ALONSO DE ERCILLA Y ZÚÑIGA

 

 

LA ARAUCANA

 

 

Índice

 

 

Prólogo

* Declaración de algunas cosas de esta obra

Porque hay en este libro algunas cosas y vocablos que por ser de indios no se dejan bien entender, me pareció declararlas aquí para que fácilmente se entiendan

o Canto I

El cual declara el asiento y descripción de la provincia de Chile y Estado de Arauco, con las costumbres y modos de guerra que los naturales tienen; y asimismo trata en suma la entrada y conquista que los españoles hicieron hasta que Arauco se comenzó a rebelar

o Canto II

Pónese la discordia que entre los caciques de Arauco hubo sobre la elección de capitán general, y el medio que se tomó por el consejo del cacique Colocolo, con la entrada que por engaño los bárbaros hicieron en la casa fuerte de Tucapel y la batalla que con los españoles tuvieron

o Canto III

Valdivia con pocos españoles y algunos indios amigos camina a la casa de Tucapel para hacer el castigo. Mátanle los araucanos a los corredores en el camino en un paso estrecho y danle después la batalla, en la cual fue muerto él y toda su gente por el gran esfuerzo y valentía de Lautaro

o Canto IV

Vienen catorce españoles por concierto a juntarse con Valdivia en la fuerza de Tucapel: hallan los indios en una emboscada, con los cuales tuvieron un porfiado recuentro: llega Lautaro con gente de refresco: mueren siete españoles y todos los amigos que llevan: escápanse los otros por una gran ventura

o Canto V

Contiénese la reñida batalla que entre los españoles y araucanos hubo en la cuesta de Andalicán, donde por la astucia de Lautaro y el demasiado trabajo de los españoles, fueron los nuestros desbaratados, y muertos más de la mitad de ellos, juntamente con tres mil indios amigos

o Canto VI

Prosigue la comenzada batalla, con las extrañas y diversas muertes que los araucanos ejecutaron en los vencidos, y la poca piedad que con los niños y mujeres usaron, pasándolos todos a cuchillo

o Canto VII

Llegan los españoles a la ciudad de la Concepción hechos pedazos, cuentan el destrozo y pérdida de nuestra gente, y vista la poca que para resistir tan gran pujanza de enemigos en la ciudad había, y las muchas mujeres, niños y viejos que dentro estaban, se retiran en la ciudad de Santiago. Asimismo en este canto se contiene el saco, incendio y ruina de la ciudad de la Concepción

o Canto VIII

Júntanse los caciques y señores principales a consejo general en el valle de Arauco. Mata Tucapel al cacique Puchecalco, y Caupolicán viene con poderoso ejército sobre la ciudad Imperial, fundada en el valle de Cautén

o Canto IX

Llegan los araucanos a tres leguas de la Imperial con grueso ejército: no ha efeto su intención por permisión divina. Dan vuelta a sus tierras, adonde les vino nueva que los españoles estaban en el asiento de Penco reedificando la ciudad de la Concepción; vienen sobre los españoles, y hubo entre ellos una recia batalla

o Canto X

Ufanos los araucanos de las vitorias habidas, ordenan unas fiestas generales, donde concurrieron diversas gentes así extranjeras como naturales, entre los cuales hubo grandes pruebas y diferencias

o Canto XI

Acábanse las fiestas y diferencias, y caminando Lautaro sobre la ciudad de Santiago, antes de llegar a ella hace un fuerte, en el cual metido, vienen los españoles sobre él, donde tuvieron una recia batalla

o Canto XII

Recogido Lautaro en su fuerte, no quiere seguir la vitoria por entretener a los españoles. Pasa ciertas razones con él Marco Veaz, por las cuales Pedro de Villagrán viene a entender el peligroso punto en que estaba, y levantando su campo se retira. Viene el marqués de Cañete a la ciudad de Los Reyes en el Perú

o Canto XIII

Hecho el Marqués de Cañete el castigo en el Perú, llegan mensajeros de Chile a pedirle socorro; el cual, vista ser su demanda importante y justa, se le envía grande por mar y por tierra. También contiene al cabo este canto como Francisco de Villagrán, guiado por un indio, viene sobre Lautaro

o Canto XIV

Llega Francisco de Villagrán de noche sobre el fuerte de los enemigos sin ser dellos sentido: da al amanecer súbito en ellos, y a la primera refriega muere Lautaro. Trábase la batalla con harta sangre de una parte y de otra

o Canto XV

En este quinceno y último canto se acaba la batalla en la cual fueron muertos todos los araucanos, sin querer alguno dellos rendirse. Y se cuenta la navegación que las naos del Perú hicieron hasta llegar a Chile; y la grande tormenta que entre el río Maule y el puerto de la Concepción pasaron

 

 

 

Prólogo

 

     Si pensara que el trabajo que he puesto en esta obra me había de quitar tan poco el miedo de publicarla, sé cierto de mí que no tuviera ánimo para llevarla al cabo. Pero considerando ser la historia verdadera y de cosas de guerra, a las cuales hay tantos aficionados, me he resuelto en imprimirla, ayudando a ello las importunaciones de muchos testigos que en lo de más dello se hallaron, y el agravio que algunos españoles recibirían quedando sus hazañas en perpetuo silencio, faltando quien las escriba; no por ser ellas pequeñas, pero porque la tierra es tan remota y apartada y la postrera que los españoles han pisado por la parte del Perú, que no se puede tener della casi noticia, y por el mal aparejo y poco tiempo que para escrebir hay con la ocupación de la guerra, que no da lugar a ello; y así el que pude hurtar le gasté en este libro, el cual porque fuese más cierto y verdadero se hizo en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios, escribiendo muchas veces en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños que apenas cabían seis versos, que no me costó después poco trabajo juntarlos; y por esto, y por la humildad con que va la obra, como criada en tan pobres pañales, acompañándola el celo y la intención con que se hizo, espero que será parte para poder sufrir quien la leyere las faltas que lleva. Y si a alguno le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de los araucanos, tratando sus cosas y valentías más extendidamente de lo que para bárbaros se requiere; si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra y ejercicio della, veremos que muchos no les han hecho ventaja, y que son pocos los que con tal constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros enemigos como son los españoles. Y cierto es cosa de admiración que, no poseyendo los araucanos más de veinte leguas de término, sin tener en todo él pueblo formado, ni muro, ni casa fuerte para su reparo, ni armas, a lo menos defensivas, que la prolija guerra y españoles las han gastado y consumido, y en tierra no áspera, rodeada de tres pueblos españoles y dos plazas fuertes en medio della, con puro valor y porfiada determinación hayan redimido y sustentado su libertad, derramando en sacrificio della tanta sangre así suya como de españoles, que con verdad se puede decir haber pocos lugares que no estén della teñidos y poblados de huesos; no faltando a los muertos quien les suceda en llevar su opinión adelante; pues los hijos, ganosos de la venganza de sus muertos padres, con la natural rabia que los mueve y el valor que dellos heredaron, acelerando el curso de los años, antes de tiempo tomando las armas, se ofrecen al rigor de la guerra; y es tanta la falta de gente por la mucha que ha muerto en esta demanda, que, para hacer más cuerpo y henchir los escuadrones, vienen también las mujeres a la guerra, y peleando algunas veces como varones, se entregan con grande ánimo a la muerte. Todo esto he querido traer para prueba y en abono del valor destas gentes, digno de mayor loor del que yo le podré dar con mis versos. Y pues, como dije arriba, hay agora en España cantidad de personas que se hallaron en muchas cosas de las que aquí escribo, a ellos remito la defensa de mi obra en esta parte, y a los que la leyeren se la encomiendo.

 

 

 

Declaración de algunas cosas de esta obra

Porque hay en este libro algunas cosas y vocablos que por ser de indios no se dejan bien entender, me pareció declararlas aquí para que fácilmente se entiendan.

     Angol. Valle donde los españoles poblaron una ciudad, y le pusieron por nombre Los confines de Angol.

     Apó. Señor o capitán absoluto de otros.

     Arauco (el Estado de). Es una provincia pequeña de veinte leguas de largo y siete de ancho poco más o menos, la cual ha sido la más belicosa de todas las Indias; y por esto es llamado el Estado indómito. Llámanse los indios de él Araucanos, tomando el nombre de la provincia.

     Arcabuco. Espesura grande de árboles altos y boscaje.

     Bohío. Es una casa pajiza grande, de sola una pieza sin alto.

     Cacique. Quiere decir señor de vasallos, que tiene gente a su cargo. Los caciques toman el nombre de los valles de donde son señores, y de la misma manera los hijos o sucesores que suceden en ellos: declárase esto porque los que mueren en la guerra se oirán después nombrar en otra batalla; entiéndase que son los hijos o sucesores de los muertos.

     Caupolicán. Fue hijo de Leocán, y Lautaro hijo de Pillán. Declaro esto, porque como son capitanes señalados, de los cuales la historia hace muchas veces mención, por no poner tantas veces sus nombres, me aprovecho de los de los de sus padres.

     Cautén. Es un valle hermosísimo y fértil, donde los españoles fundaron la más próspera ciudad que ha habido en aquellas partes, la cual tenía trescientos mil indios casados de servicio: llamáronla La Imperial, porque, cuando entraron los españoles en aquella provincia, hallaron sobre todas las puertas y tejados águilas imperiales de dos cabezas hechas de palo, a manera de timbre de armas; que cierto es extraña cosa y de notar, pues jamás en aquella tierra se ha visto ave con dos cabezas.

     Coquimbo. Es el primer valle de Chile donde pobló el capitán Valdivia un pueblo que le llamó La Serena, por ser él natural de La Serena: tiene un muy buen puerto de mar, y llámase también el pueblo Coquimbo, tomando el nombre del valle.

     Chaquiras. Son unas cuentas muy menudas a manera de aljófar, que las hallan por las marinas, y cuanto más menudas, son más preciadas: labran y adornan con ellas sus llautos, y las mujeres sus hinchos, que son como una cinta angosta que les ciñe la cabeza por la frente a manera de bicos o ciertas puntillas de oro que se ponían en los birretes de terciopelo con que antiguamente se cubría la cabeza: andan siempre en cabello, y suelto por los hombros y espalda.

     Chile. Es una provincia grande que contiene en sí otras muchas provincias: nómbrase Chile por un valle principal llamado así: fue sujeto al Inga rey del Perú, de donde le traían cada año gran suma de oro, por lo cual los españoles tuvieron noticia deste valle; y cuando entraron en la tierra, como iban en demanda del valle de Chile, llamaron Chile a toda la provincia hasta el estrecho de Magallanes.

     Eponamón. Es nombre que dan al demonio, por el cual juran cuando quieren obligarse infaliblemente a cumplir lo que prometen.

     Jota. Véase Ojota.

     Llauto. Es un trocho o rodete redondo, ancho de dos dedos, que ponen en la frente y les ciñe la cabeza: son labrados de oro y chaquira con muchas piedras y dijes en ellos, en los cuales asientan las plumas o penachos de que ellos son muy amigos: no los traen en la guerra, porque entonces usan celadas.

     Mapochó. Es un hermoso valle donde los españoles poblaron la ciudad de Santiago, y llámase asimismo el pueblo Mapochó.

     Mita. Es la carga o tributo que trae el indio tributario.

     Mitayo. Es el indio que la lleva o trae.

     Ojota, y por contracción jota. Especie de calzado que usaban las indias, el cual era a modo de los alpargates de España. Dábalas el novio a la novia al tiempo de casarse: si era doncella se las daba de lana, y si no, de esparto.

     Paco. Especie de carnero que se cría en Indias, algo mayor que el común. Son muy lanudos y tienen el cuello muy largo. Son de varios colores, blancos, negros o pardos. Es animal muy útil y provechoso, porque su carne es sabrosa y mantiene mucho. Sirve para el tráfico y conducción de las mercaderías y géneros que se llevan de una parte a otra. Los pacos a veces se enojan y aburren con la carga, y échanse con ella, sin remedio de hacerlos levantar.

     Pálla. Es lo que llamamos nosotros señora: pero entre ellos no alcanza este nombre sino a la noble de linaje, y señora de muchos vasallos y hacienda.

     Penco. Es un valle muy pequeño y no llano, pero porque es puerto de mar poblaron en él los españoles una ciudad, la cual llamaron La Concepción.

     Puelches. Se llaman los indios serranos, los cuales son fortísimos y ligeros, aunque de menos entendimiento que los otros.

     Valdivia. Es un pueblo bueno y provechoso: tiene un puerto de mar por un río arriba, tan seguro, que varan las naos en tierra, y está fundado no muy lejos de un gran lago, al cual y a la ciudad llamó Valdivia de su nombre. Entiéndese que cuando se fundaron estos pueblos era Valdivia capitán general de los españoles, y a él se atribuye la gloria del descubrimiento y población de Chile.

     Vicuña. Cabra montés que se cría en Indias: no tiene cuernos y es más alta de cuerpo que una cabra por grande que sea. Su lana es finísima y nunca pierde el color.

     Villa-Rica. Es otro pueblo que fundaron los españoles a la ribera de un lago pequeño cerca de dos volcanes, que lanzan a tiempos tanto fuego y tan alto que acontece llover en el pueblo ceniza.

     Yanacónas. Son indios mozos amigos que sirven a los españoles, andan en su traje, y algunos muy bien tratados, que se precian mucho de policía en su vestido: pelean a las veces en favor de sus amos, y algunos animosamente, en especial cuando los españoles dejan los caballos y pelean a pie, porque en las retiradas los suelen dejar en las manos de los enemigos, que los matan cruelísimamente.

 

Canto I

 

El cual declara el asiento y descripción de la provincia de Chile y Estado de Arauco, con las costumbres y modos de guerra que los naturales tienen; y asimismo trata en suma la entrada y conquista que los españoles hicieron hasta que Arauco se comenzó a rebelar.

                                

   No las damas, amor, no gentilezas

         

 

de caballeros canto enamorados;

 

 

ni las muestras, regalos ni ternezas

 

 

de amorosos afectos y cuidados:

 

 

mas el valor, los hechos, las proezas

5

 

 

de aquellos españoles esforzados,

 

 

que a la cerviz de Arauco, no domada,

 

 

pusieron duro yugo por la espada.

 

 

   Cosas diré también harto notables

 

 

de gente que a ningún rey obedecen,

10

 

 

temerarias empresas memorables

 

 

que celebrarse con razón merecen;

 

 

raras industrias, términos loables

 

 

que más los españoles engrandecen;

 

 

pues no es el vencedor más estimado

15

 

 

de aquello en que el vencido es reputado.

 

 

   Suplícoos, gran Felipe, que mirada

 

 

esta labor, de vos sea recebida,

 

 

que, de todo favor necesitada,

 

 

queda con darse a vos favorecida:

20

 

 

es relación sin corromper, sacada

 

 

de la verdad, cortada a su medida;

 

 

no despreciéis el don, aunque tan pobre,

 

 

para que autoridad mi verso cobre.

 

 

   Quiero a señor tan alto dedicarlo,

25

 

 

porque este atrevimiento lo sostenga,

 

 

tomando esta manera de ilustrarlo,

 

 

para que quien lo viere en más lo tenga:

 

 

y si esto no bastare a no tacharlo,

 

 

a lo menos confuso se detenga,

30

 

 

pensando que, pues va a vos dirigido,

 

 

que debe de llevar algo escondido.

 

 

   Y haberme en vuestra casa yo criado,

 

 

que crédito me da por otra parte,

 

 

hará mi torpe estilo delicado,

35

 

 

y lo que va sin orden lleno de arte:

 

 

así, de tantas cosas animado,

 

 

la pluma entregaré al furor de Marte;

 

 

dad orejas, Señor, a lo que digo,

 

 

que soy de parte de ello buen testigo.

40

 

 

   Chile, fértil provincia, y señalada

 

 

en la región antártica famosa,

 

 

de remotas naciones respetada

 

 

por fuerte, principal y poderosa,

 

 

la gente que produce es tan granada,

45

 

 

tan soberbia, gallarda y belicosa,

 

 

que no ha sido por rey jamás regida,

 

 

ni a extranjero dominio sometida.

 

 

   Es Chile Norte Sur de gran longura,

 

 

costa del nuevo mar del Sur llamado;

50

 

 

tendrá del Este al Oeste de angostura

 

 

cien millas, por lo más ancho tomado,

 

 

bajo del polo Antártico en altura

 

 

de veinte y siete grados, prolongado

 

 

hasta do el mar Océano y Chileno

55

 

 

mezclan sus aguas por angosto seno.

 

 

   Y estos dos anchos mares, que pretenden,

 

 

pasando de sus términos, juntarse,

 

 

baten las rocas y sus olas tienden;

 

 

mas esles impedido el allegarse;

60

 

 

por esta parte al fin la tierra hienden

 

 

y pueden por aquí comunicarse:

 

 

Magallanes, Señor, fue el primer hombre

 

 

que, abriendo este camino, le dio nombre.

 

 

   Por falta de piloto, o encubierta

65

 

 

causa, quizá importante y no sabida,

 

 

esta secreta senda descubierta

 

 

quedó para nosotros escondida:

 

 

ora sea yerro de la altura cierta,

 

 

ora que alguna isleta removida

70

 

 

del tempestuoso mar y viento airado,

 

 

encallando en la boca, la ha cerrado.

 

 

   Digo que Norte Sur corre la tierra,

 

 

y baña la del Oeste la marina;

 

 

a la banda del Este va una sierra

75

 

 

que el mismo rumbo mil leguas camina:

 

 

en medio es donde el punto de la guerra

 

 

por uso y ejercicio más se afina:

 

 

Venus y Amor aquí no alcanzan parte;

 

 

sólo domina el iracundo Marte.

80

 

 

   Pues en este distrito demarcado,

 

 

por donde su grandeza es manifiesta,

 

 

está a treinta y seis grados el Estado

 

 

que tanta sangre extraña y propia cuesta:

 

 

éste es el fiero pueblo no domado

85

 

 

que tuvo a Chile en tal estrecho puesta,

 

 

y aquel que por valor y pura guerra

 

 

hace en torno temblar toda la tierra.

 

 

   Es Arauco, que basta, el cual sujeto

 

 

lo más de este gran término tenía,

90

 

 

con tanta fama, crédito y conceto

 

 

que del un polo al otro se extendía:

 

 

y puso al español en tal aprieto

 

 

cual presto se verá en la carta mía:

 

 

veinte leguas contienen sus mojones,

95

 

 

poséenla diez y seis fuertes varones.

 

 

   De diez y seis caciques y señores

 

 

es el soberbio estado poseído,

 

 

en militar estudio los mejores

 

 

que de bárbaras madres han nacido:

100

 

 

reparo de su patria y defensores,

 

 

ninguno en el gobierno preferido;

 

 

otros caciques hay, mas por valientes

 

 

son éstos en mandar los preeminentes.

 

 

   Sólo al señor de imposición le viene

105

 

 

servicio personal de sus vasallos,

 

 

y en cualquiera ocasión cuando conviene

 

 

puede por fuerza al débito apreamiallos;

 

 

pero así obligación el señor tiene

 

 

en las cosas de guerra doctrinallos,

110

 

 

con tal uso, cuidado y diciplina,

 

 

que son maestros después de esta doctrina.

 

 

   En lo que usan los niños, en teniendo

 

 

habilidad y fuerza provechosa,

 

 

es que un trecho seguido han de ir corriendo

115

 

 

por una áspera cuesta pedregosa;

 

 

y al puesto y fin del curso revolviendo

 

 

le dan al vencedor alguna cosa:

 

 

vienen a ser tan sueltos y alentados

 

 

que alcanzan por aliento los venados.

120

 

 

   Y desde la niñez al ejercicio

 

 

los apremian por fuerza y los incitan,

 

 

y en el bélico estudio y duro oficio,

 

 

entrando en más edad, los ejercitan:

 

 

si alguno de flaqueza da un indicio,

125

 

 

del uso militar lo inhabilitan;

 

 

y al que sale en las armas señalado

 

 

conforme a su valor le dan el grado.

 

 

   Los cargos de la guerra y preeminencia

 

 

no son por flacos medios proveídos,

130

 

 

ni van por calidad, ni por herencia,

 

 

ni por hacienda y ser mejor nacidos;

 

 

mas la virtud del brazo y la excelencia,

 

 

ésta hace los hombres preferidos;

 

 

ésta ilustra, habilita, perficiona

135

 

 

y quilata el valor de la persona.

 

 

   Los que están a la guerra dedicados

 

 

no son a otro servicio constreñidos,

 

 

del trabajo y labranza reservados

 

 

y de la gente baja mantenidos:

140

 

 

pero son por las leyes obligados

 

 

de estar a punto de armas proveídos,

 

 

y a saber diestramente gobernallas

 

 

en las lícitas guerras y batallas.

 

 

   Las armas dellos más ejercitadas

145

 

 

son picas, alabardas y lanzones,

 

 

con otras puntas largas enhastadas

 

 

de la fación y forma de punzones:

 

 

hachas, martillos, mazas barreadas,

 

 

dardos, sargentas, flechas y bastones,

150

 

 

lazos de fuertes mimbres y bejucos,

 

 

tiros arrojadizos y trabucos.

 

 

   Algunas destas armas han tomado

 

 

de los cristianos nuevamente agora,

 

 

que el continuo ejercicio y el cuidado

155

 

 

enseña y aprovecha cada hora;

 

 

y otras, según los tiempos, inventado,

 

 

que es la necesidad grande inventora,

 

 

y el trabajo solícito en las cosas,

 

 

maestro de invenciones prodigiosas.

160

 

 

   Tienen fuertes y dobles coseletes,

 

 

arma común a todos los soldados,

 

 

y otros a la manera de sayetes,

 

 

que son, aunque modernos, más usados:

 

 

grevas, brazales, golas, capacetes

165

 

 

de diversas hechuras encajados,

 

 

hechos de piel curtida y duro cuero,

 

 

que no basta ofenderle el fino acero.

 

 

   Cada soldado una arma solamente

 

 

ha de aprender y en ella ejercitarse,

170

 

 

y es aquella a que más naturalmente

 

 

en la niñez mostrare aficionarse:

 

 

desta sola procura diestramente

 

 

saberse aprovechar, y no empacharse

 

 

en jugar de la pica el que es flechero,

175

 

 

ni de la maza y flechas el piquero.

 

 

   Hacen su campo, y muéstranse en formados

 

 

escuadrones distintos muy enteros,

 

 

cada hila de más de cien soldados,

 

 

entre una pica y otra los flecheros,

180

 

 

que de lejos ofenden desmandados

 

 

bajo la protección de los piqueros,

 

 

que van hombro con hombro, como digo,

 

 

hasta medir a pica al enemigo.

 

 

   Si el escuadrón primero que acomete

185

 

 

por fuerza viene a ser desbaratado,

 

 

tan presto a socorrerle otro se mete,

 

 

que casi no da tiempo a ser notado;

 

 

si aquél se desbarata, otro arremete,

 

 

y estando ya el primero reformado,

190

 

 

moverse de su término no puede

 

 

hasta ver lo que al otro le sucede.

 

 

   De pantanos procuran guarnecerse

 

 

por el daño y temor de los caballos,

 

 

donde suelen a veces acogerse,

195

 

 

si viene a suceder desbaratallos:

 

 

allí pueden seguros rehacerse,

 

 

ofenden sin que puedan enojallos;

 

 

que el falso sitio y gran inconveniente

 

 

impide la llegada a nuestra gente.

200

 

 

   Del escuadrón se van adelantando

 

 

los bárbaros que son sobresalientes,

 

 

soberbios cielo y tierra despreciando,

 

 

ganosos de extremarse por valientes;

 

 

las picas por los cuentos arrastrando,

205

 

 

poniéndose en posturas diferentes,

 

 

diciendo: "Si hay valiente algún cristiano

 

 

salga luego adelante mano a mano."

 

 

   Hasta treinta o cuarenta en compañía,

 

 

ambiciosos de crédito y loores,

210

 

 

vienen con grande orgullo y bizarría

 

 

al son de presurosos atambores:

 

 

las armas matizadas a porfía

 

 

con varias y finísimas colores;

 

 

de poblados penachos adornados

215

 

 

saltando acá y allá por todos lados.

 

 

   Hacen fuerzas o fuertes cuando entienden

 

 

ser el lugar y sitio en su provecho,

 

 

o si ocupar un término pretenden,

 

 

o por algún aprieto y grande estrecho,

220

 

 

de do más a su salvo se defienden,

 

 

y salen de rebato a caso hecho,

 

 

recogiéndose a tiempo al sitio fuerte,

 

 

que su forma y hechura es desta suerte.

 

 

   Señalado el lugar, hecha la traza,

225

 

 

de poderosos árboles labrados

 

 

cercan una cuadrada y ancha plaza

 

 

en valientes estacas afirmados,

 

 

que a los de fuera impide y embaraza

 

 

la entrada y combatir, porque, guardados

230

 

 

del muro los de dentro, fácilmente

 

 

de mucha se defiende poca gente.

 

 

   Solían antiguamente de tablones

 

 

hacer dentro del fuerte otro apartado,

 

 

puestos de trecho a trecho unos troncones

235

 

 

en los cuales el muro iba fijado

 

 

con cuatro levantados torreones

 

 

a caballero del primer cercado,

 

 

de pequeñas troneras lleno el muro,

 

 

para jugar sin miedo y más seguro.

240

 

 

   En torno desta plaza poco trecho

 

 

cercan de espesos hoyos por de fuera:

 

 

cual es largo, cual ancho, y cual estrecho;

 

 

y así van, sin faltar desta manera,

 

 

para el incauto mozo que de hecho

245

 

 

apresura el caballo en la carrera

 

 

tras el astuto bárbaro engañoso,

 

 

que le mete en el cerco peligroso.

 

 

   También suelen hacer hoyos mayores

 

 

con estacas agudas en el suelo,

250

 

 

cubiertos de carrizo, yerba y flores,

 

 

porque puedan picar más sin recelo:

 

 

allí los indiscretos corredores,

 

 

teniendo sólo por remedio el cielo,

 

 

se sumen dentro y quedan enterrados

255

 

 

en las agudas puntas estacados.

 

 

   De consejo y acuerdo una manera

 

 

tienen de tiempo antiguo acostumbrada;

 

 

que es hacer un convite y borrachera

 

 

cuando sucede cosa señalada:

260

 

 

y así cualquier señor que la primera

 

 

nueva del tal suceso le es llegada,

 

 

despacha con presteza embajadores

 

 

a todos los caciques y señores;

 

 

    haciéndoles saber como se ofrece

265

 

 

necesidad y tiempo de juntarse,

 

 

pues a todos les toca y pertenece,

 

 

que es bien con brevedad comunicarse:

 

 

según el caso, así se lo encarece,

 

 

y el daño que se sigue dilatarse;

270

 

 

lo cual, visto que a todos les conviene,

 

 

ninguno venir puede que no viene.

 

 

   Juntos, pues, los caciques del senado

 

 

propóneles el caso nuevamente;

 

 

el cual por ellos visto y ponderado,

275

 

 

se trata del remedio conveniente;

 

 

y resueltos en uno, y decretado,

 

 

si alguno de opinión es diferente,

 

 

no puede en cuanto al débito eximirse,

 

 

que allí la mayor voz ha de seguirse.

280

 

 

   Después que cosa en contra no se halla,

 

 

se va el nuevo decreto declarando

 

 

por la gente común y de canalla,

 

 

que alguna novedad está aguardando:

 

 

si viene a averiguarse por batalla,

285

 

 

con gran rumor lo van manifestando

 

 

de trompas y atambores altamente,

 

 

porque a noticia venga de la gente.

 

 

   Tienen un plazo puesto y señalado

 

 

para se ver sobre ello y remirarse,

290

 

 

tres días se han de haber ratificado

 

 

en la difinición sin retractarse:

 

 

y el franco y libre término pasado,

 

 

es de ley imposible revocarse;

 

 

y así como a forzoso acaecimiento,

295

 

 

se disponen al nuevo movimiento.

 

 

   Hácese este concilio en un gracioso

 

 

asiento en mil florestas escogido,

 

 

donde se muestra el campo más hermoso

 

 

de infinidad de flores guarnecido;

300

 

 

allí de un viento fresco y amoroso

 

 

los árboles se mueven con ruïdo,

 

 

cruzando muchas veces por el prado

 

 

un claro arroyo limpio y sosegado,

 

 

   do una fresca y altísima alameda

305

 

 

por orden y artificio tienen puesta

 

 

en torno de la plaza, y ancha rueda

 

 

capaz de cualquier junta y grande fiesta,

 

 

que convida a descanso, y al Sol veda

 

 

la entrada y paso en la enojosa siesta:

310

 

 

allí se oye la dulce melodía

 

 

del canto de las aves y armonía.

 

 

   Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta

 

 

a aquel que fue del cielo derribado,

 

 

que como a poderoso y gran profeta

315

 

 

es siempre en sus cantares celebrado:

 

 

invocan su furor con falsa seta

 

 

y a todos sus negocios es llamado,

 

 

teniendo cuanto dice por seguro

 

 

del próspero suceso o mal futuro.

320

 

 

   Y cuando quieren dar una batalla

 

 

con él lo comunican en su rito,

 

 

si no responde bien, dejan de dalla,

 

 

aunque más les insista el apetito;

 

 

caso grave o negocio no se halla

325

 

 

do no sea convocado este maldito;

 

 

llámanle Eponamón, y comúnmente

 

 

dan este nombre a alguno si es valiente.

 

 

   Usan el falso oficio de hechiceros,

 

 

ciencia a que naturalmente se inclinan,

330

 

 

en señales mirando y en agüeros,

 

 

por las cuales sus cosas determinan:

 

 

veneran a los necios agoreros

 

 

que los casos futuros adivinan;

 

 

el agüero acrecienta su osadía,

335

 

 

y les infunde miedo o cobardía.

 

 

   Algunos de estos son predicadores,

 

 

tenidos en sagrada reverencia,

 

 

que sólo se mantienen de loores,

 

 

y guardan vida estrecha y abstinencia:

340

 

 

éstos son los que ponen en errores

 

 

al liviano común con su elocuencia,

 

 

teniendo por tan cierta su locura

 

 

como nos la evangélica escritura.

 

 

   Y éstos que guardan orden algo estrecha

345

 

 

no tienen ley, ni Dios, ni que hay pecados;

 

 

mas sólo aquel vivir les aprovecha

 

 

de ser por sabios hombres reputados:

 

 

pero la espada, lanza, el arco y flecha

 

 

tienen por mejor ciencia otros soldados;

350

 

 

diciendo que el agüero alegre o triste

 

 

en la fuerza y el ánimo consiste.

 

 

   En fin, el hado y clima de esta tierra,

 

 

si su estrella y pronóstico se miran,

 

 

es contienda, furor, discordia, guerra,

355

 

 

y a sólo esto los ánimos aspiran:

 

 

todo su bien y mal aquí se encierra;

 

 

son hombres que de súbito se aíran,

 

 

de condiciones feroces, impacientes,

 

 

amigos de domar extrañas gentes.

360

 

 

   Son de gestos robustos, desbarbados,

 

 

bien formados los cuerpos y crecidos,

 

 

espaldas grandes, pechos levantados,

 

 

recios miembros, de nervios bien fornidos;

 

 

ágiles, desenvueltos, alentados,

365

 

 

animosos, valientes, atrevidos,

 

 

duros en el trabajo, y sufridores

 

 

de fríos mortales, hambres y calores.

 

 

   No ha habido rey jamás que sujetase

 

 

esta soberbia gente libertada,

370

 

 

ni extranjera nación que se jactase

 

 

de haber dado en sus términos pisada;

 

 

ni comarcana tierra que se osase

 

 

mover en contra y levantar espada:

 

 

siempre fue exenta, indómita, temida,

375

 

 

de leyes libre y de cerviz erguida.

 

 

   El potente rey Inga, aventajado

 

 

en todas las antárticas regiones,

 

 

fue un señor en extremo aficionado

 

 

a ver y conquistar nuevas naciones;

380

 

 

y por la gran noticia del estado

 

 

a Chile despachó sus Orejones;

 

 

mas la parlera fama de esta gente

 

 

la sangre les templó y ánimo ardiente.

 

 

   Pero los nobles Ingas valerosos

385

 

 

los despoblados ásperos rompieron,

 

 

y en Chile algunos pueblos belicosos

 

 

por fuerza a servidumbre redujeron:

 

 

a do leyes y edictos trabajosos

 

 

con dura mano armada introdujeron,

390

 

 

haciéndoles con fueros disolutos

 

 

pagar grandes subsidios y tributos.

 

 

   Dado asiento en la tierra y reformado

 

 

el campo con ejército pujante,

 

 

en demanda del reino deseado

395

 

 

movieron sus escuadras adelante:

 

 

no hubieron muchas millas caminado,

 

 

cuando entendieron que era semejante

 

 

el valor a la fama que alcanzada

 

 

tenía el pueblo araucano por la espada.

400

 

 

   Los Promaucaes de Maule, que supieron

 

 

el vano intento de los Ingas vanos,

 

 

al paso y duro encuentro les salieron,

 

 

no menos en buen orden que lozanos;

 

 

y las cosas de suerte sucedieron

405

 

 

que, llegando estas gentes a las manos,

 

 

murieron infinitos Orejones,

 

 

perdiendo el campo y todos los pendones.

 

 

   Los indios Promaucaes es una gente

 

 

que está cien millas antes del estado,

410

 

 

brava, soberbia, próspera y valiente,

 

 

que bien los españoles la han probado:

 

 

pero con cuanto digo, es diferente

 

 

de la fiera nación, que, cotejado

 

 

el valor de las armas y excelencia,

415

 

 

es grande la ventaja y diferencia.

 

 

   Los Ingas, que la fuerza conocían

 

 

que en la provincia indómita se encierra,

 

 

y cuán poco a los brazos ganarían

 

 

llegada al cabo la empezada guerra;

420

 

 

visto el errado intento que traían,

 

 

desamparando la ganada tierra,

 

 

volvieron a los pueblos que dejaron

 

 

donde por algún tiempo reposaron.

 

 

   Pues don Diego de Almagro, Adelantado,

425

 

 

que en otras mil conquistas se había visto,

 

 

por sabio en todas ellas reputado,

 

 

animoso, valiente, franco y quisto,

 

 

a Chile caminó determinado

 

 

de extender y ensanchar la fe de Cristo;

430

 

 

pero en llegando al fin de este camino

 

 

dar en breve la vuelta le convino.

 

 

   A sólo el de Valdivia esta victoria

 

 

con justa y gran razón le fue otorgada,

 

 

y es bien que se celebre su memoria,

435

 

 

pues pudo adelantar tanto su espada:

 

 

éste alcanzó en Arauco aquella gloria,

 

 

que de nadie hasta allí fuera alcanzada;

 

 

la altiva gente al grave yugo trujo,

 

 

y en opresión la libertad redujo.

440

 

 

   Con una espada y capa solamente,

 

 

ayudado de industria que tenía,

 

 

hizo con brevedad de buena gente

 

 

una lucida y gruesa compañía;

 

 

y con designio y ánimo valiente

445

 

 

toma de Chile la derecha vía,

 

 

resuelto en acabar de esta salida

 

 

la demanda difícil o la vida.

 

 

   Viose en el largo y áspero camino

 

 

por la hambre, sed y frío en gran estrecho;

450

 

 

pero con la constancia que convino

 

 

puso al trabajo el animoso pecho:

 

 

y el diestro hado y próspero destino

 

 

en Chile le metieron, a despecho

 

 

de cuantos estorbarlo procuraron,

455

 

 

que en su daño las armas levantaron.

 

 

   Tuvo a la entrada con aquellas gentes

 

 

batallas y rencuentros peligrosos,

 

 

en tiempos y lugares diferentes,

 

 

que estuvieron los fines bien dudosos;

460

 

 

pero al cabo por fuerza los valientes

 

 

españoles, con brazos valerosos,

 

 

siguiendo el hado y con rigor la guerra,

 

 

ocuparon gran parte de la tierra.

 

 

   No sin gran riesgo y pérdidas de vidas

465

 

 

asediados seis años sostuvieron,

 

 

y de incultas raíces desabridas

 

 

los trabajados cuerpos mantuvieron,

 

 

do a las bárbaras armas oprimidas

 

 

a la española devoción trujeron,

470

 

 

por ánimo constante y raras pruebas

 

 

criando en los trabajos fuerzas nuevas.

 

 

   Después entró Valdivia conquistando

 

 

con esfuerzo y espada rigurosa,

 

 

los Promaucaes por fuerza sujetando,

475

 

 

Curios, Cauquenes, gente belicosa;

 

 

y, el Maule y raudo Itata atravesando,

 

 

llegó al Andaliën, do la famosa

 

 

ciudad fundó de muros levantada,

 

 

felice en poco tiempo y desdichada.

480

 

 

   Una batalla tuvo aquí sangrienta

 

 

donde a punto llegó de ser perdido:

 

 

pero Dios le acorrió en aquella afrenta;

 

 

que en todas las demás le había acorrido:

 

 

otros dello darán más larga cuenta,

485

 

 

que les está este cargo cometido;

 

 

allí fue preso el bárbaro Ainavillo,

 

 

honor de los Pencones y caudillo.

 

 

   De allí llegó al famoso Biobío,

 

 

el cual divide a Penco del estado,

490

 

 

que del Nibequetén, copioso río,

 

 

y de otros viene al mar acompañado;

 

 

de donde con presteza y nuevo brío,

 

 

en orden buena y escuadrón formado

 

 

pasó de Andalicán la áspera sierra,

495

 

 

pisando la araucana y fértil tierra.

 

 

   No quiero detenerme más en esto,

 

 

pues que no es mi intención dar pesadumbre;

 

 

y así pienso pasar por todo presto,

 

 

huyendo de importunos la costumbre:

500

 

 

digo con tal intento y presupuesto

 

 

que antes que los de Arauco a servidumbre

 

 

viniesen, fueron tantas las batallas,

 

 

que dejo por prolijas de contallas.

 

 

   Ayudó mucho el ignorante engaño

505

 

 

de ver en animales corregidos

 

 

hombres que por milagro y caso extraño

 

 

de la región celeste eran venidos:

 

 

y del súbito estruendo y grave daño

 

 

de los tiros de pólvora sentidos,

510

 

 

como a inmortales dioses los temían,

 

 

que con ardientes rayos combatían.

 

 

   Los españoles hechos hazañosos

 

 

el error confirmaban de inmortales,

 

 

afirmando los más supersticiosos,

515

 

 

por los presentes los futuros males:

 

 

y así tibios, suspensos y dudosos,

 

 

viendo de su opresión claras señales,

 

 

debajo de hermandad y fe jurada

 

 

dio Arauco la obediencia jamás dada.

520

 

 

   Dejando allí el seguro suficiente

 

 

adelante los nuestros caminaron;

 

 

pero todas las tierras llanamente,

 

 

viendo Arauco sujeta, se entregaron;

 

 

y reduciendo a su opinión gran gente,

525

 

 

siete ciudades prósperas fundaron,

 

 

Coquimbo, Penco, Angol y Santiago,

 

 

La Imperial, Villa-Rica, y la del Lago.

 

 

   El felice suceso, la victoria,

 

 

la fama y posesiones que adquirían

530

 

 

los trujo a tal soberbia y vanagloria,

 

 

que en mil leguas diez hombres no cabían;

 

 

sin pasarles jamás por la memoria

 

 

que en siete pies de tierra al fin habían

 

 

de venir a caber sus hinchazones,

535

 

 

su gloria vana y vanas pretensiones.

 

 

   Crecían los intereses y malicia,

 

 

a costa del sudor y daño ajeno,

 

 

y la hambrienta y mísera codicia

 

 

con libertad paciendo iba sin freno:

540

 

 

la ley, derecho, el fuero y la justicia

 

 

era lo que Valdivia había por bueno,

 

 

remiso en graves culpas y piadoso,

 

 

y en los casos livianos riguroso.

 

 

   Así el ingrato pueblo Castellano,

545

 

 

en mal y estimación iba creciendo,

 

 

y siguiendo el soberbio intento vano

 

 

tras su fortuna próspera corriendo:

 

 

pero el Padre del cielo soberano

 

 

atajó este camino, permitiendo

550

 

 

que aquel a quien él mismo puso el yugo

 

 

fuese el cuchillo y áspero verdugo.

 

 

   El estado araucano acostumbrado

 

 

a dar leyes, mandar y ser temido,

 

 

viéndose de su trono derribado,

555

 

 

y de mortales hombres oprimido;

 

 

de adquirir libertad determinado,

 

 

reprobando el subsidio padecido,

 

 

acude al ejercicio de la espada,

 

 

ya por la paz ociosa desusada.

560

 

 

   Dieron señal primero y nuevo tiento

 

 

(por ver con qué rigor se tomaría)

 

 

en dos soldados nuestros, que a tormento

 

 

mataron sin razón y causa un día:

 

 

disimulose aquel atrevimiento,

565

 

 

y con esto crecioles la osadía;

 

 

no aguardando a más tiempo, abiertamente

 

 

comienzan a llamar y juntar gente.

 

 

   Principio fue del daño no pensado

 

 

el no tomar Valdivia presta enmienda

570

 

 

con ejemplar castigo del estado;

 

 

pero nadie castiga en su hacienda:

 

 

el pueblo sin temor desvergonzado

 

 

con nueva libertad rompe la rienda

 

 

del homenaje hecho y la promesa,

575

 

 

como el segundo canto aquí lo expresa.

 

Canto II

 

Pónese la discordia que entre los caciques de Arauco hubo sobre la elección de capitán general, y el medio que se tomó por el consejo del cacique Colocolo, con la entrada que por engaño los bárbaros hicieron en la casa fuerte de Tucapel y la batalla que con los españoles tuvieron.

                                

   Muchos hay en el mundo que han llegado

         

 

a la engañosa alteza desta vida,

 

 

que Fortuna los ha siempre ayudado

 

 

y dádoles la mano a la subida,

 

 

para, después de haberlos levantado,

5

 

 

derribarlos con mísera caïda,

 

 

cuando es mayor el golpe y sentimiento

 

 

y menos el pensar que hay mudamiento.

 

 

   No entienden con la próspera bonanza

 

 

que el contento es principio de tristeza,

10

 

 

ni miran en la súbita mudanza

 

 

del consumidor tiempo y su presteza:

 

 

mas con altiva y vana confianza

 

 

quieren que en su fortuna haya firmeza;

 

 

la cual, de su aspereza no olvidada,

15

 

 

revuelve con la vuelta acostumbrada.

 

 

   Con un revés de todo se desquita,

 

 

que no quiere que nadie se le atreva,

 

 

y mucho más que da siempre les quita,

 

 

no perdonando cosa vieja o nueva:

20

 

 

de crédito y de honor los necesita,

 

 

que en el fin de la vida está la prueba,

 

 

por el cual han de ser todos juzgados,

 

 

aunque lleven principios acertados.

 

 

   Del bien perdido al cabo ¿qué nos queda

25

 

 

sino pena, dolor y pesadumbre?

 

 

Pensar que en él Fortuna ha de estar queda,

 

 

antes dejara el sol de darnos lumbre:

 

 

que no es su condición fijar la rueda,

 

 

y es malo de mudar vieja costumbre.

30

 

 

El más seguro bien de la Fortuna

 

 

es no haberla tenido vez alguna.

 

 

   Esto verse podrá por esta historia:

 

 

ejemplo dello aquí puede sacarse,

 

 

que no bastó riqueza, honor y gloria,

35

 

 

con todo el bien que puede desearse,

 

 

a llevar adelante la victoria;

 

 

que el claro cielo al fin vino a turbarse,

 

 

mudando la Fortuna en triste estado

 

 

el curso y orden próspera del Hado.

40

 

 

   La gente nuestra ingrata se hallaba

 

 

en la prosperidad que arriba cuento,

 

 

y en otro mayor bien, que me olvidaba,

 

 

hallado en pocas casas, que es contento:

 

 

de tal manera en él se descuidaba

45

 

 

(cierta señal de triste acaecimiento)

 

 

que en una hora perdió el honor y estado

 

 

que en mil años de afán había ganado.

 

 

   Por dioses, como dije, eran tenidos

 

 

de los indios los nuestros; pero olieron

50

 

 

que de mujer y hombre eran nacidos,

 

 

y todas sus flaquezas entendieron:

 

 

viéndolos a miserias sometidos,

 

 

el error ignorante conocieron,

 

 

ardiendo en viva rabia avergonzados

55

 

 

por verse de mortales conquistados.

 

 

   No queriendo a más plazo diferirlo,

 

 

entre ellos comenzó luego a tratarse

 

 

que, para en breve tiempo concluirlo

 

 

y dar el modo y orden de vengarse,

60

 

 

se junten a consulta a difinirlo,

 

 

do venga la sentencia a pronunciarse,

 

 

dura, ejemplar, cruël, irrevocable,

 

 

horrenda a todo el mundo y espantable.

 

 

   Iban ya los caciques ocupando

65

 

 

los campos con la gente que marchaba,

 

 

y no fue menester general bando,

 

 

que el deseo de guerra los llamaba

 

 

sin promesas, ni pagas, deseando

 

 

el esperado tiempo, que tardaba,

70

 

 

para el decreto y áspero castigo,

 

 

con muerte y destrucción del enemigo.

 

 

   De algunos que en la junta se hallaron

 

 

es bien que haya memoria de sus nombres,

 

 

que, siendo incultos bárbaros, ganaron

75

 

 

con no poca razón claros renombres:

 

 

pues en tan breve término alcanzaron

 

 

grandes victorias de notables hombres,

 

 

que de ellas darán fe los que vivieren,

 

 

y los muertos allá donde estuvieren.

80

 

 

   Tucapel se llamaba aquel primero

 

 

que al plazo señalado había venido;

 

 

éste fue de cristianos carnicero,

 

 

siempre en su enemistad endurecido,

 

 

tiene tres mil vasallos el guerrero,

85

 

 

de todos como rey obedecido.

 

 

Ongol luego llegó, mozo valiente;

 

 

gobierna cuatro mil, lucida gente.

 

 

   Cayocupil, cacique bullicioso,

 

 

no fue el postrero que dejó su tierra;

90

 

 

que allí llegó el tercero, deseoso

 

 

de hacer a todo el mundo él solo guerra:

 

 

tres mil vasallos tiene este famoso

 

 

usados tras las fieras en la sierra.

 

 

Millarapué, aunque viejo, el cuarto vino,

95

 

 

que cinco mil gobierna de contino.

 

 

   Paicabí se juntó aquel mismo día,

 

 

tres mil fuertes soldados señorea.

 

 

No lejos Lemolemo dél venía,

 

 

que tiene seis mil hombres de pelea.

100

 

 

Mareguano, Gualemo y Lebopía

 

 

se dan priesa a llegar, porque se vea

 

 

que quieren ser en todo los primeros;

 

 

gobiernan estos tres tres mil guerreros.

 

 

   No se tardó en venir, pues, Elicura

105

 

 

que al tiempo y plazo puesto había llegado,

 

 

de gran cuerpo, robusto en la hechura,

 

 

por uno de los fuertes reputado:

 

 

dice que estar sujeto es gran locura

 

 

quien seis mil hombres tiene a su mandado.

110

 

 

Luego llegó el anciano Colocolo;

 

 

otros tantos y más rige éste solo.

 

 

   Tras éste a la consulta Ongolmo viene,

 

 

que cuatro mil guerreros gobernaba.

 

 

Purén en arribar no se detiene,

115

 

 

seis mil súbditos éste administraba.

 

 

Pasados de seis mil Lincoya tiene,

 

 

que bravo y orgulloso ya llegaba,

 

 

diestro, gallardo, fiero en el semblante,

 

 

de proporción y altura de gigante.

120

 

 

   Peteguelén, cacique señalado,

 

 

que el gran valle de Arauco le obedece

 

 

por natural Señor, y así el estado

 

 

este nombre tomó, según parece,

 

 

como Venecia, pueblo libertado,

125

 

 

que en todo aquel gobierno más florece:

 

 

tomando el nombre de él la Señoría,

 

 

así guarda el estado el nombre hoy día.

 

 

   Éste no se halló personalmente,

 

 

por estar impedido de cristianos;

130

 

 

pero de seis mil hombres que él valiente

 

 

gobierna, naturales araucanos,

 

 

acudió desmandada alguna gente

 

 

a ver si es menester mandar las manos.

 

 

Caupolicán el fuerte no venía,

135

 

 

que toda Pilmaiquén le obedecía.

 

 

   Tomé y Andalicán también vinieron,

 

 

que eran del araucano regimiento,

 

 

y otros muchos caciques acudieron,

 

 

que por no ser prolijo no los cuento.

140

 

 

Todos con leda faz se recibieron,

 

 

mostrando en verse juntos gran contento.

 

 

Después de razonar en su venida

 

 

se comenzó la espléndida comida.

 

 

   Al tiempo que el beber furioso andaba,

145

 

 

y mal de las tinajas el partido,

 

 

de palabra en palabra se llegaba

 

 

a encenderse entre todos gran ruïdo:

 

 

la razón uno de otro no escuchaba:

 

 

sabida la ocasión do había nacido,

150

 

 

vino sobre cuál era el más valiente

 

 

y digno del gobierno de la gente.

 

 

   Así creció el furor, que derribando

 

 

las mesas, de manjares ocupadas,

 

 

aguijan a las armas, desgajando

155

 

 

las armas al depósito obligadas;

 

 

y dellas se aperciben, no cesando

 

 

palabras peligrosas y pesadas,

 

 

que atizaban la cólera encendida

 

 

con el calor del vino y la comida.

160

 

 

   El audaz Tucapel claro decía

 

 

que el cargo del mandar le pertenece,

 

 

pues todo el universo conocía

 

 

que si va por valor que lo merece:

 

 

"Ninguno se me iguala en valentía;

165

 

 

de mostrarlo estoy presto, si se ofrece,

 

 

(añade el jactancioso) a quien quisiere;

 

 

y aquel que esta razón contradijere..."

 

 

   Sin dejarle acabar dijo Elicura:

 

 

"A mí es dado el gobierno desta danza,

170

 

 

y el simple que intentare otra locura

 

 

ha de probar el hierro de esta lanza."

 

 

Ongolmo, que el primero ser procura,

 

 

dice: "Yo no he perdido la esperanza

 

 

en tanto que este brazo sustentare

175

 

 

y con él la ferrada gobernare."

 

 

   De cólera Lincoya y rabia insano

 

 

responde: "Tratar de eso es devaneo,

 

 

que ser señor del mundo es en mi mano,

 

 

si en ella libre este bastón poseo."

180

 

 

"Ninguno, dice Ongol, será tan vano

 

 

que ponga en igualárseme el deseo,

 

 

pues es más el temor que pasaría

 

 

que la gloria que el hecho le daría."

 

 

   Cayocupil furioso y arrogante

185

 

 

la maza esgrime, haciéndose a lo largo,

 

 

diciendo: "Yo veré quién es bastante

 

 

a dar de lo que ha dicho más descargo:

 

 

haceos los pretensores adelante,

 

 

veremos de cuál de ellos es el cargo;

190

 

 

que de probar aquí luego me ofrezco

 

 

que más que todos juntos lo merezco."

 

 

   "Alto, sus, que yo aceto el desafío

 

 

(responde Lemolemo), y tengo en nada

 

 

poner a prueba lo que es mío,

195

 

 

que más quiero librarlo por la espada:

 

 

mostraré ser verdad lo que porfío

 

 

a dos, a cuatro, a seis en la estacada;

 

 

y si todos cuestión queréis conmigo,

 

 

os haré manifiesto lo que digo."

200

 

 

   Purén, que estaba aparte, habiendo oído

 

 

la plática enconosa y rumor grande,

 

 

diciendo, en medio de ellos se ha metido,

 

 

que nadie en su presencia se desmande;

 

 

y ¿quién imaginar es atrevido

205

 

 

que donde está Purén más otro mande?

 

 

La grita y el furor se multiplica,

 

 

quién esgrime la maza, y quién la pica.

 

 

   Tomé y otros caciques se metieron

 

 

en medio de estos bárbaros de presto,

210

 

 

y con dificultad los despartieron,

 

 

que no hicieron poco en hacer esto:

 

 

de herirse lugar aún no tuvieron,

 

 

y en voz airada ya el temor pospuesto,

 

 

Colocolo, el cacique más anciano,

215

 

 

a razonar así tomó la mano.-

 

 

   "Caciques, del Estado defensores,

 

 

codicia de mandar no me convida

 

 

a pesarme de veros pretensores

 

 

de cosa que a mí tanto era debida:

220

 

 

porque, según mi edad, ya veis, señores,

 

 

que estoy al otro mundo de partida;

 

 

mas el amor que siempre os he mostrado

 

 

a bien aconsejaros me ha incitado.

 

 

   "¿Por qué cargos honrosos pretendemos

225

 

 

y ser en opinión grande tenidos,

 

 

pues que negar al mundo no podemos

 

 

haber sido sujetos y vencidos?

 

 

Y en esto averiguarnos no queremos,

 

 

estando aún de españoles oprimidos:

230

 

 

mejor fuera esa furia ejecutalla

 

 

contra el fiero enemigo en la batalla.

 

 

   "¿Qué furor es el vuestro ¡oh araucanos!

 

 

que a perdición os lleva sin sentido?

 

 

¿Contra vuestras entrañas tenéis manos,

235

 

 

y no contra el tirano en resistillo?

 

 

¿Teniendo tan a golpe a los cristianos

 

 

volvéis contra vosotros el cuchillo?

 

 

Si gana de morir os ha movido,

 

 

no sea en tan bajo estado y abatido.

240

 

 

   "Volved las armas y ánimo furioso

 

 

a los pechos de aquellos que os han puesto

 

 

en dura sujeción, con afrentoso

 

 

partido, a todo el mundo manifiesto;

 

 

lanzad de vos el yugo vergonzoso;

245

 

 

mostrad vuestro valor y fuerza en esto:

 

 

no derraméis la sangre del estado

 

 

que para redimirnos ha quedado.

 

 

   "No me pesa de ver la lozanía

 

 

de vuestro corazón, antes me esfuerza;

250

 

 

mas temo que esta vuestra valentía,

 

 

por mal gobierno, el buen camino tuerza:

 

 

que, vuelta entre nosotros la porfía,

 

 

degolléis nuestra patria con su fuerza:

 

 

cortad, pues, si ha de ser desa manera,

255

 

 

esta vieja garganta la primera:

 

 

   "Que esta flaca persona, atormentada

 

 

de golpes de fortuna, no procura

 

 

sino el agudo filo de una espada,

 

 

pues no la acaba tanta desventura.

260

 

 

Aquella vida es bien afortunada

 

 

que la temprana muerte la asegura;

 

 

pero, a nuestro bien público atendiendo,

 

 

quiero decir en esto lo que entiendo.

 

 

   "Pares sois en valor y fortaleza;

265

 

 

el cielo os igualó en el nacimiento;

 

 

de linaje, de estado y de riqueza

 

 

hizo a todos igual repartimiento;

 

 

y en singular por ánimo y grandeza

 

 

podéis tener del mundo el regimiento:

270

 

 

que este precioso don, no agradecido,

 

 

nos ha al presente término traído.

 

 

   "En la virtud de vuestro brazo espero

 

 

que puede en breve tiempo remediarse,

 

 

mas ha de haber un capitán primero

275

 

 

que todos por él quieran gobernarse:

 

 

este será quien más un gran madero

 

 

sustentare en el hombro sin pararse;

 

 

y pues que sois iguales en la suerte,

 

 

procure cada cual ser el más fuerte."-

280

 

 

   Ningún hombre dejó de estar atento

 

 

oyendo del anciano las razones,

 

 

y puesto ya silencio al parlamento,

 

 

hubo entre ellos diversas opiniones:

 

 

al fin, de general consentimiento,

285

 

 

siguiendo las mejores intenciones,

 

 

por todos los caciques acordado

 

 

lo propuesto del viejo fue acetado.

 

 

   Podría de alguno ser aquí una cosa

 

 

que parece sin término notada,

290

 

 

y es que una provincia poderosa,

 

 

en la milicia tanto ejercitada,

 

 

de leyes y ordenanzas abundosa,

 

 

no hubiese una cabeza señalada

 

 

a quien tocase el mando y regimiento,

295

 

 

sin allegar a tanto rompimiento.

 

 

   Respondo a esto que nunca sin caudillo

 

 

la tierra estuvo electo del senado;

 

 

que, como dije, en Penco el Ainavillo

 

 

fue por nuestra nación desbaratado;

300

 

 

y viniendo de paz, en un castillo

 

 

se dice, aunque no es cierto, que un bocado

 

 

le dieron de veneno en la comida,

 

 

donde acabó su cargo con la vida.

 

 

   Pues el madero súbito traído,

305

 

 

(no me atrevo a decir lo que pesaba),

 

 

era un macizo líbano fornido,

 

 

que con dificultad se rodeaba:

 

 

Paicabí le aferró menos sufrido,

 

 

y en los valientes hombros le afirmaba;

310

 

 

seis horas lo sostuvo aquel membrudo,

 

 

pero llegar a siete jamás pudo.

 

 

   Cayocupil al tronco aguija presto,

 

 

de ser el más valiente confiado,

 

 

y encima de los altos hombros puesto,

315

 

 

lo deja a las cinco horas de cansado:

 

 

Gualemo lo probó, joven dispuesto,

 

 

mas no pasó de allí; y esto acabado,

 

 

Ongol el grueso leño tomó luego:

 

 

duró seis horas largas en el juego.

320

 

 

   Purén tras él lo trujo medio día,

 

 

y el esforzado Ongolmo más de medio;

 

 

y cuatro horas y media Lebopía,

 

 

que de sufrirle más no hubo remedio:

 

 

Lemolemo siete horas le traía,

325

 

 

el cual jamás en todo este comedio

 

 

dejó de andar acá y allá saltando,

 

 

hasta que ya el vigor le fue faltando.

