hice estar toda la noche.
Otro día se juntó todo el campo;
reparamos aquí dos días; estaba el enemigo con el suyo cinco leguas, en el
valle que se dice de Xaquixaguana; pasados los dos días, caminamos las dos
leguas. Allí otro día, yo solo, echando todos los sargentos fuera, ordené el
campo como me paresció que era menester; en el entretanto envié corredores,
porque ya cada día nos víamos los unos con los otros. Puesta la orden ya dicha,
caminamos el Mariscal e yo hasta donde estaban los corredores, que era cerca
del campo de los enemigos; trabamos escaramuzas con ellos; hecímoslos retirar
todos dentro de su campo. Llegamos a ver el sitio que tenían y el que a
nosotros nos convenía tomar, e muy bien visto, dije al Mariscal: "Volvamos
por el campo, aunque es tarde, porque aquí nos conviene traerlo, que en la
mañana, yo os prometo mi fe y palabra, sin romper lanza, de romper los enemigos
y hacerlos levantar de donde están." E así volvimos e levantamos el campo,
que estaba aposentado, y lo pusimos en el sitio ya dicho, con mandar que toda
la gente se estoviese en sus escuadrones como venían, y allí se les trujese de
comer, sin ir a sus toldos, aunque todos renegaban de Valdivia e de quien lo
había traído, porque hacía mucho frío, especialmente los de caballo, que les
mandaba los toviesen de la rienda. E toda esta noche el Mariscal e yo no nos
apeamos, y a la media noche apercebimos cuatro compañías de arcabuceros, que yo
había ordenado después que el Presidente me encargó el campo, que estoviesen
apercebidas para cuando las llamásemos; e así, al cuarto del alba, enviamos al
capitán Pardavé, con cincuenta arcabuceros que tenía en su compañía, trabase
escaramuza con los enemigos por la parte de nuestra retaguardia, y así lo hizo.
Como fue de día, el Mariscal e yo oímos misa e dimos parte al Presidente de lo
que se había de hacer, e le dejimos cómo los arcabuceros no tenían mecha,
questaban
todos dando gritos, y él andaba de vecino en vecino para si tenían colchones de
algodón para lo hacer hilar; e así le dejimos que la gente estoviese en sus
escuadrones, como se estaba, porque nosotros con los arcabuceros bajábamos a
tomar un sitio que la tarde antes habíamos visto, y tomado, avisaríamos luego
que bajase el campo, y así bajamos con los dichos arcabuceros y se les tomó el
sitio. Y luego yo llamé a Jerónimo de Alderete, criado de V. M., e le envié al
Presidente que luego bajase el artillería y el campo, porquel sitio estaba
tomado, y que lo que le había prometido muchos días antes, yo lo cumpliría, que
era que no morirían treinta hombres de los de S. M. E así como el Alderete
llegó donde el Presidente estaba, comenzó el artillería a caminar y el campo en
pos della, llegaron cuatro piezas donde yo estaba, que era un alto que
sojuzgaba el campo de los enemigos, bajo del cual había de estar nuestro campo.
E llegadas estas cuatro piezas, las hice asestar, e fue menester asestarlas;
pero porque los artilleros no estaban tan diestros como convenía, dime tanta
priesa en el tirar e con tan buena orden, que hice recoger los enemigos todos
dentro de un fuerte que tenían en sus escuadrones. Levantaron los amigos
quellos tenían todos sus toldos y campo y comenzaron a huir de la otra parte de
su campo a un cerro muy alto, y cristianos a vuelta dellos, unos para el campo
de V. M. y otros por se salvar. Desta manera tovo lugar el campo de V. M. de
tomar el sitio que nos convenía e yo quería, e así tomado, yo bajé a pie,
porque no podía a caballo, hasta lo llano, donde estaba tomado el sitio, e
mandé bajar el artillería tras mí, y junté la una e la otra en parte donde
podíamos perjudicar los enemigos y ellos no a nosotros. Fue tanto el temor que
el artillería les puso, segúnd Carvajal después me dijo, que no había hombre
que los pudiese hacer tener orden, por donde se desbarataron y fue forzado
Gonzalo Pizarro a se venir a dar a un soldado y encomendar no lo matase, sin
que el campo de V. M. rescibiese ningúnd daño. Concluido este negocio y presos
los prencipales, de que allí se hizo justicia, fui al Presidente en presencia
del dicho Mariscal y del general Pedro de Hinojosa y de tres obispos e del
todos los capitanes e caballeros del ejército, e díjele estas palabras:
"Señor y señores, yo soy fuera de la promesa de mi fe e palabra que daba
cada día a V. S. e mercedes, e de la que ayer di al Mariscal, que rompería los
enemigos sin perder treinta hombres"; e a esto respondió el Presidente:
"¡Ah señor Gobernador!, que S. M. os debe mucho", porque hasta
entonces no me había nombrado sino capitán; y el Mariscal, que harto más había
fecho de lo que había dicho. E con esto torné al Presidente el abtoridad que de
parte de V. M. para todo lo dicho me había dado, y a todos los capitanes y
gente de guerra rendí las gracias de lo bien que habían obrado en servicio de
V. M. por me haber obedescido con todo amor e voluntad en lo que en su cesáreo
nombre les había hasta allí mandado. Y dando gracias a Dios de la merced que
nos había fecho, atendimos a nos regocijar, y los jueces a justificar las
cabsas de los rebeldes. De lo que serví a V. M. en esta jornada, el Presidente
es hombre de conciencia, a lo que conoscí de la integridad de su persona, e
verdadero servidor e criado de V. M.: a la cabsa estoy confiado habrá dado y
dará verdadera relación.
Justificado el rebelado Pizarro y algunos
de sus capitanes donde fueron desbaratados ellos y los que le seguían, que se
hizo en dos días, se partió el Presidente a la cibdad del Cuzco a entender en
la orden que convenía poner en la tierra, que era bien menester. Fui con él y
estove en el Cuzco quince días, y en ellos saqué la provisión de la merced que
me hizo de gobernador destas provincias en nombre de V. M., por virtud del
poder que para ello trajo; e pidiéndole algunas mercedes en remuneración de
servicios, me dijo no tener poder para se alargar comigo a más de aquello que
me daba, que enviase a suplicar al Real Consejo de Indias por ellas, porque él
no podía dejar de serme buen solicitador con V. M. Pedíle licencia para sacar
gente por mar e tierra de aquellas provincias para venir a servir a V. M. en
éstas, y diómela y todo favor, e viendo los gastos que había hecho en aquel
viaje y empresa y como estaba adebdado, no teniendo para me proveer de navíos,
mandó a los oficiales de V. M. que me vendiesen un galeón y galera del armada
que estaba en el puerto de los Reyes, y me fiasen los dineros, porque yo iba a
dar orden en mi armada y partida, que sería con toda diligencia. E de allí del
Cuzco despaché un capitán con ochenta de caballo que fuese delante al valle de
Atacama e caminase en toda diligencia e me toviese junta toda la más comida que
se pudiese, para poder pasar ellos e la gente que yo llevase el gran despoblado
de Atacama; porque desde allí a tres meses estaban cogidas todas las comidas en
aquel valle, e ya que no las tomasen en el campo, no ternían tiempo los
naturales de nos las esconder. E así partirnos a un tiempo, el capitán a
Atacama y yo a los Reyes. Despaché otros capitanes a la cibdad de Arequipa a
que hiciesen gente e me esperasen por aquella comarca con ella, y otro a los
Charcas por hacer lo mesmo, y que con la gente que con él quisiese ir, caminase
a Atacama.
Fui a los
Reyes; diéronme los Oficiales de V. M. dos navíos en veinte e ocho mill pesos,
y compré yo otro y aderescé el armada, e despachéme en un mes. Y porque en el
tiempo que navegaba es la navegación por allí en extremo trabajosa y espaciosa,
por la brevedad dejé a Jerónimo de Alderete, criado de V. M., por mi
lugarteniente de capitán general en ella, para que trabajase de la sobir
arriba, e yo salté en la Nasca y me vine a Arequipa por tierra, por tomar la
gente que tenían mis capitanes, y con ella irme a Atacama.
Llegado a Arequipa, no me detove en ella
más de diez días, porque la gente no hiciese daño, y caminé mi viaje con la que
tenían mis capitanes, por la costa, la vuelta del valle de Arica, donde había
mandado que subiese mi armada, porque si yo llegase allí primero, le dejaría
orden para que siguiese su viaje.
Último de agosto del año de quinientos cuarenta y ocho, partí
por tierra con la gente que hallé en Arequipa para seguir mi viaje. Yendo por
mis jornadas, llegando al valle que se dice de Sama, me alcanzó el general
Pedro de Hinojosa, con ocho o diez gentiles hombres arcabuceros; recebíle con
el alegría que a un servidor de V. M. y amigo mío; preguntéle que a qué era su
venida; respondióme que al Presidente le habían informado que yo venía robando
la tierra y haciendo agravios a los naturales, y que le había mandado se
viniese a ver comigo e visitar la costa y saber lo que pasaba. Díjele que qué
información tenía de aquello. Dijo que al revés, y que también se había
informado de los vecinos de Arequipa cuán bien me había habido con todos, e que
deseaba que yo volviese a verme con el Presidente; demandéle si sabía que había
nescesidad e me lo enviaba a mandar, que luego daría la vuelta; pero que si no,
para qué había de ir a tomar trabajo en volver tan largo y trabajoso camino,
que había hasta los Reyes ciento e cuarenta leguas de arenales, y que lo que
más temía era el daño que con mi absencia podían hacer los soldados
esperándome, y ya yo estaba a lo postrero de lo poblado del Perú, y que podría
ser no holgarse el Presidente cuando supiese tanto inconviniente como se podía
recrecer con mi vuelta. Y con esto nos partimos de allí para otro valle que se
dice de Tacana. Y también le dije que, a no volver, podía venir a poblar una
cibdad la Navidad adelante, y si volvía, no podía hasta de allí a año e medio,
e que viese el deservicio que a V. M. se hacía, e a mí tan manifiesto daño;
diciendo el General que desde allí se iría él a su casa a los Charcas, e yo
seguiría mi camino. Llegado a Atacama, dende a dos o tres días, una mañana
poniendo los gentiles hombres que con él iban con sendos arcabuces cargados en
el patio de la posada donde estaba, entró en mi cámara e me presentó una
provisión de la Real Abdiencia, por la cual me mandaba volviese a la cibdad de
los Reyes a dar cuenta a V. M. de las culpas que me habían puesto y en ella se
rezaban. Y no sé a qué efecto me negó lo de la provisión el general Hinojosa,
porque ya yo le había de buena voluntad dicho que volvería si me lo mandaban.
Comenzáronse a alterar mis capitanes, que estaban allí con hasta cuarenta de caballo
y otros tantos arcabuceros; luego mandé que nadie no se menease, porque yo era
obligado a obedescer y cumplir aquella provisión como criado de V. M., y dije
al General que partiésemos luego. Y así, mandé ensillar, e di la vuelta con
sólos cuatro gentiles hombres, y en término de cuatro horas proveí de quien
quedase a guardar mi casa en aquel valle, hasta que yo diese la vuelta, e de un
capitán que llevase toda aquella gente a Atacama, porque en tanto que allí
llegaban, yo sería, con ayuda de Dios, de vuelta con ellos, y nos partimos.
Llegamos en siete días a Arequipa; allí supe cómo mi galera estaba en el puerto
de aquella ciudad; fuímonos a embarcar por ir más, presto en ella que por
tierra, y el galeón había pasado adelante la vuelta de Arica, e la otra nao que
compré había arribado a la ciudad de los Reyes en diez días. Llegando en la
galera a surgir en el puerto della, sabiendo el Presidente nuestra llegada,
vino a nos encontrar a la mar; díjele que no me pesaba sino por el trabajo que
se tomó en hacer la provisión, pues con escrebírmelo por una simple carta,
diera la vuelta a la hora. Tóvomelo de parte de V. M. en muy gran servicio,
diciendo que bien sabía y estaba satisfecho que era todo falsedad lo que le
habían dicho de mí, y envidias; pero que se holgaba, porque con tanta paciencia
y humilldad había obedescido y dado muy gran ejemplo para que los demás
supiesen obedescer, que era más que nescesario en aquella coyuntura e tierra.
