Ruiz de Alarcón y Mendoza

EL EXAMEN DE MARIDOS

 

 

Personas que hablan en ella:

  • El conde CARLOS, galán
  • El MARQUÉS don Fadrique, galán
  • El conde don JUAN, galán
  • El conde ALBERTO, galán
  • Don GUILLÉN, galán
  • Don Juan de CUMÁN, galán
  • La marquesa, Doña INÉS, dama
  • MENCÍ, su criada
  • Doña BLANCA de Herrera, dama
  • CLAVELA, su criada
  • OCHAVO, gracioso
  • BELTRÁN, escudero viejo
  • HERNANDO, lacayo
  • Don FERNANDO, viejo grave

      


      

ACTO PRIMERO


      




Salen Doña INÉS, de luto, y
MENCÍA


MENCÍA:           Ya que tan sola has quedado
               con la muerte del Marqués 
               tu padre, forzoso es, 
               señora, tomar estado;
                  que en su casa has sucedido, 
               y una mujer principal 
               parece en la corte mal 
               sin padres y sin marido.
INÉS:             Ni más puedo responderte,
               ni puedo más resolver, 
               de que a mi padre he de ser 
               tan obediente en la muerte 
                  como en la vida lo fui; 
               y con este justo intento 
               aguardo su testamento 
               para disponer de mí.


Sale BELTRÁN de camino


BELTRÁN::          Dame, señora, los pies.
INÉS:          Vengas muy en hora buena, 
               Beltrán, amigo.
BELTRÁN:                    La pena
               de la muerte de¡ Marqués,
                  mi señor, que esté en la gloria, 
               me pesa de renovarte, 
               cuando era bien apartarte 
               de tan funesta memoria;
                  mas cumplo lo que ordenó
               cercano al último aliento:
               en lugar de testamento
               este pliego me entregó,
                  sobrescrito para ti.


Dale un pliego


INÉS:          A recebirle, del pecho
               sale, en lágrimas deshecho  


Abre el pliego


               el corazón. Dice así:     


Lee

                  "Antes que te cases, mira lo que haces."

MENCÍA:           ¿No dice más?
INÉS:                            No, Mencía.
BELTRÁN:       Su postrer disposición 
               cifró toda en un renglón.
INÉS:          ¡Ay, querido padre!  Fía
                  que no exceda a lo que escribes 
               mi obediencia un breve punto, 
               y que aun después de difunto 
               presente a mis ojos vives.
                  Y vos, si el haber nacido
               en mi casa, y si el amor
               que del Marqués, mi señor,
               habéis, Beltrán, merecido;
                  si la firme confïanza
               con que en vuestra fe y lealtad
               resignó su voluntad
               aseguran mi esperanza,
                  sed de mi justa intención 
               el favorable instrumento, 
               con que de este testamento 
               disponga la ejecución.
                  Sólo de vuestra verdad 
               he de fïar el efeto; 
               y la elección del sujeto, 
               a quien de mi libertad
                  entregue la posesión, 
               de vos ha de proceder, 
               y obligarme a resolver
               sola vuestra información.
BELTRÁN:          No tengo que encarecerte
               mi obligación y mi fe, 
               pues ellas, según se ve, 
               son las que pueden moverte 
                  a hacerme tu consejero.  
INÉS:          Venid conmigo a saber,
               Beltrán, lo que habéis de hacer; 
               que eligir esposo quiero 
                  con tan atentos sentidos 
               y con tan curioso examen 
               de sus partes, que me llamen 
               el "examen de maridos."


Vanse.  Salen don FERNANDO y el conde
CARLOS


FERNANDO:         Pensar que sólo sois vos
               dueño de su voluntad,
               y, según vuestra amistad,
               una alma vive en los dos,
                  de vos me obliga a fïar 
               y pediros una cosa, 
               que, por ser dificultosa, 
               podréis vos sólo alcanzar.
CARLOS:           Si como habéis entendido,
               don Fernando, esa amistad, 
               conocéis la voluntad 
               con que siempre os he servido, 
                  seguro de mí os fiáis, 
               pues ya, según mi afición,
               sólo con la dilación 
               puede ser que me ofendáis.
FERNANDO:         Ya pues, Conde, habréis sabido
               que el Marqués a Blanca adora.
CARLOS:        De vos, don Fernando, agora 
               solamente lo he entendido.
FERNANDO:         Negaréisio como amigo
               y secretario fïel 
               del Marqués.
CARLOS:                     Jamás con él
               he llegado, ni él conmigo, 
                  a que de tales secretos 
               partícipes nos hagamos; 
               o sea porque adoramos 
               tan soberanos sujetos,
                  que, con darle a la amistad 
               nombre de sacra y divina, 
               aun no la juzgamos digna 
               de atreverse a su deidad;
                  o porque el celo y rigor 
               de esta amistad es tan justo, 
               que niega culpas del gusto 
               y delitos del amor;
                  o porque de ese cuidado
               vivimos libres los dos,
               y en lo que os han dicho a vos
               acaso os han engañado.
FERNANDO:         No importa para el intento
               haberlo sabido o no; 
               ser así y saberlo yo 
               es la causa y fundamento
                  que me obligó a resolverme 
               a que de vuestra amistad, 
               nobleza y autoridad 
               en esto venga a valerme.
                  Y así, supuesto, señor, 
               que si el Marqués pretendiese
               que Blanca su esposa fuese, 
               no me encubriera su amor,
                  pues, si sus méritos son 
               tan notorios, se podría 
               prometer que alcanzaría 
               por concierto su intención;
                  de aquí arguyo que su amor 
               sólo aspira a fin injusto, 
               y quiere alcanzar su gusto 
               con ofensa de mi honor.
                  Vos, pues, de cuya cordura, 
               grandeza y valor confío,
               remediad el honor mío
               y corregid su locura;
                  que en los dos evitaréis
               con esto el lance postrero,
               pues lo ha de hacer el acero
               si vos, Conde, no lo hacéis.
CARLOS:           Fernando, bien sabéis vos
               que, por no sujeto a ley
               el amor, le pintan rey,
               niño, ciego, loco y dios.
                  Y así, en este caso, yo,
               si he de hablar como discreto,
               el intentarlo os prometo,
               pero el conseguirlo no;
                  que por locura condeno
               que se prometa el valor
               ni poder más que el Amor,
               ni asegurar hecho ajeno.
                  Mas esto sólo fïad,
               pues de mí os queréis valer:
               que el Marqués ha de perder
               o su amor o mi amistad.
FERNANDO:         Esa palabra me anima
               a pensar que venceréis;
               que sé lo que vos valéis
               y sé lo que él os estima.
CARLOS:           No admite comparación
               nuestra amistad; mas yo sigo
               en las finezas de amigo
               las leyes de la razón:
                  en esto la tenéis vos, 
               y de vuestra parte estoy.   
FERNANDO:      Seguro con eso voy.
CARLOS:        Dios os guarde.
FERNANDO:                     Guárdeos Dios.


Vase don FERNANDO. Salen el MARQUÉS y
OCHAVO


OCHAVO:           Él es un capricho extraño.
MARQUÉS:       ¿Examen hace, curiosa, 
               de pretendientes?
OCHAVO:                         ¡Qué cosa
               para los mozos de hogaño!
MARQUÉS:          Conde...
CARLOS:                  Marqués...
MARQUÉS:                         Escuchad
               el más nuevo pensamiento 
               que en humano entendimiento 
               puso la curiosidad.
CARLOS:           Decid.


A OCHAVO


MARQUÉS:               Vuelve a referirlo 
               con todas sus circunstancias.
OCHAVO:        Perdonad mis ignorancias, 
               pues de mí queréis oírlo.


                  La sin igual doña INÉS, 
               a cuyas divinas partes 
               se junta ya el ser marquesa 
               por la muerte de su padre, 
               abriendo su testamento, 
               con resolución de darle 
               el cumplimiento debido 
               a postreras voluntades, 
               halló que era un pliego a ella 
               sobrescrito y que no trae 
               más que un renglón todo él,
               en que le dice su padre, 
               "Antes que te cases, mira lo que haces."
               Puso en ella este consejo 
               un ánimo tan constante 
               de ejecutarlo, que intenta 
               el capricho más notable 
               que de romanas matronas 
               cuentan las antigüedades.  
               Cuanto a lo primero, a todos, 
               gentileshombres y pajes 
               y crïados de su casa, 
               orden ha dado inviolable 
               de que admitan los recados, 
               los papeles y mensajes 
               de cuantos de su hermosura 
               pretendieran ser galanes.  
               Con esto, en un blanco libro, 
               cuyo título es "Examen 
               de maridos," va poniendo 
               la hacienda, las calidades, 
               las costumbres, los defetos 
               y excelencias personales 
               de todos sus pretendientes, 
               conforme puede informarse 
               de lo que la fama dice 
               y la inquisición que hace.  
               Estas relaciones llama 
               "consultas", y "memoriales" 
               los billetes, y "recuerdos" 
               los paseos y mensajes.  
               Lo primero, notifica 
               a todo admitido amante 
               que sufra la competencia 
               sin que el limpio acero saque; 
               y al que por esto, o por otro 
               defeto, una vez borrare 
               del libro, no hay esperanza 
               de que vuelva a consultarle.  
               Declara que amor con ella
               no es mérito, y sólo valen,
               para obligar su albedrío, 
               proprias y adquiridas partes;
               de manera que ha de ser,
               quien a su gloria aspirare,
               por elección venturoso,
               y eligido por examen.
CARLOS:        ¡Extraña imaginación!
MARQUÉS:       ¡Paradójico dislate!
OCHAVO:        ¡Caprichoso desatino!
CARLOS:        (¡Ah, ingrata! ¿Qué novedades    Aparte
               inventas para ofenderme,
               y trazas para matarme?
               ¿Qué me ha de valer contigo, 
               si tanto amor no me vale? 
               ¿Posible es, crüel, que intentes, 
               contra leyes naturales,
               que sin amor te merezcan
               y que sin celos te amen?)
MARQUÉS:       Ya, con tan alta ocasión, 
               imagino en los galanes
               de la corte mil mudanzas
               de costumbres y de trajes.
CARLOS:        La fingida hipocresía,
               la industria, el cuidado, el arte 
               a la verdad vencerán.
               Más valdrá quien más engañe.  
               Ochavo, déjanos solos,
               que tengo un caso importante 
               que tratar con el Marqués.
OCHAVO:        Si es importante, bien haces 
               en ocultarlo de mí,
               que cualquiera que fïare
               de crïados su secreto,
               vendrá a arrepentirse tarde.


Vase OCHAVO


MARQUÉS:       Cuidadoso espero ya 
               lo que tenéis que tratarme.
CARLOS:        Retóricas persuasiones
               y proemios elegantes 
               para pedir, son ofensas 
               de las firmes amistades; 
               y así, es bien que brevemente 
               mi pensamiento os declare.  
               De don Fernando de Herrera 
               la noble y antigua sangre, 
               ni puede nadie ignorarla 
               ni ofenderla debe nadie; 
               y el que es mi amigo, Marqués, 
               no ha de decirse que hace 
               sinrazón, mientras un alma 
               ambos pechos informare.  
               Una de tres escoged: 
               o no amar a Blanca, o darle 
               la mano, o dejar de ser 
               mi amigo por ser su amante.  
MARQUÉS:       Primero que me resuelva 
               en un negocio tan grave, 
               los celos de mi amistad, 
               que al encuentro, Conde, salen, 
               me obligan a que averigüe 
               mis quejas y sus verdades. 
               ¿Cómo, si de ajena boca 
               supistes que soy amante 
               de Blanca, no tenéis celos 
               de que de vos lo ocultase?
CARLOS:        Porque los cuerdos amigos 
               tienen razón de quejarse 
               de que la verdad les nieguen, 
               mas no de que se la callen;
               y así, de vuestro silencio 
               no he formado celos, antes 
               os estoy agradecido, 
               que presumo que el callarme 
               vuestra afición fue recelo 
               de que yo la reprobase, 
               porque no consienten culpas 
               las honradas amistades.  
               Y así, Marqués, resolveos
               a olvidalla o a olvidarme, 
               que la razón siempre a mí 
               me ha de tener de su parte.
MARQUÉS:       Puesto, Conde, que el más rudo 
               el imperio de Amor sabe, 
               con vos, que prudente sois, 
               no trato de disculparme.  
               Dar la mano a doña Blanca 
               no es posible, sin que pase 
               el mayorazgo que gozo 
               al más cercano en mi sangre; 
               que obliga de su erección 
               un estatuto inviolable 
               a que el sucesor elija 
               esposa de su linaje.  
               Yo, pues, antes de escucharos, 
               viendo estas dificultades, 
               procuraba ya remedios 
               de olvidarla y de mudarme; 
               y ha sido el mandarlo vos 
               el mayor, pues es tan grande 
               mi amistad, que lo imposible 
               por vos me parece fácil.
CARLOS:        Supuesto que no hay finezas 
               que a la vuestra se aventajen, 
               os las promete a lo menos 
               mi agradecimiento iguales.  
               Y adiós, Marqués, porque quiero 
               dar al cuidadoso padre 
               de Blanca esta feliz nueva.
MARQUÉS:       Bien podéis asegurarle 
               que no hará la muerte misma 
               que esta palabra os quebrante.
CARLOS:        Cuando no vuestra amistad, 
               me asegura vuestra sangre.


Vanse.  Salen el conde CARLOS y el conde ALBERTO,
por una parte, y por otra el conde don JUAN


JUAN:             ¡Conde!
ALBERTO:                 ¡Don Juan!
JUAN:                               Con hallaros
               en esta casa me dais 
               indicios de que intentáis 
               de marido examinaros.
ALBERTO:          Dado que no tengo amor,
               por curiosidad deseo
               de este examen de himeneo 
               ser también competidor.
                  Mas lo que pensáis de mí
               por el lugar en que estoy, 
               de vos presumiendo voy, 
               pues también os hallo aquí.
JUAN:             Siendo en tan alta ocasión
               de méritos la contienda,
               pienso que quien no pretenda 
               perderá reputación.


Sale don GUILLÉN


GUILLÉN:          ¡Copiosa está de guerreros
               la estacada!
ALBERTO:                   ¡Don Guillén!
               ¿Sois opositor también?
GUILLÉN:       Con tan nobles caballeros,
                  si es que aspiráis a eligidos,
               fuerza es probar mi valor; 
               que si es tal el vencedor,
               no es deshonra ser vencidos.
ALBERTO:          ¡Que en novedad tan extraña
               diese la Marquesa hermosa!
GUILLÉN:       Por ella será famosa 
               eternamente en España.
JUAN:             Al fin, quiere voluntades
               a la usanza de Valencia; 
               que sufran la competencia 
               sin celos ni enemistades.  
ALBERTO:          Nueva Penélope ha sido.


Sale OCHAVO


OCHAVO:        (¡Plega a Dios no haya en la corte Aparte
               algún Ulises que corte
               en cierne tanto marido!)
JUAN:             Beltrán sale aquí.
ALBERTO:                            Y él es,
               según he sido informado, 
               el secretario y privado 
               de la hermosa doña Inés.
OCHAVO:           Y a fe que es del tiempo vario
               efecto bien peregrino 
               que, no siendo vizcaíno, 
               llegase a ser secretario.


