Miguel de Cervantes de Saavedra
Personas que hablan en ella:
Salen ARLAXA, mora, y ALIMUZEL, moro ARLAXA: Es el caso, Alimuzel, que, a no traerme el cristiano, te será el Amor tirano, y yo te seré crüel. Quiérole preso y rendido, aunque sano y sin cautela. ALIMUZEL: ¿Posible es que te desvela deseo tan mal nacido? Conténtate que le mate, si no pudiere rendille; que detener al herille el brazo, será dislate. Partiréme a Orán al punto, y desafiaré al cristiano, y haré por traerle sano, pues no le quieres difunto. Pero, si acaso el rigor de la cólera me incita y su muerte solicita, ¿tengo de perder tu amor? ¿Está tan puesto en razón Marte, desnuda la espada, que la tenga nivelada al peso de tu afición? ARLAXA: Alimuzel, yo confieso que tienes razón en parte; que, en las hazañas de Marte, hay muy pocas sin exceso, el cual se suele templar con la cordura y valor. Yo he puesto precio en mi amor: mira si le puedes dar. Quiero ver la bizarría deste que con miedo nombro, deste espanto, deste asombro de toda la Berbería; deste Fernando valiente, ensalzador de su crisma y coco de la morisma, que nombrar su nombre siente; deste Atlante de su España, su nuevo Cid, su Bernardo, su don Manuel el gallardo por una y otra hazaña. Quiero de cerca miralle, pero rendido a mis pies. ALIMUZEL: Haz cuenta que ya lo ves, puesto que dé en ayudalle todo el cielo. ARLAXA: Pues, ¿qué esperas? ALIMUZEL: Espero a ver si te burlas; aunque para mí tus burlas siempre han sido puras veras. Comedido, como amante, soy, y sólo sé decirte que el deseo de servirte me hacer ser arrogante. Puedes de mí prometerte imposibles sobrehumanos, mil prisioneros cristianos que vengan a obedecerte. ARLAXA: Tráeme solamente al fuerte don Fernando Saavedra, que con él veré que medra y se mejora mi suerte; y aun la tuya, pues te doy palabra que he de ser tuya, como el hecho se concluya a mi gusto. ALIMUZEL: Quizá hoy oirán los muros de Orán mi voz en el desafío, y aun de los cielos confío, que luz y vida nos dan, que han de acudir a mi intento con suceso venturoso. ARLAXA: Parte, Alimuzel famoso. ALIMUZEL: Fuerzas de tu mandamiento me llevan tan alentado, que acabaré con valor el imposible mayor que se hubiere imaginado. ARLAXA: Ve en paz, que de aquesta guerra la vitoria te adivino. [Vase] ARLAXA ALIMUZEL: ¡Queda en paz, rostro divino, ángel que mora en la tierra, bizarra sobre los hombres que a guerra a Marte provoca[n], a quien de excelencias tocan mil títulos y renombres; en estremo poderosa de dar tormento y placer, yelo que nos hace arder en viva llama amorosa! Que[da] en paz, que, sin tu sol, ya camino en noche escura; resucite mi ventura la muerte deste español. Mas, ¡ay, que no he de matalle, sino prendelle y no más! ¿Quién tal deseo jamás vio, ni pudo imaginalle? [Vase] ALIMUZEL. Salen Don ALONSO de Córdoba, conde de Alcaudete, general de Orán; Don FERNANDO de Saavedra; GUZMÁN, capitán; FRATÍN, ingeniero FRATÍN: Hase de alzar, señor, esta cortina a peso de aquel cubo, que responde a éste que descubre la marina. De la silla esta parte no se esconde; mas, ¿qué aprovecha, si no está en defensa, ni Almarza a nuestro intento corresponde? D. ALONSO: El cerco es cierto, y más cierta la ofensa, si ya no son cortinas y muralla de vuestros brazos la virtud inmensa. Donde el deseo de la fama se halla, las defensas se estiman en un cero, y a campo abierto salta a la batalla. Venga, pues, la morisma, que yo espero en Dios y en vuestras manos vencedoras que volverá el león manso cordero. Los Argos, centinelas veladoras, miren al mar y miren a la tierra en las del día y las nocturnas horas. No hay disculpa al descuido que en la guerra se hace, por pequeño que parezca, que pierde mucho quien en poco yerra; y si aviniere que el cabello ofrezca la ligera ocasión, ha de tomarse, antes que a espaldas vueltas desparezca: que, en la guerra, el perderse o el ganarse suele estar en un punto, que, si pasa, vendrá el de estar quejoso y no vengarse. En su pajiza, pobre y débil casa se defiende el pastor del sol ardiente que el campo agosta y la montaña abrasa. Quiero inferir que puede ser valiente detrás de un muro un corazón medroso, cuando a sus lados que le animan siente. Entra un SOLDADO SOLDADO: Señor, con ademán bravo y airoso, picando un alazán, un moro viene y a la ciudad se acerca presuroso. Bien es verdad que a veces se detiene y mira a todas partes, recatado, como quien miedo y osadía tiene. Adarga blanca trae, y alfanje al lado, lanza con bandereta de seguro, y el bonete con plumas adornado. Puedes, si gustas, verle desde el muro. D. ALONSO: Bien de aquí se descubre; ya le veo. Si es embajada, yo le doy seguro. D. FERNANDO: Antes es desafío, a lo que creo. [Sale] ALIMUZEL, a caballo, con lanza y adarga ALIMUZEL: Escuchadme, los de Orán, caballeros y soldados, que firmáis con nuestra sangre vuestros hechos señalados. Alimuzel soy, un moro de aquellos que son llamados galanes de Melïona, tan valientes como hidalgos. No me trae aquí Mahoma a averiguar en el campo si su secta es buena o mala, que él tiene deso cuidado. Tráeme otro dios más brioso, que es tan soberbio y tan manso, que ya parece cordero, y ya león irritado. Y este dios, que así me impele, es de una mora vasallo, que es reina de la hermosura, de quien soy humilde esclavo. No quiero decir que hiendo, que destrozo, parto o rajo; que animoso, y no arrogante, es el buen enamorado. Amo, en fin, y he dicho mucho en sólo decir que amo, para daros a entender que puedo estimarme en algo. Pero, sea yo quien fuere, basta que me muestro armado ante estos soberbios muros, de tantos buenos guardados; que si no es señal de loco, será indicio de que he dado palabra que he de cumplilla o quedar muerto en el campo. Y así, a ti te desafío, don Fernando el fuerte, el bravo, tan infamia de los moros cuanto prez de los cristianos. Bien se verá en lo que he dicho que, aunque haya otros Fernandos, es aquel de Saavedra a quien a batalla llamo. Tu fama, que no se encierra en límites, ha llegado a los oídos de Arlaxa, de la belleza milagro. Quiere verte; mas no muerto, sino preso, y hame dado el asumpto de prenderte: mira si es pequeño el cargo. Yo prometí de hacello, porque el que está enamorado, los más arduos imposibles facilita y hace llano. Y, para darte ocasión de que salgas mano a mano a verte conmigo agora, destas cosas te hago cargo: que peleas desde lejos, que el arcabuz es tu amparo, que en comunidad aguijas y a solas te vas de espacio; que eres Ulises nocturno, no Telamón al sol claro; que nunca mides tu espada con otra, a fuer de hidalgo. Si no sales, verdad digo; si sales, quedará llano, ya vencido o vencedor, que tu fama no habla en vano. Aquí, junto a Canastel, solo te estaré esperando hasta que mañana el sol llegue al Poniente su carro. Del que fuere vencedor ha de ser el otro esclavo: premio rico y premio honesto. Ven, que espero, don Fernando. Vase [ALIMUZEL] D. ALONSO: Don Fernando, ¿qué os parece? D. FERNANDO: Que es el moro comedido y valiente, y que merece ser de Amor favorecido en el trance que se ofrece. D. ALONSO: Luego, ¿pensáis de salir? D. FERNANDO: Bien se puede esto inferir de su demanda y mi celo, pues ya se sabe que suelo a lo que es honra acudir. Déme vuestra señoría licencia, que es bien que salga antes que se pase el día. D. ALONSO: No es posible que ahora os valga vuestra noble valentía. No quiero que allá salgáis, porque hallaréis, si miráis a la soldadesca ley, que obligado a vuestro rey mucho más que a vos estáis. En la guerra, usanza es vieja, y aun ley casi principal a toda razón aneja, que por causa general la particular se deja. Porque no es suyo el soldado que está en presidio encerrado sino de aquél que le encierra, y no ha de hacer otra guerra sino a la que se ha obligado. En ningún modo sois vuestro, sino del rey, y en su nombre sois mío, según lo muestro; y yo no aventuro un hombre que es de la guerra maestro por la simple niñería de una amorosa porfía; don Fernando, esto es verdad. D. FERNANDO: ¡De extraña reguridad usa vuestra señoría conmigo! ¿Qué dirá el moro? D. ALONSO: Diga lo que él más quisiere; que yo guardo aquí el decoro que la guerra pide y quiere; y della ninguno ignoro. D. FERNANDO: Respóndasele, a lo menos, y sepa que por tus buenos respetos allá no salgo. GUZMÁN: No os tendrá por esto el galgo, señor don Fernando, en menos. D. ALONSO: Lleve el capitán Guzmán la respuesta. GUZMÁN: Sí haré, y, ¡voto a tal!, si me dan licencia, que yo le dé al morico ganapán tal rato, que quede frío de amor con el desafío. D. ALONSO: Respondedle cortésmente con el término prudente que de vuestro ingenio fío. Vanse Don ALONSO y FRATÍN GUZMÁN: ¿Queréis que, en vez de respuesta, os le dé una mano tal, que se concluya la fiesta? D. FERNANDO: Que me estará a mí muy mal eso, es cosa manifiesta. Sólo a mí me desafía, y gran mengua me sería que otro por mí pelease. Mas si el moro me esperase allí siquiera otro día, yo le saldré a responder, a pesar de todo el mundo que lo quiera defender. GUZMÁN: ¿En qué os fundáis? D. FERNANDO: Yo me fundo en esto que pienso hacer: el lunes soy yo de ronda, y, cuando la noche esconda la luz con su manto escuro, arrojaréme del muro a la cava. GUZMÁN: Está muy honda y podríais peligrar. D. FERNANDO: Póneme en los pies el brío mil alas para volar. Todo aquesto de vos fío. GUZMÁN: Ya sabéis que sé callar. Dejadme salir primero, porque de mi industria espero que saldréis bien deste hecho. D. FERNANDO: Sois amigo de provecho. GUZMÁN: Sí, porque soy verdadero. Vanse, y salen ALIMUZEL y CEBRIÁN, su criado, que en arábigo quiere decir `lacayo o mozo de caballos' ALIMUZEL: Átale allí, Cebrián, al tronco de aquella palma; repose el fuerte alazán mientras reposa mi alma los cuidados que le dan. Aquí a solas daré al llanto las riendas, o al pensar santo en las memorias de Arlaxa, en tanto que al campo baja aquél que se estima en tanto. Baja la cabeza CEBRIÁN y vase ¡Venturoso tú, cristiano, que puedes a tus despojos añadir el más que humano, que es querer verte los ojos del cielo que adoro en vano! Y más que pena recibo desto que en el alma escribo con celoso desconcierto: que a mí me quieren ver muerto y a ti te quieren ver vivo. Pero yo no haré locura semejante; que, si venzo, o por fuerza o por ventura, daré a mis glorias comienzo, dándote aquí sepultura. Mas, si te hago morir, ¿cómo podré yo cumplir lo que Arlaxa me ha mandado? ¡Oh triste y dudoso estado, insufrible de sufrir! Parleras aves, que al viento esparcís quejas de amor, ¿qué haré en el mal que siento? ¿Daré la rienda al rigor, o al cortés comedimiento? Mas démosla al sueño agora; perdonadme, hermosa mora, si aplico sin tu licencia este alivio a la dolencia que en mi alma triste mora. Échase a dormir, y sale al instante NACOR, moro, con un turbante verde [NACOR]: Mahoma, ya que el Amor en mis dichas no consiente, muéstrame tú tu favor: mira que soy tu pariente, el infelice Nacor. Jarife soy de tu casta, y no me respeta el asta de Amor que blande en mi pecho, un blanco a sus tiros hecho, do todas sus flechas gasta. Y más, y no sé qué es esto, que, con ser enamorado, soy de tan bajo supuesto, que no hay conejo acosado más cobarde ni más presto. Desto será buen testigo el ver aquí mi enemigo dormido, y no osar tocalle, deseando de matalle por venganza y por castigo. Que esté celoso y con miedo, por Alá, que es cosa nueva. ¿Llegaré, o estarme he quedo? ¿Cortaré en segura prueba este gordïano enredo? Que si éste quito delante, podrá ser que vuelva amante el pecho de Arlaxa ingrato. Muérome porque no mato; oso y tiemblo en un instante. [Sale] el capitán GUZMÁN, con espada y rodela GUZMÁN: ¿Eres tú el desafiador de don Fernando, por dicha? NACOR: No tengo yo ese valor; que el corazón con desdicha es morada del temor. Aquél es que está allí echado; moro tan afortunado, que Arlaxa le manda y mira. GUZMÁN: Paréceme que suspira. NACOR: Sí hará, que está enamorado. GUZMÁN: ¡Alimuzel! ALIMUZEL: ¿Quién me llama? GUZMÁN: Mal acudirás, durmiendo, al servicio de tu dama. ALIMUZEL: En el sueño va adquiriendo fuerzas la amorosa llama, porque en él se representan visiones que me atormentan, obligaciones que guarde, miedos que me hacen cobarde y celos que más me alientan. Mirándote estoy, y veo cuán propio es de la mujer tener estraño deseo. Cosas hay en ti que ver, no que admirar. GUZMÁN: Yo lo creo; pero, ¿por qué dices eso? ALIMUZEL: Don Fernando, yo confieso que tu buen talle y buen brío llega y se aventaja al mío, pero no en muy grande exceso; y si no es por el gran nombre que entre la morisma tienes de ser en las armas hombre, ninguna cosa contienes que enamores ni que asombre; y yo no sé por qué Arlaxa tanto se angustia y trabaja por verte, y vivo, que es más. GUZMÁN: Engañado, moro, estás: tu vano discurso ataja, que