Personas que hablan en ella:
La escena es en Alejandría
Salen ABRAHÁN, de galán, y PANTOJA, de lacayo ABRAHÁN: Esto ha de ser. PANTOJA: ¿Es posible que en el día de tus bodas des en este disparate? ABRAHÁN: No me repliques, Pantoja, que el casarme es desacierto. PANTOJA: ¡Por Dios, señor! Que la novia puede armarse de paciencia, pues para verter aljófar no ha menester este día tratar ajos ni cebollas, porque a verter margaritas tu desaire la ocasiona. ¿Qué has visto en ella que así, cuando está hecha la costa, la gente junta, amasado el pan blanco de las tortas, guisado el carnero verde, sazonadas las albóndigas, rellenos los pavos reales, asada la tierna corza, las perdices y conejos, los francolines y tórtolas, y todo tan en su punto que a la más cartuja monja despertara el apetito a que sin melindre coma, tú, necio, dejarla intentas? De que así te hable perdona, que la locura en que has dado obliga a que se haga tonta la mayor cordura. Dime ya que a aquesto te acomodas, ¿por qué quieres que yo pague sin haber pecado en cosa tu disparate y locura? ABRAHÁN: Pésame que así te opongas a mis intentos. ¿En qué se marchitan y malogran los tuyos? PANTOJA: ¿En qué, preguntas? La respuesta no es muy honra: El tiempo que te he servido, años, meses, días y horas, con esperanza he pasado, si bien con hambres famosas, de verme harto este día. Y agora que era forzosa la ocasión de ver cumplido mi deseo, te alborotas y das en esta locura. Déjame, señor, que coma, y que salgan de mal año las tripas y las alforjas del cuajo, y partamos luego a las indias más remotas, a los senos más incultos, a las más tristes mazmorras, a las más secretas cuevas, a las más hondas alcobas, a los sótanos más fríos, a la más cálida zona, a la Escitia más helada, a la ribera más sorda del Nilo, a Chipre, a Cantabria, a Jerusalén, a Roma, y adonde quisieres vamos en comiendo; mas agora has de saber que a las tripas he soltado las alforzas, y están, sin mentir en nada, con una hambre canóniga, pues canónigos parecen en la hambre y en la cola. ABRAHÁN: ¡Que gustes de disparates, cuando yo a mayores cosas me dispongo! Si pretendes seguirme, no te hagas roca a mi intento, que esta hartura se acabará en horas cortas, y te hallarás más hambriento cuando se acabe la boda. Si quieres seguir mis pasos ven conmigo y no interpongas razones disparatadas, porque con ellas malogras el tiempo que estoy perdiendo, que el tiempo es cosa preciosa, y el tiempo una vez perdido es tiempo y nunca se cobra. PANTOJA: Pues, no perdamos el tiempo; sino gocemos agora el tiempo de la comida, y prevendremos la alforja con vino y pan, y entre el pan llevaremos unas lonjas con que pasemos el tiempo; porque caminar sin bota y sin pan, y más a pie, es la cosa más penosa que "Alivio de caminantes" escribe en todas sus hojas. ABRAHÁN: Quédate, pues, que ya está muy cansada tu persona. PANTOJA: Oye un poco, por tu vida. ABRAHÁN: ¿Qué quieres? PANTOJA: ¿No es muy hermosa la señora novia? ABRAHÁN: Sí. PANTOJA: ¿No es muy discreta? ABRAHÁN: Es Belona. PANTOJA: ¿No es compuesta? ABRAHÁN: Y muy compuesta. PANTOJA: ¿No es santa? ¿No es virtüosa? ¿No es recogida? ¿No es noble? ¿No es más que Lucrecia y Porcia? ¿No es un jardín de virtudes, y otra trescientas mil cosas? ABRAHÁN: Más es de lo que encareces. PANTOJA: Pues si es más, ¿por qué remontas el juicio y das en ser loco? ABRAHÁN: Antes soy cuerdo. PANTOJA: No abonas tu disparate con eso, que siendo novia de novias, siendo de honradas la honrada, siendo de hermosas la hermosa, siendo de nobles la noble, y siendo, al fin, entre todas la más cuerda (aunque de lana son las mujeres de agora). Dejarla de aquesta suerte son ocasiones forzosas, con cabes tan de a paleta, a que diga la más boba... o el más bobo de estos tiempos, si es que ya bobos se forjan; mas ya no hay que buscar bobos, que el más tonto se transforma en lince y en basilisco en esto de quitar honras... y así dirá, como digo, el que no tuviere boca, que has entrado en el jardín a cobrar las olorosas flores que respiran ámbar, y que en vez de coger rosas, azucenas y claveles, maravillas y amapolas, hallaste violetas sólo; porque alguna vez entre otras, por llegar otro primero deshojó la flor hermosa, y cuando llegaste tú hallaste el tronco sin hojas. ABRAHÁN: Calla, ignorante, no digas, aunque sea de burlas, cosa tan loca y disparatada, con infamia tan notoria; que presumir de Lucrecia lo que pronuncia tu loca lengua, necia y maldiciente, será decir que las zonas, círculos y paralelos por donde gira el antorcha que con sus rayos alumbra las más ocultas alcobas, siendo de zafir brillante son de materia arenosa; que el monte rígido es valle; que el valle es monte, que toca con sus empinadas puntas a la célebre corona de Arïadna; que es el fuego cristal puro, y que en sus ovas se esconde el plateado pece; y que las aguas que brotan de fuentecillas humildes son fragua en que se acrisola el oro puro de Arabia; que la enfermedad engorda; que el sol hiela; que calienta el hielo; que nunca brotan las plantas con el verano, y que el estío no agosta los pimpollos que el abril vistió de lozana pompa. Y así deja necedades, que quien desenvuelto toca en el honor de Lucrecia, a mí me agravia y deshonra. PANTOJA: Pues, ¿por qué quieres dejarla? ABRAHÁN: Porque una belleza estorba servir a Dios, y que suba al monte, donde se gozan las contemplaciones altas que el pensamiento remontan a la eternidad de Dios y a la esencia de su gloria. Que tengo por imposible que quien sirve a dos personas pueda acudir a un tiempo a la una y a la otra. Este mar del matrimonio tiene al principio las olas lisonjeras y apacibles. Süave el céfiro sopla. La nave, que es la mujer, ostenta las jarcias todas compuestas y pertrechadas, mesana, trinquete y popa. Toca el clarín amoroso, con gusto se zarpa y boga, todo es placer y alegría. Pero si el mar se alborota, si hay borrasca y vendavales, si hay viento y maretas sordas, si hay huracán descompuesto, no hay piloto que componga las velas ya maltratadas, ni las demás jarcias rotas. Ya en esta sirte se encalla, ya topa en aquella roca, ya no hay áncora que aferre, porque no alcanza la sonda de la paciencia aunque tenga brazas muchas; ya amontonan rigores contra el piloto las espumas caudalosas del cuidado de los hijos y de las galas y joyas de la mujer; y atendiendo a éstas y otras muchas cosas, es imposible acudir a la obligación forzosa de servir a Dios; y así pretendo que la memoria se ocupe en cosas eternas y olvide las transitorias. Demás de esto hay cosas muchas que a los hombres apasionan, y si al principio no huyen, no hay dejarlas aunque corran. Que es tal árbol la mujer que quien se duerme a su sombra, cuando despierta del sueño, más penas que gustos goza. Y si ausentarse pretende, y lo ejecuta, no importa, que es la memoria verdugo que atormenta y acongoja. Esto, Pantoja, me obliga a no aguardar a las bodas, que si aguardo a poner vengo el fuego junto a la estopa; y el soplo de la ocasión, con ternezas amorosas, es alquitrán poderoso que tala, abrasa y destroza los pensamientos más castos, y encendido, aunque se pongan estorbos, no hay quien apague los incendios de esta Troya. Amor y Ocasión son fuego; yo soy ciega mariposa, y tocando al fuego es fuerza quemarse una vez u otra. Esto me obliga a ausentarme, esto me incita a que corra, esto me mueve a que huya y esto me anima a que ponga tierra en medio; que el huír de ocasiones amorosas es la mayor valentía y el vencerse gran victoria. Vase [ABRAHÁN] PANTOJA: Aguarda, no te apresures, detén el paso, no corras, que pareces fiera herida de saeta venenosa. Él se va y acá me deja. ¡Señor! Ya voy por la alforja, ya voy por las alpargatas, presto vuelvo con la bota. No te vayas tan ligero, que si vas tan por la posta es imposible seguirte, porque estoy lleno de ronchas, y es menester que un barbero me saque cuatro mil onzas de sangre, pues son verdugos de venas que no están rotas. Él se fue, ya no parece; mejor es llamar la novia que gente tras él envíe, y en comiéndonos la boda, si quiere ser hermitaño --aunque en mí es acción impropia-- si él fuere el padre Abrahán, seré el hermano Pantoja. ¡Lucrecia, señora mía! ¡Plegue a Dios que me respondas! ¿Oyes, Lucrecia? ¡Ah, Lucrecia! ¡Por Cristo! Que se hace sorda, cuando es de mucha importancia que me escuche y que me oiga siquiera tres mil palabras. Sale LUCRECIA LUCRECIA: ¿Quién me llama? PANTOJA: Yo, señora, te llamo y doy estas voces. LUCRECIA: ¿Para qué? PANTOJA: Para que pongas haldas en cinta, y que partas más ligera que una onza, más suelta que un cabritillo, más veloz que una paloma, más ágil que un ciervo herido, más que fugitiva corza, más que liebre entre los perros, más que la acosada zorra, más que un ladrón cuando huye de alguaciles que lo acosan, más que un sacre tras la garza que a los cielos se remonta, más que el viento... LUCRECIA: ¡Calla, necio! O di lo que te ocasiona a llamarme y suspenderme. PANTOJA: Digo, señora, que importa que sin dilatarlo un punto tomes yeguas, tomes postas, y tras de Abrahán, tu esposo, vayas luego, que la mosca le ha picado, y por no verte se va a vivir entre rocas. LUCRECIA: ¿Qué dices? PANTOJA: Lo que me escuchas, y si te tardas una hora será imposible alcanzarle, que si en el monte se embosca no ha de haber perro de muestra que tope con su persona, ni de la cueva sacarle podrán cuatro mil huronas. Esto pasa, esto te digo, y pues la verdad no ignoras, haz diligencia apretada para acabar de ser novia, que si te quedas así dirá la Tebaida toda que novia en jerga te quedas sin ir al batán la ropa. Yo voy siguiendo tus pasos, que aunque parte sin alforjas, para comprar pan y vino se deshará de una joya. Vase PANTOJA LUCRECIA: Oye, Pantoja amigo, no [vas] tan presuroso. Detén el curso al paso diligente, y pues eres testigo de que se va mi esposo, y permite mi suerte que se ausente donde tenga por gente peñascos y panteras, mi amor me da ligeras alas para seguirle; y ya que vas, camina y ve a decirle que en tan forzoso lance alas me presta amor con que le alcance. Arroyuelos ligeros hinchad vuestros raudales, no hagáis puente de plata a mi querido. Afilad los aceros en líquidos cristales, y si prisión de hielo os ha oprimido, lo que cárcel ha sido del escarchado enero rompa el mayor lucero, grillos de plata pura, trocando en libertades la clausura, y en vuestra amena playa haced a mi querido estar a raya. Empinados pimpollos de hayas y de lentiscos que hacéis opaco y emboscado monte, formad con los rebollos y con los pardos riscos para que mi Abrahán no se remonte sierras, que otro horizonte no descubra ni vea, sino que en éste sea mi esposo detenido, que se aleja de mí cual ciervo herido, si bien con su partida la cierva vengo a ser que queda herida. Aguarda, dueño mío, no vayas tan ligero, vuelve a darme la vida que me llevas. Mira que tu desvío es de amante grosero, y para un firme amor son muchas pruebas. Yo vine desde Tebas a ser tu amada esposa, y ya que mariposa vengo a ser de tu llama, vuelve a dar vida a quien de veras ama; que es notable desdicha acabarse tan presto tanta dicha. Vase [LUCRECIA]. Salen MARÍA, sobrina de ABRAHÁN, y ALEJANDRO, galán ALEJANDRO: ¿Hasta cuándo tus rigores han de durar? Oye un poco, pues ves que me tiene loco la fuerza de mis amores. Médico de mis dolores puedes ser, que en tanto mal, el remedio principal de mis males y mis bienes, en una caja le tienes guarnecida de coral. Oiga yo, hermosa María, de tu boca un "sí" de esposo, que es récipe poderoso para mi melancolía. Bien veo que es demasía lo que pido, pero advierte que mi buena o mala suerte consiste, prenda querida, en tu "sí" que ha de dar vida, o en tu "no" que ha de dar muerte. Dos letras hay en el "no" y dos letras en el "sí", y más no te cuesta a ti decir "sí" que decir "no". Y si mi amor mereció ser en tu gracia admitido, el dulce "sí" que te pido tan dichoso me ha de hacer que nombre vendré a tener del más felice marido. Y si pronuncia el "no" en vez de pronunciar "sí", verá todo el mundo en mí lo que mi amor te estimó. No pido por fuerza yo que sea mi amor premiado, mas en tan confuso estado aguardar será forzoso ser con tu "sí" muy dichoso y con tu "no" desdichado. Y si permitiere el cielo sentenciar contra mi amor, de tal sentencia y rigor para el mismo amor apelo, donde tendré por consuelo cuando no admites mi fe, que mi amor le dediqué a una mujer que en rigor sé que no admite mi amor y que olvidarla no sé. MARÍA: Quisiera tener razones para saber responder a la fuerza de querer que tú delante me pones. Pero las obligaciones de una mujer principal no pueden tener caudal para hablarte sin desdén; que decir "no" la está bien y decir "sí" la está mal. Si agora dijera "sí" en teniendo posesión pudiera haber ocasión que te enfadaras de mí; y como favor te di adelantado, pudieras con mil celosas quimeras, aunque fuera barbarismo, pensar que hiciera lo mismo con otro que tú no fueras. Y así, conociendo bien que pudieran dar cuidados favores adelantados en quien ama y quiere bien, mejor es que con desdén a tu amor responda yo con las dos letras del "no" y no con las dos del "sí", quedando recurso así a ti que en tiempo apeló. Con mi "no" podrás hablar a mi tío, que su "sí" me puede obligar a mí a que yo te venga a amar; pero es locura intentar que sin su gusto te dé el sí que intenta tu fe que a desenvoltura pasa la mujer que ella se casa aunque enamorada esté. Mi tribunal