La semilla del Cardo simbolizando la siembra de cultura

Bibliotecas Rurales Argentinas

El acusado

Como iba solo en su cochecito, no tenía más aliciente que la velocidad; volaba -en dirección a Suez-sobre una cinta de asfalto ceñida por arenas. En el paisaje nada mitigaba el pálpito de soledad, ni había novedad alguna que le hiciese más llevadera su se Con sobresalto volvió la cara hacia delante, a tiempo de ver cómo la rueda del camión, imperturbable, enganchaba a bicicleta y ciclista. Soltó un grito de horror y chilló para advertir al camionero. Detuvo luego su coche, a dos metros de la bicicleta, y s -Quieto... no te muevas...
Se volvió y pudo ser a un grupo de labradores corriendo hacia él. Venían de los sembrados. Algunos llevaban garrotes, otros piedras. Contuvo el impulso de montarse no fuera que la emprendieran a pedradas y les esperó asustado por su crítica situación. Los -¡Quietos!
Se dio cuenta, con fulgurante y agitada percepción, que aquella actitud había cerrado todavía más cualquier esperanza de comprensión futura, pero tampoco había tenido tiempo de obrar con reflexión. Cedieron en su carrera y, finalmente, se pararon del todo -¿Piensas matarnos como a él?
-Yo no lo he matado. Ni le he tocado siquiera, quien lo atropelló fue el camión cisterna.
-Fue tu coche... tú...
-No lo habéis visto...
-Todo. . .
-Me estáis impidiendo que alcance al culpable...
-Tú lo que quieres es huir...
Había aumentado la rabia. Había aumentado el miedo. La idea de poder verse obligado a disparar le producía angustias de muerte. Matar, que el homicidio le llevase a una pendiente. ¿Cómo borrar la pesadilla si no estaba durmiendo?
-De verdad que no he sido yo quien le ha atropellado. He visto perfectamente cómo el camión le aplastaba...
-Aquí no hay más culpable que tú...
-Habría que llegarse al Hospital más cercano...
-Intenta.
-Al puesto de Policía...
-Intenta.
-¿Es que vamos a esperar sentados hasta que la verdad resplandezca?
-Si no te escapas ya lo creo que resplandecerá.
-Válgame Dios, ¿por qué tanta tozudez?
-¿Por qué le has matado?
¡Qué tremendo problema; qué tremenda falsedad! Cuándo acabaría aquel infernal compás de espera. El sufrimiento sin paliativo, el miedo, las ideas frenéticas. ¿Por qué se detuvo? ¿Cómo demostrar la verdad? El mismo conductor del camión no se enteró de nada Del caído llegó una queja, seguida de un ay gangoso y un largo gruñido. Después, otra vez silencio. Uno chilló:
-¡Dios tiene que castigarte!...
-Dios castigará al culpable...
-Tú has sido...
-¿Me habría parado de ser culpable?
-Creíste que no había nadie...
-Creí que podía ayudarle...
-Buena ayuda...
-Es inútil hablar con vosotros.
-Bien inútil.
Si les daba la espalda un solo instante, las piedras le aplastarían. No había más remedio que aguantar en el trance. Imposible perseguir al camionazo. Él, sólo él quedaba en prenda. Y si no mantuviese un resquicio de esperanza, aquello sería el horror de Dos vehículos aparecieron allá en el horizonte. A1 verlos acercarse respiró aliviado. Una ambulancia y un coche patrulla se pararon en el lugar del accidente. Los camilleros marcharon hacia la bicicleta sin demora. Los del grupo les rodearon. Zafaron las -¿Fue usted?
Los labradores se encargaron de contestarle a gritos, pero el inspector ordenó silencio con un gesto de la mano, mientras le examinaba. Repuso:
-No. Yo iba detrás de un camión cisterna al que el ciclista se agarraba. Un grito me alarmó y cuando miré, le vi bajo la rueda.
Gritaron casi todos.
-Él le atropelló...
-No lo atropellé. Vi cómo pasaba...
Nuevo griterío. El inspector atronó:
-¡Orden!
Y le preguntó:
-¿Vio cómo se producía el accidente?...
-No. Cuando me volví al grito ya estaba la bicicleta debajo de la rueda.
-¿Cómo había ido a parar allí?
-No sé.
-¿Y luego qué hizo?
-Paré para ver cómo estaba y qué se podía hacer. Se me ocurrió salir detrás del camión pero entonces aparecieron éstos corriendo hacia mí, con garrotes y piedras, y no tuve más remedio que tenerles a raya con el arma.
-¿Tiene licencia?
-Sí, soy pagador en Suez y viajo mucho.
El inspector se volvió hacia los labradores y les preguntó:
-¿Por qué sospecháis de él?
Gritaron, quitándose la palabra de la boca:
-Porque vimos perfectamente lo que hizo y no le dejamos escapar. . .
El hombre dijo angustiado:
-Es mentira, no vieron nada.