yo no soy don Fernando. ALIMUZEL: Pues, ¿quién eres? GUZMÁN: Un su amigo y embajador. ALIMUZEL: Dime cuándo espera verse conmigo, porque le estoy aguardando. GUZMÁN: Has de saber, moro diestro, que el sabio general nuestro que salga no le consiente. ALIMUZEL: Pues, ¿por qué? GUZMÁN: Porque es prudente y en la guerra gran maestro. Teme el cerco que se espera, y no quiere aventurar en empresa tan ligera una espada que en cortar es entre muchas primera. Pero dice don Fernando que le estés aquí aguardando hasta el lunes, que él te jura salir en la noche escura, aunque rompa cualquier bando. Si aquesto no te contenta, y quieres probar la suerte con menos daño y afrenta, tu brazo gallardo y fuerte con éste, que es flaco, tienta, y a tu mora llevarás, si me vences, quizá más que en llevar a don Fernando. ALIMUZEL: No estoy en eso pensando; muy descaminado vas. No eres tú por quien me envía Arlaxa, y, aunque te prenda, no saldré con mi porfía. Haz que don Fernando entienda que le aguardaré ese día que pide, y si le venciere, y entonces tu gusto fuere probarme en el marcial juego, mi voluntad hará luego lo que la tuya quisiere; que ya sabes que no es dado dejar la empresa primera por la segunda al soldado. GUZMÁN: Es verdad. ALIMUZEL: Desa manera bien quedaré desculpado. GUZMÁN: Dices muy bien. ALIMUZEL: Sí, bien digo. Vuélvete, y dile a tu amigo que le espero y que no tarde. GUZMÁN: Tu Mahoma, Alí, te guarde. ALIMUZEL: Tu Cristo vaya contigo. Vase GUZMÁN Nacor, ¿qué es esto? ¿A qué vienes? NACOR: A ver cómo en esta empresa tan peligrosa te avienes; y por Alá que me pesa de ver que en punto la tienes, que el de tu muerte está a punto. ALIMUZEL: ¿En qué modo? NACOR: En que barrunto que, si de noche peleas, sobre ti no es mucho veas todo un ejército junto. Esto de no estar en mano de don Fernando el salir, tenlo por ligero y vano; que se suele prevenir con astucias el cristiano. De noche quieren cogerte, porque al matarte o prenderte, aun el sol no sea testigo. No creas a tu enemigo; Alí, procura volverte, que bien disculpado irás con Arlaxa, pues has hecho lo que es posible, y aun más. ALIMUZEL: Consejos de sabio pecho son, Nacor, los que me das; pero no puedo admitillos, ni menos con gusto oíllos; que tiene el Amor echados a mis oídos, candados; a los pies y alma, grillos. NACOR: Para mejor ocasión te guarda, porque es cordura prevenir a la intención del que a su salvo procura su gloria y tu perdición. Ven, que a Arlaxa daré cuenta de modo que diga y sienta que eres vencedor osado, pues si no sale el llamado, en sí se queda la afrenta. Cuanto más, que, cuando venga el cerco desta ciudad, que ya no hay quien le detenga, podrás, a tu voluntad, hacer lo que más convenga; que entonces saldrá el cristiano, si es arrogante y lozano, al campo abierto, sin duda. ALIMUZEL: Bien es, Nacor, que yo acuda a tu consejo, que es sano. Ven y vamos, pues podré, en este cerco que dices, cumplir lo que aquí falté; mas mira que me autorices con Arlaxa. NACOR: Sí haré. (Sentirá Arlaxa la mengua Aparte que tanto al cristiano amengua, haciéndole della alarde; vos quedaréis por cobarde, o mal me andará la lengua). Vanse. Salen Don ALONSO de Córdoba, general de Orán, conde de Alcaudete, y su hermano, Don MARTÍN de Córdoba, y Don FERNANDO de Saavedra D. ALONSO: Señor don Martín, conviene que vuesa merced acuda a Mazalquivir, que tiene necesidad de la ayuda que vuestro esfuerzo contiene; que allí acudirá primero el enemigo ligero. Mas, que venzáis no lo dudo; que el cobarde está desnudo, aunque se vista de acero. En su muchedumbre estriba aquesta mora canalla, que así se nos muestra esquiva; mas, cuando defensa halla, se humilla, prostra y derriba. Sus gustos, sus algazaras, si bien en ello reparas, son el canto del medroso; calla el león animoso entre las balas y jaras. D. MARTÍN: Por mi caudillo y mi hermano te obedezco, y haré cuanto fuere, señor, en mi mano; que ni de gritos me espanto, ni de tumulto pagano. Dame, señor, municiones, que en el trance que me pones pienso, si no faltan ellas, poner sobre las estrellas los españoles blasones. [Sale] UNO con una petición UNO: Señor, dame licencia que te lea aquesta petición. D. ALONSO: Lee en buen hora. UNO: Doña Isabel de Avellaneda, en nombre de todas las mujeres desta tierra, dice que llegó ayer a su noticia que, por temor del cerco que se espera, quieres que quede la cuidad vacía de gente inútil, enviando a España las mujeres, los viejos y los niños: resolución prudente, aunque medrosa. Y apelan desto a ti, de ti, diciendo que ellas se ofrecen de acudir al muro, ya con tierra o fajina, o ya con lienzos bañados en vinagre, con que limpien el sudor de los fieros combatientes que asistan al rigor de los asaltos; que tomarán la sangre a los heridos; que las más pequeñuelas harán hilas, dando la mano al lienzo y voz al cielo; con tiernas virginales rogativas, pidiendo a Dios misericordia, en tanto que los robustos brazos de sus padres defiendan sus murallas y sus vidas; que los niños darán de buena gana para enviar a España con los viejos, pues no pueden servir de cosa alguna; mas ellas, que por útiles se tienen, no irán de ningún modo, porque piensan, por Dios, y por su ley y por su patria, morir sirviendo a Dios, y en la muerte, cuando el hado les fuere inexorable, dar el último vale a sus maridos, o ya cerrar los ojos a sus padres con tristes y cristianos sentimientos. En fin, serán, señor, de más provecho que daño, por lo cual te ruegan todas que revoques, señor, lo que ordenaste, en cuanto toca a las mujeres sólo, que en ello harás a Dios servicio grande, merced a ellas y favor inmenso. Esto la petición, señor, contiene. D. ALONSO: Nunca tal me pasó por pensamiento; nunca tanto el temor se ha apoderado de mí, que hiciese prevención tan triste. Por respuesta llevad que yo agradezco y admito su gallardo ofrecimiento, y que de su valor tendrá la fama cuidado de escribirle y de grabarle en láminas de bronce, porque viva siglos eternos. Y esto les respondo, y andad con Dios. UNO: Por cierto que han mostrado de espartanas valor, de argivas brío. [Sale] el capitán GUZMÁN D. ALONSO: Pues, capitán Guzmán, ¿qué dice el moro? GUZMÁN: Ya se fue malcontento. [Hablan don FERNANDO y el capitán GUZMÁN aparte] D. FERNANDO: (¿Es ido cierto? GUZMÁN: Aguardándote está, porque es valiente y discreto además en lo que muestra). D. FERNANDO: (Saldré, sin duda). GUZMÁN: (No sé si lo aciertas, que está muy cerca el cerco). D. FERNANDO: (Si le venzo, presto me volveré; si soy vencido, poca falta haré, pues poco valgo). D. ALONSO: ¡Bravo parece el moro! GUZMÁN: Bravo, cierto, y muy enamorado y comedido. [Sale] a esta sazón BUITRAGO, un soldado, con la espada sin vaina, oleada con un orillo, tiros de soga; finalmente, muy malparado. Trae una tablilla con demanda de las ánimas de purgatorio, y pide para ellas. Y esto de pedir para las ánimas es cuento verdadero, que yo lo vi, y la razón porque pedía se dice adelante BUITRAGO: Denme para las ánimas, señores, pues saben que me importa. D. ALONSO: ¡Oh buen Buitrago! ¿Cuánto ha caído hoy? BUITRAGO: Hasta tres cuartos. D. MARTÍN: ¿Dellos, qué habéis comprado? BUITRAGO: Casi nada: una asadura sola y cien sardinas. D. MARTÍN: Harto habrá para hoy. BUITRAGO: ¡Por Santo Nuflo, que apenas hay para que masque un diente! D. MARTÍN: Comeréis hoy conmigo. BUITRAGO: Dese modo, habrá para almorzar en lo comprado. D. MARTÍN: ¿Y la ración? BUITRAGO: ¿Qué? ¿La ración? Ya asiste a un lado del estómago, y no ocupa cuanto una casa de ajedrez pequeña. D. FERNANDO: ¡Gran comedor! GUZMÁN: Tan grande, que le ha dado el conde esta demanda porque pueda sustentarse con ella. BUITRAGO: ¿Qué aprovecha? Que, como saben todos que no hay ánima a quien haga decir sólo un responso, si me dan medio cuarto, es por milagro; y así, pienso pedir para mi cuerpo, y no para las ánimas. D. MARTÍN: Sería gran discreción. BUITRAGO: ¡Oh, pese a mi linaje!, ¿No sabe todo el mundo que, si como por seis, que suelo pelear por siete? ¡Cuerpo de Dios conmigo! Denme ripio suficiente a la boca, y denme moros a las manos a pares y a millares: verán quién es Buitrago y si merece comer por diez, pues que pelea por veinte. D. ALONSO: Tiene razón Buitrago; mas agora, si llega el cerco, mostrará sus bríos, y haré yo que le den siete raciones con tal que cese la demanda. BUITRAGO: Cese, que entonces no habrá lengua, y habrá manos; no hay pedir, sino dar; no hay sacar almas, del purgatorio entonces, sino espiches, para meter en el infierno muchas de la mora canalla que se espera. [Sale] un PAJECILLO [y] diga [PAJECILLO]: ¡Daca el alma, Buitrago, daca el alma! BUITRAGO: ¡Hijo de puta, y puto; y miente, y calle! ¿No sabe el cornudillo, sea quien fuere, que, aunque tenga cien cuerpos y cien almas para dar por mi rey, no daré una si me la piden dese modo infame? D. MARTÍN: Otra vez, Cereceda. PAJECILLO: ¡Daca el alma! BUITRAGO: ¡Por vida de...! D. ALONSO: Buitrago, con paciencia: no la deis vos, por más que os la demanden. BUITRAGO: ¡Que tenga atrevimiento un pajecillo de pedirme a mí el alma! ¡Voto a Cristo, que, a no estar aquí el conde, don hediondo, que os sacara la vuestra a puntillazos, aunque me lo impidiera el mismo diablo por prenda suya! D. ALONSO: No haya más, Buitrago; guardad vuestra alma, y dadnos vuestras manos, que serán menester, yo os lo prometo. BUITRAGO: Denme para las ánimas agora, que todo se andará. D. MARTÍN: Tomad. BUITAGO: ¡Oh invicto don Martín, generoso! Por mi diestra, que he de ser tu soldado, si, por dicha, vas a Mazalquivir, como se ha dicho. D. MARTÍN: Seréis mi camarada y compañero. BUITRAGO: ¡Vive Dios, que eres bravo caballero! Vanse, y sale[n] ARLAXA y OROPESA, su cautivo ARLAXA: ¡Mucho tarda Alimuzel! Cristiano, no sé qué sea. OROPESA: Fuiste, señora, con él otra segunda Medea, famosa por ser crüel. A una empresa le enviaste que parece que mostraste que te era en odio su vida. ARLAXA: Yo fui parte en su partida, tú el todo, pues la causaste. Las alabanzas estrañas que aplicaste a aquel Fernando, contándome sus hazañas, se me fueron estampando en medio de las entrañas; y de allí nació un deseo no lascivo, torpe o feo, aunque vano por curioso, de ver a un hombre famoso más de los que siempre veo. Más que discreta, curiosa, ordené que Alimuzel fuese a la empresa dudosa; no por mostrarme con él ingrata ni rigurosa. Y muéstrame su tardanza que me engañó la esperanza, y que es premio merecido del deseo mal nacido tenelle quien no le alcanza. Yo tengo un alma bizarra y varonil, de tal suerte, que gusto del que desgarra y más allá de la muerte tira atrevido la barra. Huélgome de ver a un hombre de tal valor y tal nombre, que con los dientes tarace, con las manos despedace y con los ojos asombre. OROPESA: Pues si viene Alimuzel, y a don Fernando trae preso, no verás, señora, en él ninguna cosa en exceso de las que te he dicho dél. Tendrásme por hablador, y será más el valor de Alimuzel conocido, pues la fama del vencido se pasa en el vencedor. Pero si acaso da el cielo a don Fernando vitoria, cierto está tu desconsuelo, pues su fama en tu memoria alzará más alto el vuelo, y de no poderle ver, vendrá el deseo a crecer de velle. ARLAXA: Tienes razón: parienta es la confusión del discurso de mujer. [Salen] ALIMUZEL y NACOR ALIMUZEL: Dadle la mano, señora, o los pies a aqueste esclavo, que con el alma os adora. ARLAXA: ¿Cómo en corazón tan bravo tanta humildad, señor, mora? Alzaos, no estéis dese modo. ALIMUZEL: A tu gusto me acomodo. ARLAXA: ¿Sois vencido, o vencedor? ALIMUZEL: Todo lo dirá Nacor, que se halló presente a todo. NACOR: No quiso el desafïado acudir al desafío, aunque bien se ha disculpado. ARLAXA: ¿ése es soldado de brío, tan temido y alabado? ¿Cómo pudo dar disculpa buena de tan fea culpa? NACOR: Su general le detuvo, que él ninguna culpa tuvo, aunque Alimuzel le culpa; que él saliera al campo abierto, a esperarle un día más, según quedó en el concierto. ALIMUZEL: Nacor, endiablado estás; no sé cómo no te he muerto. NACOR: Mal haces de amenazarme, ni, soberbio, ocasión darme para que contigo rife, pues sabes que soy jarife, y que pecas en tocarme. ARLAXA: Paso, mi señor valiente, que entiendo deste contraste, sin que ninguno le cuente, que ni él salió, ni esperaste. NACOR: Es así. ALIMUZEL: ¡Un jarife miente! ¡Por Alá, que es gran maldad! NACOR: ¿No se muestra la verdad en que te vienes sin él? ALIMUZEL: ¿Pude yo verme con él, encerrado en la ciudad? ¿No sabes lo que pasó, y la embajada que trajo quien por él me respondió? NACOR: Sé que a esperar se redujo el trance, y más no sé yo. ALIMUZEL: ¿Por consejo no me diste que me volviese? NACOR: Hiciste mal; yo bien, porque pensaba que a un cobarde aconsejaba. ALIMUZEL: ¡El diablo se me reviste! ¡Incita a hacerte pedazos! NACOR: Jarife soy; no