Federico García Lorca

Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín

Aleluya erótica en cuatro cuadros

(Versión de cámara)

 

 

 

 

    Personajes

 

DON PERLIMPLÍN

BELISA

MARCOLFA

MADRE DE BELISA

DUENDE PRIMERO

DUENDE SEGUNDO

 

Cuadro primero

 

Casa de don Perlimplín. Paredes verdes con las sillas y muebles pintados en negro. Al fondo, un balcón por el que se verá el bal­cón de Belisa. Perlimplín viste casaca verde y peluca blanca llena de bucles. Marcolfa, criada, el clásico traje de rayas.

 

PERLIMPLÍN. ¿Sí?

MARCOLFA. Sí.

PERLIMPLÍN.

Pero ¿por qué sí?

MARCOLFA. Pues porque sí.

PERLIMPLÍN. ¿Y si yo te dijera que no?

MARCOLFA. (Agria.) ¿Que no?

PERLIMPLÍN. No.

MARCOLFA. Dígame, señor mío, las causas de ese no.

PERLIMPLÍN. (Pausa.) Dime tú, doméstica perseverante, las causas de ese sí.

MARCOLFA. Veinte y veinte son cuarenta...

PERLIMPLÍN. (Escuchando.) Adelante.

MARCOLFA. Y diez cincuenta.

PERLIMPLÍN. Vamos.

MARCOLFA. Con cincuenta años ya no se es un niño.

PERLIMPLÍN. Claro.

MARCOLFA. Yo me puedo morir de un momento a otro.

PERLIMPLÍN. ¡Caramba!

MARCOLFA. (Llorando.) ¿Y qué será de usted sólo en este mundo?

PERLIMPLÍN. ¿Qué sería?

MARCOLFA. Por eso tiene que casarse.

PERLIMPLÍN. (Distraído.) ¿Sí?

MARCOLFA. (Enérgica.) Sí.

PERLIMPLÍN. (Angustiado.) Pero Marcolfa... ¿por qué sí? Cuando yo era niño una mujer estranguló a su esposo. Era zapatero. No se me olvida. Siempre he pensado no casarme. Yo con mis libros tengo bastante. ¿De qué me va a servir?

MARCOLFA. El matrimonio tiene grandes encantos, mi señor. No es lo que se ve por fuera. Está lleno de cosas ocultas. Cosas que no está bien que sean dichas por una servidora... Ya se ve...

PERLIMPLÍN. ¿Qué?

MARCOLFA. Me he puesto colorada.

                                                                                                              (Pausa. Se oye un piano.)

UNA VOZ. (Dentro, cantando.)

Amor, amor.

Entre mis muslos cerrados

nada como un pez el sol.

Agua tibia entre los juncos,

amor.

¡Gallo, que se va la noche!

¡Que no se vaya, no!

 

MARCOLFA. Verá mi señor la razón que tengo.

PERLIMPLÍN. (Rascándose la cabeza.) Canta bien.

MARCOLFA. Ésa es la mujer de mi señor. La blanca Belisa.

PERLIMPLÍN. Belisa... Pero no sería mejor...

MARCOLFA. No... venga ahora mismo. (Le coge de la mano y se acercan al balcón.) Diga usted Belisa...

PERLIMPLÍN. Belisa...

MARCOLFA. Más alto.

PERLIMPLÍN. ¡Belisa!...

 

(El balcón de la casa de en frente se abre y aparece Belisa resplandeciente de hermosu­ra. Está medio desnuda.)

 

BELISA. ¿Qulén me llama?

MARCOLFA. (Escondiéndose detrás de la cortina del balcón.) Conteste.

PERLIMPLÍN. (Temblando.) La llamaba yo.

BELISA. ¿Sí?

PERLIMPLÍN. Sí.

BELISA. Pero ¿por qué sí?

PERLIMPLíN. Pues porque sí.

BELISA. ¿Y si yo le dijese que no?

PERLIMPLíN. Lo sentiría... porque... hemos decidido que me quiero casar.

BELISA. (Ríe.) ¿Con quién?

PERLIMPLíN. Con usted...

BELISA. (Seria.) Pero... (A voces.) Mamá, mamá, mamaíta.

MARCOLFA. Esto va bien.

 

(Sale la Madre con una gran peluca diecio­chesca llena de pájaros, cintas y abalorios.)

 

BELISA. Don Perlimplín se quiere casar conmigo. ¿Qué hago?

MADRE. Buenísimas tardes, encantador vecinito mío. Siem­pre dije a mi pobre hija que tiene usted la gracia y modales de aquella gran señora que fue su madre y a la cual no tuve la dicha de conocer.

PERLIMPLÍN. ¡Gracias!...

MARCOLFA. (Furiosa, en la cortina.) ¡He decidido que...! ¡Va­mos!

PERLIMPLÍN. Hemos decidido que vamos...

MADRE. A contraer matrimonlo, ¿no es así?

PERLIMPLÍN. Así es.

