LA MESONERA DEL CIELO Y
HERMITAÑO GALÁN

 

Personas que hablan en ella:

La escena es en Alejandría

ACTO PRIMERO


Salen ABRAHÁN, de galán, y PANTOJA,
de lacayo




ABRAHÁN:          Esto ha de ser.
PANTOJA:                         ¿Es posible
               que en el día de tus bodas
               des en este disparate?
ABRAHÁN:       No me repliques, Pantoja,
               que el casarme es desacierto.    
PANTOJA:       ¡Por Dios, señor!  Que la novia
               puede armarse de paciencia,
               pues para verter aljófar
               no ha menester este día
               tratar ajos ni cebollas,        
               porque a verter margaritas
               tu desaire la ocasiona.
               ¿Qué has visto en ella que así,
               cuando está hecha la costa,
               la gente junta, amasado    
               el pan blanco de las tortas,
               guisado el carnero verde,
               sazonadas las albóndigas,
               rellenos los pavos reales,
               asada la tierna corza,     
               las perdices y conejos,
               los francolines y tórtolas,
               y todo tan en su punto
               que a la más cartuja monja
               despertara el apetito      
               a que sin melindre coma,
               tú, necio, dejarla intentas?
               De que así te hable perdona,
               que la locura en que has dado
               obliga a que se haga tonta      
               la mayor cordura.  Dime
               ya que a aquesto te acomodas,
               ¿por qué quieres que yo pague
               sin haber pecado en cosa
               tu disparate y locura?     
ABRAHÁN:       Pésame que así te opongas
               a mis intentos.  ¿En qué
               se marchitan y malogran
               los tuyos?
PANTOJA:                  ¿En qué, preguntas?
               La respuesta no es muy honra:   
               El tiempo que te he servido,
               años, meses, días y horas,
               con esperanza he pasado,
               si bien con hambres famosas,
               de verme harto este día.      
               Y agora que era forzosa
               la ocasión de ver cumplido
               mi deseo, te alborotas
               y das en esta locura.
               Déjame, señor, que coma,    
               y que salgan de mal año
               las tripas y las alforjas
               del cuajo, y partamos luego
               a las indias más remotas,
               a los senos más incultos,     
               a las más tristes mazmorras,
               a las más secretas cuevas,
               a las más hondas alcobas,
               a los sótanos más fríos,
               a la más cálida zona,       
               a la Escitia más helada,
               a la ribera más sorda
               del Nilo, a Chipre, a Cantabria,
               a Jerusalén, a Roma,
               y adonde quisieres vamos   
               en comiendo; mas agora
               has de saber que a las tripas
               he soltado las alforzas,
               y están, sin mentir en nada,
               con una hambre canóniga,      
               pues canónigos parecen
               en la hambre y en la cola.
ABRAHÁN:       ¡Que gustes de disparates,
               cuando yo a mayores cosas
               me dispongo!  Si pretendes      
               seguirme, no te hagas roca
               a mi intento, que esta hartura
               se acabará en horas cortas,
               y te hallarás más hambriento
               cuando se acabe la boda.   
               Si quieres seguir mis pasos
               ven conmigo y no interpongas
               razones disparatadas,
               porque con ellas malogras
               el tiempo que estoy perdiendo,       
               que el tiempo es cosa preciosa,
               y el tiempo una vez perdido
               es tiempo y nunca se cobra.
PANTOJA:       Pues, no perdamos el tiempo;
               sino gocemos agora         
               el tiempo de la comida,  
               y prevendremos la alforja
               con vino y pan, y entre el pan
               llevaremos unas lonjas
               con que pasemos el tiempo;      
               porque caminar sin bota
               y sin pan, y más a pie,
               es la cosa más penosa
               que "Alivio de caminantes"
               escribe en todas sus hojas.    
ABRAHÁN:       Quédate, pues, que ya está
               muy cansada tu persona.
PANTOJA:       Oye un poco, por tu vida.
ABRAHÁN:       ¿Qué quieres?
PANTOJA:                     ¿No es muy hermosa
               la señora novia?  
ABRAHÁN:                        Sí.    
PANTOJA:       ¿No es muy discreta?
ABRAHÁN:                            Es Belona.
PANTOJA:       ¿No es compuesta?
ABRAHÁN:                         Y muy compuesta.
PANTOJA:       ¿No es santa?  ¿No es virtüosa?
               ¿No es recogida?  ¿No es noble?
               ¿No es más que Lucrecia y Porcia?     
               ¿No es un jardín de virtudes,
               y otra trescientas mil cosas?
ABRAHÁN:       Más es de lo que encareces.
PANTOJA:       Pues si es más, ¿por qué remontas
               el juicio y das en ser loco?   
ABRAHÁN:       Antes soy cuerdo.
PANTOJA:                        No abonas
               tu disparate con eso,
               que siendo novia de novias,
               siendo de honradas la honrada,
               siendo de hermosas la hermosa,      
               siendo de nobles la noble,
               y siendo, al fin, entre todas
               la más cuerda (aunque de lana
               son las mujeres de agora).
               Dejarla de aquesta suerte      
               son ocasiones forzosas,
               con cabes tan de a paleta,
               a que diga la más boba...
               o el más bobo de estos tiempos,
               si es que ya bobos se forjan;  
               mas ya no hay que buscar bobos,
               que el más tonto se transforma
               en lince y en basilisco
               en esto de quitar honras...
               y así dirá, como digo,     
               el que no tuviere boca,
               que has entrado en el jardín
               a cobrar las olorosas
               flores que respiran ámbar,
               y que en vez de coger rosas,   
               azucenas y claveles,
               maravillas y amapolas,
               hallaste violetas sólo;
               porque alguna vez entre otras,
               por llegar otro primero   
               deshojó la flor hermosa,
               y cuando llegaste tú
               hallaste el tronco sin hojas.
ABRAHÁN:       Calla, ignorante, no digas,
               aunque sea de burlas, cosa     
               tan loca y disparatada,
               con infamia tan notoria;
               que presumir de Lucrecia
               lo que pronuncia tu loca
               lengua, necia y maldiciente,   
               será decir que las zonas,
               círculos y paralelos
               por donde gira el antorcha
               que con sus rayos alumbra
               las más ocultas alcobas,     
               siendo de zafir brillante
               son de materia arenosa;
               que el monte rígido es valle;
               que el valle es monte, que toca
               con sus empinadas puntas  
               a la célebre corona
               de Arïadna; que es el fuego
               cristal puro, y que en sus ovas
               se esconde el plateado pece;
               y que las aguas que brotan     
               de fuentecillas humildes
               son fragua en que se acrisola
               el oro puro de Arabia;
               que la enfermedad engorda;
               que el sol hiela; que calienta      
               el hielo; que nunca brotan
               las plantas con el verano,
               y que el estío no agosta
               los pimpollos que el abril
               vistió de lozana pompa.      
               Y así deja necedades,
               que quien desenvuelto toca
               en el honor de Lucrecia,
               a mí me agravia y deshonra.
PANTOJA:       Pues, ¿por qué quieres dejarla?   
ABRAHÁN:       Porque una belleza estorba
               servir a Dios, y que suba
               al monte, donde se gozan
               las contemplaciones altas
               que el pensamiento remontan    
               a la eternidad de Dios
               y a la esencia de su gloria.
               Que tengo por imposible
               que quien sirve a dos personas
               pueda acudir a un tiempo  
               a la una y a la otra.
               Este mar del matrimonio
               tiene al principio las olas
               lisonjeras y apacibles.
               Süave el céfiro sopla.  
               La nave, que es la mujer,
               ostenta las jarcias todas
               compuestas y pertrechadas,
               mesana, trinquete y popa.
               Toca el clarín amoroso,      
               con gusto se zarpa y boga,
               todo es placer y alegría.
               Pero si el mar se alborota,
               si hay borrasca y vendavales,
               si hay viento y maretas sordas,     
               si hay huracán descompuesto,
               no hay piloto que componga
               las velas ya maltratadas,
               ni las demás jarcias rotas.
               Ya en esta sirte se encalla,   
               ya topa en aquella roca,
               ya no hay áncora que aferre,
               porque no alcanza la sonda
               de la paciencia aunque tenga
               brazas muchas; ya amontonan    
               rigores contra el piloto
               las espumas caudalosas
               del cuidado de los hijos
               y de las galas y joyas
               de la mujer; y atendiendo      
               a éstas y otras muchas cosas,
               es imposible acudir
               a la obligación forzosa
               de servir a Dios; y así
               pretendo que la memoria   
               se ocupe en cosas eternas
               y olvide las transitorias.
               Demás de esto hay cosas muchas
               que a los hombres apasionan,
               y si al principio no huyen,    
               no hay dejarlas aunque corran.
               Que es tal árbol la mujer
               que quien se duerme a su sombra,
               cuando despierta del sueño,
               más penas que gustos goza.   
               Y si ausentarse pretende,
               y lo ejecuta, no importa,
               que es la memoria verdugo
               que atormenta y acongoja.
               Esto, Pantoja, me obliga  
               a no aguardar a las bodas,
               que si aguardo a poner vengo
               el fuego junto a la estopa;
               y el soplo de la ocasión,
               con ternezas amorosas,    
               es alquitrán poderoso
               que tala, abrasa y destroza
               los pensamientos más castos,
               y encendido, aunque se pongan
               estorbos, no hay quien apague  
               los incendios de esta Troya.
               Amor y Ocasión son fuego;
               yo soy ciega mariposa,
               y tocando al fuego es fuerza
               quemarse una vez u otra.  
               Esto me obliga a ausentarme,
               esto me incita a que corra,
               esto me mueve a que huya
               y esto me anima a que ponga
               tierra en medio; que el huír      
               de ocasiones amorosas
               es la mayor valentía
               y el vencerse gran victoria.



Vase [ABRAHÁN]




PANTOJA:       Aguarda, no te apresures,     
               detén el paso, no corras,    
               que pareces fiera herida
               de saeta venenosa.
               Él se va y acá me deja.
               ¡Señor!  Ya voy por la alforja,
               ya voy por las alpargatas,     
               presto vuelvo con la bota.
               No te vayas tan ligero,
               que si vas tan por la posta
               es imposible seguirte,
               porque estoy lleno de ronchas,      
               y es menester que un barbero
               me saque cuatro mil onzas
               de sangre, pues son verdugos
               de venas que no están rotas.
               Él se fue, ya no parece;     
               mejor es llamar la novia
               que gente tras él envíe,
               y en comiéndonos la boda,
               si quiere ser hermitaño
               --aunque en mí es acción impropia-- 
               si él fuere el padre Abrahán,
               seré el hermano Pantoja.
               ¡Lucrecia, señora mía!
               ¡Plegue a Dios que me respondas!
               ¿Oyes, Lucrecia?  ¡Ah, Lucrecia!    
               ¡Por Cristo!  Que se hace sorda,
               cuando es de mucha importancia
               que me escuche y que me oiga
               siquiera tres mil palabras.



Sale LUCRECIA



            
LUCRECIA:      ¿Quién me llama?
PANTOJA:                        Yo, señora,      
               te llamo y doy estas voces.
LUCRECIA:      ¿Para qué?
PANTOJA:                  Para que pongas
               haldas en cinta, y que partas
               más ligera que una onza,
               más suelta que un cabritillo, 
               más veloz que una paloma,
               más ágil que un ciervo herido,
               más que fugitiva corza,
               más que liebre entre los perros,
               más que la acosada zorra,    
               más que un ladrón cuando huye
               de alguaciles que lo acosan,
               más que un sacre tras la garza
               que a los cielos se remonta,
               más que el viento...
LUCRECIA:                           ¡Calla, necio!      
               O di lo que te ocasiona
               a llamarme y suspenderme.
PANTOJA:       Digo, señora, que importa
               que sin dilatarlo un punto
               tomes yeguas, tomes postas,    
               y tras de Abrahán, tu esposo,
               vayas luego, que la mosca
               le ha picado, y por no verte
               se va a vivir entre rocas.
LUCRECIA:      ¿Qué dices?
PANTOJA:                    Lo que me escuchas,    
               y si te tardas una hora
               será imposible alcanzarle,
               que si en el monte se embosca
               no ha de haber perro de muestra
               que tope con su persona,  
               ni de la cueva sacarle
               podrán cuatro mil huronas.
               Esto pasa, esto te digo,
               y pues la verdad no ignoras,
               haz diligencia apretada   
               para acabar de ser novia,
               que si te quedas así
               dirá la Tebaida toda
               que novia en jerga te quedas
               sin ir al batán la ropa.     
               Yo voy siguiendo tus pasos,
               que aunque parte sin alforjas,
               para comprar pan y vino
               se deshará de una joya.




Vase PANTOJA




LUCRECIA:         Oye, Pantoja amigo,    
               no [vas] tan presuroso.
               Detén el curso al paso diligente,
               y pues eres testigo
               de que se va mi esposo,
               y permite mi suerte que se ausente  
               donde tenga por gente
               peñascos y panteras,
               mi amor me da ligeras
               alas para seguirle;
               y ya que vas, camina y ve a decirle      
               que en tan forzoso lance
               alas me presta amor con que le alcance.
                  Arroyuelos ligeros
               hinchad vuestros raudales,
               no hagáis puente de plata a mi querido.    
               Afilad los aceros    
               en líquidos cristales,
               y si prisión de hielo os ha oprimido,
               lo que cárcel ha sido
               del escarchado enero      
               rompa el mayor lucero,
               grillos de plata pura,
               trocando en libertades la clausura,
               y en vuestra amena playa
               haced a mi querido estar a raya.    
                  Empinados pimpollos
               de hayas y de lentiscos
               que hacéis opaco y emboscado monte,
               formad con los rebollos
               y con los pardos riscos   
               para que mi Abrahán no se remonte
               sierras, que otro horizonte
               no descubra ni vea,
               sino que en éste sea
               mi esposo detenido,       
               que se aleja de mí cual ciervo herido,
               si bien con su partida
               la cierva vengo a ser que queda herida.
                  Aguarda, dueño mío,
               no vayas tan ligero,      
               vuelve a darme la vida que me llevas.
               Mira que tu desvío
               es de amante grosero,
               y para un firme amor son muchas pruebas.
               Yo vine desde Tebas       
               a ser tu amada esposa,
               y ya que mariposa
               vengo a ser de tu llama,
               vuelve a dar vida a quien de veras ama;
               que es notable desdicha   
               acabarse tan presto tanta dicha.



Vase [LUCRECIA].  Salen MARÍA, sobrina de
ABRAHÁN, y ALEJANDRO, galán



            
ALEJANDRO:        ¿Hasta cuándo tus rigores
               han de durar?  Oye un poco,
               pues ves que me tiene loco
               la fuerza de mis amores.  
               Médico de mis dolores
               puedes ser, que en tanto mal,
               el remedio principal
               de mis males y mis bienes,    
               en una caja le tienes         
               guarnecida de coral.
                  Oiga yo, hermosa María,
               de tu boca un "sí" de esposo,
               que es récipe poderoso
               para mi melancolía.          
               Bien veo que es demasía
               lo que pido, pero advierte
               que mi buena o mala suerte
               consiste, prenda querida,
               en tu "sí" que ha de dar vida,    
               o en tu "no" que ha de dar muerte.
                  Dos letras hay en el "no"
               y dos letras en el "sí",
               y más no te cuesta a ti
               decir "sí" que decir "no".   
               Y si mi amor mereció
               ser en tu gracia admitido,
               el dulce "sí" que te pido
               tan dichoso me ha de hacer
               que nombre vendré a tener    
               del más felice marido. 
                  Y si pronuncia el "no"
               en vez de pronunciar "sí",
               verá todo el mundo en mí
               lo que mi amor te estimó.    
               No pido por fuerza yo
               que sea mi amor premiado,
               mas en tan confuso estado
               aguardar será forzoso
               ser con tu "sí" muy dichoso  
               y con tu "no" desdichado.
                  Y si permitiere el cielo        
               sentenciar contra mi amor,
               de tal sentencia y rigor
               para el mismo amor apelo,      
               donde tendré por consuelo        
               cuando no admites mi fe,
               que mi amor le dediqué
               a una mujer que en rigor
               sé que no admite mi amor     
               y que olvidarla no sé.
MARÍA:            Quisiera tener razones
               para saber responder
               a la fuerza de querer
               que tú delante me pones.     
               Pero las obligaciones
               de una mujer principal
               no pueden tener caudal
               para hablarte sin desdén;
               que decir "no" la está bien  
               y decir "sí" la está mal.
                  Si agora dijera "sí"
               en teniendo posesión
               pudiera haber ocasión
               que te enfadaras de mí;      
               y como favor te di
               adelantado, pudieras
               con mil celosas quimeras,
               aunque fuera barbarismo,
               pensar que hiciera lo mismo    
               con otro que tú no fueras.
                  Y así, conociendo bien
               que pudieran dar cuidados
               favores adelantados
               en quien ama y quiere bien,    
               mejor es que con desdén
               a tu amor responda yo
               con las dos letras del "no"
               y no con las dos del "sí",
               quedando recurso así    
               a ti que en tiempo apeló.
                  Con mi "no" podrás hablar
               a mi tío, que su "sí"
               me puede obligar a mí
               a que yo te venga a amar;      
               pero es locura intentar
               que sin su gusto te dé
               el sí que intenta tu fe
               que a desenvoltura pasa
               la mujer que ella se casa      
               aunque enamorada esté.
                  Mi tribunal pronunció
               la sentencia contra ti,
               pues aguardabas un "sí"
               y te han respondido un "no";    
               que pues tu amor apeló
               del rigor de esta sentencia,
               ten, Alejandro, paciencia
               y sigue el pleito con brío,
               que podrá ser que mi tío   
               revoque aquesta sentencia.



