Esopo

El Hombre

FABULAS

El hombre y el león de oro.

Un avaro que también era de ánimo apocado encontró un león de oro, y púsose a decir:

-¿Qué hacer en este trance? El espanto paraliza mi razón; el ansia de riqueza por un lado y el miedo por otro me desgarran. ¿Qué azar o qué dios ha hecho un león de oro? Lo que me sucede llena mi alma de turbación; quiero el oro, y temo la obra hecha con oro; el deseo me empuja a tomarlo, y mi natural a dejarlo. ¡Oh fortuna que ofrece y que no permite tomar! ¡Oh tesoro que no da placer! ¡Oh favor de un dios que es un suplicio! ¿Qué haré para que venga a mis manos? Volveré con mis esclavos para atrapar el león con esta tropa de amigos, mientras yo miro desde lejos.

El hombre y el león viajeros.

En cierta ocasión viajaban juntos un hombre y un león. Iban disputando que quién era más, cuando al pie del camino encontraron una estela de piedra que representaba a un hombre estrangulando a un león.

-Ahí ves cómo somos más fuertes que vosotros dijo el hombre enseñándosela al león.

-Si los leones supieran esculpir - respondió el león con una sonrisa-, verías a muchos más hombres entre las garras del león.

El hombre y el sátiro.

Dícese que en otro tiempo un hombre concertó un pacto de amistad con un sátiro. Llegó el invierno y con él el frío; el hombre arrimaba las manos a la boca y soplaba en ellas. Preguntóle el sátiro por qué lo hacía. Repuso que se calentaba la mano a causa del frío.

Sirviéronse luego de comer y los alimentos estaban muy calientes, y el hombre, agarrándolos a trocitos, los acercaba a la boca y soplaba en ellos. Preguntóle otra vez el sátiro por qué lo hacia. Contestó que enfriaba la comida porque estaba muy caliente.

-¡Pues escucha-exclamó el sátiro, renuncio a tu amistad porque lo mismo soplas con la boca lo que está frío que lo que está caliente!

 

El médico y el paciente que murió.

Un médico tenía en tratamiento a un enfermo.

Este murió, y el médico decía a las personas del acompañamiento:

-Si este hombre se hubiera abstenido del vino y se hubiese puesto lavativas, no hubiera muerto.

-¡Amigo, le contestaron-, no es ahora, que no sirve de nada cuando tenías que haber dicho esto, sino antes, cuando tu consejo podía haber sido de  provecho!

El enfermo y su doctor.

Habiéndole preguntado un médico a un enfermo por su estado, contestó el enfermo que había sudado más que de costumbre.
-Eso va bien dijo el médico.
Interrogado una segunda vez sobre su salud, contestó el
enfermo que temblaba y sentía fuertes escalofríos.
-Eso va bien -dijo el médico.
Vino a verle el médico por tercera vez y le preguntó por su enfermedad. Contestó el enfermo que había tenido diarrea.
-Eso va bien -dijo el médico, y se marchó.
Vino un pariente a ver al enfermo y le preguntó que cómo iba.
-Me muero -contesto- a fuerza de ir bien.

El médico ignorante.

Un médico ignorante trataba a un enfermo; los demás médicos habían asegurado que, aunque no estaba en peligro, su mal sería de larga duración; únicamente el médico ignorante le dijo que tomara todas sus disposiciones porque no pasaría del día siguiente.

Al cabo de algún tiempo, el enfermo se levantó y salió, pálido y caminando con dificultad. Nuestro médico le encontró y le dijo:

-¿Cómo están, amigos, los habitantes del infierno?

- Tranquilos - contestó -, porque han bebido el agua del Lecteo. Pero últimamente Hades y la Muerte proferían terribles amenazas contra los médicos porque no dejan morir a los enfermos, y a todos los apuntaban en su libro. Iban a apuntarte a ti también, pero yo me arrojé a sus pies jurándoles que no eras un verdadero médico y diciendo que te habían acusado sin motivo.

El hombre y la estatua.

Un pobre tenía una estatuita de un dios, al que suplicaba que le diera la fortuna; pero como su miseria no hacía más que aumentar, se enojó y, cogiendo al dios por un pie, le golpeó contra la pared. Rompióse la cabeza del dios, desparramando monedas de oro. El hombre las recogió y exclamó:

-Por lo que veo, tienes las ideas al revés, además de ser un ingrato, porque cuando te adoraba, no me has ayudado, y ahora que acabo de tirarte, me contestas colmándome de riqueza.

El náufrago y el mar.

Arrojado un náufrago en la orilla, se durmió de fatiga; mas no tardó en despertarse, y al ver al mar, le recriminó por seducir a los hombres con su apariencia tranquila para luego, una vez que los ha embarcado sobre sus aguas, enfurecerse y hacerles perecer.

Tomó el mar la forma de una mujer y le dijo:

-No es a mí sino a los vientos a quienes debes dirigir tus reproches, amigo mío; porque yo soy tal como me ves ahora, y son los vientos los que, lanzándose sobre mí de repente, me encrespan y enfurecen.

 

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