 

 

   Elicura a la prueba se previene,

 

 

y en sustentar el líbano trabaja;

330

 

 

a nueve horas dejarle le conviene,

 

 

que no pudiera más si fuera paja.

 

 

Tucapelo catorce lo sostiene,

 

 

encareciendo todos la ventaja.

 

 

Pero en esto Lincoya apercibido

335

 

 

mudó en un gran silencio aquel ruïdo.

 

 

   De los hombros el manto derribando

 

 

las terribles espaldas descubría,

 

 

y el duro y grave leño levantando

 

 

sobre el fornido asiento lo ponía:

340

 

 

corre ligero aquí y allí, mostrando

 

 

que poco aquella carga le impedía:

 

 

Era de Sol a Sol el día pasado,

 

 

y el peso sustentaba aún no cansado.

 

 

   Venía apriesa la noche, aborrecida

345

 

 

por la ausencia del Sol; pero Diana

 

 

les daba claridad con su salida,

 

 

mostrándose a tal tiempo más lozana;

 

 

Lincoya con la carga no convida

 

 

aunque ya despuntaba la mañana,

350

 

 

hasta que llegó el Sol al medio cielo,

 

 

que dio con ella entonces en el suelo.

 

 

   No se vio allí persona en tanta gente

 

 

que no quedase atónita de espanto,

 

 

creyendo no haber hombre tan potente

355

 

 

que la pesada carga sufra tanto:

 

 

la ventaja le daban, juntamente

 

 

con el gobierno, mando, y todo cuanto

 

 

a digno general era debido,

 

 

hasta allí justamente merecido.

360

 

 

   Ufano andaba el bárbaro y contento

 

 

de haberse más que todos señalado;

 

 

cuando Caupolicán a aquel asiento

 

 

sin gente a la ligera había llegado:

 

 

tenía un ojo sin luz de nacimiento,

365

 

 

como un fino granate colorado;

 

 

pero lo que en la vista le faltaba

 

 

en la fuerza y esfuerzo le sobraba.

 

 

   Era este noble mozo de alto hecho,

 

 

varón de autoridad, grave y severo,

370

 

 

amigo de guardar todo derecho,

 

 

áspero, riguroso, justiciero,

 

 

de cuerpo grande y relevado pecho,

 

 

hábil, diestro, fortísimo y ligero,

 

 

sabio, astuto, sagaz, determinado,

375

 

 

y en casos de repente reportado.

 

 

   Fue con alegre muestra recibido,

 

 

aunque no sé si todos se alegraron:

 

 

el caso en esta suma referido

 

 

por su término y puntos le contaron:

380

 

 

Viendo que Apolo ya se había escondido

 

 

en el profundo mar, determinaron

 

 

que la prueba de aquél se dilatase

 

 

hasta que la esperada luz llegase.

 

 

   Pasábase la noche en gran porfía

385

 

 

que causó esta venida entre la gente;

 

 

cuál se atiene a Lincoya, y cuál decía

 

 

que es el Caupolicano más valiente:

 

 

Apuestas en favor y contra había,

 

 

otros sin apostar dudosamente

390

 

 

hacia el oriente vueltos aguardaban

 

 

si los febeos caballos asomaban.

 

 

   Ya la rosada Aurora comenzaba

 

 

las nubes a bordar de mil labores,

 

 

y a la usada labranza dispertaba

395

 

 

la miserable gente y labradores:

 

 

y a los marchitos campos restauraba

 

 

la frescura perdida y sus colores,

 

 

aclarando aquel valle la luz nueva,

 

 

cuando Caupolicán viene a la prueba.

400

 

 

   Con un desdén y muestra confiada

 

 

asiendo del troncón duro y ñudoso,

 

 

como si fuera vara delicada,

 

 

se le pone en el hombro poderoso:

 

 

La gente enmudeció, maravillada

405

 

 

de ver el fuerte cuerpo tan nervoso;

 

 

la color a Lincoya se le muda,

 

 

poniendo en su victoria mucha duda.

 

 

   El bárbaro sagaz despacio andaba,

 

 

y a toda priesa entraba el claro día;

410

 

 

el Sol las largas sombras acortaba,

 

 

mas él nunca descrece en su porfía:

 

 

al ocaso la luz se retiraba,

 

 

ni por esto flaqueza en él había:

 

 

las estrellas se muestran claramente,

415

 

 

y no muestra cansancio aquel valiente.

 

 

   Salió la clara Luna a ver la fiesta

 

 

del tenebroso albergue húmido y frío,

 

 

desocupando el campo y la floresta

 

 

de un negro velo lóbrego y sombrío:

420

 

 

Caupolicán no afloja de su apuesta,

 

 

antes con nueva fuerza y mayor brío

 

 

se mueve y representa de manera

 

 

como si peso alguno no trujera.

 

 

   Por entre dos altísimos egidos

425

 

 

la esposa de Titón ya parecía,

 

 

los dorados cabellos esparcidos,

 

 

que de la fresca helada sacudía,

 

 

con que a los mustios prados florecidos

 

 

con el húmido humor reverdecía,

430

 

 

y quedaba engastado así en las flores

 

 

cual perlas entre piedras de colores.

 

 

   El carro de Faetón sale corriendo

 

 

del mar por el camino acostumbrado:

 

 

sus sombras van los montes recogiendo

435

 

 

de la vista del Sol, y el esforzado

 

 

varón, el grave peso sosteniendo,

 

 

acá y allá se mueve no cansado;

 

 

aunque otra vez la negra sombra espesa

 

 

tornaba a parecer corriendo apriesa.

440

 

 

   La Luna su salida provechosa

 

 

por un espacio largo dilataba:

 

 

al fin turbia, encendida y perezosa,

 

 

de rostro y luz escasa se mostraba:

 

 

Parose al medio curso más hermosa

445

 

 

a ver la extraña prueba en qué paraba;

 

 

y viéndola en el punto y ser primero

 

 

se derribó en el ártico hemisfero;

 

 

   y el bárbaro en el hombro la gran viga,

 

 

sin muestra de mudanza y pesadumbre,

450

 

 

venciendo con esfuerzo la fatiga,

 

 

y creciendo la fuerza por costumbre.

 

 

Apolo en seguimiento de su amiga

 

 

tendido había los rayos de su lumbre;

 

 

y el hijo de Leocán en el semblante

455

 

 

más firme que al principio y más constante.

 

 

   Era salido el Sol, cuando el enorme

 

 

peso de las espaldas despedía,

 

 

y un salto dio en lanzándole disforme,

 

 

mostrando que aún más ánimo tenía:

460

 

 

el circunstante pueblo en voz conforme

 

 

pronunció la sentencia, y le decía:

 

 

"Sobre tan firmes hombros descargamos

 

 

el peso y grande carga que tomamos."

 

 

   El nuevo juego y pleito difinido,

465

 

 

con las más cerimonias que supieron

 

 

por sumo capitán fue recebido,

 

 

y a su gobernación se sometieron.

 

 

Creció en reputación, fue tan temido,

 

 

y en opinión tan grande le tuvieron,

470

 

 

que ausentes muchas leguas dél temblaban,

 

 

y casi como a rey le respetaban.

 

 

   Es cosa en que mil gentes han parado,

 

 

y están en duda muchos hoy en día,

 

 

pareciéndoles que esto que he contado

475

 

 

es alguna ficción y poesía:

 

 

pues en razón no cabe, que un senado

 

 

de tan gran diciplina y policía

 

 

pusiese una elección de tanto peso

 

 

en la robusta fuerza y no en el seso.

480

 

 

   Sabed que fue artificio, fue prudencia

 

 

del sabio Colocolo, que miraba

 

 

la dañosa discordia y diferencia

 

 

y el gran peligro en que su patria andaba,

 

 

conociendo el valor y suficiencia

485

 

 

de este Caupolicán que ausente estaba,

 

 

varón en cuerpo y fuerzas extremado,

 

 

de rara industria y ánimo dotado.

 

 

   Así propuso astuta y sabiamente,

 

 

para que la elección se dilatase,

490

 

 

la prueba al parecer impertinente

 

 

en que Caupolicán se señalase,

 

 

y en esta dilación secretamente

 

 

dándole aviso, a la elección llegase,

 

 

trayendo así el negocio por rodeo

495

 

 

a conseguir su fin y buen deseo.

 

 

   Celebraba con pompa allí el senado

 

 

de la justa elección la fiesta honrosa,

 

 

y el nuevo capitán, ya con cuidado

 

 

de dar principio a alguna grande cosa,

500

 

 

manda a Palta sargento que, callado,

 

 

de la gente más presta y animosa

 

 

ochenta diestros hombres aperciba,

 

 

y a su cargo apartados los reciba.

 

 

   Fueron pues escogidos los ochenta

505

 

 

de más esfuerzo y menos conocidos;

 

 

entre ellos dos soldados de gran cuenta

 

 

por quien fuesen mandados y regidos,

 

 

hombres diestros, usados en afrenta,

 

 

a cualquiera peligro apercebidos,

510

 

 

el uno se llamaba Cayeguano

 

 

el otro Alcatipay de Talcaguano.

 

 

   Tres castillos los nuestros ocupados

 

 

tenían para el seguro de la tierra,

 

 

de fuertes y anchos muros fabricados,

515

 

 

con foso que los ciñe en torno y cierra

 

 

guarnecidos de pláticos soldados,

 

 

usados al trabajo de la guerra,

 

 

caballos, bastimento, artillería

 

 

que en espesas troneras asistía.

520

 

 

   Estaba el uno cerca del asiento

 

 

adonde era la fiesta celebrada;

 

 

y el araucano ejército contento,

 

 

mostrando no tener al mundo en nada:

 

 

que con discurso vano y movimiento

525

 

 

quería llevarlo todo a pura espada;

 

 

pero Caupolicán más cuerdamente

 

 

trataba del remedio conveniente.

 

 

   Había entre ellos algunas opiniones

 

 

de cercar el castillo más vecino;

530

 

 

otros, que con formados escuadrones

 

 

a Penco enderezasen el camino:

 

 

dadas de cada parte sus razones,

 

 

Caupolicán en nada desto vino,

 

 

antes al pabellón se retiraba

535

 

 

y a los ochenta bárbaros llamaba.

 

 

   Para entrar al castillo fácilmente

 

 

les da industria y manera disfrazada,

 

 

con expresa instrucción que plaza y gente

 

 

metan a fuego y a rigor de espada:

540

 

 

porque él luego tras ellos diligente

 

 

ocupará los pasos y la entrada:

 

 

después de haberlos bien amonestado

 

 

pusieron en efeto lo tratado.

 

 

   Era en aquella plaza y edificio

545

 

 

la entrada a los de Arauco defendida,

 

 

salvo los necesarios al servicio

 

 

de la gente española, estatuïda

 

 

a la defensa de ella y ejercicio

 

 

de la fiera Belona embravecida;

550

 

 

y así los cautos bárbaros soldados

 

 

de feno, yerba y leña iban cargados.

 

 

   Sordos a las demandas y preguntas,

 

 

siguen su intento y el camino usado,

 

 

las cargas en hilera y orden juntas,

555

 

 

habiendo entre los haces sepultado

 

 

astas fornidas de ferradas puntas;

 

 

y así contra el castillo, descuidado

 

 

del encubierto engaño, caminaban,

 

 

y en los vedados límites entraban.

560

 

 

   El puente, muro y puerta atravesando,

 

 

miserables, los gestos afligidos,

 

 

algunos de cansados cojeando,

 

 

mostrándose marchitos y encojidos;

 

 

pero dentro las cargas desatando,

565

 

 

arrebatan las armas atrevidos,

 

 

con amenaza, orgullo y confianza

 

 

de la esperada y súbita venganza.

 

 

   Los fuertes españoles salteados,

 

 

viendo la airada muerte tan vecina,

570

 

 

corren presto a las armas, aterrados

 

 

de la extraña cautela repentina;

 

 

y, a vencer o morir determinados,

 

 

cuál con celada, cuál con coracina,

 

 

salen a resistir la furia insana

575

 

 

de la brava y audaz gente araucana.

 

 

   Asáltanse con ímpetu furioso,

 

 

suenan los hierros de una y otra parte;

 

 

allí muestra su fuerza el sanguinoso

 

 

y más que nunca embravecido Marte:

580

 

 

de vencer cada uno deseoso,

 

 

buscaba nuevo modo, industria y arte

 

 

de encaminar el golpe de la espada

 

 

por do diese a la muerte franca entrada.

 

 

   La saña y el coraje se renueva

585

 

 

con la sangre que saca el hierro duro,

 

 

y la española gente a la india lleva

 

 

a dar de las espaldas en el muro.

 

 

ya el infiel escuadrón con fuerza nueva

 

 

cobra el perdido campo mal seguro,

590

 

 

que estaba de los golpes esforzados

 

 

cubierto de armas, y ellos desarmados.

 

 

   Viéndose en tanto estrecho los cristianos,

 

 

de temor y vergüenza constreñidos,

 

 

las espadas aprietan en las manos,

595

 

 

en ira envueltos y en furor metidos:

 

 

cargan sobre los fieros araucanos,

 

 

por el ímpetu nuevo enflaquecidos;

 

 

entran en ellos, hieren y derriban,

 

 

y a muchos de cuidado y vida privan.

600

 

 

   Siempre los españoles mejoraban,

 

 

haciendo fiero estrago y tan sangriento

 

 

en los osados indios, que pagaban

 

 

el poco seso y mucho atrevimiento:

 

 

Casi defensa en ellos no hallaban:

605

 

 

pierden la plaza y cobran escarmiento:

 

 

al fin de tal manera los trataron

 

 

que a fuerza de los muros los lanzaron.

 

 

   Apenas Cayeguán y Talcaguano

 

 

salían, cuando con paso apresurado

610

 

 

asomó el escuadrón caupolicano

 

 

teniendo el hecho ya por acabado;

 

 

mas viendo el esperado efeto vano,

 

 

y el puente del castillo levantado,

 

 

pone cerco sobre él, con juramento

615

 

 

de no dejarle piedra en el cimiento.

 

 

   Sintiendo un español mozo que había

 

 

demasiado temor en nuestra gente,

 

 

más de temeridad que de osadía,

 

 

cala sin miedo y sin ayuda el puente,

620

 

 

y puesto en medio dél alto decía:

 

 

"Salga adelante, salga el más valiente;

 

 

uno por uno a treinta desafío,

 

 

y a mil no negaré este cuerpo mío."

 

 

   No tan presto las fieras acudieron

625

 

 

al bramar de la res desamparada,

 

 

que de lejos sin orden conocieron

 

 

del pueblo y moradores apartada,

 

 

como los araucanos cuando oyeron

 

 

del valiente español la voz osada,

630

 

 

partiendo más de ciento presurosos,

 

 

del lance y cierta presa codiciosos.

 

 

   No porque tantos vengan temor tiene

 

 

el gallardo español, ni esto le espanta,

 

 

antes al escuadrón que espeso viene

635

 

 

por mejor recibirle se adelanta:

 

 

El curso enfrena, el ímpetu detiene

 

 

de los fieros contrarios, que con tanta

 

 

furia se arroja entre ellos sin recelo,

 

 

que rodaron algunos por el suelo.

640

 

 

   De dos golpes a dos tendió por tierra,

 

 

la espada revolviendo a todos lados:

 

 

aquí esparce una junta, y allí cierra

 

 

a donde ve los más amontonados:

 

 

igual andaba la desigual guerra

645

 

 

cuando los españoles bien armados,

 

 

abriendo con presteza un gran postigo

 

 

salen a la defensa del amigo.

 

 

   Acuden los contrarios de otra parte,

 

 

y en medio de aquel campo y ancho llano

650

 

 

al ejercicio del sangriento Marte

 

 

viene el bando español y araucano:

 

 

la primera batalla se desparte,

 

 

que era de ciento a un solo castellano,

 

 

vuelven el crudo hierro no teñido

655

 

 

contra los que del fuerte habían salido.

 

 

   Arrójanse con furia, no dudando,

 

 

en las agudas armas por juntarse,

 

 

y con las duras puntas van tentando

 

 

las partes por do más pueden dañarse:

660

 

 

cual los cíclopes suelen martillando

 

 

en las vulcanas yunques fatigarse,

 

 

así martillan, baten y cercenan,

 

 

y las cavernas cóncavas atruenan.

 

 

   Andaba la victoria así igualmente;

665

 

 

mas gran ventaja y diferencia había

 

 

en el número y copia de la gente,

 

 

aunque el valor de España lo suplía:

 

 

pero el soberbio bárbaro impaciente,

 

 

viendo que un nuestro a ciento resistía,

670

 

 

con diabólica furia y movimiento

 

 

arranca a los cristianos del asiento.

 

 

   Los españoles sin poder sufrillo

 

 

dejan el campo y de tropel corriendo

 

 

se lanzan por las puertas del castillo,

675

 

 

al bárbaro la entrada resistiendo,

 

 

levan el puente, calan el rastrillo,

 

 

reparos y defensas previniendo,

 

 

suben tiros y fuegos a lo alto,

 

 

temiendo el enemigo y fiero asalto.

680

 

 

   Pero viendo ser todo perdimiento,

 

 

y aprovecharles poco o casi nada,

 

 

de voto y de común consentimiento

 

 

su clara destruición considerada,

 

 

acuerdan de dejar el fuerte asiento;

685

 

 

y así en la escura noche deseada,

 

 

cuando se muestra el mundo más quiëto

 

 

la partida pusieron en efeto.

 

 

   A punto estaban y a caballo, cuando

 

 

abren las puertas, derribando el puente,

690

 

 

y a los prestos caballos aguijando

 

 

el escuadrón embisten de la frente;

 

 

rompen por él hiriendo y tropellando,

 

 

y sin hombre perder dichosamente

 

 

arriban a Purén, plaza segura,

695

 

 

cubiertos de la noche y sombra escura.

 

 

   Mientras esto en Arauco sucedía,

 

 

en el pueblo de Penco más vecino,

 

 

que a la sazón en Chile florecía,

 

 

fértil de ricas minas de oro fino,

700

 

 

el capitán Valdivia residía;

 

 

donde la nueva por el aire vino,

 

 

que afirmaba con término asignado

 

 

la alteración y junta del estado.

 

 

   El común, siempre amigo de ruïdo,

705

 

 

la libertad y guerra deseando,

 

 

por su parte alterado y removido,

 

 

se va con este son desentonando:

 

 

al servicio no acude prometido,

 

 

sacudiendo la carga y levantando

710

 

 

la soberbia cerviz desvergonzada,

 

 

negando la obediencia a Carlos dada.

 

 

   Valdivia, perezoso y negligente,

 

 

incrédulo, remiso y descuidado,

 

 

hizo en la Concepción copia de gente,

715

 

 

más que en ella, en su dicha confiado:

 

 

el cual, si fuera un poco diligente,

 

 

hallaba en pie el castillo arruinado,

 

 

con soldados, con armas, municiones,

 

 

seis piezas de campaña y dos cañones.

720

 

 

   Tenía con la Imperial concierto hecho

 

 

que alguna gente armada le enviase,

 

 

la cual a Tucapel fuese en derecho,

 

 

donde con él a tiempo se juntase:

 

 

resoluto en hacer allí de hecho

725

 

 

un ejemplar castigo, que sonase

 

 

en todos los confines de la tierra,

 

 

porque jamás moviesen otra guerra.

 

 

   Pero dejó el camino provechoso,

 

 

y, descuidado dél, torció la vía,

730

 

 

metiéndose por otro, codicioso,

 

 

que era donde una mina de oro había:

 

 

y de ver el tributo y don hermoso,

 

 

que de sus ricas venas ofrecía,

 

 

paró de la codicia embarazado,

735

 

 

cortando el hilo próspero del hado.

 

 

   A partir (como dije) antes, llegaba

 

 

al concierto en el tiempo prometido:

 

 

mas el metal goloso que sacaba

 

 

le tuvo a tal sazón embebecido:

740

 

 

después salió de allí, y se apresuraba

 

 

cuando fuera mejor no haber salido.

 

 

Quiero dar fin al canto, porque pueda

 

 

decir de la codicia lo que queda.

 

 

Canto III

 

Valdivia con pocos españoles y algunos indios amigos camina a la casa de Tucapel para hacer el castigo. Mátanle los araucanos a los corredores en el camino en un paso estrecho y danle después la batalla, en la cual fue muerto él y toda su gente por el gran esfuerzo y valentía de Lautaro.

 

                                

   ¡Oh incurable mal! ¡oh gran fatiga

         

 

con tanta diligencia alimentada!

 

 

Vicio común y pegajosa liga,

 

 

voluntad sin razón desenfrenada;

 

 

del provecho y bien público enemiga;

5

 

 

sedienta bestia, hidrópica hinchada,

 

 

principio y fin de todos nuestros males.

 

 

¡Oh insaciable codicia de mortales!

 

 

   No en el pomposo estado a los señores

 

 

contentos en el alto asiento vemos,

10

 

 

ni a pobrecillos bajos labradores

 

 

libres de esta dolencia conocemos:

 

 

ni el deseo y ambición de ser mayores

 

 

que tenga fin y límite sabemos:

 

 

el fausto, la riqueza y el estado,

15

 

 

hincha, pero no harta, al más templado.

 

 

   A Valdivia mirad, de pobre infante

 

 

si era poco el estado que tenía,

 

 

cincuenta mil vasallos que delante

 

 

le ofrecen doce marcos de oro al día:

20

 

 

esto y aun mucho más no era bastante,

 

 

y así la hambre allí lo detenía;

 

 

codicia fue ocasión de tanta guerra,

 

 

y perdición total de aquesta tierra.

 

 

   Ésta fue quien halló los apartados

25

 

 

indios de las antárticas regiones;

 

 

por ésta eran sin orden trabajados

 

 

con dura imposición y vejaciones:

 

 

pero rotas las cinchas de apretados,

 

 

buscaron modo y nuevas invenciones

30

 

 

de libertad, con áspera venganza,

 

 

levantando el trabajo la esperanza.

 

 

   Cuán cierto es, cómo claro conocemos,

 

 

que al doliente en salud consejos damos,

 

 

y aprovecharnos dellos no sabemos;

35

 

 

pero de predicarlos nos preciamos.

 

 

Cuando en la sosegada paz nos vemos,

 

 

¡qué bien la dura guerra platicamos!

 

 

¡Qué bien damos consejos y razones

 

 

lejos de los peligros y ocasiones!

40

 

 

   ¡Cómo de los que yerran abominan

 

 

los que están libres en seguro puerto!

 

 

¡Qué bien de allí las cosas encaminan,

 

 

y dan en todo un medio y buen concierto!

 

 

¡Con qué facilidad se determinan,

45

 

 

visto el suceso y daño descubierto!

 

 

Dios sabe aquel que la derecha vía,

 

 

metido en la ocasión, acertaría.

 

 

   Valdivia iba siguiendo su jornada,

 

 

y el duro disponer del hado duro,

50

 

 

no con la furia y priesa acostumbrada,

 

 

présago y con temor de mal futuro:

 

 

sospechoso de bárbara emboscada,

 

 

por hacer el camino más seguro,

 

 

echó algunos delante para prueba,

55

 

 

pero jamás volvieron con la nueva.

 

 

   Viendo los nuestros ya que al plazo puesto

 

 

los tardos corredores no volvían,

 

 

unos juzgan el daño manifiesto,

 

 

otros impedimentos les ponían:

60

 

 

hubo consejo y parecer sobre esto;

 

 

al cabo en caminar se resolvían,

 

 

ofreciéndose todos a una suerte,

 

 

a un mismo caso y a una misma muerte.

 

 

   Aunque el temor allí tras esto vino,

65

 

 

en sus valientes brazos se atrevieron,

 

 

y a su próspera suerte y buen destino

 

 

el dudoso suceso cometieron:

 

 

no dos leguas andadas del camino,

 

 

las amigas cabezas conocieron,

70

 

 

de los sangrientos cuerpos apartadas,

 

 

y en empinados troncos levantadas.

 

 

   No el horrendo espectáculo presente

 

 

causó en los firmes ánimos mudanza;

 

 

antes con ira y cólera impaciente

75

 

 

se encienden más, sedientos de venganza:

 

 

y de rabia incitados nuevamente

 

 

maldicen y murmuran la tardanza:

 

 

sólo Valdivia calla y teme el punto;

 

 

pero rompió el silencio y pena junto

80

 

 

   diciendo: "¡Oh compañeros! do se encierra

 

 

todo esfuerzo, valor y entendimiento:

 

 

ya veis la desvergüenza de la tierra,

 

 

que en nuestro daño da bandera al viento:

 

 

veis quebrada la fe, rota la guerra,

85

 

 

los pactos van del todo en rompimiento:

 

 

siento la áspera trompa en el oído,

 

 

y veo un fuego diabólico encendido.

 

 

   "Bien conocéis la fuerza del estado;

 

 

con tanto daño nuestro autorizada:

90

 

 

mirad lo que Fortuna os ha ayudado

 

 

guiando con su mano vuestra espada;

 

 

el trabajo y la sangre que ha costado,

 

 

que de ella está la tierra alimentada;

 

 

y pues tenemos tiempo y aparejo,

95

 

 

será bueno tomar nuevo consejo.

 

 

   "Quien éstos son tendréis en la memoria,

 

 

pues hay tanta razón de conocellos,

 

 

que si de ellos no hubiésemos vitoria

 

 

y en campo no pudiésemos vencellos,

100

 

 

será tal su arrogancia y vanagloria,

 

 

que el mundo no podrá después con ellos;

 

 

dudoso estoy, no sé, no sé qué haga

 

 

que a nuestro honor y causa satisfaga."

 

 

   La poca edad y menos experiencia

105

 

 

de los mozos livianos que allí había,

 

 

descubrió con la usada inadvertencia

 

 

a tal tiempo su necia valentía,

 

 

diciendo: "¡Oh capitán! danos licencia

 

 

que solos diez sin otra compañía

110

 

 

el bando asolaremos araucano,

 

 

y haremos el camino y paso llano.

 

 

   "Lo que jamás hicimos en estrecho,

 

 

no es bien por nuestro honor que lo hagamos,

 

 

pues cierto es, que cuanto habemos hecho,

115

 

 

volviendo atrás un paso, lo manchamos:

 

 

mostremos al peligro osado pecho,

 

 

que en él está la gloria que buscamos."

 

 

Valdivia, de la réplica sentido,

 

 

enmudeció de rabia y de corrido.

120

 

 

   ¡Oh, Valdivia, varón acreditado!

 

 

¡Cuánto la verde plática sentiste!

 

 

No solías tú temer como soldado;

 

 

mas de buen capitán ahora temiste:

 

 

vas a precisa muerte condenado,

125

 

 

que como diestro y sabio la entendiste;

 

 

pero quieres perder antes la vida

 

 

que sea en ti una flaqueza conocida.

 

 

   En esto acaso llega un indio amigo,

 

 

y a sus pies en voz alta arrodillado

130

 

 

le dice: "¡Oh capitán! mira que digo

 

 

que no pases el término vedado:

 

 

veinte mil conjurados, yo testigo,

 

 

en Tucapel te esperan, protestado

 

 

de pasar sin temor la muerte honrosa

135

 

 

antes que vivir vida vergonzosa."

 

 

   Alguna turbación dio de repente

 

 

lo que el amigo bárbaro propuso:

 

 

discurre un miedo helado por la gente;

 

 

la triste muerte en medio se les puso:

140

 

 

pero el gobernador osadamente,

 

 

que también hasta allí estuvo confuso,

 

 

les dice: "Caballeros, ¿qué dudamos?

 

 

¿Sin ver los enemigos nos turbamos?"

 

 

   Al caballo con ánimo hiriendo,

145

 

 

sin más les persuadir, rompe la vía,

 

 

de los miembros el miedo sacudiendo,

 

 

le sigue la esforzada compañía:

 

 

y en breve espacio el valle descubriendo

 

 

de Tucapel, bien lejos parecía

150

 

 

el muro, antes vistoso levantado,

 

 

por los anchos cimientos asolado.

 

 

   Valdivia aquí paró, y dijo: "¡Oh constante

 

 

española nación de confianza!

 

 

Por tierra está el castillo tan pujante,

155

 

 

que en él solo estribaba mi esperanza:

 

 

el pérfido enemigo veis delante;

 

 

ya os amenaza la contraria lanza:

 

 

en esto más no tengo que avisaros,

 

 

pues sólo el pelear puede salvaros."

160

 

 

   Estaba como digo así hablando,

 

 

que aún no acababa bien estas razones,

 

 

cuando por todas partes rodeando

 

 

los iban con espesos escuadrones,

 

 

las astas de anchos hierros blandeando,

165

 

 

gritando: "¡Engañadores y ladrones!

 

 

La tierra dejaréis hoy con la vida,

 

 

pagándonos la deuda tan debida."

 

 

   Viendo Valdivia serle ya forzoso

 

 

que la fuerza y fortuna se probase,

170

 

 

mandó que al escuadrón menos copioso

 

 

y más vecino, a fin que no cerrase,

 

 

saliese Bobadilla, el cual furioso,

 

 

sin que Valdivia más le amonestase,

 

 

con poca gente y con esfuerzo grande,

175

 

 

asalta el escuadrón de Mareande.

 

 

   La piquería del bárbaro calada,

 

 

a los pocos soldados atendía;

 

 

pero al tiempo del golpe levantada,

 

 

abriendo un gran portillo, se desvía;

180

 

 

dales sin resistir franca la entrada,

 

 

y en medio el escuadrón los recogía;

 

 

las hileras abiertas se cerraron,

 

 

y dentro a los cristianos sepultaron.

 

 

   Como el caimán hambriento, cuando siente

185

 

 

el escuadrón de peces, que cortando

 

 

viene con gran bullicio la corriente,

 

 

el agua clara en torno alborotando,

 

 

que, abriendo la gran boca, cautamente

 

 

recoge allí el pescado, y apretando

190

 

 

las cóncavas quijadas lo deshace,

 

 

y al insaciable vientre satisface:

 

 

   pues de aquella manera recogido

 

 

fue el pequeño escuadrón del homicida,

 

 

y en un espacio breve consumido,

195

 

 

sin escapar cristiano con la vida:

 

 

ya el araucano ejército movido

 

 

por la ronca trompeta obedecida,

 

 

con gran estruendo y pasos ordenados

 

 

cerraba sin temor por todos lados.

200

 

 

   La escuadra de Mareande encarnizada

 

 

tendía el paso con más atrevimiento;

 

 

viéndola así Valdivia adelantada,

 

 

no escarmentado, manda a su sargento,

 

 

que, escogiendo la gente más granada,

205

 

 

dé sobre ella con recio movimiento;

 

 

pero diez españoles solamente

 

 

pusieron a la muerte osada frente.

 

 

   Contra el escuadrón bárbaro importuno,

 

 

ir se dejan sin miedo a rienda floja,

210

 

 

y en el encuentro de los diez, ninguno

 

 

dejó allí de sacar la lanza roja:

 

 

desocupó la silla sólo uno,

 

 

que con la basca y última congoja

 

 

de la rabiosa muerte el pecho abierto,

215

 

 

sobre la llaga en tierra cayó muerto.

 

 

   Y los nueve después también cayeron,

 

 

haciendo tales hechos señalados,

 

 

que digna y justamente merecieron

 

 

ser de la eterna fama levantados:

220

 

 

hechos pedazos todos diez murieron,

 

 

quedando de su muerte antes vengados:

 

 

en esto la española trompa oída

 

 

dio la postrer señal de arremetida.

 

 

   Salen los españoles de tal suerte

225

 

 

los dientes y las lanzas apretando,

 

 

que de cuatro escuadrones, al más fuerte

 

 

le van un largo trecho retirando:

 

 

hieren, dañan, tropellan, dan la muerte,

 

 

piernas, brazos, cabezas cercenando:

230

 

 

los bárbaros por esto no se admiran,

 

 

antes cobran el campo y los retiran.

 

 

   Sobre la vida y muerte se contiende,

 

 

perdone Dios a aquel que allí cayere;

 

 

del un bando y del otro así se ofende,

235

 

 

que de ambas partes mucha gente muere:

 

 

bien se estima la plaza y se defiende;

 

 

volver un paso atrás ninguno quiere:

 

 

cubre la roja sangre todo el prado,

 

 

tornándole, de verde, colorado.

240

 

 

   Del rigor de las armas homicidas

 

 

los templados arneses reteñían,

 

 

y las vivas entrañas escondidas

 

 

con carniceros golpes descubrían:

 

 

cabezas de los cuerpos divididas,

245

 

 

que aún el vital espíritu tenían,

 

 

por el sangriento campo iban rodando,

 

 

vueltos los ojos ya paladeando.

 

 

   El enemigo hierro riguroso

 

 

todo en color de sangre lo convierte;

250

 

 

siempre el acometer es más furioso,

 

 

pero ya el combatir es menos fuerte;

 

 

ninguno allí pretende otro reposo

 

 

que el último reposo de la muerte:

 

 

el más medroso atiende con cuidado

255

 

 

a sólo procurar morir vengado.

 

 

   La rabia de la muerte y fin presente

 

 

crió en los nuestros fuerza tan extraña,

 

 

que con deshonra y daño de la gente

 

 

pierden los araucanos la campaña:

260

 

 

al fin dan las espaldas, claramente

 

 

suenan voces: "¡Vitoria! ¡España! ¡España!"

 

 

Mas el incontrastable y duro hado

 

 

dio un extraño principio a lo ordenado.

 

 

   Un hijo de un cacique conocido,

265

 

 

que a Valdivia de paje le servía,

 

 

acariciado dél y favorido,

 

 

en su servicio a la sazón venía;

 

 

del amor de su patria conmovido,

 

 

viendo que a más andar se retraía,

270

 

 

comienza a grandes voces a animarla,

 

 

y con tales razones a incitarla:

 

 

   "¡Oh ciega gente, del temor guiada!

 

 

¿A dó volvéis los temerosos pechos?

 

 

Que la fama en mil años alcanzada

275

 

 

aquí perece y todos vuestros hechos:

 

 

la fuerza pierden hoy, jamás violada,

 

 

vuestras leyes, los fueros y derechos:

 

 

de señores, de libres, de temidos,

 

 

quedáis siervos, sujetos y abatidos.

280

 

 

   "Mancháis la clara estirpe y decendencia,

 

 

y engerís en el tronco generoso

 

 

una incurable plaga, una dolencia,

 

 

un deshonor perpetuo, ignominioso:

 

 

mirad de los contrarios la impotencia,

285

 

 

la falta del aliento, y el fogoso

 

 

latir de los caballos, las ijadas

 

 

llenas de sangre y de sudor bañadas.

 

 

   "No os desnudéis del hábito y costumbre

 

 

que de nuestros abuelos mantenemos,

290

 

 

ni el araucano nombre de la cumbre

 

 

a estado tan infame derribemos:

 

 

huid el grave yugo y servidumbre;

 

 

al duro hierro osado pecho demos;

 

 

¿por qué mostráis espaldas esforzadas

295

 

 

que son de los peligros reservadas?

 

 

   "Fijad esto que digo en la memoria,

 

 

que el ciego y torpe miedo os va turbando;

 

 

dejad de vos al mundo eterna historia,

 

 

vuestra sujeta patria libertando:

300

 

 

volved, no rehuséis tan gran vitoria,

 

 

que os está el hado próspero llamando:

 

 

a lo menos firmad el pie ligero,

 

 

veréis cómo en defensa vuestra muero."

 

 

   En esto una nervosa y gruesa lanza

305

 

 

contra Valdivia, su señor, blandía:

 

 

dando de sí gran muestra y esperanza,

 

 

por más los persuadir arremetía;

 

 

y entre el hierro español así se lanza

 

 

como con gran calor en agua fría

310

 

 

se arroja el ciervo en el caliente estío,

 

 

para templar el sol con algún frío.

 

 

   De sólo el primer bote uno atraviesa,

 

 

otro apunta por medio del costado,

 

 

y aunque la dura lanza era muy gruesa

315

 

 

salió el hierro sangriento al otro lado:

 

 

salta, vuelve, revuelve con gran priesa

 

 

y barrenando el muslo a otro soldado,

 

 

en él la fuerte pica fue rompida,

 

 

quedando un grueso trozo en la herida.

320

 

 

   Rota la asta dañosa, luego aferra

 

 

del suelo una pesada y dura maza;

 

 

mata, hiere, destroza y echa a tierra,

 

 

haciendo en breve espacio larga plaza:

 

 

en él se resumió toda la guerra;

325

 

 

cesa el alcance y dan en él la caza;

 

 

mas él aquí y allí va tan liviano,

 

 

que hieren por herirle el aire vano.

 

 

   ¿De quién prueba se oyó tan espantosa,

 

 

ni en antigua escritura se ha leído,

330

 

 

que estando de la parte vitoriosa

 

 

se pase a la contraria del vencido?

 

 

¿Y que sólo valor, y no otra cosa,

 

 

de un bárbaro muchacho, haya podido

 

 

arrebatar por fuerza a los cristianos

335

 

 

una tan gran vitoria de las manos?

 

 

    No los dos Publios Decios, que las vidas

 

 

sacrificaron por la patria amada,

 

 

ni Curcio, Horacio, Scevola y Leonidas

 

 

dieron muestra de sí tan señalada:

340

 

 

ni aquellos que en las guerras más reñidas

 

 

alcanzaron gran fama por la espada,

 

 

Furio, Marcelo, Fulvio, Cincinato,

 

 

Marco Sergio, Filón, Sceva y Dentato.

 

 

   Decidme: estos famosos, ¿qué hicieron

345

 

 

que al hecho deste bárbaro igual fuese?

 

 

¿Qué empresa o qué batalla acometieron

 

 

que a lo menos en duda no estuviese?

 

 

¿A que riesgo y peligro se pusieron

 

 

que la sed del reinar no los moviese;

350

 

 

y de intereses grandes insistidos

 

 

que a los tímidos hacen atrevidos?

 

 

   Muchos emprenden hechos hazañosos

 

 

y se ofrecen con ánimo a la muerte,

 

 

de fama y vanagloria codiciosos,

355

 

 

que no saben sufrir un golpe fuerte;

 

 

mostrándose constantes y animosos,

 

 

hasta que ven ya declinar su suerte,

 

 

faltándoles valor y esfuerzo a una,

 

 

roto el crédito frágil de fortuna.

360

 

 

   Éste el decreto y la fatal sentencia,

 

 

en contra de su patria declarada,

 

 

turbó y redujo a nueva diferencia,

 

 

y al fin bastó a que fuese revocada:

 

 

hizo a Fortuna y Hados resistencia,

365

 

 

forzó su voluntad determinada,

 

 

y contrastó el furor del vitorioso,

 

 

sacando vencedor al temeroso.

 

 

   Estaba el suelo de armas ocupado,

 

 

y el desigual combate más revuelto,

370

 

 

cuando Caupolicano reportado,

 

 

a las amigas voces había vuelto:

 

 

también habían sus gentes reparado,

 

 

con vergonzoso ardor en ira envuelto,

 

 

de ver que un solo mozo resistía

375

 

 

a lo que tanta gente no podía.

 

 

   Cual suele acontecer a los de honrosos

 

 

ánimos, de repente inadvertidos,

 

 

o cuando en los lugares sospechosos

 

 

piensan otros que van desconocidos,

380

 

 

que en pendencias y encuentros peligrosos

 

 

huyen; pero si ven que conocidos

 

 

fueron de quien los sigue, avergonzados

 

 

vuelven furiosos, del honor forzados:

 

 

   así los araucanos revolviendo

385

 

 

contra los vencedores arremeten;

 

 

y las rendidas armas esgrimiendo,

 

 

a voces de morir todos prometen:

 

 

treme y gime la tierra del horrendo

 

 

furor con que ambas partes se acometen,

390

 

 

derramando con rabia y fuerza brava

 

 

aquella poca sangre que quedaba.

 

 

   Diego Oro allí derriba a Paynaguala,

 

 

que de una punta le atraviesa el pecho;

 

 

pero Caupolicano le señala,

395

 

 

dejándole gozar poco del hecho.

 

 

Al sesgo la ferrada maza cala,

 

 

aunque el furioso golpe fue al derecho;

 

 

pues quedó por de dentro la celada

 

 

de los bullentes sesos rociada.

400

 

 

   Tras éste otro tendió desfigurado,

 

 

tanto que nunca más fue conocido;

 

 

que la armada cabeza y todo el lado

 

 

donde el golpe alcanzó quedó molido.

 

 

Valdivia con Ongolmo se ha topado,

405

 

 

y hanse el uno al otro acometido,

 

 

hiere Valdivia a Ongolmo en una mano,

 

 

haciendo el araucano el golpe en vano.

 

 

   Pasa recio Valdivia, y va furioso,

 

 

que con Ongolmo más no se detiene,

410

 

 

y adonde Leucotón, mozo animoso,

 

 

estaba en una gran pendencia, viene:

 

 

que contra Juan de Lamas y Reinoso

 

 

solo su parte y opinión mantiene;

 

 

el cual con su destreza y mucho seso

415

 

 

la guerra sustentaba en igual peso.

 

 

   Partiose esta batalla, porque, cuando

 

 

Valdivia llegó adonde combatía,

 

 

parte acudió del araucano bando,

 

 

que en su ayuda y defensa se metía:

420

 

 

fuese el daño y destrozo renovando;

 

 

de un cabo y de otro gente concurría:

 

 

sube el alto rumor a las estrellas,

 

 

sacando de los hierros mil centellas.

 

 

   Gran rato anduvo en término dudoso

425

 

 

la confusa vitoria de esta guerra,

 

 

lleno el aire de estruendo sonoroso,

 

 

roja de sangre y húmida la tierra:

 

 

quién busca y sólo quiere un fin honroso,

 

 

quién a los brazos con el otro cierra,

430

 

 

y por darle más presto cruda muerte

 

 

tienta con el puñal lo menos fuerte.

 

 

   A Juan de Gudiël no le fue sano

 

 

el tenerse en la lucha por maestro,

 

 

porque sin tiempo y con esfuerzo vano

435

 

 

cerró con Guaticol, no menos diestro:

 

 

y en aquella sazón Purén, su hermano,

 

 

que estaba cerca dél, en el siniestro

 

 

lado le abrió con daga una herida,

 

 

por do la muerte entró y salió la vida.

440

 

 

   Andrés de Villarroel, ya enflaquecido

 

 

por la falta de sangre derramada,

 

 

andaba entre los bárbaros metido

 

 

procurando la muerte más honrada.

 

 

También Juan de las Peñas, mal herido,

445

 

 

rompiendo por la espesa gente armada,

 

 

se puso junto dél; y así la suerte

 

 

los hizo a un tiempo iguales en la muerte.

 

 

   Era la diferencia incomparable

 

 

del número infiël al bautizado:

450

 

 

es el un escuadrón inumerable,

 

 

el otro hasta sesenta numerado:

 

 

ya incierta la Fortuna variable,

 

 

que dudosa hasta entonces había estado,

 

 

aprobó la maldad, y dio por justa

455

 

 

la causa y opinión hasta allí injusta.

 

 

   Dos mil amigos bárbaros soldados,

 

 

que el bando de Valdivia sustentaban,

 

 

en el flechar del arco ejercitados,

 

 

el sangriento destrozo acrecentaban

460

 

 

derramando más sangre, y esforzados

 

 

en la muerte también acompañaban

 

 

a la española gente, no vencida

 

 

en cuanto sustentar pudo la vida.

 

 

   Cuando de aqueste y cuando de aquel canto

465

 

 

mostraba el buen Valdivia esfuerzo y arte,

 

 

haciendo por la espada todo cuanto

 

 

pudiera hacer el poderoso Marte:

 

 

no basta a reparar él solo tanto,

 

 

que falta de los suyos la más parte:

470

 

 

los otros, aunque ven su fin tan cierto,

 

 

ningún medio pretenden ni concierto.

 

 

   De dos en dos, de tres en tres cayendo

 

 

iba la desangrada y poca gente,

 

 

siempre el ímpetu bárbaro creciendo,

475

 

 

con el ya declarado fin presente:

 

 

fuese el número flaco resumiendo

 

 

en catorce soldados solamente,

 

 

que constantes rendir no se quisieron

 

 

hasta que al crudo hierro se rindieron.

480

 

 

   Sólo quedó Valdivia acompañado

 

 

de un clérigo, que acaso allí venía;

 

 

y viendo así su campo destrozado,

 

 

el mal remedio y poca compañía,

 

 

dijo: "Pues pelear es excusado,

485

 

 

procuremos vivir por otra vía."

 

 

Pica en esto al caballo a toda prisa,

 

 

tras él corriendo el clérigo de misa.

 

 

   Cual suelen escapar de los monteros

 

 

dos grandes jabalís fieros, cerdosos,

490

 

 

seguidos de solícitos rastreros

 

 

de la campestre sangre codiciosos:

 

 

y salen en su alcance los ligeros

 

 

lebreles irlandeses generosos;

 

 

con no menor codicia y pies livianos

495

 

 

arrancan tras los míseros cristianos.

 

 

   Tal tempestad de tiros, Señor, lanzan,

 

 

cual el turbión que granizando viene:

 

 

en fin, a poco trecho los alcanzan,

 

 

que un paso cenagoso los detiene:

500

 

 

los bárbaros sobre ellos se abalanzan:

 

 

por valiente el postrero no se tiene:

 

 

murió el clérigo luego, y maltratado

 

 

trujeron a Valdivia ante el senado.

 

 

   Caupolicán, gozoso en verle vivo

505

 

 

y en el estado y término presente,

 

 

con voz de vencedor y gesto altivo

 

 

le amenaza y pregunta juntamente.

 

 

Valdivia, como mísero cautivo,

 

 

responde y pide humilde y obediente

510

 

 

que no le dé la muerte, y que le jura

 

 

dejar libre la tierra en paz segura.

 

 

   Cuentan que estuvo de tomar movido

 

 

del contrito Valdivia aquel consejo;

 

 

mas un pariente suyo empedernido,

515

 

 

a quien él respetaba por ser viejo,

 

 

le dice: "¿Por dar crédito a un rendido

 

 

quieres perder tal tiempo y aparejo?"

 

 

Y apuntando a Valdivia en el celebro

 

 

descarga un gran bastón de duro enebro.

520

 

 

   Como el furioso toro, que apremiado

 

 

con fuerte amarra al palo, está bramando,

 

 

de la tímida gente rodeado,

 

 

que con admiración le está mirando;

 

 

y el diestro carnicero ejercitado,

525

 

 

el grave y duro mazo levantando,

 

 

recio al cogote cóncavo deciende,

 

 

y muerto estremeciéndose le tiende:

 

 

   así el determinado viejo cano,

 

 

que a Valdivia escuchaba con mal ceño,

530

 

 

ayudándose de una y otra mano,

 

 

en alto levantó el ferrado leño:

 

 

no hizo el crudo viejo golpe en vano,

 

 

que a Valdivia entregó al eterno sueño,

 

 

y en el suelo con súbita caïda,

535

 

 

estremeciendo el cuerpo, dio la vida.

 

 

   Llamábase este bárbaro Leocato,

 

 

y el gran Caupolicán dello enojado,

 

 

quiso enmendar el libre desacato,

 

 

pero fue del ejército rogado;

540

 

 

salió el viejo de aquello al fin barato,

 

 

y el destrozo del todo fue acabado,

 

 

que no escapó cristiano de esta prueba

 

 

para poder llevar la triste nueva.

 

 

   Dos bárbaros quedaron con la vida

545

 

 

solos de los tres mil; que como vieron

 

 

la gente nuestra rota y de vencida,

 

 

en un jaral espeso se escondieron:

 

 

de allí vieron el fin de la reñida

 

 

guerra, y puestos en salvo lo dijeron,

550

 

 

que como las estrellas se mostraron,

 

 

sin ser de nadie vistos se escaparon.

 

 

   La escura noche en esto se subía

 

 

a más andar a la mitad del cielo,

 

 

y con las alas lóbregas cubría

555

 

 

el orbe y redondez del ancho suelo:

 

 

cuando la vencedora compañía,

 

 

arrimadas las armas sin recelo,

 

 

danzas en anchos cercos ordenaban,

 

 

donde la gran vitoria celebraban.

560

 

 

   Fue la nueva en un punto discurriendo

 

 

por todo el araucano regimiento,

 

 

y antes que el Sol se fuese descubriendo

 

 

el campo se cubrió de bastimento;

 

 

gran multitud de gente concurriendo,

565

 

 

se forma un general ayuntamiento

 

 

de mozos, viejos, niños y mujeres,

 

 

partícipes en todos los placeres.

 

 

   Cuando la luz las aves anunciaban,

 

 

y alegres sus cantares repetían,

570

 

 

un sitio de altos árboles cercaban,

 

 

que una espaciosa plaza contenían:

 

 

y en ellos las cabezas empalaban

 

 

que de españoles cuerpos dividían:

 

 

los troncos, de sus ramas despojados,

575

 

 

eran de los despojos adornados;

 

 

   y dentro de aquel círculo y asiento,

 

 

cercado de una amena y gran floresta,

 

 

en memoria y honor del vencimiento,

 

 

celebran de beber la alegre fiesta:

580

 

 

el vino así aumentó el atrevimiento

 

 

que España en gran peligro estaba puesta;

 

 

pues que promete el mínimo soldado

 

 

de no dejar cimiento levantado.

 

 

   Era allí la opinión generalmente

585

 

 

que sin tardar, doblando las jornadas,

 

 

partiese un grueso número de gente

 

 

a dar en las ciudades descuidadas:

 

 

que tomadas de salto y de repente,

 

 

serían con solo el miedo arruïnadas;

590

 

 

y la patria en su honor restituïda

 

 

no dejando cristiano con la vida.

 

 

   Y dado orden bastante, y esto hecho,

 

 

para acabar de ejecutar su saña

 

 

con gran poder y ejército, de hecho

595

 

 

querían pasar la vuelta de la España:

 

 

pensándola poner en tanto estrecho,

 

 

por fuerza de armas, puestos en campaña,

 

 

que fuesen cultivadas las iberas

 

 

tierras de las naciones extranjeras.

600

 

 

   El hijo de Leocano bien entiende

 

 

el vano intento, y quiere desviarlo,

 

 

que como diestro y sabio, otro pretende,

 

 

y por mejor camino enderezarlo:

 

 

el tiempo espera y la sazón atiende

605

 

 

que estén mejor dispuestos a tratarlo:

 

 

la fiesta era acabada y borrachera,

 

 

cuando a todos los habla en tal manera:

 

 

   "Menos que vos, señores, no pretendo

 

 

la dulce libertad tan estimada,

610

 

 

ni que sea nuestra patria, yo defiendo,

 

 

en el sublime trono restaurada;

 

 

mas hase de atender a que, pudiendo

 

 

ganar, no se aventure a perder nada;

 

 

y así, con este celo y fin, procuro

615

 

 

no poner en peligro lo seguro.

 

 

   "Tomad con discreción los pareceres

 

 

que van a la razón más arrimados,

 

 

pues cobrar vuestros hijos y mujeres

 

 

está en ir los principios acertados:

620

 

 

vuestra fama, el honor, tierra y haberes,

 

 

a punto están de ser recuperados;

 

 

que el tiempo, que es el padre del consejo,

 

 

en las manos nos pone el aparejo.

 

 

   "A Valdivia y los suyos habéis muerto,

625

 

 

y una importante plaza destruido:

 

 

venir a la venganza será cierto

 

 

luego que en las ciudades sea sabido:

 

 

demos al enemigo el paso abierto:

 

 

esto asegura más nuestro partido:

630

 

 

vengan, vengan con furia a rienda suelta,

 

 

que difícil será después la vuelta.

 

 

   "La vitoria tenemos en las manos,

 

 

y pasos en la tierra mil seguros,

 

 

de ciénagas, lagunas y pantanos,

635

 

 

espesos montes ásperos y duros:

 

 

mejor pelean aquí los araucanos:

 

 

españoles mejor dentro en sus muros:

 

 

cualquier hombre, en su casa acometido,

 

 

es más sabio, más fuerte y atrevido.

640

 

 

   "Esto os vengo a decir, porque se entienda

 

 

cuanto con más seguro acertaremos,

 

 

para poder tomar la justa emienda,

 

 

que en sitios escogidos esperemos,

 

 

donde no habrá en el mundo quien defienda

645

 

 

la razón y derecho que tenemos:

 

 

cuando temor tuviesen de buscarnos,

 

 

a sus casas iremos a alojarnos."

 

 

   Con atención de todos escuchada

 

 

fue la oración que el general hacía,

650

 

 

siendo de los más de ellos aprobada,

 

 

por ver que a su remedio convenía;

 

 

la gente ya del todo sosegada,

 

 

Caupolicán al joven se volvía

 

 

por quien fue la vitoria, ya perdida,

655

 

 

con milagrosa prueba conseguida.

 

 

   Por darle más favor, lo tenía asido

 

 

con la siniestra de la diestra mano,

 

 

diciéndole: "¡Oh varón, que has extendido

 

 

el claro nombre y límite araucano!

660

 

 

Por ti ha sido el estado redimido,

 

 

tú le sacaste del poder tirano:

 

 

a ti solo se debe esta vitoria,

 

 

digna de premio y de inmortal memoria.

 

 

   "Y señores, pues es tan manifiesto

665

 

 

(esto dijo volviéndose al senado)

 

 

el punto en que Lautaro nos ha puesto,

 

 

(que así el valiente mozo era llamado):

 

 

yo por remuneralle en algo desto,

 

 

con vuestra autoridad que me habéis dado

670

 

 

por paga, aunque a tal deuda insuficiente,

 

 

le hago capitán y mi teniente.

 

 

   "Con la gente de guerra que escogiere,

 

 

pues que ya de sus obras sois testigos,

 

 

en el sitio que más le pareciere

675

 

 

se ponga a recebir los enemigos,

 

 

adonde hasta que vengan los espere;

 

 

porque yo con la resta y mis amigos

 

 

ocuparé la entrada de Elicura,

 

 

aguardando la misma coyuntura."

680

 

 

   Del grato mozo el cargo fue acetado

 

 

con el favor que el general le daba:

 

 

aprobolo el común aficionado;

 

 

si a alguno le pesó no lo mostraba:

 

 

y por el orden y uso acostumbrado

685

 

 

el gran Caupolicán le trasquilaba,

 

 

dejándole el copete en trenza largo

 

 

insignia verdadera de aquel cargo.

 

 

   Fue Lautaro industrioso, sabio, presto,

 

 

de gran consejo, término y cordura,

690

 

 

manso de condición y hermoso gesto,

 

 

ni grande ni pequeño de estatura;

 

 

el ánimo en las cosas grandes puesto,

 

 

de fuerte trabazón y compostura,

 

 

duros los miembros, recios y nervosos,

695

 

 

anchas espaldas, pechos espaciosos.

 

 

   Por él las fiestas fueron alargadas,

 

 

ejercitando siempre nuevos juegos

 

 

de saltos, luchas, pruebas nunca usadas,

 

 

danzas de noche en torno de los fuegos:

700

 

 

había precios y joyas señaladas,

 

 

que nunca los troyanos ni los griegos,

 

 

cuando los juegos más continuäron,

 

 

tan ricas y estimadas las sacaron.

 

 

   Llegó a Caupolicán estando en esto

705

 

 

un bárbaro turbado sin aliento,

 

 

perdida la color, mudado el gesto,

 

 

cubierto de sudor y polvoriento,

 

 

diciéndole: "Señor, socorre presto,

 

 

tu campo es roto y cierto el perdimiento;

710

 

 

que la gente que estaba en la emboscada

 

 

es muerta la más della y destrozada.

 

 

   "Por tierra de Elicura son bajados

 

 

catorce valentísimos guerreros,

 

 

de corazas finísimas armados,

715

 

 

sobre caballos prestos y ligeros:

 

 

por estos solos son desbaratados

 

 

dos escuadrones tuyos de piqueros;

 

 

y visto el gran estrago, al improviso

 

 

partí corriendo a darte de ello aviso."

720

 

 

   Caupolicán, con muestra no alterada,

 

 

hizo que del temor se asegurase,

 

 

diciendo que tan poca gente armada

 

 

al cabo era imposible que escapase;

 

 

y con la diligencia acostumbrada

725

 

 

mandó al nuevo teniente que guiase

 

 

con la más presta gente por la vía,

 

 

que luego con el resto le seguía.

 

 

   Lautaro, en lo acetar no perezoso,

 

 

escogiendo una escuadra suficiente,

730

 

 

marcha con tanta priesa, codicioso

 

 

de ganar opinión entre la gente...

 

 

Mas de Marte el estruendo sonoroso

 

 

me llama, que me tardo injustamente:

 

 

de los catorce es tiempo que se trate,

735

 

 

y del sangriento y áspero combate.

 

 

   Extiéndase su fama y sea notoria,

 

 

pues que tanto su espada resplandece,

 

 

y de ellos se eternice la memoria

 

 

si valor en las armas lo merece:

740

 

 

testimonio dará dello la historia;

 

 

pero acabar el canto me parece;

 

 

que a decir tan gran cosa no me atrevo,

 

 

si no es con nuevo aliento y canto nuevo.

 

Canto IV

 

Vienen catorce españoles por concierto a juntarse con Valdivia en la fuerza de Tucapel: hallan los indios en una emboscada, con los cuales tuvieron un porfiado recuentro: llega Lautaro con gente de refresco: mueren siete españoles y todos los amigos que llevan: escápanse los otros por una gran ventura.

 

                                

   ¡Cuán buena es la justicia y qué importante!

         

 

por ella son mil males atajados,

 

 

que si el rebelde Arauco está pujante

 

 

con todos sus vecinos alterados,

 

 

y pasa su furor tan adelante,

5

 

 

fue por no ser a tiempo castigados:

 

 

la llaga que al principio no se cura

 

 

requiere al fin más áspera la cura.

