FLORENCIO SÁNCHEZ

 

 

LA GENTE HONESTA

 

 

 

Personajes

                                   

ADELA

                    

 

MISIA EMILIA

 

 

LUISA

 

 

SIRVIENTA

 

 

ERNESTO

 

 

ADOLFO

 

 

CHIFLE

 

 

LA INGLESA

 

 

CURIOSO 1º

 

 

CURIOSO 2º

 

 

EL 47

 

 

EL 32

 

 

EL 169

 

 

VIEJA

 

 

LA RUSA

 

 

EL BOTERO

 

 

EL GUARDIÁN

 

 

LOLA

 

 

CONSUELO

 

 

PÉREZ

 

 

PONCHO

 

 

 

 

Cuadro primero

Gabinete elegante, puertas franqueables al fondo a derecha e izquierda. Teléfono a la vista en cualquier parte. Mesita para té con tres tazas servidas.

 

 

Escena I

 

ADELA - MISIA EMILIA - Después LUISA.

     MISIA EMILIA.- ¡Luisa! ¡Luisa! ¡Se te enfría el té!

     LUISA.- (Desde adentro izq.) Ya, voy mamá, ¡qué fastidio!

     ADELA.- Déjala, debe estar muy ocupada con los trapos de su marido. En cuanto Carlos sale ya está ella dele que dele cepillo a su ropa.

     LUISA.- ¿Y qué más remedio cuando a una le tocan esposos tan abandonados?

     M. EMILIA.- ¡Pues hijita para lo que te agradece! Figúrate que dice Ernesto que eso de la limpieza es un pretexto tuyo para revisarle a gusto los bolsillos.

     ADELA.- ¡Pérfido! ¡Calumniador!

     LUISA.- ¡Ya lo creo! ¡Ingrato! Si no fuera por su mujercita que le cuida la ropa andaría todo el santo día hecho un atorrante ¡Pero!... ¿Qué es esto? ¡Ay! ¡Dios mío! ¡qué temeridad!... Qué cosa bárbara (sale con un saco y un cepillo en las manos.)

     M. EMILIA.- ¿Qué pasa mujer?

     LUISA.- ¡Jesús!... ¡perdido! ¡a la miseria, el saco, el saquito nuevo de mi marido!... Vean: desde acá hasta aquí una mancha!... ¡Uf! ¡y la solapa! ¡que chorretes!... ¿Cómo habrá podido ensuciarse así? (Cepilla un poco, observa, huele.) ¡Uff! Qué desagradable; ¡huele, Adela!

     ADELA.- Retira eso.

     LUISA.- Huele tú, mamá.

     M. EMILIA.- (Toma el saco. Huele y concienzudamente.) ¡A bodegón!

     ADELA.- ¡Jesús! ¡Qué mujeres indiscretas!

     LUISA.- (Observando y cepillando de nuevo.) ¡Y no sale! ¿No, que no sale? (Rasca con la uña) ¿Y esto tan pegado? ¡Dios mío! Si parece... parece... ¡oh! si es un fideo. ¡Qué asco!

     M. EMILIA.- ¡Qué barbaridad!

     ADELA.- Retira esa inmundicia.

     LUISA.- ¡Ah, no! Primero lo ha de ver Ernesto... ¡Y me ha de explicar cómo ha podido mancharse así! ¿Qué habrá andado haciendo?

     M. EMILIA. - Mira, hija; lo mejor que puedes hacer es no darte por entendida del asunto. A los hombres, sobre todo a los hombres jóvenes y medio tarambanas como tu marido, no conviene exigirles la explicación de ciertas cosas, como esa del saco, muy censurables, hijita; pero no de las más graves: una fiesta de amigos, una sobremesa prolongada y... un saco echado a perder, ¿y qué?... al fin y al cabo está muy lejos de ser un vicio (ve a LUISA que se ha sentado a llorar.) Pero ¿qué es eso, Luisa? ¡Estás llorando! (va hacia ella).

     ADELA.- (Abrazando a su madre, compungida.) ¡Ay, mamita querida! Ya lo comprendo todo. Soy muy desgraciada: Ernesto me engaña, es un infame, un calavera, un vicioso, un perdido...

     M. EMILIA.- Vamos, cálmate, cálmate. ¡No hay que exagerar las cosas! Ernesto es joven y conserva algunos resabios de su vida de soltero.

     LUISA.- ¡Ay, mamita querida! Yo no había querido decirles nada, pero Ernesto desde un tiempo a esta parte, no es el mismo maridito amable, bueno, cariñoso... Se pasa casi todo el día por ahí, falta a la hora de comer, y vuelve siempre después de media noche.

     M. EMILIA.- La política, los negocios...

     LUISA.- Sí, bonitos negocios. ¿Se acuerdan del otro día que nos llevó al boulevard y después nos mandó solas a casa, diciendo que tenía que hablar con el doctor Pérez, uno que iba en otro coche? Pues bien: esa noche no vino a comer y a la mañana siguiente le encontré un manchón así blanco, en la solapa del jacquet.

     ADELA.- Sería cal o polvo.

     LUISA.- Polvos, hijita, y de los más ordinarios y yo no creo que el doctor Pérez se revoque la cara. Pero eso no es nada. ¡Vieran las otras noches! Era casi de día cuando sentí que abría la puerta. Yo que no había pegado los ojos, me hice la dormida, como siempre, ¿sabes?, esperando que me despertara con un beso, y el muy sinvergüenza... ¡nada! Empezó a desnudarse caminando de un lado para otro del cuarto y aquí dejaba una cosa y más allá la otra; colgó el sombrero en el cuadro de la virgen, la corbata en el pico de gas, arrojó la camisa sobre el lavatorio y los pantalones quién sabe dónde, y después se acostó; figúrate, se acostó, para sacarse los botines, y estuvo un rato así con los pies para arriba desabrochando, hasta que pudo descalzarse, tirando los zapatos con un ruido de todos los diablos. Yo entonces me di vuelta y empecé a mirarlo así, con los ojitos entornados. ¡Vieran qué ojeroso y desencajado estaba! Él, como si recién me viera, se sonrió y acercó la cara despacito, despacito, y cuando ya me iba a dar el beso me hizo una morisqueta así y volvió a dejar caer la cabeza en la almohada. Al rato roncaba como un bendito, respirando fuerte y con un aliento a bebidas...