BELISA. Pero mamá... ¿Y yo?

MADRE. Tú estás conforme, naturalmente. Don Perlimplín es un encantador marido.

PERLIMPLÍN. Espero serlo, señora.

MARCOLFA. (Llamando a don Perlimplín.) Esto está casi ter­minado.

PERLIMPLÍN. ¿Crees tú? (Hablan.)

MADRE. (A Belisa.) Don Perlimplín tiene muchas tierras. En las tierras hay muchos gansos y ovejas. Las ovejas se llevan al mercado. En el mercado dan dineros por ellas. Los dine­ros dan la hermosura... Y la hermosura es codiciada por los demás hombres.

PERLIMPLÍN. Entonces...

MADRE. Emocionadísima... Belisa... vete dentro... no está bien que una doncella oiga ciertas conversaciones.

BELISA. Hasta luego... (Se va.)

MADRE. Es una azucena... Ve usted su cara. (Bajando la voz.) Pues si la viese por dentro... ¡Como de azúcar!... Pero... ¡perdón! No he de ponderar estas cosas a persona tan mo­derna y competentísima como usted...

PERLIMPLÍN. ¿Sí?

MADRE. Sí... lo he dicho sin ironía.

PERLIMPLÍN. No sé cómo expresarle nuestro agradecimiento...

MADRE. ¡Oh!... nuestro agradecimiento... qué delicadeza tan extraordinaria. El agradecimiento de su corazón y el de us­ted mismo... Lo he entendido... lo he entendido... A pesar que hace veinte años que no trato a un hombre.

MARCOLFA. La boda...

PERLIMPLÍN. La boda...

MADRE. En cuanto quiera... aunque... (Saca un pañuelo y llo­ra.) A todas las madres... Hasta luego... (Se va.)

MARCOLFA. ¡Por fin!

PERLIMPLÍN. ¡Ay Marcolfa, Marcolfa, en qué mundo me vas a meter!

MARCOLFA. En el mundo del matrimonio.

PERLIMPLÍN. Y si te soy franco, siento una sed... ¿Por qué no me traes agua?

 

(Marcolfa se le acerca y le da un recado al oído.)

 

PERLIMPLÍN. ¿Quién lo puede creer?

 

(Se oye el piano. El teatro queda en penumbra. Belisa descorre las cortinas de su balcón. Se ve a Belisa casi desnuda cantando lánguidamente.)

 

VOZ DE BELISA.

¡Amor! ¡Amor!

Entre mis muslos cerrados

nada como un pez el sol.

 

MARCOLFA. ¡Hermosa doncella!

PERLIMPLÍN. ¡Como de azúcar!... blanca por dentro. ¿Será capaz de estrangularme?

MARCOLFA. La mujer es débil si se la asusta a tiempo.

VOZ DE BELISA.

¡Amor!

¡Gallo que se va la noche!

Que no se vaya, no.

 

PERLIMPLN. ¿Qué dice Marcolfa? ¿Qué dice? (Marcolfa ríe.) Y qué es esto que me pasa?... ¿Qué es esto?

 

(Sigue sonando el piano. Por el balcón pasa una bandada de pájaros de papel negro.)

 

Cuadro segundo

 

Sala de don Perlimplín. En el centro hay una gran cama con do­sel y penachos de plumas. En las paredes hay seis puertas. La pri­mera de la derecha sirve de entrada y salida a don Perlimplín. Es la primera noche de casados.

 

(Marcolfa, con un candelabro, en la puerta primera de la izquierda.)

 

MARCOLFA. Buenas noches.

VOZ DE BELISA. Adiós, Marcolfa.

 

(Sale Perlimplín vestido magníficamente.)

 

MARCOLFA. Buena noche de boda tenga mi señor.

PERLINIPLÍN. Adiós, Marcolfa.

 

(Sale Marcolfa. Perlimplín se dirige de puntillas a la habitación de enfrente y mira desde la puerta.)

 

Belisa... con tantos encajes pareces una ola y me das el mis­mo miedo que de niño tuve al mar. Desde que tú viniste de la iglesia está mi casa llena de rumores secretos y el agua se entibia ella sola en los vasos... ¡Ay!... Perlimplín... ¿dónde estás, Perlimplín? (Sale de puntillas.)

 

(Aparece Belisa vestida con un gran traje de dormir lleno de encajes. Una cofia inmensa le cubre la cabeza y lanza una cascada de punti­llas y entredoses hasta sus pies. Lleva el pelo suelto y los brazos desnudos.)

 

BELISA. La criada perfumó esta habitación con tomillo y no con menta como yo le indiqué... (Va hacia el lecho.) Ni puso a la cama las finas ropas de hilo que tiene. Marcolfa... (En este momento suena una música suave de guitarras. Belisa cru­za las manos sobre el pecho.) ¡Ay! El que me busque con ardor me encontrará. Mi sed no se apaga nunca, como nunca se apaga la sed de los mascarones que echan el agua en las fuentes. (Sigue la música.) ¡Ay qué música, Dios mío! ¡Qué música! Como el plumón caliente de los cisnes... ¡Ay! Pero, ¿soy yo?, ¿o es la música?

