ALONSO DE ERCILLA Y ZÚÑIGA
LA ARAUCANA
Índice
Prólogo
*
Declaración de algunas cosas de esta obra
Porque hay
en este libro algunas cosas y vocablos que por ser de indios no se dejan bien
entender, me pareció declararlas aquí para que fácilmente se entiendan
o Canto I
El cual
declara el asiento y descripción de la provincia de Chile y Estado de Arauco,
con las costumbres y modos de guerra que los naturales tienen; y asimismo trata
en suma la entrada y conquista que los españoles hicieron hasta que Arauco se
comenzó a rebelar
o Canto II
Pónese la
discordia que entre los caciques de Arauco hubo sobre la elección de capitán
general, y el medio que se tomó por el consejo del cacique Colocolo, con la
entrada que por engaño los bárbaros hicieron en la casa fuerte de Tucapel y la
batalla que con los españoles tuvieron
o Canto III
Valdivia con
pocos españoles y algunos indios amigos camina a la casa de Tucapel para hacer
el castigo. Mátanle los araucanos a los corredores en el camino en un paso
estrecho y danle después la batalla, en la cual fue muerto él y toda su gente
por el gran esfuerzo y valentía de Lautaro
o Canto IV
Vienen
catorce españoles por concierto a juntarse con Valdivia en la fuerza de
Tucapel: hallan los indios en una emboscada, con los cuales tuvieron un
porfiado recuentro: llega Lautaro con gente de refresco: mueren siete españoles
y todos los amigos que llevan: escápanse los otros por una gran ventura
o Canto V
Contiénese
la reñida batalla que entre los españoles y araucanos hubo en la cuesta de
Andalicán, donde por la astucia de Lautaro y el demasiado trabajo de los
españoles, fueron los nuestros desbaratados, y muertos más de la mitad de
ellos, juntamente con tres mil indios amigos
o Canto VI
Prosigue la
comenzada batalla, con las extrañas y diversas muertes que los araucanos
ejecutaron en los vencidos, y la poca piedad que con los niños y mujeres
usaron, pasándolos todos a cuchillo
o Canto VII
Llegan los
españoles a la ciudad de la Concepción hechos pedazos, cuentan el destrozo y
pérdida de nuestra gente, y vista la poca que para resistir tan gran pujanza de
enemigos en la ciudad había, y las muchas mujeres, niños y viejos que dentro
estaban, se retiran en la ciudad de Santiago. Asimismo en este canto se
contiene el saco, incendio y ruina de la ciudad de la Concepción
o Canto VIII
Júntanse los
caciques y señores principales a consejo general en el valle de Arauco. Mata
Tucapel al cacique Puchecalco, y Caupolicán viene con poderoso ejército sobre
la ciudad Imperial, fundada en el valle de Cautén
o Canto IX
Llegan los
araucanos a tres leguas de la Imperial con grueso ejército: no ha efeto su
intención por permisión divina. Dan vuelta a sus tierras, adonde les vino nueva
que los españoles estaban en el asiento de Penco reedificando la ciudad de la
Concepción; vienen sobre los españoles, y hubo entre ellos una recia batalla
o Canto X
Ufanos los
araucanos de las vitorias habidas, ordenan unas fiestas generales, donde
concurrieron diversas gentes así extranjeras como naturales, entre los cuales
hubo grandes pruebas y diferencias
o Canto XI
Acábanse las
fiestas y diferencias, y caminando Lautaro sobre la ciudad de Santiago, antes
de llegar a ella hace un fuerte, en el cual metido, vienen los españoles sobre
él, donde tuvieron una recia batalla
o Canto XII
Recogido
Lautaro en su fuerte, no quiere seguir la vitoria por entretener a los
españoles. Pasa ciertas razones con él Marco Veaz, por las cuales Pedro de
Villagrán viene a entender el peligroso punto en que estaba, y levantando su
campo se retira. Viene el marqués de Cañete a la ciudad de Los Reyes en el Perú
o Canto XIII
Hecho el
Marqués de Cañete el castigo en el Perú, llegan mensajeros de Chile a pedirle
socorro; el cual, vista ser su demanda importante y justa, se le envía grande
por mar y por tierra. También contiene al cabo este canto como Francisco de
Villagrán, guiado por un indio, viene sobre Lautaro
o Canto XIV
Llega
Francisco de Villagrán de noche sobre el fuerte de los enemigos sin ser dellos
sentido: da al amanecer súbito en ellos, y a la primera refriega muere Lautaro.
Trábase la batalla con harta sangre de una parte y de otra
o Canto XV
En este
quinceno y último canto se acaba la batalla en la cual fueron muertos todos los
araucanos, sin querer alguno dellos rendirse. Y se cuenta la navegación que las
naos del Perú hicieron hasta llegar a Chile; y la grande tormenta que entre el
río Maule y el puerto de la Concepción pasaron
Prólogo
Si pensara que el trabajo que he puesto
en esta obra me había de quitar tan poco el miedo de publicarla, sé cierto de
mí que no tuviera ánimo para llevarla al cabo. Pero considerando ser la
historia verdadera y de cosas de guerra, a las cuales hay tantos aficionados,
me he resuelto en imprimirla, ayudando a ello las importunaciones de muchos
testigos que en lo de más dello se hallaron, y el agravio que algunos españoles
recibirían quedando sus hazañas en perpetuo silencio, faltando quien las
escriba; no por ser ellas pequeñas, pero porque la tierra es tan remota y
apartada y la postrera que los españoles han pisado por la parte del Perú, que
no se puede tener della casi noticia, y por el mal aparejo y poco tiempo que
para escrebir hay con la ocupación de la guerra, que no da lugar a ello; y así
el que pude hurtar le gasté en este libro, el cual porque fuese más cierto y
verdadero se hizo en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios,
escribiendo muchas veces en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas,
algunos tan pequeños que apenas cabían seis versos, que no me costó después
poco trabajo juntarlos; y por esto, y por la humildad con que va la obra, como
criada en tan pobres pañales, acompañándola el celo y la intención con que se
hizo, espero que será parte para poder sufrir quien la leyere las faltas que
lleva. Y si a alguno le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de
los araucanos, tratando sus cosas y valentías más extendidamente de lo que para
bárbaros se requiere; si queremos mirar su crianza, costumbres, modos de guerra
y ejercicio della, veremos que muchos no les han hecho ventaja, y que son pocos
los que con tal constancia y firmeza han defendido su tierra contra tan fieros
enemigos como son los españoles. Y cierto es cosa de admiración que, no
poseyendo los araucanos más de veinte leguas de término, sin tener en todo él
pueblo formado, ni muro, ni casa fuerte para su reparo, ni armas, a lo menos
defensivas, que la prolija guerra y españoles las han gastado y consumido, y en
tierra no áspera, rodeada de tres pueblos españoles y dos plazas fuertes en
medio della, con puro valor y porfiada determinación hayan redimido y
sustentado su libertad, derramando en sacrificio della tanta sangre así suya
como de españoles, que con verdad se puede decir haber pocos lugares que no
estén della teñidos y poblados de huesos; no faltando a los muertos quien les
suceda en llevar su opinión adelante; pues los hijos, ganosos de la venganza de
sus muertos padres, con la natural rabia que los mueve y el valor que dellos
heredaron, acelerando el curso de los años, antes de tiempo tomando las armas,
se ofrecen al rigor de la guerra; y es tanta la falta de gente por la mucha que
ha muerto en esta demanda, que, para hacer más cuerpo y henchir los
escuadrones, vienen también las mujeres a la guerra, y peleando algunas veces como
varones, se entregan con grande ánimo a la muerte. Todo esto he querido traer
para prueba y en abono del valor destas gentes, digno de mayor loor del que yo
le podré dar con mis versos. Y pues, como dije arriba, hay agora en España
cantidad de personas que se hallaron en muchas cosas de las que aquí escribo, a
ellos remito la defensa de mi obra en esta parte, y a los que la leyeren se la
encomiendo.
Declaración
de algunas cosas de esta obra
Porque hay
en este libro algunas cosas y vocablos que por ser de indios no se dejan bien
entender, me pareció declararlas aquí para que fácilmente se entiendan.
Angol. Valle donde los españoles poblaron
una ciudad, y le pusieron por nombre Los confines de Angol.
Apó. Señor o capitán absoluto de otros.
Arauco (el Estado de). Es una provincia
pequeña de veinte leguas de largo y siete de ancho poco más o menos, la cual ha
sido la más belicosa de todas las Indias; y por esto es llamado el Estado
indómito. Llámanse los indios de él Araucanos, tomando el nombre de la
provincia.
Arcabuco. Espesura grande de árboles
altos y boscaje.
Bohío. Es una casa pajiza grande, de sola
una pieza sin alto.
Cacique. Quiere decir señor de vasallos,
que tiene gente a su cargo. Los caciques toman el nombre de los valles de donde
son señores, y de la misma manera los hijos o sucesores que suceden en ellos:
declárase esto porque los que mueren en la guerra se oirán después nombrar en
otra batalla; entiéndase que son los hijos o sucesores de los muertos.
Caupolicán. Fue hijo de Leocán, y Lautaro hijo de Pillán. Declaro esto,
porque como son capitanes señalados, de los cuales la historia hace muchas
veces mención, por no poner tantas veces sus nombres, me aprovecho de los de
los de sus padres.
Cautén. Es un valle hermosísimo y fértil,
donde los españoles fundaron la más próspera ciudad que ha habido en aquellas
partes, la cual tenía trescientos mil indios casados de servicio: llamáronla La
Imperial, porque, cuando entraron los españoles en aquella provincia, hallaron
sobre todas las puertas y tejados águilas imperiales de dos cabezas hechas de
palo, a manera de timbre de armas; que cierto es extraña cosa y de notar, pues
jamás en aquella tierra se ha visto ave con dos cabezas.
Coquimbo. Es el primer valle de Chile
donde pobló el capitán Valdivia un pueblo que le llamó La Serena, por ser él
natural de La Serena: tiene un muy buen puerto de mar, y llámase también el
pueblo Coquimbo, tomando el nombre del valle.
Chaquiras. Son unas cuentas muy menudas a
manera de aljófar, que las hallan por las marinas, y cuanto más menudas, son
más preciadas: labran y adornan con ellas sus llautos, y las mujeres sus
hinchos, que son como una cinta angosta que les ciñe la cabeza por la frente a
manera de bicos o ciertas puntillas de oro que se ponían en los birretes de
terciopelo con que antiguamente se cubría la cabeza: andan siempre en cabello,
y suelto por los hombros y espalda.
Chile. Es una provincia grande que
contiene en sí otras muchas provincias: nómbrase Chile por un valle principal
llamado así: fue sujeto al Inga rey del Perú, de donde le traían cada año gran
suma de oro, por lo cual los españoles tuvieron noticia deste valle; y cuando
entraron en la tierra, como iban en demanda del valle de Chile, llamaron Chile
a toda la provincia hasta el estrecho de Magallanes.
Eponamón. Es nombre que dan al demonio,
por el cual juran cuando quieren obligarse infaliblemente a cumplir lo que
prometen.
Jota. Véase Ojota.
Llauto. Es un trocho o rodete redondo,
ancho de dos dedos, que ponen en la frente y les ciñe la cabeza: son labrados
de oro y chaquira con muchas piedras y dijes en ellos, en los cuales asientan
las plumas o penachos de que ellos son muy amigos: no los traen en la guerra,
porque entonces usan celadas.
Mapochó. Es un hermoso valle donde los
españoles poblaron la ciudad de Santiago, y llámase asimismo el pueblo Mapochó.
Mita. Es la carga o tributo que trae el
indio tributario.
Mitayo. Es el indio que la lleva o trae.
Ojota, y por contracción jota. Especie de
calzado que usaban las indias, el cual era a modo de los alpargates de España.
Dábalas el novio a la novia al tiempo de casarse: si era doncella se las daba
de lana, y si no, de esparto.
Paco. Especie de carnero que se cría en
Indias, algo mayor que el común. Son muy lanudos y tienen el cuello muy largo.
Son de varios colores, blancos, negros o pardos. Es animal muy útil y
provechoso, porque su carne es sabrosa y mantiene mucho. Sirve para el tráfico
y conducción de las mercaderías y géneros que se llevan de una parte a otra.
Los pacos a veces se enojan y aburren con la carga, y échanse con ella, sin
remedio de hacerlos levantar.
Pálla. Es lo que llamamos nosotros
señora: pero entre ellos no alcanza este nombre sino a la noble de linaje, y
señora de muchos vasallos y hacienda.
Penco. Es un valle muy pequeño y no
llano, pero porque es puerto de mar poblaron en él los españoles una ciudad, la
cual llamaron La Concepción.
Puelches. Se llaman los indios serranos,
los cuales son fortísimos y ligeros, aunque de menos entendimiento que los
otros.
Valdivia. Es un pueblo bueno y
provechoso: tiene un puerto de mar por un río arriba, tan seguro, que varan las
naos en tierra, y está fundado no muy lejos de un gran lago, al cual y a la
ciudad llamó Valdivia de su nombre. Entiéndese que cuando se fundaron estos
pueblos era Valdivia capitán general de los españoles, y a él se atribuye la
gloria del descubrimiento y población de Chile.
Vicuña. Cabra montés que se cría en
Indias: no tiene cuernos y es más alta de cuerpo que una cabra por grande que
sea. Su lana es finísima y nunca pierde el color.
Villa-Rica. Es otro pueblo que fundaron
los españoles a la ribera de un lago pequeño cerca de dos volcanes, que lanzan
a tiempos tanto fuego y tan alto que acontece llover en el pueblo ceniza.
Yanacónas. Son indios mozos amigos que
sirven a los españoles, andan en su traje, y algunos muy bien tratados, que se
precian mucho de policía en su vestido: pelean a las veces en favor de sus
amos, y algunos animosamente, en especial cuando los españoles dejan los
caballos y pelean a pie, porque en las retiradas los suelen dejar en las manos
de los enemigos, que los matan cruelísimamente.
Canto I
El cual
declara el asiento y descripción de la provincia de Chile y Estado de Arauco,
con las costumbres y modos de guerra que los naturales tienen; y asimismo trata
en suma la entrada y conquista que los españoles hicieron hasta que Arauco se
comenzó a rebelar.
No las damas, amor, no gentilezas
de
caballeros canto enamorados;
ni las
muestras, regalos ni ternezas
de amorosos
afectos y cuidados:
mas el
valor, los hechos, las proezas
5
de aquellos
españoles esforzados,
que a la
cerviz de Arauco, no domada,
pusieron
duro yugo por la espada.
Cosas diré también harto notables
de gente que
a ningún rey obedecen,
10
temerarias
empresas memorables
que
celebrarse con razón merecen;
raras
industrias, términos loables
que más los
españoles engrandecen;
pues no es
el vencedor más estimado
15
de aquello
en que el vencido es reputado.
Suplícoos, gran Felipe, que mirada
esta labor,
de vos sea recebida,
que, de todo
favor necesitada,
queda con
darse a vos favorecida:
20
es relación
sin corromper, sacada
de la
verdad, cortada a su medida;
no
despreciéis el don, aunque tan pobre,
para que
autoridad mi verso cobre.
Quiero a señor tan alto dedicarlo,
25
porque este
atrevimiento lo sostenga,
tomando esta
manera de ilustrarlo,
para que
quien lo viere en más lo tenga:
y si esto no
bastare a no tacharlo,
a lo menos
confuso se detenga,
30
pensando
que, pues va a vos dirigido,
que debe de
llevar algo escondido.
Y haberme en vuestra casa yo criado,
que crédito
me da por otra parte,
hará mi
torpe estilo delicado,
35
y lo que va
sin orden lleno de arte:
así, de
tantas cosas animado,
la pluma
entregaré al furor de Marte;
dad orejas,
Señor, a lo que digo,
que soy de
parte de ello buen testigo.
40
Chile, fértil provincia, y señalada
en la región
antártica famosa,
de remotas
naciones respetada
por fuerte,
principal y poderosa,
la gente que
produce es tan granada,
45
tan
soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha
sido por rey jamás regida,
ni a
extranjero dominio sometida.
Es Chile Norte Sur de gran longura,
costa del
nuevo mar del Sur llamado;
50
tendrá del
Este al Oeste de angostura
cien millas,
por lo más ancho tomado,
bajo del
polo Antártico en altura
de veinte y
siete grados, prolongado
hasta do el
mar Océano y Chileno
55
mezclan sus
aguas por angosto seno.
Y estos dos anchos mares, que pretenden,
pasando de
sus términos, juntarse,
baten las
rocas y sus olas tienden;
mas esles
impedido el allegarse;
60
por esta
parte al fin la tierra hienden
y pueden por
aquí comunicarse:
Magallanes,
Señor, fue el primer hombre
que,
abriendo este camino, le dio nombre.
Por falta de piloto, o encubierta
65
causa, quizá
importante y no sabida,
esta secreta
senda descubierta
quedó para
nosotros escondida:
ora sea
yerro de la altura cierta,
ora que
alguna isleta removida
70
del
tempestuoso mar y viento airado,
encallando
en la boca, la ha cerrado.
Digo que Norte Sur corre la tierra,
y baña la
del Oeste la marina;
a la banda
del Este va una sierra
75
que el mismo
rumbo mil leguas camina:
en medio es
donde el punto de la guerra
por uso y
ejercicio más se afina:
Venus y Amor
aquí no alcanzan parte;
sólo domina
el iracundo Marte.
80
Pues en este distrito demarcado,
por donde su
grandeza es manifiesta,
está a
treinta y seis grados el Estado
que tanta
sangre extraña y propia cuesta:
éste es el
fiero pueblo no domado
85
que tuvo a
Chile en tal estrecho puesta,
y aquel que
por valor y pura guerra
hace en
torno temblar toda la tierra.
Es Arauco, que basta, el cual sujeto
lo más de
este gran término tenía,
90
con tanta
fama, crédito y conceto
que del un
polo al otro se extendía:
y puso al
español en tal aprieto
cual presto
se verá en la carta mía:
veinte
leguas contienen sus mojones,
95
poséenla
diez y seis fuertes varones.
De diez y seis caciques y señores
es el
soberbio estado poseído,
en militar
estudio los mejores
que de
bárbaras madres han nacido:
100
reparo de su
patria y defensores,
ninguno en
el gobierno preferido;
otros
caciques hay, mas por valientes
son éstos en
mandar los preeminentes.
Sólo al señor de imposición le viene
105
servicio
personal de sus vasallos,
y en
cualquiera ocasión cuando conviene
puede por
fuerza al débito apreamiallos;
pero así
obligación el señor tiene
en las cosas
de guerra doctrinallos,
110
con tal uso,
cuidado y diciplina,
que son
maestros después de esta doctrina.
En lo que usan los niños, en teniendo
habilidad y
fuerza provechosa,
es que un
trecho seguido han de ir corriendo
115
por una
áspera cuesta pedregosa;
y al puesto
y fin del curso revolviendo
le dan al
vencedor alguna cosa:
vienen a ser
tan sueltos y alentados
que alcanzan
por aliento los venados.
120
Y desde la niñez al ejercicio
los apremian
por fuerza y los incitan,
y en el
bélico estudio y duro oficio,
entrando en
más edad, los ejercitan:
si alguno de
flaqueza da un indicio,
125
del uso
militar lo inhabilitan;
y al que
sale en las armas señalado
conforme a
su valor le dan el grado.
Los cargos de la guerra y preeminencia
no son por
flacos medios proveídos,
130
ni van por
calidad, ni por herencia,
ni por
hacienda y ser mejor nacidos;
mas la
virtud del brazo y la excelencia,
ésta hace
los hombres preferidos;
ésta
ilustra, habilita, perficiona
135
y quilata el
valor de la persona.
Los que están a la guerra dedicados
no son a
otro servicio constreñidos,
del trabajo
y labranza reservados
y de la
gente baja mantenidos:
140
pero son por
las leyes obligados
de estar a
punto de armas proveídos,
y a saber
diestramente gobernallas
en las
lícitas guerras y batallas.
Las armas dellos más ejercitadas
145
son picas,
alabardas y lanzones,
con otras
puntas largas enhastadas
de la fación
y forma de punzones:
hachas,
martillos, mazas barreadas,
dardos,
sargentas, flechas y bastones,
150
lazos de
fuertes mimbres y bejucos,
tiros
arrojadizos y trabucos.
Algunas destas armas han tomado
de los
cristianos nuevamente agora,
que el
continuo ejercicio y el cuidado
155
enseña y
aprovecha cada hora;
y otras,
según los tiempos, inventado,
que es la
necesidad grande inventora,
y el trabajo
solícito en las cosas,
maestro de
invenciones prodigiosas.
160
Tienen fuertes y dobles coseletes,
arma común a
todos los soldados,
y otros a la
manera de sayetes,
que son,
aunque modernos, más usados:
grevas,
brazales, golas, capacetes
165
de diversas
hechuras encajados,
hechos de
piel curtida y duro cuero,
que no basta
ofenderle el fino acero.
Cada soldado una arma solamente
ha de
aprender y en ella ejercitarse,
170
y es aquella
a que más naturalmente
en la niñez
mostrare aficionarse:
desta sola
procura diestramente
saberse
aprovechar, y no empacharse
en jugar de
la pica el que es flechero,
175
ni de la
maza y flechas el piquero.
Hacen su campo, y muéstranse en formados
escuadrones
distintos muy enteros,
cada hila de
más de cien soldados,
entre una
pica y otra los flecheros,
180
que de lejos
ofenden desmandados
bajo la
protección de los piqueros,
que van
hombro con hombro, como digo,
hasta medir
a pica al enemigo.
Si el escuadrón primero que acomete
185
por fuerza
viene a ser desbaratado,
tan presto a
socorrerle otro se mete,
que casi no
da tiempo a ser notado;
si aquél se
desbarata, otro arremete,
y estando ya
el primero reformado,
190
moverse de
su término no puede
hasta ver lo
que al otro le sucede.
De pantanos procuran guarnecerse
por el daño
y temor de los caballos,
donde suelen
a veces acogerse,
195
si viene a
suceder desbaratallos:
allí pueden
seguros rehacerse,
ofenden sin
que puedan enojallos;
que el falso
sitio y gran inconveniente
impide la
llegada a nuestra gente.
200
Del escuadrón se van adelantando
los bárbaros
que son sobresalientes,
soberbios
cielo y tierra despreciando,
ganosos de
extremarse por valientes;
las picas
por los cuentos arrastrando,
205
poniéndose
en posturas diferentes,
diciendo:
"Si hay valiente algún cristiano
salga luego
adelante mano a mano."
Hasta treinta o cuarenta en compañía,
ambiciosos
de crédito y loores,
210
vienen con
grande orgullo y bizarría
al son de
presurosos atambores:
las armas
matizadas a porfía
con varias y
finísimas colores;
de poblados
penachos adornados
215
saltando acá
y allá por todos lados.
Hacen fuerzas o fuertes cuando entienden
ser el lugar
y sitio en su provecho,
o si ocupar
un término pretenden,
o por algún
aprieto y grande estrecho,
220
de do más a
su salvo se defienden,
y salen de
rebato a caso hecho,
recogiéndose
a tiempo al sitio fuerte,
que su forma
y hechura es desta suerte.
Señalado el lugar, hecha la traza,
225
de poderosos
árboles labrados
cercan una
cuadrada y ancha plaza
en valientes
estacas afirmados,
que a los de
fuera impide y embaraza
la entrada y
combatir, porque, guardados
230
del muro los
de dentro, fácilmente
de mucha se
defiende poca gente.
Solían antiguamente de tablones
hacer dentro
del fuerte otro apartado,
puestos de
trecho a trecho unos troncones
235
en los
cuales el muro iba fijado
con cuatro
levantados torreones
a caballero
del primer cercado,
de pequeñas
troneras lleno el muro,
para jugar
sin miedo y más seguro.
240
En torno desta plaza poco trecho
cercan de
espesos hoyos por de fuera:
cual es
largo, cual ancho, y cual estrecho;
y así van,
sin faltar desta manera,
para el
incauto mozo que de hecho
245
apresura el
caballo en la carrera
tras el
astuto bárbaro engañoso,
que le mete
en el cerco peligroso.
También suelen hacer hoyos mayores
con estacas
agudas en el suelo,
250
cubiertos de
carrizo, yerba y flores,
porque
puedan picar más sin recelo:
allí los
indiscretos corredores,
teniendo
sólo por remedio el cielo,
se sumen
dentro y quedan enterrados
255
en las
agudas puntas estacados.
De consejo y acuerdo una manera
tienen de
tiempo antiguo acostumbrada;
que es hacer
un convite y borrachera
cuando
sucede cosa señalada:
260
y así
cualquier señor que la primera
nueva del
tal suceso le es llegada,
despacha con
presteza embajadores
a todos los
caciques y señores;
haciéndoles saber como se ofrece
265
necesidad y
tiempo de juntarse,
pues a todos
les toca y pertenece,
que es bien
con brevedad comunicarse:
según el
caso, así se lo encarece,
y el daño
que se sigue dilatarse;
270
lo cual,
visto que a todos les conviene,
ninguno
venir puede que no viene.
Juntos, pues, los caciques del senado
propóneles
el caso nuevamente;
el cual por
ellos visto y ponderado,
275
se trata del
remedio conveniente;
y resueltos
en uno, y decretado,
si alguno de
opinión es diferente,
no puede en
cuanto al débito eximirse,
que allí la
mayor voz ha de seguirse.
280
Después que cosa en contra no se halla,
se va el
nuevo decreto declarando
por la gente
común y de canalla,
que alguna
novedad está aguardando:
si viene a
averiguarse por batalla,
285
con gran
rumor lo van manifestando
de trompas y
atambores altamente,
porque a
noticia venga de la gente.
Tienen un plazo puesto y señalado
para se ver
sobre ello y remirarse,
290
tres días se
han de haber ratificado
en la
difinición sin retractarse:
y el franco
y libre término pasado,
es de ley
imposible revocarse;
y así como a
forzoso acaecimiento,
295
se disponen
al nuevo movimiento.
Hácese este concilio en un gracioso
asiento en
mil florestas escogido,
donde se
muestra el campo más hermoso
de infinidad
de flores guarnecido;
300
allí de un
viento fresco y amoroso
los árboles
se mueven con ruïdo,
cruzando
muchas veces por el prado
un claro
arroyo limpio y sosegado,
do una fresca y altísima alameda
305
por orden y
artificio tienen puesta
en torno de
la plaza, y ancha rueda
capaz de
cualquier junta y grande fiesta,
que convida
a descanso, y al Sol veda
la entrada y
paso en la enojosa siesta:
310
allí se oye
la dulce melodía
del canto de
las aves y armonía.
Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta
a aquel que
fue del cielo derribado,
que como a
poderoso y gran profeta
315
es siempre
en sus cantares celebrado:
invocan su
furor con falsa seta
y a todos
sus negocios es llamado,
teniendo
cuanto dice por seguro
del próspero
suceso o mal futuro.
320
Y cuando quieren dar una batalla
con él lo
comunican en su rito,
si no
responde bien, dejan de dalla,
aunque más
les insista el apetito;
caso grave o
negocio no se halla
325
do no sea
convocado este maldito;
llámanle
Eponamón, y comúnmente
dan este
nombre a alguno si es valiente.
Usan el falso oficio de hechiceros,
ciencia a
que naturalmente se inclinan,
330
en señales
mirando y en agüeros,
por las
cuales sus cosas determinan:
veneran a
los necios agoreros
que los casos
futuros adivinan;
el agüero
acrecienta su osadía,
335
y les
infunde miedo o cobardía.
Algunos de estos son predicadores,
tenidos en
sagrada reverencia,
que sólo se
mantienen de loores,
y guardan
vida estrecha y abstinencia:
340
éstos son
los que ponen en errores
al liviano
común con su elocuencia,
teniendo por
tan cierta su locura
como nos la
evangélica escritura.
Y éstos que guardan orden algo estrecha
345
no tienen
ley, ni Dios, ni que hay pecados;
mas sólo
aquel vivir les aprovecha
de ser por
sabios hombres reputados:
pero la
espada, lanza, el arco y flecha
tienen por
mejor ciencia otros soldados;
350
diciendo que
el agüero alegre o triste
en la fuerza
y el ánimo consiste.
En fin, el hado y clima de esta tierra,
si su
estrella y pronóstico se miran,
es
contienda, furor, discordia, guerra,
355
y a sólo
esto los ánimos aspiran:
todo su bien
y mal aquí se encierra;
son hombres
que de súbito se aíran,
de
condiciones feroces, impacientes,
amigos de
domar extrañas gentes.
360
Son de gestos robustos, desbarbados,
bien
formados los cuerpos y crecidos,
espaldas
grandes, pechos levantados,
recios
miembros, de nervios bien fornidos;
ágiles,
desenvueltos, alentados,
365
animosos,
valientes, atrevidos,
duros en el
trabajo, y sufridores
de fríos
mortales, hambres y calores.
No ha habido rey jamás que sujetase
esta
soberbia gente libertada,
370
ni
extranjera nación que se jactase
de haber
dado en sus términos pisada;
ni comarcana
tierra que se osase
mover en
contra y levantar espada:
siempre fue
exenta, indómita, temida,
375
de leyes
libre y de cerviz erguida.
El potente rey Inga, aventajado
en todas las
antárticas regiones,
fue un señor
en extremo aficionado
a ver y
conquistar nuevas naciones;
380
y por la
gran noticia del estado
a Chile
despachó sus Orejones;
mas la
parlera fama de esta gente
la sangre
les templó y ánimo ardiente.
Pero los nobles Ingas valerosos
385
los
despoblados ásperos rompieron,
y en Chile
algunos pueblos belicosos
por fuerza a
servidumbre redujeron:
a do leyes y
edictos trabajosos
con dura
mano armada introdujeron,
390
haciéndoles
con fueros disolutos
pagar
grandes subsidios y tributos.
Dado asiento en la tierra y reformado
el campo con
ejército pujante,
en demanda
del reino deseado
395
movieron sus
escuadras adelante:
no hubieron
muchas millas caminado,
cuando
entendieron que era semejante
el valor a
la fama que alcanzada
tenía el
pueblo araucano por la espada.
400
Los Promaucaes de Maule, que supieron
el vano
intento de los Ingas vanos,
al paso y
duro encuentro les salieron,
no menos en
buen orden que lozanos;
y las cosas
de suerte sucedieron
405
que,
llegando estas gentes a las manos,
murieron
infinitos Orejones,
perdiendo el
campo y todos los pendones.
Los indios Promaucaes es una gente
que está
cien millas antes del estado,
410
brava,
soberbia, próspera y valiente,
que bien los
españoles la han probado:
pero con
cuanto digo, es diferente
de la fiera
nación, que, cotejado
el valor de
las armas y excelencia,
415
es grande la
ventaja y diferencia.
Los Ingas, que la fuerza conocían
que en la
provincia indómita se encierra,
y cuán poco
a los brazos ganarían
llegada al
cabo la empezada guerra;
420
visto el
errado intento que traían,
desamparando
la ganada tierra,
volvieron a
los pueblos que dejaron
donde por
algún tiempo reposaron.
Pues don Diego de Almagro, Adelantado,
425
que en otras
mil conquistas se había visto,
por sabio en
todas ellas reputado,
animoso,
valiente, franco y quisto,
a Chile
caminó determinado
de extender
y ensanchar la fe de Cristo;
430
pero en
llegando al fin de este camino
dar en breve
la vuelta le convino.
A sólo el de Valdivia esta victoria
con justa y
gran razón le fue otorgada,
y es bien
que se celebre su memoria,
435
pues pudo
adelantar tanto su espada:
éste alcanzó
en Arauco aquella gloria,
que de nadie
hasta allí fuera alcanzada;
la altiva
gente al grave yugo trujo,
y en
opresión la libertad redujo.
440
Con una espada y capa solamente,
ayudado de industria
que tenía,
hizo con
brevedad de buena gente
una lucida y
gruesa compañía;
y con
designio y ánimo valiente
445
toma de
Chile la derecha vía,
resuelto en
acabar de esta salida
la demanda
difícil o la vida.
Viose en el largo y áspero camino
por la
hambre, sed y frío en gran estrecho;
450
pero con la
constancia que convino
puso al
trabajo el animoso pecho:
y el diestro
hado y próspero destino
en Chile le
metieron, a despecho
de cuantos
estorbarlo procuraron,
455
que en su
daño las armas levantaron.
Tuvo a la entrada con aquellas gentes
batallas y
rencuentros peligrosos,
en tiempos y
lugares diferentes,
que
estuvieron los fines bien dudosos;
460
pero al cabo
por fuerza los valientes
españoles,
con brazos valerosos,
siguiendo el
hado y con rigor la guerra,
ocuparon
gran parte de la tierra.
No sin gran riesgo y pérdidas de vidas
465
asediados
seis años sostuvieron,
y de
incultas raíces desabridas
los
trabajados cuerpos mantuvieron,
do a las
bárbaras armas oprimidas
a la
española devoción trujeron,
470
por ánimo
constante y raras pruebas
criando en
los trabajos fuerzas nuevas.
Después entró Valdivia conquistando
con esfuerzo
y espada rigurosa,
los
Promaucaes por fuerza sujetando,
475
Curios,
Cauquenes, gente belicosa;
y, el Maule
y raudo Itata atravesando,
llegó al
Andaliën, do la famosa
ciudad fundó
de muros levantada,
felice en
poco tiempo y desdichada.
480
Una batalla tuvo aquí sangrienta
donde a
punto llegó de ser perdido:
pero Dios le
acorrió en aquella afrenta;
que en todas
las demás le había acorrido:
otros dello
darán más larga cuenta,
485
que les está
este cargo cometido;
allí fue
preso el bárbaro Ainavillo,
honor de los
Pencones y caudillo.
De allí llegó al famoso Biobío,
el cual
divide a Penco del estado,
490
que del
Nibequetén, copioso río,
y de otros
viene al mar acompañado;
de donde con
presteza y nuevo brío,
en orden
buena y escuadrón formado
pasó de
Andalicán la áspera sierra,
495
pisando la
araucana y fértil tierra.
No quiero detenerme más en esto,
pues que no
es mi intención dar pesadumbre;
y así pienso
pasar por todo presto,
huyendo de
importunos la costumbre:
500
digo con tal
intento y presupuesto
que antes
que los de Arauco a servidumbre
viniesen,
fueron tantas las batallas,
que dejo por
prolijas de contallas.
Ayudó mucho el ignorante engaño
505
de ver en
animales corregidos
hombres que
por milagro y caso extraño
de la región
celeste eran venidos:
y del súbito
estruendo y grave daño
de los tiros
de pólvora sentidos,
510
como a
inmortales dioses los temían,
que con
ardientes rayos combatían.
Los españoles hechos hazañosos
el error
confirmaban de inmortales,
afirmando
los más supersticiosos,
515
por los
presentes los futuros males:
y así
tibios, suspensos y dudosos,
viendo de su
opresión claras señales,
debajo de
hermandad y fe jurada
dio Arauco
la obediencia jamás dada.
520
Dejando allí el seguro suficiente
adelante los
nuestros caminaron;
pero todas
las tierras llanamente,
viendo
Arauco sujeta, se entregaron;
y reduciendo
a su opinión gran gente,
525
siete
ciudades prósperas fundaron,
Coquimbo,
Penco, Angol y Santiago,
La Imperial,
Villa-Rica, y la del Lago.
El felice suceso, la victoria,
la fama y
posesiones que adquirían
530
los trujo a
tal soberbia y vanagloria,
que en mil
leguas diez hombres no cabían;
sin pasarles
jamás por la memoria
que en siete
pies de tierra al fin habían
de venir a
caber sus hinchazones,
535
su gloria
vana y vanas pretensiones.
Crecían los intereses y malicia,
a costa del
sudor y daño ajeno,
y la
hambrienta y mísera codicia
con libertad
paciendo iba sin freno:
540
la ley,
derecho, el fuero y la justicia
era lo que
Valdivia había por bueno,
remiso en
graves culpas y piadoso,
y en los
casos livianos riguroso.
Así el ingrato pueblo Castellano,
545
en mal y
estimación iba creciendo,
y siguiendo
el soberbio intento vano
tras su
fortuna próspera corriendo:
pero el
Padre del cielo soberano
atajó este
camino, permitiendo
550
que aquel a
quien él mismo puso el yugo
fuese el
cuchillo y áspero verdugo.
El estado araucano acostumbrado
a dar leyes,
mandar y ser temido,
viéndose de
su trono derribado,
555
y de
mortales hombres oprimido;
de adquirir
libertad determinado,
reprobando
el subsidio padecido,
acude al
ejercicio de la espada,
ya por la
paz ociosa desusada.
560
Dieron señal primero y nuevo tiento
(por ver con
qué rigor se tomaría)
en dos
soldados nuestros, que a tormento
mataron sin
razón y causa un día:
disimulose
aquel atrevimiento,
565
y con esto
crecioles la osadía;
no
aguardando a más tiempo, abiertamente
comienzan a
llamar y juntar gente.
Principio fue del daño no pensado
el no tomar
Valdivia presta enmienda
570
con ejemplar
castigo del estado;
pero nadie
castiga en su hacienda:
el pueblo
sin temor desvergonzado
con nueva
libertad rompe la rienda
del homenaje
hecho y la promesa,
575
como el
segundo canto aquí lo expresa.
Canto II
Pónese la
discordia que entre los caciques de Arauco hubo sobre la elección de capitán
general, y el medio que se tomó por el consejo del cacique Colocolo, con la
entrada que por engaño los bárbaros hicieron en la casa fuerte de Tucapel y la
batalla que con los españoles tuvieron.
Muchos hay en el mundo que han llegado
a la
engañosa alteza desta vida,
que Fortuna
los ha siempre ayudado
y dádoles la
mano a la subida,
para,
después de haberlos levantado,
5
derribarlos
con mísera caïda,
cuando es
mayor el golpe y sentimiento
y menos el
pensar que hay mudamiento.
No entienden con la próspera bonanza
que el
contento es principio de tristeza,
10
ni miran en
la súbita mudanza
del
consumidor tiempo y su presteza:
mas con
altiva y vana confianza
quieren que
en su fortuna haya firmeza;
la cual, de
su aspereza no olvidada,
15
revuelve con
la vuelta acostumbrada.
Con un revés de todo se desquita,
que no
quiere que nadie se le atreva,
y mucho más
que da siempre les quita,
no
perdonando cosa vieja o nueva:
20
de crédito y
de honor los necesita,
que en el
fin de la vida está la prueba,
por el cual
han de ser todos juzgados,
aunque
lleven principios acertados.
Del bien perdido al cabo ¿qué nos queda
25
sino pena,
dolor y pesadumbre?
Pensar que
en él Fortuna ha de estar queda,
antes dejara
el sol de darnos lumbre:
que no es su
condición fijar la rueda,
y es malo de
mudar vieja costumbre.
30
El más
seguro bien de la Fortuna
es no
haberla tenido vez alguna.
Esto verse podrá por esta historia:
ejemplo
dello aquí puede sacarse,
que no bastó
riqueza, honor y gloria,
35
con todo el
bien que puede desearse,
a llevar
adelante la victoria;
que el claro
cielo al fin vino a turbarse,
mudando la
Fortuna en triste estado
el curso y
orden próspera del Hado.
40
La gente nuestra ingrata se hallaba
en la
prosperidad que arriba cuento,
y en otro
mayor bien, que me olvidaba,
hallado en
pocas casas, que es contento:
de tal
manera en él se descuidaba
45
(cierta
señal de triste acaecimiento)
que en una
hora perdió el honor y estado
que en mil
años de afán había ganado.
Por dioses, como dije, eran tenidos
de los
indios los nuestros; pero olieron
50
que de mujer
y hombre eran nacidos,
y todas sus
flaquezas entendieron:
viéndolos a
miserias sometidos,
el error
ignorante conocieron,
ardiendo en
viva rabia avergonzados
55
por verse de
mortales conquistados.
No queriendo a más plazo diferirlo,
entre ellos
comenzó luego a tratarse
que, para en
breve tiempo concluirlo
y dar el
modo y orden de vengarse,
60
se junten a
consulta a difinirlo,
do venga la
sentencia a pronunciarse,
dura,
ejemplar, cruël, irrevocable,
horrenda a
todo el mundo y espantable.
Iban ya los caciques ocupando
65
los campos
con la gente que marchaba,
y no fue
menester general bando,
que el deseo
de guerra los llamaba
sin
promesas, ni pagas, deseando
el esperado
tiempo, que tardaba,
70
para el
decreto y áspero castigo,
con muerte y
destrucción del enemigo.
De algunos que en la junta se hallaron
es bien que
haya memoria de sus nombres,
que, siendo
incultos bárbaros, ganaron
75
con no poca
razón claros renombres:
pues en tan
breve término alcanzaron
grandes
victorias de notables hombres,
que de ellas
darán fe los que vivieren,
y los
muertos allá donde estuvieren.
80
Tucapel se llamaba aquel primero
que al plazo
señalado había venido;
éste fue de
cristianos carnicero,
siempre en
su enemistad endurecido,
tiene tres
mil vasallos el guerrero,
85
de todos
como rey obedecido.
Ongol luego
llegó, mozo valiente;
gobierna
cuatro mil, lucida gente.
Cayocupil, cacique bullicioso,
no fue el
postrero que dejó su tierra;
90
que allí
llegó el tercero, deseoso
de hacer a
todo el mundo él solo guerra:
tres mil
vasallos tiene este famoso
usados tras
las fieras en la sierra.
Millarapué,
aunque viejo, el cuarto vino,
95
que cinco
mil gobierna de contino.
Paicabí se juntó aquel mismo día,
tres mil
fuertes soldados señorea.
No lejos
Lemolemo dél venía,
que tiene
seis mil hombres de pelea.
100
Mareguano, Gualemo
y Lebopía
se dan
priesa a llegar, porque se vea
que quieren
ser en todo los primeros;
gobiernan
estos tres tres mil guerreros.
No se tardó en venir, pues, Elicura
105
que al
tiempo y plazo puesto había llegado,
de gran
cuerpo, robusto en la hechura,
por uno de
los fuertes reputado:
dice que
estar sujeto es gran locura
quien seis
mil hombres tiene a su mandado.
110
Luego llegó
el anciano Colocolo;
otros tantos
y más rige éste solo.
Tras éste a la consulta Ongolmo viene,
que cuatro
mil guerreros gobernaba.
Purén en
arribar no se detiene,
115
seis mil
súbditos éste administraba.
Pasados de
seis mil Lincoya tiene,
que bravo y
orgulloso ya llegaba,
diestro,
gallardo, fiero en el semblante,
de
proporción y altura de gigante.
120
Peteguelén, cacique señalado,
que el gran
valle de Arauco le obedece
por natural
Señor, y así el estado
este nombre
tomó, según parece,
como
Venecia, pueblo libertado,
125
que en todo
aquel gobierno más florece:
tomando el
nombre de él la Señoría,
así guarda
el estado el nombre hoy día.
Éste no se halló personalmente,
por estar
impedido de cristianos;
130
pero de seis
mil hombres que él valiente
gobierna,
naturales araucanos,
acudió
desmandada alguna gente
a ver si es
menester mandar las manos.
Caupolicán
el fuerte no venía,
135
que toda
Pilmaiquén le obedecía.
Tomé y Andalicán también vinieron,
que eran del
araucano regimiento,
y otros
muchos caciques acudieron,
que por no
ser prolijo no los cuento.
140
Todos con
leda faz se recibieron,
mostrando en
verse juntos gran contento.
Después de
razonar en su venida
se comenzó
la espléndida comida.
Al tiempo que el beber furioso andaba,
145
y mal de las
tinajas el partido,
de palabra
en palabra se llegaba
a encenderse
entre todos gran ruïdo:
la razón uno
de otro no escuchaba:
sabida la
ocasión do había nacido,
150
vino sobre
cuál era el más valiente
y digno del
gobierno de la gente.
Así creció el furor, que derribando
las mesas,
de manjares ocupadas,
aguijan a
las armas, desgajando
155
las armas al
depósito obligadas;
y dellas se
aperciben, no cesando
palabras
peligrosas y pesadas,
que atizaban
la cólera encendida
con el calor
del vino y la comida.
160
El audaz Tucapel claro decía
que el cargo
del mandar le pertenece,
pues todo el
universo conocía
que si va
por valor que lo merece:
"Ninguno
se me iguala en valentía;
165
de mostrarlo
estoy presto, si se ofrece,
(añade el
jactancioso) a quien quisiere;
y aquel que
esta razón contradijere..."
Sin dejarle acabar dijo Elicura:
"A mí
es dado el gobierno desta danza,
170
y el simple
que intentare otra locura
ha de probar
el hierro de esta lanza."
Ongolmo, que
el primero ser procura,
dice:
"Yo no he perdido la esperanza
en tanto que
este brazo sustentare
175
y con él la
ferrada gobernare."
De cólera Lincoya y rabia insano
responde:
"Tratar de eso es devaneo,
que ser
señor del mundo es en mi mano,
si en ella
libre este bastón poseo."
180
"Ninguno,
dice Ongol, será tan vano
que ponga en
igualárseme el deseo,
pues es más
el temor que pasaría
que la
gloria que el hecho le daría."
Cayocupil furioso y arrogante
185
la maza
esgrime, haciéndose a lo largo,
diciendo:
"Yo veré quién es bastante
a dar de lo
que ha dicho más descargo:
haceos los
pretensores adelante,
veremos de
cuál de ellos es el cargo;
190
que de
probar aquí luego me ofrezco
que más que
todos juntos lo merezco."
"Alto, sus, que yo aceto el desafío
(responde
Lemolemo), y tengo en nada
poner a
prueba lo que es mío,
195
que más
quiero librarlo por la espada:
mostraré ser
verdad lo que porfío
a dos, a
cuatro, a seis en la estacada;
y si todos
cuestión queréis conmigo,
os haré
manifiesto lo que digo."
200
Purén, que estaba aparte, habiendo oído
la plática
enconosa y rumor grande,
diciendo, en
medio de ellos se ha metido,
que nadie en
su presencia se desmande;
y ¿quién
imaginar es atrevido
205
que donde
está Purén más otro mande?
La grita y
el furor se multiplica,
quién
esgrime la maza, y quién la pica.
Tomé y otros caciques se metieron
en medio de
estos bárbaros de presto,
210
y con
dificultad los despartieron,
que no
hicieron poco en hacer esto:
de herirse
lugar aún no tuvieron,
y en voz
airada ya el temor pospuesto,
Colocolo, el
cacique más anciano,
215
a razonar
así tomó la mano.-
"Caciques, del Estado defensores,
codicia de
mandar no me convida
a pesarme de
veros pretensores
de cosa que
a mí tanto era debida:
220
porque,
según mi edad, ya veis, señores,
que estoy al
otro mundo de partida;
mas el amor
que siempre os he mostrado
a bien
aconsejaros me ha incitado.
"¿Por qué cargos honrosos pretendemos
225
y ser en
opinión grande tenidos,
pues que
negar al mundo no podemos
haber sido
sujetos y vencidos?
Y en esto averiguarnos
no queremos,
estando aún
de españoles oprimidos:
230
mejor fuera
esa furia ejecutalla
contra el
fiero enemigo en la batalla.
"¿Qué furor es el vuestro ¡oh
araucanos!
que a
perdición os lleva sin sentido?
¿Contra
vuestras entrañas tenéis manos,
235
y no contra
el tirano en resistillo?
¿Teniendo
tan a golpe a los cristianos
volvéis
contra vosotros el cuchillo?
Si gana de
morir os ha movido,
no sea en
tan bajo estado y abatido.
240
"Volved las armas y ánimo furioso
a los pechos
de aquellos que os han puesto
en dura
sujeción, con afrentoso
partido, a
todo el mundo manifiesto;
lanzad de
vos el yugo vergonzoso;
245
mostrad
vuestro valor y fuerza en esto:
no derraméis
la sangre del estado
que para
redimirnos ha quedado.
"No me pesa de ver la lozanía
de vuestro
corazón, antes me esfuerza;
250
mas temo que
esta vuestra valentía,
por mal
gobierno, el buen camino tuerza:
que, vuelta
entre nosotros la porfía,
degolléis nuestra
patria con su fuerza:
cortad,
pues, si ha de ser desa manera,
255
esta vieja
garganta la primera:
"Que esta flaca persona, atormentada
de golpes de
fortuna, no procura
sino el
agudo filo de una espada,
pues no la
acaba tanta desventura.
260
Aquella vida
es bien afortunada
que la
temprana muerte la asegura;
pero, a
nuestro bien público atendiendo,
quiero decir
en esto lo que entiendo.
"Pares sois en valor y fortaleza;
265
el cielo os
igualó en el nacimiento;
de linaje,
de estado y de riqueza
hizo a todos
igual repartimiento;
y en
singular por ánimo y grandeza
podéis tener
del mundo el regimiento:
270
que este
precioso don, no agradecido,
nos ha al
presente término traído.