 

 

   Que no es virtud, mas vicio y negligencia,

 

 

cuando de un daño otro mayor se espera,

10

 

 

el no curar con hierro la dolencia,

 

 

si del mal lo requiere la manera:

 

 

mas no con tal rigor que la clemencia

 

 

pierda su fuerza y la virtud entera;

 

 

Clemente es y piadoso el que sin miedo

15

 

 

por escapar el brazo corta el dedo.

 

 

   No quiero yo decir que a cada paso

 

 

traiga el hierro en la mano la justicia,

 

 

sino según la gravedad del caso,

 

 

y la importancia y fin de la malicia:

20

 

 

pues vemos claro en el presente paso,

 

 

que al cabo, corrompida de avaricia,

 

 

dio a la maldad lugar que se arraigase,

 

 

 

y en los ánimos más se apoderase.

 

 

   Mas no se ha de entender, como el liviano

25

 

 

que se entrega al primero movimiento,

 

 

que por ser justiciero es inhumano,

 

 

y por alcanzar crédito es sangriento;

 

 

y como aquél que con injusta mano,

 

 

sin término, sin causa y fundamento,

30

 

 

por sólo liviandad y vanagloria,

 

 

quiere dejar de su maldad memoria.

 

 

No faltara materia y coyuntura

 

 

para mostrar la pluma aquí curiosa;

 

 

mas no quiero meterme en tal hondura,

35

 

 

que es cosa no importante y peligrosa:

 

 

el tiempo lo dirá, y no mi escritura,

 

 

que quizá la tendrán por sospechosa:

 

 

sólo diré que es opinión de sabios,

 

 

que donde falta el rey sobran agravios.

40

 

 

   Pero a nuestro propósito tornando,

 

 

dejaré de tratar de sinrazones,

 

 

que es trabajar en vano, derramando

 

 

al viento en el desierto las razones:

 

 

de los nuestros diré, que peleando

45

 

 

estaban con los fieros escuadrones,

 

 

ganando fama y prez, honor y gloria,

 

 

haciendo cosas dignas de memoria.

 

 

   Fue hecho tan notable, que requiere

 

 

mucha atención, y autorizada pluma:

50

 

 

y así digo que aquél que le leyere,

 

 

en que fue de los grandes se resuma:

 

 

diré cuanto en mi estilo yo pudiere,

 

 

aunque toda será una breve suma;

 

 

y los nombres también de los soldados,

55

 

 

que con razón merecen ser loados.

 

 

   Almagro, Cortés, Córdova, Nereda,

 

 

Morán, Gonzalo Hernández, Maldonado,

 

 

Peñalosa, Vergara, Castañeda,

 

 

Diego García Herrero el arriscado,

60

 

 

Pero Niño, Escalona, y otro queda

 

 

con el cual es el número acabado;

 

 

don Leonardo Manrique es el postrero,

 

 

igual en el valor siempre al primero.

 

 

   Estos catorce son los que venían

65

 

 

a verse con Valdivia en el concierto,

 

 

que del pueblo Imperial partido habían

 

 

sin saber que Valdivia fuese muerto:

 

 

por la alta cuesta de Purén subían,

 

 

y en el más alto asiento y descubierto

70

 

 

los caminos de rama ven sembrados,

 

 

señal de paga y junta de soldados.

 

 

   Conocen que la tierra está alterada,

 

 

y que de gentes hacen llamamiento;

 

 

no torcieron por esto la jornada,

75

 

 

ni les mudó el temor el firme intento:

 

 

la fresca y nueva aurora colorada

 

 

daba con su venida gran contento,

 

 

y las sombras del Sol se retraían,

 

 

cuando el licúreo valle descubrían.

80

 

 

   Aquí estaban los indios emboscados

 

 

esperando a los nuestros si viniesen

 

 

por cogerlos sin orden descuidados

 

 

antes que del peligro se advirtiesen:

 

 

de un bosque a mano hecho rodeados,

85

 

 

para que más cubiertos estuviesen,

 

 

hasta que, inadvertidos del engaño,

 

 

pudiesen a su salvo hacer el daño.

 

 

   Los catorce españoles abajaban

 

 

por un repecho, al valle enderezando,

90

 

 

donde ocultos los bárbaros estaban

 

 

cubiertos de los ramos aguardando:

 

 

los nuestros con el bosque aún no igualaban

 

 

cuando los indios, súbito sonando

 

 

bárbaras trompas, roncos tamborinos,

95

 

 

los pasos ocuparon y caminos.

 

 

   En cazador no entró tanta alegría,

 

 

cuando más sin pensar la liebre echada

 

 

de súbito por medio de la vía

 

 

salta de entre los pies alborotada;

100

 

 

cuanto causó la muestra y vocería

 

 

del vecino escuadrón de la emboscada

 

 

a nuestros españoles, que al instante

 

 

arrojan los caballos adelante.

 

 

   En un punto los bárbaros formaron

105

 

 

de puntas de diamante una muralla;

 

 

pero los españoles no pararon

 

 

hasta de parte a parte atravesalla:

 

 

hombres, picas y mazas tropellaron,

 

 

revuelven, por dar fin a la batalla,

110

 

 

con más valor y esfuerzo que esperanza,

 

 

vista de los contrarios la pujanza.

 

 

   De tres dos escuadrones desviados

 

 

el paso les cercaron y huida:

 

 

viéndose así de bárbaros cercados,

115

 

 

piensan abrir por ellos la salida:

 

 

otra vez arremeten apiñados,

 

 

y aunque una escuadra dellos fue rompida

 

 

volvieron a sus puestos recogidos,

 

 

quedando desta vuelta mal heridos.

120

 

 

   Dos veces embistieron desta suerte,

 

 

las cerradas escuadras tropellando;

 

 

mas viéndose cercanos a la muerte,

 

 

prosiguen su derrota, enderezando

 

 

al desolado sitio y casa fuerte,

125

 

 

a diestro y a siniestro derribando,

 

 

que los indios entre ellos van mezclados,

 

 

hiriéndoles también por todos lados.

 

 

   Estréchase el camino de Elicura

 

 

por la pequeña falda de una sierra:

130

 

 

la causa y la razón de esta angostura

 

 

es un lago que el valle abajo cierra:

 

 

Para los nuestros esto fue ventura,

 

 

pues siguen su jornada haciendo guerra,

 

 

que sólo un español que atrás venía

135

 

 

la bárbara arrogancia resistía.

 

 

   Ellos, que iban así por una espesa

 

 

mata, al calar de un áspero collado

 

 

ven un indio salir a toda priesa,

 

 

el vestido y el rostro demudado,

140

 

 

el cual en el camino se atraviesa,

 

 

y del seno sacó un papel cerrado

 

 

que Juan Gómez de Almagro el propio día,

 

 

dando aviso a Valdivia escrito había.

 

 

   El mismo mensajero ven lloroso,

145

 

 

que dellos adelante había partido:

 

 

de Valdivia el suceso lastimoso

 

 

les dijo, y lo demás acontecido:

 

 

y que el castillo el bárbaro furioso

 

 

le había por los cimientos destruido.

150

 

 

Viendo el remedio y presupuesto vano,

 

 

tomaron a la diestra un sitio llano.

 

 

   Era el sitio de lomas rodeado,

 

 

aunque por esta senda y paso abierto,

 

 

del Este, Norte, Oeste está abrigado,

155

 

 

y el Sur le hiere casi en descubierto,

 

 

por do seguido va el camino usado,

 

 

de los ligeros bárbaros cubierto

 

 

en espaciosa hila prolongada,

 

 

sedientos de la sangre bautizada.

160

 

 

   Tras los nuestros los bárbaros saliendo,

 

 

en el llano asimismo repararon,

 

 

y la gente esparcida recogiendo,

 

 

dos gruesos escuadrones reformaron:

 

 

los catorce españoles, conociendo

165

 

 

que era mejor romper, se aparejaron;

 

 

mueven los escuadrones concertados

 

 

por el fuerte Lincoya gobernados.

 

 

   Con flautas, cuernos, roncos instrumentos,

 

 

alto estruendo, alaridos desdeñosos,

170

 

 

salen los fieros bárbaros sangrientos

 

 

contra los españoles valerosos,

 

 

que convertir esperan en lamentos

 

 

los arrogantes gritos orgullosos:

 

 

tanto el esfuerzo y ánimo les crece,

175

 

 

que poca gente en contra les parece.

 

 

   Aunque allí un español desfigurado,

 

 

que yo no digo aquí cuál dellos era,

 

 

dijo, viendo tan poca gente al lado:

 

 

"¡Oh si nuestro escuadrón de ciento fuera!"

180

 

 

Pero Gonzalo Hernández animado,

 

 

vuelto al cielo, responde; "A Dios pluguiera

 

 

fuéramos solos doce y dos faltaran,

 

 

que doce de la fama nos llamaran."

 

 

   Los caballos en esto apercibiendo,

185

 

 

firmes y recogidos en las sillas,

 

 

sueltan las riendas, y los pies batiendo,

 

 

parten contra las bárbaras cuadrillas:

 

 

las poderosas lanzas requiriendo,

 

 

afiladas en sangre las cuchillas,

190

 

 

llamando en alta voz a Dios del cielo,

 

 

hacen gemir y retemblar el suelo.

 

 

   Calan de fuerte fresno como vigas

 

 

los bárbaros las picas al momento,

 

 

de la suerte que suelen las espigas

195

 

 

derribarse al furor del recio viento:

 

 

no bastaron las armas enemigas

 

 

al ímpetu español y movimiento,

 

 

que los nuestros rompieron por un lado,

 

 

dejando el escuadrón aportillado.

200

 

 

   A un tiempo los caballos volteando,

 

 

lejos las rotas lanzas arrojadas,

 

 

vuelven al enemigo y fiero bando,

 

 

en alto ya desnudas las espadas:

 

 

otra vez arremeten, no bastando

205

 

 

infinidad de puntas enastadas,

 

 

puestas en contra de la airada gente,

 

 

a que no se mezclasen igualmente.

 

 

   Los unos, que no saben ser vencidos,

 

 

los otros a vencer acostumbrados

210

 

 

son causa que se aumenten los heridos,

 

 

y que bajen los brazos más pesados:

 

 

de llamas los arneses encendidos,

 

 

con gran fuerza y presteza golpeados,

 

 

formaban un rumor, que el alto cielo

215

 

 

del todo parecía venir al suelo.

 

 

   El buen Gonzalo Hernández, presumiendo

 

 

imitar al de Córdova famoso,

 

 

iba por el ejército rompiendo,

 

 

no menos diestro y fuerte que animoso;

220

 

 

Peñalosa y Vergara, conociendo

 

 

que vencer o morir era forzoso,

 

 

hacen de sus personas arriscadas

 

 

de esfuerzo y fuerzas pruebas señaladas:

 

 

   El valiente soldado de Escalona,

225

 

 

la rigurosa espada ejercitando,

 

 

aventura y señala su persona

 

 

mil bárbaros valientes señalando:

 

 

don Leonardo Manrique no perdona

 

 

los golpes que recibe, antes doblando

230

 

 

los suyos con gran priesa y mayor ira,

 

 

los castiga, maltrata y los retira.

 

 

   Otro, pues, que de Córdova se llama,

 

 

mozo de grande esfuerzo y valentía,

 

 

tanta sangre araucana allí derrama,

235

 

 

que hizo cien viudas aquel día:

 

 

por una que venganza al cielo clama,

 

 

saltan todas las otras de alegría;

 

 

que al fin son las mujeres variables,

 

 

amigas de mudanzas y mudables.

240

 

 

   Cortés y Pero Niño por un lado

 

 

hacen un fiero estrago y cruda guerra;

 

 

Morán, Gómez de Almagro y Maldonado

 

 

siembran de cuerpos bárbaros la tierra:

 

 

el Herrero, como hombre acostumbrado

245

 

 

y diestro en golpear, mata y atierra:

 

 

pues Nereda también, que era maestro,

 

 

hiere, derriba a diestro y a siniestro.

 

 

   Como si fueran a morir desnudos,

 

 

las rabiosas espadas así cortan;

250

 

 

con tanta fuerza bajan golpes crudos,

 

 

que poco fuertes armas les importan:

 

 

lo que sufrir no pueden los escudos,

 

 

los insensibles cuerpos lo comportan

 

 

en furor encendidos, de tal suerte,

255

 

 

que no sienten los golpes ni aun la muerte.

 

 

   Antes de rabia y cólera abrasados,

 

 

con poderosos golpes los martillan,

 

 

y de muchos con fuerza redoblados

 

 

los cargados caballos arrodillan:

260

 

 

abollan los arneses relevados,

 

 

abren, desclavan, rompen, deshebillan:

 

 

ruedan las rotas piezas y celadas,

 

 

y el aire atruena el son de las espadas.

 

 

   Lincoya combatiendo y derribando

265

 

 

anima con hervor los escuadrones,

 

 

contra su fuerza y maza no bastando

 

 

de crestas altas fuertes morriones.

 

 

Cortés un golpe suyo reparando,

 

 

la cabeza inclinó entre los arzones,

270

 

 

llevándole el caballo medio muerto,

 

 

suelto el freno, corriendo a campo abierto.

 

 

   Con el cuello inclinado, adormecido

 

 

acá y allá el caballo le traía;

 

 

pero tornando luego en su sentido,

275

 

 

vergonzoso las riendas recogía:

 

 

vuelve a buscar aquél que le ha herido,

 

 

y al punto que miró le conocía,

 

 

que al mayor araucano que allí andaba

 

 

de los hombros arriba le llevaba.

280

 

 

   Conócelo también en la braveza

 

 

que mostraba, animando allí su gente,

 

 

y en la facilidad y ligereza

 

 

con que esgrime la maza diestramente.

 

 

Como el suelto lebrel, por la maleza

285

 

 

se arroja al jabalí fiero y valiente,

 

 

así asalta Cortés al araucano,

 

 

la adarga al pecho, el duro hierro en mano.

 

 

   Al través le hirió por un costado,

 

 

no le valiendo el coselete duro:

290

 

 

mas de aquella manera le ha mudado

 

 

que mudara un peñasco o fuerte muro:

 

 

pasa recio el caballo espoleado,

 

 

y Cortés, de Lincoya ya seguro,

 

 

por medio de la espesa escuadra hiende,

295

 

 

y al un lado y al otro muchos tiende.

 

 

   Almagro cuerpo a cuerpo combatía

 

 

con el joven Guacón, soldado fuerte;

 

 

pero presto la lid se decidía,

 

 

que poco se mostró neutral la suerte;

300

 

 

de un golpe Almagro al bárbaro hería,

 

 

por donde una ancha puerta abrió a la muerte,

 

 

sale de ella de sangre roja un río,

 

 

y ocupa el desangrado cuerpo el frío.

 

 

   Airado Castañeda en la batalla

305

 

 

mata, tropella, daña, hiere, ofende;

 

 

acaso a Narpo a la derecha halla,

 

 

y allí la rigurosa espada tiende:

 

 

no le valió el jubón de fina malla,

 

 

ni un peto de dos cueros le defiende

310

 

 

que la furiosa punta no calase,

 

 

y el cuerpo del espíritu privase.

 

 

   La gente una con otra se embravece,

 

 

crece el hervor, coraje y la revuelta,

 

 

y el río de la corriente sangre crece,

315

 

 

bárbara y española toda envuelta:

 

 

del grueso aliento el aire se escurece,

 

 

alguna infernal furia andaba suelta,

 

 

que por llevar a tantos en un día

 

 

diabólico furor les infundía.

320

 

 

   Tanto el tesón entre ellos ha durado,

 

 

que espanta cómo alzar pueden los brazos;

 

 

estaban por el uno y otro lado

 

 

de amontonados cuerpos los ribazos.

 

 

El Sol había en su curso declinado,

325

 

 

cuando ya sin vigor hechos pedazos,

 

 

de manera igualmente enflaquecían,

 

 

que moverse adelante no podían.

 

 

   Como el aliento y fuerza van faltando

 

 

a dos valientes toros animosos,

330

 

 

cuando en la fiera lucha porfiando

 

 

se muestran igualmente poderosos,

 

 

que se van poco a poco retirando

 

 

rostro a rostro con pasos perezosos,

 

 

cubiertos de un humor y espeso aliento,

335

 

 

y esparcen con los pies la arena al viento;

 

 

   los dos puestos así se retiraron,

 

 

sin sangre y sin vigor desalentados,

 

 

que jamás las espadas se mostraron,

 

 

mas siempre frente a frente careados,

340

 

 

ambos a un mismo tiempo repararon,

 

 

a un punto hicieron alto, y desviados

 

 

los unos de los otros tanto estaban,

 

 

que aún un tiro de flecha no distaban.

 

 

   Mirábanse del uno y otro bando

345

 

 

en el sitio y contrario alojamiento,

 

 

cubiertos de agua y sangre y jadeando,

 

 

que no pueden hartarse del aliento:

 

 

los fatigados miembros regalando,

 

 

el pecho y boca abierta al fresco viento,

350

 

 

que con templados soplos respiraba,

 

 

mitigando del Sol la fuerza brava.

 

 

   Y desde allí con lenguas injuriosas

 

 

a falta de las manos se ofendían:

 

 

diciéndose palabras afrentosas

355

 

 

la muerte con rigor se prometían;

 

 

y a vueltas de esto, flechas peligrosas

 

 

los enemigos arcos despedían,

 

 

que aunque el aliento y fuerza les faltaba

 

 

el rabioso rencor las arrojaba.

360

 

 

   Yo no sé de cuál brazo descansado

 

 

una flecha con ímpetu saliendo,

 

 

a manera de rayo arrebatado,

 

 

el aire con rumor iba rompiendo:

 

 

tocó en soslayo a Córdova en un lado,

365

 

 

y la furiosa punta no prendiendo,

 

 

torció a Morán el curso, y encarnada

 

 

por el ojo derecho abrió la entrada.

 

 

   El buen Morán con mano cruda y fuerte

 

 

sacó la flecha y ojo en ella asido;

370

 

 

Gonzalo, al duro paso de la muerte

 

 

le apercibe y esfuerza condolido;

 

 

pero Morán gritó: "No estoy de suerte

 

 

que me sienta de esfuerzo enflaquecido;

 

 

que solo, así herido, soy bastante

375

 

 

a vencer cuantos veis que están delante".

 

 

   Pica el caballo temerariamente,

 

 

que galopear no puede de cansado,

 

 

contra todo aquel número de gente,

 

 

que en escuadrón estaba reformado:

380

 

 

pero Gonzalo Hernández diligente

 

 

se le puso delante acelerado,

 

 

que ya Lincoya al paso le salía,

 

 

y al puesto, aunque por fuerza, le volvía.

 

 

   Con grande alarde, estruendo y movimiento,

385

 

 

sobre la cumbre de una verde loma,

 

 

tendidas las banderas por el viento,

 

 

Lautaro con la presta gente asoma.

 

 

Como cuando de lejos el hambriento

 

 

león, viendo la presa, placer toma,

390

 

 

y mira acá y allá, feroz rugiendo,

 

 

el bedijoso cuello sacudiendo:

 

 

   Lautaro así veloz por un repecho

 

 

bajaba, enderezando a los de España,

 

 

pensando él solo dar fin a aquel hecho,

395

 

 

si no le desamparan la campaña.

 

 

Delante de su gente va gran trecho:

 

 

digna es de celebrarse tal hazaña;

 

 

solos catorce esperan, hechos piezas,

 

 

rotos los brazos, piernas y cabezas.

400

 

 

   Cuatro mil sobrevienen vitoriosos,

 

 

apiñados los nuestros los esperan,

 

 

no de ver tanta gente temerosos,

 

 

porque aún morir con más honor quisieran;

 

 

los fieros enemigos orgullosos

405

 

 

en alta voz gritaban: "¡Mueran! ¡Mueran!",

 

 

y el Lincoyano ejército animado,

 

 

también acometió por otro lado.

 

 

   Lanzaron los caballos los cristianos,

 

 

batiendo bien de espacio el hueco suelo

410

 

 

contra los descansados araucanos

 

 

que fieros amenazan tierra y cielo:

 

 

vienen con tardos pies a prestas manos,

 

 

y del primer encuentro hecho un hielo

 

 

Pero Niño tocó la blanca arena,

415

 

 

bañándola de sangre en larga vena.

 

 

   Atravesole el cuerpo la herida,

 

 

aunque en atribuirla hay desconcierto:

 

 

unos dicen que Angol fue el homicida,

 

 

otros que Leocotón, y esto es más cierto:

420

 

 

cualquier dellos que fue, de gran caída

 

 

pero Niño quedó en el campo muerto

 

 

con un trozo de pica atravesado,

 

 

donde fue del tropel despedazado.

 

 

   También el de Manrique volteando

425

 

 

a los pies de Lautaro muerto vino;

 

 

rompen los otros doce, enderezando

 

 

por las espesas armas al camino:

 

 

pero Ongolmo, los pies apresurando,

 

 

de un golpe derribó fuera de tino

430

 

 

a Nereda, que en guerras era experto;

 

 

Cortés de muy herido cayó muerto.

 

 

   Tras él al suelo fue Diego García,

 

 

de una llaga mortal abierto el pecho;

 

 

de otro golpe Escalona se tendía

435

 

 

que Tucapel le acierta por derecho:

 

 

los demás españoles en la vía

 

 

(considere quien ya se vio en estrecho)

 

 

con cuánta priesa baten las ijadas

 

 

de los lasos caballos desangradas.

440

 

 

   El fiero Tucapel haciendo guerra

 

 

a todos con audacia los asalta,

 

 

y en viendo que estos dos baten la tierra,

 

 

gallardo por encima dellos salta:

 

 

topa a Almagro y con él ligero cierra,

445

 

 

en los pies levantado y la maza alta,

 

 

que sobre él derribándola venía

 

 

con toda la pujanza que tenía.

 

 

   O fue mal tiento, o furia que llevaba,

 

 

o que el Sumo Señor quiso librallo,

450

 

 

que el tiro a la cabeza señalaba,

 

 

y a dar vino en las ancas del caballo:

 

 

con tanta fuerza el golpe le cargaba,

 

 

que Almagro más no pudo meneallo,

 

 

quedando derrengado de manera

455

 

 

que si fuera de masa o blanda cera.

 

 

   Almagro con presteza por un lado,

 

 

viendo el caballo cojo, se derriba,

 

 

ora fue su ventura y diestro hado,

 

 

ora siniestro del que tras él iba,

460

 

 

el cual era el valiente Maldonado,

 

 

que envuelto en sangre y polvo al punto arriba

 

 

que el golpe segundaba Tucapelo,

 

 

y por poco con él diera en el suelo.

 

 

   Con el jinete estribo en el derecho

465

 

 

lado al bárbaro encuentra de pasada,

 

 

y cuatro cinco pasos o más trecho

 

 

lo lleva hacia adelante por la estrada:

 

 

brama el bárbaro ardiendo de despecho;

 

 

víbora no se vio más enconada,

470

 

 

ni pisado escorpión vuelve tan presto,

 

 

como el indio volvió el airado gesto.

 

 

   Muda el intento, muda la sentencia

 

 

que contra Juan de Almagro dado había,

 

 

y la furiosa maza e impaciencia

475

 

 

al triste Maldonado revolvía:

 

 

cala un golpe con toda su potencia,

 

 

mas el presto caballo se desvía;

 

 

Tucapel de furioso el tiro yerra,

 

 

y el ferrado troncón metió por tierra.

480

 

 

   No escapó Maldonado de la muerte,

 

 

que al punto llega el bravo Lemolemo

 

 

con un largo bastón ñudoso y fuerte,

 

 

a manera le corvo y grueso remo;

 

 

y un golpe le señala de tal suerte,

485

 

 

que no le erró el ferrado y duro extremo,

 

 

ni la celada prestó de estofa llena,

 

 

que los sesos saltaron por la arena.

 

 

   En esto una gran nube tenebrosa,

 

 

el aire y cielo súbito turbando,

490

 

 

con una obscuridad triste y medrosa

 

 

del Sol la luz escasa fue ocupando:

 

 

salta Aquilón con furia procelosa

 

 

los árboles y plantas inclinando,

 

 

envuelto en raras gotas de agua gruesas,

495

 

 

que luego descargaron más espesas.

 

 

   Como el diestro atambor, que apercibiendo

 

 

al duro asalto y fiera batería,

 

 

va con los tardos golpes previniendo

 

 

la presta y animosa compañía,

500

 

 

pero el punto y señal última oyendo,

 

 

suena la horrenda y áspera armonía:

 

 

así el negro nublado turbulento

 

 

lanza un diluvio súbito y violento.

 

 

   En escura tiniebla el cielo vuelto,

505

 

 

la furiosa tormenta se esforzaba,

 

 

agua, piedras y rayos todo envuelto

 

 

en espesos relámpagos lanzaba:

 

 

el araucano ejército revuelto

 

 

por acá y por allá se derramaba:

510

 

 

crece la tempestad horrenda, tanto

 

 

que a los más esforzados puso espanto.

 

 

   De Juan Gómez la próspera ventura

 

 

hizo que al punto el cielo se cerrase,

 

 

y la tiniebla de la noche escura

515

 

 

gran rato en su favor se anticipase:

 

 

turbado se metió en una espesura

 

 

hasta tanto que el ímpetu pasase

 

 

de aquella gente bárbara furiosa,

 

 

de la española sangre codiciosa.

520

 

 

   Cuando vio en su violencia el torbellino

 

 

y que él podía salir más encubierto,

 

 

el bosque deja y toma su camino,

 

 

que el temor se le muestra bien abierto:

 

 

cayendo y levantando al cabo vino,

525

 

 

de sangre, lodo y de sudor cubierto,

 

 

junto donde los nuestros esperaban

 

 

si las furiosas aguas aplacaban.

 

 

   Estaban del camino desviados,

 

 

y uno de los caballos relinchando,

530

 

 

el español con pasos sosegados

 

 

al alegre rumor se fue acercando:

 

 

llegó adonde los seis amedrentados

 

 

con baja voz estaban dél tratando,

 

 

y en aquella sazón se les presenta,

535

 

 

dándoles del suceso entera cuenta.

 

 

   Con espanto fue luego conocido,

 

 

que entre ellos ya por muerto se tenía,

 

 

y cada uno de lástima movido,

 

 

a morir en su ayuda se ofrecía;

540

 

 

mas él como animoso y entendido,

 

 

viendo que aprovechar no le podía,

 

 

dice: "De mí, señores, nadie cure,

 

 

la vida el que pudiere la asegure."

 

 

   Esto no dijo bien, cuando esforzado

545

 

 

por el bosque tomó una senda incierta,

 

 

y aquella más usada deja a un lado,

 

 

de gente y pueblos bárbaros cubierta:

 

 

otro trance mayor le está guardado;

 

 

pero pues hay de Chile historia cierta,

550

 

 

allí lo podrá ver el que quisiere,

 

 

si gana de saberlo le viniere.

 

 

   El coronista Estrella escribe al justo

 

 

de Chile y del Perú en latín la historia,

 

 

con tanta erudición, que será justo

555

 

 

que dure eternamente su memoria;

 

 

y la vida de Carlos Quinto Augusto,

 

 

y en verso los encomios y la gloria

 

 

de varones ilustres en milicia,

 

 

gobernación, en letras y justicia.

560

 

 

   Vuelvo a los seis guerreros, que sintiendo

 

 

la desgracia de Almagro, lo mostraban:

 

 

pero ayudalle en ella no pudiendo,

 

 

a la Imperial ciudad enderezaban:

 

 

la tempestad furiosa iba creciendo,

565

 

 

relámpagos y truenos no cesaban,

 

 

hasta que salió el Sol y el claro día

 

 

la plaza de Purén les descubría.

 

 

   Era un castillo, el cual con poca gente

 

 

le había Juan Gómez antes sustentado,

570

 

 

hallándose una noche de repente

 

 

de multitud de bárbaros cercado:

 

 

repelidos al fin gallardamente,

 

 

fue por su industria el cerco levantado:

 

 

No escribo esta batalla, aunque famosa,

575

 

 

por no tardarme tanto en cada cosa.

 

 

   Allí los seis guerreros arribados

 

 

fueron con tierna muestra recebidos

 

 

de los caros amigos admirados

 

 

de verlos a tal término traídos;

580

 

 

míseros, afligidos, demudados,

 

 

flacos, roncos, deshechos, consumidos,

 

 

corriendo sangre y lodo, sin celadas,

 

 

las armas con las carnes destrozadas.

 

 

   Casi veinticuatro horas sustentaron

585

 

 

las armas defendiendo su partido,

 

 

que nunca en este tiempo descansaron,

 

 

haciendo lo que habéis, Señor, oído:

 

 

un rato en el castillo reposaron,

 

 

del cual la noche atrás habían salido,

590

 

 

no con poco temor de los de casa,

 

 

y más cuando supieron lo que pasa.

 

 

   La sangre les cuajó un temor helado,

 

 

gran turbación les puso a todos, cuando

 

 

el caso de Valdivia desastrado

595

 

 

les fueron por sus términos narrando:

 

 

y así viendo el castillo mal parado,

 

 

de consejo común, considerando

 

 

la pujanza que el bárbaro traía,

 

 

le dejaron desierto el mismo día.

600

 

 

   Hacia Cautén tomaron la jornada,

 

 

llevando a Almagro acaso de camino,

 

 

que por venir la noche tan cerrada

 

 

libre salió del campo lautarino:

 

 

la fuerza fue por tierra derribada,

605

 

 

que luego el enemigo pueblo vino

 

 

talando municiones y comidas,

 

 

que en el castillo estaban recogidas.

 

 

   Dieron vuelta los bárbaros gozosos

 

 

hacia donde su ejército venía,

610

 

 

retumbando en los montes cavernosos

 

 

el alegre rumor y vocería;

 

 

y por aquellos prados espaciosos,

 

 

con la alegre vitoria de aquel día,

 

 

tales cantos y juegos inventaban

615

 

 

que el cansancio con ellos engañaban.

 

 

   Juntos, el general con grave muestra

 

 

los habla y los recibe alegremente;

 

 

y asiendo blandamente de la diestra

 

 

al valiente Lautaro, su teniente,

620

 

 

una escuadra le entrega de maestra,

 

 

escogida, gallarda y buena gente,

 

 

en armas y trabajo ejercitada,

 

 

para cualquier empresa y gran jornada.

 

 

   A Lautaro dejemos pues en esto,

625

 

 

que mucho su proceso me detiene:

 

 

forzoso a tratar dél volveré presto,

 

 

que llegar hasta Penco me conviene,

 

 

pues hace tanto a nuestro presupuesto

 

 

decir cómo a la guerra se previene

630

 

 

que sangrienta y mortal se aparejaba,

 

 

y el justo sentimiento que mostraba.

 

 

   Ya la fama, ligera embajadora

 

 

de tristes nuevas y de grandes males,

 

 

a Penco atormentaba de hora en hora,

635

 

 

esforzando su voz ruines señales:

 

 

cuando llegan los indios a deshora,

 

 

los dos que ya conté que en los jarales,

 

 

viendo a Valdivia roto, se escondieron,

 

 

y estos el triste caso refirieron.

640

 

 

   Por mensajeros ciertos entendiendo

 

 

el duro y desdichado acaecimiento,

 

 

viejos, mujeres, niños concurriendo,

 

 

se forma un triste y general lamento:

 

 

el cielo con aguda voz rompiendo,

645

 

 

hinchen de tristes lástimas el viento

 

 

nuevas viudas, huérfanas, doncellas;

 

 

era una dolorosa cosa vellas.

 

 

   Los blancos rostros, más que flores bellos,

 

 

eran de crudos puños ofendidos,

650

 

 

y manojos dorados de cabellos

 

 

andaban por los suelos esparcidos;

 

 

vieran pechos de nieve y tersos cuellos

 

 

de sangre y vivas lágrimas teñidos;

 

 

y rotos por mil partes y arrojados

655

 

 

ricos vestidos, joyas y tocados.

 

 

   No con menor estruendo los varones

 

 

de la edad más robusta juntamente

 

 

daban de su dolor demostraciones,

 

 

pero con otro modo diferente:

660

 

 

suenan las armas, suenan municiones,

 

 

suena el nuevo aparato de la gente;

 

 

y la ronca trompeta del dios Marte

 

 

a guerra incita ya por toda parte.

 

 

   Unos botas espadas afilaban,

665

 

 

otros petos mohosos enlucían,

 

 

otros las viejas cotas remallaban,

 

 

hierros otros en astas engerían,

 

 

cañones reforzados apuntaban,

 

 

al viento las banderas descogían,

670

 

 

y en alardosa muestra los soldados

 

 

iban por todas partes ocupados.

 

 

   Caudillo era y cabeza de la gente

 

 

Francisco Villagrán, varón tenido

 

 

por sabio en la milicia y suficiente,

675

 

 

con suma diligencia prevenido:

 

 

de Pedro de Valdivia fue teniente,

 

 

después de su persona obedecido:

 

 

sentido del suceso y caso fuerte

 

 

brama por la venganza de su muerte.

680

 

 

   Las mujeres de nuevos alaridos

 

 

hieren el alto cóncavo del cielo,

 

 

viendo al peligro puestos los maridos

 

 

y ellas en tal trabajo y desconsuelo:

 

 

con lagrimosos ojos y gemidos,

685

 

 

echadas de rodillas por el suelo,

 

 

les ponen los hijuelos por delante;

 

 

pero cosa a moverlos no es bastante.

 

 

   Ya de lo necesario aparejados

 

 

en demanda del bárbaro salían,

690

 

 

de arneses lucidísimos armados,

 

 

que vistosos de lejos parecían:

 

 

las mujeres por torres y tejados

 

 

con fijos ojos tiernos los seguían;

 

 

y echándoles de allí mil bendiciones,

695

 

 

vuelven a Dios el ruego y peticiones.

 

 

   Del tropel se despiden ciudadano,

 

 

que del pueblo saliera a acompañallos,

 

 

y en busca del ejército araucano

 

 

pican a toda priesa los caballos:

700

 

 

dejan a la siniestra a Mareguano,

 

 

y a la diestra de Talca los vasallos,

 

 

hijo de Talcaguano, que su tierra

 

 

la ciñe casi en torno el mar y sierra.

 

 

   De los seguros límites pasando,

705

 

 

pisan de Andalicán la enjuta arena,

 

 

y el espacioso llano atravesando,

 

 

suben las lomas, y el rumor no suena;

 

 

y al pie del cerro andálico llegando,

 

 

sin entender lo que Lautaro ordena,

710

 

 

sólo el miedo de entrar por el estado

 

 

les mitigó el furor demasiado.

 

 

   Un paso peligroso, agrio y estrecho,

 

 

de la banda del Norte está a la entrada

 

 

por un monte asperísimo y derecho,

715

 

 

la cumbre hasta los cielos levantada:

 

 

está tras éste un llano a poco trecho,

 

 

y luego otra menor cuesta tajada,

 

 

que divide el distrito andalicano

 

 

del fértil valle y límite araucano.

720

 

 

   Esta cuesta Lautaro había elegido

 

 

para dar la batalla, y por concierto

 

 

tenía todo su ejército tendido

 

 

en lo más alto della y descubierto:

 

 

viendo que a pie en lo llano es mal partido

725

 

 

seguir a los caballos campo abierto,

 

 

el alto y primer cerro deja exento,

 

 

pensando allí alcanzarlos por aliento.

 

 

   Porque se tome bien del sitio el tino

 

 

quiero aquí figurarle por entero:

730

 

 

la subida no es mala del camino,

 

 

mas todo lo demás despeñadero:

 

 

tiene al Poniente al bravo mar vecino,

 

 

que bate al pie de un gran derrumbadero,

 

 

y en la cumbre y más alto de la cuesta

735

 

 

se allana cuanto un tiro de ballesta.

 

 

   Estaba el alto cerro coronado

 

 

del poderoso ejército enemigo,

 

 

y el camino al entrar desocupado,

 

 

sin defensa ni estorbo, como digo:

740

 

 

pasado el primer monte, había llegado

 

 

al pie deste segundo bando amigo;

 

 

pero aquí Villagrán confuso estuvo,

 

 

que el peligroso trance le detuvo.

 

 

   Como el romano César, receloso

745

 

 

el pie en el Rubicón fijó a la entrada,

 

 

pensando allí de nuevo el peligroso

 

 

hecho que acometía y gran jornada;

 

 

Al fin soltó las riendas animoso;

 

 

diciendo: "¡Sús!, ¡la suerte ya es echada!..."

750

 

 

Así nuestro español rompió el camino,

 

 

dando libre la rienda a su destino.

 

 

   Apenas el primer paso había dado,

 

 

cuando luego tras él osadamente

 

 

por el fragoso monte levantado

755

 

 

alegre comenzó a subir la gente:

 

 

Lautaro sin moverse, arrinconado,

 

 

franca les da la entrada llanamente;

 

 

diez mil hombres gobierna, gente usada

 

 

en el duro ejercicio de la espada.

760

 

 

   Tenía su campo en torno de la cuesta,

 

 

y mandado que nadie se moviese

 

 

un paso a comenzar la dura fiesta,

 

 

hasta que el son de arremeter se oyese,

 

 

con una irremisible pena puesta

765

 

 

para aquél que del término saliese;

 

 

que estaban así quedos y callados

 

 

cual si fueran en mármoles mudados.

 

 

   Pues la española gente, deseando

 

 

ejercitar la vencedora diestra,

770

 

 

se va a los enemigos acercando

 

 

por la banda del bárbaro siniestra:

 

 

Lautaro al puesto término llegando,

 

 

presenta la batalla en bella muestra,

 

 

con gran rumor de bárbaras trompetas,

775

 

 

atambores, bocinas y cornetas.

 

 

   Paréceme, Señor, que será justo

 

 

dar fin al largo canto en este paso,

 

 

porque el deseo del otro mueva el gusto,

 

 

y porque de cantar me siento laso.

780

 

 

Suplícoos que el tardar no os dé disgusto,

 

 

pareciéndoos que voy tan paso a paso,

 

 

que aun de gentes agravio una gran suma,

 

 

atento a no llevar prolija pluma.

 

Canto V

 

Contiénese la reñida batalla que entre los españoles y araucanos hubo en la cuesta de Andalicán, donde por la astucia de Lautaro y el demasiado trabajo de los españoles, fueron los nuestros desbaratados, y muertos más de la mitad de ellos, juntamente con tres mil indios amigos.

 

                                

   Siempre el benigno Dios, por su clemencia,

         

 

nos dilata el castigo merecido,

 

 

hasta ver sin emienda la insolencia

 

 

y el corazón rebelde endurecido:

 

 

y es tanta la dañosa inadvertencia,

5

 

 

que aunque vemos el término cumplido

 

 

y ejemplo del castigo en el vecino,

 

 

no queremos dejar el mal camino.

 

 

   Dígolo, porque viene muy contenta

 

 

nuestra gente española a las espadas,

10

 

 

que en el fin de Valdivia no escarmienta,

 

 

ni mira haber seguido sus pisadas:

 

 

presto la veréis dar estrecha cuenta

 

 

de las culpas presentes y pasadas;

 

 

que el verdugo Lautaro, ardiendo en saña

15

 

 

se muestra con su gente en la campaña.

 

 

   Villagrán con la suya a punto puesto,

 

 

en el estrecho llano se detiene;

 

 

plantando seis cañones en buen puesto,

 

 

ordena aquí y allí lo que conviene:

20

 

 

estuvo sin moverse un rato en esto

 

 

por ver el orden que Lautaro tiene,

 

 

que ocupaba su gente tanto trecho

 

 

que mitigó el ardor de más de un pecho.

 

 

   De muchos fue esta guerra deseada;

25

 

 

pero sabe ora Dios sus intenciones,

 

 

viendo toda la cuesta rodeada

 

 

de gente en concertados escuadrones:

 

 

la sangre, del temor ya resfriada,

 

 

con presteza acudió a los corazones;

30

 

 

los miembros, del calor desamparados,

 

 

fueron luego de esfuerzo reformados.

 

 

   Con nuevo encendimiento están bramando,

 

 

porque la trompa del partir no suena;

 

 

tanto el trance y batalla deseando

35

 

 

que cualquiera tardanza les da pena.

 

 

De la otra parte el araucano bando,

 

 

sujeto a lo que su caudillo ordena,

 

 

rabiaba por cerrar; mas la obediencia

 

 

le pone duro freno y resistencia.

40

 

 

   Como el feroz caballo, que impaciente,

 

 

cuando el competidor ve ya cercano,

 

 

bufa, relincha, y con soberbia frente

 

 

hiere la tierra de una y otra mano;

 

 

así el bárbaro ejército obediente,

45

 

 

viendo tan cerca el campo castellano

 

 

gime por ver el juego comenzado,

 

 

mas no pasa del término asignado.

 

 

   Desta manera, pues, la cosa estaba,

 

 

ganosos de ambas partes por juntarse;

50

 

 

pero ya Villagrán consideraba

 

 

que era dalles más ánimo el tardarse:

 

 

tres bandas de jinetes apartaba

 

 

de aquellos codiciosos de probarse,

 

 

que a la seña, sin más amonestallos,

55

 

 

ponen las piernas recio a los caballos.

 

 

   El campo con ligeros pies batiendo,

 

 

salen con gran tropel y movimiento;

 

 

Rauco se estremeció del son horrendo,

 

 

y la mar hizo extraño sentimiento.

60

 

 

Los corregidos bárbaros temiendo

 

 

de Lautaro el expreso mandamiento,

 

 

aunque por los herir se deshacían,

 

 

el paso hacia delante no movían.

 

 

   Con el concierto y orden que en Castilla

65

 

 

juegan las cañas en solemne fiesta,

 

 

que parte y desembraza una cuadrilla,

 

 

revolviendo la darga al pecho puesta:

 

 

así los nuestros firmes en la silla,

 

 

llegan hasta el remate de la cuesta,

70

 

 

y vuelven casi en cerco a retirarse,

 

 

por no poder romper sin despeñarse.

 

 

   Toman al retirar la vuelta larga,

 

 

y desta suerte muchas vueltas prueban;

 

 

pero todas las veces una carga

75

 

 

de flecha, dardo y piedra espesa llevan:

 

 

a algunos vale allí la buena adarga;

 

 

las celadas y grebas bien aprueban,

 

 

que no pueden venir al corto hierro

 

 

por ser peinado en torno el alto cerro.

80

 

 

   Firme estaba Lautaro sin mudarse,

 

 

y cercada de gente la montaña;

 

 

algunos que pretenden señalarse

 

 

salen con su licencia a la campaña:

 

 

quieren uno por uno ejercitarse

85

 

 

de la pica y bastón con los de España;

 

 

o dos a dos, o tres a tres soldados,

 

 

a la franca elección de los llamados.

 

 

   Usando de mudanzas y ademanes

 

 

vienen con muestra airosa y contoneo,

90

 

 

más bizarros que bravos alemanes,

 

 

haciendo aquí y allí gentil paseo:

 

 

como los diestros y ágiles galanes

 

 

en público ejercicio del torneo,

 

 

así llegan gallardos a juntarse

95

 

 

y con las duras puntas a tentarse.

 

 

   Quien piensa de la pica ser maestro

 

 

sale a probar la fuerza y el destino,

 

 

tentando el lado diestro y el siniestro,

 

 

buscando lo mejor con sabio tino:

100

 

 

cuál acomete, vence y hurta presto,

 

 

hallando para entrar franco el camino;

 

 

cuál hace el golpe vano, y cuál tan cierto

 

 

que da con su enemigo en tierra muerto.

 

 

   Otros de estas posturas no se curan,

105

 

 

ni paran en el aire y gentileza;

 

 

que el golpe sea mortal sólo procuran,

 

 

y en el cuerpo y los pies llevar firmeza:

 

 

con ánimo arrojado se aventuran,

 

 

llevados de la cólera y braveza;

110

 

 

ésta a veces los golpes hace vanos,

 

 

y ellos venir más juntos a las manos.

 

 

   Pero por más veloz en la corrida

 

 

el mozo Curiomán se señalaba,

 

 

que con gallarda muestra y atrevida

115

 

 

larga carrera sin temor tomaba:

 

 

y blandiendo una lanza muy fornida

 

 

en medio de la furia la arrojaba,

 

 

que nunca la ballesta al torno armada

 

 

jara con tal presteza fue enviada.

120

 

 

   Había siete españoles ya herido,

 

 

mas nadie se atraviesa a la venganza,

 

 

que era el valiente bárbaro temido

 

 

por su esfuerzo, destreza y gran pujanza:

 

 

en esto Villagrán algo corrido,

125

 

 

viéndole despedir la octava lanza,

 

 

dijo con voz airada: "¿No hay alguno

 

 

que castigue este bárbaro importuno?"

 

 

   Diciendo esto, miraba a Diego Cano,

 

 

el cual de osado crédito tenía,

130

 

 

que, una asta gruesa en la derecha mano,

 

 

su rabicán preciado apercebía;

 

 

y al tiempo cuando el bárbaro lozano

 

 

con fuerza extrema el brazo sacudía,

 

 

en la silla los muslos enclavados

135

 

 

hiere al caballo a un tiempo entrambos lados.

 

 

   Con menudo tropel y gran ruïdo

 

 

sale el presto caballo desenvuelto

 

 

hacia el gallardo bárbaro atrevido,

 

 

que en esto las espaldas había vuelto;

140

 

 

pero el fuerte español, embebecido

 

 

en que no se le fuese, el freno suelto,

 

 

bate al caballo a priesa los talones

 

 

hasta los enemigos escuadrones.

 

 

   No el araucano y fiero ayuntamiento

145

 

 

con las espesas picas derribadas,

 

 

ni el presuroso y recio movimiento

 

 

de mazas y de bárbaras espadas

 

 

pudieron resistir el duro intento

 

 

del airado español, que las pisadas

150

 

 

del ligero araucano iba siguiendo,

 

 

la espesa turba y multitud rompiendo:

 

 

   donde a pesar de tantos y a despecho,

 

 

con grande esfuerzo y valerosa mano

 

 

rompe por ellos, y la lanza al pecho

155

 

 

de aquél que dilató su muerte en vano:

 

 

y glorioso del bravo y alto hecho,

 

 

al caballo picó a la diestra mano,

 

 

abriendo con esfuerzo y diestro tino

 

 

por medio de las armas el camino.

160

 

 

   Luego se arroja el escuadrón jinete

 

 

al araucano ejército llamando,

 

 

que a esperarle parece que acomete,

 

 

y vase luego al borde retirando:

 

 

una, cuatro y diez veces arremete,

165

 

 

poco el arremeter aprovechando;

 

 

que en aquella sazón ninguna espada

 

 

había de sangre bárbara manchada.

 

 

   Los cansados caballos trabajaban,

 

 

mas poco del trabajo se aprovecha,

170

 

 

que los nuestros en vano les picaban,

 

 

heridos y hostigados de la flecha:

 

 

las bravezas de algunos aplacaban

 

 

viéndose en aquel punto y cuenta estrecha,

 

 

ellos lasos, los otros descansados,

175

 

 

los pasos y caminos ya cerrados.

 

 

   La presta y temerosa artillería

 

 

a toda furia y priesa disparaba,

 

 

y así en el escuadrón indio batía,

 

 

que cuanto topa enhiesto lo allanaba:

180

 

 

de fuego y humo el cerro se cubría,

 

 

el aire cerca y lejos retumbaba:

 

 

parece con estruendo abrirse el suelo

 

 

y respirar un nuevo Mongibelo.

 

 

   Visto Lautaro serle conveniente

185

 

 

quitar y deshacer aquel nublado,

 

 

que lanzaba los rayos en su gente

 

 

y había gran parte della destrozado;

 

 

al escuadrón que a Leucotón valiente

 

 

por su valor le estaba encomendado

190

 

 

le manda arremeter con furia presta

 

 

y en alta voz diciendo le amonesta:

 

 

   "¡Oh fieles compañeros vitoriosos

 

 

a quien fortuna llama a tales hechos!

 

 

¡Ya es tiempo que los brazos valerosos

195

 

 

nuestras causas aprueben y derechos!

 

 

¡Sus, sus, calad las lanzas animosos!

 

 

¡Rompan los hierros los contrarios pechos,

 

 

y por ellos abrid roja corriente

 

 

sin respetar a amigo ni a pariente!

200

 

 

   "A las plazas guiad, que si ganadas

 

 

por vuestro esfuerzo son, con tal vitoria

 

 

célebres quedarán vuestras espadas,

 

 

y eterna al mundo dellas la memoria:

 

 

el campo seguirá vuestras pisadas,

205

 

 

siendo vos los autores desta gloria."

 

 

Y con esto la gente envanecida

 

 

hizo la temeraria arremetida.

 

 

   Por infame se tiene allí el postrero,

 

 

que es la cosa que entre ellos más se nota;

210

 

 

el más medroso quiere ser primero

 

 

al probar si la lanza lleva bota:

 

 

no espanta ver morir al compañero,

 

 

ni llevar quince o veinte una pelota,

 

 

volando por los aires hechos piezas,

215

 

 

ni el ver quedar los cuerpos sin cabezas.

 

 

   No los perturba y pone allí embarazo,

 

 

ni punto los detiene el temor ciego;

 

 

antes si el tiro a alguno lleva el brazo,

 

 

con el otro la espada esgrime luego:

220

 

 

llegan sin reparar hasta el ribazo

 

 

donde estaba la máquina del fuego;

 

 

viéranse allí las balas escupidas

 

 

por la bárbara furia detenidas.

 

 

   Los demás arremeten luego en rueda,

225

 

 

y de tiros la tierra y sol cubrían:

 

 

pluma no basta, lengua no hay que pueda

 

 

figurar el furor con que venían:

 

 

de voces, fuego, humo y polvareda

 

 

no se entienden allí ni conocían;

230

 

 

mas poco aprovechó este impedimento,

 

 

que ciegos se juntaban por el tiento.

 

 

   Tardaron poco espacio en concertarse

 

 

las enemigas haces ya mezcladas:

 

 

lo que allí se vio más para notarse

235

 

 

era el presto batir de las espadas:

 

 

procuran ambas partes señalarse,

 

 

y así vieran cabezas y celadas

 

 

en cantidad y número partidas,

 

 

y piernas de sus troncos divididas.

240

 

 

   Unos por defender la artillería,

 

 

con tal ímpetu y furia acometida;

 

 

otros por dar remate a su porfía

 

 

traban una batalla bien reñida:

 

 

para un solo español cincuenta había,

245

 

 

la ventaja era fuera de medida;

 

 

mas cada cual por sí tanto trabaja,

 

 

que iguala con valor a la ventaja.

 

 

   No quieren que atrás vuelva el estandarte

 

 

de Carlos Quinto, Máximo, glorioso,

250

 

 

mas que, a pesar del contrapuesto Marte,

 

 

vaya siempre adelante vitorioso:

 

 

el cual, terrible y fiero a cada parte,

 

 

envuelto en ira y polvo sanguinoso,

 

 

daba nuevo vigor a las espadas,

255

 

 

de tanto combatir aún no cansadas.

 

 

   Renuévase el furor y la braveza

 

 

según es el herir apresurado,

 

 

con aquel mismo esfuerzo y entereza

 

 

que si entonces la hubieran comenzado:

260

 

 

las muertes, el rigor y la crueza,

 

 

esto no puede ser significado,

 

 

que la espesa y menuda yerba verde

 

 

en sangre convertida el color pierde.

 

 

   Villagrán la batalla en peso tiene,

265

 

 

que no pierde una mínima su puesto;

 

 

de todo lo importante se previene,

 

 

aquí va y allí acude, y vuelve presto:

 

 

hace de capitán lo que conviene

 

 

con usada experiencia; y fuera desto,

270

 

 

como usado soldado y buen guerrero

 

 

se arroja a los peligros el primero.

 

 

   Andando envuelto en sangre a Torbo mira

 

 

que en los cristianos hace gran matanza;

 

 

lleva el caballo, y él llevado de ira

275

 

 

requiere en la derecha bien la lanza:

 

 

en los estribos firme al pecho tira;

 

 

mas la codicia y sobra de pujanza

 

 

desatentó la presurosa mano,

 

 

haciendo antes de tiempo el golpe en vano.

280

 

 

   Hiende el caballo desapoderado

 

 

por la canalla bárbara enemiga;

 

 

revuelve a Torbo el español airado,

 

 

y en bajo el brazo la jineta abriga;

 

 

pásale un fuerte peto tresdoblado

285

 

 

y el jubón de algodón, y en la barriga

 

 

le abrió una gran herida por do al punto

 

 

vertió de sangre un lago y la alma junto.

 

 

   Saca entera la lanza, y derribando

 

 

el brazo atrás, con ira la arrojaba:

290

 

 

vuelve la furiosa asta rechinando

 

 

del ímpetu y pujanza que llevaba,

 

 

y a Corpillan que estaba descansando

 

 

por entre el brazo y cuerpo le pasaba,

 

 

y al suelo penetró sin dañar nada,

295

 

 

quedando media braza en él fijada.

 

 

   Y luego Villagrán, la espada fuera,

 

 

por medio de la hueste va a gran priesa;

 

 

haciendo con rigor ancha carrera

 

 

adonde va la turba más espesa.

300

 

 

No menos Pedro de Olmos de Aguilera

 

 

en todos los peligros se atraviesa,

 

 

habiendo él solo muerto por su mano

 

 

a Guancho, Canio, Pillo y Titaguano.

 

 

   Hernando y Juan, entrambos de Alvarado,

305

 

 

daban de su valor notoria muestra,

 

 

y el viejo gran jinete Maldonado

 

 

voltea el caballo allí con mano diestra,

 

 

ejercitando con valor usado

 

 

la espada que en herir era maestra,

310

 

 

aunque la débil fuerza envejecida

 

 

hace pequeño el golpe y la herida.

 

 

   Diego Cano a dos manos, sin escudo,

 

 

no deja lanza enhiesta ni armadura,

 

 

que todo por rigor de filo agudo

315

 

 

hecho pedazos viene a la llanura:

 

 

pues Peña, aunque de lengua tartamudo,

 

 

se revuelve con tal desenvoltura

 

 

cual Cesio entre las armas de Pompeo,

 

 

o en Troya el fiero hijo de Peleo.

320

 

 

   Por otra parte el español Reinoso,

 

 

de ponzoñosa rabia estimulado,

 

 

con la espada sangrienta va furioso

 

 

hiriendo por el uno y otro lado;

 

 

mata de un golpe a Palta, y riguroso

325

 

 

la punta enderezó contra el costado

 

 

del fuerte Ron, y así acertó la vena,

 

 

que la espada de sangre sacó llena.

 

 

   Bernal, Pedro de Aguayo, Castañeda,

 

 

Ruiz, Gonzalo Hernández, y Pantoja

330

 

 

tienen hecha de muertos una rueda

 

 

y la tierra de sangre toda roja:

 

 

no hay quien ganar del campo un paso pueda

 

 

ni el espeso herir un punto afloja,

 

 

haciendo los cristianos tales cosas

335

 

 

que las harán los tiempos milagrosas.

 

 

   Mas eran los contrarios tanta gente,

 

 

y tan poco el remedio y confianza,

 

 

que a muchos les faltaba juntamente

 

 

la sangre, aliento, fuerza y la esperanza:

340

 

 

llevados, pues, al fin de la corriente,

 

 

sin poder resistir la gran pujanza,

 

 

pierden un largo trecho la montaña

 

 

con todas las seis piezas de campaña.

 

 

   Del antiguo valor y fortaleza

345

 

 

sin aflojar los nuestros siempre usaron;

 

 

no se vio en español jamás flaqueza

 

 

hasta que el campo y sitio les ganaron:

 

 

mas viéndose a tal hora en estrecheza,

 

 

que pasaba de cinco que empezaron,

350

 

 

comienzan a dudar ya la batalla

 

 

perdiendo la esperanza de ganalla.

 

 

   Dudan por ver al bárbaro tan fuerte,

 

 

cuando ellos en la fuerza iban menguando;

 

 

representoles el temor la muerte,

355

 

 

las heridas y sangre resfriando:

 

 

algunos desaniman de tal suerte

 

 

que se van al camino retirando,

 

 

no del todo, Señor, desbaratados,

 

 

mas haciéndoles rostro y ordenados.

360

 

 

   Pero el buen Villagrán, haciendo fuerza,

 

 

se arroja y contrapone al paso airado,

 

 

y con sabias razones los esfuerza,

 

 

como de capitán escarmentado,

 

 

diciendo: "Caballeros, nadie tuerza

365

 

 

de aquello que a su honor es obligado;

 

 

no os entreguéis al miedo, que es, yo os digo,

 

 

de todo nuestro bien gran enemigo.

 

 

   "Sacudidle de vos, y veréis luego

 

 

la deshonra y afrenta manifiesta:

370

 

 

mirad que el miedo infame, torpe y ciego

 

 

más que el hierro enemigo aquí os molesta:

 

 

no os turbéis, reportaos, tened sosiego,

 

 

que en este solo punto tenéis puesta

 

 

vuestra fama, el honor, vida y hacienda,

375

 

 

y es cosa que después no tiene emienda.

 

 

   "¿A dó volvéis sin orden y sin tiento,

 

 

que los pasos tenemos impedidos?

 

 

¿Con cuánto deshonor y abatimiento

 

 

seremos de los nuestros acogidos?

380

 

 

La vida y honra está en el vencimiento,

 

 

la muerte y deshonor en ser vencidos:

 

 

mirad esto, y veréis huyendo cierta

 

 

vuestra deshonra y más la vida incierta."

 

 

   De la plaza no ganan cuanto un dedo

385

 

 

por esto y otras cosas que decía,

 

 

según era el terror y extraño miedo

 

 

en que el peligro puesto los había.

 

 

"¿Dónde quedar mejor que aquí yo puedo?"

 

 

diciendo Villagrán, con osadía

390

 

 

temeraria arremete a tanta gente,

 

 

sólo para morir honradamente.

 

 

   La vida ofrece de acabar contenta,

 

 

por no estar al rigor de ser juzgado;

 

 

teme más que a la muerte alguna afrenta

395

 

 

y el verse con el dedo señalado:

 

 

no quiere andar a todos dando cuenta

 

 

si a volver las espaldas fue forzado;

 

 

que por dolencia o mancha se reputa

 

 

tener hombre el honor puesto en disputa.