Sale BELTRÁN



BELTRÁN:          (Al cebo de doña Inés        Aparte
               pican todos, que es gran cosa 
               gozar de mujer hermosa 
               y un título de marqués)
ALBERTO:          Señor Beltrán, la intención
               de la Marquesa, que ha dado, 
               como a los pechos cuidado, 
               a la fama admiración,
                  causa el concurso que veis; 


Quiere darle un papel


               mis partes y calidades 
               son éstas, y son verdades 
               que presto probar podréis.
JUAN:            Éste mis partes refiere.


Quiere darle otro papel


BELTRÁN:       La Marquesa mi señora 
               saldrá de su cuarto agora; 
               que veros a todos quiere.
                  A ella dad los memoriales;
               porque informarse procura
               de la voz, la compostura, 
               y las partes personales
                  de cada cual por sus ojos.
OCHAVO:        Es prudencia y discreción 
               no entregar por relación 
               tan soberanos despojos.
BELTRÁN:          Ella sale.


Compónense todos


OCHAVO:                       (Gusto es vellos    Aparte
               cuidadosos y afectados,
               compuestos y mesurados, 
               alzar bigotes y cuellos.
                  Parécenme propriamente, 
               en sus aspectos e indicios, 
               los pretendientes de oficios,
               cuando ven al Presidente.
                  Mas, por Dios, que es la crïada
               como un oro.)


Salen Doña INÉS y MENCÍA


                              ¡Oye, doncella!
MENCÍA:        ¿Qué quiere?
OCHAVO:                     El amor por ella
               me ha dado una virotada.
MENCÍA:           Aun bien que hay en el lugar
               albéitares.
OCHAVO:                    Pues, traidora,
               ¿tan bestia es el que te adora, 
               que albéitar le ha de curar?
ALBERTO:          Puesto que el alma confiesa
               que no hay méritos humanos 
               que a los vuestros soberanos 
               igualen, bella Marquesa,
                  si alguno ha de poseeros, 
               hacer esto es competir 
               con todos, no presumir 
               que he de poder mereceros; 
                  y a este fin he reducido 
               mis partes a este papel,
               humilde como fïel.


Dale un memorial


INÉS:          (¡Qué retórico marido!)        Aparte
                  Yo atenderé como es justo
               a vuestros méritos, Conde.
OCHAVO:        (Como rey, por Dios, responde      Aparte
               ella es loca de buen gusto.)
JUAN:             Yo soy, señora, don Juan
               de Guzmán.  Aquí veréis


Dale un papel


               lo demás, si en mí queréis
               más partes que ser Guzmán.
INÉS:             (¡Qué amante tan enflautado!)     Aparte
               Yo lo veré.
OCHAVO:                    (¡Linda cosa            Aparte
               la voz sutil y melosa
               en un hombre muy barbado!)
GUILLÉN:          Don Guillén soy de Aragón,
               que si por amor hubiera
               de mereceros, ya fuera
               mi esperanza posesión.


Dale un memorial


                  Éste os puede referir
               mis méritos verdaderos,
               pocos para mereceros,
               muchos para competir.
INÉS:             (¡Qué meditada oración!)      Aparte
               Yo veré el papel.
OCHAVO:                            (¡Qué bien    Aparte
               trajo el culto don Guillén
               la tal contraposición!)
INÉS:             Con vuestra licencia, quiero
               retirarme.
ALBERTO:                  Loco estoy.


Vase


JUAN:          Libre vine y preso voy.


Vase


GUILLÉN:       Por vos vivo y sin vos muero.


Vase


INÉS:             Tened esos memoriales.


Dalos a BELTRÁN


               Mas, ¿qué busca este mancebo?
OCHAVO:        Por ver capricho tan nuevo 
               me atreví a vuestros umbrales;
                  y aunque de esta mocedad 
               y paradójico intento 
               os alabe el pensamiento, 
               tengo una dificultad,
                  y es que en vuestros pretensores 
               me han dicho que examináis 
               lo visible, y no tratáis 
               de las partes interiores,
                  en que muchas veces vi 
               disimulados engaños, 
               que causan mayores daños
               al matrimonio; y así
                  quiero saber qué invención
               o industria pensáis tener,
               o qué examen ha de haber
               para su averiguación.
INÉS:             ¿No hay remedio?
OCHAVO:                            Uno de dos
               en dificultad tan nueva:
               recebir la causa a prueba,
               o encomendárselo a Dios.
INÉS:             De buen gusto es la advertencia.
               ¿Queréis otra cosa aquí?
OCHAVO:        Un nuevo amante, por mí,
               Marquesa, os pide licencia
                  para veros e informaros
               de sus méritos; que puesto 
               que a todos la dais, en esto 
               quiere también obligaros.
INÉS:             ¿Quién es?
OCHAVO:                       Señora, el Marqués
               vuestro deudo.
INÉS:                         Ya ha ofendido
               su valor, pues ha pedido 
               lo que a todos común es.
OCHAVO:           Tiene el ser desconfïado
               de discreto; y le parece,
               Marquesa, que aun no merece 
               ser de vos examinado.
INÉS:             Pues yo no sólo le doy
               licencia, pero juzgara 
               por agravio que no honrara 
               el examen.
OCHAVO:                   Pues yo voy
                  con nueva tan venturosa; 
               y tanto vos lo seáis, 
               pues cual sabia examináis, 
               que no elijáis como hermosa. 


Vanse doña INÉS y BELTRÁN


                  Y tú, enemiga, haz también 
               un examen; y si acaso 
               te merezco, pues me abraso, 
               trueca en favor el desdén.
MENCÍA:           ¿Bebe?
OCHAVO:                  Bebo.
MENCÍA:                       ¿Vino?
OCHAVO:                              Puro.
MENCÍA:        Pues ya queda reprobado; 
               que yo quiero esposo aguado.


Vase


OCHAVO:        ¡Escucha!  En vano procuro
                  detenerla. ¡Bueno quedo! 
               ¡Vive Dios, que estoy herido!  
               Pero si mi culpa ha sido 
               beberlo puro, bien puedo 
                  no quedar desesperado.  
               Aguado soy, que aunque puro 
               siempre beberlo procuro, 
               siempre al fin lo bebo aguado,
                  pues todo, por nuestro mal, 
               antes de salir del cuero, 
               en el Adán tabernero 
               peca en agua original.


Vase. Salen doña BLANCA Y CLAVELA con
mantos


CLAVELA:          Pienso que no te está bien
               mostrar al Marqués amor, 
               porque es la contra mejor, 
               de un desdén, otro desdén.
                  Si su mudanza recelas,
               tu firmeza te destruye,
               porque al amante que huye,
               seguirle es ponerle espuelas.
BLANCA:           Ya que pierdo la esperanza
               que tan segura tenía, 
               saber al menos querría 
               la ocasión de su mudanza;
                  y por esto le he citado, 
               sin declararle quién soy, 
               para el sitio donde estoy.  
CLAVELA:       Él vendrá bien descuidado
                  de que eres tú quien le llama.


Salen el MARQUÉS y OCHAVO, por otra
parte


OCHAVO:        Su hermosura y su intención
               son tan nuevas, que ya son 
               la fábula de la Fama;
                  y al fin, no sólo te ha dado
               la licencia que has pedido,
               pero se hubiera ofendido
               de que no hubieras honrado
                  el concurso generoso
               que al examen se le ofrece.
MARQUÉS:       Locura, por Dios, parece
               su intento; mas ya es forzoso
                  seguir a todos en eso.
OCHAVO:        Un aguacero cayó
               en un lugar, que privó
               a cuantos mojó, de seso;
                  y un sabio, que por ventura
               se escapó del aguacero,
               viendo que al lugar entero
               era común la locura,
                  mojóse y enloqueció,
               diciendo, "En esto, ¿qué pierdo?
               Aquí, donde nadie es cuerdo,
               ¿para qué he de serio yo?"
                  Así agora no se excusa,
               supuesto que a todos ves
               examinarse, que des
               en seguir lo que se usa.
MARQUÉS:          Bien dices, que era el no hacerlo
               dar al mundo qué decir.
               Pero quiérote advertir
               de que nadie ha de entenderlo
                  hasta salir vencedor;
               porque si quedo vencido,
               no quiero quedar corrido.
OCHAVO:        Mármol soy.
MARQUÉS:                    Este temor
                  me obliga así a recatar,
               aunque mi pecho confía
               que doña Inés será mía
               si me llego a examinar.
BLANCA:           ¿Que doña Inés será vuestra,
               si a examinaros llegáis?
MARQUÉS:       ¡Oh Blanca! ¿Vos me escucháis?
BLANCA:        Quien tanta inconstancia muestra
                  como vos, ¿tiene esperanza 
               de que saldrá vencedor, 
               siendo el defecto mayor 
               en un hombre la mudanza?
                  ¿De qué os admiráis?  Yo fui, 
               yo fui la que os he llamado, 
               viendo que con tal cuidado 
               andáis huyendo de mí,
                  para saber la ocasión 
               que os he dado, o vos tomáis, 
               para que así me rompáis 
               tan precisa obligación;
                  y de vuestros mismos labios, 
               antes que os la preguntara, 
               quiso el cielo que escuchara 
               la ocasión de mis agravios.
MARQUÉS:          Blanca, no te desenfrenes;
               escucha atenta primero 
               mi disculpa, y después quiero 
               que, si es razón, me condenes.
                  Cuando empezó mi deseo 
               a mostrar que en ti vivía, 
               ni aun la esperanza tenía 
               del estado que hoy poseo.
                  Entonces tú, como a pobre, 
               te mostraste siempre dura; 
               que el oro de tu hermosura 
               no se dignaba del cobre.
                  Heredé por suerte; y luego, 
               o fuese ambición o amor, 
               mostraste a mi ciego ardor 
               correspondencias de fuego.
                  Mas la herencia, que la gloria 
               me dio de tu vencimiento, 
               fue también impedimento 
               para gozar la vitoria;
                  porque estoy, Blanca, obligado 
               a dar la mano a mujer 
               de mi linaje, o perder 
               la posesión del estado.
                  Esta ocasión me desvía 
               de ti pues, según arguyo, 
               ni rico puedo ser tuyo, 
               ni pobre quieres ser mía.
                  Perdida, pues, tu esperanza, 
               si otra doy en celebrar, 
               es divertirme, no amar; 
               es remedio, no mudanza.
                  Así que, a no poder más, 
               mudo intento; si pudieres, 
               haz lo mismo; que si quieres, 
               mujer eres, y podrás.


Vase


BLANCA:           ¡Oye!
CLAVELA:                 Alas lleva en los pies.
OCHAVO:        (¡Cielos, haced que algún día       Aparte
               pueda yo  hacer con Mencía
               lo que con Blanca el Marqués!)


Vase


BLANCA:           Desesperada esperanza, 
               el loco intento mudad, 
               y de ofendida apelad 
               del amor a la venganza.
                  ¡Por los cielos, inconstante, 
               ya que tu agravio me obliga, 
               que has de llorarme enemiga, 
               pues no me estimas amante!
                  ¡A tus gustos, tus intentos, 
               tus fines, me he de oponer! 
               ¡Seré verdugo al nacer
               de tus mismos pensamientos!
CLAVELA:          De cólera estás perdida;
               loca te tiene el despecho.
BLANCA:        ¡Sierpes apacienta el pecho 
               de una mujer ofendida!


Vanse. Sale el conde don JUAN


JUAN:             De tus ojos salgo ciego
               y abrasado, Inés hermosa, 
               cual la incauta mariposa 
               busca luz y encuentra fuego.


Sale el conde CARLOS


CARLOS:           (¿Aquí está el conde don Juan?  Aparte
               ¡Todo el infierno arde en mí!) 
               Conde, de hallaros aquí 
               ciertas sospechas me dan
                  de que pretendéis entrar
               en el examen.
JUAN:                         Pues ¿quién
               no aspira a tan alto bien, 
               sí méritos lo han de dar?
CARLOS:           Quien supiere que a la bella
               Inés ha un siglo que quiere 
               Carlos.
JUAN:                 Si quien lo supiere,
               Conde, no ha de pretendella,
                  de esa obligación me hallo
               con justa causa exclüido,
               porque nunca lo he sabido.
CARLOS:        ¿No basta, pues, escuchallo
                  aquí de mí, si hasta agora
               la he servido con secreto,
               justo y forzoso respeto
               del que estima a la que adora?
JUAN:             No basta a quien se ha empeñado
               sin saberlo: a no empezar
               podéis con eso obligar;
               mas no a dejar lo empezado.
CARLOS:           Esta espada sabrá hacer
                que sobre decirlo yo 
               para dejarlo.
JUAN:                         Y que no
               ésta sabrá defender;
                  y esto en el campo, no aquí;
               que es sagrado este lugar.
CARLOS:        Allá os espero mostrar 
               el valor que vive en mí.


Sale doña INÉS


INÉS:             ¿Qué es esto?  Conde don Juan,
               conde Carlos, ¿dónde vais?
CARLOS:        Solamente a que entendáis 
               los excesos a que dan
                  ocasión vuestros antojos.
               Venid.
JUAN:                 Vamos.
INÉS:                         ¡Detenéos,
               que mal logrará deseos
               quien obliga con enojos!
                  Sabiendo que es lo primero 
               que he advertido en este examen 
               que no ha de entrar en certamen 
               quien por mí saque el acero,
                  ¿cómo aquí con ofenderme, 
               queréis los dos obligarme, 
               pues que pretendéis ganarme 
               con el medio de perderme?
                  El fin de esta pretensión 
               ¿consiste en vuestro albedrío? 
               ¿Es vuestro gusto, o el mío, 
               quien ha de hacer la elección?
                  Sufra, pues, quien alcanzarme 
               procure, la competencia, 
               o confiese en mi presencia 
               que no pretende obligarme.
JUAN:             No hay más ley que vuestro gusto
               para mi abrasado pecho.
CARLOS:        Y yo, Inés, aunque a despecho
               de un agravio tan injusto
                  como recibo de vos,
               me dispongo a obedeceros.
INÉS:          De no sacar los aceros 
               me dad palabra los dos.
CARLOS:           Yo por serviros la doy.
JUAN:          Yo la doy por obligaros;
               que a morir, por no enojaros, 
               dispuesto, señora, estoy.