"En la virtud de vuestro brazo espero
que puede en
breve tiempo remediarse,
mas ha de
haber un capitán primero
275
que todos
por él quieran gobernarse:
este será
quien más un gran madero
sustentare
en el hombro sin pararse;
y pues que
sois iguales en la suerte,
procure cada
cual ser el más fuerte."-
280
Ningún hombre dejó de estar atento
oyendo del
anciano las razones,
y puesto ya
silencio al parlamento,
hubo entre
ellos diversas opiniones:
al fin, de
general consentimiento,
285
siguiendo
las mejores intenciones,
por todos
los caciques acordado
lo propuesto
del viejo fue acetado.
Podría de alguno ser aquí una cosa
que parece
sin término notada,
290
y es que una
provincia poderosa,
en la
milicia tanto ejercitada,
de leyes y
ordenanzas abundosa,
no hubiese
una cabeza señalada
a quien
tocase el mando y regimiento,
295
sin allegar
a tanto rompimiento.
Respondo a esto que nunca sin caudillo
la tierra
estuvo electo del senado;
que, como
dije, en Penco el Ainavillo
fue por
nuestra nación desbaratado;
300
y viniendo
de paz, en un castillo
se dice,
aunque no es cierto, que un bocado
le dieron de
veneno en la comida,
donde acabó
su cargo con la vida.
Pues el madero súbito traído,
305
(no me
atrevo a decir lo que pesaba),
era un
macizo líbano fornido,
que con
dificultad se rodeaba:
Paicabí le
aferró menos sufrido,
y en los
valientes hombros le afirmaba;
310
seis horas
lo sostuvo aquel membrudo,
pero llegar
a siete jamás pudo.
Cayocupil al tronco aguija presto,
de ser el
más valiente confiado,
y encima de
los altos hombros puesto,
315
lo deja a
las cinco horas de cansado:
Gualemo lo
probó, joven dispuesto,
mas no pasó
de allí; y esto acabado,
Ongol el
grueso leño tomó luego:
duró seis
horas largas en el juego.
320
Purén tras él lo trujo medio día,
y el
esforzado Ongolmo más de medio;
y cuatro
horas y media Lebopía,
que de
sufrirle más no hubo remedio:
Lemolemo
siete horas le traía,
325
el cual
jamás en todo este comedio
dejó de
andar acá y allá saltando,
hasta que ya
el vigor le fue faltando.
Elicura a la prueba se previene,
y en
sustentar el líbano trabaja;
330
a nueve
horas dejarle le conviene,
que no
pudiera más si fuera paja.
Tucapelo
catorce lo sostiene,
encareciendo
todos la ventaja.
Pero en esto
Lincoya apercibido
335
mudó en un
gran silencio aquel ruïdo.
De los hombros el manto derribando
las
terribles espaldas descubría,
y el duro y
grave leño levantando
sobre el
fornido asiento lo ponía:
340
corre ligero
aquí y allí, mostrando
que poco
aquella carga le impedía:
Era de Sol a
Sol el día pasado,
y el peso
sustentaba aún no cansado.
Venía apriesa la noche, aborrecida
345
por la
ausencia del Sol; pero Diana
les daba
claridad con su salida,
mostrándose
a tal tiempo más lozana;
Lincoya con
la carga no convida
aunque ya
despuntaba la mañana,
350
hasta que
llegó el Sol al medio cielo,
que dio con
ella entonces en el suelo.
No se vio allí persona en tanta gente
que no
quedase atónita de espanto,
creyendo no
haber hombre tan potente
355
que la
pesada carga sufra tanto:
la ventaja
le daban, juntamente
con el
gobierno, mando, y todo cuanto
a digno
general era debido,
hasta allí
justamente merecido.
360
Ufano andaba el bárbaro y contento
de haberse
más que todos señalado;
cuando
Caupolicán a aquel asiento
sin gente a
la ligera había llegado:
tenía un ojo
sin luz de nacimiento,
365
como un fino
granate colorado;
pero lo que
en la vista le faltaba
en la fuerza
y esfuerzo le sobraba.
Era este noble mozo de alto hecho,
varón de
autoridad, grave y severo,
370
amigo de
guardar todo derecho,
áspero,
riguroso, justiciero,
de cuerpo
grande y relevado pecho,
hábil,
diestro, fortísimo y ligero,
sabio,
astuto, sagaz, determinado,
375
y en casos
de repente reportado.
Fue con alegre muestra recibido,
aunque no sé
si todos se alegraron:
el caso en
esta suma referido
por su
término y puntos le contaron:
380
Viendo que
Apolo ya se había escondido
en el
profundo mar, determinaron
que la
prueba de aquél se dilatase
hasta que la
esperada luz llegase.
Pasábase la noche en gran porfía
385
que causó
esta venida entre la gente;
cuál se
atiene a Lincoya, y cuál decía
que es el
Caupolicano más valiente:
Apuestas en
favor y contra había,
otros sin
apostar dudosamente
390
hacia el
oriente vueltos aguardaban
si los
febeos caballos asomaban.
Ya la rosada Aurora comenzaba
las nubes a
bordar de mil labores,
y a la usada
labranza dispertaba
395
la miserable
gente y labradores:
y a los
marchitos campos restauraba
la frescura
perdida y sus colores,
aclarando
aquel valle la luz nueva,
cuando
Caupolicán viene a la prueba.
400
Con un desdén y muestra confiada
asiendo del
troncón duro y ñudoso,
como si
fuera vara delicada,
se le pone
en el hombro poderoso:
La gente
enmudeció, maravillada
405
de ver el
fuerte cuerpo tan nervoso;
la color a
Lincoya se le muda,
poniendo en
su victoria mucha duda.
El bárbaro sagaz despacio andaba,
y a toda
priesa entraba el claro día;
410
el Sol las
largas sombras acortaba,
mas él nunca
descrece en su porfía:
al ocaso la
luz se retiraba,
ni por esto
flaqueza en él había:
las
estrellas se muestran claramente,
415
y no muestra
cansancio aquel valiente.
Salió la clara Luna a ver la fiesta
del
tenebroso albergue húmido y frío,
desocupando
el campo y la floresta
de un negro
velo lóbrego y sombrío:
420
Caupolicán
no afloja de su apuesta,
antes con
nueva fuerza y mayor brío
se mueve y
representa de manera
como si peso
alguno no trujera.
Por entre dos altísimos egidos
425
la esposa de
Titón ya parecía,
los dorados
cabellos esparcidos,
que de la
fresca helada sacudía,
con que a
los mustios prados florecidos
con el
húmido humor reverdecía,
430
y quedaba
engastado así en las flores
cual perlas
entre piedras de colores.
El carro de Faetón sale corriendo
del mar por
el camino acostumbrado:
sus sombras
van los montes recogiendo
435
de la vista
del Sol, y el esforzado
varón, el
grave peso sosteniendo,
acá y allá
se mueve no cansado;
aunque otra
vez la negra sombra espesa
tornaba a
parecer corriendo apriesa.
440
La Luna su salida provechosa
por un
espacio largo dilataba:
al fin
turbia, encendida y perezosa,
de rostro y
luz escasa se mostraba:
Parose al
medio curso más hermosa
445
a ver la
extraña prueba en qué paraba;
y viéndola
en el punto y ser primero
se derribó
en el ártico hemisfero;
y el bárbaro en el hombro la gran viga,
sin muestra
de mudanza y pesadumbre,
450
venciendo
con esfuerzo la fatiga,
y creciendo
la fuerza por costumbre.
Apolo en
seguimiento de su amiga
tendido
había los rayos de su lumbre;
y el hijo de
Leocán en el semblante
455
más firme
que al principio y más constante.
Era salido el Sol, cuando el enorme
peso de las
espaldas despedía,
y un salto
dio en lanzándole disforme,
mostrando
que aún más ánimo tenía:
460
el
circunstante pueblo en voz conforme
pronunció la
sentencia, y le decía:
"Sobre
tan firmes hombros descargamos
el peso y
grande carga que tomamos."
El nuevo juego y pleito difinido,
465
con las más
cerimonias que supieron
por sumo
capitán fue recebido,
y a su
gobernación se sometieron.
Creció en
reputación, fue tan temido,
y en opinión
tan grande le tuvieron,
470
que ausentes
muchas leguas dél temblaban,
y casi como
a rey le respetaban.
Es cosa en que mil gentes han parado,
y están en
duda muchos hoy en día,
pareciéndoles
que esto que he contado
475
es alguna
ficción y poesía:
pues en
razón no cabe, que un senado
de tan gran
diciplina y policía
pusiese una
elección de tanto peso
en la
robusta fuerza y no en el seso.
480
Sabed que fue artificio, fue prudencia
del sabio
Colocolo, que miraba
la dañosa
discordia y diferencia
y el gran
peligro en que su patria andaba,
conociendo
el valor y suficiencia
485
de este
Caupolicán que ausente estaba,
varón en
cuerpo y fuerzas extremado,
de rara
industria y ánimo dotado.
Así propuso astuta y sabiamente,
para que la
elección se dilatase,
490
la prueba al
parecer impertinente
en que
Caupolicán se señalase,
y en esta
dilación secretamente
dándole
aviso, a la elección llegase,
trayendo así
el negocio por rodeo
495
a conseguir
su fin y buen deseo.
Celebraba con pompa allí el senado
de la justa
elección la fiesta honrosa,
y el nuevo
capitán, ya con cuidado
de dar
principio a alguna grande cosa,
500
manda a
Palta sargento que, callado,
de la gente
más presta y animosa
ochenta
diestros hombres aperciba,
y a su cargo
apartados los reciba.
Fueron pues escogidos los ochenta
505
de más
esfuerzo y menos conocidos;
entre ellos
dos soldados de gran cuenta
por quien
fuesen mandados y regidos,
hombres
diestros, usados en afrenta,
a cualquiera
peligro apercebidos,
510
el uno se
llamaba Cayeguano
el otro
Alcatipay de Talcaguano.
Tres castillos los nuestros ocupados
tenían para
el seguro de la tierra,
de fuertes y
anchos muros fabricados,
515
con foso que
los ciñe en torno y cierra
guarnecidos
de pláticos soldados,
usados al
trabajo de la guerra,
caballos,
bastimento, artillería
que en
espesas troneras asistía.
520
Estaba el uno cerca del asiento
adonde era
la fiesta celebrada;
y el
araucano ejército contento,
mostrando no
tener al mundo en nada:
que con
discurso vano y movimiento
525
quería
llevarlo todo a pura espada;
pero
Caupolicán más cuerdamente
trataba del
remedio conveniente.
Había entre ellos algunas opiniones
de cercar el
castillo más vecino;
530
otros, que
con formados escuadrones
a Penco
enderezasen el camino:
dadas de
cada parte sus razones,
Caupolicán
en nada desto vino,
antes al
pabellón se retiraba
535
y a los
ochenta bárbaros llamaba.
Para entrar al castillo fácilmente
les da
industria y manera disfrazada,
con expresa
instrucción que plaza y gente
metan a
fuego y a rigor de espada:
540
porque él
luego tras ellos diligente
ocupará los
pasos y la entrada:
después de
haberlos bien amonestado
pusieron en
efeto lo tratado.
Era en aquella plaza y edificio
545
la entrada a
los de Arauco defendida,
salvo los
necesarios al servicio
de la gente
española, estatuïda
a la defensa
de ella y ejercicio
de la fiera
Belona embravecida;
550
y así los
cautos bárbaros soldados
de feno,
yerba y leña iban cargados.
Sordos a las demandas y preguntas,
siguen su
intento y el camino usado,
las cargas
en hilera y orden juntas,
555
habiendo
entre los haces sepultado
astas
fornidas de ferradas puntas;
y así contra
el castillo, descuidado
del
encubierto engaño, caminaban,
y en los
vedados límites entraban.
560
El puente, muro y puerta atravesando,
miserables,
los gestos afligidos,
algunos de
cansados cojeando,
mostrándose
marchitos y encojidos;
pero dentro
las cargas desatando,
565
arrebatan
las armas atrevidos,
con amenaza,
orgullo y confianza
de la
esperada y súbita venganza.
Los fuertes españoles salteados,
viendo la
airada muerte tan vecina,
570
corren
presto a las armas, aterrados
de la
extraña cautela repentina;
y, a vencer
o morir determinados,
cuál con
celada, cuál con coracina,
salen a
resistir la furia insana
575
de la brava
y audaz gente araucana.
Asáltanse con ímpetu furioso,
suenan los
hierros de una y otra parte;
allí muestra
su fuerza el sanguinoso
y más que
nunca embravecido Marte:
580
de vencer
cada uno deseoso,
buscaba
nuevo modo, industria y arte
de encaminar
el golpe de la espada
por do diese
a la muerte franca entrada.
La saña y el coraje se renueva
585
con la
sangre que saca el hierro duro,
y la
española gente a la india lleva
a dar de las
espaldas en el muro.
ya el infiel
escuadrón con fuerza nueva
cobra el
perdido campo mal seguro,
590
que estaba
de los golpes esforzados
cubierto de
armas, y ellos desarmados.
Viéndose en tanto estrecho los cristianos,
de temor y
vergüenza constreñidos,
las espadas
aprietan en las manos,
595
en ira
envueltos y en furor metidos:
cargan sobre
los fieros araucanos,
por el
ímpetu nuevo enflaquecidos;
entran en
ellos, hieren y derriban,
y a muchos
de cuidado y vida privan.
600
Siempre los españoles mejoraban,
haciendo
fiero estrago y tan sangriento
en los
osados indios, que pagaban
el poco seso
y mucho atrevimiento:
Casi defensa
en ellos no hallaban:
605
pierden la
plaza y cobran escarmiento:
al fin de
tal manera los trataron
que a fuerza
de los muros los lanzaron.
Apenas Cayeguán y Talcaguano
salían,
cuando con paso apresurado
610
asomó el
escuadrón caupolicano
teniendo el
hecho ya por acabado;
mas viendo
el esperado efeto vano,
y el puente
del castillo levantado,
pone cerco
sobre él, con juramento
615
de no
dejarle piedra en el cimiento.
Sintiendo un español mozo que había
demasiado
temor en nuestra gente,
más de
temeridad que de osadía,
cala sin
miedo y sin ayuda el puente,
620
y puesto en
medio dél alto decía:
"Salga
adelante, salga el más valiente;
uno por uno
a treinta desafío,
y a mil no
negaré este cuerpo mío."
No tan presto las fieras acudieron
625
al bramar de
la res desamparada,
que de lejos
sin orden conocieron
del pueblo y
moradores apartada,
como los
araucanos cuando oyeron
del valiente
español la voz osada,
630
partiendo
más de ciento presurosos,
del lance y
cierta presa codiciosos.
No porque tantos vengan temor tiene
el gallardo
español, ni esto le espanta,
antes al
escuadrón que espeso viene
635
por mejor
recibirle se adelanta:
El curso
enfrena, el ímpetu detiene
de los
fieros contrarios, que con tanta
furia se
arroja entre ellos sin recelo,
que rodaron
algunos por el suelo.
640
De dos golpes a dos tendió por tierra,
la espada
revolviendo a todos lados:
aquí esparce
una junta, y allí cierra
a donde ve
los más amontonados:
igual andaba
la desigual guerra
645
cuando los
españoles bien armados,
abriendo con
presteza un gran postigo
salen a la
defensa del amigo.
Acuden los contrarios de otra parte,
y en medio
de aquel campo y ancho llano
650
al ejercicio
del sangriento Marte
viene el
bando español y araucano:
la primera
batalla se desparte,
que era de
ciento a un solo castellano,
vuelven el
crudo hierro no teñido
655
contra los
que del fuerte habían salido.
Arrójanse con furia, no dudando,
en las
agudas armas por juntarse,
y con las
duras puntas van tentando
las partes
por do más pueden dañarse:
660
cual los
cíclopes suelen martillando
en las
vulcanas yunques fatigarse,
así
martillan, baten y cercenan,
y las
cavernas cóncavas atruenan.
Andaba la victoria así igualmente;
665
mas gran
ventaja y diferencia había
en el número
y copia de la gente,
aunque el
valor de España lo suplía:
pero el
soberbio bárbaro impaciente,
viendo que
un nuestro a ciento resistía,
670
con
diabólica furia y movimiento
arranca a
los cristianos del asiento.
Los españoles sin poder sufrillo
dejan el
campo y de tropel corriendo
se lanzan
por las puertas del castillo,
675
al bárbaro
la entrada resistiendo,
levan el
puente, calan el rastrillo,
reparos y
defensas previniendo,
suben tiros
y fuegos a lo alto,
temiendo el
enemigo y fiero asalto.
680
Pero viendo ser todo perdimiento,
y
aprovecharles poco o casi nada,
de voto y de
común consentimiento
su clara
destruición considerada,
acuerdan de
dejar el fuerte asiento;
685
y así en la
escura noche deseada,
cuando se
muestra el mundo más quiëto
la partida pusieron
en efeto.
A punto estaban y a caballo, cuando
abren las
puertas, derribando el puente,
690
y a los
prestos caballos aguijando
el escuadrón
embisten de la frente;
rompen por
él hiriendo y tropellando,
y sin hombre
perder dichosamente
arriban a
Purén, plaza segura,
695
cubiertos de
la noche y sombra escura.
Mientras esto en Arauco sucedía,
en el pueblo
de Penco más vecino,
que a la
sazón en Chile florecía,
fértil de
ricas minas de oro fino,
700
el capitán
Valdivia residía;
donde la
nueva por el aire vino,
que afirmaba
con término asignado
la
alteración y junta del estado.
El común, siempre amigo de ruïdo,
705
la libertad
y guerra deseando,
por su parte
alterado y removido,
se va con
este son desentonando:
al servicio
no acude prometido,
sacudiendo
la carga y levantando
710
la soberbia
cerviz desvergonzada,
negando la
obediencia a Carlos dada.
Valdivia, perezoso y negligente,
incrédulo,
remiso y descuidado,
hizo en la
Concepción copia de gente,
715
más que en
ella, en su dicha confiado:
el cual, si
fuera un poco diligente,
hallaba en
pie el castillo arruinado,
con
soldados, con armas, municiones,
seis piezas
de campaña y dos cañones.
720
Tenía con la Imperial concierto hecho
que alguna
gente armada le enviase,
la cual a
Tucapel fuese en derecho,
donde con él
a tiempo se juntase:
resoluto en
hacer allí de hecho
725
un ejemplar
castigo, que sonase
en todos los
confines de la tierra,
porque jamás
moviesen otra guerra.
Pero dejó el camino provechoso,
y,
descuidado dél, torció la vía,
730
metiéndose
por otro, codicioso,
que era
donde una mina de oro había:
y de ver el
tributo y don hermoso,
que de sus
ricas venas ofrecía,
paró de la
codicia embarazado,
735
cortando el
hilo próspero del hado.
A partir (como dije) antes, llegaba
al concierto
en el tiempo prometido:
mas el metal
goloso que sacaba
le tuvo a
tal sazón embebecido:
740
después
salió de allí, y se apresuraba
cuando fuera
mejor no haber salido.
Quiero dar
fin al canto, porque pueda
decir de la
codicia lo que queda.
Canto III
Valdivia con
pocos españoles y algunos indios amigos camina a la casa de Tucapel para hacer
el castigo. Mátanle los araucanos a los corredores en el camino en un paso
estrecho y danle después la batalla, en la cual fue muerto él y toda su gente
por el gran esfuerzo y valentía de Lautaro.
¡Oh incurable mal! ¡oh gran fatiga
con tanta
diligencia alimentada!
Vicio común
y pegajosa liga,
voluntad sin
razón desenfrenada;
del provecho
y bien público enemiga;
5
sedienta
bestia, hidrópica hinchada,
principio y
fin de todos nuestros males.
¡Oh
insaciable codicia de mortales!
No en el pomposo estado a los señores
contentos en
el alto asiento vemos,
10
ni a
pobrecillos bajos labradores
libres de
esta dolencia conocemos:
ni el deseo
y ambición de ser mayores
que tenga
fin y límite sabemos:
el fausto,
la riqueza y el estado,
15
hincha, pero
no harta, al más templado.
A Valdivia mirad, de pobre infante
si era poco
el estado que tenía,
cincuenta
mil vasallos que delante
le ofrecen
doce marcos de oro al día:
20
esto y aun
mucho más no era bastante,
y así la
hambre allí lo detenía;
codicia fue
ocasión de tanta guerra,
y perdición
total de aquesta tierra.
Ésta fue quien halló los apartados
25
indios de
las antárticas regiones;
por ésta
eran sin orden trabajados
con dura
imposición y vejaciones:
pero rotas
las cinchas de apretados,
buscaron
modo y nuevas invenciones
30
de libertad,
con áspera venganza,
levantando
el trabajo la esperanza.
Cuán cierto es, cómo claro conocemos,
que al
doliente en salud consejos damos,
y
aprovecharnos dellos no sabemos;
35
pero de
predicarlos nos preciamos.
Cuando en la
sosegada paz nos vemos,
¡qué bien la
dura guerra platicamos!
¡Qué bien
damos consejos y razones
lejos de los
peligros y ocasiones!
40
¡Cómo de los que yerran abominan
los que
están libres en seguro puerto!
¡Qué bien de
allí las cosas encaminan,
y dan en
todo un medio y buen concierto!
¡Con qué
facilidad se determinan,
45
visto el
suceso y daño descubierto!
Dios sabe
aquel que la derecha vía,
metido en la
ocasión, acertaría.
Valdivia iba siguiendo su jornada,
y el duro
disponer del hado duro,
50
no con la
furia y priesa acostumbrada,
présago y con
temor de mal futuro:
sospechoso
de bárbara emboscada,
por hacer el
camino más seguro,
echó algunos
delante para prueba,
55
pero jamás
volvieron con la nueva.
Viendo los nuestros ya que al plazo puesto
los tardos
corredores no volvían,
unos juzgan
el daño manifiesto,
otros
impedimentos les ponían:
60
hubo consejo
y parecer sobre esto;
al cabo en
caminar se resolvían,
ofreciéndose
todos a una suerte,
a un mismo
caso y a una misma muerte.
Aunque el temor allí tras esto vino,
65
en sus
valientes brazos se atrevieron,
y a su
próspera suerte y buen destino
el dudoso
suceso cometieron:
no dos
leguas andadas del camino,
las amigas
cabezas conocieron,
70
de los
sangrientos cuerpos apartadas,
y en
empinados troncos levantadas.
No el horrendo espectáculo presente
causó en los
firmes ánimos mudanza;
antes con
ira y cólera impaciente
75
se encienden
más, sedientos de venganza:
y de rabia
incitados nuevamente
maldicen y
murmuran la tardanza:
sólo
Valdivia calla y teme el punto;
pero rompió
el silencio y pena junto
80
diciendo: "¡Oh compañeros! do se
encierra
todo
esfuerzo, valor y entendimiento:
ya veis la
desvergüenza de la tierra,
que en
nuestro daño da bandera al viento:
veis
quebrada la fe, rota la guerra,
85
los pactos
van del todo en rompimiento:
siento la
áspera trompa en el oído,
y veo un
fuego diabólico encendido.
"Bien conocéis la fuerza del estado;
con tanto
daño nuestro autorizada:
90
mirad lo que
Fortuna os ha ayudado
guiando con
su mano vuestra espada;
el trabajo y
la sangre que ha costado,
que de ella
está la tierra alimentada;
y pues
tenemos tiempo y aparejo,
95
será bueno
tomar nuevo consejo.
"Quien éstos son tendréis en la
memoria,
pues hay
tanta razón de conocellos,
que si de
ellos no hubiésemos vitoria
y en campo
no pudiésemos vencellos,
100
será tal su
arrogancia y vanagloria,
que el mundo
no podrá después con ellos;
dudoso estoy,
no sé, no sé qué haga
que a
nuestro honor y causa satisfaga."
La poca edad y menos experiencia
105
de los mozos
livianos que allí había,
descubrió
con la usada inadvertencia
a tal tiempo
su necia valentía,
diciendo:
"¡Oh capitán! danos licencia
que solos
diez sin otra compañía
110
el bando
asolaremos araucano,
y haremos el
camino y paso llano.
"Lo que jamás hicimos en estrecho,
no es bien
por nuestro honor que lo hagamos,
pues cierto
es, que cuanto habemos hecho,
115
volviendo
atrás un paso, lo manchamos:
mostremos al
peligro osado pecho,
que en él
está la gloria que buscamos."
Valdivia, de
la réplica sentido,
enmudeció de
rabia y de corrido.
120
¡Oh, Valdivia, varón acreditado!
¡Cuánto la
verde plática sentiste!
No solías tú
temer como soldado;
mas de buen
capitán ahora temiste:
vas a
precisa muerte condenado,
125
que como
diestro y sabio la entendiste;
pero quieres
perder antes la vida
que sea en
ti una flaqueza conocida.
En esto acaso llega un indio amigo,
y a sus pies
en voz alta arrodillado
130
le dice:
"¡Oh capitán! mira que digo
que no pases
el término vedado:
veinte mil
conjurados, yo testigo,
en Tucapel
te esperan, protestado
de pasar sin
temor la muerte honrosa
135
antes que
vivir vida vergonzosa."
Alguna turbación dio de repente
lo que el
amigo bárbaro propuso:
discurre un
miedo helado por la gente;
la triste
muerte en medio se les puso:
140
pero el
gobernador osadamente,
que también
hasta allí estuvo confuso,
les dice:
"Caballeros, ¿qué dudamos?
¿Sin ver los
enemigos nos turbamos?"
Al caballo con ánimo hiriendo,
145
sin más les
persuadir, rompe la vía,
de los
miembros el miedo sacudiendo,
le sigue la
esforzada compañía:
y en breve
espacio el valle descubriendo
de Tucapel,
bien lejos parecía
150
el muro,
antes vistoso levantado,
por los
anchos cimientos asolado.
Valdivia aquí paró, y dijo: "¡Oh
constante
española nación
de confianza!
Por tierra
está el castillo tan pujante,
155
que en él
solo estribaba mi esperanza:
el pérfido
enemigo veis delante;
ya os
amenaza la contraria lanza:
en esto más
no tengo que avisaros,
pues sólo el
pelear puede salvaros."
160
Estaba como digo así hablando,
que aún no
acababa bien estas razones,
cuando por
todas partes rodeando
los iban con
espesos escuadrones,
las astas de
anchos hierros blandeando,
165
gritando:
"¡Engañadores y ladrones!
La tierra
dejaréis hoy con la vida,
pagándonos
la deuda tan debida."
Viendo Valdivia serle ya forzoso
que la
fuerza y fortuna se probase,
170
mandó que al
escuadrón menos copioso
y más
vecino, a fin que no cerrase,
saliese
Bobadilla, el cual furioso,
sin que
Valdivia más le amonestase,
con poca
gente y con esfuerzo grande,
175
asalta el
escuadrón de Mareande.
La piquería del bárbaro calada,
a los pocos
soldados atendía;
pero al
tiempo del golpe levantada,
abriendo un
gran portillo, se desvía;
180
dales sin
resistir franca la entrada,
y en medio
el escuadrón los recogía;
las hileras
abiertas se cerraron,
y dentro a
los cristianos sepultaron.
Como el caimán hambriento, cuando siente
185
el escuadrón
de peces, que cortando
viene con
gran bullicio la corriente,
el agua
clara en torno alborotando,
que,
abriendo la gran boca, cautamente
recoge allí
el pescado, y apretando
190
las cóncavas
quijadas lo deshace,
y al
insaciable vientre satisface:
pues de aquella manera recogido
fue el
pequeño escuadrón del homicida,
y en un
espacio breve consumido,
195
sin escapar
cristiano con la vida:
ya el
araucano ejército movido
por la ronca
trompeta obedecida,
con gran estruendo
y pasos ordenados
cerraba sin
temor por todos lados.
200
La escuadra de Mareande encarnizada
tendía el
paso con más atrevimiento;
viéndola así
Valdivia adelantada,
no
escarmentado, manda a su sargento,
que,
escogiendo la gente más granada,
205
dé sobre
ella con recio movimiento;
pero diez
españoles solamente
pusieron a
la muerte osada frente.
Contra el escuadrón bárbaro importuno,
ir se dejan
sin miedo a rienda floja,
210
y en el
encuentro de los diez, ninguno
dejó allí de
sacar la lanza roja:
desocupó la
silla sólo uno,
que con la
basca y última congoja
de la
rabiosa muerte el pecho abierto,
215
sobre la
llaga en tierra cayó muerto.
Y los nueve después también cayeron,
haciendo tales
hechos señalados,
que digna y
justamente merecieron
ser de la
eterna fama levantados:
220
hechos
pedazos todos diez murieron,
quedando de
su muerte antes vengados:
en esto la
española trompa oída
dio la
postrer señal de arremetida.
Salen los españoles de tal suerte
225
los dientes
y las lanzas apretando,
que de
cuatro escuadrones, al más fuerte
le van un
largo trecho retirando:
hieren,
dañan, tropellan, dan la muerte,
piernas,
brazos, cabezas cercenando:
230
los bárbaros
por esto no se admiran,
antes cobran
el campo y los retiran.
Sobre la vida y muerte se contiende,
perdone Dios
a aquel que allí cayere;
del un bando
y del otro así se ofende,
235
que de ambas
partes mucha gente muere:
bien se
estima la plaza y se defiende;
volver un
paso atrás ninguno quiere:
cubre la
roja sangre todo el prado,
tornándole,
de verde, colorado.
240
Del rigor de las armas homicidas
los
templados arneses reteñían,
y las vivas
entrañas escondidas
con
carniceros golpes descubrían:
cabezas de
los cuerpos divididas,
245
que aún el
vital espíritu tenían,
por el
sangriento campo iban rodando,
vueltos los
ojos ya paladeando.
El enemigo hierro riguroso
todo en
color de sangre lo convierte;
250
siempre el
acometer es más furioso,
pero ya el
combatir es menos fuerte;
ninguno allí
pretende otro reposo
que el
último reposo de la muerte:
el más
medroso atiende con cuidado
255
a sólo
procurar morir vengado.
La rabia de la muerte y fin presente
crió en los
nuestros fuerza tan extraña,
que con
deshonra y daño de la gente
pierden los
araucanos la campaña:
260
al fin dan
las espaldas, claramente
suenan
voces: "¡Vitoria! ¡España! ¡España!"
Mas el
incontrastable y duro hado
dio un
extraño principio a lo ordenado.
Un hijo de un cacique conocido,
265
que a
Valdivia de paje le servía,
acariciado
dél y favorido,
en su
servicio a la sazón venía;
del amor de
su patria conmovido,
viendo que a
más andar se retraía,
270
comienza a
grandes voces a animarla,
y con tales
razones a incitarla:
"¡Oh ciega gente, del temor guiada!
¿A dó
volvéis los temerosos pechos?
Que la fama
en mil años alcanzada
275
aquí perece
y todos vuestros hechos:
la fuerza
pierden hoy, jamás violada,
vuestras
leyes, los fueros y derechos:
de señores,
de libres, de temidos,
quedáis
siervos, sujetos y abatidos.
280
"Mancháis la clara estirpe y
decendencia,
y engerís en
el tronco generoso
una
incurable plaga, una dolencia,
un deshonor
perpetuo, ignominioso:
mirad de los
contrarios la impotencia,
285
la falta del
aliento, y el fogoso
latir de los
caballos, las ijadas
llenas de
sangre y de sudor bañadas.
"No os desnudéis del hábito y
costumbre
que de
nuestros abuelos mantenemos,
290
ni el
araucano nombre de la cumbre
a estado tan
infame derribemos:
huid el
grave yugo y servidumbre;
al duro
hierro osado pecho demos;
¿por qué
mostráis espaldas esforzadas
295
que son de
los peligros reservadas?
"Fijad esto que digo en la memoria,
que el ciego
y torpe miedo os va turbando;
dejad de vos
al mundo eterna historia,
vuestra
sujeta patria libertando:
300
volved, no rehuséis
tan gran vitoria,
que os está
el hado próspero llamando:
a lo menos
firmad el pie ligero,
veréis cómo
en defensa vuestra muero."
En esto una nervosa y gruesa lanza
305
contra
Valdivia, su señor, blandía:
dando de sí
gran muestra y esperanza,
por más los
persuadir arremetía;
y entre el
hierro español así se lanza
como con
gran calor en agua fría
310
se arroja el
ciervo en el caliente estío,
para templar
el sol con algún frío.
De sólo el primer bote uno atraviesa,
otro apunta
por medio del costado,
y aunque la
dura lanza era muy gruesa
315
salió el
hierro sangriento al otro lado:
salta,
vuelve, revuelve con gran priesa
y barrenando
el muslo a otro soldado,
en él la
fuerte pica fue rompida,
quedando un
grueso trozo en la herida.
320
Rota la asta dañosa, luego aferra
del suelo
una pesada y dura maza;
mata, hiere,
destroza y echa a tierra,
haciendo en
breve espacio larga plaza:
en él se
resumió toda la guerra;
325
cesa el
alcance y dan en él la caza;
mas él aquí
y allí va tan liviano,
que hieren
por herirle el aire vano.
¿De quién prueba se oyó tan espantosa,
ni en
antigua escritura se ha leído,
330
que estando
de la parte vitoriosa
se pase a la
contraria del vencido?
¿Y que sólo
valor, y no otra cosa,
de un
bárbaro muchacho, haya podido
arrebatar
por fuerza a los cristianos
335
una tan gran
vitoria de las manos?
No los dos Publios Decios, que las vidas
sacrificaron
por la patria amada,
ni Curcio,
Horacio, Scevola y Leonidas
dieron
muestra de sí tan señalada:
340
ni aquellos
que en las guerras más reñidas
alcanzaron
gran fama por la espada,
Furio,
Marcelo, Fulvio, Cincinato,
Marco
Sergio, Filón, Sceva y Dentato.
Decidme: estos famosos, ¿qué hicieron
345
que al hecho
deste bárbaro igual fuese?
¿Qué empresa
o qué batalla acometieron
que a lo
menos en duda no estuviese?
¿A que
riesgo y peligro se pusieron
que la sed
del reinar no los moviese;
350
y de
intereses grandes insistidos
que a los
tímidos hacen atrevidos?
Muchos emprenden hechos hazañosos
y se ofrecen
con ánimo a la muerte,
de fama y
vanagloria codiciosos,
355
que no saben
sufrir un golpe fuerte;
mostrándose
constantes y animosos,
hasta que
ven ya declinar su suerte,
faltándoles
valor y esfuerzo a una,
roto el
crédito frágil de fortuna.
360
Éste el decreto y la fatal sentencia,
en contra de
su patria declarada,
turbó y
redujo a nueva diferencia,
y al fin
bastó a que fuese revocada:
hizo a
Fortuna y Hados resistencia,
365
forzó su
voluntad determinada,
y contrastó
el furor del vitorioso,
sacando
vencedor al temeroso.
Estaba el suelo de armas ocupado,
y el
desigual combate más revuelto,
370
cuando
Caupolicano reportado,
a las amigas
voces había vuelto:
también
habían sus gentes reparado,
con
vergonzoso ardor en ira envuelto,
de ver que
un solo mozo resistía
375
a lo que
tanta gente no podía.
Cual
suele acontecer a los de honrosos
ánimos, de
repente inadvertidos,
o cuando en
los lugares sospechosos
piensan
otros que van desconocidos,
380
que en
pendencias y encuentros peligrosos
huyen; pero
si ven que conocidos
fueron de
quien los sigue, avergonzados
vuelven
furiosos, del honor forzados:
así los araucanos revolviendo
385
contra los
vencedores arremeten;
y las
rendidas armas esgrimiendo,
a voces de
morir todos prometen:
treme y gime
la tierra del horrendo
furor con
que ambas partes se acometen,
390
derramando
con rabia y fuerza brava
aquella poca
sangre que quedaba.
Diego Oro allí derriba a Paynaguala,
que de una
punta le atraviesa el pecho;
pero
Caupolicano le señala,
395
dejándole
gozar poco del hecho.
Al sesgo la
ferrada maza cala,
aunque el
furioso golpe fue al derecho;
pues quedó
por de dentro la celada
de los
bullentes sesos rociada.
400
Tras éste otro tendió desfigurado,
tanto que
nunca más fue conocido;
que la
armada cabeza y todo el lado
donde el
golpe alcanzó quedó molido.
Valdivia con
Ongolmo se ha topado,
405
y hanse el
uno al otro acometido,
hiere
Valdivia a Ongolmo en una mano,
haciendo el
araucano el golpe en vano.
Pasa recio Valdivia, y va furioso,
que con
Ongolmo más no se detiene,
410
y adonde
Leucotón, mozo animoso,
estaba en
una gran pendencia, viene:
que contra
Juan de Lamas y Reinoso
solo su
parte y opinión mantiene;
el cual con
su destreza y mucho seso
415
la guerra
sustentaba en igual peso.
Partiose esta batalla, porque, cuando
Valdivia
llegó adonde combatía,
parte acudió
del araucano bando,
que en su
ayuda y defensa se metía:
420
fuese el
daño y destrozo renovando;
de un cabo y
de otro gente concurría:
sube el alto
rumor a las estrellas,
sacando de
los hierros mil centellas.
Gran rato anduvo en término dudoso
425
la confusa
vitoria de esta guerra,
lleno el
aire de estruendo sonoroso,
roja de
sangre y húmida la tierra:
quién busca
y sólo quiere un fin honroso,
quién a los
brazos con el otro cierra,
430
y por darle
más presto cruda muerte
tienta con
el puñal lo menos fuerte.
A Juan de Gudiël no le fue sano
el tenerse
en la lucha por maestro,
porque sin
tiempo y con esfuerzo vano
435
cerró con
Guaticol, no menos diestro:
y en aquella
sazón Purén, su hermano,
que estaba
cerca dél, en el siniestro
lado le
abrió con daga una herida,
por do la
muerte entró y salió la vida.
440
Andrés de Villarroel, ya enflaquecido
por la falta
de sangre derramada,
andaba entre
los bárbaros metido
procurando
la muerte más honrada.
También Juan
de las Peñas, mal herido,
445
rompiendo
por la espesa gente armada,
se puso
junto dél; y así la suerte
los hizo a
un tiempo iguales en la muerte.
Era la diferencia incomparable
del número
infiël al bautizado:
450
es el un
escuadrón inumerable,
el otro
hasta sesenta numerado:
ya incierta
la Fortuna variable,
que dudosa
hasta entonces había estado,
aprobó la
maldad, y dio por justa
455
la causa y
opinión hasta allí injusta.
Dos mil amigos bárbaros soldados,
que el bando
de Valdivia sustentaban,
en el
flechar del arco ejercitados,
el
sangriento destrozo acrecentaban
460
derramando
más sangre, y esforzados
en la muerte
también acompañaban
a la
española gente, no vencida
en cuanto
sustentar pudo la vida.
Cuando de aqueste y cuando de aquel canto
465
mostraba el
buen Valdivia esfuerzo y arte,
haciendo por
la espada todo cuanto
pudiera
hacer el poderoso Marte:
no basta a
reparar él solo tanto,
que falta de
los suyos la más parte:
470
los otros,
aunque ven su fin tan cierto,
ningún medio
pretenden ni concierto.
De dos en dos, de tres en tres cayendo
iba la
desangrada y poca gente,
siempre el
ímpetu bárbaro creciendo,
475
con el ya
declarado fin presente:
fuese el
número flaco resumiendo
en catorce
soldados solamente,
que constantes
rendir no se quisieron
hasta que al
crudo hierro se rindieron.
480
Sólo quedó Valdivia acompañado
de un
clérigo, que acaso allí venía;
y viendo así
su campo destrozado,
el mal
remedio y poca compañía,
dijo:
"Pues pelear es excusado,
485
procuremos
vivir por otra vía."
Pica en esto
al caballo a toda prisa,
tras él
corriendo el clérigo de misa.
Cual suelen escapar de los monteros
dos grandes
jabalís fieros, cerdosos,
490
seguidos de
solícitos rastreros
de la
campestre sangre codiciosos:
y salen en
su alcance los ligeros
lebreles
irlandeses generosos;
con no menor
codicia y pies livianos
495
arrancan
tras los míseros cristianos.
Tal tempestad de tiros, Señor, lanzan,
cual el
turbión que granizando viene:
en fin, a
poco trecho los alcanzan,
que un paso
cenagoso los detiene:
500
los bárbaros
sobre ellos se abalanzan:
por valiente
el postrero no se tiene:
murió el
clérigo luego, y maltratado
trujeron a
Valdivia ante el senado.
Caupolicán, gozoso en verle vivo
505
y en el
estado y término presente,
con voz de
vencedor y gesto altivo
le amenaza y
pregunta juntamente.
Valdivia,
como mísero cautivo,
responde y
pide humilde y obediente
510
que no le dé
la muerte, y que le jura
dejar libre
la tierra en paz segura.
Cuentan que estuvo de tomar movido
del contrito
Valdivia aquel consejo;
mas un
pariente suyo empedernido,
515
a quien él
respetaba por ser viejo,
le dice:
"¿Por dar crédito a un rendido
quieres
perder tal tiempo y aparejo?"
Y apuntando
a Valdivia en el celebro
descarga un
gran bastón de duro enebro.
520
Como el furioso toro, que apremiado
con fuerte
amarra al palo, está bramando,
de la tímida
gente rodeado,
que con
admiración le está mirando;
y el diestro
carnicero ejercitado,
525
el grave y
duro mazo levantando,
recio al
cogote cóncavo deciende,
y muerto
estremeciéndose le tiende:
así el determinado viejo cano,
que a Valdivia
escuchaba con mal ceño,
530
ayudándose
de una y otra mano,
en alto
levantó el ferrado leño:
no hizo el
crudo viejo golpe en vano,
que a
Valdivia entregó al eterno sueño,
y en el
suelo con súbita caïda,
535
estremeciendo
el cuerpo, dio la vida.
Llamábase este bárbaro Leocato,
y el gran
Caupolicán dello enojado,
quiso
enmendar el libre desacato,
pero fue del
ejército rogado;
540
salió el
viejo de aquello al fin barato,
y el
destrozo del todo fue acabado,
que no escapó
cristiano de esta prueba
para poder
llevar la triste nueva.
Dos bárbaros quedaron con la vida
545
solos de los
tres mil; que como vieron
la gente
nuestra rota y de vencida,
en un jaral
espeso se escondieron:
de allí
vieron el fin de la reñida
guerra, y
puestos en salvo lo dijeron,
550
que como las
estrellas se mostraron,
sin ser de
nadie vistos se escaparon.
La escura noche en esto se subía
a más andar
a la mitad del cielo,
y con las
alas lóbregas cubría
555
el orbe y
redondez del ancho suelo:
cuando la
vencedora compañía,
arrimadas
las armas sin recelo,
danzas en
anchos cercos ordenaban,
donde la
gran vitoria celebraban.
560
Fue la nueva en un punto discurriendo
por todo el
araucano regimiento,
y antes que
el Sol se fuese descubriendo
el campo se
cubrió de bastimento;
gran
multitud de gente concurriendo,
565
se forma un
general ayuntamiento
de mozos,
viejos, niños y mujeres,
partícipes
en todos los placeres.
Cuando la luz las aves anunciaban,
y alegres
sus cantares repetían,
570
un sitio de
altos árboles cercaban,
que una
espaciosa plaza contenían:
y en ellos
las cabezas empalaban
que de
españoles cuerpos dividían:
los troncos,
de sus ramas despojados,
575
eran de los
despojos adornados;
y dentro de aquel círculo y asiento,
cercado de
una amena y gran floresta,
en memoria y
honor del vencimiento,
celebran de
beber la alegre fiesta:
580
el vino así
aumentó el atrevimiento
que España
en gran peligro estaba puesta;
pues que
promete el mínimo soldado
de no dejar
cimiento levantado.
Era allí la opinión generalmente
585
que sin
tardar, doblando las jornadas,
partiese un
grueso número de gente
a dar en las
ciudades descuidadas:
que tomadas
de salto y de repente,
serían con
solo el miedo arruïnadas;
590
y la patria
en su honor restituïda
no dejando
cristiano con la vida.
Y dado orden bastante, y esto hecho,
para acabar
de ejecutar su saña
con gran
poder y ejército, de hecho
595
querían
pasar la vuelta de la España:
pensándola
poner en tanto estrecho,
por fuerza
de armas, puestos en campaña,
que fuesen
cultivadas las iberas
tierras de
las naciones extranjeras.
600
El hijo de Leocano bien entiende
el vano
intento, y quiere desviarlo,
que como
diestro y sabio, otro pretende,
y por mejor
camino enderezarlo:
el tiempo
espera y la sazón atiende
605
que estén
mejor dispuestos a tratarlo:
la fiesta
era acabada y borrachera,
cuando a
todos los habla en tal manera:
"Menos que vos, señores, no pretendo
la dulce
libertad tan estimada,
610
ni que sea
nuestra patria, yo defiendo,
en el
sublime trono restaurada;
mas hase de
atender a que, pudiendo
ganar, no se
aventure a perder nada;
y así, con
este celo y fin, procuro
615
no poner en
peligro lo seguro.
"Tomad con discreción los pareceres
que van a la
razón más arrimados,
pues cobrar
vuestros hijos y mujeres
está en ir
los principios acertados:
620
vuestra
fama, el honor, tierra y haberes,
a punto
están de ser recuperados;
que el
tiempo, que es el padre del consejo,
en las manos
nos pone el aparejo.
"A Valdivia y los suyos habéis muerto,
625
y una
importante plaza destruido:
venir a la
venganza será cierto
luego que en
las ciudades sea sabido:
demos al
enemigo el paso abierto:
esto asegura
más nuestro partido:
630
vengan,
vengan con furia a rienda suelta,
que difícil
será después la vuelta.
"La vitoria tenemos en las manos,
y pasos en
la tierra mil seguros,
de ciénagas,
lagunas y pantanos,
635
espesos
montes ásperos y duros:
mejor pelean
aquí los araucanos:
españoles
mejor dentro en sus muros:
cualquier
hombre, en su casa acometido,
es más
sabio, más fuerte y atrevido.
640
"Esto os vengo a decir, porque se
entienda
cuanto con
más seguro acertaremos,
para poder
tomar la justa emienda,
que en
sitios escogidos esperemos,
donde no habrá
en el mundo quien defienda
645
la razón y
derecho que tenemos:
cuando temor
tuviesen de buscarnos,
a sus casas
iremos a alojarnos."
Con atención de todos escuchada
fue la
oración que el general hacía,
650
siendo de
los más de ellos aprobada,
por ver que
a su remedio convenía;
la gente ya
del todo sosegada,
Caupolicán
al joven se volvía
por quien
fue la vitoria, ya perdida,
655
con
milagrosa prueba conseguida.
Por darle más favor, lo tenía asido
con la siniestra
de la diestra mano,
diciéndole:
"¡Oh varón, que has extendido
el claro
nombre y límite araucano!
660
Por ti ha
sido el estado redimido,
tú le
sacaste del poder tirano:
a ti solo se
debe esta vitoria,
digna de
premio y de inmortal memoria.
"Y señores, pues es tan manifiesto
665
(esto dijo
volviéndose al senado)
el punto en
que Lautaro nos ha puesto,
(que así el
valiente mozo era llamado):
yo por
remuneralle en algo desto,
con vuestra
autoridad que me habéis dado
670
por paga,
aunque a tal deuda insuficiente,
le hago
capitán y mi teniente.
"Con la gente de guerra que escogiere,
pues que ya
de sus obras sois testigos,
en el sitio
que más le pareciere
675
se ponga a
recebir los enemigos,
adonde hasta
que vengan los espere;
porque yo
con la resta y mis amigos
ocuparé la
entrada de Elicura,
aguardando
la misma coyuntura."
680
Del grato mozo el cargo fue acetado
con el favor
que el general le daba:
aprobolo el
común aficionado;
si a alguno
le pesó no lo mostraba:
y por el
orden y uso acostumbrado
685
el gran
Caupolicán le trasquilaba,
dejándole el
copete en trenza largo
insignia
verdadera de aquel cargo.
Fue Lautaro industrioso, sabio, presto,
de gran
consejo, término y cordura,
690
manso de
condición y hermoso gesto,
ni grande ni
pequeño de estatura;
el ánimo en
las cosas grandes puesto,
de fuerte
trabazón y compostura,
duros los
miembros, recios y nervosos,
695
anchas
espaldas, pechos espaciosos.
Por él las fiestas fueron alargadas,
ejercitando
siempre nuevos juegos
de saltos,
luchas, pruebas nunca usadas,
danzas de
noche en torno de los fuegos:
700
había
precios y joyas señaladas,
que nunca
los troyanos ni los griegos,
cuando los
juegos más continuäron,
tan ricas y
estimadas las sacaron.
Llegó a Caupolicán estando en esto
705
un bárbaro
turbado sin aliento,
perdida la
color, mudado el gesto,
cubierto de
sudor y polvoriento,
diciéndole:
"Señor, socorre presto,
tu campo es
roto y cierto el perdimiento;
710
que la gente
que estaba en la emboscada
es muerta la
más della y destrozada.
"Por tierra de Elicura son bajados
catorce
valentísimos guerreros,
de corazas
finísimas armados,
715
sobre
caballos prestos y ligeros:
por estos
solos son desbaratados
dos
escuadrones tuyos de piqueros;
y visto el
gran estrago, al improviso
partí
corriendo a darte de ello aviso."
