Autor/es

Grupo de Trabajo

Fecha

Marcozzi, P.

UEEA San Pedro - Prohuerta

Oct-1998

 

DEL SUELO PARA EL SUELO

 

En los primeros centímetros del suelo, existen los seres vivos, que degradan la materia orgánica (restos de seres vivos, animales y vegetales), simplificándola e incorporándola al suelo. Estamos hablando de un verdadero sistema digestivo, que transforma los restos animales y vegetales en alimento que las plantas necesitan. Por lo tanto es muy importante reconocer que si la vida microbiana y bacteriana del suelo es variada, tendremos como resultado plantas más sanas.

Los organismos se clasifican de acuerdo a su tamaño en macro, meso y microorganismos. Los macro y mesoorganismos se pueden observar a simple vista. Los más importantes dentro de esta clase son las lombrices, hormigas, arañas, caracoles, babosas y ciempiés, ya que se encargan de iniciar el proceso que luego continuarán los microorganismos. Se alimentan de materia orgánica en descomposición y sus deyecciones son colonizadas por los organismos microscópicos.
El rol que cumplen en la estructura del suelo es fundamental porque la acción mecánica que efectúan, mezclando las distintas fracciones del suelo cavando canales y galerías, mejora la circulación del aire, del agua y los nutrientes. Las lombrices son las más importantes removedoras y mejoradoras del suelo, se alimentan con sustancias minerales y orgánicas que allí se encuentran, transformándolas en humus con ayuda de los microorganismos.
Los microorganismos en su mayoría pertenecen al mundo vegetal y se encuentran íntimamente ligados a la fracción orgánica del suelo que les aporta energía y nutrientes. Podemos nombrar numerosos grupos, como protozarios, bacterias, hongos, actinomicetes y líquenes entre otros. Dentro de cada grupo hay "equipos" de organismos especializados en determinadas tareas. Cada uno de estos subgrupos depende de un determinado sustrajo (celulosa, almidón, proteínas, etc.) para obtener la energía necesaria para crecer y reproducirse, dejando de paso un residuo más simple o mineralizado que finalmente podrá ser tomado por las plantas superiores para nutrirse.
Si se comprende adecuadamente el ecosistema del suelo se entenderá que debemos limitarnos a estimular la actividad biológica del mismo y éste se encargará de fabricar el alimento ideal para los cultivos. Algunas de las prácticas que estimulan este proceso son el laboreo vertical del suelo, las rotaciones, las asociaciones y el aporte de materia orgánica como la cobertura o mantillo, abonos verdes y abonos compuestos.
La función de los abonos de cobertura es brindar protección al suelo, impidiendo el impacto directo de la gota de lluvia evitando la desagregación y el encostramiento superficial. Además mantiene la humedad disminuyendo las pérdidas de agua por evaporación, evita la erosión hídrica y atenúa las variaciones de temperatura contribuyendo a que las raíces de los cultivos no detengan su actividad.
Por otra parte el uso de abonos verdes es una práctica clásica para la activación de la vida del suelo en producción.
La acción humana ha inducido el deterioro del suelo a través de prácticas inadecuadas como el laboreo excesivo, y en momentos no aptos el monocultivo intensivo, no manejo de los residuos, no reposición de los nutrientes extraídos con las cosechas, suelo descubierto, etc. Por lo tanto es necesario poner alto a estos procesos de degradación y recuperar el suelo a través de sistemas productivos que conserven mejor los recursos naturales y sus potenciales productivos. El abono verde es una buena práctica en estos casos.
El abono compuesto se puede definir como resultado de un proceso de descomposición de restos orgánicos (paja, cáscaras de huevos y frutas, restos de verduras, distintos tipos de bostas, hojas, ramas, etc.) bajo condiciones controladas. Una pila de compost imita en forma acelerada y controlada el proceso de descomposición y resíntesis de la materia orgánica que se da naturalmente en los suelos de bosques y praderas. Para lograr un buen compost los materiales deben estar bien mezclados y homogeneizados, conviene que estén previamente triturados para acelerar la descomposición. La mezcla en cuestión debe estar equilibrada en carbono y nitrógeno (relación C/N). El carbono se aporta al agregar restos de poda, paja, hojas secas, etc. En cambio la hierba verde, restos de hortalizas, frutas, estiércol, leguminosas, etc. es material rico en nitrógeno. El segundo factor a tener en cuenta para la realización del compost es la aireación adecuada del montón es la condición básica para la descomposición. Si el proceso ocurre anaerobiosis (sin oxígeno) se llama putrefacción. La humedad ideal es de 40-60%, esto se logra cuando al apretar los agregados con la mano no escurre agua. Si la humedad es excesiva el agua desplaza al oxígeno.
La ubicación de la compostera dependerá de las condiciones climáticas de cada lugar y la época del año en que se elabore. En climas fríos y húmedos conviene situarla al sol, al abrigo del viento. En zonas más calurosas conviene armarla a la sombra, o preveer algún sombreo durante los meses de verano.
El proceso de descomposición de la pila se inicia con la fermentación aeróbica llevada a cabo por microorganismos, lo que se refleja en un aumento de temperatura. Como las capas exteriores no llegan a calentarse es necesario remover completamente la pila y volverla a amontonar para lograr un segundo aumento de temperatura. Una vez que la temperatura baja y se estabiliza comienza el segundo proceso llamado maduración. El tiempo de descomposición para un compost iniciado
en otoño-invierno es de 6 a 8 meses, y si se inicia en primavera-verano es de 2 a 4 meses.
Es difícil hablar de una dosis exacta ya que el compost es un abono de gran volumen y composición variable. El mismos e incorpora en la capa superficial del suelo (entre los 5 y 10 cm. de profundidad), en el hoyo para la plantación o en el surco para la siembra.

I.N.T.A. – San Pedro - Argentina