me toques con los dientes ni los brazos, ni a que te dé me provoques duros y fuertes abrazos; que ya sabes que Mahoma por suya la causa toma del jarife, y le defiende, y al soberbio que le ofende a sus pies le humilla y doma. [Salen] dos MOROS y traen cautivo a Don FERNANDO, en cuerpo y sin espada ALIMUZEL: ¿Qué es aquesto? PRIMER[O]: A este cristiano cautivó tu escuadra ayer junto a Orán. D. FERNANDO: ¡Miente el villano! Yo me entregué, sin poner pies a huir ni a espada mano. Si no quisiera entregarme, no pudieran cautivarme tres escuadras, ni aun trecientas. ALIMUZEL: Estás cautivo y revientas de bravo. D. FERNANDO: Puedo alabarme. ARLAXA: ¿Quién eres? D. FERNANDO: Soy un soldado que me he venido a entregar a vuestra prisión de grado, por no poder tolerar ser valiente y mal pagado. ARLAXA: Luego, ¿quieres ser cautivo? D. FERNANDO: De serlo gusto recibo; dadme patrón que me mande. ARLAXA: ¡Qué disparate tan grande! D. FERNANDO: Yo de disparates vivo. OROPESA: Éste es don Fernando, cierto, el que yo tanto alabé, y ni viene preso o muerto, ni cómo viene no sé, ni atino su desconcierto. El callar será acertado, hasta hablalle en apartado, que me admira su venida. ALIMUZEL: ¿Seréis, Arlaxa, servida de que os sirva este soldado? Que si ayer fue el primer día que salió de Orán, dirá si hice lo que debía; que yo entiendo que sabrá mi valor o cobardía. Dime: ¿oíste un desafío que hizo un moro vacío de ventura y de fe lleno? D. FERNANDO: Y fue tenido por bueno, bien crïado y de gran brío. El retado no salió, que lo estorbó el general por cierta ley que halló; pero después, por su mal, que vino al campo sé yo, pensando de hallar allí al valeroso Alí, porque salimos los dos: él a combatir con vos, yo para venir aquí, que ya os conozco en el talle. ALIMUZEL: Pues esto es verdad, señora, bien será que Nacor calle. OROPESA: ¡Oh! Si llegase la hora en que pudiese hablalle, ¡qué de cosas le diría! [NACOR]: ¿No se ve tu cobardía, si el cristiano salió a verte, y tú quisiste volverte sin esperar más de un día? ALIMUZEL: Si tú no hicieras alarde de tu ingenio caviloso, yo volviera nunca o tarde. NACOR: Consejos de religioso presto los toma el cobarde. ALIMUZEL: Arlaxa, yo volveré, y a tu presencia traeré, o muerto o preso, al cristiano. NACOR: Ya tu vuelta será en vano. ARLAXA: No le quiero, déjale; que, pues a la voz primera no saltó de la muralla y empuñó la espada fiera, la fama que en él se halla no debe ser verdadera; y así, ya no quiero velle, aunque, si puedes traelle sin tu daño, darme has gusto. D. FERNANDO: Es don Fernando robusto y habrá qué hacer en prendelle. Conózcole como a mí, y sé que es de condición que sabrá volver por sí, y aun buscará la ocasión para responder a Alí. ARLAXA: ¿Es valiente? D. FERNANDO: Como yo. ARLAXA: ¿De buen rostro? D. FERNANDO: Aqueso no, porque me parece mucho. ALIMUZEL: ¡Todo esto con rabia escucho! ARLAXA: ¿Tiene amor? D. FERNANDO: Ya le dejó. ARLAXA: ¿Luego túvole? D. FERNANDO: Sí creo. ARLAXA: ¿Será mudable? D. FERNANDO: No es fuerza que sea eterno un deseo. ARLAXA: ¿Tiene brío? D. FERNANDO: Y tiene fuerza. ARLAXA: ¿Es galán? D. FERNANDO: De buen aseo. ARLAXA: ¿Raja y hiende? D. FERNANDO: Tronca y parte. ARLAXA: ¿Es diestro? D. FERNANDO: Como otro Marte. ARLAXA: ¿Atrevido? D. FERNANDO: Es un león. ARLAXA: (Partes todas éstas son, Aparte cristiano, para adorar[t]e, a ser moro). ALIMUZEL: Calla, Arlaxa, pues tienes aquí delante quien por tu gusto trabaja. ARLAXA: Gusto yo de un arrogante que bravea, hiende y raja. que te doy mi fe y mi mano, si le traes, de ser tu esposa. D. FERNANDO: Tú le mandas una cosa donde ha de sudar en vano. NACOR: ¡Soberbios sois los cristianos! D. FERNANDO: Eslo, al menos, quien se alaba. ALIMUZEL: Aquí hay quien con ufano[s] bríos quitará la clava a Hércules de las manos; ....................[ -aba] aquí hay quien, a pesar de quien lo quiera estorbar, Arlaxa, hará lo que mandas. D. FERNANDO: A veces se mandan mandas que nunca se piensan dar, y a las veces las promete quien no las quiere cumplir ni puede. NACOR: ¿Quién te mete a ti en eso? D. FERNANDO: Sé decir que en parte a mí me compete; que es don Fermando mi amigo, y soy cierto y buen testigo del mucho valor que encierra. ALIMUZEL: Traen los casos de la guerra diversos fines consigo. El valiente y fanfarrón tal vez se ha visto vencido del flaco de corazón; que Alá da ayuda al partido que defiende la razón. D. FERNANDO: Pues, ¿qué razón lleva en éste Alí? OROPESA: Tú harás que te cueste la vida tu lengua necia. ALIMUZEL: Si al que ama el Amor precia, su santo favor me preste; que, sin razón y con él, a don Fernando el valiente vencerá el flaco Muzel. ARLAXA: ¡Qué plática impertinente! ALIMUZEL: ¡Qué corazón tan crüel! ARLAXA: Quede el cristiano conmigo; Alá vaya, Alí, contigo y con Nacor. NACOR: Él te guarde. ARLAXA: Volvedme a ver esta tarde. [Vanse] todos, sino Don FERNANDO y OROPESA OROPESA: ¡Hola, soldado! ¿A quién digo? ¿Qué noramala, señor, os ha traído a este puesto tan contrario a vuestro honor? D. FERNANDO: En buena te diré presto de mi fortuna el rigor: No quiso el general mío que saliese al desafío que me hizo aqueste moro. Yo, por guardar el decoro que corresponde a mi brío, me descolgué por el muro, y, cuando pensé hallar lo que aun agora procuro, un escuadrón vino a dar conmigo, estando seguro. Era la noche cerrada, y, como vi defraudada mi esperanza tan del todo, con el tiempo me acomodo. Mentí; rendiles la espada; díjeles que mi intención era venir a ponerme de grado en su sujeción, y que quisiesen traerme a reconocer patrón. Dijéronme que este Alí era su señor, y así, vine sin fuerza y forzado. De todo cuenta te he dado; no hay más que saber de mí. Calla mi nombre, que veo que aquesta mora hermosa tiene de verme deseo. OROPESA: De tu fama valerosa que está enamorada creo. No te des a conocer, que deseos de mujer se mudan a cada paso. D. FERNANDO: Vuelve Muzel; habla paso. OROPESA: No sé qué pueda querer. [Sale] ALIMUZEL ALIMUZEL: Oropesa, escucha y calla, y guárdame aquel secreto que en tu discreción se halla, que a tu bondad le prometo con la mía de premialla. Yo te daré libertad, y a ti, si tu voluntad fuere de volverte a Orán, mis designios te darán honrosa comodidad. Sólo os pido, en cambio desto, que me descubráis un modo tan honroso y tan compuesto que en las partes y en el todo eche de hidalguía el resto, el cual me vaya mostrando en qué parte, cómo o cuándo, ya en el campo o estacada, pueda yo medir mi espada con la del bravo Fernando. Quizá está en su vencimiento, como Arlaxa significa, de mi bien el cumplimiento, si ya mi esperanza rica no la empobrece su intento; que debe de ser doblado, pues de lo que me ha mandado todo se puede temer, y no hay bien que venga a ser seguro en el desdichado. D. FERNANDO: Yo te daré a tu enemigo a toda tu voluntad, como estoy aquí contigo, sin usar de deslealtad, que nunca albergó conmigo. ALIMUZEL: No es enemigo el cristiano; contrario, sí; que el lozano deseo de Arlaxa bella presta para esta querella la voz, el intento y mano. D. FERNANDO: Presto te pondré con él, y fía aquesto de mí, comedido Alimuzel; y aun pienso hacer por ti lo que un amigo fiel, porque la ley que divide nuestra amistad no me impide de mostrar hidalgo el pecho; antes, con lo que es bien hecho se acomoda, ajusta y mide. Ve en paz, que yo pensaré el tiempo que más convenga para hacer lo que haré. ALIMUZEL: Mahoma sobre ti venga, y lo que puede te dé. Vase [ALIMUZEL] D. FERNANDO: ¡Gentil carga! OROPESA: Y gentil presa. D. FERNANDO: ¿Pesa mucho? OROPESA: Poco pesa, que está en fuego convertida. D. FERNANDO: Mira que importa [a] la vida tener secreto, Oropesa. Vanse, y salen riñendo el capitán GUZMÁN con el alférez ROBLEDO GUZMÁN: Señor alférez Robledo, póngase luego entredicho a esa plática. ROBLEDO: No puedo; que, lo que sin miedo he dicho, no lo desdigo por miedo. O él se fue a renegar, o hizo mal en dejar su presidio en tiempos tales. GUZMÁN De los hombres principales no se debe así hablar. El renegar no es posible, y si en ello os afirmáis, mentís. Meten mano ROBLEDO: ¡Oh trance terrible! GUZMÁN Agora sí que os halláis en más dudoso imposible si queréis satisfaceros. [Sale don ALONSO, el conde de Alcaudete y Don MARTÍN de Córdoba, acompañados D. ALONSO: ¡Paso! ¡Teneos, caballeros! ¿Por qué ha sido la pendencia? Guzmán ¡Más agudo es de conciencia este hidalgo que de aceros! Ha afirmado que se es ido a renegar don Fernando, y, ¡vive Dios!, que ha mentido, y mentirá cada y cuando lo diga D. ALONSO: ¡Descomedido! Llévenle luego a una torre. GUZMÁN: Ni me afrenta ni me corre este agravio, porque nace de la justicia que hace al que su amigo socorre. D. ALONSO: Vaya el alférez, también, y mientras que el cerco pasa hagan treguas. ROBLEDO: Hazme un bien: que sea la torre mi casa. D. MARTÍN: Sí, porque juntos no estén. Llevan al alférez, [ROBLEDO] UNO: Señor, la guarda ha descubierto agora un bajel por la banda de Poniente. D. MARTÍN: ¿Qué vela trae? UNO: Entiendo que latina. D. ALONSO: Vamos a recebirle a la marina.
Salen ARLAXA, Don FERNANDO, y OROPESA ARLAXA: ¿Cómo te llamas, cristiano, que tu nombre aún no he sabido? D. FERNANDO: Es mi nombre Juan Lozano; nombre que es bien conocido por el distrito africano. ARLAXA: Nunca le he oído decir. D. FERNANDO: Pues él suele competir con el del bravo Fernando. ARLAXA: ¡Mucho te vas alabando! D. FERNANDO: Alábome sin mentir. ARLAXA: Pues, ¿qué hazañas has tú hecho? D. FERNANDO: He hecho las mismas que él, con el mismo esfuerzo y pecho, y ya me he visto con él en más de un marcial estrecho. ARLAXA: ¿Es tu amigo? D. FERNANDO: Es otro yo. ARLAXA: ¿Por ventura, di, salió a combatir con mi moro? D. FERNANDO: Siempre de bravo el decoro en todo trance guardó. ARLAXA: Dese modo, Alí es cobarde. D. FERNANDO: Eso no; que pudo ser salir don Fernando tarde, cuando no pudiese hacer Alí de su esfuerzo alarde. Y imagino que este moro jarife, no con decoro de amigo, a Muzel da culpa. ARLAXA: De su esfuerzo y de su culpa toda la verdad ignoro. D. FERNANDO: Haz cuenta que te trae preso a Fernando tu Muzel; ¿qué piensas hacer por eso? ARLAXA: Estimaré mucho en él de su esfuerzo el grande exceso. Tendré en menos al cristiano, cuyo nombre sobrehumano me incita y mueve el deseo de velle. OROPESA: Pues yo le veo en sólo ver a Lozano. ARLAXA: ¿Que tanto se le parece? OROPESA: Yo no sé qué diferencia entre los dos se me ofrece; ésta es su misma presencia, y el brazo que le engrandece. ARLAXA: ¿Qué hazañas ha hecho ese hombre para alcanzar tan gran nombre como tiene? OROPESA: Escucha una de su esfuerzo y su fortuna, que podrá ser que te asombre: Dio fondo en una caleta de Argel una galeota, casi de Orán cinco millas, poblada de turcos toda. Dieron las guardas aviso al general, y, con tropa de hasta trecientos soldados, se fue a requerir la costa. Estaba el bajel tan junto de tierra, que se le antoja dar sobre él: ved qué batalla tan nueva y tan peligrosa. Dispararon los soldados con priesa una vez y otra; tanto, que dejan los turcos casi la cubierta sola. No hay ganchos para acercar a tierra la galeota, pero el bravo don Fernando ligero a la mar se arroja. Ase recio de gúmena, que ya el turco apriesa corta, porque no le dan lugar de que el áncora recoja. Tiró hacia sí con tal fuerza, que, cual si fuera una góndola, hizo que el bajel besase el arena con la popa. Salió a tierra y della un salto dio al bajel, cosa espantosa, que piensa el turco que el cielo cristianos llueve, y se asombra. Reconocido su miedo, don Fernando, con voz ronca de la cólera y trabajo, grita: ``¡Vitoria, vitoria!'' La voz da al viento, y la mano a la espada vitoriosa, con que matando y hiriendo corrió de la popa a proa. él solo rindió el bajel; mira, Arlaxa, si ésta es obra para que la fama diga los bienes que dél pregona. Probado han bien sus aceros los lindos de Melïona, los elches de Tremecén y los leventes de Bona. Cien moros ha muerto en tra[n]ces, siete en estacada sola, docientos sirven al remo, ciento tiene en las mazmorras. Es muy humilde en la paz, y en la guerra no hay persona que le iguale, ya cristiana, o ya que sirva a Mahoma. ARLAXA: ¡Oh, qué famoso español! OROPESA: Hércules, Héctor, Roldán se hicieron en su crisol. ARLAXA: Mejor no le ha visto Orán. OROPESA: Ni tal no le ha visto el sol. [Sale] NACOR ARLAXA: Aqueste Nacor me enfada; no me dejéis sola. OROPESA: Honrada te le muestra y comedida. D. FERNANDO: Da a sus razones salida: que espere, y no espere en nada. NACOR: Hermosa Arlaxa, yo estoy resuelto en traerte preso al cristiano: y así, voy a Orán luego. ARLAXA: Buen suceso y agüero espero y te doy, porque irás en gracia mía, y en verte tomó alegría desusada el corazón. NACOR: Tienes, Arlaxa, razón; que yo la tendré algún día de rogarte que me quieras. ARLAXA: Déjate agora de burlas, pues partes a tantas veras. D. FERNANDO: Hará Nacor, si no burlas, sus palabras verdaderas; que amante favorecido es un león atrevido, y romperá, por su dama, por la muerte y por la llama del fuego más encendido. OROPESA: Concluyeras tú esta empresa harto mejor que no él. D. FERNANDO: Calla y escucha, Oropesa. NACOR: Ya en este caso, Muzel por vencido se confiesa, pues no hace diligencia por traer a tu presencia el que yo te traeré presto. ARLAXA: Pártete, Nacor, con esto, que gusto y te doy licencia. NACOR: Dame las manos, señora, por el favor con que animas al alma que más te adora. ARLAXA: En poco, Nacor, te estimas, pues te humillas tanto agora. Eres jarife; levanta, que verte a mis pies me espanta. ¿Qué dirá desto Mahoma? NACOR: Estos rendimientos toma él por cosa buena y santa. Queda en paz. Vase NACOR ARLAXA: Vayas con ella, que con el fin deste trance le tendrá el de tu querella. D. FERNANDO: ¡Echado ha el moro buen lance! OROPESA: Ella es falsa cuanto es bella. ARLAXA: Venid, que habemos de ir los tres a ver combatir a mis amantes valientes. OROPESA: Si nos vieren ir las gentes, tarde nos verán venir. Vanse y sale VOZMEDIANO, anciano, y Doña MARGARITA, en hábito de hombre VOZMEDIANO: ¿Priesa por llegar a Orán, y priesa por salir dél? ¡Muy bien nuestras cosas van! MARGARITA: Préciase Amor de crüel, y tras uno da otro afán. VOZMEDIANO: Ya os he dicho, Margarita, que su daño solicita quien camina tras un ciego. MARGARITA: Ayo y señor, yo no niego que esa razón es bendita; pero, ¿qué puedo hacer, si he echado la capa al toro y no la puedo coger? VOZMEDIANO: Menos te la podrá un moro, si bien lo miras, volver. MARGARITA: ¿Que sea moro don Fernando? VOZMEDIANO: Así lo van pregonando los niños por la ciudad. MARGARITA: ¡Que haya hecho tal maldad! ¡De cólera estoy rabiando! No lo creo, Vozmediano. VOZMEDIANO: Haces bien; pero yo veo que ni moro ni cristiano parece. MARGARITA: Verle deseo. VOZMEDIANO: Siempre tu deseo es vano. MARGARITA: Quiérelo así mi ventura, pero no será tan dura que no dé fin a mis penas con darme en estas arenas berberisca sepultura. VOZMEDIANO: No dirás, señora, al menos, que no te he dado consejos de bondad y de honor llenos. MARGARITA: Los prudentes y los viejos siempre dan consejos buenos: pero no vee su bondad la loca y temprana edad, que en sí misma se embaraza, ni cosa prudente traza fuera de su voluntad. [Sale] BUITRAGO con la demanda BUITRAGO: Vuestras mercedes me den para las ánimas luego, que les estará muy bien. MARGARITA: Si ellas arden en mi fuego... VOZMEDIANO: Pasito, Anastasio, ten: no digas alguna cosa malsonante, aunque curiosa. MARGARITA: Váyase, señor soldado, que no tenemos trocado. BUITRAGO: ¡La respuesta está donosa! Denme, ¡pese a mis pecados! (¡Siempre yo de aquesta guisa Aparte medro con almidonados!) Denme, que vengo deprisa, y ellos están muy pausados. ¡Oh, qué novatos que están de lo que se usa en Orán en esto de las demandas! Descoja sus manos blandas y dé limosna, galán. ¿Qué me mira? Acabe ya: eche mano, y no a la espada que su tiempo se vendrá. VOZMEDIANO: La limosna que es rogada más fácilmente se da que la que se pide a fuerza. BUITRAGO: Ósase en aquesta fuerza de Orán pedirse deste arte; que son las almas de Marte, y piden siempre con fuerza. Nadie muere aquí en el lecho, a almidones y almendradas, a pistos y purgas hecho; aquí se muere a estocadas y a balazos roto el pecho. Bajan las almas feroces, tan furibundas y atroces, que piden que acá se pida para su pena afligida a cuchilladas y a voces. En fin: las almas de Orán, que tienen comedimiento, aunque en purgatorio están, dicen que vuelva en sustento la limosma que me dan. A la parte voy con ellas, remediando sus querellas a fuerza de avemarías, y mis hambrientas porfías con lo que me dan para ellas. VOZMEDIANO: Hermano, yo no os entiendo, y no hay limosma que os dar. BUITRAGO: ¡De gana me voy riendo! ¿Y adónde se vino a hallar el parentesco tremendo? ¿Hace burla en ver el traje, entre pícaro y salvaje? Pues sepa que este sayal tiene encubierto algún al que puede honrar un linaje. El conde es éste, ¡qué pieza!; que, cuando me da, le dan mil vaguidos de cabeza. Pobretas almas de Orán, que estáis en vuestra estrecheza, rogad a Dios que me den, porque si yo como bien, rezaré más de un rosario, y os haré un aniversario por siempre jamás. Amén. [Salen] el conde [don ALONSO], Don MARTÍN, el capitán GUZMÁN y NACOR NACOR: Digo, señor, que entregaré sin duda la presa que he contado fácilmente en el silencio de la noche muda con muy poquito número de gente; y, porque al hecho la verdad acuda, las manos a un cordel daré obediente; dejaréme llevar, siendo yo guía que os muestre el aduar antes del día. Y sólo quiero desta rica presa, por quien mi industria y mi traición trabaja, un cuerpo que a mi alma tiene presa: quiero a la bella sin igual Arlaxa. Por ella tengo tan infame empresa por ilustre, por grande, y no por baja: que, por reinar y por amor no hay culpa que no tenga perdón y halle disculpa. No siento ni descubro otro camino, para ser posesor de aquesta mora, que hacer este amoroso desatino, puesto que en él crueldad y traición mora. ámola por la fuerza del destino, y, aunque mi alma su beldad adora, quiérola cautivar para soltalla, por si puedo moverla o obligalla. D. ALONSO: No estamos en sazón que nos permita sacar de Orán un mínimo soldado; que el cerco que se espera solicita que ponga en otras cosas mi cuidado. NACOR: La vitoria en la palma traigo escrita; en breves horas te daré acabado, sin peligro, el negocio que he propuesto; si presto vamos, volveremos presto. D. ALONSO: Esta tarde os daré, Nacor, respuesta; esperad hasta entonces. NACOR: Soy contento. Vase NACOR D. MARTÍN: Empresa rica y sin peligro es ésta, si cierta fuese. GUZMÁN: Yo por tal la cuento: hace la lengua al alma manifiesta. Declarado ha Nacor su pensamiento con tal demonstración, con tal afecto, que, si vamos, el saco me prometo. D. MARTÍN: Cubre el traidor sus malas intenciones con rostro grave y ademán sincero, y adorna su traición con las razones de que se precia un pecho verdadero. De un Sinón aprendieron mil Sinones, y así, el que es general, al blando o fiero razonar del contrario no se rinde, sin que primero la intención deslinde. D. ALONSO: Hermano, así se hará; no tengáis miedo que yo me arroje o precipite en nada. ¿Hicistes ya las treguas con Robledo, y queda ante escribano confirmada? D. MARTÍN: Gran cólera tenéis, Guzmán. GUZMÁN: No puedo tenerla en la ocasión más enfrenada. D. ALONSO: Podréis darle la rienda entre enemigos, y es prudencia cogerla con amigos. Pues, Buitrago, ¿qué hacemos? BUITRAGO: Aquí asisto, procurando sacar de aqueste esparto jugo de algún plus ultra, y no le he visto siquiera de una tarja ni de un cuarto. Así guardan la ley de Jesucristo aquéstos como yo cuando estoy harto, que no me acuerdo si hay cielo ni tierra; sólo a mi vientre acudo y a la guerra. MARGARITA: Pide limosna en modo este soldado, que parece que grita o que reniega, y yo estoy en España acostumbrado a darla a quien por Dios la pide y ruega. BUITRAGO: Quiérosela pedir arrodillado; veré si la concede o si la niega. VOZMEDIANO: Ni tanto, ni tan poco. BUITRAGO: Soy cristiano. MARGARITA: ¿Ya no le han dicho que no hay blanca, hermano? BUITRAGO: ¿Hermano? ¡Lleve el diablo el parentesco y el ladrón que le halló la vez primera! Descosa, pese al mundo, ese grigüesco, desgarre esa olorosa faltriquera. De aquestas pinturitas a lo fresco, ¿qué se puede esperar? VOZMEDIANO: Ésa es manera de hacer sacar la espada y no el dinero. D. ALONSO: ¡Paso, Buitrago! MARGARITA: ¡A fe de caballero! D. MARTÍN: No os enfadéis, galán, que deste modo se pide la limosna en esta tierra; todo es aquí braveza, es aquí todo rigor y duros términos de guerra. BUITRAGO: Y yo, que a lo de Marte me acomodo, y a lo de Dios es Cristo, doy por tierra con todo el bodegón, si con floreos responden a mis gustos y deseos. D. MARTÍN: En fin, ¿que aqueste galán es de Jerez? VOZMEDIANO: Y de nombre, de los buenos que allí están, y hijo, señor, de un hombre que en Francia fue capitán. Quedó rico y con hacienda; dejómele a mí por prenda mi hermana, que fue su madre, y yo quise que del padre siguiese la honrada senda. Supe el cerco que se espera, y con su gusto le truje, que sin él no le trajera, y a esta dura le reduje de su vida placentera; que, en los grados de alabanza, aunque pervierta la usanza el adulador liviano, no alcanza un gran cortesano lo que un buen soldado alcanza. D. ALONSO: Así es verdad, y agradezco venida de tales dos, y a servírosla me ofrezco. BUITRAGO: ¡Que no me darán por Dios lo que por mí no merezco! ¡Voto a Cristóbal del Pino, que si una vez me amohíno, que han de ver quién es Callejas! Busquen alivio a sus quejas, almas, por otro camino. Buscaréle yo también para mi hambre insolente, o me den, o no me den; que nunca muere un valiente de hambre. D. MARTÍN: Dices muy bien. BUITRAGO: No digo sino muy mal. ¿Es eso por excusarse de no sacar un real? D. ALONSO: Vamos, que ya de enojarse Buitrago nos da señal, y no quiero que lo esté. Vanse el conde [don ALONSO] y don MARTÍN BUITRAGO: Con aqueso comeré. ¡No fuera yo motilón, o mozo de bodegón, y no soldado! MARGARITA: ¿Por qué? BUITRAGO: Yo me entiendo, so galán; vaya y guarde su dinero. ¡Adiós, mi señor Guzmán! [GUZMÁN]: Guzmán No, no; convidaros quiero; ¡por vida del capitán!, venid, Buitrago, conmigo. BUITRAGO: En seguirte sé que sigo a un Alejandro y a un Marte. Vanse el capitán [GUZMÁN y BUITRAGO MARGARITA: Señor, llégate a esta parte, que tengo que hablar contigo. Resuelta estoy. VOZMEDIANO: En tu daño. MARGARITA: No me atajes; déjame relatar mi mal estraño. VOZMEDIANO: ¿Ya no sabes que lo sé, por mi mal más ha de un año? MARGARITA: Dime, señor: ¿tú no sientes que con nuevos acidentes cada día amor me embiste? VOZMEDIANO: Y sé que no los resiste tu alma, pues los consientes. MARGARITA: Déjate de aconsejarme, y dame ayuda, si quieres; que lo demás es matarme. VOZMEDIANO: Por quien soy y por quien eres, siempre te oiré sin cansarme, y siempre te ayudaré, porque a ello me obligué cuando de venir contigo como ayo y como amigo te di la palabra y fe. Di, en fin, ¿qué piensas hacer? MARGARITA: Yo, por soldado a esta empresa, con extraño parecer, pues procuraré ser presa, puesto que vaya a prender. Procuraré ser cautiva; que de la dura y esquiva tormenta que siente el alma, el sosiego, gusto y palma, en disparates estriba. Sabré [ser] cautiva de quien me cautivó sin sabello, pensando de hacerme bien; daré al moro perro el cuello porque a mi alma me den. Que no es posible sea moro quien guardó tanto el decoro de cristiano caballero; y si fuere esclavo, quiero dar por él mil montes de oro. De que los halle no dude nadie: que el cielo al deseo del aflicto siempre acude. VOZMEDIANO: El gran Dios dese deseo impertinente te mude. MARGARITA: ¿Habrá más de rescatarme, dando tiempo al informarme de lo que voy a saber? Que en el mal de irme a perder consiste el bien de ganarme. Venid, señor Vozmediano; negociaréis mi salida con el escuadrón cristiano. VOZMEDIANO: ¿Dónde quieres ir, perdida? MARGARITA: Aconsejarme es en vano. VOZMEDIANO: Yo haré con su señoría que se oponga a tu partida. MARGARITA: Si esto me impedís, señor, haré otro yerro mayor, con que lloréis más de un día. Echada está ya la suerte; yo he de seguir mi destino, aunque me lleve a la muerte. VOZMEDIANO: Del amor el desatino cualquier bien en mal convierte. ¡En mal punto me encargué de ti! ¡En mal punto dejé la patria por tus antojos! MARGARITA: Tal vez, tras nubes de enojos, de esperanza el sol se ve. Vanse, y salen ARLAXA, ALIMUZEL, OROPESA y Don FERNANDO. ARLAXA: ¿Adónde está Alimuzel? Oropesa, ¿dó te has ido? Y mi Lozano, ¿qué es dél? ¡Cielo, escucha mi gemido; no te me muestres crüel! ALIMUZEL: Bella Arlaxa, aquí me tienes. ARLAXA: Amigo, a buen tiempo vienes. OROPESA: ¿Qué es lo que mandas, señora? ARLAXA: Vengas, amigo, en buen hora. Lozano, ¿en qué te detienes? D. FERNANDO: Aquí estoy, señora mía. ¿Qué me mandas? Dilo, acaba. ARLAXA: ¡Desdichada dicha mía! ALIMUZEL: ¿Qué has, Arlaxa? ARLAXA: Yo soñaba que esta noche, al alba fría, daban sobre este aduar cristianos, y, a mi pesar, Nacor me llevaba presa, y desperté con la presa del asalto y del gritar; y he venido a socorrerme de vosotros con el miedo que el sueño pudo ponerme, y, aunque os veo, apenas puedo sosegarme ni valerme. Tengo a Nacor por traidor, y no me deja el temor fiar de vuestra lealtad. ALIMUZEL: No son los sueños verdad; no tengas miedo, mi amor; y si lo son, juzga y piensa que a tu lado hallarás quien no consienta tu ofensa. ARLAXA: Contra el hado es por demás que valga humana defensa. D. FERNANDO: No te congojes, señora, que si llegare la hora de