720
Caupolicán, con muestra no alterada,
hizo que del
temor se asegurase,
diciendo que
tan poca gente armada
al cabo era
imposible que escapase;
y con la
diligencia acostumbrada
725
mandó al
nuevo teniente que guiase
con la más
presta gente por la vía,
que luego
con el resto le seguía.
Lautaro, en lo acetar no perezoso,
escogiendo
una escuadra suficiente,
730
marcha con
tanta priesa, codicioso
de ganar
opinión entre la gente...
Mas de Marte
el estruendo sonoroso
me llama,
que me tardo injustamente:
de los
catorce es tiempo que se trate,
735
y del
sangriento y áspero combate.
Extiéndase su fama y sea notoria,
pues que
tanto su espada resplandece,
y de ellos
se eternice la memoria
si valor en
las armas lo merece:
740
testimonio
dará dello la historia;
pero acabar
el canto me parece;
que a decir
tan gran cosa no me atrevo,
si no es con
nuevo aliento y canto nuevo.
Canto IV
Vienen
catorce españoles por concierto a juntarse con Valdivia en la fuerza de
Tucapel: hallan los indios en una emboscada, con los cuales tuvieron un
porfiado recuentro: llega Lautaro con gente de refresco: mueren siete españoles
y todos los amigos que llevan: escápanse los otros por una gran ventura.
¡Cuán buena es la justicia y qué
importante!
por ella son
mil males atajados,
que si el
rebelde Arauco está pujante
con todos
sus vecinos alterados,
y pasa su
furor tan adelante,
5
fue por no
ser a tiempo castigados:
la llaga que
al principio no se cura
requiere al
fin más áspera la cura.
Que no es virtud, mas vicio y negligencia,
cuando de un
daño otro mayor se espera,
10
el no curar
con hierro la dolencia,
si del mal
lo requiere la manera:
mas no con
tal rigor que la clemencia
pierda su
fuerza y la virtud entera;
Clemente es
y piadoso el que sin miedo
15
por escapar
el brazo corta el dedo.
No quiero yo decir que a cada paso
traiga el
hierro en la mano la justicia,
sino según
la gravedad del caso,
y la
importancia y fin de la malicia:
20
pues vemos
claro en el presente paso,
que al cabo,
corrompida de avaricia,
dio a la
maldad lugar que se arraigase,
y en los
ánimos más se apoderase.
Mas no se ha de entender, como el liviano
25
que se
entrega al primero movimiento,
que por ser
justiciero es inhumano,
y por
alcanzar crédito es sangriento;
y como aquél
que con injusta mano,
sin término,
sin causa y fundamento,
30
por sólo
liviandad y vanagloria,
quiere dejar
de su maldad memoria.
No faltara
materia y coyuntura
para mostrar
la pluma aquí curiosa;
mas no
quiero meterme en tal hondura,
35
que es cosa
no importante y peligrosa:
el tiempo lo
dirá, y no mi escritura,
que quizá la
tendrán por sospechosa:
sólo diré
que es opinión de sabios,
que donde
falta el rey sobran agravios.
40
Pero a nuestro propósito tornando,
dejaré de
tratar de sinrazones,
que es
trabajar en vano, derramando
al viento en
el desierto las razones:
de los
nuestros diré, que peleando
45
estaban con
los fieros escuadrones,
ganando fama
y prez, honor y gloria,
haciendo
cosas dignas de memoria.
Fue hecho tan notable, que requiere
mucha
atención, y autorizada pluma:
50
y así digo
que aquél que le leyere,
en que fue
de los grandes se resuma:
diré cuanto
en mi estilo yo pudiere,
aunque toda
será una breve suma;
y los
nombres también de los soldados,
55
que con
razón merecen ser loados.
Almagro, Cortés, Córdova, Nereda,
Morán,
Gonzalo Hernández, Maldonado,
Peñalosa,
Vergara, Castañeda,
Diego García
Herrero el arriscado,
60
Pero Niño,
Escalona, y otro queda
con el cual
es el número acabado;
don Leonardo
Manrique es el postrero,
igual en el valor
siempre al primero.
Estos catorce son los que venían
65
a verse con
Valdivia en el concierto,
que del
pueblo Imperial partido habían
sin saber
que Valdivia fuese muerto:
por la alta
cuesta de Purén subían,
y en el más
alto asiento y descubierto
70
los caminos
de rama ven sembrados,
señal de
paga y junta de soldados.
Conocen que la tierra está alterada,
y que de
gentes hacen llamamiento;
no torcieron
por esto la jornada,
75
ni les mudó
el temor el firme intento:
la fresca y
nueva aurora colorada
daba con su
venida gran contento,
y las
sombras del Sol se retraían,
cuando el
licúreo valle descubrían.
80
Aquí estaban los indios emboscados
esperando a
los nuestros si viniesen
por cogerlos
sin orden descuidados
antes que
del peligro se advirtiesen:
de un bosque
a mano hecho rodeados,
85
para que más
cubiertos estuviesen,
hasta que,
inadvertidos del engaño,
pudiesen a
su salvo hacer el daño.
Los catorce españoles abajaban
por un
repecho, al valle enderezando,
90
donde
ocultos los bárbaros estaban
cubiertos de
los ramos aguardando:
los nuestros
con el bosque aún no igualaban
cuando los
indios, súbito sonando
bárbaras
trompas, roncos tamborinos,
95
los pasos
ocuparon y caminos.
En cazador no entró tanta alegría,
cuando más
sin pensar la liebre echada
de súbito
por medio de la vía
salta de
entre los pies alborotada;
100
cuanto causó
la muestra y vocería
del vecino
escuadrón de la emboscada
a nuestros
españoles, que al instante
arrojan los
caballos adelante.
En un punto los bárbaros formaron
105
de puntas de
diamante una muralla;
pero los
españoles no pararon
hasta de
parte a parte atravesalla:
hombres,
picas y mazas tropellaron,
revuelven,
por dar fin a la batalla,
110
con más
valor y esfuerzo que esperanza,
vista de los
contrarios la pujanza.
De tres dos escuadrones desviados
el paso les
cercaron y huida:
viéndose así
de bárbaros cercados,
115
piensan
abrir por ellos la salida:
otra vez
arremeten apiñados,
y aunque una
escuadra dellos fue rompida
volvieron a
sus puestos recogidos,
quedando
desta vuelta mal heridos.
120
Dos veces embistieron desta suerte,
las cerradas
escuadras tropellando;
mas viéndose
cercanos a la muerte,
prosiguen su
derrota, enderezando
al desolado
sitio y casa fuerte,
125
a diestro y
a siniestro derribando,
que los
indios entre ellos van mezclados,
hiriéndoles
también por todos lados.
Estréchase el camino de Elicura
por la
pequeña falda de una sierra:
130
la causa y
la razón de esta angostura
es un lago
que el valle abajo cierra:
Para los
nuestros esto fue ventura,
pues siguen
su jornada haciendo guerra,
que sólo un
español que atrás venía
135
la bárbara
arrogancia resistía.
Ellos, que iban así por una espesa
mata, al
calar de un áspero collado
ven un indio
salir a toda priesa,
el vestido y
el rostro demudado,
140
el cual en el
camino se atraviesa,
y del seno
sacó un papel cerrado
que Juan
Gómez de Almagro el propio día,
dando aviso
a Valdivia escrito había.
El mismo mensajero ven lloroso,
145
que dellos
adelante había partido:
de Valdivia
el suceso lastimoso
les dijo, y
lo demás acontecido:
y que el
castillo el bárbaro furioso
le había por
los cimientos destruido.
150
Viendo el
remedio y presupuesto vano,
tomaron a la
diestra un sitio llano.
Era el sitio de lomas rodeado,
aunque por
esta senda y paso abierto,
del Este,
Norte, Oeste está abrigado,
155
y el Sur le
hiere casi en descubierto,
por do
seguido va el camino usado,
de los
ligeros bárbaros cubierto
en espaciosa
hila prolongada,
sedientos de
la sangre bautizada.
160
Tras los nuestros los bárbaros saliendo,
en el llano
asimismo repararon,
y la gente
esparcida recogiendo,
dos gruesos
escuadrones reformaron:
los catorce
españoles, conociendo
165
que era
mejor romper, se aparejaron;
mueven los
escuadrones concertados
por el
fuerte Lincoya gobernados.
Con flautas, cuernos, roncos instrumentos,
alto
estruendo, alaridos desdeñosos,
170
salen los
fieros bárbaros sangrientos
contra los
españoles valerosos,
que
convertir esperan en lamentos
los
arrogantes gritos orgullosos:
tanto el
esfuerzo y ánimo les crece,
175
que poca
gente en contra les parece.
Aunque allí un español desfigurado,
que yo no
digo aquí cuál dellos era,
dijo, viendo
tan poca gente al lado:
"¡Oh si
nuestro escuadrón de ciento fuera!"
180
Pero Gonzalo
Hernández animado,
vuelto al
cielo, responde; "A Dios pluguiera
fuéramos
solos doce y dos faltaran,
que doce de
la fama nos llamaran."
Los caballos en esto apercibiendo,
185
firmes y
recogidos en las sillas,
sueltan las
riendas, y los pies batiendo,
parten
contra las bárbaras cuadrillas:
las
poderosas lanzas requiriendo,
afiladas en
sangre las cuchillas,
190
llamando en
alta voz a Dios del cielo,
hacen gemir
y retemblar el suelo.
Calan de fuerte fresno como vigas
los bárbaros
las picas al momento,
de la suerte
que suelen las espigas
195
derribarse
al furor del recio viento:
no bastaron
las armas enemigas
al ímpetu
español y movimiento,
que los
nuestros rompieron por un lado,
dejando el
escuadrón aportillado.
200
A un tiempo los caballos volteando,
lejos las
rotas lanzas arrojadas,
vuelven al
enemigo y fiero bando,
en alto ya
desnudas las espadas:
otra vez
arremeten, no bastando
205
infinidad de
puntas enastadas,
puestas en
contra de la airada gente,
a que no se
mezclasen igualmente.
Los unos, que no saben ser vencidos,
los otros a
vencer acostumbrados
210
son causa
que se aumenten los heridos,
y que bajen
los brazos más pesados:
de llamas
los arneses encendidos,
con gran
fuerza y presteza golpeados,
formaban un
rumor, que el alto cielo
215
del todo
parecía venir al suelo.
El buen Gonzalo Hernández, presumiendo
imitar al de
Córdova famoso,
iba por el
ejército rompiendo,
no menos
diestro y fuerte que animoso;
220
Peñalosa y
Vergara, conociendo
que vencer o
morir era forzoso,
hacen de sus
personas arriscadas
de esfuerzo
y fuerzas pruebas señaladas:
El valiente soldado de Escalona,
225
la rigurosa
espada ejercitando,
aventura y
señala su persona
mil bárbaros
valientes señalando:
don Leonardo
Manrique no perdona
los golpes
que recibe, antes doblando
230
los suyos
con gran priesa y mayor ira,
los castiga,
maltrata y los retira.
Otro, pues, que de Córdova se llama,
mozo de
grande esfuerzo y valentía,
tanta sangre
araucana allí derrama,
235
que hizo
cien viudas aquel día:
por una que
venganza al cielo clama,
saltan todas
las otras de alegría;
que al fin
son las mujeres variables,
amigas de
mudanzas y mudables.
240
Cortés y Pero Niño por un lado
hacen un
fiero estrago y cruda guerra;
Morán, Gómez
de Almagro y Maldonado
siembran de
cuerpos bárbaros la tierra:
el Herrero,
como hombre acostumbrado
245
y diestro en
golpear, mata y atierra:
pues Nereda
también, que era maestro,
hiere,
derriba a diestro y a siniestro.
Como si fueran a morir desnudos,
las rabiosas
espadas así cortan;
250
con tanta
fuerza bajan golpes crudos,
que poco
fuertes armas les importan:
lo que
sufrir no pueden los escudos,
los
insensibles cuerpos lo comportan
en furor
encendidos, de tal suerte,
255
que no
sienten los golpes ni aun la muerte.
Antes de rabia y cólera abrasados,
con
poderosos golpes los martillan,
y de muchos
con fuerza redoblados
los cargados
caballos arrodillan:
260
abollan los
arneses relevados,
abren,
desclavan, rompen, deshebillan:
ruedan las
rotas piezas y celadas,
y el aire
atruena el son de las espadas.
Lincoya combatiendo y derribando
265
anima con
hervor los escuadrones,
contra su
fuerza y maza no bastando
de crestas
altas fuertes morriones.
Cortés un
golpe suyo reparando,
la cabeza
inclinó entre los arzones,
270
llevándole
el caballo medio muerto,
suelto el
freno, corriendo a campo abierto.
Con el cuello inclinado, adormecido
acá y allá
el caballo le traía;
pero
tornando luego en su sentido,
275
vergonzoso
las riendas recogía:
vuelve a
buscar aquél que le ha herido,
y al punto
que miró le conocía,
que al mayor
araucano que allí andaba
de los
hombros arriba le llevaba.
280
Conócelo también en la braveza
que mostraba,
animando allí su gente,
y en la
facilidad y ligereza
con que
esgrime la maza diestramente.
Como el
suelto lebrel, por la maleza
285
se arroja al
jabalí fiero y valiente,
así asalta
Cortés al araucano,
la adarga al
pecho, el duro hierro en mano.
Al través le hirió por un costado,
no le
valiendo el coselete duro:
290
mas de
aquella manera le ha mudado
que mudara
un peñasco o fuerte muro:
pasa recio
el caballo espoleado,
y Cortés, de
Lincoya ya seguro,
por medio de
la espesa escuadra hiende,
295
y al un lado
y al otro muchos tiende.
Almagro cuerpo a cuerpo combatía
con el joven
Guacón, soldado fuerte;
pero presto
la lid se decidía,
que poco se
mostró neutral la suerte;
300
de un golpe
Almagro al bárbaro hería,
por donde
una ancha puerta abrió a la muerte,
sale de ella
de sangre roja un río,
y ocupa el
desangrado cuerpo el frío.
Airado Castañeda en la batalla
305
mata,
tropella, daña, hiere, ofende;
acaso a
Narpo a la derecha halla,
y allí la
rigurosa espada tiende:
no le valió
el jubón de fina malla,
ni un peto
de dos cueros le defiende
310
que la
furiosa punta no calase,
y el cuerpo
del espíritu privase.
La gente una con otra se embravece,
crece el
hervor, coraje y la revuelta,
y el río de
la corriente sangre crece,
315
bárbara y
española toda envuelta:
del grueso
aliento el aire se escurece,
alguna
infernal furia andaba suelta,
que por
llevar a tantos en un día
diabólico furor
les infundía.
320
Tanto el tesón entre ellos ha durado,
que espanta
cómo alzar pueden los brazos;
estaban por
el uno y otro lado
de
amontonados cuerpos los ribazos.
El Sol había
en su curso declinado,
325
cuando ya
sin vigor hechos pedazos,
de manera
igualmente enflaquecían,
que moverse
adelante no podían.
Como el aliento y fuerza van faltando
a dos
valientes toros animosos,
330
cuando en la
fiera lucha porfiando
se muestran
igualmente poderosos,
que se van
poco a poco retirando
rostro a
rostro con pasos perezosos,
cubiertos de
un humor y espeso aliento,
335
y esparcen
con los pies la arena al viento;
los dos puestos así se retiraron,
sin sangre y
sin vigor desalentados,
que jamás
las espadas se mostraron,
mas siempre
frente a frente careados,
340
ambos a un
mismo tiempo repararon,
a un punto
hicieron alto, y desviados
los unos de
los otros tanto estaban,
que aún un
tiro de flecha no distaban.
Mirábanse del uno y otro bando
345
en el sitio
y contrario alojamiento,
cubiertos de
agua y sangre y jadeando,
que no
pueden hartarse del aliento:
los
fatigados miembros regalando,
el pecho y
boca abierta al fresco viento,
350
que con
templados soplos respiraba,
mitigando
del Sol la fuerza brava.
Y desde allí con lenguas injuriosas
a falta de
las manos se ofendían:
diciéndose
palabras afrentosas
355
la muerte
con rigor se prometían;
y a vueltas
de esto, flechas peligrosas
los enemigos
arcos despedían,
que aunque
el aliento y fuerza les faltaba
el rabioso
rencor las arrojaba.
360
Yo no sé de cuál brazo descansado
una flecha
con ímpetu saliendo,
a manera de
rayo arrebatado,
el aire con
rumor iba rompiendo:
tocó en
soslayo a Córdova en un lado,
365
y la furiosa
punta no prendiendo,
torció a
Morán el curso, y encarnada
por el ojo
derecho abrió la entrada.
El buen Morán con mano cruda y fuerte
sacó la
flecha y ojo en ella asido;
370
Gonzalo, al
duro paso de la muerte
le apercibe
y esfuerza condolido;
pero Morán
gritó: "No estoy de suerte
que me
sienta de esfuerzo enflaquecido;
que solo,
así herido, soy bastante
375
a vencer
cuantos veis que están delante".
Pica el caballo temerariamente,
que galopear
no puede de cansado,
contra todo
aquel número de gente,
que en
escuadrón estaba reformado:
380
pero Gonzalo
Hernández diligente
se le puso
delante acelerado,
que ya
Lincoya al paso le salía,
y al puesto,
aunque por fuerza, le volvía.
Con grande alarde, estruendo y movimiento,
385
sobre la
cumbre de una verde loma,
tendidas las
banderas por el viento,
Lautaro con
la presta gente asoma.
Como cuando
de lejos el hambriento
león, viendo
la presa, placer toma,
390
y mira acá y
allá, feroz rugiendo,
el bedijoso
cuello sacudiendo:
Lautaro así veloz por un repecho
bajaba,
enderezando a los de España,
pensando él
solo dar fin a aquel hecho,
395
si no le
desamparan la campaña.
Delante de
su gente va gran trecho:
digna es de
celebrarse tal hazaña;
solos
catorce esperan, hechos piezas,
rotos los
brazos, piernas y cabezas.
400
Cuatro mil sobrevienen vitoriosos,
apiñados los
nuestros los esperan,
no de ver
tanta gente temerosos,
porque aún
morir con más honor quisieran;
los fieros
enemigos orgullosos
405
en alta voz
gritaban: "¡Mueran! ¡Mueran!",
y el
Lincoyano ejército animado,
también
acometió por otro lado.
Lanzaron los caballos los cristianos,
batiendo
bien de espacio el hueco suelo
410
contra los
descansados araucanos
que fieros
amenazan tierra y cielo:
vienen con
tardos pies a prestas manos,
y del primer
encuentro hecho un hielo
Pero Niño
tocó la blanca arena,
415
bañándola de
sangre en larga vena.
Atravesole el cuerpo la herida,
aunque en
atribuirla hay desconcierto:
unos dicen
que Angol fue el homicida,
otros que
Leocotón, y esto es más cierto:
420
cualquier
dellos que fue, de gran caída
pero Niño
quedó en el campo muerto
con un trozo
de pica atravesado,
donde fue
del tropel despedazado.
También el de Manrique volteando
425
a los pies
de Lautaro muerto vino;
rompen los
otros doce, enderezando
por las
espesas armas al camino:
pero
Ongolmo, los pies apresurando,
de un golpe
derribó fuera de tino
430
a Nereda,
que en guerras era experto;
Cortés de
muy herido cayó muerto.
Tras él al suelo fue Diego García,
de una llaga
mortal abierto el pecho;
de otro
golpe Escalona se tendía
435
que Tucapel
le acierta por derecho:
los demás
españoles en la vía
(considere
quien ya se vio en estrecho)
con cuánta
priesa baten las ijadas
de los lasos
caballos desangradas.
440
El fiero Tucapel haciendo guerra
a todos con
audacia los asalta,
y en viendo
que estos dos baten la tierra,
gallardo por
encima dellos salta:
topa a
Almagro y con él ligero cierra,
445
en los pies
levantado y la maza alta,
que sobre él
derribándola venía
con toda la
pujanza que tenía.
O fue mal tiento, o furia que llevaba,
o que el
Sumo Señor quiso librallo,
450
que el tiro
a la cabeza señalaba,
y a dar vino
en las ancas del caballo:
con tanta
fuerza el golpe le cargaba,
que Almagro
más no pudo meneallo,
quedando
derrengado de manera
455
que si fuera
de masa o blanda cera.
Almagro con presteza por un lado,
viendo el
caballo cojo, se derriba,
ora fue su
ventura y diestro hado,
ora
siniestro del que tras él iba,
460
el cual era
el valiente Maldonado,
que envuelto
en sangre y polvo al punto arriba
que el golpe
segundaba Tucapelo,
y por poco
con él diera en el suelo.
Con el jinete estribo en el derecho
465
lado al
bárbaro encuentra de pasada,
y cuatro
cinco pasos o más trecho
lo lleva
hacia adelante por la estrada:
brama el
bárbaro ardiendo de despecho;
víbora no se
vio más enconada,
470
ni pisado
escorpión vuelve tan presto,
como el
indio volvió el airado gesto.
Muda el intento, muda la sentencia
que contra
Juan de Almagro dado había,
y la furiosa
maza e impaciencia
475
al triste
Maldonado revolvía:
cala un
golpe con toda su potencia,
mas el
presto caballo se desvía;
Tucapel de
furioso el tiro yerra,
y el ferrado
troncón metió por tierra.
480
No escapó Maldonado de la muerte,
que al punto
llega el bravo Lemolemo
con un largo
bastón ñudoso y fuerte,
a manera le
corvo y grueso remo;
y un golpe
le señala de tal suerte,
485
que no le
erró el ferrado y duro extremo,
ni la celada
prestó de estofa llena,
que los
sesos saltaron por la arena.
En esto una gran nube tenebrosa,
el aire y
cielo súbito turbando,
490
con una
obscuridad triste y medrosa
del Sol la
luz escasa fue ocupando:
salta
Aquilón con furia procelosa
los árboles
y plantas inclinando,
envuelto en
raras gotas de agua gruesas,
495
que luego
descargaron más espesas.
Como el diestro atambor, que apercibiendo
al duro
asalto y fiera batería,
va con los
tardos golpes previniendo
la presta y
animosa compañía,
500
pero el
punto y señal última oyendo,
suena la
horrenda y áspera armonía:
así el negro
nublado turbulento
lanza un
diluvio súbito y violento.
En escura tiniebla el cielo vuelto,
505
la furiosa
tormenta se esforzaba,
agua,
piedras y rayos todo envuelto
en espesos
relámpagos lanzaba:
el araucano
ejército revuelto
por acá y
por allá se derramaba:
510
crece la
tempestad horrenda, tanto
que a los
más esforzados puso espanto.
De Juan Gómez la próspera ventura
hizo que al
punto el cielo se cerrase,
y la
tiniebla de la noche escura
515
gran rato en
su favor se anticipase:
turbado se
metió en una espesura
hasta tanto
que el ímpetu pasase
de aquella
gente bárbara furiosa,
de la
española sangre codiciosa.
520
Cuando vio en su violencia el torbellino
y que él
podía salir más encubierto,
el bosque
deja y toma su camino,
que el temor
se le muestra bien abierto:
cayendo y
levantando al cabo vino,
525
de sangre,
lodo y de sudor cubierto,
junto donde
los nuestros esperaban
si las
furiosas aguas aplacaban.
Estaban del camino desviados,
y uno de los
caballos relinchando,
530
el español con
pasos sosegados
al alegre
rumor se fue acercando:
llegó adonde
los seis amedrentados
con baja voz
estaban dél tratando,
y en aquella
sazón se les presenta,
535
dándoles del
suceso entera cuenta.
Con espanto fue luego conocido,
que entre
ellos ya por muerto se tenía,
y cada uno
de lástima movido,
a morir en
su ayuda se ofrecía;
540
mas él como
animoso y entendido,
viendo que
aprovechar no le podía,
dice:
"De mí, señores, nadie cure,
la vida el
que pudiere la asegure."
Esto no dijo bien, cuando esforzado
545
por el
bosque tomó una senda incierta,
y aquella
más usada deja a un lado,
de gente y
pueblos bárbaros cubierta:
otro trance
mayor le está guardado;
pero pues
hay de Chile historia cierta,
550
allí lo
podrá ver el que quisiere,
si gana de
saberlo le viniere.
El coronista Estrella escribe al justo
de Chile y
del Perú en latín la historia,
con tanta
erudición, que será justo
555
que dure
eternamente su memoria;
y la vida de
Carlos Quinto Augusto,
y en verso
los encomios y la gloria
de varones
ilustres en milicia,
gobernación,
en letras y justicia.
560
Vuelvo a los seis guerreros, que sintiendo
la desgracia
de Almagro, lo mostraban:
pero ayudalle
en ella no pudiendo,
a la
Imperial ciudad enderezaban:
la tempestad
furiosa iba creciendo,
565
relámpagos y
truenos no cesaban,
hasta que
salió el Sol y el claro día
la plaza de
Purén les descubría.
Era un castillo, el cual con poca gente
le había
Juan Gómez antes sustentado,
570
hallándose
una noche de repente
de multitud
de bárbaros cercado:
repelidos al
fin gallardamente,
fue por su
industria el cerco levantado:
No escribo
esta batalla, aunque famosa,
575
por no
tardarme tanto en cada cosa.
Allí los seis guerreros arribados
fueron con
tierna muestra recebidos
de los caros
amigos admirados
de verlos a
tal término traídos;
580
míseros,
afligidos, demudados,
flacos,
roncos, deshechos, consumidos,
corriendo
sangre y lodo, sin celadas,
las armas
con las carnes destrozadas.
Casi veinticuatro horas sustentaron
585
las armas
defendiendo su partido,
que nunca en
este tiempo descansaron,
haciendo lo
que habéis, Señor, oído:
un rato en
el castillo reposaron,
del cual la
noche atrás habían salido,
590
no con poco
temor de los de casa,
y más cuando
supieron lo que pasa.
La sangre les cuajó un temor helado,
gran
turbación les puso a todos, cuando
el caso de
Valdivia desastrado
595
les fueron
por sus términos narrando:
y así viendo
el castillo mal parado,
de consejo
común, considerando
la pujanza
que el bárbaro traía,
le dejaron
desierto el mismo día.
600
Hacia Cautén tomaron la jornada,
llevando a
Almagro acaso de camino,
que por
venir la noche tan cerrada
libre salió
del campo lautarino:
la fuerza
fue por tierra derribada,
605
que luego el
enemigo pueblo vino
talando
municiones y comidas,
que en el
castillo estaban recogidas.
Dieron vuelta los bárbaros gozosos
hacia donde
su ejército venía,
610
retumbando
en los montes cavernosos
el alegre
rumor y vocería;
y por
aquellos prados espaciosos,
con la
alegre vitoria de aquel día,
tales cantos
y juegos inventaban
615
que el
cansancio con ellos engañaban.
Juntos, el general con grave muestra
los habla y
los recibe alegremente;
y asiendo
blandamente de la diestra
al valiente
Lautaro, su teniente,
620
una escuadra
le entrega de maestra,
escogida,
gallarda y buena gente,
en armas y
trabajo ejercitada,
para
cualquier empresa y gran jornada.
A Lautaro dejemos pues en esto,
625
que mucho su
proceso me detiene:
forzoso a
tratar dél volveré presto,
que llegar hasta
Penco me conviene,
pues hace
tanto a nuestro presupuesto
decir cómo a
la guerra se previene
630
que
sangrienta y mortal se aparejaba,
y el justo
sentimiento que mostraba.
Ya la fama, ligera embajadora
de tristes
nuevas y de grandes males,
a Penco
atormentaba de hora en hora,
635
esforzando
su voz ruines señales:
cuando
llegan los indios a deshora,
los dos que
ya conté que en los jarales,
viendo a
Valdivia roto, se escondieron,
y estos el
triste caso refirieron.
640
Por mensajeros ciertos entendiendo
el duro y
desdichado acaecimiento,
viejos,
mujeres, niños concurriendo,
se forma un
triste y general lamento:
el cielo con
aguda voz rompiendo,
645
hinchen de
tristes lástimas el viento
nuevas
viudas, huérfanas, doncellas;
era una
dolorosa cosa vellas.
Los blancos rostros, más que flores bellos,
eran de
crudos puños ofendidos,
650
y manojos
dorados de cabellos
andaban por
los suelos esparcidos;
vieran
pechos de nieve y tersos cuellos
de sangre y
vivas lágrimas teñidos;
y rotos por
mil partes y arrojados
655
ricos
vestidos, joyas y tocados.
No con menor estruendo los varones
de la edad
más robusta juntamente
daban de su
dolor demostraciones,
pero con
otro modo diferente:
660
suenan las
armas, suenan municiones,
suena el
nuevo aparato de la gente;
y la ronca
trompeta del dios Marte
a guerra
incita ya por toda parte.
Unos botas espadas afilaban,
665
otros petos
mohosos enlucían,
otros las
viejas cotas remallaban,
hierros
otros en astas engerían,
cañones
reforzados apuntaban,
al viento
las banderas descogían,
670
y en
alardosa muestra los soldados
iban por
todas partes ocupados.
Caudillo era y cabeza de la gente
Francisco
Villagrán, varón tenido
por sabio en
la milicia y suficiente,
675
con suma
diligencia prevenido:
de Pedro de
Valdivia fue teniente,
después de
su persona obedecido:
sentido del
suceso y caso fuerte
brama por la
venganza de su muerte.
680
Las mujeres de nuevos alaridos
hieren el
alto cóncavo del cielo,
viendo al
peligro puestos los maridos
y ellas en
tal trabajo y desconsuelo:
con
lagrimosos ojos y gemidos,
685
echadas de
rodillas por el suelo,
les ponen
los hijuelos por delante;
pero cosa a
moverlos no es bastante.
Ya de lo necesario aparejados
en demanda
del bárbaro salían,
690
de arneses
lucidísimos armados,
que vistosos
de lejos parecían:
las mujeres
por torres y tejados
con fijos
ojos tiernos los seguían;
y echándoles
de allí mil bendiciones,
695
vuelven a
Dios el ruego y peticiones.
Del tropel se despiden ciudadano,
que del
pueblo saliera a acompañallos,
y en busca
del ejército araucano
pican a toda
priesa los caballos:
700
dejan a la
siniestra a Mareguano,
y a la
diestra de Talca los vasallos,
hijo de
Talcaguano, que su tierra
la ciñe casi
en torno el mar y sierra.
De los seguros límites pasando,
705
pisan de
Andalicán la enjuta arena,
y el
espacioso llano atravesando,
suben las
lomas, y el rumor no suena;
y al pie del
cerro andálico llegando,
sin entender
lo que Lautaro ordena,
710
sólo el
miedo de entrar por el estado
les mitigó
el furor demasiado.
Un paso peligroso, agrio y estrecho,
de la banda
del Norte está a la entrada
por un monte
asperísimo y derecho,
715
la cumbre
hasta los cielos levantada:
está tras
éste un llano a poco trecho,
y luego otra
menor cuesta tajada,
que divide
el distrito andalicano
del fértil
valle y límite araucano.
720
Esta cuesta Lautaro había elegido
para dar la
batalla, y por concierto
tenía todo
su ejército tendido
en lo más
alto della y descubierto:
viendo que a
pie en lo llano es mal partido
725
seguir a los
caballos campo abierto,
el alto y
primer cerro deja exento,
pensando
allí alcanzarlos por aliento.
Porque se tome bien del sitio el tino
quiero aquí
figurarle por entero:
730
la subida no
es mala del camino,
mas todo lo
demás despeñadero:
tiene al
Poniente al bravo mar vecino,
que bate al
pie de un gran derrumbadero,
y en la
cumbre y más alto de la cuesta
735
se allana
cuanto un tiro de ballesta.
Estaba el alto cerro coronado
del poderoso
ejército enemigo,
y el camino
al entrar desocupado,
sin defensa
ni estorbo, como digo:
740
pasado el
primer monte, había llegado
al pie deste
segundo bando amigo;
pero aquí
Villagrán confuso estuvo,
que el
peligroso trance le detuvo.
Como el romano César, receloso
745
el pie en el
Rubicón fijó a la entrada,
pensando
allí de nuevo el peligroso
hecho que
acometía y gran jornada;
Al fin soltó
las riendas animoso;
diciendo:
"¡Sús!, ¡la suerte ya es echada!..."
750
Así nuestro
español rompió el camino,
dando libre
la rienda a su destino.
Apenas el primer paso había dado,
cuando luego
tras él osadamente
por el
fragoso monte levantado
755
alegre
comenzó a subir la gente:
Lautaro sin
moverse, arrinconado,
franca les
da la entrada llanamente;
diez mil
hombres gobierna, gente usada
en el duro
ejercicio de la espada.
760
Tenía su campo en torno de la cuesta,
y mandado
que nadie se moviese
un paso a
comenzar la dura fiesta,
hasta que el
son de arremeter se oyese,
con una
irremisible pena puesta
765
para aquél
que del término saliese;
que estaban
así quedos y callados
cual si
fueran en mármoles mudados.
Pues la española gente, deseando
ejercitar la
vencedora diestra,
770
se va a los
enemigos acercando
por la banda
del bárbaro siniestra:
Lautaro al
puesto término llegando,
presenta la
batalla en bella muestra,
con gran
rumor de bárbaras trompetas,
775
atambores,
bocinas y cornetas.
Paréceme, Señor, que será justo
dar fin al
largo canto en este paso,
porque el
deseo del otro mueva el gusto,
y porque de
cantar me siento laso.
780
Suplícoos
que el tardar no os dé disgusto,
pareciéndoos
que voy tan paso a paso,
que aun de
gentes agravio una gran suma,
atento a no
llevar prolija pluma.
Canto V
Contiénese
la reñida batalla que entre los españoles y araucanos hubo en la cuesta de
Andalicán, donde por la astucia de Lautaro y el demasiado trabajo de los
españoles, fueron los nuestros desbaratados, y muertos más de la mitad de
ellos, juntamente con tres mil indios amigos.
Siempre el benigno Dios, por su clemencia,
nos dilata
el castigo merecido,
hasta ver
sin emienda la insolencia
y el corazón
rebelde endurecido:
y es tanta
la dañosa inadvertencia,
5
que aunque
vemos el término cumplido
y ejemplo
del castigo en el vecino,
no queremos
dejar el mal camino.
Dígolo, porque viene muy contenta
nuestra
gente española a las espadas,
10
que en el
fin de Valdivia no escarmienta,
ni mira
haber seguido sus pisadas:
presto la
veréis dar estrecha cuenta
de las
culpas presentes y pasadas;
que el
verdugo Lautaro, ardiendo en saña
15
se muestra
con su gente en la campaña.
Villagrán con la suya a punto puesto,
en el
estrecho llano se detiene;
plantando
seis cañones en buen puesto,
ordena aquí
y allí lo que conviene:
20
estuvo sin
moverse un rato en esto
por ver el orden
que Lautaro tiene,
que ocupaba
su gente tanto trecho
que mitigó
el ardor de más de un pecho.
De muchos fue esta guerra deseada;
25
pero sabe
ora Dios sus intenciones,
viendo toda
la cuesta rodeada
de gente en
concertados escuadrones:
la sangre,
del temor ya resfriada,
con presteza
acudió a los corazones;
30
los
miembros, del calor desamparados,
fueron luego
de esfuerzo reformados.
Con nuevo encendimiento están bramando,
porque la
trompa del partir no suena;
tanto el
trance y batalla deseando
35
que
cualquiera tardanza les da pena.
De la otra
parte el araucano bando,
sujeto a lo
que su caudillo ordena,
rabiaba por
cerrar; mas la obediencia
le pone duro
freno y resistencia.
40
Como el feroz caballo, que impaciente,
cuando el
competidor ve ya cercano,
bufa,
relincha, y con soberbia frente
hiere la
tierra de una y otra mano;
así el
bárbaro ejército obediente,
45
viendo tan
cerca el campo castellano
gime por ver
el juego comenzado,
mas no pasa
del término asignado.
Desta manera, pues, la cosa estaba,
ganosos de
ambas partes por juntarse;
50
pero ya
Villagrán consideraba
que era
dalles más ánimo el tardarse:
tres bandas
de jinetes apartaba
de aquellos
codiciosos de probarse,
que a la
seña, sin más amonestallos,
55
ponen las
piernas recio a los caballos.
El campo con ligeros pies batiendo,
salen con
gran tropel y movimiento;
Rauco se
estremeció del son horrendo,
y la mar
hizo extraño sentimiento.
60
Los
corregidos bárbaros temiendo
de Lautaro
el expreso mandamiento,
aunque por
los herir se deshacían,
el paso
hacia delante no movían.
Con el concierto y orden que en Castilla
65
juegan las
cañas en solemne fiesta,
que parte y
desembraza una cuadrilla,
revolviendo
la darga al pecho puesta:
así los
nuestros firmes en la silla,
llegan hasta
el remate de la cuesta,
70
y vuelven
casi en cerco a retirarse,
por no poder
romper sin despeñarse.
Toman al retirar la vuelta larga,
y desta
suerte muchas vueltas prueban;
pero todas
las veces una carga
75
de flecha,
dardo y piedra espesa llevan:
a algunos
vale allí la buena adarga;
las celadas
y grebas bien aprueban,
que no
pueden venir al corto hierro
por ser
peinado en torno el alto cerro.
80
Firme estaba Lautaro sin mudarse,
y cercada de
gente la montaña;
algunos que
pretenden señalarse
salen con su
licencia a la campaña:
quieren uno
por uno ejercitarse
85
de la pica y
bastón con los de España;
o dos a dos,
o tres a tres soldados,
a la franca
elección de los llamados.
Usando de mudanzas y ademanes
vienen con
muestra airosa y contoneo,
90
más bizarros
que bravos alemanes,
haciendo
aquí y allí gentil paseo:
como los
diestros y ágiles galanes
en público
ejercicio del torneo,
así llegan
gallardos a juntarse
95
y con las
duras puntas a tentarse.
Quien piensa de la pica ser maestro
sale a
probar la fuerza y el destino,
tentando el
lado diestro y el siniestro,
buscando lo
mejor con sabio tino:
100
cuál
acomete, vence y hurta presto,
hallando
para entrar franco el camino;
cuál hace el
golpe vano, y cuál tan cierto
que da con
su enemigo en tierra muerto.
Otros de estas posturas no se curan,
105
ni paran en
el aire y gentileza;
que el golpe
sea mortal sólo procuran,
y en el
cuerpo y los pies llevar firmeza:
con ánimo
arrojado se aventuran,
llevados de
la cólera y braveza;
110
ésta a veces
los golpes hace vanos,
y ellos
venir más juntos a las manos.
Pero por más veloz en la corrida
el mozo
Curiomán se señalaba,
que con
gallarda muestra y atrevida
115
larga
carrera sin temor tomaba:
y blandiendo
una lanza muy fornida
en medio de
la furia la arrojaba,
que nunca la
ballesta al torno armada
jara con tal
presteza fue enviada.
120
Había siete españoles ya herido,
mas nadie se
atraviesa a la venganza,
que era el
valiente bárbaro temido
por su esfuerzo,
destreza y gran pujanza:
en esto
Villagrán algo corrido,
125
viéndole
despedir la octava lanza,
dijo con voz
airada: "¿No hay alguno
que castigue
este bárbaro importuno?"
Diciendo esto, miraba a Diego Cano,
el cual de
osado crédito tenía,
130
que, una
asta gruesa en la derecha mano,
su rabicán
preciado apercebía;
y al tiempo
cuando el bárbaro lozano
con fuerza
extrema el brazo sacudía,
en la silla
los muslos enclavados
135
hiere al
caballo a un tiempo entrambos lados.
Con menudo tropel y gran ruïdo
sale el
presto caballo desenvuelto
hacia el
gallardo bárbaro atrevido,
que en esto
las espaldas había vuelto;
140
pero el
fuerte español, embebecido
en que no se
le fuese, el freno suelto,
bate al
caballo a priesa los talones
hasta los
enemigos escuadrones.
No el araucano y fiero ayuntamiento
145
con las
espesas picas derribadas,
ni el
presuroso y recio movimiento
de mazas y
de bárbaras espadas
pudieron
resistir el duro intento
del airado
español, que las pisadas
150
del ligero
araucano iba siguiendo,
la espesa
turba y multitud rompiendo:
donde a pesar de tantos y a despecho,
con grande
esfuerzo y valerosa mano
rompe por
ellos, y la lanza al pecho
155
de aquél que
dilató su muerte en vano:
y glorioso
del bravo y alto hecho,
al caballo
picó a la diestra mano,
abriendo con
esfuerzo y diestro tino
por medio de
las armas el camino.
160
Luego se arroja el escuadrón jinete
al araucano
ejército llamando,
que a
esperarle parece que acomete,
y vase luego
al borde retirando:
una, cuatro
y diez veces arremete,
165
poco el
arremeter aprovechando;
que en
aquella sazón ninguna espada
había de
sangre bárbara manchada.
Los
cansados caballos trabajaban,
mas poco del
trabajo se aprovecha,
170
que los
nuestros en vano les picaban,
heridos y
hostigados de la flecha:
las bravezas
de algunos aplacaban
viéndose en
aquel punto y cuenta estrecha,
ellos lasos,
los otros descansados,
175
los pasos y
caminos ya cerrados.
La presta y temerosa artillería
a toda furia
y priesa disparaba,
y así en el
escuadrón indio batía,
que cuanto
topa enhiesto lo allanaba:
180
de fuego y
humo el cerro se cubría,
el aire
cerca y lejos retumbaba:
parece con
estruendo abrirse el suelo
y respirar
un nuevo Mongibelo.
Visto Lautaro serle conveniente
185
quitar y
deshacer aquel nublado,
que lanzaba
los rayos en su gente
y había gran
parte della destrozado;
al escuadrón
que a Leucotón valiente
por su valor
le estaba encomendado
190
le manda
arremeter con furia presta
y en alta
voz diciendo le amonesta:
"¡Oh fieles compañeros vitoriosos
a quien
fortuna llama a tales hechos!
¡Ya es
tiempo que los brazos valerosos
195
nuestras
causas aprueben y derechos!
¡Sus, sus,
calad las lanzas animosos!
¡Rompan los
hierros los contrarios pechos,
y por ellos
abrid roja corriente
sin respetar
a amigo ni a pariente!
200
"A las plazas guiad, que si ganadas
por vuestro
esfuerzo son, con tal vitoria
célebres
quedarán vuestras espadas,
y eterna al
mundo dellas la memoria:
el campo
seguirá vuestras pisadas,
205
siendo vos
los autores desta gloria."
Y con esto
la gente envanecida
hizo la
temeraria arremetida.
Por infame se tiene allí el postrero,
que es la
cosa que entre ellos más se nota;
210
el más
medroso quiere ser primero
al probar si
la lanza lleva bota:
no espanta
ver morir al compañero,
ni llevar
quince o veinte una pelota,
volando por
los aires hechos piezas,
215
ni el ver
quedar los cuerpos sin cabezas.
No los perturba y pone allí embarazo,
ni punto los
detiene el temor ciego;
antes si el
tiro a alguno lleva el brazo,
con el otro
la espada esgrime luego:
220
llegan sin
reparar hasta el ribazo
donde estaba
la máquina del fuego;
viéranse
allí las balas escupidas
por la
bárbara furia detenidas.
Los demás arremeten luego en rueda,
225
y de tiros
la tierra y sol cubrían:
pluma no
basta, lengua no hay que pueda
figurar el
furor con que venían:
de voces,
fuego, humo y polvareda
no se
entienden allí ni conocían;
230
mas poco
aprovechó este impedimento,
que ciegos
se juntaban por el tiento.
Tardaron poco espacio en concertarse
las enemigas
haces ya mezcladas:
lo que allí
se vio más para notarse
235
era el
presto batir de las espadas:
procuran
ambas partes señalarse,
y así vieran
cabezas y celadas
en cantidad
y número partidas,
y piernas de
sus troncos divididas.
240
Unos por defender la artillería,
con tal
ímpetu y furia acometida;
otros por
dar remate a su porfía
traban una
batalla bien reñida:
para un solo
español cincuenta había,
245
la ventaja
era fuera de medida;
mas cada
cual por sí tanto trabaja,
que iguala
con valor a la ventaja.
No quieren que atrás vuelva el estandarte
de Carlos
Quinto, Máximo, glorioso,
250
mas que, a
pesar del contrapuesto Marte,
vaya siempre
adelante vitorioso:
el cual,
terrible y fiero a cada parte,
envuelto en
ira y polvo sanguinoso,
daba nuevo
vigor a las espadas,
255
de tanto
combatir aún no cansadas.
Renuévase el furor y la braveza
según es el
herir apresurado,
con aquel
mismo esfuerzo y entereza
que si
entonces la hubieran comenzado:
260
las muertes,
el rigor y la crueza,
esto no
puede ser significado,
que la
espesa y menuda yerba verde
en sangre
convertida el color pierde.
Villagrán la batalla en peso tiene,
265
que no
pierde una mínima su puesto;
de todo lo
importante se previene,
aquí va y
allí acude, y vuelve presto:
hace de
capitán lo que conviene
con usada
experiencia; y fuera desto,
270
como usado
soldado y buen guerrero
se arroja a
los peligros el primero.
Andando envuelto en sangre a Torbo mira
que en los
cristianos hace gran matanza;
lleva el
caballo, y él llevado de ira
275
requiere en
la derecha bien la lanza:
en los estribos
firme al pecho tira;
mas la
codicia y sobra de pujanza
desatentó la
presurosa mano,
haciendo
antes de tiempo el golpe en vano.
280
Hiende el caballo desapoderado
por la
canalla bárbara enemiga;
revuelve a
Torbo el español airado,
y en bajo el
brazo la jineta abriga;
pásale un
fuerte peto tresdoblado
285
y el jubón
de algodón, y en la barriga
le abrió una
gran herida por do al punto
vertió de
sangre un lago y la alma junto.
Saca entera la lanza, y derribando
el brazo
atrás, con ira la arrojaba:
290
vuelve la
furiosa asta rechinando
del ímpetu y
pujanza que llevaba,
y a
Corpillan que estaba descansando
por entre el
brazo y cuerpo le pasaba,
y al suelo
penetró sin dañar nada,
295
quedando
media braza en él fijada.
Y luego Villagrán, la espada fuera,
por medio de
la hueste va a gran priesa;
haciendo con
rigor ancha carrera
adonde va la
turba más espesa.
300
No menos
Pedro de Olmos de Aguilera
en todos los
peligros se atraviesa,
habiendo él
solo muerto por su mano
a Guancho,
Canio, Pillo y Titaguano.
Hernando y Juan, entrambos de Alvarado,
305
daban de su
valor notoria muestra,
y el viejo
gran jinete Maldonado
voltea el
caballo allí con mano diestra,
ejercitando
con valor usado
la espada
que en herir era maestra,
310
aunque la
débil fuerza envejecida
hace pequeño
el golpe y la herida.
Diego Cano a dos manos, sin escudo,
no deja
lanza enhiesta ni armadura,
que todo por
rigor de filo agudo
315
hecho
pedazos viene a la llanura:
pues Peña,
aunque de lengua tartamudo,
se revuelve
con tal desenvoltura
cual Cesio
entre las armas de Pompeo,
o en Troya
el fiero hijo de Peleo.
320
Por otra parte el español Reinoso,
de ponzoñosa
rabia estimulado,
con la
espada sangrienta va furioso
hiriendo por
el uno y otro lado;
mata de un
golpe a Palta, y riguroso
325
la punta
enderezó contra el costado
del fuerte
Ron, y así acertó la vena,
que la
espada de sangre sacó llena.
Bernal, Pedro de Aguayo, Castañeda,
Ruiz,
Gonzalo Hernández, y Pantoja
330
tienen hecha
de muertos una rueda
y la tierra
de sangre toda roja:
no hay quien
ganar del campo un paso pueda
ni el espeso
herir un punto afloja,
haciendo los
cristianos tales cosas
335
que las
harán los tiempos milagrosas.
Mas eran los contrarios tanta gente,
y tan poco
el remedio y confianza,
que a muchos
les faltaba juntamente
la sangre,
aliento, fuerza y la esperanza:
340
llevados,
pues, al fin de la corriente,
sin poder
resistir la gran pujanza,
pierden un
largo trecho la montaña
con todas
las seis piezas de campaña.
Del antiguo valor y fortaleza
345
sin aflojar
los nuestros siempre usaron;
no se vio en
español jamás flaqueza
hasta que el
campo y sitio les ganaron:
mas viéndose
a tal hora en estrecheza,
que pasaba
de cinco que empezaron,
350
comienzan a
dudar ya la batalla
perdiendo la
esperanza de ganalla.
Dudan por ver al bárbaro tan fuerte,
cuando ellos
en la fuerza iban menguando;
representoles
el temor la muerte,
355
las heridas
y sangre resfriando:
algunos
desaniman de tal suerte
que se van
al camino retirando,
no del todo,
Señor, desbaratados,
mas
haciéndoles rostro y ordenados.