Yo dije que en todo tiempo haría otro tanto, aunque estoviese en cabo del mundo
e vernía pecho por tierra al mandado de S. M. y de los señores de su Real
Consejo de Indias, porque tenía el obedescer por la prencipal pieza de mi
arnés, e no tenía más voluntad que la que mi rey e señor natural toviese y
seguir en todo tiempo tras ella, sin demandar otra cosa. Estove con el
Presidente un mes descansando, e luego me licenció, y tomé por tierra con sólo
diez gentiles hombres a hacer mi jornada. Llegué a Arequipa víspera de Pascua
de Navidad; diome una enfermedad del cansancio e trabajos pasados, que me puso
en el extremo de la vida: quiso nuestro Dios de me dar la salud en término de
ocho días, y pasadas fiestas, no bien convalescido, me partí para el valle de
Tacana, de donde había salido, e pasé ocho leguas adelante al puerto de Arica.
Hallé allí al capitán Alderete, con el galeón, que me estaba esperando; e
porque me rogó el Presidente que me detoviese allí lo menos que pudiese, porque
la gente que andaba vagabunda por la tierra, debajo de la color que venía a ir
comigo, no hiciesen daño por aquellas provincias e porque la plata que, se
había de llevar V. M. estaba en los Charcas y no podía conducirla a los Reyes
hasta que yo saliese con toda la gente que por allí estaba; como llegué a Arica
a los dieciocho de enero del año de 1549, a los veintiuno estaba hecho a la
vela para dar la vuelta a esta gobernación. Y así me metí en el galeón dicho
San Cristóbal, que hacía agua por tres o cuatro partes, con doscientos hombres,
y sin otro refrigerio sino maíz y hasta cincuenta ovejas en sal y sin una
botija de vino ni otro refresco, y en una navegación muy trabajosa; porque como
no alcanzan allí los nortes y hay sures muy recios, hase de navegar a fuerza de
brazos y a la bolina, ganando cada día tres o cuatro leguas, y otros perdiendo
doblado, y a las veces más; y eran doscientas e cincuenta las que teníamos por
delante, que tanto cuanto es apacible la navegación de acá al Perú, es de
trabajosa a la vuelta.
Cuando partí de los Reyes por tierra,
dejé allí la galera a un capitán para que me la trujese cargada de gente y
partiese lo más presto que ser pudiese, porque tenía nescesidad de calafatearla
y darle carena, y yo no podía ni convenía esperar a lo hacer.
Cuando la primera vez emprendí mi vuelta,
el Presidente no había acabado de repartir la tierra, y creyendo cada uno que
a, él había de caer la suerte, no querían venir a buscar de comer, aunque, para
obra de doscientos repartimientos que estaban vacos, había mill e quinientos
hombres que los pretendiesen; y con esto no traía sino poca gente. Y cuando di
la vuelta, estaban los más gentiles hombres gastados de esperar la retribución
que no re les podía dar, y no me pudieron seguir sino muy pocos, y esos a pie,
por la mar, y yo no estaba tan rico que les pudiese favorescer, ni en parte que
lo pudiese buscar prestado. Y así ellos quedaron a esperar mejor coyuntura e yo
salí con la más deligencia que pude, con certificar a V. M. estaba la tierra
tan vedriosa cuando volví y la gente tan endiablada por los muchos descontentos
que había por no haber paño en ella para vestir a más de a los que el
Presidente vistió, que intentaba mucha gente de lustre, aunque no en bondad, de
matar al Presidente y Mariscal e a los capitanes e obispos que le seguían, y
muertos, salir a mí y llevarme por su capitán, por robar la plata de V. M. que
estaba en los Charcas y alzarse con la tierra como en lo pasado, y si no lo
quisiese hacer de grado, compelerme por fuerza a ello o matarme. Y esto me
decían por conjecturas, poniéndome delante los agravios que se me habían hecho
y hacían, no siendo justo lo sufriese quien había servido lo que yo y otros
mill descontentos, respondiendo yo que volver al mando de V. M. no era agravio,
sino merced que se me hacía. Y como los entendía y veía a do se les inclinaban
los ánimos, proveía a ello con dar a entender el contrario, creyendo habían de
ser torcedores para me engañar por sus intereses, queriendo sacar de mí lo que
en esto sentía; respondía a los que me movían estas pláticas en generalidad,
diciéndome decirse así entre toda la gente de la tierra que yo era servidor e
amigo de todos, y quitada la abtoridad de V. M., no más de un pobre soldado y
sólo como el espárrago; y que si algo valía, era por la lealtad mía en su
cesáreo servicio, y que no era para pensar que de vasallos tan leales se
pudiese presumir tal, mayormente estándolos coronando con mercedes por la
victoria tan grande que había alcanzado pocos días antes del rebelado Pizarro,
diciéndoles que si por haber sido instrumento, mediante la voluntad de Dios,
para destruir tal abominación y poner la tierra en paz e sosiego bajo la
obediencia de V. M., pensaban que valía algo, que supiesen que vivían
engañados, porque ni ellos me habían menester, ni yo lo seguiría. Y cuando por
nuestros pecados Dios no hobiese alzado su ira de aquella tierra, antes
consentiría que me desmembraran miembro a miembro, que por fuerza ni por grado,
por interés ninguno cometer tan abominable traición, pues el prencipal que me
cabsaba la honra y el provecho, era servir a V. M. con la voluntad y obras,
manifestándolo como lo manifestaba por palabras. Y en esto corrí riesgo, y
pudiéralo correr mayor si no me aprovechara de la afabilidad con todos, porque
en aquella coyuntura no convenía, segúnd los ánimos de los hombres estaban
alterados, amenazarlos ni castigar, sino aplacar, como yo lo hice, con salirme
presto de la tierra. Diome Dios tan buen viaje, por quien Él es, que con
embarcarme con la nescesidad dicha y el navío tan mal acondicionado, en dos
meses y medio llegué al puerto de Valparaíso. Muy grande fue el alegría que se
rescibió en la cibdad de Santiago con la nueva de mi venida.
Dende a diez o doce días que llegué al
puerto, llegó la galera que había dejado en los Reyes; estove allí mes e medio
esperando a Francisco de Villagra, mi teniente, que andaba en el valle de
Coquimbo castigando los naturales; porque en tanto que yo estove absente desta
tierra, los indios de Copoyapo e de todos aquellos valles se habían juntado, e
muerto más de cuarenta hombres y otros tantos caballos y a todos los vecinos de
la ciudad de La Serena, quemándola y destruyéndola, estando ya en la tierra el
capitán que envié delante desde el Cuzco, con los ochenta hombres. E como supo
de mi llegada, vino luego e me dio cuenta de lo que había hecho en la sustentación
de la tierra en servicio de V. M., en mi absencia, e los trabajos que había
pasado por ello, que bien cierto soy no podrían dejar de haber sido hartos.
Luego me partí para la ciudad de
Santiago; llegué a ella día de Corpus Cristi; salióme a rescibir el Cabildo,
Justicia e Regimiento y todo el pueblo con mucho placer y alegría; presentéles
las provisiones de V. M. por donde me hacía su gobernador y capitán general en
estas provincias, e juntos en su cabildo, las obedescieron e cumplieron, y a mí
por virtud dellas por su gobernador e capitán general en su cesáreo nombre;
pregonáronse en la plaza de la ciudad con la ceremonia e regocijo que convino y
ellos pudieron.
Luego despaché un capitán a que tornase a
poblar la ciudad de La Serena, e hice vecinos e fundé cabildo, justicia e
regimiento, e hice castigar aquellos valles por las muertes de los cristianos y
quema de la ciudad, e así están muy pacíficos sirviendo: poblóse a los 26 de
agosto de 1549.
Hecho esto, despaché a los 9 de jullio al
dicho teniente Francisco de Villagra en una fragata, con treinta e seis mill
castellanos que pude hallar entre amigos, a que me trajese algún socorro de
gente y caballos, porque ya ternían más gana de salir las personas que en el
Perú no toviesen qué hacer, como hobiese capitán que los sacase; y para que
diese cuenta al Presidente de cómo había hallado esta tierra en servicio de V.
M., aunque con la pérdida de aquellos cristianos y cibdad, y cómo quedaba
rescibido y con tanto placer los vasallos de V. M. con mi tornada. Con él
escrebí a V. M., enviando mi carta al Presidente para que la encaminase con las
suyas; era la dacta de 9 de jullio de 1549 años.
También llegaron, de ahí a un mes que fui
rescibido en la ciudad de Santiago por gobernador, la gente que había enviado
por tierra con mis tres capitanes, aunque no fue mucha, e me habían perdido en
el viaje más de cient caballos.
Habiendo descansado la gente en Santiago
mes e medio, determiné de tomar la reseña por saber la que había para la guerra,
porque se adereszasen para entrar en la tierra por el mes de diciembre. Día de
Nuestra Señora de Septiembre, bendita ella sea, salí a esto, y andando
escaramuzando con la gente de caballo por el campo, cayó el caballo conmigo, e
di tal golpe en el pie derecho, que me hice pedazos todos los huesos de los
dedos dél, desechando la choquezuela del dedo pulgar y sacándomela toda a
pedazos en el discurso de la cura. Estove tres meses en la cama porque la tove
muy trabajosa, e se me recrecieron grandes acidentes, y tanto, que todos me
tovieron muchas veces por muerto; si sentían o no los vasallos de V. M. y
cabildo la falta que hiciera en su cesáreo servicio y en el beneficio de todos,
ellos se lo saben y darán testimonio, si les paresciere convenir a lo dicho.
Principio de diciembre me comencé a
levantar de la cama para sólo asentarme en una silla, que en pie no me podía
tener. En esto llegaron las fiestas de Navidad; viendo que si no partía a la
población desta ciudad de la Concebción y conquista desta tierra, por entonces
que las comidas estaban en el campo y se comenzaban a coger, había de dilatar
la población para otro año, porque no convenía entrar en invierno, que comienza
en esta tierra por abril; y por tener fechas casas para nos meter en aquellos dos
o tres meses que podíamos tener de tiempo, aun no convalescido, contra la
voluntad de todo el pueblo, porque vieron no poderme sostener por ninguna vía
sobre el pie ni sobir a caballo, me hice llevar en una silla a indios, e así
partí de Santiago con doscientos hombres de pie e caballo. Tardé, hasta pasar
de los límites que están repartidos a Santiago, veinte días, en los cuales ya
yo venía algo recio y podía andar a caballo. Pongo en orden mi gente, caminando
todos juntos, dejando bien proveída siempre la rezaga, y nuestro servicio y
bagaje en medio, y una veces yendo yo, y otras mi teniente, y otras el maestre
de campo y otros capitanes, cada día con treinta o cuarenta de caballo delante,
descubriendo e corriendo la tierra e viendo la dispusición della y donde
habíamos de dormir, dando guazábaras a los indios que nos salían al camino, e
siempre hallábamos quien nos defendía la pasada.
Sacra Magestad, procederé en mi relación
y conquista, advirtiendo primero, aunque en ello no me alargo, cómo llevaba
delante la instrución que se me dio en su cesáreo nombre y el requerimiento que
manda V. M. se haga a los naturales, primero que se les comience la guerra y de
todo estaban avisados los señores desta tierra, e yo cada día obraba en este
caso lo que en cumplimiento destos mandamientos soy obligado e convenía.
Pasado el río de Itata, que es cuarenta
leguas de la ciudad de Santiago, y donde se acaban los límites y jurisdición
della, caminé hasta treinta leguas, apartado catorce o quince de la costa, y
pasé un río de dos tiros de arcabuz en ancho, que iba muy lento e sesgo y daba
a los estribos a los caballos, que se llama Nibequeten, que entra en el de
Biubíu cinco leguas antes de la mar; a la pasada dél, mi maestre de campo
desbarató hasta dos mill indios yendo aquel día delante, y tomó dos o tres
caciques.