400

 

 

   Cuán bien desto salió, que del caballo

 

 

al suelo le trujeron aturdido;

 

 

cuál procura prendello, cuál matallo;

 

 

pero las buenas armas le han valido;

 

 

otros dicen a voces: "¡Desarmallo!"

405

 

 

Acude allí la gente y el ruïdo...

 

 

Mas quien saber el fin desto quisiere

 

 

al otro canto pido que me espere.

 

Canto VI

 

Prosigue la comenzada batalla, con las extrañas y diversas muertes que los araucanos ejecutaron en los vencidos, y la poca piedad que con los niños y mujeres usaron, pasándolos todos a cuchillo.

 

                                

   Al valeroso espíritu, ni suerte,

          

 

ni revolver de hado riguroso

 

 

le pueden presentar caso tan fuerte,

 

 

que le traigan a estado vergonzoso;

 

 

como ahora a Villagrán, que con su muerte,

 

 

no siendo de otro modo poderoso,

5

 

 

piensa atajar el áspero camino

 

 

adonde le tiraba su destino.

 

 

   Sus soldados, el paso apresurando,

 

 

en confuso montón se retrujeron,

 

 

cuando en el nuevo y gran rumor mirando

10

 

 

a su buen capitán en tierra vieron:

 

 

solos trece, la vida despreciando,

 

 

los rostros y las riendas revolvieron;

 

 

rasgando a los caballos los ijares

 

 

se arrojan a embestir tantos millares.

15

 

 

   Con más valor que yo sabré decillo

 

 

el pequeño escuadrón ligero cierra,

 

 

abriendo en los contrarios un portillo,

 

 

que casi puso en condición la guerra:

 

 

rompen hasta do el mísero caudillo

20

 

 

de golpes aturdido estaba en tierra,

 

 

sin ayuda y favor desamparado,

 

 

de la enemiga turba rodeado.

 

 

   Todos a un tiempo quieren ser primeros

 

 

en esta presa y suerte señalada,

25

 

 

y estaban como lobos carniceros

 

 

sobre la mansa oveja desmandada,

 

 

cuando discordes con ahullidos fieros

 

 

forman música en voz desentonada;

 

 

y en esto los mastines del egido

30

 

 

llegan con gran presteza a aquel ruïdo;

 

 

   Así los enemigos apiñados,

 

 

en medio al triste Villagrán tenían,

 

 

que por darle la muerte, embarazados,

 

 

los unos a los otros se impedían:

35

 

 

mas los trece españoles esforzados,

 

 

rompiendo a la sazón, sobrevenían

 

 

de roja y fresca sangre ya cubiertos

 

 

de aquellos que dejaban atrás muertos.

 

 

   Con gran presteza, del amor movidos,

40

 

 

adonde a Villagrán ven se arrojaban,

 

 

y los agudos hierros atrevidos

 

 

de nuevo en sangre nueva remojaban:

 

 

desamparan el cerco los heridos,

 

 

acá y allá medrosos se apartaban:

45

 

 

algunos sustentaban con más suerte

 

 

su parte y opinión hasta la muerte.

 

 

   Si un espeso montón se deshacía;

 

 

desocupando el campo escarmentados,

 

 

otra junta mayor luego nacía,

50

 

 

y estaban sus lugares ocupados:

 

 

del sueño Villagrán aún no volvía;

 

 

mas tal maña se dieron sus soldados,

 

 

y así las prestas armas revolvieron,

 

 

que en su acuerdo a caballo lo pusieron.

55

 

 

   A tardarse más tiempo fuera muerto,

 

 

y a bien librar salió tan mal parado

 

 

que, aunque estaba de planchas bien cubierto,

 

 

tenía el cuerpo molido y magullado:

 

 

pero del sueño súbito despierto,

60

 

 

viendo trece españoles a su lado,

 

 

olvidando el peligro en que aún estaba,

 

 

entre los duros hierros se lanzaba.

 

 

   Por medio del ejército enemigo

 

 

sin escarmiento ni temor hendía,

65

 

 

llevando en su defensa al bando amigo,

 

 

que destrozando bárbaros venía:

 

 

trillan, derriban, hacen tal castigo

 

 

que duran las reliquias hoy en día,

 

 

y durará en Arauco muchos años

70

 

 

el estrago y memoria de los daños.

 

 

   Bernal hiere a Mailongo de pasada

 

 

de un valiente altibajo a fil derecho;

 

 

no le valió de acero la celada,

 

 

que los filos corrieron hasta el pecho:

75

 

 

Aguilera al través tendió la espada,

 

 

y al dispuesto Guamán dejó mal trecho;

 

 

haciendo ya el temor tan ancha senda

 

 

que bien pueden correr a toda rienda.

 

 

   Salen, pues, los catorce vitoriosos

80

 

 

donde los otros de su bando estaban,

 

 

que turbados, sin orden, temerosos

 

 

de ver su muerte ya remolinaban:

 

 

no bastaron ni fueron poderosos

 

 

Villagrán y los otros que llegaban

85

 

 

a estorbar el camino comenzado,

 

 

que ya el temor gran fuerza había cobrado.

 

 

   Viendo bravo y gallardo al araucano,

 

 

del todo de vencer desconfiados,

 

 

y los caballos sin aliento, en vano

90

 

 

de importunas espuelas fatigados;

 

 

a grandes voces dicen: "¡A lo llano!

 

 

No estemos desta suerte arrinconados;"

 

 

y con nuevo temor y desatino

 

 

toman algunos dellos el camino.

95

 

 

   Cual de cabras montesas la manada,

 

 

cuando a lugar estrecho es reducida,

 

 

de diestros cazadores rodeada

 

 

y de importunos tiros perseguida;

 

 

que viéndose ofendida y apretada,

100

 

 

una rompe el camino y la huïda,

 

 

siguiendo las demás a la primera;

 

 

así abrieron los nuestros la carrera.

 

 

   Uno, dos, diez y veinte, desmandados

 

 

corren a la bajada de la cuesta,

105

 

 

sin orden y atención apresurados,

 

 

como si al palio fueran sobre apuesta:

 

 

aunque algunos valientes ocupados

 

 

con firme rostro y con espada presta,

 

 

combatiendo animosos, no miraban

110

 

 

cómo así los amigos los dejaban.

 

 

   No atienden al huir, ni se previenen

 

 

de remedio tan flaco y vergonzoso;

 

 

antes en su batalla se mantienen,

 

 

trayendo el fin a término dudoso

115

 

 

y con heroicos ánimos detienen

 

 

de los indios el ímpetu furioso,

 

 

y la disposición del duro hado

 

 

en daño suyo y contra declarado.

 

 

   Y así resisten, matan y destruyen,

120

 

 

contrastando al destino, que parece

 

 

que el valor araucano disminuyen,

 

 

y el suyo con difícil prueba crece:

 

 

mas viendo a los amigos cómo huyen,

 

 

que a más correr la gente desparece,

125

 

 

hubieron de seguir la misma vía,

 

 

que ya fuera locura y no osadía.

 

 

   Quiero mudar en lloro amargo el canto,

 

 

que será a la sazón más conveniente,

 

 

pues me suena en la oreja el triste llanto

130

 

 

del pueblo amigo y género inocente.

 

 

No siento el ser vencidos, tanto cuanto

 

 

ver pasar las espadas crudamente

 

 

por vírgenes, mujeres, servidores,

 

 

que penetran los cielos sus clamores.

135

 

 

   La infantería española sin pereza

 

 

y gente de servicio iban camino,

 

 

que el miedo les prestaba ligereza,

 

 

y más de la que a algunos les convino;

 

 

pues con la turbación y gran torpeza

140

 

 

muchos perdieron de la cuesta el tino,

 

 

ruedan unos, los lomos quebrantados,

 

 

otros hechos pedazos despeñados.

 

 

   Quedan por el camino mil tendidos,

 

 

los arroyos de sangre el llano riegan,

145

 

 

rompiendo el aire el llanto y alaridos

 

 

que en son desentonado al cielo llegan:

 

 

y las lástimas tristes y gemidos,

 

 

puestas las manos altas, con que ruegan

 

 

y piden de la vida gracia en vano

150

 

 

al inclemente bárbaro inhumano.

 

 

   El cual siempre les iba caza dando,

 

 

con mano presta y pies en la corrida,

 

 

hiriendo sin respeto y derribando

 

 

la inútil gente, mísera, impedida,

155

 

 

que a la amiga nación iba invocando

 

 

la ayuda en vano a la amistad debida,

 

 

poniéndole delante con razones

 

 

la deuda, el interés y obligaciones.

 

 

   Y aunque más las razones obligaban,

160

 

 

si alguno a defenderlos revolvía,

 

 

viendo cuanto los otros se alargaban,

 

 

alargarse también le convenía.

 

 

Ni a los que por amigos se trataban,

 

 

ni a las que por amigas se debía,

165

 

 

con quien había amistad y cuenta estrecha,

 

 

llamar, gemir, llorar les aprovecha.

 

 

   Que ya los nuestros sin parar en nada

 

 

por la carrera de su sangre roja

 

 

dan siempre nueva furia en su jornada,

170

 

 

y a los caballos priesa y rienda floja:

 

 

que ni la voz de virgen delicada,

 

 

ni obligación de amigos los congoja:

 

 

la pena y la fatiga que llevaban

 

 

era que los caballos no volaban.

175

 

 

   Sordos a aquel clamor y endurecidos,

 

 

miden con sueltos pies el verde llano;

 

 

pero algunos de lástima movidos,

 

 

viendo el fiero espectáculo inhumano,

 

 

de una rabiosa cólera encendidos,

180

 

 

vuelven contra el ejército araucano

 

 

que corre por el campo derramado,

 

 

la más parte en la presa embarazado.

 

 

   Determinados de morir, revuelven

 

 

haciendo al sexo tímido reparo,

185

 

 

y de suerte en los bárbaros se envuelven,

 

 

que a más de diez la vuelta costó caro:

 

 

por esto los primeros aún no vuelven,

 

 

que quieren que el partido sea más claro,

 

 

y no poner la vida en aventura,

190

 

 

cuanto lejos de allí tanto segura.

 

 

   Torna la lid de nuevo a refrescarse;

 

 

de un lado y otro andaba igual trabada:

 

 

pecho con pecho vienen a juntarse,

 

 

lanza con lanza, espada con espada;

195

 

 

pueden los españoles sustentarse,

 

 

que la gente araucana derramada

 

 

el alcance sin orden proseguía

 

 

haciendo todo el daño que podía.

 

 

   Cual banda de cornejas esparcidas

200

 

 

que por el aire claro el vuelo tienden,

 

 

que de la compañera condolidas,

 

 

por los chirridos la prisión entienden,

 

 

las batidoras alas recogidas

 

 

a darle ayuda en círculo descienden;

205

 

 

el bárbaro escuadrón de esta manera

 

 

al rumor endereza la carrera.

 

 

   La gente que de acá y allá discurre,

 

 

viendo el tumulto y aire polvoroso

 

 

deja el alcance, y de tropel concurre

210

 

 

al son de las espadas sonoroso:

 

 

cada araucano con presteza ocurre

 

 

adonde era el favor más provechoso,

 

 

y los sangrientos hierros en las manos,

 

 

cercan el escuadrón de los cristianos.

215

 

 

   La copia de los bárbaros creciendo,

 

 

crece el son de las armas y refriega,

 

 

y los nuestros se van disminuyendo,

 

 

que en su ayuda y socorro nadie llega:

 

 

pero con grande esfuerzo combatiendo

220

 

 

ninguno la persona a ciento niega,

 

 

ni allí se vio español que se notase

 

 

que a su deuda una mínima faltase.

 

 

   Mas de la suerte, como si del cielo

 

 

tuvieran el seguro de las vidas,

225

 

 

se meten y se arrojan sin recelo

 

 

por las furiosas armas homicidas:

 

 

caen por tierra, y echan por el suelo,

 

 

dan y reciben ásperas heridas,

 

 

que el número dispar y aventajado

230

 

 

suple el valor y el ánimo sobrado.

 

 

   Y así se contraponen, no temiendo

 

 

la muerte y furia bárbara importuna,

 

 

el ímpetu y pujanza resistiendo

 

 

de la gente, del hado y la fortuna:

235

 

 

mas contrastar a tantos no pudiendo

 

 

sin socorro, favor ni ayuda alguna,

 

 

dilatando el morir, les fue forzoso

 

 

volver a su camino trabajoso.

 

 

   Parece el esperar más desatino,

240

 

 

que van los delanteros como el viento;

 

 

usar de aquel remedio les convino

 

 

y no del temerario atrevimiento:

 

 

muchos mueren en medio del camino

 

 

por falta de caballos y de aliento,

245

 

 

y de sangre también, que el verde prado

 

 

quedaba de su rastro colorado.

 

 

   Flojos ya los caballos y encalmados,

 

 

los bárbaros por pies los alcanzaban,

 

 

y en los rendidos dueños derribados

250

 

 

las fuerzas de los brazos ensayaban:

 

 

otros de los peones empachados,

 

 

digo, de los cristianos que a pie andaban,

 

 

casi moverse al trote no podían,

 

 

que con sólo el temor los detenían.

255

 

 

   Los cansados peones se contentan

 

 

con las colas o aciones aferradas,

 

 

y en vano lastimosos representan

 

 

estrechas amistades olvidadas:

 

 

de sí los de a caballo los ausentan,

260

 

 

si no pueden a ruego, a cuchilladas,

 

 

como a los más odiosos enemigos;

 

 

que no era a la sazón tiempo de amigos.

 

 

   Atruena todo el valle el gran bullicio,

 

 

armas, grita, clamor triste se oía

265

 

 

de la gente española y de servicio

 

 

que a manos de los indios perecía:

 

 

no se vio tan sangriento sacrificio,

 

 

ni tan extraña y cruda anatomía

 

 

como los fieros bárbaros hicieron

270

 

 

en dos mil y quinientos que murieron.

 

 

   Unos vienen al suelo mal heridos,

 

 

de los lomos al vientre atravesados;

 

 

por medio de la frente otros hendidos,

 

 

otros mueren con honra degollados:

275

 

 

otros, que piden medios y partidos,

 

 

de los cascos los ojos arrancados,

 

 

los fuerzan a correr por peligrosos

 

 

peñascos sin parar precipitosos.

 

 

   Y a las tristes mujeres delicadas

280

 

 

el debido respeto no guardaban,

 

 

antes con más rigor por las espadas

 

 

sin escuchar sus ruegos las pasaban:

 

 

no tienen miramiento a las preñadas,

 

 

mas los golpes al vientre encaminaban,

285

 

 

y aconteció salir por las heridas

 

 

las tiernas pernezuelas no nacidas.

 

 

   Suben por la gran cuesta al que más puede,

 

 

y paga el perezoso y negligente,

 

 

que a ninguno más vida se concede

290

 

 

de cuanto puede andar ligeramente:

 

 

y aquel torpe es forzoso que se quede

 

 

que no es en la carrera diligente;

 

 

que la muerte que airada atrás venía,

 

 

en afirmando el pie le sacudía.

295

 

 

   Aunque la cuesta es áspera y derecha,

 

 

muchos a la alta cumbre han arribado,

 

 

adonde una albarrada hallaron hecha,

 

 

y el paso con maderos ocupado:

 

 

no tiene aquel camino otra deshecha,

300

 

 

que el cerro casi en torno era tajado;

 

 

del un lado le bate la marina,

 

 

del otro un gran peñón con él confina.

 

 

   Era de gruesos troncos mal pulidos

 

 

el nuevo muro en breve tiempo hecho,

305

 

 

con arte unos en otros engeridos

 

 

que cerraban la senda y paso estrecho:

 

 

dentro estaban los indios prevenidos,

 

 

las armas sobre el muro y antepecho,

 

 

que según orgullosos se mostraban,

310

 

 

al cielo, no a la gente amenazaban.

 

 

   Viendo los españoles ya cerrados

 

 

los pasos y cerrada la esperanza,

 

 

a pasar o morir determinados,

 

 

poniendo en Dios la firme confianza,

315

 

 

de la albarrada un trecho desviados

 

 

prueban de los caballos la pujanza,

 

 

corriendo un golpe dellos a romperla,

 

 

y los bárbaros dentro a defenderla.

 

 

   Así la gente estaba detenida,

320

 

 

que todo su trabajo no importaba,

 

 

ni al peligro hallaba la salida,

 

 

hasta que el viejo Villagrán llegaba:

 

 

que vista la excusada arremetida

 

 

cuán poco en el remedio aprovechaba,

325

 

 

sin temor de morir ni muestra alguna

 

 

dio aquí el último tiento a la fortuna.

 

 

   Estaba en un caballo derivado

 

 

de la española raza poderoso,

 

 

ancho de cuadra, espeso, bien trabado,

330

 

 

castaño de color, presto, animoso,

 

 

veloz en la carrera y alentado,

 

 

de grande fuerza y de ímpetu furioso,

 

 

y la furia sujeta y corregida

 

 

por un débil bocado y blanda brida.

335

 

 

   El rostro le endereza, y al momento

 

 

bate el presto español recio la ijada,

 

 

que sale con furioso movimiento

 

 

y encuentra con los pechos la albarrada:

 

 

no hace en el romper más sentimiento

340

 

 

que si fuera en carrera acostumbrada,

 

 

abriendo tal camino, que pasaron

 

 

todos los que de abajo se escaparon.

 

 

   Los bárbaros airados defendían

 

 

el paso, pero al cabo no pudieron,

345

 

 

que por más que las armas esgrimían

 

 

los fuertes españoles los rompieron:

 

 

unos hacia la mano diestra guían,

 

 

otros tan buen camino no supieron,

 

 

tomando a la siniestra un mal sendero

350

 

 

que a dar iba en un gran despeñadero.

 

 

   A la siniestra mano hacia el Poniente

 

 

estaban dos caminos mal usados;

 

 

estos debían de ser antiguamente

 

 

por do al agua bajaban los venados:

355

 

 

Digo en tiempos pasados, que al presente

 

 

por mil partes estaban derrumbados,

 

 

y el remate tajado con un salto

 

 

de más de ciento y veinte brazas de alto.

 

 

   Por orden de Natura no sabida,

360

 

 

o por gran sequedad de aquella tierra,

 

 

o algún diluvio grande y avenida,

 

 

fue causa de tajarse aquella sierra:

 

 

pues por allí la gente mal regida

 

 

ocupada del miedo de la guerra,

365

 

 

huyendo de la muerte ya sin tino

 

 

a dar derechamente en ella vino.

 

 

   La inadvertida gente iba rodando

 

 

que repararse un paso no podía,

 

 

el segundo al primero tropellando,

370

 

 

y el tercero al segundo recio envía;

 

 

el número se va multiplicando,

 

 

un cuerpo mil pedazos se hacía,

 

 

siempre rodando con furor violento

 

 

hasta parar en el más bajo asiento.

375

 

 

   Como el fiero Tifeo, presumiendo

 

 

lanzar de sí el gran monte y pesadumbre,

 

 

cuando el terrible cuerpo estremeciendo

 

 

sacude los peñascos de la cumbre,

 

 

que vienen con gran ímpetu y estruendo

380

 

 

hechos piezas abajo en muchedumbre;

 

 

así la triste gente mal guiada

 

 

rodando al llano va despedazada.

 

 

   Pero aquella que el buen camino tiene,

 

 

de verle con presteza el fin procura:

385

 

 

ninguno por el otro se detiene,

 

 

que detenerse ya fuera locura:

 

 

rodar también alguno le conviene,

 

 

que más de lo posible se apresura:

 

 

A caballo y a pie y aún de cabeza

390

 

 

llegaron a lo bajo en poca pieza.

 

 

   Sueltos iban caballos por el prado,

 

 

que muertos lo señores han caïdo;

 

 

otros desocuparlos fue forzado

 

 

que por flojos la silla habían perdido:

395

 

 

cuál ligero cabalga y cuál turbado,

 

 

del temor de la muerte ya impedido,

 

 

atinar al estribo no podía,

 

 

y el caballo y sazón se le huía.

 

 

   No aguardaban por esto, mas corriendo

400

 

 

juegan a mucha priesa los talones,

 

 

al delantero sin parar siguiendo,

 

 

que no le alcanzarán a dos tirones:

 

 

votos, promesas entre sí haciendo

 

 

de ayunos, romerías, oraciones,

405

 

 

y aún otros reservados sólo al Papa,

 

 

si Dios de este peligro los escapa.

 

 

   Venían ya los caballos por el llano

 

 

las orejas tremiendo derramadas:

 

 

quiérenlos aguijar, mas es en vano,

410

 

 

aunque recio les abren las ijadas:

 

 

El hermano no escucha al caro hermano;

 

 

las lástimas allí son excusadas:

 

 

quien dos pasos del otro se aventaja,

 

 

por ganar otros dos muere y trabaja.

415

 

 

   Como el que sueña que en el ancho coso

 

 

siente al furioso toro avecinarse,

 

 

que piensa atribulado y temeroso

 

 

huyendo de aquel ímpetu salvarse,

 

 

y se aflige y congoja presuroso

420

 

 

por correr, y no puede menearse;

 

 

así estos a gran priesa a los caballos

 

 

no pueden, aunque quieren, aguijallos.

 

 

   Haciendo el enemigo gran matanza

 

 

sigue el alcance y siempre los aqueja:

425

 

 

dichoso aquél que buen caballo alcanza,

 

 

que de su furia un poco más se aleja:

 

 

quién la adarga abandona, quién la lanza,

 

 

quién de cansado el propio cuerpo deja;

 

 

y así la vencedora gente brava

430

 

 

la fiera sed con sangre mitigaba.

 

 

   A aquél que por desdicha atrás venía,

 

 

ninguno, aunque sea amigo, le socorre,

 

 

despacio el más ligero se movía,

 

 

quien el caballo trota mucho corre:

435

 

 

el cansancio y la sed los afligía:

 

 

mas Dios, que en el mayor peligro acorre,

 

 

frenó el ímpetu y curso al enemigo,

 

 

según en el siguiente canto digo.

 

 

Canto VII

 

Llegan los españoles a la ciudad de la Concepción hechos pedazos, cuentan el destrozo y pérdida de nuestra gente, y vista la poca que para resistir tan gran pujanza de enemigos en la ciudad había, y las muchas mujeres, niños y viejos que dentro estaban, se retiran en la ciudad de Santiago. Asimismo en este canto se contiene el saco, incendio y ruina de la ciudad de la Concepción.

 

                                

   Tener en mucho un pecho se debría

         

 

a dó el temor jamás halló posada,

 

 

temor que honrosa muerte nos desvía

 

 

por una vida infame y deshonrada:

 

 

En los peligros grandes, la osadía

5

 

 

merece ser de todos estimada:

 

 

el miedo es natural en el prudente,

 

 

y el saberlo vencer, es ser valiente.

 

 

   Esto podrán decir los que picaban

 

 

los cansados caballos aguijando;

10

 

 

pues tanto de temor se apresuraban

 

 

que les daremos crédito aún callando;

 

 

con los prestos calcaños lo afirmaban,

 

 

con piernas, brazos, cuerpo ijadeando;

 

 

también los araucanos sin aliento

15

 

 

la furia iban perdiendo y movimiento.

 

 

   Que del grande trabajo fatigados

 

 

en el largo y veloz curso aflojaron,

 

 

y por el gran tesón desalentados

 

 

a seis leguas de alcance los dejaron.

20

 

 

Los nuestros, del temor más aguijados,

 

 

al entrar de la noche se hallaron

 

 

en la extrema ribera de Biobío,

 

 

adonde pierde el nombre y ser de río.

 

 

   Y a la orilla un gran barco asido vieron

25

 

 

de una gruesa cadena a un viejo pino:

 

 

los más heridos dentro se metieron,

 

 

abriendo por las aguas el camino;

 

 

y los demás con ánimo atendieron

 

 

hasta que el esperado barco vino,

30

 

 

y con la diligencia comenzada

 

 

a la ciudad arriban deseada.

 

 

   Puédese imaginar cuál llegarían

 

 

del trabajo y heridas maltratados,

 

 

algunos casi rostros no traían,

35

 

 

otros los traen de golpes levantados:

 

 

del infierno parece que salían:

 

 

no hablan ni responden elevados:

 

 

a todos con los ojos rodeaban;

 

 

y más callando el daño declaraban.

40

 

 

   Después que dio el cansancio y torpe espanto

 

 

licencia de decir lo que pasaba,

 

 

dejando el pueblo atónito ya cuanto,

 

 

súbito en triste tono levantaba

 

 

un alboroto y doloroso llanto,

45

 

 

que el gran desastre más solemnizaba;

 

 

y al son discorde y áspera armonía

 

 

la casa más vecina respondía.

 

 

   Quién llora el muerto padre, quién marido,

 

 

quién hijos, quién sobrinos, quién hermanos;

50

 

 

mujeres como locas sin sentido

 

 

ansiosas tuercen las hermosas manos:

 

 

con el fresco dolor crece el gemido,

 

 

y los protestos de acidente vanos:

 

 

los niños abrazados con las madres

55

 

 

preguntaban llorando por sus padres.

 

 

   De casa en casa corren publicando

 

 

las voces y clamores esforzados

 

 

los muertos que murieron peleando

 

 

y aquellos infelices despeñados:

60

 

 

mozas, casadas, viudas lamentando,

 

 

puestas las manos y ojos levantados,

 

 

piden a Dios para dolor tan fuerte,

 

 

el último remedio de la muerte.

 

 

   La amarga noche sin dormir pasaban

65

 

 

al son de dolorosos instrumentos;

 

 

mas el día venido, se atajaban

 

 

con otro mayor mal estos lamentos;

 

 

diciendo que a gran furia se acercaban

 

 

los araucanos bárbaros sangrientos,

70

 

 

en una mano hierro, en otra fuego,

 

 

sobre el pueblo español, de temor ciego.

 

 

   Ya la parlera Fama pregonando

 

 

torpes y rudas lenguas desataba:

 

 

las cosas de Lautaro acrecentando,

75

 

 

los enemigos ánimos menguaba:

 

 

que ya cada español casi temblando,

 

 

dando fuerza a la Fama, levantaba

 

 

al más flaco araucano hasta el cielo,

 

 

derramando en los ánimos un hielo.

80

 

 

   Levántase un rumor de retirarse,

 

 

y la triste ciudad desamparalla,

 

 

diciendo que no pueden sustentarse

 

 

contra los enemigos en batalla:

 

 

corrillos comenzaban a formarse:

85

 

 

la voz común aprueba el despoblalla:

 

 

algunos con razones importantes

 

 

reprobaban las causas no bastantes.

 

 

   Dos varias partes eran admitidas,

 

 

del temor y el amor de la hacienda;

90

 

 

la poca gente, muertes y heridas,

 

 

dicen que la ciudad no se defienda:

 

 

las haciendas y rentas adquiridas,

 

 

al liberal temor cogen la rienda:

 

 

mas luego se esforzó y creció de modo,

95

 

 

que al fin se apoderó de todo en todo.

 

 

   La gente principal claro pretende

 

 

desamparar el pueblo y propio nido:

 

 

el temeroso vulgo aún no lo entiende,

 

 

mas tiende oreja atenta a aquel ruïdo,

100

 

 

visto el público trato, más no atiende;

 

 

que súbito, alterado y removido,

 

 

de nuevo esfuerza el llanto y las querellas,

 

 

poniendo un alarido en las estrellas.

 

 

   Quién a su casa corre pregonando

105

 

 

la venida del bárbaro guerrero;

 

 

quién aguija a la silla, procurando

 

 

cincharla en el caballo más ligero:

 

 

las encerradas vírgenes llorando

 

 

por las calles sin manto ni escudero,

110

 

 

atónitas, de acá y de allá perdidas,

 

 

a las madres buscaban desvalidas.

 

 

   Como las corderillas temerosas

 

 

de las queridas madres apartadas,

 

 

balando van perdidas presurosas,

115

 

 

haciendo en poco espacio mil paradas,

 

 

ponen atenta oreja a todas cosas,

 

 

corren aquí y allí desatinadas;

 

 

así las tiernas vírgenes llorando,

 

 

a voces a las madres van llamando.

120

 

 

   De rato en rato se renueva y crece

 

 

el llanto, la aflicción y el alarido:

 

 

tal voz hay que de súbito enmudece,

 

 

reduciendo el sentir sólo al oïdo:

 

 

cualquier sombra, Lautaro les parece,

125

 

 

su rigurosa voz cualquier ruïdo,

 

 

alzan la grita y corren, no sabiendo

 

 

más de ver a los otros ir corriendo.

 

 

   Era cosa de oír bien lastimosa

 

 

los suspiros, clamores y lamento,

130

 

 

haciéndoles mayores cualquier cosa

 

 

que trae de nuevo el miedo por el viento:

 

 

desampara la turba temerosa

 

 

sus casas, posesión y heredamiento,

 

 

sedas, tapices, camas, recamados,

135

 

 

tejos de oro y de plata atesorados.

 

 

   Si alguno hace protestos, requiriendo

 

 

que no sea la ciudad desamparada,

 

 

responde el principal: "Yo no lo entiendo

 

 

ni de mi voluntad soy parte en nada."

140

 

 

Pero el temor un viejo posponiendo,

 

 

les dice: "¡Gente vil, acobardada,

 

 

deshonra del honor y ser de España!

 

 

¿Qué es esto, dónde vais, quién os engaña?"

 

 

   No fue esta corrección de algún provecho

145

 

 

ni otras cosas que el viejo les decía;

 

 

muestran todos hacerse a su despecho

 

 

y van al que más corre ya la vía.

 

 

Es justo que la fama cante un hecho

 

 

digno de celebrarse hasta el día,

150

 

 

que cese la memoria por la pluma

 

 

y todo pierda el ser y se consuma.

 

 

   Doña Mencía de Nidos, una dama

 

 

noble, discreta, valerosa, osada,

 

 

es aquélla que alcanza tanta fama

155

 

 

en tiempo que a los hombres es negada:

 

 

estando enferma y flaca en una cama,

 

 

siente el grande alboroto, y esforzada,

 

 

asiendo de una espada y un escudo,

 

 

salió tras los vecinos como pudo.

160

 

 

   Ya por el monte arriba caminaban,

 

 

volviendo atrás los rostros afligidos

 

 

a las casas y tierras que dejaban,

 

 

oyendo de gallinas mil graznidos:

 

 

los gatos con voz hórrida maullaban,

165

 

 

perros daban tristísimos aullidos,

 

 

Progne con la turbada Filomena

 

 

mostraban en sus cantos grave pena.

 

 

   Pero con más dolor doña Mencía,

 

 

que dello daba indicio y muestra clara,

170

 

 

con la espada desnuda lo impedía,

 

 

y en medio de la cuesta y dellos para.

 

 

El rostro a la ciudad vuelto decía:

 

 

"¡Oh valiente nación, a quien tan cara

 

 

cuesta la tierra y opinión ganada

175

 

 

por el rigor y filo de la espada!

 

 

   "Decidme ¿qué es de aquella fortaleza

 

 

que contra los que así teméis mostrastes?

 

 

¿Qué es de aquel alto punto y la grandeza

 

 

de la inmortalidad a que aspirastes?

180

 

 

¿Qué es del esfuerzo, orgullo, la braveza

 

 

y el natural valor de que os preciastes?

 

 

¿Adónde vais, cuitados de vosotros

 

 

que no viene ninguno tras nosotros?

 

 

   "¡Oh cuántas veces fuistes imputados

185

 

 

de impacientes, altivos, temerarios,

 

 

en los casos dudosos arrojados,

 

 

sin atender a medios necesarios:

 

 

y os vimos en el yugo traer domados

 

 

tan gran número y copia de adversarios,

190

 

 

y emprender y acabar empresas tales

 

 

que distes a entender ser inmortales!

 

 

   "¡Volved a vuestro pueblo ojos piadosos,

 

 

por vos de sus cimientos levantado;

 

 

mirad los campos fértiles viciosos

195

 

 

que os tienen su tributo aparejado;

 

 

las ricas minas, y los caudalosos

 

 

ríos de arenas de oro, y el ganado,

 

 

que ya de cerro en cerro anda perdido,

 

 

buscando a su pastor desconocido.

200

 

 

   "Hasta los animales, que carecen

 

 

de vuestro racional entendimiento,

 

 

usando de razón se condolecen,

 

 

y muestran doloroso sentimiento:

 

 

los duros corazones se enternecen,

205

 

 

no usados a sentir, y por el viento

 

 

las fieras la gran lástima derraman,

 

 

y en voz casi formada nos infaman.

 

 

   "Dejáis quietud, hacienda y vida honrosa,

 

 

de vuestro esfuerzo y brazos adquirida,

210

 

 

por ir a casa ajena embarazosa

 

 

a do tendremos mísera acogida:

 

 

¿Qué cosa puede haber más afrentosa,

 

 

que ser huéspedes toda nuestra vida?

 

 

¡Volved, que a los honrados vida honrada

215

 

 

les conviene, o la muerte acelerada!

 

 

   "¡Volved, no vais así de esa manera,

 

 

ni del temor os deis tan por amigos;

 

 

que yo me ofrezco aquí, que la primera

 

 

me arrojaré en los hierros enemigos!

220

 

 

¡Haré yo esta palabra verdadera

 

 

y vosotros seréis dello testigos!

 

 

"¡Volved, volved!" gritaba, pero en vano,

 

 

que a nadie pareció el consejo sano.

 

 

   Como el honrado padre recatado,

225

 

 

que piensa reducir con persuasiones

 

 

al hijo, del propósito dañado,

 

 

y está alegando en vano mil razones,

 

 

que al hijo incorregible y obstinado

 

 

le importunan y cansan los sermones:

230

 

 

así al temor la gente ya entregada,

 

 

no sufre ser en esto aconsejada.

 

 

   Ni a Paulo le pasó con tal presteza

 

 

por las sienes la Jáculo serpiente,

 

 

sin perder de su vuelo ligereza,

235

 

 

llevándole la vida juntamente,

 

 

como la odiosa plática y braveza

 

 

de la dama de Nidos por la gente,

 

 

pues apenas entró por un oïdo

 

 

cuando ya por el otro había salido.

240

 

 

   Sin escuchar la plática, del todo

 

 

llevados de su antojo caminaban:

 

 

mujeres sin chapines por el lodo

 

 

a gran priesa las faldas arrastraban:

 

 

fueron doce jornadas de este modo,

245

 

 

y a Mapochó al fin dellas arribaban:

 

 

Lautaro, que se siente descansado,

 

 

me da priesa, que mucho me he tardado.

 

 

   No es bien que tanto dél nos descuidemos,

 

 

pues él no se descuida en nuestro daño,

250

 

 

y adonde le dejamos volveremos,

 

 

que fue donde dejó el alcance extraño:

 

 

En muy poco papel resumiremos

 

 

un gran proceso y término tamaño:

 

 

que fuera necesario larga historia

255

 

 

para ponerlo extenso por memoria.

 

 

   Mas con la brevedad ya profesada

 

 

me detendré lo menos que pudiere,

 

 

y las cosas menudas, de pasada

 

 

tocaré lo mejor que yo supiere:

260

 

 

pido que atenta oreja me sea dada,

 

 

que el cuento es grave y atención requiere,

 

 

para que con curiosa y fácil pluma

 

 

los hechos de estos bárbaros resuma;

 

 

   que luego que el alcance hubo cesado

265

 

 

volviendo al hijo de Pillán gozoso,

 

 

que atrás un largo trecho había quedado,

 

 

más por autoridad que de medroso,

 

 

al general despachan un soldado,

 

 

alojándose el campo en el gracioso

270

 

 

valle de Talcamábida importante,

 

 

de pastos y comidas abundante.

 

 

   Un bárbaro valiente que tenía

 

 

la estancia y heredad en aquel valle,

 

 

halló un indio cristiano por la vía;

275

 

 

pero no se preciando de matalle,

 

 

prisionero a su casa le traía,

 

 

y comienza en tal modo a razonalle:

 

 

"La vida, ¡oh miserable! quiero darte,

 

 

aunque no la mereces por tu parte.

280

 

 

   "Pues que ya a la guerra tú venías,

 

 

gozando del honor de los guerreros,

 

 

¿por qué con las mujeres te escondías

 

 

viendo a hierro morir tus compañeros?

 

 

Mujer debes de ser, pues que temías

285

 

 

tanto de alguna espada los aceros;

 

 

y así quiero que tengas el oficio

 

 

en todo lo que toca a mi servicio."

 

 

   Mandó que del oficio se encargase

 

 

que a la mujer honesta es permitido,

290

 

 

y la posada y cena concertase,

 

 

en tanto que del sueño convencido

 

 

los fatigados miembros recrease:

 

 

y habiéndose a su cama recogido,

 

 

al mundo el Sol dos vueltas había dado,

295

 

 

y no había el araucano despertado:

 

 

   sepultado en un sueño tan profundo

 

 

como si de mil años fuera muerto,

 

 

hasta que el claro Sol dio luz al mundo

 

 

a la vuelta tercera; que despierto

300

 

 

pidió la usada ropa, y lo segundo

 

 

si estaba la comida ya en concierto:

 

 

el diligente siervo respondía

 

 

que después de guisada estaba fría:

 

 

   diciéndole también cómo había estado

305

 

 

cincuenta horas de término en el lecho,

 

 

del trabajo y manjares olvidado,

 

 

con todo lo demás que se había hecho;

 

 

y que el comer estaba aparejado,

 

 

si del sueño se hallaba satisfecho.

310

 

 

El bárbaro responde: "No me espanto

 

 

de haber sin despertar dormido tanto;

 

 

   "que el cuidoso Lautaro apercebido,

 

 

por hacer desear vuestra llegada,

 

 

la gente en escuadrones ha tenido

315

 

 

con tal orden y tasa castigada,

 

 

que aún el sentarnos era defendido

 

 

en acabando Apolo su jornada,

 

 

hasta que ya los rayos de su lumbre

 

 

nos daban de la vuelta certidumbre.

320

 

 

   "Si alguno de su puesto se movía,

 

 

sin esperar descargo le empalaba,

 

 

y aquél que de cansado se dormía

 

 

en medio de dos picas le colgaba:

 

 

quien cortaba una espiga, allí moría,

325

 

 

de más de la ración que se le daba:

 

 

con órdenes estrechas y precetos

 

 

nos tuvo, como digo, así sujetos.

 

 

   "Desta suerte estuvimos los soldados

 

 

más de catorce noches aguardando,

330

 

 

las picas altas, a ellas arrimados,

 

 

vuestra tarda venida deseändo:

 

 

del sueño y del cansancio quebrantados,

 

 

pasando gran trabajo, hasta cuando

 

 

supimos que llegábades ya junto,

335

 

 

que nos quitó el cansancio en aquel punto."

 

 

   Viendo el silencio que en el valle había,

 

 

le pregunta si el campo era partido

 

 

el mozo dice: "Ayer antes del día

 

 

salió de aquí con súbito ruïdo;

340

 

 

afirmarte la causa no sabría;

 

 

aunque por claras muestras he entendido

 

 

que la ciudad de Penco torreada

 

 

era del español desamparada."

 

 

   Así era la verdad, que caminado

345

 

 

habían los escuadrones vencedores

 

 

hacia el pueblo español, desamparado

 

 

de los inadvertidos moradores.

 

 

La codicia del robo y el cuidado

 

 

les puso espuelas y ánimos mayores:

350

 

 

siete leguas del valle a Penco había

 

 

y arribaron en sólo medio día.

 

 

   A vista de las casas, ya la gente

 

 

se reparte por todos los caminos,

 

 

porque el saco del pueblo sea igualmente

355

 

 

lleno de ropa y falto de vecinos:

 

 

apenas la señal del partir siente,

 

 

cuando cual negra banda de estorninos

 

 

que se abate al montón del blanco trigo,

 

 

baja al pueblo el ejército enemigo.

360

 

 

   La ciudad yerma en gran silencio atiende

 

 

el presto asalto y fiera arremetida

 

 

de la bárbara furia, que deciende

 

 

con alto estruendo y con veloz corrida:

 

 

el menos codicioso allí pretende

365

 

 

la casa más copiosa y bastecida:

 

 

vienen de gran tropel hacia las puertas,

 

 

todas de par en par francas y abiertas.

 

 

   Corren toda la casa en el momento,

 

 

y en un punto escudriñan los rincones;

370

 

 

muchos por no engañarse por el tiento

 

 

rompen y descerrajan los cajones;

 

 

baten tapices, rimas y ornamento,

 

 

camas de seda y ricos pabellones,

 

 

y cuanto descubrir pueden de vista,

375

 

 

que no hay quien los impida ni resista.

 

 

   No con tanto rigor el pueblo griego

 

 

entró por el troyano alojamiento,

 

 

sembrando frigia sangre y vivo fuego,

 

 

talando hasta en el último cimiento;

380

 

 

cuanto de ira, venganza y furor ciego,

 

 

el bárbaro, del robo no contento,

 

 

arruïna, destroza, desperdicia,

 

 

y así aún no satisface su malicia.

 

 

   Quién sube la escalera y quién abaja,

385

 

 

quién a la ropa y quién al cofre aguija,

 

 

quién abre, quién desquicia y desencaja,

 

 

quién no deja fardel ni baratija;

 

 

quién contiende, quién riñe, quién baraja,

 

 

quién alega y se mete a la partija:

390

 

 

por las torres, desvanes y tejados

 

 

aparecen los bárbaros cargados.

 

 

   No en colmenas de abejas la frecuencia,

 

 

priesa y solicitud, cuando fabrican

 

 

en el panal la miel con providencia,

395

 

 

que a los hombres jamás lo comunican;

 

 

ni aquel salir, entrar y diligencia

 

 

con que las tiernas flores melifican,

 

 

se puede comparar, ni ser figura

 

 

de lo que aquella gente se apresura

400

 

 

   alguno de robar no se contenta

 

 

la casa que le da cierta ventura;

 

 

que la insaciable voluntad sedienta

 

 

otra de mayor presa le figura:

 

 

haciendo codiciosa y necia cuenta

405

 

 

busca la incierta y deja la segura;

 

 

y llegando, el Sol puesto, a la posada,

 

 

se queda por buscar mucho sin nada.

 

 

   También se roba entre ellos lo robado,

 

 

que poca cuenta y amistad había,

410

 

 

si no se pone en salvo a buen recado,

 

 

que allí el mayor ladrón más adquiría;

 

 

cuál lo saca arrastrando, cuál cargado

 

 

va, que del propio hermano no se fía:

 

 

más parte a ningún hombre se concede

415

 

 

de aquello que llevar consigo puede.

 

 

   Como para el invierno se previenen

 

 

las guardosas hormigas avisadas,

 

 

que a la abundante troje van y vienen

 

 

y andan en acarretos ocupadas,

420

 

 

no se impiden, estorban, ni detienen,

 

 

dan las vacías paso a las cargadas;

 

 

así los araucanos codiciosos

 

 

entran, salen y vuelven presurosos.

 

 

   Quien buena parte tiene, más no espera,

425

 

 

que presto pone fuego al aposento;

 

 

no aguarda que los otros salgan fuera,

 

 

ni tiene al edificio miramiento:

 

 

la codiciosa llama de manera

 

 

iba en tanto furor y crecimiento,

430

 

 

que todo el pueblo mísero se abrasa,

 

 

corriendo el fuego ya de casa en casa.

 

 

   Por alto y bajo el fuego se derrama,

 

 

los cielos amenaza el son horrendo,

 

 

de negro humo espeso y viva llama

435

 

 

la infelice ciudad se va cubriendo:

 

 

treme la Tierra en torno, el fuego brama,

 

 

de subir a su esfera presumiendo:

 

 

caen de rica labor maderamientos

 

 

resumidos en polvos cenicientos.

440

 

 

   Piérdese la ciudad más fértil de oro

 

 

que estaba en lo poblado de la tierra,

 

 

y adonde más riquezas y tesoro,

 

 

según fama, en sus términos se encierra:

 

 

¡Oh, cuántos vivirán en triste lloro,

445

 

 

que les fuera mejor continua guerra!

 

 

Pues es mayor miseria la pobreza

 

 

para quien se vio en próspera riqueza.

 

 

   A quién diez, a quién veinte, y a quién treinta

 

 

mil ducados por año les rentara:

450

 

 

el más pobre tuviera mil de renta,

 

 

de aquí ninguno de ellos abajara:

 

 

la parte de Valdivia era sin cuenta,

 

 

si la ciudad en paz se sustentara,

 

 

que en torno la cercaban ricas venas

455

 

 

fáciles de labrar y de oro llenas.

 

 

   Cien mil casados súbditos servían

 

 

a los de la ciudad desamparada,

 

 

sacar tanto oro en cantidad podían

 

 

que a tenerse viniera casi en nada:

460

 

 

Esto que digo y la opinión perdían

 

 

por aflojar el brazo de la espada,

 

 

ganados, heredades, ricas casas,

 

 

que ya se van tornando en vivas brasas.

 

 

   La grita de los bárbaros se entona,

465

 

 

no cabe el gozo dentro de sus pechos,

 

 

viendo que el fuego horrible no perdona

 

 

hermosas cuadras ni labrados techos:

 

 

en tanta multitud no hay tal persona

 

 

que de verlos se duela así deshechos;

470

 

 

antes suspiran, gimen y se ofenden

 

 

porque tanto del fuego se defienden.

 

 

   Paréceles que es lento y espacioso,

 

 

pues tanto en abrasarlos se tardaba,

 

 

y maldicen al Tracio proceloso

475

 

 

porque la flaca llama no esforzaba:

 

 

al caer de las casas sonoroso

 

 

un terrible alarido resonaba,

 

 

que junto con el humo y las centellas,

 

 

subiendo amenazaba las estrellas.

480

 

 

   Crece la fiera llama en tanto grado

 

 

que las más altas nubes encendía;

 

 

Tracio con movimiento arrebatado

 

 

sacudiendo los árboles venía;

 

 

y Vulcano al rumor, sucio y tiznado,

485

 

 

con los herreros fuelles acudía,

 

 

que ayudaron su parte al presto fuego,

 

 

y así se apoderó de todo luego.

 

 

   Nunca fue de Nerón el gozo tanto

 

 

de ver en la gran Roma poderosa

490

 

 

prendido el fuego ya por cada canto,

 

 

vista sola a tal hombre deleitosa;

 

 

ni aquello tan gran gusto le dio, cuanto

 

 

gusta la gente bárbara dañosa

 

 

de ver cómo la llama se extendía,

495

 

 

y la triste ciudad se consumía.

 

 

   Era cosa de oír dura y terrible

 

 

de estallidos el son y grande estruendo;

 

 

el negro humo espeso e insufrible,

 

 

cual nube en aire, así se va imprimiendo:

500

 

 

no hay cosa reservada al fuego horrible,

 

 

todo en sí lo convierte, resumiendo

 

 

los ricos edificios levantados

 

 

en antiguos corrales derribados.

 

 

   Llegado al fin el último contento

505

 

 

de aquella fiera gente vengativa,

 

 

aún no parando en esto el mal intento,

 

 

ni planta en pie, ni cosa dejan viva.

 

 

El incendio acabado, como cuento,

 

 

un mensajero con gran priesa arriba

510

 

 

del hijo de Leocán, y su embajada

 

 

será en el otro canto declarada.

 

 

Canto VIII

 

Júntanse los caciques y señores principales a consejo general en el valle de Arauco. Mata Tucapel al cacique Puchecalco, y Caupolicán viene con poderoso ejército sobre la ciudad Imperial, fundada en el valle de Cautén.

 

                                

   Un limpio honor del ánimo ofendido

         

 

jamás puede olvidar aquella afrenta,

 

 

trayendo al hombre siempre así encogido

 

 

que dello sin hablar da larga cuenta:

 

 

y en el mayor contento, desabrido

5

 

 

se le pone delante, y representa

 

 

la dura y grave afrenta, con un miedo

 

 

que todos le señalan con el dedo.

 

 

   Si bien esto los nuestros lo miraran

 

 

y al temor con esfuerzo resistieran,

10

 

 

sus haciendas y casas sustentaran,

 

 

y en la justa demanda fenecieran:

 

 

de mil desabrimientos no gustaran,

 

 

ni al terrero del vulgo se pusieran;

 

 

del vulgo, que jamás dice lo bueno,

15

 

 

ni en decir los defectos tiene freno.

 

 

   Pero de un bando y de otro contemplada

 

 

la diferencia en número de gentes,

 

 

la ciudad sin reparos, descercada,

 

 

con otra infinidad de inconvenientes:

20

 

 

y el ver puestas al filo de la espada

 

 

las gargantas de tantos inocentes,

 

 

niños, mujeres, vírgenes sin culpa,

 

 

será bastante y lícita disculpa.

 

 

   Si no es disculpa y causa lo que digo,

25

 

 

se puede atribuir este suceso

 

 

a que fue del Señor justo castigo,

 

 

visto de su soberbia el gran exceso:

 

 

permitiendo que el bárbaro enemigo,

 

 

aquél que fue su súbdito y opreso,

30

 

 

los eche de su tierra y posesiones,

 

 

y les ponga el honor en opiniones.

 

 

   Bien que en la Concepción copia de gente

 

 

estaba a la sazón, pero gran parte

 

 

de barba blanca y arrugada frente,

35

 

 

inútil en la dura y bélica arte,

 

 

y poca de la edad más suficiente

 

 

a resistir el gran rigor de Marte

 

 

y a la parcial fortuna, que se muestra

 

 

en todos los sucesos ya siniestra.

40

 

 

   ¿Quién podrá con el bando lautarino,

 

 

viendo que su opinión tanto crecía,

 

 

y la fortuna próspera el camino

 

 

en nuestro daño y su provecho abría?

 

 

No piensa reparar hasta el divino

45

 

 

cielo y arruïnar su monarquía,

 

 

haciendo aquellos bárbaros bizarros,

 

 

grandes fieros, bravezas y desgarros.

 

 

   Pues el pueblo de Penco desolado

 

 

y de la fiera llama consumido,

50

 

 

dije como a gran priesa había llegado

 

 

un indio mensajero, conocido,

 

 

que por Caupolicán era enviado;

 

 

y habiendo de su parte encarecido

 

 

la gran batalla, digna de memoria,

55

 

 

las gracias les rindió de la vitoria.

 

 

   Dijo también, sin alargar razones,

 

 

que el general mandaba que partiese

 

 

Lautaro con los prestos escuadrones,

 

 

y en el valle de Arauco se metiese,

60

 

 

donde el senado y junta de varones

 

 

tratase lo que más les conviniese;

 

 

pues en fértil valle hay aparejo

 

 

para la junta y general consejo.

 

 

   En oyendo Lautaro aquel mandato,

65

 

 

levanta el campo, sin parar camina,

 

 

deja gran tierra atrás, y en poco rato

 

 

al monte Andalicano se avecina:

 

 

y por llegar con súbito rebato

 

 

el camino torció por la marina,

70

 

 

ganoso de burlar al bando amigo,

 

 

tomando el nombre y voz del enemigo.

 

 

   Tanto marchó, que al asomar del día

 

 

dio sobre el general súbitamente,

 

 

con una baraúnda y vocería

75

 

 

que puso en arma y alteró la gente:

 

 

mas vuelto el alboroto en alegría,

 

 

conocida la burla claramente,

 

 

los unos y los otros sin firmarse

 

 

sueltas las armas corren a abrazarse.

80

 

 

   Caupolicán alegre, humano y grave,

 

 

los recibe, abrazando al buen Lautaro,

 

 

y con regalo y plática süave

 

 

le da prendas y honor de hermano caro:

 

 

la gente, que de gozo en sí no cabe,

85

 

 

por la ribera de un arroyo claro,

 

 

en juntas y corrillos derramada,

 

 

celebra de beber la fiesta usada.

 

 

   Algún tiempo pasaron después de esto

 

 

antes que el gran senado fuese junto,

90

 

 

tratando en su jornada y presupuesto

 

 

desde el principio al fin sin faltar punto:

 

 

pero al término justo y plazo puesto

 

 

llegó la demás gente, y todo a punto,

 

 

los principales hombres de la tierra

95

 

 

entraron en consulta a uso de guerra.

 

 

   Llevaba el general aquel vestido

 

 

con que Valdivia ante él fue presentado;

 

 

era de verde y púrpura, tejido

 

 

con rica plata y oro recamado,

100

 

 

un peto fuerte, en buena guerra habido,

 

 

de fina pasta y temple relevado,

 

 

la celada de claro y limpio acero,

 

 

y un mundo de esmeralda por cimero.

 

 

   Todos los capitanes señalados

105

 

 

a la española usanza se vestían,

 

 

la gente del común y los soldados

 

 

se visten del despojo que traían;

 

 

calzas, jubones, cueros desgarrados,

 

 

en gran estima y precio se tenían;

110

 

 

por inútil y bajo se juzgaba

 

 

el que español despojo no llevaba.

 

 

   A manera de triunfos, ordenaron

 

 

el venir a la junta así vestidos

 

 

y en el consejo, como digo, entraron

115

 

 

ciento y treinta caciques escogidos:

 

 

por su costumbre antigua se sentaron,

 

 

según que por la espada eran tenidos.

 

 

Estando en gran silencio el pueblo ufano,

 

 

así soltó la voz Caupolicano.-

120

 

 

   "Bien entendido tengo yo, varones,

 

 

para que nuestra fama se acreciente,

 

 

que no es menester fuerza de razones,

 

 

mas sólo el apuntarlo brevemente;

 

 

que, según vuestros fuertes corazones,

125

 

 

entrar la España pienso fácilmente,

 

 

y el gran Emperador, invicto Carlo

 

 

al dominio araucano sujetarlo.

 

 

   "Los españoles vemos que ya entienden

 

 

el peso de las mazas barreadas,

130

 

 

pues ni en campo ni en muro nos atienden:

 

 

sabemos cómo cortan sus espadas,

 

 

y cuán poco las mallas los defienden

 

 

del corte de las hachas aceradas;

 

 

si sus picas son largas y fornidas,

135

 

 

con las vuestras han sido ya medidas.

 

 

   "De vuestro intento asegurarme quiero,

 

 

pues estoy del valor tan satisfecho,

 

 

que gruesos muros de templado acero

 

 

allanaréis poniéndoles el pecho:

140

 

 

con esta confianza, yo el primero

 

 

seguiré vuestro bando y el derecho

 

 

que tenéis de ganar la fuerte España

 

 

y conquistar del mundo la campaña.

 

 

   "La deidad de esta gente entenderemos

145

 

 

y si del alto cielo cristalino

 

 

deciende, como dicen, abriremos

 

 

a puro hierro anchísimo camino;

 

 

su género y linaje asolaremos:

 

 

que no bastará ejército divino,

150

 

 

ni divino poder, esfuerzo y arte,

 

 

si todos nos hacemos a una parte.

 

 

   "En fin, fuertes guerreros, como digo,

 

 

no puede mi intención más declararse.

 

 

Aquél que me quisiere por amigo,

155

 

 

a tiempo está que puede señalarse:

 

 

ténganme desde aquí por enemigo

 

 

el que quisiere a paces arrimarse".-

 

 

Aquí dio fin y su intención propuesta,

 

 

esperaba sereno la respuesta.

160

 

 

   Ceja no se movió, y aun el aliento

 

 

apenas al espíritu halló vía

 

 

mientras duró el soberbio parlamento,

 

 

que el gran Caupolicano les hacía.

 

 

Hubo en el responder el cumplimiento

165

 

 

y ceremonia usada en cortesía;

 

 

a Lautaro tocaba, y excusado,

 

 

Lincoya así responde levantado.-

 

 

   "Señor, yo no me he visto tan gozoso

 

 

después que en este triste mundo vivo,

170

 

 

como en ver manifiesto el valeroso

 

 

intento tuyo, el ánimo y motivo:

 

 

y así, por pensamiento tan glorioso,

 

 

me ofrezco por tu siervo y tu cautivo:

 

 

que no quiero ser rey del cielo y tierra

175

 

 

si hubiese de acabarse aquí la guerra.

 

 

   "Y en testimonio desto, yo te juro

 

 

de te seguir y acompañar de hecho;

 

 

ni por áspero caso, adverso y duro

 

 

a la patria volver jamás el pecho:

180

 

 

desto puedes, señor, estar seguro;

 

 

y todo faltará y será deshecho

 

 

antes que la palabra acreditada

 

 

de un hombre como yo por prenda dada."-

 

 

   Así dijo; y tras él, aunque rogado,

185

 

 

el buen Peteguelén, Curaca anciano,

 

 

de condición muy áspera enojado,

 

 

pero afable en la paz, fácil y humano;

 

 

viejo, enjuto, dispuesto, bien trazado,

 

 

señor de aquel hermoso y fértil llano,

190

 

 

con espaciosa voz y grave gesto

 

 

propuso en sus razones sabias esto.-

 

 

   "Fuerte varón y capitán perfeto,

 

 

no dejaré de ser el delantero

 

 

a probar la fineza deste peto

195

 

 

y si mi hacha rompe el fino acero;

 

 

mas, como quien lo entiende, te prometo

 

 

que falta por hacer mucho primero

 

 

que salgan españoles desta tierra,

 

 

cuanto más ir a España a mover guerra.

200

 

 

   "Bien será que, señor, nos contentemos

 

 

con lo que nos dejaron los pasados,

 

 

y a nuestros enemigos desterremos,

 

 

que están en lo más dello apoderados:

 

 

después, por el suceso entenderemos

205

 

 

mejor el disponer de nuestros hados.

 

 

Esto a mí me parece; y quien quisiere

 

 

proponga otra razón si mejor fuere."-

 

 

   Callando este cacique, se adelanta

 

 

Tucapelo, de cólera encendido,

210

 

 

y sin respeto así la voz levanta

 

 

con un tono soberbio y atrevido,

 

 

diciendo: "A mí la España no me espanta,

 

 

y no quiero por hombre ser tenido

 

 

si solo no arruïno a los cristianos,

215

 

 

ora sean divinos, ora humanos.