pronunció la sentencia contra ti, pues aguardabas un "sí" y te han respondido un "no"; que pues tu amor apeló del rigor de esta sentencia, ten, Alejandro, paciencia y sigue el pleito con brío, que podrá ser que mi tío revoque aquesta sentencia. Hace que se va ALEJANDRO: Oye, aguarda, detente, no te ausentes de mí tan velozmente; reprime la extrañeza y el rigor con que me habla tu belleza; que me darás la muerte si me dejas aquí de aquesta suerte. Que aunque de tu lenguaje a mi firmeza no se sigue ultraje, con todo a sacar vengo, cuando a ser tan dichoso me prevengo, que intentas de esta suerte darme por dulce vida amarga muerte. MARÍA: Mal, Alejandro, entiendes, cuando tanto te agravias y te ofendes, lo que yo he respondido a lo que tus razones me han pedido; que si bien lo entendieras nunca de mi respuesta te ofendieras. Que no fue despreciarte, ni decirte que yo no quiero amarte, ni mostrarte desvío remitiéndolo al gusto de mi tío; que antes te ocasionaba para pensar que el alma te estimaba. Y así vuelvo a decirte que para hablalle puedes prevenirte, que si al "sí" pretendido con un resuelto "no" te he respondido, es decirte que es justo que no me case yo contra su gusto. Detiénela ALEJANDRO: Oye, hermosa María. MARÍA: Ya de límite pasa tu porfía. ALEJANDRO: Es amor quien lo ordena. MARÍA: Habla con mi tío y sal de aquesta pena. ALEJANDRO: Temo el "no" de su boca. MARÍA: También ese temor es acción loca. Sale ARTEMIO, viejo ARTEMIO: ¡Sobrina! ¿Qué es aquesto? ¿Sola con Alejandro en este puesto estás de esa manera? MARÍA: A tu pregunta responder quisiera; mas si el verme te ofende, Alejandro dirá lo que pretende. Vase MARÍA ARTEMIO: ¿Qué es aquesto, Alejandro? ALEJANDRO: Ya sabes que soy hijo de Tebandro. ARTEMIO: Ya lo sé y sé quién eres. ALEJANDRO: Pues de hallarme aquí no es bien te alteres. ARTEMIO: Tu nobleza, ¿a qué aspira? Dime la causa. ALEJANDRO: No diré mentira. Ya sabes que fue Tebandro, de quien yo soy rama, tronco tan conocido en la Escitia como Jasón lo fue en Colcos. De lo ilustre de su sangre no hago mención, pues tú propio sabes mejor lo que digo que yo que estos ecos formo. La abundancia de su hacienda no quiero contar tampoco, porque será perder tiempo diciendo lo que es notorio. No quiero de mi linaje con figuras y con tropos pintar la nobleza suya, que antes será hacerla oprobio; porque la propia alabanza del que intenta hacer abono de su sangre, es vituperio del linaje más famoso. Sólo pretendo decirte que el hallarme de este modo con tu sobrina, fue causa aquel rapaz que sin ojos cazando en Chipre flechaba, no el ligero y veloz corzo que huyendo de la saeta cristal busca en los arroyos, sino las almas que libres sabe avasallar brïoso. Y yo, que no soy de bronce, sino de metal más bronco, fui blanco en que el dios alado tirase majestüoso. Sentí la flecha amorosa que del trato y de los ojos de tu sobrina María me tiró, que es poderoso arpón el que en tiernos años, sin ser de ébano y de oro, se fabrica en alma joven con amorosos retornos. Nacimos los dos a un tiempo, y al paso que iba en nosotros creciendo el cuerpo, crecía el amor del mismo modo; que amor que en niñeces nace, y crece sin que haya estorbos de ausencia o de poco trato, romperle es dificultoso. En mí creció de tal suerte que ya llegan los pimpollos a tocar, aunque atrevidos, el techo del matrimonio. Verdad es también que nunca tuve pensamiento aborto de poca fe y falso trato contra tu propio decoro; porque cuando mis intentos quisieran hacer destrozo en el honor de María, fuera en defenderse toro que en la palestra acosado divide en menudos trozos, ya que no al dueño, la capa que le dejó entre sus hombros. Herido yo de las puntas de aqueste flechero heroico, que aunque es ciego, como he dicho, lo sujeta y rinde todo, para lograr mi esperanza me hizo amor animoso, y vine a decirle agora que me saque de este golfo, de este oscuro laberinto, de este peligroso escollo, de este Caribdis confuso, y de este piélago undoso. Y para que en tal naufragio no peligre el barco roto, de mi acosada paciencia, si merece ser su esposo un hombre que desde niño se está mirando en su rostro, con las dos letras de un "sí" me haga tan venturoso, que siendo dueño sea esclavo, que no será el serlo impropio cuando adoro las estrellas de su cristalino globo. Con un "no" me ha respondido, que a no llevar el rebozo de tu gusto, su respuesta sin duda me hiciera loco; pues dice que si tú gustas de su parte no habrá estorbo; y así vengo a suplicarte --si supiste cuando mozo de este accidente la furia, y que es amor rayo indómito, que donde hay más resistencia hace mayores destrozos-- que consideres mis males, que atiendas mis sollozos, que te muevan mis suspiros, y entre tierno y amoroso, ya que incitarte no puede de mi nobleza el abono, de mi progenie la pompa, de mi linaje lo heroico, de mi hacienda el mucho fausto y de mi renta el tesoro, que para lo que merece tu sobrina todo es poco, el verme amoroso amante, que es en esta parte el todo, te incite, to obligue y te mueva, mostrándote generoso, a darme el "sí" que te pido, pues en él estriba sólo, entre mis congojas grandes, la gloria de ser dichoso. ARTEMIO: Noble Alejandro, tu amoroso empleo le tengo por granjeo; que aunque de mi sobrina es la hermosura rara y peregrina, cuyo rostro perfecto y acabado sirve de espejo al campo matizado, y entre linajes buenos es el suyo no el menos, del tuyo la nobleza puede honrar una alteza, pues sólo el sol, para que el mundo asombre, es digno coronista de su nombre. De mi parte, Alejandro, cierto tienes el "sí" que me previenes; pero Abrahán, mi hermano, tan bizarro y galán como lozano, porque de este suceso no se ofenda, es menester que nuestro intento entienda; y sin duda ninguna tendrás buena fortuna, pues hoy también se casa, y da lustre a su casa, cuando este casamiento se concluya, juntando su nobleza con la tuya. La dicha de los dos será colmada mirándola casada, y más siendo contigo. Ven al punto si quieres ser testigo del gusto que recibe con la nueva, y adonde podrás ver que a quien la lleva prometerá en albricias lo mismo que codicias. Vamos al punto, vamos, que si mucho tardamos, aunque después pretenda hacer descargo, de dilatarle el gusto me hará cargo. Sale LUCRECIA, alborotada LUCRECIA: Artemio noble, de mi esposo hermano, si acaso el parentesco en algo tienes, aunque el tiempo te tiene viejo y cano sembrando plata en tus heroicas sienes, al ocio que en ti habita da de mano, y a mi llanto es razón que el curso enfrenes; a reverdecer vuelve el joven brío si es bastante a moverte el llanto mío. Infeliz fue mi estrella, pues agora, cuando pensé gozar el mayor gusto, al esmaltar los campos el aurora en lamento se trueca y en disgusto; mira si con razón el alma llora, mira si es bien me turbe aqueste susto, y mira cómo puedo estar sin queja si al umbral de mi dicha el bien me deja. Todo estaba, cual sabes, prevenido para que hoy nuestra boda se acabase, y sin darle ocasión a mi querido para que de mí, triste, se enfadase, al despertar el alba, sin rüido, porque nadie su intento le estorbase, por no cumplir el "sí" que había dado, sin casarme vïuda me ha dejado. Su crïado me dice que va al monte con ánimo de estarse retirado, y antes de que más se aleje y se remonte, si mis congojas pueden dar cuidado, a que dejes ligero este horizonte, ya que hacerlo no quieras por cuñado por ser mujer siquiera, y sin reposo te pido que busquemos a mi esposo. Muévante de mis ojos los raudales, oblíguente las ansias con que vengo, lastímente mis penas y mi males, tu pecho incite la razón que tengo; y si acaso no bastan los cristales que a derramar llorando me prevengo, enternézcate ver que en esta calma se fue tu hermano y que me lleva el alma. ARTEMIO: Oye, hermosa Lucrecia, que ya sigo el curso de tus pasos amorosos. Vamos tras ellos, Alejandro amigo, que no es bien que se muestren perezosos los míos en tal caso. ALEJANDRO: Si te obliga con mostrarse los míos cuidadosos, verás que no son tardos en buscalle, pues estriba mi dicha en alcanzalle. Vanse todos. Salen LEONATO y MARDONIO MARDONIO: Poco sosiegas en casa aunque no estás descansado. LEONATO: Mal puede estar sosegado un corazón que se abrasa. Seis meses he estado ausente. ¡Sabe Dios lo que he sentido! Y así agora que he venido templar quiero el accidente; porque es el mal del ausencia más terrible que el de celos. MARDONIO: Nunca supe tus desvelos, mas concédeme licencia de que pueda preguntarte quién te causa tal dolor. LEONATO: Mardonio amigo, mi amor --no tiene esto de espantarte-- a Lucrecia dediqué, y ha sido con tal pasión que alma, vida y corazón en un punto la entregué. Y quiérola de tal suerte y con pasión tan crecida, que el verla me da la vida y el no verla me da muerte. MARDONIO: Aunque serán malas nuevas, volverte a casa podrás, que a Lucrecia no verás. LEONATO: ¿Por qué? MARDONIO: Porque no está en Tebas. LEONATO: ¿Qué dices? MARDONIO: Lo que has oído. LEONATO: ¿Dónde está? MARDONIO: En Alejandría con gusto y con alegría se ha casado. LEONATO: Sin sentido esas nuevas me han dejado. ¿Es burla? MARDONIO: Verdad te trato. LEONATO: ¿Es posible? MARDONIO: Sí, Leonato. LEONATO: Pues Lucrecia se ha casado y yo no la merecí, muera yo, que no es razón vivir, pues la posesión que esperé tener perdí. Y entre tan grave dolor de tan terribles enojos, salga el alma por los ojos. Máteme mi grande amor; que más lisonja será y tormento menos grave que amor de una vez acabe, que no imaginar que está en los brazos de otro dueño, de mil requiebros gozando, y yo muriendo y penando sin que me repose el sueño; porque estará la memoria hecha verdugo crüel apretándome el cordel de mi pena y de su gloria. MARDONIO: Casi he llegado a pensar que Lucrecia ingrata ha sido, y que no ha correspondido a tan verdadero amar. Porque habiéndose gozado, ingratitud viene a ser olvidar una mujer lo que ha sido su cuidado. Mas también vengo a sacar cuando estás tan sin reposo, que el agraviado es su esposo, y que es quien se ha de quejar. De ti no, porque en efeto, cuando tal gloria tuviste, su decoro no ofendiste ni le perdiste el respeto. De ella sí, porque ella fue la que le ofendió en rigor, pues fingió estar sin amor y estaba en otro su fe. LEONATO: No trates de esa manera su honestidad recatada, que siempre fue más honrada de aquello que yo quisiera. Mas entre tantos rigores con que siempre me trataba, tener con todo esperaba el premio de mis amores. Pero ya casada agora, muerta queda mi esperanza; y así en tal desconfïanza el alma suspira y llora. MARDONIO: Mas con todo... ¿Dónde vas? LEONATO: Quiero, Mardonio, partir Hace que se va a Alejandría a morir. MARDONIO: ¡Tente, aguarda, loco estás! LEONATO: No es mucho que loco esté, cuando permite el Amor que me trate con rigor una mujer que adoré. Vase los dos. Sale ABRAHÁN, de hermitaño ABRAHÁN: ¡Qué dichoso a ser viene aquél que huye del Babilón tumulto de la gente, donde en la soledad está patente lo que confunde el alma y la destruye! Aquí el león rugiente sí que arguye para quien no le entiende agudamente, mas como siempre arguye falsamente, con pocos entimemas se concluye. Retiréme del mundo y su locura, que aunque es cosa muy santa el matrimonio, de Lucrecia temí la hermosura; y el desierto me da por testimonio, que el huír la ocasión es piedra dura para quebrar los ojos al demonio. Salen ARTEMIO, MARÍA y ALEJANDRO, y ABRAHÁN se esconde ARTEMIO: Suceso infeliz ha sido, el de Abrahán y Lucrecia, pues sin ocasión precisa el uno de otro se ausenta. Él se pierde por dejarla, por tenerle se pierde ella, y entre tantas confusiones no hay quien de ninguno sepa. Ya que Abrahán se ha ocultado, a Lucrecia hallar quisiera, que como corcilla herida se ha perdido entre las breñas. ALEJANDRO: Todo ha sido por mi daño, que mi poca suerte ordena, por no darme gusto en nada, que el mal de todos padezca. MARÍA: Dale voces a mi tío, que puede ser que te entienda y te responda. ARTEMIO: Bien dices. Quiero hacer lo que me ordenas. ¡Abrahán! Querido hermano, escucha mis voces tiernas y respóndeme. ¡Abrahán! Sale ABRAHÁN ABRAHÁN: Entre estas cóncavas piedras de mi propio nombre escucho los ecos; no sé quién pueda formarlos entre estos riscos y en esta inculta maleza, si no es acaso a Pantoja, que fue a buscar unas hierbas, algo le haya sucedido. ARTEMIO: ¡Abrahán! ABRAHÁN: ¿Quién me vocea? ARTEMIO: Yo soy, hermano querido, quien te llama y quien te ruega que dejes designios tales. Considera que a Lucrecia haces agravio en dejarla. ¡Abrahán! ¿Qué has visto en ella para dejarla burlada? ¿Es liviana? ¿Es deshonesta? ¿Es de linaje villano? ¿No ordenaste que de Tebas la trujesen para ser tu esposa? ¿Cómo te ausentas de sus ojos? ¿Cómo agora en tal confusión la dejas? ¿No echas de ver que la agravias? ¿No adviertes que haces ofensa a su linaje? ¿No miras que das ocasión que entiendan los nobles de Alejandría que has visto alguna flaqueza en su opinión? Vuelve, vuelve tus pasos atrás. Recuerda del letargo que te oprime, de la pasión que te ciega, del furor que te combate, de la intención que te lleva. No permitas que tu esposa por dejarla tú se pierda. Considera que su honra corre, Abrahán, por tu cuenta, y que a ti mismo te agravias dejándola así; no seas ocasión de su rüina, pues como acosada cierva, sin reparar ser mujer, sin mirar sus pocas fuerzas y olvidando sus regalos, cuando derramaba perlas el alba, bordando montes con jazmines y violetas, ella