JUAN MARÍA GUTIÉRREZ
EL HOMBRE HORMIGA
... Chez lai tout se rèsumail en calcul; ses
actions n'etaient que des chiffres, et sa conduite un total.
[Jules A. David]
No es fábula lo que vamos a escribir,
aunque lo parezca a primera vista por el título: el hombre hormiga, no quiere
decir tanto como el hombre y la hormiga, sino un viviente que tiene los hábitos
y el instinto de aquel pequeñísimo insecto. La parábola y el apólogo están
desacreditados; los poetas suelen todavía hacer sonetos, pero no fábulas. La
verdad envuelta el alegorías ha cedido el paso a la verdad engastada a fuego y
martillo en punzantes ironías: las telas que envuelven el corazón se han
encallecido, y el escritor de hoy al tomar la pluma debe exclamar como ciertos
guerreros: ¡hierro, despiértate! ¿Y nada menos que hierro será preciso para
matar al hombre hormiga? ¿No bastará un borrón de tinta? -Lo veremos.
Colóquese un curioso en alguna altura de
las calles más concurridas: en donde haya almacenes, tiendas de ropa hecha,
alguna iglesia inmediata, el despacho de algún cambista, y vinos y comestibles
en cada puerta: desde allí sentirá el hervir vividor de las gentes que van y
vienen: niños, mujeres, hombres, viejos y mozos; unos corren, otros vuelan,
pocos andan despacio -se miran, se saludan, conversan entre sí, todo es
movimiento y bulla: cuidado con la rueda, apártate del caballo, mira esa reja,
dicen las madres a sus chicos distraídos con las confiterías. Dispense Ud. que
le he pisado, dice un corredor que va como D. Cleofás en alas del cojuelo.
-¡Zapallos!... ¡pepinos!... ¡para las benditas ánimas!... ¿A cómo la docena?-
B. a V. la mano, etc., etc. ¡Tal es la vocinglería que se escucha! Voces
escapadas de las mil bocas de aquel monstruo que se agita y revuelve en las
veredas. Tenga paciencia el curioso: colocado en dicha altura ¿no le parecen
los ciudadanos yentes y vinientes hormigas que van y vienen al granero? Ni más
ni menos: unos y otras negras a la distancia: unos y otras cargados en la
cabeza, con comestibles o con buenos o malos pensamientos; unos y otras
devastan, unos y otras no se contentan con lo necesario: ellas guardan para el
invierno, ellos amontonan para la vejez, que es el invierno de la vida.
Hormiga de este hormiguero es el hombre
hormiga, personaje de dimensiones mezquinas, cuyas facciones son rasguños que
con dificultad acierta a copiar el pincel. ¡Quién tuviera el don de observar y
la elocuencia de Buffon para describir a nuestro héroe!
El hombre hormiga, muestra desde
pequeñito lo que ha de ser cuando maduro: bien puede acariciarle la madre,
ponerle miedo la nodriza, no ha de callar si no le dan dinero: tiene una
alcancía, y en ella guarda los reales que le da su padrino los domingos, o recoge
en el atrio de los templos en algún bautismo rumboso: en este punto está medio
en quiebra el hombre hormiga desde que la autoridad ha puesto orden en este
abuso que amagaba la tranquilidad del Estado. Entra a la escuela, y allí se
distingue por su espíritu mercantil: nadie le engaña en los cambalaches: sus
vales, que son muchos porque es sosegado y humildito, los convierte en papel
moneda, vendiéndoselos a los hijos de rico a quienes siempre sigue y acompaña;
porque el hombre hormiga es hombre azogue en el perseguir la plata. En fin el
maestro no saca de él ni un buen gramático ni un mediano pendolista; pero en
esto de la Aritmética, se pierde en las nubes, es un portento.
Desde muy tierno, el hombre hormiga es
dado a los oficios menudos y hace con rara habilidad pandorgas y muñecos de
naipes usados: en el vidrio de su ventana instala el tendejón, y es gusto verlo
cómo juega los hilos de sus títeres para tentar a los muchachos transeúntes.