Vase el conde don JUAN


CARLOS:           ¡Ah, Marquesa! ¡A Dios pluguiera,
               pues os cansa el amor mío, 
               fuese mío mi albedrío 
               para que no os ofendiera! 
               ¡Pluguiera a Dios que pudiera 
               poner freno a mis pasiones 
               el ver vuestras sinrazones!  
               Que cuando el amor es furia, 
               los golpes que da la injuria 
               rematan más las prisiones.
                  Apaga el cierzo violento 
               llama que empieza a nacer; 
               mas en llegando a crecer, 
               le aumenta fuerzas el viento.  
               Ya estaba en mi pensamiento 
               apoderado el furor 
               de vuestro amoroso ardor; 
               y a quien llega a estar tan ciego, 
               cada agravio da más fuego, 
               cada desdén, más amor.
INÉS:             Basta, Conde; que llenáis
               de vanas quejas el viento, 
               si de vuestro sentimiento 
               la ocasión no declaráis. 
               ¿De qué agravios me acusáis?
CARLOS:        El preguntarlo es mayor
               ofensa y nuevo rigor, 
               pues para que os disculpéis 
               de vuestro error, os hacéis 
               ignorante de mi amor.
                  ¿Podéisme negar acaso 
               que dos veces cubrió el suelo 
               tierna flor y duro hielo 
               después que por vos me abraso?  
               El fiero dolor que paso 
               por vuestros ricos despojos, 
               aunque a encubrir mis enojos 
               el recato me ha obligado, 
               ¿no os lo ha dicho mi cuidado 
               con la lengua de mis ojos?
                  ¿No han sido mi claro oriente 
               vuestros balcones, y han visto 
               que ha dos arios que conquisto 
               su hielo con fuego ardiente?  
               Si os amé tan cautamente, 
               que apenas habéis sabido 
               vos misma que os he querido, 
               ésa es fineza mayor, 
               pues, muriendo, vuestro honor 
               a mi vida he preferido.
                  Pues cuando, tras esto, dais 
               licencia a nuevos cuidados, 
               para ser examinados
               porque el más digno elijáis, 
               ¿cómo, decid, preguntáis 
               a un despreciado y celoso 
               de qué se muestra quejoso?
               Cuando por amante no, 
               por mí ¿no merezco yo 
               ser con vos más venturoso?   
INÉS:             Negarlo fuera ofenderos;
               pero vos me disculpáis, 
               y con lo que me acusáis 
               pienso yo satisfaceros.  
               Si entre tantos caballeros 
               como al examen se ofrecen 
               vuestras partes os parecen 
               dignas de ser preferidas, 
               ellas serán elegidas, 
               si más que todas merecen.
                  Mas si acaso el proprio amor 
               os engaña, y otro amante, 
               aunque menos arrogante, 
               en partes es superior, 
               ni es ofensa ni es error, 
               si en mi provecho me agrada, 
               de vuestro daño olvidada, 
               que el que es más digno me venza; 
               que de sí misma comienza 
               la caridad ordenada.
CARLOS:           Y de amar vuestra beldad
               ¿cuáles los méritos son?
INÉS:             Amar por inclinación
               es propria comodidad.  
               Si presa la voluntad 
               del deseo, se fatiga 
               porque el deleite consiga, 
               del bien que pretende nace; 
               y quien su negocio hace, 
               a nadie con él obliga.
                  Demás que, si amarme fuera 
               conmigo merecimiento, 
               no sólo vuestro tormento 
               obligada me tuviera; 
               que no tantos en la esfera 
               leves átomos se miran, 
               ni en cuanto los rayos giran 
               del sol claro arenas doran, 
               cuantos más que vos me adoran, 
               que menos que vos suspiran.
                  Pero, supuesto que amarme 
               no me obliga, imaginad 
               que cumplir mi voluntad 
               es el modo de obligarme.  
               El más digno ha de alcanzarme; 
               si vuestros méritos claros 
               esperan aventajaros, 
               en obligación me estáis, 
               pues por una que intentáis, 
               dos vitorias quiero daros.
                  Corta hazaña es por amor 
               conquistar una mujer; 
               ilustre vitoria es ser 
               por méritos vencedor.
               De mí os ha de hacer señor
               la elección, no la ventura.
               Si no os parece cordura
               el nuevo intento que veis,
               al menos no negaréis
               que es de honrada esta locura.
CARLOS:           En fin, ¿que en vano porfío
               disuadiros ese intento?
INÉS:          Antes que mi pensamiento,
               se mudará el norte frío.
CARLOS:        Pues yo de todos confío
               ser por partes vencedor;
               mas ved que en tan ciego amor
               mis sentidos abrasáis,
               que si en la elección erráis,
               no he de sufrir el error.
                  Mirad cómo os resolvéis,
               y advertid bien, si a mí no,
               que merezca más que yo
               a quien vuestra mano deis;
               pues como vos proponéis
               que vencer, para venceros,
               tantos nobles caballeros,
               son dos tan altas vitorias,
               son dos afrentas notorias
               las que recibo en perderos.
                  Yo entrenaré mi pasión
               si es más digno el más dichoso,
               obediente al imperioso
               dictamen de la razón;
               pero siendo en la elección
               vos errada y yo ofendido,
               ¡vive Dios que al preferido
               ha de hacer mi furia ardiente 
               teatro de delincuente 
               deL tálamo de marido!
INÉS:             Pensad que si no vencéis,
               no habéis de quedar quejoso; 
               que será tal, el dichoso,
               que vos mismo lo aprobéis.
CARLOS:        Cumplid lo que prometéis.
INÉS:          Tal examen he de hacer,
               que a todos dé, al escoger, 
               qué envidiar, no qué culpar.
CARLOS:        Pues, Inés, a examinar.
INÉS:          Pues, Carlos, a merecer.



FIN DEL ACTO PRIMERO



      

ACTO SEGUNDO


      




Salen BLANCA: y CLAVELA: con mantos


BLANCA:           Yo la he de ver, y estorbar 
               cuanto pueda su esperanza; 
               que el amor pide venganza 
               si llega a desesperar;   
                  y pues no me vio jamás 
               la Marquesa, cierta voy 
               de que no sabrá quién soy.
CLAVELA:       Resuelta, señora, estás, 
                  y no quiero aconsejarte.
BLANCA:        Ella sale.
CLAVELA:                  Hermosa es:
               con razón la luz que ves 
               puede en celos abrasarte.
BLANCA:           Cúbrete el rostro, y advierte 
               que los enredos que emprendo 
               van perdidos, en pudiendo 
               este viejo conocerte.


Salen  INÉS y BELTRÁN


BELTRÁN:          Ya del marqués don Fadrique      
               el memorial he pasado; 
               y si verdad ha informado, 
               no dudo que se publique 
                  por su parte la vitoria.
INÉS:          Pues, Beltrán, con brevedad 
               de lo cierto os informad, 
               porque es ventaja notoria 
                  la que en sus méritos veo, 
               y si verdaderos son,
               mi sangre o mi inclinación 
               facilitan su deseo.
BELTRÁN:          Él es tu deudo; y, por Dios, 
               que fuera bien que se unieran
               vuestras dos casas, e hicieran
               un rico estado los dos.


Doña BLANCA habla aparte con CLAVELA


BLANCA:           Primero el fin de tus años,   
               caduco enemigo, veas.
CLAVELA:       La ocasión es que deseas.
BLANCA:        Comiencen, pues, mis engaños, 
                  y advierte bien el rodeo 
               con que mi industria la obliga 
               a rogarme que la diga
               lo que decirle deseo.


Alto


                  No vengo a mala ocasión, 
               cuando de bodas tratáis, 
               pues feliz anuncio dais 
               con eso a mi pretensión.
INÉS:             ¿Quién sois y qué pretendéis?
BLANCA:        Soy, señora, una crïada 
               de una mujer desdichada, 
               que por dicha conocéis.  
                  Lo que pretendo es mostraros 
               joyas de hechura y valor, 
               con que pueda el resplandor 
               del mismo sol envidiaros.  
                  Tratado su casamiento, 
               las previno mi señora; 
               y habiendo perdido agora, 
               con la esperanza, el intento 
                  de ese estado, determina 
               tomar el de religión;
               y viendo que la ocasión 
               de casaros se avecina,
                  según publica la fama, 
               me mandó que os las trajese, 
               porque, si entre ellas hubiese 
               alguna que de tal dama 
                  mereciese por ventura 
               ser para suya estimada, 
               por el valor apreciada, 
               aunque pierda de la hechura 
                  mucha parte, la compréis.  
INÉS:          Las joyas, pues, me mostrad.


Saca una cajeta de joyas


BLANCA:        Su curiosa novedad
               pienso que codiciaréis.
                  De diamantes jaquelados
               es ésta.
INÉS:                    No he visto yo
               mejor cosa.
BLANCA:                     Ésa costó
               mil y quinientos ducados.
                  Pero ved estos diamantes
               al tope.
INÉS:                   La joya es bella:
               el cielo no tiene estrella
               que dé rayos más brillantes.
BLANCA:           Con más razón esta rosa,
               esmaltada en limpio acero,
               compararéis al lucero.
INÉS:          Venus es menos hermosa.
                  Quien tales joyas alcanza
               muy rica debe de ser.
BLANCA:        Tanto, que por no perder
               de una mano la esperanza,
                  las diera en albricias todas;
               y sé que le pareciera
               corto exceso a quien supiera
               con quién trataba sus bodas.
                  Mas son pláticas perdidas.
               De lo que importa tratemos.
CLAVELA:       (¡Por qué sutiles extremos        Aparte
               busca el medio a sus heridas!)
INÉS:             Ya de curiosa me incito
               a saber quién fue el ingrato;
               que vuestro mismo recato
               me despierta el apetito.
CLAVELA:          (Ya están conformes las dos.)      Aparte
BLANCA:        Si saberlo os importara,
               Marquesa hermosa, fïara
               más graves cosas de vos.
INÉS:             A quien trata de casarse
               y a quien, como ya sabréis, 
               hace el examen que veis, 
               temerosa de emplearse
                  en quien, como el escarmiento 
               lo ha mostrado, si se arroja, 
               a la vuelta de la hoja 
               halle el arrepentimiento,
                  ¿no importa saber con quién 
               quiso esa dama casarse, 
               y para no efetüarse 
               la causa que hubo también?
                  Si, como me certifica 
               vuestra misma lengua agora, 
               la que tenéis por señora 
               es tan principal y rica,
                  ¿presumís que entre los buenos 
               que opuestos agora están 
               a mi mano, ese galán 
               que ella quiso valga menos?
                  ¿Quién duda sino que está 
               a este mi examen propuesto 
               él también?  Pues, según esto, 
               no poco me importará
                  saber quién fue, y cuál ha sido 
               tan poderosa ocasión
               que el efeto a la afición
               de esa dama haya impedido.
                  Decídmelo, por mi vida,
               y fïad que me tendréis,     
               si esta lisonja me hacéis,
               mientras viva, agradecida.
BLANCA:           Si he de hacerlo, habéis de dar
               la palabra de¡ secreto.
INÉS:         Como quien soy lo prometo.
BLANCA:        Solas hemos de quedar.


A BELTRÁN


INÉS:            Dejadnos solas.                 
BELTRÁN:                      (Quien fía       Aparte
               secretos a una mujer
               con red intenta prender
               las aguas que el Nilo envía.)


A CLAVELA


BLANCA:           La industria verás agora 
               con que la obligo a querer 
               al Conde, y a aborrecer 
               al Marqués, si ya lo adora.)


Vase BELTRÁN y habla desde el paño


BELTRÁN:          Pues nada encubre de mí, 
               los secretos que después 
               me ha de contar Doña Inés 
               quiero escuchar desde aquí.)


INÉS:             Ya estamos solas.
BLANCA:                             Marquesa,
               a quien haga más dichosa 
               el cielo que a la infeliz 
               de quien refiero la historia, 
               sabed que ese Conde Carlos, 
               ése cuya fama asombra 
               con los rayos de su espada 
               las regiones más remotas, 
               ese Narciso en la paz, 
               que por sus partes hermosas 
               es de todos envidiado, 
               como adorado de todas, 
               en esta dama, de quien 
               oculta el nombre mi boca, 
               por obedecerla a ella 
               y porque a vos no os importa, 
               puso, más ha de tres años, 
               la dulce vista engañosa, 
               pues a sus mudas palabras 
               no corresponden las obras.  
               Miró, sirvió y obligó, 
               porque son muy poderosas 
               diligencias sobre partes, 
               que solas por sí enamoran.  
               Al fin, en amor iguales 
               y en méritos, se conforman, 
               que si él es galán Adonis, 
               es ella Venus hermosa; 
               y porque a penas ardientes 
               dichoso término pongan, 
               declarados sus intentos,
               alegres tratan sus bodas.  
               Entonces ella previno 
               éstas y otras ricas joyas, 
               como hermosas desdichadas, 
               malquistas como curiosas; 
               y cuando ya de Himeneo 
               el nupcial coturno adorna 
               el pie, y en la mano Juno 
               muestra la encendida antorcha; 
               cuando ya, ya al dulce efeto 
               falta la palabra sola 
               que eternas obligaciones 
               en breve sílaba otorga, 
               al Conde le sobrevino 
               una fiebre, si engañosa, 
               su mudanza lo publica, 
               su ingratitud lo pregona; 
               pues desde entonces, fingiendo 
               ocasiones dilatorias, 
               descuidadas remisiones 
               y tibiezas cuidadosas, 
               vino por claros indicios 
               a conocerse que sola 
               su mudada voluntad 
               los desposorios estorba.  
               Ella, del desdén sentida 
               y de la afrenta rabiosa, 
               pues hechos ya los conciertos, 
               quien se retira deshonra, 
               llegó por cautas espías 
               a saber que el Conde adora 
               otra más dichosa dama; 
               no sé yo si más hermosa, 
               porque con tanto secreto 
               su nuevo dueño enamora, 
               que viendo todos la flecha, 
               no hay quien la aljaba conozca.
               Con esto, su cuerdo padre, 
               por consolar sus congojas, 
               a las bodas del Marqués
               don Fadrique la conhorta; 
               mas cuando de su nobleza 
               y de sus partes heroicas 
               iban nuevas impresiones 
               borrando antiguas memorias, 
               vino a saber del Marqués 
               ciertas faltas mi señora, 
               para en marido insufribles, 
               para en galán fastidiosas; 
               y aunque parezca indecente 
               el referirlas mi boca, 
               y esté, de que han de ofenderos 
               los oídos, temerosa, 
               el secreto y el deseo 
               de serviros, y estar solas 
               aquí las tres, da disculpa 
               a mi lengua licenciosa.
               Tiene el Marqués una fuente, 
               remedio que necios toman, 
               pues para sanar enferman, 
               y curan una con otra.
               Tras esto, es fama también 
               que su mal aliento enoja, 
               y fastidia más de cerca 
               que él de lejos enamora; 
               y afirman los que le tratan 
               que es libre y es jactancioso 
               su lengua, y jamás se ha visto 
               una verdad en su boca.  
               Pues como en el verde abril 
               marchita el helado Bóreas 
               las flores recién nacidas, 
               las recién formadas hojas, 
               así mí dueño, al instante 
               que de estas faltas la informan, 
               del amor en embrión
               el nuevo concepto aborta; 
               y con la misma violencia 
               que al arco la cuerda torna, 
               cuando, de membrado brazo 
               disparada, el viento azota, 
               de su Conde Carlos vuelve 
               a abrasarse en las memorias, 
               sus perfeciones estima 
               y sus desdenes adora.
               Mas viendo, al fin, su deseo 
               imposible la vitoria, 
               pues son, cuando amor declina, 
               las diligencias dañosas, 
               despechada, muda intento, 
               y la deseada gloria
               que no ha merecido deja 
               a otra mano más dichosa; 
               pues podrá quien goce al Conde 
               alabarse de que goza 
               el marido más bizarro 
               que ha celebrado la Europa.
INÉS:          Cuanto puedo os agradezco 
               la relación de la historia; 
               y a fe que me ha enternecido 
               la tragedia lastimosa 
               que en sus amantes deseos 
               ha tenido esa señora.
BLANCA:        Tenéis, al fin, sangre noble.  
               Mas, ¿qué decís de las joyas?
INÉS:          Que me agradan, mas quisiera, 
               para tratar de la compra, 
               que un oficial las aprecie.
BLANCA:        No puedo aguardar agora; 
               si gustáis, volveré a veros.
INÉS:          Será para mí lisonja; 
               que vos no me enamoráis 
               menos que ellas me aficionan.
BLANCA:        A veros vendré mil veces, 
               por ser mil veces dichosa.