derramando aljófar, desperdiciando azucenas, destroncando maravillas y lastimando la esfera con suspiros, sola y triste, se partió de mi presencia a buscarte, y aunque luego partí corriendo tras ella, no ha sido posible hallarla, ni habemos visto quien sepa decirnos de su persona. ¡Ea, Abrahán, no seas fiera! Vamos a buscarla todos, sus lágrimas te enternezcan y las mías, que a mis ojos obligan a que las viertan. A esto ha sido mi venida. Vamos antes que en la selva se embosque y no la hallemos, adonde de su belleza se marchite la hermosura y se eclipsen las estrellas. Y porque después de hallarla, para que más gusto tengas, entregues a tu sobrina a Alejandro, cuyas prendas no ignoras, pues te es notorio que ella gana en que él la quiera. MARÍA: De mi tío haz los ruegos, pues es razón que te mueva de Lucrecia el desconsuelo, que está sola en tierra ajena. ALEJANDRO: Rompe tantas suspensiones, el paso mueve y la lengua, que nunca permite espacio ocasión de tanta priesa. ABRAHÁN: A los cargos que me has hecho dar satisfacción es fuerza, y aunque será brevemente, oye, Artemio, la respuesta: De Lucrecia no me ausento por decir que es desenvuelta, ni por liviandades suyas, ni porque haya hecho ofensa a mi honor y a su recato, sino porque su belleza me hizo temer escuchando de Pablo aquella sentencia --digno del ingenio suyo-- que dice que quien se entrega a los brazos de la esposa las hebras de sus madejas sirven de cadenas fuertes, en que si una vez se enreda con las dos letras de un "sí", es imposible romperlas hasta que llega la muerte con la guadaña y las siega, dividiendo el uno de otro; y es tan inmensa la fuerza del amor del matrimonio y del cuidar de la hacienda, del sustento de los hijos y de otras cosas, que veda el acordarse de Dios a veces. Ésta es mi tema. Por esto al desierto vengo, por esto dejo a Lucrecia, por esto visto este saco; que más quiero en la aspereza vivir en trabajos muchos esperando que en la excelsa cumbre del monte Horeb el premio de gloria tenga, que gozar en la otra vida por un gusto mil miserias. En lo que toca a casarse María, sea norabuena. Contradecirlo no quiero ni aprobarlo, ella lo vea. En eso haga su gusto, pero repare y advierta que hay terribles ocasiones en que padece tormenta el alma, y se ve acosada la nave de la paciencia. Aquesto sólo me obliga a poner en medio tierra y a la soledad venirme, donde el alma se recrea. Si algún bien quieres hacerme, hermano, busca a Lucrecia, y dila que su hermosura me da miedo, que no sienta el dejarla de esta suerte, porque me anima y es fuerza el servir a Dios, y temo, después de aquesta carrera, tener por ligeras glorias siglos de penas eternas. Vase ABRAHÁN ARTEMIO: ¡Aguárdame, hermano, escucha! Que a resolución tan buena no es razón contradecirla. Vase ARTEMIO MARÍA: ¡Alejandro, a Dios te queda! Que ya no quiero casarme que han tocado a mis orejas las razones de mi tío, y quiero en esta aspereza servir a Dios. No te canses porque ya el alma me llevan diferentes pensamiento. Vase MARÍA ALEJANDRO: ¡Amor! ¿Qué desdicha es ésta? Hermosísima María, de estos montes primavera, abril de estos horizontes, oye, escucha, aguarda, espera. ¡No te vayas! Mas ya en balde el alma se aflige y queja, que como veloz paloma tras Abrahán va ligera. Mas ¿cómo si soy amante no la sigo? Voy tras ella, que a pesar de mi fortuna he de gozar su belleza. Vase ALEJANDRO
Sale PANTOJA, de hermitaño, que trae unas hierbas y pan en una cesta PANTOJA: Deo gracias, padre Abrahán, ya están cogidas las hierbas, que son las dulces conservas que en este desierto están. Gastado los dedos tengo de arar aquestas riberas, pero ya no hay acederas en los campos donde vengo. Penas se vuelven las glorias que el desierto nos ha dado, pues la simiente ha faltado de acelgas y de achicorias. Y si va a decir verdad, tomara yo una pechuga mejor que no una lechuga en esta necesidad. Mas para mayor congoja, según soy de desdichado, en tan infeliz estado lo vendrá a pagar Pantoja. Para engañar este pan estas hierbas he cogido, que son el mejor condido que en esta cocina dan. Miren la miseria suma de mi dichoso suceso, pues sirve el troncho de hueso y la hoja sirve de pluma. La carne no hay que buscalla, porque aquí la mejor polla viene a ser una cebolla, y ésta es menester hurtalla. Pues vino no hay que tratar, porque aquí sirve de vino un arroyo cristalino que hace a las tripas guerrear. Pantoja, no hay que quejarte, come las hierbas y el pan, porque si viene Abrahán no te cabrá tanta parte. Digo que tomo el consejo, pues es del mal lo menor, si bien tomara mejor un trago de vino añejo. Mas cuando no tengo lomo, suele decir el refrán, si longaniza me dan, con longaniza el pan como. Y así habré agora de hacer, porque hallo que es peor y más crecido dolor tener hambre y no comer. Siéntase PANTOJA a comer. Sale ABRAHÁN por el monte, con cabellera larga y negra ABRAHÁN: Las puntas de aquestos riscos, que sirven de almenas altas, en que las aves nocturnas a su criador le dan gracias; los levantados pimpollos de las sabinas copadas en que del rigor del tiempo el jilguerillo se escapa; las frescas y amenas sombras de las siempre verdes hayas, en que del calor del sol el pasajero se ampara; los tomillos y cantuesos, entre cuyas secas ramas el conejuelo se abriga contra la nieve y la escarcha; la tórtola que se arrulla y con sus lamentos canta lo dulce de sus amores que la entretiene y regala; el ruiseñor vocinglero, que cuando despierta el alba dice al mundo su venida con mil pasos de garganta; el plateado pececillo, que en las fugitivas aguas forma alegre escaramuza, siendo de viento sus alas; están enseñando al hombre que naturaleza humana sólo para su sustento fabricó cosas tan varias. Y a mí entre aquestos peñascos, el ruiseñor, la calandria, el jilguerillo, el conejo y el pez en campo de plata, me enseñan a dar gracias al que hizo la esfera tachonada, pues por el hombre sólo formó lo que hay de un polo al otro polo. PANTOJA: Abrahán viene embebecido, con la memoria ocupada en considerar las peñas, los álamos y las palmas; y yo también me divierto después de llenar la panza, séase de lo que fuere, en que comeré mañana. La carne no me da pena porque ya están enseñadas mis tripas a comer verde, como borrico que sangran por mayo para que engorde hartándole de cebada. Sólo siento que en el campo se acaben las zarandajas de la silvestre lechuga, de la acedera gallarda, del rapóntico sabroso y de la achicoria amarga. Porque en efecto estas hierbas, aunque de poca sustancia, son de hermitaños hambrientos el perejil y la salsa. Y después que mi panza se satisface de estas zarandajas, por no mostrarme ingrato, le doy al cuerpo un sueño de barato. ABRAHÁN: Conozco, Señor divino, que a mi tosca lengua faltan himnos con que engrandeceros, con que os alabe palabras, con que os regale ternezas, con que os enamore gracias, con que os agrade suspiros; pero recibid mis ansias, no despreciéis mis deseos, que si aquestos tienen paga en vuestra sacra presencia, los que están en mis entrañas son grandes; bien reconozco que de mis culpas la carga muchos infiernos merece y es digna de eternas llamas. Pero no, Señor inmenso, que bien sé que a quien os llama, aunque más pecador sea, no le negáis vuestra gracia. Y así, Pastor soberano, haced de vuestra manada este humilde esclavo vuestro, y admitid en vuestra casa a mi sobrina María, y libradla de las garras del lobo, que ya furioso pretende despedazarla. Ha ido bajándose A su celda llegar quiero y ver en qué está ocupada. ¡Pantoja! ¿Qué estás haciendo? PANTOJA: (¡Descubrióse la maraña!) Aparte ABRAHÁN: ¿No me respondes, Pantoja? ¿Qué haces? PANTOJA: Padre, esperaba algún socorro del cielo. ABRAHÁN: ¿Y las hierbas? PANTOJA: No hay hallarlas, aunque por dos achicorias se dé un ojo de la cara. ABRAHÁN: ¿Estos tronchos de qué son? PANTOJA: Cogí tres o cuatro matas, parecióme no ser buenas, y por ver si eran amargas las probé, y como eran pocas el gusto no las hallaba. ABRAHÁN: [No debes de responderme;] ya conozco tus entrañas, Pantoja. PANTOJA: Padre Abrahán... ABRAHÁN: Tus intentos se declaran; ya sé que siempre procuras que se remedie tu falta y que perezcan los otros. PANTOJA: No se espante, que mis ganas, aunque son pocas, son buenas. Y como más cerca se halla la camisa que no el sayo... ABRAHÁN: Bueno está, Pantoja. ¡Basta! La caridad se conoce. PANTOJA: Aunque las uñas gastadas tengo de cavar la tierra, me parto al punto a buscarlas, para que comáis los dos. ABRAHÁN: Oye, escucha, no te vayas. ¿Sabes qué hace mi sobrina? PANTOJA: Ella siempre está ocupada en su celda o su retrete en contemplaciones santas. ABRAHÁN: Envidiarla puede el mundo. PANTOJA: Nunca ha visto la Tebaida en años tan delicados virtud y abstinencia tanta. Suena música ABRAHÁN: Parece que está cantando. PANTOJA: Yo sé bien que no cantara si hambre como yo tuviera; mas dicen que canta Marta bien después de haber comido. ABRAHÁN: Escuchemos lo que canta. MARÍA canta dentro lo que sigue MARÍA: "In te Domine speravi non confundar in aeternum". PANTOJA: ¿Qué quiere decir aquello? ABRAHÁN: Que el que pone su esperanza en Dios, no será rendido de los trabuco y balas del enemigo rugiente, que para rendir el alma debajo de varias formas con cautela se disfraza. Canta MARÍA: "Bonum est sperare en Domino quam sperare in principibus". ABRAHÁN: Bueno es esperar en Dios, dice agora, que se engaña el que favores espera de los reyes y monarcas. Que esperanzas de los hombre son de tan poca importancia, que el que piensa estar medrado más desmedrado se halla. PANTOJA: Bueno es eso, pero déme licencia para que vaya a buscar algunas hierbas para que coma la hermana María y todos comamos. ABRAHÁN: En buen hora ve a buscarlas, pero lo que agora hiciste has de advertir que no hagas otra vez. PANTOJA: Yo le prometo de no comer una rama, si no es que acaso la hambre me hace quebrar la palabra. Vase PANTOJA. Pónese ABRAHÁN en oración y sale el DEMONIO, de pasajero DEMONIO: Entre las grutas de estas altas peñas guerra me hace el cristalino cielo, adonde es la palestra opacas breñas, y adonde yo con ansia y con desvelo de mi pesar intento hacer reseñas; si bien no me asegura mi recelo que vencedor saldré de esta batalla, pero con todo quiero presentalla. Aquí quiero fingir que derrotado, del tropel de mi gente me he perdido, y que en todo este monte no he hallado quien pueda consolar un afligido; que con esta cautela que he pensado y con este disfraz de mi vestido, para dar mayor lustre a aquesta historia, de aquestos dos vendré a tener victoria. ABRAHÁN: ¡Dulce Jesús! que en un madero, infame hasta que tú le diste honor y precio, tu sangre permitiste se derrame con algazara, grita y menosprecio; donde estás aguardando que te llame el que te ofende, masageta necio; recibe, gran Señor, del alma mía los himnos y alabanzas que te envía. DEMONIO: Agora que con Dios está embebido, porque de su coloquio se divierta, quiero dar voces y hacer algún ruido; quede frustrada su esperanza cierta de aquello que su intento ha pretendido; ciérrese con mi traza aquesta puerta, que si se cierra y abro otro portillo a mi poder se rendirá el castillo. [En voz alta] ¿Hay por ventura entre esta inculta breña quien movido de lástima me enseñe, sacándome de un risco y otra peña, el camino que obliga me despeñe? ¡Hola, pastores, dadme alguna seña, vuestra nota piedad no se desdeñe de poner en camino conocido al que por no saberle le ha perdido! Levántase ABRAHÁN: Voces oigo, sin duda son de gente que por las sendas de esta inculta sierra ha perdido el camino diligente; que como no se habita aquesta tierra, y su cumbre es altiva y eminente, al diestro pasajero le hace guerra; y pues es caridad, quiero piadoso sacarle de este trance riguroso. ¿Quién es el que vocea? DEMONIO: En este monte he perdido el camino, que siguiendo una mujer que imita otra Faetonte, viene buscando un hombre que va huyendo los rayos de su sol; que Laomedonte quise ser de su honor, y agora emprendo buscar por vario modo y peregrino a la mujer perdida y el camino, y antes que me le enseñes... ABRAHÁN: ¿Qué preguntas? DEMONIO: Que me digas si acaso entre estas breñas y entre estos riscos de cerúleas puntas una mujer has visto, cuyas señas la belleza del alba tiene juntas cuando derrama aljófar entre peñas, y es tanta su belleza y hermosura, que es al alba con ella noche oscura. ABRAHÁN: Después que entre estos riscos y peñascos hice palacio de sus pobres grutas y bóvedas cimbriadas de sus cascos, comiendo alegre sus silvestres frutas, sin que las sabandijas me den ascos ni alteración me causen fieras brutas, en el valle apacible ni entre peñas nunca he visto mujer con esas señas. ¿Pero qué te ha movido y obligado a venir a buscarla de esa suerte, y dejando el bullicio en despoblado ponerte a riesgo de una fiera muerte? DEMONIO: Ya que la causa de esto has preguntado y el referirla tengo a buena suerte, dame para contarla atento oído y sabrás la ocasión que me ha movido. Yo soy, para no cansarte, del Señor más poderoso, que entre brillantes doseles tiene levantado solio, hechura, y en tanto grado me aventajo de los otros privados suyos, que siendo príncipe majestüoso en lo galán y arrogante, en lo bizarro y airoso, sólo me faltaba entonces sentarme en su regio trono. Y aunque viéndome en la cumbre de la privanza, el abono de mi grandeza pudiera con aliento generoso levantarme a su real silla, sin que me hicieran