Pasado este río llegué al de Biubíu, a
los veinticuatro de enero deste presente año de quinientos cincuenta. Estando
adereszando balsas para le pasar, que porque era muy cenagoso, ancho e fondo,
no se podía ir a caballo, llegó gran cantidad de indios a me lo defender, y aun
pasaron desta otra parte, fiándose en la multitud a me ofender. Fue Dios
servido que los desbaraté a la ribera dél, y matáronse diez o doce, y échanse
al río y dan a huir.
Por no aventurar algún caballo, fuime río
arriba a buscar mejor paso: dende a dos leguas parece gran multitud de indios
por donde íbamos; da el capitán Alderete en ellos con veinte de caballo, y
échanse al río y él con los de caballo tras ellos. Como vi esto, envié otros
treinta de caballo a que le hiciesen espaldas, porque habían parescido más de
veinte mill indios de la otra banda; pasaron e ahogóse un muy buen soldado,
porque llevaba un caballo atraidorado; mataron gran cantidad de indios, e dieron
la vuelta a la tarde con más de mill cabezas de ovejas, con que se regocijó
toda la gente, que, en fin, el soldado, como no muera de hambre, loor es morir
peleando. Caminé otras dos o tres leguas el río arriba y asenté allí; tercera
vez vinieron más cantidad de indios a me defender el paso; ya por allí, aunque
daba encima los bastos a los caballos, era pedregal menudo; pasé a ellos con
cincuenta de caballo e diles una muy buena mano; quedaron tendidos hartos por
aquellos llenos e fuimos matando una legua y más, y recogíme a la tarde.
Otro día torné a pasar el río con
cincuenta de caballo, dejando el campo desta otra banda, y corrí dos días hacia
la mar, que era encima del paraje de Arauco, donde topé tanta población, que
era grima; y di luego la vuelta, porque no me atreví a estar más fuera de mi
campo, porque no rescibiese daño con mi absencia.
Ocho días holgué allí, corriendo siempre
a un cabo y a otro, tomando ganado para nos sustentar en donde hobiésemos de
asentar, e así hice levantar el campo. Torné a pasar el río de Nibequeten, e
fui hacia la costa por el de Biubíu abajo; asenté media legua dél, en un valle,
cabe unas lagunas de agua dulce, para de allí buscar la mejor comarca. Estove
allí dos días mirando sitios, no descuidándome en la guarda, que la mitad
velábamos la media noche, y la otra la otra media. La segunda noche, en
rendiendo la primera vela, vinieron sobre nosotros gran cantidad de indios, que
pasaban de veinte mill; acometiéronnos por la una parte, porque la laguna nos
defendía de la otra, tres escuadrones bien grandes con tan gran ímpetu y
alarido, que parescían hundir la tierra, y comenzaron a pelear de tal manera,
que prometo mi fe, que ha treinta años que sirvo a V. M. y he peleado contra
muchas naciones, y nunca tal tesón de gente he visto jamás en el pelear, como
estos indios tuvieron contra nosotros, que en espacio de tres horas no podía
entrar con ciento de caballo al un escuadrón, y ya que entrábamos algunas
veces, era tanta la gente de armas enastadas e mazas, que no podían los
cristianos hacer a sus caballos arrostrar a los indios. Y desta manera peleamos
el tiempo que tengo dicho, e viendo que los caballos no se podían meter entre
los indios, arremetían la gente de pie a ellos. Y como fui dentro en su
escuadrón y los comenzamos a herir, sintiendo entre sí las espadas, que no
andaban perezosas, e la mala obra que les hacían, se desbarataron. Hiriéronme
sesenta caballos y otros tantos cristianos, de flechazos e botes de lanza,
aunque los unos e otros no podían estar mejor armados, y no murió sino sólo un
caballo a cabo de ocho días, y un soldado que disparando otro a tino un
arcabuz, le mató; y en lo que quedó de la noche y otro día no se entendió sino
en curar hombres y caballos. E yo fui a mirar donde había los años pasados
determinado de poblar, que es legua e media más atrás del río grande que digo
de Biubíu, en un puerto e bahía el mejor que hay en Indias, y un río grande por
un cabo que entra en la mar, de la mejor pesquería del mundo, de mucha sardina,
céfalos, tuninas, merluzas, lampreas, lenguados y otros mill géneros de
pescados, y por la otra otro riachuelo pequeño, que corre todo el año, de muy
delgada e clara agua
Pasé aquí el campo a veinte e tres de
hebrero, por socorrerme de la galera y un galeoncete que me traía el capitán
Juan Bautista de Pastene, mi teniente general de la mar, que venía corriendo la
costa, y le mandé me buscase por el paraje deste río. Otro día por la mañana
comencé a entender en hacer una cerca, de donde pudiésemos salir a pelear cuando
nosotros quisiésemos y no cuando los indios nos solicitasen, de muy gruesos
árboles, hincados e tejidos como seto, y una cava bien ancha y honda a la
redonda; e por dar algún descanso a los conquistadores en lo de las velas,
porque hasta allí había sido en extremo trabajoso el velar, por ser siempre
armados y cada noche, por no tener que guardar servicio, enfermos ni heridos;
el cual hecimos a fuerza de brazos, dentro de ocho días, tan bueno e fuerte,
que se puede defender a la más escogida nación e guerrera del mundo. Acabado de
hacer, nos metimos todos dentro y repartí los alojamientos y estancias a cada
uno, que tomamos sitio conveniente para ello a los tres días de marzo del dicho
año de quinientos cincuenta.
Nueve días adelante, que fueron doce del
dicho mes, habiendo tenido nueva tres días antes cómo toda la tierra estaba
junta e venían sobre nosotros infinitísima cantidad de indios, que por no los
haber podido ir a buscar por fortificarnos, estábamos de cada día esperando
aquellos toros; y en esto, a hora de vísperas, se nos representaron a vista de
nuestro fuerte por unas lomas más de cuarenta mill indios, quedando atrás, que
no se pudieron mostrar, más de otros tantos. Venían en extremo muy
desvergonzados, en cuatro escuadrones, de la gente más lúcida e bien dispuesta
de indios que se ha visto en estas partes, e más bien armada de pescuezos de
carneros y ovejas y cueros de lobos marinos, crudíos, de infinitas colores, que
era en extremo cosa muy vistosa, y grandes penachos, todos con celadas de
aquellos cueros, a manera de bonetes grandes de clérigos, que no hay hacha de
armas, por acerada que sea, que haga daño al que las trajere, con mucha
flechería y lanzas a veinte e a veinte e cinco palmos, y mazas y garrotes; no
pelean con piedras.
Viendo que los indios venían a darnos por
cuatro partes, y que los escuadrones no se podían socorrer unos a otros, porque
pensaban sitiarnos y ponernos campo sobre el frente, mandé salir por una puerta
al capitán Jerónimo de Alderete con cincuenta de caballo, que rompiese por un
escuadrón que venía a dar en la misma puerta y estaba della un tiro de arcabuz.
Y no fueron llegados los de caballo, cuando los indios dieron lado e vuelven
las espaldas, y los otros tres escuadrones, viendo rotos éstos, hacen lo mismo,
secutándose hasta la noche. Matáronse hasta mill e quinientos o dos mill indios
y alanceáronse otros muchos y prendiéronse algunos, de los cuales mandé cortar
hasta doscientos las manos y narices, en rebeldía de que muchas veces les había
enviado mensajeros y hécholes los requerimientos que V. M. manda. Después de
hecha justicia, estando todos juntos, les torné a hablar, porque había entre
ellos algunos caciques e indios prencipales, y les dije e declaré cómo aquello
se hacía porque los había enviado muchas veces a llamar y requerir con la paz,
diciéndoles a lo que V. M. me enviaba a esta tierra, y habían rescibido el
mensaje y no cumplido lo que les mandaba, e lo que más me paresció convenir en
cumplimiento de los mandamientos de V. M. e satisfación de su real conciencia;
y así los envié.
Luego hice recoger la comida que había en
la comarca e meterla en nuestro fuerte, e comencé a correr la tierra y a
conquistarla; y tan buena maña me he dado, con el ayuda de Dios e de Nuestra
Señora e del Apóstol Santiago, que se han mostrado favorables y a vista de los
indios naturales en esta jornada, como se dirá adelante, que en cuatro meses
traje de paz toda la tierra que ha de servir a la ciudad que aquí he poblado.
Certifico a V. M. que después que las
Indias se comenzaron a descobrir, hasta hoy, no se ha descubierto tal tierra a
V. M.: es más poblada que la Nueva España, muy sana, fertilísima e apacible, de
muy lindo temple, riquísima de minas de oro, que en ninguna parte se ha dado
cata que no se saque, abundante de gente, ganado e mantenimiento, gran noticia,
muy cerca, de cantidad de oro sobre la tierra, y en ella no hay otra falta sino
es de españoles y caballos. Es muy llana, y lo que no lo es, unas costezuelas
apacibles; de mucha madera y muy linda. Es tan poblada, que no hay animal
salvaje entre la gente, de raposo, lobo y otras sabandijas de esta calidad, y
si las hay, les conviene ser domésticas, porque no tienen dónde criar sus hijos
si no es entre las casas de los indios y sus sementeras. Tengo esperanza en
Nuestro Señor de dar en nombre de V. M. de comer en ella a más conquistadores
que se dio en Nueva España e Perú; digo que haré más repartimientos que hay en
ambas partes e que cada uno tenga muy largo e conforme a sus servicios y
calidad de persona. Y paresce nuestro Dios quererse servir de su perpetuación
para que sea su culto divino en ella honrado y salga el diablo de donde ha sido
venerado tanto tiempo; pues segúnd dicen los indios naturales, que el día que
vinieron sobre este nuestro fuerte, al tiempo que los de a caballo arremetieron
con ellos cayó en medio de sus escuadrones un hombre viejo en un caballo
blanco, e les dijo: "Huíd todos, que os matarán estos cristianos" y
que fue tanto el espanto que cobraron, que dieron a huir. Dijeron más: que tres
días antes, pasando el río de Biubíu para venir sobre nosotros, cayó una cometa
entre ellos, un sábado a medio día, y deste fuerte donde estábamos la vieron
muchos cristianos ir para allá con muy mayor resplandor que otras cometas
salir, e que, caída, salió della una señora muy hermosa, vestida también de
blanco, y que les dijo: "Serví a los cristianos, y no vais contra ellos,
porque son muy valientes y os matarán a todos." E como se fue de entre
ellos, vino el diablo, su patrón, y los acabdilló, diciéndoles que se juntasen
muy gran multitud de gente, y que él vernía con ellos,
porque en
viendo nosotros tantos juntos, nos caeríamos muertos de miedo; e así siguieron
su jornada. Llámannos a nosotros ingas, y a nuestros caballos hueque ingas, que
quiere decir ovejas de ingas.
Ocho días después que desbaratamos los
indios en este fuerte, llegó el capitán y piloto Juan Bautista con el armada,
con que nos regocijamos mucho e los indios andovieron muy mustios. Luego la
envié a Arauco a que cargase de maíz, y al capitán Jerónimo de Alderete, con
sesenta de caballo, por tierra, a que le hiciese espaldas. Fueron, y trujeron
buen recabdo, y cargaron en una isla, diez leguas de aquí, y salieron de paz
los de la isla, y vieron la cosa más próspera que hay en Indias, y asientos
milagrosos para fundar una ciudad mayor que Sevilla: trajéronme indios de
Aratico, e dijeron que querían venir a servir.
Dende a cuatro meses, torné, a enviar al
mesmo capitán y piloto con el armada, a que envíe mensajeros de los indios que
tomase en la isla donde saltó la primera vez que dejo de paz, a los caciques de
la comarca en tierra firme donde saltase y de las islas que topase, diciéndoles
que viniesen de paz a donde yo estoy, y si no enviar a que los maten e a que trujesen
más comida, que toda era menester pasó a otra isla que estaba veinte leguas
adelante, donde cargó de comida; era grande y de población; ha un mes que
volvió. Torné a enviar tercera vez el armado, diez días por más comida e a que
corran la tierra por aquella costa, porque vengan, porque me envían a decir los
indios que no quieren venir, pues no imos allá.
Viendo yo cómo los caciques desta comarca
han ya venido de paz y sirven con sus indios, poblé en este asiento y fuerte
una ciudad, y nombréla de la Concebción del Nuevo Extremo. Formé cabildo,
justicia e regimiento, y puse árbol de justicia a los cinco días del mes de
otubre de quinientos e cincuenta y señalé vecinos, y repartí los caciques entre
ellos, y así viven contentos, bendito Dios.