Hace que se va




ALEJANDRO:        Oye, aguarda, detente,
               no te ausentes de mí tan velozmente;
               reprime la extrañeza
               y el rigor con que me habla tu belleza;  
               que me darás la muerte
               si me dejas aquí de aquesta suerte.
               Que aunque de tu lenguaje
               a mi firmeza no se sigue ultraje,
               con todo a sacar vengo,   
               cuando a ser tan dichoso me prevengo,
               que intentas de esta suerte
               darme por dulce vida amarga muerte. 
MARÍA:         Mal, Alejandro, entiendes,
               cuando tanto te agravias y te ofendes,   
               lo que yo he respondido
               a lo que tus razones me han pedido;
               que si bien lo entendieras
               nunca de mi respuesta te ofendieras.
               Que no fue despreciarte,  
               ni decirte que yo no quiero amarte,
               ni mostrarte desvío
               remitiéndolo al gusto de mi tío;
               que antes te ocasionaba
               para pensar que el alma te estimaba.     
               Y así vuelvo a decirte
               que para hablalle puedes prevenirte,
               que si al "sí" pretendido
               con un resuelto "no" te he respondido,
               es decirte que es justo   
               que no me case yo contra su gusto.



Detiénela




ALEJANDRO:     Oye, hermosa María.
MARÍA:         Ya de límite pasa tu porfía.
ALEJANDRO:     Es amor quien lo ordena.
MARÍA:         Habla con mi tío y sal de aquesta pena.    
ALEJANDRO:     Temo el "no" de su boca.
MARÍA:         También ese temor es acción loca.



Sale ARTEMIO, viejo




ARTEMIO:       ¡Sobrina!  ¿Qué es aquesto? 
               ¿Sola con Alejandro en este puesto
               estás de esa manera?    
MARÍA:         A tu pregunta responder quisiera;
               mas si el verme te ofende,
               Alejandro dirá lo que pretende.



Vase MARÍA




ARTEMIO:       ¿Qué es aquesto, Alejandro?
ALEJANDRO:     Ya sabes que soy hijo de Tebandro.  
ARTEMIO:       Ya lo sé y sé quién eres.
ALEJANDRO:     Pues de hallarme aquí no es bien te alteres.
ARTEMIO:       Tu nobleza, ¿a qué aspira?       
               Dime la causa.
ALEJANDRO:                     No diré mentira.


                  Ya sabes que fue Tebandro,  
               de quien yo soy rama, tronco
               tan conocido en la Escitia
               como Jasón lo fue en Colcos.
               De lo ilustre de su sangre
               no hago mención, pues tú propio     
               sabes mejor lo que digo
               que yo que estos ecos formo.
               La abundancia de su hacienda
               no quiero contar tampoco,
               porque será perder tiempo    
               diciendo lo que es notorio.
               No quiero de mi linaje
               con figuras y con tropos
               pintar la nobleza suya,
               que antes será hacerla oprobio;   
               porque la propia alabanza
               del que intenta hacer abono
               de su sangre, es vituperio
               del linaje más famoso.
               Sólo pretendo decirte   
               que el hallarme de este modo
               con tu sobrina, fue causa
               aquel rapaz que sin ojos
               cazando en Chipre flechaba,
               no el ligero y veloz corzo     
               que huyendo de la saeta
               cristal busca en los arroyos,
               sino las almas que libres
               sabe avasallar brïoso.
               Y yo, que no soy de bronce,    
               sino de metal más bronco,
               fui blanco en que el dios alado
               tirase majestüoso.
               Sentí la flecha amorosa
               que del trato y de los ojos    
               de tu sobrina María
               me tiró, que es poderoso
               arpón el que en tiernos años,
               sin ser de ébano y de oro,
               se fabrica en alma joven  
               con amorosos retornos.
               Nacimos los dos a un tiempo,
               y al paso que iba en nosotros
               creciendo el cuerpo, crecía
               el amor del mismo modo;   
               que amor que en niñeces nace,
               y crece sin que haya estorbos
               de ausencia o de poco trato,
               romperle es dificultoso.
               En mí creció de tal suerte      
               que ya llegan los pimpollos
               a tocar, aunque atrevidos,
               el techo del matrimonio.
               Verdad es también que nunca
               tuve pensamiento aborto   
               de poca fe y falso trato
               contra tu propio decoro;
               porque cuando mis intentos
               quisieran hacer destrozo
               en el honor de María,   
               fuera en defenderse toro
               que en la palestra acosado
               divide en menudos trozos,     
               ya que no al dueño, la capa
               que le dejó entre sus hombros.    
               Herido yo de las puntas
               de aqueste flechero heroico,
               que aunque es ciego, como he dicho,
               lo sujeta y rinde todo,
               para lograr mi esperanza  
               me hizo amor animoso,
               y vine a decirle agora
               que me saque de este golfo,
               de este oscuro laberinto,
               de este peligroso escollo,     
               de este Caribdis confuso,
               y de este piélago undoso.
               Y para que en tal naufragio
               no peligre el barco roto,
               de mi acosada paciencia,  
               si merece ser su esposo
               un hombre que desde niño
               se está mirando en su rostro,
               con las dos letras de un "sí"
               me haga tan venturoso,    
               que siendo dueño sea esclavo,
               que no será el serlo impropio
               cuando adoro las estrellas
               de su cristalino globo.
               Con un "no" me ha respondido,  
               que a no llevar el rebozo
               de tu gusto, su respuesta
               sin duda me hiciera loco;
               pues dice que si tú gustas
               de su parte no habrá estorbo;     
               y así vengo a suplicarte
               --si supiste cuando mozo
               de este accidente la furia,
               y que es amor rayo indómito,
               que donde hay más resistencia     
               hace mayores destrozos--
               que consideres mis males,
               que atiendas mis sollozos,
               que te muevan mis suspiros,
               y entre tierno y amoroso,      
               ya que incitarte no puede
               de mi nobleza el abono,
               de mi progenie la pompa,
               de mi linaje lo heroico,
               de mi hacienda el mucho fausto      
               y de mi renta el tesoro,
               que para lo que merece
               tu sobrina todo es poco,
               el verme amoroso amante,
               que es en esta parte el todo,  
               te incite, to obligue y te mueva,
               mostrándote generoso,
               a darme el "sí" que te pido,     
               pues en él estriba sólo,
               entre mis congojas grandes,    
               la gloria de ser dichoso.


ARTEMIO:          Noble Alejandro, tu amoroso empleo
               le tengo por granjeo;
               que aunque de mi sobrina
               es la hermosura rara y peregrina,   
               cuyo rostro perfecto y acabado
               sirve de espejo al campo matizado,
               y entre linajes buenos
               es el suyo no el menos,
               del tuyo la nobleza       
               puede honrar una alteza,
               pues sólo el sol, para que el mundo asombre,
               es digno coronista de su nombre.
               De mi parte, Alejandro, cierto tienes
               el "sí" que me previenes;    
               pero Abrahán, mi hermano,
               tan bizarro y galán como lozano,
               porque de este suceso no se ofenda,
               es menester que nuestro intento entienda;
               y sin duda ninguna        
               tendrás buena fortuna,
               pues hoy también se casa,
               y da lustre a su casa,
               cuando este casamiento se concluya,
               juntando su nobleza con la tuya.    
               La dicha de los dos será colmada
               mirándola casada,
               y más siendo contigo.
               Ven al punto si quieres ser testigo
               del gusto que recibe con la nueva,  
               y adonde podrás ver que a quien la lleva
               prometerá en albricias
               lo mismo que codicias.
               Vamos al punto, vamos,
               que si mucho tardamos,    
               aunque después pretenda hacer descargo,
               de dilatarle el gusto me hará cargo.




Sale LUCRECIA, alborotada




LUCRECIA:         Artemio noble, de mi esposo hermano,
               si acaso el parentesco en algo tienes,
               aunque el tiempo te tiene viejo y cano   
               sembrando plata en tus heroicas sienes,
               al ocio que en ti habita da de mano,
               y a mi llanto es razón que el curso enfrenes;
               a reverdecer vuelve el joven brío
               si es bastante a moverte el llanto mío.    
                  Infeliz fue mi estrella, pues agora,
               cuando pensé gozar el mayor gusto,
               al esmaltar los campos el aurora
               en lamento se trueca y en disgusto;
               mira si con razón el alma llora,  
               mira si es bien me turbe aqueste susto,
               y mira cómo puedo estar sin queja
               si al umbral de mi dicha el bien me deja.
                  Todo estaba, cual sabes, prevenido
               para que hoy nuestra boda se acabase,    
               y sin darle ocasión a mi querido
               para que de mí, triste, se enfadase,
               al despertar el alba, sin rüido,
               porque nadie su intento le estorbase,
               por no cumplir el "sí" que había dado,           
               sin casarme vïuda me ha dejado.
                  Su crïado me dice que va al monte
               con ánimo de estarse retirado,
               y antes de que más se aleje y se remonte,
               si mis congojas pueden dar cuidado,      
               a que dejes ligero este horizonte,
               ya que hacerlo no quieras por cuñado
               por ser mujer siquiera, y sin reposo
               te pido que busquemos a mi esposo.
                  Muévante de mis ojos los raudales,  
               oblíguente las ansias con que vengo,
               lastímente mis penas y mi males,
               tu pecho incite la razón que tengo;
               y si acaso no bastan los cristales
               que a derramar llorando me prevengo,     
               enternézcate ver que en esta calma
               se fue tu hermano y que me lleva el alma.
ARTEMIO:          Oye, hermosa Lucrecia, que ya sigo
               el curso de tus pasos amorosos.
               Vamos tras ellos, Alejandro amigo,  
               que no es bien que se muestren perezosos
               los míos en tal caso. 
ALEJANDRO:                            Si te obliga
               con mostrarse los míos cuidadosos,
               verás que no son tardos en buscalle,
               pues estriba mi dicha en alcanzalle.     



Vanse todos.  Salen LEONATO y MARDONIO




MARDONIO:         Poco sosiegas en casa
               aunque no estás descansado.
LEONATO:       Mal puede estar sosegado
               un corazón que se abrasa.
                  Seis meses he estado ausente.    
               ¡Sabe Dios lo que he sentido!
               Y así agora que he venido
               templar quiero el accidente;
                  porque es el mal del ausencia
               más terrible que el de celos.     
MARDONIO:      Nunca supe tus desvelos,
               mas concédeme licencia
                  de que pueda preguntarte
               quién te causa tal dolor.
LEONATO:       Mardonio amigo, mi amor   
               --no tiene esto de espantarte--
                  a Lucrecia dediqué,
               y ha sido con tal pasión
               que alma, vida y corazón
               en un punto la entregué.     
                  Y quiérola de tal suerte
               y con pasión tan crecida,
               que el verla me da la vida
               y el no verla me da muerte.
MARDONIO:         Aunque serán malas nuevas,     
               volverte a casa podrás,
               que a Lucrecia no verás.
LEONATO:       ¿Por qué?
MARDONIO:                 Porque no está en Tebas.
LEONATO:          ¿Qué dices?
MARDONIO:                      Lo que has oído.  
LEONATO:       ¿Dónde está?
MARDONIO:                    En Alejandría  
               con gusto y con alegría
               se ha casado.
LEONATO:                     Sin sentido
                  esas nuevas me han dejado.
               ¿Es burla?
MARDONIO:                  Verdad te trato.
LEONATO:       ¿Es posible?
MARDONIO:                   Sí, Leonato.    
LEONATO:       Pues Lucrecia se ha casado
                  y yo no la merecí,
               muera yo, que no es razón
               vivir, pues la posesión
               que esperé tener perdí.    
                  Y entre tan grave dolor
               de tan terribles enojos,
               salga el alma por los ojos.
               Máteme mi grande amor;
                  que más lisonja será    
               y tormento menos grave
               que amor de una vez acabe,
               que no imaginar que está
                  en los brazos de otro dueño,
               de mil requiebros gozando,     
               y yo muriendo y penando
               sin que me repose el sueño;
                  porque estará la memoria
               hecha verdugo crüel
               apretándome el cordel   
               de mi pena y de su gloria.
MARDONIO:         Casi he llegado a pensar
               que Lucrecia ingrata ha sido,
               y que no ha correspondido
               a tan verdadero amar.     
                  Porque habiéndose gozado,
               ingratitud viene a ser
               olvidar una mujer
               lo que ha sido su cuidado.
                  Mas también vengo a sacar      
               cuando estás tan sin reposo,
               que el agraviado es su esposo,
               y que es quien se ha de quejar.
                  De ti no, porque en efeto,
               cuando tal gloria tuviste,     
               su decoro no ofendiste
               ni le perdiste el respeto.
                  De ella sí, porque ella fue
               la que le ofendió en rigor,
               pues fingió estar sin amor   
               y estaba en otro su fe.
LEONATO:          No trates de esa manera
               su honestidad recatada,
               que siempre fue más honrada
               de aquello que yo quisiera.    
                  Mas entre tantos rigores
               con que siempre me trataba,
               tener con todo esperaba
               el premio de mis amores.
                  Pero ya casada agora,  
               muerta queda mi esperanza;
               y así en tal desconfïanza
               el alma suspira y llora.
MARDONIO:         Mas con todo...  ¿Dónde vas?
LEONATO:       Quiero, Mardonio, partir  



Hace que se va




               a Alejandría a morir.
MARDONIO:      ¡Tente, aguarda, loco estás!
LEONATO:          No es mucho que loco esté,
               cuando permite el Amor
               que me trate con rigor    
               una mujer que adoré.



Vase los dos.  Sale ABRAHÁN, de
hermitaño




ABRAHÁN:          ¡Qué dichoso a ser viene aquél que huye
               del Babilón tumulto de la gente,
               donde en la soledad está patente
               lo que confunde el alma y la destruye!   
                  Aquí el león rugiente sí que arguye
               para quien no le entiende agudamente,
               mas como siempre arguye falsamente,
               con pocos entimemas se concluye.
                  Retiréme del mundo y su locura,     
               que aunque es cosa muy santa el matrimonio,
               de Lucrecia temí la hermosura;
                  y el desierto me da por testimonio,
               que el huír la ocasión es piedra dura
               para quebrar los ojos al demonio.   



Salen ARTEMIO, MARÍA y ALEJANDRO, y
ABRAHÁN se esconde




ARTEMIO:          Suceso infeliz ha sido,
               el de Abrahán y Lucrecia,
               pues sin ocasión precisa
               el uno de otro se ausenta. 
               Él se pierde por dejarla,    
               por tenerle se pierde ella,
               y entre tantas confusiones
               no hay quien de ninguno sepa.
               Ya que Abrahán se ha ocultado,
               a Lucrecia hallar quisiera,    
               que como corcilla herida
               se ha perdido entre las breñas.
ALEJANDRO:     Todo ha sido por mi daño,
               que mi poca suerte ordena,
               por no darme gusto en nada,    
               que el mal de todos padezca.
MARÍA:         Dale voces a mi tío,
               que puede ser que te entienda
               y te responda.
ARTEMIO:                      Bien dices.
               Quiero hacer lo que me ordenas.     
               ¡Abrahán!  Querido hermano,
               escucha mis voces tiernas
               y respóndeme.  ¡Abrahán!