 

(Se echa sobre los hombros una gran capa de terciopelo rojo y pasea por la escena. Calla la música y se oyen cinco silbidos.)

 

BELISA. Son cinco.

(Aparece Perlimplín.)

PERLIMPLÍN. ¿Te molesto?

BELISA. ¿Cómo es posible?

PERLIMPLÍN. ¿Tienes sueño?

BELISA. (Irónica.) ¿Sueño?

PERLIMPLÍN. La noche se ha puesto un poco fría. (Se frota las manos.)

(Pausa.)

 

BELISA. (Decidida.) Perlimplín.

PERLIMPLÍN. (Temblando.) ¿Qué quieres?

BELISA. (Vaga.) Es un bonito nombre, Perlimplín.

PERLIMPLÍN. Más bonito es el tuyo, Belisa.

BELISA. (Riendo.) ¡Oh! ¡Gracias!

(Pausa corta.)

 

PERLIMPLÍN. Yo quería decirte una cosa.

BELISA. ¿Y es?

PERLIMPLÍN. He tardado en decidirme... Pero...

BELISA. Di.

PERLIMPLÍN. Belisa... ¡yo te amo!

BELISA. ¡Oh, caballerito!... es ésa tu obligación.

PERLIMPLÍN. ¿Sí?

BELISA. Sí.

PERLIMPLÍN. Pero ¿por qué sí?

BELISA. (Mimosa.) Pues porque sí.

PERLIMPLÍN. No.

BELISA. ¡Perlimplín...!

PERLIMPLÍN. No, Belisa. Antes de casarme contigo yo no te quería.

BELISA. (Guasona.) ¿Qué dices?

PERLIMPLÍN. Me casé... ¡por lo que fuera!, pero no te quería. Yo no había podido imaginarme tu cuerpo hasta que lo vi por el ojo de la cerradura cuando te vestían de novia. Y en­tonces fue cuando sentí el amor, ¡entonces!, como un hon­do corte de lanceta en mi garganta.

BELISA. (Intrigada.) Pero ¿y las otras mujeres?

PERLIMPLÍN. ¿Qué mujeres?

BELISA. Las que tú conociste antes.

PERLIMPLÍN. Pero ¿hay otras mujeres?

BELISA. (Levantándose.) ¡Me estás asombrando!

PERLIMPLÍN. El primer asombrado soy yo. (Pausa. Se oyen los cinco silbidos.) ¿Qué es eso?

BELISA. El reloj.

PERLIMPLÍN. ¿Son las Cinco?

BELISA. Hora de dormir.

PERLIMPLÍN. ¿Me das permiso para quitarme la casaca?

BELISA. Desde luego (Bostezando.), maridito. Y apaga la luz si te place.

PERLIMPLÍN. (Apaga la luz. En voz baja.) Belisa.

BELISA. (En voz alta.) ¿Qué, hijito?

PERLIMPLÍN. (En voz baja.) He apagado lá luz.

BELISA. (Guasona.) Ya lo Veo.

PERLIMPLÍN. (En voz mucho más baja.) Belisa...

BELISA. (En voz más alta.) ¿Qué?, ¿encanto?

PERLIMPLÍN. ¡Te adoro!

 

(Dos Duendes saliendo por lados opuestos del escenario corren una cortina de tonos grises. Queda el teatro en penumbra, con dulce tono de sueño. Suenan flautas. Deben ser dos ni­ños. Se sientan en la concha del apuntador cara al público.)

 

DUENDE 1.° ¿Cómo te va por lo oscurillo?

DUENDE 2.° Ni bien ni mal, compadrillo.

DUENDE 1.° Ya estamos.

DUENDE 2.° Y qué te parece. Siempre es bonito tapar las fal­tas ajenas.

DUENDE 1.° Y que luego el público se encarge de destapar­las.

DUENDE 2.° Porque si las cosas no se cubren con toda clase de preocupaciónes...

DUENDE 1.° No se descubren nunca.

DUENDE 2.° Y sin este tapar y destapar...

DUENDE 1.° ¡Qué sería de las pobres gentes!

DUENDE 2.° (Mirando la cortina.) ¡Que no quede ni una ren­dija!

DUENDE 1.° Que las rendijas de ahora son oscuridad maña­na. (Ríen.)

DUENDE 2.° Cuando las cosas están claras...

DUENDE 1.° El hombre se figura que no tiene necesidad de descubrirlas.

DUENDE 2.° Y se van a las cosas turbias para descubrir en ellas secretos que ya sabía.

DUENDE 1.° Pero para eso estamos nosotros aquí. ¡Los duen­des!

DUENDE 2.° ¿Tú conocías a Perlimplín?

DUENDE 1.° Desde niño.

DUENDE 2.° ¿Y a Belisa?