 

 

   "Pues lanzarlos de Chile y destruirlos

 

 

no será para mí bastante guerra;

 

 

que pienso, si me esperan, confundirlos

 

 

en el profundo centro de la tierra;

220

 

 

y si huyen, mi maza ha de seguirlos,

 

 

que es la que deste mundo los destierra:

 

 

por eso no nos ponga nadie miedo,

 

 

que aún no haré en hacerlo lo que puedo.

 

 

   "Y por mi diestro brazo os aseguro,

225

 

 

si la maza dos años me sustenta,

 

 

a despecho del cielo, a hierro puro

 

 

de dar desto descargo y buena cuenta,

 

 

y no dejar de España enhiesto muro;

 

 

y aun el ánimo a más se me acrecienta,

230

 

 

que después que allanare el ancho suelo,

 

 

a guerra incitaré al supremo cielo.

 

 

   "Que no son hados, es pura flaqueza

 

 

la que nos pone estorbos y embarazos:

 

 

pensar que haya fortuna, es gran simpleza,

235

 

 

la fortuna es la fuerza de los brazos:

 

 

la máquina del cielo y fortaleza

 

 

vendrá primero abajo hecha pedazos,

 

 

que Tucapel en esta y otra empresa

 

 

falte un mínimo punto en su promesa."-

240

 

 

   Peteguelén, la vieja sangre fría

 

 

se le encendió de rabia, y levantado

 

 

le dice: "¡Oh arrogante! La osadía

 

 

sin discreción jamás fue de esforzado..."

 

 

Pero Caupolicán, que conocía

245

 

 

del viejo a tiempo el ánimo arrojado,

 

 

con discreción le ataja las razones,

 

 

haciendo proponer a otros varones.

 

 

   Purén se ofrece allí, y Angol se ofrece

 

 

no con menor braveza y desatiento:

250

 

 

Ongolmo no quedó, según parece,

 

 

de mostrar su soberbio pensamiento:

 

 

del uno en otro multiplica y crece

 

 

el número en el mismo ofrecimiento.

 

 

Colocolo, que atento estaba a todo,

255

 

 

sacó la voz, diciendo de este modo.-

 

 

   "La verde edad os lleva a ser furiosos,

 

 

¡oh hijos!, y nosotros los ancianos

 

 

no somos en el mundo provechosos

 

 

más de para decir consejos sanos;

260

 

 

que no nos ciegan humos vaporosos

 

 

del juvenil hervor y años lozanos:

 

 

y así, como más libres, entendemos

 

 

lo que siendo mancebos no podemos.

 

 

   "Vosotros, capitanes esforzados,

265

 

 

de sola una vitoria envanecidos,

 

 

estáis de tal manera levantados,

 

 

que os parecen ya pocos los nacidos:

 

 

templad, templad los pechos alterados

 

 

y esos vanos esfuerzos mal regidos;

270

 

 

no hagáis de españoles tal desprecio,

 

 

que no venden sus vidas a mal precio.

 

 

   "Si dos veces, por dicha, los vencistes,

 

 

mirad cuando primero aquí vinieron

 

 

que resistir su fuerza no pudistes,

275

 

 

pues más de cinco veces os vencieron:

 

 

En el licúreo campo ya lo vistes

 

 

lo que solos catorce allí hicieron:

 

 

no será poco hecho y buen partido

 

 

cobrar la tierra y crédito perdido.

280

 

 

   "Debemos procurar con seso y arte

 

 

redimir nuestra patria, y libertarnos,

 

 

dando a vuestras bravezas menos parte,

 

 

pues más pueden dañar que aprovecharnos.

 

 

¡Oh hijo de Leocán!, quiero avisarte,

285

 

 

si quieres como sabio gobernarnos,

 

 

que temples esta furia, y con maduro

 

 

seso pongas remedio en lo futuro.

 

 

   "El consejo más sano y conveniente

 

 

es que el campo en tres bandas repartido,

290

 

 

a un tiempo, aunque por parte diferente,

 

 

dé sobre el Cautén, pueblo aborrecido:

 

 

bien que esté en su defensa buena gente,

 

 

es poca; y este asiento destruïdo,

 

 

Valdivia de allanar fácil sería,

295

 

 

pues no alcanza arcabuz ni artillería.

 

 

   "Sólo a mí Santiago me da pena;

 

 

pero modo a su tiempo buscaremos

 

 

para poderla entrar, y La Serena

 

 

fácilmente después la allanaremos.

300

 

 

Aunque sujeto a lo que el hado ordena,

 

 

es el mejor camino que tenemos."

 

 

Acabando con esto el sabio viejo,

 

 

a muchos pareció bien su consejo.

 

 

   Tras este otro Curaca, hechicero,

305

 

 

de la vejez decrépita impedido,

 

 

Puchecalco se llama el agorero,

 

 

por sabio en los pronósticos tenido,

 

 

con profundo suspiro, íntimo y fiero,

 

 

comienza así a decir entristecido:

310

 

 

"Al negro Eponamón doy por testigo

 

 

de lo que siempre he dicho y ahora digo.

 

 

   "Por un término breve se os concede

 

 

la libertad, y habéis lo más gozado:

 

 

mudarse esta sentencia ya no puede,

315

 

 

que está por las estrellas ordenado,

 

 

y que fortuna en vuestro daño ruede:

 

 

mirad que os llama ya el preciso hado

 

 

a dura sujeción y trances fuertes:

 

 

repárense a lo menos tantas muertes.

320

 

 

   "El aire de señales anda lleno,

 

 

y las nocturnas aves van turbando

 

 

con sordo vuelo el claro día sereno,

 

 

mil prodigios funestos anunciando:

 

 

las plantas con sobrado humor terreno

325

 

 

se van, sin producir fruto, secando:

 

 

las estrellas, la luna, el sol lo afirman;

 

 

cien mil agüeros tristes lo confirman.

 

 

   "Mírolo todo, y todo contemplado,

 

 

no sé en qué pueda yo esperar consuelo,

330

 

 

que de su espada el Orïón armado

 

 

con gran ruïna ya amenaza el suelo:

 

 

Júpiter se ha al Ocaso retirado;

 

 

sólo Marte sangriento posee el cielo,

 

 

que, denotando la futura guerra,

335

 

 

enciende un fuego bélico en la tierra.

 

 

   "Ya la furiosa Muerte irreparable,

 

 

viene a nosotros con airada diestra;

 

 

y la amiga Fortuna favorable

 

 

con diferente rostro se nos muestra;

340

 

 

y Eponamón horrendo y espantable,

 

 

envuelto en la caliente sangre nuestra,

 

 

la corva garra tiende, el cerro yerto,

 

 

llevándonos al no sabido puerto."

 

 

   Tucapel, que de rabia reventando

345

 

 

estaba oyendo al viejo, más no atiende,

 

 

que dice: "Yo veré si adivinando

 

 

de mi maza este necio se defiende."

 

 

Diciendo esto, y la maza levantando,

 

 

la derriba sobre él, y así lo tiende,

350

 

 

que jamás mudó curso de planeta

 

 

ni fue más adivino ni profeta.

 

 

   Quedole desto el brazo tan sabroso,

 

 

según la muestra, que movido estuvo

 

 

de dar tras el senado religioso,

355

 

 

y no sé la razón que lo detuvo.

 

 

Caupolicán, atónito y rabioso

 

 

trasportada la mente un rato estuvo;

 

 

mas vuelto en sí, con voz horrible y fiera

 

 

gritaba: "¡Capitanes, muera! ¡Muera!"

360

 

 

   No le dio tanto gusto a aquella gente

 

 

lo que Caupolicano le decía,

 

 

cuanto al soberbio bárbaro impaciente

 

 

viendo que ocasión tal se le ofrecía:

 

 

era alto el tribunal, pero el valiente

365

 

 

los hace saltar de él tan a porfía,

 

 

que ciento y treinta que eran, en un punto

 

 

saltan los ciento y él tras ellos junto.

 

 

   Los que en el alto tribunal quedaron

 

 

son los en esta historia señalados,

370

 

 

que jamás de su asiento se mudaron,

 

 

de donde lo miraban sosegados:

 

 

que de ver uno solo no curaron

 

 

mostrarse por tan poco alborotados,

 

 

aunque los que saltaron de tan alto

375

 

 

en menos estimaron aquel salto.

 

 

   Cubierto Tucapel de fina malla

 

 

saltó como un ligero y suelto pardo

 

 

en medio de la tímida canalla,

 

 

haciendo plaza el bárbaro gallardo:

380

 

 

con silbos, grita, en desigual batalla,

 

 

con piedra, palo, flecha, lanza y dardo

 

 

le persigue la gente de manera

 

 

como si fuera toro o brava fiera.

 

 

   Según suele jugar por gran destreza

385

 

 

el liviano montante un buen maestro,

 

 

hiriendo con extraña ligereza

 

 

delante, atrás, a diestro y a siniestro;

 

 

con más desenvoltura y más presteza,

 

 

mostrándose en los golpes fuerte y diestro,

390

 

 

el fiero Tucapel en la pelea

 

 

con la pesada maza se rodea.

 

 

   De tullir y mancar no se contenta,

 

 

ni para contentarse esto le basta;

 

 

sólo de aquellos tristes hace cuenta

395

 

 

que su maza los hace torta o pasta:

 

 

rompe, magulla, muele y atormenta,

 

 

desgobierna, destroza, estropia y gasta:

 

 

tiros llueven sobre él arrojadizos

 

 

cual tempestad furiosa de granizos.

400

 

 

   Pero sin miedo el bárbaro sangriento

 

 

por las espesas armas discurría;

 

 

brazos, cabezas y ánimos sin cuento

 

 

soberbios quebrantó en solo aquel día;

 

 

y cual menuda lluvia por el viento

405

 

 

la sangre y frescos sesos esparcía:

 

 

no discierne al pariente del extraño,

 

 

haciéndolos iguales en el daño.

 

 

   Las armas eran sólo en defenderle

 

 

de la canalla bárbara araucana,

410

 

 

que en montón trabajaba de ofenderle;

 

 

mas el temor la ofensa hacía liviana.

 

 

Era, cierto, admirable cosa verle

 

 

saltar y acometer con furia insana,

 

 

desmembrando la gente, sin poderse

415

 

 

de su maza y presteza defenderse.

 

 

   Caupolicán, del caso no pensado

 

 

en tal furor y cólera se enciende,

 

 

que estaba de bajar determinado

 

 

aunque su gravedad se lo defiende:

420

 

 

pero Lautaro alegre y admirado

 

 

miraba cómo solo así contiende

 

 

un hombre contra tanto barbarismo,

 

 

incrédulo y dudoso de sí mismo.

 

 

   Y en esto al General, con el debido

425

 

 

respeto y ojos bajos en el suelo

 

 

le dice: "Una merced, señor, te pido,

 

 

si algo merecen mi intención y celo,

 

 

y es, que el gran desacato cometido,

 

 

perdones francamente a Tucapelo,

430

 

 

pues ha mostrado en campo claramente

 

 

valer él más que toda aquella gente."

 

 

   Perplejo el General estaba en duda;

 

 

pero mirando al fin quién lo pedía,

 

 

luego el ejecutivo intento muda,

435

 

 

y con el rostro alegre respondía:

 

 

"Él ha tenido en vos bastante ayuda,

 

 

por la cual le perdono", y más decía,

 

 

que fuese a las escuadras, y mandase

 

 

que el combatirle más luego cesase.

440

 

 

   Baja Lautaro al campo, y prestamente

 

 

el rico cuerno a retirar tocaba,

 

 

al son del cual se recogió la gente,

 

 

que recogerse a nadie le pesaba:

 

 

sólo lo siente el bárbaro valiente,

445

 

 

que satisfecho a su labor no estaba;

 

 

y volviendo a Lautaro el fiero gesto,

 

 

en alta y libre voz le dijo aquesto:-

 

 

   "¿Cómo, buen capitán, has estorbado

 

 

el tomar desta vil canalla emienda,

450

 

 

y verme destos rústicos vengado

 

 

para que mi valor mejor se entienda?"

 

 

Lautaro le responde: "Es excusado

 

 

quien viniere contigo a la contienda

 

 

que se pueda valer contra tu diestra,

455

 

 

según que dello has dado aquí la muestra.

 

 

   "Conmigo puedes ir, que te aseguro

 

 

que ningún daño y mal te sobrevenga."

 

 

Tucapel le responde: "Yo te juro

 

 

que un paso ese temor no me detenga:

460

 

 

mi maza es la que a mí me da el seguro;

 

 

lo demás como quiera vaya y venga:

 

 

que el miedo es de los niños y mujeres.

 

 

Sus, alto, vamos luego a do quisieres."

 

 

   Juntos los dos al tribunal llegando,

465

 

 

Tucapel de Lautaro adelantado

 

 

subió por la escalera, no mostrando

 

 

punto de alteración por lo pasado:

 

 

el sagaz General disimulando

 

 

con graciosa aparencia le ha tratado;

470

 

 

y de la rota plática el estilo

 

 

Lautaro así diciendo añudó el hilo:

 

 

   "Invicto capitán, yo he estado atento

 

 

a lo que estos varones han propuesto,

 

 

y no sé figurarte el gran contento

475

 

 

que me da ver su esfuerzo manifiesto:

 

 

si de servirte tengo sano intento,

 

 

mis obras por las tuyas dirán esto;

 

 

pues para ser del todo agradecidas

 

 

será poco perder por ti mil vidas.

480

 

 

   "Estos fuertes guerreros ayudarte

 

 

quieren a restaurar la propia tierra,

 

 

porque en ello les va también su parte,

 

 

y por el vicio grande de la guerra:

 

 

no puedo yo dejar de aconsejarte,

485

 

 

aunque todo el consejo en ti se encierra,

 

 

aquello que mejor me pareciere

 

 

y más bien al bien público viniere.

 

 

   "Es mi voto que debes atenerte

 

 

al consejo, con término discreto,

490

 

 

del sabio Colocolo; que por suerte

 

 

le cupo ser en todo tan perfeto:

 

 

así que, gran señor, sin detenerte,

 

 

cumple que esto se ponga por efeto

 

 

antes que los cristianos se aperciban,

495

 

 

porque más flacamente nos reciban.

 

 

   "Y pues que Mapochó sólo es temido,

 

 

después que lo demás esté allanado,

 

 

por el potente Eponamón te pido

 

 

que el cargo de asolarle me sea dado:

500

 

 

la tierra palmo a palmo la he medido,

 

 

con españoles siempre he militado:

 

 

entiendo sus astucias e invenciones,

 

 

el modo, el arte, el tiempo y ocasiones.

 

 

   "Quinientos araucanos solamente

505

 

 

quiero para la empresa que yo digo,

 

 

escogidos en toda nuestra gente:

 

 

un soldado de más no ha de ir conmigo.

 

 

Aquí lo digo, estando tú presente

 

 

y estos sabios caciques, que me obligo

510

 

 

de darte la ciudad puesta en las manos

 

 

con cien cabezas nobles de cristianos."

 

 

   Aquí se cerró el bárbaro orgulloso

 

 

y gran rato sobre ello platicaron:

 

 

pareciéndoles modo provechoso,

515

 

 

todos en este acuerdo concordaron:

 

 

después do estaba el pueblo deseoso

 

 

de saber novedades, se bajaron,

 

 

donde lo difinido y decretado

 

 

con general pregón fue declarado.

520

 

 

   Estuvieron allí catorce días

 

 

en grande regocijo y mucha fiesta,

 

 

ocupados en juegos y alegrías,

 

 

y en quién más veces bebe sobre apuesta:

 

 

después contra los pueblos del Mesías

525

 

 

la alborozada gente en orden puesta,

 

 

marcha Caupolicán con la vanguardia,

 

 

quedando Lemolemo en retaguardia.

 

 

   Cerca llegó el ejército furioso

 

 

de la Imperial, fundada en sitio fuerte,

530

 

 

donde el fiero enemigo vitorioso

 

 

la pensaba entregar presto a la muerte:

 

 

mas el Eterno Padre poderoso

 

 

lo dispone y ordena de otra suerte,

 

 

dilatando el azote merecido,

535

 

 

como veréis, prestando atento oïdo.

 

 

Canto IX

 

Llegan los araucanos a tres leguas de la Imperial con grueso ejército: no ha efeto su intención por permisión divina. Dan vuelta a sus tierras, adonde les vino nueva que los españoles estaban en el asiento de Penco reedificando la ciudad de la Concepción; vienen sobre los españoles, y hubo entre ellos una recia batalla.

 

                                

   Si los hombres no ven milagros tantos

         

 

como se vieron en la edad pasada,

 

 

es causa haber agora pocos santos,

 

 

y estar la ley cristiana autorizada:

 

 

y así de cualquier cosa hacen espantos

5

 

 

que sobre el natural uso es obrada;

 

 

y no sólo al Autor no dan creencia,

 

 

mas ponen en su crédito dolencia.

 

 

   Que si al enfermo quiere Dios sanarle,

 

 

por su costumbre y tiempo convalece:

10

 

 

si al bajo miserable levantarle,

 

 

por modos ordinarios le engrandece,

 

 

si al soberbio hinchado derribarle,

 

 

por naturales términos se ofrece:

 

 

de suerte que las cosas de esta vida

15

 

 

van por su natural curso y medida.

 

 

   Por do vemos que Dios quiere y procura

 

 

hacer su voluntad naturalmente,

 

 

sirviendo de instrumento la Natura,

 

 

sobre la cual él solo es el potente;

20

 

 

y así los que creyeron por fe pura

 

 

merecen más que si palpablemente

 

 

viesen lo que, después de ya visible,

 

 

sacarlos de que fue sería imposible.

 

 

   En contar una cosa estoy dudoso,

25

 

 

que soy de poner dudas enemigo,

 

 

y es un extraño caso milagroso,

 

 

que fue todo un ejército testigo:

 

 

aunque yo soy en esto escrupuloso,

 

 

por lo que dello arriba, Señor, digo,

30

 

 

no dejaré en efeto de contarlo,

 

 

pues los indios no dejan de afirmarlo.

 

 

   Y manifiesto vemos hoy en día

 

 

que, porque la Ley sacra se extendiese,

 

 

nuestro Dios los milagros permitía

35

 

 

y que el natural orden se excediese:

 

 

presumirse podrá por esta vía

 

 

que, para que a la fe se redujese

 

 

la bárbara costumbre y ciega gente,

 

 

usase de milagros claramente.

40

 

 

   Ya dije que el ejército araucano

 

 

de la Imperial tres leguas se alojaba,

 

 

en un dispuesto asiento y campo llano

 

 

y que Caupolicán determinaba

 

 

entrar el pueblo con armada mano:

45

 

 

también como el castigo dilataba

 

 

Dios a su pueblo ingrato y sin emienda,

 

 

usando de clemencia y larga rienda.

 

 

   Estaba la Imperial desbastecida

 

 

de armas, de munición y vitualla;

50

 

 

bien que la gente della era escogida,

 

 

pero muy poca para dar batalla;

 

 

fuera por los cimientos destruïda,

 

 

cualquier fuerza bastara a arruinalla;

 

 

y persona de dentro no escapara

55

 

 

si a vista el pueblo bárbaro llegara.

 

 

   Cuando el campo de allí quería mudarse,

 

 

que ya la trompa a caminar tocaba,

 

 

súbito comenzó el aire a turbarse,

 

 

y de prodigios triste se espesaba:

60

 

 

nubes con nubes vienen a cerrarse,

 

 

turbulento rumor se levantaba;

 

 

que con airados ímpetus violentos

 

 

mostraban su furor los cuatro vientos.

 

 

   Agua recia, granizo, piedra espesa

65

 

 

las intricadas nubes despedían:

 

 

rayos, truenos, relámpagos a priesa

 

 

rompen los cielos y la tierra abrían:

 

 

hacen los vientos ásperos represa,

 

 

que en su entera violencia competían:

70

 

 

cuanto topa arrebata el torbellino,

 

 

alzándolo en furioso remolino.

 

 

   Un miedo igual a todos atormenta:

 

 

no hay corazón, no hay ánimo así entero

 

 

que en tanta confusión, furia y tormenta

75

 

 

no temblase, aunque más fuese de acero.

 

 

En esto Eponamón se les presenta

 

 

en forma de un dragón horrible y fiero,

 

 

con enroscada cola, envuelto en fuego,

 

 

y en ronca y torpe voz les habló luego,

80

 

 

   diciéndoles: que apriesa caminasen

 

 

sobre el pueblo español amedrentado;

 

 

que por cualquiera banda que llegasen

 

 

con gran facilidad sería tomado;

 

 

y que al cuchillo y fuego la entregasen

85

 

 

sin dejar hombre a vida y muro alzado.

 

 

Esto dicho, que todos lo entendieron,

 

 

en humo se deshizo, y no lo vieron.

 

 

   Al punto los confusos elementos

 

 

fueron sus movimientos aplacando,

90

 

 

y los desenfrenados cuatro vientos

 

 

se van a sus cavernas retirando:

 

 

las nubes se retraen a sus asientos,

 

 

el cielo y claro sol desocupando:

 

 

sólo el miedo en el pecho más osado

95

 

 

no dejó su lugar desocupado.

 

 

   La tempestad cesada, el raso cielo

 

 

vistió el húmido campo de alegría;

 

 

cuando con claro y presuroso vuelo

 

 

en una nube una mujer venía

100

 

 

cubierta de un hermoso y limpio velo,

 

 

con tanto resplandor, que al mediodía

 

 

la claridad del sol delante della

 

 

es la que cerca dél tiene una estrella.

 

 

   Desterrando el temor la faz sagrada

105

 

 

a todos confortó con su venida:

 

 

venía de un viejo cano acompañada,

 

 

al parecer de grave y santa vida:

 

 

con una blanda voz y delicada

 

 

les dice: "¿Adónde andáis gente perdida?

110

 

 

Volved, volved el paso a vuestra tierra,

 

 

no vais a la Imperial a mover guerra.

 

 

   "Que Dios quiere ayudar a sus cristianos

 

 

y darles sobre vos mando y potencia;

 

 

pues ingratos, rebeldes e inhumanos

115

 

 

así le habéis negado la obediencia:

 

 

mirad, no vais allá, porque en sus manos

 

 

pondrá Dios el cuchillo y la sentencia."

 

 

Diciendo esto, y dejando el bajo suelo,

 

 

por el aire espacioso subió al cielo.

120

 

 

   Los araucanos la visión gloriosa

 

 

de aquel velo blanquísimo cubierta

 

 

siguen con vista fija y codiciosa,

 

 

casi sin alentar la boca abierta:

 

 

ya que despareció fue extraña cosa

125

 

 

que, como quien atónito despierta,

 

 

los unos a los otros se miraban

 

 

y ninguna palabra se hablaban.

 

 

   Todos de un corazón y pensamiento,

 

 

sin esperar mandato ni otro ruego,

130

 

 

como si solo aquel fuera su intento,

 

 

el camino de Arauco toman luego;

 

 

Van sin orden, ligeros como el viento,

 

 

paréceles que de un sensible fuego

 

 

por detrás las espaldas se encendían,

135

 

 

y así con mayor ímpetu corrían.

 

 

   Heme, Señor, de muchos informado,

 

 

para no lo escribir confusamente:

 

 

a veintitrés de abril, que hoy es mediado,

 

 

hará cuatro años cierta y justamente

140

 

 

que el caso milagroso aquí contado

 

 

aconteció, presente tanta gente,

 

 

el año de quinientos y cincuenta

 

 

y cuatro sobre mil por cierta cuenta.

 

 

   Ya la verdad en suma declarada,

145

 

 

según que de los bárbaros se sabe,

 

 

y no de fingimientos adornada,

 

 

que es cosa que en materia tal no cabe;

 

 

tienen ellos por cosa averiguada

 

 

(que no es en prueba desto poco grave)

150

 

 

que por esta visión hubo en dos años

 

 

hambres, dolencias, muertes y otros daños.

 

 

   Que la mar, reprimiendo sus vapores,

 

 

faltó la agua y vertientes de la sierra,

 

 

talando el sol en tierna edad las flores,

155

 

 

ayudado del fuego de la guerra:

 

 

como creció la seca y las calores,

 

 

por falta de humidad la árida tierra

 

 

rompió banco y alzose con los frutos

 

 

dejando de acudir con sus tributos.

160

 

 

   Causó que una maldad se introdujese

 

 

en el distrito y término araucano,

 

 

y fue que carne humana se comiese,

 

 

(¡inorme introdución, caso inhumano!)

 

 

y en parricidio error se convirtiese

165

 

 

el hermano en sustancia del hermano:

 

 

tal madre hubo, que al hijo muy querido

 

 

al vientre le volvió do había salido.

 

 

   Digo, pues, que los bárbaros llegando

 

 

al valle de Purén, paterno suelo,

170

 

 

las armas por entonces arrimando,

 

 

dieron lugar al tempestuoso cielo.

 

 

En este tiempo, en estas partes, cuando

 

 

el encogido invierno con su hielo

 

 

del todo apoderándose en la tierra

175

 

 

pone punto al discurso de la guerra.

 

 

   Espárcese y derrámase la gente,

 

 

dejan el campo y buscan los poblados,

 

 

cesa el fiero ejercicio comúnmente,

 

 

la tierra cubren húmidos nublados.

180

 

 

Mas cuando enciende a Escorpio el sol ardiente

 

 

y la frígida nieve los collados

 

 

sacuden de sus cimas levantadas

 

 

ya de la nueva yerba coronadas,

 

 

   en este tiempo el bullicioso Marte

185

 

 

saca su carro con horrible estruendo,

 

 

y ardiendo en ira belicosa parte

 

 

por el dispuesto Arauco discurriendo:

 

 

hace temblar la tierra a cada parte,

 

 

los ferrados caballos impeliendo,

190

 

 

y en la diestra el sangriento hierro agudo

 

 

bate con la siniestra el fuerte escudo.

 

 

   Luego a furor movidos los guerreros

 

 

toman las armas, dejan el reposo;

 

 

acuden los remotos forasteros

195

 

 

al cebo de la guerra codicioso:

 

 

de los hierros renuevan los aceros;

 

 

templan la cuerda al arco vigoroso;

 

 

el peso de las mazas acrecientan,

 

 

y el duro fresno de las astas tientan.

200

 

 

   La gente andaba ya desta manera,

 

 

con el son de las armas y bullicio,

 

 

que codiciosa comenzar espera

 

 

el deseado bélico ejercicio:

 

 

juntáronse a la usada borrachera

205

 

 

(orden antigua y detestable vicio)

 

 

la más ilustre gente y señalada

 

 

a dar difinición en la jornada.

 

 

   Tratando en general concilio estaban

 

 

del bien y aumentación de aquel estado,

210

 

 

cuando cuatro soldados arribaban

 

 

con triste muestra y paso apresurado,

 

 

haciéndoles saber cómo ya andaban

 

 

en el sitio de Penco arruïnado

 

 

cantidad de españoles trabajando,

215

 

 

un grueso y fuerte muro levantando;

 

 

   diciéndoles: "Venimos, oh guerreros,

 

 

de parte de los pueblos comarcanos

 

 

con facultad bastante a prometeros,

 

 

si desterráis de nuevo a los cristianos

220

 

 

que pagarán con suma de dineros

 

 

el trabajo y labor de vuestras manos;

 

 

y no habiendo el efeto deseado,

 

 

la tercia parte hayáis de lo asentado.

 

 

   "Viendo el poco reparo y resistencia

225

 

 

que sin vuestro favor todos tenemos,

 

 

les dimos llanamente la obediencia

 

 

que en el tiempo infelice dar solemos.

 

 

No fue por opresión, no fue violencia;

 

 

pues, aunque desdichados, entendemos

230

 

 

cuán breve es el sospiro de la muerte,

 

 

que pone fin y límite a la suerte:

 

 

   "mas, porque estando Arauco tan vecino,

 

 

y fija en su favor la instable rueda,

 

 

la paz nos pareció mejor camino

235

 

 

para que remediar todo se pueda;

 

 

ya que lo estrague el áspero destino,

 

 

tiempo para morir después nos queda;

 

 

pues no estarán los brazos tan cansados

 

 

que no puedan abrir nuestros costados.

240

 

 

   "Y pues os es patente y manifiesta

 

 

la embajada y gran priesa que traemos,

 

 

en ella hora tratada, que la respuesta

 

 

con la resolución esperaremos:

 

 

brevedad os pedimos, que con ésta

245

 

 

podrá ser que sin riesgo derribemos

 

 

la soberbia española y confianza,

 

 

antes que les dé esfuerzo la tardanza."

 

 

   No se puede decir el gran contento

 

 

que les dio a los caciques la embajada:

250

 

 

de todos desde allí en el pensamiento,

 

 

antes que se acabase fue acetada:

 

 

pero tuvieron freno y sufrimiento,

 

 

que la primera voz estaba dada

 

 

al hijo de Leocán, que, consultado,

255

 

 

así responde en nombre del senado:

 

 

   "Estamos con razón maravillados

 

 

de lo que en este caso hemos oído,

 

 

¿y es verdad que hay cristianos tan osados

 

 

que quieren con nosotros más ruïdo?

260

 

 

Sus, Sus, que estos varones esforzados

 

 

acetan la promesa y el partido:

 

 

no dando entero fin a la jornada,

 

 

del trabajo no quieren llevar nada.

 

 

   "Bien os podéis volver luego con esto,

265

 

 

que sin duda en efeto lo pondremos,

 

 

y sobre los cristianos, lo más presto

 

 

que se pueda dar orden, llegaremos;

 

 

donde se mostrará bien manifiesto

 

 

lo poco en que nosotros los tenemos;

270

 

 

pero habéis de advertir con sabio modo

 

 

que aviso se nos dé siempre de todo."

 

 

   Muy alegres los cuatro se partieron

 

 

por llevar tal respuesta; y caminando

 

 

en breve a sus señores se volvieron,

275

 

 

que estaban por momentos aguardando:

 

 

y visto el buen despacho que trujeron,

 

 

el contento y traición disimulando,

 

 

sufrían con discreción las vejaciones

 

 

encubriendo las falsas intenciones.

280

 

 

   Domésticos se muestran en el trato;

 

 

nadie toma la causa y la defiende,

 

 

conociendo que el medio más barato

 

 

del araucano ejército depende;

 

 

y con doble y solícito contrato

285

 

 

la esperada venganza se pretende

 

 

debajo de humildad y gran secreto,

 

 

para que su intención viniese a efeto.

 

 

   De nuestra gente y pueblo destrozado

 

 

gran descuido en hablar he yo tenido;

290

 

 

mas como es en el mundo acostumbrado

 

 

desamparar la parte del vencido,

 

 

así yo tras el bando afortunado

 

 

he llevado camino tan seguido;

 

 

y si aquí la ocasión no me avisara

295

 

 

jamás pienso que della me acordara.

 

 

   Conté de la ciudad la despoblada

 

 

y de sus ciudadanos el camino;

 

 

púselos en el fin de la jornada,

 

 

do forzoso dejarlos me convino:

300

 

 

pues volviendo a la historia comenzada

 

 

y al duro proceder de su destino,

 

 

estuvieron el tiempo en Santiägo

 

 

que yo de ellos mención aquí no hago.

 

 

   Retirados allí, se reformaron

305

 

 

de todo el aparato conveniente,

 

 

donde por los más votos acordaron

 

 

reedificar a Penco nuevamente.

 

 

Con gran trabajo y gasto levantaron

 

 

pequeña copia y número de gente:

310

 

 

afirmar la ocasión desto no puedo,

 

 

si fue la poca paga o mucho miedo.

 

 

   Al yermo Penco herboso habían llegado;

 

 

y un sitio, que en mitad del pueblo había,

 

 

le tenían de tapión fortificado,

315

 

 

que en recogido cuadro le ceñía,

 

 

de dos fuertes bastiones abrigado,

 

 

que cada uno dos frentes descubría;

 

 

y a cada frente asiste una bombarda

 

 

que con maciza bala el paso guarda.

320

 

 

   La gente comarcana, con fingida

 

 

muestra, la paz malvada aseguraba,

 

 

esperando la ayuda prometida

 

 

que a cencerros tapados caminaba;

 

 

pero no fue secreta esta partida,

325

 

 

pues entre los cristianos se trataba

 

 

que el valiente Lautaro había pasado

 

 

las lomas con ejército formado.

 

 

   Suénase que Purén allí venía,

 

 

Tomé, Pillolco, Angol y Cayeguano;

330

 

 

Tucapel, que con orgullo y bizarría

 

 

no le igualaba bárbaro araucano,

 

 

Ongolmo, Lemolemo y Lebopía,

 

 

Caniomangue, Elicura, Mareguano,

 

 

Cayocupil, Lincoya, Lepomande,

335

 

 

Chilcano, Leucotón y Mareande.

 

 

   Todos estos varones señalados

 

 

fueron para esta guerra apercebidos,

 

 

con otros dos mil pláticos soldados

 

 

en el copioso ejército escogidos.

340

 

 

Venían de fuertes petos arreados,

 

 

gruesas picas de hierros muy fornidos,

 

 

ferradas mazas, hachas aceradas,

 

 

armas arrojadizas y enastadas.

 

 

   Desta manera el escuadrón camina

345

 

 

en la callada noche y sombra escura,

 

 

debajo del gobierno y disciplina

 

 

del cuidoso Lautaro, que procura

 

 

llegar cuando la estrella matutina

 

 

alegra el mustio campo y la verdura;

350

 

 

antes que por aviso y doble trato

 

 

de su venida hubiese algún recato.

 

 

   Pero los españoles, de un amigo

 

 

bárbaro que con ellos contrataba,

 

 

saben cómo el ejército enemigo

355

 

 

con riguroso intento se acercaba:

 

 

pues avisados desto, como digo,

 

 

y de cuanto en secreto se trataba,

 

 

al trance se aparejan y batalla,

 

 

requiriendo los fosos y muralla.

360

 

 

   Era caudillo y capitán de España

 

 

el noble montañés Juan de Alvarado,

 

 

hombre sagaz, solícito y de maña,

 

 

de gran esfuerzo y discreción dotado;

 

 

el cual con orden y presteza extraña,

365

 

 

del presente peligro recatado,

 

 

sazón no pierde, tiempo y coyuntura,

 

 

antes las prevenciones apresura.

 

 

   Que al punto, apercebidos los soldados,

 

 

en su lugar cada uno dellos puesto,

370

 

 

manda a nueve guerreros más cursados

 

 

que salgan a correr la tierra presto:

 

 

y en la cerrada noche confiados

 

 

llegan al campo bárbaro, y en esto

 

 

del callado escuadrón fueron sentidos,

375

 

 

levantando terribles alaridos.

 

 

   La grita, el sobresalto, los rumores,

 

 

el súbito alboroto de la guerra,

 

 

las sonorosas trompas y atambores

 

 

hacen gemir y estremecer la tierra:

380

 

 

en esto los astutos corredores,

 

 

atravesando una pequeña sierra,

 

 

toman la vuelta por más corta vía,

 

 

dando aviso a la amiga compañía.

 

 

   Juan de Alvarado con ingenio y arte

385

 

 

de la fuerza lo flaco fortifica,

 

 

y en lo más necesario, allí reparte

 

 

gente del arcabuz y de la pica:

 

 

proveído recaudo en toda parte,

 

 

a recibir al araucano pica

390

 

 

con la ligera escuadra de caballo,

 

 

por no mostrar temor en esperallo.

 

 

   La nueva claridad del día siguiente

 

 

sobre el claro horizonte se mostraba,

 

 

y el sol por el dorado y fresco Oriente

395

 

 

de rojo ya las nubes coloraba;

 

 

a tal hora Alvarado con su gente

 

 

del prevenido fuerte se alejaba

 

 

en busca de la escuadra lautarina,

 

 

que a más andar también se le avecina.

400

 

 

   Los nuestros media legua aún no se habían

 

 

de aquel su muro lejos alongado,

 

 

cuando al calar de un monte descubrían

 

 

el araucano ejército ordenado.

 

 

Allí las limpias armas relucían

405

 

 

más que el claro cristal del sol tocado,

 

 

cubiertas de altas plumas las celadas,

 

 

verdes, azules, blancas, encarnadas.

 

 

   ¿Quién pintaros podrá el contento, cuando

 

 

sienten los araucanos el ruïdo,

410

 

 

que, las diestras en alto levantando,

 

 

pusieron en el cielo un alarido?

 

 

Mil instrumentos bárbaros tocando

 

 

con grande orgullo y paso más tendido

 

 

se vienen acercando a los de España,

415

 

 

sonando en torno toda la campaña.

 

 

   Quieren los españoles responderlos

 

 

con el horrible son de armada mano:

 

 

calan el monte a fin de acometerlos,

 

 

teniendo por mejor el sitio llano:

420

 

 

bajas las lanzas vienen a romperlos;

 

 

pero la osada muestra salió en vano,

 

 

que los bárbaros ya diciplinados

 

 

del todo se cerraron apiñados.

 

 

   Tan espesas las picas derribaron

425

 

 

con pie y con rostro firme hacia delante,

 

 

que no sólo el encuentro repararon,

 

 

pero a desbaratarlos fue bastante:

 

 

los nuestros sin romper se retiraron,

 

 

y ellos gloriosos con furor pujante,

430

 

 

por dar remate al venturoso lance,

 

 

siguen con pies ligeros el alcance.

 

 

   Apretándolos iban reciamente,

 

 

los nuestros resistiendo y peleando,

 

 

hasta el estrecho paso de una puente,

435

 

 

que allí Lautaro, al cuerno aliento dando,

 

 

el araucano ejército obediente

 

 

se va al son conocido reparando;

 

 

del fuerte tanto trecho esto sería

 

 

cuanto tira un cañón de puntería.

440

 

 

   Detúvose Lautaro, con intento

 

 

de esperar al caliente medio día,

 

 

porque de la mañana el fresco viento

 

 

los caballos y gente alentaría:

 

 

reforma su escuadrón, haciendo asiento

445

 

 

a vista de los nuestros, que a porfía

 

 

se habían al sitio fuerte recogido,

 

 

teniendo por mejor aquel partido.

 

 

   Cuando el sol en el medio cielo estaba

 

 

no declinando a parte un solo punto,

450

 

 

y la aguda chicharra se entonaba

 

 

con un desapacible contrapunto,

 

 

el astuto Lautaro levantaba

 

 

su campo en escuadrón cerrado y junto,

 

 

con grande estruendo y paso concertado,

455

 

 

hacia el sitio español fortificado.

 

 

   Con audacia, desdén y confianza

 

 

Lautaro contra el fuerte caminaba:

 

 

síguele atrás la gente en ordenanza,

 

 

y él con gracioso término arrastraba

460

 

 

una larga, ñudosa y gruesa lanza,

 

 

que airoso poco a poco la terciaba,

 

 

y tanto por el cuento la blandía,

 

 

que juntar los extremos parecía.

 

 

   Los pocos españoles salen fuera,

465

 

 

que encerrados no quieren esperallos;

 

 

de arcabuces delante una hilera,

 

 

otra de picas luego, y los caballos

 

 

a los lados: y así desta manera

 

 

con fiera muestra vienen a buscallos:

470

 

 

llegados a do ya podían herirse

 

 

los unos a los otros dejan irse.

 

 

   Y de rencor intrínseco aguijados

 

 

los movidos ejércitos venían:

 

 

suenan los arcabuces asestados,

475

 

 

del humo, fuego y polvo se cubrían:

 

 

los corvos arcos con vigor flechados

 

 

gran número de tiros despedían:

 

 

vuelan nubadas de armas enastadas

 

 

por los valientes brazos arrojadas.

480

 

 

   Cuales contrarias aguas a toparse

 

 

van con rauda corriente sonorosa,

 

 

que, resistiendo al tiempo del mezclarse,

 

 

aquélla más violenta y poderosa

 

 

a la menos pujante sin pararse

485

 

 

volverla contra el curso es cierta cosa:

 

 

así a nuestro escuadrón forzosamente

 

 

le arrebató la bárbara corriente.

 

 

   No pudiendo sufrir la fuerza brava

 

 

del número de gente y movimiento,

490

 

 

al español el bárbaro llevaba

 

 

como a liviana paja el recio viento.

 

 

Entran sin orden, que ya rota andaba,

 

 

todos mezclados en el fuerte asiento,

 

 

y dentro del cuadrado y ancho muro

495

 

 

comienzan pie con pie un combate duro.

 

 

   Algunos españoles castigados

 

 

recogerse en la fuerza no quisieron,

 

 

que eran de corazones congojados

 

 

y de verse en estrecho rehuyeron:

500

 

 

quieren el campo abierto, y por los lados

 

 

del turbado montón se dividieron;

 

 

pero los de más ser, con mano osada

 

 

procuran amparar la plaza entrada.

 

 

   Allí quieren morir o defenderse:

505

 

 

la carrera más larga otros tomaron,

 

 

que acordaron con tiempo guarecerse:

 

 

otros a la marina se llegaron

 

 

metiéndose en un barco, sin poderse

 

 

sufrir, las corvas áncoras alzaron;

510

 

 

satisfaciendo al miedo y bajo intento,

 

 

las velas con presteza dan al viento.

 

 

   Quien en llegar es algo perezoso,

 

 

viendo levar el áncora a la nave,

 

 

no duda en arrojarse al mar furioso,

515

 

 

teniendo aquel morir por menos grave.

 

 

Quién antes no nadaba, de medroso

 

 

las olas rompe agora y nadar sabe:

 

 

mirad, pues, el temor a qué ha llegado,

 

 

que viene a ser de miedo el hombre osado.

520

 

 

   Los que están en la fuerza retraídos,

 

 

como buenos guerreros se defienden;

 

 

muertos quieren quedar y no vencidos,

 

 

que ya sólo un honrado fin pretenden:

 

 

y con tal presupuesto embravecidos,

525

 

 

sin esperanza de vivir ofenden,

 

 

haciendo en los contrarios tal estrago

 

 

que la plaza de sangre era ya lago.

 

 

   Lautaro, gente y armas contrastando,

 

 

en la fuerza el primero entrado había,

530

 

 

y muerto a dos soldados en entrando

 

 

que en suerte le cupieron aquel día.

 

 

Lincoya iba hiriendo y derribando:

 

 

mas ¿quién podrá decir la bravería

 

 

de Tucapel, que el cielo acometiera,

535

 

 

si hallara algún camino o escalera?

 

 

   No entró el fuerte por puerta ni por puente,

 

 

antes con desenvuelto y diestro salto,

 

 

libre el foso saltó ligeramente,

 

 

y estaba en un momento en lo más alto:

540

 

 

no le pudo seguir por allí gente,

 

 

él solo de aquel lado dio el asalto;

 

 

mas, como si de mil fuera guardado,

 

 

se arroja luego en medio del cercado.

 

 

   Apenas puso el pie firme en la plaza,

545

 

 

cuando el furioso bárbaro esgrimiendo

 

 

la ejercitada, dura y gruesa maza,

 

 

iba los enemigos esparciendo:

 

 

no vale malla fina ni coraza;

 

 

y las celadas fuertes, no pudiendo

550

 

 

sufrir los recios golpes que bajaban,

 

 

machucando los sesos se abollaban.

 

 

   Unos deja tullidos y contrechos,

 

 

otros para en su vida lastimados,

 

 

a quién hunde el pescuezo por los pechos,

555

 

 

a quién rompe los lomos y costados

 

 

cual si fueran de blanda cera hechos:

 

 

magulla, muele y deja derrengados,

 

 

y en el mayor peligro osadamente

 

 

se arroja sin temor de armas y gente.

560

 

 

   Contra Ortiz revolvió con muestra airada,

 

 

que había muerto a Torquín, mozo animoso,

 

 

la maza alta, y la vista en él clavada,

 

 

rompe por el tropel de armas furioso:

 

 

no sé cuál fue la espada señalada

565

 

 

ni aquel brazo pujante y provechoso,

 

 

que el mástil cercenó del araucano

 

 

y dos dedos con él de la una mano.

 

 

   Con el encendimiento que llevaba

 

 

no sintió la herida de repente;

570

 

 

mas cuando el brazo y golpe descargaba,

 

 

que los dedos y maza faltar siente,

 

 

herida tigre hircana no es tan brava,

 

 

ni acosado león tan impaciente

 

 

como el indio, que lleno de postema,

575

 

 

del cielo, infierno, tierra y mar blasfema.

 

 

   Sobre las puntas de los pies estriba,

 

 

y en ellas la persona más levanta:

 

 

el brazo cuanto puede atrás derriba,

 

 

y el trozo impele con violencia tanta

580

 

 

que a Ortiz, que alta la espada sobre él iba.

 

 

La celada y los cascos le quebranta,

 

 

y del grave dolor desvanecido

 

 

dio en el suelo de manos sin sentido.

 

 

   El bárbaro, con esto no vengado,

585

 

 

viene sobre él con furia acelerada,

 

 

y con la diestra, aún no medrosa, airado,

 

 

a Ortiz arrebató la aguda espada;

 

 

alzándole la cota por un lado,

 

 

le atravesó de la una a la otra ijada,

590

 

 

y la alma del corpóreo alojamiento

 

 

hizo el duro y forzoso apartamiento.

 

 

   La espada a la siniestra el indio trueca,

 

 

sintiéndose tullido de la diestra,

 

 

y del golpe primero otro derrueca,

595

 

 

que también en herir era maestra:

 

 

como suele segar la paja seca

 

 

el presto segador con mano diestra,

 

 

así aquel Tucapel con fuerza brava

 

 

brazos, piernas y cuello cercenaba.

600

 

 

   Dejándose guiar por do la ira

 

 

le llevaba furioso, discurriendo,

 

 

unos hiere, maltrata, otros retira,

 

 

la espesa selva de astas deshaciendo:

 

 

acaso al Padre Lobo un golpe tira,

605

 

 

que contra cuatro estaba combatiendo;

 

 

el cual sin ver el fin de aquella guerra

 

 

dio el alma a Dios y el cuerpo dio a la tierra.

 

 

   El grave Leucotón, no menos fuerte,

 

 

con el valor que el cielo le concede,

610

 

 

hiere, aturde, derriba y da la muerte,

 

 

que nadie en fuerza y ánimo le excede:

 

 

no sé cómo a escribirlo todo acierte,

 

 

que mi cansada mano ya no puede

 

 

por tanta confusión llevar la pluma,

615

 

 

y así reduce mucho a breve suma.

 

 

   También Angol, soberbio y esforzado,

 

 

su corvo y gran cuchillo en torno esgrime,

 

 

hiere al joven Diego Oro, y del pesado

 

 

golpe en la dura tierra el cuerpo imprime:

620

 

 

pero en esta sazón Juan de Alvarado,

 

 

la furia de una punta le reprime,

 

 

que al tiempo que el furioso alfange alzaba

 

 

por debajo del brazo le calaba.

 

 

   No halló defensa la enemiga espada;

625

 

 

lanzándose por parte descubierta,

 

 

derecho al corazón hizo la entrada,

 

 

abriendo una sangrienta y ancha puerta

 

 

la cara antes del joven colorada

 

 

se vio de amarillez mustia cubierta;

630

 

 

descoyuntole el brazo un mortal hielo,

 

 

batiendo el cuerpo helado el duro suelo.

 

 

   El corpulento mozo Mareguano,

 

 

que airado a todas partes discurría,

 

 

llegó al tiempo que Angol por diestra mano

635

 

 

al riguroso hierro se rendía:

 

 

era su íntimo amigo y primo hermano,

 

 

de estrecho trato antiguo y compañía;

 

 

"pues fue siempre en la vida igual la suerte,

 

 

quiero, dijo, también que sea en la muerte."

640

 

 

   Y contra el matador con repentina

 

 

rabia, que el pecho y venas le abrasaba,

 

 

un macizo y fornido tronco empina

 

 

y con fuerza sobre él lo derribaba;

 

 

mas temiendo del golpe la ruïna

645

 

 

Alvarado, que el ojo alerto estaba,

 

 

saca presto el caballo apercebido,

 

 

y en el suelo el troncón quedó metido.

 

 

   Chilcán, Ongolmo, Cayeguán de un lado,

 

 

Lepomande y Purén en compañía,

650

 

 

habían así a los nuestros apretado,

 

 

que ganaron gran crédito aquel día:

 

 

Tomé, Cayocupín y el esforzado

 

 

Pillolco, Caniomangue y Lebopía,

 

 

Mareande, Elicura y Lemolemo

655

 

 

de su valor mostraron el extremo.

 

 

   En esto un rumor súbito se siente

 

 

que los cóncavos cielos atronaba,

 

 

y era que la vitoria abiertamente

 

 

por el bárbaro infiel se declaraba:

660

 

 

ya la española destrozada gente

 

 

al camino de Itata enderezaba,

 

 

desamparando el suelo desdichado,

 

 

de sangre y enemigos ocupado.

 

 

   Del todo a toda furia comenzando

665

 

 

iban los españoles la huïda,

 

 

siempre más el temor apresurando

 

 

con agudas espuelas la corrida;

 

 

sigue el alcance y valos aquejando

 

 

la bárbara canalla embravecida,

670

 

 

envuelta en una espesa polvareda,

 

 

matando al que por flojo atrás se queda.

 

 

   Alvarado con ánimo y cordura

 

 

los anima y esfuerza, y no aprovecha;

 

 

que la turbada gente en tal rotura

675

 

 

huye la muerte y plaza tan estrecha:

 

 

cuál encamina al monte, y cuál procura

 

 

de Mapochó la senda más derecha,

 

 

y cuál y cuál constante todavía,

 

 

animoso con Átropos porfía.

680

 

 

   Estos, honrosa muerte deseando,

 

 

despreciaban la vida deshonrada,

 

 

aquel forzoso punto dilatando

 

 

con raro esfuerzo y valerosa espada:

 

 

presto quedó la plaza sin un bando,

685

 

 

de almas vacía y de cuerpos ocupada,

 

 

que animosos los pocos que quedaban

 

 

a las armas y muerte se entregaban.

 

 

   Unos por los costados caen abiertos;

 

 

otros de parte a parte atravesados;

690

 

 

otros, que de su sangre están cubiertos,

 

 

se rinden a la muerte desangrados:

 

 

al fin, todos quedaron allí muertos,

 

 

del riguroso hierro apedazados.

 

 

Vamos tras los que aguijan los caballos,

695

 

 

que no haremos poco en alcanzallos.

 

 

   Quién por camino incierto, quién por senda

 

 

áspera, peligrosa y desusada,

 

 

bate al caballo y dale suelta rienda,

 

 

que el miedo es grande y grande la jornada:

700

 

 

el bárbaro escuadrón con grita horrenda

 

 

por sierra, monte, llano y por cañada

 

 

las espaldas les iba calentando,

 

 

hiriendo, dando muerte y derribando.

 

 

   Había de la comarca concurrido

705

 

 

gente armada por uno y otro lado,

 

 

que a la mira imparcial había asistido

 

 

hasta ver el derecho declarado:

 

 

en esto alzando un súbito alarido,

 

 

con el orgullo a vencedores dado,

710

 

 

baja las armas, hasta allí neutrales,

 

 

en daño de las señas imperiales.

 

 

   Salen en codicioso seguimiento

 

 

de la española gente, que corría

 

 

con furia y ligereza más que el viento.

715

 

 

Sin hacerse uno a otro compañía:

 

 

la mucha turbación y desatiento,

 

 

que a los nuestros el miedo les ponía,

 

 

los lleva sin caminos, esparcidos

 

 

por sierras, valles, montes, por ejidos.

720

 

 

   Los que tienen caballos más ligeros

 

 

¡oh cuán de corazón son envidiados!

 

 

¡Qué poco se conocen compañeros

 

 

de largo tiempo y amistad tratados!

 

 

No aprovechan promesas de dineros,

725

 

 

ni de bienes allí representados:

 

 

Tanto el miedo ocupado los había

 

 

que lugar la codicia aún no tenía;

 

 

   antes, los intereses despreciando,

 

 

se muestran allí poco codiciosos,

730

 

 

tras las ricas celadas arrojando

 

 

petos de fina plata embarazosos:

 

 

y así de las promesas no curando;

 

 

jugaban los talones presurosos:

 

 

sólo las alas de Ícaro quisieran,

735

 

 

aunque pasando el mar se derritieran.

 

 

   Juan y Hernando Alvarados la jornada

 

 

con el valiente Ibarra apresuraban,

 

 

animando la gente desmayada,

 

 

mas no por esto el paso moderaban:

740

 

 

abren por la carrera embarazada,

 

 

que ligeros caballos gobernaban,

 

 

y aunque con viva espuela los batían,

 

 

alargarse de un indio no podían.

 

 

   Delante largo trecho de la gente,

745

 

 

a los tres les da caza y atormenta

 

 

un espaldudo bárbaro valiente,

 

 

Rengo llamado, mozo de gran cuenta:

 

 

éste solo los sigue osadamente

 

 

y a voces con palabras los afrenta;

750

 

 

y los aprieta y corre a campo raso,

 

 

sin poderle ganar un solo paso.

 

 

   "¡Jo!, ¡jo! (les va gritando) espera!, espera!"

 

 

Que más en castellano no sabía;

 

 

pero en su natural lengua primera

755

 

 

atrevidas injurias les decía.

 

 

Tres leguas los corrió desta manera,

 

 

que jamás de las colas se partía

 

 

por mucho que aguijasen los rocines,

 

 

llamándolos infames y ruïnes.

760

 

 

   Llevaba una arma en alto levantada,

 

 

que no hay quien su fación y forma diga:

 

 

era una gruesa haya mal labrada,

 

 

de la grandeza y peso de una viga,

 

 

de metal la cabeza barreada:

765

 

 

y esgrímela el garzón sin más fatiga

 

 

que el presto esgrimidor suelto y liviano

 

 

juega el fácil bastón con diestra mano.

 

 

   Si alguna vez con el troncón pesado

 

 

los caballos el bárbaro alcanzaba,

770

 

 

era de fuerza el golpe tan cargado

 

 

que casi derrengados los dejaba;

 

 

así cada caballo escarmentado

 

 

sin espuelas el curso apresuraba,

 

 

que jamás fue baqueta en la corrida

775

 

 

como el bastón del bárbaro temida.

 

 

   Aunque gran trecho aquel follón se aleja

 

 

del seguro montón y amigo bando,

 

 

no por esto la dura empresa deja,

 

 

antes más los persigue y va afrentando:

780

 

 

con prestos pies y maza los aqueja,

 

 

la nación española profazando

 

 

en lenguaje araucano, que entendían

 

 

los tres, que a más correr dél se desvían.

 

 

   Veinte veces revuelven los cristianos,

785

 

 

dando sobre él con súbita presteza;

 

 

a todos tres les da llenas las manos

 

 

con su diabólica arma y ligereza:

 

 

entretanto llegaban los ufanos

 

 

indios en el alcance sin pereza,

790

 

 

y volviendo los tres a su carrera

 

 

el bárbaro y bastón sobre ellos era.

 

 

   No por áspero monte ni agria cuesta

 

 

afloja el curso y animoso brío;

 

 

antes cual correr suele sobre apuesta

795

 

 

tras las fieras el Puelche en desafío,

 

 

los corre, aflige, aprieta y los molesta;

 

 

y a diez millas de alcance, por do un río

 

 

el camino atraviesa al mar corriendo,

 

 

se fue en la húmida orilla deteniendo.

800

 

 

   El bárbaro escuadrón parado había;

 

 

solo el contumaz Rengo porfiando,

 

 

desistir de la empresa no quería,

 

 

aunque no ve persona de su bando:

 

 

los tres lasos cristianos a porfía

805

 

 

iban el ancho vado atravesando,

 

 

cuando Rengo cargó de una pesada

 

 

piedra la presta honda dél usada.

 

 

   El tronco en el suelo húmido fijado,

 

 

rodea el brazo dos veces, despidiendo

810

 

 

el tosco y gran guijarro así arrojado,

 

 

que el monte retumbó del sordo estruendo;

 

 

las ninfas por lo más sesgo del vado,

 

 

las cristalinas aguas revolviendo,

 

 

sus doradas cabezas levantaron

815

 

 

y a ver el caso atentas se pararon.

 

 

   El importuno bárbaro no cesa

 

 

ni afloja de la empresa que pretende;

 

 

antes con silbos, grita y piedra espesa,

 

 

la agua a más de la cinta, los ofende;

820

 

 

y dándoles en esto mucho priesa,

 

 

el beber los caballos les defiende,

 

 

diciendo: "¡Sus, salid, salid afuera,

 

 

que yo os manterné campo en la ribera!"

 

 

   Viendo Alvarado a Rengo así orgulloso,

825

 

 

de la soberbia tema ya impaciente,

 

 

dice a los dos: "¡Oh caso vergonzoso,

 

 

que a tres nos siga un indio solamente

 

 

y triunfe de nosotros vitorioso!

 

 

No es bien que de españoles tal se cuente:

830

 

 

volvamos, y de aquí jamás pasemos

 

 

si primero morir no le hacemos."

 

 

   Así dijo, y las riendas revolviendo,

 

 

segunda vez el vado atravesaban;

 

 

de morir o matarle proponiendo,

835

 

 

los caballos cansados aguijaban;

 

 

en esto el araucano, conociendo

 

 

la cólera y furor con que tornaban,

 

 

olvidando la maza y presupuesto,

 

 

las voladoras plantas mueve presto.

840

 

 

   Una larga carrera por la arena

 

 

los tres a toda furia le siguieron,

 

 

aunque en balde tomaron esta pena,

 

 

que el indio más corrió que ellos corrieron:

 

 

faltos, no de intención, pero de lena,

845

 

 

de cansados las riendas recogieron;

 

 

y en un áspero sitio y peligroso

 

 

les hizo rostro el bárbaro animoso.