     ADELA.- ¡Ave María, mujer, qué olfato!

     LUISA.- Y ahora digan, digan si tengo razón, para llorar y rabiar y desesperarme, y para decir que mi marido es un calavera, un perdido, un vicioso, un...

     M. EMILIA.- Sí, hija; nadie te lo niega. Pero esas cosas se toman con más calma.

     ADELA.- Claro, tiene razón mamá.

     LUISA.- ¡Con calma, con calma! Pero vengan acá, mujeres desalmadas. Es decir, que he de quedarme como una momia, cuando sé que mi señor marido anda haciendo perrerías por ahí!... ¡Ah! ¡Cómo se conoce que ustedes no han pasado por estos trances!

     M. EMILIA.- ¡Calla, hijita, calla! No me obligues a hablar, que te aseguro que si a cada calaverada del finado tu padre se me hubiera cortado un pelo, a la fecha estaría calva.

     LUISA.- Pero papá no andaría como Ernesto, manchándose la ropa por ahí.

     M. EMILIA.- Peor, hija. ¡Las veces que me lo han traído en parihuelas!

     ADELA.- Mamá, por Dios, deja tranquilo al pobrecito papá.

     M. EMILIA.- Dios me libre de ofender su memoria. Si he dicho eso ha sido para probarle a Luisa que más que un vicio lo que le sucede a Ernesto es un efecto de eso que por ahí llaman la ley de herencia.

     ADELA.- Pero mujer, ¿qué tiene que ver Ernesto con papá?

     M. EMILIA.- Muchacha, ¿y no es su yerno? (Suena la campanilla del teléfono. LUISA va al aparato.)

     LUISA.- ¡Hola! ¡Hola! ¿Con quién hablo?... Sí, señor... ¿Con quién hablo yo?... ¿Cómo?... No, ha salido... ¡Insolente!...

     ADELA.- ¿Quién era, ché?

     LUISA.- ¡Quién iba a ser! Pancho, ese amigote de mi marido.

     M. EMILIA.- ¿Y qué se le ofrecía?

     LUISA.- Dice que manda una carta urgente para Ernesto y creyendo que fuera yo la sirvienta me encarga que la entregue en manos propias. ¡Ah! y el muy sinvergüenza me tira un beso de despedida.

     ADELA.- ¡Ja... ja... ja! ¡Qué insolente!

 

 

Escena II

 

DICHOS - Una SIRVIENTA.

     SIRVIENTA.- Señora, un cochero trae esta carta para el señor don Ernesto.

     LUISA.- Está bien.

     SIRVIENTA.- ¿No hay contestación?

     LUISA.- Ya lo veremos, digo, no, no hay; vete no más. (Lee el sobre escrito y observa la carta a trasluz, como vacilando.) ¡Ah! ¡Pronto saldremos de dudas!

     ADELA.- Luisita, supongo que no te atreverás...

     LUISA.- ¿A abrirla? Ya lo creo que me atrevo. Ya verán. (Toma una cucharita y trata de introducir el cabo por una de las puntas del sobre cuidando no romperlo.)

     M. EMILIA.- Mujer, eso es muy feo.

     LUISA.- Cosas más feas hace Ernesto, y sin embargo ustedes lo defienden. De cualquier modo, si se trata de cosas que no me interesan le diré a Ernesto que su mujercita, creyendo que fuera algo urgente se permitió... ¡pero casi ya está abierta! Mozos diablos para cerrar cartas. A ver, a ver (lee ávidamente y de repente estruja el papel y comienza a pasearse). ¡Ah pillos! ¡Pillo! ¡Pillo! Bien lo decía yo. ¡Infame! Y ustedes que todavía lo están defendiendo.

     M. EMILIA.- ¿Pero qué pasa?

     ADELA.- ¿Qué dice esa carta?

     LUISA.- ¡Nada! ¡Nada! ¿Qué ha de decir? ¡Negocios! (Sigue paseándose.) ¡Ah, pero me la pagará! ¡Engañar a una mujer como yo, buena, cariñosa, linda!

     ADELA.- Vamos, preciosura, ¿se puede saber?

     LUISA.- (Metiéndole la carta por los ojos.) Sí: cómo no, tomen, tomen. ¡Lean, vean, qué monada de marido tengo!

     ADELA.- No seas grosera, muchacha. (Toma la carta y lee fuerte.) "Mi querido Ernesto: Gran bolada, las dos gallegas del Casino aceptan. A las siete comeremos en lo de Quiqui. Le he avisado al tuerto Pérez, al Cordobés y al Ñato. Dile a Adolfo que se traiga a la gringuita. Gran pasegiata por el lago y después gran cena en el cotorro. Tuyo: Pancho."

     LUISA.- ¿Eh? ¿Qué les parece mi maridito? ¿Qué piensan de mi maridito? ¡Qué dicen de mi maridito?... ¡Ah!, se callan. ¿Han visto cómo tenía razón? Y tú, Adela, que estabas tan cocorita, ahí lo tienes a tu novio con una gringa, la gringuita de Adolfo. Defiendan ahora a Ernesto... ¡Ah, señor marido!; ya vamos a ajustar las cuentas, y bien ajustadas. (Se pasea de nuevo.) Infame, infame, dejar a su mujercita por unas gallegas desorejadas; a su mujercita que tanto lo ha querido. Abandonarme para irse a cenar al cotorro, al cotorro, tan luego con amigotes y mujerzuelas. ¡Oh, pero me las pagará! De hoy en adelante él por su lado y yo por el mío.

    M. EMILIA.- Pero muchacha, ¿qué estás diciendo?

     LUISA.- Que estoy dispuesta a no tolerar más a mi marido. Manda llamar en seguida al doctor López, pero en seguida, ¿eh?