Aparte doña BLANCA y CLAVELA


CLAVELA:       Bien se ordena tu venganza.
BLANCA:        Ya he sembrado la discordia.  
               Pues soy despreciada Juno, 
               ¡muera Paris y arda Troya!


Vanse las dos


INÉS:             ¡Hola Beltrán!
BELTRÁN:                      ¿Qué me quieres,
               señora?
INÉS:                   Al punto   partid,
               y con recato seguid,
               Beltrán, esas dos mujeres.
                  Sabed su casa, y de suerte 
               el seguirlas ha de ser, 
               que ellas no lo han de entender.   
BELTRÁN:       Voy, señora, a obedecerte;
                  y fía de mi cuidado 
               que lo que te han referido 
               averigüe; que escondido 
               su relación he escuchado.


Vase


INÉS:             Hasta agora, ciego Amor, 
               libre entendí que vivía. 
               Ni tus prisiones sentía, 
               ni me inquietaba tu ardor.
                  Pero ya, ¡triste!, presumo 
               que la libertad perdí; 
               que el fuego escondido en mí 
               se conoce por el humo.
                  Causóme pena escuchar 
               los defetos del Marqués, 
               y de amor sin duda es 
               claro indicio este pesar.
                  Cierto está que es de quererle 
               este efeto, pues sentí 
               las faltas que dél oí 
               como ocasión de perderle.
                  Presto he pagado el delito 
               de seguir mi inclinación 
               y de hacer en la elección 
               consejero al apetito.
                  No más Amor; que no es justo 
               tras tal escarmiento errar; 
               esposo, al fin, me ha de dar 
               el examen, y no el gusto.


Sale el MARQUÉS


MARQUÉS:          (Corazón, ¿de qué os turbáis?   Aparte
               ¿Qué alboroto, qué temor
               os ocupa?  Ya de amor
               señales notorias dais.
                  ¿Quién creyera tal mudanza?  
               Pero, ¿quién no la creyera,
               si la nueva causa viera
               de mi dichosa esperanza?  
                  Perdona, Blanca, si sientes
               ver que a nueva gloria aspiro;
               que en Inés ventajas miro,
               y en ti miro inconvenientes.)
                  Mi dicha, Marquesa hermosa, 
               ostenta ya, con entrar
               a veros sin avisar,
               licencias de vitoriosa;
                  que le ha dado a mi esperanza, 
               para tan osado intento,
               el amar, atrevimiento,
               y el merecer, confïanza.
INÉS:             (Ya empiezo a verificar         Aparte
               los defetos que he escuchado, 
               pues a hablar no ha comenzado, 
               y ya se empieza a alabar.)
                  Mirad que no es de prudentes 
               la propria satisfación,
               y más donde tantos son
               de mi mano pretendientes;
                  y quien con tal osadía 
               presume, o es muy perfeto,
               o si tiene algún defeto, 
               en que es oculto se fia;
                  y es acción poco discreta 
               estar en eso fïado,
               que a la envidia y al cuidado,
               Marqués, no hay cosa secreta.
MARQUÉS:          Bien me puede haber mentido
               mi proprio amor lisonjero; 
               pero yo mismo, primero 
               que fuese tan atrevido,
                  me examiné con rigor 
               de enemigo, y he juzgado 
               que puede estar confïado, 
               más que el de todos, mi amor.
                  De mi sangre no podéis 
               negarme, Inés, que confía 
               con causa, pues es la mía 
               la misma que vos tenéis.
                  De mi persona y mi edad, 
               si pesa a mis enemigos, 
               vuestros ojos son testigos.
               No mendigáis la verdad.
                  En la hacienda y el estado 
               ilustre en que he sucedido, 
               de ninguno soy vencido, 
               si soy de alguno igualado.
                  Mis costumbres, yo no digo 
               que son santas, mas al menos 
               son tales, que los más buenos 
               me procuran por amigo.
                  De mi ingenio no publica 
               mi lengua la estimación; 
               dígalo la emulación, 
               que ofendiendo califica.
                  Pues en gracias naturales 
               y adquiridas, decir puedo 
               que los pocos que no excedo 
               se jactan de serme iguales.
                  En las armas sabe el mundo 
               mi destreza y mi pujanza. 
               Hable el segundo Carranza, 
               el Narváez sin segundo.
                  Si canto, suspendo el viento; 
               si danzo, cada mudanza 
               hace, para su alabanza, 
               corto el encarecimiento.
                  Nadie es más airoso a pie; 
               que, puesto que del andar 
               es contrapunto el danzar, 
               por consecuencia se ve,
                  si en contrapunto soy diestro, 
               que lo seré en canto llano.  
               Pues a caballo, no en vano 
               me conocen por maestro
                  de ambas sillas los más sabios, 
               pues al más zaino animal 
               trueco en sujeción leal 
               los indómitos resabios.
                  En los toros, ¿quién ha sido 
               a esperar más reportado? 
               ¿Quién a herir más acertado, 
               y a embestir más atrevido?
                  ¿A cuántos, ya que el rejón 
               rompí y empuñé la espada, 
               partí de una cuchillada 
               por la cruz el corazón?
                  Tras esto, de que la fama, 
               como sabéis, es testigo, 
               sé callar al más amigo 
               mis secretos y mi dama,
                  y soy--que esto es lo más nuevo 
               en los de mi calidad-- 
               amigo de la verdad 
               y de pagar lo que debo.
                  Ved, pues, señora, si puedo 
               con segura presunción 
               perder en mi pretensión 
               a mis contrarios el miedo.

INÉS:             (¡Qué altivo y presuntüoso!    Aparte
               ¡Qué confïado y lozano 
               os mostráis, Marqués!  No en vano 
               dicen que sois jactancioso.) 
                  Bien fundan sus esperanzas 
               vuestros nobles pensamientos 
               en tantos merecimientos;
               mas a vuestras alabanzas 
                  y a las partes que alegáis, 
               hallo una falta, Marqués, 
               que no negaréis.
MARQUÉS:                      ¿Cuál es?
INÉS:          Ser vos quien las publicáis.
MARQUÉS:          Regla es que en la propria boca 
               la alabanza se envilece;
               mas aquí excepción padece,
               pues a quien se opone toca
                  sus méritos publicar,
               por costumbre permitida;
               que mal, si sois pretendida
               de tantos, puedo esperar
                  que los mismos, que atrevidos 
               a vuestra gloria se oponen,
               mis calidades pregonen,
               si está en eso ser vencidos.
                  Decirlas yo es proponer, 
               es relación, no alabanza;
               alegación, no probanza,
               que ésa vos la habéis de hacer.
                  Hacelda; y si fuere ajeno
               un punto de la verdad,
               a perder vuestra beldad
               desde agora me condeno.
INÉS:             Mucho os habéis arrojado.
MARQUÉS:       La verdad es quien me alienta.
INÉS:          (¿Cómo puede ser que mienta       Aparte
               quien habla tan confïado?
                  ¡Cielos santos! ¿Es posible
               que tales faltas esconda
               tal talle, y no corresponda
               lo secreto a lo visible?)
                  Tales los méritos son
               que alegáis vos, y yo veo,
               que si, como ya deseo
               y espero, la relación
                  verifica la probanza
               que rigurosa he de hacer,
               desde aquí os doy de vencer
               seguridad, no esperanza;
                  porque inclinada me siento,
               si os digo verdad, Marqués,
               a vuestra persona.
MARQUÉS:                         Ése es
               mi mayor merecimiento.
                  ¿Qué más plena información
               de méritos puedo hacer,
               señora, que merecer
               tan divina inclinación?
                  Si en ése que tú me das,
               Marquesa, a todos excedo,
               está cierta que no puedo
               ser vencido en los demás.


Sale BELTRÁN


BELTRÁN:          Llegada es ya la ocasión
               en que es forzoso probarlos.
MARQUÉS:       Beltrán, ¿cómo?
BELTRÁN:                     El Conde Carlos,
               con la misma pretensión,
                  ha publicado, en servicio
               de la Marquesa, un cartel,
               y desafía por él
               a todo ilustre ejercicio
                  de letras y armas a cuantos
               al examen se han opuesto.
MARQUÉS:       (¡El Conde! ¡Cielos! ¿Qué es esto?       Aparte
               El Conde sólo, entre tantos
                  amantes, basta conmigo
               a obligarme a desistir;
               que no es justo competir 
               con tan verdadero amigo.
                  Mas ya por opositor
               al examen me he ofrecido,
               y nadie creerá que ha sido
               la amistad, sino el temor,
                  el que muda mi intención.
               Pues, amigo, perdonad,
               si prefiero a la amistad
               las aras de la opinión.)
INÉS:             Marqués, parece que os pesa
               y que os han arrepentido
               las nuevas que habéis oído.
MARQUÉS:       Lo dicho, dicho, Marquesa.
                  La suspensión que habéis visto
               nació de que amigo soy
               del Conde; mas ya que estoy
               declarado, si desisto,
                  lo podrá la emulación
               a temor atribuir;
               y es forzoso preferir
               a la amistad la opinión;
                  demás que vuestra beldad
               es mi disculpa mayor,
               si por las leyes de amor
               quebranto las de amistad.
INÉS:             Pues bien es que comencéis
               a vencer, yo a examinar;
               aunque no pienso buscar,
               si al Conde Carlos vencéis,
                  otra probanza mayor.
MARQUÉS:       Si vos estáis de mi parte,
               ni temo en la guerra a Marte,
               ni en la paz al dios de amor.


Habla aparte a BELTRÁN


INÉS:             ¿Habéis sabido, Beltrán,
               la casa?
BELTRÁN:               Ya la he sabido.
INÉS:          ¡Oh, cielos! ¡Hayan mentido        
               nuevas que tan mal me están! 
                  ¡Que las señales desmienten 
               defetos tan desiguales!
BELTRÁN:       No des crédito a señales,
               si las de¡ Marqués te mienten.


Vanse


MARQUÉS:          ¿De una vista, niño ciego, 
               dejas un alma rendida?
               ¿De una flecha, tanta herida 
               y de un rayo, tanto fuego? 
                  ¡Loco estoy!  Ni resistir 
               ni desistir puedo ya;
               todo mi remedio está
               sólo en vencer o morir.


Sale el conde CARLOS


CARLOS:           Marqués amigo, ¿sabéis 
               el cartel que he publicado?
MARQUÉS:       Y me cuesta más cuidado 
               del que imaginar podéis.
CARLOS:           ¿Por qué?
MARQUÉS:                   En vuestro desafío
               tenéis por opositor
               a vuestro amigo el mayor.
CARLOS:        El mayor amigo mío
                  sois vos, Marqués.
MARQUÉS:                          Pues yo soy.
CARLOS:        ¿Qué decís?
MARQUÉS:                  Cuanto me pesa
               sabe Dios.  Con la Marquesa
               declarado, Conde, estoy;
                  después de estarlo he tenido 
               nuevas de vuestra intención; 
               si, salvando mi opinión 
               y sin que entiendan que ha sido 
                  el desistir cobardía,    
               puedo hacerlo, vos el modo 
               trazad, pues siempre es en todo 
               vuestra voluntad la mía;
                  que, pues por vos he olvidado, 
               tras de dos años de amor, 
               a doña Blanca, mejor 
               de este tan nuevo cuidado
                  se librará el alma mía; 
               aunque, si el pecho os confiesa 
               lo que siente, la Marquesa 
               ha encendido en sólo un día 
                  más fuego en mi corazón 
               que doña Blanca en dos años.  
               Mas libradme de los daños 
               que amenazan mi opinión 
                  si desisto de este intento, 
               y veréis si mi amistad 
               tropieza en dificultad 
               o repara en sentimiento.
CARLOS:           Culpados somos los dos,
               Marqués, igualmente aquí;
               que el recataros de mí 
               y el recatarme de vos 
                  en esto, nos ha traído 
               a lance tan apretado; 
               que uno y otro está obligado 
               a acabar lo que ha emprendido.  
MARQUÉS:          Yo no soy culpado en eso;
               que no quise publicar 
               mi intento por no quedar 
               corrido de mal suceso;
                  y con esta prevención, 
               que pienso que fue prudente, 
               a doña Inés solamente 
               declaré mi pretensión.
                  Y sabe Dios que mi intento 
               fue quererme divertir 
               de doña Blanca y cumplir 
               vuestro justo mandamiento.
                  Y el cielo, Conde, es testigo 
               que, aunque en el punto que vi 
               a la Marquesa perdí 
               la libertad, fue conmigo 
                  de tanto efeto el oír 
               que érades también su amante, 
               que de mi intento al instante 
               determiné desistir;
                  mas ella, que no confía 
               tanto de humana amistad,
               lo que fue fidelidad
               atribuyó a cobardía;
                  y ésta es precisa ocasión
               de proseguir: que si es justo,
               Conde, preferir al gusto
               la amistad, no a la opinión.
CARLOS:           Con lo que os ha disculpado
               me disculpo: yo, ignorante
               de que fuésedes su amante,
               el cartel he publicado.
                  No puedo con opinión
               de este empeño desistir;
               que no lo ha de atribuir
               a amistad la emulación.
MARQUÉS:          Eso supuesto, mirad,
               Conde, lo que hemos de hacer.
CARLOS:        Competir, sin ofender
               las leyes de la amistad.
MARQUÉS:          Tened de mí confïanza,
               que siempre seré el que fui.


Vase


CARLOS:        Y fïad que no haga de mí
               la competencia mudanza.
                  ¿Cuándo, ingrata doña Inés,
               ha de cesar tu crueldad?
               Cuando ya, por mi amistad, 
               mudaba intento el Marqués,
                  ¿le obligaste al desafío, 
               por darme pena mayor?
               ¿Qué le queda a tu rigor
               que emprender en daño mío?  