estorbo los soldados que a su guarda asisten en varios coros, no lo pretendí hasta tanto que un secreto misterioso me reveló, siendo el caso tan ajeno y tan remoto de su grandeza, que quiso por extraordinario modo, levantar un hombre humilde, siendo formado de polvo de la tierra, a ser su imagen, y ponerle en tanto toldo que a pesar de los más nobles fuese superior a todos. Mas yo que de mi progenie era supremo pimpollo, y estaba patente y claro el agravio de mi tronco, porque no tuviese efecto lo que intentaba, convoco los que de mi parte pude, tocando el clarín sonoro de este agravio y de esta ofensa; y como si fuera aborto, rayo de preñada nube que, cuando el austro y el noto en su esfera se combaten, despide entre truenos sordos centellas que abrasan montes, rayos que desgajan olmos, y relámpagos que privan de su potencia a los ojos, entre envidioso y soberbio, si no es que lo tuve todo, quise sentarme a su lado, y vine a verme en tal colmo que lo hiciera, si en alférez, no hay que negarlo, brïoso más que ninguno de aquellos que asisten a su contorno, no me quitara la silla en que pretendí, hombro a hombro, sentarme al lado del rey. ¿Pero no has visto un arroyo que entre junquillo y trébol va caminando a lo sordo, y después en un peñasco topa, cuyo pie es tan hondo que para hacer de pasarle es menester que furioso, porque halla resistencia, se despeñe como loco, y el que era cristal entero se convierte en abalorio? Así yo, que antes corría manso, apacible y sonoro, con aquesta resistencia, aunque era joven, que el bozo me apuntaba entonces, di tal caída, que mi rostro quedó feo y denegrido con ser cándido y hermoso. Quitóme la silla al fin el que digo, y con enojo a mis intentos se opuso, siendo suficiente él solo para resistirme a mí y a los que fueron notorios secuaces míos; y el rey mandó que en un calabozo me aprisionasen, después que el delito criminoso se fulminó, decretando que en privación de su rostro me condena para siempre; y con riguroso modo desterrado de su reino me partí a reino remotos. Llegué desterrado, al fin, al reino de Monicongo, adonde me recibieron con rosas y cinamomos. Desde allí pasé a Cambaya, a la tierra de Geylolo, a Nirsinga y Gizarate, donde me ofrecieron oro, perlas, diamantes, jacintos, cornerinas y crisólitos; y anduve tantas provincias, que los más diestros cosmógrafos se cansaran de contarte las columnas, los cimborrios, los obeliscos, las torres, los arcos y mauseolos que en mi nombre levantaron. Mas porque no es a propósito el contarte aquestas cosas, quiero en términos más cortos decirte que llegué a Tebas, adonde miré unos ojos de la más rara hermosura que se halla de polo a polo. Y como el vendado dios no respeta regios tronos más que las chozas pajizas, sino que los trata a todos de una misma suerte, a mí, sin tirar balas de plomo, me rindió de tal manera que quedé perdido y loco. Enamoréme, en efeto, y cuando estaba en el golfo de mi pretensión mayor, pensando ser el dichoso que sus ojos mereciese, la boda se hizo con otro. Fuese de Tebas, y yo, enamorado y celoso, partí tras ella; mas cuando llegué a ver los promontorios de la ilustre Alejandría, que de esta tierra era el novio, supe que ya no gustaba sujetarse al matrimonio, y retirándose al monte, con infamia y con oprobio de su linaje, dejó los más que brillantes globos de azabache, con su ausencia, entre sirtes y entre escollos de murmuradoras lenguas, con capuces melancólicos; y como el aurora entonces quería esparcir el oro, los aljófares y perlas de su opimos tesoros, cobarde detuve el paso por ver que en montes y sotos la novia, airosa y bizarra, perlas llevaba en los ojos, oro en su terso cabello, rayos de luz en su rostro, en sus pies alas veloces, en su movimiento asombros, en sus labios tristes quejas, en sus acciones abono, porque con esta presteza iba a buscar a su esposo. Y yo que supe el suceso, como fugitivo corzo que herido de la saeta del cazador cauteloso, por buscar el cristal puro, con grita y con alboroto ya trepa los altos riscos, ya desgaja frescos chopos, ya deshace verdes flores, y ya destronca madroños, vengo sin alma y sin vida a ver si acaso en los hondos nichos de estas pardas peñas hallo, siendo venturoso, el sol de estos horizontes, de estos montes el Apolo, el aurora de estos valles, y el alba de aquestos sotos. ABRAHÁN: (La relación de esta historia Aparte me ha dejado tan absorto, que me ha sacado de mí, porque si bien la conozco, es de mi vida el suceso, de Lucrecia los oprobios, de mi amor la ingratitud. Pero, ¿qué es aquesto? ¿Cómo doy lugar al pensamiento que en sucesos amorosos se ocupe? ¡Tirad la rienda, razón superior! Corcovos no dé el caballo apetito, que si camina brïoso dará con la carga en tierra). DEMONIO: (En confusiones le pongo, Aparte y aquesto sólo pretendo). ABRAHÁN: (No hay que hacerle licencioso, Aparte que si se toma licencia es tan carnicero lobo que sin reparar en nada da con el alma en el lodo. Vamos, caballo, a la cueva, que allí de vuestros antojos ha de ser la disciplina el médico poderoso). Hace que se va DEMONIO: ¿Dónde vas sin responderme? ABRAHÁN: Con no responder respondo, que aquesa mujer no he visto. DEMONIO: Pues, ¿por qué te vas? ABRAHÁN: Conozco en la relación que has hecho y en el embuste notorio, que eres aquel enemigo que procura el mal de todos; y conversaciones tales son tratos muy peligrosos, y me está bien no hablar de eso. Dentro LUCRECIA: ¡Favor, cielos! ABRAHÁN: Voces oigo, y en la voz mujer parece. LUCRECIA: Detén el colmillo corvo, monstruo fiero. DEMONIO: (Ésta es Lucrecia. Aparte Sin duda aquí le provoco a que deje los peñascos, y otra vez se vuelva al golfo del mar, en que ha de perderse con amores y negocios). ABRAHÁN: Terrible ocasión es ésta. Yo me voy. DEMONIO: Aguarda un poco. LUCRECIA: ¡Favor me dad, cielo santo, pues me lo niega mi esposo! Baja LUCRECIA por un monte abajo rodando, ensangrentado el rostro, y cae a los pies de ABRAHÁN, como muerta ABRAHÁN: ¿Qué es esto, divinos cielos? DEMONIO: Funesto caso. ABRAHÁN: Espantoso. Llega el DEMONIO a ella DEMONIO: Infelice fue mi estrella, pues se ha vuelto en clavel rojo y en lilio morado y triste el cándido cinamomo de la beldad que buscaba. Parte corriendo a un arroyo, y del cristal fugitivo trae en tus búcaros toscos alguna parte con priesa, a ver si de aqueste asombro vuelve en sí. Hace ABRAHÁN que se va Pero no vayas, aguarda, sustenta un poco este pedazo de nieve, que yo iré más presuroso, que al fin como más me importa, iré como herido corzo. Vase el DEMONIO ABRAHÁN: Ya tus intentos penetro, ya tus maldades conozco, mas con el favor de Dios he de salir victorioso. ABRAHÁN la tiene entre los brazos ABRAHÁN: Ésta que tengo en mis brazos es Lucrecia, triste suerte, y vengo a ofrecerla en muerte los que en vida negué abrazos. En su muerte soy culpado, que si yo no la dejara, nunca la Fortuna avara la pusiera en tal estado. Sin duda no estuve en mí, pues debiendo venerarla, mujer no supe estimarla, y cuando cadáver sí. Conozco que ingrato he sido, mas no es mucho que lo fuese, temiendo que me impidiese el cuidado de marido. Subiré a los altos montes de la ciudad soberana, adonde la vista humana mira sacros horizontes, contemplando al Hacedor de aquesta máquina bella; mas no estimar esta estrella fue desprecio y fue rigor. Dejarla aquí no es cordura, antes viene a ser crueldad, y es género de impiedad el no darla sepultura. Pues, ¿qué he de hacer? Animarme, y ya que no fui su esposo, Tobías seré piadoso. El cadáver quiero echarme a cuestas, que esta ocasión no es ocasión de temer pues ya ha trocado su ser en ángel de otra región. A llanto provoca el verte, pero el llanto no me impida, que si fui Vireno en vida soy Eneas en la muerte. LUCRECIA: ¡Ay de mí! ABRAHÁN: Ya vuelve en sí. Ésta es mayor confusión, que aprieta más la ocasión; que si muerta la temí viviendo es más de temer, que es cosa dificultosa pelear con mujer hermosa y no dejarse vencer. Y ya parece que el alma siente no sé qué de amor; tente, apetito traidor, no pretendas llevar palma de mí, que si me combates con tus piezas de batir, para vencer el huír son agudos acicates. LUCRECIA: ¿Quién eres tú que entre piedras adornadas de rigor me has hecho aqueste favor donde tus brazos de hiedras han servido? No te ausentes, y ya que fuiste piadoso, no te muestres riguroso dejándome entre serpientes, entre tigres y panteras cuya espada de marfil marchitará de mi abril las floridas primaveras. Considera que tu traje publicando está piedad. No conviertas de crueldad lo piadoso del ropaje. Merezca por ser mujer, sola, triste y afligida, de este monte la salida. Fácil es esto de hacer, y pues sabes el camino, ponme en él, que es escabroso el monte, y busco a mi esposo que anda por él peregrino; que si le hallo, aunque es ingrato conmigo, será tu amigo. ABRAHÁN: Temo perderme contigo. LUCRECIA: ¿Por qué temes? ABRAHÁN: Porque el trato de una mujer suele hacer que se destruyan ciudades, y temo en estas soledades lo que puede suceder. Yo soy hombre, tú eres bella --lo que digo no te asombre-- y en la ocasión el más hombre no sabe escaparse de ella. Y así, encomiéndate a Dios, que yo no me fío de mí, porque si una vez hüí no estoy cierto hacerlo dos. LUCRECIA: ¿De quién una vez huíste? ABRAHÁN: De mi esposa. LUCRECIA: ¿De tu esposa? ABRAHÁN: Sí. LUCRECIA: ¿Por qué? ABRAHÁN: Porque era hermosa. LUCRECIA: ¿Por hermosa la temiste? ABRAHÁN: Sí, que un rara hermosura hace de Dios olvidarse, y es mujer aprisionarse que verse en tal desventura. LUCRECIA: Pues si estabas ya casado, ¿cómo pudiste dejarla? ABRAHÁN: La palabra llegué a darla, pero no fue consumado el matrimonio, y así fue mi sagrado el retiro. LUCRECIA: De tus razones me admiro. ABRAHÁN: Y yo de mirarte a ti. LUCRECIA: ¿Quién eres? ABRAHÁN: Saber no quieras en esta ocasión quién soy, pero un consejo te doy, y es que en estas cordilleras, ni en este monte fragoso, no gastes noches y días, porque entre estas piedras frías no hallarás a tu esposo; y aunque le halles será en vano el camino que has traído; y así busca otro marido que te dé palabra y mano, que el que una vez te dejó no te admitirá otra vez, porque el soberano Juez este pleito fulminó y así ha dado por sentencia que a cumplir no está obligado la palabra que te ha dado. LUCRECIA: ¿Conócesle? ABRAHÁN: En tu presencia le tienes. LUCRECIA: ¡Dueño y señor! Va a abrazarle ABRAHÁN: ¡Detén los brazos, Lucrecia! LUCRECIA: ¿Por qué tu rigor desprecia la firmeza de mi amor? ABRAHÁN: No es despreciarla. LUCRECIA: ¿Pues qué? ABRAHÁN: Recelos de ser vencido; y así, Lucrecia, te pido... LUCRECIA: No pidas, que no lo haré, como no sea asistir a tu lado. ABRAHÁN: ¡Aquesto no! LUCRECIA: Señor, ¿en qué te ofendió la que te desea servir, la que te estima y adora, y quien por buscarte a ti se ha enajenado de sí? ABRAHÁN: Reprime el llanto, señora. No derrames tantas perlas de las conchas de tus ojos si no quieres darme enojos, que si me humano a cogerlas, aquel dios que pintan ciego tiene tan grande poder, que con cristal saber hacer terribles montes de fuego. Y por no quemarme en ellos tus perlas coger no quiero, por no verme prisionero de tus perlas y cabellos. Que llanto y cabellos son, en los que se quieren bien --no condenes mi desdén-- estrechísima prisión. Y ya que libre me veo por un soberano instinto, volver a tal laberinto no lo tengo por granjeo. Y así, vuélvete, Lucrecia, a Tebas o Alejandría, pues ves que mi compañía por la de Dios te desprecia. Y pues escuchando estás que es forzoso el ausentarme, no te canses en buscarme porque ya no me hallarás. Vase ABRAHÁN LUCRECIA: ¡Aguarda, amado esposo, no te ausentes ingrato y riguroso! ¡Merezcan mis amores, por ser mujer siquiera tus favores! Mas, ¡ay de mí!, que vuela y por dejarme, ¡ay triste!, se desvela. Peñascos y altos riscos, servid de basiliscos, detened a mi dueño, pues veis me deja, ¡ay Dios!, en tanto empeño. Serranos labradores, acudid a mis quejas y dolores, mirad que en tantos males se convierten mis ojos en cristales. ¿Mas cómo si amor tengo en suspiros y quejas me detengo? Que si el alma se queja la causa de quejarse más se aleja. Gallardo pensamiento, que coturnos de viento te calzas y te vistes, no te detengas en discursos triste, volemos tras mi esposo que se trasmonta ingrato y presuroso, que Amor para seguirte alas me prestará de sirte en sirte; y cuando el duro trance no me permita, ¡ay triste!, que le alcance, en mi corta ventura me dará aqueste monte sepultura. Vase LUCRECIA. Sale MARÍA, vestida de un saco, y un libro en la mano MARÍA: Tres veces a bañarse en el piélago undoso ha llevado el planeta a sus caballos; y agora a tramontarse vuelve tan presuroso que parece que quiere despeñallos; y si yo refrenallos con mandarlo pudiera, con imperio lo hiciera; porque Abrahán, mi tío, ha mostrado en no verme gran desvarío, pues tres días ha estado sin que a darme lección haya llegado. Mas culparle no quiero, que pues él no ha venido, sin duda le ocupan importantes negocios, y ya infiero que le habrán detenido algunos pasajeros caminantes; pero quisiera antes que el sol se tramontara que a mi cueva llegara. Ruido dentro Mas aqueste rüido ya sin duda me dice que ha venido. Dentro DEMONIO: Entra, no estés cobarde, y del fuego en que penas haz alarde. Salta ALEJANDRO por una ventana y alborótase MARÍA MARÍA: ¿Qué es esto que estoy mirando? ¡Hombre! ¿Qué has hecho? ALEJANDRO: Sosiega el pecho, señora