     ADELA.- ¿Y qué tiene que ver con esas cosas el doctor López?

     LUISA.- Mucho, porque quiero divorciarme.

     ADELA.- Adiosito; se alborotó la pajarera.

     LUISA.- Sí, señor. Aquí están las pruebas. Presento en seguida el escrito y mañana mismo saldrá en los diarios. La distinguida señora N. N. ha entablado demanda de divorcio contra el señor N. N. ¡Oh, sí! Y pasado mañana ya podrá seguir farreando Ernesto a su gusto, que por mi parte no me quedaré atrás.

    M. EMILIA.- ¡Hija, te has enloquecido!...

     LUISA.- No, señora; estoy bien cuerda. Y me volveré a casar; buscaré un maridito decente, bueno, honesto y sumiso y con él iré al teatro, al boulevard, a todas partes donde Ernesto me pueda encontrar a cada rato para demostrarle que soy feliz, para refregarle mi dicha por los hocicos.

     ADELA.- Pero muchacha, no digas sonceras. ¡Si la ley de divorcio no permite casarse de nuevo!

     LUISA.- Mejor todavía.

     M. EMILIA.- Qué temeridad.

     ADELA.- Óyeme, Luisa. No te exaltes y escúchame, que aunque no soy casada, tengo bastante buen sentido para comprender las cosas.

     LUISA.- Si pretendes disuadirme, trabajo inútil. Me divorcio, me divorcio y ¡me divorcio!

     ADELA.- En primer término: ¿quién te ha dicho que Ernesto piensa asistir a la farra esa?

     LUISA.- ¿Y si va?

     ADELA.- ¿Y si no va? Y aun en el caso de que fuera crees tú que porque un hombre esté casado, tiene la obligación de taparse los ojos para no ver las cosas malas que hay en este mundo? Ernesto podría muy bien asistir a la fiesta sin faltar a sus deberes conyugales.

     M. EMILIA.- Hablas como un libro, hija.

     LUISA.- ¡Uf! ¡Qué sangre de horchata que tienen ustedes!

     ADELA.- Piensa lo que quieras, pero yo te digo que tú no has dejado de querer a Ernesto y que no eres capaz de divorciarte. ¿A qué armar entonces el escándalo? Cálmate, confía en mí y cierra esa carta. Cuando venga Ernesto, que no ha de tardar, se la entregas como si nada hubiera pasado.

     LUISA.- Pero...

     ADELA.- Cálmate. Veremos lo que Carlos resuelva, y si asiste a la farra, cosa que no creo, nos largamos esta noche al Parque en un coche con mamá y buscaremos el medio de observar su conducta.

     M. EMILIA.- ¡Conmigo no cuenten, hijitas! No estoy yo para esos trotes.

     LUISA.- ¡Pero, mamá! No podemos andar dos muchachas solas por esos lados.

     M. EMILIA.- ¿Y tú no eres una señora?

     LUISA.- Jesús, pero no llevo a la vista las huellas del matrimonio.

     ADELA.- Silencio, que ahí sube Ernesto. Cierra ese sobre.

 

 

Escena III

 

Dichos - ERNESTO - ADOLFO.

     ERNESTO.- (De adentro.) Subí, Adolfo, no seas pavo; ya sabemos que estás con ganitas. Muy buenas tardes. Figúrate, Adelita, que Adolfo se está haciendo rogar para entrar, ¡qué farsante!, ¿no?

     ADELA.- Déjalo, tendrá sus motivos para no vernos.

     ADOLFO.- Absolutamente. ¿Cómo está usted, señora? ¿Cómo está, Adelita?

     ERNESTO.- (Yendo hacia LUISA.) ¿Qué es esto, Luisita? No te había visto. ¿Estás enferma? Ché, Adolfo, no mires; cuando uno anda todo el día afuera de su casa, tiene que compensar a su mujercita la larga ausencia. (Se acerca y quiere besarla. Ella se resiste.)

     ADOLFO.- ¡Qué buen ejemplo de matrimonio feliz!, ¿es verdad?

     M. EMILIA.- Ya lo creo. ¡La mar de dicha!...

     ERNESTO.- ¿Se siente mal, mi Luisita? ¿Qué tiene? ¿La jaqueca otra vez? ¡Pobre mi negra!

     ADELA.- Desde hoy le estoy diciendo que vaya a acostarse, pero ella por esperarte...

     ERNESTO.- ¡Caramba, y yo que he tardado tanto! Pero esta política lo absorbe a uno por completo. Felizmente pronto terminará todo y podré volver de nuevo a la vida amable del hogar al lado de este tesoro que tanto quiero.

     LUISA.- ¡Farsante!

     M. EMILIA.- Y usted, Adolfo, ¿también anda metido en esas cosas?

     ADOLFO.- Acompaño a Carlos. Precisamente venimos de dirigir los arreglos del teatro para la reunión del diez.

     ADELA.- A propósito de teatro, hace una porción de noches que no nos llevas, Ernesto.

     ERNESTO.- Es cierto. ¿Qué dan esta noche en el Politeama?

     ADELA.- No lo sé, pero aquí podemos ver en "La Época". Divorcios. Comedia de Dumas. ¿Vamos?

     ERNESTO.- Pero Luisa seguirá con su jaqueca.

     LUISA.- No, no, no; supongo... creo que se me pasará pronto.

     ERNESTO.- Entonces no hay inconveniente. Lo invitamos también a Adolfo, ¿verdad?

     M. EMILIA.- ¡Nos salvamos! ¿Y qué les parece si lo invitáramos también a comer?

     ADELA.- (Aparte a LUISA.) Dale la carta.

     ADOLFO.- Aceptado con el mayor gusto.

     LUISA.- Ah, Ernesto, discúlpame; con esta jaqueca ni sé lo que hago. Han traído esta carta para ti hace un rato.