Sale BELTRÁN


BELTRÁN:          ¡Famoso Conde!
CARLOS:                          ¡Beltrán!
               ¿Qué hay del examen?
BELTRÁN:                          Señor,
               hoy de todo pretensor 
               los méritos se verán.
CARLOS:           ¿Qué ha sentido la Marquesa 
               del cartel que he publicado?
BELTRÁN:       La gentileza ha estimado 
               con que vuestro amor no cesa 
                  de obligarla.
CARLOS:                        Su rigor
               a lo menos no lo muestra.
BELTRÁN:       No os quejéis; que culpa es vuestra 
               conquistar ajeno amor,
                  ingrato a quien os adora
               y por vos vive muriendo.
CARLOS:        ¿Qué decís, que no os entiendo?
BELTRÁN:       La Marquesa, mi señora,
                  lo sabe ya todo: en vano
               os hacéis desentendido.
CARLOS:        ¡Decid, por Dios! ¿Qué ha sabido? 
               Del secreto os doy la mano,
                  si es que os recatáis por eso. 
               Solos estamos los dos.
BELTRÁN:       Ha sabido que por vos
               pierde doña Blanca el seso. 
CARLOS:           ¿Qué doña Blanca?
BELTRÁN:                         De Herrera,
               la hija de don Fernando.
CARLOS:        Lo que os estoy escuchando 
               es ésta la vez primera
                  que a mi noticia llegó.
BELTRÁN:       ¡Bien, por Dios!
CARLOS:                        Él es testigo
               de que la verdad os digo.
BELTRÁN:       Pues, que lo sepáis o 
                  no, por vos vive en tal 
               tormento y en tanto fuego abrasada 
               Blanca, que desesperada 
               quiere entrarse en un convento.
CARLOS:           ¿Por mí?
BELTRÁN:                 Por vos.
CARLOS:                            Mirad bien
               que os engañáis.
BELTRÁN:                      Ni yo dudo
               quién sois, ni engañarse pudo 
               quien lo dijo.
CARLOS:                       ¿Pues de quién
                  lo sabéis que no podía 
               engañarse?
BELTRÁN:                Helo sabido
               de una crïada, que ha sido 
               de quien ella más se fía.
CARLOS:           Otra vez vuelvo a juraros 
               que he estado ignorante de ello.
BELTRÁN:       Bien puede, sin entendello 
               vos, doña Blanca adoraros; 
                  que esas partes fortaleza 
               mayor pueden sujetar, 
               y ella de honesta callar, 
               ciega de amor, su flaqueza, 
                  que sólo os puedo decir 
               que quien me lo dijo fue 
               con circunstancias que sé 
               que no me pudo mentir.
CARLOS:           (¿Puede ser esto verdad,        Aparte
               cielo santo?  Puede ser, 
               que en antojos de mujer 
               no es ésta gran novedad.
                  Pero no, el Marqués ha sido 
               su amante.  Mentira es.
               Pero bien pudo el Marqués
               amarla sin ser querido.
                  ¿Cómo me pudo tener 
               tanta afición sin mostralla?  
               Pero como honesta calla, 
               si adora como mujer.
                  ¿Cómo mi amor la conquista 
               sin comunicar con ella?
               Pero la honrada doncella
               tiene la fuerza en la vista.
                  Marquesa, si esto es verdad, 
               al cielo tu sinrazón 
               ofende, y me da ocasión 
               de castigar tu crueldad.
                  Será de mí celebrada 
               Blanca, principal y hermosa. 
               Quizá pagarás celosa 
               lo que niegas confïada.
                  Mas, ¿qué haré?  Que el desafío 
               me tiene empeñado ya.
               El mismo ocasión me da
               para el desagravio mío:
                  yo haré que tu confïanza,     
               si el cielo me da vitoria,
               donde espera mayor gloria,
               me dé a mí mayor venganza.)
                  Adiós, Beltrán.
BELTRÁN:                        Conde, adiós.
CARLOS:        Mi pretensión ayudad.
BELTRÁN:       Ya sabéis mi voluntad.
CARLOS:        Confïado estoy de vos.


Vase


BELTRÁN:          Lo que manda la Marquesa
               comencemos a ordenar.


Pone papeles sobre un bufete, y recado de escribir
y un libro


               ¡Cielos! ¿En qué ha de parar 
               tan dificultosa empresa?


Sale CLAVELA con manto


CLAVELA:          (Dicen que un loco hace ciento  Aparte
               y ya, por la ceguedad 
               de Blanca, en mí la verdad 
               del refrán experimento. 
                  Oblígame a acreditar 
               su enredo con otro enredo.
               Éste es Beltrán.  Aquí puedo 
               su intención ejecutar.) 
                  Suplícoos que me digáis 
               dónde hallaré un gentilhombre 
               de esta casa, cuyo nombre 
               es Beltrán.
BELTRÁN:                 Con él estáis.
CLAVELA:          ¿Vos sois?
BELTRÁN:                  Yo soy.
CLAVELA:                           Buen agüero
               del dichoso efeto ha dado,
               haberos luego encontrado,
               a lo que pediros quiero.
BELTRÁN:        ¿En qué os puedo yo servir?
CLAVELA:       Es público que se casa
               la señora de esta casa. 
               Dicen que ha de recebir 
                  más crïadas y quisiera, 
               pues tanto podéis, que fuese, 
               para que me recibiese, 
               vuestra piedad mi tercera;
                  que ni por padres honrados, 
               ni por buena fama creo 
               que desprecie mi deseo.  
               En labores y bordados
                  hay en la corte muy pocas 
               que me puedan igualar; 
               si me pongo a aderezar 
               valonas, vueltas y tocas,
                  no distingue, aunque lo intente,
               la vista más atrevida, 
               si son de gasa bruñida 
               o de cristal transparente;
                  y si de lo referido
               pretendéis certificaros, 
               será fácil informaros 
               de la casa en que he servido; 
                  que su madre del Marqués 
               don Fadrique es buen testigo 
               de las verdades que digo.
BELTRÁN:       (Esta ocasión, cielos, es           Aparte
                  la que buscar he podido, 
               para informarme de todo 
               lo que pretendo.) ¿De modo 
               que habéis, señora, servido 
                  a la Marquesa?
CLAVELA:                          Diez años.
BELTRÁN:       ¿Por qué causa os despidió 
               de su servicio?
CLAVELA:                      (¡Cayó             Aparte
               en la red de mis engaños!) 
                  Si os he de decir verdad, 
               me habéis de guardar secreto.
BELTRÁN:       Decid; que yo os lo prometo.
CLAVELA:       Conquistó mi honestidad 
                  su hijo el Marqués de suerte 
               que me despedí por él, 
               y por eximirme de él 
               tuviera en poco la muerte.
BELTRÁN:          ¿Por qué?  Decid.
CLAVELA:                           Yo me entiendo.
BELTRÁN:       ¿No lo fïaréis de mí?
               (La verdad descubro aquí.)        Aparte
CLAVELA:       (¡En el lazo va cayendo!)           Aparte
                  No es oro todo, Beltrán
               lo que reluce.  Secretos
               padece algunos defetos,
               aunque le veis tan galán,
                  que da vergüenza el contarlos. 
               ¡Mirad qué será el tenerlos!
BELTRÁN:       ¿Y no puedo yo saberlos, 
               supuesto que he de callarlos?
CLAVELA:          Pues os he dicho lo más,
               y pues pretendo obligaros,
               tengo de lisonjearos
               diciéndoos lo que jamás
                  mis labios han confesado.  
               Tiene el Marqués una fuente;
               y el mayor inconveniente
               no es éste de ser amado.
BELTRÁN:          ¿Pues cuál?
CLAVELA:                      En una ocasión
               que me halló sola, en los lazos 
               me prendió de sus dos brazos, 
               y en la amorosa cuestión, 
                  a mis labios atrevido, 
               con su aliento me ofendió 
               tanto, que me mareó 
               el mal olor el sentido.
                  Por esto y por la opinión 
               que tiene de mentiroso,
               hablador y jactancioso, 
               tomé al fin resolución 
                  de resistir y de huir 
               el ciego amor que le abrasa 
               por mí; y así de su casa 
               me fue forzoso salir.
BELTRÁN:          Decidme, ¿cómo os llamáis?
CLAVELA:       Es mi nombre Ana María.
BELTRÁN:       ¿Dónde vivís?
CLAVELA:                      Una tía
               me alberga; mas pues tomáis
                  mi cuidado a cargo vos,
               al mío queda el buscaros.
BELTRÁN:       Importa no descuidaros.
CLAVELA:       Dios os guarde.
BELTRÁN:                    Guárdeos Dios.
CLAVELA:          (Fuerza es que al fin se declare      Aparte
               la verdad; mas haga el daño
               que hacer pudiere el engaño,
               y dure lo que durare.)


Vase


BELTRÁN:          Con tan clara información,
               las faltas son ciertas ya
               del Marqués, y perderá
               por ellas su pretensión.


Sale doña INÉS



INÉS:             ¿Tenéis, Beltrán, prevenidos
               los memoriales?
BELTRÁN:                     Dispuestos
               están como has ordenado.
INÉS:          Pues llegad, llegad asientos.
               Sentáos, Beltrán. El examen
               en nombre de Dios empiezo.


Siéntanse al bufete con un libro y
memoriales


BELTRÁN:       Este billete, señora,
               es de don Juan de Vivero.
INÉS:          Breve escribe.  Dice así,


Lee


               "Si os mueven penas, yo muero"
               Esto de muero es vulgar;
               mas por lo breve es discreto.
BELTRÁN:       Hecha tengo su consulta.
INÉS:          Decid.


Lee en el libro


BELTRÁN:              "Don Juan de Vivero,
               mozo, galán, gentilhombre, 
               y en sus acciones compuesto; 
               seis mil ducados de renta; 
               galiciano caballero.
               Es modesto de costumbres,
               aunque dicen que fue un tiempo 
               a jugar tan inclinado, 
               que perdió hasta los arreos 
               de su casa y su persona; 
               pero ya vive muy quieto."
INÉS:          El que jugó jugará;
               que la inclinación al juego 
               se aplaca, mas no se apaga.  
               Borralde.
BELTRÁN:               Ya te obedezco.
INÉS:          Proseguid.
BELTRÁN:                Éste es don Juan
               de Guzmán, noble mancebo.

Dale un papel a INÉS


INÉS:          ¿No es éste el que ayer traía 
               una banda verde al cuello?
BELTRÁN:       Ése mismo.
INÉS:                      Pues yo dudo
               que escape de loco o necio;
               que preciarse de dichosos
               nunca ha sido acción de cuerdos.


Lee INÉS


               "En tanto que el máximo planeta en giro veloz          ilustre el orbe, y sus piramidales rayos iluminan
               mis vítreos ojos...".

               ¡Oh, qué fino mentecato!
BELTRÁN:       ¡Y qué puro majadero!
INÉS:          ¡A una mujer circunloquios
               y no usados epitetos!
BELTRÁN:       ¿Quieres oír su consulta?
INÉS:          No, Beltrán; borralde presto,
               y al margen poned así:


Escribe BELTRÁN en el libro


               "Éste se borra por necio.
               No se consulte otra vez,
               porque es falta sin remedio".
BELTRÁN:       Ya está puesto.  El que se sigue
               es don Gómez de Toledo,
               que la cruz de Calatrava
               ostenta en el noble pecho.
               Hombre que anda a lo ministro,
               capa larga y corto cuello,
               levantado por detrás
               el cuello de ferreruelo,
               el paso compuesto y corto, 
               siempre el sombrero derecho, 
               y un papel en la pretina; 
               maduro en años y en seso.
INÉS:          Apruebo el seso maduro, 
               maduros años no apruebo 
               para en marido, Beltrán.
BELTRÁN:       Es maduro, mas no es viejo.
INÉS:          Va la consulta.
BELTRÁN:                    Es Hurtado
               de Mendoza.
INÉS:                      ¿De los buenos?
BELTRÁN:       De los buenos.
INÉS:                         Será vano.
BELTRÁN:       Es pobre.
INÉS:                    Serálo menos.
BELTRÁN:       Tiene esperanza de ser 
               de una gran casa heredero.
INÉS:          No contéis por caudal proprio 
               el que está en poder ajeno; 
               y más donde el morir antes 
               o después es tan incierto.
BELTRÁN:       Pretende oficios.
INÉS:                            ¿Pretende?
               ¡Triste de él! ¿Tenéis por bueno 
               para mi marido a quien 
               ha de andar siempre pidiendo?
BELTRÁN:       Un virreinato pretende.
INÉS:          ¿Virreinato cuando menos? 
               ¡Mirad si digo que es vano!
BELTRÁN:       Tiene, para merecerlo, 
               innumerables servicios.
INÉS:          A maravedís los trueco; 
               que méritos no premiados 
               son litigiosos derechos.
BELTRÁN:       Sólo entre sus buenas partes 
               se le conoce un defeto.
INÉS:          ¿Cuál?
BELTRÁN:              Es colérico adusto.
INÉS:          ¡Peligroso compañero!
BELTRÁN:       Mas dicen que aquella furia 
               se le pasa en un momento, 
               y queda apacible y manso.
INÉS:          Si con el ardor primero 
               me arroja por un balcón, 
               decidme, ¿de qué provecho, 
               después de haber hecho el daño 
               será el arrepentimiento?
BELTRÁN:       ¿Borrarélo?
INÉS:                       Sí, Beltrán;
               que elegir esposo quiero
               a quien tenga siempre amor,
               no a quien siempre tenga miedo,
BELTRÁN:       Ya está borrado.  Consulta 


Lee en el libro
 

               de don Alonso...
INÉS:                         Ya entiendo.
BELTRÁN:       Éste tiene nota al margen,
               que dice. "Merced le han hecho 
               de un hábito, y no ha salido. 
               Consultéseme en saliendo".
INÉS:          ¿Ha salido?
BELTRÁN             No, señora.
INÉS:          Harta lástima le tengo.
               Beltrán, el que hábito pide,
               más pretende, según pienso,
               dar muestra de que es bienquisto, 
               que no de que es caballero.  
               Adelante.
BELTRÁN:               Don Guillén
               de Aragón se sigue luego, 
               de buen talle y gentil brío; 
               sobre un condado trae pleito.   
INÉS:          ¿Pleito tiene el desdichado?  
BELTRÁN:       Y dicen que con derecho;
               que sus letrados lo afirman.
INÉS:          Ellos, ¿cuándo dicen menos?
BELTRÁN:       Gran poeta.
INÉS:                       Buena parte,
               cuando no se toma el serlo 
               por oficio.
BELTRÁN:                Canta bien.
INÉS:          Buena gracia en un soltero,
               si canta sin ser rogado,
               pero sin rogar con ello.
BELTRÁN:       En latín y griego es docto.
INÉS:          Apruebo el latín y el griego; 
               aunque el griego, más que sabios, 
               engendrar suele soberbios.
BELTRÁN:       ¿Qué mandas?
INÉS:                       Que se consulte,
               si saliere con el pleito.
BELTRÁN:       El que se sigue es don Marcos 
               de Herrera.
INÉS:                     Borraldo luego;
               que don Marcos y don Pablo, 
               don Pascual y don Tadeo, 
               don Simón, don Gil, don Lucas, 
               que sólo oírlos da miedo, 
               ¿cómo serán si los nombres 
               se parecen a sus dueños?
BELTRÁN:       Del marques napolitano 
               la consulta te refiero.
INÉS:          Beltrán, títulos de Italia 
               son moneda de otro reino, 
               y no quiero yo marido 
               que ande con los caballeros 
               de España sobre llamarle 
               señoiía, siempre a pleito.  
               Voluntarias señorías 
               son forzosos sentimientos, 
               que hay hidalgo presumido, 
               de montañés abolengo, 
               que por darles a los tales 
               con la merced, por momentos
               se les hará encontradizo.
BELTRÁN:       Bórrolo, pues, y te leo
               los méritos y consulta
               del conde don Juan.
INÉS:                             Ya entiendo.
BELTRÁN:       Es andaluz, y su estado 
               es muy rico y sin empeño, 
               y crece más cada día,
               que trata y contrata.
INÉS:                                Eso
               en un caballero es falta;
               que ha de ser el caballero
               ni pródigo de perdido,
               ni de guardoso avariento.
BELTRÁN:       Dicen que es dado a mujeres.
INÉS:          Condición que muda el tiempo. 
               Casará y amansará
               al yugo del casamiento.
BELTRÁN:       No es puntüal.
INÉS:                        Es señor.
BELTRÁN:       Mal pagador.
INÉS:                        Caballero.
BELTRÁN:       Avalentado.
INÉS:                      Andaluz.
BELTRÁN:       Es viudo.
INÉS:                    Borralde presto;
               que quien dos veces se casa, 
               o sabe enviudar o es necio.
BELTRÁN:       El Conde Carlos se sigue.  
               Éste tiene gran derecho,
               que es noble, rico y galán,
               y de muchas gracias lleno.
INÉS:          Sí; mas tiene una gran falta.
BELTRÁN:       ¿Y cuál es?
INÉS:                                Que no le quiero.
BELTRÁN:       ¿Borrarélo?
INÉS:                       No, Beltrán,
               ni lo borro ni lo apruebo.
BELTRÁN:       Sólo el Marqués don Fadrique 
               resta ya.  Sus partes leo.
INÉS:          Decidme; ¿qué información 
               hallastes de los defetos 
               que aquella mujer me dijo?
BELTRÁN:       ¡Que son todos verdaderos!
INÉS:          ¿Que son ciertos?
BELTRÁN:                       Ciertos son.