360
Pero el buen Villagrán, haciendo fuerza,
se arroja y
contrapone al paso airado,
y con sabias
razones los esfuerza,
como de
capitán escarmentado,
diciendo:
"Caballeros, nadie tuerza
365
de aquello
que a su honor es obligado;
no os
entreguéis al miedo, que es, yo os digo,
de todo
nuestro bien gran enemigo.
"Sacudidle de vos, y veréis luego
la deshonra
y afrenta manifiesta:
370
mirad que el
miedo infame, torpe y ciego
más que el
hierro enemigo aquí os molesta:
no os
turbéis, reportaos, tened sosiego,
que en este
solo punto tenéis puesta
vuestra
fama, el honor, vida y hacienda,
375
y es cosa
que después no tiene emienda.
"¿A dó volvéis sin orden y sin tiento,
que los
pasos tenemos impedidos?
¿Con cuánto
deshonor y abatimiento
seremos de
los nuestros acogidos?
380
La vida y
honra está en el vencimiento,
la muerte y
deshonor en ser vencidos:
mirad esto,
y veréis huyendo cierta
vuestra
deshonra y más la vida incierta."
De la plaza no ganan cuanto un dedo
385
por esto y
otras cosas que decía,
según era el
terror y extraño miedo
en que el
peligro puesto los había.
"¿Dónde
quedar mejor que aquí yo puedo?"
diciendo
Villagrán, con osadía
390
temeraria
arremete a tanta gente,
sólo para
morir honradamente.
La vida ofrece de acabar contenta,
por no estar
al rigor de ser juzgado;
teme más que
a la muerte alguna afrenta
395
y el verse
con el dedo señalado:
no quiere
andar a todos dando cuenta
si a volver
las espaldas fue forzado;
que por
dolencia o mancha se reputa
tener hombre
el honor puesto en disputa.
400
Cuán bien desto salió, que del caballo
al suelo le
trujeron aturdido;
cuál procura
prendello, cuál matallo;
pero las
buenas armas le han valido;
otros dicen
a voces: "¡Desarmallo!"
405
Acude allí
la gente y el ruïdo...
Mas quien
saber el fin desto quisiere
al otro
canto pido que me espere.
Canto VI
Prosigue la
comenzada batalla, con las extrañas y diversas muertes que los araucanos
ejecutaron en los vencidos, y la poca piedad que con los niños y mujeres
usaron, pasándolos todos a cuchillo.
Al valeroso espíritu, ni suerte,
ni revolver
de hado riguroso
le pueden
presentar caso tan fuerte,
que le
traigan a estado vergonzoso;
como ahora a
Villagrán, que con su muerte,
no siendo de
otro modo poderoso,
5
piensa
atajar el áspero camino
adonde le
tiraba su destino.
Sus soldados, el paso apresurando,
en confuso
montón se retrujeron,
cuando en el
nuevo y gran rumor mirando
10
a su buen
capitán en tierra vieron:
solos trece,
la vida despreciando,
los rostros
y las riendas revolvieron;
rasgando a
los caballos los ijares
se arrojan a
embestir tantos millares.
15
Con más valor que yo sabré decillo
el pequeño
escuadrón ligero cierra,
abriendo en
los contrarios un portillo,
que casi
puso en condición la guerra:
rompen hasta
do el mísero caudillo
20
de golpes
aturdido estaba en tierra,
sin ayuda y
favor desamparado,
de la
enemiga turba rodeado.
Todos a un tiempo quieren ser primeros
en esta
presa y suerte señalada,
25
y estaban
como lobos carniceros
sobre la
mansa oveja desmandada,
cuando
discordes con ahullidos fieros
forman
música en voz desentonada;
y en esto
los mastines del egido
30
llegan con
gran presteza a aquel ruïdo;
Así los enemigos apiñados,
en medio al
triste Villagrán tenían,
que por
darle la muerte, embarazados,
los unos a
los otros se impedían:
35
mas los
trece españoles esforzados,
rompiendo a
la sazón, sobrevenían
de roja y
fresca sangre ya cubiertos
de aquellos
que dejaban atrás muertos.
Con gran presteza, del amor movidos,
40
adonde a
Villagrán ven se arrojaban,
y los agudos
hierros atrevidos
de nuevo en
sangre nueva remojaban:
desamparan
el cerco los heridos,
acá y allá
medrosos se apartaban:
45
algunos
sustentaban con más suerte
su parte y
opinión hasta la muerte.
Si un espeso montón se deshacía;
desocupando
el campo escarmentados,
otra junta
mayor luego nacía,
50
y estaban
sus lugares ocupados:
del sueño
Villagrán aún no volvía;
mas tal maña
se dieron sus soldados,
y así las
prestas armas revolvieron,
que en su
acuerdo a caballo lo pusieron.
55
A tardarse más tiempo fuera muerto,
y a bien
librar salió tan mal parado
que, aunque
estaba de planchas bien cubierto,
tenía el
cuerpo molido y magullado:
pero del
sueño súbito despierto,
60
viendo trece
españoles a su lado,
olvidando el
peligro en que aún estaba,
entre los
duros hierros se lanzaba.
Por medio del ejército enemigo
sin
escarmiento ni temor hendía,
65
llevando en
su defensa al bando amigo,
que
destrozando bárbaros venía:
trillan,
derriban, hacen tal castigo
que duran
las reliquias hoy en día,
y durará en
Arauco muchos años
70
el estrago y
memoria de los daños.
Bernal hiere a Mailongo de pasada
de un
valiente altibajo a fil derecho;
no le valió
de acero la celada,
que los
filos corrieron hasta el pecho:
75
Aguilera al
través tendió la espada,
y al
dispuesto Guamán dejó mal trecho;
haciendo ya
el temor tan ancha senda
que bien
pueden correr a toda rienda.
Salen, pues, los catorce vitoriosos
80
donde los
otros de su bando estaban,
que
turbados, sin orden, temerosos
de ver su
muerte ya remolinaban:
no bastaron
ni fueron poderosos
Villagrán y
los otros que llegaban
85
a estorbar
el camino comenzado,
que ya el
temor gran fuerza había cobrado.
Viendo bravo y gallardo al araucano,
del todo de
vencer desconfiados,
y los
caballos sin aliento, en vano
90
de importunas
espuelas fatigados;
a grandes
voces dicen: "¡A lo llano!
No estemos
desta suerte arrinconados;"
y con nuevo
temor y desatino
toman
algunos dellos el camino.
95
Cual de cabras montesas la manada,
cuando a
lugar estrecho es reducida,
de diestros
cazadores rodeada
y de
importunos tiros perseguida;
que viéndose
ofendida y apretada,
100
una rompe el
camino y la huïda,
siguiendo
las demás a la primera;
así abrieron
los nuestros la carrera.
Uno, dos, diez y veinte, desmandados
corren a la
bajada de la cuesta,
105
sin orden y
atención apresurados,
como si al
palio fueran sobre apuesta:
aunque
algunos valientes ocupados
con firme
rostro y con espada presta,
combatiendo
animosos, no miraban
110
cómo así los
amigos los dejaban.
No atienden al huir, ni se previenen
de remedio
tan flaco y vergonzoso;
antes en su
batalla se mantienen,
trayendo el
fin a término dudoso
115
y con
heroicos ánimos detienen
de los
indios el ímpetu furioso,
y la
disposición del duro hado
en daño suyo
y contra declarado.
Y así resisten, matan y destruyen,
120
contrastando
al destino, que parece
que el valor
araucano disminuyen,
y el suyo
con difícil prueba crece:
mas viendo a
los amigos cómo huyen,
que a más
correr la gente desparece,
125
hubieron de
seguir la misma vía,
que ya fuera
locura y no osadía.
Quiero mudar en lloro amargo el canto,
que será a
la sazón más conveniente,
pues me
suena en la oreja el triste llanto
130
del pueblo
amigo y género inocente.
No siento el
ser vencidos, tanto cuanto
ver pasar
las espadas crudamente
por
vírgenes, mujeres, servidores,
que penetran
los cielos sus clamores.
135
La infantería española sin pereza
y gente de
servicio iban camino,
que el miedo
les prestaba ligereza,
y más de la
que a algunos les convino;
pues con la
turbación y gran torpeza
140
muchos
perdieron de la cuesta el tino,
ruedan unos,
los lomos quebrantados,
otros hechos
pedazos despeñados.
Quedan por el camino mil tendidos,
los arroyos
de sangre el llano riegan,
145
rompiendo el
aire el llanto y alaridos
que en son
desentonado al cielo llegan:
y las
lástimas tristes y gemidos,
puestas las
manos altas, con que ruegan
y piden de
la vida gracia en vano
150
al
inclemente bárbaro inhumano.
El cual siempre les iba caza dando,
con mano
presta y pies en la corrida,
hiriendo sin
respeto y derribando
la inútil
gente, mísera, impedida,
155
que a la
amiga nación iba invocando
la ayuda en
vano a la amistad debida,
poniéndole
delante con razones
la deuda, el
interés y obligaciones.
Y aunque más las razones obligaban,
160
si alguno a
defenderlos revolvía,
viendo
cuanto los otros se alargaban,
alargarse
también le convenía.
Ni a los que
por amigos se trataban,
ni a las que
por amigas se debía,
165
con quien
había amistad y cuenta estrecha,
llamar,
gemir, llorar les aprovecha.
Que ya los nuestros sin parar en nada
por la
carrera de su sangre roja
dan siempre
nueva furia en su jornada,
170
y a los
caballos priesa y rienda floja:
que ni la
voz de virgen delicada,
ni
obligación de amigos los congoja:
la pena y la
fatiga que llevaban
era que los
caballos no volaban.
175
Sordos a aquel clamor y endurecidos,
miden con
sueltos pies el verde llano;
pero algunos
de lástima movidos,
viendo el
fiero espectáculo inhumano,
de una
rabiosa cólera encendidos,
180
vuelven
contra el ejército araucano
que corre
por el campo derramado,
la más parte
en la presa embarazado.
Determinados de morir, revuelven
haciendo al
sexo tímido reparo,
185
y de suerte
en los bárbaros se envuelven,
que a más de
diez la vuelta costó caro:
por esto los
primeros aún no vuelven,
que quieren
que el partido sea más claro,
y no poner
la vida en aventura,
190
cuanto lejos
de allí tanto segura.
Torna la lid de nuevo a refrescarse;
de un lado y
otro andaba igual trabada:
pecho con
pecho vienen a juntarse,
lanza con
lanza, espada con espada;
195
pueden los
españoles sustentarse,
que la gente
araucana derramada
el alcance
sin orden proseguía
haciendo
todo el daño que podía.
Cual banda de cornejas esparcidas
200
que por el
aire claro el vuelo tienden,
que de la
compañera condolidas,
por los
chirridos la prisión entienden,
las
batidoras alas recogidas
a darle
ayuda en círculo descienden;
205
el bárbaro
escuadrón de esta manera
al rumor
endereza la carrera.
La gente que de acá y allá discurre,
viendo el
tumulto y aire polvoroso
deja el
alcance, y de tropel concurre
210
al son de
las espadas sonoroso:
cada
araucano con presteza ocurre
adonde era el
favor más provechoso,
y los
sangrientos hierros en las manos,
cercan el
escuadrón de los cristianos.
215
La copia de los bárbaros creciendo,
crece el son
de las armas y refriega,
y los
nuestros se van disminuyendo,
que en su
ayuda y socorro nadie llega:
pero con
grande esfuerzo combatiendo
220
ninguno la
persona a ciento niega,
ni allí se
vio español que se notase
que a su
deuda una mínima faltase.
Mas de la suerte, como si del cielo
tuvieran el
seguro de las vidas,
225
se meten y
se arrojan sin recelo
por las
furiosas armas homicidas:
caen por
tierra, y echan por el suelo,
dan y
reciben ásperas heridas,
que el
número dispar y aventajado
230
suple el
valor y el ánimo sobrado.
Y así se contraponen, no temiendo
la muerte y
furia bárbara importuna,
el ímpetu y
pujanza resistiendo
de la gente,
del hado y la fortuna:
235
mas
contrastar a tantos no pudiendo
sin socorro,
favor ni ayuda alguna,
dilatando el
morir, les fue forzoso
volver a su
camino trabajoso.
Parece el esperar más desatino,
240
que van los
delanteros como el viento;
usar de
aquel remedio les convino
y no del
temerario atrevimiento:
muchos
mueren en medio del camino
por falta de
caballos y de aliento,
245
y de sangre
también, que el verde prado
quedaba de
su rastro colorado.
Flojos ya los caballos y encalmados,
los bárbaros
por pies los alcanzaban,
y en los
rendidos dueños derribados
250
las fuerzas
de los brazos ensayaban:
otros de los
peones empachados,
digo, de los
cristianos que a pie andaban,
casi moverse
al trote no podían,
que con sólo
el temor los detenían.
255
Los cansados peones se contentan
con las
colas o aciones aferradas,
y en vano
lastimosos representan
estrechas
amistades olvidadas:
de sí los de
a caballo los ausentan,
260
si no pueden
a ruego, a cuchilladas,
como a los
más odiosos enemigos;
que no era a
la sazón tiempo de amigos.
Atruena todo el valle el gran bullicio,
armas,
grita, clamor triste se oía
265
de la gente
española y de servicio
que a manos
de los indios perecía:
no se vio
tan sangriento sacrificio,
ni tan
extraña y cruda anatomía
como los
fieros bárbaros hicieron
270
en dos mil y
quinientos que murieron.
Unos vienen al suelo mal heridos,
de los lomos
al vientre atravesados;
por medio de
la frente otros hendidos,
otros mueren
con honra degollados:
275
otros, que
piden medios y partidos,
de los
cascos los ojos arrancados,
los fuerzan
a correr por peligrosos
peñascos sin
parar precipitosos.
Y a las tristes mujeres delicadas
280
el debido
respeto no guardaban,
antes con
más rigor por las espadas
sin escuchar
sus ruegos las pasaban:
no tienen
miramiento a las preñadas,
mas los
golpes al vientre encaminaban,
285
y aconteció
salir por las heridas
las tiernas
pernezuelas no nacidas.
Suben por la gran cuesta al que más puede,
y paga el
perezoso y negligente,
que a ninguno
más vida se concede
290
de cuanto
puede andar ligeramente:
y aquel
torpe es forzoso que se quede
que no es en
la carrera diligente;
que la
muerte que airada atrás venía,
en afirmando
el pie le sacudía.
295
Aunque la cuesta es áspera y derecha,
muchos a la
alta cumbre han arribado,
adonde una
albarrada hallaron hecha,
y el paso
con maderos ocupado:
no tiene
aquel camino otra deshecha,
300
que el cerro
casi en torno era tajado;
del un lado
le bate la marina,
del otro un
gran peñón con él confina.
Era de gruesos troncos mal pulidos
el nuevo
muro en breve tiempo hecho,
305
con arte
unos en otros engeridos
que cerraban
la senda y paso estrecho:
dentro
estaban los indios prevenidos,
las armas
sobre el muro y antepecho,
que según
orgullosos se mostraban,
310
al cielo, no
a la gente amenazaban.
Viendo los españoles ya cerrados
los pasos y
cerrada la esperanza,
a pasar o
morir determinados,
poniendo en
Dios la firme confianza,
315
de la
albarrada un trecho desviados
prueban de
los caballos la pujanza,
corriendo un
golpe dellos a romperla,
y los
bárbaros dentro a defenderla.
Así la gente estaba detenida,
320
que todo su
trabajo no importaba,
ni al peligro
hallaba la salida,
hasta que el
viejo Villagrán llegaba:
que vista la
excusada arremetida
cuán poco en
el remedio aprovechaba,
325
sin temor de
morir ni muestra alguna
dio aquí el
último tiento a la fortuna.
Estaba en un caballo derivado
de la
española raza poderoso,
ancho de
cuadra, espeso, bien trabado,
330
castaño de
color, presto, animoso,
veloz en la
carrera y alentado,
de grande
fuerza y de ímpetu furioso,
y la furia
sujeta y corregida
por un débil
bocado y blanda brida.
335
El rostro le endereza, y al momento
bate el
presto español recio la ijada,
que sale con
furioso movimiento
y encuentra
con los pechos la albarrada:
no hace en
el romper más sentimiento
340
que si fuera
en carrera acostumbrada,
abriendo tal
camino, que pasaron
todos los
que de abajo se escaparon.
Los bárbaros airados defendían
el paso,
pero al cabo no pudieron,
345
que por más
que las armas esgrimían
los fuertes
españoles los rompieron:
unos hacia
la mano diestra guían,
otros tan
buen camino no supieron,
tomando a la
siniestra un mal sendero
350
que a dar
iba en un gran despeñadero.
A la siniestra mano hacia el Poniente
estaban dos
caminos mal usados;
estos debían
de ser antiguamente
por do al
agua bajaban los venados:
355
Digo en
tiempos pasados, que al presente
por mil
partes estaban derrumbados,
y el remate
tajado con un salto
de más de
ciento y veinte brazas de alto.
Por orden de Natura no sabida,
360
o por gran
sequedad de aquella tierra,
o algún
diluvio grande y avenida,
fue causa de
tajarse aquella sierra:
pues por
allí la gente mal regida
ocupada del
miedo de la guerra,
365
huyendo de
la muerte ya sin tino
a dar derechamente
en ella vino.
La inadvertida gente iba rodando
que
repararse un paso no podía,
el segundo
al primero tropellando,
370
y el tercero
al segundo recio envía;
el número se
va multiplicando,
un cuerpo
mil pedazos se hacía,
siempre
rodando con furor violento
hasta parar
en el más bajo asiento.
375
Como el fiero Tifeo, presumiendo
lanzar de sí
el gran monte y pesadumbre,
cuando el
terrible cuerpo estremeciendo
sacude los
peñascos de la cumbre,
que vienen
con gran ímpetu y estruendo
380
hechos
piezas abajo en muchedumbre;
así la
triste gente mal guiada
rodando al
llano va despedazada.
Pero aquella que el buen camino tiene,
de verle con
presteza el fin procura:
385
ninguno por
el otro se detiene,
que
detenerse ya fuera locura:
rodar
también alguno le conviene,
que más de
lo posible se apresura:
A caballo y
a pie y aún de cabeza
390
llegaron a
lo bajo en poca pieza.
Sueltos iban caballos por el prado,
que muertos
lo señores han caïdo;
otros
desocuparlos fue forzado
que por
flojos la silla habían perdido:
395
cuál ligero
cabalga y cuál turbado,
del temor de
la muerte ya impedido,
atinar al
estribo no podía,
y el caballo
y sazón se le huía.
No aguardaban por esto, mas corriendo
400
juegan a
mucha priesa los talones,
al delantero
sin parar siguiendo,
que no le
alcanzarán a dos tirones:
votos,
promesas entre sí haciendo
de ayunos,
romerías, oraciones,
405
y aún otros
reservados sólo al Papa,
si Dios de
este peligro los escapa.
Venían ya los caballos por el llano
las orejas
tremiendo derramadas:
quiérenlos
aguijar, mas es en vano,
410
aunque recio
les abren las ijadas:
El hermano
no escucha al caro hermano;
las lástimas
allí son excusadas:
quien dos
pasos del otro se aventaja,
por ganar
otros dos muere y trabaja.
415
Como el que sueña que en el ancho coso
siente al
furioso toro avecinarse,
que piensa
atribulado y temeroso
huyendo de aquel
ímpetu salvarse,
y se aflige
y congoja presuroso
420
por correr,
y no puede menearse;
así estos a
gran priesa a los caballos
no pueden,
aunque quieren, aguijallos.
Haciendo el enemigo gran matanza
sigue el
alcance y siempre los aqueja:
425
dichoso
aquél que buen caballo alcanza,
que de su
furia un poco más se aleja:
quién la
adarga abandona, quién la lanza,
quién de
cansado el propio cuerpo deja;
y así la
vencedora gente brava
430
la fiera sed
con sangre mitigaba.
A aquél que por desdicha atrás venía,
ninguno,
aunque sea amigo, le socorre,
despacio el
más ligero se movía,
quien el
caballo trota mucho corre:
435
el cansancio
y la sed los afligía:
mas Dios,
que en el mayor peligro acorre,
frenó el
ímpetu y curso al enemigo,
según en el
siguiente canto digo.
Canto VII
Llegan los
españoles a la ciudad de la Concepción hechos pedazos, cuentan el destrozo y
pérdida de nuestra gente, y vista la poca que para resistir tan gran pujanza de
enemigos en la ciudad había, y las muchas mujeres, niños y viejos que dentro
estaban, se retiran en la ciudad de Santiago. Asimismo en este canto se
contiene el saco, incendio y ruina de la ciudad de la Concepción.
Tener en mucho un pecho se debría
a dó el
temor jamás halló posada,
temor que
honrosa muerte nos desvía
por una vida
infame y deshonrada:
En los
peligros grandes, la osadía
5
merece ser
de todos estimada:
el miedo es
natural en el prudente,
y el saberlo
vencer, es ser valiente.
Esto podrán decir los que picaban
los cansados
caballos aguijando;
10
pues tanto
de temor se apresuraban
que les
daremos crédito aún callando;
con los
prestos calcaños lo afirmaban,
con piernas,
brazos, cuerpo ijadeando;
también los
araucanos sin aliento
15
la furia
iban perdiendo y movimiento.
Que del grande trabajo fatigados
en el largo
y veloz curso aflojaron,
y por el
gran tesón desalentados
a seis
leguas de alcance los dejaron.
20
Los
nuestros, del temor más aguijados,
al entrar de
la noche se hallaron
en la
extrema ribera de Biobío,
adonde
pierde el nombre y ser de río.
Y a la orilla un gran barco asido vieron
25
de una
gruesa cadena a un viejo pino:
los más
heridos dentro se metieron,
abriendo por
las aguas el camino;
y los demás
con ánimo atendieron
hasta que el
esperado barco vino,
30
y con la
diligencia comenzada
a la ciudad
arriban deseada.
Puédese imaginar cuál llegarían
del trabajo
y heridas maltratados,
algunos casi
rostros no traían,
35
otros los
traen de golpes levantados:
del infierno
parece que salían:
no hablan ni
responden elevados:
a todos con
los ojos rodeaban;
y más
callando el daño declaraban.
40
Después que dio el cansancio y torpe
espanto
licencia de
decir lo que pasaba,
dejando el
pueblo atónito ya cuanto,
súbito en
triste tono levantaba
un alboroto
y doloroso llanto,
45
que el gran
desastre más solemnizaba;
y al son
discorde y áspera armonía
la casa más
vecina respondía.
Quién llora el muerto padre, quién marido,
quién hijos,
quién sobrinos, quién hermanos;
50
mujeres como
locas sin sentido
ansiosas
tuercen las hermosas manos:
con el
fresco dolor crece el gemido,
y los
protestos de acidente vanos:
los niños
abrazados con las madres
55
preguntaban
llorando por sus padres.
De casa en casa corren publicando
las voces y
clamores esforzados
los muertos
que murieron peleando
y aquellos
infelices despeñados:
60
mozas,
casadas, viudas lamentando,
puestas las
manos y ojos levantados,
piden a Dios
para dolor tan fuerte,
el último
remedio de la muerte.
La amarga noche sin dormir pasaban
65
al son de
dolorosos instrumentos;
mas el día
venido, se atajaban
con otro
mayor mal estos lamentos;
diciendo que
a gran furia se acercaban
los
araucanos bárbaros sangrientos,
70
en una mano
hierro, en otra fuego,
sobre el
pueblo español, de temor ciego.
Ya la parlera Fama pregonando
torpes y
rudas lenguas desataba:
las cosas de
Lautaro acrecentando,
75
los enemigos
ánimos menguaba:
que ya cada
español casi temblando,
dando fuerza
a la Fama, levantaba
al más flaco
araucano hasta el cielo,
derramando
en los ánimos un hielo.
80
Levántase un rumor de retirarse,
y la triste
ciudad desamparalla,
diciendo que
no pueden sustentarse
contra los
enemigos en batalla:
corrillos
comenzaban a formarse:
85
la voz común
aprueba el despoblalla:
algunos con
razones importantes
reprobaban
las causas no bastantes.
Dos varias partes eran admitidas,
del temor y
el amor de la hacienda;
90
la poca
gente, muertes y heridas,
dicen que la
ciudad no se defienda:
las
haciendas y rentas adquiridas,
al liberal
temor cogen la rienda:
mas luego se
esforzó y creció de modo,
95
que al fin
se apoderó de todo en todo.
La gente principal claro pretende
desamparar
el pueblo y propio nido:
el temeroso
vulgo aún no lo entiende,
mas tiende
oreja atenta a aquel ruïdo,
100
visto el
público trato, más no atiende;
que súbito,
alterado y removido,
de nuevo
esfuerza el llanto y las querellas,
poniendo un
alarido en las estrellas.
Quién a su casa corre pregonando
105
la venida
del bárbaro guerrero;
quién aguija
a la silla, procurando
cincharla en
el caballo más ligero:
las
encerradas vírgenes llorando
por las
calles sin manto ni escudero,
110
atónitas, de
acá y de allá perdidas,
a las madres
buscaban desvalidas.
Como las corderillas temerosas
de las
queridas madres apartadas,
balando van
perdidas presurosas,
115
haciendo en
poco espacio mil paradas,
ponen atenta
oreja a todas cosas,
corren aquí
y allí desatinadas;
así las
tiernas vírgenes llorando,
a voces a
las madres van llamando.
120
De rato en rato se renueva y crece
el llanto,
la aflicción y el alarido:
tal voz hay
que de súbito enmudece,
reduciendo
el sentir sólo al oïdo:
cualquier
sombra, Lautaro les parece,
125
su rigurosa
voz cualquier ruïdo,
alzan la
grita y corren, no sabiendo
más de ver a
los otros ir corriendo.
Era cosa de oír bien lastimosa
los
suspiros, clamores y lamento,
130
haciéndoles
mayores cualquier cosa
que trae de
nuevo el miedo por el viento:
desampara la
turba temerosa
sus casas,
posesión y heredamiento,
sedas,
tapices, camas, recamados,
135
tejos de oro
y de plata atesorados.
Si alguno hace protestos, requiriendo
que no sea
la ciudad desamparada,
responde el
principal: "Yo no lo entiendo
ni de mi
voluntad soy parte en nada."
140
Pero el
temor un viejo posponiendo,
les dice:
"¡Gente vil, acobardada,
deshonra del
honor y ser de España!
¿Qué es
esto, dónde vais, quién os engaña?"
No fue esta corrección de algún provecho
145
ni otras
cosas que el viejo les decía;
muestran
todos hacerse a su despecho
y van al que
más corre ya la vía.
Es justo que
la fama cante un hecho
digno de
celebrarse hasta el día,
150
que cese la
memoria por la pluma
y todo
pierda el ser y se consuma.
Doña Mencía de Nidos, una dama
noble,
discreta, valerosa, osada,
es aquélla
que alcanza tanta fama
155
en tiempo
que a los hombres es negada:
estando
enferma y flaca en una cama,
siente el
grande alboroto, y esforzada,
asiendo de
una espada y un escudo,
salió tras
los vecinos como pudo.
160
Ya por el monte arriba caminaban,
volviendo
atrás los rostros afligidos
a las casas
y tierras que dejaban,
oyendo de
gallinas mil graznidos:
los gatos
con voz hórrida maullaban,
165
perros daban
tristísimos aullidos,
Progne con
la turbada Filomena
mostraban en
sus cantos grave pena.
Pero
con más dolor doña Mencía,
que dello
daba indicio y muestra clara,
170
con la
espada desnuda lo impedía,
y en medio
de la cuesta y dellos para.
El rostro a
la ciudad vuelto decía:
"¡Oh
valiente nación, a quien tan cara
cuesta la tierra
y opinión ganada
175
por el rigor
y filo de la espada!
"Decidme ¿qué es de aquella fortaleza
que contra
los que así teméis mostrastes?
¿Qué es de
aquel alto punto y la grandeza
de la
inmortalidad a que aspirastes?
180
¿Qué es del
esfuerzo, orgullo, la braveza
y el natural
valor de que os preciastes?
¿Adónde
vais, cuitados de vosotros
que no viene
ninguno tras nosotros?
"¡Oh cuántas veces fuistes imputados
185
de
impacientes, altivos, temerarios,
en los casos
dudosos arrojados,
sin atender
a medios necesarios:
y os vimos
en el yugo traer domados
tan gran
número y copia de adversarios,
190
y emprender
y acabar empresas tales
que distes a
entender ser inmortales!
"¡Volved a vuestro pueblo ojos
piadosos,
por vos de
sus cimientos levantado;
mirad los
campos fértiles viciosos
195
que os
tienen su tributo aparejado;
las ricas
minas, y los caudalosos
ríos de
arenas de oro, y el ganado,
que ya de
cerro en cerro anda perdido,
buscando a
su pastor desconocido.
200
"Hasta los animales, que carecen
de vuestro
racional entendimiento,
usando de
razón se condolecen,
y muestran
doloroso sentimiento:
los duros
corazones se enternecen,
205
no usados a
sentir, y por el viento
las fieras
la gran lástima derraman,
y en voz
casi formada nos infaman.
"Dejáis quietud, hacienda y vida
honrosa,
de vuestro
esfuerzo y brazos adquirida,
210
por ir a
casa ajena embarazosa
a do
tendremos mísera acogida:
¿Qué cosa
puede haber más afrentosa,
que ser
huéspedes toda nuestra vida?
¡Volved, que
a los honrados vida honrada
215
les
conviene, o la muerte acelerada!
"¡Volved, no vais así de esa manera,
ni del temor
os deis tan por amigos;
que yo me
ofrezco aquí, que la primera
me arrojaré
en los hierros enemigos!
220
¡Haré yo
esta palabra verdadera
y vosotros
seréis dello testigos!
"¡Volved,
volved!" gritaba, pero en vano,
que a nadie
pareció el consejo sano.
Como el honrado padre recatado,
225
que piensa
reducir con persuasiones
al hijo, del
propósito dañado,
y está
alegando en vano mil razones,
que al hijo
incorregible y obstinado
le
importunan y cansan los sermones:
230
así al temor
la gente ya entregada,
no sufre ser
en esto aconsejada.
Ni a Paulo le pasó con tal presteza
por las
sienes la Jáculo serpiente,
sin perder
de su vuelo ligereza,
235
llevándole
la vida juntamente,
como la
odiosa plática y braveza
de la dama
de Nidos por la gente,
pues apenas
entró por un oïdo
cuando ya
por el otro había salido.
240
Sin escuchar la plática, del todo
llevados de
su antojo caminaban:
mujeres sin
chapines por el lodo
a gran
priesa las faldas arrastraban:
fueron doce
jornadas de este modo,
245
y a Mapochó
al fin dellas arribaban:
Lautaro, que
se siente descansado,
me da
priesa, que mucho me he tardado.
No es bien que tanto dél nos descuidemos,
pues él no
se descuida en nuestro daño,
250
y adonde le
dejamos volveremos,
que fue
donde dejó el alcance extraño:
En muy poco
papel resumiremos
un gran
proceso y término tamaño:
que fuera
necesario larga historia
255
para ponerlo
extenso por memoria.
Mas con la brevedad ya profesada
me detendré
lo menos que pudiere,
y las cosas
menudas, de pasada
tocaré lo
mejor que yo supiere:
260
pido que
atenta oreja me sea dada,
que el
cuento es grave y atención requiere,
para que con
curiosa y fácil pluma
los hechos
de estos bárbaros resuma;
que luego que el alcance hubo cesado
265
volviendo al
hijo de Pillán gozoso,
que atrás un
largo trecho había quedado,
más por
autoridad que de medroso,
al general
despachan un soldado,
alojándose
el campo en el gracioso
270
valle de
Talcamábida importante,
de pastos y
comidas abundante.
Un bárbaro valiente que tenía
la estancia
y heredad en aquel valle,
halló un
indio cristiano por la vía;
275
pero no se
preciando de matalle,
prisionero a
su casa le traía,
y comienza
en tal modo a razonalle:
"La
vida, ¡oh miserable! quiero darte,
aunque no la
mereces por tu parte.
280
"Pues que ya a la guerra tú venías,
gozando del
honor de los guerreros,
¿por qué con
las mujeres te escondías
viendo a
hierro morir tus compañeros?
Mujer debes
de ser, pues que temías
285
tanto de
alguna espada los aceros;
y así quiero
que tengas el oficio
en todo lo
que toca a mi servicio."
Mandó que del oficio se encargase
que a la
mujer honesta es permitido,
290
y la posada
y cena concertase,
en tanto que
del sueño convencido
los
fatigados miembros recrease:
y habiéndose
a su cama recogido,
al mundo el
Sol dos vueltas había dado,
295
y no había
el araucano despertado:
sepultado en un sueño tan profundo
como si de
mil años fuera muerto,
hasta que el
claro Sol dio luz al mundo
a la vuelta
tercera; que despierto
300
pidió la
usada ropa, y lo segundo
si estaba la
comida ya en concierto:
el diligente
siervo respondía
que después
de guisada estaba fría:
diciéndole también cómo había estado
305
cincuenta
horas de término en el lecho,
del trabajo
y manjares olvidado,
con todo lo
demás que se había hecho;
y que el
comer estaba aparejado,
si del sueño
se hallaba satisfecho.
310
El bárbaro
responde: "No me espanto
de haber sin
despertar dormido tanto;
"que el cuidoso Lautaro apercebido,
por hacer
desear vuestra llegada,
la gente en
escuadrones ha tenido
315
con tal
orden y tasa castigada,
que aún el
sentarnos era defendido
en acabando
Apolo su jornada,
hasta que ya
los rayos de su lumbre
nos daban de
la vuelta certidumbre.
320
"Si alguno de su puesto se movía,
sin esperar
descargo le empalaba,
y aquél que
de cansado se dormía
en medio de
dos picas le colgaba:
quien
cortaba una espiga, allí moría,
325
de más de la
ración que se le daba:
con órdenes
estrechas y precetos
nos tuvo,
como digo, así sujetos.
"Desta suerte estuvimos los soldados
más de
catorce noches aguardando,
330
las picas
altas, a ellas arrimados,
vuestra
tarda venida deseändo:
del sueño y
del cansancio quebrantados,
pasando gran
trabajo, hasta cuando
supimos que
llegábades ya junto,
335
que nos
quitó el cansancio en aquel punto."
Viendo el silencio que en el valle había,
le pregunta
si el campo era partido
el mozo
dice: "Ayer antes del día
salió de
aquí con súbito ruïdo;
340
afirmarte la
causa no sabría;
aunque por
claras muestras he entendido
que la
ciudad de Penco torreada
era del
español desamparada."
Así era la verdad, que caminado
345
habían los
escuadrones vencedores
hacia el
pueblo español, desamparado
de los
inadvertidos moradores.
La codicia
del robo y el cuidado
les puso
espuelas y ánimos mayores:
350
siete leguas
del valle a Penco había
y arribaron
en sólo medio día.
A vista de las casas, ya la gente
se reparte
por todos los caminos,
porque el
saco del pueblo sea igualmente
355
lleno de
ropa y falto de vecinos:
apenas la
señal del partir siente,
cuando cual
negra banda de estorninos
que se abate
al montón del blanco trigo,
baja al
pueblo el ejército enemigo.
360
La ciudad yerma en gran silencio atiende
el presto
asalto y fiera arremetida
de la
bárbara furia, que deciende
con alto
estruendo y con veloz corrida:
el menos
codicioso allí pretende
365
la casa más
copiosa y bastecida:
vienen de
gran tropel hacia las puertas,
todas de par
en par francas y abiertas.
Corren toda la casa en el momento,
y en un
punto escudriñan los rincones;
370
muchos por
no engañarse por el tiento
rompen y
descerrajan los cajones;
baten
tapices, rimas y ornamento,
camas de
seda y ricos pabellones,
y cuanto
descubrir pueden de vista,
375
que no hay
quien los impida ni resista.
No con tanto rigor el pueblo griego
entró por el
troyano alojamiento,
sembrando
frigia sangre y vivo fuego,
talando hasta
en el último cimiento;
380
cuanto de
ira, venganza y furor ciego,
el bárbaro,
del robo no contento,
arruïna,
destroza, desperdicia,
y así aún no
satisface su malicia.
Quién sube la escalera y quién abaja,
385
quién a la
ropa y quién al cofre aguija,
quién abre,
quién desquicia y desencaja,
quién no
deja fardel ni baratija;
quién
contiende, quién riñe, quién baraja,
quién alega
y se mete a la partija:
390
por las
torres, desvanes y tejados
aparecen los
bárbaros cargados.
No en colmenas de abejas la frecuencia,
priesa y
solicitud, cuando fabrican
en el panal
la miel con providencia,
395
que a los
hombres jamás lo comunican;
ni aquel
salir, entrar y diligencia
con que las
tiernas flores melifican,
se puede
comparar, ni ser figura
de lo que
aquella gente se apresura
400
alguno de robar no se contenta
la casa que
le da cierta ventura;
que la
insaciable voluntad sedienta
otra de
mayor presa le figura:
haciendo
codiciosa y necia cuenta
405
busca la
incierta y deja la segura;
y llegando,
el Sol puesto, a la posada,
se queda por
buscar mucho sin nada.
También se roba entre ellos lo robado,
que poca
cuenta y amistad había,
410
si no se
pone en salvo a buen recado,
que allí el
mayor ladrón más adquiría;
cuál lo saca
arrastrando, cuál cargado
va, que del
propio hermano no se fía:
más parte a
ningún hombre se concede
415
de aquello
que llevar consigo puede.
Como para el invierno se previenen
las
guardosas hormigas avisadas,
que a la
abundante troje van y vienen
y andan en
acarretos ocupadas,
420
no se
impiden, estorban, ni detienen,
dan las
vacías paso a las cargadas;
así los
araucanos codiciosos
entran,
salen y vuelven presurosos.
Quien buena parte tiene, más no espera,
425
que presto
pone fuego al aposento;
no aguarda
que los otros salgan fuera,
ni tiene al
edificio miramiento:
la codiciosa
llama de manera
iba en tanto
furor y crecimiento,
430
que todo el
pueblo mísero se abrasa,
corriendo el
fuego ya de casa en casa.
Por alto y bajo el fuego se derrama,
los cielos
amenaza el son horrendo,
de negro
humo espeso y viva llama
435
la infelice
ciudad se va cubriendo:
treme la
Tierra en torno, el fuego brama,
de subir a
su esfera presumiendo:
caen de rica
labor maderamientos
resumidos en
polvos cenicientos.
440
Piérdese la ciudad más fértil de oro
que estaba
en lo poblado de la tierra,
y adonde más
riquezas y tesoro,
según fama,
en sus términos se encierra:
¡Oh, cuántos
vivirán en triste lloro,
445
que les
fuera mejor continua guerra!
Pues es
mayor miseria la pobreza
para quien
se vio en próspera riqueza.
A quién diez, a quién veinte, y a quién
treinta
mil ducados
por año les rentara:
450
el más pobre
tuviera mil de renta,
de aquí
ninguno de ellos abajara:
la parte de
Valdivia era sin cuenta,
si la ciudad
en paz se sustentara,
que en torno
la cercaban ricas venas
455
fáciles de
labrar y de oro llenas.
Cien mil casados súbditos servían
a los de la
ciudad desamparada,
sacar tanto
oro en cantidad podían
que a
tenerse viniera casi en nada:
460
Esto que
digo y la opinión perdían
por aflojar
el brazo de la espada,
ganados,
heredades, ricas casas,
que ya se
van tornando en vivas brasas.
La grita de los bárbaros se entona,
465
no cabe el
gozo dentro de sus pechos,
viendo que
el fuego horrible no perdona
hermosas
cuadras ni labrados techos:
en tanta
multitud no hay tal persona
que de
verlos se duela así deshechos;
470
antes
suspiran, gimen y se ofenden
porque tanto
del fuego se defienden.
Paréceles que es lento y espacioso,
pues tanto
en abrasarlos se tardaba,
y maldicen
al Tracio proceloso
475
porque la
flaca llama no esforzaba:
al caer de
las casas sonoroso
un terrible
alarido resonaba,
que junto
con el humo y las centellas,
subiendo
amenazaba las estrellas.
480
Crece la fiera llama en tanto grado
que las más
altas nubes encendía;
Tracio con
movimiento arrebatado
sacudiendo
los árboles venía;
y Vulcano al
rumor, sucio y tiznado,
485
con los
herreros fuelles acudía,
que ayudaron
su parte al presto fuego,
y así se
apoderó de todo luego.
Nunca fue de Nerón el gozo tanto
de ver en la
gran Roma poderosa
490
prendido el
fuego ya por cada canto,
vista sola a
tal hombre deleitosa;
ni aquello
tan gran gusto le dio, cuanto
gusta la
gente bárbara dañosa
de ver cómo
la llama se extendía,
495
y la triste
ciudad se consumía.
Era cosa de oír dura y terrible
de
estallidos el son y grande estruendo;
el negro
humo espeso e insufrible,
cual nube en
aire, así se va imprimiendo:
500
no hay cosa
reservada al fuego horrible,
todo en sí
lo convierte, resumiendo
los ricos
edificios levantados
en antiguos
corrales derribados.
Llegado al fin el último contento
505
de aquella
fiera gente vengativa,
aún no
parando en esto el mal intento,
ni planta en
pie, ni cosa dejan viva.
El incendio
acabado, como cuento,
un mensajero
con gran priesa arriba
510
del hijo de
Leocán, y su embajada
será en el
otro canto declarada.
Canto VIII
Júntanse los
caciques y señores principales a consejo general en el valle de Arauco. Mata
Tucapel al cacique Puchecalco, y Caupolicán viene con poderoso ejército sobre
la ciudad Imperial, fundada en el valle de Cautén.
Un limpio honor del ánimo ofendido
jamás puede
olvidar aquella afrenta,
trayendo al
hombre siempre así encogido
que dello
sin hablar da larga cuenta:
y en el
mayor contento, desabrido
5
se le pone
delante, y representa
la dura y
grave afrenta, con un miedo
que todos le
señalan con el dedo.
Si bien esto los nuestros lo miraran
y al temor
con esfuerzo resistieran,
10
sus
haciendas y casas sustentaran,
y en la
justa demanda fenecieran:
de mil
desabrimientos no gustaran,
ni al
terrero del vulgo se pusieran;
del vulgo,
que jamás dice lo bueno,
15
ni en decir
los defectos tiene freno.
Pero de un bando y de otro contemplada
la
diferencia en número de gentes,
la ciudad
sin reparos, descercada,
con otra
infinidad de inconvenientes:
20
y el ver
puestas al filo de la espada
las
gargantas de tantos inocentes,
niños,
mujeres, vírgenes sin culpa,
será
bastante y lícita disculpa.
Si no es disculpa y causa lo que digo,
25
se puede
atribuir este suceso
a que fue
del Señor justo castigo,
visto de su
soberbia el gran exceso:
permitiendo
que el bárbaro enemigo,
aquél que
fue su súbdito y opreso,
30
los eche de
su tierra y posesiones,
y les ponga
el honor en opiniones.
Bien que en la Concepción copia de gente
estaba a la
sazón, pero gran parte
de barba
blanca y arrugada frente,
35
inútil en la
dura y bélica arte,
y poca de la
edad más suficiente
a resistir
el gran rigor de Marte
y a la
parcial fortuna, que se muestra
en todos los
sucesos ya siniestra.
40
¿Quién podrá con el bando lautarino,
viendo que
su opinión tanto crecía,
y la fortuna
próspera el camino
en nuestro
daño y su provecho abría?
No piensa
reparar hasta el divino
45
cielo y
arruïnar su monarquía,
haciendo
aquellos bárbaros bizarros,
grandes
fieros, bravezas y desgarros.
Pues el pueblo de Penco desolado
y de la
fiera llama consumido,
50
dije como a
gran priesa había llegado
un indio
mensajero, conocido,
que por
Caupolicán era enviado;
y habiendo
de su parte encarecido
la gran
batalla, digna de memoria,
55
las gracias
les rindió de la vitoria.
Dijo también, sin alargar razones,
que el
general mandaba que partiese
Lautaro con
los prestos escuadrones,
y en el
valle de Arauco se metiese,
60
donde el
senado y junta de varones
tratase lo
que más les conviniese;
pues en
fértil valle hay aparejo
para la
junta y general consejo.
En oyendo Lautaro aquel mandato,
65
levanta el
campo, sin parar camina,
deja gran
tierra atrás, y en poco rato
al monte
Andalicano se avecina:
y por llegar
con súbito rebato
el camino
torció por la marina,
70
ganoso de
burlar al bando amigo,
tomando el
nombre y voz del enemigo.
Tanto marchó, que al asomar del día
dio sobre el
general súbitamente,
con una
baraúnda y vocería
75
que puso en
arma y alteró la gente:
mas vuelto
el alboroto en alegría,
conocida la
burla claramente,
los unos y
los otros sin firmarse
sueltas las
armas corren a abrazarse.
80
Caupolicán alegre, humano y grave,
los recibe,
abrazando al buen Lautaro,
y con regalo
y plática süave
le da
prendas y honor de hermano caro:
la gente,
que de gozo en sí no cabe,
85
por la
ribera de un arroyo claro,
en juntas y
corrillos derramada,
celebra de
beber la fiesta usada.
Algún tiempo pasaron después de esto
antes que el
gran senado fuese junto,
90
tratando en
su jornada y presupuesto
desde el
principio al fin sin faltar punto:
pero al
término justo y plazo puesto
llegó la
demás gente, y todo a punto,
los
principales hombres de la tierra
95
entraron en
consulta a uso de guerra.
Llevaba el general aquel vestido
con que
Valdivia ante él fue presentado;
era de verde
y púrpura, tejido
con rica
plata y oro recamado,
100
un peto
fuerte, en buena guerra habido,
de fina
pasta y temple relevado,
la celada de
claro y limpio acero,
y un mundo
de esmeralda por cimero.
Todos los capitanes señalados
105
a la
española usanza se vestían,
la gente del
común y los soldados
se visten
del despojo que traían;
calzas,
jubones, cueros desgarrados,
en gran
estima y precio se tenían;
110
por inútil y
bajo se juzgaba
el que
español despojo no llevaba.
A manera de triunfos, ordenaron
el venir a
la junta así vestidos
y en el
consejo, como digo, entraron
115
ciento y
treinta caciques escogidos:
por su
costumbre antigua se sentaron,
según que
por la espada eran tenidos.
Estando en
gran silencio el pueblo ufano,
así soltó la
voz Caupolicano.-
120
"Bien entendido tengo yo, varones,
para que
nuestra fama se acreciente,
que no es
menester fuerza de razones,
mas sólo el
apuntarlo brevemente;
que, según
vuestros fuertes corazones,
125
entrar la
España pienso fácilmente,
y el gran
Emperador, invicto Carlo
al dominio
araucano sujetarlo.
"Los españoles vemos que ya entienden
el peso de
las mazas barreadas,
130
pues ni en
campo ni en muro nos atienden:
sabemos cómo
cortan sus espadas,
y cuán poco
las mallas los defienden
del corte de
las hachas aceradas;
si sus picas
son largas y fornidas,
135
con las
vuestras han sido ya medidas.
"De vuestro intento asegurarme quiero,
pues estoy
del valor tan satisfecho,
que gruesos
muros de templado acero
allanaréis
poniéndoles el pecho:
140
con esta
confianza, yo el primero
seguiré
vuestro bando y el derecho
que tenéis
de ganar la fuerte España
y conquistar
del mundo la campaña.
"La deidad de esta gente entenderemos
145
y si del
alto cielo cristalino
deciende,
como dicen, abriremos
a puro
hierro anchísimo camino;
su género y
linaje asolaremos:
que no
bastará ejército divino,
150
ni divino
poder, esfuerzo y arte,
si todos nos
hacemos a una parte.
"En fin, fuertes guerreros, como digo,
no puede mi
intención más declararse.
Aquél que me
quisiere por amigo,
155
a tiempo
está que puede señalarse:
ténganme
desde aquí por enemigo
el que
quisiere a paces arrimarse".-
Aquí dio fin
y su intención propuesta,
esperaba
sereno la respuesta.
160
Ceja no se movió, y aun el aliento
apenas al
espíritu halló vía
mientras
duró el soberbio parlamento,
que el gran
Caupolicano les hacía.
Hubo en el
responder el cumplimiento
165
y ceremonia
usada en cortesía;
a Lautaro
tocaba, y excusado,
Lincoya así
responde levantado.-
"Señor, yo no me he visto tan gozoso
después que
en este triste mundo vivo,
170
como en ver
manifiesto el valeroso
intento
tuyo, el ánimo y motivo:
y así, por
pensamiento tan glorioso,
me ofrezco
por tu siervo y tu cautivo:
que no
quiero ser rey del cielo y tierra
175
si hubiese
de acabarse aquí la guerra.