Heme aventurado a gastar e adebdarme tan largo, e ahora comienzo
de nuevo, porque tengo gran tierra de buena entre las manos. Y tenga V. M.
entendido que lo que fue de próspera la del Perú al prencipio a los descobridores
y conquistadores della, ha sido y es trabajosa ésta hasta ahora e hasta tanto
que se asiente; porque después, yo fiador, que sea a los de acá de harto más
descanso que la dicha. E lo que prencipalmente yo deseo es poblar cosa tan
buena por el servicio que se hace a Dios en la conversión desta gente y a V M.
en el acrescentamiento de su Real Corona, que éste es el interese prencipal
mío, y no en buscar, agonizando por ello, para comprar mayorazgos; porque deste
metal con su ayuda, asentada y pacífica la tierra, habrá en abundancia, y todo lo
demás que la en demasía fértil, puede producir para el descanso del vivir.
Yo certifico a V. M. que, a no haber
subcedido las cosas en el Perú después que Vaca de Castro vino a él de tan mala
disistión, que segúnd la diligencia y maña que me he dado en hacer la guerra a
los indios y enviar por socorros, con el oro que he gastado me persuado hobiera
descubierto, conquistado e poblado hasta el Estrecho de Magallanes y Mar del
Norte; aunque las doscientas leguas o poco más es de tanta gente, que hay más
que yerbas, y toviera dos mill hombres más en la tierra para lo poder haber
efectuado, dejando los demás para la guarda dellas. El fruto que de los
trabajos que aquí significo que he pasado, servicios e gastos que he hecho ha
surtido, es la pacificación e sosiego de las provincias del Perú y el haber
poblado en éstas de la Nueva Extremadura las ciudades de Santiago, La Serena y
esta de la Concebción, y tener quinientos hombres en esta gobernación, para
pasar con los trescientos y con las yeguas e caballos mejores que hobiere, a
poblar otra ciudad, de aquí a cuatro meses, con el ayuda de Nuestro Dios y en
la ventura de V. M., treinta leguas de aquí en la grosedad de la tierra y
asiento visto bueno de Arauco.
Prometo mi fe y palabra a V. M. que desde
los trece de diciembre del año de quinientos e cuarenta e siete, que partí del
puerto de Valparaíso, hasta que volví a él por el mayo de quinientos e cuarenta
e nueve que fueron diez e siete meses, gasté en oro e plata en servicio de V.
M. ciento e ochenta e seis mill y quinientos castellanos, sin pesadumbre
ninguna; y gastara un millón dellos, siendo menester para tal efecto, si los
toviera o hallara prestados, con consentir echarme un hierro por la paga
dellos. Y esta manera de servir a V. M. me mostraron mis padres y deprendí yo
de los generales de V. M., a quien he seguido en la profesión que he hecho de
la guerra.
Asimismo doy fe a V. M. que he gastado en
beneficio desta tierra, después que emprendí la jornada hasta el día de hoy,
por su sustentación y perpetuación, dejando fuera desto, como dejo, el gasto
que se ha fecho con mi persona, casa e criados, doscientos e noventa e siete
mill castellanos, en caballos e armas y ropa y herraje que he repartido a
conquistadores para que se ayudasen a pasar la vida e servir, sin tener acción
a demandar a ninguno un tan solo peso de oro, ni más, ni escritura dello; que
cuando me den algúnd vado las ocupaciones tan grandes que al presente tengo por
conquistar e poblar, ques de más importancia, enviaré probanza por donde conste
claramente ser verdad esto.
Sacra Magestad: en las provisiones que me
dio y merced que me hizo por virtud de su real poder que para ello trajo el
Licenciado de la Gasca, me señaló de límites de gobernación hasta cuarenta e un
grados de norte sur, costa adelante, y cient leguas de ancho ueste leste; y
porque de allí al Estrecho de Magallanes es la tierra que puede haber poblado
poca, y a la persona a quien se diese, antes estorbaría que serviría, e yo la
voy toda poblando y repartiendo a los vasallos de V. M. y conquistadores de
aquélla, muy humillmente suplico sea servido de mandarme confirmar lo dado y de
nuevo hacerme merced de me alargar los límites della, y que sean hasta el
Estrecho dicho, la costa en la mano, y la tierra adentro hasta la Mar del
Norte. Y la razón porque lo pido es porque tenemos noticia que la costa del Río
de la Plata, desde cuarenta grados hasta la boca del Estrecho, es despoblada y
temo va ensagostando mucho la tierra, porque cuando envié al piloto Juan Bautista
de Pastene, mi teniente general en la mar, al descubrimiento de la costa hacia
el Estrecho, rigiéndose por las cartas de marear que de España tenía
imprimidas, hallándose en cuarenta e un grados estovo a punto de perderse; por
do se ve que las cartas que se hacen en España están erradas en cuanto al
Estrecho de Magallanes, andando en su demanda, en gran cantidad, y porque no se
ha sabido la médula cierta, no envío relación dello hasta que la haga correr
toda, porque se corrija en esto el error de las dichas cartas para que los
navíos que a estas partes vinieren endereszados no vengan en peligro de
perderse. Y este error no consiste, como estoy informado, en los grados de
norte sur, ques la demanda del dicho Estrecho, sino de leste y ueste. Y no pido
esta merced al fin que otras personas de abarcar mucha tierra, pues para la mía
siete pies le bastan, e la que a mis subcesores hobiere de quedar para que en
ellos dure mi memoria será la parte que V. M. se servirá de me hacer merced por
mis pequeños servicios, que por pequeña que sea, la estimaré en lo que debo;
que sólo por el efeto que la pido es para más servir y trabajar, y como la vea
o tenga cierta relación, la enviaré particular e darla he a V. M., para que, si
fuere servido partirla y darla en dos o más gobernaciones, se haga.
Asimismo suplico a V. M. sea servido de
me mandar confirmar la dicha gobernación, como la tengo, por mi vida, y hacerme
merced de nuevo della por vida de dos herederos, subcesive, o de las personas
que yo señalare, para que después de mis días la hayan e tengan como yo.
Asimismo suplico a V. M. sea servido de
me mandar confirmar y hacer de nuevo merced del oficio de alguacil mayor de la
dicha gobernación, perpetuo para mí y mis herederos.
Asimismo suplico a V. M. sea servido de
me hacer merced de las escribanías públicas y del cabildo de las ciudades,
villas e lugares que yo poblare en esta gobernación y si V. M. tiene hecha
alguna merced dellas, a aquélla suplico la mía siga, expirando la primera.
Asimismo, si mis servicios fueren acebtos
a V. M. en todo o en parte, pues la voluntad con que yo he hecho los de hasta
aquí y deseo hacer en lo porvenir es del más humillde y leal criado, súbdito e
vasallo de su cesárea persona que se puede hallar, a aquella muy humillmente
suplico, en remuneración dellos, sea servido de me hacer merced de la ochava
parte de la tierra que tengo conquistada, poblada y descubierta, descobriere,
conquistare e poblare, andando el tiempo, perpetua, para mí e para mis
decendientes, y que la pueda tomar en la parte que me paresciere, con el título
que V. M. fuere servido de me hacer merced con ella.
Asimismo suplico a V. M. por la
confirmación de la merced de que pueda nombrar tres regidores perpetuos en cada
uno de los pueblos que poblare en nombre de V. M. en esta gobernación, y de
nuevo me haga merced de que los tales regidores por mí nombrados no tengan
nescesidad de ir por la confirmación al Consejo Real de Indias, a cabsa del
gasto que se les podría recrecer en el enviar y daño que podían rescibir en el
ir, por el largo e trabajoso viaje.
Asimismo suplico a V. M., atento los
grandes gastos que en lo porvenir se me han de recrecer, porque no tengo hasta
el día de hoy diez mill pesos de provecho, y son más de cient mill, por lo menos,
los que gastaré en cada un año, para me prevenir en algo para ellos, sea
servido de me hacer merced y dar licencia para que pueda meter en esta
gobernación hasta el número de dos mill negros, de España o de las islas de
Cabo Verde, o de otras partes, libres de todos derechos reales, y que nadie
pueda meter de dos esclavos arriba en esta dicha gobernación sin mi licencia,
hasta tanto que tenga cumplida la suma dicha.
Asimismo suplico a V. M. que, atentos los
gastos tan excesivos que he hecho después que emprendí esta jornada, por el
descubrimiento, conquista, población, sustentación y perpetuación destas
provincias, e los que se me recrecieron cuando fui a servir contra la rebelión
de Gonzalo Pizarro, como paresce por los capítulos desta mi carta, sea servido
de me mandar hacer merced y suelta de las escripturas mías que están en las
Cajas Reales de la ciudad de los Reyes y de la de Santiago, que son de la
cantidad siguiente: una de cincuenta mill pesos que yo tomé en oro de la Caja
de V. M. de la ciudad de Santiago, cuando fui a servir al Perú como es dicho, y
otra escritura que hice a los Oficiales de la ciudad de los Reyes, del galeón y
galera que me vendieron de V. M., y comida que me dieron en el puerto de Arica
para proveer la gente que traje a estas partes, de cantidad de treinta mill
pesos; y más treinta e ocho mill pesos que debo por otras escrituras a un
Calderón de la Barca, criado que fue de Vaca de Castro, los cuales debo de
resta de sesenta mill pesos que tomé de la hacienda que se trajo acá del dicho
Vaca de Castro, en el navío del piloto e capitán Juan Bautista de Pastene, para
remedio de la gente que en esta tierra estaba sirviendo a V. M., como está
dicho, que por haber sido de Vaca de Castro, es ya de V. M., que montan estas
tres partidas dichas ciento diez y ocho mill pesos de oro: desto suplico a V.
M., como tengo suplicado, me haga merced y suelta.
Asimismo suplico a V. M. sea servido se
me haga otra nueva merced de mandar sea socorrido con otros cien mill pesos de
la Caja de V. M. para ayudarme en parte a los grandes gastos que de cada día se
me ofrescen, porque mi teniente Francisco de Villagra aún no es vuelto con el
socorro por que le envié, e ya despacho otro capitán, que parte con los
mensajeros que llevan esta carta, con más cantidad de dinero al Perú a que me
haga más gente; y como el teniente llegue, irá otro, y así ha de ser hasta en
tanto que se efectúe mi buen deseo en el servicio de V. M.
Asimismo suplico a V. M. que por cuanto
esta tierra es poderosa de gente y bellicosa y la población della es a la
costa, que para la guardia de sus reales vasallos sea servido de me dar
licencia que pueda fundar tres o cuatro fortalezas en las partes que a mí me
pareciese convenir desde aquí al Estrecho de Magallanes e que pueda señalar a
cada una dellas para las edificar e sustentar el número de naturales que me
paresciere, e darles tierras convenientes como a los conquistadores para su
sustentación, las cuales dichas fortalezas V. M. sea servido de me las dar en
tenencia para mí e mis herederos, con salario en cada un año, cada fortaleza,
de un cuento de maravedís.
Asimismo suplico a V. M. sea servido,
atento que la tierra es tan costosa y lejos de nuestras Españas, de me hacer
merced y señalar diez mill pesos de salario y ayuda de costa en cada un año.
Sacra Majestad, yo envío por mensajeros
con estos despachos y carta, al reverendo padre, bachiller en teología, Rodrigo
González, clérigo y presbítero, y a Alonso de Aguilera, a dar cuenta a V. M. y
señores de su Real Consejo de Indias de mis pequeños servicios hechos en estas
partes y de la voluntad tan grande que me queda de hacerlos muy más señalados
en servicio de nuestro Dios y de V. M., dispensando Él por su infinita
misericordia de que yo sea instrumento para los de adelante, como lo he sido
para los de hasta aquí; con poder bastante para pedir mercedes de mi parte y
sacar las provisiones y cédulas de las que V. M. será servido de me hacer y
acostumbra dispensar con sus súbditos e vasallos que bien e lealmente sirven,
como yo siempre lo he hecho y haré durante la vida; y las instrucciones que se
me hobieren de enviar, para que sepa en lo que tengo de servir, por no errar en
nada, porque mi deseo es tener claridad en todo, para mejor saber acertar.