DUENDE 1.° Mucho. Su habitación exhalaba un perfume tan intenso, que una vez me quedé dormido y desperté entre las garras de sus gatos. (Ríen.)

DUENDE 2.° Este asunto estaba...

DUENDE 1.° ¡Clarísimo!

DUENDE 2.° Todo el mundo se lo imaginaba.

DUENDE 1.° Y el comentario huiría hacia medios más misteriosos.

DUENDE 2.° ¡Por eso! Que no se descorra todavía nuestra efi­caz y socialísima pantalla.

DUENDE 1.° ¡No, que no se enteren!

DUENDE 2.° El alma de Perlimplín, chica y asustada como un patito recién nacido, se enriquece y sublima en estos instantes...

 

(Ríen.)

DUENDE 1° El público está impaciente.

DUENDE 2.° Y tiene razón. ¿Vamos?

DUENDE 1.° Vamos. Ya siento un dulce fresquillo por mis es­paldas.

DUENDE 2.° Cinco frías camelias de madrugada se han abier­to en las paredes de la alcoba.

DUENDE 1.° Cinco balcones sobre la ciudad.

 

(Se levantan y se echan unas grandes capuchas azules.)

 

DUENDE 2.° Don Perlimplín. ¿Te hacemos un mal o un bien?

DUENDE 1.° Un bien... porque no es justo poner ante las mi­radas del público el infortunio de un hombre bueno.

DUENDE 2.° Es verdad, compadrillo: que no es lo mismo de­cir «yo he visto» que «se dice».

DUENDE 1.° Mañana lo sabrá toda la gente.

DUENDE 2.° Y es lo que deseamos.

DUENDE 1.° Comentario quiere decir mundo.

DUENDE 2.° Chist...

(Empiezan a sonar las flautas.)

DUENDE L° Ch1St...

 

DUENDE 2.° ¿Vámonos por el oscurillo ?

DUENDE 1.° Vámonos ya, compadrillo.

DUENDE 2.° ¿Yá?

DUENDE 1.° ¡Ya!

 

(Corren la cortina. Aparece don Perlimplín en la cama [con unos grandes cuernos de ciervo en la cabeza]. Belisa a su lado. Los cinco bal­cones del fondo están abiertos de par en par. Por ellos entra la luz Blanca de la madrugada.)

 

PERLIMPLÍN. (Despertando.)  Belisa, Belisa. ¡Contesta!

BELISA. (Fingiendo que despierta.) Perlimplinito. ¿Qué quieres?

PERLIMPLÍN. ¡Dime pronto!

BELISA. ¿Qué te voy a decir? ¡Yo quedé dormida mucho an­tes que tú!

PERLIMPLÍN. (Se echa de la cama. Va vestido con casaca.) ¿Por qué están los balcones abiertos?

BELISA. Porque esta noche ha corrido el aire como nunca.

PERLIMPLÍN. ¿Por qué tienen los balcones cinco escalas que llegan al suelo?

BELISA. Porque así es la costumbre en el país de mi madre.

PERLIMPLÍN. Y ¿de quiénes son aquellos cinco sombreros que veo debajo de los balcones?

BELISA. (Saltando de la cama en espléndida toilette.) De los borrachitos que van y vienen, Perlimplinillo, ¡amor!

PERLIMPLÍN. (Mirándola y quedándose embobado.) ¡Belisa! ¡Belisa! ¿Y por qué no? Todo lo explicas bien. Estoy con­forme. ¿Por qué no ha de ser así?

BELISA. (Mimosa.) No soy mentirosilla.

PERLIMPLÍN. Y yo cada minuto te quiero más.

BELISA. Así me gusta.

PERLIMPLÍN. ¡Por primera vez en mi vida estoy contento! (Se acerca y la abraza, pero en ese instante se retira brusca­mente de ella.) Belisa. ¿Quién te ha besado? ¡No mientas, que lo sé!

BELISA. (Cogiéndose el pelo y echándolo por delante.) ¡Ya lo creo que lo sabes! ¡Qué maridito tan bromista tengo! (En voz baja.) ¡Tú! ¡Tú me has besado!

PERLIMPLÍN. ¡Sí! Yo te he besado... ¿pero y si te hubiese be­sado alguien más...? Si te hubiese besado alguien más... ¿tú me quieres?

BELISA. (Levantando un brazo desnudo.) Sí, Perlimplín chiqui­tito.

PERLIMPLÍN. Entonces... ¿qué me importa?... (Se dirige a ella y la abraza.) ¿Eres Belisa?...

BELISA. (Mimosa y en voz baja.) ¡Sí!, ¡sí!, ¡sí!, ¡sí!

PERLIMPLÍN. ¡Casi me parece un sueño!

BELISA. (Reaccionando.) Mira, Perlimplín, cierra los balco­nes, que antes de nada se levantará la gente...

PERLIMPLÍN. ¿Para qué? Como los dos hemos dormido lo bastante veremos el amanecer... ¿No te gusta?

BELISA. Sí, pero... (Se sienta en la cama.)