     ERNESTO.- (Lee y gravemente se la pasa a ADOLFO.) Entérate. ¡Lo que nos esperábamos! ¡Qué mala suerte, muchachas!

     ADELA.- ¿Qué ocurre?

     LUISA.- Malas noticias.

     M. EMILIA.- La embarramos de nuevo.

     ERNESTO.- Malas, malas, no. Disgustantes, ¿verdad, Adolfo?

     LUISA.- ¡Cínicos!

     ADOLFO.- ¡Pero qué desdicha!

     ERNESTO.- Y lo peor es que no tenemos más remedio que ir, ¿verdad, Adolfo?

     ADOLFO.- No tenernos más remedio.

     LUISA.- ¡Pilletes, granujas!

     ADELA.- ¿Pero de qué se trata?

     ERNESTO.- Se deshacen nuestros proyectos, hija. Avisan del Comité que a las siete se les dará una comida a los delegados. Y nuestra presencia ahí es necesaria, ¿verdad, Adolfo?

     ADELA.- De modo que nos quedamos sin teatro. ¡Qué lástima! ¿Pero no se sientan ustedes? Voy a servirles el té.

     ERNESTO.- No, no, gracias, tengo que cambiar algunas ideas con Adolfo y nos vamos al escritorio. (Toma del brazo a ADOLFO y se van. Aparatosamente.) Proclamaremos los tres candidatos a Senadores y...

     LUISA.- Hasta luego, futuros... cenadores.

 

 

 

CUADRO SEGUNDO

 

Fachada del Casino iluminada. Se supone el espectáculo a terminar. Llegan las voces de una popular canción inglesa, coreada por el público. Aplausos, gritos, silbidos. Se acercan algunas personas y se detienen junto a las arcadas. Un vigilante. De cuando en cuando salen concurrentes viendo y hablando fuerte y se van por la derecha. de donde deben llegar estas voces: ¡Coche señor! ¡Aquí estoy yo marchante!

 

 

Escena I

 

EL GRINGO CHIFLE - LA INGLESA - CURIOSO PRIMERO y SEGUNDO, EL 47, EL 32 y EL 169. Estrujándose se abalanzan sobre CHIFLE.

     EL 47.- Coche, señor.

     EL 32.- Aquí estoy yo, el 32, don Chifle.

     EL 169.- Salgan de ahí, que es marchante mío...

     CHIFLE.- Cagamba, cagamba, ¡ja, ja, ja!, ¡qué ba-ba-baguidad! ¡Déjeme en paz hombre! Esos cochegos, abusan (a los curiosos). ¿Cómo les va? ¿Cómo les va? ¡Han visto! Aquí no hay autoguidades. ¡Si yo fuego bolita!... ¡Ja, ja, ja! El nuevo Gobernador...

     CURIOSO 1º.- ¡Zas!, qué lata, hermanito.

     CHIFLE.- El nuevo Gobernador no sabe lo que piegde con tener esta policía inútil... Es preciso caerle y caerle en el diario. (Sale LA INGLESA.) Con pemiso. (Va hacia ella.)

     INGLESA.- Hallo, old chap!

     CHIFLE.- Come on, get á mouve on you chippie!

     CURIOSO 1º.- ¡Adiós, tigre! !Qué bolada!

     CURIOSO 2º.- Qué yunta para un coche.

     CURIOSO 1º.- ¡Observa el pedigree, ché gringo! Buen provecho.

     EL 169.- Aquí estoy yo, don Chifle.

     CHIFLE.- Ja. ja... ja... ¡Cochero al Hotel del Sud!

 

 

Escena II

 

Una dama canta con voz destemplada. Chillidos, aplausos, silbidos, mucha gente abandona el teatro riendo y hablando fuerte. Se van unos por la derecha y otros por la izquierda. Algunos detiénense y presencian la escena. LOLA, CONSUELO, ERNESTO, EL TUERTO PÉREZ, PANCHO, todos cantando la marcha de "Aída", simulando las trompetas con los bastones. Carcajada general.

     CURIOSO 1º.- Adiós, muchachos. ¿Cómo les va? ¿Qué andan haciendo?

     ERNESTO.- Adiós, adiós. Hola, muchachos, ¿qué les parecen estas gallegas?

     CURIOSO 2º.- ¡Macanudas, hermano! Gran bolada, ¿no? ¿Y Adolfo?

     ERNESTO.- Por ahí anda. Se ha quedado viudo. No ha podido traer a la gringuita y para vengarse se ha catado una papalina!...

     CURIOSO 1º.- ¡Ché! ¿Por casa cómo andamos?

     EL AGENTE.- (Acercándose al grupo formado por LOLA, CONSUELO, etc.) Tengan la bondad de ir despejando.

     LOLA.- Ya vamos, hombre. ¡Jesús, qué energía!

     ERNESTO.- ¿Qué es eso? ¿Qué pasa?

     CONSUELO.- ¡Ná! Que er señó Gobernador de la Provincia ha dado un decreto sobre el tránsito público!

     EL AGENTE.- ¡Que despejen he dicho! ¡Y si no quieren entender a las buenas...!

     ERNESTO.- Vea, agente... ¡No sea pavo! Si no tiene modales, yo se los voy a enseñar... ¿entiende?

     EL AGENTE.- ¿A mí?

     CONSUELO.- ¡Jesús! Ten cuidado, Ernesto, no vaya a hacer contigo un 28 de setiembre.

     PANCHO.- Vaya, hombre. ¡Sosiégate!... ¡Si no es para tanto!

     PÉREZ.- Vámonos de una vez, muchachos!

     LOLA y CONSUELO.- ¡Vamos, vamos! Ven, Ernesto. (Lo tironean.)

     ERNESTO.- Es que hay que darles una lección a estos insolentes. ( Se alejan por la derecha.)

     EL AGENTE.- (Alejándose hacia la izquierda.) ¡Dan un trabajo estos cajetillas!

     EL 32.- (De adentro.) ¡Aquí está el coche, el 32, mozos!