mía, serénense las estrellas de tus ojos; no te turbes, que no he venido a que viertas entre deshojadas rosas a un tiempo nácar y perlas; que sólo vengo a pedirte que tengas de mí clemencia, que te humanen mis pesares, que te lastimen mis penas, que te ablanden mis suspiros y mis ansias te enternezcan; que si no me favoreces en ocasión tan estrecha, verás de mi triste vida a tus plantas las exequias; porque ya no puede el alma ni el cuerpo hacer resistencia a los bienes que me faltan, a los males que me cercan al rigor que me combate, ni al furor que me atropella. Pero en estas ocasiones, si bien el alma es esfera breve para tanto sol como gira en tu belleza, puedes, reprimiendo arpones y resistiendo saetas, hacer que cesen mis males y que en bienes se conviertan. Y pues mi vida o mi muerte está en tu mano, no seas tan rigurosa que imites de aqueste monte las fieras. Ten piedad de quien te pide favor con tantas ternezas, pues son mis ansias bastantes para enternecer las piedras. MARÍA: Lo tierno de tus razones me obliga a que me suspenda, y a que piadosa pregunte quién eres; que por las señas de lo que has dicho no entiendo los males que te atormentan, los rigores que te acosan, ni el bien que de ti se aleja. ALEJANDRO: Ya que del papel del alma los caracteres y letras has borrado de Alejandro, el que su afición primera puso en tus ojos, si bien fue su afición tan honesta que a casamiento aspiraba, sin que pretendiese ofensas de tu honor; y ya olvidaste el favor que en tu edad tierna le hiciste con esperanzas de ser su esposa, oye atenta, oye advertida, y sabrás que es Alejandro el que llega a merecer tus favores, y suplicarte que tengas tal piedad, que no malogres tanto amor, tantas finezas como viven en mi pecho, pues ha dos años que reinan, después que tú te ausentaste, en el alma tantas penas, que es milagro que la vida las atropelle y las venza. Alejandro soy, María, y mi amor con tanta fuerza me combate, que me obliga que huyendo de su potencia escale aquesta ventana, y que ya el respeto pierda al retiro de estos bosques y al sagrado de estas puertas. Y sus rigores temiendo, vengo a que tú me defiendas, y a obligarte a ser piadosa para que me favorezcas. MARÍA: Alejandro, yo confieso que antes que habitase breñas se apoderaron del alma y de todas sus potencias los ardores de amor, de su fuego las centellas, de su poder los rigores, y que me hicieron sujeta a tu voluntad; mas ya como es tal la ligereza del tiempo, y es el que cura las amorosas dolencias, del papel de mi memoria se han borrado, y ya está quieta. Y así te ruego, Alejandro, que te apartes y diviertas de ese pensamiento loco; suplícote que te vuelvas, porque la estopa y el fuego, y más estando tan cerca, no están seguros; apaga lascivas concupiscencias, reprime incendios de amor que son tan grandes sus Etnas que ciudades arrüinan y enteros reinos asuelan. ALEJANDRO: Si de su poder conoces que lo más fuerte atropella, ¿cómo podré resistirle siendo débiles mis fuerzas? No te muestres rigurosa, humánete la firmeza de mi amor, que si con gusto no haces lo que te ruega este verdadero amante, el mismo Amor me aconseja que de su poder me valga y que el respeto te pierda. MARÍA: Sé más cortés, Alejandro. ALEJANDRO: No quiere Amor que lo sea. MARÍA: Vete, que vendrá mi tío. ALEJANDRO: De poco importa que venga. MARÍA: Mira que es Cristo mi esposo. ALEJANDRO: Respeto tener quisiera a ese nombre, mas no puedo. MARÍA: (¡Ay de mí!, que las centellas Aparte de amor parece que vuelven a encender cenizas nuevas en mi pecho. ¿Qué he de hacer?) Dentro DEMONIO: (Ya María titubea; Aparte prosigue en lo comenzado). MARÍA: (Allí las penas eternas Aparte me amenazan rigurosas, aquí la ocasión me aprieta, que Alejandro está resuelto y yo sola entre estas peñas. A Dios temo; amor me incita. No sé a qué parte me vuelva). Dentro DEMONIO: (¡Ea, espíritus lascivos, Aparte ayudadme en esta empresa!) ALEJANDRO: ¡Ay de mí! ¡Mi bien, María! MARÍA: ¿Qué he de hacer? ALEJANDRO: No te suspendas. MARÍA: Cálcense mis pies de plumas. Hace que se va ALEJANDRO: ¿Adónde vas tan ligera? MARÍA: A ver si puedo librarme de esta tirana potencia. Vase ALEJANDRO: De mi amor y de su furia no escaparás aunque vuelas, pues de aquesta celda breve está cerrada la puerta. Vase. Sale el DEMONIO DEMONIO: La suerte está echada, Furias. Incitadla de manera que ella quede esclava mía, llorando en cárcel perpetua, por este pequeño gusto, ansias, tormentos y penas. Salen ABRAHÁN y PANTOJA PANTOJA: Confuso, padre mío, y asombrado el caso me ha dejado. Diga, ¿con quién reñía en tal batalla y recia batería? Porque haber despertado con tanta pesadumbre y asustado, sin duda que a la cumbre llegó en tal ocasión la pesadumbre. ABRAHÁN: Mire, hermano Pantoja, los cuidados en sueños son pesados, y hay tal vez que los sueños parecen tan verdades que a sus dueños ponen en tal cuidado, que el cuidado soñado es más pesado. PANTOJA: ¿Pues, qué soñaba, a fe, por vida mía? ABRAHÁN: Soñaba que tenía una mansa ovejuela, y el lobo con astucia y con cautela, saltó de risco en risco, hasta hacer un portillo en el aprisco; y ella que ya afligida, de la garra feroz se vio oprimida, como podía balaba, pero el astuto lobo la apretaba. Y yo, viendo tal caso, cobrando brío, aligerando el paso, librarla pretendía de trance tan crüel, mas no podía. Y al fin, el fiero lobo de mi mansa ovejuela hizo robo. Ésta la causa ha sido del asombro que en sueños he tenido; yo le digo y confieso que me dio pesadumbre este suceso; mas heme consolado viendo que todo aquesto fue soñado. PANTOJA: Si nunca come cosa de provecho, ¿no ha de tener el pecho vestido de flaqueza, y es fuerza participe la cabeza de varias ilusiones? Las achicorias trueque y acerones en jamón y gallina, y verá como duerme y no adivina. ABRAHÁN: Deja esos disparates por agora. PANTOJA: ¿No ve que el alma llora, ver que por su flaqueza anda en tal ventisquero la cabeza, que le haga creer que el lobo en su mansa ovejuela hizo robo? ABRAHÁN: Vamos, hermano. PANTOJA: ¿Dónde, padre mío? ABRAHÁN: Donde la carne pierda un poco el brío, que está muy licenciosa. PANTOJA: Pues no hallo yo brïosa la mía, a fe de pobre. ABRAHÁN: Yo le digo que por hablar le tienta el enemigo; y así es bien que tomemos algo con que la carne refrenemos. PANTOJA: Yo en tomar fuera franco, si los ramales fueran tinto y blanco. Vanse los dos DEMONIO: ¡Victoria, infierno,! Ya cayó en el lazo la que guerra me hacía entre estas peñas. Ya se rindió a Alejandro, ya amorosa le recibió en sus brazos, ya no quiere que la deje y se vaya, ya le incita que la saque del monte, y él, cobarde, casi está arrepentido; mas ya es tarde, ya se ausenta y la deja, y ella triste detenerle presume, ya ha saltado por la misma ventana que había entrado, y ella como se mira desflorada, lo que más siente es verse despreciada. ¡Haga el infierno fiesta y regocijo! ¡Resuenen los horrendos instrumentos! ¡Celebre con aullidos esta historia, pues de María tengo ya victoria! Vase el DEMONIO. Sale MARÍA, mirando hacia el vestuario MARÍA: Agora que has gozado el ámbar de mi aliento, y el que era intacto lilio en violeta le has vuelto, te ausentas de esta suerte como corzo ligero. Olimpa soy burlada, y tú crüel Vireno. ¿Éstas son tus finezas? ¿Éstos son los requiebros? ¿Pero de qué me espanto? Que eres hombre y el serlo a ser ingrato obliga, porque es en todos ellos mayorazgo heredado, vinculado con sus yerros. Obras me prometías, ingratitudes veo, pues todas tus palabras fueron flores de almendro, que, locas, sin dar fruto, las que le prometieron, dejaron de ser flores con el rigor del cierzo. ¡Aguárdame, Alejandro! Corta el ligero vuelo a las veloces alas que te da el pensamiento. No te ausentes ufano, cuando me das por premio del gusto que te he dado pesares y tormentos. Ya voy tras ti, ¡no huyas! Pero en vano voceo, porque en gozando un hombre lo que tiene deseo, las finezas y amores convierte en menosprecios; y esto mismo Alejandro con esta acción ha hecho. ¿Qué puedo hacer,--¡ay triste!-- entre tantos desvelos, murada de pesares? Porque si miro al cielo, hallo que vibra rayos contra mí el Juez severo. El virginal tesoro, si a mí misma me vuelvo, veo que le he perdido. Si el infierno contemplo, hallo que por un gusto me aguarda fuego eterno. Si miro la ventana por donde entró el incendio de esta abrasada Troya, me aflige el pensamiento. Y la memoria triste la sirve de recuerdo de que se fue Alejandro, de que burlada quedo, de que a Dios he ofendido, y de que ya el desierto no sufrirá que viva con tan santo maestro como Abrahán, mi tío; que si llega a saberlo morirá de congoja, de pena y sentimiento. Pues, ¿qué he de hacer agora, cuando no hallo remedio, si no chocar con todo, y saliendo del yermo buscar al que ha causado tantos desasosiegos? Quedad con Dios, peñascos, y pues veis que me ausento, le diréis a mi tío, contando mi suceso, que voy, perdida el alma, a que se pierda el cuerpo. Vase. Sale ABRAHÁN, y PANTOJA trae una hierbas PANTOJA: Éstas son, padre Abrahán, las hierbas que en este monte he cogida; sabe Dios las penas y dolores que me ha costado el cogerlas, que como no son garrotes los dedos, sino de carne, pasa mucho quien las coge. ABRAHÁN: Premio tendrás en el cielo, pues tan piadoso socorres a quien molesta la hambre. PANTOJA: Padre, porque no se enoje las traigo, que a no enojarse, le aseguro que hay rincones bien vacíos en mi buche, y que gruñen como pobres mis tripas de ver que yo ando cogiendo acedones y no consiento probarlos. ABRAHÁN: Dios te lo pague; da voces a mi sobrina María, que se han pasado tres noches con sus días sin traerla que coma. PANTOJA: ¡Deo Gracias! ¡Oye! No responde. ABRAHÁN: A llamar vuelve. PANTOJA: ¡María, si no respondes comerémonos los dos las hierbas que en estos bosques he cogido para ti! ABRAHÁN: Ya hace que me alborote tanto silencio. ¡Sobrina! PANTOJA: Sus orejas son de bronce. ABRAHÁN: ¿Si está muerta? PANTOJA: Padre mío, a la ventana se asome y sabrá si está muerta o viva. ABRAHÁN: A la puerta quita el golpe; de esta confusión salgamos. Entra PANTOJA y vuelve a salir, y trae un saco en la mano PANTOJA: En todos cuatro rincones de la celda la he buscado. ABRAHÁN: ¿Y no está en ella? PANTOJA: No hay orden de verla; sólo este saco sobre unos troncos de roble estaba, señal forzosa que habita en otras regiones. ABRAHÁN: ¿Pues su cuerpo no parece? PANTOJA: ¡Ay de mí! Padre, no llores, que me obligará tu llanto a que mis mejillas moje. ABRAHÁN: Mi sobrina no parece; ¿quién duda que las feroces garras del astuto lobo, enemigo de los hombres en trozos habrá desecho esta corderilla pobre? Señor, que en brillante solio habitas en sacros orbes en cuyo trono querubes os cantan con dulces voces, no permitáis que Maria lo que ha granjeado malogre. Tenedla de vuestra mano, que si ella no la socorre será forzoso que caiga en abismos que la ahoguen. Si mis culpas han causado que vuestra justicia arroje contra mí rigores muchos, es eso es bien me conforme; pero atajad, Señor mío, tan insufribles rigores, y en el alma de María mancha de culpa no toque, que será el mayor castigo que podrás darme. Convoquen contra mí los elementos toda su furia. Amontonen rayos que me despedacen, centellas que me destrocen. PANTOJA: Vuelva en sí, padre Abrahán; mire que esas peticiones no está bien que se ejecuten, porque si acaso se ponen en ejecución, a mí, que vivo en aquestos montes, me alcanzará algún chispazo que me deje a buenas noches; y es mejor que en casos tales procuremos dar un corte. ABRAHÁN: ¿Qué remedio hallarse puede? PANTOJA: Que tomemos los bordones y partamos a buscarla. ABRAHÁN: Pantoja amigo, disponte a hacer este viaje; ve a buscarla aunque trastornes todo el mundo, que yo en tanto pediré en oraciones a Dios, que en este suceso haga lo que más importe. PANTOJA: Yo voy por darte este gusto. ABRAHÁN: Parte luego. PANTOJA: Adiós montes, que sin ser perro de muestra, voy a buscar quien me informe de un ave que de la jaula se salió sin capirote.
