La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

De su amor

Eleuterio Sosa-Espina era un joven siniestro, bonachón a medias un tanto bruto no obstante pícaro, simpáticamente cínico, remilgado y flaco, ojos de buitre y nariz prominente; pero, por sobre todo, Eleuterio era orgulloso. Apenas la naturaleza le dotó de Con sus ojos de buitre Eleuterio oteó a su alrededor. Allí en un rincón, junto al macizo bloque de la puerta, una jovencita acompañada por su chaperona rezaba sumida en su rosario. Sin dejar de atusarse el bigote, Eleuterio se le acercó sonriéndole provoc Eleuterio, que previamente había estudiado el terreno, sabía con qué familia tenía que entendérselas, pero él era un Sosa-Espina y eso lo tranquilizaba.
Pasó el tiempo y periódicos ramos de flores encendidas, premunidos de finas esquelas amorosas, fueron llegando a la casa de Elvira. Don Lupercio y señora miraban tranquilos el desarrollo de los acontecimientos. Los encuentros casuales de la parejita fuero Para sus amigos Eleuterio vivía de una herencia; para los González, de inversiones en las salitreras nortinas. En su casi inexistente conciencia, Eleuterio se conformaba con ser un caballero.
Las conversaciones en casa de la novia versaban casi siempre sobre el amor, pero como cada vez que se trata este tema se cae indefectiblemente en el asunto del dinero, era finalmente don Lupercio el que se quedaba con la palabra, hablando de cifras e inve Algún tiempo después, mientras almorzaban don Lupercio expresó filosófico: "En verdad, aquello de hacer inversiones en las salitreras era ganarse el dinero en balde, realmente un robo". Elvira, que oía esto mientras pelaba una naranja, enterró con fuerza

En la primavera del año 1906, Elvira se paseaba por la Alameda, que es una especie de avenida sin álamos que aún hoy existe en Santiago, con un grupo de amigas que, inquietas, esperaban a alguien. El aguardado era un héroe que pronto se les juntaría y que Su llegada no se hizo esperar. Calzaba botas altas; barba espesa le cubría la cara tostada, en la cual sobresalían dos enormes ojos de buitre, medio ocultos por el ancho sombrero. Fue presentado. "Cuente, cuente", corearon las muchachas. Él tomó aliento y Elvira sintió un ardor dentro del pecho esa voz esos ojos. Un nombre salió de sus labios: "Eleuterio".
Juan Requena, que no era otro que Eleuterio Sosa-Espina, como no es difícil adivinar, entornó los párpados, se mesó la barba y taconeando con sus botas preguntó cortésmente: "Su cara me es conocida. ¿No ha estado usted alguna vez en París?" Elvira, lívida El tercero y definitivo encuentro con Eleuterio ocurrió dos años después, a escasos meses de la desgracia (Ludmira y Lupercio habían muerto, con semanas de diferencia, debido a las agudas libaciones con cerveza "La Patria", dejándola sola y heredera de un Elvira, agobiada por la pena y la responsabilidad que significaba la mayor industria cervecera del país, mandó a llamar a un abogado para que liquidase todos sus negocios. Pensaba retirarse a vivir de las rentas y a buscar, ¿por qué no?, un compañero para El abogado llegó una mañana, muy temprano. Era un hombre de aspecto bonachón, afeitado y pulcramente vestido; usaba levita y traía un maletín de cuero negro. "Licenciado Concha, a sus órdenes", dijo a modo de saludo. Por sus ojos de buitre Elvira reconoci Nos saltamos el lapso transcurrido entre los años 1908 y 1918, incluida la Gran Guerra, en que el orgulloso Eleuterio se dedica a gastar en forma mesurada el dinero de su mujer.
Del matrimonio no nacen hijos, pero como a quien Dios no le da hijos el Diablo le da sobrinos, unos huérfanos, hijos de una hermana de Eleuterio, se van a vivir con la familia. Estos huerfanitos, ya bastante crecidos, se dedican por entero al billar, depo Llega el año 20 y los sobrinos, tomando por primera vez los libros de estudio, van a la Federación de Estudiantes dando voces de rebeldía. Los obreros también salen a la calle dando voces, cambia el gobierno, pero la situación sigue para ellos exactamente Los huérfanos, poeta el uno y futbolista el otro, se dedican exclusivamente a sus faenas. Eleuterio, siempre orgulloso, toma la manía de coleccionar estampillas y escribe largas cartas sin respuesta, sobre curiosidades filatélicas, al rey de Inglaterra. E Pasan los años. Los sobrinos, aprovechando un corto veraneo de los dueños de casa, se marchan llevándose gran parte del mobiliario. Diez años más tarde aparecen a la cabeza de un partido político de tendencias nacional-socialistas.
Se van el tiempo y el dinero que aún resta a la familia. Eleuterio se torna cada vez más parco y orgulloso. Las raras veces que el matrimonio conversa lo hace con monosílabos. La crisis del año 30 da un rudo golpe a las finanzas familiares. En el país apa En casa de los Sosa-Espina González se guardan las apariencias en forma excepcional: al almuerzo una lujosa entrada, en seguida un decorado postre y, finalmente, té, té que se repite al desayuno, a la cena, a toda hora, en todo momento en que sea necesari Llegan los malos momentos. En un amago de incendio se le quema a Eleuterio su hermosa colección de sellos postales. Ante tan irreparable descalabro él permanece en silencio, con orgulloso estoicismo.
Elvira ha dejado ya de ser benefactora de su parroquia. Eleuterio se deja nuevamente crecer mostachos; sus ojos de buitre relucen como nunca; deja de hablar.
Un mal día para la familia Eleuterio empieza a agonizar, pleno de orgullo, sentado en el salón, con una mano en la punta de su bigote. Antes de morir llama a Elvira. "Ven a ver cómo muere un Sosa-Espina", dice. Y muere.

 

 

 

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