 

 

   Por espaldas tomó una gran quebrada,

 

 

revolviendo a los tres con osadía,

850

 

 

y a falta de la maza acostumbrada,

 

 

a menudo la honda sacudía:

 

 

de allí con mofa, silbos y pedrada,

 

 

sin poderle ofender, los ofendía,

 

 

por ser aquel lugar despeñadero,

855

 

 

y más que ellos el bárbaro ligero.

 

 

   Visto Alvarado serle así excusado

 

 

el fin de lo que tanto deseaba,

 

 

dejando libre al bárbaro esforzado,

 

 

que bien de mala gana se quedaba,

860

 

 

pasa otra vez el ya seguro vado,

 

 

y al usado camino se tornaba,

 

 

triste en ver que Fortuna por tal modo

 

 

se le mostraba adversa y dura en todo.

 

 

   Había dejado el campo lautarino

865

 

 

de seguir el alcance grande rato;

 

 

iban los españoles sin camino,

 

 

como ovejas que van fuera de hato.

 

 

De no seguirlos más me determino,

 

 

que por lo que adelante dellos trato,

870

 

 

dejarlos por agora me es forzado

 

 

donde otras veces ya los he dejado.

 

 

   Con la gente araucana quiero andarme,

 

 

dichosa a la sazón y afortunada;

 

 

y, como se acostumbra, desviarme

875

 

 

de la parte vencida y desdichada:

 

 

por donde tantos van quiero guiarme,

 

 

siguiendo la carrera tan usada,

 

 

pues la costumbre y tiempo me convence,

 

 

y todo el mundo es ya ¡viva quien vence!

880

 

 

   ¡Cuán usado es huir los abatidos

 

 

y seguir los soberbios levantados,

 

 

de la instable Fortuna favoridos

 

 

para sólo después ser derribados!

 

 

Al cabo destos favores, reducidos

885

 

 

a su valor, son bienes emprestados

 

 

que habemos de pagar con siete tanto,

 

 

como claro nos muestra el nuevo canto.

 

 

Canto X

 

Ufanos los araucanos de las vitorias habidas, ordenan unas fiestas generales, donde concurrieron diversas gentes así extranjeras como naturales, entre los cuales hubo grandes pruebas y diferencias.

 

                                

   Cuando la varia diosa favorece

         

 

y las dádivas prósperas reparte,

 

 

¡cómo al ánimo flaco fortalece,

 

 

que de triste mujer se vuelve un Marte,

 

 

y derriba, acobarda y enflaquece

5

 

 

el esfuerzo viril en la otra parte,

 

 

haciendo cuesta arriba lo que es llano

 

 

y un gran cerro la palma de la mano!

 

 

   ¡Quién vio los españoles colocados

 

 

sobre el más alto cuerno de la luna

10

 

 

de sus famosos hechos rodeados,

 

 

sin punto y muestra de mudanza alguna!

 

 

¡Quién los ve en breve tiempo derribados!

 

 

¡Quién ve en miseria vuelta su fortuna,

 

 

seguidos, no de Marte, dios sanguino,

15

 

 

mas del tímido sexo femenino!

 

 

   Mirad aquí la suerte tan trocada,

 

 

pues aquellos que al cielo no temían,

 

 

las mujeres, a quien la rueca es dada,

 

 

con varonil esfuerzo los seguían;

20

 

 

y con la diestra a la labor usada

 

 

las atrevidas lanzas esgrimían,

 

 

que, por el hado próspero impelidas,

 

 

hacían crudos efetos y heridas.

 

 

   Estas mujeres digo que estuvieron

25

 

 

en un monte escondidas, esperando

 

 

de la batalla el fin; y cuando vieron

 

 

que iba de rota el castellano bando,

 

 

hiriendo el cielo a gritos decendieron,

 

 

el mujeril temor de sí lanzando;

30

 

 

y de ajeno valor y esfuerzo armadas,

 

 

toman de los ya muertos las espadas.

 

 

   Y a vueltas del estruendo y muchedumbre,

 

 

también en la vitoria embebecidas,

 

 

de medrosas y blandas de costumbre

35

 

 

se vuelven temerarias homicidas:

 

 

no sienten ni les daba pesadumbre

 

 

los pechos al correr, ni las crecidas

 

 

barrigas de ocho meses ocupadas,

 

 

antes corren mejor las más preñadas.

40

 

 

   Llamábase infelice la postrera,

 

 

y con ruegos al cielo se volvía,

 

 

porque a tal coyuntura en la carrera

 

 

mover más presto el paso no podía.

 

 

Si las mujeres van desta manera,

45

 

 

¿la bárbara canalla cuál iría?

 

 

De aquí tuvo principio en esta tierra

 

 

venir también mujeres a la guerra.

 

 

   Vienen acompañando a sus maridos,

 

 

y en el dudoso trance están paradas;

50

 

 

pero, si los contrarios son vencidos,

 

 

salen a perseguirlos esforzadas:

 

 

prueban la flaca fuerza en los rendidos

 

 

y si cortan en ellos sus espadas,

 

 

haciéndolos morir de mil maneras,

55

 

 

que la mujer cruël eslo de veras.

 

 

   Así a los nuestros esta vez siguieron

 

 

hasta donde el alcance había cesado,

 

 

y desde allí la vuelta al pueblo dieron,

 

 

ya de los enemigos saqueado.

60

 

 

Que cuando hacer más daño no pudieron,

 

 

subiendo en los caballos que en el prado

 

 

sueltos sin orden y gobierno andaban,

 

 

a sus dueños por juego remedaban.

 

 

   Quién hace que combate, y quién huía,

65

 

 

y quién tras el que huye va corriendo:

 

 

quién finge que está muerto, y se tendía,

 

 

quién correr procuraba no pudiendo:

 

 

la alegre gente así se entretenía,

 

 

el trabajo importuno despidiendo,

70

 

 

hasta que el sol rayaba los collados

 

 

que el general llegó y los más soldados.

 

 

   Los unos y los otros aguijaban

 

 

con gran priesa a abrazarse estrechamente;

 

 

pero algunos, por más que se esforzaban,

75

 

 

la envidia les hacía arrugar la frente:

 

 

francos los vencedores se mostraban,

 

 

repartiendo la presa alegremente;

 

 

que aún en el pecho vil contra natura

 

 

puede tanto la próspera ventura.

80

 

 

   Una solemne fiesta en este asiento

 

 

quiso Caupolicán que se hiciese,

 

 

donde del araucano ayuntamiento

 

 

la gente militar sola estuviese;

 

 

y con alegre muestra y gran contento,

85

 

 

sin que la popular se entremetiese,

 

 

en danzas, juegos, vicio y pasatiempo

 

 

allí se detuvieron algún tiempo.

 

 

   Los juegos y ejercicios acabados,

 

 

para el valle de Arauco caminaron,

90

 

 

do a las usadas fiestas los soldados

 

 

de toda la provincia convocaron;

 

 

fueron bastantes plazos señalados,

 

 

joyas de gran valor se pregonaron,

 

 

de los que en ellas fuesen vencedores,

95

 

 

premios dignos de haber competidores.

 

 

   La fama de la fiesta iba corriendo

 

 

más que los diligentes mensajeros,

 

 

en un término breve apercibiendo

 

 

naturales, vecinos y extranjeros:

100

 

 

gran multitud de gente concurriendo,

 

 

creció el número tanto de guerreros,

 

 

que ocupaban las tiendas forasteras

 

 

los valles, montes, llanos y riberas.

 

 

   Ya el esperado catorceno día,

105

 

 

que tanta gente estaba deseando,

 

 

al campo su color restituía,

 

 

las importunas sombras desterrando;

 

 

cuando la bulliciosa compañía

 

 

de los briosos jóvenes, mostrando

110

 

 

el juvenil hervor y sangre nueva,

 

 

en campo estaban, prestos a la prueba.

 

 

   Fue con solemne pompa referido

 

 

el orden de los precios, y el primero

 

 

era un lustroso alfange, guarnecido

115

 

 

por mano artificiosa de platero:

 

 

este premio fue allí constituido

 

 

para aquel que con brazo más entero

 

 

tirase una fornida y gruesa lanza,

 

 

sobrando a los demás en la pujanza.

120

 

 

   Y de cendrada plata una celada,

 

 

cubierta de altas plumas de colores,

 

 

de un cerco de oro puro rodeada,

 

 

esmaltadas en él varias labores,

 

 

fue la preciada joya señalada

125

 

 

para aquel que, entre diestros luchadores,

 

 

en la difícil prueba se extremase

 

 

y por señor del campo en pie quedase.

 

 

   Un lebrel animoso, remendado,

 

 

que el collar remataba una venera

130

 

 

de agudas puntas de metal herrado,

 

 

era el precio de aquel que en la carrera,

 

 

de todas armas y presteza armado,

 

 

arribase más presto a la bandera

 

 

que una gran milla lejos tremolaba

135

 

 

y el trecho señalado limitaba.

 

 

   Y de niervos un arco, hecho por arte,

 

 

con su dorada aljaba que pendía

 

 

de un ancho y bien labrado talabarte

 

 

con dos gruesas hebillas de taujía,

140

 

 

éste se señaló y se puso aparte

 

 

para aquel que con flecha a puntería,

 

 

ganando por destreza el precio rico,

 

 

llevase al papagayo el corvo pico.

 

 

   Un caballo morcillo, rabicano,

145

 

 

tascando el freno estaba de cabestro,

 

 

precio del que con suelta y presta mano

 

 

esgrimiese el bastón como más diestro.

 

 

Por juez se señaló a Caupolicano,

 

 

de todos ejercicios gran maestro.

150

 

 

Ya la trompeta con sonada nueva

 

 

llamaba opositores a la prueba.

 

 

   No bien sonó la alegre trompa, cuando

 

 

el joven Orompello, ya en el puesto,

 

 

airosamente el manto derribando,

155

 

 

mostró el hermoso cuerpo bien dispuesto

 

 

y en la valiente diestra blandeando

 

 

una maciza lanza. Luego en esto

 

 

se ponen asimismo Lepomande,

 

 

Crino, Pillolco, Guambo y Mareande.

160

 

 

   Estos seis en igual hila corriendo,

 

 

las lanzas por los fieles igualadas,

 

 

a un tiempo las derechas sacudiendo,

 

 

fueron con seis gemidos arrojadas:

 

 

salen la astas con rumor crugiendo,

165

 

 

de aquella fuerza e ímpetu llevadas,

 

 

rompen el aire, suben hasta el cielo,

 

 

bajando con la misma furia al suelo.

 

 

   La de Pillolco fue la asta primera

 

 

que falta de vigor a tierra vino,

170

 

 

tras ella la de Guambo, y la tercera

 

 

de Lepomande, y cuarta la de Crino,

 

 

la quinta de Mareande, y la postrera,

 

 

haciendo por más fuerza más camino,

 

 

la de Orompello fue, mozo pujante,

175

 

 

pasando cinco brazas adelante.

 

 

   Tras éstos otros seis lanzas tomaron,

 

 

de los que por más fuertes se estimaban,

 

 

y aunque con fuerza extrema procuraron

 

 

sobrepujar el tiro, no llegaban:

180

 

 

otros tras éstos, y otros seis probaron,

 

 

mas todos con vergüenza atrás quedaban;

 

 

y por no detenerme en este cuento,

 

 

digo que lo probaron más de ciento.

 

 

   Ninguno con seis brazas llegar pudo

185

 

 

al tiro de Orompello señalado,

 

 

hasta que Leucotón, varón membrudo,

 

 

viendo que ya el probar había aflojado,

 

 

dijo en voz alta: "De perder no dudo,

 

 

mas porque todos ya me habéis mirado,

190

 

 

quiero ver deste brazo lo que puede

 

 

y a dó llegar mi estrella me concede".

 

 

   Esto dicho, la lanza requerida,

 

 

en ponerse en el puesto poco tarda;

 

 

y dando una ligera arremetida,

195

 

 

hizo muestra de sí fuerte y gallarda:

 

 

la lanza por los aires impelida

 

 

sale cual gruesa bala de bombarda,

 

 

o cual furioso trueno que, corriendo,

 

 

por las espesas nubes va rompiendo.

200

 

 

   Cuatro brazas pasó con raudo vuelo

 

 

de la señal y raya delantera;

 

 

rompiendo el hierro por el duro suelo,

 

 

tiembla por largo espacio la asta fuera:

 

 

alza la turba un alarido al cielo,

205

 

 

y de tropel con súbita carrera

 

 

muchos a ver el tiro van corriendo,

 

 

la fuerza y tirador engrandeciendo.

 

 

   Unos el largo trecho a pies medían

 

 

y examinan el peso de la lanza,

210

 

 

otros por maravilla encarecían

 

 

del esforzado brazo la pujanza:

 

 

otros van por el precio, otros hacían

 

 

al vencedor cantares de alabanza;

 

 

de Leucotón el nombre levantando

215

 

 

le van en alta voz solemnizando.

 

 

   Salta Orompello, y por la turba hiende.

 

 

Y aquel rumor, colérico, baraja,

 

 

diciendo: "Aún no he perdido, ni se entiende

 

 

de sólo el primer tiro la ventaja."

220

 

 

Caupolicán la vara en esto tiende,

 

 

y a tiempo un encendido fuego ataja,

 

 

que Tucapel al primo había acudido,

 

 

y otros con Leucotón se habían metido.

 

 

   Caupolicán, que estaba por juez puesto,

225

 

 

mostrándose imparcial, discretamente

 

 

la furia de Orompello aplaca presto

 

 

con sabrosas palabras blandamente:

 

 

y así, no se altercando más sobre esto,

 

 

conforme a la postura, justamente

230

 

 

a Leucotón, por más aventajado,

 

 

le fue ceñido el corvo alfange al lado.

 

 

   Acabada con esto la porfía,

 

 

y Leucotón quedando vitorioso,

 

 

Orompello a una parte se desvía,

235

 

 

del caso algo corrido y vergonzoso;

 

 

mas como sabio mozo lo encubría,

 

 

de verse en ocasiones deseoso

 

 

por do con Leucotón, y causa nueva,

 

 

venir pudiese a más estrecha prueba.

240

 

 

   Era Orompello mozo asaz valido,

 

 

que desde su niñez fue muy brioso,

 

 

manso, tratable, fácil, corregido,

 

 

y en ocasión metido, valeroso;

 

 

de muchos en asiento preferido

245

 

 

por su esfuerzo y linaje generoso,

 

 

hijo del venerable Mauropande,

 

 

primo de Tucapel y amigo grande.

 

 

   Puesto nuevo silencio y despejado

 

 

el campo do la prueba se hacía,

250

 

 

el diestro Cayeguán, mozo esforzado,

 

 

a mantener la lucha se metía:

 

 

no pasó mucho, cuando de otro lado

 

 

con gran disposición Torquín salía

 

 

de haber en él pujanza y ligereza;

255

 

 

ambos en el luchar de gran destreza.

 

 

   Dada señal, con pasos ordenados

 

 

los dos gallardos bárbaros se mueven;

 

 

ya los viérades juntos, ya apartados,

 

 

ora tienden el cuerpo, ora le embeben:

260

 

 

por un lado y por otro recatados

 

 

se inquieren, cercan, buscan y remueven,

 

 

tientan, vuelven, revuelven y se apuntan,

 

 

y al cabo con gran ímpetu se juntan.

 

 

   Hechas las presas y ellos recogidos,

265

 

 

en su fuerza procuran conocerse;

 

 

pero de ardor colérico encendidos

 

 

comienzan por el campo a revolverse:

 

 

cíñense pies con pies, y entretegidos

 

 

cargan a un lado y otro, sin poderse

270

 

 

llevar cuanto una mínima ventaja,

 

 

por más que el uno y otro se trabaja.

 

 

   Andando así, en un tiempo, cauteloso

 

 

metió la pierna diestra Cayeguano;

 

 

quiso Torquín ceñirla codicioso

275

 

 

cargando con gran fuerza a aquella mano:

 

 

sácala a tiempo Cayeguán mañoso,

 

 

y el cuerpo de Torquín quedando en vano,

 

 

del mismo peso y fuerza que traía

 

 

a los pies enemigos se tendía.

280

 

 

   Tras éste el fuerte Rengo se presenta,

 

 

el cual, lanzando fuera los vestidos,

 

 

descubre la persona corpulenta,

 

 

brazos robustos, músculos fornidos:

 

 

mírale la confusa turba atenta,

285

 

 

que de cuatro entre todos escogidos

 

 

este valiente bárbaro era el uno,

 

 

jamás sobrepujado de ninguno.

 

 

   Con gran fuerza los hombros sacudiendo

 

 

se apareja a la lucha y desafío,

290

 

 

y al vencedor contrario apercibiendo

 

 

le va a buscar con animoso brío:

 

 

de la otra parte Cayeguán saliendo

 

 

en medio de aquel campo a su albedrío,

 

 

vienen los dos gallardos a juntarse,

295

 

 

procurando en la presa aventajarse.

 

 

   Un rato los juzgaron igualmente,

 

 

y anduvo en duda la vitoria incierta;

 

 

mas luego Rengo dio señal patente

 

 

con que fue su pujanza descubierta:

300

 

 

que entre los duros brazos reciamente

 

 

al triste Cayeguán, la boca abierta,

 

 

sin dejarle alentar, le retraía,

 

 

y acá y allá con él se revolvía.

 

 

   Alzole de la tierra, y apretado,

305

 

 

en el aire gran pieza le suspende;

 

 

Cayeguán sin color, desalentado,

 

 

abre los brazos y las piernas tiende:

 

 

viéndolo así rendido, el esforzado

 

 

Rengo que a la vitoria sólo atiende,

310

 

 

dejándole bajar, con poca pena

 

 

le estampa de gran golpe en el arena.

 

 

   Sacáronle del campo sin sentido,

 

 

y a su tienda en los hombros le llevaron:

 

 

todos la fuerza grande y el partido

315

 

 

de Rengo en alta voz solemnizaron:

 

 

pero cesando en esto aquel ruïdo,

 

 

a sus asientos luego se tornaron,

 

 

porque vieron que Talco aparejado

 

 

el puesto de la lucha había tomado.

320

 

 

   Fue este Talco de pruebas gran maestro,

 

 

de recios miembros y feroz semblante,

 

 

diestro en la lucha y en las armas diestro,

 

 

ligero y esforzado aunque arrogante;

 

 

y con todas las partes que aquí muestro,

325

 

 

era Rengo más suelto y más pujante,

 

 

usado en los robustos ejercicios,

 

 

que dello su persona daba indicios.

 

 

   Talco se mueve y sale con presteza;

 

 

Rengo espaciosamente se movía;

330

 

 

fíase mucho el uno en la destreza,

 

 

el otro en su vigor sólo se fía:

 

 

en esto con extraña ligereza,

 

 

cuando menos cuidado en Talco había,

 

 

un gran salto dio Rengo no pensado,

335

 

 

cogiendo al enemigo descuidado.

 

 

   De la suerte que el tigre cauteloso,

 

 

viendo venir lozano al suelto pardo,

 

 

el cuello bajo, lerdo y perezoso,

 

 

con ronco son se mueve a paso tardo,

340

 

 

y en un instante súbito y furioso

 

 

salta sobre él con ímpetu gallardo,

 

 

y echándole la garra, así le aprieta,

 

 

que le oprime, le rinde y le sujeta:

 

 

   de esta manera Rengo a Talco afierra,

345

 

 

y, antes que a la defensa se prevenga,

 

 

tan recio le apretó contra la tierra,

 

 

que el lomo quebrantado lo derrienga:

 

 

viéndolo pues así lo desafierra,

 

 

y a su puesto, esperando que otro venga,

350

 

 

vuelve, dejando el campo con tal hecho

 

 

de su extremada fuerza satisfecho.

 

 

   Mas no hubo en hombre allí tal osadía

 

 

que a contrastar al bárbaro se atreva;

 

 

y así, porque la noche ya venía,

355

 

 

se difirió la comenzada prueba

 

 

hasta que el carro del siguiente día

 

 

alegrase los campos con luz nueva:

 

 

sonando luego varios instrumentos,

 

 

de las mesas hinchieron los asientos.

360

 

 

   Pues otro día, saliendo de su tienda

 

 

el hijo de Leocán, acompañado

 

 

de gran gente, al lugar de la contienda

 

 

con altos instrumentos fue llevado:

 

 

Rengo, porque su fama más se extienda,

365

 

 

dando una vuelta en torno del cercado

 

 

entró dentro con una bella muestra,

 

 

y a mantener se puso la palestra.

 

 

   Bien por dos horas Rengo tuvo el puesto

 

 

sin que nadie la plaza le pisase,

370

 

 

que no se vio soldado tan dispuesto

 

 

que, viéndole, el lugar vacío ocupase:

 

 

pero ya Leucotón mirando en esto,

 

 

que, porque su valor más se notase,

 

 

hasta ver el más fuerte había esperado,

375

 

 

con grave paso entró en el estacado.

 

 

   Luego un rumor confuso y grande estruendo

 

 

entre el parlero vulgo se levanta

 

 

de ver estos dos juntos, conociendo

 

 

en ambos igualmente fuerza tanta.

380

 

 

Leucotón, la persona recogiendo,

 

 

a recibir a Rengo se adelanta,

 

 

que con gallardo paso se venía

 

 

de esfuerzo acompañado y lozanía.

 

 

   Vienen al paragón dos animosos

385

 

 

que en esfuerzo y pujanza par no tienen:

 

 

unas veces aguijan presurosos

 

 

otras frenan el paso y lo detienen:

 

 

andan en torno y miran cautelosos,

 

 

y a todos los engaños se previenen;

390

 

 

pero no tardó mucho que cerraron,

 

 

y con estrechos ñudos se abrazaron.

 

 

   Juntándose los dos pechos con pechos,

 

 

van las últimas fuerzas apurando:

 

 

ya se afirman y tienden muy estrechos,

395

 

 

ya se arrojan en torno volteando,

 

 

ya los izquierdos, ya los pies derechos

 

 

se enclavijan y enredan, no bastando

 

 

cuanta fuerza se pone, estudio y arte,

 

 

a poder mejorarse alguna parte.

400

 

 

   Acá y allá furiosos se rodean,

 

 

la fuerza uno del otro resistiendo;

 

 

tanto forcejan, gimen, ijadean,

 

 

que los miembros se van entorpeciendo:

 

 

tiemblan de la fatiga y titubean

405

 

 

las cansadas rodillas, no pudiendo

 

 

comportar el tesón y furia insana,

 

 

que al fin eran de hueso y carne humana.

 

 

   De sudor grueso y engrosado aliento

 

 

cubiertos los dos bárbaros andaban,

410

 

 

y del fogoso y recio movimiento

 

 

roncos los pechos dentro resonaban:

 

 

ellos siempre con más encendimiento,

 

 

sacando nuevas fuerzas, procuraban

 

 

llegar la empresa al cabo comenzada

415

 

 

por ganar el honor y la celada.

 

 

   Pero ventaja entre ellos conocida

 

 

no se vio allí, ni de flaqueza indicio;

 

 

ambos jóvenes son de edad florida,

 

 

iguales en la fuerza y ejercicio:

420

 

 

mas la suerte de Rengo enflaquecida,

 

 

y el hado, que hasta allí le fue propicio,

 

 

hicieron que perdiese a su despecho

 

 

del precio y del honor todo el derecho.

 

 

   Había en la plaza un hoyo hacia el un lado,

425

 

 

engaste de un guijarro, y nuevamente

 

 

estaba de su encaje levantado

 

 

por el concurso y huella de la gente:

 

 

desto el cansado Rengo no avisado,

 

 

metió el pie dentro, y desgraciadamente,

430

 

 

cual cae de la segur herido el pino,

 

 

con no menos estruendo a tierra vino.

 

 

   No la pelota con tan presto salto

 

 

resurte arriba del macizo suelo,

 

 

ni la águila, que al robo cala de alto,

435

 

 

sube en el aire con tan recio vuelo;

 

 

como de corrimiento el seso falto,

 

 

Rengo rabioso, amenazando al cielo,

 

 

se puso en pie, que aun bien no tocó en tierra,

 

 

y contra Leucotón furioso cierra.

440

 

 

   Como en la fiera lucha Anteo temido

 

 

por el furioso Alcides derribado,

 

 

que de la Tierra madre recogido,

 

 

cobraba fuerza y ánimo doblado;

 

 

así el airado Rengo embravecido,

445

 

 

que apenas en la arena había tocado,

 

 

sobre el contrario arriba de tal suerte,

 

 

que al extremo llegó de honrado y fuerte.

 

 

   Tanta afrenta, vergüenza y dolor siente,

 

 

el público lugar considerando,

450

 

 

que, abrasado de fuego y rabia ardiente,

 

 

se le fueron las fuerzas aumentando;

 

 

y furioso, colérico, impaciente,

 

 

de suerte a Leucotón va retirando,

 

 

que apenas le resiste; y el suceso

455

 

 

oiréis en el siguiente canto expreso.

 

Canto XI

 

Acábanse las fiestas y diferencias, y caminando Lautaro sobre la ciudad de Santiago, antes de llegar a ella hace un fuerte, en el cual metido, vienen los españoles sobre él, donde tuvieron una recia batalla.

 

                                

   Cuando los corazones nunca usados

         

 

a dar señal y muestra de flaqueza

 

 

se ven en lugar público afrentados,

 

 

entonces manifiestan su grandeza,

 

 

fortalecen los miembros fatigados,

5

 

 

despiden el cansancio y la torpeza,

 

 

y salen fácilmente con las cosas

 

 

que eran antes, Señor, dificultosas.

 

 

   Así le avino a Rengo, que, en cayendo,

 

 

tanto esfuerzo le puso el corrimiento,

10

 

 

que, lleno de furor y en ira ardiendo,

 

 

se le dobló la fuerza y el aliento:

 

 

y al enemigo fuerte, no pudiendo

 

 

ganarle antes un paso, agora ciento

 

 

alzado de la tierra lo llevaba,

15

 

 

que aun afirmar los pies no le dejaba.

 

 

   Adelante la cólera pasara

 

 

y hubiera alguna brega en aquel llano,

 

 

si, receloso de esto, no bajara

 

 

presto de arriba el hijo de Pillano,

20

 

 

que de Caupolicán traía la vara,

 

 

y él propio los aparta de su mano:

 

 

que no fue poco, en tanto encendimiento

 

 

tenerle este respeto y miramiento.

 

 

   Siendo desta manera sin ruïdo

25

 

 

despartida la lucha ya enconada,

 

 

le fue a Rengo su honor restituïdo,

 

 

mas quedó sin derecho a la celada:

 

 

aún no estaba del todo difinido,

 

 

ni la plaza de gente despejada,

30

 

 

cuando el mozo Orompello dijo presto:

 

 

Mi vez ahora me toca, mío es el puesto.

 

 

   Que bramando entre sí se deshacía

 

 

esperando aquel tiempo deseado,

 

 

viendo que Leucotón ya mantenía,

35

 

 

del tiro de la lanza no olvidado:

 

 

con gran desenvoltura y gallardía

 

 

salta el palenque y entra el estacado,

 

 

y en medio de la plaza, como digo,

 

 

llamaba cuerpo a cuerpo al enemigo.

40

 

 

   La trápala y murmurio en el momento

 

 

creció, porque parando el pueblo en ello,

 

 

conoce por allí cuán descontento

 

 

del fuerte Leucotón está Orompello:

 

 

témese que vendrán a rompimiento,

45

 

 

mas nadie se atraviesa a defendello,

 

 

antes la plaza libre les dejaron

 

 

y los vacíos lugares ocuparon.

 

 

   El pueblo, de la lucha deseoso,

 

 

la más parte a Orompello se inclinaba;

50

 

 

mira los bellos miembros y el airoso

 

 

cuerpo que a la sazón se desnudaba,

 

 

la gracia, el pelo crespo y el hermoso

 

 

rostro, donde su poca edad mostraba,

 

 

que veinte años cumplidos no tenía,

55

 

 

y a Leucotón a fuerzas desafía.

 

 

   Juzgan ser desconformes los presentes

 

 

las fuerzas de estos dos por la aparencia;

 

 

viendo del uno el talle y los valientes

 

 

niervos, edad perfeta y experiencia;

60

 

 

y del otro los miembros diferentes,

 

 

la tierna edad y grata adolecencia;

 

 

aunque a tal opinión contradecía

 

 

la muestra de Orompello y osadía:

 

 

   que, puesto en su lugar, ufano espera

65

 

 

el son de la trompeta, como cuando

 

 

el fogoso caballo en la carrera

 

 

la seña del partir está aguardando;

 

 

y cual halcón, que en la húmida ribera

 

 

ve la garza de lejos blanqueando,

70

 

 

que se alegra y se pule ya lozano,

 

 

y está para arrojarse de la mano.

 

 

   El gallardo Orompello así esperaba

 

 

aquel alegre son para moverse,

 

 

que, de ver la tardanza, imaginaba

75

 

 

que habían impedimentos de ofrecerse.

 

 

Visto que tanto ya se dilataba,

 

 

queriendo a su sabor satisfacerse,

 

 

derecho a Leucotón sale animoso,

 

 

que no fue en recebirle perezoso.

80

 

 

   En gran silencio vuelto el rumor vano,

 

 

quedando mudos todos los presentes,

 

 

en medio de la plaza, mano a mano,

 

 

salen a se probar los dos valientes.

 

 

Como cuando el lebrel y fiero alano,

85

 

 

mostrándose con ronco son los dientes,

 

 

yertos los cerros y ojos encendidos,

 

 

se vienen a morder embravecidos;

 

 

   de tal modo los dos amordazados,

 

 

sin esperar trompeta ni padrino,

90

 

 

de coraje y rencor estimulados,

 

 

de medio a medio parten el camino,

 

 

y en un instante iguales, aferrados,

 

 

con extremada fuerza y diestro tino

 

 

se ciñeron los brazos poderosos,

95

 

 

echándose a los pies lazos ñudosos.

 

 

   Las desconformes fuerzas, aunque iguales,

 

 

los lleva, arroja y vuelve a todos lados,

 

 

viéranlos sin mudarse a veces tales

 

 

que parecen en tierra estar clavados:

100

 

 

donde ponen los pies, dejan señales,

 

 

cavan el duro suelo, y apretados,

 

 

juntándose rodillas con rodillas,

 

 

hacen crugir los huesos y costillas.

 

 

   Cada cual del valor, destreza y maña

105

 

 

usaba que en tal tiempo usar podía,

 

 

viendo el duro tesón y fuerza extraña

 

 

que en su recio adversario conocía:

 

 

revuélvense los dos por la campaña,

 

 

sin conocerse en nadie mejoría;

110

 

 

pero tanto de acá y de allá anduvieron

 

 

que ambos juntos a un tiempo en tierra dieron.

 

 

   Fue tan presto el caer, y en el momento

 

 

tan presto el levantarse, por manera,

 

 

que se puede decir que el más atento,

115

 

 

a mover la pestaña, no lo viera:

 

 

ventaja ni señal de vencimiento

 

 

juzgarse por entonces no pudiera,

 

 

que Leucotón arrodilló en el llano

 

 

y Orompello tocó sola una mano.

120

 

 

   En esto los padrinos se metieron,

 

 

y a cada lado el suyo retirando,

 

 

en disputa la lucha resumieron,

 

 

sus puntos y razones alegando:

 

 

de entrambas partes gentes acudieron,

125

 

 

la porfía y rumor multiplicando;

 

 

quién daba al uno el precio, honor y gloria;

 

 

quién cantaba del otro la vitoria.

 

 

   Tucapelo, que estaba en un asiento

 

 

a la diestra del hijo de Pillano,

130

 

 

visto lo que pasaba, en el momento

 

 

salta en la plaza, la ferrada en mano;

 

 

y con aquel usado atrevimiento

 

 

dice: "El precio ganó mi primo hermano,

 

 

y si alguno esta causa me defiende,

135

 

 

harele yo entender que no lo entiende:

 

 

   "La joya es de Orompello, y quien bastante

 

 

se halle a reprobar el voto mío,

 

 

en campo estamos, hágase adelante,

 

 

que en suma le desmiento y desafío."

140

 

 

Leucotón con un término arrogante

 

 

dice: "Yo amansaré tu loco brío

 

 

y el vano orgullo y necio devaneo,

 

 

que mucho tiempo ha ya que lo deseo."

 

 

   "Conmigo lo has de haber, que comenzado

145

 

 

juego tenemos ya", dijo Orompello.

 

 

Responde Leucotón fiero y airado:

 

 

"Contigo y con tu primo quiero habello."

 

 

Caupolicán en esto era llegado,

 

 

que del supremo asiento, viendo aquello,

150

 

 

había bajado a la sazón confuso,

 

 

y allí su autoridad toda interpuso.

 

 

   Leucotón y Orompello, conociendo

 

 

que el gran Caupolicán allí venía,

 

 

las enconosas voces reprimiendo

155

 

 

cada cual por su parte se desvía:

 

 

mas Tucapel, la maza revolviendo,

 

 

que otro acuerdo y concierto no quería,

 

 

lleno de ira diabólica, no calla,

 

 

llamando a todo el mundo a la batalla.

160

 

 

   Ruego y medios con él no valen nada

 

 

del hijo de Leocán ni de otra gente,

 

 

diciendo que a Orompello la celada

 

 

le den por vencedor y más valiente:

 

 

después, que en plaza franca y estacada

165

 

 

con Leucotón le dejen libremente,

 

 

donde aquella disputa se decida,

 

 

perdiendo de los dos uno la vida.

 

 

   Puesto Caupolicán en este aprieto,

 

 

lleno de rabia y de furor movido,

170

 

 

le dice: "Haré que guardes el respeto

 

 

que a mi persona y cargo le es debido."

 

 

Tucapel le responde: "Yo prometo

 

 

que por temor no baje del partido;

 

 

y aquel que en lo que digo no viniere,

175

 

 

haga a su voluntad lo que pudiere.

 

 

   "Guardarete respeto, si derecho

 

 

en lo que justo pido me guardares,

 

 

y mientras que con recto y sano pecho

 

 

la causa sin pasión de esto mirares:

180

 

 

mas si, contra razón, sólo de hecho,

 

 

torciendo la justicia lo llevares,

 

 

por ti y tu cargo, y todo el mundo junto,

 

 

no perderé de mi derecho un punto."

 

 

   Caupolicán, perdida la paciencia,

185

 

 

se mueve a Tucapel determinado;

 

 

mas Colocolo, viejo de experiencia,

 

 

que con temor le andaba siempre al lado,

 

 

le hizo una acatada resistencia

 

 

diciendo: "¿Estás, señor, tan olvidado

190

 

 

de ti y tu autoridad y salud nuestra

 

 

que lo pongas en sólo alzar la diestra?

 

 

   "Mira, señor, que todo se aventura:

 

 

mira que están los más ya diferentes:

 

 

de Tucapel conoces la locura

195

 

 

y la fuerza que tiene de parientes;

 

 

lo que emendarse puede con cordura

 

 

no lo emiendes con sangre de inocentes:

 

 

dale a Orompello el contendido precio,

 

 

y otro al competidor de igual aprecio.

200

 

 

   "Si por rigor y término sangriento

 

 

quieres poner en riesgo lo que queda,

 

 

puesto que sobre fijo fundamento

 

 

Fortuna a tu sabor mueva la rueda,

 

 

y el juvenil furor y atrevimiento

205

 

 

castigar a tu salvo te conceda,

 

 

queda tu fuerza más disminuida,

 

 

y al fin tu autoridad menos temida.

 

 

   "Pierdes dos hombres, pierdes dos espadas

 

 

que el límite araucano han extendido,

210

 

 

y en las fieras naciones apartadas

 

 

hacen que sea tu nombre tan temido:

 

 

si agora han sido aquí desacatada,

 

 

mira lo que otras veces han servido

 

 

en trances peligrosos, derramando

215

 

 

la sangre propia y del contrario bando."

 

 

   Imprimieron así en Caupolicano

 

 

las razones y celo de aquel viejo,

 

 

que, frenando el furor, dijo: "En tu mano

 

 

lo dejo todo y tomo ese consejo".

220

 

 

Con tal resolución, el sabio anciano,

 

 

viendo abierto camino y aparejo,

 

 

habló con Leucotón que vino en todo,

 

 

y a los primos después del mismo modo.

 

 

   Y así el viejo eficaz los persuadiera,

225

 

 

que en tal discordia y caso tan diviso,

 

 

lo que el mundo universo no pudiera

 

 

pudo su discreción y buen aviso:

 

 

fuelos, pues, reduciendo de manera

 

 

que vinieron a todo lo que quiso;

230

 

 

pero con condición que la celada

 

 

por precio al Orompello fuese dada.

 

 

   Pues la rica celada allí traída

 

 

al ufano Orompello le fue puesta;

 

 

y una cuera de malla guarnecida

235

 

 

de fino oro a la par vino con ésta,

 

 

y al mismo tiempo a Leucotón vestida.

 

 

Todos conformes, en alegre fiesta

 

 

a las copiosas mesas se sentaron,

 

 

donde más la amistad confederaron.

240

 

 

   Acabado el comer, lo que del día

 

 

les quedaba, las mesas levantadas,

 

 

se pasó en regocijo y alegría,

 

 

tegiendo en corros danzas siempre usadas,

 

 

donde un número grande intervenía

245

 

 

de mozos y mujeres festejadas;

 

 

que las pruebas cesaron y ocasiones

 

 

atento a no mover nuevas cuestiones.

 

 

   Cuando la noche el horizonte cierra,

 

 

y con la negra sombra el mundo abraza,

250

 

 

los principales hombres de la tierra

 

 

se juntaron en una antigua plaza

 

 

a tratar de las cosas de la guerra,

 

 

y en el discurso dellas dar la traza,

 

 

diciendo que el subsidio padecido

255

 

 

había de ser con sangre redemido.

 

 

   Salieron con que al hijo de Pillano

 

 

se cometiese el cargo deseado,

 

 

y el número de gente por su mano

 

 

fuese absolutamente señalado:

260

 

 

tal era la opinión del araucano

 

 

y tal crédito y fama había alcanzado,

 

 

que si asolar el cielo prometiera

 

 

crédito a la promesa se le diera.

 

 

   Y entre la gente joven más granada

265

 

 

fueron por él quinientos escogidos,

 

 

mozos gallardos, de la vida airada,

 

 

por más bravos que pláticos tenidos:

 

 

y hubo de otros por ir esta jornada

 

 

tantos ruegos, protestos y partidos,

270

 

 

que excusa no bastó ni impedimento

 

 

a no exceder la copia en otros ciento.

 

 

   Los que Lautaro escoge son soldados

 

 

amigos de inquietud, facinerosos,

 

 

en el duro trabajo ejercitados,

275

 

 

perversos, disolutos, sediciosos,

 

 

a cualquiera maldad determinados,

 

 

de presas y ganancias codiciosos,

 

 

homicidas, sangrientos, temerarios,

 

 

ladrones, bandoleros y cosarios.

280

 

 

   Con esta buena gente caminaba

 

 

hasta Maule de paz atravesando,

 

 

y las tierras, después, por do pasaba

 

 

iba a fuego y a sangre sujetando:

 

 

todo sin resistir se le allanaba,

285

 

 

poniéndose debajo de su mando;

 

 

los caciques le ofrecen francamente

 

 

servicio, armas, comida, ropa y gente.

 

 

   Así que por los pueblos y ciudades

 

 

la comarca los bárbaros destruyen.

290

 

 

Talan comidas, casas y heredades,

 

 

que los indios de miedo al pueblo huyen:

 

 

estupros, adulterios y maldades

 

 

por violencia sin término concluyen,

 

 

no reservando edad, estado y tierra,

295

 

 

que a todo riesgo y trance era la guerra.

 

 

   No paran, con la gana que tenían

 

 

de venir con los nuestros a la prueba,

 

 

los indios comarcanos que huían

 

 

llevan a la ciudad la triste nueva:

300

 

 

rumores y alborotos se movían,

 

 

el bélico bullicio se renueva,

 

 

aunque algunos que el caso contemplaban

 

 

a tales nuevas crédito no daban.

 

 

   Dicen que era locura claramente

305

 

 

pensar que así una escuadra desmandada

 

 

de tan pequeño número de gente

 

 

se atreviese a emprender esta jornada,

 

 

y más contra ciudad tan eminente,

 

 

y lejos de su tierra y apartada;

310

 

 

pero los que de Penco habían salido

 

 

tienen por más el daño que el ruïdo.

 

 

   Votos hay que saliesen al camino,

 

 

éstos son de los jóvenes briosos;

 

 

otros que era imprudencia y desatino,

315

 

 

por los pasos y sitios peligrosos:

 

 

a todo con presteza se previno,

 

 

que de grandes reparos ingeniosos

 

 

el pueblo fortalecen, y en un punto

 

 

despachan corredores todo junto;

320

 

 

   debajo de un caudillo diligente,

 

 

que verdadera relación trujese

 

 

del número y designio de la gente;

 

 

con comisión, si lance le saliese

 

 

a su honor y defensa conveniente,

325

 

 

que al bárbaro escuadrón acometiese,

 

 

volviendo a rienda suelta dos soldados

 

 

para que dello fuesen avisados.

 

 

   Por no haber caso en esto señalado,

 

 

abrevio con decir que se partieron,

330

 

 

y al cuarto día con ánimo esforzado,

 

 

sobre el campo enemigo amanecieron:

 

 

trabose el juego y no duró trabado,

 

 

que los bárbaros luego les rompieron;

 

 

y todos con cuidado y pies ligeros

335

 

 

revolvieron a ser los mensajeros.

 

 

   Sin aliento, cansados y afligidos

 

 

vuelven con testimonio asaz bastante,

 

 

de cómo fueron rotos y vencidos

 

 

por la fuerza del bárbaro pujante,

340

 

 

lasos, llenos de sangre, mal heridos,

 

 

con pérdida de un hombre, el cual delante

 

 

y en medio de los campos desmandado,

 

 

a manos de Lautaro había espirado.

 

 

   Cuentan que levantado un muro había

345

 

 

adonde con sus bárbaros se acoge,

 

 

y que infinita gente le acudía,

 

 

de la cual la más diestra y fuerte escoge:

 

 

también que bastimentos cada día

 

 

y cantidad de munición recoge,

350

 

 

afirmando por cierto, fuera desto,

 

 

que sobre la ciudad llegará presto.

 

 

   Quien incrédulo dello antes estaba,

 

 

teniendo allí el venir por desvarío,

 

 

a tan clara señal crédito daba,

355

 

 

helándole la sangre un miedo frío:

 

 

Quién de pura congoja trasudaba,

 

 

que de Lautaro ya conoce el brío;

 

 

quién con ardiente y animoso pecho

 

 

bramaba por venir más presto al hecho.

360

 

 

   Villagrán enfermado acaso había,

 

 

no puede a la sazón seguir la guerra,

 

 

mas con ruegos y dádivas movía

 

 

la gente más gallarda de la tierra:

 

 

y por caudillo en su lugar ponía

365

 

 

un caro primo suyo, en quien se encierra

 

 

todo lo que conviene a buen soldado,

 

 

Pedro de Villagrán era llamado.

 

 

   Éste, sin más tardar, tomó el camino

 

 

en demanda del bárbaro Lautaro,

370

 

 

y el cargo que tan loco desatino

 

 

como es venir allí le cueste caro:

 

 

diose tal prisa a andar que presto vino

 

 

a la corva ribera del río claro,

 

 

que vuelve atrás en círculo gran trecho;

375

 

 

después hasta la mar corre derecho.

 

 

   Media legua pequeña elige un puesto,

 

 

de donde estaba el bárbaro alojado,

 

 

en el lugar mejor y más dispuesto,

 

 

y allí por ver la noche ha reparado:

380

 

 

estaba a cualquier trance y rumor presto,

 

 

de guardia y centinelas rodeado,

 

 

cuando, sin entender la cosa cierta,

 

 

gritaban: "¡Arma!, ¡arma!; ¡alerta!, ¡alerta!"

 

 

   Esto fue que Lautaro había sabido

385

 

 

como allí nuestra gente era llegada,

 

 

que después de la haber reconocido

 

 

por su misma persona y numerada,

 

 

volviose sin de nadie ser sentido;

 

 

y mostrando estimarlo todo en nada,

390

 

 

hizo de los caballos que tenía

 

 

soltar el de más furia y lozanía.

 

 

   Diciendo en alta voz: "Si no me engaño,

 

 

no deben de saber que soy Lautaro

 

 

de quien han recibido tanto daño,

395

 

 

daño que no tendrá jamás reparo:

 

 

mas, porque no me tengan por extraño,

 

 

y el ser yo aquí venido sea más claro,

 

 

sabiendo con quien vienen a la prueba,

 

 

quiero que este rocín lleve la nueva."

400

 

 

   Diez caballos, Señor, había ganado

 

 

en la refriega y última revuelta:

 

 

el mejor ensillado y enfrenado,

 

 

porque diese el aviso cierto, suelta:

 

 

siendo el feroz caballo amenazado,

405

 

 

hacia el campo español toma la vuelta

 

 

al rastro y al olor de los caballos,

 

 

y ésta fue la ocasión de alborotallos.

 

 

   Venía con un rumor y furia tanta,

 

 

que dio más fuerza al arma y mayor fuego;

410

 

 

la gente recatada se levanta

 

 

con sobresalto y gran desasosiego:

 

 

el escándalo tanto no fue cuanta

 

 

era después la burla, risa y juego,

 

 

de ver que un animal de tal manera

415

 

 

en arma y alboroto los pusiera.

 

 

   Pasaron sin dormir la noche en esto,

 

 

hasta el nuevo apuntar de la mañana,

 

 

que, con ánimo y firme presupuesto

 

 

de vencer o morir de buena gana,

420

 

 

salen del sitio y alojado puesto

 

 

contra la gente bárbara araucana;

 

 

que no menos estaba acodiciada

 

 

del venir al efeto de la espada.

 

 

   Un edicto Lautaro puesto había

425

 

 

que quien fuera del muro un paso diese,

 

 

como por crimen grave y rebeldía,

 

 

sin otra información luego muriese:

 

 

así, el temor frenando a la osadía,

 

 

por más que la ocasión la conmoviese

430

 

 

las riendas no rompió de la obediencia

 

 

ni el ímpetu pasó de su licencia.

 

 

   Del muro estaba el bárbaro cubierto,

 

 

no dejando salir soldado fuera;

 

 

quiere que su partido sea más cierto,

435

 

 

encerrando a los nuestros, de manera

 

 

que no les aproveche en campo abierto

 

 

de ligeros caballos la carrera,

 

 

mas sólo ánimo, esfuerzo y entereza,

 

 

y la virtud del brazo y fortaleza.

440

 

 

   Era el orden así, que acometiendo

 

 

la plaza, al tiempo del herir volviesen

 

 

las espaldas los bárbaros huyendo,

 

 

porque dentro los nuestros se metiesen:

 

 

y algunos por de fuera revolviendo,

445

 

 

antes que los cristianos se advirtiesen,

 

 

ocuparles las puertas del cercado,

 

 

y combatir allí a campo cerrado.

 

 

   Con tal ardid los indios aguardaban

 

 

a la gente española que venía;

450

 

 

y en viéndola asomar, la saludaban

 

 

alzando una terrible vocería:

 

 

soberbios desde allí la amenazaban

 

 

con audacia, desprecio y bizarría,

 

 

quién la fornida pica blandeando,

455

 

 

quién la maza ferrada levantando.

 

 

   Como toros que van a ser lidiados,

 

 

cuando aquellos que cerca los desean,

 

 

con silbos y rumor de los tablados,

 

 

seguros del peligro, los torean,

460

 

 

y en su daño los hierros amolados

 

 

sin miedo amenazándolos blandean;

 

 

así la gente bárbara araucana

 

 

del muro amenazaba a la cristiana.

 

 

   Los españoles, siempre con semblante

465

 

 

de parecerles poca aquella caza,

 

 

paso a paso caminan adelante,

 

 

pensando de allanar la fuerte plaza,

 

 

en alta voz diciendo: "No es bastante

 

 

el muro, ni la pica y dura maza

470

 

 

a estorbaros la muerte merecida

 

 

por la gran desvergüenza cometida".

 

 

   Llegados de la fuerza poco trecho,

 

 

reconocida bien por cada parte,

 

 

pónenle el rostro, y sin torcer, derecho

475

 

 

asaltan el fosado baluarte:

 

 

por acabado tienen aquel hecho:

 

 

de los bárbaros huye la más parte,

 

 

ganan las puertas francas con gran gloria;

 

 

cantando en altas voces la vitoria.

480

 

 

   No hubiera relación deste contento,

 

 

si los primeros indios aguardaran

 

 

tanto espacio y sazón cuanto un momento

 

 

que las puertas los últimos tomaran:

 

 

mas viéndolos entrar, sin sufrimiento,

485

 

 

ni poderse abstener, luego reparan:

 

 

haciendo la señal que no debían,

 

 

hicieron revolver los que huían.

 

 

   Como corre el caballo cuando ha olido

 

 

las yeguas que atrás quedan y querencia,

490

 

 

que allí el intento inclina y el sentido,

 

 

gime y relincha con celosa ausencia,

 

 

afloja el curso, atrás tiende el oído,

 

 

alerto a si el señor le da licencia,

 

 

que a dar la vuelta aún no le ha señalado,

495

 

 

cuando sobre los pies ha volteado;

 

 

   de aquel modo los bárbaros huyendo,

 

 

con muestra de temor, aunque fingida,

 

 

firman el paso presuroso oyendo

 

 

la alegre y cierta seña conocida:

500

 

 

y en contra de los nuestros esgrimiendo

 

 

la cruda espada, al parecer rendida,

 

 

vuelven con una furia tan terrible

 

 

que el suelo retembló del son horrible.

 

 

   Como por sesgo mar del manso viento

505

 

 

siguen las graves olas el camino

 

 

y con furioso y recio movimiento

 

 

salta el contrario Coro repentino,

 

 

que las arenas del profundo asiento

 

 

las saca arriba en turbio remolino,

510

 

 

y, las hinchadas olas revolviendo,

 

 

al tempestuoso Coro van siguiendo;

 

 

   de la misma manera a nuestra gente,

 

 

que el alcance sin término seguía,

 

 

la súbita mudanza de repente

515

 

 

le turbó la vitoria y alegría:

 

 

que, sin se reparar, violentamente

 

 

por el mismo camino revolvía,

 

 

resistiendo con ánimo esforzado

 

 

el número de gente aventajado.

520

 

 

   Mas como un caudaloso río de fama,

 

 

la presa y palizada desatando,

 

 

por inculto camino se derrama,

 

 

los arraigados troncos arrancando;

 

 

cuando con desfrenado curso brama,

525

 

 

cuanto topa delante arrebatando,

 

 

y los duros peñascos enterrados

 

 

por las furiosas aguas son llevados;

 

 

   con ímpetu y violencia semejante

 

 

los indios a los nuestros arrancaron,

530

 

 

y, sin pararles cosa por delante,

 

 

en furiosa corriente los llevaron:

 

 

hasta que con veloz furor pujante

 

 

de la cerrada plaza los lanzaron,

 

 

que el miedo de perder allí la vida

535

 

 

les hizo el paso llano a la salida.

 

 

   De más priesa y con pies más desenvueltos

 

 

los sueltos españoles que a la entrada,

 

 

en una polvorosa nube envueltos

 

 

salen del cerco estrecho y palizada:

540

 

 

entre ellos van los bárbaros revueltos,

 

 

una gente con otra amontonada,

 

 

que sin perder un punto se herían

 

 

de manos y de pies como podían.

 

 

   No el alzado antepecho y agujeros

545

 

 

que fuera dél en torno había cavados,

 

 

ni la fagina y suma de maderos

 

 

con los fuertes bejucos amarrados,

 

 

detuvieron el curso a los ligeros

 

 

caballos, de los hierros hostigados;

550

 

 

que, como si volaran por el viento,

 

 

salieron a lo llano en salvamento.

 

 

   Los españoles sin parar corriendo

 

 

libre la plaza a los contrarios dejan,

 

 

que la fortuna próspera siguiendo

555

 

 

con prestos pies y manos los aquejan:

 

 

pero los nuestros, el morir temiendo,

 

 

siempre alargan el paso y más se alejan,

 

 

deteniendo a las veces flojamente

 

 

la gran furia y pujanza de la gente.

560

 

 

   Bien una legua larga habían corrido

 

 

a toda furia por la seca arena;

 

 

sólo Lautaro no los ha seguido,

 

 

lleno de enojo y de rabiosa pena:

 

 

viendo el poco sostén del mal regido

565

 

 

campo, tan recio el rico cuerno suena,

 

 

que los más delanteros los sintieron,

 

 

y al son, sin más correr, se retrujeron.

 

 

   Estaba así impaciente y enojado,

 

 

que mirarle a la cara nadie osaba,

570

 

 

y al pabellón él solo retirado

 

 

un nuevo edicto publicar mandaba,

 

 

que guerrero ninguno fuese osado

 

 

salir un paso fuera de la cava,

 

 

aunque los españoles revolviesen

575

 

 

y mil veces el fuerte acometiesen.

 

 

   Después llamando a junta a los soldados,

 

 

aunque ardiendo en furor, templadamente

 

 

les dice: "Amigos, vamos engañados

 

 

si con tan poco número de gente

580

 

 

pensamos allanar los levantados

 

 

muros de una ciudad así eminente:

 

 

la industria tiene aquí más fuerza y parte

 

 

que la temeridad del fiero Marte.

 

 

   "Ésta los fieros ánimos reprime,

585

 

 

y a los flacos y débiles esfuerza:

 

 

las cervices indómitas oprime

 

 

y las hace domésticas por fuerza:

 

 

ésta el honor y pérdidas redime,

 

 

y la sazón a usar della nos fuerza;

590

 

 

que la industria solícita y fortuna

 

 

tienen conformidad y andan a una.

 

 

   "Cumple partir de aquí, muestras haciendo

 

 

que sólo de temor nos retiramos,

 

 

y asegurar los españoles, viendo

595

 

 

cómo el honor y campo les dejamos;

 

 

que después a su tiempo revolviendo

 

 

haremos lo que así dificultamos,

 

 

teniendo ellos el llano, y por guarida

 

 

vecina la ciudad fortalecida."

600

 

 

   El hijo de Pillán esto decía,

 

 

cuando asomaba el bando castellano,

 

 

que con esfuerzo nuevo y osadía

 

 

quiere probar segunda vez la mano.

 

 

Fue tanto el alborozo y alegría

605

 

 

de los bárbaros viendo por el llano

 

 

aparecer los nuestros, que al momento

 

 

gritan y baten palmas de contento.

 

 

   En esto los cristianos acercando

 

 

poco a poco se van a la batalla,

610

 

 

y al justo tiempo del partir llegando,

 

 

dejan irse a la bárbara canalla:

 

 

que uno la maza en alto, otro bajando

 

 

la pica, el cuerpo exento en la muralla,

 

 

con animoso esfuerzo se mostraban,

615

 

 

y al ejercicio bélico incitaban.

 

 

   Unos acuden a las anchas puertas

 

 

y comienzan allí el combate duro;

 

 

de escudos las cabezas bien cubiertas

 

 

se llegan otros al guardado muro;

620

 

 

otros buscan por partes descubiertas

 

 

la subida y el paso más seguro:

 

 

hinche el bando español la cava honda,

 

 

y el araucano el muro a la redonda.

 

 

   Pero el pueblo español con osadía,

625

 

 

cubierto de fortísimos escudos,

 

 

la lluvia de los tiros resistía

 

 

y los botes de lanzas muy agudos.

 

 

Era tanta la grita y armonía,

 

 

y el espeso batir de golpes crudos,

630

 

 

que Maule el raudo curso refrenaba

 

 

confuso al son que en torno rimbombaba.

 

 

   Por las puertas y frente y por los lados

 

 

el muro se combate y se defiende;

 

 

allí corren con priesa amontonados

635

 

 

adonde más peligro haber se entiende:

 

 

allí con prestos golpes esforzados

 

 

a su enemigo cada cual ofende

 

 

con furia tan terrible y fuerza dura

 

 

que poco importa escudo ni armadura.

640

 

 

   Los nuestros hacia atrás se retrujeron,

 

 

de los tiros y golpes impelidos,

 

 

tres veces, y otras tantas revolvieron

 

 

de vergonzosa cólera movidos:

 

 

gran pieza a la fortuna resistieron;

645

 

 

mas ya todos andaban mal heridos,

 

 

flacos, sin fuerza, lasos, desangrados,

 

 

y de sangre los hierros colorados.

 

 

   El coraje y la cólera es de suerte,

 

 

que va en aumento el daño y la crueza;

650

 

 

hallan los españoles siempre el fuerte

 

 

más fuerte y en los golpes más dureza:

 

 

sin temor acometen de la muerte;

 

 

pero poco aprovecha esta braveza,

 

 

que el que menos herido y flaco andaba

655

 

 

por seis partes la sangre derramaba.

 

 

   Hasta la gente bárbara se espanta

 

 

de ver lo que los nuestros han sufrido

 

 

de espesos golpes, flecha y piedra tanta,

 

 

que sin cesar sobre ellos ha llovido,

660

 

 

y cuán determinados y con cuánta

 

 

furia tres veces han acometido;

 

 

desto los enemigos impacientes

 

 

apretaban los puños y los dientes.

 

 

   Y como tempestad que jamás cesa,

665

 

 

antes que va en furioso crecimiento,

 

 

cuando la congelada piedra espesa

 

 

hiere los techos y se esfuerza el viento:

 

 

así los duros bárbaros, apriesa,

 

 

movidos de vergüenza y corrimiento,

670

 

 

con lanzas, dardos, piedras arrojadas,

 

 

baten dargas, rodelas y celadas.

 

 

   Los cansados cristianos, no pudiendo

 

 

sufrir el gran trabajo incomportable,

 

 

se van forzosamente retrayendo

675

 

 

del vano intento y plaza inexpugnable;

 

 

y el destrozado campo recogiendo,

 

 

vista su suerte y hado miserable,

 

 

por el mesmo camino que vinieron,

 

 

aunque con menos furia, se volvieron.

