La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

El Padre Mío

Conocí al Padre Mío en 1983. La artista visual Lotty Rosenfeld, me acompañaba en una inestable investigación en torno a la ciudad y los márgenes, investigación iniciada en 1980, y en la que ya habíamos pasado por múltiples hospederías, barrios prostibular Utilizo el término investigación en un aspecto muy amplio, pues, de hecho, se trataba de salidas a la ciudad, sin un programa estructurado, tan sólo la orientación, la fijación en mundos cruzados por energías y sentidos diferenciadores de un sistema socia Buscaba, especialmente, captar y capturar una estética generadora de significaciones culturales, entendiendo el movimiento vital de esas zonas como una suerte de negativo -como el negativo fotográfico-, necesario para configurar un positivo -el resto de l Persiguiendo delimitar y delinear una arista estética, el mundo del vagabundaje urbano me resultaba, en parte, ejemplar, para pensar órdenes críticos que transgredían pasivamente la vocación institucional por el refugio en el espacio privado. Con la venta Descansando en la creatividad y, particularmente, en el montaje narrativo, era posible acotar la dramaticidad que las figuras del vagabundaje portaban. Esta tensión dramática se encarnaba materialmente en sus figuras desplegadas en las calles, plazas y ri Sus presencias armadas en la pura apariencia, siguiendo un complejo y desgarrado orden cosmético, dejaban entrever significaciones múltiples, desde la multiplicidad de aditivos que componían la violenta exterioridad a la que se habían reducido.
Esta exterioridad se construía desde la acumulación del desecho y la disposición para articular una corporalidad barroca temible en su exceso. La saturación de prendas era correspondiente a la carnalidad maquillada de tierra, formando la costra de una ase Cargando todas sus pertenencias en sacos, bolsas, cajas o paquetes, esos bultos eran una apariencia más . El símil de la propiedad individual y, más aún, la copia de una historia personal marcada por la posesión de objetos testimoniadores de la existencia La sujeción a la apariencia y a la exterioridad era común en ellos, más allá de las particularidades de su construcción. En esta perspectiva me era posible establecer nociones que permitían percibir algunos argumentos culturales propios, desde la alterida Es-Cultura, pensé.
Esculturas diseminadas en los bordes negando la interioridad arquitectónica, tomando, en cambio las fachadas, a partir de constituirse ellos mismos en puros ornamentos, en fachadas después de un cataclismo .
Observar esta conversión en esculturas -estoy haciendo una metáfora-, era permitir la elaboración del pensamiento que asistía a un trabajo con la apariencia y la exterioridad. Por esto, era posible enlazar la idea que estaban dispuestos así para la mirada Fuera del sistema de producción económica, su apariencia era el trabajo único que incesantemente se repetía en cada una de las figuras. Un trabajo solitario y excesivo que desde el jirón se recomponía en un barroco visual pesadamente latino por el orden d Figuras en abismo vaciadas de interioridad, la insubordinación de esos cuerpos demandantes de ciudad tramaban una libido ávida, regimentada por un simbolismo fracturado que les había impedido, quizás, para siempre, cursar su deseo encerrados tras cuatro p Gestionadores del deseo en la ciudad, ellos actuaban el espectáculo y el costo de su espectáculo, al encarnar físicamente la liberación apasionada del mundo del trabajo, adoptando, en cambio, la pasividad, concentrando en su cuerpo el único bien posible, Autofetichizados, vaciados, errantes en la cultura, su es-cultura se levantaba como un negativo en la ciudad, en un viaje sectorial inacabable, dotando así de equilibrio la polaridad entre sanidad e insania.
En algún lugar era posible suponer que en sus cuerpos estaban impresos los grafismos de todos los otros -lo institucional- que encarnaban en ellos un destino posible, alarmante, al traspasar la frontera de la ley transitoria de la ciudad: la ocupación per Usando y abusando de la ciudad, ellos, los vagabundos urbanos, sólo podían cumplir su programa nómada al internarse en el paradójico modo de la apariencia, es decir, como exterior, cuya provocación radicaba en la inversión del sujeto que, despojado, podía El deseo transferido inapelablemente a las siluetas que, en último término, eran movilizadoras de la silueta del deseo.