Sale ABRAHÁN




ABRAHÁN:       Entre estas cóncavas piedras
               de mi propio nombre escucho    
               los ecos; no sé quién pueda
               formarlos entre estos riscos
               y en esta inculta maleza,
               si no es acaso a Pantoja,
               que fue a buscar unas hierbas,      
               algo le haya sucedido.
ARTEMIO:       ¡Abrahán!
ABRAHÁN:                  ¿Quién me vocea?
ARTEMIO:       Yo soy, hermano querido,
               quien te llama y quien te ruega
               que dejes designios tales.     
               Considera que a Lucrecia
               haces agravio en dejarla.
               ¡Abrahán!  ¿Qué has visto en ella
               para dejarla burlada?
               ¿Es liviana?  ¿Es deshonesta?  
               ¿Es de linaje villano?
               ¿No ordenaste que de Tebas
               la trujesen para ser
               tu esposa?  ¿Cómo te ausentas
               de sus ojos?  ¿Cómo agora    
               en tal confusión la dejas?
               ¿No echas de ver que la agravias?
               ¿No adviertes que haces ofensa
               a su linaje?  ¿No miras
               que das ocasión que entiendan     
               los nobles de Alejandría
               que has visto alguna flaqueza
               en su opinión?  Vuelve, vuelve
               tus pasos atrás.  Recuerda
               del letargo que te oprime,     
               de la pasión que te ciega,  
               del furor que te combate,
               de la intención que te lleva.
               No permitas que tu esposa
               por dejarla tú se pierda.    
               Considera que su honra
               corre, Abrahán, por tu cuenta,
               y que a ti mismo te agravias
               dejándola así; no seas
               ocasión de su rüina,    
               pues como acosada cierva,
               sin reparar ser mujer,
               sin mirar sus pocas fuerzas
               y olvidando sus regalos,
               cuando derramaba perlas   
               el alba, bordando montes
               con jazmines y violetas,
               ella derramando aljófar,
               desperdiciando azucenas,
               destroncando maravillas   
               y lastimando la esfera
               con suspiros, sola y triste,
               se partió de mi presencia
               a buscarte, y aunque luego
               partí corriendo tras ella,   
               no ha sido posible hallarla,
               ni habemos visto quien sepa
               decirnos de su persona.
               ¡Ea, Abrahán, no seas fiera!
               Vamos a buscarla todos,   
               sus lágrimas te enternezcan
               y las mías, que a mis ojos
               obligan a que las viertan.
               A esto ha sido mi venida.
               Vamos antes que en la selva    
               se embosque y no la hallemos,
               adonde de su belleza     
               se marchite la hermosura
               y se eclipsen las estrellas.
               Y porque después de hallarla,     
               para que más gusto tengas,
               entregues a tu sobrina
               a Alejandro, cuyas prendas
               no ignoras, pues te es notorio
               que ella gana en que él la quiera.     
MARÍA:         De mi tío haz los ruegos,
               pues es razón que te mueva
               de Lucrecia el desconsuelo,
               que está sola en tierra ajena.
ALEJANDRO:     Rompe tantas suspensiones,     
               el paso mueve y la lengua,
               que nunca permite espacio
               ocasión de tanta priesa.
ABRAHÁN:       A los cargos que me has hecho
               dar satisfacción es fuerza,  
               y aunque será brevemente,
               oye, Artemio, la respuesta:
               De Lucrecia no me ausento
               por decir que es desenvuelta,
               ni por liviandades suyas,      
               ni porque haya hecho ofensa
               a mi honor y a su recato,
               sino porque su belleza
               me hizo temer escuchando
               de Pablo aquella sentencia     
               --digno del ingenio suyo--
               que dice que quien se entrega
               a los brazos de la esposa
               las hebras de sus madejas
               sirven de cadenas fuertes,     
               en que si una vez se enreda
               con las dos letras de un "sí",
               es imposible romperlas
               hasta que llega la muerte
               con la guadaña y las siega,  
               dividiendo el uno de otro;
               y es tan inmensa la fuerza
               del amor del matrimonio
               y del cuidar de la hacienda,
               del sustento de los hijos      
               y de otras cosas, que veda
               el acordarse de Dios
               a veces.  Ésta es mi tema.
               Por esto al desierto vengo,
               por esto dejo a Lucrecia,     
               por esto visto este saco;
               que más quiero en la aspereza
               vivir en trabajos muchos
               esperando que en la excelsa
               cumbre del monte Horeb   
               el premio de gloria tenga,
               que gozar en la otra vida
               por un gusto mil miserias.
               En lo que toca a casarse
               María, sea norabuena.  
               Contradecirlo no quiero
               ni aprobarlo, ella lo vea.
               En eso haga su gusto,
               pero repare y advierta
               que hay terribles ocasiones   
               en que padece tormenta
               el alma, y se ve acosada
               la nave de la paciencia.
               Aquesto sólo me obliga
               a poner en medio tierra  
               y a la soledad venirme,
               donde el alma se recrea.
               Si algún bien quieres hacerme,
               hermano, busca a Lucrecia,
               y dila que su hermosura  
               me da miedo, que no sienta
               el dejarla de esta suerte,
               porque me anima y es fuerza
               el servir a Dios, y temo,
               después de aquesta carrera, 
               tener por ligeras glorias
               siglos de penas eternas.



Vase ABRAHÁN




ARTEMIO:       ¡Aguárdame, hermano, escucha!
               Que a resolución tan buena
               no es razón contradecirla.  



Vase ARTEMIO




MARÍA:         ¡Alejandro, a Dios te queda!
               Que ya no quiero casarme
               que han tocado a mis orejas
               las razones de mi tío, 
               y quiero en esta aspereza     
               servir a Dios.  No te canses
               porque ya el alma me llevan
               diferentes pensamiento.



Vase MARÍA




ALEJANDRO:     ¡Amor!  ¿Qué desdicha es ésta?   
               Hermosísima María,        
               de estos montes primavera,
               abril de estos horizontes,
               oye, escucha, aguarda, espera.
               ¡No te vayas!  Mas ya en balde
               el alma se aflige y queja,    
               que como veloz paloma
               tras Abrahán va ligera.
               Mas ¿cómo si soy amante
               no la sigo?  Voy tras ella,
               que a pesar de mi fortuna     
               he de gozar su belleza.



Vase ALEJANDRO





FIN DEL PRIMER ACTO



ACTO SEGUNDO





Sale PANTOJA, de hermitaño, que trae unas
hierbas y pan en una cesta




PANTOJA:          Deo gracias, padre Abrahán,
               ya están cogidas las hierbas,
               que son las dulces conservas  
               que en este desierto están. 
                  Gastado los dedos tengo
               de arar aquestas riberas,
               pero ya no hay acederas
               en los campos donde vengo.     
                  Penas se vuelven las glorias    
               que el desierto nos ha dado,
               pues la simiente ha faltado
               de acelgas y de achicorias.
                  Y si va a decir verdad,     
               tomara yo una pechuga    
               mejor que no una lechuga
               en esta necesidad.
                  Mas para mayor congoja,
               según soy de desdichado,    
               en tan infeliz estado    
               lo vendrá a pagar Pantoja.
                  Para engañar este pan
               estas hierbas he cogido,
               que son el mejor condido 
               que en esta cocina dan.  
                  Miren la miseria suma
               de mi dichoso suceso,
               pues sirve el troncho de hueso
               y la hoja sirve de pluma.     
                  La carne no hay que buscalla,   
               porque aquí la mejor polla
               viene a ser una cebolla,
               y ésta es menester hurtalla.
                  Pues vino no hay que tratar,    
               porque aquí sirve de vino   
               un arroyo cristalino
               que hace a las tripas guerrear.
                  Pantoja, no hay que quejarte,
               come las hierbas y el pan,    
               porque si viene Abrahán     
               no te cabrá tanta parte.
                  Digo que tomo el consejo,
               pues es del mal lo menor,
               si bien tomara mejor     
               un trago de vino añejo.     
                  Mas cuando no tengo lomo,
               suele decir el refrán,
               si longaniza me dan,
               con longaniza el pan como.    
                  Y así habré agora de hacer, 
               porque hallo que es peor
               y más crecido dolor
               tener hambre y no comer.



Siéntase PANTOJA a comer.  Sale
ABRAHÁN por el monte, con cabellera larga y negra




ABRAHÁN:          Las puntas de aquestos riscos,
               que sirven de almenas altas,  
               en que las aves nocturnas
               a su criador le dan gracias;
               los levantados pimpollos
               de las sabinas copadas
               en que del rigor del tiempo   
               el jilguerillo se escapa;
               las frescas y amenas sombras
               de las siempre verdes hayas,
               en que del calor del sol
               el pasajero se ampara;   
               los tomillos y cantuesos,
               entre cuyas secas ramas
               el conejuelo se abriga
               contra la nieve y la escarcha;
               la tórtola que se arrulla   
               y con sus lamentos canta
               lo dulce de sus amores
               que la entretiene y regala;
               el ruiseñor vocinglero,
               que cuando despierta el alba  
               dice al mundo su venida
               con mil pasos de garganta;
               el plateado pececillo,
               que en las fugitivas aguas
               forma alegre escaramuza, 
               siendo de viento sus alas;
               están enseñando al hombre
               que naturaleza humana    
               sólo para su sustento       
               fabricó cosas tan varias.   
               Y a mí entre aquestos peñascos,
               el ruiseñor, la calandria,
               el jilguerillo, el conejo
               y el pez en campo de plata,
                  me enseñan a dar gracias 
               al que hizo la esfera tachonada,
               pues por el hombre sólo
               formó lo que hay de un polo al otro polo.
PANTOJA:          Abrahán viene embebecido,
               con la memoria ocupada   
               en considerar las peñas,
               los álamos y las palmas;
               y yo también me divierto
               después de llenar la panza,
               séase de lo que fuere, 
               en que comeré mañana.
               La carne no me da pena
               porque ya están enseñadas
               mis tripas a comer verde,
               como borrico que sangran 
               por mayo para que engorde
               hartándole de cebada.
               Sólo siento que en el campo
               se acaben las zarandajas
               de la silvestre lechuga, 
               de la acedera gallarda,
               del rapóntico sabroso
               y de la achicoria amarga.
               Porque en efecto estas hierbas,
               aunque de poca sustancia,     
               son de hermitaños hambrientos
               el perejil y la salsa.
                  Y después que mi panza   
               se satisface de estas zarandajas,
               por no mostrarme ingrato,     
               le doy al cuerpo un sueño de barato.
ABRAHÁN:          Conozco, Señor divino,
               que a mi tosca lengua faltan
               himnos con que engrandeceros,
               con que os alabe palabras,    
               con que os regale ternezas,
               con que os enamore gracias,
               con que os agrade suspiros;
               pero recibid mis ansias,
               no despreciéis mis deseos,  
               que si aquestos tienen paga
               en vuestra sacra presencia,
               los que están en mis entrañas
               son grandes; bien reconozco
               que de mis culpas la carga    
               muchos infiernos merece
               y es digna de eternas llamas.
               Pero no, Señor inmenso,
               que bien sé que a quien os llama,
               aunque más pecador sea,     
               no le negáis vuestra gracia.
               Y así, Pastor soberano,
               haced de vuestra manada
               este humilde esclavo vuestro,
               y admitid en vuestra casa     
               a mi sobrina María,
               y libradla de las garras
               del lobo, que ya furioso
               pretende despedazarla.



Ha ido bajándose




               A su celda llegar quiero 
               y ver en qué está ocupada.
               ¡Pantoja!  ¿Qué estás haciendo?
PANTOJA:       (¡Descubrióse la maraña!)     Aparte
ABRAHÁN:       ¿No me respondes, Pantoja?
               ¿Qué haces?
PANTOJA:                    Padre, esperaba  
               algún socorro del cielo.
ABRAHÁN:       ¿Y las hierbas?
PANTOJA:                      No hay hallarlas,
               aunque por dos achicorias
               se dé un ojo de la cara.
ABRAHÁN:       ¿Estos tronchos de qué son? 
PANTOJA:       Cogí tres o cuatro matas,
               parecióme no ser buenas,
               y por ver si eran amargas
               las probé, y como eran pocas
               el gusto no las hallaba. 
ABRAHÁN:       [No debes de responderme;]
               ya conozco tus entrañas,
               Pantoja.
PANTOJA:                Padre Abrahán...
ABRAHÁN:       Tus intentos se declaran;
               ya sé que siempre procuras  
               que se remedie tu falta  
               y que perezcan los otros.
PANTOJA:       No se espante, que mis ganas,
               aunque son pocas, son buenas.
               Y como más cerca se halla   
               la camisa que no el sayo... 
ABRAHÁN:       Bueno está, Pantoja.  ¡Basta!
               La caridad se conoce.
PANTOJA:       Aunque las uñas gastadas
               tengo de cavar la tierra,     
               me parto al punto a buscarlas,
               para que comáis los dos.
ABRAHÁN:       Oye, escucha, no te vayas.
               ¿Sabes qué hace mi sobrina?
PANTOJA:       Ella siempre está ocupada   
               en su celda o su retrete
               en contemplaciones santas.
ABRAHÁN:       Envidiarla puede el mundo.
PANTOJA:       Nunca ha visto la Tebaida
               en años tan delicados  
               virtud y abstinencia tanta.



Suena música




ABRAHÁN:       Parece que está cantando.
PANTOJA:       Yo sé bien que no cantara
               si hambre como yo tuviera;
               mas dicen que canta Marta     
               bien después de haber comido.
ABRAHÁN:       Escuchemos lo que canta.



MARÍA canta dentro lo que sigue





MARÍA:            "In te Domine speravi non
               confundar in aeternum".


PANTOJA:          ¿Qué quiere decir aquello?    
ABRAHÁN:       Que el que pone su esperanza 
               en Dios, no será rendido
               de los trabuco y balas
               del enemigo rugiente,
               que para rendir el alma  
               debajo de varias formas
               con cautela se disfraza.



Canta




MARÍA:            "Bonum est sperare en Domino
               quam sperare in principibus".


ABRAHÁN:          Bueno es esperar en Dios,  
               dice agora, que se engaña
               el que favores espera
               de los reyes y monarcas.
               Que esperanzas de los hombre
               son de tan poca importancia,  
               que el que piensa estar medrado
               más desmedrado se halla.
PANTOJA:       Bueno es eso, pero déme
               licencia para que vaya
               a buscar algunas hierbas 
               para que coma la hermana
               María y todos comamos.
ABRAHÁN:       En buen hora ve a buscarlas,
               pero lo que agora hiciste
               has de advertir que no hagas  
               otra vez.
PANTOJA:                 Yo le prometo
               de no comer una rama,
               si no es que acaso la hambre
               me hace quebrar la palabra.



Vase PANTOJA.  Pónese ABRAHÁN en
oración y sale el DEMONIO, de pasajero



            
DEMONIO:          Entre las grutas de estas altas peñas   
               guerra me hace el cristalino cielo,
               adonde es la palestra opacas breñas,
               y adonde yo con ansia y con desvelo
               de mi pesar intento hacer reseñas;
               si bien no me asegura mi recelo     
               que vencedor saldré de esta batalla,
               pero con todo quiero presentalla.
                  Aquí quiero fingir que derrotado,
               del tropel de mi gente me he perdido,
               y que en todo este monte no he hallado  
               quien pueda consolar un afligido;
               que con esta cautela que he pensado
               y con este disfraz de mi vestido,
               para dar mayor lustre a aquesta historia,
               de aquestos dos vendré a tener victoria.   
ABRAHÁN:          ¡Dulce Jesús!  que en un madero, infame
               hasta que tú le diste honor y precio,
               tu sangre permitiste se derrame
               con algazara, grita y menosprecio;
               donde estás aguardando que te llame    
               el que te ofende, masageta necio;
               recibe, gran Señor, del alma mía
               los himnos y alabanzas que te envía.
DEMONIO:          Agora que con Dios está embebido,
               porque de su coloquio se divierta, 
               quiero dar voces y hacer algún ruido;
               quede frustrada su esperanza cierta
               de aquello que su intento ha pretendido;
               ciérrese con mi traza aquesta puerta,
               que si se cierra y abro otro portillo   
               a mi poder se rendirá el castillo.



[En voz alta]




                  ¿Hay por ventura entre esta inculta breña
               quien movido de lástima me enseñe,
               sacándome de un risco y otra peña,
               el camino que obliga me despeñe? 
               ¡Hola, pastores, dadme alguna seña,
               vuestra nota piedad no se desdeñe
               de poner en camino conocido
               al que por no saberle le ha perdido!