PERLIMPLÍN. Nunca había visto la salida del sol... (Belisa, rendida, cae sobre las almohadas.) Es un espectáculo que... parece mentira... ¡me conmueve!... ¿Y a ti?, ¿no te gusta? (Se dirige hacia el lecho.) Belisa, ¿estás dormida?

BELISA. (Entre sueños.) Sí.

 

(Perlimplín, de puntillas, la cubre con un manto. Una luz intensa y dorada entra por los balcones. Bandadas de pájaros de pa­pel los cruzan entre el sonido de las cam­panas matinales.

Perlimplín se ha sentado al borde de la cama.)

 

PERLIMPLÍN.

Amor, amor

que estoy herido.

Herido de amor huido,

herido,

muerto de amor.

Decid a todos que ha sido

el ruiseñor.

Bisturí de cuatro filos,

garganta rota y olvido.

Cógeme la mano, amor,

que vengo muy mal herido,

herido de amor huido,

¡herido!

¡Muerto de amor!

 

Telón

 

 

Cuadro tercero

 

Comedor de Perlimplín. Las perspectivas están equivocadas deli­ciosamente. La mesa con todos los objetos pintados como en una «Cena» primitiva.

 

PERLIMPLÍN. ¿Lo harás como te digo?

MARCOLFA. (Llorando.) Descuide el señor.

PERLIMPLÍN. Marcolfa, ¿por qué sigues llorando?

MARCOLFA. Por lo que sabe su merced. La noche de boda entraron cinco personas por los balcones. Cinco. Repre­sentantes de las cinco razas de la tierra. El europeo con su barba, el indio, el negro, el amarillo y el norteamericano. Y usted sin enterarse...

PERLIMPLÍN. Eso no tiene importancia...

MARCOLFA. Figúrese. Ayer la vi con otro.

PERLIMPLfN. (Intrigado.) ¿Cómo?

MARCOLFA. Y no se ocultó de mí.

PERLIMPLÍN. Pero yo soy feliz, Marcolfa.

MARCOLFA. Me deja asombrada el señor.

PERLIMPLÍN. Feliz como no tienes idea. He aprendido mu­chas cosas y, sobre todo, puedo imaginarlas...

MARCOLFA. Mi señor la quiere demasiado.

PERLIMPLÍN. No tanto como ella merece.

MARCOLFA. Aquí llega.

PERLIMPLÍN. Vete.

 

(Se va Marcolfa y Perlimplín se oculta en un rincón. Entra Belisa.)

 

BELISA. Tampoco he conseguido verlo. En mi paseo por la alameda venían todos detrás menos él. Debe tener la piel morena y sus besos deben perfumar y escocer al mismo tiempo como el azafrán y el clavo. A veces pasa por debajo de mis balcones y mece su mano lentamente en un saludo que hace temblar mis pechos.

 

PERLIMPLÍN. ¡Ejem!

BELISA. (Volviéndose.) ¡Oh! ¡Qué susto me has dado!

PERLIMPLÍN. (Acercándose cariñoso.) Observo que hablas sola.

BELISA. (Fastidiada.) ¡Quita!

PERLIMPLÍN. ¿Quieres que demos un paseo?

BELISA. No.

PERLIMPLÍN. ¿Quieres que vayamos a la confitería?

BELISA. ¡He dicho que no!

PERLIMPLÍN. Perdona.

 

(Una piedra en la que hay una carta arrollada cae por el balcón. Perlimplín la recoge.)

 

BELISA. (Furiosa.) ¡Dame!

PERLIMPLÍN. ¿Por qué?

BELISA. ¡Porque eso era para mí!

PERLIMPLÍN. (Burlón.) ¿Quién te lo ha dicho?

BELISA. ¡Perlimplín! ¡No la leas!

PERLIMPLÍN. (Poniéndose fuerte en broma.) ¿Qué quieres decir?

BELISA. (Llorando.) ¡Dame esa carta!

PERLIMPLÍN. (Acercándose.) ¡Pobre Belisa! Porque compren­do tu estado de ánimo te entrego este papel que tanto supo­ne para ti... (Belisa coge el papel y lo guarda en el pecho.) Yo me doy cuenta de las cosas. Y aunque me hieren profunda­mente comprendo que vives un drama.

BELISA. (Tierna.) ¡Perlimplín!...

PERLIMPLÍN. Yo sé que tú me eres fiel y lo sigues siendo.

BELISA. (Gachona.) No conocí más hombre que mi Perlim­plinillo.

PERLIMPLÍN. Por eso quiero ayudarte como debe hacer todo buen marido cuando su esposa es un dechado de vir­tud... Mira. (Cierra las puertas y adopta un aire de misterio.) ¡Yo lo sé todo!... Me di cuenta en seguida. Tú eres joven y yo soy viejo... ¡Qué le vamos a hacer!... pero lo comprendo perfectamente. (Pausa. En voz baja.) ¿Ha pasado hoy por aquí?

BELISA. Dos veces.