680

 

 

   Aquella noche al pie de una montaña

 

 

vinieron a tener su alojamiento,

 

 

segura de enemigos la campaña,

 

 

que ninguno salió en su seguimiento.

 

 

Decir prometo la cautela extraña

685

 

 

de Lautaro después, que ahora me siento

 

 

flaco, cansado, ronco; y entretanto

 

 

esforzaré la voz al nuevo canto.

 

Canto XII

 

Recogido Lautaro en su fuerte, no quiere seguir la vitoria por entretener a los españoles. Pasa ciertas razones con él Marco Veaz, por las cuales Pedro de Villagrán viene a entender el peligroso punto en que estaba, y levantando su campo se retira. Viene el marqués de Cañete a la ciudad de Los Reyes en el Perú.

 

                                 

   Virtud difícil y difícil prueba

         

 

es guardar el secreto peligroso,

 

 

que la dificultad bien clara prueba

 

 

cuánto es sano, seguro y provechoso;

 

 

y el poco fruto y mucho mal que lleva

5

 

 

el vicio inútil del hablar dañoso:

 

 

ejemplo los de Líbico homicidas,

 

 

y otros que les costó el hablar las vidas.

 

 

   Veranse por los ojos y escrituras

 

 

en los presentes tiempos y pasados

10

 

 

cruëldades, ruïnas, desventuras,

 

 

infamias, puniciones de pecados,

 

 

grandes yerros en grandes coyunturas,

 

 

pérdidas de personas y de estados:

 

 

todo por no sufrir el indiscreto

15

 

 

la peligrosa carga del secreto.

 

 

   De los vicios el menos de provecho

 

 

y por donde más daño a veces viene,

 

 

es el no retener el fácil pecho

 

 

el secreto hasta el tiempo que conviene:

20

 

 

rompe y deshace al fin todo lo hecho,

 

 

quita la fuerza que la industria tiene,

 

 

guerra, furor, discordia, fuego enciende:

 

 

al propio dueño y al amigo vende.

 

 

   Por esto el sabio hijo de Pillano

25

 

 

la causa a sus soldados encubría

 

 

de no dejar salir gente a lo llano,

 

 

siguiendo la vitoria de aquel día:

 

 

y el retirado campo castellano,

 

 

seguro a paso largo por la vía,

30

 

 

como dije, la furia quebrantada,

 

 

toma de la ciudad la vuelta usada.

 

 

   Usar Lautaro desta maña, entiendo

 

 

que fuese para algún sagaz intento,

 

 

el cual, por congeturas, comprehendo

35

 

 

ser de gran importancia y fundamento.

 

 

Dejado esto a su tiempo y revolviendo

 

 

a los nuestros, que así del fuerte asiento

 

 

se alejan, a tres leguas otro día

 

 

hicieron alto, asiento y ranchería.

40

 

 

   Dos días los españoles estuvieron

 

 

haciendo de los bravos aguardando;

 

 

pero jamás los bárbaros vinieron,

 

 

ni gente pareció del otro bando:

 

 

al fin dos de los nuestros se atrevieron

45

 

 

a ver el fuerte y cerca de él llegando,

 

 

oyeron una voz alta del muro

 

 

diciéndoles: "Llegaos, que os doy seguro."

 

 

   Al uno por su nombre lo llamaba,

 

 

con el cierto seguro prometido,

50

 

 

el cual, dejando al otro, se llegaba

 

 

por conocer quién era el atrevido:

 

 

Llegado el español junto a la cava,

 

 

el de la voz fue luego conocido,

 

 

que era el gallardo hijo de Pillano,

55

 

 

tratado dél un tiempo como hermano.

 

 

   Estaba de un lustroso peto armado

 

 

con sobrevista de oro guarnecida,

 

 

en una gruesa pica recostado

 

 

por el ferrado regatón asida:

60

 

 

el ancho y duro hierro colorado

 

 

y de sangre la media asta teñida;

 

 

puesta de limpio acero una celada

 

 

abierta por mil partes y abollada.

 

 

   Llegado el español donde podía

65

 

 

hablarle y entenderle claramente,

 

 

el bizarro Lautaro le decía:

 

 

"Marcos, de ti me espanto extrañamente

 

 

y de esa tu ignorante compañía,

 

 

que sin razón y seso, ciegamente

70

 

 

penséis así de mi opinión mudarme

 

 

y ser bastantes todos a enojarme.

 

 

   "¿Qué intento os mueve o qué furor insano,

 

 

que así queréis tiranizar la tierra?

 

 

¿No veis que todo agora está en mi mano,

75

 

 

el bien vuestro y el mal, la paz, la guerra?

 

 

¿No veis que el nombre y crédito araucano

 

 

los levantados ánimos atierra?

 

 

¿Que sólo el son al mundo pone miedo

 

 

y quebranta las fuerzas y el denuedo?

80

 

 

   "En los pueblos no fuistes poderosos

 

 

de defender las propias posesiones,

 

 

que es cosa que aun los pájaros medrosos

 

 

hacen rostro en su nido a los leones:

 

 

¿y en los desiertos campos pedregosos

85

 

 

pensáis de sustentar los pabellones,

 

 

en tiempo que estáis más amedrentados,

 

 

y más vuestros contrarios animados?

 

 

   "Es, a mi parecer, loca osadía

 

 

querer contra nosotros sustentaros,

90

 

 

pues ni por arte, maña ni otra vía

 

 

podéis en nuestro daño aprovecharos:

 

 

si lo queréis llevar por valentía,

 

 

baste el presente estrago a escarmentaros;

 

 

que fresca sangre aún vierten las heridas,

95

 

 

y della aquí las yerbas veo teñidas.

 

 

   "Pues dejar yo jamás de perseguiros,

 

 

según que lo juré, será excusado;

 

 

hasta dentro de España he de seguiros,

 

 

que así lo he prometido al gran senado;

100

 

 

mas si queréis en tiempo reduciros,

 

 

haciendo lo que aquí os será mandado,

 

 

saldré de la promesa y juramento,

 

 

y vosotros saldréis de perdimiento.

 

 

   "Treinta mujeres vírgines apuestas

105

 

 

por tal concierto habéis de dar cada año,

 

 

blancas, rubias, hermosas, bien dispuestas,

 

 

de quince años a veinte, sin engaño:

 

 

Han de ser españolas; y tras éstas,

 

 

treinta capas de verde y fino paño,

110

 

 

y otras treinta de púrpura, tejidas

 

 

con fino hilo de oro guarnecidas:

 

 

   "También doce caballos poderosos

 

 

nuevos y ricamente enjaezados,

 

 

domésticos, ligeros y furiosos,

115

 

 

debajo de la rienda concertados:

 

 

y seis diestros lebreles animosos

 

 

en la caza me habéis de dar cebados:

 

 

este solo tributo estorbaría

 

 

lo que estorbar el mundo no podría."

120

 

 

   Atento el castellano le escuchaba,

 

 

estando de la plática gustoso;

 

 

mas cuando a estas razones allegaba

 

 

no pudo aquí tener ya más reposo:

 

 

así impaciente al bárbaro atajaba,

125

 

 

diciéndole: "No estés tan orgulloso,

 

 

que las parias que pides, ¡oh Lautaro!

 

 

te costarán, si esperas, presto caro.

 

 

   "En pago de tu loco atrevimiento

 

 

te darán españoles por tributo

130

 

 

cruda muerte, con áspero tormento,

 

 

y Arauco cubrirán de eterno luto."

 

 

Lautaro dijo: "Es eso hablar al viento;

 

 

sobre ello, Marcos, más yo no disputo;

 

 

las armas, no la lengua, han de tratarlo

135

 

 

y la fuerza y valor determinarlo.

 

 

   "Libre puedes decir lo que quisieres,

 

 

como aquel que seguro le está dado;

 

 

que tú después harás lo que pudieres,

 

 

y yo podré hacer lo que he jurado:

140

 

 

tratemos de otras cosas de placeres,

 

 

quede para su tiempo comenzado;

 

 

y quiérote mostrar, pues tiempo hallo,

 

 

una lucida escuadra de caballo.

 

 

   "Que, para que no andéis tan al seguro,

145

 

 

acuerdo de tener también caballos,

 

 

y de imponer mis súbditos procuro

 

 

a saberlos tratar y gobernallos."

 

 

Esto dijo Lautaro y desde el muro

 

 

a seis dispuestos mozos sus vasallos

150

 

 

mandó que en seis caballos cabalgasen,

 

 

y por delante dél los paseasen.

 

 

   Por las dos puentes, a la vez caladas,

 

 

salieron a caballo seis chilcanos,

 

 

pintadas y anchas dargas embrazadas,

155

 

 

gruesas lanzas terciadas en las manos;

 

 

vestidas fuertes cotas, y tocadas

 

 

las cabezas al modo de africanos,

 

 

mantos por las caderas derribados,

 

 

los brazos hasta el codo arremangados:

160

 

 

   y con airosa muestra, por delante

 

 

del atento español dos vueltas dieron;

 

 

pero ni de su puesto y buen semblante,

 

 

punto que se notase le movieron:

 

 

antes con muestra y ánimo arrogante,

165

 

 

en alta voz, que todos lo entendieron,

 

 

(que el muro estaba ya lleno de gente),

 

 

habló así con Lautaro libremente.

 

 

   "En vano, ¡oh capitán! cierto trabaja

 

 

quien pretende con fieros espantarme;

170

 

 

no estimo lo que ves en una paja,

 

 

ni alardes pueden punto amedrentarme:

 

 

y por mostrar si temo la ventaja,

 

 

yo solo con los seis quiero probarme,

 

 

do verás que a seis mil seré bastante:

175

 

 

vengan luego a la prueba aquí delante."

 

 

   Lautaro respondió: "Marcos, si mueres

 

 

tanto por nos mostrar tu fuerza y brío,

 

 

el mínimo que de ellos escogieres

 

 

a pie vendrá contigo en desafío

180

 

 

del modo y la manera que quisieres:

 

 

elige armas y campo a tu albedrío,

 

 

ora con ellas, ora desarmados,

 

 

a puños, coces, uñas y a bocados."

 

 

   El español le dijo: "Yo te digo

185

 

 

que mi honor en tal caso no consiente

 

 

darles uno por uno su castigo,

 

 

porque jamás se diga entre la gente

 

 

que cuerpo a cuerpo bárbaro conmigo

 

 

en campo osase entrar singularmente:

190

 

 

por tanto, si no quieres lo que pido,

 

 

no quiero yo aceptar otro partido."

 

 

   No vinieron en esto a concertarse:

 

 

después por otras cosas discurrieron;

 

 

pero, llegado el tiempo de apartarse,

195

 

 

del bárbaro los dos se despidieron.

 

 

Vueltos a su camino, oyen llamarse,

 

 

y a la voz conocida revolvieron,

 

 

que era el mesmo Lautaro quien llamaba,

 

 

diciendo: "Una razón se me olvidaba.

200

 

 

   "Tengo mi gente triste y afligida,

 

 

con gran necesidad de bastimento,

 

 

que me falta del todo la comida

 

 

por orden mala y poco regimiento:

 

 

pues la tenéis de sobra recogida,

205

 

 

haced un liberal repartimiento

 

 

proveyéndonos della, que a mi cuenta

 

 

más la gloria y honor vuestro acrecienta:

 

 

   "Que en el ínclito Estado es uso antiguo,

 

 

y entre buenos soldados ley guardada,

210

 

 

alimentar la fuerza al enemigo

 

 

para sólo oprimirle por la espada:

 

 

Estad, Marcos, atento a lo que digo,

 

 

y entended que será cosa loada,

 

 

que digan que las fuerzas sojuzgastes

215

 

 

que para mayor triunfo alimentastes.

 

 

   "Que se llame vitoria yo lo dudo

 

 

cuando el contrario a tal extremo viene,

 

 

que, en aquello que nunca el valor pudo,

 

 

la hambre miserable poder tiene,

220

 

 

y al fuerte brazo indómito y membrudo

 

 

lo debilita, doma y lo detiene,

 

 

y así por bajo modo y estrecheza,

 

 

viene a parecer fuerte la flaqueza."

 

 

   Era, Señor, su intento que pensase

225

 

 

ser la necesidad, fingida, cierta,

 

 

para que nuestra gente se animase,

 

 

de industria abriendo aquella falsa puerta;

 

 

y con esto inducirla a que esperase,

 

 

teniendo así su astucia más cubierta,

230

 

 

hasta que el fin llegase deseado

 

 

del cauteloso engaño fabricado.

 

 

   Marcos, de las palabras conmovido,

 

 

le dice: "Yo prometo de intentallo

 

 

por sólo esas razones que has movido,

235

 

 

y hacer todo el poder en procurallo."

 

 

Habiéndose con esto despedido,

 

 

revolviendo las riendas al caballo,

 

 

él y su compañero caminaron

 

 

hasta que al español campo llegaron.

240

 

 

   De todo al punto Villagrá informado

 

 

cuanto a Marcos, Lautaro dicho había,

 

 

sospechoso, confuso y admirado

 

 

de ver que bastimentos le pedía:

 

 

era sagaz, celoso y recatado,

245

 

 

revolviendo la presta fantasía,

 

 

los secretos designios comprehende,

 

 

y el peligroso estado y trance entiende;

 

 

   y en el presto remedio resoluto,

 

 

cuando el mundo se muestra más escuro,

250

 

 

sin tocar trompa, del peligro instruto,

 

 

toma el camino a la ciudad seguro,

 

 

maravillado del ardid astuto;

 

 

pero de nuestra gente ahora no curo,

 

 

que quiero antes decir el modo extraño

255

 

 

de la ingeniosa astucia y nuevo engaño.

 

 

   Aún no era bien la nueva luz llegada,

 

 

cuando luego los bárbaros supieron

 

 

la súbita partida y retirada,

 

 

que no con poca muestra lo sintieron,

260

 

 

viendo claro que al fin de la jornada

 

 

por un espacio breve no pudieron

 

 

hacer en los cristianos tal matanza

 

 

que nadie dellos más tomara lanza.

 

 

   Que aquel sitio cercado de montaña,

265

 

 

que es en un bajo y recogido llano,

 

 

de acequias copiosísimas se baña

 

 

por zanjas con industria hechas a mano:

 

 

Rotas al nacimiento, la campaña

 

 

se hace en breve un lago y gran pantano;

270

 

 

la tierra es honda, floja, anegadiza,

 

 

hueca, falsa, esponjada y movediza.

 

 

   Quedaran, si las zanjas se rompieran,

 

 

en agua aquellos campos empapados;

 

 

moverse los caballos no pudieran

275

 

 

en pegajosos lodos atascados,

 

 

adonde, si aguardaran, los cogieran

 

 

como en liga a los pájaros cebados:

 

 

que ya Lautaro, con despacho presto,

 

 

había en ejecución el ardid puesto.

280

 

 

   Triste por la partida y con despecho

 

 

la fuerza desampara el mismo día,

 

 

y el camino de Arauco más derecho,

 

 

marcha con su escuadrón de infantería:

 

 

Revuelve y traza en el cuidoso pecho

285

 

 

diversas cosas, y en ninguna había

 

 

el consuelo y disculpa que buscaba,

 

 

y entre sí razonando sospiraba,

 

 

   diciendo: "¿Qué color puede bastarme

 

 

para ser de esta culpa reservado?

290

 

 

¿No pretendí yo mucho de encargarme

 

 

de cosa que me deja bien cargado?

 

 

¿De quién sino de mí puedo quejarme,

 

 

pues todo por mi mano se ha guiado?

 

 

¿Soy yo quien prometió en un año solo

295

 

 

de conquistar del uno al otro polo?

 

 

   "Mientras que yo con tan lucida gente

 

 

ver el muro español aún no he podido,

 

 

la luna ya tres veces frente a frente

 

 

ha visto nuestro campo mal regido:

300

 

 

y el carro de Faetón resplandeciente

 

 

del Escorpio al Acuario ha discurrido;

 

 

y al fin damos la vuelta maltratados

 

 

con pérdida de más de cien soldados.

 

 

   "Si con morir tuviese confianza

305

 

 

que una vergüenza tal se colorase,

 

 

haría a mi inútil brazo que esta lanza

 

 

el débil corazón me atravesase;

 

 

pero daría de mí mayor venganza

 

 

y gloria al enemigo, si pensase

310

 

 

que temí más su brazo poderoso

 

 

que el flaco mío cobarde y temeroso;

 

 

   "yo juro al infernal poder eterno,

 

 

si la muerte en un año no me atierra,

 

 

de echar de Chile el español gobierno,

315

 

 

y de sangre empapar toda la tierra:

 

 

ni mudanza, calor, ni crudo invierno

 

 

podrán romper el hilo de la guerra,

 

 

y dentro del profundo reino escuro

 

 

no se verá español de mí seguro."

320

 

 

   Hizo también solemne juramento

 

 

de no volver jamás al nido caro,

 

 

ni del agua, del sol, sereno y viento

 

 

ponerse a la defensa ni al reparo:

 

 

ni de tratar en cosas de contento

325

 

 

hasta que el mundo entienda de Lautaro

 

 

que cosa no emprendió dificultosa

 

 

sin darla, con valor, salida honrosa.

 

 

   En esto le parece que aflojaba

 

 

la cuerda del dolor, que a veces tanto

330

 

 

con grave y dura afrenta le apretaba

 

 

que de perder el seso estuvo a canto:

 

 

así el feroz Lautaro caminaba,

 

 

y al fin de tres jornadas entretanto

 

 

que esperado tiempo se avecina,

335

 

 

se aloja en una vega a la marina;

 

 

   junto adonde con recio movimiento

 

 

baja de un monte Itata caudaloso,

 

 

atravesando aquel umbroso asiento

 

 

con sesgo curso, grave y espacioso:

340

 

 

los árboles provocan a contento,

 

 

el viento sopla allí más amoroso,

 

 

burlando con las tiernas florecillas,

 

 

rojas, azules, blancas y amarillas.

 

 

   Siete leguas de Penco justamente

345

 

 

es esta deleitosa y fértil tierra,

 

 

abundante, capaz y suficiente

 

 

para poder sufrir gente de guerra:

 

 

Tiene cerca a la banda del Oriente

 

 

la grande cordillera y alta sierra,

350

 

 

de donde el raudo Itata apresurado

 

 

baja a dar su tributo al mar salado.

 

 

   Fue un tiempo de españoles; pero había

 

 

la prometida fe ya quebrantado,

 

 

viendo que la fortuna parecía

355

 

 

declarada de parte del Estado;

 

 

el cual veinte y dos leguas contenía,

 

 

éste era su distrito señalado;

 

 

pero tan grande crédito alcanzaba

 

 

que toda la nación le respetaba.

360

 

 

   Los españoles ánimos briosos

 

 

éste los puso humildes por el suelo;

 

 

éste los bajos, tristes y medrosos

 

 

hace que se levanten contra el cielo,

 

 

y los extraños pueblos poderosos

365

 

 

de miedo de éste viven con recelo;

 

 

los remotos, vecinos y extranjeros

 

 

se rinden y someten a sus fueros.

 

 

   Pues la flor del Estado deseando

 

 

estaba al tardo tiempo en esta vega,

370

 

 

tardo para quien gusto está esperando;

 

 

que al que no espera bien, bien presto llega:

 

 

pero, el tiempo y sazón apresurando,

 

 

a sus valientes bárbaros congrega,

 

 

y antes que se metiesen en la vía,

375

 

 

estas breves razones les decía.

 

 

   "Amigos, si entendiese que el deseo

 

 

de combatir, sin otro miramiento,

 

 

y la fogosa gana, que en vos veo,

 

 

fuese de la vitoria el fundamento,

380

 

 

hágoos saber de mí que cierto creo

 

 

estar en vuestra mano el vencimiento:

 

 

y un paso atrás volver no me hiciera,

 

 

si el mundo sobre mí todo viniera.

 

 

   "Mas no es sólo con ánimo adquirida

385

 

 

una cosa difícil y pesada:

 

 

¿qué aprovecha el esfuerzo sin medida,

 

 

si tenemos la fuerza limitada?

 

 

Mas ésta, aunque con límite, regida

 

 

por industrioso ingenio y gobernada,

390

 

 

de duras y de muy dificultosas

 

 

hace llanas y fáciles las cosas.

 

 

   "¿Cuántos vemos el crédito perdido

 

 

en afrentoso y mísero destierro

 

 

por sólo haber sin término ofrecido

395

 

 

el pecho osado al enemigo hierro?

 

 

Que no es valor, mas antes es tenido

 

 

por loco, temerario y torpe yerro;

 

 

valor es ser al orden obediente,

 

 

y locura sin orden ser valiente.

400

 

 

   "Como en este negocio y gran jornada

 

 

con tanto esfuerzo así nos destruimos,

 

 

fue porque no miramos jamás nada

 

 

sino al ciego apetito a quién seguimos:

 

 

que a no perder, por furia anticipada,

405

 

 

el tiempo y coyuntura que tuvimos,

 

 

no quedara español ni cosa alguna

 

 

a la disposición de la fortuna.

 

 

   "Si al entrar de la fuerza reportados

 

 

allí algún sufrimiento se tuviera,

410

 

 

fueran vuestros esfuerzos celebrados,

 

 

pues ningún enemigo se nos fuera:

 

 

en la ciudad estaban descuidados:

 

 

con la gente que andaba por de fuera

 

 

hiciéramos un hecho y una suerte

415

 

 

que no la consumieran tiempo y muerte.

 

 

   "Pero quiero poneros advertencia

 

 

que habéis por la razón de gobernaros,

 

 

haciendo al movimiento resistencia

 

 

hasta que la sazón venga a llamaros:

420

 

 

y no salirme un punto de obediencia,

 

 

ni a lo que no os mandare adelantaros;

 

 

que en el inobediente y atrevido

 

 

haré ejemplar castigo nunca oído.

 

 

   "Y, pues volvemos ya donde se muestra

425

 

 

nuestro poco valor, por mal regidos,

 

 

en fe que habéis de ser, alzo la diestra,

 

 

en el primer honor restituidos,

 

 

o el campo regará la sangre nuestra,

 

 

y habemos de quedar en él tendidos

430

 

 

por pasto de las brutas bestias fieras,

 

 

y de las sucias aves carniceras."

 

 

   Con esto fue la plática acabada

 

 

y la trompeta a levantar tocando,

 

 

dieron nuevo principio a su jornada,

435

 

 

con la usada presteza caminando:

 

 

yendo así, al descubrir de una ensenada,

 

 

por Mataquito a la derecha entrando,

 

 

un bárbaro encontraron por la vía,

 

 

que del pueblo les dijo que venía.

440

 

 

   Éste les afirmó con juramento

 

 

que en Mapochó se sabe su venida,

 

 

ora les dio la nueva della el viento,

 

 

ora de espías solícitas sabida:

 

 

también que de copioso bastimento

445

 

 

estaba la ciudad ya prevenida,

 

 

con defensas, reparos, provisiones,

 

 

pertrechos, aparatos, municiones.

 

 

   Certificado bien Lautaro desto,

 

 

muda el primer intento que traía,

450

 

 

viendo ser temerario presupuesto

 

 

seguirle con tan poca compañía:

 

 

piensa juntar más gentes, y de presto

 

 

un fuerte asiento, que en el valle había,

 

 

con ingenio y cuidado diligente

455

 

 

comienza a reforzarle nuevamente.

 

 

   Con la priesa que dio, dentro metido,

 

 

y ser dispuesto el sitio y reparado,

 

 

fue en breve aquel lugar fortalecido,

 

 

de foso y fuerte muro rodeado:

460

 

 

Gente a la fama desto había acudido,

 

 

codiciosa del robo deseado:

 

 

forzoso me es pasar de aquí corriendo

 

 

que siento en nuestro pueblo un gran estruendo.

 

 

   Sábese en la ciudad por cosa cierta

465

 

 

que a toda furia el hijo de Pillano,

 

 

guiando un escuadrón de gente experta,

 

 

viene sobre ella con armada mano:

 

 

el súbito temor puso en alerta

 

 

y confusión al pueblo castellano;

470

 

 

mas la sangre, que el miedo helado había,

 

 

de un ardiente coraje se encendía.

 

 

   A las armas acuden los briosos,

 

 

y aquellos que los años agravaban,

 

 

con industrias y avisos provechosos

475

 

 

la tierra y partes flacas reparaban:

 

 

tras estos, treinta mozos animosos

 

 

y un astuto caudillo se aprestaban,

 

 

que con algunos bárbaros amigos

 

 

fuesen a descubrir los enemigos.

480

 

 

   Villagrá a la sazón no residía

 

 

en el pueblo español alborotado,

 

 

que para la Imperial partido había

 

 

por camino de Arauco desviado:

 

 

mas ya con nueva gente revolvía,

485

 

 

y junto de do el bárbaro cercado

 

 

de gruesos troncos y fagina estaba,

 

 

sin saberlo una noche se alojaba.

 

 

   Cuando la alegre y fresca aurora vino,

 

 

y él la nueva jornada comenzaba,

490

 

 

al calar de una loma, en el camino

 

 

un comarcano bárbaro encontraba,

 

 

el cual le dio la nueva del vecino

 

 

campo y razón de cuanto en él pasaba;

 

 

que todo bien el mozo lo sabía,

495

 

 

como aquel que a robar de allá venía.

 

 

   Entendió el español del indio cuanto

 

 

el bárbaro enemigo determina,

 

 

y cómo allega gentes, entretanto

 

 

que el oportuno tiempo se avecina:

500

 

 

no puso a los cautenes esto espanto,

 

 

y más cuando supieron que vecina

 

 

venía también la gente nuestra armada,

 

 

que dellos aún no estaba una jornada.

 

 

   Villagrán le pregunta si podría

505

 

 

ganar al araucano la albarrada:

 

 

sonriéndose el indio respondía

 

 

ser cosa de intentar bien excusada,

 

 

por el reparo y sitio que tenía,

 

 

y estar por las espaldas abrigada

510

 

 

de una tajada y peñascosa sierra,

 

 

que por aquella parte el fuerte cierra.

 

 

   Díjole Villagrán: "Yo determino

 

 

por esa relación tuya guiarme,

 

 

y abrir por la montaña alta el camino,

515

 

 

que quiero a cualquier cosa aventurarme;

 

 

y si donde está el campo lautarino

 

 

en una noche puedes tú llevarme,

 

 

del trabajo serás gratificado

 

 

y al fuego, si me mientes, entregado."

520

 

 

   Sin temor dice el bárbaro: "Yo juro

 

 

en menos de una noche de llevarte

 

 

por difícil camino, aunque seguro;

 

 

desta palabra puedes confiarte:

 

 

de Lautaro después no te aseguro,

525

 

 

ni tu gente y amigos serán parte

 

 

a que, si vais allá, no os coja a todos

 

 

y os dé civiles muertes de mil modos."

 

 

   No le movió el temor que le ponía

 

 

a Villagrán el bárbaro guerrero

530

 

 

que, visto cuán sin miedo se ofrecía,

 

 

le pareció de trato verdadero;

 

 

y a la gente del pueblo, que venía,

 

 

despacha un diligente mensajero,

 

 

para que con la priesa conveniente

535

 

 

con él venga a juntarse brevemente.

 

 

   Pues otro día allí juntos, se dejaron

 

 

ir por do quiso el bárbaro guiallos,

 

 

y en la cerrada noche no cesaron

 

 

de afligir con espuelas los caballos.

540

 

 

Después se contará lo que pasaron,

 

 

que cumple por agora aquí dejallos

 

 

por decir la venida en esta tierra

 

 

de quien dio nuevas fuerzas a la guerra.

 

 

   Hasta aquí lo que en suma he referido

545

 

 

yo no estuve, Señor, presente a ello,

 

 

y así, de sospechoso, no he querido

 

 

de parciales intérpretes sabello;

 

 

de ambas las mismas partes lo he aprendido,

 

 

y pongo justamente sólo aquello

550

 

 

en que todos concuerdan y confieren,

 

 

y en lo que en general menos difieren.

 

 

   Pues que, en autoridad de lo que digo,

 

 

vemos que hay tanta sangre derramada,

 

 

prosiguiendo adelante, yo me obligo,

555

 

 

que irá la historia más autorizada;

 

 

podré ya discurrir como testigo,

 

 

que fui presente a toda la jornada,

 

 

sin cegarme pasión, de la cual huyo,

 

 

ni quitar a ninguno lo que es suyo.

560

 

 

   Pisada en esta tierra no han pisado

 

 

que no haya por mis pies sido medida;

 

 

golpe ni cuchillada no se ha dado,

 

 

que no diga de quién es la herida;

 

 

de las pocas que di estoy disculpado,

565

 

 

pues tanto por mirar embebecida

 

 

truje la mente en esto y ocupada,

 

 

que se olvidaba el brazo de la espada.

 

 

   Si causa me incitó a que yo escribiese

 

 

con mi pobre talento y torpe pluma,

570

 

 

fue que tanto valor no pereciese,

 

 

ni el tiempo injustamente lo consuma:

 

 

que el mostrarme yo sabio me moviese,

 

 

ninguno que lo fuere lo presuma;

 

 

que, cierto, bien entiendo mi pobreza,

575

 

 

y de las flacas sienes la estrecheza.

 

 

   De mi poco caudal bastante indicio

 

 

y testimonio aquí patente queda;

 

 

va la verdad desnuda de artificio,

 

 

para que más segura pasar pueda;

580

 

 

pero, si fuera desto lleva vicio,

 

 

pido que por merced se me conceda

 

 

se mire en esta parte el buen intento,

 

 

que es sólo de acertar y dar contento.

 

 

   Que aunque la barba el rostro no ha ocupado,

585

 

 

y la pluma a escrebir tanto se atreve

 

 

que de crédito estoy necesitado,

 

 

pues tan poco a mis años se le debe;

 

 

espero que será, Señor, mirado

 

 

el celo justo y causa que me mueve:

590

 

 

y esto y la voluntad se tome en cuenta

 

 

para que algún error se me consienta.

 

 

   Quiero dejar a Arauco por un rato;

 

 

que para mi discurso es importante

 

 

lo que forzado aquí del Perú trato,

595

 

 

aunque de su comarca es bien distante:

 

 

y para que se entienda más barato,

 

 

y con facilidad lo de adelante,

 

 

si Lautaro me deja, diré en breve

 

 

la gente que en su daño ahora se mueve.

600

 

 

   El marqués de Cañete era llegado,

 

 

a la ciudad insigne de Los Reyes,

 

 

de Carlos Quinto Máximo enviado

 

 

a la guarda y reparo de sus leyes:

 

 

éste fue por sus partes señalado

605

 

 

para virey de donde dos vireyes

 

 

por los rebeldes brazos atrevidos

 

 

habían sido a la muerte conducidos.

 

 

   Oliendo el virey nuevo las pasiones

 

 

y maldades por uso introducidas,

610

 

 

el ánimo dispuesto a alteraciones,

 

 

en leal apariencia entretegidas;

 

 

los agravios, insultos y traiciones,

 

 

con tanta desvergüenza cometidas;

 

 

viendo, que aun el tirano no hedía,

615

 

 

que, aunque muerto, de fresco se bullía;

 

 

   entró como sagaz y receloso,

 

 

no mostrando el cuchillo y duro hierro,

 

 

que fuera en aquel tiempo peligroso,

 

 

y dar con hierro en un notable yerro:

620

 

 

mostrándose benigno y amoroso,

 

 

trayéndoles la mano por el cerro,

 

 

hasta tomar el paso a la malicia,

 

 

y dar más fuerza y mano a la justicia.

 

 

   En tanto que las cosas disponía,

625

 

 

para limpiar del todo las maldades,

 

 

quitando las justicias, las ponía

 

 

de su mano por todas las ciudades;

 

 

éstas eran personas que entendía

 

 

haber en ellas justas calidades,

630

 

 

de Dios, del Rey, del mundo temerosas,

 

 

en semejantes cargos provechosas.

 

 

   Entretenía la gente y sustentaba

 

 

con son de un general repartimiento,

 

 

y el más culpado más premio esperaba,

635

 

 

fundado en el pasado regimiento.

 

 

El marqués entretanto se informaba,

 

 

llevando deste error diverso intento,

 

 

que no sólo dio pena a los culpados;

 

 

mas renovó los yerros perdonados;

640

 

 

   pues cuando con el tiempo ya pensaron

 

 

que estaban sus insultos encubiertos,

 

 

en público pregón se renovaron,

 

 

y fueron con castigo descubiertos:

 

 

que casi en los más pueblos que pecaron

645

 

 

amanecieron en un tiempo muertos

 

 

aquellos que con más poder y mano

 

 

habían seguido el bando del tirano.

 

 

   No condeno, Señor, los que murieron,

 

 

pues fueron perdonados y admitidos,

650

 

 

cuando a vuestro servicio en sazón fueron

 

 

y en importante tiempo reducidos,

 

 

quedando los errores que tuvieron

 

 

a vuestra gran clemencia remitidos,

 

 

de vos sólo, Señor, es el juzgarlos,

655

 

 

y el poderlos salvar o condenarlos.

 

 

   Dar mi decreto en esto yo no puedo,

 

 

que siempre en casos de honra lo rehúso:

 

 

sólo digo el terror y extraño miedo

 

 

que en la gente soberbia el marqués puso

660

 

 

con el castigo, a la sazón acedo,

 

 

dejando el reino atónito y confuso,

 

 

del temerario hecho tan dudoso,

 

 

que aun era imaginarlo peligroso.

 

 

   A quien hallaba culpa conocida,

665

 

 

del Perú le destierra en penitencia,

 

 

que es entre ellos la afrenta más sentida

 

 

y que más examina la paciencia:

 

 

el justo de ejemplar y llana vida,

 

 

temeroso escudriña la conciencia,

670

 

 

viendo el rigor de la justicia airada,

 

 

que ya desenvainado había la espada.

 

 

   Y algunos capitanes y soldados,

 

 

que con lustre sirvieron en la guerra

 

 

y esperaban de ser gratificados,

675

 

 

conforme a los humores de la tierra,

 

 

recelando tenerlos agraviados,

 

 

del reino en son de presos los destierra,

 

 

remitiendo las pagas a la mano

 

 

de rey tan poderoso y soberano.

680

 

 

   Esto puso suspensa más la gente;

 

 

la causa del destierro no sabiendo,

 

 

no entiende si es injusta o justamente;

 

 

sólo sabe callar y estar tremiendo:

 

 

teme la furia y el rigor presente

685

 

 

y a inquirir la razón no se atreviendo,

 

 

tiende a cualquier rumor atento oído;

 

 

mas no puede sentir más del ruïdo.

 

 

   Temor, silencio y confusión andaba,

 

 

atónita la gente discurría,

690

 

 

nadie la oculta causa preguntaba,

 

 

que aun preguntar error le parecía:

 

 

por saber, uno a otro se miraba,

 

 

y el más sabio los hombros encogía,

 

 

temiendo el golpe del furor presente,

695

 

 

movido al parecer por accidente.

 

 

   Fue hecho tan sagaz, grande y osado,

 

 

que pocos con razón le van delante,

 

 

asaz en estos tiempos celebrado,

 

 

y a los ánimos sueltos importante;

700

 

 

por él quedó el Perú atemorizado,

 

 

temerario, rebelde y arrogante,

 

 

y a la justicia el paso más seguro,

 

 

con mayor esperanza en lo futuro.

 

 

   Así enfrenó el Perú con un bocado,

705

 

 

que no le romperá jamás la rienda,

 

 

haciendo al ambicioso y alterado

 

 

contentarse con sola su hacienda;

 

 

y el bullicio y deseo desordenado,

 

 

le redujo a quietud y nueva emienda:

710

 

 

que poco lo mal puesto permanece,

 

 

como por la experiencia al fin parece.

 

 

   Quien antes no pensaba estar contento

 

 

con veinte o treinta mil pesos de renta,

 

 

enfrena de tal suerte el pensamiento

715

 

 

que sólo con la vida se contenta:

 

 

después hizo el marqués repartimiento

 

 

entre los beneméritos de cuenta,

 

 

para esforzar los ánimos caídos

 

 

y dar mayor tormento a los perdidos.

720

 

 

   Con ejemplos así y acaecimientos,

 

 

¿cómo vemos que tantos van errados,

 

 

que sobre arena y frágiles cimientos

 

 

fabrican edificios levantados?

 

 

Bien se muestran sus flacos fundamentos;

725

 

 

pues por tierra tan presto derribados

 

 

con afrentoso nombre y voz los vemos,

 

 

huyendo su infición cuanto podemos.

 

 

   ¡Oh vano error! ¡oh necio desconcierto,

 

 

del torpe que con ánimo ignorante

730

 

 

no mira en el peligro y paso incierto

 

 

las pisadas de aquel que va delante,

 

 

teniendo, a costa ajena, ejemplo cierto,

 

 

que el brazo del amigo más constante

 

 

ha de esparcir su sangre en su disculpa,

735

 

 

lavando allí la espada de la culpa!

 

 

   Quiero que esté algún tiempo falsamente

 

 

sobre traidores hombros sostenido,

 

 

que el viento que se mueva de repente

 

 

le aflige, altera y turba aquel ruïdo:

740

 

 

pues que cuando la voz del rey se siente,

 

 

no hay son tan duro y áspero al oído;

 

 

que tiene sólo el nombre fuerza tanta

 

 

que los huesos le oprime y le quebranta:

 

 

   que le asome fortuna algún contento,

745

 

 

¡con cuántos sinsabores va mezclado!

 

 

aquel recelo, aquel desabrimiento,

 

 

aquel triste vivir tan recatado:

 

 

traga el duro morir cada momento,

 

 

témese del que está más confiado:

750

 

 

que la vida antes libre y amparada

 

 

está sujeta ya a cualquiera espada.

 

 

   Negando al rey la deuda y obediencia,

 

 

se somete al más mínimo soldado,

 

 

poniendo en contentarle diligencia,

755

 

 

con gran miedo y solícito cuidado;

 

 

y aquellos más amigos en presencia,

 

 

las lanzas le enderezan al costado,

 

 

y sobre la cabeza aparejadas

 

 

le están amenazando mil espadas.

760

 

 

   Cualquier rumor, cualquiera voz le espanta,

 

 

cualquier secreto piensa que es negarle:

 

 

si el brazo mueve alguno y lo levanta

 

 

piensa el triste que fue para matarle:

 

 

la soga arrastra, el lazo a la garganta:

765

 

 

¿qué confianza puede asegurarle?

 

 

pues mal el que negar al rey procura

 

 

tendrá con un tirano fe segura.

 

 

   Si no bastare verlos acabados

 

 

tan presto, y que ninguno permanece,

770

 

 

y los rollos y términos poblados

 

 

de quien tan justamente lo merece;

 

 

bandos, casas, linajes estragados,

 

 

con nombre que los mancha y escurece;

 

 

baste la obligación con que nacemos,

775

 

 

que a nuestro rey y príncipe tenemos.

 

 

   De un paso en otro paso voy saliendo

 

 

del discurso y materia que seguía;

 

 

pero aunque vaya ciego discurriendo

 

 

por caminos más ásperos sin guía,

780

 

 

del encendido Marte el son horrendo

 

 

me hará que atine a la derecha vía;

 

 

y así seguro desto y confiado

 

 

me atrevo a reposar, que estoy cansado.

 

Canto XIII

 

Hecho el Marqués de Cañete el castigo en el Perú, llegan mensajeros de Chile a pedirle socorro; el cual, vista ser su demanda importante y justa, se le envía grande por mar y por tierra. También contiene al cabo este canto como Francisco de Villagrán, guiado por un indio, viene sobre Lautaro.

 

                                

   Dichoso con razón puede llamarse

         

 

aquel que en los peligros arrojado

 

 

de ellos sabe salir sin ensuciarse,

 

 

y libre de poder ser imputado:

 

 

pero quien destos puede desviarse

5

 

 

le tengo por más bienaventurado:

 

 

aunque el peligro afina lo perfeto,

 

 

aquel que dél se aparta es el discreto:

 

 

   que muchas veces da la fantasía

 

 

en cosas que seguro nos promete,

10

 

 

y un ánimo a salir con ellas cría

 

 

que con temeridad las acomete:

 

 

después en el peligro desvaría,

 

 

y no acierta a salir de a do se mete:

 

 

que la señora al siervo sometida,

15

 

 

pierde la fuerza y tino a la salida.

 

 

   Veréis en el Perú que han procurado

 

 

levantar el tirano y ayudarle,

 

 

para sólo mostrar, después de alzado,

 

 

la traidora lealtad en derribarle:

20

 

 

y con designio y ánimo dañado

 

 

le dan fuerza, y después viene a matarle

 

 

la espada infiel, de la maldad autora,

 

 

al rey y amigos pérfida y traidora.

 

 

   Fraguan la guerra, atizan disensiones

25

 

 

en hábito leal, aunque engañoso,

 

 

pensando de subir más escalones

 

 

por un áspero atajo y tropezoso:

 

 

al cabo las malvadas intenciones

 

 

vienen a fin tan malo y afrentoso,

30

 

 

como veréis, si bien miráis la guerra

 

 

civil y alteraciones desta tierra.

 

 

   Deshechos, pues, del todo los nublados

 

 

por el audaz marqués y su prudencia,

 

 

curando con rigor los alterados,

35

 

 

como quien entendió bien la dolencia:

 

 

en nombre de su rey, a otros tocados

 

 

de aquel olor, descubre la clemencia,

 

 

que hasta allí del rigor cubierta estaba,

 

 

con general perdón que los lavaba.

40

 

 

   No el atrevido caso y espantoso,

 

 

en el Perú jamás acontecido,

 

 

ni el ejemplar castigo riguroso

 

 

que amansó el fiero pueblo embravecido,

 

 

fue en tal tiempo bastante y poderoso

45

 

 

de ensordecer el bárbaro ruïdo,

 

 

y la voz araucana y clara fama

 

 

que en aquellas provincias se derrama.

 

 

   Nuevas por mar y tierra eran llegadas

 

 

del daño y perdición de nuestra gente,

50

 

 

por las vitorias grandes y jornadas

 

 

del araucano bárbaro potente:

 

 

pidiendo las ciudades apretadas

 

 

presuroso socorro y suficiente,

 

 

haciendo relación de cómo estaban

55

 

 

y de todas las cosas que pasaban.

 

 

   Jerónimo Alderete, Adelantado,

 

 

a quien era el gobierno cometido,

 

 

hombre en estas provincias señalado,

 

 

y en gran figura y crédito tenido,

60

 

 

donde como animoso y buen soldado

 

 

había grandes trabajos padecido;

 

 

(no pongo su proceso en esta historia,

 

 

que dél la general hará memoria)

 

 

   presente no se halla a tanta guerra

65

 

 

y a tales desventuras y contrastes;

 

 

mas con vos, gran Felipe, en Inglaterra,

 

 

cuando la fe de nuevo allí plantastes:

 

 

allí le distes cargo desta tierra,

 

 

de allí con gran favor le despachastes;

70

 

 

pero cortole el áspero destino

 

 

el hilo de la vida en el camino.

 

 

   Fue su llorada muerte asaz sentida,

 

 

y más el sentimiento acrecentaba

 

 

ver el gobierno y tierra tan perdida

75

 

 

que cada uno por sí se gobernaba:

 

 

andaba la discordia ya encendida,

 

 

la ambición del mandar se desmandaba;

 

 

al fin, es imposible que acaezca

 

 

que un cuerpo sin cabeza permanezca.

80

 

 

   Aquellos que de Chile habían venido

 

 

a pedir el socorro necesario,

 

 

viendo a su Adelantado fallecido

 

 

y todo a su propósito contrario,

 

 

con un semblante triste y afligido,

85

 

 

de parecer de todos voluntario,

 

 

piden a don Hurtado que se vea,

 

 

y de remedio presto los provea,

 

 

   diciendo: "Varón claro y excelente,

 

 

nuestra necesidad te es manifiesta,

90

 

 

y la fuerza del bárbaro potente

 

 

que tiene a Chile en tanto estrecho puesta:

 

 

el más fuerte remedio es llevar gente,

 

 

ésta ya puedes ver cuán cara cuesta.

 

 

De parte de tu rey te requerimos

95

 

 

nos concedas aquí lo que pedimos.

 

 

   A tu hijo, ¡oh marqués!, te demandamos,

 

 

en quien tanta virtud y gracia cabe,

 

 

porque con su persona confiamos

 

 

que nuestra desventura y mal se acabe:

100

 

 

de sus partes, señor, nos contentamos,

 

 

pues que por natural cosa se sabe,

 

 

y aun acá en el común es habla vieja,

 

 

que nunca del león nació la oveja.

 

 

   "Y pues hay tanta falta de guerreros,

105

 

 

haciendo esta jornada don García,

 

 

se moverá el común y caballeros,

 

 

alegres de llevar tan buena guía:

 

 

y lo que no podrán muchos dineros

 

 

podrá el amor y buena compañía,

110

 

 

o la vergüenza y miedo de enojarte,

 

 

o su propio interés en agradarte."

 

 

   El marqués de Cañete, respondiendo

 

 

a la justa demanda alegremente,

 

 

vino en ella de grado, conociendo

115

 

 

ser cosa necesaria y conveniente:

 

 

y el hijo, hacienda y deudos ofreciendo,

 

 

al punto derramó en toda la gente

 

 

gran gana de pasar a aquella tierra,

 

 

a ejercitar las armas en tal guerra.

120

 

 

   Uno se ofrece allí y otro se ofrece,

 

 

así gran gente en número se mueve,

 

 

y aquel que no lo hace, le parece

 

 

que falta y no responde a lo que debe:

 

 

hasta en cansados viejos reverdece

125

 

 

el ardor juvenil, y se remueve

 

 

el flaco humor y sangre casi helada

 

 

con el alegre son de esta jornada.

 

 

   ¡Oh valientes soldados araucanos,

 

 

las armas prevenid y corazones,

130

 

 

y aquel raro valor de vuestras manos

 

 

temido en las antárticas regiones!

 

 

Que gran copia de jóvenes lozanos

 

 

descoge en vuestro daño sus pendones;

 

 

pensando entrar por toda vuestra tierra

135

 

 

haciendo fiero estrago y cruda guerra;

 

 

   no con los hierros botos y mohosos

 

 

de los que las paredes hermosean,

 

 

ni brazos del torpe ocio perezosos

 

 

que con gran pesadumbre se rodean,

140

 

 

ni los ánimos hechos a reposos,

 

 

que cualquiera mudanza en que se vean

 

 

los altera, los turba y entorpece

 

 

y el desusado son los desvanece;

 

 

   mas hierros templadísimos y agudos,

145

 

 

en sangre de tiranos afilados,

 

 

fuertes brazos, robustos y membrudos,

 

 

en dar golpes de muerte ejercitados;

 

 

ánimos libres de temor desnudos,

 

 

en los peligros siempre habituados,

150

 

 

que el son horrendo, que a otros atormenta,

 

 

los alegra, despierta y alimenta.

 

 

   Cosa destas yo pienso que ninguna

 

 

os puede derribar de vuestro estado;

 

 

mas tiéneme dudoso sola una,

155

 

 

que nadie della ha sido reservado:

 

 

ésta es la usada vuelta de fortuna,

 

 

que siempre alegre rostro os ha mostrado,

 

 

y es inconstante, falsa y variable,

 

 

en el mal firme, y en el bien mudable.

160

 

 

   Que si la guerra el español procura,

 

 

haciendo de su espada ufana muestra,

 

 

querríale preguntar si por ventura

 

 

corta por más lugares que la vuestra;

 

 

si la fuerza del brazo le asegura

165

 

 

del poder vuestro y vencedora diestra;

 

 

verá, si mira bien en lo pasado,

 

 

el campo de sus huesos ocupado.

 

 

   No sé; pero soberbio y encendido

 

 

en bélico furor el pueblo veo,

170

 

 

y al más triste español apercebido

 

 

de armas, rico aparato y buen deseo.

 

 

¡Oh Arauco! yo te juzgo por perdido;

 

 

si las obras igualan al arreo

 

 

y no templa el camino esta braveza,

175

 

 

¡ay de tu presunción y fortaleza!

 

 

   Del apartado Quito se movieron

 

 

gentes para hallarse en esta guerra:

 

 

de Loja, Piura, de Jaén salieron:

 

 

de Trujillo, de Guánuco y su tierra,

180

 

 

de Guamanga, Arequipa concurrieron

 

 

gran copia; y de los pueblos de la sierra,

 

 

La Paz, Cuzco y las Charcas bien armados

 

 

bajaron muchos pláticos soldados.

 

 

   Treme la tierra, brama el mar hinchado

185

 

 

del estruendo, tumultos y rumores

 

 

que suenan por el aire alborotado

 

 

de pífanos, trompetas y atambores

 

 

contra el rebelde pueblo libertado,

 

 

amenazando ya sus defensores

190

 

 

con gruesa y reforzada artillería,

 

 

que dentro del Estado el son se oía.

 

 

   De aparatos, jaeces, guarniciones

 

 

los gallardos soldados se arreaban;

 

 

sobrevistas y galas, invenciones

195

 

 

nuevas y costosísimas sacaban:

 

 

estandartes, enseñas y pendones

 

 

al viento en cada calle tremolaban:

 

 

vieran sastres y obreros ocupados

 

 

en hechuras, recamos y bordados.

200

 

 

   Con el concurso y junta de guerreros

 

 

el grande estruendo y trápala crecía,

 

 

y los prestos martillos de herreros

 

 

formaban dura y áspera armonía:

 

 

el rumor de solícitos armeros

205

 

 

todo el ancho contorno ensordecía;

 

 

los celosos caballos, de lozanos

 

 

relinchando, triscaban con las manos.

 

 

   Andaba así la gente embarazada

 

 

con el nuevo bullicio de la guerra;

210

 

 

mas ya de lo importante aparejada,

 

 

un caudillo salió luego por tierra:

 

 

llevando copia de ella encomendada

 

 

atravesó a Atacama y la alta sierra

 

 

con la desierta costa y despoblados,

215

 

 

de osamenta de bárbaros sembrados.

 

 

   La gente principal, todo aprestado,

 

 

y reliquias del campo que quedaban,

 

 

para romper el mar alborotado

 

 

otra cosa que tiempo no aguardaban:

220

 

 

mas viendo el cielo ya desocupado,

 

 

y que las bravas olas aplacaban,

 

 

con ordenada muestra y rico alarde

 

 

salieron de Los Reyes una tarde.

 

 

   Yo con ellos también, que en el servicio

225

 

 

vuestro empecé y acabaré la vida,

 

 

que, estando en Inglaterra en el oficio

 

 

que aún la espada no me era permitida,

 

 

llegó allí la maldad en deservicio

 

 

vuestro, por los de Arauco cometida,

230

 

 

y la gran desvergüenza de la gente

 

 

a la real corona inobediente.

 

 

   Y con vuestra licencia, en compañía

 

 

del nuevo capitán y Adelantado,

 

 

caminé desde Londres hasta el día

235

 

 

que le dejé en Taboga sepultado;

 

 

de donde, con trabajos y porfía,

 

 

de la fortuna y vientos arrojado,

 

 

llegué a tiempo que pude juntamente

 

 

salir con tan lucida y buena gente.

240

 

 

   Otro escuadrón de amigos se me olvida,

 

 

no menos que nosotros necesarios,

 

 

gente templada, mansa y recogida,

 

 

de frailes, provisores, comisarios,

 

 

teólogos de honesta y santa vida,

245

 

 

franciscos, dominicos, mercenarios,

 

 

para evitar insultos de la guerra,

 

 

usados más allí que en otra tierra.

 

 

   De varias profesiones y colores

 

 

sale de Lima una lucida banda,

250

 

 

y en el puerto tendidas por las flores

 

 

estaban mesas llenas de vianda,

 

 

con vinos de odoríferos sabores,

 

 

donde luego por una y otra banda

 

 

sobre la verde hierba reclinados

255

 

 

gustamos los manjares delicados.

 

 

   Alegres los estómagos, contentos

 

 

fuimos a la marina conducidos,

 

 

a do de verdes ramos y ornamentos

 

 

estaban los bateles prevenidos;

260

 

 

y al son de varios y altos instrumentos,

 

 

de los caros amigos despedidos,

 

 

en los ligeros barcos nos metemos,

 

 

dando a un tiempo con fuerza al mar los remos.

 

 

   Los bateles de tierra se alargaban,

265

 

 

dejando con penosa envidia a aquellos

 

 

que en la arenosa playa se quedaban,

 

 

sin apartar los ojos jamás dellos:

 

 

sobre diez galeones arribaban

 

 

los prestos barcos, y saltando en ellos,

270

 

 

tiempo los marineros no perdieron,

 

 

que las velas al viento descogieron.

 

 

   De estandartes, banderas, gallardetes

 

 

estaban las diez naves adornadas;

 

 

hiriendo el fresco viento en los trinquetes

275

 

 

comienzan a moverse sosegadas:

 

 

suenan cañones, sacres, falconetes,

 

 

y al doblar de la Isleta embarazadas,

 

 

del Austro cargan a babor la escota,

 

 

tomando al Sud-Sudueste la derrota.

280

 

 

   Las naos por el contrario mar rompiendo

 

 

la blanca espuma en torno levantaban

 

 

y a la furia del Austro resistiendo,

 

 

por fuerza, a su pesar, tierra ganaban

 

 

pero sobre el Garbino revolviendo,

285

 

 

de la gran cordillera se apartaban;

 

 

y de sola una vuelta que viraron

 

 

el Guarco, al Est-Nordeste se hallaron.

 

 

   Mas presto por la popa el Guarco vimos,

 

 

con Chinca de otro bordo emparejando;

290

 

 

en alta mar tras éstos nos metimos

 

 

sobre la Nasca fértil arribando;

 

 

y al esforzado Noto resistimos,

 

 

su furia y bravas olas contrastando,

 

 

no bastando los recios movimientos

295

 

 

de dos tan poderosos elementos.

 

 

   ¿Qué haya en Perú, no es caso soberano,

 

 

tanta mudanza en tres leguas de tierra,

 

 

que cuando es en los llanos el verano,

 

 

los montes el lluvioso invierno cierra;

300

 

 

Y cuando espesa niebla cubre el llano

 

 

en descubierto hiere el sol la sierra,

 

 

y por esta razón van más crecientes

 

 

en el verano abajo las vertientes?

 

 

   De los vientos, el Austro es el que manda

305

 

 

que deshace los húmidos ñublados,

 

 

y por todo aquel mar discurre y anda,

 

 

del cual son para siempre desterrados:

 

 

los otros vientos reinan a la banda

 

 

de Atacama, y allí son libertados,

310

 

 

que bajar al Perú ninguno puede

 

 

ni por natural orden se concede.

 

 

   Pues las naves, del Austro combatidas,

 

 

las espumosas olas van cortando,

 

 

que de valientes soplos impelidas

315

 

 

rompen la furia en ellas, azotando

 

 

las levantadas proas guarnecidas

 

 

de planchas de metal... Pero mirando

 

 

al español del bárbaro vecino,

 

 

habré de andar más presto este camino.

320

 

 

   Correré a Villagrán, el cual por tierra

 

 

también en su jornada se apresura,

 

 

atravesando la fragosa sierra

 

 

que iguala con las nubes su estatura:

 

 

diré lo que sucede en esta guerra,

325

 

 

y qué rostro le muestra la ventura.

 

 

Mas, porque todo venga a ser más claro,

 

 

quiero tratar un poco de Lautaro:

 

 

   que estaba con su escuadra de guerreros

 

 

en el sitio que dije recogido,

330

 

 

y de foso, fagina y de maderos

 

 

le había en breve sazón fortalecido.

 

 

Tenía dentro soldados forasteros

 

 

que a fama de la guerra habían venido,

 

 

reparos, bastimentos, y otras cosas

335

 

 

para el lugar y tiempo provechosas.

 

 

   Sola una senda este lugar tenía

 

 

de alertas centinelas ocupada;

 

 

otra ni rastro alguno no lo había,

 

 

por ser casi la tierra despoblada:

340

 

 

aquella noche el bárbaro dormía

 

 

con la bella Guacolda enamorada,

 

 

a quien él de encendido amor amaba,

 

 

y ella por él no menos se abrasaba.

 

 

   Estaba el araucano despojado

345

 

 

del vestido de Marte embarazoso,

 

 

que aquella sola noche el duro hado

 

 

le dio aparejo y gana de reposo:

 

 

los ojos le cerró un sueño pesado,

 

 

del cual luego despierta congojoso,

350

 

 

y la bella Guacolda sin aliento

 

 

la causa le pregunta y sentimiento.

 

 

   Lautaro le responde: "Amiga mía,

 

 

sabrás que yo soñaba en este instante

 

 

que un soberbio español se me ponía

355

 

 

con muestra ferocísima delante,

 

 

y con violenta mano me oprimía

 

 

la fuerza y corazón, sin ser bastante

 

 

de poderme valer; y en aquel punto

 

 

me despertó la rabia y pena junto."

360

 

 

   Ella en esto soltó la voz turbada,

 

 

diciendo: "¡Ay, que he soñado también cuanto

 

 

de mi dicha temí, y es ya llegada

 

 

la fin tuya y principio de mi llanto!

 

 

Mas no podré ya ser tan desdichada,

365

 

 

ni fortuna conmigo podrá tanto,

 

 

que no corte y ataje con la muerte

 

 

el áspero camino de mi suerte.

 

 

   "Trabaje por mostrárseme terrible

 

 

y del tálamo alegre derribarme,

370

 

 

que, si revuelve y hace lo posible,

 

 

de ti no es poderosa de apartarme:

 

 

aunque el golpe que espero es insufrible,

 

 

podré con otro luego remediarme,

 

 

que no caerá tu cuerpo en tierra frío

375

 

 

cuando estará en el suelo muerto el mío."

 

 

   El hijo de Pillán con lazo estrecho

 

 

los brazos por el cuello le ceñía:

 

 

de lágrimas bañando el blanco pecho,

 

 

en nuevo amor ardiendo respondía:

380

 

 

"No lo tengáis, señora, por tan hecho,

 

 

ni turbéis con agüeros mi alegría

 

 

y aquel gozoso estado en que me veo,

 

 

pues libre en estos brazos os poseo.