Levántase derribando el bufete


INÉS:          Pues borralde... Mas, ¡teneos!  
               No le borréis; que es en vano, 
               entre tanto que no puedo, 
               como su nombre en el libro, 
               borrar su amor en el pecho.


Vase


BELTRÁN:       Con las tablas de la ley 
               diste, señora, en el suelo.  
               No hallarás perfeto esposo; 
               que caballo sin defeto, 
               quien lo busca, desconfía 
               de andar jamás caballero.



FIN DEL ACTO SEGUNDO


      


      

ACTO TERCERO





Dentro ruido de cascabeles y atabales.  Salen
HERNANDO por una puerta, y por otra OCHAVO


HERNANDO:         ¡Vítor el Conde Carlos! ¡Vítor!
OCHAVO:                                           ¡Cola!
               ¡El Marqués don Fadrique, vítor!
HERNANDO:                                      ¡Mientes!
OCHAVO:        Lacayo vil, ¿tu lengua niega sola
               lo que afirman conformes tantas gentes?
HERNANDO:      Tú, como infame, mientes por la gola; 
               que no han sido los votos diferentes 
               en dar al Conde Carlos la vitoria.
OCHAVO:        El premio nos dirá cúya es la gloria.
HERNANDO:         Más entiendes de vinos que de lanzas. 
               Llevóse el Conde Carlos la sortija 
               dos veces, ¿y te quedan esperanzas 
               de que a tu dueño la Marquesa elija?
OCHAVO:        ¡Triste, que ni el primero punto alcanzas 
               de vinos ni de lanzas!  No colija 
               tu pecho de eso el lauro que te ofreces; 
               que el Marqués la ha llevado otras dos veces
HERNANDO:         El Conde, por ventura, en el torneo, 
               ¿en todo no ha quedado ventajoso?
OCHAVO:        0 estás loco, o te miente tu deseo. 
               ¿El premio no llevó de más airoso 
               el Marqués, mi señor?


Miran adentro


HERNANDO:                               Al Conde veo
               que el premio dan.
OCHAVO:                            No estés presuntüoso;
               que otro dan al Marqués.
HERNANDO:                               ¿Hay tal sentencia?
               ¡Que igualen tan notoria diferencia!
OCHAVO:           Juzgólo el Almirante, y corresponde 
               a quien es.
HERNANDO:                 Será un necio quien replique.
OCHAVO:        Su premio guarda en la urna blanca el Conde
HERNANDO:      Y el suyo le presenta don Fadrique
               a la Marquesa.
OCHAVO:                       Gran misterio esconde,
               y rabio por saber qué signifique.
               En balcón blanco, que al del alba imita, 
               blanca urna en que los premios deposita.
HERNANDO:         A su tiempo dirá.  La fiesta ha dado 
               fin; la Marquesa deja la ventana.
OCHAVO:        Y ya nuestros dos dueños han dejado 
               sus dos caballos.
HERNANDO:                          Hoy el Conde gana
               la vitoria del bien que ha deseado.
OCHAVO:        Hoy goza de su prenda soberana 
               el Marqués.
HERNANDO:                 Ellos vienen.
OCHAVO:                                 Pues veamos
               cómo se hablan agora nuestros amos.


Salen el conde CARLOS y el MARQUÉS,
aderezados de sortija el conde de blanco, y el MARQUÉS de
verde


CARLOS:           Marqués, mil norabuenas quiero daros 
               del aire, de la gala y bizarría
               con que corrido habéis.  Pudo invidiaros 
               en todo el mismo autor del claro día.
MARQUÉS:       El alabarme, Conde, es alabaros; 
               lisonja es vuestra la lisonja mía, 
               que si a vos sólo merecí igualarme, 
               gusto que os alabéis con alabarme.
OCHAVO:           ¡Qué honrado competir!
CARLOS:                                 Fue la sentencia
               como de tal señor.
MARQUÉS:                          El Almirante
               honra como quien es.
OCHAVO:                             ¿Quién competencia
               tan noble ha visto en uno y otro amante?
CARLOS:        Marqués, pediros quiero una licencia.
MARQUÉS:       Si soy vuestro, y no tiene semejante
               la amistad que profeso yo teneros,
               sólo os puedo negar el concederos. 
                  ¿Licencia puedo dar a quien de todo
               es dueño, a quien gobierna mí albedrío?  
               Tomalda, Conde, vos; que de ese modo
               os puedo dar lo que tenéis por mío;
               y para daros a entender del todo
               cuánto soy vuestro y cuánto en vos confío, 
               si sin pedirla no queréis tomarla,
               yo, sin saberla, tengo de otorgarla.
CARLOS:           Sólo quiero saber...
MARQUÉS:                            No digáis nada,
               o mi amistad de vos será ofendida.
CARLOS:        ¿Amáis a la Marquesa?
MARQUÉS:                           No es amada
               en su comparación de mí la vida.
CARLOS:        ¿Y Blanca?
MARQUÉS:                 Es ya de mí tan olvidada,
               que aun haberla querido se me olvida.
CARLOS:        Con eso tomo la licencia, amigo.
               Hago lo que mandáis, y no os lo digo.


Vanse el conde CARLOS y HERNANDO


OCHAVO:           Por Dios, señor, que has andado 
               tan gallardo y tan lucido,
               que la invidia ha enmudecido,
               la soberbia te ha invidïado.
                  Bien puede el Conde alabarse
               de ser vencido.
MARQUÉS:                     Eso no;
               ni pude vencerlo yo,
               ni quien lo juzgó engañarse.
OCHAVO:           Eso sí; que es señal clara
               de los nobles corazones 
               igualar en las razones 
               las espaldas con la cara.
MARQUÉS:          Al cuarto de doña Inés 
               hemos llegado.
OCHAVO:                       Ella viene.


Salen doña INÉS, BELTRÁN y
MENCÍA


INÉS:          (¡Ah, cielos! ¿Qué imperio tiene          Aparte 
               en mi albedrío el Marqués,
                  que en viéndole, mi deseo
               pone al instante en olvido
               las faltas que dél he oído,
               por las partes que en él veo?)
MARQUÉS:          Huélgome, hermosa señora,
               que abreviaréis la elección,
               pues dos solamente son
               los que os compiten agora;
                  porque a los demás, vencidos,
               la suerte los excluyó.
               El Conde Carlos y yo
               quedamos para eligidos.
                  Iguales nos han juzgado
               en la sortija y torneo.
               No sé yo si su deseo
               iguala con mi cuidado;
                  sé que si me vence a mí
               en la gloria que pretendo,
               tengo de mostrar, muriendo,
               lo que amando merecí.
INÉS:             No importa, Marqués, que vos
               y el Conde solos quedéis
               para abreviar, cuando veis
               que el ser iguales los dos
                  me pone en más confusión;
               porque en muchos desiguales,
               más fácil que en dos iguales
               se resuelve la elección.
                  Pero ya prevengo un medio
               con que me he de resolver.
               (Dilaciones son, por ver           Aparte
               si el tiempo me da remedio.)
OCHAVO:           ¿Cuándo, enemiga Mencía,
               tu dureza he de ablandar?
               ¡Que no te quieras casar!
               Sólo en mi daño podía
                  tan gran novedad hallarse;
               pues para darme querella,
               eres la primer doncella
               que no rabia por casarse.
MENCÍA:           Sí quiero; mas no te quiero.
OCHAVO:        Pues si por mí no lo acabo,
               puédalo el llamarme Ochavo;
               que eres mujer, y es dinero.
MENCÍA:           (¡Que no puedo yo librarme      Aparte  
               de este amante porfïado!
               Mas sí puedo.  De su enfado
               una burla ha de vengarme.)
                  ¿Diré, Ochavo, la verdad?
OCHAVO:        Díla, si es en mi favor.
MENCÍA:        Tu amor pago con amor.
OCHAVO:        ¿De veras?
MENCÍA:                  Mi voluntad
                  esta noche ha de dar fin
               a tu firme pretensión.
OCHAVO:        ¿Mas qué tenemos?  ¿Balcón,
               o puerta falsa, o jardín?
MENCÍA:           No tanto lo que desea
               mi ciego amor dificulta.
               Ese tafetán oculta,
               Ochavo, una chimenea. 
                  Escóndete en ella, agora
               que en plática están los tres 
               divertidos; que, después
               que se acueste mi señora,
                  yo, que soy su camarera, 
               saldré a esta cuadra, y tendrás 
               de lo que oyéndome estás 
               información verdadera.
OCHAVO:           Al paso que se desea,
               se duda y se desconfía. 
               Obedézcote, Mencía,
               y doyme a la chimenea.


Vase


MARQUÉS:          ¿Los ingenios intentáis 
               examinarnos?
INÉS:                         Si iguales
               los méritos corporales 
               a los del alma juzgáis, 
                  erráislo; y se precipita 
               la que así no se recata; 
               que con el alma se trata, 
               si con el cuerpo se habita.
MARQUÉS:          ¡Ay, mi bien!  Que no lo siento 
               porque me causa temor; 
               que en las alas de mi amor 
               volará mi entendimiento. 
                  Siéntolo, Inés, porque veo 
               que son todas dilaciones, 
               solicitando ocasiones 
               de no premiar mi deseo.  
                  Mirad que muero de amor.
INÉS:          ¡Qué mal, Marqués, lo entendéis!  
               Las dilaciones que veis 
               son sólo en vuestro favor; 
                  que nadie en mi pensamiento 
               os hace a vos competencia; 
               sólo está de mi sentencia 
               en vos el impedimento.
MARQUÉS:          ¡Declárate! ¿Así te vas?
INÉS:          Basta, Marqués, declararos 
               que ni puedo más amaros 
               ni puedo deciros más.


Vase doña INÉS con MENCÍA


MARQUÉS:          ¡Cielos! ¿Qué es esto?  Sacad,
               Beltrán, de esta confusión 
               mi afligido corazón.  
BELTRÁN:       Sabe Dios mi voluntad;
                  mas hame puesto preceto 
               del silencio doña Inés,
               y no querréis vos, Marqués,
               que os revele su secreto.
MARQUÉS:          (De la vil emulación              Aparte
               sin duda nace este engaño,
               y puede más en mi daño
               la envidia que la razón.
                  Mas, ¿por que, enemiga ingrata, 
               me matas con encubrirlo?  
               Matárasme con decirlo,
               pues el callarlo me mata.)


Vase el MARQUÉS


BELTRÁN:          Sáquennos con bien los cielos 
               de intento tan peligroso.


Sale INÉS


INÉS:          ¿Fuese?
BELTRÁN:               Corrido y quejoso,
               ardiendo en cólera y celos.
                  Y tiene, por Dios, razón,
               si atenta lo consideras;
               que declararle pudieras
               de su daño la ocasión.


OCHAVO se asoma al paño y escucha


INÉS:             Bien lo quisieran mis males;
               pero nadie, si es discreto,
               dice al otro su defeto;
               y los del Marqués son tales,
                  que la vergüenza no deja
               referirlos, y es más sabio
               intento excusar su agravio,
               que satisfacer su queja.


Escucha OCHAVO desde el paño


OCHAVO:           (¿Qué serán estos defetos?)  Aparte
INÉS:          Decid: ¿quién, si en la opinión
               del Marqués al mundo son
               sus defetos tan secretos
                  que eso le da confïanza,
               le dirá faltas tan feas?
BELTRÁN:       Yo, señora, si deseas 
               no dar causa a su venganza.  
                  Porque tener una fuente 
               es enfermedad, no error; 
               de la boca el mal olor 
               es natural accidente, 
                  el mentir es liviandad 
               de mozo, no es maravilla, 
               y vendrán a corregilla 
]              la obligación y la edad.  
                  Éstos sus defetos son; 
               pues él los pregunta, deja 
               que yo mitigue su queja 
               y aclare su confusión.
OCHAVO:           (¡Hay tal cosa!)                 Aparte
INÉS:                              Mal sabéis
               cuánto amarga un desengaño.  
               Aunque remediéis su daño 
               con eso, le ofenderéis;
                  que aun los públicos defetos 
               hace, quien los dice, ofensa. 
               ¿Qué será si el Marqués piensa 
               que los suyos son secretos?
                  Si son ciertos, la razón
               con que le dejo verá,
               o el tiempo descubrirá
               la verdad, si no lo son;
                  que a esto sólo mi cuidado
               con la dilación aspira.
BELTRÁN:       Señora, si ella es mentira,
               ¡lindamente la han trazado!
INÉS:             ¿Qué ocasión a la crïada
               de Blanca pudo mover
               a mentir?


Vase doña INÉS


BELTRÁN:               Toda mujer
               es a engañar inclinada.


Vase BELTRÁN



OCHAVO:           ¿Esto pasa? ¿Que escondido 
               tanto mal tenga el Marqués?
               ¿Que lo sepa doña Inés,
               y yo no lo haya sabido?
                  ¿Quién puede haber que lo crea? 
               ¿Que de mentiroso tiene  
               opinión?... Mas gente viene; 
               vuélvome a la chimenea.


Vase.  Salen BLANCA y CLAVELA, a la ventana


CLAVELA:          ¿Qué querrá tratar contigo 
               el Conde Carlos?
BLANCA:                          Él es,
               como sabes, del Marqués 
               don Fadrique fiel amigo, 
                  y decirme de su parte 
               alguna cosa querrá.
CLAVELA:       ¿Si está arrepentido ya 
               de mudarse y de agraviarte?
BLANCA:           No vuela con tanto aliento 
               mi esperanza.
CLAVELA:                      Pues, señora,
               ¿quieres saber lo que agora 
               me ha dictado el pensamiento?
BLANCA:           Dilo.
CLAVELA:                 El Conde te ha mirado
               en la sortija y torneo 
               tanto, que de algún deseo 
               me da indicio su cuidado.
BLANCA:           ¿Eso dices, cuando ves 
               que es doña Inés su esperanza?
CLAVELA:       ¿No hay en el amor mudanza?
BLANCA:        Siendo amigo del Marqués, 
                  ¿he de creer que pretende 
               las prendas que él adoró?
CLAVELA:       Si ya el Marqués te olvidó, 
               con amarte, ¿qué le ofende, 
                  supuesto que es tan usado 
               en la corte suceder
               el amigo en la mujer
               que el otro amigo ha dejado,
                  sin que esta ocasión lo sea
               para poder dividirlos?
               Que dicen que esos puntillos
               son para hidalgos de aldea.
BLANCA:           Presto el misterio que esconde
               su venida y su intención
               conoceré. Hacia el balcón
               viene un hombre.
CLAVELA:                        Será el Conde.