PERLIMPLÍN. ¿Y te ha hecho señas?

BELISA. Sí... pero de una manera un poco despectiva... ¡y eso me duele!

PERLIMPLÍN. No temas. Hace quince días vi a ese joven por vez primera. Te puedo decir con toda sinceridad que su be­lleza me deslumbró. Jamás he visto un hombre en que lo va­ronil y lo delicado se den de una manera más armónica. Sin saber por qué, pensé en ti.

BELISA. Yo no le he visto la cara... pero...

PERLIMPLÍN. No tengas miedo de hablarme... yo sé que tú le amas... Ahora te quiero como si fuera tu padre... ya estoy lejos de las tonterías... así es...

BELISA. Él me escribe cartas.

PERLIMPLÍN. Ya lo sé.

BELISA. Pero no se deja ver.

PERLIMPLÍN. Es raro.

BELISA. Y hasta parece... que me desprecia.

PERLIMPLÍN. ¡Qué inocente eres!

BELISA. Lo que no cabe duda es que me ama como yo de­seo...

PERLIMPLÍN. (Intrigado.) ¿Dices?

BELISA. Las cartas de los otros hombres que yo he recibido... y que no he contestado porque tenía a mi maridito, me ha­blaban de países ideales, de sueños y de corazones heridos... pero estas cartas de él... mira...

PERLIMPLÍN. Habla sin miedo.

BELISA. Hablan de mí... de mi cuerpo...

 

PERLIMPLÍN. (Acariciándole los cabellos.) ¡De tu cuerpo!

BELISA. «¿Para qué quiero tu alma? ‑me dice‑. El alma es el patrimonio de los débiles, de los héroes tullidos y las gentes enfermizas. Las almas hermosas están en los bordes de la muerte, reclinadas sobre cabelleras blanquísimas y manos macilentas. Belisa. ¡No es tu alma lo que yo deseo!, ¡sino tu blanco y mórbido cuerpo estremecido! »

PERLIMPLÍN. ¿Quién será ese bello joven?

BELISA. Nadie lo sabe.

PERLIMPLÍN. ¿Nadie? (Inquisitivo.)

BELISA. Yo he preguntado a todas mis amigas.

PERLIMPLÍN. (Misterioso y decidido.) ¿Y si yo te dijera que lo conozco?

BELISA. ¿Es posible?

PERLIMPLÍN. (Se levanta.) Espera. (Va al balcón.) ¡Aquí está!

BELISA. (Corriendo.) ¿Sí?

PERLIMPLÍN. Acaba de volver la esquina.

BELISA. (Sofocada.) ¡Ay!

PERLIMPLÍN. Como soy un viejo quiero sacrificarme por ti. Esto que yo hago no lo hizo nadie jamás. Pero ya estoy fue­ra del mundo y de la moral ridícula de las gentes. Adiós.

BELISA. ¿Dónde vas?

PERLIMPLÍN. (Grandioso, en la puerta.) ¡Más tarde lo sabrás todo! ¡Más tarde!

 

Telón

 

 

Cuadro cuarto

 

Jardín de cipreses y naranjos. Al levantarse el telón aparecen Per­limplín y Marcolfa en el jardín.

 

MARCOLFA. ¿Es hora ya?

PERLIMPLÍN. No. Todavía no es hora.

MARCOLFA. ¿Pero qué ha pensado mi señor?

PERLIMPLÍN. Todo lo que no había pensado antes.

MARCOLFA. (Llorando.) ¡Yo tengo la culpa!

PERLIMPLÍN. ¡Oh!... ¡Si vieras qué agradecimiento guarda mi corazón hacia ti!

MARCOLFA. Antes todo estaba liso. Yo le llevaba por las ma­ñanas el café con leche y las uvas.

PERLIMPLÍN. Sí... ¡las uvas!, las uvas, pero ¿y yo?... Me pa­rece que han transcurrido cien años. Antes no podía pensar en las cosas extraordinarias que tiene el mundo... Me que­daba en las puertas... En cambio ahora... El amor de Belisa me ha dado un tesoro precioso que yo ignoraba... ¿Ves? Ahora cierro los ojos y... veo lo que quiero... por ejemplo... a mi madre cuando la visitaron las hadas de los contornos... ¡Oh!... ¿tú sabes cómo son las hadas?... pequeñitas... ¡es ad­mirable! ¡pueden bailar sobre mi dedo meñique!

MARCOLFA. Sí, sí, las hadas, las hadas... pero ¿y lo otro?

PERLIMPLÍN. ¡Lo otro! ¡Ah! (Con satisfacción.) ¿Qué le dijis­to a mi mujer?

MARCOLFA. Aunque no sirvo para estas cosas, le dije lo que me indicó el señor... que ese joven... vendría esta noche a las diez en punto al jardín, envuelto como siempre en su capa roja.

PERLIMPLÍN. ¿Y ella?...

MARCOLFA. Ella se puso encendida como un geranio, se lle­vó las manos al corazón y quedó besando apasionadamen­to sus hermosas trenzas de pelo.