El inspector ordenó a un agente quedarse vigilando y a otro avisar al fiscal mientras se trasladaba con todos a Jefatura, para escribir el atestado. Tanto Alí Musa como los labradores mantuvieron sus declaraciones. Alí empezaba a dudar de que la investiga -¿Me habría parado si fuera culpable?
El inspector contestó fríamente:
-Atropellar a alguien y huir no son cosas que se sigan necesariamente.
Más espera. Los labradores en cuclillas. Alí Musa ocupó una silla con permiso del inspector. El tiempo transcurría lento, doloroso, espeso. Acabado el atestado, el inspector se desentendió de ellos. Nada de aquel asunto parecía ir con él y se puso a matar -¿Podríamos averiguar si hay esperanzas con el accidentado? El inspector le miró hosco, pero se puso en comunicación con el Hospital por teléfono. Después de colgar, manifestó:
-Está en el quirófano, ha perdido mucha sangre... imposible hacer pronósticos...
Tras dudarlo unos momentos preguntó:
-¿Cuándo llegará el fiscal?
-Ya se enterará cuando llegue.
Dijo, como hablando para sí:
-¿Cómo puede uno verse envuelto en tales situaciones?
El inspector contestó, mientras retornaba al periódico:
-Usted sabrá.
Volvió a quedar horriblemente solo, y a examinar el lugar con enojo. Aquellos labradores estaban empeñados en condenarle, pero quizá lograra que la sentencia se volviera contra ellos. Y el inspector le considera, por rutina, culpable. Una ciega fuerza anó -Ay, Señor.
Y casi todos le hicieron eco, por motivos diversos:
-Ay, Señor.
Fuera de sí, les chilló:
-No tenéis conciencia.
Y ellos chillaron también:
-Dios es testigo, canalla...
El inspector sacó la cara de entre las hojas del periódico y dijo malhumorado:
-Vale... vale... no tolero esto...
Alí dijo excitado:
-De no ser por esta infame mentira, a estas horas estaría en mi casa tranquilo...
Uno replicó:
-Si no fuese por tu descuido, el pobre Ayyad podría estar a estas horas tranquilamente en su casa...
El inspector les miró de un modo que les dejó sin habla. Reinó la calma, el dolor de la espera empeoró. El tiempo pasaba como si anduviese para atrás. Alí no pudo soportar más la tensión y se vio impulsado a recurrir otra vez al inspector, preguntándole e -Señor, no puede hacerse idea lo que siento causarle esta molestia, pero, ¿puedo saber cuándo vendrá el fiscal?
Le contestó sin dejar el periódico y de mal talante:
-¿Cree que su caso se da todos los días?
No recordaba un sufrimiento igual. Nunca había sentido tan negros barruntos de desastre. Aquella inexplicable malquerencia entre él y los labradores no tiene precedentes. ¿El vasto cielo, bajo el que el accidente se había producido, era también algo sin p -Señor inspector...
Le cortó como si le hubiese estado esperando:
-¿Se calla?
-Pero es que esta tortura...
-Molestias que han soportado todos cuantos han pasado por esta jefatura desde que se inauguró...
-¿No puede preguntar, al menos, por el herido?
-Me comunicarán cualquier novedad sin que lo pregunte...
Mi vida depende de la tuya, Ayyad. Las apariencias van a burlar la perspicacia del fiscal. ¿Me encarcelarán sin haber hecho nada? ¿Ha ocurrido algo igual jamás? ¡Qué bueno sería poder echarte la culpa encima!, y que te sonrieras con desdén y torpeza. Las Veo a esos labradores, a través de un prisma negro que muchas generaciones han tupido, pero, ¡yo no he colaborado en eso! ¿O lo he hecho sin saberlo? Es curioso, estoy pensando por primera vez en mi vida. Y pensaré más todavía cuando me metan entre cuatro -Todo tiene un límite.
El rostro del inspector asomó tras el periódico con expresión desaprobatoria. Entonces le dijo muy serio:
-Usted lee el periódico y no hace nada.
-¿Cómo se atreve?
-Ya ve...
-¡Es que no tiene miedo de...!
-No tengo miedo de nada...
-Le traicionan los nervios, pero tengo remedio para todo.
-¡Yo también tengo remedio para todo!
El inspector se puso de pie y dijo furioso:
-¡¿Usted?!
-Retrasa la presencia del fiscal, no respeta las leyes.
-Le llevo al calabozo.
-¿Es peor que este caos?
-¿Es que quiere recurrir al expediente de locura?
Alí se levantó desafiante, la mirada extraviada. El inspector llamó a los agentes. Entonces sonó el timbre del teléfono. El inspector descolgó y estuvo atento unos momentos. Colgó y miró a Alí con malicia y rencor, disimulando a la par una sonrisa; y le d -Ha muerto a consecuencia de las heridas. Alí Musa se demudó ligeramente. La mirada maliciosa chocó con otra de cólera ciega. Gritó con voz estremecida:
-La ley aún no ha dicho nada, esperaré...

 

 

 

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