El reverendo padre Rodrigo González es
natural de la villa de Costantina y hermano de don Diego de Carmona, deán de la
Sancta Iglesia de Sevilla; vino comigo al tiempo que yo emprendí esta jornada,
habiendo salido pocos días antes de otra muy trabajosa y peligrosa, por servir
a V. M., que hizo el capitán Pedro de Candia en los Chunchos, donde murieron
muchos cristianos y gran cantidad de los naturales del Perú que llevaron de
servicio y con sus cargas, de hambre; e los que salieron, tovieron bien que
hacer en convalescer e tornar en sí por grandes días. En lo que se ha empleado
este reverendo padre en estas partes es en el servicio de nuestro Dios y honra
de sus iglesias y culto divino, y prencipalmente en el de V. M.; en esto y con
su religiosa vida y costumbres en su oficio de sacerdocio administrando los
sacramentos a los vasallos de V. M., poniendo en esto toda su eficacia,
teniéndolo por su prencipal interese y riqueza. Ciertas cabezas de yeguas que
metió en la tierra con grandes trabajos, multiplicándoselas Dios en cantidad
por sus buenas obras, que es la hacienda que más ha aprovechado y aprovecha
para el descubrimiento, conquista, población e perpetuación destas partes, las
ha dado e vendido a los conquistadores para este efeto. Y el oro que ha habido
dellas, siempre que lo he habido menester para el servicio de V M. y para me
ayudar a enviar por los socorros dichos para el beneficio destas provincias, me
lo ha dado y prestado, con tan buena voluntad como si no me diera nada; porque
su fin ha siempre sido y es en lo espiritual, como buen sacerdote, ganar ánimas
para el cielo de los naturales, e animar a los cristianos a que no pierdan las
suyas por sus codicias, sembrando siempre entre ellos, paz e amor que el Hijo
de Dios encargó a sus discípulos cuando se partió deste mundo, y en lo
temporal, como buen vasallo de V. M., ayudar a engrandecer su Corona Real
viribus et posse. La conclusión es en este caso, que después de haber hecho el
fruto dicho, por verse tan trabajado y viejo, ha determinado de se ir a morir a
España y besar primero las manos a V. M., siendo Dios servido de le dejar
llegar en salvamiento ante su cesáreo acatamiento, y darle razón de todo lo
destas partes, que como tan buen testigo de vista, la podrá dar como yo. Y por
más servir y ver cómo estaban las ovejas que él había administrado, cuando vine
a la población e conquista desta ciudad de la Concebción, habiéndole dejado por
su ancianidad en la cibdad de Santiago, se metió a la ventura en un pequeño
bajel e vino aquí a nos animar y refocilar a todos en el amor e servicio de
nuestros Dios; y hecha esta romería, dio la vuelta a la dicha cibdad a hacer en
ella su oficio. Yo le despacho desta cibdad de la Concebción, porque por mi
ocupación y su vejez no nos podemos ver a la despedida, y por las causas dichas
y fruto que hemos cogido de las buenas obras y santas doctrinas que entre
nosotros ha sembrado en todo este tiempo, todos los vasallos de V. M. lloramos
su ausencia y terníamos nescesidad en estas partes de un tal prelado. De parte
de todos los vasallos de V. M. que acá estábamos y le conoscemos, que poder me
han dado para ello, e de la mía, como el más humillde súbdito y vasallo de su
cesáreo servicio, suplicamos muy humillmente a V. M. sea servido, llegado que
sea en su Real presencia, le mande vuelva a estas partes a le servir,
mandándole nombrar a la dignidad episcopal destas provincias, haciéndole merced
de su real cédula, para que, presentada en el consistorio apostólico, nuestro
muy Sancto Padre le provea della, porque yo quedo tan satisfecho, segúnd el
celo suyo, que verná a tomar este trabajo sólo por servir a nuestro Dios,
mandándoselo V. M. o los señores de su Real Consejo de Indias, diciendo
convenir así a su cesáreo servicio y conversión destos naturales: que por el
amor particular que a éste tiene, sé yo obedescerá y cumplirá hasta la muerte,
y no de otra manera. Y si acaso estoviese proveído alguna persona del obispado
de Chili, puédele V. M. nombrar para el obispado de Arauco y ciudad que poblare
en aquella provincia. Y aunque dice San Pablo: qui episcopatum desiderat, bonum
opus desiderat, doy mi fe e palabra a V. M. que sé yo que no la ama, aunque el
oficio, que suelen usar los que le alcanzan, se ha empleado en él como buen
caballero de Jesucristo. El Padre me ha solicitado a su despacho; el Cabildo e
pueblo de aquella ciudad de Santiago me escriben que se han echado a sus pies,
rogándole de parte de Dios y de V. M. no los deje, poniéndole por delante los
trabajos del camino y su ancianidad: podrá ser que, movido por los ruegos de tantos
hijos, él como buen padre los quiera complacer y deje la ida, que yo no lo
podré saber tan presto. A V. M. suplico otra y muchas veces que, vaya o no, se
nos haga la merced de dárnosle por perlado, pues la persona que V. M. e los
señores de su Real Consejo con tanta voluntad han de mandar buscar por los
claustros e conventos de sus reinos e señoríos para tales efectos, que sea de
buena vida y costumbres, aquí la tienen hallada, e que haga más fruto con sus
letras, predicación y experiencia que tiene destas partes que todos los
religiosos que de allá podrían venir, e así lo certifico yo a V. M.
Alonso de Aguilera es natural de la villa
de Porcuna, tenido y estimado por hijodalgo, y dotado de toda virtud y bondad,
vino a esta tierra a servir a V. M., y en mi demanda, por ser de mi sangre:
llegó al tiempo que estaba en este fuerte, donde poblé esta cibdad de la
Concebción, defendiéndome de los indios naturales e haciéndoles la guerra: ha
ayudado a la conquista dellos. E aunque su voluntad era perseverar aquí
sirviendo, poniéndole delante lo que conviene al servicio de V M. que una
persona de su profesión y jaez vaya a llevar la razón de mí y relación que
puedo dar al presente desta tierra, porque sé que dándole Dios vida, no se
aislará como los mensajeros de hasta aquí, por tener el toque de su persona
hartos más subidos quilates en obras e palabras que ellos, le envío a lo dicho
e a que ponga en orden mi casa, entretanto que voy a poblar en Arauco, y
despacho de allí al capitán Jerónimo de Alderete, criado de V. M. e mi
lugarteniente de capitán general en esta conquista, con la descripción de la
tierra y relación de toda ella e probanza auténtica de testigos fidedignos de
todos los servicios por mí hechos a V. M. y gastos que he gastado y deudas que
debo por los hacer y poco provecho que hasta el día de hoy he habido de la
tierra, e lo mucho que se me ofrece de gastar hasta que se acabe de pacificar y
asentar; y llevará el duplicado que ahora envío con estos mensajeros dichos. E
para que me traiga a mi mujer y trasplantar en estas partes la casa de
Valdivia, para que V. M., como monarca tan cristianísimo, rey e señor nuestro
natural, sea servido illustrarla con mercedes, mediante los servicios por mí
hechos a su cesárea persona, y estar en la mano en convertirse tan
populantísimas provincias a nuestra santa fe católica, y el acrescentamiento de
su patrimonio e Corona Real. Y en lo demás me remito a los mensajeros, los
cuales suplica a V. M. sea servido de les mandar dar el crédito que a mi misma
persona, porque la confianza que tengo de las suyas me asegura en todo harán lo
que al servicio de V. M. conviniere y a mi contento; y despacharlos de la
manera que yo me persuado que es, que en todo, ellos e yo, rescibiremos las
mercedes que pido, porque pueda tener contento, que no será pequeño para mí en
ver carta de V. M. por donde sepa se tiene por servido de los servicios por mí
fechos en esta tierra, animándome para más servir.-Sacra, Cesárea, Católica
Majestad, Nuestro Señor por largos tiempos guarde la sacratísima persona de V.
M., con augmento de mayores reinos y señoríos. -Desta cibdad de la Concebción
del Nuevo Extremo, a 15 de octubre de 1550.-S. C. C. M.-El más humillde
súbdito, criado y vasallo de V. M., que sus sacratísimos pies y manos besa.
PEDRO DE VALDIVIA.
Al emperador
Carlos V
Concepción,
25 de septiembre de 1551
S. C. C. M.:
Habiendo poblado esta ciudad de la
Concebción del Nuevo Extremo a los cinco de otubre del año pasado de quinientos
y cincuenta, y formado cabildo y repartido indios a los conquistadores que
habían de ser vecinos en ella, despaché a V. M. desde a diez días, que fue a
los quince, a Alonso de Aguilera, y di cuenta en mis cartas de lo que hasta
entonces la podía dar y me paresció convenía supiese V. M., como por ella se
habrá visto, si Dios fue servido llevar al mensajero ante su cesáreo
acatamiento. Y en defecto de no haber llegado allí, que si muerte no, otro
inconveniente soy cierto no le estorbaría de seguir su viaje y hacer en él lo
que es obligado al servicio de V. M., envío con ésta el duplicado de lo que con
él escrebí, para que por una vía o otra V. M. sea sabidor de lo que en estas
partes yo he hecho en la honra de nuestro Dios y de su santísima fe y creencia
y en acrecentamiento del patrimonio y rentas reales de V. M.
Partido Alonso de Aguilera, me detove en
esta ciudad cuatro meses, en los cuales hice un fuerte de adobes, de mío de dos
estados en alto y vara y media de ancho, donde pudiesen quedar seguros hasta
cincuenta vecinos y conquistadores, que los veinte eran de caballo, que dejaba
para la sustentación desta dicha cibdad, en tanto que con ciento y setenta, los
ciento y veinte de caballo, pasaba yo delante a poblar otra ciudad en la parte
que me paresciese a propósito. Y hecho el fuerte, mediado hebrero deste
presente año de quinientos e cincuenta y uno, pasé el gran río Biubíu con la
gente dicha, y llegué hasta treinta leguas adelante desta ciudad de la
Concebción, hacia el Estrecho de Magallanes, a otro río poderoso, llamado en
lengua desta tierra Cabtem, que es como Guadalquivir y harto más apacible y de
un agua clara como cristal y corre por una vega fertilísima. Andando mirando la
tierra e costa, llamando de paz los naturales para darles a entender a lo que
veníamos y lo que V. M. manda se haga en su beneficio, que viniesen en
conoscimiento de nuestra santísima fe y a devoción de V M., y buscando sitio,
topé uno muy a propósito, cuatro leguas de la costa el río arriba, donde
asenté. Hice un fuerte en diez o doce días, harto mejor que el que había hecho
en esta ciudad al prencipio, aunque fue cual convenía a la sazón y era
menester, porque me convino hacerlo así, atento la gran cantidad que había de
indios, y por ésta tener nescesidad de nuestra buena guardia. Poblado allí,
puse nombre a la ciudad La Imperial; en esto y en correr la comarca y hacer la
guerra a los indios para que nos viniesen a servir y en tomar información para
repartir los caciques entre los conquistadores, me detove mes y medio.
Vínome luego, de golpe toda la tierra de
paz, y fue la prencipal cabsa, después de Dios y su bendita Madre, el castigo
que hice en los indios cuando vinieron de guerra sobre nosotros, al tiempo que
poblé esta ciudad de la Concebción, y los que se mataron en la batalla que les
di, así aquel día, como en las que les había dado antes.