PERLIMPLÍN. (Entusiasmado.) De manera que se puso encen­dida como un geranio... y ¿qué te dijo?

MARCOLFA. Suspiró nada más. ¡Pero de qué manera!

PERLIMPLÍN. ¡Oh sí!... ¡Como mujer alguna lo hizo! ¿verdad?

MARCOLFA. Su amor debe rayar en la locura.

PERLIMPLÍN. (Vibrante.) ¡Eso es! Yo necesito que ella ame a ese joven más que a su propio cuerpo y ¡no hay duda que lo ama!

MARCOLFA. (Llorando.) ¡Me da miedo de oírlo!... Pero, ¡cómo es posible! Don Perlimplín, ¿cómo es posible? ¡Que usted mismo fomente en su mujer el peor de los pecados!

PERLIMPLÍN. ¡Porque don Perlimplín no tiene honor y quie­re divertirse! ¡Ya ves! Esta noche vendrá el nuevo y desco­nocido amante de mi señora Belisa. ¿Qué he de hacer sino cantar?

 

(Cantando.)

 

¡Don Perlímplín no tiene honor!

¡No time honor!

 

MARCOLFA. Sepa mi señor que desde este momento me con­sidero despedida de su servicio. Las criadas tenemos tam­bién vergüenza.

PERLIMPLÍN. ¡Oh, inocente Marcolfa!... Mañana estarás li­bre como el pájaro... Aguarda hasta mañana... Ahora vete y cumple con tu deber... ¿Harás lo que te dije?

MARCOLFA. (Yéndose enjugando sus lágrimas.) ¿Qué remedio me queda? ¡Qué remedio!

PERLIMPLÍN. ¡Bien! ¡Así me gusta!

 

(Empieza a sonar una dulce serenata. Don Perlimplín se esconde detrás de unos rosales.)

 

BELISA. (Dentro, cantando.)

Por las orillas del río

se está la noche mojando.

VOCES.

Se está la noche mojando.

 

BELISA.

Y en los pechos de Belisa

se mueren de amor los ramos.

 

VOCES.

Se mueren de amor los ramos.

 

PERLIMPLÍN. (Recitando.)

¡Se mueren de amor los ramos!

BELISA.

La noche canta desnuda

sobre los puentes de marzo.

VOCES.

Sobre los puentes de marzo.

BELISA.

Belisa lava su cuerpo

con agua salobre y nardos.

VOCES.

Con agua salobre y nardos.

PERLIMPLÍN.

¡Se mueren de amor los ramos!

BELISA.

La noche de anís y plata

relumbra por los tejados.

VOCES.

Relumbra por los tejados.

BELISA.

Plata de arroyos y espejos

y anís de tus muslos blancos.

VOCES.

Y anís de tus muslos blancos.

PERLIMPLÍN.

¡Se mueren de amor los ramos!

 

(Aparece Belisa por el jardín. Viene espléndi­damente vestida. La luna ilumina la escena.)

 

BELISA. ¿Qué voces llenan de dulce armonía el aire de una sola pieza de la noche? He sentido tu calor y tu peso, deli­cioso joven de mi alma... ¡Oh!... las ramas se mueven. (Aparece un Hombre envuelto en una capa roja y cruza el jardín cautelosamente.) Chist... ¡Es aquí!, ¡aquí!... (El Hombre indi­ca con la mano que ahora vuelve.) ¡Oh, sí... vuelve, amor mío! Jazminero flotante y sin raíces, el cielo caerá sobre mi espalda sudorosa... ¡Noche!... noche mía de menta y lapis­lázuli...

 

(Aparece Perlimplín.)

 

PERLIMPLÍN. (Sorprendido.) ¿Qué haces aquí?

BELISA. Paseaba.

PERLIMPLíN. ¿Y nada más?

BELISA. En la clara noche.

PERLIMPLíN. (Enérgico.) ¿Qué hacías aquí?

BELISA. (Sorprendida.) Pero ¿no lo sabías?

PERLIMPLÍN. Yo no sé nada.

BELISA. Tú me enviaste el recado.

PERLIMPLÍN. (Concupiscente.) Belisa..., ¿lo esperas aún?

BELISA. ¡Con más ardor que nunca!

PERLIMPLÍN. (Fuerte.) ¿Por qué?

BELISA. Porque lo quiero.

PERLIMPLÍN. ¡Pues vendrá!

BELISA. El olor de su carne le pasa a través de su ropa. Le quie­ro, Perlimplin, ¡le quiero! ¡Me parece que soy otra mujer!

PERLIMPLÍN. Ése es mi triunfo.

BELISA. ¿Qué triunfo?

PERLIMPLÍN. El triunfo de mi imaginación.

BELISA. Es verdad que me ayudaste a quererlo.

PERLIMPLÍN. Como ahora te ayudaré a llorarlo.

BELISA. (Extrañada.) Perlimplín, ¿qué dices?...