Levántase




ABRAHÁN:          Voces oigo, sin duda son de gente    
               que por las sendas de esta inculta sierra
               ha perdido el camino diligente;
               que como no se habita aquesta tierra,
               y su cumbre es altiva y eminente,
               al diestro pasajero le hace guerra;     
               y pues es caridad, quiero piadoso
               sacarle de este trance riguroso.
                  ¿Quién es el que vocea?
DEMONIO:                                  En este monte
               he perdido el camino, que siguiendo
               una mujer que imita otra Faetonte, 
               viene buscando un hombre que va huyendo
               los rayos de su sol; que Laomedonte
               quise ser de su honor, y agora emprendo
               buscar por vario modo y peregrino
               a la mujer perdida y el camino,    
                  y antes que me le enseñes...
ABRAHÁN:                                     ¿Qué preguntas?
DEMONIO:       Que me digas si acaso entre estas breñas
               y entre estos riscos de cerúleas puntas
               una mujer has visto, cuyas señas
               la belleza del alba tiene juntas   
               cuando derrama aljófar entre peñas,
               y es tanta su belleza y hermosura,
               que es al alba con ella noche oscura.
ABRAHÁN:          Después que entre estos riscos y peñascos
               hice palacio de sus pobres grutas  
               y bóvedas cimbriadas de sus cascos,
               comiendo alegre sus silvestres frutas,
               sin que las sabandijas me den ascos
               ni alteración me causen fieras brutas,
               en el valle apacible ni entre peñas   
               nunca he visto mujer con esas señas.
                  ¿Pero qué te ha movido y obligado
               a venir a buscarla de esa suerte,
               y dejando el bullicio en despoblado
               ponerte a riesgo de una fiera muerte?   
DEMONIO:       Ya que la causa de esto has preguntado
               y el referirla tengo a buena suerte,
               dame para contarla atento oído
               y sabrás la ocasión que me ha movido. 
		Yo soy, para no cansarte,  
               del Señor más poderoso,
               que entre brillantes doseles
               tiene levantado solio,
               hechura, y en tanto grado
               me aventajo de los otros 
               privados suyos, que siendo
               príncipe majestüoso 
               en lo galán y arrogante,
               en lo bizarro y airoso,
               sólo me faltaba entonces    
               sentarme en su regio trono.
               Y aunque viéndome en la cumbre
               de la privanza, el abono
               de mi grandeza pudiera
               con aliento generoso     
               levantarme a su real silla,
               sin que me hicieran estorbo
               los soldados que a su guarda
               asisten en varios coros,
               no lo pretendí hasta tanto  
               que un secreto misterioso
               me reveló, siendo el caso
               tan ajeno y tan remoto
               de su grandeza, que quiso
               por extraordinario modo, 
               levantar un hombre humilde,
               siendo formado de polvo
               de la tierra, a ser su imagen,
               y ponerle en tanto toldo
               que a pesar de los más nobles    
               fuese superior a todos.
               Mas yo que de mi progenie
               era supremo pimpollo,
               y estaba patente y claro
               el agravio de mi tronco, 
               porque no tuviese efecto
               lo que intentaba, convoco
               los que de mi parte pude,
               tocando el clarín sonoro
               de este agravio y de esta ofensa;  
               y como si fuera aborto,
               rayo de preñada nube
               que, cuando el austro y el noto
               en su esfera se combaten,
               despide entre truenos sordos  
               centellas que abrasan montes,
               rayos que desgajan olmos,
               y relámpagos que privan
               de su potencia a los ojos,
               entre envidioso y soberbio,   
               si no es que lo tuve todo,
               quise sentarme a su lado,
               y vine a verme en tal colmo
               que lo hiciera, si en alférez,
               no hay que negarlo, brïoso    
               más que ninguno de aquellos
               que asisten a su contorno,
               no me quitara la silla
               en que pretendí, hombro a hombro,
               sentarme al lado del rey.     
               ¿Pero no has visto un arroyo
               que entre junquillo y trébol
               va caminando a lo sordo,
               y después en un peñasco
               topa, cuyo pie es tan hondo   
               que para hacer de pasarle
               es menester que furioso,
               porque halla resistencia,     
               se despeñe como loco,
               y el que era cristal entero   
               se convierte en abalorio?
               Así yo, que antes corría
               manso, apacible y sonoro,
               con aquesta resistencia,
               aunque era joven, que el bozo 
               me apuntaba entonces, di
               tal caída, que mi rostro
               quedó feo y denegrido
               con ser cándido y hermoso.
               Quitóme la silla al fin     
               el que digo, y con enojo
               a mis intentos se opuso, 
               siendo suficiente él solo
               para resistirme a mí
               y a los que fueron notorios   
               secuaces míos;  y el rey
               mandó que en un calabozo
               me aprisionasen, después
               que el delito criminoso
               se fulminó, decretando 
               que en privación de su rostro
               me condena para siempre; 
               y con riguroso modo
               desterrado de su reino
               me partí a reino remotos.   
               Llegué desterrado, al fin,
               al reino de Monicongo,
               adonde me recibieron
               con rosas y cinamomos.
               Desde allí pasé a Cambaya,     
               a la tierra de Geylolo,
               a Nirsinga y Gizarate,
               donde me ofrecieron oro,
               perlas, diamantes, jacintos,
               cornerinas y crisólitos;    
               y anduve tantas provincias,
               que los más diestros cosmógrafos
               se cansaran de contarte
               las columnas, los cimborrios,
               los obeliscos, las torres,    
               los arcos y mauseolos
               que en mi nombre levantaron.
               Mas porque no es a propósito
               el contarte aquestas cosas,
               quiero en términos más cortos  
               decirte que llegué a Tebas,
               adonde miré unos ojos
               de la más rara hermosura
               que se halla de polo a polo.
               Y como el vendado dios   
               no respeta regios tronos
               más que las chozas pajizas,
               sino que los trata a todos
               de una misma suerte, a mí,
               sin tirar balas de plomo,     
               me rindió de tal manera
               que quedé perdido y loco.
               Enamoréme, en efeto,
               y cuando estaba en el golfo
               de mi pretensión mayor,     
               pensando ser el dichoso
               que sus ojos mereciese,
               la boda se hizo con otro.
               Fuese de Tebas, y yo,    
               enamorado y celoso,      
               partí tras ella; mas cuando
               llegué a ver los promontorios
               de la ilustre Alejandría,
               que de esta tierra era el novio,
               supe que ya no gustaba   
               sujetarse al matrimonio,
               y retirándose al monte,
               con infamia y con oprobio
               de su linaje, dejó
               los más que brillantes globos    
               de azabache, con su ausencia,
               entre sirtes y entre escollos
               de murmuradoras lenguas,
               con capuces melancólicos;
               y como el aurora entonces     
               quería esparcir el oro,
               los aljófares y perlas
               de su opimos tesoros,
               cobarde detuve el paso
               por ver que en montes y sotos 
               la novia, airosa y bizarra,
               perlas llevaba en los ojos,
               oro en su terso cabello,
               rayos de luz en su rostro,
               en sus pies alas veloces,     
               en su movimiento asombros,
               en sus labios tristes quejas, 
               en sus acciones abono,   
               porque con esta presteza
               iba a buscar a su esposo.     
               Y yo que supe el suceso,
               como fugitivo corzo
               que herido de la saeta
               del cazador cauteloso,
               por buscar el cristal puro,   
               con grita y con alboroto
               ya trepa los altos riscos,
               ya desgaja frescos chopos,
               ya deshace verdes flores,
               y ya destronca madroños,    
               vengo sin alma y sin vida
               a ver si acaso en los hondos
               nichos de estas pardas peñas
               hallo, siendo venturoso,
               el sol de estos horizontes,   
               de estos montes el Apolo,
               el aurora de estos valles,
               y el alba de aquestos sotos.
ABRAHÁN:       (La relación de esta historia    Aparte
               me ha dejado tan absorto,     
               que me ha sacado de mí,
               porque si bien la conozco,
               es de mi vida el suceso,
               de Lucrecia los oprobios,
               de mi amor la ingratitud.     
               Pero, ¿qué es aquesto?  ¿Cómo
               doy lugar al pensamiento
               que en sucesos amorosos
               se ocupe?  ¡Tirad la rienda,
               razón superior!  Corcovos   
               no dé el caballo apetito,
               que si camina brïoso
               dará con la carga en tierra).
DEMONIO:       (En confusiones le pongo,       Aparte
               y aquesto sólo pretendo).   
ABRAHÁN:       (No hay que hacerle licencioso,     Aparte
               que si se toma licencia
               es tan carnicero lobo
               que sin reparar en nada
               da con el alma en el lodo.    
               Vamos, caballo, a la cueva,
               que allí de vuestros antojos
               ha de ser la disciplina
               el médico poderoso).



Hace que se va




DEMONIO:       ¿Dónde vas sin responderme? 
ABRAHÁN:       Con no responder respondo,
               que aquesa mujer no he visto.
DEMONIO:       Pues, ¿por qué te vas?
ABRAHÁN:                               Conozco
               en la relación que has hecho
               y en el embuste notorio, 
               que eres aquel enemigo
               que procura el mal de todos;
               y conversaciones tales
               son tratos muy peligrosos,
               y me está bien no hablar de eso. 



Dentro




LUCRECIA:      ¡Favor, cielos!
ABRAHÁN:                        Voces oigo,
               y en la voz mujer parece.
LUCRECIA:      Detén el colmillo corvo,
               monstruo fiero.
DEMONIO:                    (Ésta es Lucrecia.    Aparte
               Sin duda aquí le provoco    
               a que deje los peñascos,
               y otra vez se vuelva al golfo
               del mar, en que ha de perderse
               con amores y negocios).
ABRAHÁN:       Terrible ocasión es ésta. 
               Yo me voy.
DEMONIO:                   Aguarda un poco.
LUCRECIA:      ¡Favor me dad, cielo santo,
               pues me lo niega mi esposo!



Baja LUCRECIA por un monte abajo rodando,
ensangrentado el rostro, y cae a los pies de ABRAHÁN, como
muerta




ABRAHÁN:       ¿Qué es esto, divinos cielos?
DEMONIO:       Funesto caso.
ABRAHÁN:                      Espantoso.     



Llega el DEMONIO a ella




DEMONIO:       Infelice fue mi estrella,
               pues se ha vuelto en clavel rojo
               y en lilio morado y triste
               el cándido cinamomo
               de la beldad que buscaba.     
               Parte corriendo a un arroyo,
               y del cristal fugitivo
               trae en tus búcaros toscos
               alguna parte con priesa,
               a ver si de aqueste asombro   
               vuelve en sí. 



Hace ABRAHÁN que se va




                             Pero no vayas,
               aguarda, sustenta un poco
               este pedazo de nieve,
               que yo iré más presuroso,
               que al fin como más me importa,  
               iré como herido corzo.



Vase el DEMONIO




ABRAHÁN:       Ya tus intentos penetro,
               ya tus maldades conozco,
               mas con el favor de Dios
               he de salir victorioso.  



ABRAHÁN la tiene entre los brazos




ABRAHÁN:          Ésta que tengo en mis brazos
               es Lucrecia, triste suerte,
               y vengo a ofrecerla en muerte
               los que en vida negué abrazos.   
                  En su muerte soy culpado,  
               que si yo no la dejara,
               nunca la Fortuna avara
               la pusiera en tal estado.
                  Sin duda no estuve en mí,
               pues debiendo venerarla, 
               mujer no supe estimarla,
               y cuando cadáver sí. 
                  Conozco que ingrato he sido,
               mas no es mucho que lo fuese,
               temiendo que me impidiese     
               el cuidado de marido.
                  Subiré a los altos montes
               de la ciudad soberana,
               adonde la vista humana
               mira sacros horizontes,  
                  contemplando al Hacedor
               de aquesta máquina bella;
               mas no estimar esta estrella
               fue desprecio y fue rigor.
                  Dejarla aquí no es cordura,   
               antes viene a ser crueldad,
               y es género de impiedad
               el no darla sepultura.
                  Pues, ¿qué he de hacer?  Animarme,
               y ya que no fui su esposo,    
               Tobías seré piadoso.
               El cadáver quiero echarme
                  a cuestas, que esta ocasión
               no es ocasión de temer
               pues ya ha trocado su ser     
               en ángel de otra región.
                  A llanto provoca el verte,
               pero el llanto no me impida,
               que si fui Vireno en vida
               soy Eneas en la muerte.  
LUCRECIA:         ¡Ay de mí!
ABRAHÁN:                      Ya vuelve en sí.
               Ésta es mayor confusión,
               que aprieta más la ocasión;
               que si muerta la temí
                  viviendo es más de temer,     
               que es cosa dificultosa
               pelear con mujer hermosa
               y no dejarse vencer.
                  Y ya parece que el alma
               siente no sé qué de amor; 
               tente, apetito traidor,
               no pretendas llevar palma
                  de mí, que si me combates
               con tus piezas de batir,
               para vencer el huír         
               son agudos acicates.
LUCRECIA:         ¿Quién eres tú que entre piedras
               adornadas de rigor
               me has hecho aqueste favor
               donde tus brazos de hiedras   
                  han servido?  No te ausentes,
               y ya que fuiste piadoso,
               no te muestres riguroso
               dejándome entre serpientes,
                  entre tigres y panteras    
               cuya espada de marfil
               marchitará de mi abril
               las floridas primaveras.
                  Considera que tu traje
               publicando está piedad.     
               No conviertas de crueldad
               lo piadoso del ropaje.
                  Merezca por ser mujer,
               sola, triste y afligida,
               de este monte la salida. 
               Fácil es esto de hacer,
                  y pues sabes el camino,
               ponme en él, que es escabroso
               el monte, y busco a mi esposo
               que anda por él peregrino;  
                  que si le hallo, aunque es ingrato
               conmigo, será tu amigo.
ABRAHÁN:       Temo perderme contigo.
LUCRECIA:      ¿Por qué temes?
ABRAHÁN:                        Porque el trato
                  de una mujer suele hacer   
               que se destruyan ciudades,
               y temo en estas soledades
               lo que puede suceder.
                  Yo soy hombre, tú eres bella  
               --lo que digo no te asombre-- 
               y en la ocasión el más hombre
               no sabe escaparse de ella.
                  Y así, encomiéndate a Dios,
               que yo no me fío de mí,
               porque si una vez hüí  
               no estoy cierto hacerlo dos.
LUCRECIA:         ¿De quién una vez huíste?
ABRAHÁN:       De mi esposa.
LUCRECIA:                    ¿De tu esposa?
ABRAHÁN:       Sí.
LUCRECIA:           ¿Por qué?
ABRAHÁN:                       Porque era hermosa.
LUCRECIA:      ¿Por hermosa la temiste? 
ABRAHÁN:          Sí, que un rara hermosura
               hace de Dios olvidarse,
               y es mujer aprisionarse
               que verse en tal desventura.
LUCRECIA:         Pues si estabas ya casado, 
               ¿cómo pudiste dejarla?
ABRAHÁN:       La palabra llegué a darla,
               pero no fue consumado
                  el matrimonio, y así
               fue mi sagrado el retiro.     
LUCRECIA:      De tus razones me admiro.
ABRAHÁN:       Y yo de mirarte a ti.
LUCRECIA:         ¿Quién eres?
ABRAHÁN:                        Saber no quieras
               en esta ocasión quién soy,
               pero un consejo te doy,  
               y es que en estas cordilleras,
                  ni en este monte fragoso,
               no gastes noches y días,
               porque entre estas piedras frías
               no hallarás a tu esposo;    
                  y aunque le halles será en vano
               el camino que has traído;
               y así busca otro marido
               que te dé palabra y mano,
                  que el que una vez te dejó    
               no te admitirá otra vez,
               porque el soberano Juez
               este pleito fulminó
                  y así ha dado por sentencia
               que a cumplir no está obligado   
               la palabra que te ha dado.
LUCRECIA:      ¿Conócesle?
ABRAHÁN:                    En tu presencia
                  le tienes.
LUCRECIA:                    ¡Dueño y señor!



Va a abrazarle




ABRAHÁN:       ¡Detén los brazos, Lucrecia!
LUCRECIA:      ¿Por qué tu rigor desprecia 
               la firmeza de mi amor?
ABRAHÁN:          No es despreciarla.
LUCRECIA:                             ¿Pues qué?
ABRAHÁN:       Recelos de ser vencido;
               y así, Lucrecia, te pido...
LUCRECIA:      No pidas, que no lo haré,   
                  como no sea asistir
               a tu lado.
ABRAHÁN:                   ¡Aquesto no!
LUCRECIA:      Señor, ¿en qué te ofendió
               la que te desea servir,
                  la que te estima y adora,  
               y quien por buscarte a ti
               se ha enajenado de sí?
ABRAHÁN:       Reprime el llanto, señora.
                  No derrames tantas perlas
               de las conchas de tus ojos    
               si no quieres darme enojos,
               que si me humano a cogerlas,
                  aquel dios que pintan ciego
               tiene tan grande poder,
               que con cristal saber hacer   
               terribles montes de fuego.
                  Y por no quemarme en ellos
               tus perlas coger no quiero,
               por no verme prisionero
               de tus perlas y cabellos.     
                  Que llanto y cabellos son,
               en los que se quieren bien
               --no condenes mi desdén--
               estrechísima prisión.
                  Y ya que libre me veo 
               por un soberano instinto,
               volver a tal laberinto
               no lo tengo por granjeo.
                  Y así, vuélvete, Lucrecia,
               a Tebas o Alejandría,  
               pues ves que mi compañía
               por la de Dios te desprecia.
                  Y pues escuchando estás
               que es forzoso el ausentarme,
               no te canses en buscarme 
               porque ya no me hallarás.



Vase ABRAHÁN




LUCRECIA:         ¡Aguarda, amado esposo,
               no te ausentes ingrato y riguroso!
               ¡Merezcan mis amores,
               por ser mujer siquiera tus favores!     
               Mas, ¡ay de mí!, que vuela
               y por dejarme, ¡ay triste!, se desvela.
               Peñascos y altos riscos,
               servid de basiliscos,
               detened a mi dueño,         
               pues veis me deja, ¡ay Dios!, en tanto empeño.
               Serranos labradores,
               acudid a mis quejas y dolores,
               mirad que en tantos males
               se convierten mis ojos en cristales.    
               ¿Mas cómo si amor tengo
               en suspiros y quejas me detengo?
               Que si el alma se queja  
               la causa de quejarse más se aleja.
               Gallardo pensamiento,    
               que coturnos de viento
               te calzas y te vistes,
               no te detengas en discursos triste,
               volemos tras mi esposo
               que se trasmonta ingrato y presuroso,   
               que Amor para seguirte
               alas me prestará de sirte en sirte;
               y cuando el duro trance
               no me permita, ¡ay triste!, que le alcance,
               en mi corta ventura      
               me dará aqueste monte sepultura.



Vase LUCRECIA.  Sale MARÍA, vestida de un
saco, y un libro en la mano




MARÍA:            Tres veces a bañarse
               en el piélago undoso
               ha llevado el planeta a sus caballos;
               y agora a tramontarse    
               vuelve tan presuroso
               que parece que quiere despeñallos;
               y si yo refrenallos
               con mandarlo pudiera,
               con imperio lo hiciera;   
               porque Abrahán, mi tío,
               ha mostrado en no verme gran desvarío,
               pues tres días ha estado
               sin que a darme lección haya llegado.
                  Mas culparle no quiero,     
               que pues él no ha venido,
               sin duda le ocupan importantes
               negocios, y ya infiero
               que le habrán detenido
               algunos pasajeros caminantes; 
               pero quisiera antes
               que el sol se tramontara
               que a mi cueva llegara.



Ruido dentro




               Mas aqueste rüido 
               ya sin duda me dice que ha venido. 



Dentro




DEMONIO:       Entra, no estés cobarde,
               y del fuego en que penas haz alarde.