Éstos se juntan y amontonan como nosotros a leer un aviso en una esquina: los
muchachos calaveras, aquellos de que algo bueno puede esperarse, compran los
muñecos y pandorgas del hombre hormiga, porque pagarán un ojo de la cara por
tener algo más que romper. El hombre hormiga entierra el producto en la
alcancía, y hace su agosto como médicos y abogados con los caprichos del
prójimo. -Por supuesto, que nuestro hombre no aprende un oficio, porque es
mengua ser menestral. ¿Cómo ha de manejar el torno o la lima, él, que es tan
delicadito, tan endeble? Tampoco estudia, porque no tiene vocación, ni le
gustan los libros, los cuales por otra parte no se dan de balde. El padrino y
la madre le repiten a menudo: fortuna te dé Dios, hijo, que el saber de poco
vale; que como la fortuna es ciega tropieza más veces con los cuitados que con
los hombres de pro. El hombre hormiga (en la infancia se entiende) es
aficionado a ayudar a misa, y es íntimo de todo sacristán porque éstos dan
gratis recortes de hostias, madruga para tomar velas en las procesiones por la
cerita que gotea. -Y en día de función, ustedes le verán pedir limosna para
algún santo. ¡Qué placer para el hombre hormiga cuando saltan los 5 décimos de
algún devoto sobre la metálica superficie del platillo! Le bailan los ojitos
-¡Ah si él pudiera poner allí su alcancía!
Este es poco más o menos el niño hormiga: desembarazémosle de la
mantilla, para verlo de fraque ejerciendo su noble oficio en más extenso campo.
Para el Hombre Hormiga no hay invierno;
se levanta con el sol, y a la changa. Recorre los almacenes y las tiendas y
mercerías: pide muestras, los últimos precios, y empieza su peregrinación
-¿Necesita Ud. de guantes? Él se los proporcionará baratos y buenos de los que
vende su conocido; en esta venta ganará medio peso. ¿Se le han concluido a Ud.
los habanos? -él sabe donde los hay superiores: con esta especulación fuma
gratis una semana. ¿Se le murió a Ud. su pariente? -él se encargará de hacer
imprimir las esquelas; de pagar las misas; de comprar la mortaja; si Ud. es
generoso le pagará la comisión, si no ya él ha ganado en las compras un real
por peso. -A las 3 de la tarde se retira nuestro hormiga, cargado de algunas
provisiones de boca, en poca cantidad pero buenas: él es parco y medido en
todo; pero su paladar es excelente. El hombre hormiga no tiene opinión
política, ni sigue más bandera que la del remate. Donde quiera que Gowland
levanta su pendón; donde quiera que Arriola alza el martillo, allí está nuestro
hombre; porque el remate es su morada favorita: es tanto, que sueña con las
pujas; obsérvele Ud. distraído por la calle, y le verá alzar un dedo, mover la
cabeza, como diciendo, un real más, dos, dos y medio. -Si hubiera nobles entre
nosotros, un noble hormiga debiera tener este lema en el escudo de sus armas:
comprar a real, vender a peso. Pero si este mote no está en su escudo, está
como clavado en su memoria. -Volvamos al remate. ¡Qué paciencia la del
pobrecito!- ¡ni la de un abogado consultado por mujer pleitista! Las horas pasa
arrimado a algún mueble de los que se rematan hasta que llegue su vez; su vez
es cuando sale la menudencia. Dice el rematador: esta mesa mal ajustada que le
falta un pie... este espejillo sin azogue... este paño apolillado, ¿qué valen?
¿no hay quien de algo? Entonces la hormiguita abre el ojo, se empina, levanta
el pulgar como si fuera a persignarse, y entabla su diálogo con el rematador,
diálogo mudo, cabalístico y que sólo por su resultado se conoce como en las
conferencias diplomáticas. -Los chismes que remató hoy, mañana están ya en otro
remate, a donde (por supuesto) va el hombre hormiga a pujarlos personalmente
para venderlos en mejor precio.
El hombre hormiga no tiene amigos; su
amigo es el peso; sus enemigos son sus semejantes, los otros hombres hormigas.
El hombre hormiga no tiene conciencia, ni moral ni patriotismo; hipocresía, sí.
Apenas habrá otro ser más inútil y perjudicial a la sociedad, si se exceptúa al
pulpero genovés.