     PANCHO.- Ché, pero se nos queda Adolfo. Espérenme. ¡Adolfo!

 

 

Escena III

 

Dichos - ADOLFO.

     ADOLFO.- (Saliendo muy desaliñado.) Muchachos... ¡Ja... ja...! ¡Vieran qué cosa!... ¡Voy a reventar de risa! !Vengan, vengan! (Se vuelven todos alborozados.)

     VARIAS VOCES.- ¿Qué hay? ¿Qué pasa? ¿Qué es esto?

     ADOLFO.- Nada, ¡Ja... ja! Que se ha armado una de a pie entre la rusa y el viejo de los vaporcitos; ¡ja... ja... ja...!

     ERNESTO.- ¡Sí, ché!

     LOLA.- Cuenta, hombre.

     CONSUELO.- ¿Por qué ha sido la bronca?

     ADOLFO.- Pero qué risa... ¡ja, ja...!

     LOLA.- (Tomándolo por un brazo.) ¡Jesús, qué hombre tan pesado! Cuenta de una vez.

     ADOLFO.- Yo no sé bien por qué habrá sido, pero cuando los vi estaban en lo mejor de la pelea. El viejo medio lloriqueando y la rusa hecha una tigra. Choff! pot! toff! goff! soff! Bueno, de repente, el viejo sacó del bolsillo un estuche y se lo entregó a la muchacha. La muchacha se conformó un poco y hasta le pasó la mano por la cara, pero seguramente la gargantilla era muy ordinaria porque cuando menos se lo espera, la rusa escupió un insulto y ¡ja... ja...! le mandó con el estuche por la cabeza...

     ERNESTO.- ¡Ja... ja...! ¡Qué notable!

     LOLA.- Bien hecho por mezquino.

     ADOLFO.- Ché, pero cállense que ahí viene; vamos a gozarlo.

 

 

Escena IV

 

Dichos - VIEJO- LA RUSA - Se detienen un momento éstos accionando vivamente. LA RUSA avanza pronunciando enojada palabras incomprensibles con muchas "fff"finales.

     ADOLFO.- La tempesta e vicina!...

     VIEJO.- (Siguiéndola y ofreciéndole el estuche.) ¿Por qué es tan malita? Le aseguro que vale más de 500 pesos. ¡Quinientoff!... ¡Acéptelos!...

     ERNESTO.- Bicho feo.

     VIEJO.- (Insistiendo, afligido.) Para mañana cuando salgamos en el vaporcito le prometo un medallón con esmeraldas... esmeraldoft! !No sea así!... ¡Sofiucha! Acepte éste... (gesto negativo de LA RUSA.)

     VARIAS VOCES.- ¡Pa... pe...lón! ¡Pa... pe... lón!

     ADOLFO.- ¡Pero ché viejo, no seas agarrado! Envolvele en un 100 el estuche y verás cómo acepta. Al fin y al cabo con la Draga te lo sacás por día. (EL VIEJO se aleja un poco y se pone a elegir un billete de un fajo que saca del bolsillo. LA RUSA intenta irse. ADOLFO la detiene.) Oiga, Señoritaff... ¿Usted entiende castilla, castellanoff? Pues, no le lleve el apunte a ese viejo porque es así! (Seña de LA RUSA de que no comprende.) ¡Que es nuestra señora del triunfo!... Que más aceite da un ladrillo, un ladrillof. ¡Qué bien sé el ruso!... ¡Y que es capaz de darle un calote, un calotiff!... Y que nosotros no tenemos ni medio, sabe. Creerá que tenemos un dineral. Y que podría venirse conmigo, ¡conmigoff!...

     VIEJO.- Vamos a ver si se amansa. (Acercándose a LA RUSA.) S'il vous plaît, madame.

     LA RUSA.- (Regocijada toma el estuche y le pellizca la cara.) ¡Oh... oh... viequito!...

     ERNESTO.- La paz reina en Varsovia.

     VIEJO.- ¡Finalmente! (Le da el abrazo a LA RUSA y se alejan.)

     ERNESTO.- (Haciéndole cosquillas.) ¡Ligador! ¡Calaverón!

     ADOLFO.- ¡Pillastre! ¡Suertudo!

     VIEJO.- Salgan, salgan, muchachos locos. Adiós, adiós. ¡Caramba!... He olvidado mi bastón. Con permiso un momentito; voy a buscarlo. (Entra al teatro.)

     ERNESTO.- ¡Aprovechá la bolada, Adolfo!

     ADOLFO.- Y, ¿cómo le va? (Va hacia LA RUSA y acciona activamente como para hacerse entender, todos lo rodean.) Digo... ¡que se va a divertir más!... que vamos en cocheff. (LOLA y CONSUELO le hacen señas de que acepte.) Al lagoff, a remar... y a (seña de beber) Champagne del mejor, champañeff (LA RUSA le ofrece el brazo.)

     VARIAS VOCES.- ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bien, bien! ¡Hipp, hipp, hurra!

     ERNESTO.- Bueno, muchachos, ¡andiamo!

     ADOLFO.- (Haciendo punta con LA RUSA del brazo.) ¡Andiamo! ¡Andiamo a casa! (Se van por la derecha.)

     UNA VOZ DE ADENTRO.- Aquí está el 32. (Música. Se apagan las luces del Casino, los curiosos se alejan riendo y hablando fuerte, llegan de la derecha estas voces.) Subí tú, Lola... Yo aquí... Yo en el pescante... ¡que se desfonda esto! !Cochero, al lago!

 

 

Escena V

 

     El VIEJO.- (Saliendo apresurado.) Caramba, casi me quedo adentro. ¿Qué es esto? ¿Se han ido? ¡No puede ser! ¡Sí que se han ido! (Corre hacia la derecha.) ¡Eh, eh, Sofiucha!

 

 

 

CUADRO TERCERO

 

Al pie de la montaña del parque Independencia.

 

 

Escena I

 

Pasa canturreando un botero, con traje característico, llevando los remos y alfombras del bote, y entra en la gruta.