Sale el conde CARLOS, de noche


CARLOS:           (Amor, como son divinos,        Aparte
               son tus intentos secretos,
               pues dispensas tus efetos
               por tan ocultos caminos.
                  ¿Quién pensara que la fama
               de que a Blanca doy cuidado,
               hubiera en mí despertado
               tan nueva amorosa llama,
                  que funde ya mi esperanza
               en ella su dulce empleo,
               y prosiga mi deseo
               lo que empezó mi venganza?
                  De amar es fuerte incentivo
               ser amado; que el rigor
               mata el más valiente amor
               y apaga el ardor más vivo.
                  Mas ya Blanca en su balcón
               me espera. ¡Qué puntüal!
               Es fuego el amor, y mal
               se encubre en el corazón.)


                  ¿Es Blanca?
BLANCA:                       ¿Es Carlos?
CARLOS:                                  Soy, señora mía,
               el hombre más dichoso 
               de cuantos ven la luz del claro día; 
               si bien estoy quejoso
               del tiempo que el recato me ha tenido
               oculto el alto bien que he merecido.    
BLANCA:        No os entiendo.
CARLOS:                       Señora,
               baste el silencio, baste el sufrimiento;
               dos años basten ya que el pensamiento,
               sin producir acciones,
               ardiendo reprimió vuestras pasiones.
BLANCA:        Hablad; que menos os entiendo agora.
CARLOS:        En vano es, Blanca, ya vuestro recato.
               Declararos podéis; no soy ingrato.
BLANCA:        Vos, Conde, os declarad.
CARLOS:                                 Cuando la fama
               publica ya, partera,
               que el sol ha iluminado
               dos veces ya los signos de su esfera,
               después que arde en mi amor vuestro cuidado
               y que os obliga la desconfïanza
               de ser mi dulce esposa, a la mudanza
               del secular al religioso estado,
               ¿os preciáis de secreta y recatada,
               porque tal gloria goce yo penada?


Hablan aparte doña BLANCA y
CLAVELA


BLANCA:        Este daño resulta de mi engaño. 
CLAVELA:       No es, si ganas al Conde, mucho el daño.
CARLOS:        ¿Por ventura teméis que el pecho mío
               no os corresponda, Blanca? ¿Por ventura
               --demás que esa beldad os asegura
               la vitoria del más libre albedrío--
               no os han dicho mis ojos,
               mis colores, divisas y libreas,
               mis ardientes enojos?
               En lo blanco y lo verde, ¿quién no alcanza
               que di a entender que es Blanca mi esperanza
               ¿No adorné en la sortija y el torneo
               de blanco una ventana? ¿Y puesta en ella
               no vistes la urna breve,
               émula de la nieve,
               mostrando por enigmas mi deseo,
               poniendo en ello del marcial trofeo
               los premios que gané, con que mostraba
               que a esa blanca deidad los dedicaba?
               En las cañas, ¿mi adarga en campo verde 
               no llevaba una blanca,
               cuya letra en el círculo decía,
               "Trueco a una Blanca la esperanza mía"?
               Tras esto, ¿yo no vengo ya rendido?
               Pues, mi bien, ¿qué os impide o qué os enfrena 
               de sacarme y salir de tanta pena?


Hablan aparte CLAVELA y doña BLANCA


CLAVELA:       Goza de la ocasión, señora mía; 
               que rabio ya por verte señoría.
BLANCA:        (¿Qué recelo? ¿Qué dudo?          Aparte
               ¿Con qué medio mejor la suerte pudo 
               disponer mi remedio y mi venganza? 
               ¡Pague el Marqués mi agravio y su mudanza!) 
               Conde, ya llegó el tiempo que mi pecho,
               de las verdades vuestras satisfecho, 
               descanse de sus penas;
               que si llegaba el fuego a las almenas 
               antes de ser pagado,
               ¿qué será cuando veo
               que el vuestro corresponde a mi deseo?
CARLOS:        ¿Que alcanzo tanta gloria?
BLANCA:        Ha mucho que gozáis esta vitoria.
               Mas, Conde, gente viene, y es muy tarde.  
               Tratadlo con mi padre, y Dios os guarde.


Vanse doña BLANCA y CLAVELA


CARLOS:        Adiós, querida Blanca. ¡Amor, vitoria!
               ¿Qué gracias te daré por tanta gloria,
               pues en un punto alcanza
               mi amor de Blanca amor, de Inés venganza?


Sale el MARQUÉS, de noche


MARQUÉS:          ¿Es el Conde?
CARLOS:                        ¿Es el Marqués?
MARQUÉS:       ¡Vos tan tarde, Conde, aquí?
CARLOS:        Sí, que os solicito así,
               la dicha de doña Inés.
MARQUÉS:          ¿Cómo?
CARLOS:                  La mano le doy,
               si vos licencia me dais,
MARQUÉS:       Al cuello me echáis,
               Conde, nuevos lazos hoy; 
                  pues aunque el amor cesó, 
               la obligación del deseo
               de su merecido empleo
               viva en el alma quedó.
                  Pues en tan noble marido
               mejorada suerte alcanza,
               no se queje su esperanza
               de que mi mano ha perdido.
CARLOS:           (Esto es bueno, ¡para haber      Aparte
               dos años que a mí me adora
               doña Blanca!) Nadie agora
               os queda ya que temer.
MARQUÉS:          ¡Ay de mí, Conde, que es vano
               vuestro cuidado y el mío,
               cuando alcanzar desconfío
               de la Marquesa la mano!
                  Que de sus labios oí
               --ved si con causa lo siento--
               que estaba el impedimento
               de alcanzarla sólo en mí.
                  No dijo más la crüel.
               Conde, solo estáis conmigo,
               mi amigo sois, y el amigo
               es un espejo fïel.
                  En vos a mirarme vengo.
               Sepa, yo, Carlos, de vos,
               por vuestra amistad, por Dios,
               ¿qué secreta falta tengo,
                  que cuando a mí se me esconde,
               la sabe Inés? ¿Por ventura
               de mi sangre se murmura
               alguna desdicha, Conde?
                  Habladme claro.  Mirad
               que he de tener, ¡vive Dios!
               si esto no alcanzo de vos,
               por falsa vuestra amistad.
CARLOS:           Estad, Marqués, satisfecho,
               que a saberlo, os lo dijera;
               y si no es la envidia fiera
               la que tal daño os ha hecho,
                  el ingenio singular 
               de Inés me obliga a que arguya 
               que ésa es toda industria suya, 
               con que intentando no errar 
                  la elección, os obligó 
               a que os miréis y enmendéis, 
               si algún defeto tenéis 
               que vos sepáis, y ella no.
                  Mas si de vuestra esperanza 
               marchita el verdor lozano
               la envidia infame, esta mano 
               y este pecho a la venganza 
                  tan airado se previene, 
               que el mundo todo ha de ver 
               que nadie se ha de atrever 
               a quien tal amigo tiene.
MARQUÉS:          Bien sabéis vos que os merece 
               mi amistad esa fineza.
CARLOS:        Ya la purpúrea belleza 
               del alba en perlas ofrece 
                  por los horizontes claros 
               el humor que al suelo envía.
MARQUÉS:       Aquí me ha de hallar el día.
CARLOS:        Fuerza será acompañamos.
MARQUÉS:          No, Conde; que estos balcones 
               de Inés quiero que me vean 
               solo, y que testigos sean 
               de que en mis tristes pasiones
                  aguardo aquí solo el día, 
               solo por más sentimiento, 
               que la pena y el tormento 
               alivia la compañía.
                  Vos es bien que os recojáis. 
               Descansad, pues sois dichoso.
CARLOS:        Mal puedo ser venturoso
               mientras vos no lo seáis.


Vase el conde CARLOS.  Sale OCHAVO, en lo
más alto del corredor, tiznado


OCHAVO:           ¡Gracias a Dios que he salido
               ya de esta vaina de hollín!
               ¡Ah, vil Mencía! Tu fin
               burlarme en efeto ha sido.
                  Al tejado menos alto
               de uno en otro bajaré,
               porque dé¡ al suelo dé
               menos peligroso salto.
MARQUÉS:          (Parece que sobre el techo         Aparte
               de Inés anda un hombre. ¡Cielos!
               ¿Qué será? ¡Ah, bastardos celos,
               qué asaltos dais a mi pecho!
                  ¿De Inés puede ser manchada
               tan vilmente la opinión?
               No es posible. Algún ladrón
               será, o de alguna criada
                  será el amante. Verélo;
               que parece que procura,
               disminuyendo la altura,
               bajar de uno en otro al suelo.)
OCHAVO:           (De aquí he de arrojarme al fin,    Aparte
               que es el postrer escalón.
               ¡Válgame en esta ocasión
               algún santo volatín!)


Salta al teatro y tiéndese, y el
MARQUÉS pónele la espada al pecho


MARQUÉS:          ¡Hombre, tente y di quién eres!
OCHAVO:        ¡Hombre, tente tú!, que a mí,
               si me ves tendido aquí,
               ¿qué más tenido me quieres?
MARQUÉS:          ¿Es Ochavo?
OCHAVO:                       ¿Es mi señor?
MARQUÉS:       Díme, ¿qué es esto?
OCHAVO:                            No es nada.
               Burla ha sido, aunque pesada; 
               mas son percances de amor.  
MARQUÉS:          ¿Cómo?
OCHAVO:                  Esa crüel Mencía
               esta noche me ha tenido 
               entre el hollín escondido, 
               y vino al romper del día 
                  diciendo que su señora 
               su intento había sospechado, 
               y que con ese cuidado 
               se estaba vistiendo agora
                  con su gente, para ver
               la casa; yo, que me vi
               en tal peligro, salí
               como bala, por poder
                  librarme, por el cañón
               de esa ahumada chimenea.
MARQUÉS:       ¡Por Dios, que estoy porque vea
               tu atrevida pretensión
                  la pena de tu locura!
               ¿De casa que me ha de honrar
               te atreviste a quebrantar
               la opinión y la clausura?
OCHAVO:           El amor me ha disculpado;
               y basta, señor, por pena
               haber, perdiendo la cena,
               toda una noche esperado,
                  y haber el refrán cumplido
               de "si pegare, y si no,
               tizne", pues que no pegó,
               y tan tiznado he salido.
MARQUÉS:          Necio, no estoy para oír
               tus gracias.
OCHAVO:                     ¡Yo sí, Marqués,
               para decirlas, después
               que sin cenar ni dormir
                  toda la noche he velado!
               Mas siempre los males son
               por bien, pues por el cañón
               no cupiera a haber cenado;
                  y el descuento está bien llano 
               que de este trabajo tuve, 
               pues de no cenar, estuve
               para saltar más liviano.  
                  Demás, que lo que he sabido 
               esta noche me ha obligado 
               a dar por bien empleado 
               cuanto mal me ha sucedido.
MARQUÉS:          ¿Cómo?
OCHAVO:                  ¿Lo que algún contrario
               tuyo ha sabido de ti, 
               encubres, Marqués, de mí, 
               tu amigo y tu secretario? 
                  ¿Fuente tienes, y la cura 
               otro que yo?
MARQUÉS:                  ¿Fuente yo?
OCHAVO:        ¿Doña Inés lo sabe, y no 
               Ochavo?
MARQUÉS:              ¡Hay tal desventura!
                  ¿Eso han dicho a doña Inés?
OCHAVO:        Ten paciencia; que otras cosas 
               más ocultas y afrentosas 
               le han dicho de ti, Marqués.
MARQUÉS:          Acaba, dílas.
OCHAVO:                         A enfado
               dice, señor, que provoca 
               el aliento de tu boca. 
               ¡Mira tú a quien has besado 
                  sobre ahíto y en ayunas, 
               o después de comer olla, 
               ajos, morcilla, cebolla, 
               habas verdes o aceitunas!
MARQUÉS:          ¡Hay tal maldad!  Cosas son
               que trazan envidias fieras.
OCHAVO:        ¡Dichoso tú, si pudieras
               dar de ellas información
                  de lo contrario a tu ingrata!  
               Mas esto es nada, señor; 
               lo que falta es lo peor, 
               y lo que más la recata.
MARQUÉS:          El veneno riguroso 
               me da de una vez.
OCHAVO:                          Pues, ¿quieres
               sabello?  Hanle dicho que eres 
               hablador y mentiroso.
MARQUÉS:          ¡Cielos! ¿Qué furias son éstas 
               que en mí ejecutan sus iras? 
               ¿Qué traiciones, qué mentiras, 
               con tal ingenio compuestas, 
                  que es imposible que de ellas 
               darle desengaño intente?
OCHAVO:        En fin, ¿tú no tienes fuente?
MARQUÉS:       ¿Quieres que en vivas centellas 
                  te abrase mi furia?
OCHAVO:                                 No;
               mas, señor, si son mentiras,
               efeto son de las iras
               que en doña Blanca encendió
                  el ser de ti desdeñada;
               porque, según entendí,
               quien esto dijo de ti,
               fue de ella alguna crïada.
MARQUÉS:          La vida me has dado agora;
               que el remedio trazaré
               fácilmente, pues ya sé
               de estos engaños la autora.
OCHAVO:           Pues vámonos a acostar,
               en pago de tales nuevas.
MARQUÉS:       (Por más máquinas que muevas,     Aparte 
               Blanca, no te has de vengar.)


Vanse OCHAVO y el MARQUÉS.  Salen
doña INÉS, BELTRÁN: y MENCÍA


INÉS:             Hoy es, Beltrán, ya forzoso 
               dar fin a mis dilaciones.
BELTRÁN:       No te venzan tus pasiones. 
               Haz al Conde venturoso,
                  pues en partes ha excedido 
               a todos.
INÉS:                          Hoy mi sentencia,
               si no es que en la competencia 
               de ingenios quede vencido, 
                  le da el laurel vitorioso.
MENCÍA:        Yo pienso que ha de venir 
               toda la corte a asistir 
               al certamen ingenioso.
INÉS:             Así tendrá la verdad 
               más testigos, y el deseo 
               con que acertar en mi empleo 
               y cumplir la voluntad 
                  de mi padre he pretendido, 
               notorio al mundo será.


Salen el conde CARLOS, don JUAN, don GUILLÉN
y don Juan de CUMÁN y el conde ALBERTO


ALBERTO:       Aunque del examen ya
               doña Inés nos ha exclüido,
                  no es bien que nos avergüence.
               La fiesta podemos ver;
               que en elección de mujer
               el peor es el que vence.
GUILLÉN:          Yo, a lo menos, no he tenido
               a infamia el ser reprobado.