verte en aquese aprieto, librarte dél te prometo por el Dios que mi alma adora. Si no quedase cristiano en Orán, y aquí viniese tan arrojado y ufano que la vitoria tuviese tan cierta como en la mano, será esta mía bastante para que el más arrogante vuelva humilde y sin despojos. Tiemple aquesto tus enojos, no pase el miedo adelante, que haré más de lo que digo; y de que prometo poco, mis obras serán testigo. OROPESA: O está don Fernando loco, o es ya de Cristo enemigo. Pelear contra cristianos promete. Venid, hermanos, que yo, con mejor conciencia, pasaré la diligencia a los pies, y no a las manos. D. FERNANDO: Alí, dame tú una espada y un turbante, con que pueda la cabeza estar guardada. OROPESA: Señora, ¿dónde se queda tu condición arrojada? Agora verás hender, herir, matar y romper. Deja venir al cristiano. ARLAXA: Es accidental y vano tal deseo en la mujer, y fácilmente se trueca; y, antes que la espada, agora tomaría ver la rueca. ALIMUZEL: El que te ofende, señora, contra todo el mundo peca. Ven, cristiano, a tomar armas. OROPESA: Mira contra quién te armas, Lozano. D. FERNANDO: ¡Calla, Oropesa! OROPESA: En armarte a tal empresa, de tu valor te desarmas. [Vanse] todos. Salen NACOR, atadas las manos atrás con un cordel, y tráenle BUITRAGO, el capitán GUZMÁN:, MARGARITA y otros soldados con sus arcabuces NACOR: Valeroso Guzmán, éste es, sin duda, el vendido aduar, el paraíso do está la gloria que mi alma busca. Con la caballería, como es uso, le puedes coronar a la redonda, porque apenas se escape un solo moro. GUZMÁN: No tengo tanta gente para tanto. NACOR: Cerca, pues, por lo menos, esta parte, que responde derecha a una montaña que está cerca de aquí, donde, sin duda, harán designio de acogerse cuantos sobresaltados fueren esta noche. GUZMÁN: Dices muy bien. NACOR: Pues manda que me suelten, porque vaya a buscar el grande premio que pide la amorosa traición mía. BUITRAGO: Eso no, ¡vive Dios!, hasta que vea cómo se entabla el juego, ¡so Mahoma! Estése atraillado como galgo, porque hasta ver las li[e]bres no le suelto. NACOR: Señor Guzmán, agravio se me hace. GUZMÁN: Buitrago, suéltale, y a Dios; y embiste. BUITRAGO: Contra mi voluntad le suelto. Vaya. NACOR: Venid, que yo pondré la gente en orden, de modo que no haya algún desorden. Vanse, y queda sola MARGARITA MARGARITA: ¡Pobre de mí! ¿Dónde quedo? ¿Adónde me trae la suerte, confusa y llena de miedo? ¿Qué cosa haré con que acierte, si ninguna cosa puedo? ¡Oh amoroso desvarío, que ciegas el albedrío y la razón tienes presa! ¿Qué sacaré desta empresa, de quién temo y de quién fío? Soy mariposa inocente que, despreciando el sosiego, simple y presurosamente me voy entregando al fuego de la llama más ardiente. Estos pasos son testigos que huyo de los amigos, y, llena de ceguedad, de mi propria voluntad me entrego a los enemigos. Suena dentro: "¡Arma, arma! ¡Santiago, cierra, cierra España, España!" Salga al teatro NACOR abrazado con ARLAXA, y, a su encuentro, BUITRAGO BUITRAGO: ¡Por aqueste portillo se desagua el aduar! ¡Soldados, aquí, amigos! ¡Tente, perro cargado; tente, galgo! NACOR: Amigo soy, señor. BUITRAGO: ¡No es éste tiempo para estas amistades! ¡Tente, perro! NACOR: ¡Muerto soy, por Alá! BUITRAGO: ¡Por San Benito, que he pasado a Nacor de parte a parte, y que ésta debe ser su amada ingrata! ARLAXA: Cristiano, yo me rindo; no ensangrientes tu espada en mujeril sangre mezquina. Llévame do quisieres. Sale ALI[MUZEL] ALIMUZEL: La voz oigo de Arlaxa bella, que socorro pide. ¡Ah perro, suelta! .......... BUITRAGO: ¡Suéltala tú, podenco sin provecho! ¿No hay quien me ayude aquí? ARLAXA: Mientras pelean aquestos dos, podrá ser escaparme, si acaso acierto de tomar la parte que lleva a la montaña. MARGARITA: Si me guías, seré tu esclavo, tu defensa y guarda hasta ponerte en ella. Ven, señora. Va[n]se ARLAXA y MARGARITA. Sale[n] Don FERNANDO y GUZMÁN BUITRAGO: ¡ánimas de purgatorio, favorecedme, señoras, que mi peligro es notorio, si ya no estáis a estas horas durmiendo en el dormitorio! De vuestro divino aliento con mayor fuerza me siento. ¡Perro, el huir no te cale! ¡Ahora verán si vale Buitrago, por más de ciento! [Vanse] ALI[MUZEL], y BUITRAGO tras él GUZMÁN: ¡O eres diablo, o no eres hombre! ¿Quién te dio tal fuerza, perro? D. FERNANDO: No os admire ni os asombre, Guzmán, que haga este yerro quien respeta vuestro nombre. GUZMÁN: ¿Sois, a dicha, don Fernando? D. FERNANDO: El mismo que estáis mirando, aunque no me veis, amigo. GUZMÁN: ¿Sois ya de Cristo enemigo? D. FERNANDO: Ni de veras, ni burlando. GUZMÁN: Pues, ¿cómo sacas la espada contra él? D. FERNANDO: Vendrá sazón más llana y acomodada, en que te dé relación de mi pretensión honrada. Cristiano soy, no lo dudes. GUZMÁN: ¿Por qué a defender acudes este aduar? D. FERNANDO: Porque encierra la paz que causa esta guerra, la salud de mis saludes. Dos prendas has de dejar, y carga, amigo, con todo cuanto hay en este aduar. GUZMÁN: A tu gusto me acomodo, no quiero más preguntar; pero, porque no se diga que tengo contigo liga, tú, pues bastas, lo defiende. Vase GUZMÁN, y vuelven BUITRAGO y ALIMUZEL BUITRAGO: En vano, moro, pretende tu miedo que no te siga, que tengo para ofenderte dos manos y dos mil almas, que a mis pies han de ponerte. D. FERNANDO: Otros despojos y palmas puedes, amigo, ofrecerte, que éste no. ALIMUZEL: Deja, Lozano, que este valiente cristiano en grande aprieto me ha puesto. D. FERNANDO: Ve tú a socorrer el resto, y éste déjale en mi mano, que yo daré cuenta dél. ARLAXA: ¡Lozano, que voy cautiva! Dentro ¡Que voy cautiva, Muzel! ALIMUZEL: ¡Fortuna, a mi suerte esquiva, cielo envidioso y crüel, ejecutad vuestra rabia en mi vida, si os agravia; dejad libre la de aquélla, que os podéis honrar con ella por hermosa, honesta y sabia! Sale[n] ARLAXA, defendiéndola MARGARITA del capitán GUZMÁN y de otros tres soldados D. FERNANDO: ¡Todos sois pocos soldados! GUZMÁN Ésta es la mora en quien tiene don Fernando sus cuidados; dejársela me conviene. Vase [GUZMÁN] BUITRAGO: Aquí hay moros encantados o cristianos fementidos, que ha llegado a mis oídos, creo, el nombre de Lozano. D. FERNANDO: Vuestro trabajo es en vano, cristianos mal advertidos, que esta mora no ha de ir presa; entrad en el aduar, y hallaréis más rica presa. BUITRAGO: ¡Désta irás a señalar, perro, el tanto de tu fuesa! ALIMUZEL: ¡Muerto soy; Alá me ayude! ARLAXA: ¡Acude, Lozano, acude, que han muerto a tu grande amigo! Cae ALI[MUZEL] dentro, y [vase] ARLAXA tras él D. FERNANDO: Vengaréle en su enemigo, aunque de intención me mude. ¡No te retires, aguarda! BUITRAGO: ¿Yo retirar? ¡Bueno es eso! Si tuviera una alabarda, le partiera hasta el güeso. ¡Oh, cómo el perro se guarda! D. FERNANDO: Éste que va a dar el pago de tus bravatas, Buitrago, mejor cristiano es que tú. BUITRAGO: ¡Que te valga Bercebú, y a mí Dios y Santïago! Di quién eres, que, sonando el eco, me trae con miedo la habla de don Fernando. D. FERNANDO: El mismo soy. BUITRAGO: ¡Oh Robledo, verdadero y memorando, y cuánta verdad dijiste! Sin razón le desmentiste, Guzmán atrevido y fuerte. Yo quiero huir de la muerte que en esas manos asiste. D. FERNANDO: ¿Cómo, di, tú no peleas, te retiras o te vas, antes que tu prisión veas? MARGARITA: ¡Extraños consejos das a quien la muerte deseas! Mas no puedo retirarme ni pelear, y he de darme de cansado a moras manos, que se van ya los cristianos, y tú no querrás dejarme. [GUZMÁN]: ¡Al retirar, cristianos! ¡Toca, Robles! Dentro ¡A retirar, a retirar, amigos! No se quede ninguno, y los cansados a las ancas los suban los jinetes, y en la mitad del escuadrón recojan la presa. ¡Al retirar, que viene el día! D. FERNANDO: Yo te pondré en las ancas de un caballo de los tuyos, amigo; no desmayes. MARGARITA: Mayor merced me harás si aquí me dejas. D. FERNANDO: ¿Quieres quedar cautivo por tu gusto? MARGARITA: Quizá mi libertad consiste en eso. D. FERNANDO: ¿Hay otros don Fernandos en el mundo? Demos lugar que los cristianos pasen; retiraos a esta parte. MARGARITA: Yo no puedo. D. FERNANDO: Dadme la mano, pues. MARGARITA: De buena gana. D. FERNANDO: ¡Jesús, y qué desmayo! MARGARITA: Gentilhombre, ¿lleváisme a los cristianos, o a los moros? D. FERNANDO: A los moros os llevo. MARGARITA: No querría que fuésedes cristiano y me engañásedes. D. FERNANDO: Cristiano soy; pero, ¡por Dios!, que os llevo a entregar a los moros. MARGARITA: ¡Dios lo haga! D. FERNANDO: De novedades anda el mundo lleno. ¿Estáis herido acaso? MARGARITA: No. Estoy bueno. Vanse. Sale OROPESA, cargado de despojos OROPESA: No, sino estaos atenido a los consejos de un loco, enamorado y perdido. Mucho llevo en esto poco; voy libre y enriquecido. Ya en mi libertad contemplo un nuevo y estraño ejemplo de los casos de fortuna, y adornarán la coluna mis cadenas de algún templo. Salen el conde [don ALONSO] y Don MARTÍN y BAIRÁN, el renegado BAIRÁN: Digo, señor, que la venida es cierta, y que este mar verás y esta ribera, él de bajeles lleno, ella cubierta de gente inumerable y vocinglera. De Barbarroja el hijo se concierta con Alabez y el Cuco, de manera que en su favor más moros dan y ofrecen que en clara noche estrellas se parecen. Los turcos son seis mil, y los leventes siete mil, toda gente vencedora; veinte y seis las galeras, suficientes a traer municiones de hora en hora. Andan en pareceres diferentes sobre cuál destas plazas se mejora en fortaleza y sitio, y creo se ordena de dar a San Miguel la buena estrena. Esto es, señor, lo que hay del campo moro, y en Argel el armada queda a punto, y Azán, el rey, guardando su decoro, que es diligente, la traerá aquí al punto. D. ALONSO: De sus designios poco o nada ignoro, mas, por tu relación cuerda, barrunto que a San Miguel el bárbaro amenaza, como más flaca, aunque importante plaza. Pero, puesto le tengo en tal reparo, tales soldados dentro dél he puesto, que al bárbaro el ganarle será caro, muy más que en su designio trae propuesto. Idos a reposar, mi amigo caro, y el agradecimiento y paga desto esperadla de mí, con la ventaja que aquel merece que cual vos trabaja. Vase BAIRÁN ¿No tarda ya Guzmán? D. MARTÍN: Las centinelas le han descubierto ya. D. ALONSO: Venga en buen hora. D. MARTÍN: Su premio habrá Nacor de sus cautelas cobrado, su adorada ingrata mora. ¡Amor, como otro Marte nos desvelas; furia y rigor en tus entrañas mora; hasta las religiosas almas dañas, y fundas en traiciones tus hazañas! [Salen] el capitán GUZMÁN, OROPESA, BUITRAGO, VOZMEDIANO y otros soldados GUZMÁN Tus manos pido, y de las mías toma, o, por mejor decir, de tus soldados, amorosos despojos de Mahoma. Volvemos, como fuimos, alentados, mejorados en honra y buena fama, y en ropa y en esclavos mejorados. Nacor no trae a su hermosa dama; que Buitrago apagó con fuerte acero del moro infame la amorosa llama. BUITRAGO: Paséle, por la fe de caballero, por entrambas ijadas, ignorando que fuese el que el aviso dio primero; y si no lo estorbara don Fernando, diera con más de dos patas arriba, que con él se me fueron escapando. D. ALONSO: ¿Que, en fin, se volvió moro? OROPESA: No se escriba, se diga o piense tal de quien su intento en ser honrado y valeroso estriba. Yo sé de don Fernando el pensamiento, y sé que presto volverá a servirte con las veras que ofrece su ardimiento. GUZMÁN Que él es cristiano sé, señor, decirte; que él se nombró conmigo combatiendo. D. MARTÍN: ¿Y procuraba, por ventura, herirte? GUZMÁN: Con tiento pareció que iba esgrimiendo, y palabras me dijo en el combate por quien fui sus designios conociendo. D. MARTÍN: Deste caso, señores, no se trate; ya, por lo menos, ha caído en culpa, y no hay disculpa a tanto disparate. D. ALONSO: Salió sin mi licencia: ya le culpa, y más el escalar de la muralla, insulto que jamás tendrá disculpa. GUZMÁN Precipitóle honor: vistió la malla por conservar su crédito famoso; huyóle el moro; fue a buscar batalla. D. MARTÍN: ¡Por cierto, oh buen Guzmán, que estáis donoso! Pues, ¿cómo no se ha vuelto, o cómo muestra contra cristianos ánimo brioso? OROPESA: Él dará presto de su intento muestra, sacando, en gloria de la ley cristiana, a luz la fuerza de su honrada diestra. D. ALONSO: Venid; repartiré de buena gana lo que deste despojo a todos toca; que el gusto crece lo que así se gana. Vanse, y queda[N] BUITRAGO y VOZMEDIANO VOZMEDIANO: ¡Válgame Dios, si se quedó la loca, si se quedó la sin ventura y triste, que así su suerte y su valor apoca! Dime, señor, si por ventura viste aquel soldado que partió conmigo cuando a la empresa do has venido fuiste; aquel bisoño manicorto, digo, que no te quiso dar limosna un día, y habrá hasta seis que vino aquí conmigo. BUITRAGO: ¿No es aquel del entono y bizarría, de las plumas volantes y del rizo, que me habló con remoques y acedías? VOZMEDIANO: Aquese mismo. BUITRAGO: No sé qué