Salen MARDONIO y ALEJANDRO MARDONIO: Lindo tiempo, Alejandro, venís a Tebas. ALEJANDRO: ¿Por qué? MARDONIO: Porque sé que habéis de holgaros de ver un ángel mujer. ALEJANDRO: ¿Ángel mujer? MARDONIO: Sí, por Dios. ALEJANDRO: Dificultoso ha de ser, que la mujer más hermosa para mí demonio es. MARDONIO: ¿Desde cuándo acá, Alejandro, tenéis ese parecer? ALEJANDRO: No ha mucho. MARDONIO: ¿De qué ha nacido no estimar y aborrecer los sujetos mujeriles? Que si yo no me engañé, cuando os vi en Alejandría, el más silvestre clavel era de vos estimado. ALEJANDRO: Digo que razón tenéis; pero ya estoy diferente de aquello que entonces fue. MARDONIO: Lo que digo no ha mil años, pues decir puedo que ayer os vi tan enamorado que casi me lastimé de veros con tanto amor. ALEJANDRO: Habrá dos meses o tres que vivo con poco gusto. MARDONIO: ¿Y de qué nace? ALEJANDRO: De haber querido con mucho extremo, y como ordinario es aborrecer en gozando, ya aborrezco lo que amé. Y tan asustado vivo, después que el ámbar gocé de la boca que adoraba, que es imposible tener gusto, y es de tal manera que en mi pecho está un Babel de confusión, de tristeza, de pena y de tal desdén conmigo mismo, que yo no me puedo conocer. MARDONIO: Si de celos hay vislumbres, no me espanto; que tal vez suelen ser causa los celos que lo que se quiere bien se aborrezca y no se estime, si bien suele suceder ser acicates del gusto; mas cuando se llega a ver aquello que se sospecha, entonces forzoso es que en pena se trueque el gusto, y en acíbar lo que es miel, en rigores las blanduras, y en gualda la candidez. Y cuando pasan los celos desde sospecha a no ser mentira sino verdad, el amante más novel y el menos diestro en las armas de aquel rapacillo rey, el amor convierte en odio, y en olvido el bien querer. Y así no me espanto yo que vos disgustado estéis, si vuestra dama ha entregado a otro dueño el rosicler. ALEJANDRO: No, Mardonio, en este caso me han podido acometer los rigores de los celos, que seguridad hallé en el sujeto adorado, no sólo un mes y otro mes, sino algunos años; y antes que llegase a merecer ser dueño de su hermosura, tan de veras me entregué a la pasión amorosa, que sin poder conocer que imposibles intentaba, por todos atropellé, hasta que postré los muros de la que me hizo poner en tan notorio peligros; pero después que llegué a gozar, dichoso amante, de sus labios el clavel, de sus mejillas el nácar, de su hermosura la tez, de su aliento la fragrancia, y el donaire de su pie, todo yo tan otro estoy que, sin que llegue a altivez, la fragrancia es olor malo, los donaires son desdén, las hermosuras fealdades, el nácar amarillez, la nieve pura azabache, y aquella que imaginé cuando pretendí gozarla ser ángel más que mujer, demonio que me atormenta me parece ya. MARDONIO: No deis lugar a tantas quimeras. ALEJANDRO: No sé cómo pueda ser divertir a la memoria, porque es verdugo crüel que atormenta los sentidos. MARDONIO: En este mesón que veis aquí enfrente hay una moza de tal gracia y parecer que sabrá bien divertiros. ALEJANDRO: Por imposible tendré que en tantas melancolías pueda alegrarme. MARDONIO: No estéis tan triste, que su donaire es tal que puede vencer mayores dificultades; y para que os alegréis habemos de entrar allá; mas entrar no es menester que ya a la calle ha salido. Salen ÁLVAREZ, mesonero vejete, y MARÍA, como moza de mesón ÁLVAREZ: Ya te he dicho, no una vez sino muchas, que a los mozos no los trates con desdén, porque ellos solos, María, nos pueden enriquecer; y si a otro mesón se mudan, ya vez que me perderé. MARÍA: Yo lo haré de buena gana. ÁLVAREZ: Aqueso tienes que hacer, pues sólo en eso consiste nuestro mal o nuestro bien. Mas aquestos galancitos que vienen de tres en tres, con más tufos y guedejas que un caballo de alquiler lleva clines, y un frisón cernejas lleva en los pies, no hay que admitirlos, María, porque suele suceder pasar de burlas a veras; que en viendo que el otro es más bien visto de tus ojos, y que tú no haces de él tanto caso como él piensa, con su espadita y broquel quiere alborotar la casa, y sin respeto tener al dueño que en ella vive, se reviste de altivez, y con cólera prestada las manos querrá poner en tu rostro. MARÍA: Ya te entiendo; no es menester que me des más lección, que ya conozco todos los de este jaez, que piensan que por sus ojos bellidos una mujer ha de darles todo gusto; mas saldráles al revés, que yo estimo en más el rostro del rey de Jerusalén estampado en el metal que sabe muros romper, que cuantas hay valentías; porque en no trayendo argén el más valiente es cobarde, el más furioso es lebrel, y el que quisiere rendirme ha de dar, no prometer, que en mi opinión vale más un toma que dos daré. Porque como la promesa de tiempo futuro es, cuando llega a ser presente, si presente llega a ser, es con tal limitación que sólo promesa fue. ÁLVAREZ: Filósofa estás, María. MARÍA: No te espantes que lo esté, que es maestra la experiencia, y son los hombres de quien aprendemos cada día. MARDONIO: ¿Qué hay, Álvarez? ÁLVAREZ: Ya lo ves, señor Mardonio. MARDONIO: Este hidalgo, tan galán como cortés, hoy a Tebas ha llegado, y en ella tiene que hacer unos negocios que importan, y quisiera su merced, porque tiene buenas nuevas de la posada, escoger el ella algún aposento. ALEJANDRO: ¡Cielos! Aquí es menester Aparte gran prudencia; ésta es María, la que en el monte gocé, que viéndose despreciada, de entre una y otra pared donde estaba recogida, ha salido, y ya seré más ingrato que hasta aquí si no la estimo). ÁLVAREZ: Escoged, señor hidalgo, la pieza que a propósito os esté, que mi persona y mi casa a vuestra plantas tenéis. ALEJANDRO: A tales ofrecimientos es forzoso agradecer con el alma y con la vida, y así digo que tendréis en mí un esclavo. MARÍA: (Alejandro Aparte aquel caballero infiel, causa de todos mis males es éste. ¿Qué puedo hacer sino callar y sufrir? Que alguna ocasión tendré en que mi sentir le diga. ÁLVAREZ: Hija María, ya ves que es forzoso aquí el cuidado. MARÍA: Digo, señor, que pondré en servirle diligencia. ALEJANDRO: ¿Es hija vuestra o mujer? ÁLVAREZ: No, señor, crïada mía. ALEJANDRO: Es extremada. ÁLVAREZ: Diréis, si acabáis de conocerla, que por mi buena vejez el cielo me la ha traído al mesón. ALEJANDRO: Digo y diré que es mesonera del cielo, y que puede el mismo rey servirse de ella. MARÍA: Señor, suplico a vuesa merced no se gaste en alabarme, que lo que soy yo me sé, y aunque fuera mucho menos no me engañará otra vez. ALEJANDRO: ¿Cuándo te he engañado yo? MARÍA: Digo, señor, que me erré. Esta vez quise decir, y a decirlo vuelvo... ALEJANDRO: ¿Qué? MARÍA: Que mi gusto, bueno o malo, no se guisa para él; para guisar la comida, para la sala barrer, para limpiarle la cama, y cosa de este jaez, eso sí, mas para esotro... Santíguase ¡Dios me defienda! ALEJANDRO: ¿Por qué? MARÍA: Porque en sus ojos he visto que tiene traza de ser Vireno si soy Olimpa; y a una mujer no está bien rendirse a quien puede darla acíbar, absintio y hiel por amores y requiebros. Hace que se va ALEJANDRO: ¿Adónde vas? MARÍA: Voy a hacer lo que toca a su regalo. ALEJANDRO: Nunca mayor le tendré que mirar tus bellos ojos. ¡Oye! ¡Escucha! MARÍA: Tome diez higas por ese favor; mas no tiene para qué requebrarme, que es en vano, porque no me hará creer, según en sus ojos veo, que ha de ser firme. MARDONIO: ¿No es del cielo la mesonera? ALEJANDRO: Digo que razón tenéis, y pienso que ha de ser parte para alegrarme; traed, huésped, algo que cenemos. ÁLVAREZ: Como un viento lo traeré. MARDONIO: ¿Queréis quedaros aquí? ALEJANDRO: Siquiera volved después, porque intento divertirme. MARDONIO: ¡Quedad con Dios! ALEJANDRO: ¡Id con él! Vanse MARDONIO y ÁLVAREZ ALEJANDRO: Mesonera del cielo, cuyos ojos brillantes, con fulgores cambiantes abrasan todo el suelo; un Etna, un Mongibelo en mi pecho se encierra; Amor me hace ya guerra después que vi tus ojos; no aumentes mis enojos, cuando en venturas tales vienes a ser ocaso de mis males. Melancólico y triste a Tebas he llegado, y en tu donaire he hallado el aliento que me diste; los rigores resiste que a mostrar comenzaste; no des conmigo al traste, ya que mi suerte ha sido tanta que he merecido que mis melancolías se conviertan en gusto y alegrías. MARÍA: Caballero alevoso, villano mal nacido, Rómulo fementido, Zopiro cauteloso, ¿cómo agora amoroso pretendes mis favores, cuando de mis rigores es bien la furia pruebes, porque las nuevas lleves a los hombres ingratos que fuiste amante de villanos tratos? ¿Tan presto te olvidaste de la traición que hiciste, cuando atrevido fuiste que el honor me quitaste? ¿Cómo no reparaste, cuando por la ventana entraste, tigre hircana, con aliento bizarro y con mayor desgarro, que quedando burlada había de ser leona deshijado? Pues, ¡vive Dios, ingrato! Sácale la espada Ya que me ocasionaste, después que me gozaste con alevoso trato, que perdiese el recato a la nobleza mía; que de tu alevosía has de pagar agora con tu espada traidora la culpa merecida, que amante tal no es bien que tenga vida. A Dios tengo ofendido, a mi honor deslustrado, y lo que había ganado del todo se ha perdido; por tu causa he venido a ser mujer perdida; buena fui recogida, pero ya soy tan mala, que Taís no me iguala, y soy tan gran ramera que me rindo a dar gustos a cualquiera. Y pues soy flor ajada de tu villana mano, defenderte es en vano de una tigre enojada; que mujer despreciada, sin que el infierno tema, no se abrasa y se quema en furias y rigores sintiendo los dolores del fuego que ha encendido un masageta necio y atrevido. Y así no ha de espantarte cuando enfrascada en vicios, de quien por sacros juicios tú vienes a ser parte, que pretenda matarte. Vale a dar y repara con la daga ALEJANDRO: El furor que te altera suspende. ¡Aguarda, espera! MARÍA: ¿Cómo esperarme puedo, si la cólera heredo de serpiente pisada, y de mujer resuelta y agraviada? ALEJANDRO: Yo confieso, María, que te sobran razones, y el decirme baldones no juzgo a villanía; pero el rigor desvía retírese tu enojo, que ya por tu despojo el alma se confiesa, pues gana e interesa, volviendo a recobrarte, más glorias que en el mundo tuvo Marte. MARÍA: ¿Cómo quieras que crea que agora verdad tratas, si entre riscos y matas, con hazaña tan fea robaste la presea que más a Dios agrada, mas de ti no estimada; pues luego en aquel monte, perjuro Laomedonte, apenas la robaste cuando, pirata necio, te ausentaste? ¿Entonces no decías, derramando cristales, que curase tus males y tus melancolías: Con ansias y porfías, ¿no intentaste ablandarme, mas fue para engañarme? Y así, aunque viertas perlas, no tengo de cogerlas; porque en trance tan fuerte no es crecido rigor el darte muerte. ALEJANDRO: Entonces yo confieso que con exceso amaba, y que poco faltaba para perder el seso; pero de aqueste exceso --viéndote consagrada a la deidad sagrada-- saqué ser atrevido, y que Dios ofendido mucho de mí estaría, pues en su misma esposa le ofendía; y lleno de temores por tanto barbarismo, me aborrecí a mí mismo huyendo sus rigores; pero ya que de amores tratas, bella María, el amor que tenía vuelve a cobrar aliento; y hago juramento a tu misma belleza de aventajar los montes en firmeza. MARÍA: De firmezas no trato, que la mayor firmeza para mí es la riqueza; interés es mi trato; ya he tocado a rebato, a mi honor hago guerra; ya soy en esta tierra pública pecadora; aquél más me enamora que me ofrece más oro, y de quien más paga es mi tesoro. Pero tú, fementido, no intentes combatirme con decir serás firme, pues tan ingrato has sido, que si hubieras traído copia de cornerinas y las que el alba finas congela varias perlas, más quisiera perderlas que volver a rendirme a quien no quiso ser amante firme. Y así, vete, villano, que por no lisonjearte ya no quiero matarte Arroja la espada con tu espada y mi mano; mas también será en vano pretender ser mi amante, que porque más te espante, cuando te muestras tierno antes me iré al infierno que vuelva a sujetarme a quien sólo ha querido deshonrarme. Vase MARÍA ALEJANDRO: ¡Escucha, aguarda, espera! Hipogrifo violento, no te calces de viento, no camines ligera a superior esfera; reprime tus rigores, estima mis amores; mas ¿cómo si amor tengo no la sigo y prevengo del rigor ablandarla, pues alas me da Amor para alcanzarla? Vase ALEJANDRO. Salen PANTOJA, de peregrino a lo gracioso, y ÁLVAREZ PANTOJA: ¿Cuánto habrá que aquesta moza tiene en casa? ÁLVAREZ: Casi dos meses. PANTOJA: ¿No más? ÁLVAREZ: No. PANTOJA: ¡Por Dios! Que mucha hermosura goza. ÁLVAREZ: ¿No es muy linda? PANTOJA: Es extremada; y, si de espacio viniera, sólo por ella, asistiera con gusto en esta posada. Mas voy de priesa, así no me puedo detener; pero yo haré por volver con brevedad por aquí sólo por verla. El camino es menester que me enseñe, para que no se despeña este pobre peregrino. ÁLVAREZ: Ya le digo que es pasando aquella cuesta de enfrente, donde está una hermosa fuente de sí misma murmurando, hay dos caminos inciertos adonde los peregrinos, ignorando los caminos, se pierden por los desiertos. Porque el de mano derecha, que tira hacia Alejandría, aunque se anda cada día, es una sendita estrecha; que por ser las peñas tantas, no se deja hollar la tierra, y así hacen cruda guerra a las peregrinas plantas. Y el que está al izquierdo lado, si bien no es menos estrecho, hace camino derecho al desierto tan nombrado de la Tebaida de Egipto; con esto no hay más que hacer, y si acertare a volver por aquí, será infinito el gusto que me dará volviéndose a la posada, donde a su persona honrada en todo se acudirá cuanto hubiere menester. PANTOJA: ¿Y ha de ser de balde? ÁLVAREZ: No que no puedo darle yo cosa de balde. PANTOJA: Ofrecer a costa de mi dinero lo que tengo de yantar, cosa es digna de estimar; pero, hermano mesonero, más merced le hago yo en tenerme por su amigo, pues viene a ganar conmigo dos tantos que le costó. ÁLVAREZ: ¡Pícaro, infame, bellaco! ¿Qué modo de hablar es ése? PANTOJA: Eso de pícaro cese, que, por Cristo, que si saco atrás el pie y el bordón esgrimo como yo suelo, que a su pesar bese el cuelo. ÁLVAREZ: Poquito a poco, bribón. PANTOJA: Muchito a mucho, vejete. ÁLVAREZ: Poco a poco, pordiosero. PANTOJA: Mucho a mucho, mesonero. ÁLVAREZ: ¡Hijo de puta! PANTOJA: ¡Alcahuete! ÁLVAREZ: Eso es poco y mal hablado. PANTOJA: Esotro es mucho aunque poco. ÁLVAREZ: Vete noramala, loco. PANTOJA: Vete tú, desvergonzado. ÁLVAREZ: ¡Sucio, mientes, por San Pablo! PANTOJA: ¡Y tú más, por Cristo eterno! ÁLVAREZ: ¡Váyase con el infierno! PANTOJA: ¡Y él se quede con el diablo! Vanse cada uno por su parte. Sale LEONATO LEONATO: ¿Hasta cuándo, cuidados, tan bien sufrido como mal premiados, por caminos inciertos, entre riscos pelados y desiertos de habitación humana, tengo de andar tras una tigre hircana, despeñado Faetonte, en este inculto como altivo monte: Lucrecia no parece, el