 

 

   "Siento el veros así imaginativa,

385

 

 

no porque yo me juzgue peligroso;

 

 

mas la llaga de amor está tan viva,

 

 

que estoy de lo imposible receloso:

 

 

si vos queréis, señora, que yo viva,

 

 

¿quién a darme la muerte es poderoso?

390

 

 

Mi vida está sujeta a vuestras manos

 

 

y no a todo el poder de los humanos.

 

 

   "¿Quién el pueblo araucano ha restaurado

 

 

en su reputación que se perdía,

 

 

pues el soberbio cuello no domado

395

 

 

ya doméstico al yugo sometía?

 

 

Yo soy quien de los hombros le ha quitado

 

 

el español dominio y tiranía:

 

 

mi nombre basta solo en esta tierra,

 

 

sin levantar espada, a hacer la guerra.

400

 

 

   "Cuanto más que, teniéndoos a mi lado,

 

 

no tengo que temer ni daño espero:

 

 

no os dé un sueño, señora, tal cuidado,

 

 

pues no os lo puede dar lo verdadero:

 

 

que ya a poner estoy acostumbrado

405

 

 

mi fortuna a mayor despeñadero;

 

 

en más peligros que éste me he metido,

 

 

y dellos con honor siempre he salido."

 

 

   Ella menos segura y más llorosa

 

 

del cuello de Lautaro se colgaba,

410

 

 

y con piadosos ojos lastimosa

 

 

boca con boca así le conjuraba:

 

 

"Si aquella voluntad pura, amorosa,

 

 

que libre os di cuando más libre estaba,

 

 

y dello el alto cielo es buen testigo,

415

 

 

algo puede, señor, y dulce amigo;

 

 

   "por ella os juro y por aquel tormento

 

 

que sentí cuando vos de mí os partistes,

 

 

y por la fe, si no la llevo el viento,

 

 

que allí con tantas lágrimas me distes,

420

 

 

que a lo menos me deis este contento,

 

 

si alguna vez de mí ya lo tuvistes,

 

 

y es que os vistáis las armas prestamente,

 

 

y al muro asista en orden vuestra gente."

 

 

   El bárbaro responde: "Harto claro

425

 

 

mi poca estimación por vos se muestra.

 

 

¿En tan flaca opinión está Lautaro,

 

 

y en tan poco tenéis la fuerte diestra

 

 

que, por la redención del pueblo caro,

 

 

ha dado ya de sí bastante muestra?

430

 

 

¡Buen crédito con vos tengo por cierto,

 

 

pues me lloráis de miedo ya por muerto!"

 

 

   "¡Ay de mí! que de vos yo satisfecha,

 

 

dice Guacolda, estoy, más no segura;

 

 

¿ser vuestro brazo fuerte qué aprovecha

435

 

 

si es más fuerte y mayor mi desventura?

 

 

Mas ya que salga cierta mi sospecha,

 

 

el mismo amor que os tengo me asegura

 

 

que la espada que hará el apartamiento,

 

 

hará que vaya en vuestro seguimiento.

440

 

 

   Pues ya el preciso hado y dura suerte

 

 

me amenazan con áspera caída,

 

 

y forzoso he de ver un mal tan fuerte,

 

 

un mal como es de vos verme partida:

 

 

dejadme llorar antes de mi muerte

445

 

 

esto poco que queda de mi vida:

 

 

que quien no siente el mal, es argumento

 

 

que tuvo con el bien poco contento."

 

 

   Tras esto tantas lágrimas vertía

 

 

que mueve a compasión el contemplalla,

450

 

 

y así el tierno Lautaro no podía

 

 

dejar en tal sazón de acompañalla.

 

 

Pero ya la turbada pluma mía,

 

 

que en las cosas de amor nueva se halla,

 

 

confusa, tarda y con temor se mueve,

455

 

 

y a pasar adelante no se atreve.

 

 

Canto XIV

 

Llega Francisco de Villagrán de noche sobre el fuerte de los enemigos sin ser dellos sentido: da al amanecer súbito en ellos, y a la primera refriega muere Lautaro. Trábase la batalla con harta sangre de una parte y de otra.

 

                                

   ¿Cuál será aquella lengua desmandada

         

 

que a ofender las mujeres ya se atreva,

 

 

pues vemos que es pasión averiguada

 

 

la que a bajeza tal y error las lleva;

 

 

si una bárbara moza no obligada

5

 

 

hace de puro amor tan alta prueba,

 

 

con razones y lágrimas, salidas

 

 

de las vivas entrañas encendidas?

 

 

   Que ni la confianza, ni el seguro

 

 

de su amigo le daba algún consuelo,

10

 

 

ni el fuerte sitio, ni el fosado muro

 

 

le basta asegurar de su recelo:

 

 

que el gran temor nacido de amor puro

 

 

todo lo allana y pone por el suelo;

 

 

sólo halla el reparo de su suerte

15

 

 

en el mismo peligro de la muerte.

 

 

   Así los dos unidos corazones

 

 

conformes en amor desconformaban,

 

 

y dando de ello allí demostraciones,

 

 

más el dulce veneno alimentaban:

20

 

 

los soldados en torno los tizones,

 

 

ya de parlar cansados reposaban,

 

 

teniendo centinelas, como digo,

 

 

y el cerro a las espaldas por abrigo.

 

 

   Villagrán con silencio y paso presto

25

 

 

había el áspero monte atravesado,

 

 

no sin grave trabajo, que sin esto,

 

 

hacer mucha labor es excusado:

 

 

Llegado junto al fuerte, en un buen puesto,

 

 

viendo que el cielo estaba aún estrellado,

30

 

 

paró, esperando el claro y nuevo día,

 

 

que ya por el Oriente descubría.

 

 

   De ninguno fue visto ni sentido;

 

 

la causa era la noche ser escura,

 

 

y haber las centinelas desmentido

35

 

 

por parte descuidada por segura:

 

 

caballo no relincha, ni hay ruido,

 

 

que está ya de su parte la ventura;

 

 

ésta hace las bestias avisadas,

 

 

y a las personas bestias descuidadas.

40

 

 

   Cuando ya las tinieblas y aire escuro

 

 

con la esperada luz se adelgazaban,

 

 

las centinelas puestas por el muro

 

 

al nuevo día de lejos saludaban:

 

 

y pensando tener campo seguro

45

 

 

también a descansar se retiraban;

 

 

quedando mudo el fuerte, y los soldados

 

 

en vino y dulce sueño sepultados.

 

 

   Era llegada al mundo aquella hora

 

 

que la escura tiniebla, no pudiendo

50

 

 

sufrir la clara vista de la aurora,

 

 

se va en el Occidente retrayendo:

 

 

cuando la mustia Clicie se mejora

 

 

el rostro al rojo Oriente revolviendo,

 

 

mirando tras las sombras ir la estrella,

55

 

 

y al rubio Apolo Délfico tras ella.

 

 

   El español, que ve tiempo oportuno,

 

 

se acerca poco a poco más al fuerte,

 

 

sin estorbo de bárbaro ninguno,

 

 

que sordos los tenía su triste suerte:

60

 

 

bien descuidado duerme cada uno

 

 

de la cercana inexorable muerte;

 

 

cierta señal que cerca della estamos

 

 

cuando más apartados nos juzgamos.

 

 

   No esperaron los nuestros más, que en viendo

65

 

 

ser ya tiempo de darles el asalto,

 

 

de súbito levantan un estruendo

 

 

con soberbio alarido horrendo y alto;

 

 

y en tropel ordenado arremetiendo

 

 

al fuerte van a dar de sobresalto;

70

 

 

al fuerte más de sueño bastecido

 

 

que al presente peligro apercebido.

 

 

   Como los malhechores que en su oficio

 

 

jamás pueden hallar parte segura,

 

 

por ser la condición propia del vicio

75

 

 

temer cualquier fortuna y desventura,

 

 

que no sienten tan presto algún bullicio

 

 

cuando el castigo y mal se les figura,

 

 

y corren a las armas y defensa,

 

 

según que cada cual valerse piensa;

80

 

 

   así medio dormidos y despiertos

 

 

saltan los araucanos alterados,

 

 

y del peligro y sobresalto ciertos,

 

 

baten toldos y ranchos levantados:

 

 

por verse de corazas descubiertos

85

 

 

no dejan de mostrar pechos airados:

 

 

mas con presteza y ánimo seguro

 

 

acuden al reparo de su muro.

 

 

   Sacudiendo el pesado y torpe sueño,

 

 

y cobrando la furia acostumbrada,

90

 

 

quién el arco arrebata, quién un leño,

 

 

quién del fuego un tizón, y quién la espada;

 

 

quién aguija al bastón de ajeno dueño,

 

 

quién por salir más presto va sin nada,

 

 

pensando averiguarlo desarmados,

95

 

 

si no pueden a puños, a bocados.

 

 

   Lautaro a la sazón, según se entiende,

 

 

con la gentil Guacolda razonaba;

 

 

asegúrala, esfuerza y reprehende

 

 

de la desconfianza que mostraba:

100

 

 

ella razón no admite y más se ofende,

 

 

que aquello mayor pena le causaba,

 

 

rompiendo el tierno punto en sus amores

 

 

el duro son de trompas y atambores.

 

 

   Mas no salta con tanta ligereza

105

 

 

el mísero avariento enriquecido,

 

 

que siempre está pensando en su riqueza,

 

 

si siente de ladrón algún ruïdo,

 

 

ni madre así acudió con tal presteza

 

 

al grito de su hijo muy querido,

110

 

 

temiéndole de alguna bestia fiera,

 

 

como Lautaro al son y voz primera.

 

 

   Revuelto el manto al brazo, en el instante

 

 

con un desnudo estoque, y él desnudo,

 

 

corre a la puerta el bárbaro arrogante,

115

 

 

que armarse así tan súbito no pudo.

 

 

¡Oh pérfida fortuna, oh inconstante,

 

 

cómo llevas tu fin por punto crudo,

 

 

que el bien de tantos años en un punto

 

 

de un golpe lo arrebatas todo junto!

120

 

 

   Cuatrocientos amigos comarcanos

 

 

por un lado la fuerza acometieron,

 

 

que en ayuda y favor de los cristianos

 

 

con sus pintados arcos acudieron,

 

 

que con extrema fuerza y prestas manos

125

 

 

gran número de tiros despidieron:

 

 

del toldo el hijo de Pillán salía,

 

 

y una flecha a buscarle que venía.

 

 

   Por el siniestro lado, ¡oh dura suerte!

 

 

rompe la cruda punta, y tan derecho,

130

 

 

que pasa el corazón más bravo y fuerte

 

 

que jamás se encerró en humano pecho;

 

 

de tal tiro quedó ufana la muerte,

 

 

viendo de un solo golpe tan gran hecho;

 

 

y, usurpando la gloria al homicida,

135

 

 

se atribuye a la muerte esta herida.

 

 

   Tanto rigor la aguda flecha trujo

 

 

que al bárbaro tendió sobre la arena,

 

 

abriendo puerta a un abundante flujo

 

 

de negra sangre por copiosa vena:

140

 

 

del rostro la color se le retrujo,

 

 

los ojos tuerce, y con rabiosa pena

 

 

la alma, del mortal cuerpo desatada,

 

 

bajó furiosa a la infernal morada.

 

 

   Ganan los nuestros foso y baluarte,

145

 

 

que nadie los impide ni embaraza,

 

 

y así por veinte lados la más parte

 

 

pisaba de la fuerza ya la plaza:

 

 

los bárbaros con ánimo y sin arte,

 

 

sin celada, ni escudo, y sin coraza,

150

 

 

comienzan la batalla peligrosa,

 

 

cruda, fiera, reñida y sanguinosa.

 

 

   En oyendo los indios extranjeros

 

 

que con Lautaro estaban recogidos

 

 

el súbito rumor, salen ligeros,

155

 

 

del miedo y sobresalto apercebidos:

 

 

mas sintiendo los golpes carniceros,

 

 

el ánimo turbado y los sentidos,

 

 

con atentas orejas acechaban

 

 

adónde con menor rigor sonaban.

160

 

 

   Como tímidos gamos, que el ruïdo

 

 

sienten del cazador, y quietamente,

 

 

altos los cuellos, tienden el oído

 

 

hacia la parte que el rumor se siente,

 

 

y el balar de la gama conocido,

165

 

 

que apedazan los perros, y la gente,

 

 

con furioso tropel toman la vía

 

 

que más de aquel peligro se desvía;

 

 

   la baja y vil canalla, acostumbrada

 

 

a rendirse al temor de aquella suerte,

170

 

 

por ciega senda, inculta y desusada,

 

 

rompe el camino y desampara el fuerte,

 

 

acá y allá corriendo derramada;

 

 

y era tan grande el miedo de la muerte,

 

 

que al más valiente y bravo se le antoja

175

 

 

ver un fiero español tras cada hoja.

 

 

   Pero aquellos que nunca el miedo pudo

 

 

hacerlos con peligros de su bando,

 

 

poniendo osado pecho por escudo,

 

 

están la antigua riña averiguando.

180

 

 

La desnuda cabeza del agudo

 

 

cuchillo no se ve estar rehusando,

 

 

ni rehúsa la espada la siniestra,

 

 

ejercitando el uso de la diestra;

 

 

   Que el joven Corpillán, no desmayado

185

 

 

porque su espada y mano vino a tierra,

 

 

antes en ira súbita abrasado

 

 

contra la parte del contrario cierra;

 

 

y habiendo ya la espada recobrado,

 

 

la diestra, que aun bullendo el puño afierra,

190

 

 

lejos con gran desdén y furia lanza,

 

 

ofreciendo la izquierda a la venganza.

 

 

   Flaqueza en Millapol no fue sentida,

 

 

viéndole atravesado por la ijada

 

 

y la cabeza de un revés hendida,

195

 

 

ni por pasalle el pecho una lanzada;

 

 

que de espumosa sangre a la salida

 

 

vino la media lanza acompañada,

 

 

dejando aquel lugar della vacío,

 

 

aunque lleno de rabia y nuevo brío:

200

 

 

   que a dos manos la maza aprieta fuerte,

 

 

y con furia mayor la gobernaba:

 

 

bien se puede llamar de triste suerte

 

 

aquel que el fiero bárbaro alcanzaba:

 

 

con la rabia postrera de la muerte,

205

 

 

una vez el ferrado leño alzaba;

 

 

mas faltole la vida en aquel punto,

 

 

cayendo cuerpo y maza todo junto.

 

 

   Aunque la muerte en medio del camino

 

 

le quebrantó el furor con que venía,

210

 

 

un valiente español a tierra vino

 

 

del peso y movimiento que traía:

 

 

mas luego puesto en pie, con desatino

 

 

hacia el lugar del dañador volvía,

 

 

y viendo el cuerpo muerto dar en tierra

215

 

 

pensando que era vivo con él cierra:

 

 

   y encima del cadáver arrojado,

 

 

de dar la muerte al muerto deseoso,

 

 

recio por uno y por el otro lado,

 

 

hiere y ofende el cuerpo sanguinoso,

220

 

 

hasta tanto que, ya desalentado,

 

 

se firma recatado y sospechoso,

 

 

y vio a aquel que aferrado así tenía

 

 

vueltos los ojos y la cara fría.

 

 

   Traía la espada en esto Diego Cano

225

 

 

tinta de sangre, y con Picol se junta:

 

 

haciendo atrás la rigurosa mano

 

 

el pecho le barrena de una punta:

 

 

turbado de la muerte el araucano

 

 

cayó en tierra, la cara ya difunta,

230

 

 

bascoso, revolviéndose en el lodo,

 

 

hasta que la alma despidió del todo.

 

 

   De dos golpes Hernando de Alvarado

 

 

dio con el suelto Talco en tierra muerto;

 

 

pero fue mal herido por un lado

235

 

 

del gallardo Guacoldo en descubierto:

 

 

estuvo el español algo atronado;

 

 

mas del atronamiento ya despierto,

 

 

corriendo al fuerte bárbaro derecho

 

 

la espada le escondió dentro del pecho.

240

 

 

   El viejo Villagrán, con la sangrienta

 

 

espada por los bárbaros rompiendo,

 

 

mata, hiere, tropella y atormenta,

 

 

a tiempo a todas partes revolviendo:

 

 

un golpe a Nico en la cabeza asienta,

245

 

 

el cual los turbios ojos revolviendo

 

 

a tierra vino muerto; y de otro a Polo

 

 

le deja con el brazo izquierdo solo.

 

 

   Usadas las espadas al acero,

 

 

topando la desnuda carne blanda,

250

 

 

ayudadas de un ímpetu ligero

 

 

dan con piernas y brazos a la banda:

 

 

No rehúsa el segundo ser primero,

 

 

antes todos siguiendo una demanda,

 

 

como olas, que creciendo van, crecían,

255

 

 

y a la muerte animosos se ofrecían.

 

 

   La gente una con otra así se cierra,

 

 

que aún no daban lugar a las espadas,

 

 

apenas los mortales van a tierra,

 

 

cuando estaban sus plazas ocupadas:

260

 

 

Unos por cima de otros se dan guerra,

 

 

enhiestas las personas y empinadas;

 

 

y de modo a las veces se apretaban,

 

 

que a meter por la espada se ayudaban.

 

 

   Las armas con tal rabia y fuerza esgrimen,

265

 

 

que los más de los golpes son mortales,

 

 

y los que no lo son, así se imprimen

 

 

que dejan para siempre las señales:

 

 

todos al descargar los brazos gimen;

 

 

mas salen los efetos desiguales;

270

 

 

que los unos topaban duro acero,

 

 

los otros al desnudo y blando cuero.

 

 

   Como parten la carne en los tajones

 

 

con los corvos cuchillos carniceros,

 

 

y cual de fuerte hierro los planchones

275

 

 

baten en dura yunque los herreros;

 

 

así es la diferencia de los sones

 

 

que forman con sus golpes los guerreros,

 

 

quién la carne y los huesos quebrantado,

 

 

quién templados arneses abollando.

280

 

 

   Pues Juan de Villagrán firme en la silla

 

 

contra Guarcondo a toda furia parte,

 

 

y la lanza le echó por la tetilla

 

 

con una braza de asta a la otra parte:

 

 

el bárbaro, la cara ya amarilla,

285

 

 

se arrima desmayado al baluarte;

 

 

dando en el suelo súbita caída,

 

 

el alma gomitó por la herida.

 

 

   Pero Rengo, su hermano, que en el suelo

 

 

el cuerpo vio caer descolorido,

290

 

 

cuajósele la sangre, y hecho un hielo,

 

 

del súbito dolor perdió el sentido;

 

 

mas vuelto en sí, se vuelve contra el cielo,

 

 

blasfemado el soberbio y descreído;

 

 

y el ñudoso bastón alzando en alto,

295

 

 

a Juan de Villagrán llegó de un salto.

 

 

   Mas antes Pon con una flecha presta

 

 

hirió al caballo en medio de la frente;

 

 

empínase el caballo, el cuello enhiesta,

 

 

al freno y a la espuela inobediente;

300

 

 

y entre los brazos la cabeza puesta,

 

 

sacude el lomo y piernas impaciente:

 

 

rendido Villagrán al duro hado,

 

 

desocupó el arzón y ocupó el prado.

 

 

   Apenas en el suelo había caído

305

 

 

cuando la presta maza descendía

 

 

con una extraña fuerza y un ruido,

 

 

que rayo o terremoto parecía;

 

 

del golpe el español quedó adormido,

 

 

y el bárbaro con otro revolvía,

310

 

 

bajando a la cabeza de manera,

 

 

que sesos, ojos y alma le echó fuera.

 

 

   Y con venganza tal no satisfecho

 

 

del caso desastrado del hermano,

 

 

antes con nueva rabia y más despecho,

315

 

 

hiere de tal manera a Diego Cano,

 

 

que, la barba inclinada sobre el pecho,

 

 

se le cayó la rienda de la mano;

 

 

y sin ningún sentido, casi frío,

 

 

el caballo lo lleva a su albedrío.

320

 

 

   En medio de la turba embravecido

 

 

esgrime en torno la ferrada maza;

 

 

a cuál deja contrecho, a cuál tullido,

 

 

cuál el pescuezo del caballo abraza;

 

 

quién se tiende en las ancas aturdido;

325

 

 

quién, forzado, el arzón desembaraza;

 

 

que todo a su pujanza y furia insana

 

 

se le bate, derriba y se le allana.

 

 

   Por partes más de diez le iba manando

 

 

la sangre, de la cual cubierto andaba;

330

 

 

pero no desfallece, antes bramando,

 

 

con más fuerza y rigor los golpes daba:

 

 

ligero corre acá y allá saltando,

 

 

arneses y celadas abollaba;

 

 

hunde las altas crestas, rompe sesos,

335

 

 

muele los nervios, carne y duros huesos.

 

 

   En esto un gran rumor iba creciendo

 

 

de espadas, lanzas, grita y vocería,

 

 

al cual confusamente, no sabiendo

 

 

la causa, mucha gente allí acudía:

340

 

 

y era un gallardo mozo que, esgrimiendo

 

 

un fornido cuchillo, discurría

 

 

por medio de las bárbaras espadas,

 

 

haciendo en armas cosas extremadas.

 

 

   Venía el valiente mozo belicoso

345

 

 

de una furia diabólica movido,

 

 

el rostro fiero, sucio y polvoroso,

 

 

lleno de sangre y de sudor teñido,

 

 

como el potente Marte sanguinoso,

 

 

cuando de furor bélico encendido,

350

 

 

bate el ferrado escudo de Vulcano,

 

 

blandiendo la asta en la derecha mano.

 

 

   Con un diestro y prestísimo gobierno

 

 

el pesado cuchillo rodeaba,

 

 

y a Cron, como si fuera junco tierno,

355

 

 

en dos partes de un golpe lo tajaba:

 

 

tras éste al diestro Pon envía al infierno,

 

 

y tras de Pon a Lauco despachaba:

 

 

no hallando defensa en armadura,

 

 

descuartiza, desmiembra y desfigura.

360

 

 

   Llamábase éste Andrea, que en grandeza

 

 

y proporción de cuerpo era gigante,

 

 

de estirpe humilde, y su naturaleza

 

 

era arriba de Génova al Levante:

 

 

pues con aquella fuerza y ligereza

365

 

 

a los robustos miembros semejante,

 

 

el gran cuchillo esgrime de tal suerte,

 

 

que a todos los que alcanza da la muerte.

 

 

   De un tiro a Guaticol por la cintura

 

 

le divide en dos trozos en la arena,

370

 

 

y de otro al desdichado Quilacura

 

 

limpio el derecho muslo le cercena:

 

 

pues de golpes así desta hechura

 

 

la gran plaza de muertos deja llena,

 

 

que su espada a ninguno allí perdona,

375

 

 

y unos cuerpos sobre otros amontona.

 

 

   A Colca de los hombros arrebata

 

 

la cabeza de un tajo, y luego tiende

 

 

la espada hacia Maulén, señor de Itata,

 

 

y de alto a bajo de un revés le hiende:

380

 

 

lanzas, hachas y mazas desbarata,

 

 

que todo el pueblo bárbaro le ofende.

 

 

Llevando muchos tiros enclavados

 

 

en los pechos, espaldas y en los lados.

 

 

   Como la osa valiente perseguida,

385

 

 

cuando le van monteros dando caza,

 

 

que con rabia y dolor de la herida

 

 

los ñudosos venablos despedaza:

 

 

y furiosa, impaciente, embravecida,

 

 

la senda y callejón desembaraza,

390

 

 

que los heridos perros lastimados

 

 

le dan ancho lugar escarmentados;

 

 

   de la misma manera el fiero Andrea,

 

 

cercado de los bárbaros venía,

 

 

pero de tal manera se rodea,

395

 

 

que gran camino con la espada abría:

 

 

crece el hervor, la grita y la pelea,

 

 

tanto que la más gente allí acudía;

 

 

he aquí a Rengo también ensangrentado

 

 

que llega a la sazón por aquel lado.

400

 

 

   Y como dos mastines rodeados

 

 

de gozques importunos, que, en llegando

 

 

a verse, con los cerros erizados

 

 

se van el uno al otro regañando:

 

 

así los dos guerreros señalados,

405

 

 

las inhumanas armas levantando,

 

 

se vienen a herir... Pero el combate

 

 

quiero que al otro canto se dilate.

 

 

Canto XV

 

En este quinceno y último canto se acaba la batalla en la cual fueron muertos todos los araucanos, sin querer alguno dellos rendirse. Y se cuenta la navegación que las naos del Perú hicieron hasta llegar a Chile; y la grande tormenta que entre el río Maule y el puerto de la Concepción pasaron.

 

                                

   ¿Qué cosa puede haber sin amor buena?

         

 

¿Qué verso sin amor dará contento?

 

 

¿Dónde jamás se ha visto rica vena

 

 

que no tenga de amor el nacimiento?

 

 

No se puede llamar materia llena

5

 

 

la que de amor no tiene el fundamento;

 

 

los contentos, los gustos, los cuidados,

 

 

son, si no son de amor, como pintados.

 

 

   Amor de un juicio rústico y grosero

 

 

rompe la dura y áspera corteza;

10

 

 

produce ingenio y gusto verdadero,

 

 

y pone cualquier cosa en más fineza:

 

 

Dante, Ariosto, Petrarca y el Ibero,

 

 

amor los trujo a tanta delgadeza;

 

 

que la lengua más rica y más copiosa,

15

 

 

si no trata de amor, es desgustosa.

 

 

   Pues yo, de amor desnudo y ornamento,

 

 

con un inculto ingenio y rudo estilo,

 

 

¿cómo he tenido tanto atrevimiento,

 

 

que me ponga al rigor del crudo filo?

20

 

 

Pero mi celo bueno y sano intento,

 

 

esto me hace a mí añudar el hilo,

 

 

que ya con el temor cortado había,

 

 

pensando remediar esta osadía.

 

 

   Quíselo aquí dejar, considerado

25

 

 

ser escritura larga y trabajosa,

 

 

por ir a la verdad tan arrimado

 

 

y haber de tratar siempre de una cosa;

 

 

que no hay tan dulce estilo y delicado,

 

 

ni pluma tan cortada y sonorosa,

30

 

 

que en un largo discurso no se estrague,

 

 

ni gusto que un manjar no le empalague.

 

 

   Que si a mi discreción dado me fuera

 

 

salir al campo y escoger las flores,

 

 

quizá el cansado gusto removiera

35

 

 

la usada variedad de los sabores:

 

 

pues como otros han hecho, yo pudiera

 

 

entretejer mil fábulas y amores;

 

 

mas, ya que tan adentro estoy metido,

 

 

habré de proseguir lo prometido.

40

 

 

   Al lombardo dejé y al araucano

 

 

donde la guerra andaba más trabada,

 

 

que vienen a juntarse mano a mano,

 

 

la espada alta y la maza levantada:

 

 

de malla está cubierto el italiano,

45

 

 

el indio la persona desarmada,

 

 

y así como más suelto y más ligero,

 

 

en descargar el golpe fue el primero.

 

 

   El membrudo italiano, como vido

 

 

la maza y el rigor con que bajaba,

50

 

 

alzó el escudo en alto, y recogido

 

 

debajo dél, el golpe reparaba:

 

 

por medio el fuerte escudo fue rompido,

 

 

y en modo la cabeza le cargaba,

 

 

que, batiendo los dientes, vio en el suelo

55

 

 

las estrellas más mínimas del cielo.

 

 

   El brazo descargó, que alto tenía,

 

 

sobre el valiente bárbaro el lombardo,

 

 

pensando que dos piezas le haría,

 

 

según era del ánimo gallardo:

60

 

 

pero Rengo, que punto no perdía,

 

 

como una onza ligera y suelto pardo,

 

 

un presto salto dio a la diestra mano,

 

 

de suerte que el cuchillo bajó en vano.

 

 

   Tras esto el diestro bárbaro rodea

65

 

 

la poderosa maza, de manera

 

 

que acertarle de lleno, no al Andrea,

 

 

pero un duro peñasco deshiciera.

 

 

Igual andaba entre ellos la pelea,

 

 

aunque temo yo a Rengo a la primera

70

 

 

vez que el cuchillo baje, si le halla,

 

 

que habrá fin con su muerte la batalla.

 

 

   Mas con destreza y gran reportamiento,

 

 

desnudo de armas y de esfuerzo armado,

 

 

entra, sale y revuelve como el viento,

75

 

 

que en maña y ligereza era extremado:

 

 

hace siempre su golpe, y al momento

 

 

le halla el enemigo así apartado,

 

 

que aunque el cuchillo de dos brazas fuera,

 

 

alcanzar a herirle no pudiera.

80

 

 

   Mil golpes por el aire arroja en vano

 

 

el furioso italiano embravecido,

 

 

viendo cómo desnudo un araucano

 

 

y él armado, le tiene en tal partido:

 

 

la izquierda junta a la derecha mano,

85

 

 

y apretando la espada, de corrido

 

 

al bárbaro arremete, altos los brazos,

 

 

pensando dividirle en dos pedazos.

 

 

   El araucano con mañoso brío,

 

 

baja la maza, firme lo esperaba,

90

 

 

mas el cuerpo hurtó con un desvío

 

 

al tiempo que el cuchillo derribaba:

 

 

así que el brazo y golpe dio en vacío,

 

 

y de la fuerza inmensa que llevaba,

 

 

el gran cuchillo sustentar no pudo,

95

 

 

quedando allí con sólo medio escudo.

 

 

   Pues como tal lo vio, suelta la maza,

 

 

cerrando el presto bárbaro de hecho,

 

 

y cuerpo a cuerpo así con él se abraza,

 

 

que le imprime las mallas en el pecho;

100

 

 

no por esto el lombardo se embaraza,

 

 

mas piensa dél así haber más derecho,

 

 

y con brazos durísimos lo afierra,

 

 

creyendo levantarlo de la tierra.

 

 

   Lo que el valiente Alcides hizo a Anteo

105

 

 

quiso el nuestro hacer del araucano;

 

 

mas no salió fortuna a su deseo,

 

 

y así el deseado efeto salió en vano:

 

 

que el esforzado Rengo de un rodeo

 

 

lo lleva largo trecho por el llano,

110

 

 

sobre los cuerpos muertos tropezando,

 

 

siempre con más furor sobre él cargando.

 

 

   Andrea, de empacho ardiendo en rabia viva,

 

 

sintiéndose de un hombre así apurado,

 

 

firme en el suelo con los pies estriba,

115

 

 

cobrando esfuerzo del honor sacado,

 

 

y de manera sobre Rengo arriba

 

 

que de tierra lo lleva levantado,

 

 

que era de fuerza grande y de gran prueba,

 

 

bastante a comportar la carga nueva.

120

 

 

   Yo vi, entre muchos jóvenes valientes

 

 

sobre pruebas de fuerza porfiando,

 

 

trabar él una cuerda con los dientes,

 

 

asiendo cuatro della, y estribando

 

 

todos a un tiempo a parte diferentes,

125

 

 

a su pesar llevarlos arrastrando;

 

 

y de solos los dientes se valía,

 

 

que las manos atrás presas tenía.

 

 

   Y con facilidad y poca pena,

 

 

la mayor bota o pipa que hallaba,

130

 

 

capaz de veinte arrobas, de agua llena,

 

 

de tierra un codo y más la levantaba;

 

 

y suspendida sin verter, serena,

 

 

la sed por largo espacio mitigaba,

 

 

bajándola después al suelo llano

135

 

 

como si fuera un cántaro liviano.

 

 

   Aconteció otras veces, barqueando

 

 

ríos en esta tierra caudalosos,

 

 

ir la corriente el ímpetu esforzando

 

 

a desbravar en riscos peñascosos,

140

 

 

arrebatando el barco, no bastando

 

 

la fuerza de los remos presurosos,

 

 

y él, cubierto de malla como estaba,

 

 

luego animoso al agua se arrojaba;

 

 

   y una cuerda en la boca, revolviendo

145

 

 

al furioso raudal el duro pecho,

 

 

los pies y fuertes brazos sacudiendo,

 

 

rompía por la canal casi derecho,

 

 

remolcando la barca y resistiendo

 

 

el ímpetu del agua, del estrecho

150

 

 

la sacaba a la orilla en salvamento,

 

 

haciendo otras mil cosas que no cuento.

 

 

   A Rengo aquí también sobrepujaba,

 

 

que no fue de su fuerza menor prueba;

 

 

pero Rengo, que en ira se abrasaba,

155

 

 

viendo que sin firmarse alto lo lleva,

 

 

hizo por fuerza pie y sobre él tornaba,

 

 

sacando la vergüenza fuerza nueva;

 

 

pero al cabo los dos se desasieron,

 

 

y otra vez a las armas acudieron.

160

 

 

   Y comienzan de nuevo el fiero asalto

 

 

como si descansaran todo el día,

 

 

ora presto por bajo, ora por alto,

 

 

sin miedo el uno al otro acometía:

 

 

Rengo, que de armadura estaba falto,

165

 

 

con tal destreza y maña se regía,

 

 

que sostiene en un peso aquella guerra,

 

 

no perdiendo una mínima de tierra.

 

 

   Con presteza una vez tal golpe asienta

 

 

al valiente cristiano por un lado,

170

 

 

que toda la persona le atormenta,

 

 

según que fue de fuerza muy cargado:

 

 

otro redobla, y otro, y a mi cuenta

 

 

al cuarto, que bajaba más pesado,

 

 

el astuto italiano se desvía,

175

 

 

y de una punta al bárbaro hería.

 

 

   La espada le atraviesa el brazo fuerte

 

 

abriéndole en el lado una herida;

 

 

mas fue tal su ventura y diestra suerte

 

 

que no le privó el golpe de la vida:

180

 

 

el bárbaro en ponzoña se convierte,

 

 

y con braveza fuera de medida,

 

 

con el fiero enemigo fue en un punto,

 

 

descargando la maza todo junto.

 

 

   El italiano en alto el medio escudo

185

 

 

alzó, por recoger el golpe extraño;

 

 

pero del todo resistir no pudo,

 

 

aunque se reparó parte del daño;

 

 

batiole la cabeza el golpe crudo,

 

 

y cual si el morrión fuera de estaño

190

 

 

y no de fuerte pasta bien templado,

 

 

así de aquella vez quedó abollado.

 

 

   Dos o tres pasos dio desvanecido

 

 

del golpe el italiano, vacilando,

 

 

perdida la memoria y el sentido,

195

 

 

y anduvo por caer titubeando:

 

 

la sangre por el uno y otro oído

 

 

le reventó en gran flujo, como cuando

 

 

revienta de abundancia alguna fuente,

 

 

y en pie se tuvo bien difícilmente.

200

 

 

   Pero vuelto en su acuerdo, que se mira

 

 

lleno de sangre y puesto en tal estado,

 

 

más furioso que nunca, ardiendo en ira

 

 

de verse así de un bárbaro tratado,

 

 

el brazo con el pie diestro retira

205

 

 

para tomar más fuerza, y el pesado

 

 

cuchillo derribó con tal ruïdo

 

 

que revocó en los montes del sonido.

 

 

   Rengo, que el gran cuchillo bajar siente

 

 

y el ímpetu y furor con que venía,

210

 

 

cruzando la alta maza osadamente,

 

 

al reparo debajo se metía:

 

 

no fue la asta defensa suficiente

 

 

por más barras de acero que tenía,

 

 

que a tierra vino della una gran pieza,

215

 

 

y el furioso cuchillo a la cabeza.

 

 

   Fue este golpe terrible y peligroso,

 

 

por do una roja fuente manó luego,

 

 

y anduvo por caer Rengo dudoso,

 

 

atónito y de sangre casi ciego:

220

 

 

el italiano allí no perezoso,

 

 

viendo que no era tiempo de sosiego,

 

 

baja otra vez el gran cuchillo agudo

 

 

con todo aquel vigor que dalle pudo.

 

 

   En medio de la frente en descubierto

225

 

 

hiere al turbado Rengo el italiano,

 

 

y hubiérale de arriba a abajo abierto,

 

 

si no torciera al descargar la mano:

 

 

el golpe fue de llano y como muerto

 

 

vino al suelo tendido el araucano;

230

 

 

y el cuchillo del golpe atormentado

 

 

por tres o cuatro partes fue quebrado.

 

 

   Crino, que volvió el rostro al gran ruïdo

 

 

del poderoso golpe y la caída,

 

 

viendo al valiente Rengo así tendido,

235

 

 

pensó que era pasado de esta vida:

 

 

y, de amistad y deudo conmovido,

 

 

la espada de su propio amo homicida,

 

 

que en Penco Tucapel ganado había,

 

 

en venganza del bárbaro esgrimía.

240

 

 

   Pasa al Andrea de un golpe el estofado

 

 

no reparando en él la cruda espada,

 

 

que, rompiendo la malla por el lado,

 

 

le penetró hasta el hueso la estocada:

 

 

vuelve con un mandoble, y recatado

245

 

 

Andrea, viendo venir la cuchillada,

 

 

fue tan presto con él por resistirle,

 

 

que no le dejó tiempo de herirle.

 

 

   Sin darle más lugar, con él se afierra,

 

 

donde en satisfacción de la herida,

250

 

 

alzándole bien alto de la tierra,

 

 

de espaldas le tendió con gran caída;

 

 

y por dar presto fin a aquella guerra

 

 

la espada le quitó y luego la vida;

 

 

metiéndose tras esto por la parte

255

 

 

que andaba más sangriento el fiero Marte.

 

 

   Hiende por do el montón ve más estrecho;

 

 

¡triste de aquel que allí con él se junta!

 

 

Uno parte al través, otro al derecho,

 

 

otro al sesgo, otro ensarta de una punta;

260

 

 

otros que tiende, aún no bien satisfecho,

 

 

a coces los quebranta y descoyunta:

 

 

brazos, cabezas por el aire avienta

 

 

sin término, sin número, ni cuenta.

 

 

   El buen Lasarte con la diestra airada

265

 

 

en medio del furor se desenvuelve,

 

 

pasa el pecho a Talcuen de una estocada,

 

 

y sobre Titaguan furioso vuelve:

 

 

abriole la cabeza desarmada;

 

 

mas el rabioso bárbaro revuelve,

270

 

 

y antes que la alma diese, le da un tajo,

 

 

que se tuvo al arzón con gran trabajo.

 

 

   Pacheco a Norpa abrió por el costado,

 

 

y a Longoval derriba tras él, muerto:

 

 

pues Juan Gómez también por aquel lado,

275

 

 

de fresca sangre bárbara cubierto,

 

 

había de un golpe a Colca derribado

 

 

y a Galvo el desarmado vientre abierto:

 

 

el bárbaro mortal, la color vuelta,

 

 

dio en el postrer suspiro la alma envuelta.

280

 

 

   Gabriel de Villagrán no estaba ocioso,

 

 

que a Cinga y a Pillolco había tendido,

 

 

y andaba revolviéndose animoso

 

 

entre los hierros bárbaros metido.

 

 

El rumor de las armas sonoroso,

285

 

 

los varios apellidos y el ruïdo,

 

 

a las aves confusas y turbadas

 

 

hacen estar mirándolas paradas.

 

 

   Crece la rabia y el furor se enciende,

 

 

la gente por juntarse se apiñaba,

290

 

 

que ya ninguno más lugar pretende

 

 

del que para morir en pie bastaba:

 

 

Quién corta, quién barrena, rompe, hiende;

 

 

y era el estrecho tal y priesa brava,

 

 

que, sin caer los muertos, de apretados

295

 

 

quedaban a los vivos arrimados.

 

 

   La soberbia, furor, desdén, denuedo,

 

 

la priesa de los golpes y dureza,

 

 

figurarla del todo aquí no puedo

 

 

ni la pluma llevar con tal presteza:

300

 

 

De la muerte ninguno tiene miedo,

 

 

antes, si vuelve el rostro, más tristeza

 

 

mostraban, porque claro conocían

 

 

que vencidos quedaban si vivían.

 

 

   Mas aunque de vivir desconfiaban,

305

 

 

perdida de vencer ya la esperanza,

 

 

el punto de la muerte dilataban

 

 

por morir con alguna más venganza:

 

 

y no por esto el paso retiraban,

 

 

ni el pecho rehusaban de la lanza,

310

 

 

si por mover un paso, como digo,

 

 

dejasen de ofender al enemigo.

 

 

   Cuatro aquí, seis allí, por todos lados

 

 

vienen sin detenerse a tierra muertos,

 

 

unos de mil heridas desangrados,

315

 

 

de la cabeza al pecho otros abiertos;

 

 

otros por las espadas y costados

 

 

los bravos corazones descubiertos,

 

 

así dentro en los pechos palpitaban,

 

 

que bien el gran coraje declaraban.

320

 

 

   Quién en sus mismas tripas tropezando

 

 

al odioso enemigo arremetía,

 

 

quién por veinte heridas resollando

 

 

las cubiertas entrañas descubría:

 

 

allí se vio la vida estar dudando

325

 

 

por qué puerta de súbito saldría;

 

 

al fin salía por todas y a un momento

 

 

faltaba fuerza, vida, sangre, aliento.

 

 

   Ya pues, no estaba en pie la octava parte

 

 

de los bárbaros muertos, no rendidos;

330

 

 

Villagrán, que miraba esto de aparte,

 

 

viendo los que quedaban tan heridos,

 

 

les envió dos indios de su parte

 

 

a decir que se entreguen por vencidos

 

 

sometiéndose al yugo y obediencia,

335

 

 

y que usará con ellos de clemencia.

 

 

   Todos los españoles retrujeron

 

 

las espadas y el paso en el momento,

 

 

y los dos mensajeros propusieron

 

 

el pacto, condición y ofrecimiento;

340

 

 

pero los araucanos, cuando oyeron

 

 

aquel partido infame, el corrimiento

 

 

fue tanto y su coraje, que respuesta

 

 

no dieron a la plática propuesta.

 

 

   Los ojos contra el cielo vueltos braman,

345

 

 

"¡morir! ¡morir!", no dicen otra cosa,

 

 

morir quieren, y así la muerte llaman

 

 

gritando: "¡afuera vida vergonzosa!"

 

 

Ésta fue su respuesta y esto claman;

 

 

y a dar fin a la guerra sanguinosa

350

 

 

se disponen con ánimo y braveza,

 

 

sacando nuevas fuerzas de flaqueza.

 

 

   Espaldas con espaldas se juntaban,

 

 

algunos de rodillas combatiendo,

 

 

que las tullidas piernas les faltaban,

355

 

 

sostenerse sobre ellas no pudiendo:

 

 

y aun así las espadas rodeaban;

 

 

otros, que ya en el suelo retorciendo

 

 

se andaban, por dañar lo que podían

 

 

a los contrarios pies se revolvían.

360

 

 

   Viéranse vivos cuerpos desmembrados

 

 

con la furiosa muerte porfiando,

 

 

en el lodo y sangraza derribados,

 

 

que rabiosos se andaban revolcando:

 

 

de la suerte que vemos los pescados

365

 

 

cuando se va algún lago desaguando,

 

 

que entre dos elementos se estremecen,

 

 

y en ellos revolcándose perecen.

 

 

   Si el crudo Sila, si Nerón sangriento,

 

 

(por más sed que de sangre ellos mostraran),

370

 

 

della vieran aquí el derramamiento,

 

 

yo tengo para mí que se hartaran,

 

 

pues con mayor rigor, a su contento

 

 

en viva sangre humana se bañaran,

 

 

que en Campo Marcio Sila carnicero,

375

 

 

y en el foro de Roma el bestial Nero.

 

 

   Quedaron por igual todos tendidos

 

 

aquellos que rendir no se quisieron,

 

 

que ya al fin de la vida conducidos,

 

 

a la forzosa muerte se rindieron:

380

 

 

los lasos españoles mal heridos

 

 

de la cercada plaza se salieron,

 

 

de armas y cuerpos bárbaros tan llena,

 

 

que sobre ellos andaban a gran pena.

 

 

   Ningún bárbaro en pie quedó en el fuerte

385

 

 

ni brazo que mover pudiese espada;

 

 

sólo Mallén, que al punto de la muerte

 

 

le dio de vivir gana acelerada:

 

 

y rendido al temor y baja suerte,

 

 

viéndose de una fiera cuchillada

390

 

 

en el siniestro brazo mal herido,

 

 

detrás de un paredón se había escondido.

 

 

   No sintiendo el rumor que antes se oía,

 

 

que en torno retumbaba todo el llano,

 

 

que, como dije, ya la muerte había

395

 

 

puesto silencio con airada mano;

 

 

dejó aquel paredón, y a ver salía

 

 

si hallaba por allí algún araucano,

 

 

a quien se encomendar que le salvase,

 

 

y la sensible llaga le apretase.

400

 

 

   Mas cuando vio la plaza cuál estaba,

 

 

y en sus amigos tal carnicería,

 

 

que aunque la muerte los desfiguraba,

 

 

la envidia conocidos los hacía;

 

 

con ira vergonzosa, presentaba

405

 

 

la espalda al corazón, y así decía:

 

 

"¡cómo! ¿yo solo quedo por testigo

 

 

de la muerte y valor de tanto amigo?

 

 

   "Cobarde corazón, por cierto indigno

 

 

de algún golpe de espada valerosa,

410

 

 

pues fue por elección y no destino

 

 

perder una sazón tan venturosa;

 

 

tú me apartaste, ¡oh flaco! del camino

 

 

de un eterno vivir, y a vergonzosa

 

 

muerte he venido ya con mengua tuya,

415

 

 

por más que la mi diestra lo rehúya.

 

 

   "Si a mi sangre con esta del estado

 

 

mezclarse aquí le fuere concedido,

 

 

viendo mi cuerpo entre éstos arrojado,

 

 

aunque de brazo débil ofendido,

420

 

 

quizá seré en el número contado

 

 

de los que así su patria han defendido:

 

 

mas, ¡ay triste de mí!, que en la herida

 

 

será mi flaca mano conocida.

 

 

   "¿Qué indicios bastarán, qué recompensa,

425

 

 

qué enmienda puedo dar de parte mía,

 

 

que yo satisfacer pueda a la ofensa

 

 

hecha a mi honor y patria y compañía?

 

 

Yo turbo el claro honor y fama inmensa

 

 

de tantos, pues podrán decir que había

430

 

 

entre ellos quien de miedo, bajamente,

 

 

del enemigo apenas vio la frente.

 

 

   "¿Por qué al temor doy fuerzas dilatando

 

 

con prolijas razones mi jornada?

 

 

Arrepentirme ¿qué aprovecha cuando

435

 

 

ya el arrepentimiento vale nada?"

 

 

Aquí cerró la voz, y no dudando

 

 

entrega el cuello a la homicida espada:

 

 

corriendo con presteza el crudo filo,

 

 

sin sazón de la vida cortó el hilo.

440

 

 

   Cese el furor del fiero Marte airado,

 

 

y descansen un poco las espadas,

 

 

entretanto que vuelvo al comenzado

 

 

camino de las naves derramadas:

 

 

que contra el recio Noto porfiado,

445

 

 

de Neptuno las olas levantadas,

 

 

proejando por fuerza iban rompiendo,

 

 

del viento y agua el ímpetu venciendo.

 

 

   Por entre aquellas islas navegaron

 

 

de Sangallán, do nunca habita gente,

450

 

 

y las otras ignotas se dejaron

 

 

a la diestra de parte del Poniente;

 

 

a Chaule a la siniestra, y arribaron

 

 

en Arica, y después difícilmente

 

 

vimos a Copiapó, valle primero

455

 

 

del distrito de Chile verdadero.

 

 

   Allí con libertad soplan los vientos,

 

 

de sus cavernas cóncavas saliendo,

 

 

y furiosos, indómitos, violentos,

 

 

todo aquel ancho mar van discurriendo:

460

 

 

rompiendo la prisión y mandamientos

 

 

de Eolo su rey, el cual temiendo

 

 

que el mundo no arruïnen, los encierra

 

 

echándoles encima una gran sierra.

 

 

   No con esto su furia corregida,

465

 

 

viéndose en sus cavernas apremiados,

 

 

buscan con gran estruendo la salida

 

 

por los huecos y cóncavos cerrados:

 

 

y así la firme tierra removida

 

 

tiembla, y hay terremotos tan usados,

470

 

 

derribando en los pueblos y montañas

 

 

hombres, ganados, casas y cabañas.

 

 

   Menguan allí las aguas, crece el día

 

 

al revés de la Europa, porque es cuando

 

 

el Sol del Equinoccio se desvía,

475

 

 

y al Capricornio más se va acercando.

 

 

Pues desde allí las naves, que a porfía

 

 

corren, al mar y al Austro contrastando,

 

 

de Bóreas ayudadas luego fueron,

 

 

y en el puerto Coquímbico surgieron.

480

 

 

   Apenas en la deseada arena,

 

 

salidos de las naos el pie firmamos,

 

 

cuando el prolijo mar, peligro y pena

 

 

de tan largos caminos olvidamos:

 

 

y a la nueva ciudad de La Serena,

485

 

 

que es dos leguas del puerto, caminamos

 

 

en lozanos caballos guarnecidos,

 

 

al esperado tiempo prevenidos:

 

 

   Donde un caricioso acogimiento

 

 

a todos nos hicieron y hospedaje,

490

 

 

estimando con grato cumplimiento

 

 

el socorro y larguísimo viaje,

 

 

y de dulce refresco y bastimento

 

 

al punto se aprestó el matalotaje,

 

 

con que se reparó la hambrienta armada,

495

 

 

del largo navegar necesitada.

 

 

   A la gente y caballos aguardaban,

 

 

que, por áspera tierra y despoblados

 

 

rompiendo, con esfuerzo caminaban,

 

 

de hambres y trabajos fatigados;

500

 

 

pero a cualquier fortuna contrastaban,

 

 

y desde poco a la ciudad llegados,

 

 

un mes en mucho vicio reposaron

 

 

hasta que los caballos reformaron.

 

 

   Al fin del cual, sin esperar la flota,

505

 

 

reparados del áspero camino,

 

 

toman de su demanda la derrota,

 

 

llevando a la derecha el mar vecino:

 

 

pasan la fértil Ligua y a Quillota

 

 

la dejaron a un lado, que convino

510

 

 

entrar en Mapochó, que es do pararon

 

 

las reliquias de Penco que escaparon.

 

 

   El sol del común Géminis salía

 

 

trayendo nuevo tiempo a los mortales,

 

 

y del Solsticio por Zenit hería

515

 

 

las partes y región septentrionales,

 

 

cuando es mayor la sombra al medio día

 

 

por este apartamiento en las australes,

 

 

y los vientos en más libre ejercicio

 

 

soplan con gran rigor del austral quicio.

520

 

 

   Nosotros, sin temor de los airados

 

 

vientos, que entonces con mayor licencia

 

 

andan en esta parte derramados

 

 

mostrando más entera su violencia,

 

 

a las usadas naves retirados,

525

 

 

con un alegre alarde y aparencia

 

 

las aferradas áncoras alzamos,

 

 

y al Noroeste las velas entregamos.

 

 

   La mar era bonanza, el tiempo bueno,

 

 

el viento largo, fresco y favorable,

530

 

 

desocupado el cielo y muy sereno,

 

 

con muestra y parecer de ser durable:

 

 

seis días fuimos así; pero al seteno,

 

 

Fortuna, que en el bien jamás fue estable,

 

 

turbó el cielo de nubes, mudó el viento,

535

 

 

revolviendo la mar desde el asiento.

 

 

   Bóreas furioso aquí tomó la mano

 

 

con presurosos soplos esforzados,

 

 

y súbito en el mar tranquilo y llano

 

 

se alzaron grandes montes y collados:

540

 

 

los españoles, que el furor insano

 

 

vieron del agua y viento, atribulados

 

 

tomaron por partido estar en tierra,

 

 

aunque del todo hubiera fin la guerra.

 

 

   De mi nave podré sólo dar cuenta,

545

 

 

que era la capitana de la armada,

 

 

que arrojada de la áspera tormenta

 

 

andaba sin gobierno derramada;

 

 

pero ¿quién será aquel que en tal afrenta

 

 

estará tan en sí que falte en nada?

550

 

 

Que el general temor apoderado

 

 

no me dejó aún para esto reservado.

 

 

   Con tal furia a la nave el viento asalta,

 

 

y fue tan recio y presto el terremoto,

 

 

que la cogió la vela mayor alta,

555

 

 

y estaba en punto el mástil de ser roto:

 

 

mas, viendo el tiempo así turbado, salta

 

 

diciendo a grandes voces el piloto:

 

 

"¡larga la triza en banda! ¡larga! ¡larga!

 

 

Larga presto, ¡ay de mí! ¡que el viento carga!"

560

 

 

   La braveza del mar, el recio viento

 

 

el clamor, alboroto, las promesas,

 

 

el cerrarse la noche en un momento

 

 

de negras nubes, lóbregas y espesas;

 

 

los truenos, los relámpagos sin cuento,

565

 

 

las voces de pilotos y las priesas,

 

 

hacen un son tan triste y armonía,

 

 

que parece que el mundo perecía.

 

 

   "¡Amaina! ¡amaina!" gritan marineros,

 

 

"¡amaina la mayor! ¡iza trinquete!"

570

 

 

Esfuerzan esta voz los pasajeros,

 

 

y a la triza un gran número arremete:

 

 

los otros de tropel corren ligeros

 

 

a la escota, a la braza, al chafaldete,

 

 

mas del viento la fuerza era tan brava,

575

 

 

que ningún aparejo gobernaba.

 

 

   Ábrese el cielo, el mar brama alterado

 

 

gime el soberbio viento embravecido;

 

 

en esto un monte de agua levantado

 

 

sobre las nubes con un gran ruïdo

580

 

 

embistió el galeón por un costado,

 

 

llevándolo un gran rato sumergido,

 

 

y la gente tragó del temor fuerte

 

 

a vueltas de agua la esperada muerte.

 

 

   Mas quiso Dios que de la suerte como

585

 

 

la gran ballena, el cuerpo sacudiendo

 

 

rompe con el furioso hocico romo,

 

 

de las olas el ímpetu venciendo,

 

 

descubre y saca el espacioso lomo,

 

 

en anchos cercos la agua revolviendo,

590

 

 

así debajo el mar salió el navío,

 

 

vertiendo a cada banda un grueso río.

 

 

   El proceloso Bóreas más crecido

 

 

la mar hasta los cielos levantaba,

 

 

y aunque era un mangle el mástil muy fornido,

595

 

 

sobre la proa la alta gavia estaba:

 

 

la gente con gran fuerza y alarido,

 

 

en amainar la vela porfiaba,

 

 

que en forma de arco al mástil oprimía,

 

 

y así la racamenta no corría.

600

 

 

   Eolo, o ya fue acaso, o se doliendo

 

 

del afligido pueblo castellano,

 

 

iba al valiente Bóreas recogiendo,

 

 

queriendo él encerrarle por su mano:

 

 

y abriendo la caverna, no advirtiendo

605

 

 

al Céfiro que estaba más cercano,

 

 

rotas ya las cadenas a la puerta,

 

 

salió bramando al mar, viéndola abierta.

 

 

   Y con violento soplo, arrebatando

 

 

cuantas nubes halló por el camino,

610

 

 

se arroja al levantado mar, cerrando

 

 

más la noche con negro torbellino:

 

 

y las valientes olas reparando,

 

 

que del furioso Cierzo repentino

 

 

iban la vía siguiendo, las airaba,

615

 

 

y el removido mar más alteraba.

 

 

   Súbito la borrasca y travesía

 

 

y un turbión de granizo sacudieron

 

 

por un lado a la nao, y así pendía,

 

 

que al mar las altas gavias descendieron:

620

 

 

fue la furia tan presta, que aún no había

 

 

amainado la gente; y cuando vieron

 

 

los pilotos la costa y viento airado,

 

 

rindieron la esperanza al duro hado.

 

 

   La nao, del mar y viento contrastada,

625

 

 

andaba con la quilla descubierta,

 

 

ya sobre sierras de agua levantada,

 

 

ya debajo del mar toda cubierta:

 

 

vino en esto de viento una grupada,

 

 

que abrió a la agua furiosa una ancha puerta,

630

 

 

rompiendo del trinquete la una escota,

 

 

y la mura mayor fue casi rota.

 

 

   Alzose un alarido entre la gente,

 

 

pensando haber del todo zozobrado,

 

 

miran al gran piloto atentamente,

635

 

 

que no sabe mandar de atribulado:

 

 

unos dicen "¡Zaborda!"; otros "¡Detente;

 

 

cierra el timón en banda!", y cuál turbado

 

 

buscaba escotillón, tabla o madero,

 

 

para tentar el medio postrimero.

640

 

 

   Crece el miedo, el clamor se multiplica,

 

 

uno dice "¡A la mar!"; otro "¡Arribemos!";

 

 

otro da grita "¡Amaina!"; otro replica;

 

 

"¡A orza, no amainar, que nos perdemos!";

 

 

otro dice "¡Herramientas, pica, pica!

645

 

 

¡Mástiles y obras muertas derribemos!"

 

 

Atónita de acá y de allá la gente,

 

 

corre en montón confuso diligente.

 

 

   Las gúmenas y jarcias rechinaban

 

 

del turbulento Céfiro estiradas,

650

 

 

y las hinchadas olas rebramaban

 

 

en las vecinas rocas quebrantadas,

 

 

que la escura tiniebla penetraban,

 

 

y cerrazón de nubes intricadas;

 

 

y así en las peñas ásperas batían,

655

 

 

que blancas hasta el cielo resurtían.

 

 

   Travesía era el viento y por vecina

 

 

la brava costa de arrecifes llena,

 

 

que del grande reflujo en la marina

 

 

hervía la agua mezclada con la arena:

660

 

 

rota la escota, larga la bolina,

 

 

suelto el trinquete, sin calar la entena

 

 

y la poca esperanza quebrantada

 

 

por el furioso viento arrebatada.