se hizo. Vase [BUITRAGO] VOZMEDIANO: ¿Adónde estarás agora, moza por tus pies llevada do toda miseria mora, de mandar a ser mandada, esclava de ser señora? ¿Que es posible que un deseo incite a tal devaneo? Y éste es, en fin, de tal ser, que no lo puedo creer, y con los ojos lo veo. [Vase.] Sale[n] ARLAXA, Don FERNANDO y MARGARITA D. FERNANDO: Para ser mozo y galán y al parecer bien nacido, muchos desmayos os dan: señal de que habéis comido mucha liebre y poco pan. Quien se rinde a su enemigo, en sí presenta testigo de que es cobarde. MARGARITA: Es verdad, pero trae mi poca edad grande disculpa consigo. El que mis cuitas no siente, hará de mi miedo alarde, pero yo sé claramente que hice más en ser cobarde que no hiciera en ser valiente. ¡Desdichada de la vida a términos reducida que busca con ceguedad en la prisión libertad y a lo imposible salida! ARLAXA: ¿Qué sabes si este soldado, cual tú, tiene aquella queja de valiente mal pagado? D. FERNANDO: Fácil conocer se deja que le aflige otro cuidado; que sus años, cual él muestra, no habrán podido dar muestra, por ser pocos, de los hechos que, por ser mal satisfechos, muestran voluntad siniestra. Y el ofrecerle caballo para que volviese a Orán, y el no querer acetallo, unas sospechas me dan que por su honra las callo. Quizá la vida le enfada soldadesca y desgarrada, y como el vicio le doma, viene tras la de Mahoma, que es más ancha y regalada. MARGARITA: En mi edad, aunque está en flor, he alcanzado y conocido que no hay mal de tal rigor que llegue al verse ofendido, el que es honrado, en su honor. Y más si culpa no tiene; que cuando la infamia viene a quien la busca y procura, es menor la desventura que la deshonra contiene. Y así, me será forzoso para huir la infamia y mengua de mal cristiano y medroso, que os descubra aquí mi lengua lo que apenas pensar oso. Si gustáis de estarme atentos, veréis que paran los vientos su veloz curso a escucharme, y veréis que fue el quedarme honra de mis pensamientos. [Sale] ALIMUZEL ALIMUZEL: El remedio que aplicaste, bella Arlaxa, de tu mano, fue tal, que en él te mostraste ser un ángel soberano que a la vida me tornaste. Conságrotela dos veces: una porque la mereces, y la otra te consagro por el estraño milagro con que tu fama engrandeces. ARLAXA: Sosiégate y no me alabes, que el médico ha sido Alá de tus heridas tan graves. Comienza, cristiano, ya la historia que alegre acabes. MARGARITA: Sí haré; más tú verás, en el cuento que me oirás, que no dan los duros hados a principios desdichados alegres fines jamás. Nací en un lugar famoso, de los mejores de España, de padres que fueron ricos y de antigua y noble casta; los cuales, como prudentes, apenas mi edad temprana dio muestras de entendimiento, cuando me encierran y guardan en un santo monesterio de la virgen Santa Clara; ¡que soy mujer sin ventura, que soy mujer desdichada! ARLAXA: ¡Santo Alá! ¿Qué es lo que dices? MARGARITA: ¿Desto poquito te espantas? Ten silencio, hermosa mora, hasta el fin de mis desgracias; que, aunque ellas jamás le tengan, yo me animaré a contallas, si es posible, en breve espacio y con sucintas palabras. No me encerraron mis padres sino para la crïanza, y fue su intención que fuese, no monja, sino casada. Faltáronme antes de tiempo; que la inexorable Parca cortó el hilo de sus vidas para añadirle a mis ansias. Quedé con sólo un hermano, de condición tan bizarra, que parece que en él solo hizo asiento la arrogancia. Llegó la edad de casarme; hiciéronle mil demandas de mí; no acudió a ninguna, fundándose en leves causas; y, entre los que me pidieron, fue uno que con la espada satisfizo a la respuesta, según se la dieron mala. Suenan dentro atambores ALIMUZEL: Escucha, que oigo clarines, oigo trompetas y cajas; algún escuadrón es éste de turcos que hacia Orán marcha. [Sale un MORO] MORO: Si lo que dejó el cristiano no quieres, hermosa Arlaxa, no lo acaben de talar diez escuadrones que pasan, ven, señora, a defenderlo; que con tu presencia, Arlaxa, pararás al sol su curso y suspenderás las armas. ALIMUZEL: Bien dice, señora; vamos, que lugar habrá mañana para oír si aquesta historia en fin triste o alegre acaba. ARLAXA: Vamos, pues; y vos, hermosa y lastimada cristiana, no os pene si a vuestras penas el oíllas se dilata. Vanse ARLAXA y ALI[MUZEL] tras ella, y MARGARITA a lo último, y Don FERNANDO, tras ella, y dicen antes MARGARITA: Como no tengo, señora, ningún alivio en contarlas, tengo a ventura el estorbo que de tal silencio es causa. D. FERNANDO: ¡Válgame Dios, qué sospechas me van encendiendo el alma! Muchas cosas imagino, y todas me sobresaltan. Desesperado esperando he de estar hasta mañana, o hasta el punto que el fin sepa de la historia comenzada.
Salen los Reyes del CUCO y ALABEZ, don FERNANDO, de moro; ALIMUZEL, ARLAXA y MARGARITA CUCO: Hermosísima Arlaxa: tu belleza puede volver del mesmo Marte airado en mansedumbre su mayor braveza, y dar leyes al mundo alborotado. ALABEZ: Puedes, con tu estremada gentileza, suspender los estremos del cuidado que amor pone en el alma que cautiva, y hacer que en gloria sosegada viva. CUCO: Puede la luz desos serenos ojos prestarla al sol, y hacerle más hermoso; puede colmar el carro de despojos del dios antojadizo y riguroso. ALABEZ: Puede templar la ira, los enojos del amante olvidado y del celoso; puedes, en fin, parar, sin duda alguna, el curso volador de la Fortuna. ARLAXA: Nace de vuestra rara cortesía la sin par que me dais dulce alabanza, porque no llega la bajeza mía adonde su pequeña parte alcanza. Tendré por felicísimo este día, pues en él toma fuerzas mi esperanza de ver mis aduares mejorados, viendo a sus robadores castigados. Cien canastos de pan blanco apurado, con treinta orzas de miel aún no tocada, y del menudo y más gordo ganado casi os ofrezco entera una manada; dulce lebeni en zaques encerrado, agrio yagurt. Y todo aquesto es nada si mi deseo no tomáis en cuenta, que en su virtud la dádiva se aumenta. CUCO: Admitimos tu oferta, y prometemos de vengarte de aquel que te ha ofendido; que, en fe de haberte visto, bien podemos mostrar el corazón algo atrevido. ALABEZ: Arlaxa, queda en paz, porque tenemos el tiempo limitado y encogido. ARLAXA: Viváis alegres siglos y infinitos, reyes del Cuco y Alabez invitos. Vanse los reyes Vuelve a seguir tu comenzada historia, cristiana, sin que dejes cosa alguna que puedas reducir a la memoria de tu adversa o tu próspera fortuna. MARGARITA: Pasadas penas en presente gloria el contarlas la lengua no repugna; mas si el mal está en ser que se padece, al contarle, la lengua se enmudece. Quedé, si mal no me acuerdo, en una mala respuesta que dio mi bizarro hermano a un caballero de prendas, el cual, por satisfacerse, muy malherido le deja. Ausentóse y fuese a Italia, según después tuve nuevas. Tardó mi hermano en sanar mucho tiempo, y no se acuerda en mucho más de su hermana, como si ya muerta fuera. Vi que volaban los tiempos, y que encerraban las rejas el cuerpo, mas no el deseo, que es libre y muy mal se encierra. Vi que mi hermano aspiraba, codicioso de mi hacienda, a dejarme entre paredes, medio viva y medio muerta. Quise casarme yo misma; mas no supe en qué manera ni con quién; que pocos años en pocos casos aciertan. Dejóme un viejo mi padre, hidalgo y de intención buena, con el cual me aconsejase en mis burlas y en mis veras. Comuniquéle mi intento; respondióme que él quisiera que el caballero que tuvo con mi hermano la pendencia, fuera aquel que me alcanzara por su legítima prenda, porque eran tales las suyas, que por estremo se cuentan. Pintómele tan galán, tan gallardo en paz y en guerra, que en relación vi a un Adonis, y a otro Marte vi en la Tierra. Dijo que su discreción igualaba con sus fuerzas, puesto que valiente y sabio pocas veces se conciertan. Estaba yo a sus loores tan descuidada y atenta, que tomó el pincel la fama, y en el alma las asienta; y amor, que por los oídos pocas veces dicen que entra, se entró entonces hasta el alma con blanda y honrada fuerza; y fue de tanta eficacia la relación verdadera, que adoré lo que los ojos no vieron ni ver esperan; que, rendida a la inclemencia de un antojo honrado y simple, mudé traje y mudé tierra. A mi sabio consejero fuerzo a que conmigo venga; que ánimo determinado, de imposibles no hace cuenta. ARLAXA: No te suspendas; prosigue tu bien comenzado cuento, que ninguna cosa siento en él que a gusto no obligue, y aun a pesar. D. FERNANDO: (Y es de modo, Aparte según que voy discurriendo, que al alma va suspendiendo con la parte y con el todo.) MARGARITA: Enamorada de oídas del caballero que dije, me salí del monesterio, y en traje de hombre vestíme. Dejé el hermano y la patria, y, entre alegre y entre triste, con mi consejero anciano a la bella Italia vine. De la mitad de mi alma, para que yo más le estime, supe allí que en estacada venció a tres, y quedó libre, y que la parlera fama, que más de lo que oye dice, le trujo a encerrar a Orán, que espera el cerco terrible. En alas de mi deseo, desde Nápoles partíme; llegué a Orán, facilitando cualquier dudoso imposible, y, apenas pisé su arena, cuando alborotada fuime a saber, sin preguntallo, de quien me tiene tan triste. Dél supe, y pluguiera al cielo, que consuela a los que aflige, que nunca yo lo supiera. D. FERNANDO: Di presto lo que supiste. MARGARITA: Supe que a volverse moro, cosa, a pensarla, imposible, dejó los muros de Orán, y que en vuestra secta vive. Yo, por no vivir muriendo entre sospechas tan tristes, a trueco de ser cautiva, todo el hecho saber quise; y así, arrojada y ansiosa, entre los cristianos vine, de quien fue Nacor la guía, que los trujo a lo que vistes. Ya me quedé, y soy cautiva, y ya os pregunto si vistes a este cristiano que busco, o a este moro que acogistes. Llamábase don Fernando de Saavedra, de insignes costumbres y claro nombre, como su fama lo dice. Por él y por mi rescate, si dél sabéis, se apercibe mi lengua a ofreceros tanto, que pase de lo posible. Ésta es mi historia, señores; nunca alegre, siempre triste; si os he cansado en contalla, lo que me mandastes hice. ARLAXA: Cristiana, de tu dolor casi siento la mitad; que tal vez curiosidad fatiga como el amor. Y al que te enciende en la llama de amor con tantos extremos, como tú, le conocemos solamente por la fama. ALIMUZEL: ¿Debajo de cuál estrella ese cristiano ha nacido, que aun de quien no es conocido los deseos atropella? Ese amigo por quien lloras, y en quien pones tus tesoros, las vidas quita a los moros, y las almas a las moras. D. FERNANDO: Que no es moro está en razón; que no muda un bien nacido, por más que se vea ofendido, por otra su religión. Puede ser que a ese español, que agora tanto se encubre, alguna causa le encubre, como alguna nube al sol. Mas dime: ¿quién te asegura que, después de haberle visto, quede en tu pecho bienquisto? Que engendra amor la hermosura, y si él carece della, como imagino y aun creo, faltando causa, el deseo faltará, faltando en ella. MARGARITA: La fama de su cordura y valor es la que ha hecho la herida dentro del pecho: no del rostro la hermosura; que ésa es prenda que la quita el tiempo breve y ligero, flor que se muestra en enero, que a la sombra se marchita. Ansí que, aunque en él hallase no el rostro y la lozanía que pinté en mi fantasía, no hay pensar que no le amase. D. FERNANDO: Con esa seguridad, presto me ofrezco mostrarte al que puede asegurarte el gusto y la libertad. Muda ese traje indecente, que en parte tu ser desdora, y vístete en el de mora, que la ocasión lo consiente; y con Arlaxa y Muzel los muros de Orán veremos, donde, sin duda, hallaremos tu piadoso o tu crüel; que no es posible dejar de hallarse en aquesta guerra, si no le ha hundido la tierra o le ha sorbido la mar. Alimuzen, no te tardes; ven, y mira que es razón; que en semejante ocasión no es bien parecer cobarde[s]. ALIMUZEL: Haz cuenta que a punto estoy. ARLAXA: A mí nada me detiene. MARGARITA: Ya veis si a mí me conviene seguiros. D. FERNANDO: Pues pase hoy; y mañana, cuando dan las aves el alborada, demos a nuestra jornada principio y al fin de Orán. ¿Queda así? ALIMUZEL: No hay que dudar. ARLAXA: ¿Cómo te llamas, señora? MARGARITA: Margarita; mar do mora[n] gustos que me han de amargar. ARLAXA: Ven, que el amor favorece siempre a honestos pensamientos. D. FERNANDO: (¡Qué atropellados contentos [Aparte] la ventura aquí me ofrece!) [Vanse] todos. Sale BUITRAGO, solo, a la muralla [BUITRAGO]: ¡Arma, arma, señor, con toda priesa!; porque en el charco azul columbro y veo pintados leños de una armada gruesa hacer un medio círculo y rodeo; el viento el remo impele, el lienzo atesa; el mar tranquilo ayuda a su deseo. Arma, pues, que en un vuelo se avecina, y viene a tomar tierra a la marina. A la muralla, el Conde [don ALONSO] y GUZMA´N