Habiendo establecido una observación, también pasiva, en torno a ellos, pude percibir que estaban prácticamente desposeídos, carentes de lenguaje oral. La gama de verbalizaciones posibles se había instalado en la energía que sus cuerpos acusaban, augurand Pero el Padre Mío era diferente. Su vertiginosa circular presencia lingüística no tenía principio ni fin. El barroco se había implantado en su lengua móvil haciéndola estallar.
Conocí al Padre Mío en 1983. Habitaba en un eriazo en la Comuna de Conchalí. Su modo de apropiación del espacio, hablaba de una ya larga instalación en el lugar; ropas colgadas en los arbustos, diarios antiguos, piedras de una fogata, y un gran tarro llen Enjuto, rigurosamente limpio, su físico estragado acusaba el efecto de someterse a variadas e intensas condiciones climáticas. Vivía permanentemente a la intemperie.
Debo enfatizar su extraordinaria capacidad de sobrevivencia, dado que su mente estaba detenida en un punto único. Esa mente vaciada de realidad, dedicada a urdir la manera de descifrar su dolorosa y definitiva verdad. Aterrado en medio de un complot, el p Este libro recoge tres encuentros; en 1983, 1984 y 1985 respectivamente, y en cada uno de ellos mi intervención se ha limitado a transcribir en forma fidedigna sus tres hablas grabadas en el eriazo de Conchalí .
Una interrogante me ha atravesado dilatando esta publicación por casi cuatro años: ¿Cómo situar este libro? Interrogante continua, fundamental, percibiendo, por otra parte, que la respuesta ya estaba contenida en el instante mismo de la grabación y, por e Desde dónde recoger esta habla era la pregunta que principalmente me problematizaba, especialmente, porque su decir toca múltiples límites abordables desde disciplinas formalizadas y ajenas para mí, como la siquiatría, por ejemplo.
Hube de ubicarme, otra vez, en un lugar diverso, un espacio de su plantación que no apela a revertir nada, a curar nada, como no sea instalar el efecto conmovedor de esta habla y la relación estética con sus palabras vaciadas de sentido, de cualquier lógi En suma, actuar desde la narrativa. Desde la literatura.
Visto desde la literatura, este relato del relato, torna gesticulantes las palabras hasta paralizarlas, mostrando su evidencia monologante, al llevar hasta el límite -trágico o burlesco- el nombre, los nombres del poder.
Evoqué la angustia del monólogo interior literario, esa prisa y profundidad por hablar la verdad "verdadera" del personaje escudado tras el simulacro formal de reproducir el pensamiento. Cuando escuché al Padre Mío, pensé, evoqué a Beckett, viajando iracu Es Chile, pensé.
Chile entero y a pedazos en la enfermedad de este hombre; jirones de diarios, fragmentos de exterminio, sílabas de muerte, pausas de mentira, frases comerciales, nombres de difuntos. Es una honda crisis del lenguaje, una infección en la memoria, una desar Es Chile, pensé.
Chile entero y a pedazos en la enfermedad de este hombre; jirones de diarios, fragmentos de exterminio, sílabas de muerte, pausas de mentira, frases comerciales, nombres de difuntos. Es una honda crisis del lenguaje, una infección en la memoria, una desar Reconociendo que las palabras me hablan cuando me hablan, que en general me entrampa el lenguaje oral, que estoy seducida y comprometida por esa habla que recibí o encontré en la ciudad inesperadamente precisa, hoy recuerdo que pensé: es literatura, es co Habiendo reconocido en ella una cierta equidad con la situación chilena bajo dictadura: su eclosión, el habla del Padre Mío me parece que ejerce una provocación y una demanda a habitar como testimonio, aunque en rigor su testimonio está desprovisto de tod Encontrado en el eriazo de la ciudad, el mérito de su habla radica, precisamente, en su estrecha relación con el lugar, proyectándola más lejos que un simple caso médico. En el margen de todos los casos, su presencia sobreviviente y parlante, lo transform El Padre Mío ya no habita más en ese sector. Retorné a esa zona en varias oportunidades. Pregunté por él en los alrededores: -Se fue, me contestaron.
La publicación de este libro me permite compartir su peso, dejar abiertas otras identificaciones. Me permite, especialmente, diluir su ausencia.
Diamela Eltit
Enero de 1989

 

 

 

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