Salta ALEJANDRO por una ventana y alborótase 
MARÍA




MARÍA:            ¿Qué es esto que estoy mirando?
               ¡Hombre!  ¿Qué has hecho?
ALEJANDRO:                               Sosiega
               el pecho, señora mía,     
               serénense las estrellas
               de tus ojos; no te turbes,
               que no he venido a que viertas
               entre deshojadas rosas
               a un tiempo nácar y perlas; 
               que sólo vengo a pedirte
               que tengas de mí clemencia,
               que te humanen mis pesares,
               que te lastimen mis penas,
               que te ablanden mis suspiros  
               y mis ansias te enternezcan;
               que si no me favoreces
               en ocasión tan estrecha,
               verás de mi triste vida
               a tus plantas las exequias;   
               porque ya no puede el alma
               ni el cuerpo hacer resistencia
               a los bienes que me faltan,
               a los males que me cercan
               al rigor que me combate, 
               ni al furor que me atropella.      
               Pero en estas ocasiones,
               si bien el alma es esfera
               breve para tanto sol
               como gira en tu belleza, 
               puedes, reprimiendo arpones
               y resistiendo saetas,
               hacer que cesen mis males
               y que en bienes se conviertan.
               Y pues mi vida o mi muerte     
               está en tu mano, no seas
               tan rigurosa que imites
               de aqueste monte las fieras.
               Ten piedad de quien te pide
               favor con tantas ternezas,    
               pues son mis ansias bastantes
               para enternecer las piedras.
MARÍA:         Lo tierno de tus razones
               me obliga a que me suspenda,
               y a que piadosa pregunte 
               quién eres; que por las señas
               de lo que has dicho no entiendo
               los males que te atormentan,
               los rigores que te acosan,
               ni el bien que de ti se aleja.     
ALEJANDRO:     Ya que del papel del alma
               los caracteres y letras
               has borrado de Alejandro,
               el que su afición primera
               puso en tus ojos, si bien     
               fue su afición tan honesta
               que a casamiento aspiraba,
               sin que pretendiese ofensas
               de tu honor; y ya olvidaste
               el favor que en tu edad tierna     
               le hiciste con esperanzas
               de ser su esposa, oye atenta,
               oye advertida, y sabrás  
               que es Alejandro el que llega
               a merecer tus favores,   
               y suplicarte que tengas
               tal piedad, que no malogres
               tanto amor, tantas finezas
               como viven en mi pecho,
               pues ha dos años que reinan,     
               después que tú te ausentaste,
               en el alma tantas penas,
               que es milagro que la vida
               las atropelle y las venza.
               Alejandro soy, María,  
               y mi amor con tanta fuerza
               me combate, que me obliga
               que huyendo de su potencia
               escale aquesta ventana,
               y que ya el respeto pierda    
               al retiro de estos bosques
               y al sagrado de estas puertas.
               Y sus rigores temiendo,
               vengo a que tú me defiendas,
               y a obligarte a ser piadosa   
               para que me favorezcas.
MARÍA:         Alejandro, yo confieso
               que antes que habitase breñas
               se apoderaron del alma
               y de todas sus potencias 
               los ardores de amor,
               de su fuego las centellas,
               de su poder los rigores,
               y que me hicieron sujeta
               a tu voluntad; mas ya    
               como es tal la ligereza
               del tiempo, y es el que cura
               las amorosas dolencias,
               del papel de mi memoria
               se han borrado, y ya está quieta.     
               Y así te ruego, Alejandro,
               que te apartes y diviertas
               de ese pensamiento loco;
               suplícote que te vuelvas,
               porque la estopa y el fuego,  
               y más estando tan cerca,
               no están seguros; apaga
               lascivas concupiscencias,
               reprime incendios de amor
               que son tan grandes sus Etnas 
               que ciudades arrüinan
               y enteros reinos asuelan.
ALEJANDRO:     Si de su poder conoces
               que lo más fuerte atropella,
               ¿cómo podré resistirle    
               siendo débiles mis fuerzas?
               No te muestres rigurosa,
               humánete la firmeza
               de mi amor, que si con gusto
               no haces lo que te ruega 
               este verdadero amante,
               el mismo Amor me aconseja
               que de su poder me valga
               y que el respeto te pierda.
MARÍA:         Sé más cortés, Alejandro.    
ALEJANDRO:     No quiere Amor que lo sea.
MARÍA:         Vete, que vendrá mi tío.
ALEJANDRO:     De poco importa que venga.
MARÍA:         Mira que es Cristo mi esposo.
ALEJANDRO:     Respeto tener quisiera   
               a ese nombre, mas no puedo.
MARÍA:         (¡Ay de mí!, que las centellas   Aparte
               de amor parece que vuelven
               a encender cenizas nuevas
               en mi pecho.  ¿Qué he de hacer?) 



Dentro




DEMONIO:       (Ya María titubea;            Aparte
               prosigue en lo comenzado).
MARÍA:         (Allí las penas eternas       Aparte
               me amenazan rigurosas,
               aquí la ocasión me aprieta,    
               que Alejandro está resuelto
               y yo sola entre estas peñas.
               A Dios temo; amor me incita.
               No sé a qué parte me vuelva).



Dentro




DEMONIO:       (¡Ea, espíritus lascivos,    Aparte
               ayudadme en esta empresa!)
ALEJANDRO:     ¡Ay de mí!  ¡Mi bien, María!
MARÍA:         ¿Qué he de hacer?
ALEJANDRO:                        No te suspendas.
MARÍA:         Cálcense mis pies de plumas.



Hace que se va




ALEJANDRO:     ¿Adónde vas tan ligera?     
MARÍA:         A ver si puedo librarme
               de esta tirana potencia.



Vase




ALEJANDRO:     De mi amor y de su furia
               no escaparás aunque vuelas,
               pues de aquesta celda breve   
               está cerrada la puerta.



Vase.  Sale el DEMONIO




DEMONIO:       La suerte está echada, Furias.
               Incitadla de manera  
               que ella quede esclava mía,
               llorando en cárcel perpetua,     
               por este pequeño gusto,
               ansias, tormentos y penas.



Salen ABRAHÁN y PANTOJA




PANTOJA:          Confuso, padre mío, y asombrado
               el caso me ha dejado.
               Diga, ¿con quién reñía  
               en tal batalla y recia batería?
               Porque haber despertado
               con tanta pesadumbre y asustado,
               sin duda que a la cumbre
               llegó en tal ocasión la pesadumbre. 
ABRAHÁN:       Mire, hermano Pantoja, los cuidados
               en sueños son pesados,
               y hay tal vez que los sueños
               parecen tan verdades que a sus dueños
               ponen en tal cuidado,    
               que el cuidado soñado es más pesado.
PANTOJA:       ¿Pues, qué soñaba, a fe, por vida mía?
ABRAHÁN:       Soñaba que tenía
               una mansa ovejuela,
               y el lobo con astucia y con cautela,    
               saltó de risco en risco,
               hasta hacer un portillo en el aprisco;
               y ella que ya afligida,
               de la garra feroz se vio oprimida,
               como podía balaba,          
               pero el astuto lobo la apretaba.
               Y yo, viendo tal caso,
               cobrando brío, aligerando el paso,
               librarla pretendía
               de trance tan crüel, mas no podía.    
               Y al fin, el fiero lobo
               de mi mansa ovejuela hizo robo.
               Ésta la causa ha sido
               del asombro que en sueños he tenido;
               yo le digo y confieso    
               que me dio pesadumbre este suceso;
               mas heme consolado
               viendo que todo aquesto fue soñado.
PANTOJA:       Si nunca come cosa de provecho,
               ¿no ha de tener el pecho      
               vestido de flaqueza,
               y es fuerza participe la cabeza
               de varias ilusiones?
               Las achicorias trueque y acerones
               en jamón y gallina,         
               y verá como duerme y no adivina.
ABRAHÁN:       Deja esos disparates por agora.
PANTOJA:       ¿No ve que el alma llora,
               ver que por su flaqueza
               anda en tal ventisquero la cabeza, 
               que le haga creer que el lobo
               en su mansa ovejuela hizo robo?
ABRAHÁN:       Vamos, hermano.
PANTOJA:                       ¿Dónde, padre mío?
ABRAHÁN:       Donde la carne pierda un poco el brío,
               que está muy licenciosa.    
PANTOJA:       Pues no hallo yo brïosa
               la mía, a fe de pobre.
ABRAHÁN:                              Yo le digo
               que por hablar le tienta el enemigo;
               y así es bien que tomemos
               algo con que la carne refrenemos.  
PANTOJA:       Yo en tomar fuera franco,
               si los ramales fueran tinto y blanco.



Vanse los dos




DEMONIO:          ¡Victoria, infierno,!  Ya cayó en el lazo
               la que guerra me hacía entre estas peñas.
               Ya se rindió a Alejandro, ya amorosa  
               le recibió en sus brazos, ya no quiere
               que la deje y se vaya, ya le incita
               que la saque del monte, y él, cobarde,
               casi está arrepentido; mas ya es tarde,
               ya se ausenta y la deja, y ella triste  
               detenerle presume, ya ha saltado
               por la misma ventana que había entrado,
               y ella como se mira desflorada,
               lo que más siente es verse despreciada.
               ¡Haga el infierno fiesta y regocijo!    
               ¡Resuenen los horrendos instrumentos!
               ¡Celebre con aullidos esta historia,
               pues de María tengo ya victoria!



Vase el DEMONIO.  Sale MARÍA, mirando hacia
el vestuario




MARÍA:            Agora que has gozado
               el ámbar de mi aliento,      
               y el que era intacto lilio
               en violeta le has vuelto,
               te ausentas de esta suerte
               como corzo ligero.
               Olimpa soy burlada,      
               y tú crüel Vireno.
               ¿Éstas son tus finezas?
               ¿Éstos son los requiebros?
               ¿Pero de qué me espanto?
               Que eres hombre  y el serlo   
               a ser ingrato obliga,
               porque es en todos ellos
               mayorazgo heredado,
               vinculado con sus yerros.
               Obras me prometías,         
               ingratitudes veo,
               pues todas tus palabras
               fueron flores de almendro,
               que, locas, sin dar fruto,
               las que le prometieron,   
               dejaron de ser flores
               con el rigor del cierzo.
               ¡Aguárdame, Alejandro!
               Corta el ligero vuelo
               a las veloces alas       
               que te da el pensamiento.
               No te ausentes ufano,
               cuando me das por premio
               del gusto que te he dado
               pesares y tormentos.     
               Ya voy tras ti, ¡no huyas!
               Pero en vano voceo,
               porque en gozando un hombre
               lo que tiene deseo,
               las finezas y amores     
               convierte en menosprecios;
               y esto mismo Alejandro
               con esta acción ha hecho.
               ¿Qué puedo hacer,--¡ay triste!--
               entre tantos desvelos,   
               murada de pesares? 
               Porque si miro al cielo,
               hallo que vibra rayos
               contra mí el Juez severo.
               El virginal tesoro,      
               si a mí misma me vuelvo,
               veo que le he perdido.
               Si el infierno contemplo,
               hallo que por un gusto
               me aguarda fuego eterno. 
               Si miro la ventana
               por donde entró el incendio
               de esta abrasada Troya,
               me aflige el pensamiento.
               Y la memoria triste      
               la sirve de recuerdo
               de que se fue Alejandro,
               de que burlada quedo,
               de que a Dios he ofendido,
               y de que ya el desierto  
               no sufrirá que viva
               con tan santo maestro
               como Abrahán, mi tío;
               que si llega a saberlo
               morirá de congoja,          
               de pena y sentimiento.
               Pues, ¿qué he de hacer agora,
               cuando no hallo remedio,
               si no chocar con todo,
               y saliendo del yermo     
               buscar al que ha causado
               tantos desasosiegos?
               Quedad con Dios, peñascos,
               y pues veis que me ausento,
               le diréis a mi tío,       
               contando mi suceso,
               que voy, perdida el alma,
               a que se pierda el cuerpo.



Vase.  Sale ABRAHÁN, y PANTOJA trae una
hierbas



            
PANTOJA:          Éstas son, padre Abrahán,
               las hierbas que en este monte 
               he cogida; sabe Dios
               las penas y dolores
               que me ha costado el cogerlas,
               que como no son garrotes
               los dedos, sino de carne,     
               pasa mucho quien las coge.
ABRAHÁN:       Premio tendrás en el cielo,
               pues tan piadoso socorres
               a quien molesta la hambre.
PANTOJA:       Padre, porque no se enoje     
               las traigo, que a no enojarse,
               le aseguro que hay rincones
               bien vacíos en mi buche,    
               y que gruñen como pobres
               mis tripas de ver que yo 
               ando cogiendo acedones
               y no consiento probarlos.
ABRAHÁN:       Dios te lo pague; da voces
               a mi sobrina María,
               que se han pasado tres noches 
               con sus días sin traerla
               que coma.
PANTOJA:                 ¡Deo Gracias!  ¡Oye!
               No responde.
ABRAHÁN:                     A llamar vuelve.
PANTOJA:       ¡María, si no respondes
               comerémonos los dos         
               las hierbas que en estos bosques
               he cogido para ti!
ABRAHÁN:       Ya hace que me alborote
               tanto silencio.  ¡Sobrina!
PANTOJA:       Sus orejas son de bronce.     
ABRAHÁN:       ¿Si está muerta?
PANTOJA:                         Padre mío,
               a la ventana se asome
               y sabrá si está muerta o viva.
ABRAHÁN:       A la puerta quita el golpe;
               de esta confusión salgamos. 



Entra PANTOJA y vuelve a salir, y trae un saco en
la mano




PANTOJA:       En todos cuatro rincones
               de la celda la he buscado.
ABRAHÁN:       ¿Y no está en ella?
PANTOJA:                           No hay orden
               de verla; sólo este saco    
               sobre unos troncos de roble   
               estaba, señal forzosa
               que habita en otras regiones.
ABRAHÁN:       ¿Pues su cuerpo no parece?
PANTOJA:       ¡Ay de mí!  Padre, no llores,
               que me obligará tu llanto   
               a que mis mejillas moje.
ABRAHÁN:       Mi sobrina no parece;
               ¿quién duda que las feroces
               garras del astuto lobo,
               enemigo de los hombres   
               en trozos habrá desecho
               esta corderilla pobre?
               Señor, que en brillante solio
               habitas en sacros orbes
               en cuyo trono querubes   
               os cantan con dulces voces,
               no permitáis que Maria
               lo que ha granjeado malogre.
               Tenedla de vuestra mano,
               que si ella no la socorre     
               será forzoso que caiga
               en abismos que la ahoguen.
               Si mis culpas han causado
               que vuestra justicia arroje
               contra mí rigores muchos,   
               es eso es bien me conforme;
               pero atajad, Señor mío,
               tan insufribles rigores,
               y en el alma de María
               mancha de culpa no toque,     
               que será el mayor castigo
               que podrás darme.  Convoquen 
               contra mí los elementos
               toda su furia.  Amontonen
               rayos que me despedacen, 
               centellas que me destrocen.
PANTOJA:       Vuelva en sí, padre Abrahán;
               mire que esas peticiones
               no está bien que se ejecuten,
               porque si acaso se ponen 
               en ejecución, a mí,
               que vivo en aquestos montes,
               me alcanzará algún chispazo
               que me deje a buenas noches;
               y es mejor que en casos tales 
               procuremos dar un corte.
ABRAHÁN:       ¿Qué remedio hallarse puede?
PANTOJA:       Que tomemos los bordones
               y partamos a buscarla.
ABRAHÁN:       Pantoja amigo, disponte  
               a hacer este viaje;
               ve a buscarla aunque trastornes
               todo el mundo, que yo en tanto
               pediré en oraciones
               a Dios, que en este suceso    
               haga lo que más importe.
PANTOJA:       Yo voy por darte este gusto.
ABRAHÁN:       Parte luego.
PANTOJA:                     Adiós montes,
               que sin ser perro de muestra,
               voy a buscar quien me informe 
               de un ave que de la jaula
               se salió sin capirote.



FIN DEL SEGUNDO ACTO



ACTO TERCERO





Salen MARDONIO y ALEJANDRO




MARDONIO:         Lindo tiempo, Alejandro,
               venís a Tebas.
ALEJANDRO:                    ¿Por qué?
MARDONIO:      Porque sé que habéis de holgaros    
               de ver un ángel mujer.
ALEJANDRO:     ¿Ángel mujer?
MARDONIO:                Sí, por Dios.
ALEJANDRO:     Dificultoso ha de ser,
               que la mujer más hermosa
               para mí demonio es.         
MARDONIO:      ¿Desde cuándo acá, Alejandro,
               tenéis ese parecer?
ALEJANDRO:     No ha mucho.
MARDONIO:                    ¿De qué ha nacido
               no estimar y aborrecer
               los sujetos mujeriles?   
               Que si yo no me engañé,
               cuando os vi en Alejandría,
               el más silvestre clavel
               era de vos estimado.
ALEJANDRO:     Digo que razón tenéis;    
               pero ya estoy diferente
               de aquello que entonces fue.
MARDONIO:      Lo que digo no ha mil años,
               pues decir puedo que ayer
               os vi tan enamorado      
               que casi me lastimé
               de veros con tanto amor.
ALEJANDRO:     Habrá dos meses o tres
               que vivo con poco gusto.
MARDONIO:      ¿Y de qué nace?
ALEJANDRO:                       De haber    
               querido con mucho extremo,
               y como ordinario es
               aborrecer en gozando,
               ya aborrezco lo que amé.
               Y tan asustado vivo,     
               después que el ámbar gocé
               de la boca que adoraba,
               que es imposible tener
               gusto, y es de tal manera
               que en mi pecho está un Babel    
               de confusión, de tristeza,
               de pena y de tal desdén
               conmigo mismo, que yo
               no me puedo conocer.
MARDONIO:      Si de celos hay vislumbres,   
               no me espanto; que tal vez
               suelen ser causa los celos 
               que lo que se quiere bien
               se aborrezca y no se estime,
               si bien suele suceder    
               ser acicates del gusto;
               mas cuando se llega a ver
               aquello que se sospecha,
               entonces forzoso es
               que en pena se trueque el gusto,   
               y en acíbar lo que es miel,
               en rigores las blanduras,
               y en gualda la candidez.
               Y cuando pasan los celos
               desde sospecha a no ser  
               mentira sino verdad,
               el amante más novel
               y el menos diestro en las armas
               de aquel rapacillo rey,
               el amor convierte en odio,    
               y en olvido el bien querer.
               Y así no me espanto yo
               que vos disgustado estéis,
               si vuestra dama ha entregado
               a otro dueño el rosicler.   
ALEJANDRO:     No, Mardonio, en este caso
               me han podido acometer   
               los rigores de los celos,
               que seguridad hallé
               en el sujeto adorado,    
               no sólo un mes y otro mes,
               sino algunos años; y antes
               que llegase a merecer
               ser dueño de su hermosura,
               tan de veras me entregué    
               a la pasión amorosa,
               que sin poder conocer
               que imposibles intentaba,
               por todos atropellé,
               hasta que postré los muros  
               de la que me hizo poner
               en tan notorio peligros;
               pero después que llegué 
               a gozar, dichoso amante,
               de sus labios el clavel, 
               de sus mejillas el nácar,
               de su hermosura la tez,
               de su aliento la fragrancia,
               y el donaire de su pie,  
               todo yo tan otro estoy   
               que, sin que llegue a altivez,
               la fragrancia es olor malo,
               los donaires son desdén,
               las hermosuras fealdades,
               el nácar amarillez,         
               la nieve pura azabache,
               y aquella que imaginé
               cuando pretendí gozarla
               ser ángel más que mujer,
               demonio que me atormenta 
               me parece ya.
MARDONIO:                    No deis
               lugar a tantas quimeras.
ALEJANDRO:     No sé cómo pueda ser
               divertir a la memoria,
               porque es verdugo crüel  
               que atormenta los sentidos.
MARDONIO:      En este mesón que veis
               aquí enfrente hay una moza
               de tal gracia y parecer
               que sabrá bien divertiros.  
ALEJANDRO:     Por imposible tendré
               que en tantas melancolías
               pueda alegrarme.
MARDONIO:                       No estéis
               tan triste, que su donaire
               es tal que puede vencer  
               mayores dificultades;
               y para que os alegréis
               habemos de entrar allá;
               mas entrar no es menester
               que ya a la calle ha salido.