D. ALONSO: Turcos cubren el mar, moros la tierra; don Fernando de Cárcamo al momento a San Miguel defienda, y a la guerra se dé principio con furor sangriento. Mi hermano, que en Almarza ya se encierra, mostrará de quién es el bravo intento; que este perro, que nunca otra vez ladre, es el que en Mostagán mordió a su padre. GUZMÁN: Mal puedes defenderle la ribera. D. ALONSO: No hay para qué, si todo el campo cubre del Cuco y Alabez la gente fiera, tanta, que hace horizonte lo que encubre, y los que van poblando la ladera de aquel cerro empinado que descubre y mira esento nuestros prados secos, son los moros de Fez y de Marruecos. Coronen las murallas los soldados, y reitérese el arma en toda parte; estén los artilleros alistados, y usen certeros de su industria y arte; los a cosas diversas diputados acudan a su oficio, y dese a Marte el que a Venus se daba, y haga cosas que sean increíbles de espantosas. [Vanse] de la muralla el Conde [don ALONSO] y GUZMÁN BUITRAGO: Ánimas, si queréis que al ejercicio vuelva de mis plegarias y rosario, pedid que me haga el cielo beneficio que siquiera no falte el ordinario; que, aunque de Marte el trabajoso oficio en mi estómago pide estraordinario, con diez hogazas que me envíe, sienta que a seis bravos soldados alimenta. [Vase], y suenan chirimías y cajas. [Salen] AZÁN Bajá y BAIRÁN con [los] rey[es] del CUCO y ALABEZ BAIRÁN: Don Francisco, el hermano del valiente don Juan, que naufragó en la Herradura, apercibe gran número de gente, y socorrer a esta ciudad procura. Don álvaro Bazán, otro excelente caballero famoso y de ventura, tiene cuatro galeras a su cargo, y éste ha de ser de tu designio embargo. AZÁN: Su arena piso ya; de Orán colijo no aquella lozanía que dijiste: sólo por tocar arma ya me aflijo, y ver quién será aquel que me resiste. ALABEZ: Quien al padre venció vencerá al hijo. No hay que esperar, ¡oh grande Azán!, embiste; que el tiempo que te tardas, ése quitas a tus vitorias raras e infinitas. [Salen] a esta sazón ARLAXA y MARGARITA, en hábito de mor[a]; Don FERNANDO como moro, y ALIMUZEL CUCO: Tienes presente, ¡oh rey Azán!, la gloria de la &áacute;frica y la flor de Berbería; un ángel es que anuncia tu vitoria, que el cielo, donde él vive, te le envía. AZÁN: Tendré yo para siempre en la memoria esta merced, ¡oh gran señora mía!, bella y sin par Arlaxa, en cuanto el cielo pudo de bien comunicar al suelo. ¿Qué buscas entre el áspero ruïdo del cóncavo metal, que, el aire hiriendo, no ha de llevar a tu sabroso oído de Apolo el son, mas el de Marte horrendo? ARLAXA: El tantarán del atabal herido, el bullicio de guerra y el estruendo de gruesa y disparada artillería es para mí süave melodía. Cuanto más, que yo vengo a ser testigo de tus raras hazañas y excelentes, y a servirte estos dos truje conmigo, que cuanto son gallardos son valientes. AZÁN: De agradecer tanta merced me obligo cuando corran los tiempos diferentes de aquéstos, porque el fruto de la guerra en la paz felicísima se encierra. [Sale] ROAMA, moro, con [don JUAN de Valderrama], un cristiano galán, atadas las manos ROAMA: El bergantín que de la Vez se llama cautivaron anoche tus fragatas; y éste, que es un don Juan de Valderrama, venía en él. AZÁN: ¿Por qué no le desatas? Como entra el cautivo, se cubre MARGARITA el rostro con un velo ALABEZ: ¿Cómo sabes su nombre tú, Roama? ROAMA: Él me lo ha dicho así. AZÁN: Pues mal le tratas; si es caballero, suéltale las manos. D. JUAN: ¿Qué es lo que veo, cielos soberanos? Mira a Don FERNANDO AZÁN: ¿De qué tierra eres, cristiano? D. JUAN: De Jerez de la Frontera. AZÁN: ¿Eres hidalgo o villano? ALABEZ: Vestir de aquella manera los villanos no es muy llano. D. JUAN: Caballero soy. AZÁN: ¿Y rico? D. JUAN: Eso no; pues que me aplico a ser soldado, señal que de bienes me va mal; y esto os juro y certifico. ALABEZ: De cristianos juramentos está preñada la tierra, lleno el mar, densos los vientos. AZÁN: ¿Y venías...? D. JUAN: A la guerra. AZÁN: ¡Honrados son tus intentos! MARGARITA: ¡Éste es mi hermano, señora! ARLAXA: Disimula como mora, y cúbrete el rostro más. Cuco ¡Buena guerra agora harás! D. JUAN: ¿Y cómo la hago agora? AZÁN: ¿Qué nuevas hay en España? D. JUAN: No más de la desta guerra, y que ya estás en campaña. AZÁN: Dirán que mi intento yerra en emprender tal hazaña; el socorro aprestarán, el mundo amenazarán, y, estándole amenazando, llegarán a tiempo cuando yo esté en sosiego en Orán. Preséntote este cristiano, Arlaxa, como en indicio de lo que en servirte gano; y acepta el primer servicio que recibes de mi mano; que otros pienso de hacerte con que mejores la suerte de tu aduar saqueado. ARLAXA: Tenga el grande Alá cuidado, grande Azán, de engrandecerte. [ALABEZ]: Azán Vamos, que Marte nos llama a ejercitar el rigor que enciende tu ardiente llama. ARLAXA: Mahoma te dé favor que aumente tu buena fama. Ven, cristiano, y darme has cuenta de quién eres. [Vanse] todos, excepto Don JUAN y Don FERNANDO D. JUAN: ¡No consienta el cielo que éste sea aquel que, enamorado y crüel, pudo hacerme honrada afrenta! D. FERNANDO: Escucha, cristiano, espera. D. JUAN: Ya espero, ya escucho, y veo lo que nunca ver quisiera, si me pinta aquí el deseo esta visión verdadera. D. FERNANDO: ¿Qué murmuras entre dientes? D. JUAN: ¿Qué me quieres? D. FERNANDO: Que me cuentes quién eres. D. JUAN: Pues, ¿qué te importa? D. FERNANDO: Hacer tu desgracia corta. D. JUAN: (¡Podrá ser que me la aumentes! Aparte Muestran que no es opinión los sobresaltos que paso, mas cosa puesta en razón, que, sin duda, hace caso tal vez la imaginación, pues pienso que estoy mirando el rostro de don Fernando, su habla, su talle y brío; pero que esto es desvarío su traje me va mostrando.) D. FERNANDO: ¿Todo ha de ser murmurar, cristiano? D. JUAN: Perdona, moro, que no me dejan guardar el cortesano decoro las ansias de mi pesar. Y más, que tú me enmudeces; porque tanto te pareces a un cristiano, que me admiro, que le veo si te miro, y él mismo en ti mismo ofreces. D. FERNANDO: En Orán hay un cristiano que dicen que me parece como esta mano a esta mano, y que si acaso se ofrece vestir hábito africano, ningún moro hay que le vea que no diga que yo sea, y juzgue con evidencia que sólo nos diferencia su vestido y mi librea. No le he visto y voy trazando verle, que verle deseo, ya en paz, o ya peleando. D. JUAN: ¿Cómo se llama? D. FERNANDO: Yo creo que se llama don Fernando, y tiene por sobrenombre Saavedra. D. JUAN: Ése es el hombre por quien con mil males lucho. D. FERNANDO: Desa manera, no es mucho que mi presencia te asombre. [Sale] ROAMA, el moro ROAMA: Arlaxa y Fátima están esperándote, cautivo. D. FERNANDO: Ve en paz; que, rendido Orán, si el otro yo queda vivo, tendrá remedio tu afán. D. JUAN: Estimo tu buen deseo; mas, con todo aquesto, creo...; pero no, no creo nada; que es cosa desvariada dar crédito a lo que veo. [Vanse] don JUAN y ROAMA D. FERNANDO: Entre sospechas y antojos, y en gran confusión metido, va don Juan lleno de enojos, pues le estorba este vestido no dar crédito a sus ojos. No se puede persuadir que yo pudiese venir a ser moro y renegar; y así, se deja llevar de lo que quise fingir. Su confesión está llana, y más lo estará si mira y si conoce a su hermana; que entonces no habrá mentira que no se tenga por vana. Pregunto: ¿en qué ha de parar este mi disimular, y este vestirme de moro? En que guardaré el decoro con que más me pueda honrar. [Vase]. Tócase [al] arma; salen a la muralla el Conde [don ALONSO] y GUZMÁN, y al teatro, AZÁN, el CUCO y ALABEZ D. ALONSO: Veinte asaltos creo que son los que han dado a San Miguel, y éste, según es crüel, me muestra su perdición. No podrá más don Fernando de Cárcamo. GUZMÁN: No, sin duda; mas, si no se le da ayuda, su fin le está amenazando. Fuerza que no se socorre, haz cuenta que está rendida. AZÁN: San Miguel va de vencida, que gran morisma allá corre. Suena mucha vocería de "¡Li, li, li!" y atambores; sale ROAMA ROAMA: San Miguel se ha entrado ya, y, sobre el muro español, son tus medias lunas sol, el más bello que hizo Alá. Fuéronse a Mazalquivir algunos que se escaparon. Azán Algún tanto dilataron esos perros el vivir. ALABEZ: Desta huida no se arguye el refrán que el vulgo trata, que es hacer puente de plata al enemigo que huye. CUCO: Hoy de aquel gran capilludo las memorias quedarán enterradas con Orán, pues tú puedes más que él pudo. AZÁN: ¡Valeroso don Martín, que te precias de otro Marte, espera, que voy a darte, a tu usanza, un San Martín! [Vanse todos. Salen ARLAXA y MARGARITA, cubierto el rostro con un velo, y Don JUAN, como cautivo D. JUAN: Ayer me entró por la vista cruda rabia a los sentidos, y hoy me entra por los oídos, sin haber quien la resista. Ayer la suerte inhumana, a quien mil veces maldigo, me hizo ver mi enemigo, y hoy me hace oír mi hermana. Quítate el velo, señora, y sacarme has de una duda por quien tiembla el alma y suda. MARGARITA: ¿Otra vez? No puedo agora. D. JUAN: ¡Ay Dios, que la voz es ésta de mi buscada enemiga! MARGARITA: Si el oírme te fatiga, jamás te daré respuesta. D. JUAN: No me tengas más suspenso; descúbrete, que me das, mientra que cubierta estás, un dolor que llega a inmenso. ARLAXA: Fátima, por vida mía, que te descubras; veremos por qué hace estos extremos este cristiano. MARGARITA: Sí haría, si no me importase mucho encubrirme desta suerte. D. JUAN: Los ecos son de mi muerte los que en esta voz escucho. ARLAXA: Descúbrete, no te asombres; que has de saber, si lo ignoras, que nunca para las moras los cristianos fueron hombres. Ya no es nadie el que es esclavo; no tienes que recelarte. MARGARITA: Yo daré, por contentarte, con mis designios al cabo. [Hablan aparte ARLAXA y doña MARGARITA] ARLAXA: (Que te conozca, no importa; cuanto más, que has de negallo MARGARITA: Dudosa en todo me hallo. ARLAXA: Ten ánimo, no seas corta.) MARGARITA: Descúbrome; vesme aquí, cristiano; mírame bien. D. JUAN: ¡Oh, el mismo rostro de quien aquí me tiene sin mí! ¡Oh hembra la más liviana que el sol ha visto jamás! ¡Oh hermana de Satanás primero que no mi hermana! Por ejemplos más de dos he visto puesto en efeto que, en perdiéndose el respeto al mundo, se pierde a Dios. ARLAXA: ¿Qué dices, perro? D. JUAN: Que es ésta mi hermana. ARLAXA: ¿Fátima? D. JUAN: Sí. ARLAXA: ¡En mi vida vi ni oí tan linda y graciosa fiesta! ¡Tuya mi hermana! ¿Estás loco? Mírala bien. D. JUAN: Ya la miro. ARLAXA: ¿Qué dices, pues? D. JUAN: Que me admiro, y en el jüicio me apoco. Por dicha, ¿hace Mahoma milagros? ARLAXA: Mil a montones. D. JUAN: ¿Y hace transformaciones? ARLAXA: Cuando voluntad le toma. D. JUAN: ¿Y suele muda[r], tal vez, en mora alguna cristiana? ARLAXA: Sí. D. JUAN: Pues aquésta es mi hermana, y la tuya está en Jerez. ARLAXA: ¡Roama, Roama, ven! [Sale] ROAMA ROAMA: Señora; ¿qué es lo que mandas? ARLAXA: Que pongas las carnes blandas a este perro. ROAMA: Está bien. Vuélvese ARLAXA: Con un corbacho procura sacarle de la intención una cierta discreción que da indicios de locura. MARGARITA: De cualquiera maleficio, Arlaxa, que al hombre culpa, le viene a sobrar disculpa en la falta del juïcio. No le castigues ansí por cosa que es tan liviana. D. JUAN: ¡J[u]ro a Dios que eres mi hermana, o el diablo está hablando en ti! Suena dentro asalto ARLAXA: ¿No oyes, Fátima, que dan asalto a Mazalquivir, que hasta aquí se hace sentir en el conflito en que están? Deja a ese perro, y acude, por si lo podremos ver. MARGARITA: Siempre te he de obedecer. [Vanse] ARLAXA y MARGARITA D. JUAN: ¡Y quieren que desto dude! Por ser grande la distancia que hay de mi hermana a ser mora, imagino que en mí mora gran cantidad de ignorancia. Extraño es el devaneo con quien vengo a contender, pues no me deja creer lo que con los ojos veo. [Vase]. Salen a la muralla Don MARTÍN, el capitán GUZMÁN y BUITRAGO con una mochila a las espaldas y una bota de vino, comiendo un pedazo de pan D. MARTÍN: ¡Gente soberbia y crüel, a quien ayuda la suerte, no penséis que es éste el fuerte tan flaco de San Miguel! ¡Bravo Guzmán, gran Buitrago, hoy ha de ser vuestro día! Bebe [BUITRAGO] BUITRAGO: Déjeme vueseñoría que me esfuerce con un trago. ¡Échenme destos alanos agora de dos en dos, porque yo les juro a Dios que han de ver si tengo manos! Salen al teatro AZÁN, el CUCO, el ALABEZ, Don FERNANDO y otros moros con escalas AZÁN: Al embestir no se tarde; porque quiero estar presente, para honrar al que es valiente y dar infamia al cobarde. Muzel, una escala toma, y muéstranos que te dan, como a melionés galán, [manos las del gran Mahoma.] ¡Ea; al embestir, amigos; amigos, al embestir; que hoy será Mazalquivir sepultura de enemigos! Embisten; anda la grita; lleva [ALI]MUZEL una escala; sube por ella, y otro moro por otra; desciende al moro BUITRAGO, y don FERNANDO ase a [ALI]MUZEL y