Luego repartí todos los caciques que hay
del río para acá, sin dar ninguno de los de la otra parte por sus lebos, cada
uno de su nombre, que son como apellidos y por donde los indios reconoscen la
subjeción a sus superiores, entre ciento y veinte y cinco conquistadores y les
repartí los lebos e indios dellos de dos leguas a la redonda para el servicio
de casa. E dejándolos así con un capitán, hasta que, visitada bien la tierra,
se hiciese el repartimiento y se diesen las cédulas a los vecinos que allí
conviniese e pudiese darles su retribución, a cuatro de abril di la vuelta a
esta ciudad de la Concebción, por invernar en ella y reformarla, por tener ya
entera relación de los caciques que habían de servir a los vecinos y esperar
dos navíos que venían del Perú con cosas nescesarias para esta tierra, que por
estar aquí muy buen puerto, sabía habían de subir a él, y por despacharlos. Y
así dejo en esta ciudad hasta el número de cuarenta vecinos, y dádoles a todos
sus cédulas y señalados sus solares, chacarras y peonías, y lo que demás se
acostumbra darles en nombre de V. M.; y lo he hecho todo en este invierno, que
no ha sido poco. Y despachado los navíos, y con ellos esta carta para V. M. con
el duplicado que digo, y al Perú para que venga toda la gente que quisiere a
tan próspera tierra; y hecho esto, me parto de aquí a ocho días, con el ayuda
de Dios, a visitar toda la que se ha de repartir a los vecinos que se han de
quedar en la cibdad Imperial, y castigar a algunos caciques que no quieren
servir. Y tomada la relación, les daré sus cédulas, como he hecho aquí, y
dejaré reformada aquella cibdad, por estar a punto para, en llegando el mes de
enero del año que viene de quinientos e cincuenta y dos, pasar con la gente que
pudiere -porque ya me han venido con estos navíos casi cient hombres, y
remediádose muchos de potros, que ya hay en la tierra, y yeguas-, otras veinte
leguas adelante, hasta otro río que se llama de Valdivia, e le pusieron este
nombre las personas que envié a descubrir por mar aquella costa seis años ha, y
poblaré otra cibdad y efectuaré en ella y en su perpetuación lo que en las
demás, dándome Dios vid.
Lo que puedo decir con verdad de la
bondad desta tierra es, que cuantos vasallos de V. M. están en ella y han visto
la Nueva España, dicen ser mucha más cantidad de gente que la de allá: es toda
un pueblo e una simentera y una mina de oro, y si las casas no se ponen unas
sobre otras, no pueden caber en ella más de las que tiene; próspera de ganado como
lo del Perú, con una lana que le arrastra por el suelo; abundosa de todos los
mantenimientos que siembran los indios para su sustentación, así como maíz,
papas, quinua, mare, ají y frísoles. La gente es crecida, doméstica y amigable
y blanca y de lindos rostros, así hombres como mujeres, vestidos todos de lana
a su modo, aunque los vestidos son algo groseros. Tienen muy gran temor a los
caballos; aman en demasía los hijos e mujeres y las casas, las cuales tienen
muy bien hechas y fuertes con grandes tablazones, y muchas muy grandes, y de a
dos, cuatro y ocho puertas; tiénenlas llenas de todo género de comida y lana;
tienen muchas y muy polidas vasijas de barro y madera; son grandísimos
labradores y tan grandes bebedores; el derecho dellos está en las armas, y así
las tienen todos en sus casas y muy a punto para se defender de sus vecinos y
ofender al que menos puede; es de muy lindo temple la tierra y que se darán en
ella todo género de plantas de España mejor que allá: esto es lo que hasta
ahora hemos reconoscido desta gente.
Dende a dos meses que llegué de la cibdad
Imperial a reformar esta de la Concebción, rescibí un pliego de V. M.
endereszado a mí, y en él una carta, firmada de los muy altos y muy poderosos
señores Príncipe Maximiliano y Princesa, nuestra señora, en nombre de V. M.
respuesta de una mía que escrebí del valle de Andaguaylas, de las provincias
del Perú, que me la enviaron de la Real Abdiencia que reside en aquellas
provincias. He rescibido carta de un caballero que se dice don Miguel de
Avendaño, hermano de doña Ana de Velasco, mujer del comendador Alonso de
Alvarado, mariscal del Perú, que viene a servir a V M. a estas partes en
compañía del teniente Francisco de Villagra, cómo me trae un despacho de V. M.,
y tengo aviso es el duplicado déste. En el pliego que digo que rescibí, venían
cuatro cartas de V. M. para las ciudades de Santiago y La Serena y para los
Oficiales de V. M. y para el capitán Diego Maldonado: todas se dieron a quien
venían, y así daré las demás que V. M. fuere servido mandar vengan a mí
endereszadas. Asimismo me enviaron del Perú otra, que V. M. había mandado
escrebir en mi recomendación al presidente Pedro de la Gasca, que paresce ser
era ya ido a España, y otra en recomendación de Leonardo Cortés, hijo del Licenciado
Cortés, del Consejo de V. M. Yo haré en su Real nombre, en su honra y
aprovechamiento, lo que en este caso me es por V. M. mandado, por tan señalada
merced como se me hizo y rescibí en ver esta carta, por la cual me certifica V.
M. tenerse por servido de mí, así en lo que trabajé en las provincias del Perú
contra el rebelado Pizarro como en la conquista, población y perpetuación
destas del Nuevo Extremo, y que mandará tener memoria de mi persona y pequeños
servicios. Beso cient mill veces los pies y manos de V. M., y yo estoy bien
confiado que por más que yo me esmere en hacerlos, será harto más crecido el
galardón y conforme a como V. M. suele dispensar en este caso con sus súbditos
y vasallos que bien le sirven e tienen la voluntad de servir que yo.
Dos días después que llegaron estos
despachos de V. M., rescibí una carta, de los dieciocho de mayo deste presente
año de quinientos cincuenta y uno, del capitán Francisco de Villagra, mi
lugarteniente, que, como a V. M. escrebí, luego como di la vuelta de las
provincias del Perú, cuando fui a servir contra la rebelión de Pizarro, le
despaché con los dineros que pude a que me trajese la gente y caballos que
pudiese, y en su compañía envié al capitán Diego Maldonado. Y él fue el que se
atrevió con ocho gentiles hombres a atravesar la cordillera por me dar aviso
desto, y quiso Dios que la halló sin nieve; escribióme cómo traía doscientos
hombres, y entre ellos venían cuatrocientos caballos y yeguas, y quedaba en el
paraje de la ciudad de Santiago de la otra parte de la nieve, e que no se
determinaba de pasar hasta tener respuesta mía y ver lo que le enviaba a mandar
y convenía que hiciese en servicio de V. M. Luego le respondí con el mismo
capitán que, por perseverar en servir, como siempre lo ha acostumbrado, tuvo
por bien de tomar este doble trabajo.
Escribióme asimismo el teniente y también
me dio relación el capitán cómo en el paraje donde yo tengo poblada la ciudad
de La Serena, de la otra banda de la dicha cordillera, halló poblado un capitán
que se llama Juan Núñez de Prado, que es un soldado que digo en mi carta
duplicada que topé en la cuesta el día que pasé la puente, cuando íbamos a dar
la batalla a Gonzalo Pizarro, que se pasaba huyendo de su campo a nuestra
parte, que el presidente licenciado Pedro de la Gasca le dio comisión para que
fuese a poblar a un valle de que tenía noticia, que se llamaba de Tucuma, y
pobló un pueblo y le nombró la ciudad del Barco.
Paresce ser que pasando el dicho teniente
Villagra por treinta leguas apartado de la cibdad del Barco, que así se lo
mandó el dicho Presidente en la cibdad de los Reyes, el Juan Núñez de Prado,
con gente de caballo, dio de sobresalto de noche en el campo del Villagra,
disparando arcabuces, rindiendo y matando soldados y apellidando "viva el
Rey y Juan Núñez de Prado". Y la cabsa él la debe de saber y a lo que se
pudo alcanzar, sería por deshacer aquella gente, si pudiera, y recogerla él,
porque no se podía sustentar con la que trajo en su compañía, y conveníale dar
la vuelta al Perú, e por hacer de las zagalagardas que se habían usado en
aquellas provincias. Después de puesto remedio en esto, el Juan Núñez de Prado,
de su voluntad, sin ser forzado, se desistió de la abtoridad que tenía y le
había dado el Presidente, diciendo quél no podía sustentar aquella ciudad; y el
cabildo y los vecinos y estantes en ella, requirieron a Francisco de Villagra,
que pues ella caía en los límites desta mi gobernación, que la tomase a su
cargo y en mi nombre la proveyese de su mano para que se pudiese sustentar y
perpetuar. Y viendo él que si desta parte de la Mar del Sur de otra no puede
ser favorescida, la redujo en nombre de V. M. bajo de mi protectión y amparo,
como si fuere servido, podrá mandar ver por el abto judicial que sobre esto se
hizo, y asimismo por el treslado de la instrución que yo envié al dicho
teniente de lo que había de hacer y ordenar para el pro de todo, que ambas
escrituras van con esta carta y con el duplicado de las que llevó Alonso de
Aguilera, en pliego para V. M. endereszado a la Real Abdiencia de los Reyes,
para que lo encaminen a recabdo al secretario Joan de Samano.
En el despacho que llevó Alonso de
Aguilera, decía en mis cartas que en poblando en las provincias de Arauco,
despacharía al capitán Jerónimo Alderete, criado de V. M., con la discreptión
de la tierra y relación de toda ella y con el duplicado. Y como testigo de
vista que es de los servicios que a V. M. he hecho, así en estas provincias
como en las del Perú, sabría dar muy entera relación: es su persona tan
necesaria e importante al servicio de V. M. para en las cosas de acá, que así
por esto, como por esperar a poblar en el río de Valdivia, que tengo por cierto
es el riñón de la tierra y donde hay oro sobrella, hasta questo se haga, se
dilata su ida por ocho o diez meses, y a la hora será más a propósito y llevará
más claridad de lo que conviene al servicio de V. M. y yo deseo.
Asimismo hago saber a V. M. que yo traigo
a la continua muy ocupado al dicho capitán Jerónimo Alderete en cosas de la
guerra y lo más importante al servicio de V. M. que puede ser en estas partes,
y, a esta cabsa, él no puede atender, como querría y es obligado, al oficio de
tesorero de las Reales haciendas de que V. M. le mandó proveer y hacer merced;
y aunque yo he intentado de proveer de otro tesorero, hasta que V. M., avisado
de su voluntad, mande proveer en esto, por tenerle lástima viendo lo que
trabaja, no lo ha querido dejar diciendo quiere servir en él, aunque trabaje en
lo demás, hasta que V. M. sea avisado dello y servido de mandar proveer a otra
persona que no tenga las ocupaciones tan justas para lo dejar de servir, como
él tiene. Yo suplico a V. M. muy humillmente sea servido enviar a mandar por su
cédula que no use el dicho oficio y V. M. mande proveer persona que lo use y
tenga como es menester y conviene. Por muy largos tiempos guarde Nuestro Señor
la sacratísima persona de V. M. con augmento de la cristiandad y monarquía del
universo. Desta ciudad de la Concebción del Nuevo Extremo a 25 de septiembre de
1551 años.-S. C. C. M.: El más humill súbdito, vasallo y criado de V. M., que
sus sacratísimos pies y manos besa.-PEDRO DE VALDIVIA.
Al príncipe
don Felipe
Santiago, 26
de octubre de 1552
Muy alto y muy poderoso señor: De la
ciudad de la Concebción, a los cinco de octubre de 1550, con mensajero propio,
que se decía Alonso de Aguilera, escrebí a V. Alteza lo que había que decir
después que a esta tierra vine a servir, hasta aquel punto, y con una carta que
a S. M. escrebí a los veinticinco de setiembre de 1551, envié el duplicado de
aquélla. De lo que tengo que dar razón después acá, es que en la ciudad de la
Concebción hice cuarenta vecinos; por el marzo adelante de 1551 poblé la ciudad
Imperial, donde hice ochenta: tienen todos sus cédulas. Por hebrero deste
presente año de 1552, poblé la ciudad de Valdivia; tienen de comer cient
vecinos; no sé si cuando les hobiere de dar las cédulas podrán quedar todos.
Por el abril adelante poblé la Villarrica, que es por donde se ha de descubrir
la Mar del Norte. Hice cincuenta vecinos; todos tienen indios, y así iré
conquistando y poblando, hasta ponerme en la boca del Estrecho, donde, siendo
S. M., como digo en su carta, y V. Alteza servidos, habiendo oportunidad de
sitio donde se pueda fundar una fortaleza, se hará, para que ningún adversario
entre ni salga sin licencia.