"Y en testimonio desto, yo te juro
de te seguir
y acompañar de hecho;
ni por
áspero caso, adverso y duro
a la patria
volver jamás el pecho:
180
desto
puedes, señor, estar seguro;
y todo
faltará y será deshecho
antes que la
palabra acreditada
de un hombre
como yo por prenda dada."-
Así dijo; y tras él, aunque rogado,
185
el buen
Peteguelén, Curaca anciano,
de condición
muy áspera enojado,
pero afable
en la paz, fácil y humano;
viejo,
enjuto, dispuesto, bien trazado,
señor de
aquel hermoso y fértil llano,
190
con
espaciosa voz y grave gesto
propuso en
sus razones sabias esto.-
"Fuerte varón y capitán perfeto,
no dejaré de
ser el delantero
a probar la
fineza deste peto
195
y si mi
hacha rompe el fino acero;
mas, como
quien lo entiende, te prometo
que falta
por hacer mucho primero
que salgan
españoles desta tierra,
cuanto más
ir a España a mover guerra.
200
"Bien será que, señor, nos contentemos
con lo que
nos dejaron los pasados,
y a nuestros
enemigos desterremos,
que están en
lo más dello apoderados:
después, por
el suceso entenderemos
205
mejor el
disponer de nuestros hados.
Esto a mí me
parece; y quien quisiere
proponga
otra razón si mejor fuere."-
Callando este cacique, se adelanta
Tucapelo, de
cólera encendido,
210
y sin
respeto así la voz levanta
con un tono
soberbio y atrevido,
diciendo:
"A mí la España no me espanta,
y no quiero
por hombre ser tenido
si solo no
arruïno a los cristianos,
215
ora sean
divinos, ora humanos.
"Pues lanzarlos de Chile y destruirlos
no será para
mí bastante guerra;
que pienso,
si me esperan, confundirlos
en el
profundo centro de la tierra;
220
y si huyen,
mi maza ha de seguirlos,
que es la
que deste mundo los destierra:
por eso no
nos ponga nadie miedo,
que aún no
haré en hacerlo lo que puedo.
"Y por mi diestro brazo os aseguro,
225
si la maza
dos años me sustenta,
a despecho
del cielo, a hierro puro
de dar desto
descargo y buena cuenta,
y no dejar
de España enhiesto muro;
y aun el
ánimo a más se me acrecienta,
230
que después
que allanare el ancho suelo,
a guerra
incitaré al supremo cielo.
"Que no son hados, es pura flaqueza
la que nos
pone estorbos y embarazos:
pensar que
haya fortuna, es gran simpleza,
235
la fortuna
es la fuerza de los brazos:
la máquina
del cielo y fortaleza
vendrá
primero abajo hecha pedazos,
que Tucapel
en esta y otra empresa
falte un
mínimo punto en su promesa."-
240
Peteguelén, la vieja sangre fría
se le
encendió de rabia, y levantado
le dice:
"¡Oh arrogante! La osadía
sin
discreción jamás fue de esforzado..."
Pero
Caupolicán, que conocía
245
del viejo a
tiempo el ánimo arrojado,
con
discreción le ataja las razones,
haciendo
proponer a otros varones.
Purén se ofrece allí, y Angol se ofrece
no con menor
braveza y desatiento:
250
Ongolmo no
quedó, según parece,
de mostrar
su soberbio pensamiento:
del uno en
otro multiplica y crece
el número en
el mismo ofrecimiento.
Colocolo,
que atento estaba a todo,
255
sacó la voz,
diciendo de este modo.-
"La verde edad os lleva a ser
furiosos,
¡oh hijos!,
y nosotros los ancianos
no somos en
el mundo provechosos
más de para
decir consejos sanos;
260
que no nos
ciegan humos vaporosos
del juvenil
hervor y años lozanos:
y así, como
más libres, entendemos
lo que
siendo mancebos no podemos.
"Vosotros, capitanes esforzados,
265
de sola una
vitoria envanecidos,
estáis de
tal manera levantados,
que os
parecen ya pocos los nacidos:
templad,
templad los pechos alterados
y esos vanos
esfuerzos mal regidos;
270
no hagáis de
españoles tal desprecio,
que no
venden sus vidas a mal precio.
"Si dos veces, por dicha, los
vencistes,
mirad cuando
primero aquí vinieron
que resistir
su fuerza no pudistes,
275
pues más de
cinco veces os vencieron:
En el
licúreo campo ya lo vistes
lo que solos
catorce allí hicieron:
no será poco
hecho y buen partido
cobrar la
tierra y crédito perdido.
280
"Debemos procurar con seso y arte
redimir
nuestra patria, y libertarnos,
dando a
vuestras bravezas menos parte,
pues más
pueden dañar que aprovecharnos.
¡Oh hijo de
Leocán!, quiero avisarte,
285
si quieres
como sabio gobernarnos,
que temples
esta furia, y con maduro
seso pongas
remedio en lo futuro.
"El consejo más sano y conveniente
es que el
campo en tres bandas repartido,
290
a un tiempo,
aunque por parte diferente,
dé sobre el
Cautén, pueblo aborrecido:
bien que
esté en su defensa buena gente,
es poca; y
este asiento destruïdo,
Valdivia de
allanar fácil sería,
295
pues no
alcanza arcabuz ni artillería.
"Sólo a mí Santiago me da pena;
pero modo a
su tiempo buscaremos
para poderla
entrar, y La Serena
fácilmente
después la allanaremos.
300
Aunque
sujeto a lo que el hado ordena,
es el mejor
camino que tenemos."
Acabando con
esto el sabio viejo,
a muchos
pareció bien su consejo.
Tras este otro Curaca, hechicero,
305
de la vejez
decrépita impedido,
Puchecalco
se llama el agorero,
por sabio en
los pronósticos tenido,
con profundo
suspiro, íntimo y fiero,
comienza así
a decir entristecido:
310
"Al
negro Eponamón doy por testigo
de lo que
siempre he dicho y ahora digo.
"Por un término breve se os concede
la libertad,
y habéis lo más gozado:
mudarse esta
sentencia ya no puede,
315
que está por
las estrellas ordenado,
y que
fortuna en vuestro daño ruede:
mirad que os
llama ya el preciso hado
a dura
sujeción y trances fuertes:
repárense a
lo menos tantas muertes.
320
"El aire de señales anda lleno,
y las
nocturnas aves van turbando
con sordo
vuelo el claro día sereno,
mil
prodigios funestos anunciando:
las plantas
con sobrado humor terreno
325
se van, sin
producir fruto, secando:
las
estrellas, la luna, el sol lo afirman;
cien mil agüeros
tristes lo confirman.
"Mírolo todo, y todo contemplado,
no sé en qué
pueda yo esperar consuelo,
330
que de su
espada el Orïón armado
con gran
ruïna ya amenaza el suelo:
Júpiter se
ha al Ocaso retirado;
sólo Marte
sangriento posee el cielo,
que,
denotando la futura guerra,
335
enciende un
fuego bélico en la tierra.
"Ya la furiosa Muerte irreparable,
viene a
nosotros con airada diestra;
y la amiga
Fortuna favorable
con
diferente rostro se nos muestra;
340
y Eponamón
horrendo y espantable,
envuelto en
la caliente sangre nuestra,
la corva
garra tiende, el cerro yerto,
llevándonos
al no sabido puerto."
Tucapel, que de rabia reventando
345
estaba
oyendo al viejo, más no atiende,
que dice: "Yo
veré si adivinando
de mi maza
este necio se defiende."
Diciendo
esto, y la maza levantando,
la derriba
sobre él, y así lo tiende,
350
que jamás
mudó curso de planeta
ni fue más
adivino ni profeta.
Quedole desto el brazo tan sabroso,
según la
muestra, que movido estuvo
de dar tras
el senado religioso,
355
y no sé la
razón que lo detuvo.
Caupolicán,
atónito y rabioso
trasportada
la mente un rato estuvo;
mas vuelto
en sí, con voz horrible y fiera
gritaba:
"¡Capitanes, muera! ¡Muera!"
360
No le dio tanto gusto a aquella gente
lo que
Caupolicano le decía,
cuanto al
soberbio bárbaro impaciente
viendo que
ocasión tal se le ofrecía:
era alto el
tribunal, pero el valiente
365
los hace
saltar de él tan a porfía,
que ciento y
treinta que eran, en un punto
saltan los
ciento y él tras ellos junto.
Los que en el alto tribunal quedaron
son los en
esta historia señalados,
370
que jamás de
su asiento se mudaron,
de donde lo
miraban sosegados:
que de ver
uno solo no curaron
mostrarse
por tan poco alborotados,
aunque los
que saltaron de tan alto
375
en menos
estimaron aquel salto.
Cubierto Tucapel de fina malla
saltó como
un ligero y suelto pardo
en medio de
la tímida canalla,
haciendo
plaza el bárbaro gallardo:
380
con silbos,
grita, en desigual batalla,
con piedra,
palo, flecha, lanza y dardo
le persigue
la gente de manera
como si
fuera toro o brava fiera.
Según suele jugar por gran destreza
385
el liviano
montante un buen maestro,
hiriendo con
extraña ligereza
delante,
atrás, a diestro y a siniestro;
con más
desenvoltura y más presteza,
mostrándose
en los golpes fuerte y diestro,
390
el fiero
Tucapel en la pelea
con la
pesada maza se rodea.
De tullir y mancar no se contenta,
ni para
contentarse esto le basta;
sólo de
aquellos tristes hace cuenta
395
que su maza
los hace torta o pasta:
rompe,
magulla, muele y atormenta,
desgobierna,
destroza, estropia y gasta:
tiros
llueven sobre él arrojadizos
cual
tempestad furiosa de granizos.
400
Pero sin miedo el bárbaro sangriento
por las
espesas armas discurría;
brazos,
cabezas y ánimos sin cuento
soberbios
quebrantó en solo aquel día;
y cual
menuda lluvia por el viento
405
la sangre y
frescos sesos esparcía:
no discierne
al pariente del extraño,
haciéndolos
iguales en el daño.
Las armas eran sólo en defenderle
de la
canalla bárbara araucana,
410
que en
montón trabajaba de ofenderle;
mas el temor
la ofensa hacía liviana.
Era, cierto,
admirable cosa verle
saltar y
acometer con furia insana,
desmembrando
la gente, sin poderse
415
de su maza y
presteza defenderse.
Caupolicán, del caso no pensado
en tal furor
y cólera se enciende,
que estaba
de bajar determinado
aunque su
gravedad se lo defiende:
420
pero Lautaro
alegre y admirado
miraba cómo
solo así contiende
un hombre
contra tanto barbarismo,
incrédulo y
dudoso de sí mismo.
Y en esto al General, con el debido
425
respeto y
ojos bajos en el suelo
le dice:
"Una merced, señor, te pido,
si algo
merecen mi intención y celo,
y es, que el
gran desacato cometido,
perdones
francamente a Tucapelo,
430
pues ha
mostrado en campo claramente
valer él más
que toda aquella gente."
Perplejo el General estaba en duda;
pero mirando
al fin quién lo pedía,
luego el
ejecutivo intento muda,
435
y con el
rostro alegre respondía:
"Él ha
tenido en vos bastante ayuda,
por la cual
le perdono", y más decía,
que fuese a
las escuadras, y mandase
que el
combatirle más luego cesase.
440
Baja Lautaro al campo, y prestamente
el rico
cuerno a retirar tocaba,
al son del
cual se recogió la gente,
que
recogerse a nadie le pesaba:
sólo lo
siente el bárbaro valiente,
445
que
satisfecho a su labor no estaba;
y volviendo
a Lautaro el fiero gesto,
en alta y
libre voz le dijo aquesto:-
"¿Cómo, buen capitán, has estorbado
el tomar
desta vil canalla emienda,
450
y verme
destos rústicos vengado
para que mi
valor mejor se entienda?"
Lautaro le
responde: "Es excusado
quien
viniere contigo a la contienda
que se pueda
valer contra tu diestra,
455
según que
dello has dado aquí la muestra.
"Conmigo puedes ir, que te aseguro
que ningún
daño y mal te sobrevenga."
Tucapel le
responde: "Yo te juro
que un paso
ese temor no me detenga:
460
mi maza es
la que a mí me da el seguro;
lo demás
como quiera vaya y venga:
que el miedo
es de los niños y mujeres.
Sus, alto,
vamos luego a do quisieres."
Juntos los dos al tribunal llegando,
465
Tucapel de
Lautaro adelantado
subió por la
escalera, no mostrando
punto de
alteración por lo pasado:
el sagaz
General disimulando
con graciosa
aparencia le ha tratado;
470
y de la rota
plática el estilo
Lautaro así
diciendo añudó el hilo:
"Invicto capitán, yo he estado atento
a lo que
estos varones han propuesto,
y no sé
figurarte el gran contento
475
que me da
ver su esfuerzo manifiesto:
si de
servirte tengo sano intento,
mis obras
por las tuyas dirán esto;
pues para
ser del todo agradecidas
será poco
perder por ti mil vidas.
480
"Estos fuertes guerreros ayudarte
quieren a
restaurar la propia tierra,
porque en
ello les va también su parte,
y por el
vicio grande de la guerra:
no puedo yo
dejar de aconsejarte,
485
aunque todo
el consejo en ti se encierra,
aquello que
mejor me pareciere
y más bien
al bien público viniere.
"Es mi voto que debes atenerte
al consejo,
con término discreto,
490
del sabio
Colocolo; que por suerte
le cupo ser
en todo tan perfeto:
así que,
gran señor, sin detenerte,
cumple que
esto se ponga por efeto
antes que
los cristianos se aperciban,
495
porque más
flacamente nos reciban.
"Y pues que Mapochó sólo es temido,
después que
lo demás esté allanado,
por el
potente Eponamón te pido
que el cargo
de asolarle me sea dado:
500
la tierra
palmo a palmo la he medido,
con
españoles siempre he militado:
entiendo sus
astucias e invenciones,
el modo, el
arte, el tiempo y ocasiones.
"Quinientos araucanos solamente
505
quiero para
la empresa que yo digo,
escogidos en
toda nuestra gente:
un soldado
de más no ha de ir conmigo.
Aquí lo
digo, estando tú presente
y estos
sabios caciques, que me obligo
510
de darte la
ciudad puesta en las manos
con cien
cabezas nobles de cristianos."
Aquí se cerró el bárbaro orgulloso
y gran rato
sobre ello platicaron:
pareciéndoles
modo provechoso,
515
todos en
este acuerdo concordaron:
después do
estaba el pueblo deseoso
de saber
novedades, se bajaron,
donde lo
difinido y decretado
con general
pregón fue declarado.
520
Estuvieron allí catorce días
en grande
regocijo y mucha fiesta,
ocupados en
juegos y alegrías,
y en quién
más veces bebe sobre apuesta:
después
contra los pueblos del Mesías
525
la
alborozada gente en orden puesta,
marcha
Caupolicán con la vanguardia,
quedando
Lemolemo en retaguardia.
Cerca llegó el ejército furioso
de la
Imperial, fundada en sitio fuerte,
530
donde el
fiero enemigo vitorioso
la pensaba
entregar presto a la muerte:
mas el
Eterno Padre poderoso
lo dispone y
ordena de otra suerte,
dilatando el
azote merecido,
535
como veréis,
prestando atento oïdo.
Canto IX
Llegan los
araucanos a tres leguas de la Imperial con grueso ejército: no ha efeto su
intención por permisión divina. Dan vuelta a sus tierras, adonde les vino nueva
que los españoles estaban en el asiento de Penco reedificando la ciudad de la
Concepción; vienen sobre los españoles, y hubo entre ellos una recia batalla.
Si los hombres no ven milagros tantos
como se
vieron en la edad pasada,
es causa
haber agora pocos santos,
y estar la
ley cristiana autorizada:
y así de
cualquier cosa hacen espantos
5
que sobre el
natural uso es obrada;
y no sólo al
Autor no dan creencia,
mas ponen en
su crédito dolencia.
Que si al enfermo quiere Dios sanarle,
por su
costumbre y tiempo convalece:
10
si al bajo
miserable levantarle,
por modos
ordinarios le engrandece,
si al
soberbio hinchado derribarle,
por
naturales términos se ofrece:
de suerte
que las cosas de esta vida
15
van por su
natural curso y medida.
Por do vemos que Dios quiere y procura
hacer su
voluntad naturalmente,
sirviendo de
instrumento la Natura,
sobre la
cual él solo es el potente;
20
y así los
que creyeron por fe pura
merecen más
que si palpablemente
viesen lo
que, después de ya visible,
sacarlos de
que fue sería imposible.
En contar una cosa estoy dudoso,
25
que soy de poner
dudas enemigo,
y es un
extraño caso milagroso,
que fue todo
un ejército testigo:
aunque yo
soy en esto escrupuloso,
por lo que
dello arriba, Señor, digo,
30
no dejaré en
efeto de contarlo,
pues los
indios no dejan de afirmarlo.
Y
manifiesto vemos hoy en día
que, porque
la Ley sacra se extendiese,
nuestro Dios
los milagros permitía
35
y que el
natural orden se excediese:
presumirse
podrá por esta vía
que, para
que a la fe se redujese
la bárbara
costumbre y ciega gente,
usase de
milagros claramente.
40
Ya dije que el ejército araucano
de la
Imperial tres leguas se alojaba,
en un
dispuesto asiento y campo llano
y que
Caupolicán determinaba
entrar el
pueblo con armada mano:
45
también como
el castigo dilataba
Dios a su
pueblo ingrato y sin emienda,
usando de
clemencia y larga rienda.
Estaba la Imperial desbastecida
de armas, de
munición y vitualla;
50
bien que la
gente della era escogida,
pero muy
poca para dar batalla;
fuera por
los cimientos destruïda,
cualquier
fuerza bastara a arruinalla;
y persona de
dentro no escapara
55
si a vista
el pueblo bárbaro llegara.
Cuando el campo de allí quería mudarse,
que ya la
trompa a caminar tocaba,
súbito
comenzó el aire a turbarse,
y de
prodigios triste se espesaba:
60
nubes con
nubes vienen a cerrarse,
turbulento
rumor se levantaba;
que con
airados ímpetus violentos
mostraban su
furor los cuatro vientos.
Agua recia, granizo, piedra espesa
65
las
intricadas nubes despedían:
rayos,
truenos, relámpagos a priesa
rompen los
cielos y la tierra abrían:
hacen los
vientos ásperos represa,
que en su
entera violencia competían:
70
cuanto topa
arrebata el torbellino,
alzándolo en
furioso remolino.
Un miedo igual a todos atormenta:
no hay
corazón, no hay ánimo así entero
que en tanta
confusión, furia y tormenta
75
no temblase,
aunque más fuese de acero.
En esto
Eponamón se les presenta
en forma de
un dragón horrible y fiero,
con
enroscada cola, envuelto en fuego,
y en ronca y
torpe voz les habló luego,
80
diciéndoles: que apriesa caminasen
sobre el
pueblo español amedrentado;
que por
cualquiera banda que llegasen
con gran
facilidad sería tomado;
y que al
cuchillo y fuego la entregasen
85
sin dejar
hombre a vida y muro alzado.
Esto dicho,
que todos lo entendieron,
en humo se
deshizo, y no lo vieron.
Al punto los confusos elementos
fueron sus
movimientos aplacando,
90
y los
desenfrenados cuatro vientos
se van a sus
cavernas retirando:
las nubes se
retraen a sus asientos,
el cielo y
claro sol desocupando:
sólo el
miedo en el pecho más osado
95
no dejó su
lugar desocupado.
La tempestad cesada, el raso cielo
vistió el
húmido campo de alegría;
cuando con
claro y presuroso vuelo
en una nube
una mujer venía
100
cubierta de
un hermoso y limpio velo,
con tanto
resplandor, que al mediodía
la claridad
del sol delante della
es la que
cerca dél tiene una estrella.
Desterrando el temor la faz sagrada
105
a todos
confortó con su venida:
venía de un
viejo cano acompañada,
al parecer
de grave y santa vida:
con una
blanda voz y delicada
les dice:
"¿Adónde andáis gente perdida?
110
Volved,
volved el paso a vuestra tierra,
no vais a la
Imperial a mover guerra.
"Que Dios quiere ayudar a sus
cristianos
y darles
sobre vos mando y potencia;
pues
ingratos, rebeldes e inhumanos
115
así le
habéis negado la obediencia:
mirad, no
vais allá, porque en sus manos
pondrá Dios
el cuchillo y la sentencia."
Diciendo
esto, y dejando el bajo suelo,
por el aire
espacioso subió al cielo.
120
Los araucanos la visión gloriosa
de aquel
velo blanquísimo cubierta
siguen con
vista fija y codiciosa,
casi sin
alentar la boca abierta:
ya que
despareció fue extraña cosa
125
que, como
quien atónito despierta,
los unos a
los otros se miraban
y ninguna
palabra se hablaban.
Todos de un corazón y pensamiento,
sin esperar
mandato ni otro ruego,
130
como si solo
aquel fuera su intento,
el camino de
Arauco toman luego;
Van sin
orden, ligeros como el viento,
paréceles
que de un sensible fuego
por detrás
las espaldas se encendían,
135
y así con
mayor ímpetu corrían.
Heme, Señor, de muchos informado,
para no lo
escribir confusamente:
a veintitrés
de abril, que hoy es mediado,
hará cuatro
años cierta y justamente
140
que el caso
milagroso aquí contado
aconteció,
presente tanta gente,
el año de
quinientos y cincuenta
y cuatro
sobre mil por cierta cuenta.
Ya la verdad en suma declarada,
145
según que de
los bárbaros se sabe,
y no de
fingimientos adornada,
que es cosa
que en materia tal no cabe;
tienen ellos
por cosa averiguada
(que no es
en prueba desto poco grave)
150
que por esta
visión hubo en dos años
hambres,
dolencias, muertes y otros daños.
Que la mar, reprimiendo sus vapores,
faltó la
agua y vertientes de la sierra,
talando el
sol en tierna edad las flores,
155
ayudado del
fuego de la guerra:
como creció
la seca y las calores,
por falta de
humidad la árida tierra
rompió banco
y alzose con los frutos
dejando de
acudir con sus tributos.
160
Causó que una maldad se introdujese
en el
distrito y término araucano,
y fue que
carne humana se comiese,
(¡inorme
introdución, caso inhumano!)
y en
parricidio error se convirtiese
165
el hermano
en sustancia del hermano:
tal madre
hubo, que al hijo muy querido
al vientre
le volvió do había salido.
Digo, pues, que los bárbaros llegando
al valle de
Purén, paterno suelo,
170
las armas
por entonces arrimando,
dieron lugar
al tempestuoso cielo.
En este
tiempo, en estas partes, cuando
el encogido
invierno con su hielo
del todo
apoderándose en la tierra
175
pone punto
al discurso de la guerra.
Espárcese y derrámase la gente,
dejan el
campo y buscan los poblados,
cesa el
fiero ejercicio comúnmente,
la tierra
cubren húmidos nublados.
180
Mas cuando
enciende a Escorpio el sol ardiente
y la frígida
nieve los collados
sacuden de
sus cimas levantadas
ya de la
nueva yerba coronadas,
en este tiempo el bullicioso Marte
185
saca su
carro con horrible estruendo,
y ardiendo
en ira belicosa parte
por el
dispuesto Arauco discurriendo:
hace temblar
la tierra a cada parte,
los ferrados
caballos impeliendo,
190
y en la
diestra el sangriento hierro agudo
bate con la siniestra
el fuerte escudo.
Luego a furor movidos los guerreros
toman las
armas, dejan el reposo;
acuden los
remotos forasteros
195
al cebo de
la guerra codicioso:
de los
hierros renuevan los aceros;
templan la
cuerda al arco vigoroso;
el peso de
las mazas acrecientan,
y el duro
fresno de las astas tientan.
200
La gente andaba ya desta manera,
con el son
de las armas y bullicio,
que
codiciosa comenzar espera
el deseado
bélico ejercicio:
juntáronse a
la usada borrachera
205
(orden
antigua y detestable vicio)
la más
ilustre gente y señalada
a dar
difinición en la jornada.
Tratando en general concilio estaban
del bien y
aumentación de aquel estado,
210
cuando
cuatro soldados arribaban
con triste
muestra y paso apresurado,
haciéndoles
saber cómo ya andaban
en el sitio
de Penco arruïnado
cantidad de
españoles trabajando,
215
un grueso y
fuerte muro levantando;
diciéndoles: "Venimos, oh guerreros,
de parte de
los pueblos comarcanos
con facultad
bastante a prometeros,
si
desterráis de nuevo a los cristianos
220
que pagarán
con suma de dineros
el trabajo y
labor de vuestras manos;
y no
habiendo el efeto deseado,
la tercia
parte hayáis de lo asentado.
"Viendo el poco reparo y resistencia
225
que sin
vuestro favor todos tenemos,
les dimos
llanamente la obediencia
que en el
tiempo infelice dar solemos.
No fue por
opresión, no fue violencia;
pues, aunque
desdichados, entendemos
230
cuán breve
es el sospiro de la muerte,
que pone fin
y límite a la suerte:
"mas, porque estando Arauco tan
vecino,
y fija en su
favor la instable rueda,
la paz nos
pareció mejor camino
235
para que
remediar todo se pueda;
ya que lo
estrague el áspero destino,
tiempo para
morir después nos queda;
pues no
estarán los brazos tan cansados
que no
puedan abrir nuestros costados.
240
"Y pues os es patente y manifiesta
la embajada
y gran priesa que traemos,
en ella hora
tratada, que la respuesta
con la
resolución esperaremos:
brevedad os
pedimos, que con ésta
245
podrá ser
que sin riesgo derribemos
la soberbia
española y confianza,
antes que
les dé esfuerzo la tardanza."
No se puede decir el gran contento
que les dio
a los caciques la embajada:
250
de todos
desde allí en el pensamiento,
antes que se
acabase fue acetada:
pero
tuvieron freno y sufrimiento,
que la
primera voz estaba dada
al hijo de
Leocán, que, consultado,
255
así responde
en nombre del senado:
"Estamos con razón maravillados
de lo que en
este caso hemos oído,
¿y es verdad
que hay cristianos tan osados
que quieren
con nosotros más ruïdo?
260
Sus, Sus,
que estos varones esforzados
acetan la
promesa y el partido:
no dando
entero fin a la jornada,
del trabajo
no quieren llevar nada.
"Bien os podéis volver luego con esto,
265
que sin duda
en efeto lo pondremos,
y sobre los
cristianos, lo más presto
que se pueda
dar orden, llegaremos;
donde se
mostrará bien manifiesto
lo poco en
que nosotros los tenemos;
270
pero habéis
de advertir con sabio modo
que aviso se
nos dé siempre de todo."
Muy alegres los cuatro se partieron
por llevar
tal respuesta; y caminando
en breve a
sus señores se volvieron,
275
que estaban
por momentos aguardando:
y visto el
buen despacho que trujeron,
el contento
y traición disimulando,
sufrían con
discreción las vejaciones
encubriendo
las falsas intenciones.
280
Domésticos se muestran en el trato;
nadie toma
la causa y la defiende,
conociendo
que el medio más barato
del araucano
ejército depende;
y con doble
y solícito contrato
285
la esperada
venganza se pretende
debajo de
humildad y gran secreto,
para que su
intención viniese a efeto.
De nuestra gente y pueblo destrozado
gran
descuido en hablar he yo tenido;
290
mas como es
en el mundo acostumbrado
desamparar
la parte del vencido,
así yo tras
el bando afortunado
he llevado camino
tan seguido;
y si aquí la
ocasión no me avisara
295
jamás pienso
que della me acordara.
Conté de la ciudad la despoblada
y de sus
ciudadanos el camino;
púselos en
el fin de la jornada,
do forzoso
dejarlos me convino:
300
pues
volviendo a la historia comenzada
y al duro
proceder de su destino,
estuvieron
el tiempo en Santiägo
que yo de
ellos mención aquí no hago.
Retirados allí, se reformaron
305
de todo el
aparato conveniente,
donde por
los más votos acordaron
reedificar a
Penco nuevamente.
Con gran
trabajo y gasto levantaron
pequeña
copia y número de gente:
310
afirmar la
ocasión desto no puedo,
si fue la
poca paga o mucho miedo.
Al yermo Penco herboso habían llegado;
y un sitio,
que en mitad del pueblo había,
le tenían de
tapión fortificado,
315
que en
recogido cuadro le ceñía,
de dos
fuertes bastiones abrigado,
que cada uno
dos frentes descubría;
y a cada
frente asiste una bombarda
que con
maciza bala el paso guarda.
320
La gente comarcana, con fingida
muestra, la
paz malvada aseguraba,
esperando la
ayuda prometida
que a
cencerros tapados caminaba;
pero no fue
secreta esta partida,
325
pues entre
los cristianos se trataba
que el
valiente Lautaro había pasado
las lomas
con ejército formado.
Suénase que Purén allí venía,
Tomé,
Pillolco, Angol y Cayeguano;
330
Tucapel, que
con orgullo y bizarría
no le
igualaba bárbaro araucano,
Ongolmo,
Lemolemo y Lebopía,
Caniomangue,
Elicura, Mareguano,
Cayocupil,
Lincoya, Lepomande,
335
Chilcano,
Leucotón y Mareande.
Todos estos varones señalados
fueron para
esta guerra apercebidos,
con otros
dos mil pláticos soldados
en el
copioso ejército escogidos.
340
Venían de
fuertes petos arreados,
gruesas
picas de hierros muy fornidos,
ferradas
mazas, hachas aceradas,
armas
arrojadizas y enastadas.
Desta manera el escuadrón camina
345
en la
callada noche y sombra escura,
debajo del
gobierno y disciplina
del cuidoso
Lautaro, que procura
llegar
cuando la estrella matutina
alegra el
mustio campo y la verdura;
350
antes que
por aviso y doble trato
de su venida
hubiese algún recato.
Pero los españoles, de un amigo
bárbaro que
con ellos contrataba,
saben cómo
el ejército enemigo
355
con riguroso
intento se acercaba:
pues
avisados desto, como digo,
y de cuanto
en secreto se trataba,
al trance se
aparejan y batalla,
requiriendo
los fosos y muralla.
360
Era
caudillo y capitán de España
el noble
montañés Juan de Alvarado,
hombre
sagaz, solícito y de maña,
de gran
esfuerzo y discreción dotado;
el cual con
orden y presteza extraña,
365
del presente
peligro recatado,
sazón no
pierde, tiempo y coyuntura,
antes las
prevenciones apresura.
Que al punto, apercebidos los soldados,
en su lugar
cada uno dellos puesto,
370
manda a
nueve guerreros más cursados
que salgan a
correr la tierra presto:
y en la
cerrada noche confiados
llegan al
campo bárbaro, y en esto
del callado
escuadrón fueron sentidos,
375
levantando
terribles alaridos.
La grita, el sobresalto, los rumores,
el súbito
alboroto de la guerra,
las
sonorosas trompas y atambores
hacen gemir
y estremecer la tierra:
380
en esto los
astutos corredores,
atravesando
una pequeña sierra,
toman la
vuelta por más corta vía,
dando aviso
a la amiga compañía.
Juan de Alvarado con ingenio y arte
385
de la fuerza
lo flaco fortifica,
y en lo más
necesario, allí reparte
gente del
arcabuz y de la pica:
proveído
recaudo en toda parte,
a recibir al
araucano pica
390
con la
ligera escuadra de caballo,
por no
mostrar temor en esperallo.
La nueva claridad del día siguiente
sobre el
claro horizonte se mostraba,
y el sol por
el dorado y fresco Oriente
395
de rojo ya
las nubes coloraba;
a tal hora
Alvarado con su gente
del
prevenido fuerte se alejaba
en busca de
la escuadra lautarina,
que a más
andar también se le avecina.
400
Los nuestros media legua aún no se habían
de aquel su
muro lejos alongado,
cuando al
calar de un monte descubrían
el araucano
ejército ordenado.
Allí las
limpias armas relucían
405
más que el
claro cristal del sol tocado,
cubiertas de
altas plumas las celadas,
verdes,
azules, blancas, encarnadas.
¿Quién pintaros podrá el contento, cuando
sienten los
araucanos el ruïdo,
410
que, las
diestras en alto levantando,
pusieron en
el cielo un alarido?
Mil
instrumentos bárbaros tocando
con grande
orgullo y paso más tendido
se vienen
acercando a los de España,
415
sonando en
torno toda la campaña.
Quieren los españoles responderlos
con el
horrible son de armada mano:
calan el monte
a fin de acometerlos,
teniendo por
mejor el sitio llano:
420
bajas las
lanzas vienen a romperlos;
pero la
osada muestra salió en vano,
que los
bárbaros ya diciplinados
del todo se
cerraron apiñados.
Tan espesas las picas derribaron
425
con pie y
con rostro firme hacia delante,
que no sólo
el encuentro repararon,
pero a
desbaratarlos fue bastante:
los nuestros
sin romper se retiraron,
y ellos
gloriosos con furor pujante,
430
por dar
remate al venturoso lance,
siguen con
pies ligeros el alcance.
Apretándolos iban reciamente,
los nuestros
resistiendo y peleando,
hasta el
estrecho paso de una puente,
435
que allí
Lautaro, al cuerno aliento dando,
el araucano
ejército obediente
se va al son
conocido reparando;
del fuerte
tanto trecho esto sería
cuanto tira
un cañón de puntería.
440
Detúvose Lautaro, con intento
de esperar
al caliente medio día,
porque de la
mañana el fresco viento
los caballos
y gente alentaría:
reforma su
escuadrón, haciendo asiento
445
a vista de
los nuestros, que a porfía
se habían al
sitio fuerte recogido,
teniendo por
mejor aquel partido.
Cuando el sol en el medio cielo estaba
no
declinando a parte un solo punto,
450
y la aguda
chicharra se entonaba
con un
desapacible contrapunto,
el astuto
Lautaro levantaba
su campo en
escuadrón cerrado y junto,
con grande
estruendo y paso concertado,
455
hacia el
sitio español fortificado.
Con audacia, desdén y confianza
Lautaro
contra el fuerte caminaba:
síguele
atrás la gente en ordenanza,
y él con
gracioso término arrastraba
460
una larga,
ñudosa y gruesa lanza,
que airoso
poco a poco la terciaba,
y tanto por
el cuento la blandía,
que juntar
los extremos parecía.
Los pocos españoles salen fuera,
465
que
encerrados no quieren esperallos;
de arcabuces
delante una hilera,
otra de
picas luego, y los caballos
a los lados:
y así desta manera
con fiera
muestra vienen a buscallos:
470
llegados a
do ya podían herirse
los unos a
los otros dejan irse.
Y de rencor intrínseco aguijados
los movidos
ejércitos venían:
suenan los
arcabuces asestados,
475
del humo,
fuego y polvo se cubrían:
los corvos
arcos con vigor flechados
gran número
de tiros despedían:
vuelan
nubadas de armas enastadas
por los
valientes brazos arrojadas.
480
Cuales contrarias aguas a toparse
van con
rauda corriente sonorosa,
que,
resistiendo al tiempo del mezclarse,
aquélla más
violenta y poderosa
a la menos
pujante sin pararse
485
volverla
contra el curso es cierta cosa:
así a
nuestro escuadrón forzosamente
le arrebató
la bárbara corriente.
No pudiendo sufrir la fuerza brava
del número
de gente y movimiento,
490
al español
el bárbaro llevaba
como a
liviana paja el recio viento.
Entran sin
orden, que ya rota andaba,
todos
mezclados en el fuerte asiento,
y dentro del
cuadrado y ancho muro
495
comienzan
pie con pie un combate duro.
Algunos españoles castigados
recogerse en
la fuerza no quisieron,
que eran de
corazones congojados
y de verse
en estrecho rehuyeron:
500
quieren el
campo abierto, y por los lados
del turbado
montón se dividieron;
pero los de
más ser, con mano osada
procuran
amparar la plaza entrada.
Allí quieren morir o defenderse:
505
la carrera
más larga otros tomaron,
que
acordaron con tiempo guarecerse:
otros a la
marina se llegaron
metiéndose
en un barco, sin poderse
sufrir, las
corvas áncoras alzaron;
510
satisfaciendo
al miedo y bajo intento,
las velas
con presteza dan al viento.
Quien en llegar es algo perezoso,
viendo levar
el áncora a la nave,
no duda en
arrojarse al mar furioso,
515
teniendo aquel
morir por menos grave.
Quién antes
no nadaba, de medroso
las olas
rompe agora y nadar sabe:
mirad, pues,
el temor a qué ha llegado,
que viene a
ser de miedo el hombre osado.
520
Los que están en la fuerza retraídos,
como buenos
guerreros se defienden;
muertos
quieren quedar y no vencidos,
que ya sólo
un honrado fin pretenden:
y con tal
presupuesto embravecidos,
525
sin
esperanza de vivir ofenden,
haciendo en
los contrarios tal estrago
que la plaza
de sangre era ya lago.
Lautaro, gente y armas contrastando,
en la fuerza
el primero entrado había,
530
y muerto a
dos soldados en entrando
que en
suerte le cupieron aquel día.
Lincoya iba
hiriendo y derribando:
mas ¿quién
podrá decir la bravería
de Tucapel,
que el cielo acometiera,
535
si hallara
algún camino o escalera?
No entró el fuerte por puerta ni por
puente,
antes con
desenvuelto y diestro salto,
libre el
foso saltó ligeramente,
y estaba en
un momento en lo más alto:
540
no le pudo
seguir por allí gente,
él solo de
aquel lado dio el asalto;
mas, como si
de mil fuera guardado,
se arroja
luego en medio del cercado.
Apenas puso el pie firme en la plaza,
545
cuando el
furioso bárbaro esgrimiendo
la ejercitada,
dura y gruesa maza,
iba los
enemigos esparciendo:
no vale
malla fina ni coraza;
y las
celadas fuertes, no pudiendo
550
sufrir los
recios golpes que bajaban,
machucando
los sesos se abollaban.
Unos deja tullidos y contrechos,
otros para
en su vida lastimados,
a quién
hunde el pescuezo por los pechos,
555
a quién
rompe los lomos y costados
cual si
fueran de blanda cera hechos:
magulla,
muele y deja derrengados,
y en el
mayor peligro osadamente
se arroja sin
temor de armas y gente.
560
Contra Ortiz revolvió con muestra airada,
que había
muerto a Torquín, mozo animoso,
la maza
alta, y la vista en él clavada,
rompe por el
tropel de armas furioso:
no sé cuál
fue la espada señalada
565
ni aquel
brazo pujante y provechoso,
que el
mástil cercenó del araucano
y dos dedos
con él de la una mano.
Con el encendimiento que llevaba
no sintió la
herida de repente;
570
mas cuando
el brazo y golpe descargaba,
que los
dedos y maza faltar siente,
herida tigre
hircana no es tan brava,
ni acosado
león tan impaciente
como el
indio, que lleno de postema,
575
del cielo,
infierno, tierra y mar blasfema.
Sobre las puntas de los pies estriba,
y en ellas
la persona más levanta:
el brazo
cuanto puede atrás derriba,
y el trozo
impele con violencia tanta
580
que a Ortiz,
que alta la espada sobre él iba.
La celada y
los cascos le quebranta,
y del grave
dolor desvanecido
dio en el
suelo de manos sin sentido.
El bárbaro, con esto no vengado,
585
viene sobre
él con furia acelerada,
y con la
diestra, aún no medrosa, airado,
a Ortiz
arrebató la aguda espada;
alzándole la
cota por un lado,
le atravesó
de la una a la otra ijada,
590
y la alma
del corpóreo alojamiento
hizo el duro
y forzoso apartamiento.
La espada a la siniestra el indio trueca,
sintiéndose
tullido de la diestra,
y del golpe
primero otro derrueca,
595
que también
en herir era maestra:
como suele
segar la paja seca
el presto
segador con mano diestra,
así aquel
Tucapel con fuerza brava
brazos,
piernas y cuello cercenaba.
600
Dejándose guiar por do la ira
le llevaba
furioso, discurriendo,
unos hiere,
maltrata, otros retira,
la espesa
selva de astas deshaciendo:
acaso al
Padre Lobo un golpe tira,
605
que contra
cuatro estaba combatiendo;
el cual sin
ver el fin de aquella guerra
dio el alma
a Dios y el cuerpo dio a la tierra.
El grave Leucotón, no menos fuerte,
con el valor
que el cielo le concede,
610
hiere,
aturde, derriba y da la muerte,
que nadie en
fuerza y ánimo le excede:
no sé cómo a
escribirlo todo acierte,
que mi
cansada mano ya no puede
por tanta
confusión llevar la pluma,
615
y así reduce
mucho a breve suma.
También Angol, soberbio y esforzado,
su corvo y
gran cuchillo en torno esgrime,
hiere al
joven Diego Oro, y del pesado
golpe en la
dura tierra el cuerpo imprime:
620
pero en esta
sazón Juan de Alvarado,
la furia de
una punta le reprime,
que al
tiempo que el furioso alfange alzaba
por debajo
del brazo le calaba.
No halló defensa la enemiga espada;
625
lanzándose
por parte descubierta,
derecho al
corazón hizo la entrada,
abriendo una
sangrienta y ancha puerta
la cara
antes del joven colorada
se vio de
amarillez mustia cubierta;
630
descoyuntole
el brazo un mortal hielo,
batiendo el
cuerpo helado el duro suelo.
El corpulento mozo Mareguano,
que airado a
todas partes discurría,
llegó al
tiempo que Angol por diestra mano
635
al riguroso
hierro se rendía:
era su
íntimo amigo y primo hermano,
de estrecho
trato antiguo y compañía;
"pues
fue siempre en la vida igual la suerte,
quiero,
dijo, también que sea en la muerte."
640
Y contra el matador con repentina
rabia, que
el pecho y venas le abrasaba,
un macizo y
fornido tronco empina
y con fuerza
sobre él lo derribaba;
mas temiendo
del golpe la ruïna
645
Alvarado,
que el ojo alerto estaba,
saca presto
el caballo apercebido,
y en el
suelo el troncón quedó metido.
Chilcán, Ongolmo, Cayeguán de un lado,
Lepomande y
Purén en compañía,
650
habían así a
los nuestros apretado,
que ganaron
gran crédito aquel día:
Tomé, Cayocupín
y el esforzado
Pillolco,
Caniomangue y Lebopía,
Mareande,
Elicura y Lemolemo
655
de su valor
mostraron el extremo.
En esto un rumor súbito se siente
que los
cóncavos cielos atronaba,
y era que la
vitoria abiertamente
por el bárbaro
infiel se declaraba:
660
ya la
española destrozada gente
al camino de
Itata enderezaba,
desamparando
el suelo desdichado,
de sangre y
enemigos ocupado.
Del todo a toda furia comenzando
665
iban los
españoles la huïda,
siempre más
el temor apresurando
con agudas
espuelas la corrida;
sigue el
alcance y valos aquejando
la bárbara
canalla embravecida,
670
envuelta en
una espesa polvareda,
matando al
que por flojo atrás se queda.
Alvarado con ánimo y cordura
los anima y
esfuerza, y no aprovecha;
que la
turbada gente en tal rotura
675
huye la
muerte y plaza tan estrecha:
cuál
encamina al monte, y cuál procura
de Mapochó
la senda más derecha,
y cuál y
cuál constante todavía,
animoso con
Átropos porfía.
680
Estos, honrosa muerte deseando,
despreciaban
la vida deshonrada,
aquel
forzoso punto dilatando
con raro
esfuerzo y valerosa espada:
presto quedó
la plaza sin un bando,
685
de almas
vacía y de cuerpos ocupada,
que animosos
los pocos que quedaban
a las armas
y muerte se entregaban.
Unos por los costados caen abiertos;
otros de
parte a parte atravesados;
690
otros, que
de su sangre están cubiertos,
se rinden a
la muerte desangrados:
al fin, todos
quedaron allí muertos,
del riguroso
hierro apedazados.
Vamos tras
los que aguijan los caballos,
695
que no
haremos poco en alcanzallos.
Quién por camino incierto, quién por senda
áspera,
peligrosa y desusada,
bate al
caballo y dale suelta rienda,
que el miedo
es grande y grande la jornada:
700
el bárbaro
escuadrón con grita horrenda
por sierra,
monte, llano y por cañada
las espaldas
les iba calentando,
hiriendo,
dando muerte y derribando.
Había de la comarca concurrido
705
gente armada
por uno y otro lado,
que a la
mira imparcial había asistido
hasta ver el
derecho declarado:
en esto
alzando un súbito alarido,
con el
orgullo a vencedores dado,
710
baja las
armas, hasta allí neutrales,
en daño de
las señas imperiales.
Salen en codicioso seguimiento
de la
española gente, que corría
con furia y
ligereza más que el viento.
715
Sin hacerse
uno a otro compañía:
la mucha
turbación y desatiento,
que a los
nuestros el miedo les ponía,
los lleva
sin caminos, esparcidos
por sierras,
valles, montes, por ejidos.
720
Los que tienen caballos más ligeros
¡oh cuán de
corazón son envidiados!
¡Qué poco se
conocen compañeros
de largo
tiempo y amistad tratados!
No aprovechan
promesas de dineros,
725
ni de bienes
allí representados:
Tanto el
miedo ocupado los había
que lugar la
codicia aún no tenía;
antes, los intereses despreciando,
se muestran
allí poco codiciosos,
730
tras las
ricas celadas arrojando
petos de
fina plata embarazosos:
y así de las
promesas no curando;
jugaban los
talones presurosos:
sólo las
alas de Ícaro quisieran,
735
aunque
pasando el mar se derritieran.
Juan y Hernando Alvarados la jornada
con el valiente
Ibarra apresuraban,
animando la
gente desmayada,
mas no por
esto el paso moderaban:
740
abren por la
carrera embarazada,
que ligeros
caballos gobernaban,
y aunque con
viva espuela los batían,
alargarse de
un indio no podían.
Delante largo trecho de la gente,
745
a los tres
les da caza y atormenta
un espaldudo
bárbaro valiente,
Rengo
llamado, mozo de gran cuenta:
éste solo
los sigue osadamente
y a voces
con palabras los afrenta;
750
y los
aprieta y corre a campo raso,
sin poderle
ganar un solo paso.
"¡Jo!, ¡jo! (les va gritando) espera!,
espera!"
Que más en
castellano no sabía;
pero en su
natural lengua primera
755
atrevidas
injurias les decía.
Tres leguas
los corrió desta manera,
que jamás de
las colas se partía
por mucho
que aguijasen los rocines,
llamándolos
infames y ruïnes.
760
Llevaba una arma en alto levantada,
que no hay
quien su fación y forma diga:
era una
gruesa haya mal labrada,
de la
grandeza y peso de una viga,
de metal la
cabeza barreada:
765
y esgrímela
el garzón sin más fatiga
que el
presto esgrimidor suelto y liviano
juega el
fácil bastón con diestra mano.
Si alguna vez con el troncón pesado
los caballos
el bárbaro alcanzaba,
770
era de
fuerza el golpe tan cargado
que casi
derrengados los dejaba;
así cada
caballo escarmentado
sin espuelas
el curso apresuraba,
que jamás
fue baqueta en la corrida
775
como el
bastón del bárbaro temida.
Aunque gran trecho aquel follón se aleja
del seguro
montón y amigo bando,
no por esto
la dura empresa deja,
antes más
los persigue y va afrentando:
780
con prestos
pies y maza los aqueja,
la nación
española profazando
en lenguaje
araucano, que entendían
los tres,
que a más correr dél se desvían.
Veinte veces revuelven los cristianos,
785
dando sobre
él con súbita presteza;
a todos tres
les da llenas las manos
con su
diabólica arma y ligereza:
entretanto
llegaban los ufanos
indios en el
alcance sin pereza,
790
y volviendo
los tres a su carrera
el bárbaro y
bastón sobre ellos era.
No por áspero monte ni agria cuesta
afloja el
curso y animoso brío;
antes cual
correr suele sobre apuesta
795
tras las
fieras el Puelche en desafío,
los corre,
aflige, aprieta y los molesta;
y a diez
millas de alcance, por do un río
el camino
atraviesa al mar corriendo,
se fue en la
húmida orilla deteniendo.
800
El bárbaro escuadrón parado había;
solo el
contumaz Rengo porfiando,
desistir de
la empresa no quería,
aunque no ve
persona de su bando:
los tres
lasos cristianos a porfía
805
iban el
ancho vado atravesando,
cuando Rengo
cargó de una pesada
piedra la
presta honda dél usada.
El tronco en el suelo húmido fijado,
rodea el
brazo dos veces, despidiendo
810
el tosco y
gran guijarro así arrojado,
que el monte
retumbó del sordo estruendo;
las ninfas
por lo más sesgo del vado,
las
cristalinas aguas revolviendo,
sus doradas
cabezas levantaron
815
y a ver el
caso atentas se pararon.
El importuno bárbaro no cesa
ni afloja de
la empresa que pretende;
antes con
silbos, grita y piedra espesa,
la agua a
más de la cinta, los ofende;
820
y dándoles
en esto mucho priesa,
el beber los
caballos les defiende,
diciendo:
"¡Sus, salid, salid afuera,
que yo os
manterné campo en la ribera!"
Viendo Alvarado a Rengo así orgulloso,
825
de la
soberbia tema ya impaciente,
dice a los
dos: "¡Oh caso vergonzoso,
que a tres
nos siga un indio solamente
y triunfe de
nosotros vitorioso!
No es bien
que de españoles tal se cuente:
830
volvamos, y
de aquí jamás pasemos
si primero
morir no le hacemos."