            

Salen ÁLVAREZ, mesonero vejete, y
MARÍA, como moza de mesón




ÁLVAREZ:       Ya te he dicho, no una vez
               sino muchas, que a los mozos
               no los trates con desdén,
               porque ellos solos, María,
               nos pueden enriquecer;   
               y si a otro mesón se mudan,
               ya vez que me perderé.
MARÍA:         Yo lo haré de buena gana.
ÁLVAREZ:       Aqueso tienes que hacer,
               pues sólo en eso consiste   
               nuestro mal o nuestro bien.
               Mas aquestos galancitos
               que vienen de tres en tres,
               con más tufos y guedejas
               que un caballo de alquiler    
               lleva clines, y un frisón
               cernejas lleva en los pies,
               no hay que admitirlos, María,
               porque suele suceder
               pasar de burlas a veras; 
               que en viendo que el otro es
               más bien visto de tus ojos,
               y que tú no haces de él
               tanto caso como él piensa,
               con su espadita y broquel     
               quiere alborotar la casa,
               y sin respeto tener
               al dueño que en ella vive,
               se reviste de altivez,
               y con cólera prestada  
               las manos querrá poner
               en tu rostro.
MARÍA:                       Ya te entiendo;
               no es menester que me des
               más lección, que ya conozco
               todos los de este jaez,  
               que piensan que por sus ojos
               bellidos una mujer
               ha de darles todo gusto;
               mas saldráles al revés,
               que yo estimo en más el rostro   
               del rey de Jerusalén
               estampado en el metal
               que sabe muros romper,
               que cuantas hay valentías;
               porque en no trayendo argén 
               el más valiente es cobarde,
               el más furioso es lebrel,
               y el que quisiere rendirme
               ha de dar, no prometer,
               que en mi opinión vale más     
               un toma que dos daré. 
               Porque como la promesa
               de tiempo futuro es,
               cuando llega a ser presente,
               si presente llega a ser, 
               es con tal limitación
               que sólo promesa fue.
ÁLVAREZ:       Filósofa estás, María.
MARÍA:         No te espantes que lo esté,
               que es maestra la experiencia,     
               y son los hombres de quien
               aprendemos cada día.
MARDONIO:      ¿Qué hay, Álvarez?
ÁLVAREZ:                         Ya lo ves,
               señor Mardonio.
MARDONIO:                      Este hidalgo,
               tan galán como cortés,    
               hoy a Tebas ha llegado,
               y en ella tiene que hacer
               unos negocios que importan,
               y quisiera su merced,
               porque tiene buenas nuevas    
               de la posada, escoger
               el ella algún aposento.
ALEJANDRO:     ¡Cielos!  Aquí es menester    Aparte
               gran prudencia; ésta es María,
               la que en el monte gocé,    
               que viéndose despreciada,
               de entre una y otra pared
               donde estaba recogida,
               ha salido, y ya seré
               más ingrato que hasta aquí     
               si no la estimo).
ÁLVAREZ:                          Escoged,
               señor hidalgo, la pieza
               que a propósito os esté,
               que mi persona y mi casa
               a vuestra plantas tenéis.   
ALEJANDRO:     A tales ofrecimientos
               es forzoso agradecer
               con el alma y con la vida,
               y así digo que tendréis
               en mí un esclavo.
MARÍA:                           (Alejandro     Aparte
               aquel caballero infiel,
               causa de todos mis males
               es éste.  ¿Qué puedo hacer
               sino callar y sufrir?
               Que alguna ocasión tendré 
               en que mi sentir le diga.
ÁLVAREZ:       Hija María, ya ves
               que es forzoso aquí el cuidado.
MARÍA:         Digo, señor, que pondré
               en servirle diligencia.  
ALEJANDRO:     ¿Es hija vuestra o mujer?
ÁLVAREZ:       No, señor, crïada mía.
ALEJANDRO:     Es extremada.
ÁLVAREZ:                      Diréis,
               si acabáis de conocerla,
               que por mi buena vejez   
               el cielo me la ha traído
               al mesón.
ALEJANDRO:               Digo y diré
               que es mesonera del cielo,
               y que puede el mismo rey
               servirse de ella.
MARÍA:                           Señor,    
               suplico a vuesa merced
               no se gaste en alabarme,
               que lo que soy yo me sé,
               y aunque fuera mucho menos
               no me engañará otra vez.  
ALEJANDRO:     ¿Cuándo te he engañado yo?
MARÍA:         Digo, señor, que me erré.
               Esta vez quise decir,
               y a decirlo vuelvo...
ALEJANDRO:                          ¿Qué?
MARÍA:         Que mi gusto, bueno o malo,   
               no se guisa para él;
               para guisar la comida,
               para la sala barrer,
               para limpiarle la cama,
               y cosa de este jaez,     
               eso sí, mas para esotro...



Santíguase




               ¡Dios me defienda!
ALEJANDRO:                        ¿Por qué?
MARÍA:         Porque en sus ojos he visto
               que tiene traza de ser
               Vireno si soy Olimpa;    
               y a una mujer no está bien
               rendirse a quien puede darla
               acíbar, absintio y hiel
               por amores y requiebros.



Hace que se va




ALEJANDRO:     ¿Adónde vas?
MARÍA:                       Voy a hacer     
               lo que toca a su regalo.
ALEJANDRO:     Nunca mayor le tendré
               que mirar tus bellos ojos.
               ¡Oye!  ¡Escucha!
MARÍA:                           Tome diez
               higas por ese favor;     
               mas no tiene para qué
               requebrarme, que es en vano,
               porque no me hará creer,
               según en sus ojos veo,
               que ha de ser firme.     
MARDONIO:                           ¿No es   
               del cielo la mesonera?
ALEJANDRO:     Digo que razón tenéis,
               y pienso que ha de ser parte
               para alegrarme; traed,
               huésped, algo que cenemos.  
ÁLVAREZ:       Como un viento lo traeré.
MARDONIO:      ¿Queréis quedaros aquí?
ALEJANDRO:     Siquiera volved después,
               porque intento divertirme.
MARDONIO:      ¡Quedad con Dios!
ALEJANDRO:                       ¡Id con él!    



Vanse MARDONIO y ÁLVAREZ




ALEJANDRO:        Mesonera del cielo,
               cuyos ojos brillantes,
               con fulgores cambiantes
               abrasan todo el suelo;
               un Etna, un Mongibelo    
               en mi pecho se encierra;
               Amor me hace ya guerra
               después que vi tus ojos;
               no aumentes mis enojos,
               cuando en venturas tales 
               vienes a ser ocaso de mis males.
                  Melancólico y triste
               a Tebas he llegado,
               y en tu donaire he hallado
               el aliento que me diste; 
               los rigores resiste
               que a mostrar comenzaste;
               no des conmigo al traste,
               ya que mi suerte ha sido
               tanta que he merecido    
               que mis melancolías
               se conviertan en gusto y alegrías.
MARÍA:            Caballero alevoso,
               villano mal nacido,
               Rómulo fementido,                
               Zopiro cauteloso,
               ¿cómo agora amoroso
               pretendes mis favores,
               cuando de mis rigores
               es bien la furia pruebes,     
               porque las nuevas lleves
               a los hombres ingratos
               que fuiste amante de villanos tratos?
                  ¿Tan presto te olvidaste
               de la traición que hiciste, 
               cuando atrevido fuiste
               que el honor me quitaste?
               ¿Cómo no reparaste,
               cuando por la ventana
               entraste, tigre hircana, 
               con aliento bizarro
               y con mayor desgarro,
               que quedando burlada
               había de ser leona deshijado?
                  Pues, ¡vive Dios, ingrato! 



Sácale la espada




               Ya que me ocasionaste,
               después que me gozaste
               con alevoso trato,
               que perdiese el recato
               a la nobleza mía;      
               que de tu alevosía
               has de pagar agora
               con tu espada traidora
               la culpa merecida,
               que amante tal no es bien que tenga vida.    
                  A Dios tengo ofendido,
               a mi honor deslustrado,
               y lo que había ganado
               del todo se ha perdido;
               por tu causa he venido   
               a ser mujer perdida;
               buena fui recogida,
               pero ya soy tan mala,
               que Taís no me iguala,
               y soy tan gran ramera    
               que me rindo a dar gustos a cualquiera.
                  Y pues soy flor ajada
               de tu villana mano,
               defenderte es en vano
               de una tigre enojada;    
               que mujer despreciada,
               sin que el infierno tema,
               no se abrasa y se quema
               en furias y rigores
               sintiendo los dolores    
               del fuego que ha encendido
               un masageta necio y atrevido.
                  Y así no ha de espantarte
               cuando enfrascada en vicios,
               de quien por sacros juicios   
               tú vienes a ser parte,
               que pretenda matarte.



Vale a dar y repara con la daga




ALEJANDRO:     El furor que te altera
               suspende.  ¡Aguarda, espera!
MARÍA:         ¿Cómo esperarme puedo, 
               si la cólera heredo
               de serpiente pisada,
               y de mujer resuelta y agraviada?
ALEJANDRO:        Yo confieso, María,
               que te sobran razones,   
               y el decirme baldones
               no juzgo a villanía;
               pero el rigor desvía
               retírese tu enojo,
               que ya por tu despojo    
               el alma se confiesa,
               pues gana e interesa,
               volviendo a recobrarte,
               más glorias que en el mundo tuvo Marte.
MARÍA:            ¿Cómo quieras que crea   
               que agora verdad tratas,
               si entre riscos y matas,
               con hazaña tan fea
               robaste la presea
               que más a Dios agrada, 
               mas de ti no estimada;
               pues luego en aquel monte,
               perjuro Laomedonte,
               apenas la robaste
               cuando, pirata necio, te ausentaste?    
                  ¿Entonces no decías,
               derramando cristales,
               que curase tus males
               y tus melancolías:
               Con ansias y porfías,  
               ¿no intentaste ablandarme,
               mas fue para engañarme?
               Y así, aunque viertas perlas,
               no tengo de cogerlas;
               porque en trance tan fuerte   
               no es crecido rigor el darte muerte.
ALEJANDRO:        Entonces yo confieso
               que con exceso amaba,
               y que poco faltaba
               para perder el seso;     
               pero de aqueste exceso
               --viéndote consagrada
               a la deidad sagrada--
               saqué ser atrevido,
               y que Dios ofendido      
               mucho de mí estaría,
               pues en su misma esposa le ofendía;
                  y lleno de temores
               por tanto barbarismo,
               me aborrecí a mí mismo    
               huyendo sus rigores;
               pero ya que de amores
               tratas, bella María,
               el amor que tenía
               vuelve a cobrar aliento; 
               y hago juramento
               a tu misma belleza
               de aventajar los montes en firmeza.
MARÍA:            De firmezas no trato,
               que la mayor firmeza     
               para mí es la riqueza;
               interés es mi trato;
               ya he tocado a rebato,
               a mi honor hago guerra;
               ya soy en esta tierra    
               pública pecadora;
               aquél más me enamora  
               que me ofrece más oro,
               y de quien más paga es mi tesoro.
                  Pero tú, fementido, 
               no intentes combatirme
               con decir serás firme,
               pues tan ingrato has sido,
               que si hubieras traído 
               copia de cornerinas      
               y las que el alba finas
               congela varias perlas,
               más quisiera perderlas
               que volver a rendirme
               a quien no quiso ser amante firme. 
                  Y así, vete, villano,
               que por no lisonjearte
               ya no quiero matarte



Arroja la espada




               con tu espada y mi mano;
               mas también será en vano  
               pretender ser mi amante,
               que porque más te espante,
               cuando te muestras tierno
               antes me iré al infierno
               que vuelva a sujetarme   
               a quien sólo ha querido deshonrarme.



Vase MARÍA




ALEJANDRO:        ¡Escucha, aguarda, espera!
               Hipogrifo violento,
               no te calces de viento,  
               no camines ligera        
               a superior esfera;
               reprime tus rigores,
               estima mis amores;
               mas ¿cómo si amor tengo     
               no la sigo y prevengo    
               del rigor ablandarla,
               pues alas me da Amor para alcanzarla?



Vase ALEJANDRO.  Salen PANTOJA, de peregrino a lo
gracioso, y ÁLVAREZ



 
PANTOJA:          ¿Cuánto habrá que aquesta moza
               tiene en casa?
ÁLVAREZ:                       Casi dos 
               meses.
PANTOJA:               ¿No más?
ÁLVAREZ:                        No.
PANTOJA:                            ¡Por Dios!    
               Que mucha hermosura goza.
ÁLVAREZ:          ¿No es muy linda?
PANTOJA:                            Es extremada;
               y, si de espacio viniera,
               sólo por ella, asistiera    
               con gusto en esta posada.     
                  Mas voy de priesa, así
               no me puedo detener;
               pero yo haré por volver
               con brevedad por aquí
                  sólo por verla.  El camino    
               es menester que me enseñe,
               para que no se despeña
               este pobre peregrino.
ÁLVAREZ:          Ya le digo que es pasando
               aquella cuesta de enfrente,   
               donde está una hermosa fuente
               de sí misma murmurando,
                  hay dos caminos inciertos
               adonde los peregrinos,
               ignorando los caminos,   
               se pierden por los desiertos.
                  Porque el de mano derecha,
               que tira hacia Alejandría,
               aunque se anda cada día,
               es una sendita estrecha; 
                  que por ser las peñas tantas,
               no se deja hollar la tierra,
               y así hacen cruda guerra    
               a las peregrinas plantas.
                  Y el que está al izquierdo lado,   
               si bien no es menos estrecho,
               hace camino derecho
               al desierto tan nombrado
                  de la Tebaida de Egipto;
               con esto no hay más que hacer,   
               y si acertare a volver
               por aquí, será infinito
                  el gusto que me dará
               volviéndose a la posada,
               donde a su persona honrada    
               en todo se acudirá
                  cuanto hubiere menester.
PANTOJA:       ¿Y ha de ser de balde?
ÁLVAREZ:                               No
               que no puedo darle yo
               cosa de balde.
PANTOJA:                      Ofrecer   
                  a costa de mi dinero
               lo que tengo de yantar,
               cosa es digna de estimar;
               pero, hermano mesonero,
                  más merced le hago yo    
               en tenerme por su amigo,
               pues viene a ganar conmigo
               dos tantos que le costó.
ÁLVAREZ:          ¡Pícaro, infame, bellaco!
               ¿Qué modo de hablar es ése?    
PANTOJA:       Eso de pícaro cese,
               que, por Cristo, que si saco
                  atrás el pie y el bordón
               esgrimo como yo suelo,
               que a su pesar bese el cuelo. 
ÁLVAREZ:       Poquito a poco, bribón.
PANTOJA:          Muchito a mucho, vejete.
ÁLVAREZ:       Poco a poco, pordiosero.
PANTOJA:       Mucho a mucho, mesonero.
ÁLVAREZ:       ¡Hijo de puta!
PANTOJA:                       ¡Alcahuete!   
ÁLVAREZ:          Eso es poco y mal hablado.
PANTOJA:       Esotro es mucho aunque poco.
ÁLVAREZ:       Vete noramala, loco.
PANTOJA:       Vete tú, desvergonzado.
ÁLVAREZ:          ¡Sucio, mientes, por San Pablo! 
PANTOJA:       ¡Y tú más, por Cristo eterno!
ÁLVAREZ:       ¡Váyase con el infierno!
PANTOJA:       ¡Y él se quede con el diablo!



Vanse cada uno por su parte.  Sale LEONATO




LEONATO:          ¿Hasta cuándo, cuidados,
               tan bien sufrido como mal premiados,    
               por caminos inciertos,
               entre riscos pelados y desiertos
               de habitación humana,
               tengo de andar tras una tigre hircana,
               despeñado Faetonte,         
               en este inculto como altivo monte:
               Lucrecia no parece,
               el aliento y la fuerza desfallece,
               los pies están cansados,
               sólo tengo los bríos alentados;     
               ¿mas de qué sirven bríos
               si son tan infaustos los sucesos míos?



Siéntase




               Al pie de aquesta fuente
               que desperdicia aljófar su corriente,
               al son de sus cristales  
               quiero hacer un recuerdo de mis males;
               que el mal comunicado
               suspende un poco al dueño desdichado.
               Fuentecilla, ya veo
               que no puedo alcanzar lo que deseo,     
               y me tendréis por loco
               cuando se estima mi fineza en poco;
               mas el ciego vendado
               sus dorados arpones me ha tirado,
               y estoy de tal manera    
               que olvidarla no puedo aunque quisiera.
               Ya que no puedo hallara,
               cristal puro, ¿qué haré para olvidarla?