 

(El reloj da las diez. Canta el ruiseñor.)

 

PERLIMPLÍN. ¡Ya es la hora!

BELISA. Debe llegar en estos instantes.

PERLIMPLÍN. Salta las tapias de mi jardín.

BELISA. Envuelto en su capa roja.

PERLIMPLÍN. (Sacando un puñal.) Roja como su sangre...

BELISA. (Sujetándole.) ¿Qué vas a hacer?

PERLIMPLÍN. (Abrazándola.) Belisa, ¿le quieres?

BELISA. (Con fuerza.) ¡Sí!

PERLIMPLÍN. Pues en vista de que le amas tanto yo no quie­ro que te abandone. Y para que sea tuyo completamente se me ha ocurrido que lo mejor es clavarle este puñal en su co­razón galante. ¿Te gusta?

BELISA. ¡Por Dios, Perlimplín!

PERLIMPLÍN. Ya muerto, lo podrás acariciar siempre en tu cama tan lindo y peripuesto sin que tengas el temor de que deje de amarte. Él te querrá con el amor infinito de los difuntos y yo quedaré libre de esta oscura pesadi­lla de tu cuerpo grandioso. (Abrazándola.) Tu cuerpo... que nunca podría descifrar... (Mirando al jardín.) Míralo por dónde viene... Pero suelta, Belisa... ¡suelta! (Sale co­rriendo.)

BELISA. (Desesperada.) Marcolfa, bájame la espada del co­medor que voy a atravesar la garganta de mi marido.

(A voces.)

 

Don Perlimplín

marido ruin,

como le mates

te mato a ti.

 

(Aparece entre las ramas un Hombre envuelto en una amplia y lujosa capa roja. Viene herido y vacilante.)

 

BELISA. ¡Amor!... ¿quién te ha herido en el pecho? (El Hom­bre se oculta la cara con la capa. Ésta debe ser inmensa y cu­brirle hasta los pies. Abrazándolo.) ¿Quién abrió tus venas para que llenes de sangre mi jardín... ¡Amor! Déjame ver tu rostro por un instante siquiera... ¡Ay!, ¿quién te dio muer­te?... ¿quién?

PERLIMPLÍN. (Descubriéndose.) Tu marido acaba de matar­me con este puñal de esmeraldas. (Enseña el puñal clavado en el pecho.)

BELISA. (Espantada.) ¡Perlimplín!

PERLIMPLÍN. Él salió corriendo por el campo y no le verás más nunca. Me mató porque sabía que te amaba como na­die. Mientras me hería... gritó: ¡Belisa ya tiene un alma!... Acércate.

 

(Está tendido en el banco.)

 

BELISA. ¿Pero qué es esto?... ¡Y estás herido de verdad!

PERLIMPLÍN. Perlimplín me mató... ¡Ah, don Perlimplín! Viejo verde, monigote sin fuerzas, tú no podías gozar el cuerpo de Belisa... El cuerpo de Belisa era para músculos jó­venes y labios de ascuas... Yo en cambio amaba tu cuerpo nada más... ¡tu cuerpo!... pero me ha matado... con este ramo ardiente de piedras preciosas.

BELISA. ¿Qué has hecho?

PERLIMPLÍN. (Moribundo.) ¿Entiendes?... Yo soy mi alma y tú eres tu cuerpo... Déjame en este último instante, puesto que tanto me has querido, morir abrazado a él.

BELISA. (Se acerca medio desnuda y lo abraza.) Sí... ¿pero y el joven?... ¿Por qué me has engañado?

PERLIMPLfN. ¿El joven?... (Cierra los ojos.)

 

(La escena adquiere luz mágica.)

 

MARCOLFA. (Entrando.) ¡Señora!

BELISA. (Llorando.) ¡Don Perlimplín ha muerto!

MARCOLFA. ¡Lo sabía! Ahora le amortajaremos con el rojo traje juvenil con que paseaba bajo sus mismos balcones.

BELISA. (Llorando.) ¡Nunca creí que fuese tan complicado!

MARCOLFA. Se dio cuenta demasiado tarde. Yo le haré una corona de flores como un sol de mediodía.

BELISA. (Extrañada y en otro mundo.) Perlimplín, ¿qué cosa has hecho, Perlimplín?

MARCOLFA. Belisa, ya eres otra mujer... Estás vestida por la sangre gloriosísima de mi señor.

BELISA. ¿Pero quién era este hombre? ¿Quién era?

MARCOLFA. El hermoso adolescente al que nunca verás el rostro.

BELISA. Sí, sí, Marcolfa, le quiero, le quiero con toda la fuerza de mi carne y de mi alma. Pero ¿dónde está el joven de la capa roja?... Dios mío. ¿Dónde está?

MARCOLFA. Don Perlimplín, duerme tranquilo... ¿La estás oyendo?... Don Perlimplín... ¿la estás oyendo?...

 

(Suenan campanas.)

 

Telón

 

 

Se agradece a LIBRODOT la donación de esta obra.