de Félix
María Samaniego
Un león, en otro tiempo
poderoso, ya viejo y achacoso, en vano perseguía hambriento y
fiero al mamón becerrillo y al cordero, que, trepando por la áspera
montaña, huían libremente de su saña.
Afligido del hambre a par de
muerte, discurrió su remedio de esta suerte: Hace correr la voz de
que se hallaba enfermo en su palacio y deseaba ser de los animales
visitado.
Acudieron algunos de
contado: mas como el grave mal que le postraba era un hambre voraz,
tan sólo usaba la receta exquisita de engullirse al Monsieur de la
visita.
Acércase la zorra, de
callada, y a la puerta asomada atisba muy despacio la entrada de
aquel cóncavo palacio.
El león la divisa, y al
momento le dice: "¡Ven acá; pues que me siento en el último
instante de mi vida! Visítame, como otros, mi querida."
"¿Cómo otro? ¡Ah, señor! He
conocido que entraron sí, pero que no han salido. ¡Mirad, mirad la
huella, bien claro lo dice ella! Y no es bien el entrar do no se
sale."
La prudente cautela mucho
vale. |