CHIFLE - LA INGLESA.

     CHIFLE.- (Saliendo con LA INGLESA del brazo.) ¡Ja... ja...! ¡Ahí está la gan oba del Intendente, es decir, la gan oba del señor Tedy. ¿Has visto, mamagacho igual. ¡Ja...! ¡Ja...! ¡Si yo fuega Lamas la echaba abajo y mandaba poner un pabellón con Restaurant noctugno pa que la gente pueda vení de noche a cená con las muchachas... ¡Ja... ja... ja!

     LA INGLESA.- ¡Oh, yes, mucho bonito! (Sale EL BOTERO de regreso.)

     CHIFLE.- ¿Quiege rernar?... ¡Eh, botego! ¡Venga, vamos a dag una vuelta!...

     EL BOTERO.- ¡Vado presto, siñor! (Se vuelve a sacar sus útiles y reaparece siguiendo a la pareja que se ha ido por la izquierda.)

 

 

Escena II

 

LUISA - ADELA - UN GUARDIA

     LUISA.- ¿Y nos habrá conocido el señor Chifle?

     ADELA.- Creo que no. Estaba muy oscuro.

     LUISA.- De cualquier modo es una vergüenza. ¿Para qué habremos venido? ¡Ah, Ernesto! ¡Me has de pagar tanto mal rato!...

     ADELA.- Hijita puede consolarte de que no eres la única desgraciada. Imagínate como lo pasaron las pobres esposas de todos esos viejos calaverones que hemos encontrado esta noche.

     LUISA.- ¡Todos los maridos son iguales! ¿Para qué se casarán?

     ADELA.- ¿Para qué?... ¡Para eso, para farrear con mis libertad!

     LUISA.- ¡Ay, Dios mío!... ¡Pero!... ¿Por qué no habrán venido? Debe ser muy tarde ya... ¿Qué te parece que nos fuéramos?...

     ADELA.- Mujer, ya que estamos aquí nada cuesta esperar un rato más.

     LUISA.- ¡Pero es que estoy tan nerviosa, me siento mal!... (Se oyen voces y cantos.) ¿Qué es eso?... ¡Vamos, vámonos al coche! (Arrastra a ADELA hacia la derecha.)

     ADELA.- Ven, ven, subamos por acá a la montaña.

     El GUARDIÁN.- (Se asoma buscando en todas direcciones.) ¡Yo les voy a dar! ¡Sinvergüenzas, indecentes! ¡Burlarse de mí! (Se va izquierda.)

 

 

Escena III

 

     LOLA.- (Golpeándose la boca.) Ju, ju, ju, ¡Te has quedado atrás!...

     CONSUELO.- ¡Corre que te chapa el chancho! (Aparece ERNESTO en lo alto; LA RUSA va hacia él y lo baja del brazo. ERNESTO bastante ebrio con una botella.) ¡Olé, por la gente resalá!...

     LOLA.- ¿Hijo te has puesto malo?

     ERNESTO.- (Bebe un trago.) Uff. ¡Si tiene más vueltas que una serpentina!... Si esta muchacha no me agarra. (Por LA RUSA.) ¡voy a dar al lago!...

     Consuelo.- Y que no te habría venido mal un bañito.

 

 

Escena IV

 

Dichos - ADOLFO - PÉREZ - PANCHO. (Éstos bajan corriendo)

     ADOLFO.- ¿Quién ganó? ¿Quién ganó?

     LOLA.- ¿Quién si no Ernesto?

     PANCHO.- ¡Te felicito hermano! Con razón en Inglaterra les dan whisky a los caballos.

     PÉREZ.- Si parecías Singrosi. ¡Que virajes hermanito!

     CONSUELO.- Di mejor, que visajes. ¡Mírenlo como ha quedado!...

     ERNESTO.- Es que me siento medio marcado.

     ADOLFO.- Claro, las alturas marean. (Tomándole la botella.) ¡Y el coñac! (Bebe un trago y le ofrece a ERNESTO, que bebe y le vuelve la botella.) Eso te compondrá. A la salud del Zar de Rusia y de las damas presentes. Toma tú, Consuelo!...

     CONSUELO.- ¡Y de las ausentes! (Bebe también.)

     ADOLFO.- Non tocate a la Regina, que si nos vieran algunas ausentes... Que te parece, Ernesto, si te viera tu mujer, por ejemplo... La pobre Luisa la pobre Luisa que a estas horas estará desvelada esperando la vuelta del bueno de su maridito!... Ja! ja! ja!

     LOLA.- ¿Y tu novia?

     ADOLFO.- ¡Ah!... En cuanto a Adela, la pochocha mía, estará roncando como un ángel y soñando con la felicidad que le espera! ¡Y si supieran!... (A ERNESTO.) Si nos vieran, hermanito... ¡La verdad es que somos unos bárbaros! Vamos a ver Ernesto; tu tienes una mujer que es un ángel... una excepción entre las mujeres casadas, que nunca ha tenido la buena idea de darte celos. ¿Por qué la engañas?

     PANCHO.- ¡Por eso mismo tal vez!...

     ADOLFO.- ¡Cállate tú! Que responda Ernesto... Dinos. ¿Por qué engañas así a tu mujercita?... (ERNESTO hace un gesto de desagrado.) ¡Jesús, no pongas esa cara de marcha fúnebre!... ¡Estás muy viejo para hacer papelones!...

     CONSUELO.- Déjalo. (Irónica, abrazando a ERNESTO por el cuello.) Dí Ernesto. ¡Si estás arrepentido te llevaremos a tu casita... Ja! ja! ja!

     ADOLFO.- ¡Qué vergüenza! ¡Que no se diga!

     ERNESTO.- ¡Qué borrachos insoportables!... ¡Lindo momento para filosofías!...

     PÉREZ.- ¡Que hable! ¡Que dé su opinión!

     ERNESTO.- Pues bien. Dame un trago, Adolfo. ¿Ha habido algún hombre en el mundo que no engañara a su mujer?