Sale LUCRECIA vestida de pieles en lo alto de un
monte, de manera que venga a estar encima de la fuente




LUCRECIA:      Divertir la memoria
               de tal suceso y de tan triste historia, 
               es lo más acertado.
LEONATO:       En esta fuente un eco ha resonado.
               ¡Ay, Dios, si en ella hallase
               remedio con que el mal se minorase,
               qué dichoso fuera!          
LUCRECIA:      Justo será que la memoria muera
               de laberinto tanto;
               que andar de risco en risco y canto en canto
               entre tanta espesura,
               sin tener esperanzas, no es cordura.    
LEONATO:       Parece que los ecos
               que salen de estos cóncavos y huesos  
               formando desengaños,
               procuran libertarme de mis daños.
LUCRECIA:      Refrene el pensamiento   
               alas veloces que le presta el viento,
               que dejar remontarle
               a superior esfera es despeñarle,
               y más cuando no hay medio
               que pueda ser de tanto mal remedio.     
LEONATO:       ¡Oh, tú, que entre cristales
               vienes a ser remedio de mis males!
               Si eres acaso monstro
               con alma racional, descubre el rostro;
               que no es bien me lecciones   
               poniéndome en mayores confusiones.
LUCRECIA:      Alma, si el trance es fuerte,
               y has de ser alma en pena hasta la muerte,
               ¿de qué sirve brïosa
               en torno de la luz ser mariposa,   
               si al fin, al fin el fuego
               te ha de abrasar con tal desasosiego?
LEONATO:       Verdades apuradas
               salen de entre estas rocas empinadas,
               si no es que aquesta fuente,  
               dando voz al cristal de su corriente,
               viendo mi mal notorio
               convierte en lengua el líquido abalorio,
               para que no me vuelva,
               sátiro bruto de esta inculta selva.   



Asómase a la fuente




               Pero, ¡cielos!  ¿Qué veo?
               Éste, si no me engaña mi deseo,
               el rostro es de Lucrecia,
               si bien la vista, ya turbada y necia,
               desmintiendo su traje,   
               me la muestra vestida de salvaje.
               ¡Oye, Lucrecia mía!
LUCRECIA:      Un hombre con extraña fantasía
               mirándose en la fuente
               que hace sierpes de plata en su corriente,   
               a voces me ha llamado;
               sin duda que mi rostro retratado
               en el cristal ha visto.
               ¿Cómo en bajarle a ver tanto resisto?
               Sin duda me conoce,      
               pues le obliga mi vista se alboroce.
               ¿Si es Abrahán, mi esposo,
               que ya pretende, tierno y amoroso,
               volver a ser mi dueño?
LEONATO:       El alma tengo ya en mayor empeño.     
               ¿Dónde, Lucrecia, has ido?
               ¡No vuelvas a privarme de sentido!
               ¡Lucrecia!



Va bajando LUCRECIA por el monte, y quédase
en la mitad del monte sin bajar




LUCRECIA:                    ¿Quién llama?
LEONATO:       Quien a su costa tan de veras ama,
               que por buscarte sólo, 
               como Clicie divina el sacro Apolo,
               sin saber reportarme,
               me he visto a pique ya de despeñarme.
LUCRECIA:      Dime presto tu nombre,
               que hace el no conocerte que me asombre.     
LEONATO:       Yo soy, Lucrecia hermosa,
               Leonato, a quien amor rinde y acosa
               con extremo crecido;
               y es tanto extremo que me trae perdido
               hasta gozar tus ojos,    
               a quien se rinde el alma por despojos.
               Yo soy aquél que en Tebas,
               viéndome de ti amado, tuve nuevas
               que fuiste a Alejandría
               para dejar entonces de ser mía;  
               supe también que en ella
               te desprecia tu esposo por ser bella,
               y en tan funesto estado
               quiso dejarte por no ser casado.
               Yo, viendo tu desprecio, 
               cuya beldad adoro, estimo y precio,
               amante desvalido,
               por el inculto monte te he seguido,
               sin que nuevas hallase
               con que mi amor gigante sosegase,  
               hasta agora que el cielo
               quiso en mis males darme este consuelo.
               Baja, baja, señora,
               estima esta lealtad de quien te adora;
               a Tebas nos volvamos,    
               donde con gusto y con paz los dos seamos,
               uno el olmo, otro hiedra,
               que con lazos estrechos amor medra.
               Y pues ya que tu esposo
               no quiso ser contigo venturoso,    
               goce yo esta ventura,
               que lo será gozar de tu hermosura,
               como grande desdicha
               si no llego a gozar de aquesta dicha.
LUCRECIA:      Bien quisiera ser parte  
               para poder, Leonato, consolarte,
               y agradecer quisiera     
               la relación que has hecho verdadera
               de firme enamorado,
               pero yo vengo a hallarme en tal estado  
               y en tan estrecho empeño
               después que me entregaron a otro dueño,
               que, olvidando el ser mía,
               toda yo me entregué al de Alejandría.
               Y, aunque no consumado   
               fue el matrimonio por infausto hado,
               tan de firme me precio
               que del mayor monarca hago desprecio;
               y así, Leonato, deja
               la pasión amorosa que te aqueja; 
               que viviendo mi esposo,
               no pretenda ninguno ser dichoso,
               porque ha de ser en vano
               intentar que a otro amante dé la mano
               --esto, Leonato, es cierto--  
               hasta que sepa que mi esposo es muerto.



Vase por arriba




LEONATO:       ¡Oye, Lucrecia, escucha!
               Muévete la pasión que en mi alma lucha.
               Mas si eres Atalanta,
               Hipómenes seré para tu planta; 
               que mostrándome fiero
               para vencerte en curso tan ligero,
               no con manzanas de oro
               sacado de las minas del Peloro,
               sino con limpio acero,   
               al que llamas esposo verdadero
               le quitaré la vida
               si de otra suerte ho has de ser vencida.



Vase sacando la espada.  Salen PANTOJA, de
peregrino, y ABRAHÁN, de hermitaño




ABRAHÁN:          ¿En efecto, mi sobrina
               con tanta disolución   
               hace vida en un mesón?
PANTOJA:       Ella corrió la cortina
                  a la vergüenza, y allí
               a quien la paga mejor
               ofrece gusto mayor,      
               aunque sea el gran Sofí.
ABRAHÁN:          Búscame, Pantoja amigo,
               un vestido de soldado,
               que quiero ser disfrazado
               de su liviandad testigo. 
                  Y para que efecto tenga,
               ve volando a Alejandría,
               y pide de parte mía
               el dinero que convenga.
PANTOJA:          De tu pensamiento apelo.   
               ¿Qué es lo que quieres hacer?
ABRAHÁN:       Si puedo, que llegue a ser
               la mesonera del cielo.
PANTOJA:          ¿Y quién te ha de acompañar,
               señor, en esta ocasión?   
ABRAHÁN:       Tú, que sabes el mesón.
PANTOJA:       Bien me quisiera excusar,
                  si puede ser, de ir contigo.
ABRAHÁN:       ¿Por qué?
PANTOJA:                 Porque cuando fui
               con el vejete reñí        
               y quedó muy mi enemigo,
                  y si me vuelve a coger
               en su casa, es ocasión
               de alborotar el mesón.
ABRAHÁN:       Pantoja, aquesto ha de ser;   
                  y pues yo estaré a tu lado,
               no hay que temer el partido.
PANTOJA:       Señor, yo soy mal sufrido;
               y vestido de soldado,
                  si él dice palabras tales     
               que yo me llegue a enfadar,
               no le puedo convidar
               a cerezas garrafales.
ABRAHÁN:          Enseñarásme el mesón,
               y luego podrás volverte     
               ya que temes de ponerte
               en semejante ocasión.
PANTOJA:          ¿Adónde me he de volver?
ABRAHÁN:       A la entrada del lugar,
               y allí podrás aguardar;   
               que antes del amanecer
                  estaré contigo yo.
PANTOJA:       Plegue a Dios que ello aciertes,
               y que no haya algunas muertes
               en el caso.
ABRAHÁN:                     Aqueso no, 
                  que lo sabré disponer    
               mejor que imaginas tú.
PANTOJA:       Lléveme a mí Bercebú,
               si no hay harto que temer.
ABRAHÁN:          Vamos, y pierde el recelo  
               que te enfada y amohina,
               que ha de ser hoy mi sobrina
               la mesonera del cielo.
PANTOJA:          Vamos; mas, por Cristo eterno,
               si llueven palos en mí,     
               que vendrá a ser para mí
               mesonera del infierno.



Vanse los dos.  Salen ALEJANDRO y MARDONIO




MARDONIO:         ¿Cómo va de amores?
ALEJANDRO:                            Mal.
MARDONIO:      ¿Por qué?
ALEJANDRO:               Porque con rigores
               corresponde a mis amores.     
MARDONIO:      No vi condición igual,
                  ni sé qué pueda decir,
               viendo que por varios modos
               hace buena cara a todos
               y a vos no os quiere admitir. 
                  Y me da que sospechar,
               mirando tales resabios,
               que de por medio hay agravios
               que la obligan a mostrar
                  ceño y capote con vos.   
ALEJANDRO:     Que tiene razón confieso
               de hacer conmigo este exceso.
MARDONIO:      Ya sabéis que entre los dos
                  estrecha amistad ha habido;
               y así decirme podéis 
               si satisfacción tenéis
               de mí, que secreto he sido,
                  la causa de este desdén.
ALEJANDRO:     Corta nuestra amistad fuera
               si agora parte no os diera    
               de mi mal o de mi bien.
                  Ya os acordáis que llegué
               a Tebas con poco gusto,
               y que nació este disgusto
               de una mujer que gocé. 
MARDONIO:         Sí, me acuerdo.
ALEJANDRO:                       Pues, Mardonio,
               es ésta misma; y en fin
               este humano serafín
               se me convirtió en demonio
                  después que de su hermosura   
               gocé el néctar soberano,
               que me obligó a ser tirano
               al verla en una clausura,
                  adonde a Dios dedicada
               con mucho gusto asistía;    
               y viendo que le ofendía
               con acción tan arrojada,
                  temiendo de su rigor
               la rigurosa sentencia,
               determiné hacer ausencia    
               olvidado de mi amor.
                  Y como agora la vi 
               sin estas obligaciones,
               a mis antiguas pasiones
               con más fuerza me volví.  
                  Y responde que seré,
               cuando la digo mi amor,
               falso, perjuro y traidor
               más que cuando la gocé.
MARDONIO:         En parte tiene razón;    
               que una mujer agraviada,
               de su agravio hace espada
               y peto de su pasión.
                  Y si da en aborrecer,
               aunque amor la haya rendido,  
               es el odio más crecido
               que fue el amor y el querer.
                  ¿Qué pensáis hacer agora?
ALEJANDRO:     Fáltame hacer un papel,
               y esme forzoso ir por él    
               antes que salga el aurora;
                  y a la vuelta la diré
               que vuelva a estimar mi amor.
MARDONIO:      Si yo soy de algún valor
               para serviros, lo haré.     
ALEJANDRO:        Satisfecho estoy de vos,
               y así os pido que me deis
               licencia.
MARDONIO:                Vos la tenéis.
ALEJANDRO:     Con Dios quedad.
MARDONIO:                       Id con Dios.



Vase cada uno por su parte.  Salen PANTOJA y
ABRAHÁN, éste también a lo soldado con gran
cabellera




PANTOJA:          Ya que habemos llegado     
               al puerto de los dos tan deseado,
               ésta es, señor, la puerta
               del mesón; y pues sabes que está cierta
               con este mesonero
               la pesadumbre, yo volverme quiero, 
               donde en el prado ameno
               aquesta noche dormiré al sereno,
               contando las estrellas,
               si acaso el sueño me dejare vellas,
               hasta que a la mañana  
               María sirve al monte de Dïana.
ABRAHÁN:       Darte quiero ese gusto,
               pero llama primero.
PANTOJA:                           Aqueso es justo.
               ¡Álvarez!  ¿Hay posada?



Dentro ÁLVAREZ




ÁLVAREZ:       Tan limpia como siempre y aseada.  
               Entren vuesas mercedes.
PANTOJA:       Con aquesto, señor, quedarte puedes.



Vase PANTOJA




ÁLVAREZ:       Sea muy bien venido.
ABRAHÁN:       La fama de esta casa me ha traído
               hoy a posar en ella,     
               porque además de ser hermosa y bella
               con excesivos modos
               la mesonera, como dicen todos,
               también me han informado
               que el dueño del mesón es muy honrado.       
ÁLVAREZ:       Por lo menos deseo
               servir a los que me honran con aseo.
ABRAHÁN:       Bien el talle publica
               que vuestra voluntad de todo es rica.
               Algo vengo cansado,      
               y descansar quisiera.
ÁLVAREZ:                             Aderezado
               tendrá el aposento
               la moza que decís, que es como el viento.
ABRAHÁN:       Si no os causa disgusto,
               por decirme que tiene muy buen gusto,   
               esta noche quisiera
               que fuera, si gustáis, mi compañera.
               Mi intento tenga efecto,
               que no formaréis quejas os prometo.
               Tomad estos doblones     
               y buscad qué cenar.
ÁLVAREZ:                           A los varones
               de vuestra traza y modo,
               a servir con cuidado me acomodo.
               Yo hablaré a la moza,
               que mil donaires en su aliento goza,    
               y sin darme disgusto
               haré que acuda a daros ese gusto.
               ¡Sirvan luces, María!



Sale MARÍA con dos velas encendidas en dos
candeleros, y pónelas en un bufete



            
MARÍA:         Aguardando en las manos las tenía.
ÁLVAREZ:       ¿Qué os parece el despejo?  
ABRAHÁN:       (¡Ay, querida sobrina!  ¡Ay, claro espejo!  Aparte
               quebrado por mis males!
               Reprimid, corazón, vuestros raudales.
               Es su gran bizarría
               más que la fama publicado había).   
ÁLVAREZ:       María, aqueste hidalgo
               quiere verte esta noche.
MARÍA:                                  Si yo valgo
               para hacerle ese gusto,
               desde luego, a su gusto yo me ajusto.
ABRAHÁN:       (¡Ay, cielos!  ¿Quién dijera      Aparte
               que tal facilidad en ella hubiera?)
               Vamos al aposento.
               (Alentad vuestros bríos, pensamiento,   Aparte
               que de estas liviandades
               y de aquestas lascivas libertades, 
               con el favor divino,
               por modo extraordinario y peregrino,
               dejando el ser ramera,
               vendrá a ser de los cielos mesonera.



Toma MARÍA una vela, y va delante de
ABRAHÁN y quédase ÁLVAREZ




ÁLVAREZ:       ¡Por San Pedro y San Pablo,   
               que en el mesón se ha desatado el diablo!
               Tratemos de la cena,
               que con tal huésped la tendremos buena;
               porque hablando verdades,
               después que yo pasé mis mocedades   
               y jóvenes ardores,
               el oro y el comer son mis amores.



Toma la vela y vase.  Salen MARÍA con la
vela, y después de ponerla en el bufete, corre una cortina
adonde estará una cama muy bien aderezada, y ABRAHÁN




MARÍA:            ¿No ha de cenar su merced?
ABRAHÁN:       Ya para cenar es tarde;
               demás que no hay para mí  
               mejor cena que gozarte;
               porque mirando tus ojos
               y lo airoso de tu talle,
               es tanto lo que te adoro
               que el gusto se satisface.    
MARÍA:         Avisaré, según eso,
               que de la cena no trate
               mi señor.
ABRAHÁN:                  Decirlo puedes.
MARÍA:         ¡Oye vusted, señor Álvarez!



Dentro




ÁLVAREZ:       ¿Qué dices, hija María?   
MARÍA:         Que su merced no se canse
               en aderezar la cena,     
               que no quiere más faisanes
               que gozar de mi hermosura.



Dentro




ÁLVAREZ:       Háganme de aquesos males    
               los huéspedes que vinieren,
               cuando yo quiero sentarme
               a comer.
ABRAHÁN:                 Cierra la puerta.



Hace que se cierra




MARÍA:         Ya está cerrada con llave.
ABRAHÁN:       Está bien.
MARÍA:                    Agora puede   
               en esta silla sentarse.
ABRAHÁN:       ¿Por qué dices que me siente?
MARÍA:         Porque quiero descalzarle
               para que nos acostemos.
ABRAHÁN:       Aún es temprano, bastante   
               tiempo nos queda, María.
MARÍA:         Ya es razón acomodarme
               con su gusto.
ABRAHÁN:                     Eres discreta.
MARÍA:         Ya no quiere acostarse,
               me ha de conceder licencia    
               que los cabellos aparte
               de su rostro.
ABRAHÁN:                      Norabuena,
               que es lo que pides tan fácil,
               que fuera estimarte en poco
               no hace lo que tú gustares. 