aliento y la fuerza desfallece, los pies están cansados, sólo tengo los bríos alentados; ¿mas de qué sirven bríos si son tan infaustos los sucesos míos? Siéntase Al pie de aquesta fuente que desperdicia aljófar su corriente, al son de sus cristales quiero hacer un recuerdo de mis males; que el mal comunicado suspende un poco al dueño desdichado. Fuentecilla, ya veo que no puedo alcanzar lo que deseo, y me tendréis por loco cuando se estima mi fineza en poco; mas el ciego vendado sus dorados arpones me ha tirado, y estoy de tal manera que olvidarla no puedo aunque quisiera. Ya que no puedo hallara, cristal puro, ¿qué haré para olvidarla? Sale LUCRECIA vestida de pieles en lo alto de un monte, de manera que venga a estar encima de la fuente LUCRECIA: Divertir la memoria de tal suceso y de tan triste historia, es lo más acertado. LEONATO: En esta fuente un eco ha resonado. ¡Ay, Dios, si en ella hallase remedio con que el mal se minorase, qué dichoso fuera! LUCRECIA: Justo será que la memoria muera de laberinto tanto; que andar de risco en risco y canto en canto entre tanta espesura, sin tener esperanzas, no es cordura. LEONATO: Parece que los ecos que salen de estos cóncavos y huesos formando desengaños, procuran libertarme de mis daños. LUCRECIA: Refrene el pensamiento alas veloces que le presta el viento, que dejar remontarle a superior esfera es despeñarle, y más cuando no hay medio que pueda ser de tanto mal remedio. LEONATO: ¡Oh, tú, que entre cristales vienes a ser remedio de mis males! Si eres acaso monstro con alma racional, descubre el rostro; que no es bien me lecciones poniéndome en mayores confusiones. LUCRECIA: Alma, si el trance es fuerte, y has de ser alma en pena hasta la muerte, ¿de qué sirve brïosa en torno de la luz ser mariposa, si al fin, al fin el fuego te ha de abrasar con tal desasosiego? LEONATO: Verdades apuradas salen de entre estas rocas empinadas, si no es que aquesta fuente, dando voz al cristal de su corriente, viendo mi mal notorio convierte en lengua el líquido abalorio, para que no me vuelva, sátiro bruto de esta inculta selva. Asómase a la fuente Pero, ¡cielos! ¿Qué veo? Éste, si no me engaña mi deseo, el rostro es de Lucrecia, si bien la vista, ya turbada y necia, desmintiendo su traje, me la muestra vestida de salvaje. ¡Oye, Lucrecia mía! LUCRECIA: Un hombre con extraña fantasía mirándose en la fuente que hace sierpes de plata en su corriente, a voces me ha llamado; sin duda que mi rostro retratado en el cristal ha visto. ¿Cómo en bajarle a ver tanto resisto? Sin duda me conoce, pues le obliga mi vista se alboroce. ¿Si es Abrahán, mi esposo, que ya pretende, tierno y amoroso, volver a ser mi dueño? LEONATO: El alma tengo ya en mayor empeño. ¿Dónde, Lucrecia, has ido? ¡No vuelvas a privarme de sentido! ¡Lucrecia! Va bajando LUCRECIA por el monte, y quédase en la mitad del monte sin bajar LUCRECIA: ¿Quién llama? LEONATO: Quien a su costa tan de veras ama, que por buscarte sólo, como Clicie divina el sacro Apolo, sin saber reportarme, me he visto a pique ya de despeñarme. LUCRECIA: Dime presto tu nombre, que hace el no conocerte que me asombre. LEONATO: Yo soy, Lucrecia hermosa, Leonato, a quien amor rinde y acosa con extremo crecido; y es tanto extremo que me trae perdido hasta gozar tus ojos, a quien se rinde el alma por despojos. Yo soy aquél que en Tebas, viéndome de ti amado, tuve nuevas que fuiste a Alejandría para dejar entonces de ser mía; supe también que en ella te desprecia tu esposo por ser bella, y en tan funesto estado quiso dejarte por no ser casado. Yo, viendo tu desprecio, cuya beldad adoro, estimo y precio, amante desvalido, por el inculto monte te he seguido, sin que nuevas hallase con que mi amor gigante sosegase, hasta agora que el cielo quiso en mis males darme este consuelo. Baja, baja, señora, estima esta lealtad de quien te adora; a Tebas nos volvamos, donde con gusto y con paz los dos seamos, uno el olmo, otro hiedra, que con lazos estrechos amor medra. Y pues ya que tu esposo no quiso ser contigo venturoso, goce yo esta ventura, que lo será gozar de tu hermosura, como grande desdicha si no llego a gozar de aquesta dicha. LUCRECIA: Bien quisiera ser parte para poder, Leonato, consolarte, y agradecer quisiera la relación que has hecho verdadera de firme enamorado, pero yo vengo a hallarme en tal estado y en tan estrecho empeño después que me entregaron a otro dueño, que, olvidando el ser mía, toda yo me entregué al de Alejandría. Y, aunque no consumado fue el matrimonio por infausto hado, tan de firme me precio que del mayor monarca hago desprecio; y así, Leonato, deja la pasión amorosa que te aqueja; que viviendo mi esposo, no pretenda ninguno ser dichoso, porque ha de ser en vano intentar que a otro amante dé la mano --esto, Leonato, es cierto-- hasta que sepa que mi esposo es muerto. Vase por arriba LEONATO: ¡Oye, Lucrecia, escucha! Muévete la pasión que en mi alma lucha. Mas si eres Atalanta, Hipómenes seré para tu planta; que mostrándome fiero para vencerte en curso tan ligero, no con manzanas de oro sacado de las minas del Peloro, sino con limpio acero, al que llamas esposo verdadero le quitaré la vida si de otra suerte ho has de ser vencida. Vase sacando la espada. Salen PANTOJA, de peregrino, y ABRAHÁN, de hermitaño ABRAHÁN: ¿En efecto, mi sobrina con tanta disolución hace vida en un mesón? PANTOJA: Ella corrió la cortina a la vergüenza, y allí a quien la paga mejor ofrece gusto mayor, aunque sea el gran Sofí. ABRAHÁN: Búscame, Pantoja amigo, un vestido de soldado, que quiero ser disfrazado de su liviandad testigo. Y para que efecto tenga, ve volando a Alejandría, y pide de parte mía el dinero que convenga. PANTOJA: De tu pensamiento apelo. ¿Qué es lo que quieres hacer? ABRAHÁN: Si puedo, que llegue a ser la mesonera del cielo. PANTOJA: ¿Y quién te ha de acompañar, señor, en esta ocasión? ABRAHÁN: Tú, que sabes el mesón. PANTOJA: Bien me quisiera excusar, si puede ser, de ir contigo. ABRAHÁN: ¿Por qué? PANTOJA: Porque cuando fui con el vejete reñí y quedó muy mi enemigo, y si me vuelve a coger en su casa, es ocasión de alborotar el mesón. ABRAHÁN: Pantoja, aquesto ha de ser; y pues yo estaré a tu lado, no hay que temer el partido. PANTOJA: Señor, yo soy mal sufrido; y vestido de soldado, si él dice palabras tales que yo me llegue a enfadar, no le puedo convidar a cerezas garrafales. ABRAHÁN: Enseñarásme el mesón, y luego podrás volverte ya que temes de ponerte en semejante ocasión. PANTOJA: ¿Adónde me he de volver? ABRAHÁN: A la entrada del lugar, y allí podrás aguardar; que antes del amanecer estaré contigo yo. PANTOJA: Plegue a Dios que ello aciertes, y que no haya algunas muertes en el caso. ABRAHÁN: Aqueso no, que lo sabré disponer mejor que imaginas tú. PANTOJA: Lléveme a mí Bercebú, si no hay harto que temer. ABRAHÁN: Vamos, y pierde el recelo que te enfada y amohina, que ha de ser hoy mi sobrina la mesonera del cielo. PANTOJA: Vamos; mas, por Cristo eterno, si llueven palos en mí, que vendrá a ser para mí mesonera del infierno. Vanse los dos. Salen ALEJANDRO y MARDONIO MARDONIO: ¿Cómo va de amores? ALEJANDRO: Mal. MARDONIO: ¿Por qué? ALEJANDRO: Porque con rigores corresponde a mis amores. MARDONIO: No vi condición igual, ni sé qué pueda decir, viendo que por varios modos hace buena cara a todos y a vos no os quiere admitir. Y me da que sospechar, mirando tales resabios, que de por medio hay agravios que la obligan a mostrar ceño y capote con vos. ALEJANDRO: Que tiene razón confieso de hacer conmigo este exceso. MARDONIO: Ya sabéis que entre los dos estrecha amistad ha habido; y así decirme podéis si satisfacción tenéis de mí, que secreto he sido, la causa de este desdén. ALEJANDRO: Corta nuestra amistad fuera si agora parte no os diera de mi mal o de mi bien. Ya os acordáis que llegué a Tebas con poco gusto, y que nació este disgusto de una mujer que gocé. MARDONIO: Sí, me acuerdo. ALEJANDRO: Pues, Mardonio, es ésta misma; y en fin este humano serafín se me convirtió en demonio después que de su hermosura gocé el néctar soberano, que me obligó a ser tirano al verla en una clausura, adonde a Dios dedicada con mucho gusto asistía; y viendo que le ofendía con acción tan arrojada, temiendo de su rigor la rigurosa sentencia, determiné hacer ausencia olvidado de mi amor. Y como agora la vi sin estas obligaciones, a mis antiguas pasiones con más fuerza me volví. Y responde que seré, cuando la digo mi amor, falso, perjuro y traidor más que cuando la gocé. MARDONIO: En parte tiene razón; que una mujer agraviada, de su agravio hace espada y peto de su pasión. Y si da en aborrecer, aunque amor la haya rendido, es el odio más crecido que fue el amor y el querer. ¿Qué pensáis hacer agora? ALEJANDRO: Fáltame hacer un papel, y esme forzoso ir por él antes que salga el aurora; y a la vuelta la diré que vuelva a estimar mi amor. MARDONIO: Si yo soy de algún valor para serviros, lo haré. ALEJANDRO: Satisfecho estoy de vos, y así os pido que me deis licencia. MARDONIO: Vos la tenéis. ALEJANDRO: Con Dios quedad. MARDONIO: Id con Dios. Vase cada uno por su parte. Salen PANTOJA y ABRAHÁN, éste también a lo soldado con gran cabellera PANTOJA: Ya que habemos llegado al puerto de los dos tan deseado, ésta es, señor, la puerta del mesón; y pues sabes que está cierta con este mesonero la pesadumbre, yo volverme quiero, donde en el prado ameno aquesta noche dormiré al sereno, contando las estrellas, si acaso el sueño me dejare vellas, hasta que a la mañana María sirve al monte de Dïana. ABRAHÁN: Darte quiero ese gusto, pero llama primero. PANTOJA: Aqueso es justo. ¡Álvarez! ¿Hay posada? Dentro ÁLVAREZ ÁLVAREZ: Tan limpia como siempre y aseada. Entren vuesas mercedes. PANTOJA: Con aquesto, señor, quedarte puedes. Vase PANTOJA ÁLVAREZ: Sea muy bien venido. ABRAHÁN: La fama de esta casa me ha traído hoy a posar en ella, porque además de ser hermosa y bella con excesivos modos la mesonera, como dicen todos, también me han informado que el dueño del mesón es muy honrado. ÁLVAREZ: Por lo menos deseo servir a los que me honran con aseo. ABRAHÁN: Bien el talle publica que vuestra voluntad de todo es rica. Algo vengo cansado, y descansar quisiera. ÁLVAREZ: Aderezado tendrá el aposento la moza que decís, que es como el viento. ABRAHÁN: Si no os causa disgusto, por decirme que tiene muy buen gusto, esta noche quisiera que fuera, si gustáis, mi compañera. Mi intento tenga efecto, que no formaréis quejas os prometo. Tomad estos doblones y buscad qué cenar. ÁLVAREZ: A los varones de vuestra traza y modo, a servir con cuidado me acomodo. Yo hablaré a la moza, que mil donaires en su aliento goza, y sin darme disgusto haré que acuda a daros ese gusto. ¡Sirvan luces, María! Sale MARÍA con dos velas encendidas en dos candeleros, y pónelas en un bufete MARÍA: Aguardando en las manos las tenía. ÁLVAREZ: ¿Qué os parece el despejo? ABRAHÁN: (¡Ay, querida sobrina! ¡Ay, claro espejo! Aparte quebrado por mis males! Reprimid, corazón, vuestros raudales. Es su gran bizarría más que la fama publicado había). ÁLVAREZ: María, aqueste hidalgo quiere verte esta noche. MARÍA: Si yo valgo para hacerle ese gusto, desde luego, a su gusto yo me ajusto. ABRAHÁN: (¡Ay, cielos! ¿Quién dijera Aparte que tal facilidad en ella hubiera?) Vamos al aposento. (Alentad vuestros bríos, pensamiento, Aparte que de estas liviandades y de aquestas lascivas libertades, con el favor divino, por modo extraordinario y peregrino, dejando el ser ramera, vendrá a ser de los cielos mesonera. Toma MARÍA una vela, y va delante de ABRAHÁN y quédase ÁLVAREZ ÁLVAREZ: ¡Por San Pedro y San Pablo, que en el mesón se ha desatado el diablo! Tratemos de la cena, que con tal huésped la tendremos buena; porque hablando verdades, después que yo pasé mis mocedades y jóvenes ardores, el oro y el comer son mis amores. Toma la vela y vase. Salen MARÍA con la vela, y después de ponerla en el bufete, corre una cortina adonde estará una cama muy bien aderezada, y ABRAHÁN MARÍA: ¿No ha de cenar su merced? ABRAHÁN: Ya para cenar es tarde; demás que no hay para mí mejor cena que gozarte; porque mirando tus ojos y lo airoso de tu talle, es tanto lo que te adoro que el gusto se satisface. MARÍA: Avisaré, según eso, que de la cena no trate mi señor. ABRAHÁN: Decirlo puedes. MARÍA: ¡Oye vusted, señor Álvarez! Dentro ÁLVAREZ: ¿Qué dices, hija María? MARÍA: Que su merced no se canse en aderezar la cena, que no quiere más faisanes que gozar de mi hermosura. Dentro ÁLVAREZ: Háganme de aquesos males los huéspedes que vinieren, cuando yo quiero sentarme a comer. ABRAHÁN: Cierra la puerta. Hace que se cierra MARÍA: Ya está cerrada con llave. ABRAHÁN: Está bien. MARÍA: Agora puede en esta silla sentarse. ABRAHÁN: ¿Por qué dices que me siente? MARÍA: Porque quiero descalzarle para que nos acostemos. ABRAHÁN: Aún es temprano, bastante tiempo nos queda, María. MARÍA: Ya es razón acomodarme con su gusto. ABRAHÁN: Eres discreta. MARÍA: Ya no quiere acostarse, me ha de conceder licencia que los cabellos aparte de su rostro. ABRAHÁN: Norabuena, que es lo que pides tan fácil, que fuera estimarte en poco no hace lo que tú gustares. Apártale los cabellos, y túrbase, y pónese de rodillas MARÍA: ¡Señor! (¿Qué es aquesto, cielo? Aparte Mi tío en aqueste traje?) ABRAHÁN: ¿Qué es esto? MARÍA: ¡Señor! ABRAHÁN: ¡Sobrina! ¿Tú con tantas libertades? ¿Tú con tal desenvoltura? ¿Tú con liviandad tan grande? ¿Tú tan pública