     ADOLFO.- ¡Sí señor!... ¡Uno! ¡Adán!... Que no le engañó por que no tenía con quién! Pero ese no es el caso. ¿Por qué engañas tú a Luisa?

     ERNESTO.- Porque es una santa, porque no me da celos, porque me tolera sin protestar todas mis calaveradas... Por eso la engaño.

     ADOLFO.- De modo que si fuera una arpía le guardarías fidelidad.

     ERNESTO.- No, entonces la engañaría por insoportable, por fastidiosa, por mala... ¡El mundo es así!...

     CONSUELO.- Palo por que bogas y por que no bogas palo. De modo que...

     ADOLFO.- De modo que el matrimonio es un pretexto para burlar a las mujeres. ¡Pobres mujeres!...

     CONSUELO.- Y para burlar a las queridas.

     ERNESTO.- ¿Cómo?

     CONSUELO.- Claro. ¡Con el pretexto de que son casados nos engañan ustedes con sus mujeres. ¡Pérfidos!...

     ADOLFO.- Bien! Bien! Ese argumento vale un trago. Che Ernesto!... Por el amor libre!...

     ERNESTO.- (Tomando la botella.) Por los hombres libres.

     CONSUELO.- ¡Por las mujeres libres!... Y basta de brindis. ¡Al lago! ¡A remar!

     ADOLFO.- ¡Eso es! ¡A remar! ¡A beber! a beber y a remar! ... Eh! botero!(Vanse izquierda).

 

 

Escena V

 

ADELA - LUISA

     ADELA.- (Consolando a LUISA, que llora convulsivamente.) ¡Ven! ¡Ven Luisita... ¡Cálmate!... Sería horrible de que te descompusieras en estos momentos!... ¡Ven!... ¡Te ha de hacer bien un poco de aire!... ¡Sí hijita, tenés razón! ¡Son unos perdidos todo lo que quieras!... ¡Pero ante todo hay que evitar el bochorno de un espectáculo con esa chusma!....

     LUISA.- ¡Dios! ¡Dios! ¡Dios mío! Vámonos pronto a casa!...

     ADELA.- No te aflijas así, esperémonos un momento porque está lleno de gente y nos podrían conocer... ¡Cálmate! Cálmate! No llores así que me haces daño! (Van ascendiendo.) ¡Pero qué hombres! ¡Qué hombres tan infames!...

 

 

Intermezzo

 

Una dama en bicicleta, pasa mientras dura la barcarola, varias veces por la escena, seguida de dos o tres personas que la cuidan. De cuando en cuando desfilan parejas amarteladas. Al perderse las últimas notas del canto en la lejanía, llega de la izquierda, muy cerca, el coro popular: ¡Chao, chao, chao! ¡Moretina bella, chao!...

 

 

Escena VI

 

ERNESTO - ADOLFO

     ADOLFO.- (ADOLFO con dos patos en la mano, canturreando el aire conocido.) ¡Yo soy el pato! ¡Yo soy la pata...! (A ERNESTO que ha salido adelante pensativo.) ¡Estás hecho un otario? ¿Qué te pasa? ¡No seaos idiota, hombre! ¿Te ha mareado el lago?...

     ERNESTO.- ¡Déjame en paz! ¡No tengo nada!

     ADOLFO.- ¡Pero!...

     ERNESTO.- Tú primero con ese titeo estúpido sobre mi familia, y ahora... ahora... ese gringo Chifle, me han agriado la fiesta!...

     ADOLFO.- ¿Qué te ha dicho ese gringo del diablo?

     ERNESTO.- Nada... que cuando nos cruzamos en el lago, con esa cara, y esa risa de Mefistófeles que tiene, me gritó: ¡Bonito te va a poner tu mujer... y... qué quieres! Tengo el pálpito, el presentimiento de que...

     ADOLFO.- ¡Pucha que sos pavo! ¡Cómo puedes suponer que Luisa! ¡Cállate, hombre!... ¡Salí de ahí!... ¿Por quién podrían saberlo?... Mira, ahí vienen los muchachos. No pongas esa cara tan lúgubre que te van a titear. Estás muy viejo para trancas románticas... ¡Ahí vienen! Reíte, hombre.

 

 

Escena VII

 

Dichos - PANCHO - PÉREZ - LOLA - CONSUELO

     ADOLFO.- (Payaseando al verlos.) ¡Yo soy el pato! ¡Yo soy la pata!...

     LOLA.- ¿Qué se habían hecho?

     ADOLFO.- Estábamos con Ernesto, discutiendo la mejor manera de comer estos patos; él decía que con salsa y yo que con arroz...

     CONSUELO.- Pues tú has triunfado, porque yo tengo el propósito de prepararlos para el almuerzo de mañana con un arrocito...

     VARIAS VOCES.- ¡Muy bien! ¡Bien pensado!

     LOLA.- ¿Por qué estás tan serio, Ernesto?

     ADOLFO.- Está triste por la muerte de los patos... De modo que mañana será el funeral, mañana a medio día..

     ERNESTO.- ¿Yo serio? ¿Yo serio? ¿Quién lo ha dicho?... ¡Ché, Adolfo! Entrégame el pato que voy a decírle la oración fúnebre (toma el pato). Señores: la inexorable parca...

     ADOLFO.- ¡Qué bárbaro! ¡Éste le llama parca al bastón!

     ERNESTO.- La inexorable parca ha malogrado la existencia de este joven palmípedo cuando recién comenzaba a alborearle la vida, arrancándolo al cariño y a los afectos de una amante esposa...

     ADOLFO.- ¡De una amante esposa que ha muerto de sentimiento!...

 

 

Escena VIII

 

Dichos - EL GUARDA.

     EL GUARDA.- ¡Eh, señores! ¿De dónde han sacado eso?

     ERNESTO.- ¿Qué?...

     EL GUARDA.- Esos patos.

     ERNESTO.- ¡Qué tal, qué tal! No lo había conocido amigo. (Le pone la mano sobre el hombro, de modo que el pato le caiga sobre la espalda.) ¿Qué es lo que decía?