Apártale los cabellos, y túrbase, y
pónese de rodillas




MARÍA:         ¡Señor!  (¿Qué es aquesto, cielo?   Aparte
               Mi tío en aqueste traje?)
ABRAHÁN:       ¿Qué es esto?
MARÍA:                      ¡Señor!
ABRAHÁN:                           ¡Sobrina!
               ¿Tú con tantas libertades?
               ¿Tú con tal desenvoltura?   
               ¿Tú con liviandad tan grande?
               ¿Tú tan pública ramera,
               que hasta en las soledades
               de tu torpeza y locura
               las peñas han hecho alarde? 
               ¿No eres tú la que en el monte
               eras tenida por ángel?
               ¿Cómo por estas torpezas
               el ser ángel olvidaste?
               ¡María, corazón mío!    
               ¿Quién fue causa que trocases
               el angelical vestido
               por éste que nada vale?
               Si del infernal dragón
               convertido en tigre y áspid 
               fuiste combatida entonces,
               y diste contigo al traste,
               ¿no era mejor que acudieras,
               pues era el remedio fácil,
               a decírselo a tu tío,     
               que yo, aunque malo, en tal trance
               pidiera a Dios con suspiros
               y con penitencias grandes,
               que de tales tentaciones
               te librara como padre?   
               ¿Tu santidad, qué se ha hecho?
               ¿Dónde están tus humildades:
               ¿Adónde tus devociones?
               ¿Cómo tan presto trocaste
               la santidad por el vicio,     
               la abstinencia por la carne,
               por el regalo el ayuno,
               y los bienes por los males?
               Vuelve en ti, mitad del alma;
               ya tus durezas ablanden  
               pedazos del corazón
               convertidos en cristales.
               Mas como estás enfrascada
               en vicios y vanidades,
               y como tras un pecado    
               pecados encadenaste,
               no querrás volverte a Dios,
               no procurarás llamarle,
               no intentarás reducirte,
               porque los vicios son tales   
               que si en el alma una vez
               comienzan a amontonarse,
               del infierno hacen su cielo,
               y gusto de los pesares.
               ¡Ea, sobrina María!,   
               que si del cielo cerraste 
               las puertas con tus pecados,
               la penitencia las abre.
               Vuelve en ti, mira por ti;
               no aguardes a que se pase     
               el verdor de tus abriles,
               de tu hermosura el donaire,
               el nácar de tus mejillas,
               de tus ojos lo brillante,
               el oro de tu cabello,    
               de tus perlas en engaste,
               el marfil de tu garganta
               y los bríos de tu sangre,
               que si pasa todo aquesto,
               y llega la inexorable    
               parca que a nadie perdona,
               mal podrá recuperarse
               el tiempo desperdiciado
               en locuras y maldades.
               Mira que corre tormenta  
               el mar en que te embarcaste,
               y hay escollos peligrosos
               en que se rompa la nave.
               Coge las velas, María,
               de culpas descarga el lastre, 
               y como diestro piloto
               que en furiosas tempestidades
               se abraza con el timón
               acude tú al gobernalle.
               Éste es Cristo, que en el árbol     
               de la cruz, un tiempo infame,
               derramó con abundancia
               sangre y agua en que te laves.
               Y si acaso te enmudece
               el tener cuenta que darle     
               de tantas maldades tuyas,
               no temas, nada te empache,
               que yo tomo a cuenta mía,
               sobrina, desde este instante,
               dar cuenta de todas ellas     
               a aquel tribunal grande
               como piadoso, terrible,
               donde disculpas no valen.
               Pero para tu descargo  
               derramaré tanta sangre 
               que se conviertan las piedras
               en rubíes y granates.
               Mira que por reducirte
               he tomado aqueste traje,
               me he fingido deshonesto,     
               y he llegado a enamorarte.
               Vamos al monte, María,
               estas lágrimas te ablanden,
               estos suspiros te muevan,
               estas ansias te contrasten,   
               que allí para tus heridas,
               tan graves y penetrantes,
               seré médico que aplique
               medicinas saludables.
MARÍA:         ¿A qué corazón de peña  
               no harán, padre, que se ablande
               tus afectos y ternuras?
               Dos veces eres mi padre,
               dos veces eres mi tío;
               y así debo regraciarte 
               el salir por tu ocasión
               de cautiverio tan grave.
               Llévame donde quisieres,
               mas temo que han de matarte,
               si saben de aqueste robo 
               los que fueron mis galanes;
               y así es menester recato,
               para que de ellos te escapes.
               Demás de esto, mis vestidos,
               que más que un tesoro valen,     
               ¿qué haré de ellos?
ABRAHÁN:                           Poco importa
               perderlos porque te ganes.
               En silencio está la noche,
               y así no debe alterarte
               lo que sucederme puede,  
               que como tu alma se gane,
               atropellaré brïoso
               mayores dificultades.
MARÍA:         Vamos, pues, padre Abrahán,
               que quiero que desde hoy me llamen 
               la mesonera del cielo,
               que es el mejor hospedaje.



Vanse los dos.  Sale PANTOJA




PANTOJA:          Mucho Abrahán se tarda,
               y ya la noche parda,
               con la brillante luz del alba hermosa   
               ser retira y ausenta presurosa;
               y así es forzoso empeño
               volver a la posada de mi dueño
               a ver qué ha sucedido;
               mas, ¡por Cristo, que [ya] siento rüído!  



Hay ruido dentro




               No me contenta nada
               el ver aquesta gente alborotada.



Sale ÁLVAREZ huyendo de ALEJANDRO, con
espada desnuda




ALEJANDRO:     ¡Villano fementido!
               ¿Dónde mi sol radiante está escondido?
               ¿Adónde está María?     
ÁLVAREZ:       El no saberlo es la desdicha mía.
ALEJANDRO:     ¡No me mientas, villano!
PANTOJA:       ¡Oh, si acabase de apretar la mano,
               por lo menos me holgara
               que un "persignum" le diera por la cara!     
ALEJANDRO:     ¡Acaba de decirlo!
PANTOJA:       Y tú de persignarle con un chirlo.
ÁLVAREZ:       Anoche un huésped vino,
               con extraordinario modo y peregrino,
               cuyo talle mostraba      
               ser espejo, según representaba,
               de santidad perfeta,
               y éste...
ALEJANDRO:              ¿Qué?
ÁLVAREZ:                       Se ha llevado la maleta,
               y porque el mal me sobre,
               con llevarla me deja triste y pobre.    
ALEJANDRO:     Huésped con tanto brío,
               éste sin duda fue Abrahán su tío.
               A buscarle partamos,
               que aunque le oculte el monte entre sus ramos,
               o la celeste esfera,     
               en buscarle seré garza ligera.



Vanse los dos




PANTOJA:       Esto está en mal estado;
               mejor es acogernos a sagrado.



Vase.  Sale el DEMONIO como antes



            
DEMONIO:          Lleno de rabia y furor
               vuelvo a mirar estos riscos,  
               donde habitan basiliscos
               que dan vida a mi dolor;
               que no puede ser mayor
               mi dolor y mi pesar,
               que ver volver a ganar   
               a un pecador convertido
               todo lo que había perdido
               con pecar y más pecar. 
                  ¿Quién imaginar pudiera
               que tan pública mujer, 
               ya sujeta a mi poder,
               de mis prisiones saliera,
               y que penitencia hiciera
               con tan alentado brío,
               que echara por tierra el mío?    
               Mas, ¿de quién formo querella,
               si es Dios el que me atropella     
               con superior poderío?
                  Pero ya me vengaré
               del mismo Dios en María,    
               que mi cautela y porfía,
               ha de darla un puntapié,
               y a su pesar volveré
               a rendirla y sujetarla,
               que quien supo derribarla     
               de la alteza en que la vi,
               el mismo soy que ante fui
               para poder conquistarla.
                  De poco han de aprovechar
               disciplinas y silicios,  
               yo la volveré a los vicios
               a pesar de su pesar;
               ya se acabó de azotar
               ya se quiere recoger;
               mas mi cautela ha de hacer,   
               por ser negocio importante,
               que todo el mundo se espante
               de mi fuerza y mi poder.



Sale MARÍA, vestida con saco, cogiendo unas
disciplinas




MARÍA:            Al paso, inmenso Señor,
               que solté la rienda al vicio,    
               voy pagando de mis culpas
               las penas entre estos riscos;
               que aunque es verdad que su cuenta
               las ha tomado mi tío,
               es bien quien gozó los gustos    
               que goce de los castigos.
               Licencioso el cuerpo fue,
               y es razón que el cuerpo mismo
               pague a costa de su sangre
               lo que cometió atrevido.    
               Y para lavar mis culpas
               tributa el corazón mío
               por las bombas de los ojos
               aljófares de hilo en hilo.
               Y la regalada carne,     
               de tantos males principio,
               para pagar deudas tantas
               destila granates líquidos.
               Todo es poco a lo que debo,
               paga es corta a mis delitos,  
               pena es breve a tanto infierno
               como tengo merecido.
               Pero vos, Señor inmenso,
               piadoso, manso, benigno,
               los holocaustos pequeños    
               hacéis grandes sacrificios.
               Oveja soy que perdida
               me salí de vuestro aprisco,
               pero ya me ha vuelto a él
               lo dulce de vuestro silbo.    
               La mesonera del cielo
               me llamaron en el siglo,
               mejor fuera me llamaran
               mesonera del abismo;
               pues tantos por mi ocasión, 
               llevados de su apetito,
               fueron a ser moradores
               del eterno precipicio.
               Pero ya que nombre tal
               me pusieron los lascivos,     
               no pretendo que este nombre,
               Señor, se entregue al olvido,
               sino que todos me llamen,
               estando en vuestro servicio
               y gozándoos en el cielo,    
               mesonera a lo divino.
DEMONIO:       Eso no será si puedo.
MARÍA:         ¿Quién en los cóncavos nichos
               de estas encumbradas peñas
               y pirámides altivos         
               esparce voces al viento?
DEMONIO:       Yo soy, lucero de Egipto,
               que presuroso a buscarte
               desde Tebas he venido.
MARÍA:         ¿Qué quieres?
DEMONIO:                      Decirte quiero 
               que te muevan los suspiros,
               las congojas y ternezas
               las ansias y parasismos
               con que Alejandro te busca;
               que si no le das alivio  
               en tan crecido rigores
               y en males tan excesivos,
               serás culpada en su muerte;
               sácale de este peligro,
               líbrale de aqueste riesgo   
               e intricado laberinto.
               Mira que a todos importa
               la vida de este Narciso;
               no permitas que se trueque
               el gualda y cárdeno lirio   
               el nácar de sus mejillas,
               lo alentado de su brío,
               lo airoso de sus acciones,
               que será rigor crecido,
               cuando puedes remediarle 
               no lo hacer; y pues es rico,
               dándole palabra y mano
               de esposa, que es permitido,
               puedes remediar sus males,
               quedando con este arbitrio,   
               Alejando con la vida
               y tú honrada con marido.
MARÍA:         ¿Qué te obliga a persuadirme
               con tal fuerza?
DEMONIO:                        Ser mi amigo
               Alejandro y darme pena   
               verle en tan grande conflicto.
MARÍA:         ¿Pena te da de su pena?
               Ya te entiendo, basilisco,
               ya penetro tus embustes,
               tu embeleco está entendido. 
               Ya conozco que pretendes
               volverme otra vez al siglo,
               para que me enrede más
               en disparates y vicios;
               mas no lograrás tu intento, 
               que si hasta agora he vivido
               para el mundo, ya estoy muerta;
               y aunque vivo yo no vivo,
               porque vive ya en mi alma
               la misma verdad que es Cristo,     
               y viviendo Cristo en ella
               poco importan tus bramidos.
               Y así, vuélvete, león,
               rugiente donde has venido,
               que siendo de Cristo esposa   
               poco has de medrar conmigo.



Vase MARÍA




DEMONIO:       ¿Hay más penas?  ¿Hay más rabia?
               ¿Hay más tormento?  ¿Hay martirio
               más grave que darme pueda
               --¡Ay, de mí!--el infierno mismo?     
               Pero, ¿para qué me quejo?
               ¿Para qué en balde doy gritos,
               pues viene a ser mis quejas
               para más oprobio mío?



Vase.  Salen LEONATO, con la espada desnuda, y
LUCRECIA tras él




LUCRECIA:         ¿A dónde vas, Leonato?   
LEONATO:       A dar la muerte con aleve trato
               al que impide mis bienes.
LUCRECIA:      Detén la furia con que al monte vienes,
               que aunque mi esposo muera,
               tengo que ser contigo tigre fiera. 
LEONATO:       Yo sé que con su muerte
               te mostrarás, Lucrecia, menos fuerte.
LUCRECIA:      Repara en que es cansarte
               imaginar que tengo yo de amarte.
LEONATO:       Cuando no hagas mi gusto,     
               vendré a tenerle en darte ese disgusto.



Vanse.  Sale ABRAHÁN, vestido de hermitaño




ABRAHÁN:         Inmenso Hacedor del orbe,
               que habitáis en solio eterno,    
               en cuyo brillante trono
               os cantan dulces Orfeos, 
               ya sabéis que por librar
               de aquel lobo carnicero
               a mi sobrina María
               me fingí ser deshonesto;
               y para más animarla         
               dije que sobre mi cuello
               cargaba sus graves culpas,
               y que en el juicio tremendo
               de vuestra justicia sacra,
               donde ninguno hay exento,     
               estarían por mi cuenta;
               y así, Señor, os ofrezco
               estas penitencias pocas,
               que hago en aqueste desierto.
               Mas de vos saber quisiera     
               si aquesta ovejuela ha vuelto
               a vuestro rebaño sacro,
               libre del infernal perro
               que intentó despedazarla,
               tan feroz como hambriento.    



Cantan dentro




MUSICOS:          "Para que contento vivas,
               en este triste destierro,
               y porque te satisfagas,
               escucha, Abrahán, atento:
               Con tanta fuerza volaron 
               al soberano hemisferio
               los suspiros de María,
               que en ángel la convirtieron."



Córrese una cortina, adonde en una cueva, al
pie de una cruz, estará MARÍA, vestida con saco,
como muerta, y a su lado un ángel que le pone una corona,
y prosigue la MÚSICA




                  "De aquesta manera premia
               el Consistorio supremo   
               lágrimas que derramaron
               los que culpas cometieron.
               Y aunque desenvuelta y libre
               fue mesonera del suelo,
               la hacen hoy sus penitencias  
               mesonera de los cielos."


ABRAHÁN:          Agora, Señor divino,
               sí que moriré contento,
               pues he visto por mis ojos
               favor tanto y tanto premio.   



Sale PANTOJA corriendo




PANTOJA:       ¿Qué haces, padre Abrahán,
               tan elevado y suspenso,
               cuando vienen en tu busca
               para quitarte el aliento,
               lleno de furia un vejete,     
               endemoniado un mancebo,
               fuego echando por los ojos,
               y por la boca veneno?



Salen ÁLVAREZ y ALEJANDRO, con espadas
desnudas




ÁLVAREZ:       Entre estas rocas altivas
               dicen que estaba encubierto.  
ALEJANDRO:     Agora, santo fingido,
               pagarás tu atrevimiento.
               ¿Dónde tienes a María?
ABRAHÁN:       Amigos, yo no la tengo.



Levántase




ALEJANDRO:     ¿Del mesón no la sacaste?   
ABRAHÁN:       Sí, saqué.
ALEJANDRO:                ¿Pues, qué es aquesto?
               ¿Cómo dices que no tienes,
               la que de Tebas fue espejo,
               sol claro de Alejandría,
               y de estos montes lucero?     
ABRAHÁN:       Porque no la tengo yo.
ALEJANDRO:     ¿Quién la tiene, pues?
ABRAHÁN:                              El cielo
               tiene su alma y la tierra
               tiene solamente el cuerpo;
               veis aquí lo que ha quedado.     
ALEJANDRO:     A tus pies, padre, confieso



De rodillas




               mi culpa, pues por mi causa
               huyó de aquestos desiertos.
ÁLVAREZ:       Perdóneme a mí también.



De rodillas




PANTOJA:       No perdone al mesonero.  
ABRAHÁN:       ¿Por qué?
PANTOJA:                  Porque fue alcahuete
               por todos caminos diestro.
ABRAHÁN:       Yo os perdone, mas importa
               que haya enmienda, que es severo
               el Juez, y a quien no se enmiende  
               le castiga con infierno.



Dentro LUCRECIA




LUCRECIA:      ¡Huye, querido Abrahán!
PANTOJA:       ¿Otro demonio tenemos?



Salen LEONATO, con la espada desnuda, y LUCRECIA
tras él




LEONATO:       Pagarás, Lucrecia ingrata,
               de esta suerte tus desprecios.     
ALEJANDRO:     ¡Detén la espada, Leonato!
LEONATO:       ¿Tú, Alejandro, en este puesto?
               ¿Quién al monte te ha traído?
ALEJANDRO:     Amigo Leonato, celos;
               pero ya los he dejado.   
ABRAHÁN:       Leonato, ¿aquestos excesos
               de qué nacen?
LEONATO:                      De haber visto
               en Lucrecia tal desprecio,
               que me desprecia por ti,
               y publica que teniendo   
               vida su querido esposo,
               son vanos mis pensamientos;
               y así matarte quería.
ABRAHÁN:       Haz cuenta, pues, que estoy muerto,
               Lucrecia, y dale la mano.     
LUCRECIA:      Ya le he dicho que pretendo
               morir en aqueste monte,
               sin que me goce otro dueño.
LEONATO:       Pues si estás determinada,
               y reducirte no puedo     
               a que conmigo te cases,
               desde aquí a Tebas me vuelvo.
ALEJANDRO:     Yo no, que con tu licencia,
               si estar contigo merezco,
               pretendo mudar de vida.  
PANTOJA:       Y el hermano mesonero,
               ¿qué pretende hacer?
ÁLVAREZ:                             Volverme
               a mi mesón.
PANTOJA:                     Yo lo creo,
               que los que una vez se enseñan
               a dar gato por conejo,   
               aunque Dios llame a la puerta,
               no abren a su llamamiento.
ABRAHÁN:       A Dios le demos las gracias,
               y sepultura a este cuerpo.
ALEJANDRO:     Demos, porque tenga fin  
               la mesonera del cielo.



FIN DE LA COMEDIA