derríbale; pelea con otros, y mátalos. Todos han de caer dentro del vestuario. Desde un cabo mira AZÁN, el CUCO y el ALABEZ lo que pasa D. FERNANDO: Ya no es tiempo de aguardar a designios prevenidos, viendo que están oprimidos los que yo debo ayudar. ¡Baja, Muzel! ALIMUZEL: ¿Por ventura, quiéresme quitar la gloria desta ganada vitoria? D. FERNANDO: Aún más mi intento procura. ALIMUZEL: ¡Que me derribas! ¡Espera, que ya abajo a castigarte! D. FERNANDO: Aunque bajase el dios Marte acá de su quinta esfera, no le estimaré en un higo. ¡Oh, cómo que trepa el galgo! ALIMUZEL: Poco puedo y poco valgo con este amigo enemigo. ¿Por qué contra mí, Lozano, esgrimes el fuerte acero? Riñen los dos D. FERNANDO: Porque soy cristiano, y quiero mostrarte que soy cristiano. D. MARTÍN: ¡Disparen la artillería! ¡Aquí, Buitrago y Guzmán! ¡Robledo, venga alquitrán! ¡Arrojad esa alcancía! ¡Allí, que se sube aquél! D. FERNANDO: Donde yo estoy, este muro estará siempre seguro; y, aunque le pese a Muzel, este perro vendrá al suelo. Derriba a otro AZÁN: ¿Quién es aquél que derriba a cuantos suben arriba? CUCO: Que es renegado recelo; pero yo lo veré presto, y le haré que se arrepienta. AZÁN: A un rey no toca esa afrenta. Vase el del CUCO contra Don FERNANDO CUCO: Mahoma se sirve en esto. Vase GUZMÁN: Buitrago, el que nos defiende es, sin duda, don Fernando. BUITRAGO: Aqueso estaba pensando, porque a los moros ofende. CUCO: ¡Renegado, perro, aguarda! D. FERNANDO: ¡Rey del Cuco, perro, aguardo! CUCO: ¿Cómo en tu muerte me tardo? D. FERNANDO: Pues la tuya ya se tarda. Alimuzel, désta vas, y tú, rey, irás de aquésta. ¡Concluyóse ya esta fiesta! CUCO: ¡Muy mal herido me has! ALIMUZEL: ¡Muerto me has, moro fingido y cristiano mal cristiano! Caen dentro del vestuario D. FERNANDO: Tengo pesada la mano y alborotado el sentido; Dios sabe si a mí me pesa. Gran don Martín valeroso, haz que desciendan al foso y recojan esta presa. GUZMÁN: Don Fernando, señor, es, que viene a hacer recompensa de la cometida ofensa: diez ha herido, y muerto a tres; y el rey del Cuco es aquél que yace casi difunto. D. MARTÍN: Pues socorrámosle al punto. GUZMÁN: Y el otro es Alimuzel. D. MARTÍN: Vayan por la casamata al foso, y retírenlos. BUITRAGO: Vamos por ellos los dos. Quítase del muro GUZMÁN y BUITRAGO AZÁN: Ya no es la empresa barata, pues me cuesta un rey, y tantos que en veinte asaltos han muerto. ¿Alboroto, y en el puerto (¿qué podrá ser?) de los Santos? Suenan tod[as las campanas] Campanas en la ciudad suenan, señal de alegrías, y tocan las chirimías; aquésta es gran novedad. Vamos a ver lo que es esto, y toquen a recoger. ALABEZ: No sé lo que pueda ser. AZÁN: Pues yo lo sabré bien presto. [Vanse]. Salen BUITRAGO y GUZMÁN GUZMÁN: Al retirar, don Fernando, que en gran peligro estás puesto. D. FERNANDO: No lo pienso hacer tan presto. BUITRAGO: Pues, ¿cuándo? D. FERNANDO: Menos sé cuándo. Yo, que escalé estas murallas, aunque no para huir dellas, he de morir al pie dellas, y con la vida amparallas. Conozco lo que me culpa, y, aunque a la muerte me entregue, haré la disculpa llegue adonde llegó la culpa. BUITRAGO: Yo sé muy poco, y diría, y está muy puesto en razón, que la desesperación no puede ser valentía. GUZMÁN: Menos riesgo está en ponerte del conde a la voluntad que hacer la temeridad donde está cierto el perderte. Procúrate retirar, pues es cosa conocida que al mal de perder la vida no hay mal que pueda llegar. En efecto: has de ir por fuerza, si ya no quieres de grado. D. FERNANDO: De vuestra fuerza me agrado, pues más obliga que fuerza. Retirad aquesos dos del foso, que es gente ilustre. BUITRAGO: Locura fuera de lustre el quedarte, ¡juro a Dios! [Vanse] todos. Salen AZÁN, ARLAXA, MARGARITA, don JUAN, ROAMA, que trae preso a VOZMEDIANO ROAMA: Éste, pasando de Orán a Mazalquivir, fue preso. AZÁN Éste nos dirá el suceso y por qué alegres están. VOZMEDIANO: Porque les entró un socorro, que por él, ¡oh gran señor!, a la hambre y al temor han dado carta de horro. Un don Álvaro Bazán, terror de naciones fieras, a pesar de tus galeras, ha dado socorro a Orán. En la cantidad es poco, y en el valor sobrehumano. D. JUAN: Si aquéste no es Vozmediano, concluyo con que estoy loco. VOZMEDIANO: ¡Suerte airada, por quien vivo en pena casi infinita! Aquélla, ¿no es Margarita, y su hermano aquel cautivo? AZÁN: ¿Hay nuevas de otro socorro, cristiano? VOZMEDIANO: Dicen que sí. D. JUAN: De haber dudado hasta aquí ya me avergüenzo y me corro. ¿No os llamáis vos Vozmediano? VOZMEDIANO: No, señor. D. JUAN: ¿Qué me decís? VOZMEDIANO: Que no. D. JUAN: ¡Por Dios, que mentís! VOZMEDIANO: Estoy preso y soy cristiano, y así, no os respondo nada. D. JUAN: ¿Aquélla no es Margarita, viejo ruin? VOZMEDIANO: Es infinita vuestra necedad pensada. Pedro &áacute;lvarez es mi nombre: ved si os habéis engañado. D. JUAN: El seso tengo turbado; no hay cosa que no me asombre. Que si éste no es Vozmediano y no es Margarita aquélla, y el que causó mi querella no es el otro mal cristiano, tampoco soy yo don Juan, sino algún hombre encantado. [Sale] un MORO MORO: ¿Cómo estás tan sosegado, valeroso y fuerte Azán? Si tardas un momento, no habrá fusta, galera ni bajel de cuantos tienes en este mar que no sea miserable presa del español, que a remo y vela viene a embestirte. Rey Azán, ¿qué aguardas? AZÁN: Todo moro se salve, que los turcos solos se han de embarcar. ¡Adiós, amigos! Vase ARLAXA: Fátima, no me dejes; ven conmigo, que tiempo habrá donde a tu gusto acudas. MARGARITA: No te puedo faltar; guía, señora. [Vanse] las dos D. JUAN: Solos quedamos, hombre, y sólo quiero que me digas quién eres; que yo pienso que eres un Vozmediano de mi tierra. VOZMEDIANO: No es éste tiempo para tantas largas; la libertad tenemos en las manos; dejalla de cobrar será locura. Pedro &áacute;lvarez me llamo por agora. [Vase] D. JUAN: ¿Cómo podré dejarte, hermana o mora? [Vase]. Salen a la muralla Don MARTÍN, GUZMÁN, Don FERNANDO y BUITRAGO D MARTÍN: ¡Oh, que se embarca el perro y que se escapa! Dobla la punta, general invicto, y embístele. GUZMÁN: Por más que lo procura, no es posible alcanzarle. D. FERNANDO: ¡A orza, a orza, con la vela hasta el tope! ¡Oh, que se escapa! De Canastel el cabo dobla, y vase. D. MARTÍN: Los perros de la tierra, en remolinos confusos, con el miedo a las espaldas, huyen y dejan la campaña libre. BUITRAGO: Toda la artillería se han dejado. GUZMÁN: Las proas endereza nuestra Armada al puerto, y ya de Orán el conde insigne ha salido también. D. MARTÍN: A la marina, que el bravo don Francisco de Mendoza no tardará en llegar. [Vanse] Don MARTÍN y BUITRAGO D. FERNANDO: Amigo, escucha: ¿no ves aquel montón que va huyendo de moros por la falda del ribazo? GUZMÁN: Muy bien. ¿Por qué lo dices? D. FERNANDO: Allí creo que va desta alma la mitad. GUZMÁN: ¿Va Arlaxa? D. FERNANDO: Arlaxa va. GUZMÁN: ¡Mahoma la acompañe! D. FERNANDO: Ven, que con ella va la que me lleva el alma, y me conviene detenellas; sígueme, que has de hacer por mí otras cosas que me importan la honra. GUZMÁN: Yo te sigo; que hasta la aras he de serte amigo. [Vanse]. Sale[n], como que se desembarca, Don FRANCISCO de Mendoza; recíbenle el Conde [don ALONSO], don MARTÍN, BUITRAGO y otros D. ALONSO: Sea vuesa señoría bien venido, cuanto ha sido el deseo que de verle estas fuerzas han tenido. D. FRANCISCO: El cielo, a lo que creo, en mi mucha tardanza ha sido parte, porque viese esta tierra más de un Marte; que de aquestas murallas las rüinas muestran que aquí hubo brazos de fuerzas que llegaron a divinas. BUITRAGO: Rompen por embarazos imposibles los hartos y valientes, y esto saben mis brazos y mis dientes. D. MARTÍN: ¡Paso, Buitrago! BUITRAGO: Yo, señor, bien puedo hablar, pues soy soldado tal, que a la hambre sola tengo miedo. Ya el cerco es acabado. D. MARTÍN: No es para aquí, Buitrago, aqueso. ¡Paso! BUITRAGO: Nadie sabe la hambre que yo paso. D. ALONSO: Cincuenta y siete asaltos reforzados dieron los turcos fieros a estos terrones por el suelo echados. BUITRAGO: Cincuenta y siete aceros tajantes respondieron a sus bríos, todos en peso destos brazos míos. Corté y tajé más de una turca estambre. D. ALONSO: ¡Buitrago, basta agora! BUITRAGO: Bastará, a no morirme yo de hambre. D. FRANCISCO: En vuestro pecho mora, famoso don Martín, la valentía. BUITRAGO: Y en el mío la hambre y sed se cría. [Sale] el capitán GUZMÁN y lee un billete a Don FRANCISCO; y, en leyéndole, dice D. FRANCISCO: Haráse lo que pide don Fernando; que todo lo merece lo que dél va la fama publicando. Coyuntura se ofrece donde alegre y seguro venir puede. GUZMÁN: Tu gran valor al que es mayor excede. [Vase] GUZMÁN D. FRANCISCO: Pido, en albricias deste buen suceso, señor conde, una cosa que por algo atrevida la confieso, mas no dificultosa. D. ALONSO: ¿Qué me puede mandar vueseñoría que no haga por deuda o cortesía? D. FRANCISCO: De don Fernando Saavedra pido perdón, porque su culpa con su fogoso corazón la mido, y el dará su disculpa. D. ALONSO: Muy mal la podrá dar; pero, con todo, señor, a vuestro gusto me acomodo. [Salen] Don FERNANDO y ALIMUZEL, con una banda, como que está herido, ARLAXA, MARGARITA, Don JUAN y VOZMEDIANO D. FERNANDO: Si confesar el delito, con claro arrepentimiento, mitiga en parte la ira del juez que es sabio y recto, yo, arrepentido, aunque tarde, el mal que hice confieso, sin dar más disculpa dél que un honrado pensamiento. A la voz del desafío deste moro corrí ciego, sin echar de ver los bandos, que al más bravo ponen freno. Pero no es éste lugar para alargarme en el cuento de mi extraña y rara historia, que dejo para otro tiempo. D. ALONSO: Agradecedlo al padrino que habéis tenido, que creo que allí llegará la pena do llegó el delito vuestro. Pero, ¿qué moras son éstas?, ¿y qué cautivos? ¿Qué es esto? D. FERNANDO: Todo lo sabrás después, y por agora te ruego que me des, señor, licencia, para hablar sólo un momento y acomodar muchas causas de quien verás los efectos. D. ALONSO: Hablad lo que os diere gusto, que del vuestro le tendremos; que siempre vuestras palabras responden a vuestros hechos. D. FERNANDO: Yo soy, Arlaxa, el cristiano, y entiende que ya no miento, don Fernando, el de la fama, que te enamoró el deseo. La palabra que le diste a Alimuzel tenga efecto, que él hará entrego de mí, pues yo en sus manos me entrego. Y vos, don Juan valeroso, cuyo honrado y noble intento os trujo a tal confusión que os turbó el conocimiento, perdonad a vuestra hermana, que el romper del monesterio redundará en su alabanza, señor, si vos gustáis dello. Sin dote será mi esposa; que nunca falta el dinero donde los gustos se miden y se estrechan los deseos. En esta mora en el traje a vuestra hermana os ofrezco, y a mi esposa, si ella quiere. MARGARITA: Yo sí quiero. D. FERNANDO: Yo sí quiero. D. JUAN: ¿No es aquéste Vozmediano? VOZMEDIANO: El mismo. D. JUAN: ¡Gracias al cielo que, tras de tantos nublados, claro el sol y alegre veo! No es este famoso día de venganzas, y no tengo corazón a quien no ablande tal sumisión y tal ruego. Yo perdono a Margarita, y por esposa os la entrego, Alejandro de mi hacienda, pues la mitad os ofrezco. ARLAXA: Y yo la mano a Muzel; que, aunque mora, valor tengo para cumplir mi palabra; cuanto más, que lo deseo. D. ALONSO: Tan alegre destas cosas estoy, cuanto estoy suspenso, porque dellas veo el fin, y no imagino el comienzo. D. FERNANDO: ¿Ya no te he dicho, señor, que te lo diré a su tiempo? [Sale] UNO UNO: En este punto espiró el buen alférez Robledo. GUZMÁN: Dios le perdone, y mil gracias doy al piadoso cielo, que me quitó de los hombros tan pesado sobrehueso. Quien quiere tener la vida rendida a cualquier encuentro, y no tener gusto en ella ni velando ni durmiendo, afrente a algún bien nacido, y verá presente luego el rostro que el temor tiene, la sospechas y el recelo. BUITRAGO: Quien quisiere se le quite todo temor, todo miedo, tenga hambre, y verá como cesa todo en no comiendo. D. MARTÍN: Yo añadiré las raciones, Buitrago. BUITRAGO: ¡Hágate el cielo vencedor nunca vencido por casi siglos eternos! D. ALONSO: Entremos en la ciudad, señor don Francisco. D. FRANCISCO: Entremos, porque a la vuelta me llaman estos favorables vientos, y quiero deste principio entender estos sucesos, porque, en ser de don Fernando, gustaré de que sean buenos. BUITRAGO: Tóquense las chirimías y serán, si bien comemos, dulces y alegres las fiestas. GUZMÁN: ¿Y si no? BUITRAGO: Renegaremos. UNO: ¡Buitrago, daca el alma! BUITRAGO: ¡Hijo de puta! ¿Tenemos más almas que dar, bellaco? UNO: ¡Daca el alma! BUITRAGO: ¡Por San Pedro, que si os asgo, hi de poltrón, que habéis de saber si tengo alma que daros! GUZMÁN: Buitrago, no haya más, que llega el tiempo de dar fin a esta comedia, cuyo principal intento ha sido mezclar verdades con fabulosos intentos.