Así dijo, y las riendas revolviendo,
segunda vez
el vado atravesaban;
de morir o
matarle proponiendo,
835
los caballos
cansados aguijaban;
en esto el
araucano, conociendo
la cólera y
furor con que tornaban,
olvidando la
maza y presupuesto,
las
voladoras plantas mueve presto.
840
Una larga carrera por la arena
los tres a
toda furia le siguieron,
aunque en
balde tomaron esta pena,
que el indio
más corrió que ellos corrieron:
faltos, no
de intención, pero de lena,
845
de cansados
las riendas recogieron;
y en un
áspero sitio y peligroso
les hizo
rostro el bárbaro animoso.
Por espaldas tomó una gran quebrada,
revolviendo
a los tres con osadía,
850
y a falta de
la maza acostumbrada,
a menudo la
honda sacudía:
de allí con
mofa, silbos y pedrada,
sin poderle
ofender, los ofendía,
por ser
aquel lugar despeñadero,
855
y más que
ellos el bárbaro ligero.
Visto Alvarado serle así excusado
el fin de lo
que tanto deseaba,
dejando
libre al bárbaro esforzado,
que bien de
mala gana se quedaba,
860
pasa otra
vez el ya seguro vado,
y al usado
camino se tornaba,
triste en
ver que Fortuna por tal modo
se le
mostraba adversa y dura en todo.
Había dejado el campo lautarino
865
de seguir el
alcance grande rato;
iban los
españoles sin camino,
como ovejas
que van fuera de hato.
De no
seguirlos más me determino,
que por lo
que adelante dellos trato,
870
dejarlos por
agora me es forzado
donde otras
veces ya los he dejado.
Con la gente araucana quiero andarme,
dichosa a la
sazón y afortunada;
y, como se
acostumbra, desviarme
875
de la parte
vencida y desdichada:
por donde
tantos van quiero guiarme,
siguiendo la
carrera tan usada,
pues la
costumbre y tiempo me convence,
y todo el
mundo es ya ¡viva quien vence!
880
¡Cuán usado es huir los abatidos
y seguir los
soberbios levantados,
de la
instable Fortuna favoridos
para sólo
después ser derribados!
Al cabo
destos favores, reducidos
885
a su valor,
son bienes emprestados
que habemos
de pagar con siete tanto,
como claro
nos muestra el nuevo canto.
Canto X
Ufanos los
araucanos de las vitorias habidas, ordenan unas fiestas generales, donde
concurrieron diversas gentes así extranjeras como naturales, entre los cuales
hubo grandes pruebas y diferencias.
Cuando la varia diosa favorece
y las
dádivas prósperas reparte,
¡cómo al
ánimo flaco fortalece,
que de
triste mujer se vuelve un Marte,
y derriba,
acobarda y enflaquece
5
el esfuerzo
viril en la otra parte,
haciendo
cuesta arriba lo que es llano
y un gran
cerro la palma de la mano!
¡Quién vio los españoles colocados
sobre el más
alto cuerno de la luna
10
de sus
famosos hechos rodeados,
sin punto y
muestra de mudanza alguna!
¡Quién los
ve en breve tiempo derribados!
¡Quién ve en
miseria vuelta su fortuna,
seguidos, no
de Marte, dios sanguino,
15
mas del
tímido sexo femenino!
Mirad aquí la suerte tan trocada,
pues
aquellos que al cielo no temían,
las mujeres,
a quien la rueca es dada,
con varonil
esfuerzo los seguían;
20
y con la
diestra a la labor usada
las
atrevidas lanzas esgrimían,
que, por el
hado próspero impelidas,
hacían crudos
efetos y heridas.
Estas mujeres digo que estuvieron
25
en un monte
escondidas, esperando
de la
batalla el fin; y cuando vieron
que iba de
rota el castellano bando,
hiriendo el
cielo a gritos decendieron,
el mujeril
temor de sí lanzando;
30
y de ajeno
valor y esfuerzo armadas,
toman de los
ya muertos las espadas.
Y a vueltas del estruendo y muchedumbre,
también en
la vitoria embebecidas,
de medrosas
y blandas de costumbre
35
se vuelven
temerarias homicidas:
no sienten
ni les daba pesadumbre
los pechos
al correr, ni las crecidas
barrigas de
ocho meses ocupadas,
antes corren
mejor las más preñadas.
40
Llamábase infelice la postrera,
y con ruegos
al cielo se volvía,
porque a tal
coyuntura en la carrera
mover más
presto el paso no podía.
Si las
mujeres van desta manera,
45
¿la bárbara
canalla cuál iría?
De aquí tuvo
principio en esta tierra
venir
también mujeres a la guerra.
Vienen acompañando a sus maridos,
y en el dudoso
trance están paradas;
50
pero, si los
contrarios son vencidos,
salen a
perseguirlos esforzadas:
prueban la
flaca fuerza en los rendidos
y si cortan
en ellos sus espadas,
haciéndolos
morir de mil maneras,
55
que la mujer
cruël eslo de veras.
Así a los nuestros esta vez siguieron
hasta donde
el alcance había cesado,
y desde allí
la vuelta al pueblo dieron,
ya de los
enemigos saqueado.
60
Que cuando
hacer más daño no pudieron,
subiendo en
los caballos que en el prado
sueltos sin
orden y gobierno andaban,
a sus dueños
por juego remedaban.
Quién hace que combate, y quién huía,
65
y quién tras
el que huye va corriendo:
quién finge
que está muerto, y se tendía,
quién correr
procuraba no pudiendo:
la alegre
gente así se entretenía,
el trabajo
importuno despidiendo,
70
hasta que el
sol rayaba los collados
que el
general llegó y los más soldados.
Los unos y los otros aguijaban
con gran
priesa a abrazarse estrechamente;
pero algunos,
por más que se esforzaban,
75
la envidia
les hacía arrugar la frente:
francos los
vencedores se mostraban,
repartiendo
la presa alegremente;
que aún en
el pecho vil contra natura
puede tanto
la próspera ventura.
80
Una solemne fiesta en este asiento
quiso
Caupolicán que se hiciese,
donde del
araucano ayuntamiento
la gente
militar sola estuviese;
y con alegre
muestra y gran contento,
85
sin que la
popular se entremetiese,
en danzas,
juegos, vicio y pasatiempo
allí se
detuvieron algún tiempo.
Los juegos y ejercicios acabados,
para el
valle de Arauco caminaron,
90
do a las
usadas fiestas los soldados
de toda la
provincia convocaron;
fueron
bastantes plazos señalados,
joyas de
gran valor se pregonaron,
de los que
en ellas fuesen vencedores,
95
premios
dignos de haber competidores.
La fama de la fiesta iba corriendo
más que los
diligentes mensajeros,
en un
término breve apercibiendo
naturales,
vecinos y extranjeros:
100
gran
multitud de gente concurriendo,
creció el
número tanto de guerreros,
que ocupaban
las tiendas forasteras
los valles,
montes, llanos y riberas.
Ya el esperado catorceno día,
105
que tanta
gente estaba deseando,
al campo su color
restituía,
las
importunas sombras desterrando;
cuando la
bulliciosa compañía
de los
briosos jóvenes, mostrando
110
el juvenil
hervor y sangre nueva,
en campo
estaban, prestos a la prueba.
Fue con solemne pompa referido
el orden de
los precios, y el primero
era un
lustroso alfange, guarnecido
115
por mano
artificiosa de platero:
este premio
fue allí constituido
para aquel
que con brazo más entero
tirase una
fornida y gruesa lanza,
sobrando a
los demás en la pujanza.
120
Y de cendrada plata una celada,
cubierta de
altas plumas de colores,
de un cerco
de oro puro rodeada,
esmaltadas
en él varias labores,
fue la
preciada joya señalada
125
para aquel
que, entre diestros luchadores,
en la difícil
prueba se extremase
y por señor
del campo en pie quedase.
Un lebrel animoso, remendado,
que el
collar remataba una venera
130
de agudas
puntas de metal herrado,
era el
precio de aquel que en la carrera,
de todas
armas y presteza armado,
arribase más
presto a la bandera
que una gran
milla lejos tremolaba
135
y el trecho
señalado limitaba.
Y de niervos un arco, hecho por arte,
con su
dorada aljaba que pendía
de un ancho
y bien labrado talabarte
con dos gruesas
hebillas de taujía,
140
éste se
señaló y se puso aparte
para aquel
que con flecha a puntería,
ganando por
destreza el precio rico,
llevase al
papagayo el corvo pico.
Un caballo morcillo, rabicano,
145
tascando el
freno estaba de cabestro,
precio del
que con suelta y presta mano
esgrimiese
el bastón como más diestro.
Por juez se
señaló a Caupolicano,
de todos
ejercicios gran maestro.
150
Ya la
trompeta con sonada nueva
llamaba
opositores a la prueba.
No bien sonó la alegre trompa, cuando
el joven
Orompello, ya en el puesto,
airosamente
el manto derribando,
155
mostró el
hermoso cuerpo bien dispuesto
y en la
valiente diestra blandeando
una maciza
lanza. Luego en esto
se ponen
asimismo Lepomande,
Crino,
Pillolco, Guambo y Mareande.
160
Estos seis en igual hila corriendo,
las lanzas
por los fieles igualadas,
a un tiempo
las derechas sacudiendo,
fueron con
seis gemidos arrojadas:
salen la
astas con rumor crugiendo,
165
de aquella
fuerza e ímpetu llevadas,
rompen el
aire, suben hasta el cielo,
bajando con
la misma furia al suelo.
La de Pillolco fue la asta primera
que falta de
vigor a tierra vino,
170
tras ella la
de Guambo, y la tercera
de Lepomande,
y cuarta la de Crino,
la quinta de
Mareande, y la postrera,
haciendo por
más fuerza más camino,
la de
Orompello fue, mozo pujante,
175
pasando
cinco brazas adelante.
Tras éstos otros seis lanzas tomaron,
de los que
por más fuertes se estimaban,
y aunque con
fuerza extrema procuraron
sobrepujar
el tiro, no llegaban:
180
otros tras
éstos, y otros seis probaron,
mas todos
con vergüenza atrás quedaban;
y por no
detenerme en este cuento,
digo que lo
probaron más de ciento.
Ninguno con seis brazas llegar pudo
185
al tiro de
Orompello señalado,
hasta que
Leucotón, varón membrudo,
viendo que
ya el probar había aflojado,
dijo en voz
alta: "De perder no dudo,
mas porque
todos ya me habéis mirado,
190
quiero ver
deste brazo lo que puede
y a dó
llegar mi estrella me concede".
Esto dicho, la lanza requerida,
en ponerse
en el puesto poco tarda;
y dando una
ligera arremetida,
195
hizo muestra
de sí fuerte y gallarda:
la lanza por
los aires impelida
sale cual
gruesa bala de bombarda,
o cual
furioso trueno que, corriendo,
por las
espesas nubes va rompiendo.
200
Cuatro brazas pasó con raudo vuelo
de la señal
y raya delantera;
rompiendo el
hierro por el duro suelo,
tiembla por
largo espacio la asta fuera:
alza la
turba un alarido al cielo,
205
y de tropel
con súbita carrera
muchos a ver
el tiro van corriendo,
la fuerza y
tirador engrandeciendo.
Unos el largo trecho a pies medían
y examinan el
peso de la lanza,
210
otros por
maravilla encarecían
del
esforzado brazo la pujanza:
otros van
por el precio, otros hacían
al vencedor
cantares de alabanza;
de Leucotón
el nombre levantando
215
le van en
alta voz solemnizando.
Salta Orompello, y por la turba hiende.
Y aquel
rumor, colérico, baraja,
diciendo:
"Aún no he perdido, ni se entiende
de sólo el
primer tiro la ventaja."
220
Caupolicán
la vara en esto tiende,
y a tiempo
un encendido fuego ataja,
que Tucapel
al primo había acudido,
y otros con
Leucotón se habían metido.
Caupolicán, que estaba por juez puesto,
225
mostrándose
imparcial, discretamente
la furia de
Orompello aplaca presto
con sabrosas
palabras blandamente:
y así, no se
altercando más sobre esto,
conforme a
la postura, justamente
230
a Leucotón,
por más aventajado,
le fue
ceñido el corvo alfange al lado.
Acabada con esto la porfía,
y Leucotón
quedando vitorioso,
Orompello a
una parte se desvía,
235
del caso
algo corrido y vergonzoso;
mas como
sabio mozo lo encubría,
de verse en
ocasiones deseoso
por do con
Leucotón, y causa nueva,
venir
pudiese a más estrecha prueba.
240
Era Orompello mozo asaz valido,
que desde su
niñez fue muy brioso,
manso,
tratable, fácil, corregido,
y en ocasión
metido, valeroso;
de muchos en
asiento preferido
245
por su
esfuerzo y linaje generoso,
hijo del
venerable Mauropande,
primo de
Tucapel y amigo grande.
Puesto nuevo silencio y despejado
el campo do
la prueba se hacía,
250
el diestro
Cayeguán, mozo esforzado,
a mantener
la lucha se metía:
no pasó
mucho, cuando de otro lado
con gran
disposición Torquín salía
de haber en
él pujanza y ligereza;
255
ambos en el
luchar de gran destreza.
Dada señal, con pasos ordenados
los dos
gallardos bárbaros se mueven;
ya los
viérades juntos, ya apartados,
ora tienden
el cuerpo, ora le embeben:
260
por un lado
y por otro recatados
se
inquieren, cercan, buscan y remueven,
tientan,
vuelven, revuelven y se apuntan,
y al cabo
con gran ímpetu se juntan.
Hechas las presas y ellos recogidos,
265
en su fuerza
procuran conocerse;
pero de
ardor colérico encendidos
comienzan
por el campo a revolverse:
cíñense pies
con pies, y entretegidos
cargan a un
lado y otro, sin poderse
270
llevar
cuanto una mínima ventaja,
por más que
el uno y otro se trabaja.
Andando así, en un tiempo, cauteloso
metió la
pierna diestra Cayeguano;
quiso
Torquín ceñirla codicioso
275
cargando con
gran fuerza a aquella mano:
sácala a
tiempo Cayeguán mañoso,
y el cuerpo
de Torquín quedando en vano,
del mismo
peso y fuerza que traía
a los pies
enemigos se tendía.
280
Tras éste el fuerte Rengo se presenta,
el cual,
lanzando fuera los vestidos,
descubre la
persona corpulenta,
brazos
robustos, músculos fornidos:
mírale la
confusa turba atenta,
285
que de
cuatro entre todos escogidos
este
valiente bárbaro era el uno,
jamás
sobrepujado de ninguno.
Con gran fuerza los hombros sacudiendo
se apareja a
la lucha y desafío,
290
y al
vencedor contrario apercibiendo
le va a
buscar con animoso brío:
de la otra
parte Cayeguán saliendo
en medio de
aquel campo a su albedrío,
vienen los
dos gallardos a juntarse,
295
procurando
en la presa aventajarse.
Un rato los juzgaron igualmente,
y anduvo en
duda la vitoria incierta;
mas luego
Rengo dio señal patente
con que fue
su pujanza descubierta:
300
que entre
los duros brazos reciamente
al triste
Cayeguán, la boca abierta,
sin dejarle
alentar, le retraía,
y acá y allá
con él se revolvía.
Alzole de la tierra, y apretado,
305
en el aire
gran pieza le suspende;
Cayeguán sin
color, desalentado,
abre los
brazos y las piernas tiende:
viéndolo así
rendido, el esforzado
Rengo que a
la vitoria sólo atiende,
310
dejándole
bajar, con poca pena
le estampa
de gran golpe en el arena.
Sacáronle del campo sin sentido,
y a su
tienda en los hombros le llevaron:
todos la
fuerza grande y el partido
315
de Rengo en
alta voz solemnizaron:
pero cesando
en esto aquel ruïdo,
a sus
asientos luego se tornaron,
porque
vieron que Talco aparejado
el puesto de
la lucha había tomado.
320
Fue este Talco de pruebas gran maestro,
de recios
miembros y feroz semblante,
diestro en
la lucha y en las armas diestro,
ligero y
esforzado aunque arrogante;
y con todas
las partes que aquí muestro,
325
era Rengo
más suelto y más pujante,
usado en los
robustos ejercicios,
que dello su
persona daba indicios.
Talco se mueve y sale con presteza;
Rengo
espaciosamente se movía;
330
fíase mucho
el uno en la destreza,
el otro en
su vigor sólo se fía:
en esto con
extraña ligereza,
cuando menos
cuidado en Talco había,
un gran
salto dio Rengo no pensado,
335
cogiendo al
enemigo descuidado.
De la suerte que el tigre cauteloso,
viendo venir
lozano al suelto pardo,
el cuello
bajo, lerdo y perezoso,
con ronco
son se mueve a paso tardo,
340
y en un
instante súbito y furioso
salta sobre
él con ímpetu gallardo,
y echándole
la garra, así le aprieta,
que le oprime, le rinde y le sujeta:
de esta manera Rengo a Talco afierra,
345
y, antes que
a la defensa se prevenga,
tan recio le
apretó contra la tierra,
que el lomo
quebrantado lo derrienga:
viéndolo
pues así lo desafierra,
y a su
puesto, esperando que otro venga,
350
vuelve,
dejando el campo con tal hecho
de su
extremada fuerza satisfecho.
Mas no hubo en hombre allí tal osadía
que a
contrastar al bárbaro se atreva;
y así,
porque la noche ya venía,
355
se difirió
la comenzada prueba
hasta que el
carro del siguiente día
alegrase los
campos con luz nueva:
sonando
luego varios instrumentos,
de las mesas
hinchieron los asientos.
360
Pues otro día, saliendo de su tienda
el hijo de
Leocán, acompañado
de gran
gente, al lugar de la contienda
con altos
instrumentos fue llevado:
Rengo,
porque su fama más se extienda,
365
dando una
vuelta en torno del cercado
entró dentro
con una bella muestra,
y a mantener
se puso la palestra.
Bien por dos horas Rengo tuvo el puesto
sin que
nadie la plaza le pisase,
370
que no se
vio soldado tan dispuesto
que,
viéndole, el lugar vacío ocupase:
pero ya
Leucotón mirando en esto,
que, porque
su valor más se notase,
hasta ver el
más fuerte había esperado,
375
con grave
paso entró en el estacado.
Luego un rumor confuso y grande estruendo
entre el
parlero vulgo se levanta
de ver estos
dos juntos, conociendo
en ambos
igualmente fuerza tanta.
380
Leucotón, la
persona recogiendo,
a recibir a
Rengo se adelanta,
que con
gallardo paso se venía
de esfuerzo
acompañado y lozanía.
Vienen al paragón dos animosos
385
que en
esfuerzo y pujanza par no tienen:
unas veces
aguijan presurosos
otras frenan
el paso y lo detienen:
andan en
torno y miran cautelosos,
y a todos
los engaños se previenen;
390
pero no
tardó mucho que cerraron,
y con
estrechos ñudos se abrazaron.
Juntándose los dos pechos con pechos,
van las
últimas fuerzas apurando:
ya se
afirman y tienden muy estrechos,
395
ya se
arrojan en torno volteando,
ya los
izquierdos, ya los pies derechos
se
enclavijan y enredan, no bastando
cuanta
fuerza se pone, estudio y arte,
a poder
mejorarse alguna parte.
400
Acá y allá furiosos se rodean,
la fuerza
uno del otro resistiendo;
tanto
forcejan, gimen, ijadean,
que los
miembros se van entorpeciendo:
tiemblan de
la fatiga y titubean
405
las cansadas
rodillas, no pudiendo
comportar el
tesón y furia insana,
que al fin
eran de hueso y carne humana.
De sudor grueso y engrosado aliento
cubiertos
los dos bárbaros andaban,
410
y del fogoso
y recio movimiento
roncos los
pechos dentro resonaban:
ellos
siempre con más encendimiento,
sacando
nuevas fuerzas, procuraban
llegar la
empresa al cabo comenzada
415
por ganar el
honor y la celada.
Pero ventaja entre ellos conocida
no se vio
allí, ni de flaqueza indicio;
ambos
jóvenes son de edad florida,
iguales en
la fuerza y ejercicio:
420
mas la
suerte de Rengo enflaquecida,
y el hado,
que hasta allí le fue propicio,
hicieron que
perdiese a su despecho
del precio y
del honor todo el derecho.
Había en la plaza un hoyo hacia el un lado,
425
engaste de
un guijarro, y nuevamente
estaba de su
encaje levantado
por el
concurso y huella de la gente:
desto el
cansado Rengo no avisado,
metió el pie
dentro, y desgraciadamente,
430
cual cae de
la segur herido el pino,
con no menos
estruendo a tierra vino.
No la pelota con tan presto salto
resurte
arriba del macizo suelo,
ni la
águila, que al robo cala de alto,
435
sube en el
aire con tan recio vuelo;
como de
corrimiento el seso falto,
Rengo
rabioso, amenazando al cielo,
se puso en
pie, que aun bien no tocó en tierra,
y contra
Leucotón furioso cierra.
440
Como en la fiera lucha Anteo temido
por el
furioso Alcides derribado,
que de la
Tierra madre recogido,
cobraba
fuerza y ánimo doblado;
así el
airado Rengo embravecido,
445
que apenas
en la arena había tocado,
sobre el
contrario arriba de tal suerte,
que al
extremo llegó de honrado y fuerte.
Tanta afrenta, vergüenza y dolor siente,
el público
lugar considerando,
450
que,
abrasado de fuego y rabia ardiente,
se le fueron
las fuerzas aumentando;
y furioso,
colérico, impaciente,
de suerte a
Leucotón va retirando,
que apenas
le resiste; y el suceso
455
oiréis en el
siguiente canto expreso.
Canto XI
Acábanse las
fiestas y diferencias, y caminando Lautaro sobre la ciudad de Santiago, antes
de llegar a ella hace un fuerte, en el cual metido, vienen los españoles sobre
él, donde tuvieron una recia batalla.
Cuando los corazones nunca usados
a dar señal
y muestra de flaqueza
se ven en
lugar público afrentados,
entonces
manifiestan su grandeza,
fortalecen
los miembros fatigados,
5
despiden el
cansancio y la torpeza,
y salen
fácilmente con las cosas
que eran
antes, Señor, dificultosas.
Así le avino a Rengo, que, en cayendo,
tanto
esfuerzo le puso el corrimiento,
10
que, lleno
de furor y en ira ardiendo,
se le dobló
la fuerza y el aliento:
y al enemigo
fuerte, no pudiendo
ganarle
antes un paso, agora ciento
alzado de la
tierra lo llevaba,
15
que aun
afirmar los pies no le dejaba.
Adelante la cólera pasara
y hubiera
alguna brega en aquel llano,
si, receloso
de esto, no bajara
presto de
arriba el hijo de Pillano,
20
que de
Caupolicán traía la vara,
y él propio
los aparta de su mano:
que no fue
poco, en tanto encendimiento
tenerle este
respeto y miramiento.
Siendo desta manera sin ruïdo
25
despartida
la lucha ya enconada,
le fue a
Rengo su honor restituïdo,
mas quedó
sin derecho a la celada:
aún no
estaba del todo difinido,
ni la plaza
de gente despejada,
30
cuando el
mozo Orompello dijo presto:
Mi vez ahora
me toca, mío es el puesto.
Que bramando entre sí se deshacía
esperando
aquel tiempo deseado,
viendo que
Leucotón ya mantenía,
35
del tiro de
la lanza no olvidado:
con gran
desenvoltura y gallardía
salta el
palenque y entra el estacado,
y en medio
de la plaza, como digo,
llamaba
cuerpo a cuerpo al enemigo.
40
La trápala y murmurio en el momento
creció,
porque parando el pueblo en ello,
conoce por
allí cuán descontento
del fuerte
Leucotón está Orompello:
témese que
vendrán a rompimiento,
45
mas nadie se
atraviesa a defendello,
antes la
plaza libre les dejaron
y los vacíos
lugares ocuparon.
El pueblo, de la lucha deseoso,
la más parte
a Orompello se inclinaba;
50
mira los
bellos miembros y el airoso
cuerpo que a
la sazón se desnudaba,
la gracia,
el pelo crespo y el hermoso
rostro,
donde su poca edad mostraba,
que veinte
años cumplidos no tenía,
55
y a Leucotón
a fuerzas desafía.
Juzgan ser desconformes los presentes
las fuerzas
de estos dos por la aparencia;
viendo del
uno el talle y los valientes
niervos,
edad perfeta y experiencia;
60
y del otro
los miembros diferentes,
la tierna
edad y grata adolecencia;
aunque a tal
opinión contradecía
la muestra
de Orompello y osadía:
que, puesto en su lugar, ufano espera
65
el son de la
trompeta, como cuando
el fogoso caballo
en la carrera
la seña del
partir está aguardando;
y cual
halcón, que en la húmida ribera
ve la garza
de lejos blanqueando,
70
que se
alegra y se pule ya lozano,
y está para
arrojarse de la mano.
El gallardo Orompello así esperaba
aquel alegre
son para moverse,
que, de ver
la tardanza, imaginaba
75
que habían
impedimentos de ofrecerse.
Visto que
tanto ya se dilataba,
queriendo a
su sabor satisfacerse,
derecho a
Leucotón sale animoso,
que no fue
en recebirle perezoso.
80
En gran silencio vuelto el rumor vano,
quedando
mudos todos los presentes,
en medio de
la plaza, mano a mano,
salen a se
probar los dos valientes.
Como cuando
el lebrel y fiero alano,
85
mostrándose
con ronco son los dientes,
yertos los
cerros y ojos encendidos,
se vienen a
morder embravecidos;
de tal modo los dos amordazados,
sin esperar
trompeta ni padrino,
90
de coraje y
rencor estimulados,
de medio a
medio parten el camino,
y en un
instante iguales, aferrados,
con
extremada fuerza y diestro tino
se ciñeron
los brazos poderosos,
95
echándose a
los pies lazos ñudosos.
Las desconformes fuerzas, aunque iguales,
los lleva,
arroja y vuelve a todos lados,
viéranlos
sin mudarse a veces tales
que parecen
en tierra estar clavados:
100
donde ponen
los pies, dejan señales,
cavan el
duro suelo, y apretados,
juntándose
rodillas con rodillas,
hacen crugir
los huesos y costillas.
Cada cual del valor, destreza y maña
105
usaba que en
tal tiempo usar podía,
viendo el
duro tesón y fuerza extraña
que en su
recio adversario conocía:
revuélvense
los dos por la campaña,
sin
conocerse en nadie mejoría;
110
pero tanto
de acá y de allá anduvieron
que ambos juntos
a un tiempo en tierra dieron.
Fue tan presto el caer, y en el momento
tan presto
el levantarse, por manera,
que se puede
decir que el más atento,
115
a mover la
pestaña, no lo viera:
ventaja ni
señal de vencimiento
juzgarse por
entonces no pudiera,
que Leucotón
arrodilló en el llano
y Orompello
tocó sola una mano.
120
En esto los padrinos se metieron,
y a cada
lado el suyo retirando,
en disputa
la lucha resumieron,
sus puntos y
razones alegando:
de entrambas
partes gentes acudieron,
125
la porfía y
rumor multiplicando;
quién daba
al uno el precio, honor y gloria;
quién
cantaba del otro la vitoria.
Tucapelo, que estaba en un asiento
a la diestra
del hijo de Pillano,
130
visto lo que
pasaba, en el momento
salta en la
plaza, la ferrada en mano;
y con aquel
usado atrevimiento
dice:
"El precio ganó mi primo hermano,
y si alguno
esta causa me defiende,
135
harele yo
entender que no lo entiende:
"La joya es de Orompello, y quien
bastante
se halle a
reprobar el voto mío,
en campo
estamos, hágase adelante,
que en suma
le desmiento y desafío."
140
Leucotón con
un término arrogante
dice:
"Yo amansaré tu loco brío
y el vano
orgullo y necio devaneo,
que mucho
tiempo ha ya que lo deseo."
"Conmigo lo has de haber, que
comenzado
145
juego
tenemos ya", dijo Orompello.
Responde
Leucotón fiero y airado:
"Contigo
y con tu primo quiero habello."
Caupolicán
en esto era llegado,
que del
supremo asiento, viendo aquello,
150
había bajado
a la sazón confuso,
y allí su
autoridad toda interpuso.
Leucotón y Orompello, conociendo
que el gran
Caupolicán allí venía,
las
enconosas voces reprimiendo
155
cada cual
por su parte se desvía:
mas Tucapel,
la maza revolviendo,
que otro
acuerdo y concierto no quería,
lleno de ira
diabólica, no calla,
llamando a
todo el mundo a la batalla.
160
Ruego y medios con él no valen nada
del hijo de
Leocán ni de otra gente,
diciendo que
a Orompello la celada
le den por
vencedor y más valiente:
después, que
en plaza franca y estacada
165
con Leucotón
le dejen libremente,
donde
aquella disputa se decida,
perdiendo de
los dos uno la vida.
Puesto Caupolicán en este aprieto,
lleno de
rabia y de furor movido,
170
le dice:
"Haré que guardes el respeto
que a mi
persona y cargo le es debido."
Tucapel le
responde: "Yo prometo
que por
temor no baje del partido;
y aquel que
en lo que digo no viniere,
175
haga a su
voluntad lo que pudiere.
"Guardarete respeto, si derecho
en lo que
justo pido me guardares,
y mientras
que con recto y sano pecho
la causa sin
pasión de esto mirares:
180
mas si,
contra razón, sólo de hecho,
torciendo la
justicia lo llevares,
por ti y tu
cargo, y todo el mundo junto,
no perderé
de mi derecho un punto."
Caupolicán, perdida la paciencia,
185
se mueve a
Tucapel determinado;
mas
Colocolo, viejo de experiencia,
que con
temor le andaba siempre al lado,
le hizo una
acatada resistencia
diciendo:
"¿Estás, señor, tan olvidado
190
de ti y tu
autoridad y salud nuestra
que lo
pongas en sólo alzar la diestra?
"Mira, señor, que todo se aventura:
mira que
están los más ya diferentes:
de Tucapel
conoces la locura
195
y la fuerza
que tiene de parientes;
lo que
emendarse puede con cordura
no lo
emiendes con sangre de inocentes:
dale a
Orompello el contendido precio,
y otro al
competidor de igual aprecio.
200
"Si por rigor y término sangriento
quieres
poner en riesgo lo que queda,
puesto que
sobre fijo fundamento
Fortuna a tu
sabor mueva la rueda,
y el juvenil
furor y atrevimiento
205
castigar a
tu salvo te conceda,
queda tu
fuerza más disminuida,
y al fin tu
autoridad menos temida.
"Pierdes dos hombres, pierdes dos
espadas
que el
límite araucano han extendido,
210
y en las
fieras naciones apartadas
hacen que
sea tu nombre tan temido:
si agora han
sido aquí desacatada,
mira lo que
otras veces han servido
en trances
peligrosos, derramando
215
la sangre
propia y del contrario bando."
Imprimieron así en Caupolicano
las razones
y celo de aquel viejo,
que,
frenando el furor, dijo: "En tu mano
lo dejo todo
y tomo ese consejo".
220
Con tal
resolución, el sabio anciano,
viendo
abierto camino y aparejo,
habló con
Leucotón que vino en todo,
y a los
primos después del mismo modo.
Y así el viejo eficaz los persuadiera,
225
que en tal
discordia y caso tan diviso,
lo que el
mundo universo no pudiera
pudo su
discreción y buen aviso:
fuelos,
pues, reduciendo de manera
que vinieron
a todo lo que quiso;
230
pero con
condición que la celada
por precio
al Orompello fuese dada.
Pues la rica celada allí traída
al ufano
Orompello le fue puesta;
y una cuera
de malla guarnecida
235
de fino oro
a la par vino con ésta,
y al mismo
tiempo a Leucotón vestida.
Todos
conformes, en alegre fiesta
a las
copiosas mesas se sentaron,
donde más la
amistad confederaron.
240
Acabado el comer, lo que del día
les quedaba,
las mesas levantadas,
se pasó en
regocijo y alegría,
tegiendo en
corros danzas siempre usadas,
donde un
número grande intervenía
245
de mozos y
mujeres festejadas;
que las
pruebas cesaron y ocasiones
atento a no
mover nuevas cuestiones.
Cuando la noche el horizonte cierra,
y con la
negra sombra el mundo abraza,
250
los
principales hombres de la tierra
se juntaron
en una antigua plaza
a tratar de
las cosas de la guerra,
y en el
discurso dellas dar la traza,
diciendo que
el subsidio padecido
255
había de ser
con sangre redemido.
Salieron con que al hijo de Pillano
se cometiese
el cargo deseado,
y el número
de gente por su mano
fuese
absolutamente señalado:
260
tal era la
opinión del araucano
y tal
crédito y fama había alcanzado,
que si
asolar el cielo prometiera
crédito a la
promesa se le diera.
Y entre la gente joven más granada
265
fueron por
él quinientos escogidos,
mozos
gallardos, de la vida airada,
por más
bravos que pláticos tenidos:
y hubo de
otros por ir esta jornada
tantos
ruegos, protestos y partidos,
270
que excusa
no bastó ni impedimento
a no exceder
la copia en otros ciento.
Los que Lautaro escoge son soldados
amigos de
inquietud, facinerosos,
en el duro
trabajo ejercitados,
275
perversos,
disolutos, sediciosos,
a cualquiera
maldad determinados,
de presas y
ganancias codiciosos,
homicidas,
sangrientos, temerarios,
ladrones,
bandoleros y cosarios.
280
Con esta buena gente caminaba
hasta Maule
de paz atravesando,
y las
tierras, después, por do pasaba
iba a fuego
y a sangre sujetando:
todo sin
resistir se le allanaba,
285
poniéndose
debajo de su mando;
los caciques
le ofrecen francamente
servicio,
armas, comida, ropa y gente.
Así que por los pueblos y ciudades
la comarca
los bárbaros destruyen.
290
Talan
comidas, casas y heredades,
que los
indios de miedo al pueblo huyen:
estupros,
adulterios y maldades
por
violencia sin término concluyen,
no
reservando edad, estado y tierra,
295
que a todo
riesgo y trance era la guerra.
No paran, con la gana que tenían
de venir con
los nuestros a la prueba,
los indios
comarcanos que huían
llevan a la
ciudad la triste nueva:
300
rumores y
alborotos se movían,
el bélico
bullicio se renueva,
aunque
algunos que el caso contemplaban
a tales
nuevas crédito no daban.
Dicen que era locura claramente
305
pensar que
así una escuadra desmandada
de tan
pequeño número de gente
se atreviese
a emprender esta jornada,
y más contra
ciudad tan eminente,
y lejos de
su tierra y apartada;
310
pero los que
de Penco habían salido
tienen por
más el daño que el ruïdo.
Votos hay que saliesen al camino,
éstos son de
los jóvenes briosos;
otros que
era imprudencia y desatino,
315
por los
pasos y sitios peligrosos:
a todo con presteza
se previno,
que de
grandes reparos ingeniosos
el pueblo
fortalecen, y en un punto
despachan
corredores todo junto;
320
debajo de un caudillo diligente,
que
verdadera relación trujese
del número y
designio de la gente;
con comisión,
si lance le saliese
a su honor y
defensa conveniente,
325
que al
bárbaro escuadrón acometiese,
volviendo a
rienda suelta dos soldados
para que
dello fuesen avisados.
Por no haber caso en esto señalado,
abrevio con
decir que se partieron,
330
y al cuarto
día con ánimo esforzado,
sobre el
campo enemigo amanecieron:
trabose el
juego y no duró trabado,
que los
bárbaros luego les rompieron;
y todos con
cuidado y pies ligeros
335
revolvieron
a ser los mensajeros.
Sin aliento, cansados y afligidos
vuelven con
testimonio asaz bastante,
de cómo
fueron rotos y vencidos
por la
fuerza del bárbaro pujante,
340
lasos,
llenos de sangre, mal heridos,
con pérdida
de un hombre, el cual delante
y en medio
de los campos desmandado,
a manos de
Lautaro había espirado.
Cuentan que levantado un muro había
345
adonde con
sus bárbaros se acoge,
y que
infinita gente le acudía,
de la cual
la más diestra y fuerte escoge:
también que
bastimentos cada día
y cantidad
de munición recoge,
350
afirmando
por cierto, fuera desto,
que sobre la
ciudad llegará presto.
Quien incrédulo dello antes estaba,
teniendo
allí el venir por desvarío,
a tan clara
señal crédito daba,
355
helándole la
sangre un miedo frío:
Quién de
pura congoja trasudaba,
que de
Lautaro ya conoce el brío;
quién con
ardiente y animoso pecho
bramaba por
venir más presto al hecho.
360
Villagrán enfermado acaso había,
no puede a
la sazón seguir la guerra,
mas con
ruegos y dádivas movía
la gente más
gallarda de la tierra:
y por
caudillo en su lugar ponía
365
un caro
primo suyo, en quien se encierra
todo lo que
conviene a buen soldado,
Pedro de
Villagrán era llamado.
Éste, sin más tardar, tomó el camino
en demanda
del bárbaro Lautaro,
370
y el cargo
que tan loco desatino
como es
venir allí le cueste caro:
diose tal
prisa a andar que presto vino
a la corva
ribera del río claro,
que vuelve
atrás en círculo gran trecho;
375
después
hasta la mar corre derecho.
Media legua pequeña elige un puesto,
de donde
estaba el bárbaro alojado,
en el lugar
mejor y más dispuesto,
y allí por
ver la noche ha reparado:
380
estaba a
cualquier trance y rumor presto,
de guardia y
centinelas rodeado,
cuando, sin
entender la cosa cierta,
gritaban:
"¡Arma!, ¡arma!; ¡alerta!, ¡alerta!"
Esto fue que Lautaro había sabido
385
como allí
nuestra gente era llegada,
que después
de la haber reconocido
por su misma
persona y numerada,
volviose sin
de nadie ser sentido;
y mostrando
estimarlo todo en nada,
390
hizo de los
caballos que tenía
soltar el de
más furia y lozanía.
Diciendo en alta voz: "Si no me
engaño,
no deben de
saber que soy Lautaro
de quien han
recibido tanto daño,
395
daño que no
tendrá jamás reparo:
mas, porque
no me tengan por extraño,
y el ser yo
aquí venido sea más claro,
sabiendo con
quien vienen a la prueba,
quiero que
este rocín lleve la nueva."
400
Diez caballos, Señor, había ganado
en la
refriega y última revuelta:
el mejor
ensillado y enfrenado,
porque diese
el aviso cierto, suelta:
siendo el
feroz caballo amenazado,
405
hacia el
campo español toma la vuelta
al rastro y
al olor de los caballos,
y ésta fue
la ocasión de alborotallos.
Venía con un rumor y furia tanta,
que dio más
fuerza al arma y mayor fuego;
410
la gente
recatada se levanta
con
sobresalto y gran desasosiego:
el escándalo
tanto no fue cuanta
era después
la burla, risa y juego,
de ver que
un animal de tal manera
415
en arma y
alboroto los pusiera.
Pasaron sin dormir la noche en esto,
hasta el
nuevo apuntar de la mañana,
que, con
ánimo y firme presupuesto
de vencer o
morir de buena gana,
420
salen del
sitio y alojado puesto
contra la
gente bárbara araucana;
que no menos
estaba acodiciada
del venir al
efeto de la espada.
Un edicto Lautaro puesto había
425
que quien
fuera del muro un paso diese,
como por
crimen grave y rebeldía,
sin otra
información luego muriese:
así, el
temor frenando a la osadía,
por más que
la ocasión la conmoviese
430
las riendas
no rompió de la obediencia
ni el ímpetu
pasó de su licencia.
Del muro estaba el bárbaro cubierto,
no dejando
salir soldado fuera;
quiere que
su partido sea más cierto,
435
encerrando a
los nuestros, de manera
que no les
aproveche en campo abierto
de ligeros
caballos la carrera,
mas sólo
ánimo, esfuerzo y entereza,
y la virtud
del brazo y fortaleza.
440
Era el orden así, que acometiendo
la plaza, al
tiempo del herir volviesen
las espaldas
los bárbaros huyendo,
porque
dentro los nuestros se metiesen:
y algunos
por de fuera revolviendo,
445
antes que
los cristianos se advirtiesen,
ocuparles
las puertas del cercado,
y combatir
allí a campo cerrado.
Con tal ardid los indios aguardaban
a la gente
española que venía;
450
y en
viéndola asomar, la saludaban
alzando una
terrible vocería:
soberbios
desde allí la amenazaban
con audacia,
desprecio y bizarría,
quién la
fornida pica blandeando,
455
quién la
maza ferrada levantando.
Como toros que van a ser lidiados,
cuando
aquellos que cerca los desean,
con silbos y
rumor de los tablados,
seguros del
peligro, los torean,
460
y en su daño
los hierros amolados
sin miedo
amenazándolos blandean;
así la gente
bárbara araucana
del muro
amenazaba a la cristiana.
Los españoles, siempre con semblante
465
de
parecerles poca aquella caza,
paso a paso
caminan adelante,
pensando de
allanar la fuerte plaza,
en alta voz
diciendo: "No es bastante
el muro, ni
la pica y dura maza
470
a estorbaros
la muerte merecida
por la gran
desvergüenza cometida".
Llegados de la fuerza poco trecho,
reconocida
bien por cada parte,
pónenle el
rostro, y sin torcer, derecho
475
asaltan el
fosado baluarte:
por acabado
tienen aquel hecho:
de los
bárbaros huye la más parte,
ganan las
puertas francas con gran gloria;
cantando en
altas voces la vitoria.
480
No hubiera relación deste contento,
si los
primeros indios aguardaran
tanto
espacio y sazón cuanto un momento
que las
puertas los últimos tomaran:
mas
viéndolos entrar, sin sufrimiento,
485
ni poderse
abstener, luego reparan:
haciendo la
señal que no debían,
hicieron
revolver los que huían.
Como corre el caballo cuando ha olido
las yeguas
que atrás quedan y querencia,
490
que allí el
intento inclina y el sentido,
gime y
relincha con celosa ausencia,
afloja el
curso, atrás tiende el oído,
alerto a si
el señor le da licencia,
que a dar la
vuelta aún no le ha señalado,
495
cuando sobre
los pies ha volteado;
de aquel modo los bárbaros huyendo,
con muestra
de temor, aunque fingida,
firman el
paso presuroso oyendo
la alegre y
cierta seña conocida:
500
y en contra
de los nuestros esgrimiendo
la cruda
espada, al parecer rendida,
vuelven con
una furia tan terrible
que el suelo
retembló del son horrible.
Como por sesgo mar del manso viento
505
siguen las
graves olas el camino
y con
furioso y recio movimiento
salta el
contrario Coro repentino,
que las
arenas del profundo asiento
las saca
arriba en turbio remolino,
510
y, las
hinchadas olas revolviendo,
al
tempestuoso Coro van siguiendo;
de la misma manera a nuestra gente,
que el
alcance sin término seguía,
la súbita
mudanza de repente
515
le turbó la
vitoria y alegría:
que, sin se
reparar, violentamente
por el mismo
camino revolvía,
resistiendo
con ánimo esforzado
el número de
gente aventajado.
520
Mas como un caudaloso río de fama,
la presa y
palizada desatando,
por inculto
camino se derrama,
los
arraigados troncos arrancando;
cuando con
desfrenado curso brama,
525
cuanto topa
delante arrebatando,
y los duros
peñascos enterrados
por las
furiosas aguas son llevados;
con ímpetu y violencia semejante
los indios a
los nuestros arrancaron,
530
y, sin
pararles cosa por delante,
en furiosa
corriente los llevaron:
hasta que
con veloz furor pujante
de la
cerrada plaza los lanzaron,
que el miedo
de perder allí la vida
535
les hizo el
paso llano a la salida.
De más priesa y con pies más desenvueltos
los sueltos
españoles que a la entrada,
en una
polvorosa nube envueltos
salen del
cerco estrecho y palizada:
540
entre ellos
van los bárbaros revueltos,
una gente
con otra amontonada,
que sin
perder un punto se herían
de manos y
de pies como podían.
No el alzado antepecho y agujeros
545
que fuera
dél en torno había cavados,
ni la fagina
y suma de maderos
con los
fuertes bejucos amarrados,
detuvieron
el curso a los ligeros
caballos, de
los hierros hostigados;
550
que, como si
volaran por el viento,
salieron a
lo llano en salvamento.
Los españoles sin parar corriendo
libre la
plaza a los contrarios dejan,
que la
fortuna próspera siguiendo
555
con prestos
pies y manos los aquejan:
pero los
nuestros, el morir temiendo,
siempre
alargan el paso y más se alejan,
deteniendo a
las veces flojamente
la gran
furia y pujanza de la gente.
560
Bien una legua larga habían corrido
a toda furia
por la seca arena;
sólo Lautaro
no los ha seguido,
lleno de
enojo y de rabiosa pena:
viendo el
poco sostén del mal regido
565
campo, tan
recio el rico cuerno suena,
que los más
delanteros los sintieron,
y al son, sin
más correr, se retrujeron.
Estaba así impaciente y enojado,
que mirarle
a la cara nadie osaba,
570
y al
pabellón él solo retirado
un nuevo
edicto publicar mandaba,
que guerrero
ninguno fuese osado
salir un
paso fuera de la cava,
aunque los
españoles revolviesen
575
y mil veces
el fuerte acometiesen.
Después llamando a junta a los soldados,
aunque
ardiendo en furor, templadamente
les dice:
"Amigos, vamos engañados
si con tan
poco número de gente
580
pensamos
allanar los levantados
muros de una
ciudad así eminente:
la industria
tiene aquí más fuerza y parte
que la
temeridad del fiero Marte.
"Ésta los fieros ánimos reprime,
585
y a los
flacos y débiles esfuerza:
las cervices
indómitas oprime
y las hace
domésticas por fuerza:
ésta el
honor y pérdidas redime,
y la sazón a
usar della nos fuerza;
590
que la
industria solícita y fortuna
tienen
conformidad y andan a una.
"Cumple partir de aquí, muestras
haciendo
que sólo de
temor nos retiramos,
y asegurar
los españoles, viendo
595
cómo el
honor y campo les dejamos;
que después
a su tiempo revolviendo
haremos lo
que así dificultamos,
teniendo
ellos el llano, y por guarida
vecina la
ciudad fortalecida."
600
El hijo de Pillán esto decía,
cuando
asomaba el bando castellano,
que con
esfuerzo nuevo y osadía
quiere
probar segunda vez la mano.
Fue tanto el
alborozo y alegría
605
de los
bárbaros viendo por el llano
aparecer los
nuestros, que al momento
gritan y
baten palmas de contento.
En esto los cristianos acercando
poco a poco
se van a la batalla,
610
y al justo
tiempo del partir llegando,
dejan irse a
la bárbara canalla:
que uno la
maza en alto, otro bajando
la pica, el
cuerpo exento en la muralla,
con animoso
esfuerzo se mostraban,
615
y al
ejercicio bélico incitaban.
Unos acuden a las anchas puertas
y comienzan
allí el combate duro;
de escudos
las cabezas bien cubiertas
se llegan
otros al guardado muro;
620
otros buscan
por partes descubiertas
la subida y
el paso más seguro:
hinche el
bando español la cava honda,
y el
araucano el muro a la redonda.
Pero el pueblo español con osadía,
625
cubierto de
fortísimos escudos,
la lluvia de
los tiros resistía
y los botes
de lanzas muy agudos.
Era tanta la
grita y armonía,
y el espeso
batir de golpes crudos,
630
que Maule el
raudo curso refrenaba
confuso al
son que en torno rimbombaba.
Por las puertas y frente y por los lados
el muro se
combate y se defiende;
allí corren
con priesa amontonados
635
adonde más
peligro haber se entiende:
allí con
prestos golpes esforzados
a su enemigo
cada cual ofende
con furia
tan terrible y fuerza dura
que poco
importa escudo ni armadura.
640
Los nuestros hacia atrás se retrujeron,
de los tiros
y golpes impelidos,
tres veces,
y otras tantas revolvieron
de
vergonzosa cólera movidos:
gran pieza a
la fortuna resistieron;
645
mas ya todos
andaban mal heridos,
flacos, sin
fuerza, lasos, desangrados,
y de sangre
los hierros colorados.
El coraje y la cólera es de suerte,
que va en
aumento el daño y la crueza;
650
hallan los
españoles siempre el fuerte
más fuerte y
en los golpes más dureza:
sin temor
acometen de la muerte;
pero poco
aprovecha esta braveza,
que el que
menos herido y flaco andaba
655
por seis
partes la sangre derramaba.
Hasta la gente bárbara se espanta
de ver lo
que los nuestros han sufrido
de espesos
golpes, flecha y piedra tanta,
que sin
cesar sobre ellos ha llovido,
660
y cuán
determinados y con cuánta
furia tres
veces han acometido;
desto los
enemigos impacientes
apretaban
los puños y los dientes.
Y como tempestad que jamás cesa,
665
antes que va
en furioso crecimiento,
cuando la
congelada piedra espesa
hiere los
techos y se esfuerza el viento:
así los
duros bárbaros, apriesa,
movidos de
vergüenza y corrimiento,
670
con lanzas,
dardos, piedras arrojadas,
baten
dargas, rodelas y celadas.