Para dar a su Majestad y a V. Alteza
cuenta de lo subcedido después que emprendí esta jornada hasta el día de hoy,
va el capitán Jerónimo Alderete, criado de la Real Casa de V. Alteza: es una de
las preeminentes personas que comigo vinieron a esta tierra y que bien han
acertado a servir, así en el descubrimiento, conquista e población della, como
en el Perú contra Gonzalo Pizarro, que le llevé en mi compañía en aquella
jornada. Sabrá de todo dar muy entera relación, como testigo de vista, porque
le he encargado cargos honrosos y de confianza en la guerra y en lo que toca a
la guardia de las Reales rentas de V. Alteza, y siempre ha dado de todo la
cuenta y razón que acostumbran dar los caballeros e hijosdalgo, verdaderos e
leales vasallos de V. Alteza y celosos de su Real servicio, como en la verdad
él lo es; y a esta cabsa e por conoscerle por tal, le envío.
Suplico a V. Alteza se mande informar dél
de los servicios por mí hechos en augmento del patrimonio y Real Corona de
España, y conforme a ellos, V. Alteza sea servido de me gratificar y hacer
mercedes, con aquella liberalidad que su Majestad, como señor y monarca tan
agradescido, acostumbra hacerlas a la continua a todos aquellos caballeros e
hijosdalgo que bien e lealmente le han servido e sirven, como yo lo he hecho y
haré hasta la muerte; y de mi voluntad y obras y de lo que serví en el Perú,
creo S. M. y Vuestra Alteza estarán entendidos por relación del Licenciado
Pedro Gasca y por otras personas que dello habrán asimismo dado cuenta a
Vuestra Alteza, e ahora de nuevo la dará más copiosa el capitán Jerónimo
Alderete, como persona que en todo se ha hallado y le ha cabido buena parte de
trabajos y gastos por servir a Vuestra Alteza, e a esta cabsa está y queda bien
adebdado en esta tierra.
Las mercedes que conforme a su relación e
a mis servicios fueren S. M. y Vuestra Alteza servidos de me hacer, suplico muy
humillmente las traiga el portador désta, confirmadas de S. M., porque los gastos
que los mensajeros hacen en ir e volver de tan lejas tierras son muy costosos
en extremo, y yo estoy muy adebdado por servir y empeñado en cantidad de más de
doscientos mill pesos de oro, sin otros quinientos mill que he gastado en el
descubrimiento, conquista, población, sustentación y perpetuación destos
reinos, que son de los mejores que a Vuestra Alteza se le han descubierto y
donde más servido será.
Yo quedo despachando al capitán Francisco
de Villagra, verdadero e leal vasallo de Vuestra Alteza y que ha mucho servido
en estas partes con los cargos más preeminentes que yo le he podido dar en su
cesáreo nombre, para que desde la Villa-Rica que está en cuarenta e dos grados
desta parte de la equinocial, pase a la Mar del Norte, porque los naturales que
sirven a la dicha villa dicen estar hasta cient leguas della. Trabajaré de que
se descubra aquella costa e de poblarla, porque Vuestra Alteza será muy servido
dello. Lo que debo a mercaderes del ayuda que hicieron al capitán Francisco de
Villagra en el Perú para conducir a esta tierra hasta ciento e ochenta hombres
que trajo en su compañía, pasa la cantidad de sesenta mill pesos de oro.
Asimismo despacharé, con el ayuda de Dios
y siendo Él servido, el verano que viene, porque al presente no puedo por la
falta de naos que en esta tierra hay, a descubrir e aclarar la navegación del
Estrecho de Magallanes: yo me hallé este verano pasado a ciento e cincuenta
leguas dél, caminando entre una cordillera que viene desde el Perú y va
prolongando este reino todo, yendo a la continua a quince e veinte leguas y
menos de la mar, y ésta traviesa y la corta el Estrecho, y caminando por entre
la costa e cordillera adelante de la cibdad de Valdivia, que está asentada en
cuarenta grados y en el mejor puerto de mar y río que jamás se ha visto, la
vuelta del Estrecho hasta cuarenta y dos grados. No pude pasar de allí a cabsa
de salir de la cordillera grande un río muy cabdaloso, de anchor de más de una
milla, e así me subí el río arriba derecho a la sierra, y en ella hallé un lago
de donde procedía el río, que al parescer de todos los que allí iban comigo
ternía hasta cuarenta leguas de bojo. De allí di la vuelta a la ciudad de
Valdivia, porque se venía el invierno, y por despachar a S. M. y a Vuestra
Alteza, al capitán Alderete, vine a esta ciudad de Santiago.
De aquí he proveído dos capitanes, el uno
que pase la cordillera por las espaldas desta ciudad de Santiago e traiga a
servidumbre los naturales que desotra parte están. Y por la parte de la ciudad
de La Serena entra el capitán Francisco de Aguirre, muy verdadero e leal
vasallo de Vuestra Alteza, e persona de abtoridad, el cual tengo allí puesto
por teniente para que asimismo con su diligencia y prudencia traiga los demás
naturales, porque aquella tierra está vista por el capitán Francisco de
Villagra e por allí me trajo el socorro cuando le envié por él al Perú, como a
Vuestra Alteza tengo escrito y escribo ahora. Es tierra en parte poblada y en
parte inhabitable: trabajaré lo posible de traer todos aquellos naturales a la
obediencia de Vuestra Alteza, como he hecho los demás, aunque un Juan Núñez de
Prado despobló la ciudad del Barco quel dicho Villagra había favorescido en
nombre de Vuestra Alteza y dejado bajo de mi protección, atento que de aquí
podía ser favorescida y no de otra parte, y según han escrito, se fue al Perú,
ahorcando un alcalde que defendía su perpetuación, porque conoscía lo que
importaba para una tal jornada estar allí poblado, porque mi intento no es
otro, todo el tiempo que Dios me diere de vida, sino gastarla en servicio de
Vuestra Alteza, como hasta aquí lo he hecho.
Por la noticia que de los naturales he
habido y por lo que oigo decir y relatar a astrólogos y cosmógrafos, me
persuado estoy en paraje donde el servicio de nuestro Dios puede ser muy
acrecentado, y visto lo uno e lo otro, hallo por mi cuenta que donde más S. M.
y Vuestra Alteza el día de hoy pueden ser servidos, es en que se navegue el
Estrecho de Magallanes, por tres cabsas, dejadas las demás que se podían dar. La
primera, porque toda esta tierra y Mar del Sur la terná Vuestra Alteza en
España y ninguno se atreverá a hacer cosa que no deba; la segunda, que se terná
muy a la mano toda la contratación de la especería, y la tercera, porque se
podrá descubrir e poblar esotra parte del Estrecho que, según estoy informado,
es tierra muy bien poblada; y porque en lo demás no es razón yo dar parescer
más de advertir a Vuestra Alteza de lo que acá se me alcanza y entiendo, como
hombre que tiene la cosa entre manos, y por servir tan bien en esto a Vuestra
Alteza, como ha hecho en lo demás, va el capitán Jerónimo de Alderete con
determinación de hacer este servicio y meter la primera bandera de Vuestra
Alteza por el Estrecho, de lo cual estos reinos rescibirían muy gran contento y
Vuestra Alteza muy señalado servicio: para todo lo cual y lo tocante a mis
cosas, suplico muy humillmente a Vuestra Alteza otra y muchas veces, sea
servido mandar que se le dé todo favor y ayuda para que un tan calificado
servicio como éste se haga a Vuestra Alteza, haciéndole las mercedes conforme a
los por él hechos en lo pasado y por los que nuevamente quiere emprender. E
porque, como dicho es, él sabrá dar razón de todo lo que se le pidiere e lleva
la relación de la tierra, aunque la discreptión della no puede ir ahora, atento
que traigo, así por la tierra adentro como por la costa, cosmógrafos que la
pongan en perfeción para la enviar a S. M. e a Vuestra Alteza e no estar
acabada: enviarla he con los primeros navíos que partan.
Asimismo, lleva el capitán Alderete el
oro que de los Reales quintos se ha habido después acá que se envió lo que
había en la Real Caja de Vuestra Alteza con el capitán Esteban de Sosa,
dirigido al Presidente Gasca, que no le halló en los Reyes, porque era ido a
España, e lo dejó allí a los Oficiales de Vuestra Alteza, e como al presente no
se saca oro sino en esta cibdad de Santiago e La Serena, atento que no
consiento se saque tan presto en las demás que tengo pobladas, a cabsa de
asentar e simentar bien los naturales e que los vecinos se perpetúen en hacer
sus casas e darse a sembrar e criar por enoblecer la tierra para su
perpetuación, es poco lo que lleva: como se comience a sacar en todas las que
hasta el presente tengo pobladas, se dará gran fruto e ayuda a S. M. e a
Vuestra Alteza para sus nescesidades e gastos, pues los que hacen son tan
santos, buenos e provechosos para el servicio de nuestro Dios e sustentación de
la cristiandad.
En lo que yo he tenido especial cuidado,
trabajado y hecho último de potencia después que a esta tierra vine, es en el
tratamiento de los naturales para su conservación e dotrina, certificando a
Vuestra Alteza ha llevado la ventaja esta tierra a todas cuantas han sido
descubiertas, conquistadas e pobladas hasta el día de hoy en Indias, como lo
podrá Vuestra Alteza mandar entender, no solamente del mensajero, pero de las
demás personas que destas partes han ido hasta hoy e fueren de aquí adelante a
nuestras Españas.
A la conversión a nuestra santa fe y
creencia de los naturales ha mucho ayudado con su dotrina e predicación el
bachiller en teología Rodrigo González, clérigo presbítero, hermano de don
Diego de Carmona, deán de la Santa Iglesia de Sevilla, como últimamente escrebí
a Vuestra Alteza con Alonso de Aguilera. En mi carta suplicaba, de parte de
todos los vasallos de Vuestra Alteza e mía, que le conoscemos e tenemos
experimentado su buena e honesta vida, fuesen servidos S. M. e Vuestra Alteza
de nos le nombrar por nuestro perlado en esta gobernación; lo mismo suplicamos ahora,
pues las cabsas e razones que hay para la ascensión de su persona a esta
dignidad, siendo servidos de nos hacer esta merced, a todos están acá muy
notorias.
Las provisiones que S. M. ha mandado
enviar e han llegado a mi poder sobre los casados que vayan o envíen por sus
mujeres, e la que habla sobre la orden que se ha de tener en los pleitos de
indios e todas las demás que a mi poder vinieren serán por mí obedescidas y
cumplidas conforme a como en ellas se relatare e más me paresciere convenir al
servicio de Vuestra Alteza, paz e quietud de sus vasallos e desta tierra e
naturales e de su perpetuación, que todo es mi prencipal interese y el deseo
que tengo de acrecentar, en todo es el que significo por esta mi carta a
Vuestra Alteza, cuya Real persona Nuestro Señor guarde por muchos años, con
acrecentamiento de mayores reinos y señoríos. Desta ciudad de Santiago a 26 de
otubre de 1552 años.-De Vuestra Alteza el más humillde súbdito y vasallo que
tus Reales manos besa.-PEDRO DE VALDIVA.
Al emperador
Carlos V
Santiago, 26
de octubre de 1552
Sacratísimo César. Estando V. M. tan bien
ocupado en el servicio de nuestro Dios, defensa y conservación de la
cristiandad contra el común enemigo turco y errónea luterana, más justo sería
ayudar con obras que estorbar con palabras. Pluguiera a nuestro Dios que yo me
hallara con mucha cantidad de dineros y en presencia de V. M. para que me
empleara en servir, aunque donde quedo no estoy de balde, pero, a la verdad, a
mí me fuera en gran contentamiento, y así procuraré abreviar.
Yo tengo dada relación por mis cartas a
V. M. cómo fui a servir al Perú contra la rebelión de Gonzalo Pizarro, e desde
Andaguaylas escrebí, y con solos diez e siete meses que por allá me detove en
servir, vuelto a esta gobernación, donde tenía poblada esta ciudad de Santiago
y La Serena, hallé la tierra toda puesta en arma y La Serena quemada, y muertos
cuarenta e tres cristianos por los naturales, y de cómo la torné a reedificar y
poblar, e de lo demás que me paresció convenir, di larga cuenta a V. M. con un
mensajero que de la ciudad de la Concebción despaché, llamado Alonso de
Aguilera, a los quince de otubre de 1550.