JUAN:          Yo, por no verme casado,
               no siento el haber perdido.


Salen el MARQUÉS y el conde CARLOS por otra
parte, y OCHAVO


CARLOS:           ¿Que tal quiso acreditar
               la envidia?
MARQUÉS:                 (Pues ha de ser        Aparte
               doña Blanca su mujer,
               decoro le he de guardar
                  en callarle que ella ha sido
               quien con celosa pasión
               se valió de esta invención.)
               Una mujer me ha querido,
                  con las faltas que escucháis, 
               desacreditar.
CARLOS:                       Marqués,
               daros pienso a doña Inés, 
               pues vos a Blanca me dais.
MARQUÉS:          Tracémoslo, pues.
CARLOS:                             Dejad
               ese cargo a mi cuidado, 
               que al efeto se ha obligado.  
MARQUÉS:       Ejemplo sois de amistad.


Salen doña BLANCA, con manto, y don FERNANDO
por otra parte


FERNANDO:         ¿No sabré a qué fin pretende
               que nos hallemos aquí 
               el Conde?
BLANCA:                  Él lo ordena así.
               Déjale hacer, que él se entiende; 
                  de su palabra confía.
FERNANDO:      De tu esposo me la ha dado.
BLANCA:        Pues piensa que esto ha trazado 
               para mayor honra mía.
MARQUÉS:          Ya están en vuestra presencia 
               los dos de quien vuestro examen 
               al ingenioso certamen 
               remite, Inés, la sentencia.
CARLOS:           Sólo falta proponer 
               la materia o la cuestión, 
               en que igual ostentación 
               de ingenios hemos de hacer.
INÉS:             Generosos caballeros, 
               en cuyas nobles personas 
               piden iguales coronas 
               las letras y los aceros, 
                  den objeto a la cuestión 
               vuestras mismas pretensiones, 
               porque con vuestras razones 
               justifique mi elección.
MARQUÉS:          Proponed, pues.
INÉS:                                   Escuchad.
               Uno de los dos--no digo
               cuál, que no es justo--conmigo 
               tiene más conformidad;
                  mas éste, a quien me he inclinado, 
               padece algunos defetos 
               tan graves, aunque secretos, 
               que acobardan mi cuidado;
                  y por el contrario, hallo 
               al otro perfeto en todo, 
               pero yo no me acomodo 
               con mi inclinación a amallo;
                  y así, ha de ser la cuestión 
               en que os habéis de mostrar, 
               si la mano debo dar 
               al que tengo inclinación,
                  aunque defetos padezca, 
               o si me estará más bien 
               que el que no los tiene, a quien 
               no me inclino, me merezca.
                  Cada cual, pues, la opinión 
               defienda que más quisiere, 
               y la parte que venciere 
               merecerá mi elección,
                  juzgando la diferencia 
               cuantos presentes están, 
               pues con esto no podrán 
               quejarse de mi sentencia.
CARLOS:           (Al Marqués se inclina Inés,      Aparte
               yo soy el aborrecido.
               Ya el ingenio me ha ofrecido
               el modo con que al Marqués
                  la palabra que le he dado
               le cumpla.) Yo, con licencia
               vuestra, en esta diferencia
               defiendo que el que es amado
                  debe ser el escogido.
MARQUÉS:       (¡Cielos!, mi causa defiende         Aparte
               el Conde; mas él se entiende.
               La mano me ha prometido
                  de Inés; confïado estoy,
               que es mi amigo verdadero.
               Con su pensamiento quiero
               conformarme.) Pues yo soy
                  de contrario parecer,
               y defiendo que es más justo
               no seguir el proprio gusto,
               y al más perfeto escoger.
INÉS:             (Entrambos se han engañado;     Aparte
               que el Conde sin duda entiende
               que le quiero, pues defiende
               la parte del que es amado;
                  y el Marqués, pues la otra parte
               defiende, piensa también
               que es aborrecido. ¡Oh, quién
               pudiera desengañarte!)
CARLOS:           Los fundamentos espero
               que en favor vuestro alegáis,
               Marqués.
MARQUÉS:               Digo, pues gustáis
               de que hable yo primero.


                  El matrimonio es unión
               de por vida; y quien es cuerdo,
               aunque atienda a lo presente,
               previene lo venidero.
               El amor es quien conserva
               el gusto del casamiento;
               amor nace de hermosura,
               y es hermoso lo perfeto;
               luego debe la Marquesa
               dar la mano a aquél que, siendo
               más perfeto, es más hermoso,
               pues haber de amarlo es cierto.
               De aquí se prueba también
               que aborrecer lo perfeto
               y amar lo imperfeto es
               accidental y violento;
               lo violento no es durable.
               Luego es más sabio consejo 
               al que es perfeto escoger 
               --pues, dentro de breve tiempo, 
               trocará en amor constante 
               su injusto aborrecimiento--
               que al imperfeto querido, 
               si luego ha de aborrecerlo.  
               Semejantes a las causas 
               se producen los efetos, 
               ni obra el bueno como malo, 
               ni obra el malo como bueno. 
               Luego un imperfeto esposo 
               un martirio será eterno, 
               que, al paso de sus erradas 
               acciones, irá creciendo.
               Y no importa que el amor 
               venza los impedimentos, 
               quite los inconvenientes, 
               y perdone los defetos; 
               pues nos dice el castellano 
               refrán, que es breve evangelio, 
               que "quien por amores casa, 
               vive siempre descontento."  
               El gusto cede al honor 
               siempre en los ilustres pechos; 
               y las mujeres se estiman 
               según sus maridos.  Luego 
               su gusto debe olvidar Inés, 
               pues tendrá, escogiendo 
               al perfeto, estimación, 
               y al imperfeto, desprecio.  
               Indicios da de locura 
               quien pone eficaces medios 
               para algún fin, y después 
               no lo ejecuta, pudiendo.  
               La Marquesa doña Inés 
               este examen ha propuesto
               para escoger al más digno, 
               sin que tenga parte en ello 
               el amor.  Luego si agora 
               no eligiese al más perfeto,
               demás de que no cumpliera
               el paternal testamento,
               indicios diera de loca,
               nota de liviana al pueblo,
               que murmurar a los malos
               y que sentir a los buenos.
ALBERTO:       ¡Bien por su parte ha alegado!
JUAN:          ¡Fuertes son los argumentos!
GUILLÉN:       Oyamos agora al Conde,
               que tiene divino ingenio.
CARLOS:        Difícil empresa sigo,
               pues lo imperfeto defiendo;
               pero si el amor me ayuda,
               la vitoria me prometo.
               Si el amor es quien conserva
               el gusto del casamiento,
               como propuso el Marqués,
               con eso mismo lo pruebo;
               que amor para la elección
               ha de ser el consejero,
               pues del buen principio nace
               el buen fin de los intentos.
               Y no importa que el querido
               padezca algunos defetos,
               pues nos advierte el refrán
               castellano que lo feo,
               amado, parece hermoso,
               y es bastante parecello,
               pues nunca amor se aconseja
               sino con su gusto mesmo.
               Aristóteles lo afirma;
               Séneca y Platón dijeron
               que el amor no es racional
               que halla en el daño provecho,
               y halla dulzura en lo amargo
               San Agustín; según esto,
               si en el matrimonio tiene 
               el Amor todo el imperio, 
               su locura es su razón, 
               y es ley suya su deseo. 
               Lo que él quiere es lo acertado, 
               lo que él ama es lo perfeto, 
               lo hermoso, lo que él desea, 
               lo que él aprueba, lo bueno.  
               El temor de que después 
               venga Inés a aborrecerlo, 
               no importa, que eso es dudoso, 
               y el amarle agora es cierto.  
               Para amor no hay medicina 
               sino gozar de su objeto. 
               Dícelo en su carta Ovidio, 
               y en su epigrama Propercio.  
               Crece con la resistencia, 
               según Quintiliano; luego 
               si Inés no elige al que adora, 
               no tendrá su mal remedio; 
               antes irá cada día 
               con la privación creciendo.  
               Pensar que el aborrecido 
               vendrá a ser, por ser perfeto, 
               después amado, es engaño; 
               que no llega en ningún tiempo, 
               según Curcio, a amar de veras 
               quien comenzó aborreciendo.  
               El amor dice Heliodoro 
               que no repara en defetos; 
               la antigüedad nos lo muestra 
               con portentosos ejemplos.  
               Pigmaleón, Rodio, Alcides, 
               a unas estatuas quisieron; 
               Pasifé a un toro, y a un pez 
               el sabio orador Hortensio; 
               Semíramis a un caballo, 
               a un árbol Jerjes, y vemos 
               al que dio nombre al ciprés, 
               de amor de una cierva, muerto.
               Pues, ¿qué defetos mayores 
               que éstos, por quien los sujetos 
               son incapaces de amor, 
               pues no puede hallarse en ellos 
               correspondencia, por ser 
               en especie tan diversos, 
               que el mismo amor que intentó 
               mostrar en estos portentos 
               su poder, quedó corrido 
               más que glorioso de hacerlos?  
               Luego amando la Marquesa 
               al que padece defetos, 
               y más sabiéndolos ya, 
               no se mudará por ellos.
               Si ignorándolos le amara, 
               en tal caso fuera cierto 
               que el descubrirlos después 
               le obligara a aborrecerlo; 
               y por esto mismo arguyo 
               que no sólo, aborreciendo 
               agora al perfeto Inés, 
               no podrá después quererlo, 
               mas antes, si lo quisiera 
               agora, fuera muy cierto 
               aborrecerlo después; 
               y de esta suerte lo pruebo. 
               Ovidio dice que amor 
               se hiela y muda si aquello 
               no halla en la posesión 
               que le prometió el deseo; 
               pues hombre perfeto en todo 
               no es posible hallarse. 
               Luego aunque Inés amase 
               agora al que tiene por perfeto, 
               lo aborreciera después 
               que con el trato y el tiempo 
               sus defetos descubriera, 
               pues nadie vive sin ellos.  
               Quien ama a un defetüoso, 
               ama también sus defetos
               tanto, que aun le agradan 
               cuantos le semejan en tenerlos. 
               Luego es en vano temer 
               que se mude Inés por ellos.  
               Que "amar lo imperfeto es 
               violento, y lo que es violento 
               no dura", el Marqués arguye. 
               Lo segundo le concedo, 
               lo primero no; que sólo 
               es a amor violento aquello 
               que no quiere, y natural 
               lo que pide su deseo.
               Que "el malo obra como malo, 
               y obra el bueno como bueno, 
               y de las malas acciones 
               nace el aborrecimiento", 
               dice el Marqués.  Es verdad; 
               pero como el amor ciego 
               aprueba la causa injusta, 
               aprueba el injusto efeto.
               Que las mujeres se estimen 
               por sus maridos, concedo; 
               pero en eso, por mi parte, 
               fundo el mayor argumento; 
               que quien con mujer se casa 
               que confiesa amor ajeno, 
               estima en poco su honor. 
               Luego, amando al imperfeto 
               Inés, fuera infame el otro, 
               si quisiera ser su dueño; 
               luego ni él puede admitirlo, 
               ni la Marquesa escogerlo.  
               Que "quien por amores casa, 
               vive siempre descontento", 
               según lo afirma el refrán, 
               dice el Marqués; y es muy cierto, 
               cuando por amor se hacen
               desiguales casamientos; 
               pero cuando son en todo 
               iguales los dos sujetos, 
               no hay, si el amor los conforma 
               más paraíso en el suelo.  
               Decir que no cumple así 
               el paternal testamento 
               es engaño; que su padre 
               sólo le puso precepto 
               de que mire lo que hace. 
               Ya lo ha mirado, y con eso 
               su voluntad ha cumplido.  
               Que no consigue el intento 
               del examen si no escoge 
               al de más merecimientos, 
               sin atender al amor, 
               según Inés ha propuesto, 
               es verdad; pero se debe 
               entender del amor nuestro, 
               no del suyo; que con ella 
               es la parte de más precio 
               ser de ella amado, y no ser 
               amado el mayor defeto. 
               Luego, si elige al que quiere, 
               ni dará nota en el pueblo, 
               ni qué decir a los malos, 
               ni qué sentir a los buenos.
ALBERTO:       ¡Vítor!
JUAN:                  ¡Vítor!
GUILLÉN:                    ¡Venció el Conde!
ALBERTO:       Sus valientes  argumentos
               vencieron en agudeza, 
               en erudición y ejemplos.
BELTRÁN:       Todos declaran al Conde 
               por vencedor.
INÉS:                        Según eso,
               ya es forzoso resolverme, 
               aunque me pese, a escogerlo.  
               Venciste, Conde; mi mano 
               es vuestra.
BLANCA:                  ¡Qué escucho, cielos!
FERNANDO       ¿Esto hemos venido a ver,
               Blanca?
CARLOS:                (Agora, que ya puedo       Aparte
               ser su esposo, he de vengarme,
               y ha de ser un acto mesmo
               fineza para el Marqués,
               y para ella desprecio.)
               Marquesa, engañada estáis;
               porque vos habéis propuesto
               que la parte que venciere
               ha de ser esposo vuestro.
               Pues si mi parte ha vencido,
               y es la parte que defiendo
               la del imperfeto amado,
               él ha de ser vuestro dueño.
               Yo sé bien que no soy yo
               el querido, y sé que ha puesto        
               la invidia vil al Marqués
               tres engañosos defetos.
               Y porque os satisfagáis,
               escuchadme aparte.


Hablan en secreto


MARQUÉS:                        (¡Cielos!       Aparte
               No hay más tesoro en el mundo
               que un amigo verdadero.)
BLANCA:        (Yo soy perdida, si aquí              Aparte
               se declaran mis enredos.)


Doña INÉS y el conde CARLOS hablan
aparte


INÉS:          Ésas tres las faltas son         
               que me han dicho.
CARLOS:                        Pues mi ingenio
               las inventó... (Esta fineza       Aparte
               deba el Marqués a mi pecho) 
               por vencerle y por vengarme 
               de vos; y ya que mi intento 
               conseguí, pues que la mano 
               me ofrecéis, y no la quiero, 
               como noble, restituyo 
               al Marqués lo que le debo.
               Y para que a mis palabras
               deis crédito verdadero, 
               baste por señas deciros 
               las tres faltas que le han puesto 
               y que ha sido una mujer 
               la que tales fingimientos 
               os dijo por orden mía.
INÉS:          Es verdad.  La vida os debo.
CARLOS:        Pues dad al Marqués la mano.  
               Ya, Marqués, se ha satisfecho 
               doña Inés de que la invidia 
               os puso falsos defetos. 
               Yo defendí vuestra parte, 
               y fui vencido venciendo.  
               Dalde la mano; que yo bien 
               he mostrado que tengo 
               puesta en Blanca mi esperanza 
               con las colores y versos 
               y divisas de las cañas, 
               de la sortija y torneo.
BLANCA:        Yo me confieso dichosa.
MARQUÉS:       Sois mi amigo verdadero, 
               y vos mi esposa querida.
INÉS:          Cuando os miro sin defetos, 
               ¿cómo, Marqués, os querré, 
               si os adoraba con ellos?
OCHAVO:        El examen de maridos 
               tiene, con tal casamiento, 
               dichoso fin, si el Senado 
               perdona al autor sus yerros.