Los cansados cristianos, no pudiendo
sufrir el
gran trabajo incomportable,
se van
forzosamente retrayendo
675
del vano
intento y plaza inexpugnable;
y el
destrozado campo recogiendo,
vista su
suerte y hado miserable,
por el mesmo
camino que vinieron,
aunque con
menos furia, se volvieron.
680
Aquella noche al pie de una montaña
vinieron a
tener su alojamiento,
segura de
enemigos la campaña,
que ninguno
salió en su seguimiento.
Decir
prometo la cautela extraña
685
de Lautaro
después, que ahora me siento
flaco,
cansado, ronco; y entretanto
esforzaré la
voz al nuevo canto.
Canto XII
Recogido
Lautaro en su fuerte, no quiere seguir la vitoria por entretener a los
españoles. Pasa ciertas razones con él Marco Veaz, por las cuales Pedro de
Villagrán viene a entender el peligroso punto en que estaba, y levantando su
campo se retira. Viene el marqués de Cañete a la ciudad de Los Reyes en el
Perú.
Virtud difícil y difícil prueba
es guardar
el secreto peligroso,
que la
dificultad bien clara prueba
cuánto es
sano, seguro y provechoso;
y el poco
fruto y mucho mal que lleva
5
el vicio
inútil del hablar dañoso:
ejemplo los
de Líbico homicidas,
y otros que
les costó el hablar las vidas.
Veranse por los ojos y escrituras
en los
presentes tiempos y pasados
10
cruëldades,
ruïnas, desventuras,
infamias,
puniciones de pecados,
grandes
yerros en grandes coyunturas,
pérdidas de
personas y de estados:
todo por no
sufrir el indiscreto
15
la peligrosa
carga del secreto.
De los vicios el menos de provecho
y por donde
más daño a veces viene,
es el no
retener el fácil pecho
el secreto
hasta el tiempo que conviene:
20
rompe y
deshace al fin todo lo hecho,
quita la
fuerza que la industria tiene,
guerra,
furor, discordia, fuego enciende:
al propio
dueño y al amigo vende.
Por esto el sabio hijo de Pillano
25
la causa a
sus soldados encubría
de no dejar
salir gente a lo llano,
siguiendo la
vitoria de aquel día:
y el
retirado campo castellano,
seguro a
paso largo por la vía,
30
como dije,
la furia quebrantada,
toma de la
ciudad la vuelta usada.
Usar Lautaro desta maña, entiendo
que fuese
para algún sagaz intento,
el cual, por
congeturas, comprehendo
35
ser de gran
importancia y fundamento.
Dejado esto
a su tiempo y revolviendo
a los
nuestros, que así del fuerte asiento
se alejan, a
tres leguas otro día
hicieron
alto, asiento y ranchería.
40
Dos días los españoles estuvieron
haciendo de
los bravos aguardando;
pero jamás
los bárbaros vinieron,
ni gente
pareció del otro bando:
al fin dos de
los nuestros se atrevieron
45
a ver el
fuerte y cerca de él llegando,
oyeron una
voz alta del muro
diciéndoles:
"Llegaos, que os doy seguro."
Al uno por su nombre lo llamaba,
con el
cierto seguro prometido,
50
el cual,
dejando al otro, se llegaba
por conocer
quién era el atrevido:
Llegado el
español junto a la cava,
el de la voz
fue luego conocido,
que era el
gallardo hijo de Pillano,
55
tratado dél
un tiempo como hermano.
Estaba de un lustroso peto armado
con
sobrevista de oro guarnecida,
en una
gruesa pica recostado
por el
ferrado regatón asida:
60
el ancho y
duro hierro colorado
y de sangre
la media asta teñida;
puesta de
limpio acero una celada
abierta por
mil partes y abollada.
Llegado el español donde podía
65
hablarle y
entenderle claramente,
el bizarro
Lautaro le decía:
"Marcos,
de ti me espanto extrañamente
y de esa tu
ignorante compañía,
que sin
razón y seso, ciegamente
70
penséis así
de mi opinión mudarme
y ser
bastantes todos a enojarme.
"¿Qué intento os mueve o qué furor
insano,
que así
queréis tiranizar la tierra?
¿No veis que
todo agora está en mi mano,
75
el bien
vuestro y el mal, la paz, la guerra?
¿No veis que
el nombre y crédito araucano
los
levantados ánimos atierra?
¿Que sólo el
son al mundo pone miedo
y quebranta
las fuerzas y el denuedo?
80
"En los pueblos no fuistes poderosos
de defender
las propias posesiones,
que es cosa
que aun los pájaros medrosos
hacen rostro
en su nido a los leones:
¿y en los
desiertos campos pedregosos
85
pensáis de
sustentar los pabellones,
en tiempo
que estáis más amedrentados,
y más
vuestros contrarios animados?
"Es, a mi parecer, loca osadía
querer contra
nosotros sustentaros,
90
pues ni por
arte, maña ni otra vía
podéis en
nuestro daño aprovecharos:
si lo
queréis llevar por valentía,
baste el
presente estrago a escarmentaros;
que fresca
sangre aún vierten las heridas,
95
y della aquí
las yerbas veo teñidas.
"Pues dejar yo jamás de perseguiros,
según que lo
juré, será excusado;
hasta dentro
de España he de seguiros,
que así lo
he prometido al gran senado;
100
mas si
queréis en tiempo reduciros,
haciendo lo
que aquí os será mandado,
saldré de la
promesa y juramento,
y vosotros
saldréis de perdimiento.
"Treinta mujeres vírgines apuestas
105
por tal
concierto habéis de dar cada año,
blancas,
rubias, hermosas, bien dispuestas,
de quince
años a veinte, sin engaño:
Han de ser
españolas; y tras éstas,
treinta
capas de verde y fino paño,
110
y otras
treinta de púrpura, tejidas
con fino
hilo de oro guarnecidas:
"También doce caballos poderosos
nuevos y
ricamente enjaezados,
domésticos,
ligeros y furiosos,
115
debajo de la
rienda concertados:
y seis
diestros lebreles animosos
en la caza
me habéis de dar cebados:
este solo
tributo estorbaría
lo que
estorbar el mundo no podría."
120
Atento el castellano le escuchaba,
estando de
la plática gustoso;
mas cuando a
estas razones allegaba
no pudo aquí
tener ya más reposo:
así
impaciente al bárbaro atajaba,
125
diciéndole:
"No estés tan orgulloso,
que las
parias que pides, ¡oh Lautaro!
te costarán,
si esperas, presto caro.
"En pago de tu loco atrevimiento
te darán
españoles por tributo
130
cruda
muerte, con áspero tormento,
y Arauco
cubrirán de eterno luto."
Lautaro
dijo: "Es eso hablar al viento;
sobre ello,
Marcos, más yo no disputo;
las armas,
no la lengua, han de tratarlo
135
y la fuerza
y valor determinarlo.
"Libre puedes decir lo que quisieres,
como aquel
que seguro le está dado;
que tú
después harás lo que pudieres,
y yo podré
hacer lo que he jurado:
140
tratemos de
otras cosas de placeres,
quede para
su tiempo comenzado;
y quiérote
mostrar, pues tiempo hallo,
una lucida
escuadra de caballo.
"Que, para que no andéis tan al
seguro,
145
acuerdo de
tener también caballos,
y de imponer
mis súbditos procuro
a saberlos
tratar y gobernallos."
Esto dijo
Lautaro y desde el muro
a seis
dispuestos mozos sus vasallos
150
mandó que en
seis caballos cabalgasen,
y por
delante dél los paseasen.
Por las dos puentes, a la vez caladas,
salieron a
caballo seis chilcanos,
pintadas y
anchas dargas embrazadas,
155
gruesas
lanzas terciadas en las manos;
vestidas
fuertes cotas, y tocadas
las cabezas
al modo de africanos,
mantos por
las caderas derribados,
los brazos
hasta el codo arremangados:
160
y con airosa muestra, por delante
del atento
español dos vueltas dieron;
pero ni de
su puesto y buen semblante,
punto que se
notase le movieron:
antes con
muestra y ánimo arrogante,
165
en alta voz,
que todos lo entendieron,
(que el muro
estaba ya lleno de gente),
habló así
con Lautaro libremente.
"En vano, ¡oh capitán! cierto trabaja
quien
pretende con fieros espantarme;
170
no estimo lo
que ves en una paja,
ni alardes
pueden punto amedrentarme:
y por
mostrar si temo la ventaja,
yo solo con
los seis quiero probarme,
do verás que
a seis mil seré bastante:
175
vengan luego
a la prueba aquí delante."
Lautaro respondió: "Marcos, si mueres
tanto por nos
mostrar tu fuerza y brío,
el mínimo
que de ellos escogieres
a pie vendrá
contigo en desafío
180
del modo y
la manera que quisieres:
elige armas
y campo a tu albedrío,
ora con
ellas, ora desarmados,
a puños,
coces, uñas y a bocados."
El español le dijo: "Yo te digo
185
que mi honor
en tal caso no consiente
darles uno
por uno su castigo,
porque jamás
se diga entre la gente
que cuerpo a
cuerpo bárbaro conmigo
en campo
osase entrar singularmente:
190
por tanto,
si no quieres lo que pido,
no quiero yo
aceptar otro partido."
No vinieron en esto a concertarse:
después por
otras cosas discurrieron;
pero,
llegado el tiempo de apartarse,
195
del bárbaro
los dos se despidieron.
Vueltos a su
camino, oyen llamarse,
y a la voz
conocida revolvieron,
que era el
mesmo Lautaro quien llamaba,
diciendo:
"Una razón se me olvidaba.
200
"Tengo mi gente triste y afligida,
con gran
necesidad de bastimento,
que me falta
del todo la comida
por orden
mala y poco regimiento:
pues la
tenéis de sobra recogida,
205
haced un
liberal repartimiento
proveyéndonos
della, que a mi cuenta
más la
gloria y honor vuestro acrecienta:
"Que en el ínclito Estado es uso
antiguo,
y entre buenos
soldados ley guardada,
210
alimentar la
fuerza al enemigo
para sólo
oprimirle por la espada:
Estad,
Marcos, atento a lo que digo,
y entended
que será cosa loada,
que digan
que las fuerzas sojuzgastes
215
que para
mayor triunfo alimentastes.
"Que se llame vitoria yo lo dudo
cuando el
contrario a tal extremo viene,
que, en
aquello que nunca el valor pudo,
la hambre
miserable poder tiene,
220
y al fuerte
brazo indómito y membrudo
lo debilita,
doma y lo detiene,
y así por
bajo modo y estrecheza,
viene a
parecer fuerte la flaqueza."
Era, Señor, su intento que pensase
225
ser la
necesidad, fingida, cierta,
para que
nuestra gente se animase,
de industria
abriendo aquella falsa puerta;
y con esto inducirla
a que esperase,
teniendo así
su astucia más cubierta,
230
hasta que el
fin llegase deseado
del
cauteloso engaño fabricado.
Marcos, de las palabras conmovido,
le dice:
"Yo prometo de intentallo
por sólo
esas razones que has movido,
235
y hacer todo
el poder en procurallo."
Habiéndose
con esto despedido,
revolviendo
las riendas al caballo,
él y su
compañero caminaron
hasta que al
español campo llegaron.
240
De todo al punto Villagrá informado
cuanto a Marcos,
Lautaro dicho había,
sospechoso,
confuso y admirado
de ver que
bastimentos le pedía:
era sagaz,
celoso y recatado,
245
revolviendo
la presta fantasía,
los secretos
designios comprehende,
y el
peligroso estado y trance entiende;
y en el presto remedio resoluto,
cuando el
mundo se muestra más escuro,
250
sin tocar
trompa, del peligro instruto,
toma el
camino a la ciudad seguro,
maravillado
del ardid astuto;
pero de
nuestra gente ahora no curo,
que quiero
antes decir el modo extraño
255
de la
ingeniosa astucia y nuevo engaño.
Aún no era bien la nueva luz llegada,
cuando luego
los bárbaros supieron
la súbita
partida y retirada,
que no con
poca muestra lo sintieron,
260
viendo claro
que al fin de la jornada
por un
espacio breve no pudieron
hacer en los
cristianos tal matanza
que nadie
dellos más tomara lanza.
Que aquel sitio cercado de montaña,
265
que es en un
bajo y recogido llano,
de acequias
copiosísimas se baña
por zanjas
con industria hechas a mano:
Rotas al
nacimiento, la campaña
se hace en
breve un lago y gran pantano;
270
la tierra es
honda, floja, anegadiza,
hueca,
falsa, esponjada y movediza.
Quedaran, si las zanjas se rompieran,
en agua
aquellos campos empapados;
moverse los
caballos no pudieran
275
en pegajosos
lodos atascados,
adonde, si
aguardaran, los cogieran
como en liga
a los pájaros cebados:
que ya
Lautaro, con despacho presto,
había en
ejecución el ardid puesto.
280
Triste por la partida y con despecho
la fuerza
desampara el mismo día,
y el camino
de Arauco más derecho,
marcha con
su escuadrón de infantería:
Revuelve y
traza en el cuidoso pecho
285
diversas
cosas, y en ninguna había
el consuelo
y disculpa que buscaba,
y entre sí
razonando sospiraba,
diciendo: "¿Qué color puede bastarme
para ser de
esta culpa reservado?
290
¿No pretendí
yo mucho de encargarme
de cosa que
me deja bien cargado?
¿De quién
sino de mí puedo quejarme,
pues todo
por mi mano se ha guiado?
¿Soy yo
quien prometió en un año solo
295
de
conquistar del uno al otro polo?
"Mientras que yo con tan lucida gente
ver el muro
español aún no he podido,
la luna ya
tres veces frente a frente
ha visto
nuestro campo mal regido:
300
y el carro
de Faetón resplandeciente
del Escorpio
al Acuario ha discurrido;
y al fin
damos la vuelta maltratados
con pérdida
de más de cien soldados.
"Si con morir tuviese confianza
305
que una
vergüenza tal se colorase,
haría a mi
inútil brazo que esta lanza
el débil
corazón me atravesase;
pero daría
de mí mayor venganza
y gloria al
enemigo, si pensase
310
que temí más
su brazo poderoso
que el flaco
mío cobarde y temeroso;
"yo juro al infernal poder eterno,
si la muerte
en un año no me atierra,
de echar de
Chile el español gobierno,
315
y de sangre
empapar toda la tierra:
ni mudanza,
calor, ni crudo invierno
podrán
romper el hilo de la guerra,
y dentro del
profundo reino escuro
no se verá
español de mí seguro."
320
Hizo también solemne juramento
de no volver
jamás al nido caro,
ni del agua,
del sol, sereno y viento
ponerse a la
defensa ni al reparo:
ni de tratar
en cosas de contento
325
hasta que el
mundo entienda de Lautaro
que cosa no
emprendió dificultosa
sin darla,
con valor, salida honrosa.
En esto le parece que aflojaba
la cuerda
del dolor, que a veces tanto
330
con grave y
dura afrenta le apretaba
que de
perder el seso estuvo a canto:
así el feroz
Lautaro caminaba,
y al fin de
tres jornadas entretanto
que esperado
tiempo se avecina,
335
se aloja en
una vega a la marina;
junto adonde con recio movimiento
baja de un
monte Itata caudaloso,
atravesando
aquel umbroso asiento
con sesgo
curso, grave y espacioso:
340
los árboles
provocan a contento,
el viento
sopla allí más amoroso,
burlando con
las tiernas florecillas,
rojas,
azules, blancas y amarillas.
Siete leguas de Penco justamente
345
es esta
deleitosa y fértil tierra,
abundante,
capaz y suficiente
para poder
sufrir gente de guerra:
Tiene cerca
a la banda del Oriente
la grande
cordillera y alta sierra,
350
de donde el
raudo Itata apresurado
baja a dar
su tributo al mar salado.
Fue un tiempo de españoles; pero había
la prometida
fe ya quebrantado,
viendo que
la fortuna parecía
355
declarada de
parte del Estado;
el cual
veinte y dos leguas contenía,
éste era su
distrito señalado;
pero tan
grande crédito alcanzaba
que toda la
nación le respetaba.
360
Los españoles ánimos briosos
éste los
puso humildes por el suelo;
éste los
bajos, tristes y medrosos
hace que se
levanten contra el cielo,
y los
extraños pueblos poderosos
365
de miedo de
éste viven con recelo;
los remotos,
vecinos y extranjeros
se rinden y
someten a sus fueros.
Pues la flor del Estado deseando
estaba al
tardo tiempo en esta vega,
370
tardo para quien
gusto está esperando;
que al que
no espera bien, bien presto llega:
pero, el
tiempo y sazón apresurando,
a sus
valientes bárbaros congrega,
y antes que
se metiesen en la vía,
375
estas breves
razones les decía.
"Amigos, si entendiese que el deseo
de combatir,
sin otro miramiento,
y la fogosa
gana, que en vos veo,
fuese de la
vitoria el fundamento,
380
hágoos saber
de mí que cierto creo
estar en
vuestra mano el vencimiento:
y un paso
atrás volver no me hiciera,
si el mundo
sobre mí todo viniera.
"Mas no es sólo con ánimo adquirida
385
una cosa
difícil y pesada:
¿qué
aprovecha el esfuerzo sin medida,
si tenemos
la fuerza limitada?
Mas ésta,
aunque con límite, regida
por
industrioso ingenio y gobernada,
390
de duras y
de muy dificultosas
hace llanas
y fáciles las cosas.
"¿Cuántos vemos el crédito perdido
en afrentoso
y mísero destierro
por sólo
haber sin término ofrecido
395
el pecho
osado al enemigo hierro?
Que no es
valor, mas antes es tenido
por loco,
temerario y torpe yerro;
valor es ser
al orden obediente,
y locura sin
orden ser valiente.
400
"Como en este negocio y gran jornada
con tanto
esfuerzo así nos destruimos,
fue porque
no miramos jamás nada
sino al
ciego apetito a quién seguimos:
que a no
perder, por furia anticipada,
405
el tiempo y
coyuntura que tuvimos,
no quedara
español ni cosa alguna
a la
disposición de la fortuna.
"Si al entrar de la fuerza reportados
allí algún
sufrimiento se tuviera,
410
fueran
vuestros esfuerzos celebrados,
pues ningún
enemigo se nos fuera:
en la ciudad
estaban descuidados:
con la gente
que andaba por de fuera
hiciéramos
un hecho y una suerte
415
que no la
consumieran tiempo y muerte.
"Pero quiero poneros advertencia
que habéis
por la razón de gobernaros,
haciendo al
movimiento resistencia
hasta que la
sazón venga a llamaros:
420
y no salirme
un punto de obediencia,
ni a lo que
no os mandare adelantaros;
que en el
inobediente y atrevido
haré
ejemplar castigo nunca oído.
"Y, pues volvemos ya donde se muestra
425
nuestro poco
valor, por mal regidos,
en fe que
habéis de ser, alzo la diestra,
en el primer
honor restituidos,
o el campo
regará la sangre nuestra,
y habemos de
quedar en él tendidos
430
por pasto de
las brutas bestias fieras,
y de las
sucias aves carniceras."
Con esto fue la plática acabada
y la
trompeta a levantar tocando,
dieron nuevo
principio a su jornada,
435
con la usada
presteza caminando:
yendo así,
al descubrir de una ensenada,
por
Mataquito a la derecha entrando,
un bárbaro
encontraron por la vía,
que del
pueblo les dijo que venía.
440
Éste les afirmó con juramento
que en
Mapochó se sabe su venida,
ora les dio
la nueva della el viento,
ora de
espías solícitas sabida:
también que
de copioso bastimento
445
estaba la
ciudad ya prevenida,
con
defensas, reparos, provisiones,
pertrechos,
aparatos, municiones.
Certificado bien Lautaro desto,
muda el
primer intento que traía,
450
viendo ser
temerario presupuesto
seguirle con
tan poca compañía:
piensa
juntar más gentes, y de presto
un fuerte
asiento, que en el valle había,
con ingenio
y cuidado diligente
455
comienza a
reforzarle nuevamente.
Con la priesa que dio, dentro metido,
y ser
dispuesto el sitio y reparado,
fue en breve
aquel lugar fortalecido,
de foso y
fuerte muro rodeado:
460
Gente a la
fama desto había acudido,
codiciosa
del robo deseado:
forzoso me
es pasar de aquí corriendo
que siento
en nuestro pueblo un gran estruendo.
Sábese en la ciudad por cosa cierta
465
que a toda
furia el hijo de Pillano,
guiando un
escuadrón de gente experta,
viene sobre
ella con armada mano:
el súbito
temor puso en alerta
y confusión
al pueblo castellano;
470
mas la
sangre, que el miedo helado había,
de un
ardiente coraje se encendía.
A las armas acuden los briosos,
y aquellos
que los años agravaban,
con
industrias y avisos provechosos
475
la tierra y
partes flacas reparaban:
tras estos,
treinta mozos animosos
y un astuto
caudillo se aprestaban,
que con
algunos bárbaros amigos
fuesen a
descubrir los enemigos.
480
Villagrá a la sazón no residía
en el pueblo
español alborotado,
que para la
Imperial partido había
por camino
de Arauco desviado:
mas ya con
nueva gente revolvía,
485
y junto de
do el bárbaro cercado
de gruesos
troncos y fagina estaba,
sin saberlo
una noche se alojaba.
Cuando la alegre y fresca aurora vino,
y él la
nueva jornada comenzaba,
490
al calar de
una loma, en el camino
un comarcano
bárbaro encontraba,
el cual le
dio la nueva del vecino
campo y
razón de cuanto en él pasaba;
que todo
bien el mozo lo sabía,
495
como aquel
que a robar de allá venía.
Entendió el español del indio cuanto
el bárbaro
enemigo determina,
y cómo
allega gentes, entretanto
que el
oportuno tiempo se avecina:
500
no puso a
los cautenes esto espanto,
y más cuando
supieron que vecina
venía
también la gente nuestra armada,
que dellos
aún no estaba una jornada.
Villagrán le pregunta si podría
505
ganar al
araucano la albarrada:
sonriéndose
el indio respondía
ser cosa de
intentar bien excusada,
por el
reparo y sitio que tenía,
y estar por
las espaldas abrigada
510
de una
tajada y peñascosa sierra,
que por
aquella parte el fuerte cierra.
Díjole Villagrán: "Yo determino
por esa
relación tuya guiarme,
y abrir por
la montaña alta el camino,
515
que quiero a
cualquier cosa aventurarme;
y si donde
está el campo lautarino
en una noche
puedes tú llevarme,
del trabajo
serás gratificado
y al fuego,
si me mientes, entregado."
520
Sin temor dice el bárbaro: "Yo juro
en menos de
una noche de llevarte
por difícil
camino, aunque seguro;
desta
palabra puedes confiarte:
de Lautaro
después no te aseguro,
525
ni tu gente
y amigos serán parte
a que, si
vais allá, no os coja a todos
y os dé
civiles muertes de mil modos."
No le movió el temor que le ponía
a Villagrán
el bárbaro guerrero
530
que, visto
cuán sin miedo se ofrecía,
le pareció
de trato verdadero;
y a la gente
del pueblo, que venía,
despacha un
diligente mensajero,
para que con
la priesa conveniente
535
con él venga
a juntarse brevemente.
Pues otro día allí juntos, se dejaron
ir por do
quiso el bárbaro guiallos,
y en la
cerrada noche no cesaron
de afligir
con espuelas los caballos.
540
Después se
contará lo que pasaron,
que cumple
por agora aquí dejallos
por decir la
venida en esta tierra
de quien dio
nuevas fuerzas a la guerra.
Hasta aquí lo que en suma he referido
545
yo no
estuve, Señor, presente a ello,
y así, de
sospechoso, no he querido
de parciales
intérpretes sabello;
de ambas las
mismas partes lo he aprendido,
y pongo
justamente sólo aquello
550
en que todos
concuerdan y confieren,
y en lo que
en general menos difieren.
Pues que, en autoridad de lo que digo,
vemos que
hay tanta sangre derramada,
prosiguiendo
adelante, yo me obligo,
555
que irá la
historia más autorizada;
podré ya
discurrir como testigo,
que fui
presente a toda la jornada,
sin cegarme
pasión, de la cual huyo,
ni quitar a
ninguno lo que es suyo.
560
Pisada en esta tierra no han pisado
que no haya
por mis pies sido medida;
golpe ni
cuchillada no se ha dado,
que no diga
de quién es la herida;
de las pocas
que di estoy disculpado,
565
pues tanto
por mirar embebecida
truje la
mente en esto y ocupada,
que se
olvidaba el brazo de la espada.
Si causa me incitó a que yo escribiese
con mi pobre
talento y torpe pluma,
570
fue que
tanto valor no pereciese,
ni el tiempo
injustamente lo consuma:
que el
mostrarme yo sabio me moviese,
ninguno que
lo fuere lo presuma;
que, cierto,
bien entiendo mi pobreza,
575
y de las
flacas sienes la estrecheza.
De mi poco caudal bastante indicio
y testimonio
aquí patente queda;
va la verdad
desnuda de artificio,
para que más
segura pasar pueda;
580
pero, si
fuera desto lleva vicio,
pido que por
merced se me conceda
se mire en
esta parte el buen intento,
que es sólo
de acertar y dar contento.
Que aunque la barba el rostro no ha
ocupado,
585
y la pluma a
escrebir tanto se atreve
que de
crédito estoy necesitado,
pues tan
poco a mis años se le debe;
espero que
será, Señor, mirado
el celo
justo y causa que me mueve:
590
y esto y la
voluntad se tome en cuenta
para que
algún error se me consienta.
Quiero dejar a Arauco por un rato;
que para mi
discurso es importante
lo que
forzado aquí del Perú trato,
595
aunque de su
comarca es bien distante:
y para que
se entienda más barato,
y con
facilidad lo de adelante,
si Lautaro
me deja, diré en breve
la gente que
en su daño ahora se mueve.
600
El marqués de Cañete era llegado,
a la ciudad insigne
de Los Reyes,
de Carlos
Quinto Máximo enviado
a la guarda
y reparo de sus leyes:
éste fue por
sus partes señalado
605
para virey
de donde dos vireyes
por los
rebeldes brazos atrevidos
habían sido
a la muerte conducidos.
Oliendo el virey nuevo las pasiones
y maldades
por uso introducidas,
610
el ánimo
dispuesto a alteraciones,
en leal
apariencia entretegidas;
los
agravios, insultos y traiciones,
con tanta
desvergüenza cometidas;
viendo, que
aun el tirano no hedía,
615
que, aunque
muerto, de fresco se bullía;
entró como sagaz y receloso,
no mostrando
el cuchillo y duro hierro,
que fuera en
aquel tiempo peligroso,
y dar con
hierro en un notable yerro:
620
mostrándose
benigno y amoroso,
trayéndoles
la mano por el cerro,
hasta tomar
el paso a la malicia,
y dar más
fuerza y mano a la justicia.
En tanto que las cosas disponía,
625
para limpiar
del todo las maldades,
quitando las
justicias, las ponía
de su mano
por todas las ciudades;
éstas eran
personas que entendía
haber en
ellas justas calidades,
630
de Dios, del
Rey, del mundo temerosas,
en
semejantes cargos provechosas.
Entretenía la gente y sustentaba
con son de
un general repartimiento,
y el más
culpado más premio esperaba,
635
fundado en
el pasado regimiento.
El marqués
entretanto se informaba,
llevando
deste error diverso intento,
que no sólo
dio pena a los culpados;
mas renovó
los yerros perdonados;
640
pues cuando con el tiempo ya pensaron
que estaban
sus insultos encubiertos,
en público
pregón se renovaron,
y fueron con
castigo descubiertos:
que casi en
los más pueblos que pecaron
645
amanecieron
en un tiempo muertos
aquellos que
con más poder y mano
habían
seguido el bando del tirano.
No condeno, Señor, los que murieron,
pues fueron
perdonados y admitidos,
650
cuando a
vuestro servicio en sazón fueron
y en
importante tiempo reducidos,
quedando los
errores que tuvieron
a vuestra
gran clemencia remitidos,
de vos sólo,
Señor, es el juzgarlos,
655
y el
poderlos salvar o condenarlos.
Dar mi decreto en esto yo no puedo,
que siempre
en casos de honra lo rehúso:
sólo digo el
terror y extraño miedo
que en la
gente soberbia el marqués puso
660
con el
castigo, a la sazón acedo,
dejando el
reino atónito y confuso,
del
temerario hecho tan dudoso,
que aun era
imaginarlo peligroso.
A quien hallaba culpa conocida,
665
del Perú le
destierra en penitencia,
que es entre
ellos la afrenta más sentida
y que más
examina la paciencia:
el justo de
ejemplar y llana vida,
temeroso
escudriña la conciencia,
670
viendo el
rigor de la justicia airada,
que ya
desenvainado había la espada.
Y algunos capitanes y soldados,
que con
lustre sirvieron en la guerra
y esperaban
de ser gratificados,
675
conforme a
los humores de la tierra,
recelando
tenerlos agraviados,
del reino en
son de presos los destierra,
remitiendo
las pagas a la mano
de rey tan
poderoso y soberano.
680
Esto puso suspensa más la gente;
la causa del
destierro no sabiendo,
no entiende
si es injusta o justamente;
sólo sabe
callar y estar tremiendo:
teme la
furia y el rigor presente
685
y a inquirir
la razón no se atreviendo,
tiende a
cualquier rumor atento oído;
mas no puede
sentir más del ruïdo.
Temor, silencio y confusión andaba,
atónita la
gente discurría,
690
nadie la
oculta causa preguntaba,
que aun
preguntar error le parecía:
por saber,
uno a otro se miraba,
y el más
sabio los hombros encogía,
temiendo el
golpe del furor presente,
695
movido al
parecer por accidente.
Fue hecho tan sagaz, grande y osado,
que pocos
con razón le van delante,
asaz en
estos tiempos celebrado,
y a los
ánimos sueltos importante;
700
por él quedó
el Perú atemorizado,
temerario,
rebelde y arrogante,
y a la
justicia el paso más seguro,
con mayor
esperanza en lo futuro.
Así enfrenó el Perú con un bocado,
705
que no le
romperá jamás la rienda,
haciendo al
ambicioso y alterado
contentarse
con sola su hacienda;
y el
bullicio y deseo desordenado,
le redujo a
quietud y nueva emienda:
710
que poco lo
mal puesto permanece,
como por la
experiencia al fin parece.
Quien antes no pensaba estar contento
con veinte o
treinta mil pesos de renta,
enfrena de
tal suerte el pensamiento
715
que sólo con
la vida se contenta:
después hizo
el marqués repartimiento
entre los
beneméritos de cuenta,
para
esforzar los ánimos caídos
y dar mayor
tormento a los perdidos.
720
Con ejemplos así y acaecimientos,
¿cómo vemos
que tantos van errados,
que sobre
arena y frágiles cimientos
fabrican
edificios levantados?
Bien se
muestran sus flacos fundamentos;
725
pues por
tierra tan presto derribados
con
afrentoso nombre y voz los vemos,
huyendo su
infición cuanto podemos.
¡Oh vano error! ¡oh necio desconcierto,
del torpe
que con ánimo ignorante
730
no mira en
el peligro y paso incierto
las pisadas
de aquel que va delante,
teniendo, a
costa ajena, ejemplo cierto,
que el brazo
del amigo más constante
ha de
esparcir su sangre en su disculpa,
735
lavando allí
la espada de la culpa!
Quiero que esté algún tiempo falsamente
sobre
traidores hombros sostenido,
que el
viento que se mueva de repente
le aflige,
altera y turba aquel ruïdo:
740
pues que
cuando la voz del rey se siente,
no hay son
tan duro y áspero al oído;
que tiene
sólo el nombre fuerza tanta
que los
huesos le oprime y le quebranta:
que le asome fortuna algún contento,
745
¡con cuántos
sinsabores va mezclado!
aquel
recelo, aquel desabrimiento,
aquel triste
vivir tan recatado:
traga el
duro morir cada momento,
témese del
que está más confiado:
750
que la vida
antes libre y amparada
está sujeta
ya a cualquiera espada.
Negando al rey la deuda y obediencia,
se somete al
más mínimo soldado,
poniendo en
contentarle diligencia,
755
con gran
miedo y solícito cuidado;
y aquellos
más amigos en presencia,
las lanzas
le enderezan al costado,
y sobre la
cabeza aparejadas
le están
amenazando mil espadas.
760
Cualquier rumor, cualquiera voz le espanta,
cualquier
secreto piensa que es negarle:
si el brazo
mueve alguno y lo levanta
piensa el
triste que fue para matarle:
la soga
arrastra, el lazo a la garganta:
765
¿qué
confianza puede asegurarle?
pues mal el
que negar al rey procura
tendrá con
un tirano fe segura.
Si no bastare verlos acabados
tan presto,
y que ninguno permanece,
770
y los rollos
y términos poblados
de quien tan
justamente lo merece;
bandos,
casas, linajes estragados,
con nombre
que los mancha y escurece;
baste la
obligación con que nacemos,
775
que a
nuestro rey y príncipe tenemos.
De un paso en otro paso voy saliendo
del discurso
y materia que seguía;
pero aunque
vaya ciego discurriendo
por caminos
más ásperos sin guía,
780
del
encendido Marte el son horrendo
me hará que
atine a la derecha vía;
y así seguro
desto y confiado
me atrevo a
reposar, que estoy cansado.
Canto XIII
Hecho el
Marqués de Cañete el castigo en el Perú, llegan mensajeros de Chile a pedirle
socorro; el cual, vista ser su demanda importante y justa, se le envía grande
por mar y por tierra. También contiene al cabo este canto como Francisco de
Villagrán, guiado por un indio, viene sobre Lautaro.
Dichoso con razón puede llamarse
aquel que en
los peligros arrojado
de ellos
sabe salir sin ensuciarse,
y libre de
poder ser imputado:
pero quien
destos puede desviarse
5
le tengo por
más bienaventurado:
aunque el
peligro afina lo perfeto,
aquel que
dél se aparta es el discreto:
que muchas veces da la fantasía
en cosas que
seguro nos promete,
10
y un ánimo a
salir con ellas cría
que con
temeridad las acomete:
después en
el peligro desvaría,
y no acierta
a salir de a do se mete:
que la
señora al siervo sometida,
15
pierde la
fuerza y tino a la salida.
Veréis en el Perú que han procurado
levantar el
tirano y ayudarle,
para sólo
mostrar, después de alzado,
la traidora
lealtad en derribarle:
20
y con
designio y ánimo dañado
le dan
fuerza, y después viene a matarle
la espada
infiel, de la maldad autora,
al rey y
amigos pérfida y traidora.
Fraguan la guerra, atizan disensiones
25
en hábito
leal, aunque engañoso,
pensando de
subir más escalones
por un
áspero atajo y tropezoso:
al cabo las
malvadas intenciones
vienen a fin
tan malo y afrentoso,
30
como veréis,
si bien miráis la guerra
civil y
alteraciones desta tierra.
Deshechos, pues, del todo los nublados
por el audaz
marqués y su prudencia,
curando con
rigor los alterados,
35
como quien
entendió bien la dolencia:
en nombre de
su rey, a otros tocados
de aquel
olor, descubre la clemencia,
que hasta
allí del rigor cubierta estaba,
con general
perdón que los lavaba.
40
No el atrevido caso y espantoso,
en el Perú
jamás acontecido,
ni el
ejemplar castigo riguroso
que amansó
el fiero pueblo embravecido,
fue en tal
tiempo bastante y poderoso
45
de
ensordecer el bárbaro ruïdo,
y la voz
araucana y clara fama
que en
aquellas provincias se derrama.
Nuevas por mar y tierra eran llegadas
del daño y
perdición de nuestra gente,
50
por las
vitorias grandes y jornadas
del araucano
bárbaro potente:
pidiendo las
ciudades apretadas
presuroso
socorro y suficiente,
haciendo
relación de cómo estaban
55
y de todas
las cosas que pasaban.
Jerónimo Alderete, Adelantado,
a quien era
el gobierno cometido,
hombre en
estas provincias señalado,
y en gran
figura y crédito tenido,
60
donde como
animoso y buen soldado
había
grandes trabajos padecido;
(no pongo su
proceso en esta historia,
que dél la
general hará memoria)
presente no se halla a tanta guerra
65
y a tales
desventuras y contrastes;
mas con vos,
gran Felipe, en Inglaterra,
cuando la fe
de nuevo allí plantastes:
allí le
distes cargo desta tierra,
de allí con
gran favor le despachastes;
70
pero cortole
el áspero destino
el hilo de
la vida en el camino.
Fue su llorada muerte asaz sentida,
y más el
sentimiento acrecentaba
ver el
gobierno y tierra tan perdida
75
que cada uno
por sí se gobernaba:
andaba la
discordia ya encendida,
la ambición
del mandar se desmandaba;
al fin, es
imposible que acaezca
que un
cuerpo sin cabeza permanezca.
80
Aquellos que de Chile habían venido
a pedir el
socorro necesario,
viendo a su
Adelantado fallecido
y todo a su
propósito contrario,
con un
semblante triste y afligido,
85
de parecer
de todos voluntario,
piden a don
Hurtado que se vea,
y de remedio
presto los provea,
diciendo: "Varón claro y excelente,
nuestra
necesidad te es manifiesta,
90
y la fuerza
del bárbaro potente
que tiene a
Chile en tanto estrecho puesta:
el más
fuerte remedio es llevar gente,
ésta ya
puedes ver cuán cara cuesta.
De parte de
tu rey te requerimos
95
nos concedas
aquí lo que pedimos.
A tu hijo, ¡oh marqués!, te demandamos,
en quien
tanta virtud y gracia cabe,
porque con
su persona confiamos
que nuestra
desventura y mal se acabe:
100
de sus
partes, señor, nos contentamos,
pues que por
natural cosa se sabe,
y aun acá en
el común es habla vieja,
que nunca
del león nació la oveja.
"Y pues hay tanta falta de guerreros,
105
haciendo
esta jornada don García,
se moverá el
común y caballeros,
alegres de
llevar tan buena guía:
y lo que no
podrán muchos dineros
podrá el
amor y buena compañía,
110
o la
vergüenza y miedo de enojarte,
o su propio
interés en agradarte."
El marqués de Cañete, respondiendo
a la justa
demanda alegremente,
vino en ella
de grado, conociendo
115
ser cosa
necesaria y conveniente:
y el hijo,
hacienda y deudos ofreciendo,
al punto
derramó en toda la gente
gran gana de
pasar a aquella tierra,
a ejercitar
las armas en tal guerra.
120
Uno se ofrece allí y otro se ofrece,
así gran
gente en número se mueve,
y aquel que
no lo hace, le parece
que falta y
no responde a lo que debe:
hasta en
cansados viejos reverdece
125
el ardor
juvenil, y se remueve
el flaco
humor y sangre casi helada
con el
alegre son de esta jornada.
¡Oh valientes soldados araucanos,
las armas
prevenid y corazones,
130
y aquel raro
valor de vuestras manos
temido en
las antárticas regiones!
Que gran
copia de jóvenes lozanos
descoge en
vuestro daño sus pendones;
pensando
entrar por toda vuestra tierra
135
haciendo
fiero estrago y cruda guerra;
no con los hierros botos y mohosos
de los que
las paredes hermosean,
ni brazos
del torpe ocio perezosos
que con gran
pesadumbre se rodean,
140
ni los
ánimos hechos a reposos,
que
cualquiera mudanza en que se vean
los altera,
los turba y entorpece
y el
desusado son los desvanece;
mas hierros templadísimos y agudos,
145
en sangre de
tiranos afilados,
fuertes
brazos, robustos y membrudos,
en dar
golpes de muerte ejercitados;
ánimos
libres de temor desnudos,
en los
peligros siempre habituados,
150
que el son
horrendo, que a otros atormenta,
los alegra,
despierta y alimenta.
Cosa destas yo pienso que ninguna
os puede
derribar de vuestro estado;
mas tiéneme
dudoso sola una,
155
que nadie
della ha sido reservado:
ésta es la
usada vuelta de fortuna,
que siempre
alegre rostro os ha mostrado,
y es
inconstante, falsa y variable,
en el mal
firme, y en el bien mudable.
160
Que si la guerra el español procura,
haciendo de
su espada ufana muestra,
querríale
preguntar si por ventura
corta por
más lugares que la vuestra;
si la fuerza
del brazo le asegura
165
del poder
vuestro y vencedora diestra;
verá, si
mira bien en lo pasado,
el campo de
sus huesos ocupado.
No sé; pero soberbio y encendido
en bélico
furor el pueblo veo,
170
y al más
triste español apercebido
de armas,
rico aparato y buen deseo.
¡Oh Arauco!
yo te juzgo por perdido;
si las obras
igualan al arreo
y no templa
el camino esta braveza,
175
¡ay de tu
presunción y fortaleza!
Del apartado Quito se movieron
gentes para
hallarse en esta guerra:
de Loja,
Piura, de Jaén salieron:
de Trujillo,
de Guánuco y su tierra,
180
de Guamanga,
Arequipa concurrieron
gran copia;
y de los pueblos de la sierra,
La Paz,
Cuzco y las Charcas bien armados
bajaron
muchos pláticos soldados.
Treme la tierra, brama el mar hinchado
185
del
estruendo, tumultos y rumores
que suenan
por el aire alborotado
de pífanos,
trompetas y atambores
contra el
rebelde pueblo libertado,
amenazando
ya sus defensores
190
con gruesa y
reforzada artillería,
que dentro
del Estado el son se oía.
De aparatos, jaeces, guarniciones
los
gallardos soldados se arreaban;
sobrevistas
y galas, invenciones
195
nuevas y
costosísimas sacaban:
estandartes,
enseñas y pendones
al viento en
cada calle tremolaban:
vieran
sastres y obreros ocupados
en hechuras,
recamos y bordados.
200
Con el concurso y junta de guerreros
el grande
estruendo y trápala crecía,
y los
prestos martillos de herreros
formaban
dura y áspera armonía:
el rumor de
solícitos armeros
205
todo el
ancho contorno ensordecía;
los celosos
caballos, de lozanos
relinchando,
triscaban con las manos.
Andaba así la gente embarazada
con el nuevo
bullicio de la guerra;
210
mas ya de lo
importante aparejada,
un caudillo
salió luego por tierra:
llevando
copia de ella encomendada
atravesó a
Atacama y la alta sierra
con la
desierta costa y despoblados,
215
de osamenta
de bárbaros sembrados.
La gente principal, todo aprestado,
y reliquias
del campo que quedaban,
para romper
el mar alborotado
otra cosa
que tiempo no aguardaban:
220
mas viendo
el cielo ya desocupado,
y que las
bravas olas aplacaban,
con ordenada
muestra y rico alarde
salieron de
Los Reyes una tarde.
Yo con ellos también, que en el servicio
225
vuestro
empecé y acabaré la vida,
que, estando
en Inglaterra en el oficio
que aún la
espada no me era permitida,
llegó allí
la maldad en deservicio
vuestro, por
los de Arauco cometida,
230
y la gran
desvergüenza de la gente
a la real
corona inobediente.
Y con vuestra licencia, en compañía
del nuevo
capitán y Adelantado,
caminé desde
Londres hasta el día
235
que le dejé
en Taboga sepultado;
de donde,
con trabajos y porfía,
de la
fortuna y vientos arrojado,
llegué a
tiempo que pude juntamente
salir con
tan lucida y buena gente.
240
Otro
escuadrón de amigos se me olvida,
no menos que
nosotros necesarios,
gente
templada, mansa y recogida,
de frailes,
provisores, comisarios,
teólogos de
honesta y santa vida,
245
franciscos,
dominicos, mercenarios,
para evitar
insultos de la guerra,
usados más
allí que en otra tierra.
De varias profesiones y colores
sale de Lima
una lucida banda,
250
y en el
puerto tendidas por las flores
estaban
mesas llenas de vianda,
con vinos de
odoríferos sabores,
donde luego
por una y otra banda
sobre la
verde hierba reclinados
255
gustamos los
manjares delicados.
Alegres los estómagos, contentos
fuimos a la
marina conducidos,
a do de
verdes ramos y ornamentos
estaban los
bateles prevenidos;
260
y al son de
varios y altos instrumentos,
de los caros
amigos despedidos,
en los
ligeros barcos nos metemos,
dando a un
tiempo con fuerza al mar los remos.
Los bateles de tierra se alargaban,
265
dejando con
penosa envidia a aquellos
que en la
arenosa playa se quedaban,
sin apartar
los ojos jamás dellos:
sobre diez
galeones arribaban
los prestos
barcos, y saltando en ellos,
270
tiempo los
marineros no perdieron,
que las
velas al viento descogieron.
De estandartes, banderas, gallardetes
estaban las
diez naves adornadas;
hiriendo el
fresco viento en los trinquetes
275
comienzan a
moverse sosegadas:
suenan
cañones, sacres, falconetes,
y al doblar
de la Isleta embarazadas,
del Austro
cargan a babor la escota,
tomando al
Sud-Sudueste la derrota.
280
Las naos por el contrario mar rompiendo
la blanca
espuma en torno levantaban
y a la furia
del Austro resistiendo,
por fuerza,
a su pesar, tierra ganaban
pero sobre
el Garbino revolviendo,
285
de la gran
cordillera se apartaban;
y de sola
una vuelta que viraron
el Guarco,
al Est-Nordeste se hallaron.
Mas presto por la popa el Guarco vimos,
con Chinca
de otro bordo emparejando;
290
en alta mar
tras éstos nos metimos
sobre la
Nasca fértil arribando;
y al
esforzado Noto resistimos,
su furia y
bravas olas contrastando,
no bastando
los recios movimientos
295
de dos tan
poderosos elementos.
¿Qué haya en Perú, no es caso soberano,
tanta
mudanza en tres leguas de tierra,
que cuando
es en los llanos el verano,
los montes
el lluvioso invierno cierra;
300
Y cuando
espesa niebla cubre el llano
en
descubierto hiere el sol la sierra,
y por esta
razón van más crecientes
en el verano
abajo las vertientes?
De los vientos, el Austro es el que manda
305
que deshace
los húmidos ñublados,
y por todo
aquel mar discurre y anda,
del cual son
para siempre desterrados:
los otros
vientos reinan a la banda
de Atacama,
y allí son libertados,
310
que bajar al
Perú ninguno puede
ni por
natural orden se concede.
Pues las naves, del Austro combatidas,
las
espumosas olas van cortando,
que de
valientes soplos impelidas
315
rompen la
furia en ellas, azotando
las levantadas
proas guarnecidas
de planchas
de metal... Pero mirando
al español
del bárbaro vecino,
habré de
andar más presto este camino.
320
Correré a Villagrán, el cual por tierra
también en
su jornada se apresura,
atravesando
la fragosa sierra
que iguala
con las nubes su estatura:
diré lo que
sucede en esta guerra,
325
y qué rostro
le muestra la ventura.
Mas, porque
todo venga a ser más claro,
quiero
tratar un poco de Lautaro:
que estaba con su escuadra de guerreros
en el sitio
que dije recogido,
330
y de foso,
fagina y de maderos
le había en
breve sazón fortalecido.
Tenía dentro
soldados forasteros
que a fama
de la guerra habían venido,
reparos,
bastimentos, y otras cosas
335
para el
lugar y tiempo provechosas.
Sola una senda este lugar tenía
de alertas
centinelas ocupada;
otra ni
rastro alguno no lo había,
por ser casi
la tierra despoblada:
340
aquella
noche el bárbaro dormía
con la bella
Guacolda enamorada,
a quien él
de encendido amor amaba,
y ella por
él no menos se abrasaba.
Estaba el araucano despojado
345
del vestido
de Marte embarazoso,
que aquella
sola noche el duro hado
le dio
aparejo y gana de reposo:
los ojos le
cerró un sueño pesado,
del cual
luego despierta congojoso,
350
y la bella
Guacolda sin aliento
la causa le
pregunta y sentimiento.
Lautaro le responde: "Amiga mía,
sabrás que
yo soñaba en este instante
que un
soberbio español se me ponía
355
con muestra ferocísima
delante,
y con
violenta mano me oprimía
la fuerza y
corazón, sin ser bastante
de poderme
valer; y en aquel punto
me despertó
la rabia y pena junto."
360
Ella en esto soltó la voz turbada,
diciendo:
"¡Ay, que he soñado también cuanto
de mi dicha
temí, y es ya llegada
la fin tuya
y principio de mi llanto!
Mas no podré
ya ser tan desdichada,
365
ni fortuna
conmigo podrá tanto,
que no corte
y ataje con la muerte
el áspero
camino de mi suerte.
"Trabaje por mostrárseme terrible
y del tálamo
alegre derribarme,
370
que, si
revuelve y hace lo posible,
de ti no es
poderosa de apartarme:
aunque el
golpe que espero es insufrible,
podré con
otro luego remediarme,
que no caerá
tu cuerpo en tierra frío
375
cuando
estará en el suelo muerto el mío."