De los veinticinco de setiembre del año
pasado de 1551 es la última carta que a V. M. tengo escrita; con ella fue el
duplicado de la que llevó Alonso de Aguilera; el despacho todo fue dirigido al
Abdiencia Real de los Reyes para que de allí se encaminase: tengo por cierto
habrá habido recabdo; donde no, con ésta va la duplicada de los veinticinco, por
do se sabrán las cabsas por que no despaché en aquella coyuntura al capitán
Jerónimo de Alderete, criado de V. M.
Como dije en aquellas cartas, a los cinco
de otubre del año de 1550 poblé la ciudad de la Concebción, hice en ella
cuarenta vecinos; por el marzo adelante de cincuenta e uno poblé la ciudad
Imperial, donde hice otros ochenta vecinos: todos tienen sus cédulas; por
hebrero deste presente año de 1552 poblé la ciudad de Valdivia, tienen de comer
cient vecinos: no sé si cuando les hobiere de dar las cédulas podrán quedar
todos. Dende a dos meses, por el abril adelante, poblé la Villa-Rica, que es
por donde se ha de descubrir la Mar del Norte: hice cincuenta vecinos, todos
tienen indios; y así iré conquistando y poblando hasta ponerme en la boca del
Estrecho, e siendo V. M. servido y habiendo oportunidad de sitio donde se pueda
fundar una fortaleza, se hará para que ningún adversario entre ni salga sin
licencia de Vuestra Majestad.
Para dar a V. M. cuenta de todo lo
subcedido después que yo emprendí esta jornada hasta el día de hoy, va el
capitán Jerónimo Alderete, criado y tesorero de V. M.: es una de las
preeminentes personas que comigo vinieron a esta tierra e que bien han acertado
a servir, así en el descubrimiento, conquista e población della como en el Perú
contra Gonzalo Pizarro, que le llevé en mi compañía en aquella jornada: sabrá
muy bien dar entera relación como testigo de vista de todo, porque le he
encargado cargos honrosos y de gran confianza en la guerra y en lo que toca a
la guardia de las Reales haciendas de V. M.; y siempre ha dado dellos la cuenta
e razón que los caballeros hijosdalgo, verdaderos y leales vasallos de V. M. y
celosos de su cesáreo servicio, como en la verdad él lo es, y a esta cabsa y
por conoscerle por tal, le envío.
Suplico a V. M. se mande informar dél de
los servicios por mí hechos a V. M. en augmento de la Real Corona de España, y
conforme a ellos V. M. sea servido de me gratificar e hacer mercedes con
aquella liberalidad que acostumbra, como señor e monarca tan agradescido,
hacerlas a la continua a todos aquellos caballeros e hijosdalgo que bien e
lealmente le han servido e sirven, como yo lo he hecho y haré hasta la muerte;
e de mi voluntad e obras e de lo que serví en el Perú, creo V. M. estará entendido
por relación del Licenciado Pedro Gasca e por otras personas que dello habrán
asimismo dado cuenta a V. M., e ahora de nuevo la dará más copiosa el capitán
Jerónimo Alderete, como persona que en todo se ha hallado e le ha cabido su
buena parte de trabajos y gastos por servir bien, e por ello está y queda bien
adebdado en esta tierra.
E las mercedes que conforme a su relación
e mis servicios V. M. fuere servido de me hacer, suplico muy humillmente las
traiga el portador désta confirmadas de V. M., porque los gastos que los
mensajeros hacen en ir e venir de tan lejas tierras son muy costosos en
extremo, e yo estoy muy adebdado y empeñado en cantidad de más de doscientos
mill pesos de oro, sin otros quinientos mill que he gastado en el descubrimiento,
conquista, población, sustentación e perpetuación destos reinos, que son de los
mejores que a V. M. se le han descubierto y donde más servido será.
Yo quedo despachando al capitán Francisco
de Villagra, verdadero e leal vasallo de V. M., que ha mucho servido en estas
partes con los cargos más preeminentes que yo le podido dar en su cesáreo
nombre, para que desde la Villa Rica, que está en cuarenta e dos grados desta
parte de la equinocial, pase a la Mar del Norte, porque los naturales que
sirven a la dicha Villa dicen estar hasta cien leguas della: trabajaré de que
se descubra aquella costa y de poblarla, porque V. M. será muy servido dello.
Lo que debo a mercaderes, de la ayuda que hicieron al dicho capitán Francisco
de Villagra en el Perú para conducir a esta tierra ciento e ochenta hombres que
trajo en su compañía, pasa la cantidad de sesenta mill pesos de oro.
Asimismo despacharé, con el ayuda de Dios
e siendo Él servido, el verano que viene, porque al presente no puedo por la
falta de naos que en esta tierra hay, a descubrir e aclarar la navegación del
Estrecho de Magallanes. Yo me hallé este verano pasado ciento e cincuenta
leguas dél, caminando entre una cordillera que viene desde el Perú e va
prolongando todo este reino, yendo a la continua a quince y veinte leguas e
menos de la mar, y ésta traviesa y la corta el Estrecho; e caminando por entre
la costa e la cordillera adelante la ciudad de Valdivia, que está en cuarenta
grados y en el mejor puerto de mar e río que jamás se ha visto, la vuelta del
Estre cho hasta cuarenta e dos grados, no pude pasar de allí a cabsa de salir
de la cordillera grande un río muy cabdaloso, de anchor de más de una milla, e
así me subí el río arriba derecho a la sierra, y en ella hallé un lago de donde
procedía el río, que al parescer de todos los que allí iban comigo, tenía hasta
cuarenta leguas de bojo. De allí di la vuelta a la cibdad de Valdivia, porque
se venía el invierno, e por despachar a V. M. al capitán Alderete, vine a esta
ciudad de Santiago.
De aquí he proveído dos capitanes: el uno
que pase la cordillera por las espaldas desta ciudad de Santiago e traiga a
servidumbre los naturales que desotra parte están.
E por la parte de la ciudad de La Serena
entra el capitán Francisco de Aguirre, muy verdadero e leal vasallo de V. M.,
el cual tengo allí puesto por teniente, para que asimismo con su diligencia e
prudencia traiga los demás naturales, porque aquella tierra está vista por el
capitán Francisco de Villagra, e por allí me trajo el socorro cuando le envié
al Perú, como a V. M. tengo escrito y escribo en ésta. Es tierra en parte
poblada y en parte inhabitada; trabajaré lo posible de traer todos aquellos
naturales a la obediencia de V. M., como he hecho los demás, aunque un Juan
Núñez de Prado despobló la ciudad del Barco, que el dicho Villagra había
favorescido en nombre de V. M. e dejado debajo de mi protectión, atento a que
de aquí podría ser proveída e no de otra parte, e, según han escrito, se fue al
Perú, ahorcando a un alcalde que defendía su perpetuación, porque conoscía lo
que importaba para una tal jornada estar allí poblado; porque mi intento no es
otro, todo el tiempo que Dios me diere de vida, sino gastarla en servicio de V.
M, como hasta aquí lo he hecho.
Por la noticia que de los naturales he
habido y por lo que oigo decir e relatar a astrólogos y cosmógrafos, me
persuado estoy en paraje donde el servicio de nuestro Dios puede ser muy
acrecentado; visto lo uno y lo otro, hallo por mi cuenta que donde más V. M. el
día de hoy puede ser servido, es en que se navegue el Estrecho de Magallanes,
por tres cabsas, dejadas las demás que se podían dar: la primera, porque toda
esta tierra e Mar del Sur la terná V. M. en España e ninguno se atreverá a
hacer cosa que no deba; la segunda, que terná muy a la mano toda la
contratación de la especería, e la tercera, porque se podrá descubrir e poblar
esotra parte del Estrecho, que segúnd estoy informado, es tierra muy bien
poblada; y porque en lo demás no es razón yo dar parescer, mas de advertir a V.
M. de lo que acá se me alcanza y entiendo como hombre que tiene la cosa entre
manos, no lo doy; e por servir en esto también a V. M., como ha hecho en lo
demás, el capitán Jerónimo de Alderete va con determinación de hacer este
servicio e meter la primer bandera de V. M. por el Estrecho, de lo cual estos
reinos recibirán muy gran contentamiento e V. M. muy señalado servicio; para
todo lo cual y para lo tocante a mis cosas, suplico muy humillmente a V. M.,
otra y muchas veces, sea servido mandar que se le dé todo favor e ayuda, para
que un tan calificado servicio como éste se haga a V. M., haciéndole las
mercedes conforme a los por él hechos en lo pasado e por los que nuevamente
quiere emprender; e porque, como dicho es, él sabrá dar razón de todo lo que se
le pidiere e lleva la relación de la tierra, aunque la discreptión no puede ir
ahora, atento que traigo, así por la tierra adentro como por la costa,
cosmógrafos que la pongan en perfeción para la enviar a V. M. e no está
acabada, enviarla he con los primeros navíos que partan.
Asimismo lleva el capitán Alderete el oro
que de los Reales quintos se ha habido después acá que se envió lo que había en
la Real Caja de V. M. con un capitán dicho Esteban de Sosa, dirigido al
Presidente Gasca, que no le halló en los Reyes, porque era partido a España, e
lo dejó allí a los Oficiales de V. M.; e como al presente no se saca oro sino
en esta ciudad de Santiago e La Serena, atento que no consiento se saque tan
presto en las demás que tengo pobladas, a cabsa de asentar e simentar bien los
naturales e que los vecinos se perpetúen en hacer sus casas e darse a sembrar e
criar por enoblecer la tierra para su perpetuación, es poco lo que lleva; como
se comience a sacar en todas las que hasta el presente tengo pobladas, se dará
gran fruto y ayuda a V. M. para sus nescesidades e gastos, pues los que hace
son tan santos, buenos e provechosos para el servicio de nuestro Dios e
sustentación de la cristiandad y de su Iglesia Romana e Pastor universal que
reside e tiene la silla de San Pedro, como vicario de Cristo.
En lo que yo he tenido especial cuidado,
trabajado y hecho último de potencia, después que a esta tierra vine, es en el
tratamiento de los naturales para su conservación e dotrina, certificando a V.
M. ha llevado en este caso la ventaja esta tierra a todas cuantas han sido
descubiertas, conquistadas e pobladas hasta el día de hoy en Indias, como lo
podrá V. M. mandar entender no solamente del mensajero, pero de las demás
personas que destas partes han ido hasta hoy e fueren de aquí adelante en
nuestras Españas.
A la conversión de los naturales a
nuestra santa fe e creencia ha mucho ayudado con su dotrina e predicación el
bachiller en teología Rodrigo González, clérigo presbítero, hermano de don
Diego de Carmona, deán de la Santa Iglesia de Sevilla, como últimamente escrebí
a V. M. con Alonso de Aguilera. En mi carta suplicaba, de parte de todos los
vasallos de V. M. e mía, que le conoscemos e tenemos experimentado su buena y
honesta vida, fuese servido V. M. de nos lo nombrar por nuestro perlado en esta
gobernación; lo mismo suplicamos ahora, pues las cabsas e razones que hay para
la ascensión de su persona a esta dignidad, siendo V. M. servido de nos hacer
esta merced a todos, están acá muy notorias.
Las provisiones que V. M. ha mandado se enderescen a mí sobre
los casados que están en estas provincias para que vayan o envíen por sus
mujeres, e la que habla sobre la orden que se ha de tener en los pleitos de indios,
e todas las demás que a mi poder vinieren serán por mí obedescidas y cumplidas
conforme a como en ellas se relatare e más me paresciere convenir al servicio
de V. M., paz e quietud de sus vasallos e desta tierra e naturales e de su
perpetuación, que todo esto es mi prencipal interese, y el deseo que tengo de
acertar en todo e bien servir es el que he significado e significo siempre por
mis cartas a V. M., cuya sacratísima persona por infinitos años guarde Nuestro
Señor con acrecentamiento de mayores reinos y monarquía de la cristiandad.-Desta
ciudad de Santiago, a 26 de otubre de 1552 años. Sacratísimo César: El más
humillde súbdito y vasallo de V. M., que sus sacratísimos pies y manos
besa.-PEDRO DE VALDIVIA.