     EL GUARDA.- Que de mí no se va a burlar, ¿entiende?

     ADOLFO.- (Que se ha metido el pato en la espalda, debajo del saco.) ¡Eh, eh! No se enoje, joven. ¿De qué se trata?

     EL GUARDA.- Y usted también. ¿De dónde saco eso?

     ADOLFO.- ¿Quién? ¿Yo?... ¿Yo?... ¡Si yo no tengo nada! ¡Nada!... Vea. (Da una vuelta y EL GUARDA le toma el pato por las patas que asoman. Carcajadas.)

     El GUARDA.- Bueno, mozos, van a tener la bondad de acompañarme.

     LOLA.- ¡Nos lucimos!

     ADOLFO.- ¿Acompañarlo? ¿Tiene miedo de ir solo? ¡No haga caso!... A usted no le han de hacer gritar, ¡viva Freyre!

     El GUARDA.- ¿Que no vienen?... Ya verán. (Saca el pito y toca, ERNESTO le arroja el pato por la cara interrumpiendo el toque.) ¡Ah! ¡Cajetilla trompeta!... ¡Yo te voy a enseñar!... (Tumulto; todos se abalanzan a interponerse.)

     ERNESTO.- ¡Lárguenlo! ¡Larguen esa fiera! ¡Déjenme a ese compadrón! (Saca el revólver: las mujeres dan un chillido y se apartan.)

 

 

Escena IX

 

Dichos - ADELA - LUISA.

     LUISA.- (Que baja corriendo.) ¡Ernesto, Ernesto! ¡Ernesto mío! ¿Qué vas a hacer?...

     ERNESTO.- (Dejando caer el revólver, asombrado.) ¡Tú, tú... tú aquí!... ¿Estoy soñando?... ¡Mi Luisa acá!...

     LUISA.- ¡Oh, Ernesto!... (Solloza convulsivamente y cae desvanecida en brazos de ERNESTO.)

     ERNESTO.- (La conduce hacia un banco.) ¡Señor! ¡Señor! ¿Qué es lo que me pasa? ¡Luisa! ¡Luisa! ¡Si no ha sido nada!... ¡Una broma de amigos!... ¡Hable, mi Luisa!... ¡Mejórese, mi negrita!... ¡Mi Luisa querida!... ¡Ay, Dios mío!... ¡Se me va a morir mi mujercita!... ¡Socorro! ¡Agua!... ¡Un médico!... ¡Pronto!... ¡Adolfo!...

     ADOLFO.- (Tratando de ocultarse.) Adolfo no está aquí. ¡No ha venido!...

     ERNESTO.- Pero, ¿qué es lo que he hecho, Señor?. (Volviendo hacia LUISA.) ¡Luisita! ¡Luisita, mi negra querida!... Compóngase. ¡Soy yo!... ¡Ernesto!... ¿No me conoce?... ¡Su maridito que tanto la quiere!... ¡Oh!... ¡Qué infame he sido!... ¿Y ustedes que hacen que no van a buscar a un médico? ¡Muévanse pronto!... ¡Borrachones!...

     ADOLFO.- ¡La olla le dice a la sartén: no te acerques que me tiznas!...

     ADELA.- ¡Vamos, Luisa!... ¡Ya ha pasado todo! (A ERNESTO.) ¿Ha visto los resultados de su conducta?

     LUISA.- (Volviendo en sí y abrazando a ERNESTO.) ¡Ah! Por culpa tuya ¡Infame!...

     ERNESTO.- ¡Sí! ¡Tienes razón! ¡Soy un perdido! ¡Un mal esposo! ¡Un miserable!

     ADOLFO.- ¡Qué farsante! ¿Han visto?

     LOLA.- (Acercándose a ADELA.) ¿Se ha mejorado la señora?

     ADELA.- ¡Retírese usted... señora!...

     LOLA.- ¡Jesús! ¡Qué delicada!... Vamos, muchachos, que ya basta de melodramas.

     ERNESTO.- ¡Tú, Adelita! Dime: ¿qué ha pasado?... ¿Cómo ha podido saber?... ¡Dilo!...

     ADELA.- No es momento de explicaciones. Atiende a Luisa y abreviemos el escándalo.

     CONSUELO.- ¡Adiós, Ernesto! Ya sabes que mañana nos comemos el pato...

     ERNESTO.- ¡Eh, señora! ¡No sea indecente!...

     LUISA.- Ven, Ernesto.

     ADELA.- Creo que no tienes derecho a increpar a nadie. Vámonos. Da el brazo a Luisa y apóyate en el mío si es que todavía te flaquean las fuerzas.

 

 

Escena X

Dichos - VIEJO.

     VIEJO.- ¡Sofiucha!...

     LA RUSA.- ¡Oh, oh! ¡Viequito!... (Se toman del brazo y vanse, derecha.)

     CONSUELO.- (Volviendo a ERNESTO.) ¡Adiós, Ernesto'... Cuando enviudes no dejes de avisarme, ¿eh?... ¡Ja... ja... ja...! (Ademán nervioso de ERNESTO, LUISA y ADELA lo contienen.)

     PANCHO.- (Al irse.) ¡Pero qué plancha!

 

 

Escena última

 

     ADOLFO.- ¿Y yo? ¿Qué hago ahora?... Me he quedado sin la torta y probablemente sin el pan. A la rusa me la llevaron y en cuanto a ésta... Pero yo sé el remedio. Me arranco los pelos; grito, lloro y pateo como ese farsante de Ernesto y me convierto en el hombre más bueno del mundo.

     ERNESTO.- (Avanzando con LUISA del brazo hacia la derecha.) ¿Dispuesta a perdonarme, Luisita?...

     LUISA.- A casa primero. Después... hablaremos.

     ADOLFO.- ¡Adelita, Adelita! Soy un canalla, un miserable!... Un... ¡Ah!...

     ADELA.- ¡Idiota!...

 

 

TELÓN RÁPIDO