ramera, que hasta en las soledades de tu torpeza y locura las peñas han hecho alarde? ¿No eres tú la que en el monte eras tenida por ángel? ¿Cómo por estas torpezas el ser ángel olvidaste? ¡María, corazón mío! ¿Quién fue causa que trocases el angelical vestido por éste que nada vale? Si del infernal dragón convertido en tigre y áspid fuiste combatida entonces, y diste contigo al traste, ¿no era mejor que acudieras, pues era el remedio fácil, a decírselo a tu tío, que yo, aunque malo, en tal trance pidiera a Dios con suspiros y con penitencias grandes, que de tales tentaciones te librara como padre? ¿Tu santidad, qué se ha hecho? ¿Dónde están tus humildades: ¿Adónde tus devociones? ¿Cómo tan presto trocaste la santidad por el vicio, la abstinencia por la carne, por el regalo el ayuno, y los bienes por los males? Vuelve en ti, mitad del alma; ya tus durezas ablanden pedazos del corazón convertidos en cristales. Mas como estás enfrascada en vicios y vanidades, y como tras un pecado pecados encadenaste, no querrás volverte a Dios, no procurarás llamarle, no intentarás reducirte, porque los vicios son tales que si en el alma una vez comienzan a amontonarse, del infierno hacen su cielo, y gusto de los pesares. ¡Ea, sobrina María!, que si del cielo cerraste las puertas con tus pecados, la penitencia las abre. Vuelve en ti, mira por ti; no aguardes a que se pase el verdor de tus abriles, de tu hermosura el donaire, el nácar de tus mejillas, de tus ojos lo brillante, el oro de tu cabello, de tus perlas en engaste, el marfil de tu garganta y los bríos de tu sangre, que si pasa todo aquesto, y llega la inexorable parca que a nadie perdona, mal podrá recuperarse el tiempo desperdiciado en locuras y maldades. Mira que corre tormenta el mar en que te embarcaste, y hay escollos peligrosos en que se rompa la nave. Coge las velas, María, de culpas descarga el lastre, y como diestro piloto que en furiosas tempestidades se abraza con el timón acude tú al gobernalle. Éste es Cristo, que en el árbol de la cruz, un tiempo infame, derramó con abundancia sangre y agua en que te laves. Y si acaso te enmudece el tener cuenta que darle de tantas maldades tuyas, no temas, nada te empache, que yo tomo a cuenta mía, sobrina, desde este instante, dar cuenta de todas ellas a aquel tribunal grande como piadoso, terrible, donde disculpas no valen. Pero para tu descargo derramaré tanta sangre que se conviertan las piedras en rubíes y granates. Mira que por reducirte he tomado aqueste traje, me he fingido deshonesto, y he llegado a enamorarte. Vamos al monte, María, estas lágrimas te ablanden, estos suspiros te muevan, estas ansias te contrasten, que allí para tus heridas, tan graves y penetrantes, seré médico que aplique medicinas saludables. MARÍA: ¿A qué corazón de peña no harán, padre, que se ablande tus afectos y ternuras? Dos veces eres mi padre, dos veces eres mi tío; y así debo regraciarte el salir por tu ocasión de cautiverio tan grave. Llévame donde quisieres, mas temo que han de matarte, si saben de aqueste robo los que fueron mis galanes; y así es menester recato, para que de ellos te escapes. Demás de esto, mis vestidos, que más que un tesoro valen, ¿qué haré de ellos? ABRAHÁN: Poco importa perderlos porque te ganes. En silencio está la noche, y así no debe alterarte lo que sucederme puede, que como tu alma se gane, atropellaré brïoso mayores dificultades. MARÍA: Vamos, pues, padre Abrahán, que quiero que desde hoy me llamen la mesonera del cielo, que es el mejor hospedaje. Vanse los dos. Sale PANTOJA PANTOJA: Mucho Abrahán se tarda, y ya la noche parda, con la brillante luz del alba hermosa ser retira y ausenta presurosa; y así es forzoso empeño volver a la posada de mi dueño a ver qué ha sucedido; mas, ¡por Cristo, que [ya] siento rüído! Hay ruido dentro No me contenta nada el ver aquesta gente alborotada. Sale ÁLVAREZ huyendo de ALEJANDRO, con espada desnuda ALEJANDRO: ¡Villano fementido! ¿Dónde mi sol radiante está escondido? ¿Adónde está María? ÁLVAREZ: El no saberlo es la desdicha mía. ALEJANDRO: ¡No me mientas, villano! PANTOJA: ¡Oh, si acabase de apretar la mano, por lo menos me holgara que un "persignum" le diera por la cara! ALEJANDRO: ¡Acaba de decirlo! PANTOJA: Y tú de persignarle con un chirlo. ÁLVAREZ: Anoche un huésped vino, con extraordinario modo y peregrino, cuyo talle mostraba ser espejo, según representaba, de santidad perfeta, y éste... ALEJANDRO: ¿Qué? ÁLVAREZ: Se ha llevado la maleta, y porque el mal me sobre, con llevarla me deja triste y pobre. ALEJANDRO: Huésped con tanto brío, éste sin duda fue Abrahán su tío. A buscarle partamos, que aunque le oculte el monte entre sus ramos, o la celeste esfera, en buscarle seré garza ligera. Vanse los dos PANTOJA: Esto está en mal estado; mejor es acogernos a sagrado. Vase. Sale el DEMONIO como antes DEMONIO: Lleno de rabia y furor vuelvo a mirar estos riscos, donde habitan basiliscos que dan vida a mi dolor; que no puede ser mayor mi dolor y mi pesar, que ver volver a ganar a un pecador convertido todo lo que había perdido con pecar y más pecar. ¿Quién imaginar pudiera que tan pública mujer, ya sujeta a mi poder, de mis prisiones saliera, y que penitencia hiciera con tan alentado brío, que echara por tierra el mío? Mas, ¿de quién formo querella, si es Dios el que me atropella con superior poderío? Pero ya me vengaré del mismo Dios en María, que mi cautela y porfía, ha de darla un puntapié, y a su pesar volveré a rendirla y sujetarla, que quien supo derribarla de la alteza en que la vi, el mismo soy que ante fui para poder conquistarla. De poco han de aprovechar disciplinas y silicios, yo la volveré a los vicios a pesar de su pesar; ya se acabó de azotar ya se quiere recoger; mas mi cautela ha de hacer, por ser negocio importante, que todo el mundo se espante de mi fuerza y mi poder. Sale MARÍA, vestida con saco, cogiendo unas disciplinas MARÍA: Al paso, inmenso Señor, que solté la rienda al vicio, voy pagando de mis culpas las penas entre estos riscos; que aunque es verdad que su cuenta las ha tomado mi tío, es bien quien gozó los gustos que goce de los castigos. Licencioso el cuerpo fue, y es razón que el cuerpo mismo pague a costa de su sangre lo que cometió atrevido. Y para lavar mis culpas tributa el corazón mío por las bombas de los ojos aljófares de hilo en hilo. Y la regalada carne, de tantos males principio, para pagar deudas tantas destila granates líquidos. Todo es poco a lo que debo, paga es corta a mis delitos, pena es breve a tanto infierno como tengo merecido. Pero vos, Señor inmenso, piadoso, manso, benigno, los holocaustos pequeños hacéis grandes sacrificios. Oveja soy que perdida me salí de vuestro aprisco, pero ya me ha vuelto a él lo dulce de vuestro silbo. La mesonera del cielo me llamaron en el siglo, mejor fuera me llamaran mesonera del abismo; pues tantos por mi ocasión, llevados de su apetito, fueron a ser moradores del eterno precipicio. Pero ya que nombre tal me pusieron los lascivos, no pretendo que este nombre, Señor, se entregue al olvido, sino que todos me llamen, estando en vuestro servicio y gozándoos en el cielo, mesonera a lo divino. DEMONIO: Eso no será si puedo. MARÍA: ¿Quién en los cóncavos nichos de estas encumbradas peñas y pirámides altivos esparce voces al viento? DEMONIO: Yo soy, lucero de Egipto, que presuroso a buscarte desde Tebas he venido. MARÍA: ¿Qué quieres? DEMONIO: Decirte quiero que te muevan los suspiros, las congojas y ternezas las ansias y parasismos con que Alejandro te busca; que si no le das alivio en tan crecido rigores y en males tan excesivos, serás culpada en su muerte; sácale de este peligro, líbrale de aqueste riesgo e intricado laberinto. Mira que a todos importa la vida de este Narciso; no permitas que se trueque el gualda y cárdeno lirio el nácar de sus mejillas, lo alentado de su brío, lo airoso de sus acciones, que será rigor crecido, cuando puedes remediarle no lo hacer; y pues es rico, dándole palabra y mano de esposa, que es permitido, puedes remediar sus males, quedando con este arbitrio, Alejando con la vida y tú honrada con marido. MARÍA: ¿Qué te obliga a persuadirme con tal fuerza? DEMONIO: Ser mi amigo Alejandro y darme pena verle en tan grande conflicto. MARÍA: ¿Pena te da de su pena? Ya te entiendo, basilisco, ya penetro tus embustes, tu embeleco está entendido. Ya conozco que pretendes volverme otra vez al siglo, para que me enrede más en disparates y vicios; mas no lograrás tu intento, que si hasta agora he vivido para el mundo, ya estoy muerta; y aunque vivo yo no vivo, porque vive ya en mi alma la misma verdad que es Cristo, y viviendo Cristo en ella poco importan tus bramidos. Y así, vuélvete, león, rugiente donde has venido, que siendo de Cristo esposa poco has de medrar conmigo. Vase MARÍA DEMONIO: ¿Hay más penas? ¿Hay más rabia? ¿Hay más tormento? ¿Hay martirio más grave que darme pueda --¡Ay, de mí!--el infierno mismo? Pero, ¿para qué me quejo? ¿Para qué en balde doy gritos, pues viene a ser mis quejas para más oprobio mío? Vase. Salen LEONATO, con la espada desnuda, y LUCRECIA tras él LUCRECIA: ¿A dónde vas, Leonato? LEONATO: A dar la muerte con aleve trato al que impide mis bienes. LUCRECIA: Detén la furia con que al monte vienes, que aunque mi esposo muera, tengo que ser contigo tigre fiera. LEONATO: Yo sé que con su muerte te mostrarás, Lucrecia, menos fuerte. LUCRECIA: Repara en que es cansarte imaginar que tengo yo de amarte. LEONATO: Cuando no hagas mi gusto, vendré a tenerle en darte ese disgusto. Vanse. Sale ABRAHÁN, vestido de hermitaño ABRAHÁN: Inmenso Hacedor del orbe, que habitáis en solio eterno, en cuyo brillante trono os cantan dulces Orfeos, ya sabéis que por librar de aquel lobo carnicero a mi sobrina María me fingí ser deshonesto; y para más animarla dije que sobre mi cuello cargaba sus graves culpas, y que en el juicio tremendo de vuestra justicia sacra, donde ninguno hay exento, estarían por mi cuenta; y así, Señor, os ofrezco estas penitencias pocas, que hago en aqueste desierto. Mas de vos saber quisiera si aquesta ovejuela ha vuelto a vuestro rebaño sacro, libre del infernal perro que intentó despedazarla, tan feroz como hambriento. Cantan dentro MUSICOS: "Para que contento vivas, en este triste destierro, y porque te satisfagas, escucha, Abrahán, atento: Con tanta fuerza volaron al soberano hemisferio los suspiros de María, que en ángel la convirtieron." Córrese una cortina, adonde en una cueva, al pie de una cruz, estará MARÍA, vestida con saco, como muerta, y a su lado un ángel que le pone una corona, y prosigue la MÚSICA "De aquesta manera premia el Consistorio supremo lágrimas que derramaron los que culpas cometieron. Y aunque desenvuelta y libre fue mesonera del suelo, la hacen hoy sus penitencias mesonera de los cielos." ABRAHÁN: Agora, Señor divino, sí que moriré contento, pues he visto por mis ojos favor tanto y tanto premio. Sale PANTOJA corriendo PANTOJA: ¿Qué haces, padre Abrahán, tan elevado y suspenso, cuando vienen en tu busca para quitarte el aliento, lleno de furia un vejete, endemoniado un mancebo, fuego echando por los ojos, y por la boca veneno? Salen ÁLVAREZ y ALEJANDRO, con espadas desnudas ÁLVAREZ: Entre estas rocas altivas dicen que estaba encubierto. ALEJANDRO: Agora, santo fingido, pagarás tu atrevimiento. ¿Dónde tienes a María? ABRAHÁN: Amigos, yo no la tengo. Levántase ALEJANDRO: ¿Del mesón no la sacaste? ABRAHÁN: Sí, saqué. ALEJANDRO: ¿Pues, qué es aquesto? ¿Cómo dices que no tienes, la que de Tebas fue espejo, sol claro de Alejandría, y de estos montes lucero? ABRAHÁN: Porque no la tengo yo. ALEJANDRO: ¿Quién la tiene, pues? ABRAHÁN: El cielo tiene su alma y la tierra tiene solamente el cuerpo; veis aquí lo que ha quedado. ALEJANDRO: A tus pies, padre, confieso De rodillas mi culpa, pues por mi causa huyó de aquestos desiertos. ÁLVAREZ: Perdóneme a mí también. De rodillas PANTOJA: No perdone al mesonero. ABRAHÁN: ¿Por qué? PANTOJA: Porque fue alcahuete por todos caminos diestro. ABRAHÁN: Yo os perdone, mas importa que haya enmienda, que es severo el Juez, y a quien no se enmiende le castiga con infierno. Dentro LUCRECIA LUCRECIA: ¡Huye, querido Abrahán! PANTOJA: ¿Otro demonio tenemos? Salen LEONATO, con la espada desnuda, y LUCRECIA tras él LEONATO: Pagarás, Lucrecia ingrata, de esta suerte tus desprecios. ALEJANDRO: ¡Detén la espada, Leonato! LEONATO: ¿Tú, Alejandro, en este puesto? ¿Quién al monte te ha traído? ALEJANDRO: Amigo Leonato, celos; pero ya los he dejado. ABRAHÁN: Leonato, ¿aquestos excesos de qué nacen? LEONATO: De haber visto en Lucrecia tal desprecio, que me desprecia por ti, y publica que teniendo vida su querido esposo, son vanos mis pensamientos; y así matarte quería. ABRAHÁN: Haz cuenta, pues, que estoy muerto, Lucrecia, y dale la mano. LUCRECIA: Ya le he dicho que pretendo morir en aqueste monte, sin que me goce otro dueño. LEONATO: Pues si estás determinada, y reducirte no puedo a que conmigo te cases, desde aquí a Tebas me vuelvo. ALEJANDRO: Yo no, que con tu licencia, si estar contigo merezco, pretendo mudar de vida. PANTOJA: Y el hermano mesonero, ¿qué pretende hacer? ÁLVAREZ: Volverme a mi mesón. PANTOJA: Yo lo creo, que los que una vez se enseñan a dar gato por conejo, aunque Dios llame a la puerta, no abren a su llamamiento. ABRAHÁN: A Dios le demos las gracias, y sepultura a este cuerpo. ALEJANDRO: Demos, porque tenga fin la mesonera del cielo.