El hijo de Pillán con lazo estrecho
los brazos
por el cuello le ceñía:
de lágrimas
bañando el blanco pecho,
en nuevo
amor ardiendo respondía:
380
"No lo
tengáis, señora, por tan hecho,
ni turbéis
con agüeros mi alegría
y aquel
gozoso estado en que me veo,
pues libre
en estos brazos os poseo.
"Siento el veros así imaginativa,
385
no porque yo
me juzgue peligroso;
mas la llaga
de amor está tan viva,
que estoy de
lo imposible receloso:
si vos
queréis, señora, que yo viva,
¿quién a
darme la muerte es poderoso?
390
Mi vida está
sujeta a vuestras manos
y no a todo
el poder de los humanos.
"¿Quién el pueblo araucano ha
restaurado
en su
reputación que se perdía,
pues el
soberbio cuello no domado
395
ya doméstico
al yugo sometía?
Yo soy quien
de los hombros le ha quitado
el español
dominio y tiranía:
mi nombre
basta solo en esta tierra,
sin levantar
espada, a hacer la guerra.
400
"Cuanto más que, teniéndoos a mi lado,
no tengo que
temer ni daño espero:
no os dé un
sueño, señora, tal cuidado,
pues no os
lo puede dar lo verdadero:
que ya a
poner estoy acostumbrado
405
mi fortuna a
mayor despeñadero;
en más peligros
que éste me he metido,
y dellos con
honor siempre he salido."
Ella menos segura y más llorosa
del cuello
de Lautaro se colgaba,
410
y con
piadosos ojos lastimosa
boca con
boca así le conjuraba:
"Si
aquella voluntad pura, amorosa,
que libre os
di cuando más libre estaba,
y dello el
alto cielo es buen testigo,
415
algo puede,
señor, y dulce amigo;
"por ella os juro y por aquel tormento
que sentí
cuando vos de mí os partistes,
y por la fe,
si no la llevo el viento,
que allí con
tantas lágrimas me distes,
420
que a lo
menos me deis este contento,
si alguna
vez de mí ya lo tuvistes,
y es que os
vistáis las armas prestamente,
y al muro
asista en orden vuestra gente."
El bárbaro responde: "Harto claro
425
mi poca
estimación por vos se muestra.
¿En tan
flaca opinión está Lautaro,
y en tan
poco tenéis la fuerte diestra
que, por la
redención del pueblo caro,
ha dado ya
de sí bastante muestra?
430
¡Buen
crédito con vos tengo por cierto,
pues me
lloráis de miedo ya por muerto!"
"¡Ay de mí! que de vos yo satisfecha,
dice
Guacolda, estoy, más no segura;
¿ser vuestro
brazo fuerte qué aprovecha
435
si es más
fuerte y mayor mi desventura?
Mas ya que
salga cierta mi sospecha,
el mismo
amor que os tengo me asegura
que la
espada que hará el apartamiento,
hará que
vaya en vuestro seguimiento.
440
Pues ya el preciso hado y dura suerte
me amenazan
con áspera caída,
y forzoso he
de ver un mal tan fuerte,
un mal como
es de vos verme partida:
dejadme
llorar antes de mi muerte
445
esto poco
que queda de mi vida:
que quien no
siente el mal, es argumento
que tuvo con
el bien poco contento."
Tras esto tantas lágrimas vertía
que mueve a
compasión el contemplalla,
450
y así el
tierno Lautaro no podía
dejar en tal
sazón de acompañalla.
Pero ya la
turbada pluma mía,
que en las
cosas de amor nueva se halla,
confusa,
tarda y con temor se mueve,
455
y a pasar
adelante no se atreve.
Canto XIV
Llega
Francisco de Villagrán de noche sobre el fuerte de los enemigos sin ser dellos
sentido: da al amanecer súbito en ellos, y a la primera refriega muere Lautaro.
Trábase la batalla con harta sangre de una parte y de otra.
¿Cuál será aquella lengua desmandada
que a
ofender las mujeres ya se atreva,
pues vemos
que es pasión averiguada
la que a
bajeza tal y error las lleva;
si una
bárbara moza no obligada
5
hace de puro
amor tan alta prueba,
con razones
y lágrimas, salidas
de las vivas
entrañas encendidas?
Que ni la confianza, ni el seguro
de su amigo
le daba algún consuelo,
10
ni el fuerte
sitio, ni el fosado muro
le basta
asegurar de su recelo:
que el gran
temor nacido de amor puro
todo lo
allana y pone por el suelo;
sólo halla
el reparo de su suerte
15
en el mismo
peligro de la muerte.
Así los dos unidos corazones
conformes en
amor desconformaban,
y dando de
ello allí demostraciones,
más el dulce
veneno alimentaban:
20
los soldados
en torno los tizones,
ya de parlar
cansados reposaban,
teniendo
centinelas, como digo,
y el cerro a
las espaldas por abrigo.
Villagrán con silencio y paso presto
25
había el
áspero monte atravesado,
no sin grave
trabajo, que sin esto,
hacer mucha
labor es excusado:
Llegado
junto al fuerte, en un buen puesto,
viendo que
el cielo estaba aún estrellado,
30
paró,
esperando el claro y nuevo día,
que ya por
el Oriente descubría.
De ninguno fue visto ni sentido;
la causa era
la noche ser escura,
y haber las
centinelas desmentido
35
por parte
descuidada por segura:
caballo no
relincha, ni hay ruido,
que está ya
de su parte la ventura;
ésta hace
las bestias avisadas,
y a las
personas bestias descuidadas.
40
Cuando ya las tinieblas y aire escuro
con la
esperada luz se adelgazaban,
las
centinelas puestas por el muro
al nuevo día
de lejos saludaban:
y pensando
tener campo seguro
45
también a
descansar se retiraban;
quedando
mudo el fuerte, y los soldados
en vino y
dulce sueño sepultados.
Era llegada al mundo aquella hora
que la
escura tiniebla, no pudiendo
50
sufrir la
clara vista de la aurora,
se va en el
Occidente retrayendo:
cuando la
mustia Clicie se mejora
el rostro al
rojo Oriente revolviendo,
mirando tras
las sombras ir la estrella,
55
y al rubio
Apolo Délfico tras ella.
El español, que ve tiempo oportuno,
se acerca
poco a poco más al fuerte,
sin estorbo
de bárbaro ninguno,
que sordos
los tenía su triste suerte:
60
bien
descuidado duerme cada uno
de la
cercana inexorable muerte;
cierta señal
que cerca della estamos
cuando más
apartados nos juzgamos.
No esperaron los nuestros más, que en
viendo
65
ser ya
tiempo de darles el asalto,
de súbito
levantan un estruendo
con soberbio
alarido horrendo y alto;
y en tropel
ordenado arremetiendo
al fuerte
van a dar de sobresalto;
70
al fuerte
más de sueño bastecido
que al
presente peligro apercebido.
Como los malhechores que en su oficio
jamás pueden
hallar parte segura,
por ser la
condición propia del vicio
75
temer
cualquier fortuna y desventura,
que no
sienten tan presto algún bullicio
cuando el
castigo y mal se les figura,
y corren a
las armas y defensa,
según que
cada cual valerse piensa;
80
así medio dormidos y despiertos
saltan los
araucanos alterados,
y del
peligro y sobresalto ciertos,
baten toldos
y ranchos levantados:
por verse de
corazas descubiertos
85
no dejan de
mostrar pechos airados:
mas con
presteza y ánimo seguro
acuden al
reparo de su muro.
Sacudiendo el pesado y torpe sueño,
y cobrando
la furia acostumbrada,
90
quién el
arco arrebata, quién un leño,
quién del
fuego un tizón, y quién la espada;
quién aguija
al bastón de ajeno dueño,
quién por
salir más presto va sin nada,
pensando
averiguarlo desarmados,
95
si no pueden
a puños, a bocados.
Lautaro a la sazón, según se entiende,
con la
gentil Guacolda razonaba;
asegúrala,
esfuerza y reprehende
de la
desconfianza que mostraba:
100
ella razón
no admite y más se ofende,
que aquello
mayor pena le causaba,
rompiendo el
tierno punto en sus amores
el duro son
de trompas y atambores.
Mas no salta con tanta ligereza
105
el mísero
avariento enriquecido,
que siempre
está pensando en su riqueza,
si siente de
ladrón algún ruïdo,
ni madre así
acudió con tal presteza
al grito de
su hijo muy querido,
110
temiéndole
de alguna bestia fiera,
como Lautaro
al son y voz primera.
Revuelto el manto al brazo, en el instante
con un
desnudo estoque, y él desnudo,
corre a la
puerta el bárbaro arrogante,
115
que armarse
así tan súbito no pudo.
¡Oh pérfida
fortuna, oh inconstante,
cómo llevas
tu fin por punto crudo,
que el bien
de tantos años en un punto
de un golpe
lo arrebatas todo junto!
120
Cuatrocientos amigos comarcanos
por un lado
la fuerza acometieron,
que en ayuda
y favor de los cristianos
con sus
pintados arcos acudieron,
que con
extrema fuerza y prestas manos
125
gran número
de tiros despidieron:
del toldo el
hijo de Pillán salía,
y una flecha
a buscarle que venía.
Por el siniestro lado, ¡oh dura suerte!
rompe la
cruda punta, y tan derecho,
130
que pasa el
corazón más bravo y fuerte
que jamás se
encerró en humano pecho;
de tal tiro
quedó ufana la muerte,
viendo de un
solo golpe tan gran hecho;
y, usurpando
la gloria al homicida,
135
se atribuye
a la muerte esta herida.
Tanto rigor la aguda flecha trujo
que al
bárbaro tendió sobre la arena,
abriendo
puerta a un abundante flujo
de negra
sangre por copiosa vena:
140
del rostro
la color se le retrujo,
los ojos
tuerce, y con rabiosa pena
la alma, del
mortal cuerpo desatada,
bajó furiosa
a la infernal morada.
Ganan los nuestros foso y baluarte,
145
que nadie
los impide ni embaraza,
y así por
veinte lados la más parte
pisaba de la
fuerza ya la plaza:
los bárbaros
con ánimo y sin arte,
sin celada,
ni escudo, y sin coraza,
150
comienzan la
batalla peligrosa,
cruda,
fiera, reñida y sanguinosa.
En oyendo los indios extranjeros
que con
Lautaro estaban recogidos
el súbito
rumor, salen ligeros,
155
del miedo y
sobresalto apercebidos:
mas
sintiendo los golpes carniceros,
el ánimo
turbado y los sentidos,
con atentas
orejas acechaban
adónde con
menor rigor sonaban.
160
Como tímidos gamos, que el ruïdo
sienten del
cazador, y quietamente,
altos los
cuellos, tienden el oído
hacia la
parte que el rumor se siente,
y el balar
de la gama conocido,
165
que apedazan
los perros, y la gente,
con furioso
tropel toman la vía
que más de
aquel peligro se desvía;
la baja y vil canalla, acostumbrada
a rendirse
al temor de aquella suerte,
170
por ciega
senda, inculta y desusada,
rompe el
camino y desampara el fuerte,
acá y allá
corriendo derramada;
y era tan
grande el miedo de la muerte,
que al más
valiente y bravo se le antoja
175
ver un fiero
español tras cada hoja.
Pero aquellos que nunca el miedo pudo
hacerlos con
peligros de su bando,
poniendo
osado pecho por escudo,
están la
antigua riña averiguando.
180
La desnuda
cabeza del agudo
cuchillo no
se ve estar rehusando,
ni rehúsa la
espada la siniestra,
ejercitando
el uso de la diestra;
Que el joven Corpillán, no desmayado
185
porque su
espada y mano vino a tierra,
antes en ira
súbita abrasado
contra la
parte del contrario cierra;
y habiendo
ya la espada recobrado,
la diestra,
que aun bullendo el puño afierra,
190
lejos con
gran desdén y furia lanza,
ofreciendo la
izquierda a la venganza.
Flaqueza en Millapol no fue sentida,
viéndole
atravesado por la ijada
y la cabeza
de un revés hendida,
195
ni por
pasalle el pecho una lanzada;
que de
espumosa sangre a la salida
vino la
media lanza acompañada,
dejando
aquel lugar della vacío,
aunque lleno
de rabia y nuevo brío:
200
que a dos manos la maza aprieta fuerte,
y con furia
mayor la gobernaba:
bien se
puede llamar de triste suerte
aquel que el
fiero bárbaro alcanzaba:
con la rabia
postrera de la muerte,
205
una vez el
ferrado leño alzaba;
mas faltole
la vida en aquel punto,
cayendo
cuerpo y maza todo junto.
Aunque la muerte en medio del camino
le quebrantó
el furor con que venía,
210
un valiente
español a tierra vino
del peso y
movimiento que traía:
mas luego
puesto en pie, con desatino
hacia el
lugar del dañador volvía,
y viendo el
cuerpo muerto dar en tierra
215
pensando que
era vivo con él cierra:
y encima del cadáver arrojado,
de dar la
muerte al muerto deseoso,
recio por
uno y por el otro lado,
hiere y
ofende el cuerpo sanguinoso,
220
hasta tanto
que, ya desalentado,
se firma
recatado y sospechoso,
y vio a
aquel que aferrado así tenía
vueltos los
ojos y la cara fría.
Traía la espada en esto Diego Cano
225
tinta de
sangre, y con Picol se junta:
haciendo
atrás la rigurosa mano
el pecho le
barrena de una punta:
turbado de
la muerte el araucano
cayó en
tierra, la cara ya difunta,
230
bascoso,
revolviéndose en el lodo,
hasta que la
alma despidió del todo.
De dos golpes Hernando de Alvarado
dio con el
suelto Talco en tierra muerto;
pero fue mal
herido por un lado
235
del gallardo
Guacoldo en descubierto:
estuvo el
español algo atronado;
mas del
atronamiento ya despierto,
corriendo al
fuerte bárbaro derecho
la espada le
escondió dentro del pecho.
240
El viejo Villagrán, con la sangrienta
espada por
los bárbaros rompiendo,
mata, hiere,
tropella y atormenta,
a tiempo a
todas partes revolviendo:
un golpe a
Nico en la cabeza asienta,
245
el cual los
turbios ojos revolviendo
a tierra
vino muerto; y de otro a Polo
le deja con
el brazo izquierdo solo.
Usadas las espadas al acero,
topando la
desnuda carne blanda,
250
ayudadas de
un ímpetu ligero
dan con
piernas y brazos a la banda:
No rehúsa el
segundo ser primero,
antes todos
siguiendo una demanda,
como olas,
que creciendo van, crecían,
255
y a la
muerte animosos se ofrecían.
La gente una con otra así se cierra,
que aún no
daban lugar a las espadas,
apenas los
mortales van a tierra,
cuando
estaban sus plazas ocupadas:
260
Unos por
cima de otros se dan guerra,
enhiestas
las personas y empinadas;
y de modo a
las veces se apretaban,
que a meter
por la espada se ayudaban.
Las armas con tal rabia y fuerza esgrimen,
265
que los más
de los golpes son mortales,
y los que no
lo son, así se imprimen
que dejan
para siempre las señales:
todos al
descargar los brazos gimen;
mas salen
los efetos desiguales;
270
que los unos
topaban duro acero,
los otros al
desnudo y blando cuero.
Como parten la carne en los tajones
con los
corvos cuchillos carniceros,
y cual de fuerte
hierro los planchones
275
baten en
dura yunque los herreros;
así es la
diferencia de los sones
que forman
con sus golpes los guerreros,
quién la
carne y los huesos quebrantado,
quién
templados arneses abollando.
280
Pues Juan de Villagrán firme en la silla
contra
Guarcondo a toda furia parte,
y la lanza
le echó por la tetilla
con una
braza de asta a la otra parte:
el bárbaro,
la cara ya amarilla,
285
se arrima
desmayado al baluarte;
dando en el
suelo súbita caída,
el alma
gomitó por la herida.
Pero Rengo, su hermano, que en el suelo
el cuerpo
vio caer descolorido,
290
cuajósele la
sangre, y hecho un hielo,
del súbito
dolor perdió el sentido;
mas vuelto
en sí, se vuelve contra el cielo,
blasfemado
el soberbio y descreído;
y el ñudoso
bastón alzando en alto,
295
a Juan de
Villagrán llegó de un salto.
Mas antes Pon con una flecha presta
hirió al
caballo en medio de la frente;
empínase el
caballo, el cuello enhiesta,
al freno y a
la espuela inobediente;
300
y entre los
brazos la cabeza puesta,
sacude el
lomo y piernas impaciente:
rendido
Villagrán al duro hado,
desocupó el
arzón y ocupó el prado.
Apenas en el suelo había caído
305
cuando la
presta maza descendía
con una
extraña fuerza y un ruido,
que rayo o
terremoto parecía;
del golpe el
español quedó adormido,
y el bárbaro
con otro revolvía,
310
bajando a la
cabeza de manera,
que sesos,
ojos y alma le echó fuera.
Y con venganza tal no satisfecho
del caso
desastrado del hermano,
antes con
nueva rabia y más despecho,
315
hiere de tal
manera a Diego Cano,
que, la
barba inclinada sobre el pecho,
se le cayó
la rienda de la mano;
y sin ningún
sentido, casi frío,
el caballo
lo lleva a su albedrío.
320
En medio de la turba embravecido
esgrime en
torno la ferrada maza;
a cuál deja
contrecho, a cuál tullido,
cuál el
pescuezo del caballo abraza;
quién se
tiende en las ancas aturdido;
325
quién,
forzado, el arzón desembaraza;
que todo a
su pujanza y furia insana
se le bate,
derriba y se le allana.
Por partes más de diez le iba manando
la sangre,
de la cual cubierto andaba;
330
pero no
desfallece, antes bramando,
con más fuerza
y rigor los golpes daba:
ligero corre
acá y allá saltando,
arneses y
celadas abollaba;
hunde las
altas crestas, rompe sesos,
335
muele los
nervios, carne y duros huesos.
En esto un gran rumor iba creciendo
de espadas,
lanzas, grita y vocería,
al cual
confusamente, no sabiendo
la causa,
mucha gente allí acudía:
340
y era un
gallardo mozo que, esgrimiendo
un fornido
cuchillo, discurría
por medio de
las bárbaras espadas,
haciendo en
armas cosas extremadas.
Venía el valiente mozo belicoso
345
de una furia
diabólica movido,
el rostro
fiero, sucio y polvoroso,
lleno de
sangre y de sudor teñido,
como el
potente Marte sanguinoso,
cuando de
furor bélico encendido,
350
bate el
ferrado escudo de Vulcano,
blandiendo
la asta en la derecha mano.
Con un diestro y prestísimo gobierno
el pesado
cuchillo rodeaba,
y a Cron,
como si fuera junco tierno,
355
en dos
partes de un golpe lo tajaba:
tras éste al
diestro Pon envía al infierno,
y tras de
Pon a Lauco despachaba:
no hallando
defensa en armadura,
descuartiza,
desmiembra y desfigura.
360
Llamábase éste Andrea, que en grandeza
y proporción
de cuerpo era gigante,
de estirpe
humilde, y su naturaleza
era arriba
de Génova al Levante:
pues con
aquella fuerza y ligereza
365
a los
robustos miembros semejante,
el gran
cuchillo esgrime de tal suerte,
que a todos
los que alcanza da la muerte.
De un tiro a Guaticol por la cintura
le divide en
dos trozos en la arena,
370
y de otro al
desdichado Quilacura
limpio el
derecho muslo le cercena:
pues de
golpes así desta hechura
la gran
plaza de muertos deja llena,
que su
espada a ninguno allí perdona,
375
y unos
cuerpos sobre otros amontona.
A Colca de los hombros arrebata
la cabeza de
un tajo, y luego tiende
la espada
hacia Maulén, señor de Itata,
y de alto a
bajo de un revés le hiende:
380
lanzas,
hachas y mazas desbarata,
que todo el
pueblo bárbaro le ofende.
Llevando
muchos tiros enclavados
en los
pechos, espaldas y en los lados.
Como la osa valiente perseguida,
385
cuando le
van monteros dando caza,
que con
rabia y dolor de la herida
los ñudosos
venablos despedaza:
y furiosa,
impaciente, embravecida,
la senda y
callejón desembaraza,
390
que los
heridos perros lastimados
le dan ancho
lugar escarmentados;
de la misma manera el fiero Andrea,
cercado de
los bárbaros venía,
pero de tal
manera se rodea,
395
que gran camino
con la espada abría:
crece el
hervor, la grita y la pelea,
tanto que la
más gente allí acudía;
he aquí a
Rengo también ensangrentado
que llega a
la sazón por aquel lado.
400
Y como dos mastines rodeados
de gozques
importunos, que, en llegando
a verse, con
los cerros erizados
se van el
uno al otro regañando:
así los dos
guerreros señalados,
405
las
inhumanas armas levantando,
se vienen a
herir... Pero el combate
quiero que
al otro canto se dilate.
Canto XV
En este
quinceno y último canto se acaba la batalla en la cual fueron muertos todos los
araucanos, sin querer alguno dellos rendirse. Y se cuenta la navegación que las
naos del Perú hicieron hasta llegar a Chile; y la grande tormenta que entre el
río Maule y el puerto de la Concepción pasaron.
¿Qué cosa puede haber sin amor buena?
¿Qué verso
sin amor dará contento?
¿Dónde jamás
se ha visto rica vena
que no tenga
de amor el nacimiento?
No se puede
llamar materia llena
5
la que de
amor no tiene el fundamento;
los
contentos, los gustos, los cuidados,
son, si no
son de amor, como pintados.
Amor de un juicio rústico y grosero
rompe la
dura y áspera corteza;
10
produce
ingenio y gusto verdadero,
y pone
cualquier cosa en más fineza:
Dante,
Ariosto, Petrarca y el Ibero,
amor los
trujo a tanta delgadeza;
que la
lengua más rica y más copiosa,
15
si no trata
de amor, es desgustosa.
Pues yo, de amor desnudo y ornamento,
con un
inculto ingenio y rudo estilo,
¿cómo he
tenido tanto atrevimiento,
que me ponga
al rigor del crudo filo?
20
Pero mi celo
bueno y sano intento,
esto me hace
a mí añudar el hilo,
que ya con
el temor cortado había,
pensando
remediar esta osadía.
Quíselo aquí dejar, considerado
25
ser
escritura larga y trabajosa,
por ir a la
verdad tan arrimado
y haber de
tratar siempre de una cosa;
que no hay
tan dulce estilo y delicado,
ni pluma tan
cortada y sonorosa,
30
que en un
largo discurso no se estrague,
ni gusto que
un manjar no le empalague.
Que si a mi discreción dado me fuera
salir al
campo y escoger las flores,
quizá el
cansado gusto removiera
35
la usada
variedad de los sabores:
pues como
otros han hecho, yo pudiera
entretejer
mil fábulas y amores;
mas, ya que
tan adentro estoy metido,
habré de
proseguir lo prometido.
40
Al lombardo dejé y al araucano
donde la
guerra andaba más trabada,
que vienen a
juntarse mano a mano,
la espada
alta y la maza levantada:
de malla
está cubierto el italiano,
45
el indio la
persona desarmada,
y así como
más suelto y más ligero,
en descargar
el golpe fue el primero.
El membrudo italiano, como vido
la maza y el
rigor con que bajaba,
50
alzó el
escudo en alto, y recogido
debajo dél,
el golpe reparaba:
por medio el
fuerte escudo fue rompido,
y en modo la
cabeza le cargaba,
que,
batiendo los dientes, vio en el suelo
55
las
estrellas más mínimas del cielo.
El brazo descargó, que alto tenía,
sobre el
valiente bárbaro el lombardo,
pensando que
dos piezas le haría,
según era
del ánimo gallardo:
60
pero Rengo,
que punto no perdía,
como una
onza ligera y suelto pardo,
un presto
salto dio a la diestra mano,
de suerte
que el cuchillo bajó en vano.
Tras esto el diestro bárbaro rodea
65
la poderosa
maza, de manera
que
acertarle de lleno, no al Andrea,
pero un duro
peñasco deshiciera.
Igual andaba
entre ellos la pelea,
aunque temo
yo a Rengo a la primera
70
vez que el
cuchillo baje, si le halla,
que habrá
fin con su muerte la batalla.
Mas con destreza y gran reportamiento,
desnudo de
armas y de esfuerzo armado,
entra, sale
y revuelve como el viento,
75
que en maña
y ligereza era extremado:
hace siempre
su golpe, y al momento
le halla el
enemigo así apartado,
que aunque
el cuchillo de dos brazas fuera,
alcanzar a
herirle no pudiera.
80
Mil golpes por el aire arroja en vano
el furioso
italiano embravecido,
viendo cómo
desnudo un araucano
y él armado,
le tiene en tal partido:
la izquierda
junta a la derecha mano,
85
y apretando
la espada, de corrido
al bárbaro
arremete, altos los brazos,
pensando
dividirle en dos pedazos.
El araucano con mañoso brío,
baja la
maza, firme lo esperaba,
90
mas el
cuerpo hurtó con un desvío
al tiempo
que el cuchillo derribaba:
así que el
brazo y golpe dio en vacío,
y de la
fuerza inmensa que llevaba,
el gran
cuchillo sustentar no pudo,
95
quedando
allí con sólo medio escudo.
Pues como tal lo vio, suelta la maza,
cerrando el
presto bárbaro de hecho,
y cuerpo a
cuerpo así con él se abraza,
que le
imprime las mallas en el pecho;
100
no por esto
el lombardo se embaraza,
mas piensa
dél así haber más derecho,
y con brazos
durísimos lo afierra,
creyendo
levantarlo de la tierra.
Lo que el valiente Alcides hizo a Anteo
105
quiso el
nuestro hacer del araucano;
mas no salió
fortuna a su deseo,
y así el
deseado efeto salió en vano:
que el
esforzado Rengo de un rodeo
lo lleva
largo trecho por el llano,
110
sobre los
cuerpos muertos tropezando,
siempre con
más furor sobre él cargando.
Andrea, de empacho ardiendo en rabia viva,
sintiéndose
de un hombre así apurado,
firme en el
suelo con los pies estriba,
115
cobrando
esfuerzo del honor sacado,
y de manera
sobre Rengo arriba
que de
tierra lo lleva levantado,
que era de
fuerza grande y de gran prueba,
bastante a
comportar la carga nueva.
120
Yo vi, entre muchos jóvenes valientes
sobre
pruebas de fuerza porfiando,
trabar él
una cuerda con los dientes,
asiendo
cuatro della, y estribando
todos a un
tiempo a parte diferentes,
125
a su pesar
llevarlos arrastrando;
y de solos
los dientes se valía,
que las
manos atrás presas tenía.
Y con facilidad y poca pena,
la mayor
bota o pipa que hallaba,
130
capaz de
veinte arrobas, de agua llena,
de tierra un
codo y más la levantaba;
y suspendida
sin verter, serena,
la sed por
largo espacio mitigaba,
bajándola
después al suelo llano
135
como si
fuera un cántaro liviano.
Aconteció otras veces, barqueando
ríos en esta
tierra caudalosos,
ir la
corriente el ímpetu esforzando
a desbravar
en riscos peñascosos,
140
arrebatando
el barco, no bastando
la fuerza de
los remos presurosos,
y él,
cubierto de malla como estaba,
luego
animoso al agua se arrojaba;
y una cuerda en la boca, revolviendo
145
al furioso
raudal el duro pecho,
los pies y
fuertes brazos sacudiendo,
rompía por
la canal casi derecho,
remolcando
la barca y resistiendo
el ímpetu
del agua, del estrecho
150
la sacaba a
la orilla en salvamento,
haciendo
otras mil cosas que no cuento.
A Rengo aquí también sobrepujaba,
que no fue
de su fuerza menor prueba;
pero Rengo,
que en ira se abrasaba,
155
viendo que
sin firmarse alto lo lleva,
hizo por
fuerza pie y sobre él tornaba,
sacando la
vergüenza fuerza nueva;
pero al cabo
los dos se desasieron,
y otra vez a
las armas acudieron.
160
Y comienzan de nuevo el fiero asalto
como si
descansaran todo el día,
ora presto
por bajo, ora por alto,
sin miedo el
uno al otro acometía:
Rengo, que
de armadura estaba falto,
165
con tal
destreza y maña se regía,
que sostiene
en un peso aquella guerra,
no perdiendo
una mínima de tierra.
Con presteza una vez tal golpe asienta
al valiente
cristiano por un lado,
170
que toda la
persona le atormenta,
según que
fue de fuerza muy cargado:
otro
redobla, y otro, y a mi cuenta
al cuarto,
que bajaba más pesado,
el astuto
italiano se desvía,
175
y de una
punta al bárbaro hería.
La espada le atraviesa el brazo fuerte
abriéndole
en el lado una herida;
mas fue tal
su ventura y diestra suerte
que no le
privó el golpe de la vida:
180
el bárbaro
en ponzoña se convierte,
y con
braveza fuera de medida,
con el fiero
enemigo fue en un punto,
descargando
la maza todo junto.
El italiano en alto el medio escudo
185
alzó, por
recoger el golpe extraño;
pero del
todo resistir no pudo,
aunque se
reparó parte del daño;
batiole la
cabeza el golpe crudo,
y cual si el
morrión fuera de estaño
190
y no de
fuerte pasta bien templado,
así de
aquella vez quedó abollado.
Dos o tres pasos dio desvanecido
del golpe el
italiano, vacilando,
perdida la
memoria y el sentido,
195
y anduvo por
caer titubeando:
la sangre
por el uno y otro oído
le reventó
en gran flujo, como cuando
revienta de
abundancia alguna fuente,
y en pie se
tuvo bien difícilmente.
200
Pero vuelto en su acuerdo, que se mira
lleno de
sangre y puesto en tal estado,
más furioso
que nunca, ardiendo en ira
de verse así
de un bárbaro tratado,
el brazo con
el pie diestro retira
205
para tomar
más fuerza, y el pesado
cuchillo
derribó con tal ruïdo
que revocó
en los montes del sonido.
Rengo, que el gran cuchillo bajar siente
y el ímpetu
y furor con que venía,
210
cruzando la
alta maza osadamente,
al reparo
debajo se metía:
no fue la
asta defensa suficiente
por más
barras de acero que tenía,
que a tierra
vino della una gran pieza,
215
y el furioso
cuchillo a la cabeza.
Fue este golpe terrible y peligroso,
por do una
roja fuente manó luego,
y anduvo por
caer Rengo dudoso,
atónito y de
sangre casi ciego:
220
el italiano
allí no perezoso,
viendo que
no era tiempo de sosiego,
baja otra
vez el gran cuchillo agudo
con todo
aquel vigor que dalle pudo.
En medio de la frente en descubierto
225
hiere al
turbado Rengo el italiano,
y hubiérale
de arriba a abajo abierto,
si no
torciera al descargar la mano:
el golpe fue
de llano y como muerto
vino al
suelo tendido el araucano;
230
y el
cuchillo del golpe atormentado
por tres o
cuatro partes fue quebrado.
Crino, que volvió el rostro al gran ruïdo
del poderoso
golpe y la caída,
viendo al
valiente Rengo así tendido,
235
pensó que
era pasado de esta vida:
y, de
amistad y deudo conmovido,
la espada de
su propio amo homicida,
que en Penco
Tucapel ganado había,
en venganza
del bárbaro esgrimía.
240
Pasa al Andrea de un golpe el estofado
no reparando
en él la cruda espada,
que,
rompiendo la malla por el lado,
le penetró
hasta el hueso la estocada:
vuelve con
un mandoble, y recatado
245
Andrea,
viendo venir la cuchillada,
fue tan
presto con él por resistirle,
que no le
dejó tiempo de herirle.
Sin darle más lugar, con él se afierra,
donde en
satisfacción de la herida,
250
alzándole
bien alto de la tierra,
de espaldas
le tendió con gran caída;
y por dar
presto fin a aquella guerra
la espada le
quitó y luego la vida;
metiéndose
tras esto por la parte
255
que andaba
más sangriento el fiero Marte.
Hiende por do el montón ve más estrecho;
¡triste de
aquel que allí con él se junta!
Uno parte al
través, otro al derecho,
otro al
sesgo, otro ensarta de una punta;
260
otros que
tiende, aún no bien satisfecho,
a coces los
quebranta y descoyunta:
brazos,
cabezas por el aire avienta
sin término,
sin número, ni cuenta.
El buen Lasarte con la diestra airada
265
en medio del
furor se desenvuelve,
pasa el
pecho a Talcuen de una estocada,
y sobre
Titaguan furioso vuelve:
abriole la
cabeza desarmada;
mas el
rabioso bárbaro revuelve,
270
y antes que
la alma diese, le da un tajo,
que se tuvo
al arzón con gran trabajo.
Pacheco a Norpa abrió por el costado,
y a Longoval
derriba tras él, muerto:
pues Juan
Gómez también por aquel lado,
275
de fresca
sangre bárbara cubierto,
había de un
golpe a Colca derribado
y a Galvo el
desarmado vientre abierto:
el bárbaro
mortal, la color vuelta,
dio en el
postrer suspiro la alma envuelta.
280
Gabriel de Villagrán no estaba ocioso,
que a Cinga
y a Pillolco había tendido,
y andaba
revolviéndose animoso
entre los
hierros bárbaros metido.
El rumor de
las armas sonoroso,
285
los varios
apellidos y el ruïdo,
a las aves
confusas y turbadas
hacen estar
mirándolas paradas.
Crece la rabia y el furor se enciende,
la gente por
juntarse se apiñaba,
290
que ya
ninguno más lugar pretende
del que para
morir en pie bastaba:
Quién corta,
quién barrena, rompe, hiende;
y era el
estrecho tal y priesa brava,
que, sin
caer los muertos, de apretados
295
quedaban a
los vivos arrimados.
La soberbia, furor, desdén, denuedo,
la priesa de
los golpes y dureza,
figurarla
del todo aquí no puedo
ni la pluma
llevar con tal presteza:
300
De la muerte
ninguno tiene miedo,
antes, si
vuelve el rostro, más tristeza
mostraban,
porque claro conocían
que vencidos
quedaban si vivían.
Mas aunque de vivir desconfiaban,
305
perdida de
vencer ya la esperanza,
el punto de
la muerte dilataban
por morir
con alguna más venganza:
y no por
esto el paso retiraban,
ni el pecho
rehusaban de la lanza,
310
si por mover
un paso, como digo,
dejasen de
ofender al enemigo.
Cuatro aquí, seis allí, por todos lados
vienen sin
detenerse a tierra muertos,
unos de mil
heridas desangrados,
315
de la cabeza
al pecho otros abiertos;
otros por
las espadas y costados
los bravos
corazones descubiertos,
así dentro
en los pechos palpitaban,
que bien el
gran coraje declaraban.
320
Quién en sus mismas tripas tropezando
al odioso
enemigo arremetía,
quién por
veinte heridas resollando
las
cubiertas entrañas descubría:
allí se vio
la vida estar dudando
325
por qué
puerta de súbito saldría;
al fin salía
por todas y a un momento
faltaba
fuerza, vida, sangre, aliento.
Ya pues, no estaba en pie la octava parte
de los
bárbaros muertos, no rendidos;
330
Villagrán,
que miraba esto de aparte,
viendo los
que quedaban tan heridos,
les envió
dos indios de su parte
a decir que
se entreguen por vencidos
sometiéndose
al yugo y obediencia,
335
y que usará
con ellos de clemencia.
Todos los españoles retrujeron
las espadas
y el paso en el momento,
y los dos
mensajeros propusieron
el pacto,
condición y ofrecimiento;
340
pero los
araucanos, cuando oyeron
aquel
partido infame, el corrimiento
fue tanto y
su coraje, que respuesta
no dieron a
la plática propuesta.
Los ojos contra el cielo vueltos braman,
345
"¡morir!
¡morir!", no dicen otra cosa,
morir
quieren, y así la muerte llaman
gritando:
"¡afuera vida vergonzosa!"
Ésta fue su
respuesta y esto claman;
y a dar fin
a la guerra sanguinosa
350
se disponen
con ánimo y braveza,
sacando
nuevas fuerzas de flaqueza.
Espaldas con espaldas se juntaban,
algunos de
rodillas combatiendo,
que las
tullidas piernas les faltaban,
355
sostenerse
sobre ellas no pudiendo:
y aun así
las espadas rodeaban;
otros, que
ya en el suelo retorciendo
se andaban,
por dañar lo que podían
a los
contrarios pies se revolvían.
360
Viéranse vivos cuerpos desmembrados
con la
furiosa muerte porfiando,
en el lodo y
sangraza derribados,
que rabiosos
se andaban revolcando:
de la suerte
que vemos los pescados
365
cuando se va
algún lago desaguando,
que entre
dos elementos se estremecen,
y en ellos
revolcándose perecen.
Si el crudo Sila, si Nerón sangriento,
(por más sed
que de sangre ellos mostraran),
370
della vieran
aquí el derramamiento,
yo tengo
para mí que se hartaran,
pues con
mayor rigor, a su contento
en viva
sangre humana se bañaran,
que en Campo
Marcio Sila carnicero,
375
y en el foro
de Roma el bestial Nero.
Quedaron por igual todos tendidos
aquellos que
rendir no se quisieron,
que ya al
fin de la vida conducidos,
a la forzosa
muerte se rindieron:
380
los lasos
españoles mal heridos
de la
cercada plaza se salieron,
de armas y
cuerpos bárbaros tan llena,
que sobre
ellos andaban a gran pena.
Ningún bárbaro en pie quedó en el fuerte
385
ni brazo que
mover pudiese espada;
sólo Mallén,
que al punto de la muerte
le dio de
vivir gana acelerada:
y rendido al
temor y baja suerte,
viéndose de
una fiera cuchillada
390
en el
siniestro brazo mal herido,
detrás de un
paredón se había escondido.
No sintiendo el rumor que antes se oía,
que en torno
retumbaba todo el llano,
que, como
dije, ya la muerte había
395
puesto
silencio con airada mano;
dejó aquel
paredón, y a ver salía
si hallaba
por allí algún araucano,
a quien se
encomendar que le salvase,
y la
sensible llaga le apretase.
400
Mas cuando vio la plaza cuál estaba,
y en sus
amigos tal carnicería,
que aunque
la muerte los desfiguraba,
la envidia
conocidos los hacía;
con ira
vergonzosa, presentaba
405
la espalda
al corazón, y así decía:
"¡cómo!
¿yo solo quedo por testigo
de la muerte
y valor de tanto amigo?
"Cobarde corazón, por cierto indigno
de algún
golpe de espada valerosa,
410
pues fue por
elección y no destino
perder una
sazón tan venturosa;
tú me
apartaste, ¡oh flaco! del camino
de un eterno
vivir, y a vergonzosa
muerte he
venido ya con mengua tuya,
415
por más que
la mi diestra lo rehúya.
"Si a mi sangre con esta del estado
mezclarse
aquí le fuere concedido,
viendo mi
cuerpo entre éstos arrojado,
aunque de
brazo débil ofendido,
420
quizá seré
en el número contado
de los que
así su patria han defendido:
mas, ¡ay
triste de mí!, que en la herida
será mi
flaca mano conocida.
"¿Qué indicios bastarán, qué
recompensa,
425
qué enmienda
puedo dar de parte mía,
que yo
satisfacer pueda a la ofensa
hecha a mi
honor y patria y compañía?
Yo turbo el
claro honor y fama inmensa
de tantos,
pues podrán decir que había
430
entre ellos
quien de miedo, bajamente,
del enemigo
apenas vio la frente.
"¿Por qué al temor doy fuerzas
dilatando
con prolijas
razones mi jornada?
Arrepentirme
¿qué aprovecha cuando
435
ya el
arrepentimiento vale nada?"
Aquí cerró
la voz, y no dudando
entrega el
cuello a la homicida espada:
corriendo
con presteza el crudo filo,
sin sazón de
la vida cortó el hilo.
440
Cese el furor del fiero Marte airado,
y descansen
un poco las espadas,
entretanto
que vuelvo al comenzado
camino de
las naves derramadas:
que contra
el recio Noto porfiado,
445
de Neptuno
las olas levantadas,
proejando
por fuerza iban rompiendo,
del viento y
agua el ímpetu venciendo.
Por entre aquellas islas navegaron
de Sangallán,
do nunca habita gente,
450
y las otras
ignotas se dejaron
a la diestra
de parte del Poniente;
a Chaule a
la siniestra, y arribaron
en Arica, y
después difícilmente
vimos a
Copiapó, valle primero
455
del distrito
de Chile verdadero.
Allí con libertad soplan los vientos,
de sus
cavernas cóncavas saliendo,
y furiosos,
indómitos, violentos,
todo aquel
ancho mar van discurriendo:
460
rompiendo la
prisión y mandamientos
de Eolo su
rey, el cual temiendo
que el mundo
no arruïnen, los encierra
echándoles
encima una gran sierra.
No con esto su furia corregida,
465
viéndose en
sus cavernas apremiados,
buscan con
gran estruendo la salida
por los
huecos y cóncavos cerrados:
y así la
firme tierra removida
tiembla, y
hay terremotos tan usados,
470
derribando
en los pueblos y montañas
hombres,
ganados, casas y cabañas.
Menguan allí las aguas, crece el día
al revés de
la Europa, porque es cuando
el Sol del
Equinoccio se desvía,
475
y al
Capricornio más se va acercando.
Pues desde
allí las naves, que a porfía
corren, al
mar y al Austro contrastando,
de Bóreas
ayudadas luego fueron,
y en el
puerto Coquímbico surgieron.
480
Apenas en la deseada arena,
salidos de las
naos el pie firmamos,
cuando el
prolijo mar, peligro y pena
de tan
largos caminos olvidamos:
y a la nueva
ciudad de La Serena,
485
que es dos
leguas del puerto, caminamos
en lozanos
caballos guarnecidos,
al esperado
tiempo prevenidos:
Donde un caricioso acogimiento
a todos nos
hicieron y hospedaje,
490
estimando
con grato cumplimiento
el socorro y
larguísimo viaje,
y de dulce
refresco y bastimento
al punto se
aprestó el matalotaje,
con que se
reparó la hambrienta armada,
495
del largo
navegar necesitada.
A la gente y caballos aguardaban,
que, por
áspera tierra y despoblados
rompiendo,
con esfuerzo caminaban,
de hambres y
trabajos fatigados;
500
pero a
cualquier fortuna contrastaban,
y desde poco
a la ciudad llegados,
un mes en
mucho vicio reposaron
hasta que
los caballos reformaron.
Al fin del cual, sin esperar la flota,
505
reparados
del áspero camino,
toman de su
demanda la derrota,
llevando a
la derecha el mar vecino:
pasan la
fértil Ligua y a Quillota
la dejaron a
un lado, que convino
510
entrar en
Mapochó, que es do pararon
las
reliquias de Penco que escaparon.
El sol del común Géminis salía
trayendo
nuevo tiempo a los mortales,
y del Solsticio
por Zenit hería
515
las partes y
región septentrionales,
cuando es
mayor la sombra al medio día
por este
apartamiento en las australes,
y los
vientos en más libre ejercicio
soplan con
gran rigor del austral quicio.
520
Nosotros, sin temor de los airados
vientos, que
entonces con mayor licencia
andan en
esta parte derramados
mostrando
más entera su violencia,
a las usadas
naves retirados,
525
con un
alegre alarde y aparencia
las
aferradas áncoras alzamos,
y al
Noroeste las velas entregamos.
La mar era bonanza, el tiempo bueno,
el viento
largo, fresco y favorable,
530
desocupado
el cielo y muy sereno,
con muestra
y parecer de ser durable:
seis días
fuimos así; pero al seteno,
Fortuna, que
en el bien jamás fue estable,
turbó el
cielo de nubes, mudó el viento,
535
revolviendo
la mar desde el asiento.
Bóreas furioso aquí tomó la mano
con
presurosos soplos esforzados,
y súbito en
el mar tranquilo y llano
se alzaron
grandes montes y collados:
540
los
españoles, que el furor insano
vieron del
agua y viento, atribulados
tomaron por
partido estar en tierra,
aunque del
todo hubiera fin la guerra.
De mi nave podré sólo dar cuenta,
545
que era la
capitana de la armada,
que arrojada
de la áspera tormenta
andaba sin
gobierno derramada;
pero ¿quién
será aquel que en tal afrenta
estará tan
en sí que falte en nada?
550
Que el
general temor apoderado
no me dejó
aún para esto reservado.
Con tal furia a la nave el viento asalta,
y fue tan
recio y presto el terremoto,
que la cogió
la vela mayor alta,
555
y estaba en
punto el mástil de ser roto:
mas, viendo
el tiempo así turbado, salta
diciendo a
grandes voces el piloto:
"¡larga
la triza en banda! ¡larga! ¡larga!
Larga
presto, ¡ay de mí! ¡que el viento carga!"
560
La braveza del mar, el recio viento
el clamor,
alboroto, las promesas,
el cerrarse
la noche en un momento
de negras
nubes, lóbregas y espesas;
los truenos,
los relámpagos sin cuento,
565
las voces de
pilotos y las priesas,
hacen un son
tan triste y armonía,
que parece
que el mundo perecía.
"¡Amaina! ¡amaina!" gritan
marineros,
"¡amaina
la mayor! ¡iza trinquete!"
570
Esfuerzan
esta voz los pasajeros,
y a la triza
un gran número arremete:
los otros de
tropel corren ligeros
a la escota,
a la braza, al chafaldete,
mas del
viento la fuerza era tan brava,
575
que ningún
aparejo gobernaba.
Ábrese el cielo, el mar brama alterado
gime el
soberbio viento embravecido;
en esto un
monte de agua levantado
sobre las
nubes con un gran ruïdo
580
embistió el
galeón por un costado,
llevándolo
un gran rato sumergido,
y la gente
tragó del temor fuerte
a vueltas de
agua la esperada muerte.
Mas quiso Dios que de la suerte como
585
la gran
ballena, el cuerpo sacudiendo
rompe con el
furioso hocico romo,
de las olas
el ímpetu venciendo,
descubre y
saca el espacioso lomo,
en anchos
cercos la agua revolviendo,
590
así debajo
el mar salió el navío,
vertiendo a
cada banda un grueso río.
El proceloso Bóreas más crecido
la mar hasta
los cielos levantaba,
y aunque era
un mangle el mástil muy fornido,
595
sobre la
proa la alta gavia estaba:
la gente con
gran fuerza y alarido,
en amainar
la vela porfiaba,
que en forma
de arco al mástil oprimía,
y así la
racamenta no corría.
600
Eolo, o ya fue acaso, o se doliendo
del afligido
pueblo castellano,
iba al
valiente Bóreas recogiendo,
queriendo él
encerrarle por su mano:
y abriendo
la caverna, no advirtiendo
605
al Céfiro
que estaba más cercano,
rotas ya las
cadenas a la puerta,
salió
bramando al mar, viéndola abierta.
Y con violento soplo, arrebatando
cuantas
nubes halló por el camino,
610
se arroja al
levantado mar, cerrando
más la noche
con negro torbellino:
y las
valientes olas reparando,
que del
furioso Cierzo repentino
iban la vía
siguiendo, las airaba,
615
y el
removido mar más alteraba.
Súbito la borrasca y travesía
y un turbión
de granizo sacudieron
por un lado
a la nao, y así pendía,
que al mar
las altas gavias descendieron:
620
fue la furia
tan presta, que aún no había
amainado la
gente; y cuando vieron
los pilotos
la costa y viento airado,
rindieron la
esperanza al duro hado.
La nao, del mar y viento contrastada,
625
andaba con
la quilla descubierta,
ya sobre
sierras de agua levantada,
ya debajo
del mar toda cubierta:
vino en esto
de viento una grupada,
que abrió a
la agua furiosa una ancha puerta,
630
rompiendo
del trinquete la una escota,
y la mura
mayor fue casi rota.
Alzose un alarido entre la gente,
pensando
haber del todo zozobrado,
miran al
gran piloto atentamente,
635
que no sabe
mandar de atribulado:
unos dicen
"¡Zaborda!"; otros "¡Detente;
cierra el
timón en banda!", y cuál turbado
buscaba
escotillón, tabla o madero,
para tentar
el medio postrimero.
640
Crece el miedo, el clamor se multiplica,
uno dice
"¡A la mar!"; otro "¡Arribemos!";
otro da
grita "¡Amaina!"; otro replica;
"¡A
orza, no amainar, que nos perdemos!";
otro dice
"¡Herramientas, pica, pica!
645
¡Mástiles y
obras muertas derribemos!"
Atónita de
acá y de allá la gente,
corre en
montón confuso diligente.
Las gúmenas y jarcias rechinaban
del
turbulento Céfiro estiradas,
650
y las
hinchadas olas rebramaban
en las
vecinas rocas quebrantadas,
que la
escura tiniebla penetraban,
y cerrazón
de nubes intricadas;
y así en las
peñas ásperas batían,
655
que blancas
hasta el cielo resurtían.
Travesía era el viento y por vecina
la brava
costa de arrecifes llena,
que del
grande reflujo en la marina
hervía la
agua mezclada con la arena:
660
rota la
escota, larga la bolina,
suelto el
trinquete, sin calar la entena
y la poca
esperanza quebrantada
por el
furioso viento arrebatada.